2012 El Origen y El Orden_Telleria

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          C    o    n     t    e    n      i      d    o

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    Contenido

    Presentación ............................................................................................................... 5

    Introducción ................................................................................................................. 7

    Capítulo I. Problematización y diseño investigativo ............................................... 17Contextualizando la reexión ............................................................................. 17La elección del tema ........................................................................................... 32Justicación ......................................................................................................... 37Tipo de investigación .......................................................................................... 40Marco teórico conceptual .................................................................................. 41

    Objetivos ............................................................................................................. 43

    Capítulo II. Estrategia metodológica ....................................................................... 45Unidades de análisis ............................................................................................ 46Las fuentes y su selección................................................................................... 47El método y las técnicas ...................................................................................... 50La estrategia de análisis e interpretación .......................................................... 51

    Capítulo III. Enfoque teórico-conceptual ............................................................... 55Poder originario: mitos, orden y desorden ........................................................ 58Diferencia sexual, construcción de subjetividades y feminismo ...................... 64Práctica y crítica discursivas ................................................................................ 71

    Capítulo IV. Rescatando reexiones: el aporte de los trabajos previos ............... 77

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        E    l   o   r    i   g   e   n   y   e    l   o   r    d   e   n .

        P   o    d   e   r   s    i   m    b    ó    l    i   c   o   y    d    i    f   e   r   e   n   c

        i   a   s   e   x   u   a    l   e   n   u   n   m    i   t   o    f   u   n

        d   a   n   t   e   a   n    d    i   n   o

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    Capítulo V. Reinterpretando el mito ........................................................................ 89Presentando las versiones .................................................................................. 91Las lógicas de construcción del mito en las distintas versiones ....................... 115

    Los juicios de valor .............................................................................................. 123Los vacíos y silencios ........................................................................................... 131Simbolismo, subjetividad y diferencia sexual ....................................................140

    Capítulo VI. Despatriarcalización y reconstrucción del orden .............................. 151Estereotipos, vaguedad, neutralidad y diferencia sexual ................................ 157Despatriarcalización, orden y subjetividad femenina ...................................... 161Discursividad y empoderamiento ...................................................................... 166

    Conclusiones ............................................................................................................ 169

    Bibliografía ................................................................................................................ 177

    La autora ................................................................................................................... 185

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    Presentación

     

    El trabajo de investigación realizado por Pilar Uriona se ha planteado como propósitoanalizar el mito fundante de los hermanos Ayar en las crónicas de la Conquista yen aquellas escritas durante la Colonia temprana. Este mito ha sido relatado porsiete cronistas, que han sido estudiados por la autora en el orden en que fueronapareciendo: Pedro Cieza de León, Juan de Betanzos, Pedro Sarmiento de Gamboa,Miguel Cabello de Valboa, el Inca Garcilaso de la Vega, Guamán Poma de Ayala y Fray

    Martín de Murúa.El origen de la motivación que ha llevado a la autora a trabajar este aspecto

    se centra en las discusiones y propuestas que se vienen desarrollando en el paíssobre las problemáticas de descolonización y despatriarcalización desde la etapaconstituyente, propuestas que, a su juicio, requieren de un análisis más profundoa la luz del colonialismo interno, pero también del patriarcado en tanto sistema

    material y simbólico de dominación tan complejo como el capitalismo.Lo novedoso del estudio radica, entre otras cosas, en que la reexión cualitativa

    llevada adelante utiliza como método el análisis crítico del discurso desde laperspectiva feminista en las crónicas mencionadas, aportando desde allí connuevas observaciones y reexiones que llevan a identicar los obstáculos y peligros

    que se puede enfrentar a la hora de asumir los paradigmas de la descolonización

    y la despatriarcalización sin preguntarse desde lo discursivo cuál es el origen ycuáles podrían ser los efectos de una visión binaria que, desde lo hegemónico, alinterpretar los mitos fundantes, los cronistas emplearon para describir y valorar elNuevo Mundo. Visión que se rescata y utiliza actualmente para asentar la idea de ladespatriarcalización desde el marco institucional del Estado plurinacional de maneraacrítica, y privilegiando una vez más la visión dual (par) de la complementariedad

    reejada en la relación del chachawarmi y en un intento de reproducir nuevamenteun referente “universalizable” de las relaciones de género. Esta perspectiva,

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    Introducción

     

    Desde las argumentaciones manejadas en la etapa constituyente para bosquejarlo que sería “una visión de país”, el concepto de descolonización se erigió como la

    noción clave para ir delimitando las bases del nuevo proyecto societal que colocaría

    a la justicia social como meta compartida hacia donde dirigir todos los esfuerzos

    colectivos.

    Dicho concepto, en tanto buscaba encontrar nuevos caminos para que los

    grupos y sectores sociales excluidos alcancen la autonomía política, económica ycultural, diseñando y ejecutando un proceso de liberación y revalidación subjetiva

    desde los mismos colonizados para rearmar su derecho a la identidad diversa,

    requería concebirse en términos que no limiten la reexión al campo de la mera

    reversibilidad.

    Es decir, como señala Alison Spedding (2011), la descolonización necesitaba ser

    pensada no como un mecanismo del que se echaba mano con el n de “poner la

    colonia al revés”, fomentando lo que Paco Ignacio Taibo II ha llamado la “revancha

    social” y que implica transformar a los oprimidos en opresores como forma de com-

    pensación por el tiempo de marginación vivido, sino para dar pie a una lógica creati-

    va mediante la cual se propongan otras representaciones y modos de pensamiento

    que desarticulen y desplacen lo colonial como referente omnipresente.

    Sin embargo, cuando desde 2006 se establece como premisa gubernamental

    la idea de transformar el Estado colonial, republicano y neoliberal desde adentro

    para dar cabida al Estado Plurinacional, cimentado en un primer momento en el pa-radigma de la descolonización y complementado años más tarde con el de la despa-triarcalización, quedaron sin explorarse a profundidad desde los ámbitos de donde

    irradia la discursividad ocial tres temas fundamentales:

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        P   o    d   e   r   s    i   m    b    ó    l    i   c   o   y    d    i    f   e   r   e   n   c

        i   a   s   e   x   u   a    l   e   n   u   n   m    i   t   o    f   u   n

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    Uno, el que pone en la mesa de debate la identicación de nuestra complicidad

    como sociedad en la reproducción de mecanismos, actitudes e imaginarios que con-ducen a seguir construyendo relaciones de poder aanzadas en la idea de dominio

    —esencialistas, jerarquizadas, binarias y antagónicas— y, en consecuencia, pocoalejadas de las dinámicas colonialistas y totalitarias que se denuncian. Es decir, elque problematiza una vez más las raíces, las dinámicas y las repercusiones de aque-llo que Silvia Rivera (2010) ya ha denido hace décadas como colonialismo interno

    y que, en tanto modo de aanzamiento de una cultura política que se erige sobre

    la lógica de la dominación, aún no ha sido del todo dislocado ni permite resolver lasencrucijadas que, como bien apunta Rivera, separan el decir del hacer.

    Dos, el que insta a rastrear el origen simbólico que pregura el carácter patriar -cal no solo del Estado, sino que ese carácter se ltra a su vez en el campo de los ima-ginarios de una sociedad dentro de la cual se intenta caracterizar “lo femenino” y a“la mujer” en singular como expresiones de una identidad unicada, homogénea,

    con demandas despolitizadas y cooptables.

    Tres, el que invita a pensar el colonialismo y el patriarcalismo como procesos,más que como meros conceptos, y que, en cuanto tales, se imbrican e interconec-tan para sustentar un esquema de dominación mucho más amplio y resistente: elcapitalismo. El mismo, en tanto ha demarcado la diferencia como elemento o sig-no sobre el cual construir las desigualdades bajo una lógica de desvalorización, hatransformado al cuerpo, lugar material donde claramente se palpa y evidencia ladiversidad, en el principal terreno de explotación.

    Así pues, pensar el carácter transformador de la descolonización y de la despa-triarcalización que ahora se le acopla a la luz de estos tres vacíos registrados nece-sariamente conduce a preguntarse si —en el camino para superar la tentación deceder a la práctica del ejercicio del “poder sobre”— es o no determinante el modoen que se aborde la idea de diferencia. Sobre todo, si se tiene en cuenta que la for-ma en que se representa y gestiona tal noción se vuelve el punto de parada reexiva

    obligatoria para pensar las posibilidades y limitaciones del proyecto de cambio queintenta abrirse brecha.

    Ahora bien, si se quieren tomar la lucha de clases y la división sexual del trabajocomo elementos para alimentar el debate orientado a explorar las condiciones deexclusión social que se fundamentan en el patriarcado y el colonialismo, existentextos trascendentales a los que se puede recurrir para ver qué mecanismos simbó-licos se empleaba para dejar a indígenas, campesinos y mujeres fuera del contrato

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    social. Entre ellos se encuentra el libro de Silvia Federici (2010), en el cual esta au-tora explora de manera brillante cómo la construcción negativa de la diferencia declase, étnica y sexual ha sido uno de los pilares fundamentales para posibilitar la

    transición hacia el capitalismo y su posterior universalización.En esa línea, conectar el debate de la descolonización con la despatriarcaliza-

    ción sin que ambos horizontes se mantengan en el campo de las abstracciones in-vita entonces a reposicionar en las discusiones la forma en que la diferencia, en susvariadas expresiones, ha sido manejada no solo para validar un sistema de estrati-cación social sobre el cual armar el modelo capitalista, sino también para dar pie

    a la creación identitaria vinculada con el modo en que las subjetividades sociales sepiensan a sí mismas y se localizan dentro de los laberintos del poder y sus reglas dejuego. Es decir, abordando los mecanismos en que históricamente se ha construidoy posicionado el imaginario simbólico-cultural requerido para normalizar las relacio-nes asimétricas de poder como moneda de cambio.

