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1.956 – 2.008 Por Manel Batista i Farrés Pág.1

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1.956 – 2.008

Por Manel Batista i Farrés

Pág.1

Pág.2

Autor : Manuel Batista i Farrés. Colaboraron: Maite de Miguel de Blas y otros amigos.

TÍTULO : LA DAMA DE LA BICICLETA

Inició su escritura : Marzo del 2007. Finalizó : Agosto 2008

Páginas : 250 Formato DIN A4 Capítulos: 35

Inscrita en el Registro de la Propiedad Intelectual Número: B-5734-08

ISBN:

Pág.3

A Maite, mi esposa, su mirada y su bondad

me cautivaron….y con ella volé hasta la luna…para alcanzar las estrellas. “Fly me to the moon…”

Algunos de los personajes que aparecen en la novela son reales y otros ficticios , Beppo y Edu, y algunos de los amigos del autor, aparecen en la novela en virtud de los inolvidables y gratos momentos pasados en su compañía durante mi juventud. Completan este mismo elenco de personajes entrañables; Justet, M. Morera, J.Subirana, M.C. Unzeta, Mª T. Vidal, Cuca, D.Monlleó, J.A. Audet, J. Sanmartín, M.Sagués, y una interminable lista, y finalmente el pueblo de Folgueroles bello, pintoresco donde los haya, con gente cordial, al que recomiendo visitar.

El autor

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PRIMERA PARTE

CAPÍTULO Iº Folgueroles, verano de 1956……..

Mi interés por cobrar alguna pieza, hacía que soportara pacientemente la fuerte canícula de aquel día de Julio. Me hallaba descalzo con las perneras de mis “tejanos” arremangadas hasta las rodillas y los pies sumergidos dentro del agua del riachuelo cuyo caudal discurría en silencio y perezoso haciendo más llevadero el agobiante y seco clima de aquella tórrida tarde de verano. Las cigarras y las ranas se afanaban en sus cánticos intentando mitigarse algo del calor reinante, era ya con éste, el quinto de mis veraneos en aquel bello pueblecito de La Plana, incrustado en el corazón de la comarca de Osona. Del modo más simple me había fabricado una rústica caña de pescar, si así se la puede llamar. Un buen día, me acerqué al campo de deportes del pueblo y corté una del cañizal que crecía detrás de las porterías, la despojé de las tiernas hojas que brotaban de cada uno de sus nudos, hasta el extremo más delgado de la misma. Aproveché en una de las visitas efectuadas a Vic, capital de la comarca, para comprar en una ferretería, algunos anzuelos y sedal. El flotador me lo fabriqué yo mismo utilizando la pluma de una de las gallinas del corral de la casa y un tapón de corcho que procedía de una botella de vino, que pinté de rojo y blanco. En todo el tiempo que llevaba yendo a pescar, jamás tuve oportunidad de cobrar pieza alguna, todos los días me juraba que no volvería más, pero al día siguiente después de la siesta del mediodía, de nuevo cogía la caña e iba en busca de aquel apacible remanso del riachuelo que ni tan siquiera sabía como llamaban. De la húmeda orilla, solía coger de entre el barro algunos gusanillos que metía en una lata medio oxidada para que me sirvieran de cebo. Era el arte de practicar la paciencia, que en ello era campeón. Para sorpresa mía y cuando menos lo esperaba, experimenté un fuerte tirón en la caña arqueándose el extremo superior, el sedal se tensó y el flotador desapareció bajo el agua. De un brinco me puse de pié para poder maniobrar más cómodamente, ¡había picado el primer pez de mi vida!. Una gran emoción se apoderó de mi, el corazón aceleró sus latidos, no cabía en la piel de satisfacción, al fin llevaría a casa el producto de mi pesca, pero la Diosa fortuna aquella tarde me había abandonado, no era mi día. Resbalé con los húmedos hierbajos y juncos de la orilla yendo a caer dentro del riachuelo. Solté la caña con el afán de amortiguar mi caída, y adiós a mi pesca. La profundidad en aquella parte no sobrepasaba mi altura, pude ponerme en pie con cierta rapidez, pero ya no me dio tiempo a recuperar mi arte de pesca que se la llevó el pez en colaboración con la corriente, me sentí el individuo más patoso y desafortunado del planeta. Regresé de nuevo a la orilla, para que se secaran mis ropas al sol, me tumbé boca arriba sobre la hierba desolado y avergonzado. Las machaconas cigarras volvieron a iniciar su concierto silenciado por el barullo y maldiciones que había mascullado durante la pirueta de caída, ahora además, se habían añadido las ranas del lugar. Acababa de tumbarme al sol cuando oí unas sonoras y cercanas carcajadas, incorporé el tronco y pude ver a mi amigo y vecino Justet retorciéndose de risa. Desde el viejo puentecillo de piedra había presenciado todo el espectáculo de mi acrobática peripecia y la consecuente pérdida de mi caña.

5 De un salto se plantó en la orilla y acercándose me dijo : -Mira que eres pardillo, ¿cómo se te ocurre soltar la caña?-. Ante la evidencia no tuve más remedio que admitir mi torpeza de muchacho de ciudad, poco ducho a desenvolverse en el campo.

-Estaba desprevenido, no contaba que picaría alguno de estos resabiados barbos, llevo un sin fin de tardes intentando hacerme con alguno y nada, no he tenido suerte, hasta hoy que no estaba atento y al maldito se le ha ocurrido darle un bocado a mi anzuelo, y torpe de mi, no supe qué hacer-, dije intentando excusarme. Le conminé a que me ayudara a rescatar la caña perdida, - Oye, ayúdame a buscar la caña, veamos si todavía podemos hallarla enredada entre los juncos de algún remanso-. Iniciamos la búsqueda riachuelo abajo, ni rastro de ella, en uno de los recodos mi compañero se agachó para intentar atrapar una rana que se había enredado en las algas de la orilla, su posición invitaba a darle un empujoncito para que visitara el líquido, no pude contener por más tiempo mi impulso primario, con el pié le di un empellón que hizo que perdiera el equilibrio cayendo como un sapo en el riachuelo. -Ja,ja,ja- , ahora reía yo con todas mis fuerzas. En lugar de enojarse conmigo, me acompañó con las risas y siguió nadando unas brazadas. Al salir, se tumbó a mi lado, puso los brazos en cruz y el compás de las piernas abierto, al igual que estaba yo. Justet era un muchacho franco y llano, como suelen ser los muchachos campesinos, era sobrino de los dueños de la casa en la que veraneábamos todos los años. Su tío Lluís Vivet le llamaba “el pinsá” ya que era sumamente delgado y alto con un aspecto que asemejaba al pajarillo del mismo nombre, se pasaba el día subiendo con una gran facilidad a los árboles para fisgonear en los nidos de las aves. Tumbados allí a pleno sol olíamos el heno recién cortado que unos campesinos habían amontonado en una era muy cercana aguardando para ser trillado, el cielo estaba teñido de azul intenso y una ligera brisa empujaba algunos jirones de nubecillas que lentamente lo cruzaban de vez en cuanto con mil formas distintas. Justet me invitó a buscar similitudes en ellas, -¡¡ Mira aquella, parece la gran nariz de una bruja !!-, gritó. -Aquella se diría que es un águila-, respondí. Captó nuestra atención el limpio sonido del timbre de una bicicleta que rompía con la monotonía del canto de las cigarras y el silencio del lugar, ¡Clinc, Clinc!. Nos incorporamos al unísono apoyando los codos sobre el césped, el sonido nos pareció que procedía del viejo puentecillo románico, el sol incidía frontalmente restándonos una óptima visibilidad, pero pudimos distinguir al autor, era una muchacha de más o menos de nuestra misma edad, que llevaba un sombrero de paja cuya ala le proyectaba la sombra suficiente para que desde nuestra posición no pudiéramos ver con detalle su faz, vestía de blanco y estaba de pie junto a un ciclo de dos ruedas que asía por el manillar. -Justet, levantó el brazo agitándolo con gesto de saludo mientras le decía -¡¡Hola!!-. La muchacha giró la cabeza, tal como si el saludo la hubiese importunado, agitando una larga cabellera que le caía por su recta y escotada espalda, a continuación y sin más, montó en la bicicleta y se marchó de regreso en dirección al pueblo.

