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A veiga, un desgarro en la memoria Imposible para un veigués no decir nada ante las estremecedoras memorias de Alfonso Ortega Prada, el que fuera oficial de primera del Ayuntamiento de A Veiga entre febrero y julio de 1936, y secretario de la Sociedad Agraria de Xares, que en sus recuerdos publicados arroja luces, sombras y, sobre todo, una grandísima tristeza sobre la historia del municipio en aquellos días. Los sucesos que tantas veces contaron nuestros abuelos y padres cobran una fuerza extraordinaria en boca del que fue uno de sus principales protagonistas: “Parece imposible que un pueblo haya podido caer tan bajo, se resiste uno a creerlo. Pero es cierto. Es cierto y dolorosamente cierto”, dice él mismo. El asesinato en el puente de Castromao del anciano alcalde de A Veiga , el derechista de Acción Popular (AP) José Rodríguez García, ‘Pepe dos Líos’, a manos del “grupo de Corzos” cuando el 24 de julio de 1936 se dirigía a Pradolongo para ocultarse en casa de unos familiares; el de Vidal (Clemente Vidal Fernández Lorenzo, Corzos, 1901) secretario del ayuntamiento y del comité local de Izquierda Republicana (IR), considerado jefe supremo del marxismo local, abatido en el monte en noviembre de 1936; el de Camilo Palmeiro Fernández, maestro de Corzos, nacido en Alberguería, fusilado en el Puente Bibei el 13 de agosto; el de Pepe Lameiro Bermúdez, miembro del comité revolucionario de A Veiga, cercado y abatido en la puerta de su casa a mediados de septiembre de 1936 y la simultánea ‘huida a tiros’ de su primo, Benigno Romero Lameiro, labrador, que más tarde lograría escaparse a América; el papel atribuido a Francisco Rodríguez Fariñas ‘Paquito’, funcionario del ayuntamiento y segundo jefe de Falange Española en la zona, y a su hermano, Luis Rodríguez, alcalde, sucesor de su padre, ‘Pepe dos Líos’; o la acción previa de los “jefes políticos efectivos” de A Veiga desde mucho antes del 36, a saber, don Tiberio de Corzos; don Rómulo Carracedo, el médico de Meda; y don Marcelino Prada, el médico de A Veiga… son episodios terribles, que han escrito una página negra en la historia de este pueblo hasta convertirlo en “fanático y maldito”, como lo calificó entonces el autor de las memorias. Todos estos personajes, cuyos nombres siguen aún muy vivos en la memoria de A Veiga, protagonizaron unos episodios difíciles de olvidar y muy complicados de analizar, que Ortega Prada describe sin pasión. Muerte y luchas entre vecinos, entre clanes, entre hermanos, entre padres e hijos, entre familias, entre pueblos… desde luego, algo bastante desmedido para un municipio como A Veiga y, en todo caso, delicado de reproducir y de asumir. El autor de las memorias, Alfonso José Agustín Ortega Prada, vecino de Xares, pero nacido en 1902 en San justo de Sanabria (Zamora), hombre “instruido y culto”, se asentó con su familia en Xares tras varios traslados por distintos lugares. Su abuela paterna, Teresa Pérez Fernández, era de Alberguería y quizás eso influyó en la decisión de quedarse en este municipio. Su padre José era de A Mezquita y trabajaba como practicante; su madre, Resurrección, era de Sampil de Sanabria. Alfonso, primogénito de cinco hermanos, estudió en As Ermitas y en el seminario de Astorga, donde trabó verdadera amistad con el que sería uno de sus amigos más decisivos: Clemente Vidal Fernández Lorenzo, el famoso Vidal de Corzos. Los dos iban para curas y acabaron justo en el lado opuesto. Los dos estaban ‘estudiados’, eran de familias acomodadas y congeniaban en el apartado ideológico. Como se verá, sus muertes, sin embargo, fueron muy diferentes y tuvieron distinto eco. Alfonso se casó en 1926 con Generosa Lorenzo Escuredo, de

A veiga, un desgarro en la memoria

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A veiga, un desgarro en la memoria 

Imposible para un veigués no decir nada ante las estremecedoras memorias de Alfonso Ortega Prada, el que fuera oficial de primera del Ayuntamiento de A Veiga entre febrero y julio de 1936, y secretario de la Sociedad Agraria de Xares, que en sus recuerdos publicados arroja luces, sombras y, sobre todo, una grandísima tristeza sobre la historia del municipio en aquellos días. Los sucesos que tantas veces contaron nuestros abuelos y padres cobran una fuerza extraordinaria en boca del que fue uno de sus principales protagonistas: “Parece imposible que un pueblo haya podido caer tan bajo, se resiste uno a creerlo. Pero es cierto. Es cierto y dolorosamente cierto”, dice él mismo. 

