31413675 La Democracia de Una Crisis a Otra Marcel Gauchet

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  • 7/30/2019 31413675 La Democracia de Una Crisis a Otra Marcel Gauchet

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    La democracia:

    de una crisis a

    otraEdicin y traduccin de Vctor Eremita

    MARCEL GAUCHET

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    LA DEMOCRACIA:

    DE UNA CRISIS A OTRA

    Marcel Gauchet

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    Este texto es fruto de una conferencia impartida en el Liceo David dAngers,

    en Angers, el 8 de junio de 2006, invitado por la Socit Angevine de

    Philosophie.

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    NDICE

    Prefacio

    IntroduccinQu crisis?

    La autonoma moderna

    El hecho liberal

    La primera crisis de la democracia

    La sntesis liberal-democrtica

    La expansin de la autonoma

    La democracia de los derechos humanos

    Una democracia mnima

    Una crisis de cimientos

    Hacia la recomposicin

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    PREFACIO

    Este pequeo libro resume de manera sinttica la sustancia de los anlisis

    desarrollados en los cuatro volmenes de Lavnement de la dmocratie, cuyos dos

    primeros volmenes acaban de ser publicados en la editorial Gallimard (La

    Rvolution moderne y La Crise du libralisme, 1880-1914).

    Sita la actual crisis de la democracia en el marco de una primera crisis de

    crecimiento de la misma al comienzo del siglo XX, y que culmin en los asaltos

    del totalitarismo durante los aos 30. Mientras que las reformas y la excepcional

    expansin tras 1945 permitieron superar dicha situacin y dar pie a la

    estabilizacin de nuestros regmenes, a juicio del autor hemos entrado, a partirde los aos 70, en un nuevo ciclo crtico. De este modo, Marcel Gauchet sugiere

    que en las circunstancias actuales acontece algo as como una segunda crisis de

    crecimiento de la democracia, directamente relacionada con el proceso de

    profundizacin de los principios democrticos que ocasiona, fruto de la ruptura

    de los equilibrios establecidos entre la poltica, el derecho y la historia, un

    fenmeno totalmente nuevo: el hecho de que la democracia resulte

    ingobernable en nombre de la democracia la democracia contra s misma-.

    Este anlisis en profundidad de la situacin de la democracia no slo est

    destinada a aclarar a los ciudadanos. Es el medio para esclarecer desde su

    interior la composicin de este rgimen mixto de un tipo indito que es en

    verdad la democracia de los Modernos.

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    INTRODUCCIN

    Las siguientes reflexiones son fruto de un ejercicio peligroso pero

    indispensable: el esclarecimiento de la coyuntura histrica en la que estamosinmersos, la orientacin en la oscuridad del tiempo futuro en trance de estar

    gestndose. Tienen por objeto caracterizar la situacin de crisis que actualmente

    sufren las democracias. A tal fin, pretenden poner en perspectiva esta situacin

    actual tomando como punto de referencia una situacin previa de crisis de la

    democracia, de tal forma que el paralelismo permita destacar los rasgos

    originales de nuestra situacin sobre el fondo de las notas comunes a ambas

    crisis.

    No es este el lugar para examinar las dificultades que un planteamiento de

    esta naturaleza plantea, pues son patentes; me limitar a insistir sobre su

    necesidad, una necesidad que a mi parecer no es suficientemente sentida.

    Cmo avanzar sin saber dnde estamos? Cmo actuar si no analizamos el

    movimiento que nos arrastra? Por grandes que sean los riesgos de una empresa

    de esta ndole, no podemos por menos que acometerlos. Por lo dems, resultaigualmente cierto que habitualmente uno se entrega a ellos a pesar suyo, de

    manera subrepticia y vergonzosa, como si el hecho de abandonarnos a la queja,

    casi sin saberlo, nos previniese contra dichos peligros. Nosotros, por contra,

    acometeremos esta empresa conscientes plenamente tanto de sus lmites como

    de la imposibilidad de superarlos.

    La ambicin de la empresa no es slo cvica, esto es, no slo pretende

    alertar a los ciudadanos; tambin es de ndole filosfica en tanto en cuantopostula que el anlisis de esta situacin abre paso a una comprensin ms

    profunda de la democracia. As sucedi en el pasado con ocasin del anlisis de

    los fenmenos totalitarios, sntomas principales de la primera gran crisis de las

    democracias. Dichos estudios dieron pie a una comprensin renovada, por

    contraste, del fenmeno democrtico. Algo parejo sucede en la nueva

    circunstancia, esencialmente diferente de la precedente, y cuyo

    desenvolvimiento arrastra hoy en da a las democracias. Dicha circunstancia

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    pone de manifiesto, a poco que sepamos descifrarla, dimensiones de la libertad

    de los modernos cuya relevancia habamos captado hasta la fecha de manera

    muy imperfecta.

    Mi argumentacin se organizar en torno a tres tesis:

    1. Nos encontramos ante una crisis de creencia en la democracia, una crisis

    de creencia que no es la primera en su gnero sino la segunda.

    2. Esta crisis presenta como nota especfica el hecho de que se traduce en la

    autodestruccin de los fundamentos de la democracia.

    3. Esta crisis corresponde a una crisis de composicin del rgimen mixto en

    que fundamentalmente consiste la democracia liberal de los modernos.

    QU CRISIS?

    A qu nos referimos cuando hablamos de una crisis de creencia en la

    democracia?

    La nocin no es evidente de suyo, cosa de lo cual soy consciente. Puede

    parecer una imagen mediocre, una analoga vaga, en el mejor de los casos, fruto

    de la asociacin del sentido vago de la tan manida palabra crisis con lo

    inadecuado del trmino creencia.

    Es cierto que la invocacin permanente, desmesurada, del vocablo crisis

    ha embotado de manera considerable su alcance. Qu no est en crisis? El uso

    del trmino crisis apenas es otra cosa que una manera perezosa de poner

    nombre a unos cambios cuyo sentido se nos escapa. Por aadidura, su

    aplicacin a la democracia presenta una dificultad particular, puesto que la

    democracia es por definicin el rgimen en el que se suceden, sin solucin de

    continuidad, el desacuerdo, la protesta y la puesta en entredicho de las

    situaciones fcticas. Dnde comienza o se pone trmino a la crisis fruto de la

    oposicin de opiniones, del antagonismo de los intereses, de la inestabilidad de

    los poderes electos, de la protesta de los representados o de la reivindicacin de

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    independencia de los individuos con relacin al orden colectivo, cosas todas

    ellas inherentes al funcionamiento de un sistema de libertad? No hay que ser

    muy hbil para acabar argumentando que la nocin puede darse por

    desterrada, puesto que la pretendida crisis es, de hecho, el estado habitual de lademocracia.

    Estos obstculos, ciertamente muy reales, no deben constituir sino una

    invitacin suplementaria al rigor. Necesitamos un concepto para aprehender los

    desequilibrios que pueden afectar al funcionamiento, esto es, a la existencia de

    esas organizaciones por esencia inestables que son las reuniones humanas: su

    propiedad ontolgica no es otra que ser estructuras segn la multiplicidad y la

    contradiccin. No encontramos un trmino alternativo a este de crisis que

    pueda desempear dicha funcin. Supuesto esto, no se trata sino de justificar su

    uso en cada caso, en funcin de la gravedad de la perturbacin existente de

    facto y del carcter intrnseco de los factores operativos. Se puede hablar de una

    crisis de la democracia, por tomar nuestro problema como ejemplo, cuando

    una fraccin importante de los ciudadanos llega a rechazar el principio de sus

    instituciones y apoya a partidos combativos que ambicionan establecer un

    rgimen alternativo, como sucedi en la poca de los totalitarismos. El

    problema no radicara en la inteleccin de un supuesto estado normal de la

    democracia a fin de acomodarse al mismo. Se tratara, por contra, de

    desentraar las frustraciones y demoras suscitadas por el desenvolvimiento del

    universo democrtico, y que cristalizaron, en un momento dado, en esos

    proyectos de ruptura.