6 -¿Quién es ésta misteriosa damita de la bicicleta ?- pregunté a mi amigo. -Creo que es la niña de la Gran Casa Soladrigas. Desde hace años, viene todos los veranos como las golondrinas, pero casi nunca se la ve por el pueblo, es muy estirada y no tiene amigas, anda siempre con la cabeza alta y la nariz mirando al cielo, tiene un porte altivo y diría que hasta arrogante-, abundó mi compañero. Las gentes del pueblo solían citar con cierta reverencia a la Gran Casa Soladrigas, una regia edificación anexa al núcleo urbano, rodeaba el jardín un sólido muro de piedra de casi tres metros de altura que más bien parecía una muralla. El acceso principal estaba situado frente a la fachada noble de la casa y a la plaza principal del pueblo, era una edificación de dos plantas, se interrumpía el muro en una gran puerta de hierro forjado, con reja de doble hoja, que permitía ver una buena parte del cuidado jardín. -¿Conoces la casa?- me preguntó Justet. -En cierto modo si, acompañé un día a tu tío Lluís que les llevaba un saco de patatas de su cosecha y algunas verduras de la huerta. El servicio no nos dejó pasar de la verja, aguardamos de pie casi quince minutos a que le trajeran el importe de la entrega, sin tan siquiera invitarnos a un vaso de agua, los sirvientes también son bastante estirados, diría yo-. -No creas que lo todos lo son, la dueña, la señora Soladrigas, una vez al año, por Navidades, abre las puertas de la casa de par en par e invita entrar a todo el que lo desee y sea del pueblo para que coma turrón de las bandejas dispuestas en una larga mesa del salón y beba, si le apetece, una copita de cava. Le complace que la feliciten por el belén que todos los años le hace un belenista de Barcelona que viene a propósito para ello. Atiende personalmente a quien se atreva a entrar, saludando y deseándole cariñosamente las Felices Pascuas, en una ocasión fui con mis padres y hasta me dio la mano sonriendo, tiene una cara bondadosa y, a pesar de que se la ve muy poco por el pueblo, conoce los nombres y sobrenombre de la mayoría de nosotros-. Una hora después, Helio con sus rayos nos había secado las ropas, de regreso debíamos pasar precisamente por las proximidades de la puerta de la Gran Casa, al llegar frente a ella, vimos a través de la reja de la puerta, la montura de “la dama de la bicicleta”, como yo la bauticé, estaba apoyada en una de las barandillas de la escalinata, pero nadie en el jardín daba señales de vida. Mi compañero y yo nos detuvimos unos instantes mirando la bella fachada de aquel señorial edificio. Era una impresionante construcción con quizás más de ciento cincuenta años de vida, el estilo arquitectónico era el propio de la zona, piedra de sillería trabajada con algunos toques de gótico incrustado, la cubierta era de tejas árabes esmaltadas en color verde intenso. Súbitamente Justet tiró de uno de mis brazo gritando al mismo tiempo -¡¡ corre Guillermo, corre !!-. Eché a correr por mimetismo, mientras corríamos le pregunté a mi compañero ¿Cuál era el motivo de nuestra carrera?. -He tirado de la cadena de la campanilla-. -¿ Pero Justet, por qué los has hecho ?, no somos ya niños para eso-, le dije. -Para fastidiarles un poco-, dijo soltando una sonora risotada.

7 Casi sin darnos cuenta llegamos a la plaza principal de pueblo, teníamos la respiración algo entrecortada. Formando esquina con la calle Nueva estaba la iglesia del pueblo, famosa ésta por haber sido bautizado en ella a un sacerdote y escritor e insigne ciudadano nacido en el lugar, de profesión religioso, junto a ella el café del pueblo, conocido familiarmente por “El Casinet”, y cuyo verdadero nombre era Cal Pascual y con anterioridad Cal Cisteller ya que padre e hijo se iniciaron en el mundo empresarial haciendo cestos de mimbre. En el lado opuesto el colmado de alimentos del padre de Emili, uno de los componentes de la cuadrilla de muchachos a la que Justet y yo pertenecíamos, en el centro de la misma, un monumento de piedra de unos cuatro metros de altura en conmemoración al insigne poeta y sacerdote, Jacinto Verdaguer.

Mi compañero se fue para su casa y yo me dirigí a la biblioteca municipal, cercana a la mía..

José Soto, el bibliotecario a su cuidado, llevaba al frente de ella casi desde su inauguración, ingresó poco tiempo después de finalizada nuestra guerra Civil, era persona querida y respetada por todos. Contaría con algo más de cincuenta años, y aunque aparentaba algunos más, tenía un profundo conocimiento del contenido de la mayoría de los libros que se hallaban clasificados en los estantes, que a decir verdad no eran demasiados. Le pillé algo adormilado y sentado en la silla giratoria detrás de su mesa de trabajo, sobre ella tenía abierto un libro que probablemente estaría leyendo, se trataba de una obra teatral : ”Don Gil de las calzas verdes”, de Tirso de Molina. Se llevó un sobresalto cuando al entrar le di las buenas tardes. Al verme, me recordaba de otros años. –Hola ¿de nuevo tu por aquí?-, me dijo con voz algo cansina. -Si, como las cigüeñas que regresan todos los años al mismo nido, llevo ya un par de semanas en el pueblo. Don José ¿puede recomendarme algún libro interesante? tengo muchos ratos para poder llenarlos con la lectura, y ahora que se me acabó la pesca, con mayor motivo-. -Aguarda un momento- dijo levantándose perezosamente. Al poco rato regresó con dos ejemplares, ambos eran novelas, el primero que me alargó era una novela de caballería, seudo histórica, Ivanhoe, cuyo autor era el romántico escocés nacido en Edimburgo, Sir Walter Scott, precisamente, en el finalizado curso académico, la asignatura de literatura hacía una cita bastante dilatada de la vida y obras de éste abogado, autor de otras muchas más novelas de corte histórico, sin embargo con las que cosechó mayores éxitos y fama mundial fueron : “El canto del trovador” , “Ivanhoe”, además de “Quintín Durward”, estas dos últimas llevadas al cine con gran éxito.

-Léelo con atención, te adentrará en las historias de caballería de la Edad Media, conocerás el sentido del honor caballeresco de la época, cuya meta era defender al débil del opresor y el honor de las damas. Disfrútalo-, me dijo con solemnidad. Luego me entregó el segundo, algo más grueso que el primero, al mismo tiempo que me decía : - Éste otro es totalmente distinto al anterior, trata sobre la labor de los médicos y de los dramas humanos que se viven en los hospitales, el autor es un escritor belga llamado Maxence van der Mersch, en muchos momentos su lectura te hará sufrir, pero eso también es bueno para el alma, es un libro sobre todo de alto

8 contenido humano, se titula : “Cuerpos y Almas”, no te lo pierdas y léelo muy despacio para asimilar bien su gran contenido vocacional, te abrirá el alma a la sensibilidad-. El bibliotecario José Soto era un pozo de sabiduría, había nacido en una ciudad de Castilla la Vieja; Salamanca, y según me dijo en una ocasión, fue alumno de Miguel de Unamuno. Los avatares de la guerra civil lo trajeron al lugar que ahora ocupaba, con toda seguridad don José hubiese podido dar clases de literatura en más de un instituto, en cuanto me era posible me acercaba a charlar con él, siempre salía habiendo aprendido alguna cosa nueva, hablaba además un castellano muy puro y yo sentía gran interés en familiarizarme y expresarme correctamente con el universal y rico idioma de Cervantes, luego con los años, este aprendizaje me sería muy útil. Agradecí aquel buen hombre sus consejos y, metiéndome ambos libros bajo el brazo me fui para casa. En casa había mucho ajetreo, tal parecía que habían tocado a zafarrancho, mi madre y la dueña, a la que todos llamaban “La Padrina”, se afanaban en la limpieza de la casa, entré en mal momento, me pillaron para que diera el pienso a los animales del corral, conejos y gallinas, y ordeñar las dos vacas. -¡Maldita sea!-, mascullé por mis adentros, pero no tenía más remedio que colaborar, me habían pillado. Cogí un cubo de cinc que había a propósito para la ocasión y un pequeño y sobado taburete de madera, no era la primera vez que ordeñaba a las dos vacas, el año anterior Lluís, el yerno de la Padrina, me había “ilustrado” en la materia. Situé el taburete en el costado posterior derecho de uno de los rumiantes y me senté en él, coloqué el cubo justo debajo de las ubres cogí con ambas manos dos de ellas e inicié la acción de ordeñado, recibí dos latigazos consecutivos en mitad de la cara como saludo, que me obligaron a detener mi trabajo para poder conservar mi integridad física, la vaca en su afán de ahuyentar las molestas moscas, con el rabo sacudía a diestro y siniestro alcanzándome en un par de ocasiones en una de las mejillas, fui a por algo con que pudiera atar aquel inquieto y duro flagelo, tuve suerte, colgado de un clavo en la pared del establo había un cordel de algodón muy sobado, que posiblemente ya hubiese sido utilizado en otras ocasiones para aquel mismo menester y até el rabo del animal a una de las patas posteriores del animal. Mi nariz se había habituado ya al olor acre que desprendía el estiércol, y ya casi ni lo notaba. Al terminar de ordeñar, me quedaron todavía arrestos para con una pala amontonar todo el estiércol depositado durante el día y luego echarlo al estercolero fuera del corral. Subí a la primera planta para ducharme, tumbándome un poco en la cama para descansar pero pronto quedé adormilado. Me despertó mi madre, -¡Guillermo a cenar!- me gritó desde la cocina.