    Dado que, desde mi punto de vista, dicha obra arroja luces importantes para

    problematizar el que en líneas anteriores identicaba como tercer tema fundamen-tal poco explorado en los debates posicionados desde las esferas ociales sobre la

    descolonización, mi perspectiva para debatir el nexo entre patriarcado y Colonia nose centrará en los tópicos priorizados por Federici. Sobe todo, porque creo que suanálisis nos da ya un conjunto de elementos complejos de reexión que conviene

    no solo conocer sino también seguir explorando para ver cómo éstos contribuyen arepensar la lucha anticapitalista como una etapa no superada.

    Más bien, viendo la manera en que la diferencia, particularmente la de caráctersexual, se ha trabajado desde el campo de la discursividad feminista y de la cons-trucción de referentes simbólicos y culturales, y el modo en que esta noción se harescatado en los debates constituyentes, me ha parecido más útil concentrar misesfuerzos en hilvanar un análisis centrado en el vínculo de lo político con lo simbóli-co, indagando cómo los sentidos comunes y los imaginarios colectivos que maneja-mos y nos preceden integran la idea de diferencia al momento de denir, armar o

    recongurar la identidad y la subjetividad política de las y los agentes sociales que

    pretenden modicar las dinámicas del poder que existen, aspirando a profundizar

    la democracia.

    Si bien es importante que, con miras a la transformación social de las relacionesde subordinación existentes, se interpelen esencialismos y determinismos biológi-cos, simbólicos y psíquicos en base a los cuales se asigna desde afuera una condi-

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        d   e   r   s    i   m    b    ó    l    i   c   o   y    d    i    f   e   r   e   n   c

        i   a   s   e   x   u   a    l   e   n   u   n   m    i   t   o    f   u   n

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    ción común y homogénea a la multiplicidad de identidades sociales, ocultando ladiversidad y complejidad de sus luchas —donde conuyen o se superponen deman-das de clase, de género, etnia y diversidad sexual—, es urgente también evitar caer

    en la instrumentalización que instala o legitima solo una versión de la historia delmodo en que han aparecido esas diferencias.

    Así pues, en el último tiempo, al momento de intentar pensar nuevas formasde relacionamiento político, uno de los aspectos más destacados desde la discursi-vidad estatal, y que pretendía revalorizar y priorizar lo identitario andino como refe-rente de prácticas de poder más equilibradas, fue plantear las mismas en términos

    de complementariedad de género a la luz de la idea del chachawarmi.Introducir la noción del par femenino-masculino como las dos mitades que dan

    cuenta de “una dualidad de opuestos antagónicos a la vez que de la unidad de com-plementarios” (Montes 2006: 22) fue quizá una estrategia para pensar cómo, en elintento por ampliar la ciudadanía, se podía tratar de hacer conuir intereses distin-tos y horizontes comunes.

    Sin embargo, enunciar el chachawarmi como referente global y no pasar a dis-cutir la manera en que éste podía echar raíces en un contexto pluricultural dondecoexisten múltiples ideas de lo que debería entrañar el vínculo político y en el cualunos sectores enarbolan una reivindicación determinada y otros sectores reclamanotras, no permitió sondear a profundidad cuáles han sido y son los aspectos que ledan a cada una de las narrativas que se elaboran en torno a las distintas diferencias

    su particularidad.

    Es así que, en ese proceso que apuntaba a la deconstrucción de concepcionese imaginarios para rearmarlos, con el n de que esta vez expresen otros patrones

    de relacionamiento y de revalorización de las múltiples diferencias que integran elactual mosaico sociocultural boliviano, me ha parecido un punto de abordaje intere-sante sondear si, en efecto, los discursos históricos manejados para mostrar como

    modelo a seguir la recuperación del par andino complementario para corregir lasrelaciones desiguales de género constituyen el único referente narrativo del que sepuede echar mano para desaar discursos históricos hegemónicos que describen y

    determinan el lugar que le corresponde ocupar a cada subjetividad social.

    De ahí que a lo largo de más de un año me haya dedicado a emprender un viajeinterpretativo crítico y autocrítico a lo largo del cual fui tanteando si, al indagar enla memoria colonial escrita, recogida bajo la modalidad de la crónica y en los marcos

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    de quien tiene la palabra autorizada, era posible dar con referentes o descripcio-nes que ofrezcan nuevos ideales, arquetipos o modelos de subjetividad femeninaque, al rescatarse, pudieran contribuir —como ha propuesto Alejandro Monsiváis

    (2008)— a actualizar los ideales asociados con la ciudadanía con el n de reformularinstituciones, normas y prácticas que la restringen.

    Si bien las crónicas de la Conquista y las coloniales han sido escritas y valida-das desde una posición hegemónica, y muchos de sus contenidos han modeladolos imaginarios sociales, examinarlas otra vez a la luz de la crítica feminista puedecoadyuvar a identicar cuáles son los obstáculos, las creencias preguradas y poco

    debatidas que, como fuerzas subterráneas, limitan o debilitan la aparición de plan-teamientos alternativos que permitan pensar creativamente el ejercicio de lo políti-co, su nexo con el género y con la diferencia sexual más allá de las consideracionesbinarias, dicotómicas, en suma, reproductoras del poder como dominio.

    Así pues, pensando que el proceso constituyente estableció como punto de lle-gada una reconguración del sistema de fuerzas para consolidar la inclusión social

    equivalente, he creído relevante indagar si las narraciones y guraciones simbólicasque pueden parecer anodinas porque se ubican en el campo de lo que denimos

    como mito, leyenda o fantasía poseen la fuerza necesaria para proyectarse en el fu-turo y, a partir de ello, contribuir a plasmar una perspectiva determinada del modoen que deben estructurarse y funcionar los vínculos sociales que creamos y los es-pacios que habitamos.

    En efecto, si se considera que son las formas de discursividad las que inspiran,fundamentan, prescriben, consolidan y resignican los sentidos y, por tanto, las di -námicas de las relaciones humanas, es importante tomar conciencia del modo enque las representaciones subjetivas que se nos hereda tienen la posibilidad de coar-tar o impulsar nuestro deseo de autonomía en la misma medida en que lo hacen lasestructuras materiales. No solo porque afectan y se ltran al campo de lo íntimo

    trabajando sobre la voluntad y naturalizando lo dado para evitar su cuestionamien-to, sino también porque recurren a lo sutil para disciplinar los imaginarios haciendofactible su pervivencia.

    Entonces si asumimos como premisa que lo narrativo-simbólico tiene lafuerza suciente para crear nuestra interpretación del mundo al denir modelos

    arquetípicos, roles, jerarquías, dinámicas de control social y valores culturales,es importante examinar dónde se encuentran sus anclajes, viendo si los mismosson tan sólidos que logran mimetizarse terminando por pregurar paradigmas,

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        i   a   s   e   x   u   a    l   e   n   u   n   m    i   t   o    f   u   n

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    comportamientos esperados y metáforas que, aunque parezca que son innovadoresy transgresores, no hacen sino reproducir parámetros de subordinación ydesigualdad que no logran registrarse y distraen nuestra atención porque aparecen

    portando ropajes rimbombantes.Sin embargo, al tomar lo discursivo como objeto de estudio, cabe preguntar-

    se si las expresiones imaginarias que componen las tradiciones, las creencias y loscomportamientos pierden su potencial emancipatorio cuando pasan a integrar elcampo de lo institucional-ocial desde el cual se norman y prescriben los límites y

    los alcances de las acciones político-sociales.

    Para responder esta pregunta, y apropiándome de la armación de Ruth Wo -dak (1989), que destaca la función sociológica del mito como lenguaje de funda-mentación y validación de cierto orden social, propongo a las lectoras y los lectoresrevisitar un mito fundante andino poco socializado en nuestro medio: la leyenda delos hermanos Ayar.

    Ello porque considero que, a partir de su reinterpretación, tal mito, en tantorecurso narrativo que moldea los imaginarios y las prácticas, puede también ofrecerun modelo de representación de la subjetividad femenina que contribuya a politizarla memoria, desaando aquellos planteamientos en que los juicios de valor termi -nan adquiriendo el estatus de estereotipos que coadyuvaron y coadyuvan a sabo-tear y autosabotear el desarrollo de la autoridad femenina.

    Rescatar esa memoria y responsabilizarnos como mujeres diversas de los lu-gares de “poder” o “no-poder” en los que decidimos anidar es un desafío básico.Tal como lo es tomar conciencia de dónde vienen nuestros modelos de autorrepre-sentación, cuál es el origen de nuestras reivindicaciones, así como el horizonte queguía nuestras luchas especícas y que determina hacia dónde queremos ir con las

    mismas.