    Es posible que alguien me conteste: tal vez sea as, pero cmo hablarentonces de crisis hoy en da, cuando semejantes fuerzas adversas ya no

    existen, cuando la democracia ya no tiene enemigos dentro de s, o incluso

    cuando la adhesin a su principio es la nota distintiva del espritu de nuestro

    tiempo? Este es el momento propicio para refinar nuestro concepto de crisis,

    que no se confunde ni con la presencia paralizante de oposiciones abiertas, ni

    con la existencia de simples disfunciones. El hecho de que la democracia ya no

    tenga enemigos declarados no impide que sea vea agitada por una adversidad

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    ntima, ignorada como tal, pero no menos temible en sus efectos. El hecho de

    que ya nadie se proponga derribar la democracia no empece para que se vea

    amenazada insidiosamente con la prdida de su efectividad. Ms an: si su

    existencia queda fuera del alcance de la crtica, la forma en que sus actores lacomprenden tiende a disolver las bases sobre las que reposa su funcionamiento.

    Aunque parezca imposible, crisis, haberla la hay, en el rigor del trmino, en el

    sentido de una puesta en cuestin de la realidad de la democracia desde dentro,

    a partir de los datos mismos que presiden su marcha. Lo que sucede es que la

    naturaleza del proceso es completamente ms sutil que los asaltos del pasado,

    de igual modo que sus resortes son ms difciles de identificar.

    Por qu, a fecha de hoy, hablamos de manera ms precisa de crisis de

    creencia, expresin analgica, convengo en ello, cuyas connotaciones pueden

    dar pie a que parezca que se flirtea peligrosamente con una vieja teora del

    organismo social que ya no es de recibo? Aun a riesgo de tal -un riesgo por

    otra parte fcil de descartar-, me parece que la imagen tiene la virtud de captar

    la atencin sobre el tipo de historicidad en el que nos encontramos. No se trata

    en este caso de vicisitudes de la democracia a travs del tiempo, de su historia

    externa; se trata de su historia interna, de la afirmacin progresiva de su

    principio, del despliegue de su frmula, de su desenvolvimiento en una

    palabra. Desenvolvimiento que no tiene nada que ver con el crecimiento de un

    organismo, as entendido, sino que procede de un proceso endgeno de

    expansin y de explicacin cuya dinmica es imprescindible que captemos. En

    ausencia de una palabra propia en el registro social, el trmino crecimiento

    me parece que aporta una aproximacin aceptable. Las trasformaciones de lademocracia proceden de algo as como un crecimiento, y este crecimiento,

    precisamente porque no es de naturaleza orgnica, entraa llegado el caso

    desequilibrios profundos que ponen en peligro su existencia, por una razn u

    otra.

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    LA AUTONOMA MODERNA

    Esta esencia dinmica del fenmeno democrtico slo es plenamente

    inteligible si la referimos a su origen. La democracia de los modernos no secomprende, en ltima instancia, sino como la expresin de la salida de la

    religin, es decir, del paso de una estructuracin heternoma del corpus

    humano-social a una organizacin autnoma1. Ella representa, para ser ms

    precisos, la formalizacin poltica de la autonoma del corpus humano-social.

    Tal es la definicin ms global y exacta que podemos dar de democracia. Salvo

    que dicha autonoma no sea ms que una idea abstracta que uno pudiese

    considerar como adquirida de una vez por todas. La autonoma es una manerade ser de lo ms concreta que se forma y se afirma a lo largo de la duracin

    temporal, al mismo tiempo que se opera el desgarramiento multisecular de la

    estructuracin religiosa del mundo. Las cosas seran simples si la autonoma no

    fuese ms que un principio; pero ella constituye, de manera ms fundamental,

    un modo de despliegue del ser-con-otros. El proceso de salida de la religin es

    un proceso de materializacin de la autonoma que pasa por la reforma del

    conjunto de los mecanismos organizadores de las comunidades humanas. De

    ah que el curso de esta aventura se vea jalonado de sorpresas de manera

    permanente. Conocemos los principios de memoria, pero los rostros efectivos

    que acaban tomando no cesan de desconcertarnos. Por este mismo motivo, los

    problemas relacionados con el dominio de los instrumentos de nuestra libertad

    se nos plantean de manera regular al final de este camino. La paradoja radica en

    que las encarnaciones de la autonoma amenazan constantemente con escaparde nuestras manos.

    As pues, es menester que volvamos nuestra atencin a este movimiento

    de concretizacin a fin de que podamos calibrar las dificultades que encuentra

    el avance de la democracia a lo largo de su recorrido. El paso previo consiste en

    1Vid. a este respecto las siguientes obras de Marcel Gauchet:El desencantamiento del mundo, Trotta, Madrid, 2005;Lo religioso despus de la religin, Anthropos, Barcelona, 2007; Un monde dsenchant?, Les ditions de lAtelier,Pars, 2004. [N. del T.]

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    comprender lo que significa en la prctica la autonoma como manera de ser de

    las comunidades humanas.

    Resumiendo cinco siglos en algunas frases, esta materializacin de la

    autonoma -concomitante a la salida de la religin- se ha efectuado en tresoleadas; se ha formalizado en tres vectores sucesivos: lo poltico, el derecho y la

    historia.

    La materializacin de la autonoma se traduce, en primer lugar, en el

    advenimiento de un nuevo tipo de poder, que sustituye al antiguo poder

    mediador por el que se operaba la conjuncin entre lo de aqu abajo y lo de ms

    all, la sujecin del orden humano a su fundamento trascendente. Este nuevo

    poder recibe el nombre de Estado, y su originalidad radica en funcionar,

    siempre y en todo caso, como aqul elemento que opera la escisin entre el cielo

    y la tierra, siendo el responsable de la inmanencia de las razones que presiden

    la organizacin del cuerpo poltico. La esencia de la poltica moderna reside en

    la existencia de este condensador de la autosuficiencia del aqu-abajo.

    En segundo lugar, el proceso de la salida de la religin se debe a la

    invencin de un nuevo tipo de vnculo entre los seres, con arreglo a la

    configuracin de un nuevo principio de legitimidad en el seno del cuerpo

    poltico. La jerarqua que vincula los seres sobre la base de su desigualdad, de

    su diferencia por naturaleza, refractando a todos los niveles del cuerpo social la

    relacin de dependencia de lo natural con relacin a lo sobrenatural, es

    sustituida por este nuevo vnculo basado en la igualdad de derechos entre los

    individuos y el contrato firmado entre ellos en base a su igual libertad de

    origen. Esta redefinicin del soporte de las relaciones entre los seres se enmarcaad intra de una trasformacin ms amplia de los fundamentos del derecho en

    general. La fuente del derecho estaba en Dios; posteriormente se desliza hacia la

    naturaleza y, de manera ms precisa, hacia el estado de naturaleza, hacia el

    derecho que originariamente ostentan los individuos: el hecho de su

    independencia primordial. La legitimidad de la autoridad pblica y de la

    organizacin del cuerpo poltico deja de ser trascendente. Dicha legitimidad ya

    slo puede emanar del acuerdo permanente entre los individuos que componen

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    el cuerpo poltico y que ponen en comn, contractualmente, los derechos de los

    que cada uno dispone en propio o de suyo. Esta y no otra es la revolucin de

    origen y la naturaleza del derecho que ha hecho del derecho moderno -

    convertido por esencia en derecho de los individuos- un vector de laautonoma.

    En tercer lugar, el proceso de salida de la religin ha acontecido,

    finalmente, debido a la inversin de la orientacin temporal de la actividad

    colectiva. A contrapelo de la obediencia incondicional al pasado fundador y de

    la dependencia respecto a la tradicin, la historicidad de los modernos proyecta

    a la humanidad hacia delante en aras de la invencin de su futuro. Este tipo de

    historicidad sustituye la autoridad del origen, fuente del orden inmutable

    llamado a reinar entre los hombres, por la auto-constitucin del mundo

    humano en el transcurso temporal, orientado hacia el futuro. Es lo que

    podemos denominar la orientacin histrica, tercer vector de la autonoma

    humana, puesto que a travs de ella la humanidad acaba por producirse

    deliberadamente a s misma en el tiempo.