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CAPÍTULO IIº

El “embalat”…..

A mis recién cumplidos diez y seis años, y aunque pueda parecer inmodestia, no podía tener queja de mi aspecto físico, tres años atrás había pegado un estirón y me planté en un metro y setenta y ocho centímetros, me había quedado en lo que vienen en llamar ; un muchacho “espigado”. Tenía el cabello negro azabache, como el de mi padre, sin embargo él lo tenía ondulado y yo liso, solía llevarle casi siempre cortado muy cortito, ojos verde aceituna, como los de mi abuelo paterno, y un simpático hoyuelo en la barbilla que me infundía al mismo tiempo carácter, el apéndice nasal anunciaba un ligero caballete, lo suficiente para que no pasara por una nariz helénica, ni tampoco hebrea, componían mis características principales, el resto estaba bien equilibrado gracias al gimnasio que acudía casi todos los días a la salida de las clases. Sencillamente me definiría con la perspectiva de ahora como de, simplemente; “interesante” para las damas. Aquella mañana, no sé el por que, me levanté con una gran dosis de euforia, producto quizás de la estación del año en combinación con las hormonas que giraban en mi joven cuerpo a gran velocidad, me enfundé los ajustados “tejanos” y una camiseta blanca de manga corta, que hacía resaltar todavía más el tostado de mi piel adquirido por la exposición al sol, me calcé las “wambas” Pirelli azules, y bajé a desayunar. Mi madre había ido a efectuar algunas compras al colmado del padre de Emili, pero la Padrina estaba en la cocina montando guardia, en cuanto me vio se puso a preparar el desayuno. La obsesión de aquella bondadosa mujer, era que yo comiera, decía que estaba demasiado delgado, desnutrido, decía, me senté en el largo banco de roble junto a la gran mesa situada en el centro de la espaciosa estancia, más allá estaban los fogones de la cocina cuyo combustible era leña o carbón, en la pared opuesta se hallaba una enorme chimenea hogar con una especie de cadena que colgaba en su centro sosteniendo un gran caldero de cobre bruñido, que según me dijeron, en los fríos y largos inviernos, cuando las condiciones climatológicas impedían efectuar los trabajos del campo, la familia se reunía alrededor del hogar para mantenerse confortables, era el momento de conversar y hasta de hacer volar la fantasía con historias mayormente fantásticas, las gentes en los pueblos suelen ser muy supersticiosas y ancestrales. La casa en la que pasábamos los veranos, conocida como Cal Pere Fuster en la calle Nueva, como ya dije en algún momento, era propiedad de La Padrina, ésta vivía con su hija única, Mercé, casada felizmente con Lluís, todos ellos muy buena gente, excelentes sería la palabra, no suele ser habitual encontrar en nuestra andadura por la vida, a personas de aquella bondad y calidad humana, desde el primer día, me habían acogido como el hijo que nunca Dios les premió y, yo también les quería y respetaba en igual medida, aún ahora cincuenta años después sigo recordándoles con entrañable cariño y, siempre que puedo me escapo a visitar el pueblo de Folgueroles que tan gratos recuerdos me trae y me reconforta el alma, es un lugar donde “me siento bien”. Un par de grandes rebanadas de pan del llamado de “payés”, tostadas y untadas con tomate maduro bien restregado sobre su superficie, además de regadas con una abundante dosis de aceite puro de oliva, soportaban una recién elaborada tortilla a la francesa, que hicieron las delicias de mi paladar y de mi famélico estómago. Me lo zampé en un santiamén, y a continuación cogiendo uno de los libros que había sacado el día anterior de la biblioteca, salí dispuesto a iniciar su lectura en mi lugar favorito.

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Enfilé calle Nueva abajo, ésta venía a dar a la plaza Verdaguer, paré unos instantes en la puerta del Casinet que desde el umbral ya olía a Ratafía, una bebida típica de la comarca elaborada con hierbas y una reducida dosis de alcohol, para ver si alguno de la cuadrilla andaba por ahí, en verano habitualmente los muchachos de pueblo solían tener las mañanas ocupadas ayudando a sus padres en las labores del campo.

Un estruendoso ruido de motores rompió la paz reinante en el pueblo, llegaron varios camiones que se estacionaron en hilera cerca de un descampado que había a unos cincuenta metros de la plaza Mayor, casi en frente de la casa Villa Esperanza, también conocida por Can Dachs. Unos quince individuos con vestimenta de mecánicos, descendieron de los mismos y se afanaron en iniciar la descarga de hierros, lonas, maderas, tablas, y un sin fin de variados objetos y cachivaches. Un anciano que estaba sentado protegiéndose del calor por la frondosa sombra que proyectaba una vieja morera y apoyando su barbilla sobre el arco de su bastón, observaba al igual que yo, el trajín que aquellos individuos se llevaban, al ver mi cara de sorpresa y curiosidad, se dirigió a mi diciéndome : -son los del “embalat”, que vienen a montarlo-, casi no entendí lo que el hombre deseaba comunicarme, ya que por la falta de muchas de sus piezas bucales se le escapaba el aire a través de ellas y era difícil entenderle los vocablos. No sabía a ciencia cierta qué era un “embalat”, el estruendo y griterío que organizaron los instaladores hizo que salieran las gentes de sus casas y hasta algún campesino de los huertos más inmediatos a la población se acercó para ver qué ocurría. Acertó a pasar por allí el cura de la parroquia, al que en algunas ocasiones había ayudado en la misa ejerciendo de monaguillo, en el pueblo no habían demasiados muchachos dispuestos para este menester. Yo estudiaba bachillerato en un colegio religioso de Barcelona y, en turnos rotativos nos enseñaban a ayudar al sacerdote celebrante de la misa y a dar las respuestas del ritual en latín. Siempre que lo necesitaba, el mosén me mandaba llamar para que le ayudara en la misa dominical, a lo que yo me prestaba gustosamente. -Buenos día mosén-, le saludé al pasar junto a mi mientras me doblaba para besarle en la mano, gesto que el siempre trataba de evitar, no permitiendo que así lo hiciera. -Buenos nos los dé Dios, Guillermo-, correspondió éste. -Dígame mosén, ¿qué es un embalat?- pregunté. -Verás, es una gran carpa desmontable, cubierta con lona, parecida a las que se utilizan para los circos itinerantes-. -¿Y para que la van a utilizar?- . -Pues para el baile de la Fiesta Mayor del pueblo, y también para algunos juegos y distracciones para los más pequeños-. –Recuerda que la semana próxima se inician las fiestas patronales de pueblo-. -Ah, pues no había caído en ello-. Le dije.

-Veo que llevas un libro, ¿vas a leer?-, dijo mientras lo cogía de debajo de mi brazo. -Si, me gusta hacerlo si no tengo que otra cosa que hacer-.