    En suma asumir la capacidad de agencia como subjetividades políticas implicareposicionar la diferencia y la identidad como ámbitos desde los cuales es posibleejercer también la potencia creativa, que puede expresarse en la construcción dehistorias orales y escritas paralelas a las ociales cuya fuerte carga movilizadora

    apunte a sacudir la pasividad. Pero también supone escarbar en los contenidos deesos relatos escritos legitimados, reinterpretándolos desde otros prismas y des-pojándolos de su carga negativa, para de este modo poder autopercibirnos como

    interlocutoras que se niegan a hacerse cómplices de la rearmación de un poder

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    patriarcal jerárquico que siempre ha apuntado a arrebatarnos la posibilidad de ela-borar nuestras propias narrativas emancipatorias.

    Y, justamente, con el n de conrmar el argumento de Audre Lorde (2004) según

    el cual “las herramientas del amo nunca desmontan su casa” es que en las páginasque siguen me propongo explorar, empleando instrumentos de la crítica feminista,

    cómo se puede asestar algunos golpes a la morada binaria patriarcal para que la

    misma por lo menos se tambalee, a partir del examen de los otros sentidos que pue-

    den atribuírseles a las narraciones mitológico-fundacionales, para elaborar con ellos

    una contramemoria también feminista que disloque aquellos presupuestos que, de

    manera limitada, solo logran caracterizar la diferencia como un campo de manifesta-ción de dualidades y antagonismos desprovistos de complejidad y matices.

    Para ello, con el n no solo de proporcionar una contextualización del traba-jo investigativo que aquí presento, sino también de denir el lugar de enunciación

    donde me ubico, en los capítulos I, II y III formulo cuál es mi esfera de análisis y cuáles el bagaje teórico-conceptual y metodológico en el que me apoyo para formular

    mis interpretaciones.La primera se circunscribe a lo que caracterizo como discursividad ocial escri -

    ta, es decir, al modo en que quienes ejercieron y ejercen su inujo tras las bambali-nas de lo que termina siendo un poder institucional llegaron a manejar, distorsionar,resignicar y ordenar los sentidos socioculturales para acoplarlos, recurriendo a lo

    simbólico, a sus nes de consolidación, mantenimiento o reproducción de hegemo-

    nía. En ese sentido, el objetivo que persigo de ningún modo apunta a presentarmecomo una mediadora o traductora crítica de una narrativa cultural —la quechua—cuyos códigos pueden no concordar con mi propia visión de mundo, que en sí mis-ma no es homogénea y que posee muchas más facetas de las que se mencionan enla crónica colonial.

    Más bien lo que pretendo —como simpatizante de las causas que se niegan a

    despojar a los feminismos de su contenido colectivo, heterogéneo, movilizador, crí-tico, autocrítico y de base frente a todas las formas de opresión—, es recurrir tantoa las guraciones y vacíos simbólicos contenidos en las distintas versiones del mito

    que exploro como a las pautas interpretativas que ofrecen la Teoría de la DiferenciaSexual y el análisis feminista del discurso para tantear qué otros modos existen dedenir las subjetividades femeninas que no remitan tan solo a presentarlas como

    “identidades en oposición o subordinadas a”, sino que permitan dar cuenta de supotencia inventiva para sustraerse del campo de la dominación.

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    En este sentido, entre los supuestos de inicio requerimos considerar la exis-tencia de una heterogeneidad de mujeres, con vivencias y puntos de vista que seinscriben en un proceso histórico especíco para cada una de ellas y vivido desde la

    individualidad y la colectividad, así como desde el modo en que sus intereses, pers-pectivas e identidades se intersectan entre sí.

    Asimismo, en el capítulo IV me dedico a presentar un estado del arte para socia-lizar mediante el mismo cuáles han sido las reexiones que preceden a mi estudio y

    qué línea analítica posicionan para, a partir de allí, denir la especicidad del enfo-que de mi trabajo.

    Como toda investigadora o investigador, yo también soy tributaria de los pro-cesos acumulativos de saberes y conocimientos, y mis percepciones y argumenta-ciones no surgen de un vacío, sino que han sido sopesadas y maduradas a la luz decontribuciones previas en el tema de mi interés.

    Así pues, si en mi propuesta interpretativa se registra que existen tópicos yvetas de abordaje ausentes, ello no responde a un descuido o a una intencionali-

    dad deliberada de tornarlos invisibles. Más bien si no los toco es porque creo que aquienes cito como precursoras y precursores del estudio del mito en su vinculacióncon la construcción de la diferencia sexual y étnica ya lo han hecho con un bagajeargumentativo sumamente claro y rico desde cada una de las corrientes ideológicasy disciplinarias a las que se adscriben.

    Por otra parte, en el capítulo V me aboco a presentar las distintas versiones del

    mito de los hermanos Ayar recogidas en las crónicas seleccionadas como fuentesprimarias, combinando su reproducción literal con la organización interpretativa entorno a cuatro ejes: las lógicas de construcción con que cada narrador describe elmito fundante quechua; los juicios de valor que emiten sobre sus contenidos res-pecto al papel que cumplen las guras heroicas femeninas protagónicas; los vacíos

    y silencios que se perciben respecto a sus acciones; y el modo en que dentro de esta

    construcción simbólica se vinculan las nociones de subjetividad femenina y diferen-cia sexual.

    En cuanto al capítulo VI, desde el mismo intento dilucidar cómo otro tipo de na-rrativa ocial, la del discurso gubernamental, apela a los referentes simbólicos que

    exaltan el par complementario, apunta a vincular el proyecto de descolonizacióncon la reivindicación feminista de la “despatriarcalización”, dejando sin embargo

    de lado el referente memorístico como marco desde el cual se pueden pensar es-

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    trategias emancipadoras para abordar la complejidad subjetiva y tornar positiva ladiferencia sexual.

    Finalmente, a la luz de que el actual también se ha presentado como un perio-

    do que apuesta por la refundación de la institucionalidad bajo la lógica de combi-nar expresiones democráticas que vayan acercando las lógicas de lo cotidiano a loscampos de restructuración sociopolítica, intentando profundizar la vieja propuestafeminista de que lo personal es político y la dicotomía privado-público no es sacro-santa ni susceptible de no ser desmontada, en las conclusiones —además de lasconstataciones descubiertas— se presenta de manera sintética cuáles son, desde

    mi punto de vista, los principales desafíos que los movimientos de mujeres, perosobre todo los feminismos, deben encarar. Y especialmente en este momento his-tórico que vivimos, cuando desde lo estatal institucional se incluye una reivindica-ción tan propia de éstos —erradicar el patriarcado— con el n de velar por que la

    misma no se desdibuje, manipule y termine instrumentalizándose para decir que seavanza en términos de género, pero ocultando el hecho de que desde la discursivi-dad ocial, y de manera contradictoria, los contenidos que se le asignan al proceso

    de despatriarcalización justamente pueden caer en la reproducción y reforzamientode los patrones de relacionamiento y prescripción de identidades y roles de géneroque se supone se quiere cuestionar y desplazar del campo sociopolítico.

    Espero que el contenido de este estudio contribuya entonces a suscitar debatedesde una perspectiva propositiva, pero a la vez no reñida con el ejercicio de la po-lémica, la crítica y la autocrítica como ejercicio dialógico constructivo.

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        E    l   o   r    i   g   e   n   y   e    l   o   r    d   e   n .    P   o

        d   e   r   s    i   m    b    ó    l    i   c   o   y    d    i    f   e   r   e   n   c    i   a   s   e   x   u   a    l   e   n   u   n   m    i   t   o    f   u   n    d   a   n   t   e   a   n    d    i   n   o

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    por tanto, desmiticar el “pasado arcaico”, superarlo, mostrar sus bases erróneas

    y no mirar hacia atrás.

    Por otro lado, discutir sobre desarrollo instaba e insta a comprender el cambio

    como un conjunto de acciones que van sumándose y se potencian, siguiendo la pau-ta de un movimiento temporal de ida y vuelta que no admite la ruptura brusca conlo precedente. De ahí que se diferencie del progreso. Propuesto en estos términos,el desarrollo requiere planicación a través de la descripción de metas, objetivos,

    políticas y programas; es decir, de acciones que denen un marco de intervención

    y un futuro por alcanzar. Pero también exige reformulaciones, ajustes a un entorno

    cultural, geográco y temporal y obliga a la revisión y evaluación de los supuestoso puntos de partida, examinando el pasado inmediato considerando los resultadosobtenidos con las acciones, para de este modo ajustar las rutas elegidas y validar lospuntos de llegada.

    Si progreso y desarrollo en tanto modalidades de transformación llevan a bos-quejar el cambio como una secuencia de acontecimientos cuyo ritmo y cadencia se

    denen según el modo en que se pondere el tiempo —considerando su ruptura ocontinuidad—, éste también recibe una nomenclatura especíca en base a su inten-sidad. Desde este punto de vista, una transformación puede asumirse como radical,moderada, contundente, gradual o conictiva y, en consecuencia, ser bautizada

    con diversos nombres como “revolución”, “reforma”, “crisis” o “transición”.

