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--a -- ALGUNAS RETORICAS DE «LA REGENTA» Vidal Peña p uede hacerse hoy todavía, sin sonrojo, crítica literaria «informal»? Es decir: dar rienda suelta a asociaciones de ideas sin mayores pretensiones de «cien- tificidad» (no hablando en clave sociológica, ni antropológica, ni semiológica, por ejemplo). ¿Puede hablarse como ilustrado lector medio al que se le ocurre alguna cosa? El asunto se com- p lica porque, si decimos de guien que está ilus- trado, se supone que Jo está -entre otras cosaspor her tenido al menos un sumario acceso a aquellas sabidurías (sociológicas, antropológicas semiológicas, etc.). Pero si, además de ilustrado' lo llamamos medio, entonces lo pensamos como no especialista. Es decir, como guien a quien, en todo caso, aquellos saberes ayudan a hacerse una «composición de lugar» en los marcos generalísi- mos de una «concepción del mundo y de la vida» (de una Weltanschauung, con su sentido lato y laxo, sujeta a vaguedades, a estrechamientos y ampliaciones). Como lector medio, entonces, to- ma aquellos saberes a beneficio de inventario (no verá el mundo en exclusiva a través de nin- guno), por lo que puedan verle en el genérico «enriquecimiento espiritual» que ese lector medio espera de la lectura de la obra literaria. Porque -no lo olvidemos- la literaria no es experiencia directamente «Cognoscitiva», sino más bien «de primer grado»: go más parecido a una relación amorosa, una interesada opción mor, o el dis- ute de un paisaje, que a la ciencia. Experiencias de las que, si se obtiene algún «saber», será más bien sagesse que science (incluyendo la impresión estética pura, que se supone ha de «enriquecer» también de algún modo al lector medio -aunque ella misma fuese una «finidad sin fin»- afinando su sensibilidad, lo cual repercutiría en el conjunto de actitudes que van integrando, de modo fluc- tute, aquella Weltanschauung). Pero sabemos que la crítica literaria acal, más o menos especializada, seguramente tendería a desdeñar como mera charla de tertulia (pre-cien- tífica en su «informalidad») ese modo de hablar de literatura que mezcla criterios -simplicándolos, acaso triviizándolos-; esa manera epistemológi- camente sucia de referirse a las obras literarias, que a veces las toma como indicios de una época o una clase social, a veces como documentos psi- cológicamente valiosos, a veces como autosufi- cientes juegos de construcción o iridiscentes ver- balismos, sin que ninguna de esas perspectivas sea dominte, e incluso adoptándolas a la vez, todo ello junto y como quiera. Hay en ese desdén una desconfianza hacia la figura que podría protagoni- 36 zar esa «crítica»: la del puro littérateur exento de rigor, charlista de tertulia. Hacer ciencia con las letras es, como se sabe, una sólida tendencia en nuestros días. Nadie va a discutir esta pretensión, ni siquiera para el caso de la crítica literaria (por más que la misma plurali- dad de métodos «rigurosos» arguya muy débil- mente en favor de una ciencia crítico-literaria efectiva). Pero acaso precisamente aquella pers- pectiva del lector medio consista en exigir que las sabidurías más o menos científicas terminen por resolver en algo parecido a un diálogo de tertulia si es que han de servirle para algo. Así, las «ocu� encias» de cualquier otro lector medio pueden sugerie cosas, y esta sería la justificación (desca- radamente retórica, desde luego) de las líneas que siguen acerca de La Regenta. En ellas voy a refe- rirme a ciertos procedimientos narrativos claria- nos que, en mi opinión, actúan en función ideoló- gica. Al decir «procedimientos» no quiero decir que vaya a tratarlos muy en forma, sino sólo suge- rirlos aproximativamente y en esbozo. Al decir que poseen nción ideológica, me temo que no voy a satiscer el principio críticoliterario inma- nentista ( against interpretation) que es conside- rado por muchos como requisito de una crítica literaria limpia. Pero ya me he acogido al privile-, gio de suciedad propio del lector que va a las novelas a que le sugieran cosas variadas y que, por tanto, va también a «interetar». La actitud Clarín en la época que escribió «La Regenta».