11 -Has escogido un buen ejemplar de novela caballeresca, te gustará-, me dijo devolviéndolo. Se despidió con un gesto de la mano. El mosén era un buen hombre, muy llano de trato, hijo de campesinos de la comarca, tendría poco más de cincuenta y cinco años, era bajito y robusto, de cara redonda y afable, mejillas coloradas, el poco pelo que le quedaba en la cabeza era todavía algo rubio con filtraciones de blancos, ojos azules sumamente vivaces, lucía una prominente barriguita, motivo de las bromas que Lluís le solía dedicar, ambos eran amigos desde la infancia.

Seguí mi camino, a la salida del pueblo enfilé un senderito que subía suavemente a una pequeña colina que llevaba a un lugar en el que había un centenario y enorme roble, cuya redonda y espesa copa abarcaba casi quince metros de diámetro, un bello y robusto ejemplar de los que con poca frecuencia la naturaleza nos regala y que algunos pocos humanos respetamos. Era un lugar tranquilo y solitario, solo se oía el sonido de las hojas moverse impulsadas por la brisa, casi nadie solía pasar por allí ya que el sendero no iba a ninguna otra parte. Pasé por al lado de un buen tramo del muro de la parte trasera de la gran Casa Soladrigas , el roble en cuestión se hallaba a pocos metros de la trasera del caserón. La densa sombra que el roble proyectaba invitaba a tumbarse debajo de ella, tuve que apartar del lugar donde pretendía sentarme los frutos caídos del majestuoso árbol con el fin de evitar que se me clavaran en algunas partes poco nobles de mi cuerpo. Me tumbé cómodamente, reclinando la espalda en el tronco e inicié la lectura del libro, a la vez que gozaba de la ligera brisa que soplaba. Llevaba algo más de una hora enfrascado en la lectura, cuando llamó mi atención el sonido de unas notas procedentes de un piano, levanté la cabeza y agucé el oído en la dirección que me parecía que podían proceder, parecía que provenían de la Gran Casa. Mi sempiterno espíritu curioso, me llevó a trepar al formidable roble que aprovechando una de sus gruesas ramas, que casi descansaba sobre el muro que rodeaba la casa, pude acercarme hasta casi tocar éste. A pesar de la espesura del follaje, podía ver con cierta facilidad la terraza posterior de la casa solariega, protegida ésta del sol por un amplio toldo de lona a rayas azules y blancas. En un lado de la misma, se hallaba un piano de color negro de los llamados verticales o de pared, en el que alguien estaba ejecutando ejercicios de agilidad digital interpretando escalas, estaba de pie junto a éste, una mujer que me daba su espalda, me pareció joven, permanecía junto a algún ejecutante pianista que no podía distinguir desde mi posición, parecía ser ésta una profesora, a poca distancia del piano se hallaban unas butaquitas de mimbre acompañadas de una mesita redonda, en una de ellas estaba sentada una señora de edad avanzada que me hizo pensar si sería la dueña de la casa. La que yo imaginé como la profesora, se separó por un instante para beber de un vaso de agua que tenía sobre la cercana mesita. Ahora pude ver perfectamente quien estaba al piano, era nada menos que la misteriosa “dama de la bicicleta” como yo la había bautizado, ahora me permitía verla con más detalle que la ocasión anterior, mantenía la espalda sumamente recta como ya pude apreciar en el otro y fugaz encuentro del puente, la mantenía casi cubierta por una larga y brillante cabellera de color castaño claro, casi rubia, y por la posición que ella ocupaba, se me ofrecía de perfil, me pareció que era una muchacha francamente bella y de porte sumamente distinguido.

12 Me quedé unos instante mirándola, al poco apareció por una de las cristaleras que daban a la terraza un muchacho grandote, posiblemente tendría algo más de diez y ocho años, guardaba un cierto parecido con la muchacha, lo que me inclinó a pensar que podían ser hermanos. Moví con sumo cuidado, algunas ramitas que me impedían ver con claridad una parte de la terraza, con tan mala fortuna que el muchacho me vio fisgoneando subido en el árbol. Se acercó corriendo en dirección a donde yo me hallaba, lanzándome improperios como un energúmeno, al llegar cerca del muro cogió algunas piedras y las tiró en dirección a donde yo me hallaba, por fortuna mía su puntería no era demasiado certera y no llegó a darme, sin embargo con mi afán de ocultarme y huir del lugar, resbalé de la rama cayéndome y dando con mi cuerpo en el duro suelo, sentí un fuerte dolor en una de mis caderas que casi no me permitía levantarme, como pude hice acopio de todas mis fuerzas, me puse en pie, cogí el libro y cojeando marché para casa. Por el camino me encontré con Justet. -Pero ¿qué te ha ocurrido Guillermo que cojeas de este modo?- me dijo preocupado.

-Luego te cuento- le dije. Mi buen amigo no dejó que me marchara solo, hizo que me apoyara en su hombro y me acompañó hasta casa. Para eso están los amigos, me dije. Mi madre y la padrina al vernos entrar de aquella guisa, vinieron a auxiliarme muy azoradas. -Hijo, ¿que te a ocurrido?, ven siéntate aquí-, me dijo acercándome una de las sillas de la cocina. Les conté que me había caído de la rama de un árbol y que fui a dar al suelo con la cadera. -Padrina, por favor, acérqueme la botella verde del estante de abajo-, solicitó mi madre.

La Padrina le acercó ésta, cuyo contenido, según mi progenitora, era una pócima milagrosa que curaba todos los males. Mi madre era una mujer sumamente activa y decidida, con vivas inclinaciones terapéuticas, tenía un remedio para cualquier dolencia física y si mucho apurabas hasta psíquica. Yo bromeando la decía que aquel líquido era el bálsamo de Fierabrás, pócima pseudocurativa que aparece en algún pasaje del “Ingenioso Hidalgo Caballero Don Quijote de la Mancha”. Dado a que mi madre fue amamantada en su infancia por un ama de cría aragonesa, de Escatrón, por más señas, de todos es sabido la tozudez de los oriundos de aquellas tierras, no cejó en su empeño de sanarme, hizo que me bajara el pantalón y el calzoncillo de la parte afectada por el impacto, aplicando acto seguido una enérgica friega de aquel “milagroso” líquido que olía a rayos. No sabía que era peor, si el dolor o el olor de la pócima. Subí a mi habitación acompañado del bueno de Justet, me tumbé sobre la cama y éste se sentó en el borde. -Bien, Guillermo, cuéntame, cuéntame-, me acució éste muy intrigado. Se lo conté todo, de la a hasta la zeta, con todo detalle.

13 -Qué bobo has sido, ¿quién te manda subir al árbol para fisgonear?-. -Pues la verdad, no sé, cada vez que lo pienso no le hallo razón alguna justificable, posiblemente fuera un lapsus mental o un exceso de curiosidad-. -¿No será que te gusta la muchachita?-, me lanzó acompañando una maliciosa sonrisa. Creo que me ruboricé algo, yo era sumamente tímido en lo que a relacionarme con las féminas se refería, cuando estaba con ellas, me atropellaba con las palabras y no atinaba en la conversación que debía mantener. -No, no creo, realmente no la he visto lo suficiente como para poder opinar si me gusta o no-, dije evasivamente frunciendo el ceño. -Bueno me voy, ponte bueno pronto, tenemos el embalat en ciernes, bailaremos con las muchachas del pueblo y las que puedan venir de los aledaños-, decía esto mientras, iniciaba una imaginaria danza por la habitación como si llevara una pareja en volandas.

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CAPÍTULO IIIº

La Fiesta Mayor…..

