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20 Años Hacia Adelante - Jorge Bucay

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A lo largo de los últimos veinteaños, Jorge Bucay ha buscado tantoen el pensamiento de los sabioscomo en la sabiduría popular de loscuentos mensajes para enseñar ydivulgar la manera de enfrentarse alos desafíos de la vida. Enseñar aanticipar el puedo al quiero, para queel deseo no quede condicionado porla fantasía de una limitación detiempos pasados. Sin complicarnos,pero sin perder de vista el objetivo,Jorge Bucay propone en estas

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páginas que nos animemos a daralgunos pasos en la dirección de esecrecimiento y nos invita a queratifiquemos en cada capítulo queaceptamos el reto, lo queirremediablemente significa tambiénenfrentarse al desafío de volvernosnosotros mismos.

Jorge Bucay

PARA ENTREGAR A MIAMIGA MARIE.

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O...3 × 4 = 12... 3 × 5 = 15... 3× 6... ¡18!

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Jorge Bucay

20 años hacia adelante © Jorge Bucay, 2007© de esta edición: 2007, RBA

Libros, S.A.Pérez Galdós, 36 — 08012

[email protected] /

www.rbalibros.comPrimera edición digital: marzo

2010Reservados todos los derechos.

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Ninguna parte de estapublicación puede ser

reproducida, almacenadaotransmitida

por ningún medio sin permisodel editor.

Ref.: OEBO030ISBN: 978-84-92981-11-3Composición Víctor Igual, S.L.

introducciónDesde que empecé a escribir

para otros, hace más de veinte años,y sobre todo desde que alguiendecidió apoyar mi osadía publicando

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lo que yo escribía, he intentadocentrar cada una de mis palabras enaquellas ideas, sugerencias ypropuestas que he encontrado útiles alo largo de mi propio camino, y quepor esa razón creí que podrían servirde ayuda a otros que transitan porespacios parecidos en su propiabúsqueda.

A lo largo de estas dos décadas,intenté hacer en cada libro lo mismoque durante toda mi vida comoprofesional de la salud: por un lado,encender una pequeña lucecita,quizás ingenua o insignificante, con

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el propósito de ayudar a otros ailuminar las zonas que encuentranoscuras en su camino, y, por otro,ofrecer el tipo de ayuda que yonecesité en muchos momentosdifíciles.

He querido aportar el estímuloexterno, a veces imprescindible, pararenovar la convicción de que lo quesigue puede ser y será mejor; elpensamiento, la frase o la palabracapaz de actuar como un detonadorpositivo para cada unoindividualmente y, desde allí, paratodos en conjunto.

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Te propuse tantas cosas, quemuchas ya las conocías:

• Repasar lo aprendido paracompartirlo con los demás.

• Pensar en ti para despuéspensar en los demás.

• Anticipar el puedo al quiero,para que el deseo no se vieracondicionado por la fantasía de unalimitación de tiempos pasados,donde posiblemente otro yo anteriorno podía, no sabía o no quería saber.

• Terminar con el tiempo en elque aquellos que fuimos se quedabandependiendo del cuidado de algunos

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y de la decisión de otros.Pero en estas dos décadas creo

haberte hecho dos claras propuestas,para mí fundamentales:

• Te propuse que te ocuparas desentirte cada vez más vivo.

• Te propuse que trabajaraspara volverte cada vez más sabio.

No creo que tenga la necesidadde contarte cuáles fueron lasherramientas que usé para ayudarteen estos desafíos, lo sabes. Heutilizado algunas ideas propias ymuchas aprendidas, centenares decuentos de todas las épocas y de

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todas las culturas. Pensamiento vivoy vigente de muchos maestros,enredado, expuesto y oculto en milesde relatos, anécdotas y leyendasurbanas que nos confirman una y otravez que no estamos solos en nuestrocamino, ni en el dolor, ni en lascreencias, ni en los temores, ni en losbuenos momentos.

Historias y conceptos que nosobligan a nuestra primera concienciagregaria: no somos los únicos quesentimos el deseo de construirnosvidas cada vez más felices y muchomenos los únicos que tenemos el

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derecho de intentarlo.Todo se puede simplificar y

todo se puede complicar; y las doscosas se pueden hacer con intenciónde ayudar a aclarar o como intento deconfundir o esconder un fragmento dela verdad.

He querido empezar con estecuento como homenaje a la decisiónde aquellos que trabajan a favor deque la ayuda sea ayuda y nosolamente información inútil. Es unamanera de agradecer a los que, comoyo mismo, deciden siempre nocomplicar la realidad y un

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reconocimiento a todos los que,generosamente, comparten día a díalo poco o mucho que saben, conamor, profesionalidad y vocación deservir.

Hace muchos años, en plenacarrera espacial, Estados Unidos y laUnión Soviética se esforzaban porser los primeros en llegar a la Luna.La vanidad, el reconocimientomundial, el prestigio científico y elpresupuesto de la NASA y suequivalente ruso estaban en juego.

La tecnología era, por supuesto,

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la clave.Tecnología y desarrollo al

servicio de cada problema, de cadadetalle, de cada situación que, conseguridad, se iba a presentar o queimprevistamente podía llegar apresentarse; sobre todo de cara a losefectos de la ausencia de gravedad ya los demás factores de la vida en elespacio.

La experiencia conllevaba dosgrandes pasos, comunes a todaexploración científica: primero,hacerlo posible y, segundo,

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registrarlo todo. Dado que lainformática no contaba todavía conmicrochips, era esencial que losastronautas realizaran registrosexactos en vivo y por escrito de cadavivencia, situación, problema odescubrimiento. Esto condujo a unproblema tan menor en aparienciaque nadie había pensado en él antesde lanzarse al proyecto: singravedad, la tinta de los bolígrafosno corre.

Este pequeño punto pareció sercrucial en aquellos tiempos. El grupoque consiguiera solucionar esta

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dificultad ganaría, al parecer, lacarrera espacial. Nunca antes en lahistoria del mundo la caligrafía habíasido tan importante.

El gobierno de Estados Unidosinvirtió millones de dólares enfinanciar a un grupo de científicospara pensar exclusivamente en estepunto. Y, al cabo de algunos mesesde tarea incansable, los inventorespresentaron un proyecto ultrasecreto.Se trataba de un bolígrafo quecontenía un mecanismo deminibombeo que desafiaba la fuerzade la gravedad.

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Este pequeño invento permitió,después de destrabar el primer viajea la Luna, que toda una generación dejóvenes pudiera escribir mensajesobscenos en los techos de sus aulas yen los baños de todo el mundo.

Estados Unidos, en efecto, llegóprimero a la Luna, pero no fueporque los rusos no hubieran podidoresolver el tema de la tinta. En laUnión Soviética habían solucionadoel problema apenas unas horasdespués de darse cuenta de ladificultad planteada por la ausenciade gravedad... Los científicos rusos

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simplemente renunciaron a losbolígrafos y decidieronreemplazarlos por lápices.

Sin complicarnos, pero sinperder de vista nuestro objetivo, enlas próximas páginas te propondréque nos animemos a dar algunospasos en la dirección de nuestrocrecimiento y autorrealización.Ninguno de estos veinte pasos teresultará desconocido ni novedoso.Si aparecen aquí es, como siempre,para ordenar lo que tú ya sabes y, entodo caso, para invitarte a queratifiques en cada capítulo que

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aceptas el reto que,irremediablemente, significaenfrentarse al desafío de volverseuno mismo.

paso 1trabaja en conocerteMientras trazaba un mapa de los

conceptos y escribía gran parte delos contenidos de este libro, cumplícincuenta y siete años. Casi mesorprendió darme cuenta de lo muchoque esta vez me alegró la fecha. Enotro momento de mi vida hubieradiscutido, como quizá lo hagas tú

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ahora, el valor del ritual de cumpliraños. Hasta no hace tanto, yosostenía que estas «niñerías» sonpertinentes y razonables solamente enel mundo infantil de nuestros hijos onietos. Para ellos, solía decir yo, elfestejo de cumplir un año más sejustifica ampliamente si lo pensamoscomo una mínima compensaciónanticipada de lo que se avecina conel crecimiento: el desembarco demás responsabilidades, más deberesy cada vez más obligaciones. Pero anuestra edad, seguía argumentando,esto no parece motivo de ningún

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festejo.Nuestro propio lenguaje, a

veces tan esclarecedor, parecehacernos saber desde el principioque el día del cumpleaños no traeconsigo demasiadas buenas noticias.Combina en su nombre dos palabrasque no en vano nos agobiapronunciar: «cumplir» y «años»,como si quisiera condenarnos aenvejecer y obedecer, haciéndonosolvidar, quizá no tan ingenuamente,lo que sí se debe festejar.

Porque el día del cumpleaños,ese mismísimo día, se festeja nada

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más y nada menos que un aniversariomás del día de nuestro nacimiento.En la mayoría de los idiomas (inglés,francés, catalán, hebreo y chino, pornombrar sólo algunos), la palabraque se usa para cumpleaños se puedetraducir literalmente como «día delnacimiento» o «día del aniversario».

Decididamente, no pretendoempezar ninguna rebeldía lingüísticapara cambiar el idioma, pero quieroconseguir que seamos conscientes deeste hecho más que condicionante,para evitar que el peso etimológicode la palabra «cumpleaños» nos

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arruine la fiesta.De hecho, sostengo que:• Si nos hemos dado cuenta de

que vivir es una cosa deseable y nossentimos contentos por ello...

• Si hemos descubierto quequeda mucho por hacer y que loharemos...

• Si podemos sentir más que«muy de vez en cuando» alegría aldespertar cada mañana...

Entonces, tal vez podamosrecuperar de corazón el deseo decelebrar nuestros cumpleaños, y porqué no, de compartir con otros la

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alegría de estar vivos un año más.Y llegados aquí, no será difícil

establecer naturalmente esta sanacostumbre que recomiendo casi acada persona que me consulta:

Hacernos, ese día, el regalo quemás nos gustaría que

nos hiciera nuestro amigo máscercano e incondicional.

Es muy sugestivo ver cómomuchos vivimos pensando ycomprando regalos de cumpleañospara los que queremos y casi nuncalo hacemos con nosotros mismos.

Vuelvo a mi novedosa

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experiencia.• Quizá por mi mayor

conciencia de una vida más queafortunada.

• Tal vez por la certeza desentirme transitando el camino queyo mismo elegí para mí.

• Posiblemente por la alegría deque mis años me encuentrenembarcado en un nuevo proyecto, elde este libro.

• Seguramente por estarasistiendo, orgulloso, a la madurezde mis dos hijos.

• Probablemente, por la suma de

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todo lo dicho y más cosas, este añocelebré mi 57º cumpleaños.

Fiel a lo que enseño, me regaléla última grabación de Rigoletto enlas Arenas de Verona y también unamás que discreta reunión, a la que medi el gusto de invitar a mis amigosmás queridos, a algunos colegas y amuchos compañeros de ruta a los quehacía mucho tiempo que no veía.Allí, brindando con ellos en la fiestaque me había montado paracompartir mi alegría, confirmé lo quesostengo desde hace muchos años:ningún vínculo constructivo con los

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demás se puede establecer yfortalecer si no se apoya en unabuena relación de cada uno consigomismo. Y este concepto no es másque la mejor expresión de lanecesaria cuota de sano egoísmo.

Un camino cuyo último pasocoincidirá con la autorrealización, ycuyo primer paso no puede ser otroque el de conocerse, saberse,descubrirse...

• Des-cubrirse, es decir, quitarla cobertura que me impide verme.

• Animarme a dejar de lado lasmáscaras.

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• Mostrarme ante mí y ante losdemás tal como soy.

• Asumir la responsabilidad detodo lo que soy; que incluye todo loque hago y todo lo que digo.

Conocernos es el primer paso sipretendemos dejar de pedirles a losotros que sean observadores denuestra vida.

Conocernos consiste entomarnos el tiempo de mirarnosinteriormente, conectar con lo quecreemos, con lo que pensamos, conlo que sentimos y con lo que somos,más allá de todo lo que a otros les

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gustaría.Conocernos es empezar por el

principio. Por la primera de aquellastres preguntas existenciales queacompañan al hombre desde lostiempos más lejanos y que aparecenen todas y cada una de las culturasancestrales:

¿Quién soy?¿Adónde voy?¿Con quién?Tres preguntas que, como

siempre digo, deben ser contestadasen ese riguroso orden, aunque sólosea para impedir que sea mi rumbo el

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que determine quién soy y acabevolviéndome esclavo de mi camino.Tres preguntas que, respondidas enorden, una y otra vez, alcanzaránpara evitar que mi compañera ocompañero de ruta se crean con elderecho o la responsabilidad dedecidir por mí el camino que seguir.

Un cuento algo kafkiano nosayudará en este punto a reírnos denosotros mismos.

Un hombre viaja en metro.Está pensando en el trabajo que

le espera en la oficina.

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De repente alza la vista y leparece que otro hombre en el asientode enfrente lo mira fijamente.

En su abstracción, ni siquieranota que lo que ve es solamente suimagen reflejada en un espejo.

—¿De qué conozco a este tipo?—se pregunta al notar que su rostrole es familiar.

Vuelve a mirar y la imagen,como es obvio, le devuelve lasonrisa.

—Y él también me conoce —sedice en silencio.

Por más que intenta dejar de

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pensar en esa imagen de la carafamiliar, no consigue alejarla de sumente.

El hombre llega a su destino y,antes de ponerse de pie para bajardel tren, saluda a su supuestocompañero de viaje con un gesto que,como no podía ser de otra manera, elotro devuelve inmediatamente.

En su trabajo, no puede dejar depreguntarse:

—¿De qué conozco yo a esetipo?

Cómo le gustaría tener unafotografía de ese hombre para poder

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mostrársela a sus compañeros.Quizás alguno de ellos podríaayudarle a identificarlo...

Al finalizar su jornada decidecaminar hasta casa para darse eltiempo de buscar en su memoria.

Una hora más tarde entra en suapartamento, todavía sin respuesta.Se ducha, cena, mira la televisión;pero no puede prestar atención.

—¿Dónde he visto a esehombre? —se pregunta todavía alacostarse.

A la mañana siguiente sedespierta con una sonrisa...

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—Ya sé —dice en voz alta,sentándose de golpe en la cama ygolpeándose la frente con la palmade su mano—. ¿Cómo no me dicuenta antes?

Ha resuelto el problema que lotenía preocupado.

—¡Lo conozco de lapeluquería...!

Si no empezamos porconocernos será imposible saberquiénes somos, reconocernos ennuestros actos y hacernosresponsables de cada uno de ellos.Nunca sabremos con claridad cuál es

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el límite entre el adentro y el afuera.Si es cierto que queremos

conocernos, debemos aprender amirarnos con valentía, decidiendosimplemente ser, aun a riesgo deperdernos por un rato.

Sólo así podremos lograr quesea nada más que lo interior lo quenos defina. Una tarea de por sídifícil, sobre todo si uno pretendeafrontarla sin aislarse de los demás,sin renunciar a sus grupos depertenencia social, familiar olaboral. Y que quede claro que estono significa ignorar a los demás ni

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volverse sordo a sus opiniones, entreotras cosas porque sé quenecesitamos de sus miradas paracompletar nuestra percepción denosotros mismos, para ver todos esosaspectos que se ocultan en puntosciegos a nuestra mirada; significa nocondenarnos a andar por el mundopreguntando a los demás quiénessomos o cómo deberíamos ser.

¿No deberíamos anticipar losocial a lo individual?

Ahora, y aun a riesgo de seracusado (una vez más) deindividualista, sigo sosteniendo que

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al objetivo del bienestar común levendría muy bien que cada unoempezara por ocuparse de su propiodesarrollo, aunque sólo sea paraayudar de la forma más apropiada,justa y eficaz al prójimo.

Durante la semana el niño habíaperseguido literalmente al padre portoda la casa con su tablero de parchísdebajo del brazo. Quería que elhombre se sentara con él a cumplir supromesa de jugar una partida paraestrenar el nuevo tablero que lehabían regalado para su cumpleaños.

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—Ahora no puedo, Huguito —le había dicho el padre más de unavez—, tendremos que esperar al finde semana...

Por eso el sábado, apenas selevantó, Hugo vio a su padre sentadoen el escritorio, y corrió a su cuarto abuscar el tablero todavía sinestrenar.

—Hoy es fin de semana, ¿no,papi? —preguntó el pequeño.

—Sí, hijito —reconoció elpadre—, pero ahora tengo queterminar un trabajo atrasado. Pídele atu madre que juegue contigo...

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—No, no —protestó la pulga deseis añitos—. Tú me prometiste...

—Es verdad. Pero en estemomento tengo otras cosas másurgentes que atender...

—¿Y cuándo vas a terminar deatender esas cosas?

—Dentro de dos horas —dijo elpadre exagerando, con la intenciónde desanimarlo.

—¡Buf!... —dijo el niño, ydándose la vuelta salió de lahabitación.

La aguja grande había alcanzadoa la pequeña justo cuando ésta

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llegaba al número 12, y eso, según ledijo su madre, significaba que habíanpasado exactamente dos horas.

—¿Jugamos ahora, papi?—No, hijo. Lo siento. Todavía

no he terminado con mis cosas...—Pero tú me dijiste dentro de

dos horas... Eso es mentir.—No seas así, Huguito, tengo

trabajo pendiente.El niño ya empezaba a dejar

escapar un par de lágrimas, cuandosu padre tuvo una idea. Cogió de suescritorio una revista que mostrabaen la tapa un colorido mapa del

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mundo con división política.—Mira, hijito, te voy a

proponer un juego —le dijo, mien—tras arrancaba la hoja y buscaba en elcajón de su escritorio un par detijeras.

El hombre hizo varios cortes,transformando la hoja en un montónde papeles de forma irregular.

—Esto es un rompecabezas...Un puzle, como lo llamas tú. El juegoconsiste en montar el mapa delmundo poniendo cada país en su sitio—dijo el padre—. Cuando terminesde montar el mundo, jugaremos al

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parchís.El padre sabía que, sin tener

idea de cómo era el planisferio, elniño tardaría más de una hora enmontarlo y que eso los llevaría hastael almuerzo. Después de su siesta,quizá podría finalmente sentarse ajugar con su hijo, como le habíaprometido.

Otra vez resoplando, perointuyendo que si no aceptaba esascondiciones no habría parchís, eljovencito cogió los papeles que supadre le daba y se fue a su cuarto.

Pasaron cinco minutos, quizá

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seis, cuando Huguito entró en lahabitación con el mapa del mundoperfectamente montado.

Cada país en su sitio y toda lahoja pegada con cinta adhesiva.

—Ya está, papi. ¿Ahora vamosa jugar al parchís?

El padre sonrió, confuso.—Pero ¿cómo lo has hecho? —

preguntó examinando el perfectoresultado—. Si tú nunca has visto unmapa del mundo, ¿cómo lo hasmontado tan rápido?

—No, papi... Yo nunca habíavisto un mapa del mundo como éste...

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Cuando lo recortaste yo ví que en elotro lado de la hoja había una foto deun hombre. Entonces, al llegar a micuarto, di la vuelta a los papelitos ycoloqué las partes del señor, una allado de la otra. Fue fácil. Cuandoterminé de acomodar al hombre, elmundo se acomodó solo.

Puede que sea una deformaciónprofesional, pero después de tantosaños estoy convencido de quesolamente trabajando con losindividuos será posible que se dé elcambio que queremos para el mundo.

Será por una deformación

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profesional, pero me pasa condemasiada frecuencia, tanto hablandocon un paciente en mi consulta comocontestando a las preguntas de unreportaje; sin darme cuenta, mesorprendo hablando de todos cuandoyo sólo quería hablar de cada uno.Quizá sea la demostración de que nohay diferencia entre todos y cadauno.

Será por una deformaciónprofesional, pero después de tantosaños sigo creyendo que solamentesabiendo quiénes somos podremosempezar el trabajo de ser mejores

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para nosotros mismos y para lahumanidad.

paso 2decide tu libertadSi, según hemos dicho, el

primer paso es conocerse, el segundodebería ser, sin duda, su necesarioacompañante, concederse la libertad.

Y digo concederse y noconseguir ser libre porque me refieroal proceso interno de la autonomía yno al concepto vulgar y mentiroso decreer que la libertad consiste en«poder hacer lo que a cada uno se le

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antoje». Es muy importanteestablecer esta diferencia porque,como tantas veces lo he dicho,aquella definición corresponde a laomnipotencia y no a la libertad.Aquélla es sobrehumana y no existe;mientras que ésta es posible,deseable y real. A veces pareceríaque nos gusta o que nos convieneconfundir estos dos conceptos;posiblemente para justificar antenosotros mismos nuestro «miedo a lalibertad» como maravillosamente loenuncia Erich Fromm en el libro quelleva ese mismo título.*

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La libertad, tal como la entiendoy la propongo, consiste nada más (ynada menos) que en la posibilidad oel derecho que tiene cada uno deelegir una (y a veces más de una) delas alternativas que se presentan enun determinado momento.

La libertad es la capacidad deelegir dentro de lo posible.

Esta libertad incluye y necesita,por supuesto, la honestidad de nocalificar como imposible lo que nolo es, solamente para negar quedescartara todas las otras opcionespor mis principios, por mis temores

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o por mi conveniencia.La consecuencia de dar este

paso hacia nuestra libertad consistetambién en aceptar que algunassituaciones donde no podemos elegirson, en realidad, producto de unaelección previa. Sin embargo, parecedemasiado tentador para muchosdecir que no se podía hacer otra cosapara disminuir así su responsabilidaden el resultado de su elección.

Declararse libres es dar el pasohacia nuestra definitiva autonomía,asumir el coste de mis decisiones,aunque hoy me dé cuenta de que me

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equivoqué, aceptar que era posiblehacer todo lo contrario y yo no lohice, admitir que, de hecho, otros lohicieron aunque siga pareciéndomede lo más lógico haber hecho lo quehice.

Casi ninguno de los que nosdedicamos a pensar y enseñar losmecanismos que relacionan nuestravida cotidiana con el deseo de unamejor calidad de vida dejamos deremarcar una y otra vez que estedesafío, el de vivir más y mejor,requiere, entre muchas otras cosas,de una cuota nada despreciable de

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valentía.Hacen falta coraje y solidez

para enfrentarse a los precios que lasociedad querrá cobrarnos casisiempre por la osadía deenfrentarnos a ella, por la frescura dedeclararnos libres de decidir pornosotros mismos, por el desplante dedesconocer la inviolabilidad de susmandatos o por la insolencia depedir explicaciones a las actitudes delos más poderosos.

Hace algo más de medio siglo,una fría tarde, en Moscú, el entonces

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secretario general del partidocomunista, Nikita Kruschev,denunciaba en el vigésimo congresode su partido los horrores cometidosdurante el gobierno del despóticohombre fuerte de todas las Rusias,Jusip Stalin, muerto tres años antes,después de haber ejecutado a milesde opositores y mandado matar atodos los viejos compañeros de laRevolución de Octubre, entre ellos almismísimo León Trotski.

Por primera vez, el premierruso Kruschev contó frente a uncentenar de sorprendidos

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representantes partidarios cómo,despiadadamente, Stalin habíaencarcelado y torturado a miles delos que osaron oponerse a suautoridad, había ordenadodeportaciones en masa para otrostantos y había mandado recluir atodos los demás de por vida en lascárceles de la helada Siberia. Elsecretario general relató con detalleslos planes siniestros para oprimir alos países satélites de la entoncesllamada Unión Soviética, aplastandoen cada lugar a las fuerzas rebeldescon el poderío de la fuerza militar

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del soviet.Stalin (en realidad, Iósiv

Zissariónovich Dzugahsvihli) nohabía escatimado crueldad parahacer saber al mundo, dentro y fuerade Rusia, que nada frenaría suintención de decidir los destinos dela parte del planeta que quedó bajosu «control» después de los acuerdosde Yalta.

Los que allí estaban contaríanmás tarde que la situación era tantensa que, mientras el secretariogeneral leía su minucioso eimpresionante informe, podía

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literalmente escucharse en la sala larespiración de algunos camaradas.

De pronto, una voz se escuchósaliendo de entre las cabezasaglutinadas de los dirigentes. La vozpreguntaba casi increpando aKruschev:

—¿Y dónde estabas tú,camarada, mientras pasaba todoesto?

Todos entendieron lo que lafrase insinuaba sin decirlo. NikitaKruschev había trabajado muy cercadel fallecido tirano, había sidodepositario de su confianza, había

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formado parte de la dirigencia deaquella cruel etapa estalinista de laUnión Soviética.

La pregunta ponía en evidenciaque, con su silencio, el ahoradenunciante de alguna manera habíasido cómplice de las mismasinfamias que denunciaba en esemomento.

El secretario Kruschev hizosilencio. La pregunta a viva vozhabía conseguido callarlos a todos.

—¿Quién dijo eso? —preguntóluego, con firmeza.

No hubo respuesta.

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—¿Dónde está el que hizo esapregunta? —volvió a preguntar,estirando el cuello como buscandouna mano levantada entre la multitud.