    La historia de la modernidad es, en el sentido ms profundo del trmino,

    la historia del despliegue sucesivo y de la conjugacin progresiva de estos tres

    vectores de la autonoma. Evidentemente, no se trata en ninguno de estos tres

    aspectos de un surgimiento instantneo, sino de una expresin que toma

    cuerpo poco a poco, de una lenta expansin que desplaza y hace aicos poco a

    poco los mecanismos poderosamente constituidos por la estructuracin

    heternoma. Vemos as como la lgica inmanente del Estado se abre paso sobre

    la base de la lgica de la monarqua sagrada a la que estuvo asociada desde unprincipio, hasta que la abstraccin de la cosa pblica acab por destronar la

    personificacin real del poder. Poco a poco, de manera semejante, la

    redefinicin del derecho en el seno del cuerpo poltico sobre la base de los

    derechos individuales revela su alcance democrtico. La libertad del estado de

    naturaleza no puede acabar sino imponindose en el estado de sociedad. De

    igual modo, la orientacin histrica se hace cada vez ms profunda con el

    discurrir progresivo de un basculamiento cada vez ms pronunciado hacia el

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    futuro y de una extensin de la accin determinada por su perspectiva. Es lo

    que comnmente denominamos la aceleracin de la historia, expresin poco

    acertada de cara a una percepcin ajustada de las cosas. Existe por tanto un

    crecimiento, en el sentido de una expresin dilatada sin cesar de estas nuevasarticulaciones de la experiencia colectiva, a medida que se afloja la opresin del

    antiguo modelo de organizacin segn el poder de los dioses, la autoridad del

    todo y la dependencia con relacin al pasado.

    Desde un principio, este inventario dinmico de componentes de la

    modernidad comprendido como materializacin de la autonoma hace patente

    aquello que fundamentalmente va a diferenciar la democracia de los Modernos

    de la democracia de los Antiguos. La democracia de los Modernos est

    suspendida de tres nociones preliminares o dimensiones ajenas al poder en

    comn de la ciudad antigua: ella se sirve del subterfugio del Estado; reposa

    sobre el derecho universal de los individuos; se proyecta en la auto-produccin

    colectiva. Tres nociones preliminares o dimensiones que aaden una gama de

    problemas inditos con relacin a los que conocieron los Antiguos.

    El desarrollo y los problemas de la democracia moderna deben ser

    analizados a la luz del establecimiento de estos tres vectores. Estos problemas

    se reducen desde el principio a la cuestin del gobierno de la autonoma o, si se

    prefiere, del dominio de los vectores de la autonoma. El Estado procura a la

    comunidad humana los medios para su autonoma; hace falta todava que los

    sepa utilizar, los domine y no se deje conducir por ellos. El individuo de

    derecho da cuerpo al fundamento autnomo de la comunidad humana; hace

    falta todava construir el poder correspondiente a esa libertad contractual de losindividuos, contra la dispersin y la disolucin del poder comn que ella puede

    entraar. Entre el retorno tirnico de la libertad de los Antiguos y la impotencia

    anrquica de las libertades privadas, la va es estrecha. La historia, en fin de

    cuentas, la orientacin histrica, hace de la autonoma algo ms que la

    capacidad de darse su propia ley. Ella la eleva al rango de constitucin concreta

    de s misma. Hace falta todava gobernar esta produccin de s mismo, que

    puede desembocar en el ms enloquecedor de los desposeimientos. Hacerse a s

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    mismo ignorando lo que se hace, no supone esto acaso el smmum de la

    alienacin, del hacerse extrao a s mismo? Ahora bien, este es el peligro que

    corre una humanidad lanzada a la conquista del futuro: corre el riesgo de

    perderse.En la prctica, los problemas actuales de la democracia de los modernos se

    reducen principalmente al ajustamiento, a la articulacin o a la combinacin de

    estas tres dinmicas de la autonoma: poltica, jurdica e histrica. Una tarea

    erizada de dificultades, pues estas tres dimensiones definen cada una de ellas

    una visin autosuficiente de la condicin colectiva y tienden a funcionar por su

    propia cuenta, excluyendo a las otras. Esta es la razn por la que al principio de

    estas lneas evocaba el renacimiento del problema del rgimen mixto. Dicho

    problema se plantea en trminos que no tienen nada que ver con los de la

    mezcolanza y equilibrio entre la monarqua, la aristocracia y la democracia,

    problema, como se sabe, liquidado en la edad moderna debido a la irrupcin

    del rgimen contractualista y la composicin del cuerpo poltico a partir del

    derecho de los individuos. Ello no impide que la democracia moderna sea un

    rgimen mixto, cuya vida gira en torno a la conjugacin ms que problematica

    de sus componentes. Nada hay ms laborioso que mantener unidos y procurar

    que marchen de concierto estos tres ingredientes: los imperativos de la forma

    poltica, las exigencias del individuo de derecho y las necesidades de la auto-

    produccin futurista. La discordia es ms comn que la armona. He aqu el

    dilema y el foco de tensin permanente de nuestros regmenes.

    EL HECHO LIBERAL

    Entre estos tres vectores de la autonoma, el ms espectacular en base a su

    poder de arrastre es el tercero y ltimo en acontecer: la orientacin histrica. A

    l se deben los cambios ms rpidos e inmediatamente sensibles, puesto que su

    naturaleza no es otra que la valoracin del cambio. La orientacin histrica se

    instala entre 1750 y 1850, desde la apertura de la perspectiva del progreso hasta

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    la toma del poder por las consecuencias que se derivan de la revolucin

    industrial. En funcin de dicha orientacin se establece la dimensin de

    nuestros regmenes que nos es ms familiar, su dimensin liberal.

    Es posible, ciertamente, concebir la democracia sobre la nica base delderecho. Los principios del derecho de los modernos, tal como quedan

    circunscritos desde su origen, bastan para dar una definicin completa de la

    misma. La fuerza de las revoluciones del derecho natural a finales del siglo

    XVIII, en Estados Unidos y Francia, dan pie a ello, unas revoluciones con las

    que nuestros regmenes mantienen un vnculo genealgico directo. No

    obstante, esta perspectiva resulta en parte engaosa, en la medida en que

    enmascara el trabajo de reinterpretacin del derecho natural a la luz de la

    historia que ha presidido la formacin de los regmenes representativos tal

    como los conocemos. La orientacin histrica es la que ha conferido su sello

    especfico a la organizacin poltica liberal que practicamos.

    El balanceo hacia el futuro entraa, en efecto, una reorganizacin

    completa de la ordenacin de las sociedades. Dicha reorganizacin trae consigo,

    en primer lugar, un descubrimiento de la sociedad en tanto que asiento de la

    dinmica colectiva y fuente del cambio; en segundo lugar, legitima tal cosa

    llevando a cabo la emancipacin de la sociedad civil respecto al Estado; y en

    tercer lugar conduce a la locura una inversin de signo en las relaciones entre el

    poder y la sociedad. El punto de vista de la auto-constitucin de la humanidad

    en el tiempo se revela portador de una poltica de la libertad. El primer artculo

    de esta poltica es que hay que dejar libre a la sociedad en tanto en cuanto ella

    constituye el verdadero motor de la historia. El segundo afirma que es menesterdejar libres a los individuos, por los mismos motivos, ad intra de la sociedad, en

    tanto que actores de la historia. El poder, en un marco tal, ya no puede ser

    considerado como la causa de la sociedad, como la instancia encargada de

    hacerla existir mediante su ordenacin, ya sea a travs de la refraccin de un

    orden trascendente o bien a ttulo de administracin de sus necesidades

    internas. El poder es considerado como efecto de la sociedad. El poder ha sido

    segregado por la sociedad y no tiene otro papel que cumplir las misiones que

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    ella le encomiende. En una palabra, su sentido no es otro que representarla. Una

    tarea de representacin cuyo desempeo ser mejor por parte del poder en la

    medida en que la sociedad sea explcitamente reconocida y el poder sea

    designado de manera ms libre por la colectividad.Propongo denominar inversin liberal a esta redefinicin de las relaciones

    entre poder y sociedad que da origen al gobierno representativo en su sentido

    moderno. En este caso ya no se trata de asociar la mejor parte del cuerpo social

    al poder, como suceda en la representacin medieval; de lo que se trata en este

    caso es de trasformar el poder en expresin de la sociedad, en la medida en que

    esta ltima constituye el centro de la creacin colectiva.

    Del mismo modo, propongo calificar como hecho liberal a este

    reconocimiento prctico de la independencia de la sociedad civil y de la

    iniciativa de los actores de la sociedad civil, o, para darle una formulacin que

    resalta de entrada su carcter revolucionario, a este reconocimiento de la

    prioridad y primaca de la sociedad civil sobre el gobierno poltico un

    reconocimiento que supone como consecuencia la admisin de la esencia

    representativa de la legitimidad poltica-. Slo la justa traduccin de las

    necesidades de la sociedad puede dar pie a un gobierno legtimo, sea cual sea

    su forma institucional.