A las ocho de la mañana, una fuerte detonación despertó a todos los habitantes del pueblecito. Era el cohete lanzado desde la casa Consistorial que anunciaba el inicio de las fiestas patronales. El día anterior, casi toda la muchachada del pueblo estuvo colaborando con los organizadores de los festejos ayudando a colgar los adornos de tiras de papelines de “flequillo” y de colores, que cruzaban la calle mayor de lado a lado en todo su recorrido, al finalizar, allá las dos de la madrugada, invitaron a todos a tomar chocolate con churros recién hechos, generoso detalle que fue celebrado con alegría y buen humor. Después de desayunar salí a la calle, lucía un sol esplendoroso y el cielo estaba pintado de un azul inmaculado. Las golondrinas volaban muy bajas obsequiándonos con sus grititos, se afanaban en construir sus nidos de barro debajo de los alerones de los tejados, pasé por casa de Justet, entré hasta la cocina, estaba todavía sin asearse frente a un gran bol de leche con migas de pan fritas que flotaban en la superficie, al verme se apuró para acabar el desayuno. -Aguarda un poquito Guillermo, acabo en un santiamén-, dijo dándose prisa en finalizar de desayunar y atusándose el flequillo que casi le cubría la visión ocular. -¡Hola a todos y buenos días!-, saludó Emili con voz eufórica y en tono alto al entrar en la casa, -¿acaso no os habéis enterado de que hoy comienzan las fiestas del pueblo?. –¡Venga “pinsá” espabila!-, le dijo mientras le daba un cariñoso pescozón en el cogote a Justet. Emili era un muchacho bajito y bastante enclenque, sin embargo tenía un carácter tenaz y osado, se atrevía con todo, no se arredraba ante nada. Sin asearse y tan siquiera peinarse, Justet apareció en un minuto donde le aguardábamos, iban llegando otros compañeros de la cuadrilla, todos juntos nos acercamos a la plaza mayor por que se habían anunciado algunas actividades lúdicas. En la puerta del ayuntamiento habían plantado los gigantones y algunos cabezudos aguardando la hora de que se les metiera debajo de los faldones alguien que les hiciera bailar al son del flautín y el tamboril. En el embalat unos cuantos cómicos representaban un cuento infantil para los más menudos a los que también les habían pintado las caras, los peques armaban un gran barullo. Para más tarde se habían previsto baile de sardanas y de “bastons” en la plaza Mayor. Por la noche, después de cenar, sobre las diez, se estrenaba oficialmente el baile social en la gran carpa. Nos apuntamos casi toda la pandilla a una romería que subía caminando hasta un montecillo cercano en cuya cúspide se hallaba una pequeña y milenaria ermita románica dedicada a la Virgen María. Se podría decir que casi todo el pueblo participaba en la caminata. Durante el recorrido los más jóvenes cantábamos canciones y nos gastábamos bromas, así sin darnos cuenta, casi una hora después habíamos coronado la cúspide. Muchos de los

15 romeros habían traído de sus casas cestos con bocadillos y fruta que repartieron buenamente con los que no habían atinado en hacer tal previsión. Andaban de una mano a otra varias botas de cuero llenas de vino tinto de cosecha propia, Emili y Justet que estaban más familiarizados que yo en beberlo, las empinaron en varias ocasiones, hasta el punto que a Emili pronto le comenzó a hacer efecto lo ingerido, los síntomas eran cada vez más claros, a medida que bebía se iba volviendo más osado en sus expresiones y actitud, al fin Dionisos se adueñó de su voluntad.

-Justet, cuida de Emili, creo que ha bebido demasiado y en cualquier momento puede organizar una buena-, le dije. -No te preocupes por él, está habituado, en su casa le permiten de beber vino con gaseosa en las comidas-, repuso éste. Al fin Emili, por los efectos del alcohol ingerido y el fuerte calor reinante, se tumbó cuan largo era bajo la sombra de un alcornoque preso de un sopor que le dejó profundamente dormido por un buen rato. Casi se me erizan los pelos al ver que en uno de los lados de la blanca ermita estaba sentado sobre una gruesa piedra, el energúmeno que intentó apedrearme unos días atrás y causante de mi caída del árbol. Todavía tenía un moratón en mi costado como recordatorio del evento. Llamé a Justet que había ido a por un par de manzanas del cesto de una de nuestras vecinas. –¡ Ven, corre, acércate !- le apremié. -¿Mira, le ves allí?- le dije algo azorado. -¿Qué he de ver?- repuso. -Si hombre, el grandullón que intentó apedrearme el otro día-. -¿ El de la Casa Soladrigas ?-. -Si, el mismo, está allá sentado sobre aquella piedra junto a la ermita-. -No veo….-. -Mira aquel que ahora se está levantando-, le dije señalando con el dedo índice. -Ya veo, pues si que es grandote, llevabas razón, éste tío es mayor que nosotros-. –Pero no nos arrugaremos por su tamaño-, sentenció mi camarada. -Aguarda, nada de peleas ni escándalos, por favor te lo pido eso es una fiesta popular-, le rogué. -Bien, pero éste no se va de aquí tan tranquilo-. Se levantó acercándose al resto de los camaradas que componían la cuadrilla, éstos estaban sentados en el suelo formando un círculo, contaban chistes y bromeaban, se

16 agachó para cuchichearle algo a al oído a uno de ellos, éste afirmó con la cabeza varias veces sonriendo maliciosamente. La agradable y suave brisa que soplaba en aquel cerro, mitigaba ligeramente la fuerte canícula reinante. Desde aquella elevación, se divisaba todo el vallecito en el que se hallaba nuestro pueblo y algunas aldeas cercanas. Más allá en la lejanía se veían con cierta nitidez, los farallones o “singles” de rocas basálticas, cual gigantes pétreos, centinelas permanentes del joven pantano de Sau y, del antiguo pueblo sumergido hoy bajo sus aguas que le dio nombre a éste, del que solo una parte de su viejo y orgulloso campanario románico asoma por encima del nivel de las aguas que en su día le inundaron, cual náufrago que intenta mantener la cabeza fuera del agua para poder respirar, fue una barbaridad que la iglesia y el campanario, verdaderas obras de arte no hubiesen sido desmantelados y reconstruidos en el nuevo pueblo de Vilanova de Sau. Mis pensamientos y recuerdos viajaron hasta aquel bucólico lugar. Recordaba que con mi padre y varios compañeros del Centro Excursionista al que pertenecíamos, en una de nuestras muchas travesías por las Guillerías, antaño tierras de míticos bandoleros, habíamos dormido en aquel pequeño pero bonito pueblo, precisamente en la misma casa en la que vivió hacía muchos años, el bandido y salteador de caminos conocido por: “El Fadrí de Sau”. Fueron también las tierras de las correrías de otro famoso y mítico bandido conocido por su alias : “Don, Juan de Serrallonga”, cuyo verdadero nombre era: Joan Sala nacido en Viladrau en el siglo XVI, del que aun hoy, se cuentan mil y una historias, todas ellas adornadas de tintes románticos y la mayor parte de ellas inciertas. Grandes risotadas y gritos me regresaron a la realidad, todos los romeros convergían sus miradas en la misma dirección, el muchachote que yo había tachado de energúmeno, estaba éste de pie increpando a mis compañeros de cuadrilla que le rodeaban y del que se estaban riendo a carcajadas, me acerqué allí y pregunté a uno de los que estaban mirando el espectáculo -¿qué ocurre?-. -Pues no se muy bien pero creo que le han puesto no se qué en la bebida-. A continuación, el grandullón se puso a vomitar desaforadamente, casi se ahogaba, me apené por el, estaba pasando muy mal rato, me acerqué a él y le sujeté con la palma de mi mano la frente, ya que sus arcadas eran muy fuertes, se había doblado hacia adelante para no ensuciarse las ropas. Me dio un manotazo y una especie de gruñido para que me apartara, luego se fue a toda prisa monte abajo hasta perderse de nuestro campo de visión. Los muchachos siguieron riéndose a todo meter un buen rato, alguno hasta se había caído por el suelo de la risa, cogí de un brazo a Justet para preguntarle qué le habían hecho al sujeto, entre risas me contó que en un momento de distracción le substituyeron la botella de Cola que estaba bebiendo por otra a la que le habían añadido vinagre y un buen chorro de aceite. Como el calor apretaba e invitaba a beber algo fresco, el muchacho sin apercibirse de la substitución, se echó al coleto un largo trago del brebaje, produciéndole tales náuseas que el instinto natural de su estómago le provocó el vómito para expulsar lo bebido. Algunos de los adultos presentes increparon a la cuadrilla, en especial el jardinero de la Gran Casa.