Rusia no era ya la de Stalin,pero estaba muy lejos de ser unmodelo de democracia o un estadoque pudiera garantizar la integridadde los que se oponían al régimen.Los servicios secretos del soviet,que luego se convirtieron en lafamosa KGB, seguían siendopoderosos y temibles.

Nadie contestó la pregunta deNikita Kruschev.

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Fue entonces cuando elsecretario del partido dio larespuesta genial a la incómodapregunta:

—Ya que no te atreves adecirme dónde estás, voy acontestarte a tu pregunta de maneraque no te quede duda de mirespuesta. ¿Dónde estaba yo enaquellos días?... Yo estabaexactamente en el mismo lugar y enla misma posición en la que tú estásahora.

Todos hemos vivido situacionesen las que nos ha sido muy difícil

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mantenernos en el centro delescenario para denunciar unatropello o una injusticia... Y conmayor o menor éxito nos hemosplanteado si debíamos o noanimarnos a tamaña rebeldía.

Reflexionando acerca de estahistoria tan real como reciente, unose queda pensando que podemos ydebemos animarnos a hacer, apreguntar, a protestar y a cuestionar,aun en minoría, frente a los caprichosde algunos o las injusticias demuchos; quizá con la únicarestricción de cuidar de que esa

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libertad sea ejercida dentro delestado de derecho, que noinvolucremos en nuestra queja aquien no quiere estar involucrado yque nuestra forma de protesta o derebeldía no esté diseñada paradestruir a los que piensan diferente,sino para sumarlos a todos en laconstrucción de un mundo mejor.

Como en todas las cosas, losproblemas empiezan en las pequeñascosas.

En nuestra vida cotidiana tú yyo hemos pasado, y seguiremospasando, por esos momentos en los

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cuales, sin demasiada conciencia,decidimos renunciar a algunaslibertades.

¿Qué me cuesta —pensamos aveces— renunciar a mi elección?

Después de todo —nos decimos— es un tema tan poco importante...

¿Para qué hacer de esto unacuestión de debate? —terminamosargumentando—. Además de serciertamente un tema menor...seguramente sea transitorio.

E incluso respiramos hondoantes de dar por cerrado el asunto ynos conformamos con la renuncia a

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nuestro rumbo, convencidos de quela lucha por la libertad es la batallade las grandes cosas y no la de lasminucias.

Sin embargo, muchas vecesestas ideas son el disfraz con el queescondemos la falta de energía queponemos al defender nuestraslibertades.

Es importante ser capaz dedesapegarse de algunas actitudes,pretensiones y caprichos, pero habráque temer a las «pequeñas»renuncias cuando no son elegidas connuestro corazón, con conciencia y

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con responsabilidad.Es necesario recordar que la

libertad es tan importante como parano renunciar a ella ni siquiera unmomento. El desafío puede sonarcasi heroico, pero estoyabsolutamente convencido de quetodos somos capaces de mostrar esacuota de sana osadía.

Este paso que te propongo estan trascendente que para algunospensadores lo que define el paso deser un individuo a ser una PersonaAdulta (así, con mayúsculas) esjustamente nuestra libertad, la

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capacidad de optar entre dos o másposibilidades y la responsabilidadque se debe asumir después de tomarcada decisión. Y aunque a veces nopodremos elegir lo que pasa,podremos elegir cómo actuar frente aello.

Decía Octavio Paz que lalibertad es simplemente la diferenciaentre dos monosílabos: SÍ y NO.

Es el derecho que me otorgo deelegir una u otra respuesta lo que mehace libre o esclavo (y no el altoprecio que, con frecuencia, debopagar por mi elección).

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Dar este paso será una manerade decidirnos a afrontar nuestra vidacon absoluto protagonismo, conresponsabilidad sobre todo lo quenos ocurre, entendiendo los hechosde nuestra vida como unaconsecuencia deseada o indeseablede algunas de nuestras decisiones.

Soy responsable de lasdecisiones que tomo; por tanto, soylibre de quedarme o salir, de decir ocallar, de insistir o abandonar, decorrer los riesgos que yo decida y desalir al mundo a buscar lo quenecesito.

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Una antigua y conocida leyenda

cuenta que todas las vivencias y lasemociones humanas solíanencontrarse en un frondoso bosquemágico para jugar. Allí, el odio, laesperanza, la envidia, el amor y elmiedo correteaban riendo sin pararperseguidos por el rencor, la locura,la traición, la alegría y la curiosidad.

Dicen que un día, jugando alescondite, la locura buscaba al amor,que se había escondido entre unamontaña de hojas; la traición leacercó un tridente de afiladas puntas

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y la instó a pinchar el follaje paradescubrirlo. Así lo hizo la locura sinsopesar el daño que resultaría de suacción. Cuenta la leyenda que, desdeentonces, el amor se quedó ciego yque la locura, llena de culpa, decidióguiar sus pasos.

Mi genial amiga, escritora ycuentacuentos Vivi García dice que,después de tanto andar juntos, elamor y la locura, terminaronhaciendo pareja y disfrutaroninmensamente. Pocas cosas soneternas, y llegó un momento en el queel amor, cansado de tanto delirio,

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descontrol e incertidumbre, dejó a sulazarillo y decidió casarse con larazón.

El amor no se equivocó en sudecisión, porque guiado por la razónlos peligros desaparecieron y lasinseguridades se desvanecieron conellos.

Nada es perfecto, porquepasado un tiempo el amor empezó adarse cuenta de que en medio detanta seguridad estaba muy tranquilopero se aburría como una ostra.

Dice Vivi que, después demucho pensarlo y consultarlo con su

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amiga la fantasía, el amor tomó unadecisión, o mejor dicho dos: seguiríacasado con la razón, pero se daría lalibertad de vez en cuando deencontrarse con su vieja y amantecompañera, para dejarse llevar porella y perderse en la locura, por unrato, antes de volver, renovado, a losseguros brazos de la razón.

paso 3ábrete al amorEl tercer paso consiste en

descubrir el amor.No existe la realización

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personal si no somos capaces desentirnos amados y de sentir queamamos a alguien, intensa,comprometida y desinteresadamente.

La palabra «amor» esposiblemente una de las másutilizadas en los últimos doscientosaños. A su sombra se han justificadolas atrocidades más espantosas y sehan explicado las actitudes mássolidarias. Los santos, losdictadores, los bondadosos, losasesinos, los sacerdotes y loshechiceros, los eruditos y losanalfabetos, los amantes y los

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desenamorados; todos hablan deamor; aunque muchos no sepan dequé están hablando.

Es cierto que definirsentimientos es un gran desafío y unreto imposible de salvar del todo; sinembargo, podemos aproximarnos,compartiendo algunas ideas acercade ellos.

Para empezar, vale la penaaclarar que el amor verdadero ytrascendente del que hablamos no esel amor «inconmensurable» de lasnovelas románticas, supuestamenteeterno y, por decreto, excluyente.

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Tampoco es necesariamente elamor de las tragedias griegas,dramático e irresistible.

No es un sentimiento sublime,reservado para unos pocos, nitampoco algo que se sienteexclusivamente en un momento de lavida frente a una única persona.

El amor al que debemosabrirnos es el amor de nuestro día adía, el sentimiento posible ycotidiano al que nos referimoscuando sentimos que «queremosmucho a alguien».

Si partimos del concepto del

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querer como el más puro interés porel bienestar de otra persona, seráfácil entender que lo que estoyproponiendo como tercer paso esanimarnos a sentir con honestidadverdadero interés por lo que lesuceda a otros, ya sea tu hijo, tumadre, tu pareja, tu vecino o unalguien anónimo y desconocido.

Estoy convencido de que, parallegar a la meta, es imprescindibleque seamos capaces de cosechar porlo menos una relación con alguienque no sólo sea importante paranosotros, sino que además consiga

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hacernos saber que somosimportantes para ella.

Alguien que celebresinceramente cada uno de nuestroslogros.

Alguien que quieraacompañarnos tanto en los momentosfáciles como en los difíciles.

Alguien que sea capaz derespetar nuestros tiempos y nuestraselecciones.

Alguien que disfrute de nuestracompañía sin pretender ponernos enla lista de sus posesiones.

Alguien por quien nos sigamos

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sintiendo queridos aun en losdesencuentros, aun después de esosmomentos de discusión o de enfado.

Una persona, en fin, cuyobienestar siga importándonos, aun enlos momentos en los que, furiosa poralguna razón o cegada por su enfado,nos asegure que ya no nos quiere; auncuando, lastimada y dolorida, seempeñe en prometer que jamás nosperdonará.

Todos los filósofos,pensadores, religiosos y terapeutasde la historia deben de haber creadosu propia definición acerca del amor.

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De entre las que llegaron a mí, elijola de mi colega Joseph Zinker,* quepropone en su libro El procesocreativo...:

El amor es el regocijo por lamera existencia

de la persona amada.Quizás a ti no te satisfaga.Quizá prefieras apoyarte en tu

propia definición.Por si acaso, te dejo también mi

particular manera de poner enpalabras el significado y el alcancedel mejor de los amores.

Para mí, el amor es la decisión

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sincera de crear para la personaamada un espacio de libertad tanamplio, tan amplio, tan amplio, comopara que ella pueda elegir hacer consu vida, con sus sentimientos y con sucuerpo lo que desee, aun cuando sudecisión no me guste, aun cuando suelección no me incluya.

Quiero compartir con todos miversión de un cuento que siempre fuemuy significativo para mí, unahistoria escrita hace medio siglo poruno de los grandes de la literatura,que se hizo conocer como O’Henry.

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Esta historia transcurre en laFrancia de 1900, en los comienzosde un durísimo invierno.

Marie era una niña de once añosque vivía en una antigua casaparisina. Desde que el frío se habíahecho sentir, ella empezó a quejarsede un intenso dolor en la espalda quese volvía intolerable al toser.Cuando el médico fue a verla, le dioa su madre el diagnóstico que mástemía: tuberculosis.

En esa época, todavía sinantibióticos, la infección era casi unagarantía de muerte. Lo único que los

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médicos podían hacer era recetaralgunos paliativos para el dolor,cuidados generales, reposo... y fe.

—Estos pacientes, como casitodos —les dijo el profesional—,tienen más posibilidades de curarsesi luchan contra la enfermedad; siMarie dejara de pelear por su vida,moriría en algunas semanas. —Yluego agregó, sabiendo que era másun deseo que un pronóstico—: Estoyseguro de que si la mantenemoscalentita, bien alimentada y conmuchos deseos de vivir, cuando elinvierno pase, ella estará fuera de

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peligro y la tuberculosis será sólo unmal recuerdo.

Cuando el doctor se fue, lamadre de la niña miró el calendario.Faltaban todavía dos largos mesespara que llegara la primavera...

Sabiendo que ninguno de suscompañeros de clase iría a verla, porel comprensible aunque injustificadotemor al contagio, la madre se acercóhasta la escuela de Marie pararogarle a la maestra que fuera a casaa darle algunas clases, no tanto por elaprendizaje como por emplear algo

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de su tiempo de encierro yaburrimiento. La maestra le dijo queno podía hacerlo. Lo sentía, perohabía cuatro niños en el curso en lamisma situación, ella no podíaocuparse de ellos, debía cuidar delos que todavía asistían a clase.

Al día siguiente, mientrascolgaba guirnaldas caseras por lacasa tratando de contagiar la alegríaque no sentía por las fiestas, lamadre vio la pálida cara de su hija yla tristeza reflejada en su expresión.Fue entonces cuando tuvo la idea.Con la ayuda de la casera, se ocupó

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esa mañana de mover todos losmuebles de la casa para poder llevarla cama de Marie junto a la ventanade la sala que daba al pequeño patiocentral compartido. Desde allí, pensóla madre, por lo menos verá esepequeño patio interior, el ciprés enel centro del jardín, las enredaderasen las paredes, las ventanas de lootros dos edificios. Seguramente, sedijo, se distraerá aunque sea viendoa la gente pasar de ida y de vuelta desus ocupaciones o de sus compras defin de año.

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Entrado enero, el invierno sevolvió más y más frío, y con ello laniña se agravó. Más de una noche unataque de tos terminó con un vómitode sangre y la consiguientedesesperación de la pobre jovencitay de su madre.

Una mañana, al volver de lacompra, la madre encontró a Mariecon la mirada perdida de cara alventanal. Nada tenía que ver ya esaniña con la Marie que ella recordabade apenas unas semanas atrás. Lamadre se acercó a preguntarle cómose sentía esa mañana y la niña le dijo

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que tenía mucho miedo de morirse.La madre la abrazó con fuerzasosteniendo la cabeza de su hijacontra su pecho, tratando de que nose diera cuenta de que lloraba. Laniña señaló hacia el patio y le dijo:

—Mira, mami, ¿ves esaenredadera en la pared del edificiode enfrente? Hace semanas estaballena de hojas, algunas más verdes,otras más amarillas. Mírala ahoraqué pocas hojas le quedan. Acabo depensar que cuando la última de lashojas de la enredadera caiga, mi vida

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también llegará a su fin.—No tienes que pensar en eso

—le dijo su madre, acomodando lasalmohadas y secándose las lágrimasde espaldas a la niña—. Enprimavera, de todas las enredaderassurgen nuevas hojas y la vida verdevuelve a nacer.

«Pero son otras hojas»..., pensóla jovencita sin decirlo.

La enfermedad seguía su cursocon altibajos, pero cada vez que elmédico iba a visitarla veía cómo elánimo de la paciente decaía en lamisma magnitud que su estado

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general.Hasta que una mañana la madre

descubrió a Marie muy interesada,mirando hacia arriba por la ventana.Sin querer interrumpir, la madre seacercó con cuidado tratando de verqué era lo que llamaba la atención desu hija. Se trataba de un joven pintorque, junto a su ventana en el tercerpiso del edificio de enfrente, pintabacon colores vivos imágenes de París:Notre-Dame, Montmartre, el MoulinRouge...

Por primera vez en muchos días,la madre vio a Marie entusiasmada y

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alegre. La madre compartía esaalegría; algo por fin había captado suinterés, quizás ella pudieraconvencer al pintor para que laayudara.

Esa misma tarde, la madre cruzóhacia el edificio y llamó a la puertadel artista. Cuando el joven yestrafalario artista abrió, le contóque era la madre de una niña quevivía en la planta baja, en el edificiode enfrente, le dijo que padecía unagrave enfermedad, y lo que el médicohabía diagnosticado.

—Lo siento mucho, señora —

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contestó el pintor—, pero noentiendo para qué ha venido acontarme todo esto.

—Vine a pedirle que se acerquea darle algunas clases de dibujo, o depintura a Marie. A ella siempre leinteresó el arte, ¿sabe usted? Si ustedpudiera bajar a casa de vez encuando a charlar con Marie... yo, porsupuesto, le pagaré lo que pida...

—Y con un tono de ruegoterminó diciendo—: Su vida, ¿sabe?,quizá dependa de que usted acepte miencargo.

No por el dinero sino por la

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pena que le daba la imagen de la niñaque ya había visto desde la ventana,el joven artista empezó a bajar un díasí y otro también a casa de Marie,llevando consigo algunas telas,carbones y colores para hablar depintura y para animar a la joven aque utilizase su tiempo en cama paradibujar y pintar.

Durante las siguientes semanascreció entre ellos una extrañaamistad.

Una tarde, cuando el pintor bajóa verla, Marie lloraba en su cama.

—¿Qué sucede, mon cher? —le

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preguntó.Marie le contó de su relación

con la enredadera y luego le dijo:—Ayer, después de que te

fuiste, hubo mucho viento y muchashojas cayeron. Cuando la tormentapasó conté las hojas que quedaban.De las miles que había entre susramas sólo quedan veintiocho. Y yosé lo que eso significa: si se cayerantodas hoy, no habría un mañana paramí.

El pintor intentó convencer aMarie de que esa asociación era unatontería:

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—La vida seguirá de todasmaneras —le dijo—, no debespensar así. Tienes que practicar lasescalas de colores y dibujar lasmanzanas que te pedí; si no, nuncallegarás a exponer. De hecho, graciasa haber practicado mucho en mi vidame ha llegado una invitación paraexponer mis pinturas en América.

—¿Te irás? —preguntó Marie,sin querer escuchar la respuesta.

—Volveré en mayo como muytarde —le dijo el pintor—. Entonces,si has practicado iremos a dibujar enla campiña, recorreremos los museos

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y te enseñaré a pintar con óleo.—No sé si estaré cuando

regreses, pintor —contestó Marie—.Depende de la enredadera.

El artista, encariñado con lajovencita, la abrazó y prefirió nohablar de esa fantasía. Sólo la besóen la frente y le dejó indicaciones dequé hacer para estar ocupada hastaque él regresase.

Cuando se fue, Marie sintiócomo si el mundo se le derrumbara yen un negro presagio vio cómo,mientras el pintor cruzaba hacia su

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casa, el viento arrancaba de laenredadera tres hojas de golpe y lasdejaba caer violentamente en elpatio.

Desde ese día, cada mañana laniña controlaba desde su ventana lacantidad de hojas que quedan en laenredadera... y cada mañanaregistraba un agudo dolor en el pechocuando comprobaba que, durante lanoche, alguna de sus acompañanteshabía caído para siempre.

—¿Qué pasa, hija? —lepreguntó su madre, después de una

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agitada y febril noche.—Mira, mamá —dijo Marie,

señalando por la ventana—. Sóloquedan tres hojitas: una abajo juntoal cuadro, otra en medio de la paredy una más solita, arriba de todo, allado de la ventana del pintor. Tengomiedo, mamá.

—No te asustes —contestó lamadre, con una convicción que notenía—. Esas hojitas van a aguantar;son las más fuertes, ¿entiendes? Sólofaltan dos semanas para que llegue laprimavera.

La mirada divertida de Marie se

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transformó en la oscura expresión deun obsesivo control sobre las pobrestres hojitas. Y una noche de febrero,en medio de una feroz tormenta deviento y lluvia, la hoja del medio sesoltó de su amarra y voló lejos.Marie no dijo nada pero redobló susrezos para pedirle al buen Dios queprotegiera sus hojitas.

—Mamá —gritó una mañana—.Mamá, ven.

—¿Qué pasa, hija?—Queda sólo una, mami, sólo

una. La de abajo del todo se cayóanoche. Me voy a morir mami, me

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voy a morir. Por favor, abrázame,tengo miedo, mamita. Mucho miedo.

—Hay que tener fe, hijita —dijola madre tragando saliva yreprimiendo el llanto de su propiomiedo—. Además, faltan pocos díaspara la primavera y todavía quedauna hoja. Es la hoja campeona,¿sabes?

—Sí, pero hace un rato la vitemblar... Tápame, mamá, tengo frío.

La madre la arropó con susmantas y fue a buscar unos pañoshúmedos. La niña tenía mucha fiebre.

Cada momento que Marie

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estaba despierta miraba por laventana a la única hoja que todavíaresistía. En la punta de laenredadera, la pequeña hoja marrónverdosa se aferraba solitaria a subase, y la niña, al verla, cruzabainstintivamente los dedos pidiéndoleque resistiera para que ella tambiénpudiera salvarse. Y la hoja resistía.

Nieve, lluvia y viento.Pasaron los días y la hoja

aguantó...Hasta que una mañana, mientras

Marie miraba su esperanza, vio queun rayo de sol iluminaba la hoja, y

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descubrió que a su lado y más abajoen la enredadera pequeños botonesverdes habían empezado a aparecer.

—Mami, mami, la hoja haresistido, llegó la primavera, mami.¿No es maravilloso?

La madre corrió junto a su hija yla abrazó con lágrimas en sus ojos.Ella no pensaba en la enredaderasino en su hija, que también se habíasalvado.

—Sí, hija, es maravilloso.Pasaron los días y la niña

comenzó a recuperar sus fuerzas muydespacio.

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En la primera salida a la calleque el médico autorizó, Marie corrióal edificio de enfrente para preguntarpor su amigo el pintor.

La casera se sorprendió alverla, quizá porque no era habitualque alguien sobreviviera a latuberculosis.

—Me alegro de que estés bien—le dijo mientras la besaba consincera alegría—. Tu amigo todavíano ha vuelto, pero me ha aseguradoque en unas semanas lo tendremospor aquí. Mandó esto para ti.

Y remetiendo la mano en su

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escote, le alargó una carta para ella:

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PARA ENTREGAR AMI AMIGA MARIE.

Hola, Marie:Tal como ves, todo ha pasado.Para cuando leas esto faltarán

días para retomar nuestras clases depintura.

Yo he comprado nuevos coloresy pinceles; así que quiero regalartelos que fueron míos.

Dile a la casera que te abra miapartamento y llévate mis cosas.

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Practica mucho, recuerda lasmanzanas... y las escalas de colores.

La niña saltaba de alegría.Después de pedir la llave a lacasera, subió a la pequeña buhardillaa por sus pinturas.

Una vez allí se acercó a recogerel atril que estaba, como siempre,junto a la ventana. Mirando haciafuera vio, desde arriba, su propiacama en el edificio de enfrente.

Sin pensarlo, Marie abrió laventana e instintivamente buscó a suamiga la hoja heroica, la que aguantó

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todo, la más fuerte de todas lashojas...

Y la vio. Allí estaba en lapared, a un lado, muy cerca delmarco de madera de la ventana.

Allí estaba. Pero no era unahoja verdadera, era una hoja quehabía pintado en el ladrillo su amigoel pintor...

¿Seremos capaces de amar así?¿Seremos capaces de pintar

hojas en nuestras ventanas parainspirar, alentar y acompañar a losque amamos, aunque nosotrosestemos lejos?

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¿Seremos capaces de dar elgran paso hacia el amor verdadero?

paso 4deja fluir la risaDespués de haber dado los

primeros tres pasos, tan difícilescomo trascendentes, sabiendo ahoraquiénes somos, sintiéndonos libres yaprendiendo a comprometernos conel amor, deberemos dar este cuartopaso.

Poner la imprescindible cuotade buen humor en nuestra vida...Atención, no es suficiente con

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«cualquier» buen humor; hablo de unhumor particular y específico, de ungrandioso buen humor.

Empezar a dar este paso esaprender a levantarnos contentoscada mañana a pesar de enfrentarnos,en cada letra de los periódicos y encada palabra de las noticias, con losmensajes que los cerebrosprivilegiados parecen derramar porhábito sobre nuestras pobrescabezas; como si disfrutaran delmiedo que nos crean sus temiblesvisiones del presente y el anticipo delas próximas, y a su parecer

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inevitables, catástrofes económicas,sociales y ecológicas.

Me refiero a no olvidarse desonreír aun cuando estos imaginariosdel duro mañana parezcan estar cadavez más cerca. Sonreír a pesar denuestras propias limitaciones, queahora conocemos y reconocemos, ytambién, a pesar de las a vecesabsurdas restricciones que nosimponen costumbres,reglamentaciones y censuras que noslimitan, aunque no recordemoshaberlas aceptado.

Hablo de sonreír para actuar

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con más tino y no para renegar de losproblemas o escapar de ellos.

Como bien señala Pescetti, elhumor es quien muchas veces nosadvierte de que el orden esdemasiado estricto, que determinadaregla no tiene sentido o que noshemos dejado oprimir pordemasiadas preocupaciones. Nospreviene de nuestras torpezas ydistracciones, de la estupidez propiao ajena y a veces de la manía detomarnos las cosas demasiado enserio. Sin lugar a dudas, es bueno,por ejemplo, tener dinero, y es

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placentero gozar de algunas de lascosas que ese dinero puede comprar,pero también es bueno detenerse unaque otra vez a reflexionar, para estarseguro de no haber perdido aquellascosas que todo el dinero del mundono puede comprar y que,frecuentemente, están allí, al alcancede nuestra mano.

Hablo de tener aunque sea unminuto cada día para sonreír frente alespejo, por encima del fastidiosorecuerdo de nuestro agobiantepasado, sin estar pendientes de losfracasos del presente y sin temblar

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por nuestras profecías catastróficas.De no dejar de reírnos, a carcajadassi es posible, de los hechos denuestro «padecer cotidiano», que teaseguro que nos parecerán trivialessi los miramos en perspectiva.

La risa es, y los médicos losabemos, una de las tres formas enlas que el cuerpo es capaz deproducir endorfinas. Estas sustanciasque produce cada organismo y que,hasta donde sabemos hoy, sonespecíficas para el cuerpo que laselabora, poseen un increíble efectosanador: reconstituyente, analgésico

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y antiinflamatorio.Día tras día, la ciencia descubre

cómo los bajos niveles de endorfinasperjudican el funcionamientoarmónico del sistema inmunitario.Así, el aumento de endorfinas queconllevan la risa y la carcajadapodrían ser capaces, según muchosestudios, de protegernos (o por lomenos ayudarnos) en algunos cientosde enfermedades, desde la úlcerahasta las reacciones alérgicas, ymejorar la evolución de otras tantas,desde el resfriado hasta el cáncer.