--a-- · el cubo en un decir Jesús ( ... ) «A mí hechos, datos, números -decía-; lo demás ... filosofía alemana». Al marido cornudo (figura ridícula de suyo, por supuesto)

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  • --a--ALGUNAS RETORICAS

    DE «LA REGENTA»

    Vidal Peña

    puede hacerse hoy todavía, sin sonrojo, crítica literaria «informal»? Es decir: dar rienda suelta a asociaciones de ideas sin mayores pretensiones de «cien

    tificidad» (no hablando en clave sociológica, ni antropológica, ni semiológica, por ejemplo). ¿Puede hablarse como ilustrado lector medio al que se le ocurre alguna cosa? El asunto se complica porque, si decimos de alguien que está ilustrado, se supone que Jo está -entre otras cosas-· por haber tenido al menos un sumario acceso a aquellas sabidurías (sociológicas, antropológicas semiológicas, etc.). Pero si, además de ilustrado'. lo llamamos medio, entonces lo pensamos como no especialista. Es decir, como alguien a quien, en todo caso, aquellos saberes ayudan a hacerse una «composición de lugar» en los marcos generalísimos de una «concepción del mundo y de la vida» (de una Weltanschauung, con su sentido lato y laxo, sujeta a vaguedades, a estrechamientos y ampliaciones). Como lector medio, entonces, tomará aquellos saberes a beneficio de inventario (no verá el mundo en exclusiva a través de ninguno), por lo que puedan valerle en el genérico «enriquecimiento espiritual» que ese lector medio espera de la lectura de la obra literaria. Porque -no lo olvidemos- la literaria no es experienciadirectamente «Cognoscitiva», sino más bien «deprimer grado»: algo más parecido a una relaciónamorosa, una interesada opción moral, o el disfrute de un paisaje, que a la ciencia. Experienciasde las que, si se obtiene algún «saber», será másbien sagesse que science (incluyendo la impresiónestética pura, que se supone ha de «enriquecer»también de algún modo al lector medio -aunqueella misma fuese una «finalidad sin fin»- afinandosu sensibilidad, lo cual repercutiría en el conjuntode actitudes que van integrando, de modo fluctuante, aquella Weltanschauung).

    Pero sabemos que la crítica literaria actual, más o menos especializada, seguramente tendería adesdeñar como mera charla de tertulia (pre-científica en su «informalidad») ese modo de hablar deliteratura que mezcla criterios -simplificándolos,acaso trivializándolos-; esa manera epistemológicamente sucia de referirse a las obras literarias,que a veces las toma como indicios de una épocao una clase social, a veces como documentos psicológicamente valiosos, a veces como autosuficientes juegos de construcción o iridiscentes verbalismos, sin que ninguna de esas perspectivas seadominante, e incluso adoptándolas a la vez, todoello junto y como quiera. Hay en ese desdén unadesconfianza hacia la figura que podría protagoni-

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    zar esa «crítica»: la del puro littérateur exento de rigor, charlista de tertulia.

    Hacer ciencia con las letras es, como se sabe, una sólida tendencia en nuestros días. Nadie va a discutir esta pretensión, ni siquiera para el caso de la crítica literaria (por más que la misma pluralidad de métodos «rigurosos» arguya muy débilmente en favor de una ciencia crítico-literaria efectiva). Pero acaso precisamente aquella perspectiva del lector medio consista en exigir que las sabidurías más o menos científicas terminen por resolver en algo parecido a un diálogo de tertulia si es que han de servirle para algo. Así, las «ocu� rrencias» de cualquier otro lector medio pueden sugerirle cosas, y esta sería la justificación (descaradamente retórica, desde luego) de las líneas que siguen acerca de La Regenta. En ellas voy a referirme a ciertos procedimientos narrativos clarinianos que, en mi opinión, actúan en función ideológica. Al decir «procedimientos» no quiero decir que vaya a tratarlos muy en forma, sino sólo sugerirlos aproximativamente y en esbozo. Al decir que poseen función ideológica, me temo que no voy a satisfacer el principio críticoliterario inmanentista ( against interpretation) que es considerado por muchos como requisito de una crítica literaria limpia. Pero ya me he acogido al privile-, gio de suciedad propio del lector que va a las novelas a que le sugieran cosas variadas y que, por tanto, va también a «interpretar». La actitud

    Clarín en la época que escribió «La Regenta».