    En el caso de Bolivia y, de manera más tangible, a lo largo de la última década,

    cambiar  como propuesta política ha conducido a aspirar a un estado completo derenovación. Para alcanzarla era necesario sacudir las instituciones y estructuras so-ciales, simbólicas, políticas y económicas, cuestionar sus bases culturales, imaginarmodelos de relacionamiento alternativos, revisitar la historia y el modo en que seconstruye, propiciar quiebres y articular diálogos, posicionar unas visiones de mun-do y descartar otras, acoger la complejidad, replantear acuerdos, balancear opcio-nes de negociación, desempolvar estrategias de resistencia.

    Así, poco a poco, el término “proceso de cambio” fue instalándose en las ca-bezas y en el debate cotidiano como una noción con impronta propia, que acopla-ba una multiplicidad de elementos para explicar por qué se necesitaba impulsarlo,pero que además, para resonar como un referente compartido y como un sloganque convocaba a la lucha colectiva, requería ir deniendo paulatinamente a dónde

    se quería llegar con el mismo evaluando sus contenidos concretos, sus condicionesde posibilidad y dejando en claro quiénes serían los artíces del mismo.

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       P   r   o    b    l   e   m   a   t    i   z   a   c    i    ó   n   y    d    i   s   e    ñ   o    i   n   v   e   s   t    i   g   a   t    i   v   o

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    Si entre 2000 y 2003 el cambio ya se perlaba asumiendo la gura de crisis (so -bre todo en el ámbito político de la representatividad) e iba descubriendo su perl

    a la luz de la idea de transición, faltaba realzar todavía su nalidad, imaginarla y dis -

    cutirla. Hacerlo supuso apostar por la construcción de un modelo social alternativoy aventurarse a adoptar un nuevo paradigma, el de la emancipación, tareas queinicialmente estuvieron circunscritas a la elaboración discursiva.

    Así pues, en la etapa que abarca el periodo 2000-2006, los discursos que surgie-ron de la mano de los movimientos sociales, principales cuestionadores del ordenneoliberal, asumieron en primera instancia un carácter contestatario, introducien-

    do en la reexión cotidiana términos como exclusión e inclusión social, rebelión, re-valorización cultural, reivindicación de las diferencias, contrahegemonía, pluralismoy multiplicidad.

    Y aunque éstos no llegaban a explicitar el contenido pragmático de lo que im-plicaría “emancipar”, contribuyeron a darle al término un sentido preliminar, en lamedida en que identicaban, describían y restaban legitimidad a las dinámicas polí -

    ticas dominantes, para así concluir interpelando y refutando las bases constitutivasdel sistema social boliviano. Sobre todo porque, además de señalar qué elementossuyos fomentaban la opresión, instaban a pensar las condiciones del cambio comola acción que precede a imaginar, discutir o denir un punto de llegada.

    De igual modo, la discursividad emergente en esta etapa recogía a su vez elbagaje acumulado desde los años setenta cuando, gracias a la emergencia de las co-

    rrientes ideológicas del katarismo y del indigenismo, y al rescate de las narracionesno escritas que daban cuenta de los procesos de resistencia y lucha indígenas impul-sado sobre todo desde iniciativas como el Taller de Historia Oral Andina (THOA) unadécada más tarde, se comenzó a problematizar el tema de la desigualdad surgidacomo producto de los siglos de ejercicio de la colonialidad y de la descalicación

    de los procesos de movilización colectiva como variables que juegan un papel im-portante en la interpelación de los diagramas excluyentes de poder que atraviesan

    todos los campos vinculantes.

    Considerando lo anterior, las posibilidades de cambio analizadas y barajadas enesa etapa desde las reexiones históricas, sociológicas y antropológicas, y desde la

    propia experiencia de las subjetividades excluidas y subalternas, pasaron a vincular-se con la necesidad de posicionar una lucha por los sentidos que corra de maneraparalela a aquellas que prescribían como estrategia la organización y la movilización

    colectivas.

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        E    l   o   r    i   g   e   n   y   e    l   o   r    d   e   n .    P   o

        d   e   r   s    i   m    b    ó    l    i   c   o   y    d    i    f   e   r   e   n   c    i   a   s   e   x   u   a    l   e   n   u   n   m    i   t   o    f   u   n    d   a   n   t   e   a   n    d    i   n   o

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    Planteadas así las cosas, y en el marco de ese cotejo, resultaba pertinente cues-tionarse si se puede o no tantear respuestas claricadoras que conduzcan a expli -car las bases del casi proverbial desencuentro entre teoría, participación y práctica

    sociopolítica, proponiendo un examen crítico del modo en que se incorporan lasdeniciones que se hacen respecto a nuestra subjetividad y a la forma en que inte -riorizamos, naturalizamos y reproducimos las relaciones de opresión en las que nosencontramos inmersos.

    Al respecto cabe reconocer que, entre los intentos abordados para acometeresta empresa, un recurso frecuentemente utilizado desde distintas vertientes de

    análisis social ha sido interrogar las historias ociales y revisar los imaginarios quehan prevalecido para avalar la jerarquización en tanto principio articulador del po-der como dominio. Es decir, cuando ésta se construye en base a la simbolización dela diferencia en todas sus expresiones (sexual, de género, de clase, de raza) comoun elemento negativo.

    Ahora bien, si en el contexto boliviano, a lo largo de los primeros seis años del

    nuevo milenio, y en medio de cavilaciones, lo básico fue identicar los mecanismosde dominación y opresión existentes y reconocer desde los movimientos socialesde qué era preciso liberarse, entre los años 2007 y 2009 el énfasis estuvo puesto enir un paso más allá, señalando desde dónde y cómo se pretendía revisar y sacudir unpoder con características jerárquicas y opresivas.

    Así pues, en el lapso en que tuvo lugar la Asamblea Constituyente, el ejercicio

    de la política se instaló en el ámbito de la contienda discursiva, es decir, de los “pro-cesos de construcción de los signicados y representaciones sociales a partir de la

    denición de los marcos interpretativos de las relaciones subjetivas y objetivas que

    tienen como escenario de competencia a la esfera pública” (Monsiváis 2008: 50).

    De este modo, se apuntaba a cimentar las bases de un nuevo acuerdo macro-social que, en primera instancia, tenía como n demandar una mayor democratiza-

    ción que implicaba ampliar el reconocimiento de los derechos humanos en todaslas esferas donde tiene lugar la vida cotidiana, pero suponía también recongurar la

    estructura estatal como condición previa para formular nuevos modos de relaciona-miento entre sociedad política, sociedad civil y movimientos sociales.

    Dar ambos pasos requirió previamente discutir, argumentar y confrontar dete-nidamente las posturas del Movimiento Al Socialismo (MAS) y de los partidos opo-

    sitores, aún capaces de articular resistencias y de imaginar estrategias de desorga-

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       P   r   o    b    l   e   m   a   t    i   z   a   c    i    ó   n   y    d    i   s   e    ñ   o    i   n   v   e   s   t    i   g   a   t    i   v   o

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    nización y reorganización para mantener vigente el modelo neoliberal. De ahí que,desde mi propia lectura, sostenga que en ese tiempo el debate, la controversia y suderivación radical —la violencia— llegaron a convertirse en las expresiones efecti-

    vamente palpables de la práctica política.En esta fase, sin embargo, si bien se iban perlando los referentes que guiarían

    la acción coordinada entre gobierno y movimientos sociales, tales como la des-colonización y la autonomía (esta última no solo como criterio de ordenamientoterritorial sino como elemento de distribución del poder y de reconocimiento deprácticas indígenas, originarias y campesinas de autogestión y autogobierno), la

    correlación de fuerzas existente sacaba a la luz dos cosas. Una, que tales referen-tes eran aún incipientes y resistidos, no dando tregua para que se profundizaraen delimitar —mediante una discusión amplia, plural y colectiva— qué conteni-dos asignar a estos conceptos ni cómo traducirlos en acciones gubernamentalesy sociales concretas. Dos, que a pesar de que las discusiones giraban en torno aevidenciar las raíces de la dominación y exclusión como relaciones de poder, no se

    analizaba a fondo cómo las mismas están entretejidas con las lógicas patriarcales.Con todo, a partir de 2009, en el marco del referéndum constitucional y de la

    reelección presidencial que condujo a la consolidación del MAS como propulsor yvocero reconocido del cambio, el contexto se tornó más favorable para comenzara imaginar las premisas del reordenamiento estatal y legal que requeriría la desco-lonización, aunque una vez más ésta no venía acompañada por una reivindicación

    propuesta desde los feminismos.Sin embargo, aunque las bases de la democracia intentaron replantearse

    echando mano del ejercicio discursivo constante, un año más tarde —cuando ape-nas se iniciaba la segunda fase del Gobierno de Evo Morales que exigía encauzar lasacciones para conseguir resultados a nivel de gestión— éste comenzó a ceder sulugar frente a la acción pragmática. Ésta última, en primera instancia, apuntaba a

    elaborar las leyes estructurales y sociales mediante las cuales se aplicarían los con-tenidos constitucionales, cumpliendo los tiempos prescritos en la norma máxima.Y, en segundo término, instaba a consolidar la producción de un orden sociopolíticodistinguiendo a sus protagonistas, los temas a priorizar y las alianzas sociales porconsolidar.