17 Alrededor de las dos de la tarde regresamos todos los romeros al pueblo. Por la tarde estaban previstas más actividades para los pequeñuelos en el embalat. Al llegar a casa, me encontré con una preciosa y reluciente bicicleta apoyada en la entrada junto al antiguo pesebre en el que antaño comían los animales de tiro. Entré en la cocina y vi a mi padre sentado en la mecedora conversando con Lluís y su esposa Mercé, al verle tuve una gran alegría, él procuraba cuando le era posible venir todos los fines de semana para poder estar con nosotros, tomaba el tren hasta Vic y luego debía aguardar a que llegara un destartalado autobús que recogía a los pasajeros con destino a los pueblos de los alrededores. Me abracé a el y le pregunté: -¿De quién es la bicicleta que hay junto al pesebre?-. -Tuya hijo, la compré para ti-.

-¡¡¡ Bien !!!-, dije saltando sin poder contener mi alegría, al tiempo que le propinaba un fuerte achuchón a mi progenitor. La verdad es que la bicicleta había sido de una hermana de mi madre y desde que la compró casi no la había utilizado, a mi padre se le ocurrió preguntarle si se la vendería, ella asintió, fijaron un precio que convino a ambos y aquí estaba la bicicleta, era un modelo especial femenino, pero a mi no me importaba lo más mínimo.

No cabía de gozo en mi piel, salí corriendo de estampida a por ella y, con ella a la calle, no había tenido nunca la oportunidad de aprender a montar en bici, por aquellos tiempos no era fácil disponer de una, pero la llevé rodando a mi lado sujetándola por el manillar hasta la casa de Justet. Entré con la bici en casa de mi amigo hasta el mismísimo comedor, acababan de sentarse alrededor de la mesa para almorzar, había la confianza suficiente para permitirme ésta licencia. -Guillermo, ¿es tuya esta bicicleta?-, me dijo mi compañero mientras se levantaba de su asiento y se acercaba despacio admirándola como si de un objeto sagrado se tratara. -Si, me la ha regalado mi padre, la ha traído en el tren. ¿Sabes montar en bici?- pregunté. -Oh si, luego por la tarde nos iremos a la era y allí te enseñaré, es muy fácil-. -Bien, gracias, nos vemos después, ven a por mi, hasta luego. Pídeles excusas a tus padres por haber interrumpido tan precipitadamente vuestro almuerzo-, le dije ya en la puerta. Intenté regresar a casa pedaleando pero no aguantaba el equilibrio, desistí y terminé la andadura a pie. Después de almorzar, subí a mi habitación a tumbarme y leer un poco, esperaba que me llamara Justet para ir a la era a que me enseñara a montar. Abrí el libro por la página en que le había dejado la última vez, dejé el punto puesto en el momento que comenzaba el torneo entre el caballero Ivanhoe y un rival normando afín al Rey Juan, por el amor a la judía Rebeca, poco después me dormí.

18 Clinc, Clinc, me despertó el sonido de un timbre de bicicleta, todavía algo adormilado pensé que podía proceder de la bicicleta de la “damita misteriosa”, me sentí algo turbado, me devolvió a la realidad la voz de mi amigo que era quien lo había hecho sonar. De un salto me levanté y salí a la calle, Justet se había marchado con la bici a la era próxima a casa, donde me aguardaba, como siempre sonriente y alegre. Perdí el equilibrio y me caí en más de cinco ocasiones, pero la paciencia del “maestro” y mi tenacidad, tuvo su premio, una hora después salía pedaleando por mi mismo y sin ayuda. Sentí en aquellos momentos como si fuera más independiente y más libre. Lo que pueden llegar hacer un par de delgadas ruedas y un manillar. Me alejé del pueblo por la carretera asfaltada hasta perderle de vista, a medida que seguía pedaleando, me sentía más seguro sobre la montura, el aire me llenaba la camisa hinchándola como si fuera un globo, casi una hora después me acordé que me había alejado demasiado y que quizás estuvieran intranquilos por mi ausencia, me detuve en una fuentecilla que estaba junto a la cuneta bajo una sombra de un grueso nogal, me eché unos puñados de agua fresca en la cara y en el cogote para paliar algo el sudor, luego me senté, todavía algo sudoroso en una especie de banco de piedra. Al bajar de la bicicleta mis piernas temblaban un poco, probablemente debido al esfuerzo sostenido por el pedaleo al que todavía no estaba habituado. Un buen rato después pasó un automóvil por allí, me saludaron con un bocinazo que correspondí a su saludo, por una de las ventanillas abiertas unos críos asomaban sus cabezas para curiosear el exterior experimentando la presión del aire que les azotaba sus caras. Subí de nuevo a la bicicleta para regresar al pueblo, apuré algo más la velocidad, no tenía reloj pero intuí que habían pasado ya casi dos horas desde que había salido. Un rato después comencé a divisar a mi izquierda la iglesia del pueblo, la carretera en aquel tramo iniciaba un descenso algo pronunciado por lo que el vehículo fue tomando velocidad hasta el punto de que el aire que me daba en la cara hacía que mis ojos llorasen, la velocidad que fui alcanzando era cada vez mayor, comencé a accionar los frenos y reduje en parte ésta, comprendí que todavía no dominaba suficiente el ciclo y debía ser más cauto y prudente en su manejo, o podía pagar cara mi temeridad. Entré en la población ufano y orgulloso montado en mi bici, cual triunfal César y sus legiones entrando en Roma por la vía Augusta después de haber vencido en las cruentas guerras de las Galias. En casa todos andaban atareados arreglándose para ir al baile del embalat. -Guillermo ¿dónde te habías metido?, has estado casi tres horas sin que supiéramos de ti?- me dijo mi madre con semblante serio y preocupado. -Mamá, he ido pedaleando por la carretera que va al pantano de Sau y he perdido la noción del tiempo-. -Hijo, cuando te vayas del pueblo con la bicicleta te rogaré que nos lo adviertas a alguno de nosotros-, añadió mi padre. -Os prometo que no volverá a ocurrir-, andaba yo tan contento con mi montura que estaba dispuesto a conceder todo lo que me pidieran.

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La Padrina, ya había puesto mi cena sobre la mesa de la cocina. -Venga Guillermo, cena alguna cosa, o no tendrás fuerzas para bailar-, me dijo. -Pero Padrina, si no se bailar-, me excusé. -¿Cómo es posible que un muchacho espigado y de ciudad como tú, no sepa todavía bailar?-, dijo con cara de asombro y poniendo los brazos en jarras. -Pues no, no sé y ni me importa, no tengo intención de bailar en toda la noche-, le respondí algo azorado. -Verás como si, con lo buen mozo que eres las muchachas se te van a disputar para sacarte a bailar -, añadió ésta. Me sentó a rayos que me dijera eso, no había caído que quizás pudiera encontrarme en una situación parecida, o que mis amigos me obligaran a bailar con alguna de las muchachas del pueblo. Solo de pensarlo me ruboricé. Subí a mi habitación, me lavé la cara y las manos en la jofaina de porcelana que tenía sobre la consola y me puse una camisa blanca recién planchada, unos tejanos recién lavados y para aquella ocasión zapatos mocasines. Mi madre desde abajo me gritó : -Guillermo llévate un sueter, por la noche puede que refresque-. Cogí uno de lana fina que tenía y lo até en la cintura, a continuación baje a la cocina, estaban todos ya arregladitos, se habían puesto las mejores galas, apenas pude contener la risa, no les había visto nunca a todos juntos tan endomingados. Lluís y mi padre con traje y corbata, en especial Lluís por no estar habituado en llevarla, parecía un horcado, tenía el cuello de la camisa con una de sus puntas alzándose por encima de la solapa de su chaqueta y la corbata algo torcida a un lado. Marcé, su esposa, se había puesto su mejor vestido, el de las fiestas, un estampado de hojitas a tonos marrones que bien parecía un paisaje de otoño, en las mejillas se había dado “colorete” en abundancia, y en los labios rojo carmín, lo que le daba la apariencia de una de aquellas muñecas que las llamaban Peponas o el personaje de dibujos animados: Betty Boo. Guardé silencio, pensé que ellos se sentían bien y no les iba aguar las fiestas que aguardaban todo el año para celebrarlas, era la única diversión de aquellas sencillas gentes. Salimos de casa los seis, la Padrina me cogió del brazo mientras me decía : -Desde que falleció mi Narcís, no me había llevado del brazo tan buen mozo-. Por el camino Lluís y mi padre, comenzaron a bromear conmigo por lo del baile, yo no sabía que decir, estaba algo avergonzado, casi quería desistir de ir al embalat, pero la Padrina como si leyera mis pensamientos, se giró para decirles : - ¡Dejad en paz al muchacho, bailará conmigo!-. La calle Nueva lucía preciosa, adornada con las tiras de guirnaldas de papel que la brisa agitaba, junto con los farolillos “chinos” de mil colores, bajamos hasta llegar al lugar, por el camino se fueron uniendo a nuestra comitiva algunos de los vecinos. Allí estaba el embalat, inundado de luz, la orquesta estaba compuesta por siete músicos que afinaban sus instrumentos, me quedé en el umbral de una de las entradas mientras mis padres y el resto tomaban sitio en uno de los palcos situados alrededor de la pista de baile. Me dieron un empellón por la espalda, acompañado de algunas risotadas, era la cuadrilla con Emili a la cabeza.