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    ideológica que, a mi entender, se transparentaría en los citados «procedimientos» clarinianos tendría, por lo derriás, el posible interés de no estar muerta del todo, y ésa sería también otra sugerencia.

    * * *

    Desde el punto de vista ideológico, La Regenta me parece ofrecer, más que nada, el aspecto de la neutralidad. Este rasgo podría explicarse de un modo general diciendo algo como esto: «es neutral porque es una novela psicológica -entre otras cosas- y, en una novela de ese tipo, las ideas presentes en el texto quedan cargadas en la cuenta de la particular psicología de los personajes y, vistas así, todas valen lo mismo». La neutralidad sería así efecto del género literario escogido, más que presupuesto extraliterario él mismo. No voy a discutir de momento esta última consecuencia: luego diré algo de esa selección del género y de su posible valor. Me importa destacar, para empezar, que La Regenta no suministra esa apariencia de neutralidad ideológica sólo por la vía genérica de su planteamiento «psicológico», sino por la más específica de ciertos procedimientos concretos (podríamos llamarlos retóricos) que me parecen muy significativos. Mediante ellos, el autor tendería a dejar su propia actitud ideológica en la ambigüedad, pero de manera que conservase, al mismo tiempo, una posición de superioridad sobre sus criaturas. Esas ambigüedad y superioridad -creemos- no serían tan sólo «efectos del género literario escogido», sino además significativas de una posición, ella misma ideológica, más general.

    ¿Por qué decimos «neutralidad»? Se sabe que Clarín ridiculiza en La Regenta a todo el mundo, sean carcas o «avanzados». El censo de personajes secundarios y principales rebosa de aterradora tontería. Se ha insistido a menudo en el paralelo con la fustigación flaubertiana de la betise, y es cierto, sólo que Clarín es mucho más implacable. En general, no hay en la Regenta opiniones materialistas o espiritualistas, tesis liberales o conservadoras; hay sandeces liberales o conservadoras, majaderías espiritualistas o materialistas. Alternativamente, una opinión y su contraria son presentadas como igualmente estúpidas, en boca de personajes estúpidos (y ni siquiera Ana y el Magistral, «inteligentes» en ocasiones, se libran de autojustificarse con tonterías, si bien es cierto que ellos representan más bien pasiones que ideologías, y que desde el punto de vista que aquí adoptamos no son especialmente utilizables para nuestro propósito). Hay dos excepciones: Frígilis y el obispo Fortunato, pero sobre su valor (decisivo) diremos algo al final. Clarín se sirve de varios procedimientos -que aquí no pretendemos agotar- en esa empresa a la vez ridiculizadora y «neutralizad ora». Prescindiremos, desde luego -por su obviedad- de cosas como el lapsus prosódico o sintáctico (en el que sobresalen Ronzal odon Frutos Redondo), y vamos a fijarnos en algu-

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    CLARÍN

    LA PRESIDENTESSA

    Volume primo

    UNIONE TIPOGRAFICO·EDITRICE TORINESE

    Traducción italiana de «La Regenta».

    nos otros, haciendo hincapié en la neutralidad que mediante ellos se obtiene.

    1.-Clarín presenta opiniones como tonterías mediante el recurso de consaber la estupidez de una opinión cualquiera, sin mencionarla expresamente como tal estupidez y, en consecuencia, sin justificar por qué lo es. Procedimiento éste, dicho sea de paso, bastante frecuente cuando quiere mostrarse un espíritu crítico de refinada calidad (en las novelas de Aldous Huxley lo encontraríamos, sin duda, a menudo), y muy eficaz retórica-· mente, pues provoca en el lector -u oyente- la incómoda sensación de que, si no consabe también la estupidez, es porque resulta ser estúpido él mismo. Citemos algunos ejemplos, mostrando cómo, por este medio, quedan criticadas ciertas opiniones que, curiosamente al parecer, serían defendibles en otras ocasiones.

    a) Piensa Alvaro Mesía de Ana cosas comoésta:

    « ... estaba entregada a Dios. ¡Claro! ¡Apenas comía!»