    De todos modos, en medio de este giro que supuso pasar de la política del dis-

    curso a la política de la praxis, no se desterraba la posibilidad de seguir fomentando

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        E    l   o   r    i   g   e   n   y   e    l   o   r    d   e   n .    P   o    d   e   r   s    i   m    b    ó    l    i   c   o   y    d    i    f   e   r   e   n

       c    i   a   s   e   x   u   a    l   e   n   u   n   m    i   t   o    f   u   n    d   a   n   t   e   a   n    d    i   n   o

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    el debate como herramienta para imaginar las bases de lo nuevo con el afán de darcuerpo a otra visión sobre la que estructurar lo social1.

    Ahora bien, si en las líneas anteriores me he detenido a considerar las impli-

    cancias de elegir el término “cambio” como referente para entablar diálogos y es-tablecer puntos de llegada colectivos, saber que la nueva gestión gubernamentalinaugurada a nes de 2009 comenzaba a priorizar la tarea de reformular el ámbito

    legal me indujo a preguntarme, en primer lugar, si en ese proceso los intereses delos movimientos de las mujeres tenían amplia cabida o seguían enfrentando las an-tiguas trabas de siempre. Y, en segundo lugar, me llevó a querer saber con qué

    imaginarios y con qué bagaje vivencial la sociedad política, la sociedad civil y losmovimientos sociales iniciaban una lucha emancipatoria que tenía por objeto insta-lar un proceso democrático que no priorizara la mediación representativa, sino másbien la participación política.

    En el camino, y analizando la coyuntura, comencé a palpar que para ir dando unnorte, e indirectamente dar una respuesta a estos interrogantes, comenzaba a en-

    sayarse y ponerse en práctica una maniobra dialéctica que, desde mi análisis, incluíasimultáneamente la deconstrucción y la construcción.

    Como un primer ejercicio, deconstruir involucraba un intento por desandar las

    rutas de opresión histórica fuertemente asociadas a los procesos de colonialidad

    y colonialismo, caracterizando antes que nada los cimientos ordenadores y nor-

    mativos de la sociedad jerarquizada, de la institucionalidad y el Estado existentes

    (Viceministerio de Descolonización 2011), asumiendo la premisa de que el paso previopara desmontar algo es conocer qué lo distingue de lo demás y su funcionamiento.

    En esa línea, desde los ámbitos de discusión intelectual y de producción dis-cursiva estatal, sobre todo a nivel del Viceministerio de Descolonización, se apuntó

    1 Un elemento importante a tomar en cuenta aquí es que apenas aprobada la ConstituciónPolítica del Estado, y cuando se empezaba a elaborar propuestas de contenidos para las cincoleyes orgánicas que estructurarían la estatalidad, desde el Órgano Ejecutivo se promovía laarticulación de Consejos integrados por representaciones de los movimientos sociales y delas instancias gubernamentales con el n de que sean éstos los que den la línea a seguir,preparen propuestas y supervisen la reorganización normativa fomentando encuentros,debates públicos y diálogos conjuntos para cumplir este acometido. Actualmente estaidea busca replicarse al momento de dar seguimiento a las posibilidades de aplicabilidad

    de nuevas normativas, pero siempre bajo la lógica de un involucramiento prioritario de lospoderes estatales y controlando el desplegado por la sociedad civil.

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       P   r   o    b    l   e   m   a   t    i   z   a   c    i    ó   n   y    d

        i   s   e    ñ   o    i   n   v   e   s   t    i   g   a   t    i   v   o

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    a elaborar una crítica sistémica para bosquejar el que sería un marco general dedominación heredado y estructurado de carácter racista y patriarcal, que llega aser reforzado y reproducido mediante el uso de herramientas de poder, como la

    ley, la educación y la religión. En dicha crítica se priorizó el análisis de la exclusión,la colonización y el machismo como un conjunto de condiciones histórico-políticasexpresadas particularmente desde el propio Estado y no como aspectos que, demanera compleja, también integran imaginarios culturales y se anidan en las prác-ticas sociales.

    Entonces, aunque es importante explorar tales condiciones, no es menos ur-

    gente, al momento de buscar paradigmas que nos asistan para elaborar lo nuevo,indagar sobre las visiones consolidadas, las creencias y supuestos que hicieron fac-tible que colonialismo y patriarcalismo se instalen como moneda de cambio admisi-ble en el manejo de las relaciones políticas, sociales y económicas.

    Pero si deconstruir es el primer intento que se hace para incursionar en la víade la emancipación, construir se transforma en el segundo ejercicio a practicar si se

    quiere alcanzarla. En efecto, dado que el cambio social es el momento cuando seinstala el desorden (Balandier 1993), y que colonización y descolonización puedeninterpretarse como tiempos de crisis en tanto cada una trae consigo los fermentosque desarreglan y descomponen un orden previo para sustituirlo, es preciso imagi-nar el contenido de la descolonización considerando medidas concretas que la apli-quen. Es decir, dando cabida institucional a la idea de rearticulación de un orden decosas en el cual lo plural y lo plurinacional debían ser los ejes para abordar el poder

    desde otras lógicas y maneras de implementar su ejercicio.

    Pensar cómo construir y alimentar la transformación estatal en la etapa post-constituyente obligaba a pensar en cómo constituir un orden nuevo, siendo urgen-te para ello retomar otra vez la elaboración dialógica, en tanto la misma contribuyea denir por qué, para qué, desde dónde, cómo y con quiénes se propone desco-lonizar y despatriarcalizar. De este modo, se entra en el terreno de lo que implica

    contraponer la discursividad por construirse, que debería incluir una veta emanci-patoria, y la discursividad construida, en tanto la misma expresa los modelos predo-minantes que han dado forma a los comportamientos, creencias y prácticas socialesque aún dominan las idiosincrasias.

    Y si, en tanto líneas orientadoras de las acciones reivindicatorias, deconstruir yconstruir se erigen como procesos que se retroalimentan, dado que uno determina,

    activa y da continuidad al otro, ya sea cuando explora registros históricos para cues-

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        E    l   o   r    i   g   e   n   y   e    l   o   r    d   e   n .    P   o    d   e   r   s    i   m    b    ó    l    i   c   o   y    d    i    f   e   r   e   n

       c    i   a   s   e   x   u   a    l   e   n   u   n   m    i   t   o    f   u

       n    d   a   n   t   e   a   n    d    i   n   o

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    tionar o aanzar sus planteamientos o cuando revisa posicionamientos, lenguajes

    y costumbres como espacios de producción política, en esa lógica simultánea dedeconstrucción y construcción se ltra la necesidad de establecer los límites de las

    reglas de juego, viendo cómo se articulan las fuerzas de producción, reproducciónsocial y contestación latentes.

    Así pues, deconstruir imaginarios de lo que es el poder como imposición 2 llevóa privilegiar como ámbito de preocupación la reestructuración estatal, para que conella no solo tuviera que hacerse referencia obligada a la historicidad de demandasétnicas y de clase propias de los nuevos actores protagónicos —los movimientos

    sociales indígenas y populares—, sino a formular también políticas públicas com-prendidas como acción colectiva.

    En consecuencia, en los primeros años de consolidación del Gobierno actual, lainstitucionalidad estatal comenzó a modicar su sonomía cuando en ella se integra-ron nuevas reparticiones ministeriales, como el Viceministerio de Descolonización oel Viceministerio de Coordinación con los Movimientos Sociales y la Sociedad Civil.De igual modo, en este proceso se llegó a sobrentender la emancipación como el re-sultado lógico de la descolonización, de la recuperación de las identidades y de la crí-tica sostenida de la estructura estatal colonial y jerarquizante para desarmarla apos-tando en primera instancia por la interpelación como instrumento. Nuevamente, alanalizar estos cambios, me vino a la mente otra vez la pregunta de siempre: ¿dóndequeda en todo esto la problematización respecto al patriarcado?

    En esa línea, me pareció signicativo notar que, al inaugurarse un periodo en

    que se aspiraba ante todo a describir y atacar con lujo de detalle las condicionescolonizadoras de la estructura estatal heredada de la etapa republicana, en unasuerte de intento por desordenar sus lógicas pero sin proponer aún una salida con-creta, ese desorden planteado no incluyera una sacudida o una fuerte interpelación

    al modo en que desde lo estatal se había contribuido a naturalizar las relacionesmachistas y subalternizadas.

    De todos modos, en los análisis sociopolíticos no se dejó de posicionar reexio-nes sobre el cambio que invitaban a discutir las posibilidades reales de transforma-

    2 El concepto de poder-imposición ha sido tomado de las reexiones de Raquel Gutiérrez

    (2006).

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       P   r   o    b    l   e   m   a   t    i   z   a   c    i    ó   n   y    d

        i   s   e    ñ   o    i   n   v   e   s   t    i   g   a   t    i   v   o

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    ción proponiendo, por ejemplo, premisas enormemente complejas como aquellaque instaba a “descolonizar el Estado desde el Estado” o que descolonizar es algoque “se aprende en el camino, en [el proceso de] la construcción”3.