Quizá porque nuestro cuerpo

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conoce estos datos, aunque nuestracabeza los ignore, asociamosnaturalmente el buen humor con laevolución, con el nacimiento de lonuevo y con la vida. El chiste, laanécdota y el humor siempre nosrecuerdan la necesidad deenfrentarnos con lo que no seesperaba y representan en nuestramente un desafío a lo lógico, loregulado y lo repetido. En ellosaparece el disparador de una exitosavuelta al hogar, condecorados conuna sonrisa para compartir.

Durante mi infancia aprendí de

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mi padre a disfrutar del placer de lalectura. Cuando entré en mi primeraadolescencia, me fascinaban lashistorias de caballeros hidalgos. Meencantaba imaginar a mi héroe deentonces, el Príncipe Valiente,mientras liberaba a la bella princesamatando dragones y villanos antes devolver triunfante a su castillo.Después de muchos maestros aprendíque, en realidad, éramos nosotrosmismos los que, simbólicamente,debíamos liberarnos, rescatados pornuestras actitudes más nobles yheroicas. Aprendí de otros que

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sabían más, que la risa es unaheroína que se enfrenta al desafío derescatarnos de las prisiones de lacordura y de la coherencia, paravolver al hogar de lo espontáneo, elcastillo de la ingenuidad y la frescurade la infancia. Una especie de saltoal vacío que nos aterriza en elincomprensible y muchas vecesincorrecto universo de lo que noshace gracia.

Como en las novelas de miinfancia, también a veces algunosvillanos se disfrazan de valerososcaballeros y algunos ogros toman la

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forma de príncipes no para salvarsino para destruir. Hay también «unarisa» que no sirve, que no sana, queenferma más de lo que cura. No esuna expresión del buen humor sino dela burla, del desprecio o del quehumilla a lo diferente.

Siempre me subleva la risaidiota; la que tienen los idiotascuando se ríen del sufrimiento ajeno,por ser ajeno. Tan diferente de laotra, la de aquellos que son capacesde reírse de la estupidez de otrossolamente porque les causa graciaver en ella su propia estupidez.

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Tener la capacidad de reírse deuno mismo es casi condiciónnecesaria para gozar de algunas delas extrañas y absurdas cosas que nossuceden. Es la señal de la madurezque siente el que no necesita sercorrecto ni exitoso para estar segurode sí mismo.

Me contaron esta historia.

Dicen que sucedió en la épocade los peores enfrentamientosraciales de la historia deNorteamérica. La época de lossalvajes ataques del Ku Klux Klan,

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el fundamentalista grupo blancoultraderechista, que perseguía,agredía y mataba a los ciudadanos deraza negra, y también de la lucha delos Black Panthers, el grupo deresistencia de la gente de color.

La anécdota comienza cuandoun humilde campesino negro conducesu carreta, tirada por un par de viejosbueyes, hacia su minúscula granja enalgún lugar del sur de EstadosUnidos.

Un kilómetro antes de llegar aldesvío que lo llevará hasta su casita,el carro es alcanzado en la angosta

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carretera lateral por una ostentosalimusina, donde un poderosopetrolero viaja custodiado por dosmotos, de camino a su rancho.

Molesto porque el carro leimpide pasar, el magnate ordena a suchofer que haga sonar su bocina paraque el campesino se aparte y dejepasar a su automóvil.

Quizá por una coincidencia,quizá por el susto de los animalesante la estridencia del claxon, losbueyes, forzados por el campesino aapartarse, dejan caer en el pavimentosendas tortas de excrementos, que

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terminan bajo las ruedas de lalimusina.

El poderoso ranchero mandadetener el vehículo y se baja delautomóvil para confirmar lo quesospecha, la hedionda boñiga de losanimales pegada a los negrosneumáticos. El magnate odia a losnegros, de hecho, todos saben que,aunque nunca lo admitepúblicamente, es uno de los hombresricos que mantienen económicamenteal grupo radical del KKK.

Con los ojos inyectados por lafuria, manda a sus policías privados

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que traigan al campesino ante supresencia.

—Negro de mierda —le dicecuando lo tiene frente a él—. ¿Cómote atreves a ensuciar con el estiércolde tus bueyes las carreteras de losEstados Unidos de América? Eso eslo único que hacéis con vuestrapresencia, ensuciar, arruinar, destruiry dañar todo lo que tocáis convuestras pestilentes manos.

El campesino se da cuenta deque debe ser cuidadoso. Muchos desu raza fueron apaleados hasta morirpor intentar defenderse en

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enfrentamientos como éste y, por lotanto, baja la cabeza e intentaresolver el problema.

—Lo siento mucho, señor... Loque pasa es que los animales seasustaron con la bocina...

—¡Lo único que faltaba!... ¡Queahora pretendas echarle la culpa a michofer!

—No, señor, no es eso... Laculpa es de los animales... Leprometo que los castigaré en cuantollegue a mi granjita.

—Eso..., a los animales hay quecastigarlos, para que aprendan. Y

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como tú no eres más que una bestiaigual que tus bueyes, tú tambiéndeberás ser castigado por esto.

El pobre negro intenta frenar lapaliza que los guardias ya empiezana darle con los negros palos queestán sacando de su cinto.

—No haga que me golpeen,señor... Yo limpiaré las heces de lacarretera y la dejaré como estaba, selo prometo...

—Promesas... No sirven laspromesas de los de tu raza... Pero esuna buena idea. Ése será el castigoque te corresponde. Tú ensucias, tú

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limpias.—Sí, señor..., muchas gracias.

Traeré un poco de paja de mi carretay me ocuparé de dejarlo todo encondiciones, le doy mi palabra.

—Yo me ocuparé de que seaasí, yo también te doy mi palabra. —El hombre sonríe con maliciapensando en lo que se le acaba deocurrir—. Dado que tus animalescagan lo que comen de mi suelo, tú tecomerás del suelo lo que ellos cagan,es lo justo, ¿verdad?

Al pobre hombre le cuesta creerlo que está oyendo, pero sabe de

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sobra que no tiene opción; obedece oes molido a golpes antes de decir unapalabra más. Así que, hincándose derodillas, se dispone a cumplir laorden.

En ese momento, dos coches sedetienen detrás de la limusina y deuno de ellos baja el mismísimoreverendo Martin Luther King Jr.Como era costumbre en sus últimosaños, el reverendo King viajaba portoda América haciendo campañacontra el racismo, esgrimiendocontra la violencia los argumentospacifistas del amor y la tolerancia

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mutua.También los recién llegados

viajan con una guardia privada, perono es una comitiva armada conpistolas o rifles, sino una serie dereporteros que toman notas de cadaevento y sacan fotos de cadapresentación del reverendo King.

—¿Qué sucede? —preguntaKing al hombre blanco, que lo vevenir impávido.

El sureño sabe perfectamentequién es el reverendo King, su fama ysu influencia, pero no está dispuestoa dejarse intimidar por el pastor

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negro ni a mostrar debilidad delantede sus hombres, así que, redoblandosu apuesta, lo encara conprepotencia.

—Sucede que este «negro» —dice recalcando el calificativo parahacer saber el desprecio que sientepor él— ha dejado que sus animalesensucien con su estiércol las pulcrascarreteras de este país. Por lo tanto,dado que en América el que rompe,paga y el que ensucia, limpia, se estáocupando de dejar las cosas tal comolas encontró.

Con mucha calma, el reverendo

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King lo mira y, con voz muy suave,intenta mostrar su oposición.

—No me parece que haya sidoél quien ha ensuciado la carretera, entodo caso fueron sus bueyes, y nocreo que esté bien que usted y suspolicías tengan que humillarlo oamenazarlo para pedirle que «limpielo que ensució».

—Te conozco, y sé muy bienqué pretendes —dice el hombreblanco—, pero a mí no me vas aimpresionar con tu tono pastoral. Él ysus animales son lo mismo, bestiasque conviven con los humanos. Los

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bueyes, él y tú, sois todos animales yseréis tratados como tales. Todossois iguales.

—Me alegro que lo diga —acota el reverendo King, con una pazasombrosa—. Hace muchos años quepredico tratando de hacer entenderesto que usted tan bien resume. Losanimales, él y yo somos iguales... Yle digo algo más, también usted esigual a nosotros, sobre todo a losojos de Dios, aunque algunoshombres todavía no lo sepan. Detodas maneras, le doy las gracias porrecordármelo... Todos somos

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iguales... y, por lo tanto... si él come,yo también como.

Y después de decir esto, seacerca al campesino y,arrodillándose frente a él, hundetambién su cabeza en el estiércol...

Los fotógrafos empiezan aregistrar en sus cámaras la imagen delo que sucede, ante la desesperacióndel magnate y de su séquito. No hacefalta ser muy inteligente para saberque esas fotografías de Martin LutherKing de rodillas, comiendo estiércol,custodiado por su guardia policialprivada, podrían destruir para

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siempre su imagen pública y, conella, terminar de forma definitiva concualquier pretensión política quetuviera.

El hombre llama a su escolta yle da instrucciones claras. Debenvelar todos los rollos y retirarseinmediatamente.

Así lo hacen. Arrebatan conviolencia sus cámaras a losfotógrafos, quienes casi no seresisten. Luego, mientras todosayudan a los dos hombres de color aponerse de pie, los uniformadoshuyen a toda velocidad detrás de la

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limusina que ya se pierde en elhorizonte.

—¿Estás bien? —pregunta elreverendo King—. ¿Quieres que teescoltemos a tu casa, hermano?

—No. No. Estoy bien... —diceel campesino—. Gracias, reverendo.

—Da las gracias a Dios,hermano, a Dios.

Los hombres se estrecharon lasmanos y, un segundo después, cadauno estaba otra vez en camino. Uno, asus conferencias en Dallas, otro, a supequeña granja a un kilómetro de

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distancia.

Cuando el campesino llegó a sucasa, todavía tenía una gran sonrisadibujada en su rostro.

—Hola —le dice a su esposaapenas la ve, y corre a darle unabrazo mucho más efusivo de locomún.

—Bueno... bueno —le dice lamujer—, parece que hoy debe dehaber sido muy especial... ¿A qué sedebe esa cara de alegría y esaefusividad? Creo que nunca te habíavisto tan contento...

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—Es que... si te cuento conquién desayuné hoy... no me vas acreer...

Ése es el buen humor que tepropongo conquistar. Uno que dibujeuna sonrisa en tu cara, sin excusas yde forma permanente, para que sea laseñal de tu complicidad con elsecreto último de las buenas cosas,con Dios y con la naturaleza.

Un buen humor que te ponga porencima de tus pequeñas frustracionescotidianas y más allá de lo efímerode tus intereses momentáneos.

Te invito seriamente a dar este

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cuarto paso, que no tiene nada deserio. Te invito a que sonrías hastaque notes que tu sobriedad y sensatezhan desaparecido de tu vida. Quesonrías hasta que provoques lasonrisa en los que te vean sonreír.

Sonríe a los tristes, a lostímidos y, sobre todo, a losaburridos; a los amigos, a losancianos, a los jóvenes, a tu familia ya tus adversarios.

Sonríe cada vez que puedas ytambién cuando más te cueste, yentonces aprenderás que si tú no lopermites, nada es capaz de arruinar

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tu alegría, ni siquiera la tristeza detener que llorar de vez en cuando poralgo doloroso.

paso 5aumenta tu capacidad de

escucharEl siguiente paso de nuestro

camino hacia la superación personal,que podríamos enunciar simplementecomo «aprender a escuchar», nodebería parecernos tan difícil.

Después de todo, como biendice el Talmud:

Tenemos dos oídos y una sola

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bocapara recordar que debemos

escucharel doble y hablar la mitad.Sin embargo, para muchos de

nosotros, no es sencillo. Sobre todopara los que habitamos en grandesciudades, como Buenos Aires,Madrid, México D.F. o Barcelona.Hemos nacido y crecido rodeados desupuestos expertos en casi todo y noconsiguen deslumbrarnos los relatosde vecinos heroicos protagonistas dehazañas impensables sólo conocidaspor ellos mismos. Estamos

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demasiado acostumbrados aencontrar en cada esquina unenamorado de su propio discurso.

Ésta es la razón por la que, parala mayoría de las personas que hetratado, el quinto paso deberíacomenzar en un movimiento muchomás primitivo, más obvio, mássencillo y, sin embargo, demasiadasveces, muy poco practicado y casinunca enseñado. Es necesario«empezar» a escuchar.

Escuchar es ESCUCHAR.Y no solamente hacer una pausa

en lo que digo y permitir que,

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mientras cojo aire, el otro se dé ellujo de decir algunas palabras.

Escuchar es ESCUCHAR.Y no es una atenta y selectiva

búsqueda más o menos concentradaen el parlamento de otros, de laspalabras que me sirvan para enlazar«con arte» mi propio argumento.Como si una conversación fuera unencuentro con un compañero queaportará ideas para permitirmeexplayar mi pensamiento.

Escuchar es ESCUCHAR.Y se diferencia de intercambiar

turnos de oratoria con otro que

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tampoco escucha.Estoy hablando de la activa y

comprometida escucha que analiza ycomprende lo que haya de acuerdo yde desacuerdo en lo que me dice otrapersona, sabiendo que me lo dice enese momento y que me lo dice a mí.Por lo menos, también a mí.

Dice Hugh Prather en su libroPalabras a mí mismo:*

Nadie está equivocado,cuando mucho a alguienle falta un pedazo de

información.

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Y agregaría yo:

Como es obvio,sin contar con esa parte de la

información,y negándome a aceptar mi

carencia,toda mi equivocación me

parecerá acertaday la defenderé con la certeza del

que sabe que tiene razón.Como el mismo Prather

recomienda, sería bueno que, salvoque yo esté demasiado interesado enmostrarme superior, me centrase en

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escuchar lo que el otro dice, pararecibir así el pedacito deinformación que debería presumirque me falta.

Si esto es así (y cualquiera quelo piense desde este punto de vistano puede dejar de aceptar que lo es),¿por qué nos cuesta tanto abrirnos ala comunicación sincera y abierta?,¿por qué nos resistimos tanto antesde abrir nuestros oídos y nuestrocorazón a lo que muchos (y a vecestodos) nos dicen?

No parece difícil encontrar lainfluencia de alguna de nuestras

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miserias personales en esosmomentos en que nos negamos aescuchar.

Nos encerramos en nuestrascreencias y, para sostenerlas, nosconvencemos de que son certezasabsolutas y axiomas fundamentales.

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O...

sobrestimamos lo que sabemosy menospreciamos lo que ignoramos.

O...

nos refugiamos en lo que hemosaprendido mal en nuestra niñez yterminamos sintiendo que nosavergüenza aceptar frente a otros y

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frente a nosotros mismos que estamosequivocados.

O...

nos resistimos a enterarnos dealgunas verdades que no nosconvienen o a aceptar las realidadesque nos duelen.

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O...

nos importa más demostrarnuestra superioridad que aprender loque no sabemos.

O...

somos capaces de sumar todoeso, en cada encuentro...

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Me acuerdo ahora de aquella

antiquísima historia de la araña quequería guardar el conocimiento y lasabiduría de la humanidad en unfrasco.

Cada cosa inteligente que leía odescubría la susurraba en el envasede vidrio y rápidamente lo tapabapara que ningún conocimiento seescapase.

Cuando la araña creyó que elfrasco estaba lleno, decidióguardarlo en una cueva, que ellamisma había construido, en lo alto de

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un árbol gigantesco. Preservar elsaber para la eternidad, a salvo decualquier amenaza o distorsión.

Así, se ató el frasco a la cinturay trató de trepar, como tantas veceslo había hecho, hasta la punta delárbol.

Pero esta vez le era imposible.El tamaño del frasco impedía a laaraña la escalada.

Una hormiga que pasaba porallí, y a la que la araña despreciabaun poco por considerarla un tantoignorante, le dijo:

—Si quieres subir, será mejor

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que te ates el frasco sobre la espalday no sobre el vientre.

La araña se dio cuenta de que,aun después de haber cultivado lasabiduría durante casi toda suexistencia, le faltaba lo más simple:el conocimiento que le podía aportarla experiencia de lo vivido.

El arácnido, que era un poconecio pero no tanto, se dio cuenta deque, para obtener el saber de lascosas simples, debía empezar aescuchar lo que otros, que quizáshabían leído menos pero habíanvivido más, sabían, podían y quizá

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quisieran enseñarle.En el final del cuento, la araña

rompía el frasco diciendo que eramejor que la sabiduría quedara libre,al alcance de todos, especialmentede todos aquellos que estuvierandispuestos a aprender.

Todos los terapeutas sabemosque una de las mejores maneras deenfrentarnos a nuestros aspectos másnegativos es darnos cuenta de quesomos cómplices de mantenerlos, ypara ello es imprescindible aprendera escuchar lo que otros son capacesde ver en mis actitudes y lo que son

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capaces de decirme de mí. Muchasveces es la única manera de darmecuenta de aquellos aspectos de mipersona que están escondidos enlugares ciegos a mi propia mirada.

Suelo desconfiar de todos losque se quejan demasiado o se pasanla vida despotricando y buscando laresponsabilidad de todo en losdemás.

Y sé que desconfío,especialmente porque otros me hanenseñado a ver, primero en mí mismoy después en los demás, que ésta esla forma en la que uno consigue

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eternizar sus carencias. Cumpliendouna regla no escrita de todas nuestrasneurosis, toleramos mejor lafrustración que los cambios hacia lonuevo y desconocido. Mientras unose queja, no hace, no puede hacer,porque la queja consume gran partede la energía necesaria para ponerseen acción e iniciar esos cambios,desde dentro hacia afuera.

Si es cierto que el futuro estápor construirse, no es menos ciertoque lo haremos mejor si somoscapaces de encontrar, en el presente,alguna de las buenas cosas que aún

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nos rodean, hechos afortunadamenteauspiciantes, cobijadores yoptimistas que sólo podremos veraprendiendo a escuchar. Sólo dandoeste paso podremos acostarnos cadanoche un pelín más serenos ydespertarnos cada mañana un pocomás sabios.

Esta historia, que alguna vez mecontó una paciente y que luego he idoencontrándome en tantas versionesdiferentes alrededor del mundo, diceasí...

Hace ya un tiempo, en la época

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de la gran recesión económica deEstados Unidos, un hombre decidióque, para las fiestas de Navidad deese año, no habría dinero paragrandes regalos.

Así que gastó lo que para él erauna enorme cantidad de dinero encomprar un rollo entero de papelmetalizado con dibujos navideños.Quizás un elegante envoltoriopudiera sustituir a un costosocontenido.

El fin de semana del 15 dediciembre decidió dedicar todo elsábado a envolver los paquetes de

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las «chucherías» que había compradocomo regalos.

Cuando abrió la alacena dedebajo de la escalera y descubrióque el tubo de cartón en el que veníael papel estaba vacío, explotó defuria.

—¿Quién ha usado el papelmetalizado que estaba en la alacena?—empezó a gritar.

»¿Quién ha sido? ¡Ese papel escarísimo! ¿Para qué lo habéisusado...?

Y así siguió, hasta que supequeña hija de cuatro años se

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acercó, con la cabeza gacha paradecirle:

—Fui yo, papi, yo lo he usado.—¿Tú lo has usado? ¿Sin

permiso?—Sí, papi —dijo la niña, a

punto de llorar.—Ese papel era carísimo,

señorita. Y no era para jugar, erapara envolver los regalos deNavidad...

—Es que... —quiso explicar lapequeña.

—Es que eres una maleducada.Tu padre trabaja como un burro cada

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día para que en casa no falte nada, ycuando compro algo para que haya unregalo para cada uno, tú...

—Pero, papi...—¡Tú te callas y me escuchas!

¡Tendrías que haber preguntado sipodías usar ese papel!

—No podía preguntar, papá...,porque... era una sorpresa.

—¿Cuál era la sorpresa? ¿Queya no habría papel para envolverregalos?

—No, papá... es que lo usé paraenvolver un regalo sorpresa.

—Ah, ¿sí? Un regalo... Todo el

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papel para un solo regalo... ¿Y paraquién era ese regalo sorpresa si sepuede saber? —preguntó el padrecasi gritando.

La niña había empezado alagrimear...

—Era... para ti, papá.El hombre enmudeció. Se sintió

un monstruo reprendiendo a su hijaque había envuelto un regalo para él,y después de un rato, entre culpable yavergonzado por su furiosa reacción,se animó a decir:

—Oh..., perdón si te he gritadohija, pero es que ese papel era

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demasiado caro para usarlo todo enun solo regalo.

—Sí, papi... pero la caja eramuy grande y quedó tan bonita...

El hombre sintió que seenternecía y trató de aliviar lasituación.

—Está bien, vamos a ver esacaja, quizá podamos aprovechar unpoco de papel para envolver losregalos de todos.

Poco después, la niña bajaba desu cuarto con la enorme caja de suvieja casita de muñecas «enrollada»por el ahora inútil papel dorado.

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—Feliz Navidad, papi —dijo lanena alargando el paquete a su padre.

Invadido por la ternura de laniña, el padre trató inútilmente desalvar el papel de envoltura,mientras se reprochaba no haberpodido escucharla.

Sin embargo, volvió a explotarcuando abrió la caja y descubrió queno había nada en ella.

—¿No sabes que cuando unohace un regalo y envuelve una caja,aunque lo haga usando TODO unrollo de papel plateado, DEBE poneralgo dentro? ¿¡¡Nunca te enseñó tu

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madre que no se regala una cajaVACÍA!!?

La pequeñita bajó otra vez lacabeza y con lágrimas en los ojosdijo:

—Es que la caja no está vacía,papi... Yo soplé setenta besos dentrode la caja... Así, cuando te vas deviaje, como no puedes llevarmecontigo, te llevas los besitos que yote regalé para Navidad...

El padre se sintió morir.Alzó en sus brazos a su hija y le

suplicó que lo perdonara por nopreguntar, por no comprender, por no

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saber escuchar.Se dice que el hombre guardó

esa caja y su envoltorio debajo de sucama. Que allí la tuvo durante años,y que cada vez que se sentía triste,desanimado o agobiado por lasdificultades de la vida, cogía de lacaja uno de los besos que su hija lehabía regalado y recordaba el amorcon el que su niña los había puestoallí...

paso 6aprende a aprender con

humildad

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Escuchar, como dijimos,debería servirnos sobre todo paraaprender la parte del todo quetodavía ignoramos. Deberíaservirnos, según razonamos juntos enel capítulo anterior, para regular eldarnos cuenta de que no tenemos(nadie tiene) el monopolio de laverdad y centrarnos en la necesidadde completarnos con la verdad deotros.

Esto conlleva, claro, unaimportante cuota de humildad,porque aprender siempre es un actohumilde.

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Anclados en nuestra soberbia,nada puede sernos explicado.

El que no se anima a bajar delpedestal de creer que lo sabe todonada puede aprender de los demás,de esos que desprecia sin escucharporque supone o, peor aún, decideque nada pueden enseñarle.

Ninguna condena puede ser peorque la de estar limitado a sabersolamente lo que uno ya sabe. Y esacárcel es la de los soberbios. La vidaes, por supuesto, la exploración decosas nuevas y su sentido es, paratodos, el de crecer.

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Una de las distorsiones quesupimos crear, incorporar ytransmitir es la de creer que elcrecimiento y el desarrollo pasan porla cantidad de posesiones y por eltamaño de la caja fuerte donde seguarde el dinero.

Y yo puedo entender el origende esta confusión.

Comenzó con la sociedadpostindustrial.

Era el momento de ladesmedida expansión empresarial yde un crecimiento económico queparecía no tener límites.

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Si pensamos en una empresa yse nos ocurre evaluar su progreso,muy posiblemente pensemos conabsoluta propiedad en la facturaciónanual, en el tamaño de la planta, en lacantidad de vehículos de su flota y ensu posición comparativa respecto delas demás empresas. Y está muybien.

Es cierto también que enalgunos momentos, didácticamente,uno puede razonar de la misma formapara mostrar, de forma metafórica,algún aspecto de la conducta humanaeficaz. Así lo proponen, de hecho,

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cientos de libros que últimamentemezclan con inmensa creatividad losconceptos de la psicología con losdel management empresarial, paraseñalar el camino del éxito.

Yo lo comprendo, pero trabajo,escribo y hablo desde hace añostratando de que nadie que me escucheolvide que, a pesar de todo loanterior, los hombres y las mujeresson mucho más que empresas, y no selos puede valorar como si lo fueran.

El siguiente paso del camino, elsexto, es entonces aprender aaprender.

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Saber lo que sabemos y tambiéntodo lo que no sabemos, paraenriquecernos con el saber de otros.

Escuchar con humildad.Una vez más, el lenguaje nos

puede llevar a confusión si noaclaramos que hablamos de lahumildad y no de la humillación. Nome refiero a la tendencia a sometersea todo y a todos, sino a la capacidadde aceptar lo mucho que a uno lequeda por aprender y la gratitud quedebe sentir por aquellos capaces deenseñarle la parte del camino quenunca recorrió.

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Cuenta un viejo cuentotradicional...

Había una vez un hombre quebuscaba la verdad.

Muchas veces había escuchadode boca de hombres con fama de sermuy sabios que la verdad era una luzradiante que iluminaba hasta el másoscuro de los rincones de laignorancia.