El asesinato en el puente de Castromao del anciano alcalde de A Veiga , el derechista de Acción Popular (AP) José Rodríguez García, ‘Pepe dos Líos’, a manos del “grupo de Corzos” cuando el 24 de julio de 1936 se dirigía a Pradolongo para ocultarse en casa de unos familiares; el de Vidal (Clemente Vidal Fernández Lorenzo, Corzos, 1901) secretario del ayuntamiento y del comité local de Izquierda Republicana (IR), considerado jefe supremo del marxismo local, abatido en el monte en noviembre de 1936; el de Camilo Palmeiro Fernández, maestro de Corzos, nacido en Alberguería, fusilado en el Puente Bibei el 13 de agosto; el de Pepe Lameiro Bermúdez, miembro del comité revolucionario de A Veiga, cercado y abatido en la puerta de su casa a mediados de septiembre de 1936 y la simultánea ‘huida a tiros’ de su primo, Benigno Romero Lameiro, labrador, que más tarde lograría escaparse a América; el papel atribuido a Francisco Rodríguez Fariñas ‘Paquito’, funcionario del ayuntamiento y segundo jefe de Falange Española en la zona, y a su hermano, Luis Rodríguez, alcalde, sucesor de su padre, ‘Pepe dos Líos’; o la acción previa de los “jefes políticos efectivos” de A Veiga desde mucho antes del 36,  a saber, don Tiberio de Corzos; don Rómulo Carracedo, el médico de Meda; y don Marcelino Prada, el médico de A Veiga… son episodios terribles, que han escrito una página negra en la historia de este pueblo hasta convertirlo en “fanático y maldito”, como lo calificó entonces el autor de las memorias. 

Todos estos personajes, cuyos nombres siguen aún muy vivos en la memoria de A Veiga, protagonizaron unos episodios difíciles de olvidar y muy complicados de analizar, que Ortega Prada describe sin pasión. Muerte y luchas entre vecinos, entre clanes, entre hermanos, entre padres e hijos, entre familias, entre pueblos… desde luego, algo bastante desmedido para un municipio como  A Veiga y, en todo caso, delicado de reproducir y de asumir.  

El autor de las memorias, Alfonso José Agustín Ortega Prada, vecino de Xares, pero nacido en 1902 en San justo de Sanabria (Zamora), hombre “instruido y culto”, se asentó con su familia en Xares tras varios traslados por distintos lugares. Su abuela paterna, Teresa Pérez Fernández,  era de Alberguería y quizás eso influyó en la decisión de quedarse en este municipio. Su padre José era de A Mezquita y trabajaba como practicante; su madre, Resurrección, era de Sampil de Sanabria. Alfonso, primogénito de cinco hermanos, estudió en As Ermitas y en el seminario de Astorga, donde trabó verdadera amistad con el que sería uno de sus amigos más decisivos: Clemente Vidal Fernández Lorenzo, el famoso Vidal de Corzos. Los dos iban para curas y acabaron justo en el lado opuesto. Los dos estaban ‘estudiados’, eran de familias acomodadas y congeniaban en el apartado ideológico. Como se verá, sus muertes, sin embargo, fueron muy diferentes y tuvieron distinto eco. Alfonso se casó en 1926 con Generosa Lorenzo Escuredo, de 

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Requeixo, “que viviría un calvario paralelo al de su marido”. El autor trabajó, primero, como  representante de licores para acabar después metido de lleno en la impetuosa política local desde el puesto de secretario de la Sociedad Agraria de Xares, una entidad asociativa, pionera en la zona, creada en 1931, de “excepcional actividad en la vida local”, muy vinculada a la Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra, integrada en la UGT. Tras los sucesos de julio y durante meses, permaneció huido en los montes de Xares y en la Serra do Eixe, tal y como narra en su relato. Pero  siempre logró burlar el cerco de quienes le buscaban. 

Alfonso Ortega lanza desde el principio una afirmación rotunda, que es clave en los hechos posteriores: “A veiga vivía desde tiempo inmemorial sometida servilmente al despotismo de tres o cuatro familias en cuyas manos estaban, además del dinero y la fortuna, la administración municipal, la justicia y la beneficencia. Muerto don Tiberio de Corzos [padre de Vidal y uno de los hombres más ricos del municipio, sino el que más] quedaron como jefes políticos don Rómulo de Meda, don Marcelino de A Veiga y el tristemente célebre Pepe dos Líos”, dice el escritor.  

Y así empieza la desgarrada historia de aquellos días de julio de 1936, que es también la historia de Xares, “el único pueblo [del municipio] que por entonces contaba con verdadero espíritu republicano y con algunas personas capacitadas que podrían levantar una oposición eficaz contra el caciquismo imperante”, según el cronista; y del de Corzos, cuna de los principales izquierdistas del municipio y pueblo del líder de todos ellos, Vidal, cuyos estudios y posición heredada de su padre, don Tiberio (rico, influyente, temido y respetado), le situaba por encima de sus convecinos. Estos dos pueblos tuvieron un protagonismo destacado en los sucesos anteriores y posteriores al 18 de julio del 36. Pero no fueron los únicos. 