    Y si en una etapa inicial lo anterior parecía describir un viaje sin brújula por elterreno de la reconguración del poder, poco a poco, al tratar la descolonización

    desde el ámbito gubernamental, se fue deniendo dónde y cómo aplicarla, en una

    suerte de intento de anclar lo reivindicatorio en la acción pública. En ese marco, sepriorizó al Estado como ámbito de intervención, bajo el argumento de que empírica-mente sí se cuenta con modelos estatales sobre los que es posible aplicar la decons-

    trucción de la lógica colonizadora, mientras que, al no existir modelos de sociedad

    4

    ,encarar la descolonización comenzando por ese espacio secundario podría llevar aperder el norte.

    Sin embargo, esta apreciación inicial fue matizándose poco a poco cuando, pa-radójicamente, desde el propio Viceministerio de Descolonización se planteó comoobjetivo la generación de un cambio de mentalidad ciudadana, en una suerte de

    reconocimiento —un tanto contradictorio y no explícito aún— de que pensar lareconstrucción estatal es una tarea abordable paralelamente desde lo social, lo cul-tural, lo económico y lo político.

    De ahí que a mediados de 2010 esta repartición se cuestionara qué otros tiposde opresión habrían reforzado y contribuido a consolidar el colonialismo y a repro-ducirlo como un sistema simbólico y material de ejercicio vertical de poder. Y que

    en el marco de su discursividad se haya incluido también como tarea pendiente ladenuncia, desestabilización y desmontaje de una forma de desigualdad más persis-tente: la opresión de las mujeres, que resulta del aanzamiento, también histórico,

    del patriarcado como estructura social jerárquica y discriminatoria en razón de ladiferencia sexual.

    Por tanto, con miras a avanzar en términos de democratización y justicia social,

    esta vez sí se propuso vincular el análisis del colonialismo con la noción de patriar-

    3 “La Navidad es un gran embuste que han logrado meternos”. Entrevista a Félix Cárdenas,viceministro de Descolonización. Página Siete, La Paz, 24 de diciembre de 2011. Esta ideatambién constituye uno de los argumentos fuertes propuestos desde ese Viceministerio ydesde la Unidad de Despatriarcalización, que se recoge en Centro de Promoción de la Mujer“Gregoria Apaza” 2010.

    4 Ver nota al pie 3.

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       P   r   o    b    l   e   m   a   t    i   z   a   c    i    ó   n   y    d

        i   s   e    ñ   o    i   n   v   e   s   t    i   g   a   t    i   v   o

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    Y aunque este cambio de prioridades no necesariamente supone en sí mismoun retroceso o un desatino, pues las políticas seleccionadas pueden ser inclusocuestionadoras de las lógicas jerárquicas y excluyentes en razón de la diferenciasexual, quedó una especie de sabor a poco en lo que se reere a revisión, cuestio-namiento y producción del discurso, su intencionalidad y sus orígenes como campode preguración de las conductas sociales.

    Ello, porque al promocionar ante todo la recuperación de las identidades cultu-rales indígenas y de sus modos propios de organización familiar, la lucha contra ladiscriminación, la demanda de equivalencia en la participación política y la visibiliza-

    ción del aporte social del trabajo doméstico (Mamani Huallco 2011) —temas todossin duda importantes— se dejó sin establecer dentro de los movimientos indígenasy populares una discusión colectiva para determinar las características que el pa-triarcado como sistema de opresión asume en un contexto pluricultural y diversocomo Bolivia6.

    Y, por tanto, quedó sin abrirse el espacio a una discusión entre las mismas mu-

    jeres de las organizaciones sociales de tierras altas y tierras bajas y de la sociedadcivil como sujetas diversas para que denan desde sus visiones y luchas particula -res cómo conciben y proponen encarar la despatriarcalización7, dando lugar a quelos contenidos debatidos como política pública y como marco de referencia paradesplegar acciones para sacudir las dinámicas patriarcales explícitas y encubiertassean denidos, una vez más, desde una única perspectiva a la cual subsumir las

    restantes.

    6 He tenido conocimiento de que a lo largo del año 2011, desde la Unidad se fomentarondiálogos para pensar los alcances de la despatriarcalización, en los cuales la feministacomunitaria Julieta Paredes planteó una veta interesante de análisis: considerar que en unarealidad tan diversa como la boliviana lo que se tiene es un entronque de patriarcados y quesu desmontaje requiere por tanto varias líneas de acción simultáneas.

    7 En este punto, cabe resaltar que en el marco de acción de la sociedad civil y en el campo

    de la discusión intelectual sí se ha encarado y entablado un debate sobre qué se entiendepor despatriarcalización tanto desde los movimientos de mujeres como desde quienesimpulsan el análisis crítico desde las corrientes del feminismo autónomo y el feminismocomunitario. Sin embargo, la propia instancia estatal que se estaría abriendo para promoverese debate en el campo de lo plurinacional no se ha preocupado de que en la construcciónde su discurso se recojan referentes simbólicos que manejan los pueblos indígenas noandinos, ni se problematiza en ese afán por descolonizar si estas acciones no son leídas einterpretadas como un nuevo intento por homologar visiones, recayendo en la tentación desubsumir lo diverso en la lógica de lo homogéneo.

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        E    l   o   r    i   g   e   n   y   e    l   o   r    d   e   n .    P   o    d   e   r   s    i   m    b    ó    l    i   c   o   y    d    i    f   e   r   e   n

       c    i   a   s   e   x   u   a    l   e   n   u   n   m    i   t   o    f   u

       n    d   a   n   t   e   a   n    d    i   n   o

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    Por otro lado, si bien cada uno de estos ejes de abordaje que integran la políticapública de la Unidad puede generar adhesiones o rechazos cuando se los analizaa partir de la crítica feminista, hay que resaltar que los mismos sin duda terminanmarcando un parámetro de orden que no hay que pasar por alto, ya que da cuentade que, en términos de reproducción de relaciones de poder, el Estado no asumenunca una actitud neutral.

    Así pues, las políticas revelan que existe ya una postura política tomada por elGobierno del MAS respecto a la problemática de la despatriarcalización. Es decir,que la cancha de la discusión está marcada, de modo tal que se prioriza un trata-miento y enfoque del tema incluyendo determinados elementos y dejando otros almargen, sin explicar los criterios asumidos para efectuar esta elección.

    Entre los aspectos que quedan a un lado no puede dejar de advertirse que des-de la perspectiva ocial que articula descolonización con despatriarcalización no se

    estudian ambos procesos a la luz del impacto del capitalismo y de la forma en que seconguran las relaciones de clase. Sobre todo porque, aunque entre los lineamien-tos de política pública que promueve la Unidad de Despatriarcalización se incluyeuna pieza central —la invisibilización del aporte del trabajo doméstico, sobre la quese cimientan las relaciones de explotación—, queda sin abordarse el hecho de quela estraticación social no fue tan solo el producto del ejercicio del poder colonial,

    sino se erigió también como uno de los elementos constitutivos que facilitó la im-posición de otros sistemas de dominio previo, como ocurrió en el caso del ImperioIncaico. El mismo descansaba en la articulación de un orden jerárquico que asigna-

    ba el lugar de poder a las élites y el de mantenimiento cotidiano de las mismas alcampesinado, y del control del cuerpo femenino concebido como bien para premiaracciones orientadas a garantizar la supremacía incaica y para consolidar alianzasútiles8.

    De igual modo, otro vacío importante es el que tiene que ver con el hecho deque los discursos estatales sobre la despatriarcalización no abordan la dominación

    patriarcal comprendiéndola como un producto histórico modelado por simbologíasque han coadyuvado a formar cosmovisiones, expectativas sociales, patrones deprescripción de conducta y representaciones disciplinarias para denir unidireccio-nalmente qué caracteriza a “lo femenino”.

    8 Para profundizar más en este tema, sugiero revisar el texto de Irene Silverblatt (1990).

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       P   r   o    b    l   e   m   a   t    i   z   a   c    i    ó   n   y    d

        i   s   e    ñ   o    i   n   v   e   s   t    i   g   a   t    i   v   o

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    De ahí que se me haya ocurrido plantear que si el Estado es un espacio de recon-guración y manifestación del poder y lo sociocultural es el cimiento simbólico que

    naturaliza y difunde sus modalidades, el discurso y las narrativas que lo preceden yesparcen son también, por un lado, el campo de su ejercicio y de la imposición de unorden y, por otro, son un ámbito desde donde se lo puede interpelar y contestarlo.

    En esa línea, es posible sostener que las relaciones de poder pueden ser re-sistidas discursivamente, como se hace a nivel físico o material, en tanto —comoseñala Teun Van Dijk (1980)— crear signicados depende del posicionamiento de

    un discurso que constituye y es constituido por las situaciones sociales, las institu-ciones y las estructuras. Y que si bien “signicar” contribuye a la reproducción y al

    mantenimiento del orden social, sirve también para transformarlo.

    Considerando lo anterior, cabe preguntarse lo siguiente: si un examen deteni-do del discurso vale para mostrar las formas de poder que sustentan estructurasy relaciones sociales opresivas que pregura un orden de vinculación individual y

    grupal, ¿en qué medida la revisión y el análisis críticos de los relatos históricos co-loniales contribuirían a deconstruir representaciones negativas sobre la diferenciasexual que aún se ltran en los imaginarios colectivos?