El hombre buscó y buscó la luzde la verdad y, al no encontrarla,empezó a decir que la verdad noexistía.

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Una noche muy clara, cuandobajó a su aljibe a por agua, vio en loprofundo el brillo de un círculoenorme reflejado en el fondo delpozo.

«Es la verdad —pensó—.¡¡Existe!!... Y la tengo yo en el jardínde mi casa.»

Henchido de orgullo y vanidad,salió a gritar por el pueblo que laverdad brillaba en el fondo de supozo de agua.

Muchos se burlaron de él y elhombre los trató con desprecio.

«Éstos son como yo era —

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pensó—, no creen en la verdadporque nunca la han encontrado.»

Otros simplemente no lecreyeron.

—¡Escépticos! —les gritó.Unos pocos le escucharon con

atención. No sólo creyeron en supalabra sino que le aseguraron quetambién ellos tenían a la verdad en sualjibe.

De alguna manera, estos últimoslo irritaron aún más que los quedesconfiaban de él.

Pero se calmó pensando que nodebía enfadarse. Después de todo,

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eran pobres ingenuos que vivíanengañados creyendo que eran losposeedores de la verdad aunque, porsupuesto, no la tenían, ciertamente.

«Cómo podrían tener a laverdad —se decía— si yo mismo latengo en mi pozo.»

Sin embargo, después de ir acasa de algunos, los más amigos,comprobó que la luz de sus pozos nosólo era real sino que además era porlo menos tan radiante como la delsuyo.

—Ahora lo comprendo. Haymuchas verdades —concluyó—.

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Cada uno tiene la propia y todasirradian su propio resplandor.

Un día, al visitar el pozo paradejar que la verdad iluminara surostro, miró en el fondo y noencontró el brillante círculoluminoso.

Él no lo entendió pero lo quesucedía era simplemente que elviento soplaba muy fuerte esa noche,y el agua agitada dentro del pozo nollegaba a reflejar la luz de la Lunaque, a pesar de todo, brillabaradiante en el cielo.

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Pensó que la verdad lo habíaabandonado y se sintió triste ydesesperanzado.

En un retorno a lo divino, alzólos ojos llorosos al cielo... y la vio.

Entonces comprendió.La luz de su aljibe no venía

desde dentro. La suya y la de otroseran el reflejo de la Luna en elfirmamento, brillando dentro de cadapozo.

Así evoluciona nuestra relacióncon la verdad.

Todos empezamos desconfiandode que exista alguna verdad.

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Antes o después, descubrimosun pedacito de ella y nosenamoramos de nuestrodescubrimiento. Nos creemossuperiores y dotados, portadores deuna verdad única e incuestionable.

Con el tiempo nos vemosobligados a aceptar que hay otrosque también tienen su verdad; ydespués de intentar descalificarlossin éxito, los incluimos en la lista deelegidos, que por supuestointegramos, la nómina de aquellosque encontramos la verdad.

Finalmente nos damos cuenta de

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que la verdad no es algo que alguienpueda poseer. Aceptamos nuestraslimitaciones y nos conformamos conacceder aunque sea al tibio reflejo desu luz, y esto ni siquierapermanentemente.

Dar este paso, imprescindibleen nuestro camino, es encontrarnospor fin en el lugar de la humildad delque sabe lo que no sabe y estádecidido a aprender.

Es aceptar que nadie es dueñode la verdad.

En todo caso, cada uno puedeacceder, y sólo por momentos, a

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pequeños retazos de ella, reflejos deuna verdad mayor que nos ilumina atodos.

paso 7sé cordial siempreSi podemos sumar solamente el

trabajo que nos lleva conocernos,con el paso dado hacia eldescubrimiento de nuestra humildady la decisión de reírnos de nuestrosdefectos, no podremos evitarenfrentarnos con el siguiente paso.

Para darlo deberemos conseguirque esa sonrisa interna, de la que

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hablábamos, se muestre al exterior yse comparta generosamente.Deberemos lograr que esa actitud de«contagiar alegría» se vuelvaindiscriminada y adopte la forma deun buen trato al prójimo,incondicional e indiscriminado.

Es casi fácil ser amable conaquellos que nos tratan con calidez yrespeto, pero quizá no sea tansencillo contestar amablemente alque no es amable con nosotros.Decidirse a usar dos minutos denuestro tiempo para cruzar la calle ysaludar afectuoso al vecino que ni

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nos vio, agobiado por la urgencia desus problemas. ¡Aprender a sercapaces de sonreír pacíficamente aunante aquellos que están en «esos díasinsufribles»!

Sería un gran paso haciaadelante. ¿No crees?

Algún distraído puede pensarque es un tema menor, que es unasimple propuesta diplomática, unaactitud cínica o la expresión de uncierto servilismo idiota. Yo no locreo así. Como terapeuta, puedoasegurar que este séptimo paso esimprescindible si nos damos cuenta

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de lo difícil que sería intentarrecorrer el camino de la realizaciónpersonal en absoluta soledad, sincompañeros de ruta, sin la mirada deotros, sin el afecto de algunos.

Como ya he dicho, nadie llegademasiado lejos sin afecto.

Nadie ve el horizonte si noconsigue relacionarse amorosamentecon los que lo rodean.

Nadie, absolutamente nadie,triunfa sin ser amado.

Todos recordamos en BuenosAires a aquella divertida empleadapública que el humorista Antonio

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Gasalla creaba cada semana para suprograma de televisión. Unadesencajada gritona que nos hacíareír a carcajadas cuando nosobligaba a evocar las situaciones enlas que el maltrato de las oficinas deatención al público nos tenía comovíctimas.

Era fácil sentirse identificadocon los pobres ciudadanos quequedaban en manos de su sádicamanifestación de poder burocrático;pero pocos éramos capaces dereconocernos en el espejo que elpropio personaje representaba,

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reflejando a los que, con mucho másdisimulo, a veces hacemos víctimas aotros de nuestro cargo, nuestro podero nuestra condición.

Estoy seguro de que esresponsabilidad de todos empezar adejar de lado el maltrato cotidiano aque nos sometemos mutuamente.

Ha llegado la hora de crecer enel respeto a los demás, y esto implicano hacer pagar a otros el precio demi frustración o mi monotonía.

Sostengo que debemosgeneralizar el buen trato y desactivarasí la cadena de malos tratos que los

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terapeutas solemos llamardesplazamiento.

Maltrato a mi esposa porque mijefe me ha maltratado, fastidiadoporque un gato desconocido lo arañóesta tarde en un callejón. Ella,enfadada e impotente, se enfada conel muchacho que trae la cesta con lacompra. Él se desquita con elpuntapié que le da al gato que cruzael callejón y éste, arañando a lapróxima persona que se le acerque...

Decían los griegos queenfadarse es fácil, pero hacerlo conla persona adecuada, en el momento

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adecuado y con la intensidadadecuada es patrimonio de lossabios... Quizás hoy día tambiénhabría que ser sabio para esquivarsin que nos afecten o sinencendernos, los cubazos de malosaugurios que nos echan los que vivenenfadados con su propia existencia,buscando cómplices de su propiaamargura.

Había una vez en un pueblo unpeluquero que era famoso por su malhumor. Su actitud agria y supesimismo eran antológicos, pero

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como era la única peluquería, todoseran sus clientes.

Un día, uno de ellos le contabailusionado que se iba de viaje aEuropa.

—¿Europa? —preguntó elhombre dando un corte profundo enel pelo del cliente—. ¿Para qué va air a Europa? Allí todo es viejo y estálleno de polvo. Y la gente... Losfranceses son antipáticos, losalemanes son fríos, los belgas no seenteran de nada, los suizos... ¡ufff!,mejor ni hablar de los suizos...

—Bueno, en realidad, lo cierto

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es que me voy principalmente aItalia...

—¿Italia?... ¿Cómo se leocurre?... En Italia todo escomplicado, nadie le presta atención,todo es una reliquia y no puedestocar nada, mirar nada, caminar porningún lado...

—Es que me hace mucha ilusiónir a Roma, al Vaticano, a ver al Papaantes de que...

—¿Ver al Papa? —contraatacóel peluquero—. ¿Usted sabe lo quees la plaza de San Pedro? Cientos demiles de personas apiñadas mirando

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pequeñas ventanitas en un edificiovetusto. De repente se abre unaventana y alguien le dice que esepuntito blanco que ni siquiera se vees el Papa... Por favor..., viajar hastaallí para esa estupidez... ¡Quétontería!

El cliente decidió no hablar másy, al acabar el corte de pelo, sedespidió y se fue.

Tres meses después, el clienteestaba otra vez en el sillón delbarbero. Éste le preguntó sarcástico:

—¿Y qué tal Europa?

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—La verdad es que tengo queadmitir que en muchas cosas ustedtenía razón —dijo el hombre bajandola cabeza—. Al llegar a Inglaterrame habían perdido las maletas, losfranceses se empeñaban en noentender mi castellano, ni mi inglés,y, para completarlo, en Bélgica seles pasó mi reserva y me encontré enBruselas de noche y sin hotel...

Hubo casi un rictus desatisfacción en la cara del peluquero.

—Y otro tanto en Italia —dijoal fin para cosechar su siembra.

—Sí, otro tanto, salvo lo del

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Vaticano...—El Vaticano..., millones de

personas.—Sí, claro —admitió el cliente

—. A esa altura yo no esperaba otracosa que lo que usted me habíaanticipado...

—¿Y...? —preguntó el barberodejando las tijeras.

—Pasó algo increíble...Mientras estábamos en la plaza, elSanto Padre salió a la ventana...

—Sí..., el puntito blanco en unaventana...

—Sí..., pero de repente ocurrió

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lo que nunca... El Papa hizo unaseñal a sus cardenales y todos nossorprendimos al ver que Su Santidadaparecía a pie en la plaza. Habíadecidido bajar de sus aposentos yese día caminar entre la gente. Ustedno se imagina la emoción... Quizápudiera verlo de cerca.

—La verdad que eso es tenersuerte, ¿eh? —dijo el peluquero casicontrariado.

—La verdad es que sí. Muchomás cuando me di cuenta de quecaminaba con decisión hacia el grupode gente donde estaba yo...

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—Me imagino... Un apretujónde aquéllos... Habrá salido todomachacado.

—Para nada, porque para misorpresa el Papa se detuvoexactamente frente a mí. Como si mehubiera bajado a buscar... ¿Se dacuenta? Como si me hubiera vistodesde allí arriba.

—¿Qué me dice?... El Papa enpersona... —dijo el peluquero conuna mueca que mostraba claramentesu fastidio.

—Sí..., en persona —siguió elcliente.

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—¿Y? —preguntó el otro.—El Papa me acarició la

cabeza y me dijo algo que nuncaolvidaré...

—¿Qué le dijo el Papa?El cliente estaba esperando este

momento. Con una sonrisa de oreja aoreja contestó:

—Me dijo: «Figlio mio, ¿quiénes el animal que te corta el pelo?».

paso 8ordena lo interno y lo externoParadójicamente, para hablar de

este octavo paso debo cambiar el

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orden de mi pensamiento.Para hablar del orden voy a

empezar por el cuento.Hace algunos años, después de

dar una charla en la maravillosaciudad de Rosario, un hombre deunos setenta años se acercó y seofreció a contarme un cuento. Yo loescuché con atención y aprendí esterelato que hoy quiero compartircontigo.

Una vez, un profesor defilosofía apareció en su clase con unagran vasija de cristal y un cubo llenode piedras redondas del tamaño de

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una naranja.—¿Cuántas piedras podrían

entrar en la vasija? —preguntó.Y mientras lo decía,

demostrando que la pregunta no erasólo retórica, empezó a colocarlas deuna en una, ordenándolas en el fondoy luego por capas hasta arriba.

Cuando la última piedra fuecolocada sobrepasando el borde dela vasija, los que habían arriesgadoel número de catorce murmuraronsatisfechos. El maestro dijo:

—Catorce... ¿Estamos segurosde que no cabe ninguna piedra más?

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Todos los alumnos asintieroncon la cabeza o contestaronafirmativamente.

—Error... —dijo el docente, ysacando otro cubo de debajo delescritorio empezó a echar piedras decanto rodado dentro de la vasija.

Las piedrecillas se escabulleronentre las otras ocupando los espaciosentre ellas. Los alumnos aplaudieronla genialidad de su docente.

Y cuando hubo terminado dellenar el recipiente, dejó el cubo yvolvió a preguntar:

—¿Está claro que ahora SÍ está

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lleno?—Ahora sí —contestaron los

alumnos, satisfechos...Pero el maestro sacó de abajo

del escritorio otro cubo más.Éste venía lleno de una fina

arena blanca.Con la ayuda de una gran

cuchara, el profesor fue echandoarena en la vasija, ocupando con ellalos espacios que habían quedadoentre las piedras.

—Ahora sí podemos decir queestá lleno de piedras —aseguró elprofesor—. Pero ¿cuál es la

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enseñanza?Un murmullo invadió la sala.Se hablaba de la necesidad de

orden, de colocar las cosas, deastucia e ingenios, de no confiar enlas apariencias y de tantas otrascosas muy simbólicas.

—Todo eso es verdad —intervino el creativo docente—. Perohay un aprendizaje más trascendente.

El docente hizo una pausa muyteatral y luego concluyó:

—Es importante hacer primerolo primero y después de ello

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ocuparse de lo demás, cada cosa a sutiempo. No se trata de darse prisa yponer todo en cualquier lugar,ansiosa y descuidadamente. Si yo nome hubiera ocupado de ponerprimero lo primero y hubieraempezado por la arena, las piedrasmás grandes no hubieran tenidoespacio.

Este octavo paso es el que noshace saber que, para llegar a destinoy para no perder el rumbo, hace faltapriorizar lo importante sobre loaccesorio, es necesario ser pacientesen nuestras demandas y privilegiar

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las grandes cosas sobre lasmenudencias.

Nos recuerda que la libertad yla capacidad de dejarse fluir no estánreñidas con poner en orden algunascosas y que, si pretendemos terminarocupándonos de todo, puede serimprescindible empezar por poner ensu lugar lo primero antes deocuparnos de lo último.

Es cierto que siempre hay cosasque deben resolverse antes que otrassi uno pretende encontrar la manerade resolverlas todas, pero no esmenos cierto que, para saber cuáles

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son cuáles, he de haber aprendido alo largo del camino a calificar misnecesidades en el entorno de mirealidad personal y a dar a las cosasla importancia que les corresponde;ni más ni menos.

Sólo así podremos darnoscuenta de que, en general, convieneempezar por lo grande, por lo másimportante, por lo fundamental y sóloen casos muy específicos por aquellopara lo cual después puede ser tarde.

A la hora de hablar deprioridades y privilegios no puedoolvidar dos matices fundamentales.

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El primero, que ningún orden esdefinitivo e inalterable y que mi listasiempre depende de este momento demi vida; y el segundo, tanto o másimportante, que mi propio orden notiene por qué coincidir con el ordende otros.

Cuántas veces en nuestradesesperación exigimos a nuestrapareja, a nuestros padres, a nuestrovecino, a nuestro gobernante quesolucione nuestro asunto «ahoramismo», que se ocupe primero denuestro tema, porque es paranosotros prioritario, urgente,

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imprescindible e impostergable.Cuántas veces nos quejamos, sin

tener en cuenta que quizá nuestra«piedra», para nosotros la másimportante, es un grano de arena enmedio de lo que está pendiente paralos demás.

Como ya he dicho, aprendímuchas cosas de esta historia de laspiedras y la vasija en estos años. Lasdos últimas hace muy poco tiempo.

Aprendí a no olvidar que, parala conveniencia de todos, quizá letoque hoy a mis deseos esperar unmomento más adecuado; y lo más

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importante, aprendí que hay cosasque, aunque parecen ser menosimportantes, no lo son y es necesariodejarles siempre un espacio.

Deja que te cuente...Tomando al pie de la letra el

ejemplo del cuento, me ocupéalgunas veces de mostrarloactivamente con piedras, vasija yarena frente a grupos de personas,para enseñar «en vivo» algunas delas cosas aprendidas, sobre todo laimportancia del orden y del sentidocomún.

Hace unos meses, convocado en

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Salamanca para dar una charla a ungrupo de jóvenes universitariosestudiantes de marketing ypublicidad, monté el «numerito» delas piedras para hablar de lasprioridades.

Me hice llevar la vasija devidrio, las piedras de dos tamaños yla fina arena en el cubo.

Desde el principio, me sentímuy entusiasmado con las caras delos alumnos. Era fácil ir adivinandoen sus expresiones el proceso internode su propio descubrimiento, similaral mío la primera vez que aquel

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hombre me lo contó.Cuando terminé de explicar lo

más importante para aprender de laexperiencia, uno de los alumnos sepuso de pie y pidió permiso paradecir qué había aprendido él.

Sorprendido, acepté.—¿Puedo pasar a mostrarlo? —

preguntó.—Claro —contesté, sin saber lo

que pasaría...Entonces, caminando hacia el

frente, sacó de su mochila una lata decerveza y vació el contenido dentrode la vasija.

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El líquido, por supuesto, fueabsorbido con velocidad por laarena, dejando sólo el rastro deespuma en el borde del recipiente.

—Lo que a mí me demuestra esque, tal como yo pensaba, aunque unoesté lleno de cosas que ordenar...,siempre hay lugar para compartir unacervecita con los amigos...

Junto con los demás, aplaudí sucomentario.

El joven alumno tenía razón.

paso 9transfórmate en un buen

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vendedorLos resultados deseados o la

conquista de un determinado éxitoprofesional o artístico no dicendemasiado del desarrollo de laspersonas y tampoco garantizan sufelicidad ni la satisfacción delcamino recorrido. Sin embargo,nadie puede dudar de que los logrospersonales y el reconocimiento de lasociedad a la que pertenecemos nosayudan a seguir adelante.

Este paso, el noveno, estáindudablemente poco transitado«oficialmente». Salvo en algunas

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carreras relacionadas con elmarketing y con la publicidad, lasuniversidades y las escuelas deoficios se ocupan poco o nada de lanecesidad de aprender a ofreceratractivamente lo que cada uno sabehacer.

Y esto sucede porque en unmundo en el que la información y laoferta de lo que los otros hacen llegacada vez más lejos y más rápido, esmás y más necesario, por no decirimprescindible, aprender a vender.

Desde que Daniel Golemanempezó a hablar de inteligencia

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emocional,* la mayoría de losejecutivos y directores de empresas,la totalidad de los profesionales detrato directo con sus clientes y casitodos los dueños de pequeñoscomercios empezaron a implantarpequeños o grandes cambios en suestrategia comercial. Era lógico queasí fuera porque, después de todo,cada uno de ellos (y cada uno denosotros también) tiene un productopara vender, aunque ese producto seauno mismo.

Vender en este caso no significa«venderse», sino, una vez más, hacer

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llegar al otro la mejor informaciónde lo que soy y de lo bueno que hago.

Es muy diferente ofrecer lo queme piden, buscando en la estanteríapor si casualmente lo tengo enexistencias, que ofrecer activa yatractivamente lo que poseo para dar.

Los profesionales de ventasdicen que ser un buen vendedor noconsiste en conseguir el récord deventas de frigoríficos en el verano deMonterrey, sino en lograrlo duranteel invierno en Alaska.

Hablando del noveno paso...

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Cuentan que una empresa habíapublicado una vez un atractivo avisosolicitando un empleado para susucursal en el sur.

El aviso debió de serparticularmente tentador porque,desde muy temprano, empezaron allegar los candidatos.

El perfil buscado no erademasiado fácil: «Joven despiertocon buenas referencias, dispuesto aviajar y con sólida formación enventas y publicidad, etc.».

Sin embargo, más de quinientosjóvenes esperaban en la puerta a las

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diez de la mañana. El desordenpodría haber sido antológico si nofuera porque el guardia de laempresa decidió, con buen criterio,entregar números a los que ibanllegando durante la madrugada.

El entrevistador y seleccionadorera el hombre que había ocupado elcargo hasta ese momento y que iba aser promovido a la direcciónejecutiva. Nadie mejor que él podríadecidir cuál era su mejor sustituto.

Uno por uno, fue llamando a loscandidatos, convencido de que, encuanto encontrara a la persona

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indicada, despacharía al resto ycontrataría al elegido.

Después de ver al quinto de lalista, un mensajero interno de laempresa pidió permiso para entrar enel despacho y le entregó un papel.

El hombre miró la nota y leyó:«No elijas a nadie antes de

entrevistar al joven número 94.Estoy seguro de que tiene todo

lo que se necesita parael puesto».

La nota la firmaba «J.».

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El hombre se molestó un poco.Nunca le habían gustado losfavoritismos y menos las decisionesa dedo. Por otra parte, ¿cómo seatrevía nadie a decirle a él quiéntenía las habilidades para el cargo?Había por lo menos cuatro personasen la empresa con la inicial J, quepodían haber mandado esa nota... Yahablaría con ellos.

Como ninguno de los noventa ytres primeros le gustó, un poco frutode la nota y la certeza del autor de lanota, finalmente llegó el turno deljoven noventa y cuatro.

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Al principio un poco reticente,el seleccionador fue encontrando enel muchacho las condicionesindicadas para el cargo. El joven eraademás encantador y susantecedentes, excepcionales. Sindecirle a él una palabra, llamó almensajero y le dijo delante delentrevistado:

—Por favor, dígales a los queesperan que el cargo ha sido ocupadoy agradézcales haberse presentado.

El joven sonrió y tendió la manoal entrevistador dándole las graciassinceramente. Éste lo miró ahora y

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con la nota en alto le dijo:—La persona de la empresa que

lo recomienda tenía razón, valió lapena esperar a entrevistarle.

—Yo no conozco a nadie en laempresa —dijo el nuevo empleado—. Esa nota la escribí yo...

Hizo una pausa para evaluar lacara del hombre que tenía enfrente yterminó:

—Estaba tan seguro de que esepuesto era ideal para mí que no quiseperderme yo, ni hacerle perder a laempresa, la oportunidad de que ustedme conociera.

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paso 10elige buenas compañíasEsperamos haber dado los

primeros nueve pasos; sin embargo,queremos que el décimo paso sea unasabia elección de nuestroscompañeros de ruta.

Ahora que hemos sobrevivido aese doloroso ataque a nuestravanidad que fue aceptar que sóloposeemos, como mucho, el reflejo deuna pequeña porción de la verdad,nos parecerá natural y lógico aceptary respetar las ideas ajenas; las de

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todos, incluso, o quizásespecialmente, las de aquellos quepiensen exactamente lo contrario quenosotros.

Esto no debe significar que nosdé igual quién camine a nuestro lado.Respetamos las diferencias yelegimos a nuestra compañía.

Si tuviéramos que decir ahoramismo y sin pensarlo demasiadoalgunos nombres de personas conquienes nos gustaría caminar hacia elfuturo, pocos podríamos decir másde uno o dos nombres.

Sin embargo, si nos pidieran la

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lista de aquellos con quienes no nosgustaría recorrer el camino, lamayoría podría dejar salir, sindudarlo, una lista de diez personas omás que, justa o injustamente, evocanen nosotros esa certeza interna: conellos NO.

Yo sé, por ejemplo, que no megustaría que me acompañara ningunode los monstruosos sádicos queexperimentaban con humanos en laAlemania nazi, ni con los asesinos dela Rusia estalinista.

No quisiera caminar con losresponsables de los excesos

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cometidos durante la guerra sucia enArgentina, ni con los que planearon oencubrieron las masacres de aquelespantoso 11 de septiembre o delmás reciente 11 de marzo en Atocha.

Sé que no quiero ir en la mismadirección de quienes deciden lasguerras ni de quienes hacen negociomostrándolas por televisión. Reniegopor igual de caminar en compañía delos autores de los salvajes atentadospalestinos y de la no menos salvajerepresalia israelí.

Definitivamente, no quiero sercompañero de aquellos pobres

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hombres que vimos festejando enIrak la captura de un vehículo civil yla quema de los cuerpos aún vivos desus ocupantes; con la mismaconvicción con la que sé que noquiero caminar al lado de losresponsables directos e indirectos delos vejámenes a los presos encárceles de Irak. Es sencillo estar deacuerdo con esta lista y seguramentetambién lo sería agregar dos o tresgrupos de personas a la lista dedescartables postulantes aacompañarnos; pero, con convicción,también se podrá hacer una lista de

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los otros, aquellos con quienes valela pena ir.

Tal vez el primer punto paraconstruirla sea no pretender elegirloscon la cabeza, sino con el corazón,aunque no faltará el que piense quees el discurso de un anacrónicoguerrero naíf sosteniendo la fuerzairremediable del amor y la esenciabondadosa de las personas. Tampocoestarán ausentes los que me acusen,como tantas veces, de ser un ridículooptimista.

En fin, en todo caso eso soy ydebo convivir con ello.

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Hace poco más de un año, enmomentos difíciles de mi vida,confirmé la importancia que tiene lacercana presencia de los quequeremos y nos quieren. Amigos,familia, lectores, vecinos, colegas,maestros..., compañeros de ruta,como me gusta llamarlos. Loscompañeros indicados para la rutaque finalmente uno ha sabidoconseguir, ha podido elegir o le hatocado vivir.