En Xares, se refugiaron los izquierdistas Vidal, Ortega, Benigno Lameiro, los hermanos Florencio y José Félix y muchos otros la madrugada del 25 de julio, tras la famosa tragantona del toural de A Veiga (contada después miles de  veces), tras ser acosados por “treinta guardias civiles y algunos falangistas llegados desde Viana”. “No tenemos fusiles, pero tenemos hoces y guadañas… todos debemos morir antes que dejarles entrar en el pueblo”, gritaba, al parecer, Francisco Sanjuán, el “traidor y pérfido” ex secretario de la Sociedad Agraria de Xares. Finalmente, huyeron al monte antes de que, el 30 de julio, “unos 200 hombres bien armados (entre ellos, médicos, maestros, abogados, comerciantes, curas… no sólo del municipio, sino también de Viana y O Barco)”… tomasen Xares y destrozasen y quemasen las casas y propiedades de los escapados. 

Y en Corzos, Camilo Palmeiro Fernández, maestro del pueblo, natural de Alberguería, fue detenido en la casa de la hermana de Vidal, donde residía, la madrugada del 12 de agosto y llevado a A Veiga donde el entonces alguacil del juzgado, Domitilo, sentenció: “Éste es un comunista muy grande y hay que quitarle de en medio”. Según el autor, Palmeiro fue conducido a Viana y torturado. Al día siguiente, un camión le llevó hasta el Puente Bibei, junto a otras treinta personas. Allí “les pusieron en fila sobre la barandilla del puente y tras varias descargas de fusilería, sus cuerpos se despeñaron sobre el río”. También explica el editor a pie de página que el de Alberguería fue, junto a otros maestros como Roberto Panero o Raimundo Rubio, uno de los primeros en difundir por el ayuntamiento de A Veiga las ideas republicanas y laicistas. 

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El 24 de noviembre de 1936 Vidal fue capturado en los montes de Seoane en compañía de otros escapados como Fortunato Vega Rodríguez, Manuel González Yebra o Amable Vidal Martínez, que la guardia civil abatió allí mismo. “A Vidal lo remataron de tres tiros a cien metros del pueblo de A Veiga y murió gritando vivas al comunismo”, dice el autor. 

Ortega Prada murió ocho años después, el 3 de enero de 1944, cerca de Brañuelas (Ponferrada) en el accidente ferroviario del tren correo 421, que hacía el recorrido Madrid‐A Coruña. El tren chocó con una locomotora en el túnel número 20. “Fue el accidente ferroviario más grave de las historia de España”, recuerda el editor: Renfe admitió 78 muertos y 75 heridos. La mayoría de los cuerpos calcinados no pudieron ser identificados. Entre ellos, el de Alfonso Ortega Prada. 

Los episodios recogidos en este libro coinciden con lo contado y oído tantas veces a nuestros abuelos, antepasados y personas mayores aún vivas. Pero el observador echa en falta la versión de otros protagonistas, de uno y otro bando. Porque la exégesis de Alfonso Ortega es tan interesante como parcial. Tampoco ayudan las pinceladas y las explicaciones que incluye la editora, la Fundación Luis Tilve (entidad creada para ‘fomentar el conocimiento y la difusión de la cultura sindical, en especial de la UGT’) en las primeras páginas del libro: son igualmente interesadas y en algunos casos se basan en cábalas y especulaciones. 

En todo caso, éste es un documento vibrante, que debe ser tomado como lo que es: el recuerdo subjetivo de un personaje alojado en uno de los dos bandos. Su versión de los hechos está, por lo tanto, sujeta a prejuicios y personalismos de todo tipo. Los grandes protagonistas  que cita, tanto de la derecha como de la izquierda, trataron de imponer sus propias y personales recetas desde su condición de pudientes, de personas mucho más cultivadas y formadas que sus administrados, que no eran más que labradores. Hay que subrayar que el poder es un objetivo lícito cuando los métodos empleados para conseguirlo también lo son. Y tampoco conviene olvidar que los relatos más conmovedores de la contienda civil corresponden a los perdedores por su condición de huidos, ‘escapados’, perseguidos. Los vencedores, instalados en la ‘normalidad’ que impusieron, poco tienen que referir de extraordinario. Con sus excepciones, claro. 

La sugerencia genérica de los historiadores en el sentido de que no hay que tener miedo ni recelo a conocer estos episodios, ni el papel de sus protagonistas, ni tantos detalles como sea  posible, parece oportuna. Porque es cierto que conocerlos ayudará a impedir que se repitan.  

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