    Responder esta pregunta requiere tener presente dos cosas: la primera, que esbien sabido que durante siglos un signo de consolidación de cualquier tipo de he-gemonía ha sido la producción de historias ociales que se han transformado en el

    lente a través del cual se interpretan los acontecimientos sociales y que han tendidoa privilegiar unas subjetividades y unos modelos de relacionamiento por encima deotros. La segunda, que releer esos textos para interrogarlos empleando la crítica yla autocrítica respecto a sus lógicas articuladoras, a las guras que destaca, las es-tructuras que crea y a los comportamientos que, entre líneas o de manera explícita,prescribe, puede ser una estrategia para pensar cómo, en tanto sujetos y agentessociales, hemos adquirido un cúmulo simbólico del que —de modo inconscienteo consciente— tomamos aspectos y visiones de mundo que permean y terminan

    deniendo los límites de nuestras experiencias emancipatorias.

    En ese sentido, revisitar las fuentes históricas escritas que dan cuenta e inclusointentan justicar la imposición del dominio colonial puede ser un ejercicio intere -sante, en la medida en que ayuda a identicar cuáles fueron sus condiciones dis -cursivas para posicionarse sin ser rebatido, así como las continuidades, cambios,contradicciones y líneas de fuga que, a través del tiempo, terminaron cristalizándo-

    lo como un sistema cuya premisa básica fue convertir la diferencia en desigualdad.

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        E    l   o   r    i   g   e   n   y   e    l   o   r    d   e   n .    P   o    d   e   r   s    i   m    b    ó    l    i   c   o   y    d    i    f   e   r   e   n

       c    i   a   s   e   x   u   a    l   e   n   u   n   m    i   t   o    f   u

       n    d   a   n   t   e   a   n    d    i   n   o

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    Y, considerando que la Colonia produjo a su vez un modelo de patriarcado que

    respondía a sus requerimientos para hacer efectiva la opresión en todos los espacios

    de relación social, dicho ejercicio también puede aplicarse a partir de la idea de que

    pensar la despatriarcalización necesariamente involucra un análisis de la historia.

    Uno, porque la misma, en tanto narración autorizada donde las mujeres hansido representadas como la diferencia ausente, subvalorada y/o negativa, ha posi-cionado una ideología colonial y patriarcal. Y dos, porque si bien no se puede negarque, como arma Linda Tuhiwai Smith, la historia es una cuestión de poder, es decir,

    “del modo en que los poderosos se convierten en tales, en cómo usan su poderpara mantener una posición y continuar dominando a otros y la manera en que larelación historia-poder genera exclusión, marginalidad y denición de otredades”

    (Tuhiwai Smith 2010. Traducción propia), la reinterpretación de la misma como na-rrativa también puede constituirse en un instrumento desde el cual se puede rearti-cular el poder político modicando su marco valorativo.

    En efecto, dado que los procesos de dominación colonial incluyeron la impo-sición discursiva desde la producción y difusión de una única historia escrita quedescribía y valoraba los mitos, ritos, costumbres y formas organizativas de las cul-turas descubiertas y cuya fuente principal fue la crónica, es de esperar que talesnarraciones se hayan deslizado en los imaginarios sociales y echado raíces en ellos.De esa forma, las mismas coadyuvaron a pregurar las identidades y a moldear los

    signicados de lo que se comprende como orden, desorden, caos y transgresión en

    un claro proceso de mestizaje.

    En suma, contribuyeron a denir las bases de lo social y culturalmente acepta-ble no solo para las élites criollas, sino también para las poblaciones indígenas queoriginalmente ocupaban el territorio boliviano9. Tales soportes —disparejamenteconstruidos para hombres y mujeres y para clases sociales y grupos indígenas— seconstituyen aún hoy en la camisa de fuerza que amarra la producción de nuevos dis-cursos que pretenden ser liberadores, pero que manejan en su conguración repre-

    sentaciones de “lo otro” repletas de una carga histórica aún opresiva y que poneen cuestión las propias condiciones de posibilidad y de enraizamiento del procesode cambio.

    9 Un estudio más detallado y profundo sobre este aspecto puede encontrarse nuevamente

    en el texto de Irene Silverblatt (1990).

    E d l d l i d i li l d l

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       P   r   o    b    l   e   m   a   t    i   z   a   c    i    ó   n   y    d

        i   s   e    ñ   o    i   n   v   e   s   t    i   g   a   t    i   v   o

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    Entonces, cuando se plantea descolonizar y despatriarcalizar empleando eldoble impulso de la deconstrucción y construcción, es urgente analizar cuál es elanclaje de nuestra posición histórica, revisitando la historia colonial y sus fuentesen una especie de práctica genealógica —y para nada victimista— que insta a des-cubrir qué imaginarios prescritos desde ambas guían todavía nuestras conductas ycondicionan el posicionamiento de la diferencia como proyecto político libertario.

    Así pues, dado que desarticular un sistema es también un proceso cuyo éxitose vincula con la capacidad de generar dinámicas de descubrimiento de lo ocultoadmitiendo herramientas que faciliten la producción de una memoria contrahege-mónica, cabe proponer una revisión crítica de aquellos discursos históricos que pro-porcionaron una descripción legitimada a lo largo de varios siglos de los coloniza-dos como seres inferiores y deshumanizados, y de los contenidos de sus mitologíasy creencias, ltrando en ellas juicios de valor al momento de rescatarlas para que

    las mismas sean ubicadas en el campo de lo irracional y, por tanto, de lo brutal eincivilizado.

    Dado que, como se ha señalado ya, la historia colonial escrita y la crónica comouna expresión de la misma son el testimonio de la manera en que se articuló unesquema de imposición del poder, abordarlas desde un análisis crítico y feministadel discurso eligiendo uno de sus tópicos, la reconstrucción de un mito de origenpoco difundido, se transforma en una manera de contestación analítica. Sobre todoporque con ello se logra evidenciar qué guraciones y qué descripciones respecto a

    la subjetividad femenina aparecen en relatos que dejaron de ser socializados —ce-

    diendo, claro está, su lugar a otros referentes míticos—, pero que poseen un ricocontenido que puede reinterpretarse de modo creativo para potenciar la diferenciasexual como un referente positivo.

    En esa línea, si recuperar lo oral como el ámbito desde el cual se puede rastrearuna historia de la dominación y del empoderamiento social paralela a la que conti-nuamente se socializa, asignándole primacía porque se ajusta a un registro mate-

    rial tangible e inmutable, fomentar la producción de contragenealogías feministas,resignicando las narraciones míticas presentadas en la crónica escrita y abriendo

    sus metáforas a otras posibles interpretaciones que permitan elaborar un sistemasimbólico de corte más emancipatorio se transforma en un recurso más del cualpodrían valerse los feminismos para aanzar las luchas que aspiran a la concreción

    de un cambio en el que sus demandas no sigan manteniéndose en las sombras. O

    que sean susceptibles de sufrir una distorsión orientada a un manejo perverso que

    termine refor ando el patriarcado despoliti ando las ideas de solidaridad j sticia

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        E    l   o   r    i   g   e   n   y   e    l   o   r    d   e   n .    P

       o    d   e   r   s    i   m    b    ó    l    i   c   o   y    d    i    f   e   r   e   n

       c    i   a   s   e   x   u   a    l   e   n   u   n   m    i   t   o    f   u

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    termine reforzando el patriarcado y despolitizando las ideas de solidaridad y justiciasocial que los feminismos impulsan, justamente empleando para ello sus propias ca-tegorías de denuncia, análisis y propuesta reivindicatoria, descontextualizándolas ydespolitizándolas.

    La elección del tema

    Decía en líneas anteriores que en los momentos en que surge una hegemonía, sunacimiento casi siempre viene acompañado por una producción discursiva que larespalda y justica. En ese sentido, el ocio de narrar acontecimientos, de describir

    escenarios políticos y sus lógicas de organización fundamentando por qué asumenuna determinada sonomía lo ejercen generalmente guras que se mueven en —o

    que tienen estrecha relación con— el escenario del poder instituido y ejercido. Así,su vínculo con el mismo las insta a decidir qué destacar y qué esconder y a construirversiones públicas controladas y especícas sobre cada hecho acaecido.

    En ese sentido, las historias posicionadas terminan siendo los instrumentos queutiliza una élite de poder para crear las bases simbólico-discursivas sobre las que seacomoda un nuevo parámetro de orden (estatal o preestatal) como elemento quearregla, organiza y norma lo social y las relaciones que se dan en su seno 10.

    Sin embargo, aunque este proceso es el que resalta a los ojos de quienes ob-servan o estudian la armación de la hegemonía como consolidación de dominio,

    ello no presupone que, como ya se ha dicho, no existan o no se formulen historiasparalelas y subterráneas. En éstas, quienes quedan al margen del poder, sufriéndo-lo, palpándolo o resistiéndolo, crean relatos no ociales sobre los acontecimientos,que pueden adquirir más adelante un carácter emblemático. Por ejemplo, cuandoreviven circunstancias traumáticas como los genocidios y las masacres y que, conel paso del tiempo, se transforman en alegorías que exaltan la recuperación de lamemoria como método de lucha simbólica para reparar y erradicar injusticias. Ocuando se reeren a procesos emancipadores y de liberación, realzando en su tra-

    ma las acciones heroicas de sus líderes o gestores, en una suerte de recreación desus personalidades y hazañas, para volverlas insumos de libretos inspiradores parala acción política.