En un mundo donde la carrerapor tener más y gastar más aúnimpide a mucha gente registrar a

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quienes tienen al lado, los fines desemana se han ido transformando,para el habitante civil urbano declase media, en otra desenfrenadapersecución, esta vez, detrás delplacer instantáneo.

Todo parece indicar que hayque levantarse temprano paradisfrutar del día; hay que correr alclub para poder jugar al tenis; hayque salir disparado por la carreterapara llegar primero y conseguir elmejor lugar; hay que comer en dosminutos para ver el partido; hay quedar rápido la vuelta al parque en

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bicicleta (porque hace tanto que no lausamos...); hay que terminar en unratito la partida de naipes, porquetodos queremos que no nos coja unatasco, y hay que llegar a tiempopara ver la película que todo elmundo dice que no nos podemosperder.

Y demasiadas veces, por noperdernos nada, nos perdemosnosotros, nos perdemos a los otros,nos perdemos el verdadero placer decompartir las cosas con nuestrosamigos.

Compartir, por ejemplo, este

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antiquísimo cuento:Un hombre es atrapado por una

terrible tormenta de viento y lluviamientras atraviesa el desierto. Ciegode rumbo y luchando contra la arenaque le lastima la cara, avanza congran dificultad tirando de las riendasde su caballo y controlando de vez encuando a su perro. De pronto, elcielo ruge y un rayo cae sobre lostres matándolos instantáneamente.

La muerte ha sido tan rápida ytan inesperada que ninguno de ellosse da cuenta, y siguen avanzando,ahora por otros desiertos, sin notar la

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diferencia.En el cielo la tormenta se disipa

y rápidamente un sol abrasadorempieza a calentar la arena, haciendosentir a los caminantes la urgencia dereposo y agua.

Pasan las horas; nuncaanochece. El sol parece eterno y lased se vuelve desesperante.

De pronto el hombre ve,delante, un oasis de agua, palmeras,sombra, y los tres corren hacia allí.

Al llegar descubren que el lugarestá cercado y que un guardia cuidala entrada debajo del portal que dice:

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«paraíso»El viajero pide permiso para

pasar a beber y descansar y elguardia contesta:

—Tú puedes pasar,desconocido, pero tu caballo y tuperro deben quedar fuera.

—Pero ellos también tienen sedy además vienen conmigo

—dice el hombre.—Te entiendo —contesta el

guardia—, pero éste es el paraíso delos hombres, y aquí no pueden entraranimales. Lo siento.

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El hombre mira el agua... y lasombra. Está agotado y sinembargo...

—Así no —dice.Toma las riendas de su caballo,

silba a su perro y sigue andando.Unas horas, unos días o unas

semanas más tarde, el grupoencuentra un nuevo oasis. Al igualque el otro, está rodeado de unacerca, al igual que aquél estácustodiado por un guardia. Hay uncartel:

«paraíso»

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—Por favor —dice el hombre—, necesitamos agua y descanso.

—Claro, adelante —dice elguardia.

—Es que yo no entraré sin micaballo y sin mi perro —advierte elhombre.

—Claro. A quién se le ocurre.Todos los que llegan sonbienvenidos —contesta el guardia.

El hombre se lo agradece y lostres corren a hundir su cara en elagua fresca.

—Pasamos por otro «Paraíso»antes de llegar aquí —dice el

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viajero, después de un rato—, perono me dejaron entrar con ellos...

—Ah, sí... —dice el guardia—.Ese lugar es el Infierno.

—Pero qué barbaridad —sequeja el hombre—, ustedes deberíanhacer algo para sacarlos del caminoal Paraíso.

—No —le aclara el hombrevestido de blanco—, en realidad noshacen un gran servicio. Ellos evitanque lleguen hasta aquí los que soncapaces de abandonar a sus amigos...

Como dije:Nadie llega muy lejos sin el

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amor de otros.Nadie llega a ningún sitio

olvidándose de los que ama.

diez pasos más hacia adelanteHemos dado ya los primeros

diez pasos que inician el caminohacia la realización personal.

Hemos trabajado en saberquiénes somos, en volvernospersonas autónomas y en aprender aamar comprometidamente.

Hemos empezado a reírnos denuestros defectos.

Nos ocupamos de escuchar

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activamente a los demás, eintentamos aprender de ellos conhumildad.

Casi siempre somos cordiales yconsiderados.

Organizamos nuestro tiempo yrespetamos el tiempo ajeno.

Rescatamos la importancia devender nuestras capacidades.

Y hemos conseguido rodearnosde las personas adecuadas.

Haber recorrido la mitad deltrayecto es una buena razón y unmagnífico momento para aprenderque hay instantes en los que es

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necesario detener la marcha, aunquesea un momento, y aprovechar esaparada para mirar hacia atrás elcamino recorrido y quizá, por qué no,para celebrar lo hecho.

La sabiduría popular nos enseñaque alejarse permanentemente de unatarea o de un problema es escapar; esexpresión de un temor que puedeevitarse o un símbolo deirresponsabilidad. Sin embargo,alejarse durante un momento paradespués volver puede ser la mejorforma de descansar para encararmejor lo que sigue, de prepararse

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para el siguiente desafío y también laoportunidad de premiarse por losobstáculos dejados atrás.

paso 11actualiza sin prejuicios lo que

sabesEscribí hace unos años...Todo lo que sabes.Todo lo que eres.Todo lo que haces.Todo lo que tienes.Todo lo que crees.Todo te ha servido para llegar

hasta aquí...

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¿Cómo seguir?¿Cómo ir más allá?Es tiempo de usartodo lo que todavía no sabes,todo lo que aún no eres,todo lo que por ahora no haces,todo lo que afortunadamente no

tienes,todo aquello en lo que no crees.Un peligro que nos acecha

frecuentemente es que, deseosos deaprender cosas nuevas, nosolvidamos de atender la necesidadde estar al día en lo que alguna vezsupimos o dominamos. En un mundo

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que evoluciona con tanta rapidezcomo el que vivimos, este descuidopodría dejarnos en poco tiempo en lamisma situación de quien nada supo ynada sabe.

Al principio de nuestra eraheredamos de la civilizacióngrecorromana cierto grado deconocimientos científicos. La historiade la ciencia señala que la evolucióndel saber del hombre duplicó esosconocimientos en los siguientes milaños. Supuestamente, el ritmo de estaduplicación comenzó a acelerarsedesde el año 1400, y en un total de

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setecientos años se volvió a duplicarla suma del saber heredado de lacultura universal. La ciencia no sedetuvo ni intimidó y la siguienteduplicación le llevó al hombresolamente ciento cincuenta años.Bastaron cincuenta años para el saltosiguiente, empujado por la tecnologíadesarrollada alrededor de las dosguerras mundiales. (En 1903, elPremio Nobel de Química fueconcedido al doctor Arhenius por sutrabajo sobre la disociaciónelectrolítica; cuatro décadas después,el mismo premio fue otorgado al

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doctor Debye, que demostró que lateoría de Arhenius era incorrecta.)

Igualmente sucedió entre losaños 1950 y 1978, en sólo veintiochoaños, y volvió a pasar en poco másde dos décadas.

El siglo xxi asiste a plazos deduplicación cada vez más cortos.Hoy, casi todos los científicosdeterminan ese punto en alrededor deun lustro, y predicen para dentro deveinte años una más que posibleduplicación global del saber humanocada seis meses.

—Muchas cosas que hoy son

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verdad no lo serán mañana —señalaba con toda razón GabrielGarcía Márquez y luego alertaba—:Quizá, con el tiempo, hasta la lógicaformal quede degradada a un métodoescolar para que los niños entiendancómo era la antigua y abolidacostumbre de equivocarse.

Nuestros dos próximos pasos serelacionan con este «problema» quenos plantea el mundo tan cambiante.El primero, del que nos ocuparemosahora como primer paso de lasegunda etapa, consiste en actualizarlo que sabemos, es decir, revisar,

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descartar, descubrir, completar ymejorar lo que siempre tuvimoscomo cierto. El segundo, del que nosocuparemos en el próximo capítulo,nos habla de crear nuevos diseños yactitudes para mejorar los viejosproductos, nuevas soluciones aviejos problemas y nuevas respuestasa situaciones imprevistas; lollamaremos creatividad.

Aprendí como psiquiatra unanorma de vida que he utilizado yenseñado desde hace muchos años.Un viejo maestro de la salud mentaldefinía la locura de una manera muy

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particular y provocativa.Estar loco no es, como la gente

piensa, un impulso que lo lleva a unoa hacer cosas extrañas. La verdaderalocura, nos decía siempre, es hacertodo el tiempo lo mismo y pretenderque el resultado sea diferente.

Cuenta la leyenda urbana que aun autobús local de un pequeñopueblo subió un día una joven.

Pagó su billete y se sentó en elúnico asiento que quedaba libre, allado de un señor, elegantementevestido, que le sonrió acomodándose

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para hacerle más sitio.Apenas el vehículo se puso en

marcha, la joven sacó de su bolso unsobre y volvió a mirar su contenido,un papel de carta con un logotipoazul en una esquina y unas pocasletras escritas a máquina.

Luego suspiró ruidosamente yuna sonrisa enorme se dibujó en suhermoso rostro.

—Buenas noticias... —dijo elseñor, sintiéndose un partícipeinvoluntario.

—Oh..., disculpe —dijo lajoven, dándose cuenta de lo que

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había hecho.—No hay problema, al

contrario... ¿Buenas noticias?—Buenísimas... ¡Estoy

embarazada!—Cuánto me alegro...

Felicidades —dijo el hombretocándole la mano paternalmente.

—Sí, yo también me alegrémuchísimo... Hace tiempo que queríaeste embarazo. Ya llevo cuatro añoscasada... y cuando no era por unacosa era por otra, nuncaconseguíamos que esta prueba dierapositiva.

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—Es increíble cómo se dan lascoincidencias —dijo el hombre,sacando de su bolsillo un sobre decorreos—. Yo también acabo derecibir una buena noticia. Hace yados años que compré un caballo decarreras y, como usted dice, cuandono era por una cosa era por otra,nunca había conseguido ganar un granpremio... Y mire, hace apenas unosminutos, me llegó este telegramaavisándome de que, por primera vez,ganamos una carrera del circuitooficial.

—A veces el azar hace cosas

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maravillosas. ¿No cree? —preguntóla joven.

—Sí..., aunque en este caso tuveque ayudar al azar... Voy a contarleun secreto —dijo el hombre bajandola voz y arrimando su mano a la bocacomo quien quiere esconder suspalabras—. Yo estaba tan deseosode ganar una carrera... que sindecírselo a nadie decidí cambiar dejinete.

—Le voy a contar otro secreto...—dijo ella repitiendo el gesto de él—. Yo también.

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paso 12sé creativoComo ya he dicho, en un mundo

donde el acceso a Internet es cadavez más fácil y las comunicacionesson cada vez más rápidas, cualquierapuede, en segundos, enterarse de lasinfinitas posibilidades que hay entodo el planeta de conseguir lo quenosotros podemos ofrecer. Productossimilares a los que fabricamos,artículos iguales a los que tenemos oservicios del mismo tipo de los queprestamos..., y mucho más baratos.

Deberemos pensar, pues, en

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hacer de lo nuestro algo distinto, algonovedoso, algo único, de algunamanera. Y ése es el campo de lacreatividad, aunque no es ni conmucho el único de sus terrenos.

Nuestra formación racionalistaprivilegia la meta al camino,sobrevalora la utilidad de lacompañía sobre el placer de estaracompañado y desprecia el peso dela vivencia propia, jerarquizando loaprendido por otros y explicado porlos expertos sabihondos de siempre.

Sin embargo, hay al menos dosformas de plantearse la acción futura.

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Apoyándose en la seriedad de laexperiencia y lo conocido del adultoo reclinándose en lo vivencial yexperiencial del niño interno.

En el primer camino, lamemoria y la racionalidad nosinforman sobre cómo actuar para quela experiencia propia y ajena nospermitan la cuota de precisión quenos haga suficientemente idóneoscomo para no cometer errores. Elresultado, supuestamente ideal, es elde acertar la mayor parte de lasveces y conquistar desde allí elobjetivo buscado, que llegará junto

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con el aplauso y el reconocimientoque conocemos como éxito o triunfoy que tanto se parece al amor. Éstasería la secuencia:

IntelectoExperiencia y precisiónConducta idóneaMenos erroresMás aciertosAplausoReconocimientoSi nos animáramos a prescindir

un poco de la voz de la experiencia,terminaríamos despertando nuestrolado más creativo, descubriríamos

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que los hechos siempre tienen algúnaspecto nuevo y diferente y,empujados por la curiosidad,acabaríamos buscando respuestasinnovadoras y propuestas originales.Está claro que esto no garantizará losaciertos, pero asegurará un caminopoco rutinario y, por lo tanto, unabuena cuota de diversión y unexcelente caudal de crecimiento. Lasecuencia sería esta otra:

SensibilidadCuriosidad de exploraciónConducta creativaMás errores

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Más aprendizajeDiversiónCrecimientoSi el argumento del desarrollo

como persona no fuera suficienteincentivo, quisiera establecer que,por fuerza, necesitaremos también denuestra creatividad cada vez que laexperiencia sólo consiga acercarnosa soluciones que ya no sirven paranuestros problemas.

Este paso, el duodécimo,sumado a la ya vista decisión deactualizar lo que sabemos, serásiempre la mejor manera de

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encontrar nuevas respuestas a laspreguntas de antaño y también, porqué no, la forma de encontrar enalguna antigua solución laposibilidad de ayudar a resolver unproblema nuevo.

Son éstos, pues, los dos pasosmás importantes para seguiravanzando, aunque solemosolvidarlos a la hora de buscarresultados. Dos herramientas quedescuidamos; a veces restándolesvalor con absoluta conciencia y otrassin darnos cuenta de su verdaderopeso.

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En uno de sus libros sobreinteligencia emocional, DanielGoleman relata un episodio sucedidoen una supuesta empresa, que bienpodría terminar así...

Todo sucedió, digamos, en unaimportante empresa deimportaciones. Allí trabajaba desdehace muchos años Cristina, una mujermuy formada y eficiente. A ella leencantaba su trabajo, le gustaba cadatarea del área y disfrutaba con elestudio de cada operación a su cargo,tanto como de los resultados que

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obtenía, cada vez con más facilidad.La mujer estaba más que

conforme con su lugar de trabajo y nole asustaba su responsabilidad, antesbien, la consideraba adecuada alsueldo que cobraba, que le permitíamantenerse y «darse algunoscaprichos» de vez en cuando.

Todo era ideal... salvo... surelación con su jefe, el gerente decomercio exterior. Con él, enrealidad, todo iba mal.

Desde que ese señor habíaentrado en la oficina no había día enel que Cristina no se sintiera

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abrumada por su presión, ignorada ala hora de una decisión en su sector omanifiestamente maltratada delantede sus compañeros.

Ella lo había intentado todo.Había seguido los consejos de sufamilia, que le sugería no enfrentarsey «seguirle la corriente», pero habíasido peor. También había intentadohacer caso a las palabras de suscompañeros, que, solidarizándosecon ella, sugerían que si seenfrentaba conseguiría que elautoritario jefe pusiera pies enpolvorosa, pero sólo consiguió

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entorpecer más la relación.Finalmente fracasó al intentar hablarcon él para pedir algún tipo deexplicación. Su malestar era tal queCristina empezó a pensar que deberíarenunciar a su cargo.

La tarde en la que este cuentocomienza es aquella en la queCristina, finalmente, llegó a unaimportante empresa de colocación depersonal especializado y pidió conresignación los formularios parasolicitar trabajo.

Con la cabeza gacha yarrastrando los pies, caminó hasta su

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casa asimilando su dolor eimpotencia.

Al llegar se preparó un puréinstantáneo y después de removerloen el plato, sin deseos de probarlo,dejó que se enfriara y se hizo un téque llevó en silencio hasta su mesitade noche.

Durante un rato, Cristina miró latelevisión, sin ver, y luego se quedódormida, llorando la injusticia de ladecisión que se había visto obligadaa tomar.

Después de despertarse unadecena de veces, Cristina

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interrumpió su sueño de madrugada,eufórica.

Animada a pesar del pocodescanso de la noche, se duchórápidamente y se sentó junto a laventana para llenar la solicitud deempleo.

Consciente y decididamenteexageró sus virtudes y disimuló susdefectos; destacó sutilmente laspalabras excelencia, productividad ytesón y se extendió en susantecedentes.

Al finalizar revisó la solicitud ysonrió satisfecha. Colocó la hoja en

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un sobre y partió hacia la agencia.En sólo una semana (más rápido

de lo que había podido imaginar ensus deseos más optimistas) llegó unapropuesta de trabajo verdaderamenteimposible de rechazar.

Ha pasado el tiempo. Hoy,Cristina ocupa muy feliz el puestoque ocupaba su jefe y en la mismaempresa de siempre. Se dice que éltambién está muy contento en elnuevo trabajo que le consiguióCristina, en la más importanteempresa de la competencia.

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paso 13aprovecha el tiempoHace mucho tiempo, cuando

todavía trabajaba en aquel minúsculoconsultorio compartido del barrio deOnce, aprendí de mi pacienteRicardo que los hechos significativosllegan a nosotros de múltiplesmaneras, hasta que nos decidimos aaprenderlos y ponerlos en práctica.

Charlábamos esa tarde de vivirintensamente el presente. Le decíaque me parecía horrible lo que élhacía. Cada día pensando en lo quehabía pasado ayer y antes de ayer y

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el día anterior al anterior. Cadanoche reprochándose los errorescometidos y mintiéndose al pensarque, si volviera atrás en el tiempo,haría todo lo contrario de lo quehabía hecho (idea de absolutafalsedad ideológica, porque si cadauno volviera al momento del errorsin llevarse el conocimiento de hoy,sabiendo solamente lo que sabíamosentonces, volveríamos a hacer lomismo, porque con esos datos nosseguía pareciendo la mejoropción...). Cada tarde planificandominuciosamente el día siguiente y el

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posterior y el que seguiría a aquélpara garantizarse (sin ningunagarantía) que lo que él deseaba ohabía previsto finalmente se hacíarealidad.

Yo le decía que el presente esel único momento en el que se puedeactuar y que era su responsabilidaddescubrirlo e interactuar con elmundo en el que vivía. Que yoentendía y alentaba la idea deaprovechar la experiencia y queavalaba el tener proyectos, pero queeso no debía distraerlo de viviranclado a hoy. De hecho, le insistí,

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sería maravilloso disfrutar siemprede la sorpresa que significa estrenarcada día un nuevo e imprevisiblepresente. Un presente eterno yrenovable.

Le conté entonces el famoso ydivulgado enigma del banco que hoycomparto también contigo:

Imagínate que existe un bancoque cada mañana acredita en tucuenta la nada despreciable suma de86.400 euros. Ni uno más ni unomenos. Ochenta y seis milcuatrocientos euros diarios para ti,

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sin pedir explicaciones ni rendircuentas. Ochenta y seis milcuatrocientos euros, tuyos y sinimpuestos.

Imagínate que la únicarestricción de la cuenta que te hasido asignada es que por unaincapacidad del sistema o unadecisión del donante, la cuenta nomantiene los saldos de un día paraotro.

Cada noche al dar las doce,como el carruaje de Cenicientavuelve a convertirse en una calabaza,la cuenta elimina automáticamente

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cualquier cantidad que haya quedadocomo saldo. Y lo peor: también sedesvanece cada euro retirado que nohayas gastado durante el día.

Si algo de saldo se ha perdido,te queda el consuelo de que al díasiguiente tendrás frescos y nuevos86.400 euros para gastar; aunque nopuedes confiarte demasiado ya quenadie sabe decirte cuánto durará esteregalo.

¿Qué actitud vas a tomar?...Seguramente retirar hasta el

último euro y disfrutarlo con quiendecidas, claro.

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—Cada uno de nosotros —ledije a Ricardo— tiene esa cuenta ytiene ese regalo.

Cada mañana el banco deltiempo acredita a tu disposición86.400 segundos, ni uno más ni unomenos, y cada noche, el banco borrael saldo y lo manda a pérdida.

El banco no permite chequesposdatados ni admite sobregiros.

Si no usas tus depósitos del día,la pérdida es tuya.

—Es tu responsabilidad —ledije a Ricardo— invertir cadasegundo de tu tiempo para conseguir

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lo mejor para ti y para los que amas.Ricardo, que se definía como un

hombre muy creyente y un cristianopracticante, me dijo al final de esasesión, con la cara que ponen lospacientes cuando se dan cuenta dealgo:

—Yo nunca había entendido elpadrenuestro hasta hoy.

No entendía de qué me estabahablando. ¿Qué tendría que ver lasagrada oración con mis alocadasideas acerca de la salud mental?

Entonces Ricardo me explicó:—Cada mañana, cuando rezo, le

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pido a Dios en el padrenuestro «...danos hoy nuestro pan de cadadía...». Y ahora entiendo algo quenunca había notado: le pido a Diosque me dé «hoy» el de hoy. Noquiero hoy el de ayer, que quizás estérancio y duro. No quiero hoy el demañana, que seguramente no estéhorneado... Quiero hoy el de hoy...¡Qué bueno!

Le agradecí mucho a Ricardo suenseñanza de ese día, se lo sigoagradeciendo hoy. Creyente o no,cristiano, judío, musulmán o ateo, elpróximo paso nos involucra a todos.

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Consiste en animarnos a vivir el díade hoy sin reproches nipostergaciones. Animarnos a vivircada segundo que aparece, como unregalo en nuestra cuenta, cada día, enel banco del tiempo.

paso 14evita las adicciones y los

apegosSiempre que uno recorre un

largo camino, aunque la recompensasea sabrosa y deseable, pasa pormomentos difíciles. Coyunturas enlas que todo parece ir cuesta arriba.

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Como muchos, en algunos de esosmomentos tengo la sensación físicade que mi cuerpo ya no resiste, sobretodo si lo que sigue se presenta comoel comienzo de una altura difícil deescalar. Son tiempos en los quenecesariamente pasa por nuestramente la tentación de quedarse en ellugar al que hemos llegado yolvidarnos del objetivo.

Las circunstancias sondiferentes de aquellas en las quedebíamos permitirnos descansar yfestejar. Son tiempos en los quepercibimos que el descanso no es

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suficiente y que las fuerzas flaquean.Tiempos en los que sería buenovolver a detenerse, pero esta vezpara revisar el equipaje.

En lo personal, en esosmomentos que considerofundamentales, siempre descubro enmi mochila una decena de cosas queno tengo que seguir llevando y queestán allí porque alguna vez fueronútiles, porque alguien me pidió quelas llevara, porque creí que eranimprescindibles, porque el corazónno me deja abandonarlas en elcamino, cosas que cargo por lo

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mucho que me ha costado tenerlas, osimplemente por si acaso.

Si pienso un poco, me doycuenta de que todo ese pesoterminará impidiendo mi marcha. Esel lastre de lo que no sirve, la cargade lo que no es imprescindible, latara de lo que no compensa llevar sicomparo el esfuerzo que supone conel beneficio que ofrece.

Así funciona la tonta actitud decargar con lo pasado, con lo viejo,con lo rancio... y cuesta arriba.

Cuando hablo de dar el paso dedeshacerse de lo innecesario, no me

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refiero a arrojar al cubo de la basurala brújula que me regaló mi abuelo yque me sigue siendo tan poco útilcomo entonces, aunque la adoro.Hablo de esa segunda brújula que mecompré a un precio que no valía,enamorado de sus bronces y de susletras en plata; esa hermosísimabrújula que nunca se supo haciadónde apuntaba y que también llevoen mi mochila, si soy sincero, máspor lo que pagué por ella que por loque me sirve.

Muchos maestros de Oriente nos

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enseñan que somos seres espiritualesy que todos nuestros deseosterrenales no son más que la sombraque nuestros cuerpos materialesproyectan sobre la tierra.

Acompañando esa metáfora, mepregunté un día si en eseplanteamiento no está la explicaciónde mucho, si no todo, lo que nospasa.

Imagínate que yo decida, siendofiel a las pautas que la educación denuestra sociedad de consumo me hasabido inculcar, correr tras lasposesiones que ambiciono o que se

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corresponden con mi ubicaciónsocial, según la norma de mi entornoy mi época.

Si yo representara esa actitud ala luz de la metáfora planteada, seríael equivalente de tomar la decisiónde correr tras mi sombra.

Ahora bien, si cualquieratomara tan estúpida decisión, ¿quépasaría?

Primero, nunca alcanzaría loque persigue.

Segundo, cada vez estaría máslejos.

Tercero, lo perseguido sería

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cada vez más grande.Cada vez más grande, cada vez

más lejos y con garantía de fracaso...¿No hay peor verdad?

Pero ¿qué pasaría si ahoramismo me diera cuenta y, girandosobre mis pasos, decidiera caminarhacia la luz, en lugar de correr tras lasombra?

Pasarían simbólicamente trescosas.

Poco a poco, la sombra seríamás y más pequeña.