    Decimos que es un hecho porque, independientemente de la ideologa

    liberal, esta primaca de la sociedad constituye objetivamente la articulacin

    central de la sociedad de la historia. Entendemos por tal la sociedad que no slo

    se comprende como histrica, sino que se organiza como histrica. La ideologa

    liberal no es ms que una lectura entre otras posibles de este hecho y de losresultados polticos que conlleva.

    Dicho de otro modo: nuestras sociedades estn dotadas de una estructura

    liberal en funcin de su orientacin histrica, de su prosecucin de la autonoma

    por medio de su trabajo de trasformacin y de produccin por s mismas.

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    LA PRIMERA CRISIS DE LA DEMOCRACIA

    Bajo el signo liberal, la democracia entra poco a poco en las sociedades

    europeas a lo largo del siglo XIX, segn un proceso que puede resumirse en laextensin democrtica del gobierno representativo gracias al sufragio universal.

    El gobierno representativo se apropia en un principio de una versin elitista,

    reservando el desempeo del inters colectivo a la deliberacin de los ms

    responsables y clarividentes. Pero, puesto que a partir de sus propias premisas,

    el rgimen liberal est avocado segn la historia a desarrollarse en forma de

    liberalismo democrtico, sguese de aqu que cada actor acaba por ser

    reconocido como el mejor juez de sus intereses y que la representacin esjuzgada tanto ms eficaz cuanto mayor es el nmero de actores de la historia

    comn. Esta democratizacin irresistible de los regmenes representativos es la

    que efectivamente va a triunfar en torno a 1900.

    Al mismo tiempo, este advenimiento del gobierno liberal-democrtico va

    a venir acompaado de una crisis que puede ser reconocida como la primera

    crisis de crecimiento de la democracia, con los caracteres distintivos que

    dimanan del hecho de que se trata de una crisis de implantacin. Dicha crisis se

    incuba y se perfila a lo largo del periodo-bisagra que va de 1880 a 1914, y

    acabar explotando poco despus de la primera guerra mundial para culminar

    en los aos 30.

    Se trata de una crisis de crecimiento puesto que, por una parte, la

    legitimidad democrtica pasa a formar parte de los hechos e impone el reinado

    de las masas, mientras que, por otra, este avance terico de la autonoma,garantizada por el poder segn el sufragio universal, lejos de desembocar en un

    auto-gobierno efectivo, conduce a una prdida de dominio colectivo. El

    rgimen parlamentario se revela a la vez falaz e impotente; la sociedad, agitada

    por la divisin del trabajo y el antagonismo de las clases, da la impresin de

    dislocarse; el cambio histrico, al mismo tiempo que se generaliza, se acelera, se

    amplifica y se sustrae a todo control. De este modo, en el preciso momento en

    que los hombres no pueden ignorar que hacen la historia, se ven forzados a

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    confesar que desconocen la historia que hacen. No han ganado su completa

    libertad de actores ms que para caer en el caos y la impotencia de unos frente a

    otros. La duda deja insinuar que la salida de la religin podra haber dado

    origen a una sociedad insostenible.Los dos grandes fenmenos polticos del siglo XX -la irrupcin de los

    totalitarismos y la formacin de las democracias liberales- deben ser

    comprendidos a la luz de esta inmensa crisis a la que intentan dar respuesta.

    La alternativa, si la formulamos como una eleccin clara que ciertamente

    no tuvo lugar, es la siguiente: o bien reconquistar y construir el poder

    democrtico como poder de auto-gobierno, en el marco de la sociedad de la

    historia y de sus articulaciones liberales; o bien romper con las articulaciones

    liberales para encontrar de nuevo el dominio del destino colectivo, el poder

    sobre s mismo que es incompatible con esos fermentos de desorganizacin y

    anarqua que son la libertad de la sociedad civil y la libertad de los individuos

    en el seno de la misma.

    A la apertura hacia el futuro, los totalitarismos oponen el establecimiento

    de un rgimen definitivo; sustituyen las vacilaciones asociadas a la

    representacin de la sociedad por la restauracin del primado ordenador de lo

    poltico; en lugar de la desvinculacin entre los individuos, instalan la

    compacidad de las masas o de la comunidad del pueblo. En realidad, regresan,

    o intentan regresar, en un lenguaje laico, a la sociedad religiosa, a su coherencia

    y a la convergencia de sus partes. Seal de ello es que su modelo permaneca

    slidamente implantado en las mentes, pese a su repudio oficial, y continuaba

    imprimiendo la marcha de las colectividades de manera suficiente,presentndose como un recurso en caso de necesidad.

    La historia de la lucha entre las dos opciones es archiconocida, pero logra

    una nueva comprensin una vez resituada bajo esta perspectiva. Los

    totalitarismos tensarn la cuerda en los aos 30, hasta el punto de hacer pensar

    en un tiempo en que la era liberal burguesa tocaba a su fin, desbordada como

    estaba tanto por su izquierda como por su derecha. Posteriormente, tras 1945,

    las democracias liberales supieron transformarse de manera lo suficientemente

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    profunda como para superar estos males que, sin ningn motivo, se haba

    credo que eran incurables. Tiene lugar de este modo, durante una treintena de

    aos que dan pie a su vez a un crecimiento excepcional, una fase de reforma y

    de consolidacin de los regmenes liberales democratizados por el sufragiouniversal que dar origen a las democracias liberales tal como hoy las conocemos.

    Una fase de reforzamiento y de estabilizacin que acabar permitiendo que la

    democracia triunfe sobre los restos de sus viejos adversarios reaccionarios y

    revolucionarios. En 1974 comienza a desencadenarse, con la revolucin de los

    claveles en Portugal, lo que los politlogoshan denominado la tercera ola de

    democratizacin2. Dicha ola ser fatal para las dictaduras que perpetuaban las

    secuelas de los fascismos en el sur de Europa, antes de alcanzar Amrica Latina,

    y tras culminar en la cada de los regmenes que se adscriban al socialismo

    real.

    Pero de manera paralela a esta expansin mundial, y poco despus de la

    misma fecha, los regmenes de la democracia liberal estabilizada entran en una

    fase de trasformaciones internas considerables, trasformaciones que participan

    del movimiento general, puesto que corresponden a una penetracin y a un

    ahondamiento suplementarios de espritu democrtico. Una vez ms hemos

    tenido ocasin de verificarlos, pese a que el avance de la democracia no se

    produce en ningn caso sin que ello entrae dificultades para la propia

    democracia. Esta metamorfosis va a desembocar a lo largo de los aos 90, una

    vez consumado el triunfo de la democracia, una vez que ella se ha impuesto

    como el horizonte insuperable de nuestro tiempo y el nico rgimen legtimo

    imaginable, en una segunda crisis de crecimiento, semejante en su principio a laprimera, pero muy diferente en sus expresiones. Esta similitud entre ambas as

    como sus diferencias es lo que ahora nos queda por clarificar.

    2 Samuel Huntington, The Third Wave. Democratization in the Late Twentieh Centuary, Norma, University ofOklahoma Press, 1991. (La primera ola discurre, segn Hungtinton, de 1918 a 1926, y la segunda de 1943 a 1962.Ambas podran quedar limitadas en funcin de los cambios de rgimen consecutivos a las dos guerras mundiales).

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    LA SNTESIS LIBERAL-DEMOCRTICA

    Esta elucidacin supone como condicin previa que tengamos una idea

    clara del punto de partida, es decir, de las reformas que han producido laestabilizacin de la frmula de las democracias liberales tras 1945. Su unidad de

    conjunto constituye una respuesta sistemtica a la crisis de los regmenes

    liberales de la que haba surgido la ola totalitaria. Centrndonos en lo esencial,

    estas reformas representan una inyeccin de poder democrtico en la sociedad

    liberal. Ello fue as, cosa que habra que mostrar en detalle, gracias a un sutil

    entrelazamiento del derecho con lo poltico y lo social-histrico. Tal cosa se

    presenta, en trminos de rgimen, como una combinacin del rgimen liberal ydel rgimen democrtico, que reposa sobre un caamazo sabio y complejo que

    entrelaza los tres elementos de la modernidad autnoma. Esta es la razn que

    nos ha llevado a hablar de la sntesis liberal-democrtica como forma de

    nuestro rgimen mixto.

    Estas reformas se han desplegado en tres direcciones principales. Me

    limitar a recordar su inspiracin general, a fin de resaltar lo que est en juego

    en cada caso.