    Don Alvaro es presentado siempre como materialista grosero ( «a lo commis-voyageur», dice Clarín): en vista de ello, daremos por consabido que esa asociación «misticismo-fisiología» es tan grosera como el materialismo del personaje. Sin embargo, el autor ha insinuado asociaciones 'similares en otros lugares de la novela, sólo que no en boca «grosera», sino por cuenta propia: no ya «degradadas», por tanto. Pensemos en las páginas

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    del capítulo cuarto relativas a la primera crisis mística de Ana, muy claramente conectada con la pubertad, e incluso con la ingestión estimulante de una «copa de cumín» (detalle, por cierto, digno de don Alvaro: por decir cosas como ésa sería don Alvaro materialista «a lo commis-voyageur» ... ). Pero en estos pasajes la tontería no está consabida, al despegarse el autor de sus personajes, colocándose en un plano superior.

    b) Don Carlos Ozores, padre de Ana, exponela siguiente «ridícula» teoría (ridícula tiene que ser, pues don Carlos está siéndonos descrito, en cuanto «intelectual», como un botarate):

    « En este particular don Carlos aprobaba el criterio de doña Camíla; precisamente él creía que el misterio de la Encarnación era como la lluvia de oro de Júpiter; y remontándose más, en virtud de la mitología comparada, encontraba en la religión de los indios dogmas parecidos».

    Esta conexión crítica del cristianismo con otras mitologías (conexión ilustrada) es, consabidamente, otra tontería (para eso don Carlos es un botarate) ... Pero, una vez más, Clarín se ha acogido a esa conexión por cuenta propia. Recordemos el sermón de Glocester a los señores «del margen» (los magistrados de la Audiencia), espléndida página satírica; el Arcediano se burla de los animales y vegetales como objeto de culto entre los egipcios:

    «Sí, Señor Excelentísimo; sí, católico auditorio, aquellos habitantes de las orillas del Nilo, aquellos ciegos cuya sabiduría nos mandan admirar los autores impíos, adoraban el puerro, el ajo, la cebolla». «Risum teneatis ! ¡ Risum teneatis !, repetían encarándose con el perro de san Roque, que estaba con la boca abierta en el altar de enfrente. El perro no se reía».

    Eso del perro de san Roque hubiera regocijado al superficial don Carlos Ozores, sin duda; pero aquí, desde la posición superior del autor, ya no se trata de una opinión consabidamente ridícula.

    2.-0tr.o procedimiento, relacionado con el anterior, y que mantiene asimismo la neutralidad, consiste en coordinar una tesis aparentemente respetable con una tontería palmaria, de manera que la tesis en cuestión (sin más aclaraciones) queda contagiada de tontería.

    a) « Una mujer casada peca menos queuna soltera( ... ) porque( ... ) la casada ... no se compromete (opina Paco Vegallana). ¡Esta es la moral positiva! -decía el marquesita muy serio( ... ) Sí, señor, ésta es la moral moderna, la científica, y eso que se llama el positivismo no predica otra cosa; lo inmoral es lo que hace daño positivo a alguien. ¿Qué daño se le hace a un marido que no lo sabe?»

    b) «Ayudábala (a doña Anuncia) a comprar bien un antiguo catedrático de psicología, lógica y ética, gran partidario de la escuela escocesa y de los embutidos caseros.

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    No se fiaba mucho ni del testimonio de sus sentidos ni de las longanizas de la plaza ... ».

    c) (El Marqués de Vegallana) « .. . sabía en números decimales la capacidad de todos los teatros, congresos, iglesias, bolsas, circos, y demás edificios notables de Europa. «Covent Garden tiene tantos metros de ancho, por tantos de largo y tantos de altura», y hallaba el cubo en un decir Jesús ( ... ) «A mí hechos, datos, números -decía-; lo demás ... filosofía alemana».

    Al marido cornudo (figura ridícula de suyo, por supuesto) es consabido que se le hace un daño; entonces, la tontería de Paco contagia sutilmente a una teoría que enuncia lo del «daño positivo». U na filosofía escéptico-empirista es ridiculizada en vista de que el «sentido común» de la escuela escocesa sirve para comprar longanizas (las «longanizas», desde luego, son ridículas también de suyo). El positivismo y consiguiente anti-idealismo del marqués fundamenta una sabiduría tonta: la de los metros cúbicos de un teatro.