Cada vez estaría más cerca.Y, finalmente, cuando me

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acercase mucho a la luz, la sombradesaparecería por completo.

Éste es el camino de este paso,dejar de correr tras la sombra denuestro deseo de poseer, deacumular, de tener. Caminar endirección a la luz y dejar que lascosas que deseo me sigan hastaalcanzarme.

Este paso se refiere adeshacerse de todo tipo deadicciones, cosas, personas,conductas, actitudes, ideologías. Serefiere a desapegarse de todo lo que,de alguna manera, no es tuyo.

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Lo único que verdaderamente tepertenece es aquello que no podríasperder en un naufragio, dicen lossufís.

Y en la lista de aquellas cosasque seguramente se podrían perder,empecemos por agregar nuestro egovanidoso y narcisista.

Esto que te cuento sucediórealmente.

En una escuela de niñosespeciales, que tenían en comúnpadecer síndrome de Down, seorganizó en primavera una jornada

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de olimpiadas.Todos los alumnos participaban

al menos en alguna competición, ymuchos de ellos en más de dos.

El fin de la tarde era en la pistacentral de la escuela, donde secorrería la carrera de cien metroslisos delante de padres e invitados.

En la carrera participaban diezcorredores que tenían entre ocho ydoce años. El profesor de educaciónfísica los había reunido unos minutosantes y, con buen criterio educativo,les había dicho:

—Jóvenes, a pesar de ser una

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carrera, lo importante es que cadauno de vosotros dé lo mejor de sí.No cuenta quién gane la carrera, loque verdaderamente importa es quetodos lleguéis a la meta. ¿Lo habéisentendido?

—Sí, señor —contestaron losniños y las niñas a coro.

Con gran entusiasmo, y ante elgriterío de familiares, compañeros ymaestros, los corredores se alinearonen la línea de salida. Y tras elclásico «¿Preparados? ¿Listos?», elprofesor de gimnasia disparó unabala de fogueo al cielo. Los diez

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empezaron a correr y, desde losprimeros metros, dos de ellos sesepararon del resto, liderando labúsqueda de la meta.

De repente, la niña que corríaen penúltimo lugar tropezó y cayó.

El raspón en las rodillas fuemenor que el susto, pero la niñalloraba por ambas cosas. Eljovencito del último lugar se detuvoa ayudarla, se arrodilló a su lado y lebesó las rodillas lastimadas. Elpúblico que se había puesto de pie setranquilizó al ver que nada gravehabía pasado. Sin embargo, los otros

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niños, todos ellos, se giraron haciaatrás y al ver a sus compañeros,retrocedieron. Al llegar consolaron ala jovencita, que cambió su llanto enuna risa cuando, entre todos, tomaronla decisión. El maestro les habíadicho que lo importante no era quiénllegara primero, así que entre todosalzaron en el aire a la compañera quese había caído y la cargaronrompiendo la cinta de llegada todos ala vez.

El periódico local ponía en sunota del día siguiente, con todaprecisión:

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«La emoción más intensa de las

olimpiadas especiales de ayer fue lacarrera de los cien metros lisos. Siusted no estuvo, pregunte a losasistentes “¿Quién ganó?”. Noimporta quién sea el interrogado, meanimo a asegurar que obtendrásiempre la misma respuesta: “En esacarrera, ganamos todos”.»

Puede que nos sonrojemos aldarnos cuenta de todo lo que tenemosque aprender para atrevernos a dejarpasar lo que no nos sirve y para sercapaces de renunciar a lo que nos

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pesa llevar en la espalda; pero hay almenos algunas noticias alentadoras.Por lo visto, tenemos de quiénaprender.

paso 15corre solamente riesgos

evaluadosSi hemos podido dar el paso

hacia el desapego propuesto unospárrafos atrás, o empezamos a darlo,sabremos entonces que muchos delos riesgos que tanto tememos y que aveces condicionan peligrosamentenuestra conducta son nimios. Los

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verdaderos riesgos, en todo caso,nunca pasan por las pérdidas que serelacionan con los aspectoseconómicos o materiales de nuestravida.

Adam Smith, el más famoso detodos los economistas y uno de losfilósofos más leídos de lamodernidad, decía que detrás detodas las búsquedas del hombrehabía un fin económico; que el dineroy el poder eran el último interés de laconducta de todas las personas. Peroagregaba que esas dos búsquedaseran sólo la garantía de recibir lo

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más importante y deseado: elreconocimiento del prójimo. Sentirsevalioso —decía Smith— y admiradopor los demás.

Por si no queda claro, uno delos padres de la economía, uno delos creadores de los modelossociopolíticos de la filosofía demercado nos dice que, de todasmaneras, el objetivo de la carrerapor las cosas materiales sigue siendola mirada calificadora del otro (yagrego yo: su aceptación, sucompañía, su amor).

Así como en el capítulo anterior

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te proponía que aprendiéramos aprivilegiar la sincronía del trabajoconjunto antes que la luchadespiadada por llegar primero,renunciando voluntariamente alvanidoso esfuerzo que significaquerer ganar cada carrera, aquí mepropongo alertarte sobre la neciaactitud de arriesgar a veces las cosasmás importantes cuidando las menosvaliosas, olvidando que éstas sólosirven para tratar de obtener oconservar aquéllas.

Trabajamos desmedidamentepara que a nuestras familias no les

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falte nada y les hacemos prescindirde lo que más necesitan, un padre ouna madre o su pareja. Confundimosel medio con el fin, el disfrutar conel poseer, el temor con el respeto, lafama con la gloria, la popularidadcon la trascendencia y la sumisióncon el amor.

Un viejo poema que circula porahí nos dice que cada cosa, cadaactitud, cada acción es un riesgo queuno corre. Reír es un riesgo, llorar esun riesgo, hacer cosas nuevas es unriesgo, hacer cosas diferentes es unriesgo, amar es un riesgo, conocer

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gente es un riesgo, comer las cosasque más le gustan a uno es un riesgoy viajar en avión también lo es (porno hablar de los riesgos másautóctonos y actuales que corremosdiariamente por vivir en nuestrasciudades o aquéllos referidos a laviolencia creciente de nuestroplaneta). Pero el poema también nosdice que el mayor de todos lospeligros es querer vivir una vida sincorrer ningún riesgo.

Cuentan que había una vez unhombre que trabajaba en un pequeño

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pueblo del interior de un lejano país.Había conseguido ese trabajo, unpuesto muy codiciado, a pesar de queél vivía en una aldea vecina, al otrolado del monte. Cada día, el hombrese despertaba en su pequeña casa enla que vivía solo, preparaba suscosas y salía al sendero para caminardurante tres horas antes de llegar a sutrabajo. No había otra manera deviajar que no fuera andando a travésdel monte. El ritual se repetía alanochecer en dirección contraria,hasta que el trabajador llegaba a sucasa rendido y apenas tenía tiempo

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para cocinarse alguna cosa y dormirhasta la madrugada del día siguiente.

Así durante cuarenta años...Una mañana, al llegar al pueblo,

casi sin haberlo pensado, se acerca asu jefe para decirle que va a dejar eltrabajo. Le dice que ya no está enedad de hacer semejante caminata,dos veces al día, que lo ha hechodurante cuarenta años y que ya noquiere hacerlo más.

El otro hombre, mucho másjoven que él, le pregunta con genuinasorpresa por qué en esos cuarentaaños no se ha mudado de pueblo.

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El trabajador baja la cabeza ycontesta:

—Lo pensé. Pero como no sabíasi el trabajo iba a durar... no quisecorrer riesgos...

El siguiente paso de nuestrocamino es, pues, animarnos a correralgunos riesgos. Y, sobre todo, esevaluar los riesgos que corremos. Noes sensato que pienses que te estoyproponiendo que te atrevas a saltardel décimo piso a la calle, ni te estoyempujando a jugarte el dinero a laspatas de un caballo, ni te estoysugiriendo que tengas relaciones

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sexuales sin cuidado, ni que explorescómo se siente uno al consumirdrogas...

Dije y digo que hay mucho poraprender y muchos de quienesaprender.

Digo hoy que ciertamentesiempre podemos aprender algo decualquiera.

Digo hoy que no debemospretender aprender todo de alguien.

Digo hoy, aunque sueneantipático, que hay algunas cosas quees mejor no aprender.

Te estoy proponiendo que

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corras riesgos evaluados y quedescartes aquellas actitudes yconductas cuya consecuencia posibleno alcance a justificar el riesgo quehas corrido o cuyo máximo beneficiono compense el daño al cual teexpones.

Hace un par de meses, mientrascenábamos en el Siete Puertas deBarcelona con mis amigos Miguel yOriol, hablábamos de proyectoseditoriales. Miguel nos contaba de unriesgo empresarial bastante grandeque valoraba afrontar. Fue entonces

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cuando nuestro amigo catalán dijoesta frase que comparto contigo paracerrar este capítulo:

Es arriesgado lanzarse a lapiscina

sin saber si hay agua...y a veces hay que hacerlo.Pero es siempre una tontería

absurda tirarsesin saber siquiera si hay

piscina...

paso 16aprende a negociar lo

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imprescindibleAsí como algunos vocablos

caen en desuso y quedan en boca dealgunos que los seguimos usandodenunciando así nuestra edad onuestro origen, existen palabras quese convierten en populares y seutilizan para definirlo todo,explicarlo todo y solucionarlo todo.A este grupo pertenece la palabra«negociación». Haciendo gala de unainjusta y exagerada popularidad elverbo «negociar» se confunde, seimplica y se sobrevalora,desplazando a sus antecesores, a

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veces más pertinentes.Demasiadas veces se llama

negociar a dialogar, a someterse, aresignar, a exigir, a ceder, a debatir,a delegar o a dividirresponsabilidades, a imponercondiciones, a promediarinsatisfacciones, o a la simplebúsqueda de un acuerdo.

Aprender a negociar es útil, porsupuesto, sobre todo en el área de losnegocios. Es allí donde la mutuaconveniencia puede significar lapérdida de algunos beneficios acambio de una actitud reflejada del

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otro, que también está allí para crearSU negocio. Sin embargo, quererextender este razonamiento a todoslos casos me parece un peligrosoerror, cuando no una sutil inducción auna manera poco ética de razonar losvínculos.

En las relaciones nocomerciales hay poco que negociar.No creo en esas parejas que partende la idea de sacrificar lo que másles gusta por complacer al otro, acambio de que éste admita privarsede lo que más le gusta. No creo quela medida de las relaciones

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interhumanas sea lo que soy capaz deceder, si no lo que somos capaces decompartir.

No termina de gustarme elenunciado casi mercantilista perouniversalmente aceptado de «hoy porti y mañana por mí». Primero, porqueme gustaría más que pudiera ser hoypor ti, mañana también y pasado otravez por ti (¿por qué no?). Segundo,porque lo que te doy no puede sernegociado (en la base de laverdadera ayuda está la gratuidad delo que doy). Y tercero, porqueincluso si alguno de los dos decide

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ceder generosa y desinteresadamentealgo de lo que tiene, voto para que sueducación le haya enseñado adiferenciarlo de sus inversionescomerciales, y que sepa que surecompensa ya se está dando. Nadiedebe compensarme por aquello quedoy con el corazón, mi recompensaes poder darte y nada hay paranegociar, ni en el cielo ni en la tierra.

Esto que escribo toma un airedramático cuando, en el consultoriode los terapeutas, o en losdormitorios de las casas o en losgrupos de amigos reunidos alrededor

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de una mesa, las parejas hablan denegociar maneras de ser y de actuar.Estrategias para ceder artificialmentea cambio de un gesto equivalente delotro. Dejar de ser el que soy comoargumento para forzar a alguien a querenuncie a ser el que es. ¡Eshorroroso!

El paso que propongo consisteen aprender a «negociar» solamenteen los negocios, en los litigios, en losconflictos. En la política, si nopodemos encontrar un acuerdo, y enla guerra sólo para acercar el caminohacia la paz.

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En los demás casos, yespecialmente en nuestras relacionesamorosas y significativas, seríamejor cambiar de verbo para evitarconfusiones. En la amistad, en lafamilia y en la pareja me gustanmucho más los acuerdos que lasnegociaciones, y prefiero siempre lasrenuncias a los sacrificios. Me gustaayudar a mis pacientes a que se dencuenta de lo que tienen ganas dehacer para resolver su desencuentro,pero no admito las frasesmiserablemente especulativas que seenuncian desde el «yo haré esto si tú

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haces esto otro...».A pesar de todo, prefiero la

negociación antes que la imposicióndel criterio de uno sobre otros.Prefiero la negociación a laviolencia, a la mentira o al engaño.La prefiero antes que lamanipulación o la fuerza bruta.

Y cuando negociar sea el únicoo el mejor camino habrá que tener encuenta, de todas formas, algunascosas. Habrá que saber si podemosconfiar en aquellos con los quenegociamos, habrá que ofrecer lo quepodemos conceder y no pedir lo que

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sabemos que no pueden darnos. Esnecesario ser conscientes de que sóloes posible o razonable ceder hastadonde nuestra realidad interna oexterna nos lo permite, y que el otroestá en la misma situación.

Por salvar al hijo del zar, que seahogaba en el río, tres campesinosfueron recibidos en palacio, donde elmonarca les invitó a elegir surecompensa. El primero pidió lamano de la princesa, el segundosolicitó poder absoluto sobre sucondado y el tercero, después de un

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silencio, pidió solamente una bolsade monedas. Los otros dos loacusaron de estúpido y de no saberaprovechar una oportunidad única. Eltercer hombre les dijo:

—Si es intención del zar darnosalgo, cosa que dudo, yo quiero estarseguro de pedir aquello que puedeser que me conceda...

Tienes razón si estás pensandoque hay algunas situaciones en lasque «la posibilidad» de un acuerdo«no es posible». ¿Qué hacerentonces?

La respuesta es tan obvia como

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importante: habrá que aprender anegociar el desacuerdo, aun cuandoesto signifique, como decía másarriba, una lisa y llana renuncia aalgunas de mis pretensiones, sinresentimientos ni esperando larevancha. La simple pero difícilaceptación de la realidad tal comoviene... aunque sólo sea para usarlacomo punto de partida de la luchapor una realidad diferente.

Presta atención a esta historia.

Cuentan que, hace muchísimosaños, en un pequeño pueblo de

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Inglaterra, sucedió algo que cambiópara siempre la vida del jovenMortimer y la de sus dos amigos.

Una mañana, cuando iba decamino a la escuela, el jovencitodivisó a un lado del bosque unenorme nogal cargado de nueces.Sorprendido, porque nunca lo habíavisto, se acercó sigilosamente hastael alambrado y evaluó de un vistazolas posibilidades de robar alguno deesos frutos sin ser atrapado.Rápidamente se dio cuenta de que noera un trabajo para hacer en solitario;necesitaría ayuda si esa noche quería

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comer nueces con su pudín. Al llegara la escuela, contó a sus futuroscómplices lo que había visto, ydecidieron dar el golpe esa mismatarde, cuando salieran de clase. Asífue. Mientras Mortimer vigilaba elsendero para evitar ser atrapados,uno de sus amigos hacía de pilónpara que el más ágil y pequeño delos tres trepara por el tronco ehiciera caer las nueces.

Apenas Mortimer vio que seacercaba un carro, dio la alarma ylos otros recogieron las nuecescaídas y salieron corriendo para

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encontrarse con Mortimer en elbosque.

Allí, jadeando y riendo, losladronzuelos vaciaron los bolsillos ymiraron con satisfacción el pequeñomontoncito de nueces conseguidas.

—Hay que repartirlas —dijouno.

—Sí —dijo otro.—¿Cuántas son? —preguntó el

tercero.Y contaron... 1... 2... 3...Eran 17.Los tres se miraron mientras

multiplicaban buscando alternativas

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en la tabla del 3...

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3 × 4 = 12... 3 × 5 =15... 3 × 6... ¡18!

Finalmente, Mortimer tomó lapalabra.

—Ya que yo soy el que dio lainformación, creo evidente el repartoque hay que hacer: cinco para cadauno y las restantes dos para mí.

—En todo caso —dijo el quehabía trepado—, una para ti y otrapara mí, porque si yo no hubierasubido...

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—Un momento —interrumpió eltercero—, que si yo no te hubierasostenido nunca habrías podidocoger ni una sola nuez. Así que...

Como no pudieron llegar a unacuerdo, decidieron preguntarle alviejo sabio que vivía en el claro delbosque. Él los ayudaría. Loencontraron en su cabaña y leexplicaron el problema del reparto.El viejo escuchó y preguntó:

—¿Y queréis que reparta lasnueces por vosotros?

—Sí —dijeron los tres.—¿Y cómo queréis que lo haga?

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—preguntó el anciano—. ¿Un repartonatural o como a mí me parezca...?

—No. Como a ti te parezca no.Queremos un reparto natural, lo másnatural que puedas... —dijeron lostres casi a coro.

El viejo contó las nueces yluego las fue repartiendo. Le dio alque había hecho de sostén 11 nueces.Al que había trepado le dio 4 y aMortimer, sólo 2.

—¿Qué es esto? —preguntarontodos, descontentos por igual—. Tedijimos naturalmente, no como túquisieras...

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—Si lo hubiese hecho como yoquería, hubiese sido más equitativo.Hubiera puesto en manos de cada unocinco nueces, hubiera abierto lasrestantes dos, hubiera agregado avuestra posesión media nuez máspara cada uno y me hubiera comidola última mitad en pago por miparticipación, para no favorecer aninguno de los tres. Pero vosotros mepedisteis que fuera un repartonatural. Pues bien, la naturaleza esasí, a unos les da mucho; a otros,algo menos, y a algunos no lesconcede casi nada.

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La realidad de la vida nosiempre es equitativa, y es más, lamayoría de las veces es bastanteinjusta. Pero este concepto nodebería desmoralizarnos, ni muchomenos ser utilizado como argumentopara otras injusticias más«humanas». Por el contrario, deberíareafirmarnos en el compromiso vitalde cada persona con su entorno. Elhombre, gregario por naturaleza,debe actuar, legislar y gobernarteniendo presente la negociacióninterna entre su pretensión y larealidad, entre sus intereses y los de

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otros. Esto es casi una obviedad,pero la tarea más importante es otra ymucho más difícil: consiste en laciclópea tarea de intentar acomodarlas distorsiones que plantea eldesigual reparto de recursos yposibilidades que el azar distribuyeentre las personas. Consiste en lucharpor igual por nuestra felicidad y porla de todos.

paso 17iguala sin competirCon una regularidad inesperada,

siento que me despierto muchas

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mañanas navegando con dolor en losmares del odio del mundo. Sinterminar de despertarme del todo,últimamente me inquieta comprobarque, viendo las páginas de lasnoticias, necesito leer el epígrafe delas fotografías para saber sipertenecen a nuestro país, a unpueblo vecino o a hermanos depaíses más lejanos.

Y lo peor es que, desde hacealgunos años, frecuentementecompruebo con espanto que esasimágenes son de aquí. De aquímismo. La barbarie, el daño, la

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crueldad o la simple injusticia de unamuerte absurda han ocurrido a cinco,a diez o a cuarenta minutos denuestra casa. La víctima es muchasveces alguien como tú o como yo,alguno de los que, con o sinconciencia, nos encontramos cautivosde un mundo cada vez más violento.

Es triste darse cuenta de queunos y otros, víctimas y victimarios,agresores y represores, opositores yoficialistas, tienen algo de razón ensu discurso; y no nos sirve deconsuelo reconocer que hemosllevado en nuestra voz algunas de las

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ideas que hoy se enarbolan parajustificar lo injustificable.

Pero es más triste todavía verque, de alguna manera, estamos todosamenazados por alguno de losfantasmas que asolan las sociedadesa punto de destruirse: la resignación,el miedo y el deseo de venganza.

En este recorrido que nos hemospropuesto en dirección al desarrollode cada persona, el próximo pasoserá necesariamente el de ayudar aque se dé el cambio que la sociedadnecesita, y esto empieza por fuerzahermanándonos con aquellos a

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quienes la vida castiga hoy másduramente. Hablo, como diría LimaQuintana, de ayudar a los quequedaron rezagados. Y no se trata deencontrar la manera de que nadietenga paz y entonces obtengamos elconsuelo del mal de muchos, sinoque estamos en camino y que nuestralucha es para igualar hacia arriba yno hacia abajo.

En la consulta, un terapeutaconfirma con regular asiduidad queese intento un tanto miserable deigualar en la desgracia a los quedisfrutan de un mejor pasar está muy

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lejos de estar reservado a la lucha declases o a los que se sienten víctimasde grandes injusticias.

Ella, una atractiva mujercercana a los cuarenta, secuestionaba en su terapia la decisiónde divorciarse que había tomado casiintempestivamente un año antes. Sinembargo, lo que decía no parecía laexpresión del dolor de quien haperdido o ha visto rota su pareja. Aella le irritaba hasta la exasperaciónel hecho de que su «ex», como ella lollamaba, a los seis meses ya «había

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encontrado otra» y, según sus propiaspalabras, «se lo estaba pasandodemasiado bien». Con este últimojustificante ella se ocupaba, cada día,premeditada y alevosamente, demolestarlo un poco, con susreclamaciones, reproches oexigencias, absolutamenteimpertinentes.

—No puede ser que estédisfrutando de la vida «de lo máscampante»... —me decía—, esinjusto. Que sufra un poco, comosufro yo.

Podríamos interpretar esta

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conducta como un intento de llamarla atención de su antiguo maridotanto como podríamos interpretar laconducta extrema de algunos gruposde violentos en la misma línea, peroeso no evitaría, creo, la crecientesensación de intimidación yagresividad en la que vivimos loshabitantes de nuestro amenazadoplaneta.

No es necesario poner másacento en detallar los efectosdevastadores que esta inquietud,transformada en estrés crónico, tienesobre nuestra existencia, psíquica,

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física y espiritualmente. Los efectosdel estrés son muy conocidos en lostiempos que corren, tanto en nuestrorendimiento laboral como en nuestravida afectiva, y los profesionales dela salud conocemos demasiado bienlos mecanismos de deterioro de lacalidad de vida y la amenaza anuestro pronóstico real de años devida.

Sabemos y hemos confirmadoque la primera respuesta de nuestrasociedad, la de aumentar la respuestarepresiva para volverla una amenazafrente a los actos de los violentos, no

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ha dado resultados satisfactorios, yaseguro que no los dará a largoplazo. La ayuda que la corrección delas leyes puede aportar esindispensable, pero no suficiente. Laactitud de ignorar a los antisociales,en la supuesta esperanza de que, alverse excluidos, modifiquen suactitud, parece ingenua y peligrosapara nuestra integridad. Nosencontramos, pues, en lo que pareceser un callejón sin salida.

A veces, cuando la seriedad delpensamiento academicista noalcanza, el humor viene en nuestra

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ayuda. Decía el genial humoristaLandrú en un epígrafe de la famosa ytristemente desaparecida revistaargentina Tía Vicenta:

«Cuando esté en un callejón sinsalida, no sea tonto, salga por dondeentró.»

Si la idea planteada de lagénesis del problema, a partir de undesvío de la transmisión cultural,tiene algo de verdad, parece obvioque el camino de la solución deberáempezar centrándose en la educaciónque damos a nuestros hijos.

Y como casi todas las cosas, en

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educación, cuanto antes, mejor.No me refiero sólo a la

educación formal de la escuelaprimaria, me refiero a todos losniveles educativos. Hablo de laresponsabilidad de los padres, de losdocentes y profesores de todos losniveles de la educación, de losempresarios, de los artistas y de losdirigentes. Hablo de trabajar juntospara atacar los condicionamientos delas pautas de éxito comparativo quecondicionan nuestra conducta desdeel mercado laboral, social, familiar yespiritual. Hablo de la escuela, del

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periodismo, de la familia, de lapareja, de la televisión y del arte.Hablo de terminar de una vez y parasiempre con la idea de la «sanacompetencia», acomodaticia y falsajustificación de esta distorsión denuestra sociedad. De hecho, megustaría dejar por escrito miposición, por cierto,comprensiblemente discutible. Paramí no existe la «sana» competencia;he aprendido que no esimprescindible y que, difícilmente,se obtenga algo saludable de talsanidad.

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En todo caso, y si debemosaceptar que existe en nosotros unatendencia innata a la comparacióncon otros, dejemos esos aspectoslimitados al deporte. Solamente enese campo la competencia puedetransformarse en un juego liberadorde comparación de habilidades yrecursos. Sólo a través del deportese podría sublimar este aspectonefasto. Una digresión momentáneaque nos permita volver a nuestromundo cotidiano sin necesidad dedemostrar que soy capaz de conducirmás rápido que nadie por la avenida

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costanera después del estúpidotriunfo que para algunos es haberbebido más que ninguno.

Los ancianos del Consejo deuna antigua aldea llegaron hasta lachoza de un viejo maestro. Iban aconsultar al sabio sobre un problemadel pueblo.