    1. Han sido, en primer lugar, reformas polticas cuyo fin era dar respuesta

    a la impotencia parlamentaria y a la mala representacin, en particular a travs

    de una reevaluacin del papel del poder ejecutivo en el seno del rgimen

    representativo. l es, en fin de cuentas, el que mejor cumple esta funcin

    enigmtica que constituye la representacin. Al poner en primer trmino el

    poder ejecutivo, no slo se incrementa la eficacia del poder pblico; tambin seprocura a los ciudadanos la posibilidad de reconocerse mejor en su accin.

    2. En segundo lugar, se han materializado a continuacin en una serie de

    reformas administrativas que han puesto en pie, con un aparato de servicios

    pblicos, un aparato de regulacin y previsin destinado a remediar el pilotaje

    a ciegas y desarmado ante la anarqua de los mercados que constituan el lote

    de los Estados liberales. Estos ltimos podrn contar en lo sucesivo con

    poderosos medios de conocimiento de la sociedad, de organizacin de la

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    existencia colectiva y de conduccin de su proceso de trasformacin. El cambio

    de innumerables principios resulta inteligible y dominable desde el punto de

    vista de la comunidad poltica.

    3. Por ltimo, han consistido este es su aspecto ms conocido- enreformas sociales que podemos resumir bajo el captulo de la edificacin de los

    Estados-providencia. La maniobra tiene un doble sentido: el Estado social no es

    slo un instrumento de proteccin de la independencia real de los individuos

    contra los riegos de la naturaleza que los amenazan (la enfermedad, el paro, la

    vejez, la indigencia); l es igualmente un instrumento de incautacin de la

    sociedad en su conjunto y de dominio de su orden desde el punto de vista de la

    justicia. No pretende realizar de manera instantnea la sociedad justa, pero

    propone un marco que permite debatir sobre ella de manera operativa.

    El resultado de conjunto de estas vastas trasformaciones es, por una parte,

    un maridaje de la dinmica histrica con un poder renovado del Estado y, por

    otra, un derecho de los individuos redefinido en su espesura concreta. La

    libertad liberal es respetada. Incluso ampliada dados los medios puestos a

    disposicin tanto de las libertades personales como de la libertad de invencin

    y de auto-constitucin de las sociedades civiles. Pero la libertad liberal es

    provista esta vez de una expresin poltica capaz de dar cuerpo al gobierno de

    s de la comunidad histrica de este modo reconocida en su fuerza creadora. La

    libertad liberal queda verdaderamente elevada a libertad democrtica. Del

    liberalismo democratizado, hemos pasado a la democracia liberal en la plenitud

    del trmino.

    El hecho es que estas grandes reformas operadas tras la segunda guerramundial se han mostrado sumamente eficaces, a medio plazo, para obtener el

    asentimiento de las poblaciones. Han desarmado poco a poco los temores y

    rechazos que durante un tiempo, particularmente durante la gran tormenta de

    los aos 30, parecan que iban a hacer naufragar a los regmenes liberales,

    condenados por lo que pareca ser una debilidad irremediable. Dichas reformas

    han determinado una adhesin a la democracia bastante profunda para

    caminar, a partir de mediados de los 70, en medio de una grave crisis

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    econmica. La crisis consecutiva al crac de 1929 haba exasperado las protestas

    revolucionarias; la crisis consecutiva al conflicto petrolfero de 1973 estar

    marcada por el abandono de las esperanzas revolucionarias y el descrdito de

    las promesas totalitarias.

    LA EXPANSIN DE LA AUTONOMA

    Ms all del mal funcionamiento de los mecanismos econmicos, esta

    crisis va a revelarse, poco a poco, como la seal de un cambio de mundo, aqu

    comprendido en la acepcin literal del trmino, un cambio de geografa

    mundial, un cambio de base material de nuestras sociedades, del capitalismo,de la industria y del sistema tcnico. De la esfera econmica, el cambio va a

    extenderse a la esfera poltica. El espritu de las medidas de regulacin y

    liberacin adoptadas para relanzar el crecimiento va a penetrar en el dominio

    de las instituciones pblicas, con poderosos efectos. El equilibrio de la sntesis

    entre dimensin democrtica y dimensin liberal, mal que bien logrado al

    comienzo de los aos 70, se va a romper en beneficio de una hegemona

    renovada de la dimensin liberal.

    Este renacimiento tanto prctico como ideolgico del liberalismo, tras una

    larga fase de eclipse, resulta el aspecto ms visible de la trasformacin del

    paisaje colectivo en el ltimo periodo. Pero la significacin del fenmeno es

    mucho ms profunda. La inflexin ideolgica slo es el aspecto manifiesto de

    una mutacin de conjunto que tiene su origen en una reactivacin del proceso de

    salida de la religin. Slo bajo esta luz podemos reconocer todas sus dimensiones.El desgarramiento de la estructuracin religiosa estaba lejos de darse por

    acabado. Poda parecer que se haba consumado desde el punto de vista de las

    reglas explcitas que gobiernan la actividad colectiva, pero no lo estaba desde el

    punto de vista de los mecanismos efectivos y de los supuestos tcitos de la vida

    en sociedad. Esta reserva oculta era la que haban explotado las religiosidades

    totalitarias. Ahora bien, los resultados espectaculares en materia de

    concretizacin de la autonoma obtenidos gracias a la fase de consolidacin que

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    va desde 1945 a 1975 han creado las condiciones para un paso suplementario.

    Han puesto las bases y acumulado los medios para una nueva fase de

    expansin de la organizacin segn la autonoma. Esta se traduce en nuevos

    desarrollos de sus tres vectores, desarrollos que echan a perder lascombinaciones y los compromisos que con anterioridad se haban establecidos

    entre ellos. Uno de los vectores, el del derecho, parece predominar sobre los

    otros y dictar su ley de manera hegemnica. Esto es en parte un efecto ptico.

    En realidad, se produce una profundizacin simultnea de lo poltica, del

    derecho y de la historia. Pero el estatuto y el aspecto que su profundizacin

    confiere a lo poltica y a la historia quedan, por as decirlo, ocultos a la vista. El

    Estado-nacin es ms estructurante que nunca, salvo que lo es bajo un modo

    infra-estructural, y teniendo como fondo el desvanecimiento de la trascendencia

    imperativa que le proporcionaba la estructuracin religiosa, de tal modo que el

    retroceso en sus atribuciones anteriores aparece como un fracaso, aunque de

    hecho, si ha dejado de ordenar la economa es porque previamente le ha servido

    de apoyo. Pero es as: conforme su papel resulta ms importante, menos

    manifiesto es. Nunca, igualmente, el sentimiento de aceleracin de la historia ha

    sido tan generalizado, y con toda la razn, por poco adecuada que sea la

    expresin. La amplificacin de la accin histrica es sin duda destacable. Salvo

    que este ahondamiento de la orientacin productiva hacia el futuro tiene como

    resultado el hacrnoslo irrepresentable, ocultndonos el pasado. Nos encierra

    en un perpetuo presente, haciendo aicos los vnculos que unen los tiempos.

    Cuando la orientacin histrica manda en un grado tal, todo pasa como si la

    historia ya no existiese. Slo el elemento del derecho perdura en el paisajecolectivo. l, en cambio, ocupa la primera fila con soberbia. Su visibilidad le

    confiere una preponderancia inusitada. El derecho es la instancia dominadora

    de la configuracin actual. l da su color poltico a la ofensiva liberal, al poner

    el acento en el ejercicio de los derechos del individuo no menos que en las

    facultades de iniciativa de la sociedad civil. Podemos discutir largo rato a fin de

    saber qu fuerza de las que dan forma a nuestro mundo tiene, finalmente,

    mayor preponderancia: las libertades econmicas o la poltica de los derechos

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    humanos. Basta, para nuestro propsito presente, con observar su mutua

    solidaridad.

    Una de las expresiones ms patentes del cambio de direccin con relacin

    al gran periodo de organizacin de post-guerra ha sido, en efecto, elresurgimiento de los procesos de individualizacin. Si en el pasado la cuestin

    no era otra que la de las masas y las clases, de tal modo que el individuo era

    aprehendido a travs de su grupo, en la actualidad la sociedad de masas ha

    sido subvertida desde dentro por un individualismo de masa, separando al

    individuo de sus pertenencias. El fenmeno ilustra la forma en que la

    discontinuidad del nuevo periodo se sita en continuidad con el periodo

    anterior. Esta disociacin generalizada hubiese sido inconcebible sin el inmenso

    trabajo de construccin del individuo concreto llevado a cabo por el Estado

    social. Ella es la heredera directa de sus disposiciones protectoras y

    promocionales. Pero acaba por infligirle una torsin que conduce a una va muy

    diferente, al devolverle toda su preponderancia al individuo abstracto sobre la

    base de los logros del individuo concreto. La conquista de los derechos reales se

    prolonga en rehabilitacin de los derechos que se dicen formales y en

    reactivacin de las demandas formuladas en su nombre.