    Sabemos que empirismos y positivismos siempre fueron objeto de la burla clariniana. Acerca de los ejemplos citados, podrá decirse: «son filosofías respetables puestas en boca de necios». Pero debe notarse Jo fácilmente que se convierten en necedades, el especial encono con que Clarín nos revela las «ridículas consecuencias» de semejante tipo de opiniones (también don Pompeyo Guimarán, leyendo a Comte, decide ser comtianamente «altruista» ... y, en efecto, «se pasó la vida metiéndose en lo que lo no le importaba»).

    Eso no quiere decir, sin embargo, que Clarín menosprecie siempre el «conocimiento positivo» de los hechos; no todos los hechos son ridículos. Hay momentos en que cierta actitud «positivista», pese a todo, parece estar siendo defendida a través de la exposición de algunos rasgos del comportamiento de Frígilis:

    «Nada de «grandes síntesis», de cuadros disolventes, de filosofía panteística (recuérdese que a Frígilis le llaman «panteísta» sus necios conciudadanos); pormenores, historia de los pájaros, de las plantas ( ... ) la experiencia de la vida natural llena de lecciones de una observación riquísima».

    ¿Es que el antipositivista Clarín propone aquí el elogio de una posición antimetafísica, como el marqués de Vegallana, pero ahora desde su lugar superior, coincidiendo así, al menos en parte, con el ideario positivista? La simpatía hacia Frígilis parece ir por ahí. Sin embargo, Clarín se encarga, en otro lugar de La Regenta, de ridiculizar la actitud antimetafísica, contagiándola de tontería a través del materialismo de don Alvaro:

    «Empezó por aprender que ya no había tal metafísica (la lección positivista-materialista), idea que le pareció excelente, porque evitaba muchos rompecabezas ( ... ) También leyó a Moleschott y a Virchow traducidos, cubiertos de papel color de azafrán. No entendió mu-

  • --------------- Clarín---------------

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    ' . i 1 1 I' \,1, \:

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    Ilustración de «La Regenta»: Ana Ozores en su época de beata.

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  • -�------------------Clarín--------------------

    cho, pero se iba al grano: todo era masa gris; corriente, lo que él quería».

    Con indudable talento, Clarin proyecta la vulgaridad de leer algo «traducido» y «cubierto de papel color de azafrán» sobre las opiniones de don Alvaro. Pero, ¿de don Alvaro, o del propio materialismo? Eso queda un poco ambiguo. A don Alvaro le sirve la crítica a la metafísica para el mejor despliegue de sus talentos eróticos: cuando sus queridas no creen en la metafísica «a él le va mucho mejor con ellas» ... Hay sin duda ahí una implícita, pero clarisima, censura moral: «funestas consecuencias del materialismo» podria ser su rúbrica. (De hecho, Clarin deja asomar en varias , ocasiones su censura moral hacia una educación «progresista»: recuérdese que, cuando don Carlos Ozores justifica su liberalismo pedagógico para con su hija Ana diciendo «yo quiero que mi hija sepa el bien y el mal para que libremente escoja el bien; porque si no, ¿qué mérito tendrán sus obras?, Clarin apostilla por su cuenta: «sin embargo, si su hija fuese funámbula y trabajase en el alambre, don Carlos pondría una red debajo, aunque perdiese mérito el ejercicio», dando por consabido que la metáfora circense descalifica obviamente, por insensato y estúpido, el proyecto «liberal» de don Carlos). Quiero decir que, al menos, con otra ideología, don Alvaro no podria «justificar» lo que justifica. De un modo semejante, el positivismo, al tratat con hechos, ocasiona -de un modo censurable- el tratamiento de hechos tan tontos como maridos cornudos, longanizas y cosas así: algo hay en la filosofía positivista que se deja fácilmente contagiar de estupidez.