Desde hacía muchos años, ypese a todos los esfuerzos delConsejo, los habitantes habíanempezado a hacerse daño. Serobaban unos a otros, se lastimabanentre sí, se odiaban y educaban a sus

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hijos para que el odio continuara.—Siempre hubo algunos que se

apartaban del camino —dijeron losconsejeros—, pero hace unos diezaños comenzó a agravarse, y desdeentonces ha empeorado mes a mes.

—¿Qué pasó hace diez años? —preguntó el maestro.

—Nada significativo —respondieron los del Consejo—. Porlo menos nada malo. Hace diez añosterminamos de construir entre todosel puente sobre el río. Pero eso sólotrajo bienestar y progreso al pueblo.

—No hay nada de malo en el

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bienestar —dijo el sabio—, pero sílo hay en comparar mi bienestar conel del vecino. No hay nada de maloen el progreso, pero sí en querer serel que más ha progresado. No haynada de malo en las cosas buenaspara todos, pero sí en competir porellas. La solución es un cambio desílaba...

—¿Cambio de sílaba? —preguntaron los del Consejo.

—Debéis enseñar a cada uno delos habitantes del pueblo que si a lapalabra competir le cambian lasílaba central PE por la más que

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significativa sílaba PAR, se crea unanueva palabra: com-PAR-tir...Cuando todos hayan aprendido elsignificado de compartir, lacompetencia no tendrá sentido y, sinella, el odio y el deseo de dañar aotros quedará sepultado parasiempre.

Tú ya sabes que, equivocado ono, yo reniego de los méritos que sele atribuyen a la competencia salvajepor ser el mejor, y que incluso en elárea deportiva me fastidian lasconsecuencias de las pasionesfanáticas que algunas veces

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consiguen trasladar la noticia de unpartido de fútbol, de las páginasdeportivas, a las crónicas policiales.Sin embargo, puedo reconocer que esimposible convivir en nuestrasociedad desconociendo que ciertogrado de competitividad es inherenteal entorno profesional, social yfamiliar.

La lingüística nos ayuda asalvar tal incongruencia cuando nospermite diferenciar el significado dela competencia en el sentido de larivalidad y de la batalla entre variospor ser los mejores, y la competencia

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en el sentido de volverse competenteen lo que cada uno hace.

En este último sentido podemoshablar de sana competencia. El deseoque, en última instancia, nos llevará,si necesitamos poner un punto dereferencia, a ocuparnos, en el mejorde los casos, de mejorar elpromedio.

Y, de hecho, en un sentidopragmático, la mayor parte de lasveces el éxito en los resultados nonos pide ser los mejores, sino actuarmás adecuadamente, más eficazmenteo más sabiamente que la mayoría.

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Para recorrer este camino decrecimiento (sin rivalidades, sinenfrentamientos, sin la idea delgana/pierde) no es necesario vivircontrolando lo que otros hacen opueden hacer. Para esto siempre,repito, siempre son necesarios eltrabajo, la disciplina y el esmero quese mide por el tiempo quedediquemos a mejorar nuestropotencial; la medida en que nosocupamos de crecer, explorar, intuir,practicar y, a partir de ello, aprendera aprender, como dicen los maestrosde Oriente.

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Déjame que te cuente unagraciosa historia que nos obliga areflexionar sobre nuestro tercer pasode esta segunda etapa.

Dicen que una vez, en algúnlugar de África, un explorador fuecapturado por un grupo de soldadosmercenarios que, después dedesarmarlo, decidieron llevarlo anteel comandante para que éstedecidiera su suerte. El extranjerohabía intentado resistirse, pero eljefe del grupo le había advertido quelos acompañara sin forcejeos o le

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matarían allí mismo.Rodeado de diez hombres

armados, fue forzado a caminar haciael campamento a través de un extensollano que empezaba dondedesaparecía la selva. Uno de loshombres caminaba unos veintemetros delante del resto señalando elcamino.

De pronto, el guía gira sobre suspasos y corre hacia la selva.

—¡Huyamos! —les grita—. ¡Unleopardo nos ha olido y viene haciaaquí!

La mayoría de los soldados, que

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conocen la velocidad y agilidad delleopardo, tiran lo que llevan en lamano y empiezan a correr. Elexplorador, ya sin el control niamenaza de sus captores, se sienta enel suelo, saca de su mochila un parde zapatillas y empieza a sacarse lasbotas para cambiarse de calzado. Eljefe de los soldados lo mira mientrasempieza a escapar y le grita:

—¡Qué idiota eres! Pierdesunos segundos de oro. El leopardocorre a doscientos kilómetros porhora. ¿Qué importancia tiene sicorres con zapatillas o con botas?

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El explorador acabó de calzarselas zapatillas y empezó a corrermientras le gritaba al mercenario:

—Yo no necesito correr másrápido que el leopardo. Parasalvarme de sus dientes, lo único quenecesito es correr más rápido quealgunos de vosotros... y para esonecesito ponerme las zapatillas.

El paso que propongo consisteen ser capaces de aumentar nuestraidoneidad y volvernos más y máscompetentes pero menoscompetitivos. No hemos de confundirel saludable hecho de intentar ser la

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mejor persona que podemos ser conla gozosa vanidad de acariciarse elego por haberlos derrotado a todos.

paso 18no temas al fracasoAprender a negociar es, como

dijimos, aprender a renunciar a unpedacito de lo que deseamos. Paramuchos de nosotros esto esequivalente a un fracaso y, para casitodos, esta palabra equivale a unagran catástrofe personal. Tanto, quesolemos enfadarnos, maltratarnos yagredirnos cada vez que algo no sale

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como queríamos, como si notuviéramos en cuenta que lafrustración es el comienzo delaprendizaje.

El desarrollo personal, quecomo venimos diciendo es el logromás importante de nuestra vida,representa a la vez meta y desafío, yes condición para la propiarealización, así como estaciónforzosa para descubrir nuestracapacidad de ayudar a otros.

Pero a este crecimiento interno,tal como lo concibo, no se puedeacceder más que a través de la

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experiencia cotidiana de vivir y deequivocarse. Aprender es la cosechade recrear lo vivido, mucho más queun mero ejercicio intelectual.

De hecho, desde lo pedagógico,sólo se puede aprender desde elerror. Si haces algo bien desde laprimera vez, puede ser que halaguestu vanidad, pero no aprendes nada.Ya lo sabías. Si está en juego tuvanidosa lucha por el éxito, tusalegrías provendrán solamente dellogro de lo perfecto. Si lo másimportante está en el aprendizaje, ycon él el crecimiento, entonces

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equivocarse será una parte esencial ydeseable del proceso.

Aunque nos equivoquemos, esconstructivo haber hecho lo hecho.Al menos alguna cosa habremosaprendido de ese fallo. Tal vezaprendimos que ésa no era la manera;tal vez que ése no era el momento; talvez que ésa no era la persona oquizá, ¿quién sabe?..., que hacer esono era tan sencillo.

Mis primeros años en laprofesión fueron duros y llenos detodo tipo de necesidades, como para

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la mayoría de mis compañeros depromoción. Los más cautos supieronesperar su momento, los másinteligentes encontraron másrápidamente su rumbo, los másafortunados se cruzaron con unaoportunidad que los llevó a sudesarrollo definitivo. La mayoríabuscamos durante años laprobabilidad de insertarnosholgadamente en nuestro futuro. Yo,que hacía cuarenta y ocho horas deguardia psiquiátrica en una clínicaprivada y asistía al servicio depsicopatología del hospital Pirovano,

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sacaba tiempo para algunasactividades adicionales. En paraleloa mi profesión de médico, fui mozode almacén, taxista, vendedor delibros, agente de seguros yprotagonista de alguna que otrapequeña aventura económica (comofabricar bolsos deportivos o comprarcoches de ocasión para revenderlos).

Un día conocí en la clínica a unhombre que venía a entregar unmaterial desechable que senecesitaba en la enfermería. Mientrastomábamos un café a la espera de lasecretaria administrativa que le daría

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su cheque, me habló de un proyectoen el que estaba embarcado. Estabaestableciendo contactos con unaempresa alemana para la importaciónde unas cánulas de perfusión, queeran una gran novedad. Dado que nohabía abastecimiento en el país, elnegocio podía ser muy próspero conpoca inversión si uno tenía, como él,todos los contactos. De hecho, estabaa la espera de una nota del exteriornombrándolo representante paraArgentina y Latinoamérica.

Mientras hablaba, yo mepreguntaba qué posibilidades habría

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de que me permitiera participar,aunque fuera minoritariamente, de laimportación. Me pareció una buenaidea invitarlo a mi casa a cenar yhablar un poco del negocio contranquilidad.

Ese viernes nos reunimos sobrelas ocho para comer unos tallarinesque mi esposa había cocinado. En lospostres, mientras el invitado me dabalos detalles, Perla me llamó a lacocina para que la ayudara a llevarel café y unos trozos de pastel.

—No hagas negocios con esetipo —me dijo al pasar.

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—¿Por qué? —pregunté—.¿Qué ha pasado?

—Nada —me dijo—, pero nome gusta.

—¿Qué le has visto? —indagué—. A mí me parece un tipofantástico.

—No le he visto nada... pero nosé..., no me gusta —insistió,arrugando el ceño como quien huelea podrido.

—No, mi amor —me quejé—.Dame una razón.

—No sé —insistió... Y despuésde una pausa me dijo—: No me gusta

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su corbata.Yo le dije que era ridículo

descartar una oportunidad de ganardinero sólo porque a ella no legustaba la corbata de quien podía sernuestro socio.

No vale la pena ahondar endetalles. Finalmente, Perla aceptó loilógico de su sospecha y nos metimosen el negocio con una gran parte denuestros pocos ahorros.

Ya te imaginas el final. Laimportación, si era cierta, nuncallegó y el señor desapareció delmapa llevándose todo lo que algunos

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habíamos aportado, dejando tras desí un montón de papeles inútiles quequedaron como recuerdo de unapequeña y costosa estupidez.

No quiero hablar aquí de mipoco tino, ni de mi poca habilidadpara los negocios que acepto yreconozco desde entonces, sino de laimportancia de un factor que solemosdespreciar: la intuición. A todos nospasa que, a punto de hacer algo,sentimos que se nos enciende una luzroja o tenemos un inquietante temblorinexplicable. He aprendido que laintuición funciona como la suma de

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lo que percibimos sin poder expresaren palabras. Vemos sin saber cómoni por qué algo que nuestra razón nocomprende.

En lo personal, yo aprendí conlos años que esta capacidad, laintuitiva, no puede ni debereemplazar a nuestro intelecto ni anuestra experiencia, pero puedesernos de gran ayuda. El pequeñoepisodio relatado me ha servido demucho. Nunca cierro un trato connadie sin invitarlo a comer a mi casa.Al formalizar la invitación, siempreaclaro que es imprescindible venir

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con corbata...Nuestro temor a equivocarnos

es el resultado de nuestra educación.Desde la niñez nos han dicho quedebemos intentar no cometer errores.Y ésta es una de las enseñanzas másimportantes en todas las sociedadesdel mundo, la más condicionante delas pautas de nuestra cultura y el másdañino de todos los mandatos.

Hoy es casi tarde, pero sihubieras venido a verme cuandotenías cinco años, hubiera sido fáciltransformarte en un superdotado.Hubiera bastado con establecer un

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sistema de premios, donde se terecompensara por cada error quefueras capaz de inventar y cometer.

Como es evidente que sólo seaprende de los errores, te volveríasen poco tiempo un niño genial. Escierto que yo no me hubiera atrevido,pero de todas maneras, no perdimosnada porque tus padres tampoco tehubieran permitido seguir en esesistema educativo.

Nuestra cultura se distanciamucho de este camino, aunquesostenga que persigue ese fin.Sobrecargamos a los niños con más y

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más exigencias de acertar y, por eso,lógicamente los condicionamos paracreer que necesitan siempre aalguien, más poderoso o másautorizado, que les diga qué es loadecuado y lo inadecuado de suscreencias. Queremos padres que nosenseñen qué está bien, paraprotegernos de todo mal; queremosleyes duras que decidan qué debemoshacer y quiénes deberíamos ser, yque castiguen con crueldad a los queno estén de acuerdo; queremosgobernantes celadores que noscarguen de mandatos, razones y

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amenazas, para que la sociedad nocometa más errores y no tengamosmás sorpresas ni sobresaltos. Dealguna manera, actuamos como si noquisiéramos crecer; como si nosgustara seguir siendo niños,deseando que algún otro se ocupe detodo; alguien que, desde arriba, en elsentido político, geográfico o divino,nos obligue a todos a hacer «locorrecto» y nos proteja de lasoledad, del abandono, del dolor ydel desprecio de los que no nospermiten equivocarnos. De muchasformas, estamos entrenados para

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evitar el error, y sólo haciéndolo yesperando lo mismo de los demásnos sentimos seguros.

Te propongo una vez más quenos riamos juntos de ti y de mí, detodas las veces que actuamos comoel protagonista de esta historia.

Un hombre invita a una amiga aver una película de aventuras. En lapuerta del cine le cuenta que él ya laha visto y que le gustó tanto que hadecidido volver.

A media película, él le dice:—Qué te apuestas a que cuando

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llegue al piso, no entra.—Pero si ya has visto la

película... —lo increpa la joven.—Sí. Qué te apuestas a que no

entra en el piso...La chica no contesta, pero en la

película el protagonista entra en supiso y es golpeado salvajemente porlos que lo estaban esperando.

El hombre mira a la mujer, quelo contempla sobresaltada y leexplica:

—Es que pensé que después dela paliza que le dieron ayer hoy noiba a entrar...

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paso 19vuelve a empezarSi en el capítulo anterior

intentamos rescatar el valor deequivocarse, como parte del procesode aprender del error, en ésteintentaremos jerarquizar laperseverancia y el coraje de aquellosque se animan a volver a empezar.Después de todo, de eso se trata elmecanismo profundo de llegar allugar deseado, por materialista,mundano, importante o celestial quesea ese lugar.

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En el camino de nuestra vida,una y cien veces llegamos a puntosmuertos, lugares sin retorno,situaciones a las cuales nos haconducido un error tan importanteque ni siquiera tiene corrección. Enesos momentos cabe recordar estepaso. La decisión de volver aempezar.

Hace miles de años, Heráclitolo dijo en una sola frase querepresenta la inapelable verdad de loobvio: «Nadie se baña dos veces enel mismo río».

Comenzar «de nuevo» y no otra

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vez, rescatando de nuestro recorridoanterior el registro de lo aprendidoal equivocarnos, para intentarencontrar los nuevos errores de estenuevo trayecto.

Este paso se llama «Vuelve aempezar», pero no en el sentido dehacer lo mismo otra vez, sino en elsentido del retorno, del retroceso, decaminar hacia atrás hasta el lugardonde erré el rumbo o al lugar desdeel cual no hay camino.

Volver a un lugar en el que yaestuve, sabiendo que la situación yano será la misma y el espacio será

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diferente.Volver con la conciencia de

que, aunque todo haya cambiado, yoseré el mismo y, paradójicamente,con la certeza de que en realidad nisiquiera yo seré exactamente el queera...

Hace diez años tuve elprivilegio de asistir al congreso de«Comunicación y cambio» que seconvocó en Roma. Era la segundavez que yo pisaba Europa y mifantasía era, después de finalizado elcongreso, aprovechar para conocer

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Taormina.Nada que pueda ser dicho en

palabras puede describir esabellísima ciudad de Sicilia.

Los paisajes, la gente, laciudadela amurallada en lo alto, concalles tan estrechas que no permitenla entrada de automóviles, la vistadel Mediterráneo y, por supuesto, elEtna; el volcán que, humeandoconstantemente, recuerda que estádormido, pero vivo.

Después de caminar un día porla ciudad, uno comprende algunaspalabras del genial Luigi Pirandello

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y de la novela Te acordarás deTaormina de Silvina Bullrich.*

Recordaré por muchos motivoseste viaje, pero sobre todo por unapequeña conversación que mantuvecon Giovanni.

Este siciliano era un atléticohombre de unos treinta y ocho añosque atendía un pequeño bar enNicolosi, el pueblo que estáenclavado en la ladera este delvolcán. El Etna tiene dos laderas, unaempinada y otra llana: la primera pordonde el volcán derrama lava cuandoentra en erupción y la otra más

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segura donde la lava nunca llega.Nicolosi, el pueblo de Giovanni, noestá en la ladera segura, estálevantado a ocho kilómetros bajo elcráter, en la ladera peligrosa delEtna.

El pueblo tiene calles de lava yfue reconstruido siete veces, unadespués de cada erupción del Etna,siempre en el mismo lugar.

—¿Por qué reconstruyen estepueblo aquí, una y otra vez?

—pregunté adivinando larespuesta.

—Mire... mire —me dijo

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Giovanni, apuntando su huesudodedo al Mediterráneo—, mire el mary la playa, y mire la montaña, y laciudad... Éste es el más bello lugardel mundo... Mi abuelo siempre lodecía.

—Pero el volcán... —le dije—está activo... Puede volver a entraren erupción en cualquier momento.

—Mire, signore, el Etna no escaprichoso ni traicionero, el volcánsiempre nos avisa; jamás estalla deun día para otro. —Y como si fueraobvio, siguió—: Cuando está por«lanzar», nos vamos.

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—Pero ¿y las cosas?: losmuebles, el televisor, la nevera, laropa... —protesté—, no puedenllevárselo todo...

Giovanni me miró, respiróprofundamente apelando a lapaciencia que los sabios tienen conlos ilustrados y me dijo:

—¡Qué importancia tienen esascosas, signore!... Si nosotrosseguimos con vida... todo lo demásse puede volver a hacer.

A finales de 2005, lasfotografías de todos los diariosmostraban las espantosas imágenes

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de la lava barriendo una vez másNicolosi.

No había víctimas, el pueblohabía sido evacuado antes de que laerupción destruyera cada pared, cadaárbol, cada balcón y cada flor.

Nunca más hablé con Giovanni,pero cerrando los ojos puedoadivinar que, pasado el peligro,Giovanni trepó la ladera con susvecinos y, en pocas semanas,volvieron a reconstruir el pueblo,para empezar su historia, por octavavez.

Este paso debe servir para

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recordar que, por difícil que parezca,por dura que haya sido laexperiencia, por costoso que hayaresultado el error, es siempre posiblevolver a empezar.

Me contaron esta historia...Dicen que sucedió así.

La profesora entró en clase; esatarde, con una sonrisa muy particular.Con sus idas y venidas, tenía con susalumnos adolescentes una relaciónque entre todos habían logrado quefuese agradable. Los primeros meseshabían sido duros y varios factores

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podrían haber hecho que no tuvieraarreglo. Trabajar con adolescentesnunca era fácil. Menos aún con esosjóvenes que ya tenían antecedentesde haber conseguido que las dosprofesoras de instrucción cívicaanteriores a ella pidieran una bajatransitoria. Menos aún cuando lasuya era la última hora de clase dellunes, momento en el que todos losalumnos deseaban una sola cosa:¡irse a casa!

Por eso, cuando les dijo que éseera un día muy especial para ella, nomentía.

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—Hoy no vamos a hablar deleyes, ni de instituciones políticas.Hoy vamos a empezar unexperimento, si me ayudáis.

Los jóvenes habían aprendido aquerer y respetar a esa joven docenteprincipiante, que se hizo cargo delcurso admitiendo desde su primer díaque estaba muerta de miedo.

—He traído estas cintasazules... Son simples trozos de cintade raso, pero nosotros vamos adecidir que cada una lleva unmensaje oculto, algo que yo tengopara decirle hoy a cada uno.

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Y dándole la espalda a la clase,escribió con tiza en la pizarra:

El mensaje es...Eres importante para míLuego los miró a todos y siguió:—Voy a pediros que salgáis a

la pizarra y me dejéis que os pongauna cinta en el pecho a cada uno...Porque cada uno de vosotros ha sido,durante todo este año, y sigue siendoahora, importante para mí.

Entre sorprendidos y divertidos,los jóvenes se miraron y el primerode la fila de la izquierda se puso enpie y pasó. La profesora le colocó

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una cinta sujetándola con unimperdible, y después de darle unbeso en la mejilla, hizo un gesto paraque pasara otro de sus alumnos.

Así toda la clase quedógalardonada con las cintas azules.

Todos se sentían emocionados yagradecidos.

—Gracias a todos por este añode trabajo... —siguió la profesora—.Pero ahora vamos a practicar elexperimento. Voy a dar a cada unotres cintas azules para que os lasllevéis. Quiero pediros que, cuandolleguéis a casa, os sentéis un

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momento a pensar quién, entrevuestras relaciones, es una personaimportante para vosotros. Puede serun amigo, una pareja, un familiar ocualquier persona, con la condiciónde que no sea de esta escuela.Cuando decidáis quién es esapersona, quiero que os sentéisdurante unos minutos frente a ella yle coloquéis una de las tres cintas enel pecho, como yo he hecho convosotros. Animaos a decirle consinceridad y sin tapujos por qué esimportante su presencia en vuestravida. Después contadle el

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experimento y entregadle las otrasdos cintas para que continúe con laexperiencia...

Casi todos los alumnos salieronde clase muy emocionados. Casitodos pensaban en la continuidad dela tarea. Casi todos sintiendo que unade las personas a las cuales lehubieran dado su cinta era laprofesora misma, si ella no hubieraexcluido de la elección a la gente dela escuela.

Hacía tres años que JuanManuel vivía en la ciudad y todas laspersonas que habían sido importantes

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en su vida se habían quedado en supueblo natal. De hecho, sus únicosamigos eran sus compañeros de laescuela. Aparte de ellos, casi notenía trato con nadie. Sus vecinos dehabitación, como el resto de los quevivían en la pequeña pensión de lasafueras, eran inmigrantes y apenashablaban el idioma.

Al joven no le dolía tanto laconciencia de su soledad como laimpresión de que, por su culpa,podía fracasar el experimento que laprofesora les había propuesto.

Por la noche, mientras las luces

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de la calle le lastimaban los ojosmetiéndose por las rendijas de lasventanas, Juan Manuel pensaba.Pocas horas después sonaría eldespertador y él se levantaría paraprepararse y salir justo a tiempo paracoger el tren, el mismo que cadamañana lo llevaba hasta la estacióncentral.

Y entonces se dio cuenta. Cadamañana, en la estación, el estudiantese encontraba en el andén con unjoven ejecutivo que viajaba a lamisma hora y bajaba una estaciónantes que él. Nunca habían tenido una

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conversación, pero habían aprendidoa reconocerse y en los últimos mesesla sonrisa mutua se habíatransformado en un «Hola, qué tal» oen un gesto cómplice que compartían,todos los días, semana tras semana, ala misma hora.

Juan Manuel se dio cuenta deque ese joven del que ni siquierasabía el nombre era la primerapersona con quien hablaba cadamañana. Se dio cuenta de quédiferentes serían sus mañanas si nose lo cruzara nunca más. Se diocuenta de que, sólo por ese «Hola» o

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«Buenos días», ese encuentro eraimportante para él.

Por la mañana, muy temprano,fue a la estación a esperar a sucompañero de viaje para entregarlesu cinta azul y cederle laresponsabilidad de continuar elexperimento con las otras dos.

Esa mañana, a causa de la largacharla con el muchacho de laestación, el joven ejecutivo llegótarde al trabajo. Y cuando su jefe, elseñor García, lo regañó, quizá condemasiada dureza, se dio cuenta deque ese hombre temperamental, duro,

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obsesivo y gritón era importante paraél. Había aprendido tanto del señorGarcía... y nunca se lo había hechosaber. La cinta azul era una buenaexcusa.

El señor García no era lo que sedice un hombre sensible; sinembargo, después de una breveresistencia no pudo evitaragradecerle a su empleado que loeligiera para darle su cinta.

—Ahora ha de terminar estetrabajo, jefe —le dijo finalmentemientras le daba una cinta igual a laque había dejado en su pecho—.

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Tiene que elegir a una persona quesea importante para usted y darle estacinta...

El joven ejecutivo se despidióhasta el día siguiente y el empresariono tuvo duda de a quién le pertenecíaesa cinta. ¿Cuánto hacía que no ledecía a su hijo Santiago cuánto loquería, lo importante que era para él?

A diferencia de la mayoría delas noches, esta vez salió de laoficina a las siete y media, y condujopor la autopista embotellada hacia sucasa.

Una hora después, al llegar, su

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esposa no podía creer tenerlo en lacasa tan temprano.

—¿Te encuentras bien, querido?—preguntó preocupada.

—Sí —dijo el hombre—.¿Dónde está Santiago?

—En su cuarto, como siempre...¿Pasa algo?

Sin contestar, subió lasescaleras hasta el piso superior ygolpeó la puerta de la habitación desu hijo.

—¿Quién es? —preguntó elmuchacho desde dentro.

—Soy yo..., papá. ¿Puedes

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abrirme?—¿Qué he hecho ahora? —dijo

Santiago mientras abría la puerta y sevolvía a sentar frente a la ventana,sin quedarse a esperar la respuesta.

—Nada, hijo... No has hechonada. Nada malo.

Entonces le contó lo delencuentro con su empleado, leexplicó la experiencia de laprofesora de la escuela, y luego lepuso la cinta en el pecho mientras ledecía:

—Quiero que sepas que eresmuy importante para mí.