    La consagracin del movimiento, en esta lnea, supondr la entronizacin

    majestuosa del individuo de derecho y de los derechos humanos a lo largo de

    los aos 80. Podemos establecer a su vez una fecha histrica que proporciona

    un soporte simblico a este coronamiento. 1989 quedar para la historia como la

    confirmacin irnica del carcter insuperable de los logros de la revolucin

    burguesa, dos siglos despus, a la luz de la cada de aquello que pretenda sersu superacin. Ello no quiere decir, naturalmente, que no haya pasado nada

    significativo a lo largo de esos dos siglos, ni que este ser de derecho que retorna

    a la escena pblica sea el mismo que el ciudadano de 1789. Dista mucho de tal

    cosa. Nuestro problema consiste precisamente en comprender cmo el camino

    recorrido cambia las condiciones de funcionamiento de la democracia al punto

    de hacer de su soporte natural la fuente de sus problemas.

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    LA DEMOCRACIA DE LOS DERECHOS HUMANOS

    El alcance histrico de este coronamiento no podra ser subrayado de

    manera suficiente. Gracias a este retorno del individuo de derecho, lademocracia se convierte de veras en aquello que verdaderamente jams haba

    sido, fuera de la tentativa inaugural y breve de la Revolucin francesa: una

    democracia de los derechos humanos. La Revolucin francesa, ciertamente, los

    reclamaba remotamente, se empeaba en preservarlos pero negativamente, en

    tanto que garantas personales, en la esfera judicial. Pero si una cosa estaba

    clara a este respecto, desde el surgimiento de la historia, en el siglo XIX, es que

    dada su abstraccin propia de otra poca representaban principios tanvenerables como inoperantes. Se daba por supuesto como algo ya logrado que

    la accin poltica deba tomar como gua el conocimiento concreto de la

    sociedad y de sus dinmicas, si es que dicha accin quera ser eficaz. El avance

    de los derechos personales bajo forma de derechos sociales en el seno del

    Estado providencia supona, a este respecto, la ms convincente de las

    ilustraciones. Es con relacin a este eclipse de dos siglos que es menester

    apreciar el alcance del resurgimiento del que acabamos de ser testigos. La

    democracia se remite a la escuela de sus fundamentos para procurarles esta vez

    una traduccin positiva. La condicin de posibilidad de esta reapropiacin es el

    cambio de estatuto de los derechos humanos, que lentamente los ha trado del

    cielo de lo ideal a la tierra de lo practicable, al hilo de una historia soterrada,

    cuya apertura al gran da representa una fecha sealada en la larga historia del

    derecho natural. Todo trascurre como si la ficcin del estado de naturalezahubiese devenido realidad, como si la norma primordial definida segn el

    tiempo previo a la sociedad no fuese ya sino una con el estado social. Nada

    obstaculiza, por tanto, que los derechos detentados por el hombre en virtud de

    su naturaleza prevalezcan y se apliquen sin encontrar ya obstculo alguno. Se

    conciben no slo para orientar la accin colectiva, sino tambin para

    determinarla.

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    Tal es el origen del enigmtico retorno de la Democracia contra s misma3,

    como he propuesto que se denomine a este fenmeno, un fenmeno que la hace

    regresar al mismo tiempo que progresa, que la vaca de su sustancia en medio

    de su ahondamiento. Los efectos polticos de esta entente jurdica renovadorade la democracia son considerables. La nocin de Estado de derecho adquiere

    en esta coyuntura un relieve que supera con creces la acepcin tcnica en la que

    estaba acantonada. Ella tiende a confundirse con la idea misma de la

    democracia, asimilada a la salvaguarda de las libertades privadas y al respeto

    de los procedimientos que presiden su expresin pblica. De forma reveladora,

    la comprensin espontnea de la palabra democracia ha cambiado. En su

    empleo cotidiano, recubre otra cosa distinta a lo que se supona. Anteriormente,

    designaba el poder colectivo, la capacidad de autogobierno. Pero ya slo remite

    a las libertades personales. Se juzga que transita por el camino y en el sentido

    de la democracia todo aquel que aumenta el papel y el rango de las

    prerrogativas individuales. Una visin liberal de la democracia ha suplantado

    su nocin clsica. La piedra de toque en esta materia ya no es la soberana del

    pueblo, sino la soberana del individuo, definido por la posibilidad ltima de

    hacer fracasar, si es preciso, el poder colectivo. De donde se sigue, poco a poco,

    que la promocin del derecho democrtico entraa la incapacitacin poltica de

    la democracia. En una palabra, cuanto mejor reina la democracia, menos

    gobierna.

    Si pretendemos dar cuenta en detalle de los efectos de esta contradiccin

    interna podemos escalonarlos en dos niveles. De manera superficial, dichos

    efectos se manifiestan en forma de una auto-restriccin del dominio poltico dela democracia. De manera ms profunda, dichos efectos se traducen en una

    puesta en entredicho de las bases sobre las que reposa su ejercicio.

    3Marcel Gauchet,La democracia contra s misma, Homo Sapiens, Santa Fe, 2004. [N. del T.]

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    UNA DEMOCRACIA MNIMA

    El eclipse de la soberana popular en beneficio de la soberana del

    individuo impulsa de hecho, de manera inexorable, hacia una democraciamnima. No se trata de oponer de manera ingenua ambas nociones. Ellas estn

    vinculadas por una articulacin sutil que constituye la piedra angular de

    nuestros regmenes y que justifica el uso del trmino democracia liberal en el

    sentido riguroso de la expresin. Esta, como su nombre indica, comporta dos

    aspectos asociados y distintos: la democracia liberal, por una parte, descansa

    sobre los derechos fundamentales de las personas y las libertades pblicas que

    las prolongan y, por otra, consiste en el ejercicio del poder colectivo, es decir, enla conversin de las libertades individuales en autogobierno por parte de todos.

    Gobierno que no puede ejercerse ms que mediante el estricto respeto de dichas

    libertades, puesto que se concibe para expresarlas, pero que representa un

    poder distinto y superior en el que las libertades individuales encuentran su

    cumplimiento, puesto que en l no slo acceden a la dignidad de partes del

    todo, sino tambin a la responsabilidad del destino comn. El problema

    constitutivo y permanente de la democracia liberal consiste en asegurar la

    hibridacin equilibrada de estos dos rdenes de exigencias. Esta segunda

    dimensin del poder de todos es la que se halla como desdibujada en beneficio

    de la primera, la libertad de cada uno. Ya no es comprendida como una

    extensin necesaria de la disposicin de s, a no ser bajo el ngulo de la

    proteccin que es capaz de garantizarle (de ah que la ampliacin de la

    demanda dirigida al Estado social pueda ir acompaada de la reduccin de lasprerrogativas polticas reconocidas a los gobiernos). Por lo dems, la ambicin

    de dominar y conducir al conjunto tiende a ser rechazada por su ndole exterior

    y autoritaria. El mandato general de la ley misma acaba siendo la figura

    enemiga de la irreductibilidad de los derechos. Todo sucede como si fuese

    necesario el menor poder social posible a fin de obtener el mximo de libertad

    individual.

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    La inflexin no es ningn lugar tan sensible como en Francia, puesto que

    la Repblica se enraza en torno a un ideal particularmente exigente con

    relacin a la soberana colectiva. l es fruto, por una parte, de la herencia de

    una gran tradicin de autoridad estatal y, por otra, de la confrontacin con laIglesia catlica, que le ha llevado a desarrollar una visin maximalista de la

    autonoma democrtica, frente al renuevo teocrtico. De l se deriva una

    separacin jerrquica particularmente pronunciada entre la esfera de la

    ciudadana pblica y la esfera de la independencia privada. De este modo, el

    balanceo que nos ha hecho pasar de una democracia de lo pblico a una

    democracia de lo privado se ha hecho sentir de manera ms aguda que en otras

    partes. La inversin de la prioridad que sita la esfera pblica en dependencia

    de la esfera privada, retirndole su preeminencia de principio, es vivida como

    desestabilizadora con relacin a una representacin de la poltica

    poderosamente arraigada.