    10 Así lo señalaba ya María Rowstorowski, cuando armaba que “además de existir lacostumbre cusqueña de omitir intencionalmente todo episodio que molestara al nuevoSeñor, en muchos casos se llegaba al extremo de ignorar a ciertos Incas que habían reinado

    para no disgustar al Inca de turno” (1999: 15).

    Así en esta recuperación de voces y visiones múltiples se ha asumido como

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       P   r   o    b    l   e   m   a   t    i   z   a   c    i    ó   n   y    d

        i   s   e    ñ   o    i   n   v   e   s   t    i   g   a   t    i   v   o

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    Así, en esta recuperación de voces y visiones múltiples, se ha asumido comotemporalidad de referencia inmediata la que enmarca acontecimientos decisivoscomo la Guerra del Agua, la Guerra del Gas y la masacre de octubre, en tanto todasellas evidencian las primeras suras provocadas sobre el orden neoliberal bajo la

    modalidad de revueltas anticapitalistas. En esa línea, las experiencias de moviliza-ción y resistencia de estos episodios destacados terminaron creando también supropia iconografía. La misma resaltó acciones organizativas y de lucha épica quehan llegado a transformarse en una especie de punto de partida inevitable si sequiere comprender el actual rumbo político.

    Entonces, la resistencia emprendida desde el año 2000, al dibujarse como mo-vida de poder contestatario, ha marcado la inauguración y la fundación de un ori-gen primigenio, de una nueva historia. Rememorar ese origen en una especie derecapitulación que insta a recordar de dónde viene toda esta idea de cambio esimportante. Pero lo es también preguntarse si basta con destacar estos eventos ysu inevitable desenlace —la toma del poder por un instrumento político represen-tante de los movimientos sociales— como el génesis de una época transformadora,

    sin examinar a la vez la producción y validación de imágenes, la interpretación y elmanejo de símbolos que conforman el telón de fondo de estas dinámicas y sobre losque sin duda se estructuran también las relaciones políticas en su diversidad.

    Bajo esta óptica, y a la luz de la lógica que vincula deconstrucción y construc-ción, cabe preguntarse si los imaginarios estatales que se intenta emplear para ge-nerar la desestructuración del poder colonial y patriarcal se han ido dotando en

    efecto de contenidos que apuntan a formular un tipo de orden diferente. Es decir,un orden que coadyuve a imaginar otra concepción de política en el marco de loplurinacional, deniendo quién se suma, y de qué modo, a la tarea de perseguir la

    emancipación como utopía.

    Explorar estos imaginarios es una manera de revelar si los mismos, aunque es-tén ligados discursivamente con la idea de cambio como refundación del relaciona-

    miento social, político, económico y cultural, darán o no darán pie para concretar elmontaje de un orden no solo descolonizado sino también despatriarcalizado, queno deje sin tocar los estereotipos, normativas, roles, funciones y expectativas socia-les enraizadas en la diferencia como desigualdad.

    Revisar de dónde vienen dichas imágenes necesariamente remitirá al estudiode un pasado más lejano puesto que, si bien las etapas históricas son producto de la

    convergencia de circunstancias concretas, éstas, además, se inscriben en un origen

    más amplio y más antiguo del que van bebiendo sus contenidos discursivos y ab-

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        E    l   o   r    i   g   e   n   y   e    l   o   r    d   e   n .    P

       o    d   e   r   s    i   m    b    ó    l    i   c   o   y    d    i    f   e   r   e   n

       c    i   a   s   e   x   u   a    l   e   n   u   n   m    i   t   o    f   u

       n    d   a   n   t   e   a   n    d    i   n   o

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    más amplio y más antiguo, del que van bebiendo sus contenidos discursivos y absorbiendo preceptos que, aunque se reinterpretan y modican, incluso continúan

    inuyendo sobre los imaginarios colectivos por periodos extensos, llegando a pre-gurar los modos de vinculación que se emplean en lo cotidiano11.

    En esta línea, y a la luz de lo que implica haber instalado en el debate públicola despatriarcalización y la descolonización como componentes complejos teórico-analíticos del debate político, creo que es interesante no perder de vista que for-mular y orientar un proceso de cambio supone a la vez tener conciencia de que elmismo incorpora luchas acumuladas de sujetos y sujetas sociales que lo avalan odesgastan, según cómo perciben su inclusión en el mismo. Así, si en esta dinámi-ca la valorización, posicionamiento y recuperación de las identidades culturales escentral, también lo es establecer si, antes de la Conquista, la noción de orden ar-mónico ocultaba la existencia de relaciones de género y de dominio vertical (RiveraCusicanqui 2010).

    Así pues, en esta generación de relatos reivindicatorios y de reconstrucción deesa otra parte marginada de la historia, aún existen vacíos e incoherencias que ex-plorar, los cuales, más que referirse a la no existencia de datos e información quesirvan para seguir retroalimentando esta recuperación de voces olvidadas, tienenque ver con la pérdida del impulso para interrogar a las fuentes existentes desde laspreocupaciones de otras líneas de debate crítico, entre ellos los feminismos, hacien-do de ello un acto de transformación política.

    Y este tipo de vacíos son también reveladores de las condiciones en que lograenmarcarse y echar raíces el poder concebido como dominio, sobre todo porqueda cuenta de que, en el campo de la producción discursiva sobre la que se erige lapráctica política, hay perspectivas y estilos de narrar la experiencia colonial que seprivilegian y, por tanto, terminan mostrando qué vale más y qué vale menos u ocu-pa un lugar no prioritario al momento de reconstruir las reglas de juego del poder.

    En ese sentido, es sintomático que en los intentos institucionales por descolo-nizar y despatriarcalizar como acciones paralelas no se haya mostrado inclinaciónpolítica por explorar a la vez qué ideales y qué referentes de construcción subjetiva

    11 Tenemos un ejemplo en el hecho de que varias organizaciones sociales toman comoreferente de lucha a guras como Bartolina Sisa y Túpac Catari o resaltan las guras delos caciques apoderados como modelos de liderazgo que apuntaban a subvertir un orden

    excluyente a través de la rebelión y la subversión estratégicamente manejadas.

    se piensa tomar en cuenta para ir delimitando los marcos de relación de fuerzas que

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    se piensa tomar en cuenta para ir delimitando los marcos de relación de fuerzas quese estarían transformando. Es decir que, además de preguntarnos cuál sería el suje-to o los sujetos sociales impulsores del cambio, es central pensar cómo están cons-tituidos estos sujetos, qué ideales y referentes simbólicos orientan sus prácticas yacciones, qué perspectivas e intereses los mueven, de qué modo autodenen sus

    identidades y qué valores y principios guían su autotransformación para adecuarsea los nuevos tiempos.

    Llevar a cabo esta tarea requiere plantearse, en suma, cuáles son las condicio-nes de posibilidad para delimitar un horizonte compartido dentro del cual inscribirla despatriarcalización, teniendo en cuenta que esta noción puede aludir a reivindi-caciones variadas y también heterogéneas o dispares. Variadas, porque determinardesde la memoria cómo se maniesta el patriarcado en la propia cultura y en las

    propias vivencias insta a tener una versión particular de los hechos que se contrastao complementa con otras. Dispares, porque en los elementos destacados para vin-cular descolonización con despatriarcalización desde la reivindicación de lo indíge-na se privilegia la visión de una matriz cultural: la andina.

    De este modo, en tanto discurso ocial, la despatriarcalización dene los mar -cos de representación subjetiva a partir de las premisas de una cultura cuyas lógicasse privilegian y, en esa medida, éstas van determinando para cada sujeto social loscampos de identicación, los sentidos de identidad y las posiciones a adoptar.

    Entonces, si la intención al insertar en la discursividad la idea de la despatriarca-lización responde no solo a la intención de rearticular las diversas formas de poderpolítico, sino también al interés por ir deniendo si es posible alimentar la aparición

    de una cultura antipatriarcal, es importante pensar las opciones con que se cuenta.

    Dado que, como se señalaba antes, los códigos culturales a los que se recurreen esta tarea son los andinos, y es con ellos con los que debemos jugar, se vuelvenecesario pensar si dentro de los mismos es posible ubicar otras simbologías y otrasguras referenciales que permitan imaginar diferentes prácticas que conduzcan a

    lo emancipatorio. Para hacerlo, se pueden seguir diversos caminos, pero en mi casohe optado por recurrir al campo de los mitos de origen para de ellos extraer y anali-zar pautas de conducta prescritas en relación al género, viendo cómo en la versiónmitológica seleccionada —la leyenda de los hermanos Ayar— se establece qué fun-ciones sociales cumplen las mujeres allí representadas y en qué medida se las puederescatar como símbolos cuyas características aportarían a pensar otros modos de

    relacionamiento social, de articulación de luchas y ejercicio del poder.

    ¿Son estas guras heroicas y divinas poco conocidas o ignoradas posibles mode-

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