    Pero entonces, ¿por qué los «hechos» de que se ocupa Frigilis ya no son, al parecer, ridículos? Cuando Clarín elogia (porque se trata de un claro elogio «salvador del personaje») el sentido de la observación y la experimentación de Frígilis, no recurre al panteísmo para justificarlo -porque eso seria, a su vez, romanticismo vulgar, idealismo trivial en que un intelectual avisado no debe caerpero sí acude a un trámite ennoblecedor de ese aparente culto a los hechos -ennoblecimiento que lo distingue del prosaico positivismo, sin ser tampoco pretencioso y vulgar panteísmo-, a saber, un «amor a la Naturaleza», a la vez espontáneo y distinguido. Elevar ese amor a la naturaleza a la categoria de teoría sistemática seria también ridículo (seria teoria filosófica germánica: la del krausismo, primero aceptado y luego repudiado, como en el cuento Zurita, por Clarin); sin embargo, tal amor es quien dignifica la actitud de Frígilis, haciéndolo pasar de puro positivismo, de culto a los petits faits, hacia algo más elevado ...

    A través de estos ejemplos podemos empezar a entender esa neutralidad a que aludíamos, al principio, como caracteristica del tono ideológico de La Regenta. Clarin consigue un distanciamiento critico desde una posición de superioridad que, en último término, recurre como trámite lógico-retó-

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    rico a la negación conjunta. «Ni esto ni aquello», a secas, sino -se sobreentiende- algo menos vulgar que una opción determinada, y más sutil. .. Esta filosofía del «ni ... ni», representativa del espíritu crítico de una pequeña burguesía intelectual especialmente bien situada para ver lo estúpido de las posiciones «unilaterales», posee el incentivo de instalar automáticamente a sus cultivadores en un punto de vista exterior y superior a los hechos, punto de vista desde el cual se aprecia la estupidez de quien cree, unilateralmente, en algo.

    Tal superioridad se exhibe en la sátira (y así, en Madame Bovary, el progre imbécil -el topicómano boticario Homais- es tan imbécil, efectivamente, como los reaccionarios: ni una cosa ni la otra). La sátira permite, junto con la reducción psicológica, que una novela muestre, sin explicitar las razones de las criticas, la simultánea insuficiencia de A y no-A (y de ahí la utilidad del género «novela psicológica»). Basta con desvelar los mecanismos psicológicos de adhesión a una opinión y a su contraria para revelar que todas las opiniones pueden surgir de procesos psicológicamente bastardos y, entonces, todas valen lo mismo, es decir, nada. Sólo vale la posición superior del que ironiza sobre todas las opiniones, y que por eso tiene el privilegio de hacer pasar por respetable -cuando habla en nombre propio- una tesis queacaba de ser declarada estúpida en boca de quien«se la cree» en directo, de modo tonto e ingenuo.La eficacia de la retórica humoristico-satírica radica en que no necesita dar razones de la estupidez -meramente las consabe-; por el hecho dedarse cuenta de los mecanismos a través de los cuales se cree en algo, es superior a la creencia, y, en principio, no tiene por qué adherirse a esto ni a aquello.

    ¿Puro escepticismo, entonces, sin más? Pero en La Regenta, como en Clarin en general, el escepticismo de fondo, expresado en la sátira neutralizadora, en la igualación psicológica de las opiniones, cuenta con una especie de relleno positivo -veremos hasta qué punto «positivo»- a su puranegatividad. La comprensión de las contradicciones desde un «ni ... ni», que hace de la oposiciónde las opciones algo insoluble, intenta ser mitigadamediante un procedimiento ecléctico de fingidasuperación (que no es sino yuxtaposición); eclecticismo que es otra forma del escepticismo. Laexpresión más notable de ese «relleno» aparentemente positivo acaso venga dada, en La Regenta, por personajes como Frígilis o el obispo Fortunato.

    Ambos pueden (y suelen) insertarse en la famosa cuestión de la preferencia de Clarín por lo natural frente a lo artificial, tan a menudo destacada por la crítica. Preferencia por la vida frente al sistema: caridad más bien que teología (Fortunato), o contacto con la naturaleza más bien que teoria abstracta (Frigilis). Lo vital es, en La Regema, valor eminente. El propio Magistral es des-

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    Ilustración de «La Regenta»: Cavilaciones de D. Alvaro Mesía.