    El nuevo ideal operativo de la democracia, que no necesita ser explicitado

    para funcionar, se resume en la coexistencia procedimental de los derechos.

    Cmo asegurar la co-posibilidad reglada de las independencias privadas, de

    tal modo que sean capaces de contar igualmente en el mecanismo de la decisin

    pblica? He aqu la cuestin. Ahora bien, ms derechos para cada uno, en un

    contexto semejante, significa menos poder para todos. Y si slo se quiere,

    rigurosamente, la plenitud de los derechos de cada uno, ya no existe al punto

    ningn poder de todos. La posibilidad misma de semejante cosa, con lo que ella

    implica de consideracin del todo por uno mismo, socava toda construccin. La

    comunidad poltica deja de gobernarse. Se convierte, en sentido estricto, en unasociedad poltica de mercado. Entendemos por tal, no una sociedad en la que los

    mercados econmicos dominan las opciones polticas, sino una sociedad cuyo

    funcionamiento poltico mismo adopta de la economa el modelo general del

    mercado, de tal manera que su forma de conjunto se presenta como la

    resultante de iniciativas y de reivindicaciones de diferentes actores, al trmino

    de un proceso de agregacin auto-regulada. De ello se sigue un metamorfosis

    de la funcin de los gobiernos. Ellos slo estn ah para velar por la

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    preservacin de las reglas del juego y para asegurar la buena marcha del

    proceso. Les compete operar los arbitrajes y facilitar los compromisos exigidos

    por la dinmica del pluralismo de intereses, convicciones e identidades. Este

    desplazamiento con relacin a la idea clsica de gobierno es el que se aprecia enel trmino gobernacin, muy en boga. Tras la modestia de la que hace gala, se

    esconde una gran ambicin, la de una poltica sin poder, nada menos. Una

    ambicin por la que se dice adis de manera no menos considerable, pero no

    asumida del todo, a lo que el poder permite, a saber, la hechura en el tiempo de

    la comunidad humana mediante la reflexin y la voluntad.

    En realidad, como el poder no desaparece a voluntad, como existe siempre

    un gobierno -pese a estar limitado y acotado en su poder directriz-, y como por

    otra parte los individuos y los grupos de la sociedad civil no se tienen en cuenta

    ms que a s mismos y a sus preocupaciones propias, abandonando el punto de

    vista del conjunto, reducido a una coordinacin funcional, al personal de la

    casta poltica, de ello resulta una oligarquizacin creciente de nuestros regmenes.

    A primera vista, el creciente proceso de oligarquizacin resulta paradjico

    puesto que se desarrolla en medio de una efervescencia de protestas alimentada

    por la inagotable defensa e ilustracin de causas particulares. El encerrarse en

    uno mismo no implica en ningn caso la pasividad frente a las autoridades,

    sino que por contra es en s mismo y de manera originaria reivindicativo. Va

    estructuralmente a la par de la reclamacin de un lugar legtimo para la

    particularidad que se defiende en el seno de ese conjunto cuyo destino se deja

    en manos de las lites dirigentes. El activismo se sita ad intra de la renuncia.

    Esta es la razn por la que, a fin de cuentas, esta movilizacin permanente, lejosde amenazar a la oligarqua reinante, no cesa de confortar su posicin, ms all

    de trabas circunstanciales. Ello no significa que las lites en cuestin tengan a su

    vez un plan de conjunto a su disposicin. Ms all de que sus decisiones tengan

    lugar, acumulativamente, en un contexto de mundializacin, lo que les sirve de

    gua es la solidaridad con sus iguales y el consenso tcnico alcanzado. Es la otra

    parte de la gobernacin, la convergencia de las opciones a esquela internacional

    guardada en secreto por la connivencia de los crculos de gobernantes. De

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    suerte que este cosmos de sociedades que uno creera ingobernables se revela

    bastante firmemente gobernado, en resumidas cuentas. Est completamente

    dirigido por un manojo de opciones que comprometen la forma de conjunto de

    las comunidades polticas y su futuro, pero cuyo aspecto esencial escapa a ladeliberacin pblica as como a la imputacin de responsabilidades. De ah el

    sentimiento generalizado de desposesin que asedia a la democracia de

    derechos. Su mecanismo ahonda la fosa entre las lites y los pueblos; erosiona

    de manera inexorable la confianza de los pueblos en las oligarquas a las que

    dicho mecanismo los empuja a ponerse en sus manos. Pero las reacciones

    populistas que a su vez suscita no hacen sino reforzar la situacin que aquellas

    denuncian. La democracia mnima es una democracia inquieta y descontenta

    consigo misma debido a que se encuentra encerrada en un crculo que la priva

    de los medios que posibiliten su correccin.

    He aqu pues cmo una profundizacin innegable de la democracia puede

    saldarse con su vaciamiento.

    UNA CRISIS DE CIMIENTOS

    Eso no es todo. Existe un segundo nivel de problemas para las

    democracias, todava ms profundo, que atae no tanto a su mecanismo interno

    como a su marco de ejercicio. Es a este respecto que la nocin de democracia

    contra s misma cobra su sentido completo.

    En ciertos aspectos, es lcito pensar que somos testigos de un proceso decorrosin de las bases del funcionamiento de la democracia. Ms all de la auto-

    restriccin que ella se inflige, la democracia es vctima de una dulce

    autodestruccin que deja su principio intacto, pero que tiende a privarla de su

    efectividad.

    El universalismo fundacional que est en la base de la democracia la lleva,

    en efecto, a disociarse del marco histrico y poltico ad intra del cual se ha

    forjado el Estado-nacin, para ser ms breve-, pero de manera ms general de

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    cualquier marco de ejercicio, limitado por definicin. La lgica del derecho le

    incita a que rehse reconocer una inscripcin en el espacio, cuyos lmites

    suponen una injuria para la universalidad de los principios de los que ella se

    vale. De igual modo recusa ella, en la misma lnea, la insercin en una historia,que la situara en dependencia de una particularidad no menos insoportable. La

    democracia se ve abocada, dicho de otro modo, a no poder asumir las

    condiciones que le han dado origen. Rechaza categricamente, en ltima

    instancia, la idea de que haya podido nacer. Acaba por considerarse como una

    evidencia natural con relacin a la cual la geografa y la historia son un

    escndalo incomprensible. Cmo es que ella no ha prevalecido desde siempre

    y por todas partes? El pasado humano y su diversidad de civilizaciones quedan

    remitidos a la uniformidad de una barbarie sin inters a fuer de resultar

    ininteligible. Este desarraigo hace que la democracia viva en realidad sobre la

    herencia de una genealoga de la que no quiere saber nada, y cuyos logros no se

    preocupa en trasmitir.

    De la misma manera, y con efectos todava mucho ms directos, la

    democracia ha llegado a abandonar el instrumento capaz de hacer realidad las

    opciones colectivas. Todo espacio de poder le resulta sospechoso frente a la idea

    de derecho a la que ella procura conformarse. Paradoja suprema: ella se hace

    antipoltica. Histricamente, las democracias modernas se han constituido sobe

    la base de la apropiacin del poder pblico por parte de los miembros del

    cuerpo poltico. Ellas han supuesto la formacin de un Estado indito en su

    tipo, en el que la comunidad de ciudadanos poda reconocerse y proyectarse, y

    en el que poda poner a su servicio el poder legtimo. Su nuevo ideal consiste enneutralizar el poder sea cual fuere, de manera que la soberana de los

    individuos quede al abrigo de todo perjuicio. Ah radica la razn profunda del

    estremecimiento de los Estados y del principio de su autoridad en la

    democracia actual. Todo ello va mucho ms all del mero retroceso de sus

    atribuciones econmicas. Tiene que ver con la interferencia de su naturaleza y

    papel en el espritu de los pueblos. La verdad es que ya no se comprende su

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    funcin de vectores operativos del gobierno en comn. Su accin est afectada

    de una ilegitimidad difusa por una sospecha estructural arbitraria.

    La democracia de los derechos humanos se ve abocada de este modo, por

    una propensin poderosa, a rechazar los instrumentos prcticos de los quenecesita para poder ser efectiva. De ah el descubrimiento doloroso de la

    impotencia pblica sobre la que descansa permanentemente. Es, de hecho, esta

    impotencia la que le da origen. Sin duda, dicha impotencia procede, por una

    parte, de factores externos: depende, en cierto modo, de las tan famosas

    presiones externas. Pero, en la mayor parte de los casos, procede de factores

    internos. La idea que la democracia se hace de s misma le impide admitir los

    medios de su concretizacin: la condena a la evasin en lo virtual.