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Santiago se quedó paralizado,mirando al empresario a los ojos. Nisiquiera pudo contestar al abrazo quesu padre le dio con inusualefusividad.

Y entonces se puso a llorar yempezó a decir:

—Perdóname, papá...Perdóname.

—No me pidas perdón, hijo.Soy yo el que debería pedirte que medisculpases mi ausencia de todosestos años.

—Es que yo no lo sabía, papá.Perdóname.

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—¿De qué me hablas, hijo?¿Qué sucede?

El joven abrió el pequeño cajónde su mesita de noche y sacó de allíun frasco de pastillas. Hablabaentrecortado, sin poder parar dellorar.

—Son barbitúricos, papá...Pensaba tomarlos y terminar con mivida esta noche, porque creía que nole importaba a nadie.

El señor García sacó de subolsillo un pañuelo, secó con él laslágrimas de su hijo y luego lo pusosobre la nariz del muchacho.

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—Sopla —dijo el señor García.Y ambos rieron juntos como

hacía tiempo. De alguna manera,nada sería lo mismo entre ellos.Todo empezaba otra vez, pero estavez posiblemente para llegar a unlugar mejor.

paso 20no dudes del resultado finalDéjame imaginar que has leído

cada uno de estos pasos y que hasquerido aceptar esta propuesta que tehe hecho desde aquí de caminarhacia una mayor realización

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personal. Permíteme entonces quepiense que te has ocupado deconocerte cada día un poco más, quehas conquistado el espacio de suautonomía y que, después deentregarte al mejor amor del que seascapaz, has conseguido reírte de tusdefectos. Como te permites escucharactivamente, aprendes con humildad,empiezas a ser más cordial yorganizas tu tiempo respetando elajeno; ahora que sabes cómo ofrecerde una forma más atractiva lo queeres y lo que haces, puedes elegircon más acierto a aquellos de

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quienes te rodeas.Déjame que suponga que con

este libro has podido ratificar orectificar algunas cosas que sabías yque has actualizado, has puesto tucreatividad al servicio de tu mejorposesión, que eres tú mismo, y te hasdado cuenta de que el mejor sentidode lo equitativo es intentar igualarhacia arriba, aprovechando cada díade tu vida. Por eso trabajas paraterminar con tus adiccionescondicionantes y tu apego a las cosasy a las personas, corres riesgosevaluados y negocias sólo cuando es

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necesario, sin ceder en lo que noquieres y sacándole partido alfracaso.

Finalmente no temes volver aempezar, como dice AlejandroLerner en su canción, o como losugiere Hamlet Lima Quintana en supoema «Sin fin»:

[...] Que cada uno cumpla consu propio destino,

elija su rumbo, reconozca suspozos, riegue sus plantas,

y si cae en la cuenta de que haerrado el camino,

que desande lo andado y

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reconstruya la casa.Ahora, después de haber andado

y desandado, después de haberasistido a algunas catástrofes yderrumbes producto de algunoserrores en el camino, después dedecidirnos por la reconstrucción dela casa, nos queda solamente un pasopara dar juntos, el último, elfundamental, quizás el más decisivode esta propuesta.

Podríamos llamarlo de muchasmaneras; yo prefiero enunciarlocomo aprender a confiar en elresultado final.

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Es indudable que aprender aconfiar en nuestras habilidades,dones y posibilidades es un recursode gran ayuda en el logro decualquier tipo de objetivos.

No hablemos ya de no creernosel menosprecio de otros, comohemos dicho al principio del libro,sino también, y sobre todo, deintentar rodearnos de mensajes deconfianza del exterior, fortalecidos ymotivados por la propia y renovadaapuesta por nosotros mismos.

Quizá sea cierto que no todospueden conseguir algún logro

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específico que se nos ocurra, pero ala vez es cierto que cualquiera puedelograr todo lo que pretende, siabandona la urgencia, si perseveraactuando congruentemente con elpropio deseo, siempre y cuando eldeseo sea auténticamente propio y nouna necesidad de otros «plantada» ennuestro corazón.

Se suele decir que nuestrasfrustraciones suelen ser achacables anuestra impaciencia más que a lafalta de posibilidades concretas, yquizá sea cierto.

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Cuando se le pregunta al DalaiLama qué va a pasar con la parte deterritorio tibetano que está bajodominio extranjero, el gran maestrocontesta: «Ellos saben que estánhaciendo algo que no es correcto.Tarde o temprano se darán cuenta deque esa tierra no es propia y ladevolverán a su pueblo. Sabemosque eso puede tardar mil años, perono tenemos prisa. Nos tranquilizasaber que ha de suceder...».

Sin embargo, somosoccidentales y no podemos esperarsiglos para que las cosas sucedan.

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Necesitamos intervenir, empujar,torcer, acomodar. Hemos de sentirque somos nosotros los ejecutores dela voluntad del cosmos, o por lomenos creer que, en parte, lo hemossido. Y no me parece mal. Cada cosaque sucede en el mundo, para bien opara mal, contiene un porcentaje deaportación por nuestra parte. Unaparticipación en ocasionesfundamental y en otras nimia, perosiempre presente. Cómo ignorarnuestra influencia en los sucesos querodean a todas aquellas cosas quedeseamos y pretendemos, con las

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cuales interactuamos siempre deforma directa o indirecta. Aceptarque cada hecho nos involucra esaprender a sumar en lo personal, lofamiliar y lo social, el sueño con laactitud, el deseo con el proyecto, lanecesidad con la acción, elmerecimiento con el trabajo, lapaciencia con la decisión de noperder nunca el rumbo, laperseverancia con la creatividad.

¿Te acuerdas de la historia delpostulante número 94 que te conté enel capítulo 9? Aquí va un poco másde lo mismo...

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El legendario Bob Hope

contaba que, desde niño, su sueñosiempre fue el cine. Ser un humoristareconocido y aplaudido en clubes detercera categoría era importante,pero él soñaba cada semana con la«pantalla de plata».

Un día, alguien que confiabamucho en él le consiguió un papelitoen una película de la Warner Bros.Eran apenas dos frases en unaaparición de 52 segundos de loscuales la mitad estaba de espaldas,pero para Bob era el cumplimiento

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de su más ambiciosa fantasía.Hacerlo le encantó. ¿Cómo conseguirque lo volvieran a llamar?

Hope esperó durante semanas elmilagro de un nuevo contrato, perono llegó. El cine era espectacularpero tenía que hacer algo paraganarse la vida; no podía quedarseesperando que su oportunidadllamara a su puerta; así que aceptó untrabajo como humorista de gira encentenares de bares a lo largo yancho de Estados Unidos.

Tenía que conseguir que algunode los directores de casting se fijara

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en sus virtudes, pero ¿cómo? Depronto tuvo una idea. En cada ciudaden la que trabajara se acercaría alcorreo local y mandaría dos o trescartas a la Warner. En todas diríamás o menos: «He visto la película“tal” y me ha encantado. ¿Quién esese joven que aparece al final delfilme? Tiene pasta de buen actor.Mis amigos y yo quisiéramos verlopronto en alguna nueva película». Yluego firmaría con un nombrecualquiera. Semana tras semana, elactor repitió la rutina en cadapresentación.

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Dice Hope que ese plansignificaba gastarse en sellos granparte de lo que ganaba en susactuaciones; pero él se decía que noera gasto, era inversión.

Su esfuerzo y su idea tuvieronsu recompensa. A los tres meses,cuando llevaba ya más de cuarentaciudades y más de cien cartas, laWarner lo mandó llamar paraofrecerle un papel en su siguientepelícula.

El día de la firma del contrato,Hope deslizó un comentario paraevaluar el efecto de su estrategia:

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«¿Qué les hizo pensar en mí?». Unode los hermanos Warner le contestó:«Cualquiera que viaje tanto y gastetanto dinero en inventar nombres ymandar cartas merece unaoportunidad».

Han pasado veinte años desdeque mis apuntes escritos para mímismo y para mis pacientes setransformaron por primera vez enCartas para Claudia,* y con ello enmi primer libro. Desde entonces hasido editado veintiocho veces y hacirculado en el mundo de hablahispana de norte a sur.

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A veces me preguntan: «¿Cuálde todos sus libros es el que más legusta?».

Y yo contesto (y es verdad) quetodos me gustan, pero que hay dosque prefiero siempre, como creo quele sucederá a casi todos los autores:el primero y el último. Y es queaquella emoción de recibir en micasa junto a mi familia aquellaprimera edición de Cartas paraClaudia no se puede olvidar.Setecientos cincuenta ejemplares dehojas escritas en una vieja Olivetti,fotocopiadas en la imprenta de la

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esquina y pegadas espantosa ydescuidadamente antes de serpegadas dentro de aquella cubiertade cartulina rosa rabioso condesteñidas letras negras.

No había decidido yo editarlotan precariamente...

Antes había intentado ofrecer milibro a las tres editoriales queimprimían y vendían en Buenos Aireslos libros relacionados con lapsicología y con la conducta.

En cada una había dejado unacopia del texto completo, escrito ypegado con grapas de metal.

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La reacción de cada una fuediferente. La primera ni siquieraquiso recibirlo, la segunda lo recibióy aceptó que yo hablara con el editoren jefe, que me miró y me dijo enactitud muy porteña:

—Mirá, pibe —en aquelentonces yo tenía treinta y dos años—, hay dos cosas que en Argentinano se venden: libros de psicología ylibros de poesía. Si querés vender unlibro alguna vez, escribí sobre otracosa.

Muchos años después me enteréde que él, pobre, escribía poesía...

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El tercero, el más especial, serió mucho y mientras me devolvía eltexto me preguntó si «sinceramenteyo pensaba que esto le podíainteresar a alguien».

—No lo sé —le contesté, y leexpliqué que me había decidido aintentarlo empujado justamente pormis pacientes, que creían que no sóloles había servido a ellos, sino que lohabían compartido y que...

El hombre se rió un poco más yme habló muy divertido sobre loscentenares de proyectos de librosque le llegaban. Cada día venían una

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docena o más de aspirantes a serpublicados, siempre traían en susmanos el original de un libro quecreían poco menos queimprescindible para la humanidad,porque sus familiares y amigos, quelo habían leído, los habíanconvencido de su genialidad y loshabían conminado a que...

Sentí que era inútil explicarleque no me sentía incluido en esegrupo, de hecho, yo también dudabade que a alguien más le pudierainteresar lo que alguna vez habíaescrito para mis pacientes.

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Aprendí mucho en esasentrevistas. Aprendí que no todo elmundo tiene tiempo y deseo de saberlo que uno hace y cómo lo hace;aprendí que las propias frustracionesdeterioran la capacidad de análisisde las cosas de los demás; aprendíque los prejuicios de los poderosospueden impedir el despertar de otros,y aprendí, finalmente, a calmar misansiedades y darle a las cosas eltiempo que necesitan...

Muchas cosas han pasado en mivida personal y profesional desdeentonces. Mucha trascendencia,

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mucho reconocimiento, mucharealización en lo laboral, muchoscambios en mi forma de ver y deintervenir terapéuticamente,demasiados cambios y todos muyhalagadores. Cambios que a su vezhan ido interactuando con eficienciaa lo largo del tiempo, con mispropias convicciones y con laconfianza que otros muchosdepositaron en mí, para ayudarme aser, en suma, lo que hoy soy.

Te dejo este último cuento...

Hace algunos años, mientras

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paseaba por una de las playas deensueño de las islas Baleares, medetuve a charlar con un viejopescador que estiraba sus redes a lolargo de la costa. Fue él quien mecontó esta historia, diciendo quehabía sucedido allí mismo en una deesas islas.

Hubo un tiempo en que losbarcos que recorrían elMediterráneo, ida y vuelta desdeCádiz hasta Estambul, se detenían enlos puertos de las islas. Allí,mientras los cargueros descargabansus mercaderías y se aprovisionaban

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de todo lo necesario para seguir suviaje, los marineros repetían elmismo ritual.

Recibían su paga y corrían a lataberna para gastarse hasta el últimocentavo en vino y mujeres. Y cuandoel dinero se acababa, dos o tres díasdespués, los marineros volvían albarco, saturados de alcohol yborrachos de sexo o al revés, paradormir hasta que el carguerovolviera a hacerse a la mar.

El pescador me contó que undía, dos marineros cruzaban el viejopuente de madera construido sobre el

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río, camino a la taberna. Su barcohabía entrado en el puerto muytemprano esa mañana y la mayoría desus compañeros se habíanadelantado, colgándose, literalmente,de los camiones de transporte paraser llevados al pueblo.

De pronto, el más joven de losdos amigos se quedó mirando porencima de la barandilla, hacia lacosta del río.

—¿Qué haces? Vamos...—Ven aquí —dijo el otro—.

Mira... ¿No es hermosa?El otro miró hacia abajo y vio a

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una campesina que lavaba la ropa aorillas del río. Pensó que no serefería a ella, jamás usaría la palabrahermosa para describirla, sobre todoporque, dada su edad, su costumbre ysu intención, cualquier mujer queaparentara tener más de veinticincoaños era una vieja.

—¿De quién hablas?—De esa mujer... La que lava la

ropa. ¿No la ves?—Sí la veo. Pero no entiendo

qué le ves de hermosa. Mira, en lataberna nos esperan decenas demujeres mucho más jóvenes, mucho

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más guapas, y, con toda seguridad,con mucho más deseo decomplacernos que ella. Vamos, dateprisa...

—No —dijo el más joven—,tengo que hablar con ella... Sigue tú,te veré en la taberna...

Dicho eso, empezó a caminarhacia abajo, por el sendero quellevaba al río.

—No tardes demasiado... —legritó el otro saludándolo desde lejos,y siguió su camino hacia el pueblo,sonriendo, mientras movía su cabezade un lado a otro negando con el

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gesto lo que había pasado.El marinero se acercó hasta la

orilla y, en silencio, se sentó en elcésped, unos pocos metros por detrásde la joven, sin atreverse a hablarle.

La muchacha siguió durante másde media hora con su trabajo y luegose puso de pie, seguramente paravolver a su casa cargando la cesta dela ropa ya limpia.

—¿Me permites que te ayude?—dijo el joven, insinuando el gestode llevarle la cesta.

—¿Por qué? —preguntó ella.—Porque quiero —contestó él.

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—¿Por qué? —repitió ella.—Porque quiero caminar un

rato a tu lado —dijo él consinceridad.

—Tú no eres de aquí. Vivimosen un pueblo muy pequeño y aquí nose supone que una mujer solterapueda caminar acompañada por unextraño.

—Entonces... déjame llevar lacesta para conocerte y que meconozcas.

Por toda respuesta, la muchachasonrió y empezó a caminar hacia elpueblo.

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—¿Cómo te llamas? —seatrevió a preguntar él, después dediez minutos de marcha.

—Nácar —dijo ella, sin pensarsi debía contestar.

—Nácar... —repitió él, y luegoagregó—: Eres tan hermosa como tunombre.

Tres horas después, elmuchachito entraba en la taberna ybuscaba a su amigo entre el mar degente y la nube de humo espeso quellenaba el tugurio.

Cuando sus ojos seacostumbraron a la oscuridad, vio

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que su amigo gesticulabaampulosamente desde un rincónpidiéndole que se acercara. Doshermosas mujeres casi colgaban desu cuello, riendo con él un pococomo consecuencia de susexagerados y torpes movimientos yotro poco como consecuencia delalcohol que a esas alturas debía deestar alcanzando ya elevadasconcentraciones en la sangre de lostres.

—Si tardabas un poco más, tequedabas sin probar el vino

—le dijo cuando lo tuvo cerca.

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Y luego, mirando a una de lasmujeres que lo acompañaban, agregó—: Sírvele un poco de vino a miamigo, por favor...

—Escúchame... —dijo el joven—, necesito tu ayuda.

—Claro, hombre. Yo pago.—No me entiendes. Me quiero

casar.—Ah. Yo también. ¿Tú

prefieres la morena o la pelirroja?El más joven sacudió a su

amigo suavemente para llamar suatención y conseguir que su mentevenciera al vino y pudiera prestarle

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atención.—Pretendo casarme con Nácar,

la muchacha que vimos hoy desde elpuente.Y necesito tu ayuda.

—Estuviste demasiado tiemponavegando —dijo su amigo,entendiendo que el jovencito hablabaen serio—. Es muy común entre losnovatos como tú. Después de pasarmás de tres semanas a bordo, pisantierra y se enamoran de la primeramujer que ven. Yo lo entiendo y lo hevivido, pero decidir casarse por esoes una locura...

—Puede ser, pero la vida es, en

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sí, una locura. El amor es una locuray la felicidad también lo es. Yo noquiero que me juzgues, amigo mío,quiero que me ayudes...

La tarde caía cuando los dosmarineros, con su uniforme deceremonias, llamaban a la puerta dela casa donde vivía Nácar. El ritualde la isla decía que el pretendientedebía concurrir a casa de la noviacon su padrino de bodas para pedirleal padre la mano de su hija. Éstepediría una dote, como era lacostumbre y, si había acuerdo, seestablecería en ese momento la fecha

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de la boda.—¿Estás seguro de lo que

haces? —preguntó el improvisadopadrino.

—Más que de ninguna otra cosa—dijo el pretendiente. Finalmente eldueño de la casa apareció.

El que apadrinaba se adelantó yle dijo, parsimonioso:

—Mi amigo me haencomendado que le acompañe parapedirle a su hija en matrimonio.

—Ah... Su amigo es muyafortunado de pretender casarse conuna de mis hijas. Supongo que venís

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a por Anna. Ella es realmente unajoya única.

—Nosotros...—A pesar de que apenas tiene

dieciocho años es ya toda una mujer—siguió diciendo el hombre sinescuchar a su interlocutor—.Siempre supimos que sería laprimera en dejarnos. No sólo esbellísima, sino también hacendosa,sensual y muy saludable. Nuncaestuvo enferma... Comocomprenderás, nos costará muchodejarla ir con su amigo, pero veo quesois gente buena... Te la daré por el

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valor de veinte vacas.—Es que...—No, no. Ni una menos. Ella lo

vale.—Yo lo entiendo —dijo el

amigo del novio—, pero no es Annala novia pretendida.

—Oh... Qué agradable sorpresa—dijo el hombre—. Yo creía que yano quedaban jóvenes que valoraranla inteligencia. Rubí es la másinteligente de las tres. Si bien sepuede decir que no tiene el cuerpoperfecto de su hermana menor, locompensa con una mente brillante.

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Una sagaz compañera y una amigafiel. No dudo que será una excelentemadre. Por ser vosotros, os la puedodar por trece vacas. Y no lo dudéis,es muy buen precio.

—Se lo agradezco mucho,señor, pero mi amigo pretende pediren matrimonio a su hija Nácar.

Aunque trató de disimularlo, unrictus de sorpresa y de incredibilidadpasó por el rostro del jefe de familia.

—Nácar... —balbuceó—.Claro... Nácar.

—Sí. Nácar.—Me parece... me parece... —

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El hombre trataba de encontrar unapalabra que no conseguía hallar.

»¡Maravilloso! —dijo al fin—.Sólo un hombre inteligente ybondadoso puede ver la bellezaoculta en una mujer. Ciertamentetiene mucho que aprender perotambién tiene una gran disposición aaprenderlo. Es una buenaoportunidad para conseguir unabuena esposa a buen precio.Considerando que es la mayor te ladaré por el valor de siete vacas...Bueno, quizá seis... pero nada menos.

—Señor —dijo en ese momento

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el pretendiente—, permítame que leconfirme en persona mi decisión decasarme con su hija Nácar. Sóloquiero poner una condición conrespecto al precio.

—No abuses de tu futurosuegro, querido joven. El pequeñotema de su cojera es un asunto sinimportancia... No se puede conseguirnada por ese precio en esta isla.

—Justamente por eso —dijo eljoven— quisiera tomarla comoesposa; pero quiero pagar por ella elequivalente a veinte vacas, comopides por la mejor de tus hijas, y no

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sólo seis.—¿Qué dices? ¿Estás loco? —

dijo su amigo tratando de frenar suestupidez—. Dijo que te la daría porseis. Además cojea. ¿Por qué quierespagar por ella más de lo que vale?

—Porque no creo que ella valgamenos que su bella y joven hermana.

—Trato hecho. Veinte vacas —se apresuró a decir el padre. Yañadió, quizá temiendo unarrepentimiento—: ¡Pero que la bodasea lo antes posible!

Así, los amigos se separaron.Uno de ellos volvió al barco y el

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otro se quedó en la isla.Pasaron cinco años antes de que

el destino volviera a llevar almarinero al mismo puerto, peroapenas llegó no pudo pensar en otracosa que en su joven amigo. ¿Quéhabría sido de él? ¿Se habríacasado? ¿Cuánto habría durado sumatrimonio? ¿Estaría aún en la isla?

Preguntando por aquí y por allá,por aquel joven marinero que algunavez se había casado con la hija delisleño, le dijeron que ahora vivía enuna casa muy humilde que se habíaconstruido con sus propias manos,

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muy cerca de la cima de la montaña.Subiendo por el camino del oestellegaría, después de media hora demarcha, a casa de su amigo.

Su estado físico le habríapermitido llegar antes, pero lodetuvo una extraña procesión con laque se cruzó al empezar a subir lacuesta. Decenas de hombres ymujeres bajaban al pueblo. Llevabanen hombros a una bellísima mujer ala que permanentemente tirabanpétalos de flores, cantaban yadulaban. Ella, mientras tanto,parecía irradiar luz; de hecho, sólo

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pasar a su lado lo hizo sentir mejor.Sonriendo a todos, la hermosa mujersaludaba alargando la mano una yotra vez a los que se acercaban atocarla.

Tuvo que resistir la tentación deir tras ellos y sumarse al extrañoritual; pero finalmente llegó a la casaque le habían indicado. Todo parecíatan cuidado y ordenado, que elmarinero pensó por primera vez quequizá debiera empezar a pensar ensentar cabeza.

Golpeó la puerta y su viejocamarada abrió en seguida.

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—Querido amigo... —le dijo alverlo—. ¡Qué sorpresa encontrarteaquí! ¿Cuándo echaron el ancla?

—Esta mañana... He venidoapenas he desembarcado para saberde ti. ¿Cómo estás?

—Ya me ves... Estoy muy bien,muy feliz.

—Cuánto me alegro... ¿Y tu...esposa? —casi tenía miedo depreguntar.

—Ah, qué pena me da que noesté aquí. Hoy es su cumpleaños y lagente del pueblo la vino a buscarpara agasajarla; la quieren tanto... La

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tratan como si fuera una santa. Debesde haberte cruzado con ellos alsubir...

—Ah... sí, claro. ¿Cómo ibasaber que era ella? Ni siquiera sabíaque te habías vuelto a casar.

—¿Yo, volverme a casar? ¿Quédices? Sigo casado con Nácar, lajoven cuya mano pediste para mí.

—Pero ¿no dices que es la quellevaban en andas hacia el pueblo?Ésa no podía ser ella...

—¿Cómo que no podía?—Perdona, amigo mío, yo la

conocí. Nácar era una mujer que

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aparentaba hace cinco años muchamás edad que la joven de laprocesión. Además, ésta erabellísima y tu esposa... Perdona quete lo diga pero no era...

—No, no era... como es. Pero seha vuelto así como la viste.

—Pero... ¿cómo puede ser?—Pues no lo sé... Quizá se deba

a la dote...—¿Cómo dices?... No te

entiendo.—Yo pagué por ella una dote de

veinte vacas, el precio que se pagabapor las más hermosas, tiernas y

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maravillosas mujeres; la tratésiempre como a una mujer de veintevacas y la ayudé a que supiese queeso era. Tal vez eso la empujó aconvertirse en la fantástica y bellamujer que hoy es...

Pese a las dificultades, conconciencia absoluta de lascomplicaciones, conociendo losriesgos y a pesar del dolor de lo queno resultó como pensábamos, esteúltimo paso nos invita a no dudar deque, al final, el resultado será aquelque hemos previsto y deseado.

En lo personal estoy convencido

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de que en cualquier camino, el últimopaso nunca lo es por casualidad ysiempre nos carga con la odiosasensación de que todo lo anteriorpodría no servir si fallamos en esteúltimo momento.

Este vigésimo paso es para míla puerta que nos permite, en muchossentidos, dejar atrás lo pasado. Es elpasaporte seguro hacia lo que viene.

En las circunstancias másdifíciles y en los momentos en losque nos invade la sensación de haberperdido el rumbo, la certeza delresultado final es justamente lo que

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podrá hacernos recuperar la fuerzapara hacer y para arriesgar; lamotivación para avanzar, paradesear, para insistir, para valorar elcamino recorrido y para seguirluchando por lo que creemos.

Aquest llibre ha estat realiltzaten els tallers de Victor Ibual, S.L.,situats al carrer Mallorca deBarcelona durant el mes de març del2010

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13/09/2011

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Table of ContentsJorge Bucay 20 años hacia adelantePARA ENTREGAR A MI AMIGA

MARIE.O...3 × 4 = 12... 3 × 5 = 15... 3 × 6... ¡18!