20 Fuimos toda la muchachada a ocupar otro de los palcos, el más cercano a la orquesta, ésta inició su actuación con un conocido pasodoble, creo que se titulaba “España Cañí”, la gente de más edad, entre ellos mis padres, se animó de inmediato y se lanzaron a la pista, se diría que estaban ansiosos de ello, me quedé observando como efectuaban los pasos de baile intentando aprender, en mi fuero interno la música y el baile me gustaban, pero nunca había tenido oportunidad ni interés en ello. Mis compañeros pronto estuvieron en la pista bailando con muchachas del pueblo, a decir verdad si yo debía aprender a bailar como ellos lo hacían, prefería no hacerlo. Los sincopados pasos siguiendo la música, más bien parecía que pateaban terrones en la huerta que bailando. Me marché a tomar un refresco de naranja al cercano Casinet, mientras mis compañeros “hacían el oso”, al regresar, vi a la “misteriosa dama de la bicicleta” acompañada de aquel muchachote dirigiéndose al mismo lugar al que yo iba. Sentí un vuelco en mi corazón, no se porque pero me sentía algo turbado con su sola presencia. Ambos entraron en el embalat, di un rodeo y entré por la puerta del lado opuesto. Con la abundante iluminación del interior, pude ver con toda claridad a ambos, el muchacho llevaba al igual que yo unos tejanos y una camisa algo floreada con faldones. La “misteriosa dama de la bicicleta”, llevaba un vestido algo escotado de color azul celeste de finos tirantes y, el cuerpo del mismo ajustado resaltándole discretamente el busto, la falda tenía bastante vuelo y le quedaba como si flotara al aire. Reconozco que me impactó profundamente su imagen, no podía quitarle ojo de encima, era realmente bella, a mi entender, casi una diosa, como siempre, se mantenía algo estirada, llevaba su larga cabellera recogida detrás de unas pequeñas y bien formadas orejas con dos lacitos del mismo color que el de su vestido, todos sus movimientos respiraban armonía, elegancia y seguridad, especialmente seguridad en si misma.

La orquesta finalizó de tocar el pasodoble e hizo unos instantes de descanso, la pareja aprovechó el momento para ir a ocupar un palco en el que habían dos personas de cierta edad, luego alguien me dijo que el hombre era Ton, el jardinero de la Gran Casa, y su esposa Eulalia, éstos se levantaron un instante a modo de respetuoso saludo. Yo seguía mirando a la muchacha, por la proximidad confieso que había quedado prendado por su belleza y porte, jamás tuve ocasión de ver y conocer una muchacha que pudiera tan siquiera igualarla. Pensé si no sería demasiada osadía por mi parte fijarme en una muchacha como aquella.

Vencí mi impertérrita timidez y tuve el atrevimiento de acercarme e instalarme en una de las sillas del palco inmediato al que ellos ocuparon, apenas nos separaban un par de metros, desde allí me llegaba el olor del perfume que ella desprendía. En una ocasión giró la cabeza en el sentido donde yo me hallaba, se quedó mirándome unos instantes con sus grandes ojos color miel, el corazón me dio un tremendo vuelco y toda la sangre de mi cuerpo se acumuló repentinamente en las mejillas, enrojeciéndose como si fueran un semáforo, estoy seguro que ella captó mi azoramiento y sonrojo. Aguantó unos instantes la mirada y creí adivinar que esbozaba una ligera sonrisa, o eso me pareció. Casi doy un salto para salir corriendo de allí, no sabía que hacer ni donde mirar, pero no podía apartar la mirada de aquellos ojos que parecían estar leyendo en mi interior. Opté por seguir firme en el lugar, una voz femenina me sacó de mi abstracción, una de las hermanas de Emili, Maite, vino a pedirme para bailar, me tiró decidida del brazo para llevarme en dirección a la pista de baile, yo estaba algo timorato y desconcertado, no me atreví a negarme, no sabía cómo situarme ni nada, ella tomó la iniciativa y me arrastró hasta el centro de la pista.

21 -No sabes bailar ¿verdad?-, me dijo con toda naturalidad, no me pareció que hubiera tono de reproche en su pregunta. -¿Es necesario confesarlo?-, contesté todavía con las mejillas como pimentones. -No necesariamente-, Maite se sonrió, era muy simpática y locuaz, me explicó : -Debes hacer tres pasos en la misma dirección juntando a cada uno de ellos los pies, verás , un, dos, tres, gira, otra vez, un, dos, tres…., y así sucesivamente, mantén tu cuerpo algo rígido, estirado diría, pásame el brazo derecho por detrás de la cintura y con la mano del izquierdo agarra la de mi derecho y mantenlo a la altura de tu hombro ligeramente doblado, formando casi un ángulo recto. Seguimos bailando tres piezas más, Maite era una delicia de muchacha, la conocía poco, solo de saludarla por que era hermana de mi amigo Emilio, pero me sentía muy a gusto con ella, hablábamos como si nos conociéramos de toda la vida, no sentía con ella el rubor y la timidez que experimentaba con las demás. Era menudita y muy rubia, tenía la cara llena de pecas doraditas que con su nariz algo respingona la daban un aire simpático y aniñado, tenía dos mese más que yo, sobrepasaba ya los diez y siete, estudiaba bachillerato en el instituto de Vic, y era la única muchacha del pueblo que estudiaba por encima de la enseñanza básica. -¿Qué piensas estudiar cuando acabes el bachiller?-, la pregunté por decir algo. -Quiero ser enfermera de quirófano, ¿y tu?. -Qué coincidencia, en más de una ocasión he pensado en ser cirujano-. -Tu médico y yo enfermera, casi podríamos poner una clínica, jajaja-, dijo acompañando una cantarina carcajada. -Solo que nos faltarán pacientes, aquí en éste pueblo todo el mundo se le ve muy sano, jajaja..- añadí riéndome con ganas. En un descanso miré al palco de la dama de la bicicleta, pero no estaba, tampoco al que creí que sería su hermano. Me encogí de hombros y fui con Maite y algunos más a tomar unos refrescos fuera de la carpa, con el ejercicio y los focos prendidos, el calor era insostenible. Nos acercamos al Casinet todos juntos, al entrar vi a la “dama de la bicicleta” y su gigantesco acompañante de pie junto a la barra, éste al vernos entrar cambió la cara, se le endureció el gesto y vino en dirección nuestra, al primero que pilló fue al pobre Emili, lo cogió por la camisa zarandeándole e insultándole, levantó el brazo con intención de pegarle, yo era el que estaba más cerca de los dos, le cogí con firmeza por la muñeca justo en el momento que iba a descargar el golpe, me quedé mirándole fijamente a los ojos, él también a mi, era como si con la mirada estuviéramos midiéndonos las fuerzas y deseáramos fulminarnos.

Mantuvimos esta posición unos segundos, que me parecieron una eternidad. Al fin mi opositor dejó de ejercer presión y yo también, bajamos ambos los brazos y seguimos mirándonos fijamente a los ojos todavía por unos instantes. El gigantón se dio media vuelta y cogiendo a su acompañante de la mano, se marchó diciendo ; -Vamos Laura, aquí huele muy mal-. Sin desearlo me convertí en el héroe del día. Los de la cuadrilla comentaban como había dominado con la mirada al gigante. No sabían ellos que pasé tanto miedo o más que el pobre Emili, pero no podía tolerar que éste pagara por la broma que los demás le habían gastado, en la que él, precisamente, no había participado por hallarse en aquellos momentos durmiendo la “mona” por el vino que había ingerido.