    De este modo, la presente crisis de la democracia merece el nombre de

    crisis de los cimientos de la democracia. Una crisis de cimientos cuyo nudo no es

    otro que la puesta al frente de los fundamentos de derecho de la democracia.

    Fundamentos jurdicos contra cimientos histricos y polticos: tal es la lucha

    intestina singular que hace problemtico, de nuevo, el rgimen de la libertad al

    convertir la autonoma en algo imposible de gobernar. El desarrollo y

    profundizacin de la estructuracin autnoma del mundo humano-social ha

    engendrado una democracia de los derechos humanos que, en su

    funcionamiento actual, tiende a negar, es decir, a disolver sus condiciones

    prcticas de ejercicio. As es como me parece que debe se comprendido el

    origen del misterioso marasmo que afecta a nuestros regmenes, divididos

    como estn entre una certeza nueva sobre los principios que los deben guiar y

    una incertidumbre indita en cuanto a su puesta por obra.Pero vista desde la perspectiva de la amplia duracin del devenir

    moderno, la crisis todava puede ser analizada en otros trminos. Ella se

    presenta de manera tpica como un problema de composicin entre los

    elementos que integran las sociedades tras la salida de la religin, entre los tres

    vectores de la autonoma. Se trata de una crisis de nuestro rgimen mixto. El

    ltimo avance de la revolucin moderna ha propulsado el derecho, que ha

    acabado por adoptar una posicin dominadora y motriz, descalificando la

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    poltica y haciendo sombra a lo social-histrico -lo poltico, en ausencia de lo

    cual el derecho resulta un ideal sin cuerpo, y lo social-histrico que sin su

    control provoca que el derecho reine ignorando sus efectos reales-. De ah las

    contradicciones permanentes que dan lazada a este unilateralismo. Pues lo quela ptica dominante no tiene en cuenta no por ello existe en menor medida, no

    dejando de ser comprendido, en este caso de manera inconsciente, por aquellos

    que nada quieren saber de l. Los zelotes ms encarnecidos del derecho no

    cesan de apelar, muy a su pesar, a esa poltica de la que, por otra parte, aspiran

    a liberarse. De igual modo, se ven obligados a constatar que las normas cuyo

    sentido creen conocer adquieren, de manera eventual, un alcance totalmente

    imprevisto a la luz del desarrollo social efectivo en que se inscriben. Hablando

    de manera ms concreta, y con el derecho como bandera, la economa es la que

    impone su ley, no sin influir en la imagen de los poderes y libertades del

    individuo. Estas discordancias constantes hacen que arraigue el sentimiento de

    una sociedad condenada a ignorarse, de un colectivo que se sustrae a toda

    consideracin y de una democracia imposible, en ltima instancia, en el sentido

    pleno del trmino. Cmo esta comunidad poltica indmita a fuer de estar

    atrada en sentidos diferentes por solicitaciones incompatibles, suponiendo que

    tal comunidad poltica exista todava, podra ser capaz de una opcin de

    conjunto cualquiera? Ello nos conduce a la idea de una democracia mnima

    pero por otro camino: en este universo decididamente sustrado a nuestro

    control, la proteccin de las libertades del individuo privado es la nica

    acepcin que con plausibilidad puede conservar la idea democrtica. El

    escepticismo con relacin al poder colectivo va a dar al dogmatismo por lo quese refiere a la legitimidad exclusiva de las prerrogativas personales.

    HACIA LA RECOMPOSICIN

    El inters de la perspectiva que nos ocupa radica en hacer resaltar la

    inestabilidad fundamental de la configuracin actual. Ella pone en evidencia la

    amplitud de las contradicciones planteadas por aquello que slo deber ser

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    considerado como una tendencia dominante, una tendencia que no supone ni el

    todo de la realidad de nuestras sociedades, ni la nica tendencia operativa en su

    seno. La hegemona unilateral del elemento del derecho no constituye la ltima

    palabra de la historia. Ella es un momento del recorrido de la sociedadautnoma, un momento de desequilibrio que apela al restablecimiento de un

    equilibrio entre los tres elementos que deben marchar de consuno a fin de que

    una democracia coherente funcione. Los trminos del problema que se nos

    plantea, con las miras puestas en encontrar una salida a la presente crisis, son

    claros. Se reducen a la posibilidad de negociar un compromiso, con las

    limitaciones recprocas que ello supone, entre la lgica del individuo de

    derecho, la dinmica social-histrica y la forma poltica del Estado-nacin

    (forma a propsito de la cual podemos captar rpidamente su profunda

    metamorfosis en el medio europeo, metamorfosis que va del acontecimiento de

    una federacin de Estados-nacin a su desaparicin).

    Huelga que insistamos en los mrgenes de maniobra conquistados por los

    individuos. De igual modo, la emancipacin de las sociedades civiles (y de las

    sociedades econmicas en su seno) es en gran parte irreversible. En fin de

    cuentas, no disponemos de otros fundamentos que no sean los derechos

    humanos. No se trata de criticar los derechos humanos, ni tampoco, por lo

    dems, el individualismo. Se trata de aclararlos. De lo que se trata es de mostrar

    a los individuos que su libertad no adquiere su sentido verdadero ms que en el

    marco de un gobierno en comn bien comprendido en sus bases y condiciones.

    Ello supone inscribirlo en un orden poltico asumido como tal, as como situar

    la maestra refleja de la historia en el centro de la deliberacin pblica.No es necesario buscar muy lejos el motor capaz de ocasionar semejante

    evolucin. l habita en las frustraciones intensas que la situacin actual supone

    para los individuos que supuestamente son los grandes beneficiarios. A santo

    de qu verse entronizado actor soberano, si es para ignorar su propia identidad,

    tal como la historia la ha modelado, y ser de nuevo bamboleado por un futuro

    cuya direccin ya no se comprende y, de resultas de ello, tampoco los medios

    que permitan su reorientacin. La impotencia colectiva es difcil de vivir,

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    incluso para los ms furiosos individualistas, sobre todo para ellos, tal vez, al

    final, cuando a ello se aade por aadidura la desposesin ntima. La paradoja

    de una libertad sin poder es insostenible en un ltimo trmino. Slo puede

    reconducir ms temprano o ms tarde a la idea de que nicamente el gobiernoen comn da su sentido completo a la independencia individual.

    A estos factores de movilizacin subjetiva que dependen de las

    contradicciones puramente internas del juego democrtico actual hay que

    aadir, entendmoslo bien, los desafos objetivos a los que se enfrentan nuestras

    sociedades y que se encargarn de dar un contenido urgente a la exigencia de

    dominio colectivo. Basta con que evoquemos el muro ecolgico hacia el que nos

    lleva la aceleracin del movimiento de la economa para hacer sentir las

    revisiones desgarradoras que se perfilan con relacin a la fe actualmente

    dominante en la magia de las regulaciones automticas. A decir verdad, la

    coaccin ecolgica, con lo que ella significa de obligacin de producir la

    naturaleza, no supone sino la ilustracin ms evidente de una coaccin general

    en la que el conjunto de condiciones de nuestra existencia que consideramos

    como dadas van a tener que ser queridas. Una situacin en la que no ser

    suficiente ninguno de los recursos de la inteligencia y del poder colectivo.

    Otras tantas razones me parecen que justifican un pesimismo a corto plazo

    y un optimismo a largo plazo, si me permiten que retome una frmula que a

    continuacin he de precisar. A corto plazo, lo ms probable, en el estadio en el

    que nos encontramos, es que la crisis se agrave. Nos encontramos al final de la

    descomposicin de los antiguos equilibrios y del arranque de los nuevos

    factores. A largo plazo, en cambio, existen slidos motivos para pensar que lapresente crisis de crecimiento es susceptible de ser superada. No slo el ejemplo

    del pasado es ilustrativo en este sentido, sino que existen signos numerosos de

    que el trabajo de recomposicin est ya en marcha, aunque todava de manera

    embrionaria.

    Podemos estimar de manera razonablemente fundada que la democracia

    del ao 2000 es superior a la del ao 1900. No me parece irracional creer que la

    democracia del ao 2100 puede ser una democracia sustancialmente ms

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    perfeccionada que la que nosotros conocemos. Nos toca a nosotros trabajar por

    ello.