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    crito con simpatía cuando renuncia a la sequedad de la fórmula para entregarse a la vida:

    «Se acordaba de las dudas de los filósofos y de los ensueños de los teólogos y le daban lástima ( ... ) La filosofía era una manera de bostezar. La vida era lo que sentía él, que estaba en el riñón de la actividad, del sentimiento».

    Y las crisis de Ana Ozores, centrales en la novela, son descritas en términos de «vida = bien», «no-vida = mal». Así, el misticismo morboso de Ana

    « . •. prolongaba cuanto podía aquel estado; tenía horror al movimiento, a la variedad, a la vida».

    Y sus liberaciones pasan por términos como éstos:

    « . . . la plasticidad de los cuerpos era una especie de bienestar de la materia, una prueba de la solidez del Universo; y Ana se sentía bien en medio de la vida... (y, por consiguiente): .. . empezó a olvidarse algunas noches de la lectura de santa Teresa».

    Si quisiéramos dar una expresión definitiva del ideal «vitalista» de La Regenta, acaso no hallaríamos texto mejor que el pensamiento de Ana referido a Frígilis:

    «Ana envidiaba en tales horas aquella existencia de árbol inteligente»

    «Arbol inteligente». Ni empirismo ni metafísica; ni naturaleza a secas ni cultura a secas. Pero entonces, para que no haya sólo negación, una posición intermedia como ideal de vida superior. Parecemos estar, avant la lettre, ante el tema orteguiano de la razón vital. Pero, como quizá después en Ortega, el tema aparece en Clarín como desiderátum: la sátira psicológica del «ni ... ni» nos da contradicciones insolubles, y el deseo de resolverlas nos hace ofrecer una yuxtaposición de rasgos -que en eso consiste el vitalismo del «árbol inteligente»- como si fuera una solución superadora.

    Considerar la solución de Frígilis como el relleno positivo del escepticismo de La Regenta no es, creemos, interpretar abusivamente. El propio Clarín nos dejó el apólogo de «El sombrero del cura» para informarnos de sus ideas al respecto: el famoso sombrero -un sombrero ecléctico- del cura de la Matiella, que parecía estar siempre fuera de moda porque estaba, «en realidad», por encima de las modas. Eso opinó Clarín de su propio pensamiento. Y en La Regenta derrochó ingenio para hacernos ver la estupidez de una posición y de su contraria, y la inteligencia profunda de quien, desde la aspiración a la vida,ironiza y satiriza sobre todas las opiniones. Pero quizá ese vitalismo encubre mal una profunda agonía escéptica, y de eso tienen experiencia sobrada muchos intelectuales españoles, aunque éste, sin duda, sería ya otro tema.

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    No qms1era concluir -uno escribe desde Oviedo, lo que no es indiferente- sin insistir en que esa actitud clariniana no está muerta. Juan Cueto decía en una ocasión que La Regenta, más que «reflejar» Oviedo, lo había en cierto modo creado: que, tras la novela, la realidad se había empeñado en parecerse a la ficción. En todo caso, cuando en esos restos de ficción que son las tertulias ovetenses -quizás sólo aparentemente realesel contertulio de turno ridiculiza una opinión o una conducta cualquiera, con mucha gracia, mediante el procedimiento de mostrar que sabe, que se dacuenta de qué se trata (y lo mismo haría ante la opinión o conducta contrarias), exhibe la sabiduría superior según la cual criticar es dar por consabido algo; y el mero hecho de poder catalogarsignifica ya minusvalorar... Esta al parecer suprema sabiduría crítica, tan alabada como vacuna contra dogmatismos, ¿no esconderá también en el fondo una agonía escéptica que nos hace tan peculiarmente incapaces para la acción? No sin hipérbole, Byron culpaba a Cervantes de la decadencia española: su burla del espíritu caballeresco habría paralizado, con el temor al ridículo, la capacidad de actuar ...

    «and therefore have his volumes done such harm, that all their glory, as a composition, was dearly purchased by his lana' s perdz--tion».

    La pervivencia del paralizante espíritu de sátira clariniano, con su neutralidad, ¿será culpable de nuestra inteligente parálisis? Se dirá que hay hipérbole en esto, como en Byron. Pero a � veces la sospecha ronda: ¿ seremos un • � género literario, unos tópicos de retórica? ...,..

    Dibujo de Sáez.