22 Regresamos al embalat, Maite volvió a cogerme por su cuenta para bailar, me dijo: -No te vas de aquí hasta que no hayas aprendido a bailar con soltura-. Me dejé conducir por ella, su conversación era agradable y divertida, así como su compañía, logrando que me sintiera cómodo y relajado, pero mi mirada se dirigía con frecuencia al palco en el que estuvo la “damita” que ahora ya sabía que su nombre era Laura, pero lo hallaba vacío, entristeciéndome sin saber por que. La orquesta emprendió una romántica pieza del compositor norteamericano, entonces de moda, Glenn Miller, “Serenata a la luz de la Luna”, la melodía te transportaba a otro mundo, el de los enamorados. Maite se acercó más a mi, apoyó su rubia cabeza sobre mi pecho cerrando los ojos, me sorprendió algo su actitud que definiría de romántica. A este baile le llamaban el del “farolillo” por ser el último baile de la velada. Seguimos así, meciéndonos muy juntos hasta el final de la melodía. Como decía mi padre: Las mujeres son seres adorables pero imprevisibles. Alrededor de las tres de la madrugada nos retiramos a nuestras casas. Tumbado boca arriba en mi cama, ya con el pijama puesto, hice una revisión de los acontecimientos vividos aquella jornada, estaba eufórico y me parecía no tener contacto con la sábana que debía tener debajo de mi cuerpo, tal como si levitara, apagué la luz, la suave brisa que entraba por la ventana, mecía levemente los visillos blancos permitiendo que penetrara un rayo de luz de un blanco lechoso de la luna llena de aquella bella y apacible noche estival, imaginé que bailaban un vals. Había aprendido a bailar, o al menos eso yo creía, me convertí, por casualidad, en el héroe de la jornada y de la cuadrilla, y hasta tenía una amiga ¡mujer!, podía estar conversando con ella horas y horas sin ruborizarme y, al fin pude saber el nombre de la que yo bauticé como: “la dama de la bicicleta”, Laura, al igual que la musa de Petrarca. Y así me quedé dormido como un bendito.

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CAPÍTULO IVº

La “Dolce Vita”…..

Algunos días después de finalizadas las fiestas del pueblo, muchos compañeros de mi cuadrilla, digo bien, “mi cuadrilla”, ya que después de aquel breve enfrentamiento con el grandote de la Casa Soladrigas, pasaron a considerarme, sin desearlo, jefe del grupo, todos me consultaban y no daban un paso si no era con mi beneplácito. Ésta situación me hacía sentir algo abochornado e incómodo, ya que no iba con mi manera de ser. La bicicleta se había puesto de moda entre nosotros, algunos de mis compañeros presionaron a sus padres para que les compraran un ciclo de dos ruedas, los progenitores de Justet y Emili, después de soportar una ardua y tenaz insistencia, les compraron bicicletas de segunda mano en un establecimiento especializado de Vic. Un recadero las trajo dos días después de haberlas adquirido. Eran algo viejas y ya casi no se sabía de que color habían sido originariamente, sin embargo la cadena, los engranajes, pedales y neumáticos estaban todavía en buen estado de uso. Las llevamos al corral de la casa de Justet, compramos un botecito de pintura de esmalte rojo, unos pinceles y nos pusimos a pintar el cuadro de ambas del mismo color, rojo sangre, mientras ellos pintaban yo que tenía ciertas aficiones mecánicas, procuré revisarles los frenos, no se me dio del todo mal, más tarde pudimos comprobar que frenaban con bastante eficacia. A la mañana siguiente se había secado ya totalmente la pintura, ambas bicicletas habían cambiado su aspecto mejorando notablemente. Me pasé la mañana leyendo bajo el gigantesco roble, tenía la bicicleta apoyada en el tronco, alrededor del mediodía vi que se acercaba por el sendero la hermana de Emili, Maite, mi profesora de baile. -Hola, ¿estás estudiando?- preguntó. -Hola Maite, simplemente leo una novela de caballería-. -Que bicicleta tan bonita, tengo entendido que te la han regalado tus padres, que buenos son y que ricos deben ser para poderte hacerte este regalo-, dijo inocentemente. -Estás muy equivocada-, respondí, -mis padres no son ricos en dinero, la bicicleta la compró de segunda mano a mi tía y posiblemente la esté pagando a plazos- Nos quedamos charlando un buen rato. A medida que la iba conociendo me sentía más cómodo en su compañía. Estaba sentada frente a mi con sus piernas cruzadas como si fuera un buda, llevaba pantalón corto de color beige que combinaba con una camisa blanca bien planchada y chancletas con dos tiritas de cuero rojo, hoy llevaba su rubio pelo recogido atrás, un poco más alto de la nuca, a modo de cola de caballo, que le daba todavía un aire más juvenil. Sin pensarlo demasiado le confesé : –Hoy tienes el guapo subido Maite, me siento muy bien en tu compañía y, aunque no te lo pueda parecer, soy muy tímido, hablar con

24 las chicas me pone muy nervioso, sin embargo éste fenómeno no me ocurre cuando estoy contigo-. Tenía los ojos azules, sumamente grandes y muy vivaces, cuando se reía se achicaban de tal modo que casi no se le veían, su sonrisa resultaba simpática y cautivadora y mostraba una hilera de bien formados y blancos dientes, toda ella transmitía confianza, franqueza y lealtad. Me cogió de la mano mientras se ponía en pie y me decía: -te propongo que nos vayamos a dar un baño al río, ¿te vienes?-. -Maite, ahora sí lograrás que me ruborice, no llevo el bañador puesto-, le dije bromeando. -Vamos a por ellos a en tu flamante bici-, -¿te atreves a llevarme?-. -No se, pero puedo intentarlo-. Tiró de mi ayudándome a terminar de ponerme en pie, monté en la bicicleta y ella se sentó de lado sobre el tubo horizontal del cuadro, agarrándose en el manillar, inicié el pedaleo pero a los pocos metros perdí el equilibrio y dimos los dos en el duro suelo, la casualidad quiso que cayésemos uno encima del otro, las caras nos quedaron una frente a la otra a escasos centímetros, podía sentir su aliento, se me nubló todo y tuve un impulso incontenible y no premeditado, que me llevó a besarla suavemente en sus frescos y sonrosados labios, no opuso resistencia alguna, al contrario lo devolvió con algo más de ímpetu del que yo había puesto en el mío. Mi sangre se aceleró, el corazón comenzó a batir locamente, sentí en mi interior algo inexplicable que jamás hasta ahora había experimentado, era la primera vez que besaba a una muchacha en los labios. De un salto me puse en pie excusándome :. –Discúlpame Maite, no me explico lo ocurrido, te ruego no te formes de mi un mal concepto por éste irresponsable acto-, le dije muy nervioso y azorado. -Guillermo, no debes preocuparte, ha sido muy bonito y espontáneo-, dijo con absoluta naturalidad y serenidad, -y ahora ¿vamos a por nuestros bañadores?-, añadió mientras se sacudía el polvo como si nada hubiese sucedido. Era magnífica por su sencillez y tino, con la respuesta hizo desaparecer de mi conciencia cualquier resquicio de culpabilidad. Le presté mi vehículo y, ¡o sorpresa!, sabía ir en ella. La seguí corriendo hasta nuestras respectivas casas, al poco rato nos encontrábamos de nuevo en el portal, yo todavía jadeaba un poco por la carrera que hice tras ella, sugerí que cogiera la bicicleta de su hermano, -creo que ya estará seca de pintura y, él probablemente no la va a necesitar en toda la mañana, debe estar ayudando a tu padre en el colmado, como hace todos los días-. Montamos en sendos ciclos, Maite haciéndome un guiño, me instó a correr, -Vamos a ver quién llega antes al río, ¿vale?-. Yo tenía mayor potencia en el pedaleo, pero Maite era más veloz al tener mucha más práctica que yo y pesar menos, llegó la primera, bromeando la dije : -Me has ganado por un cuerpo, pero juegas con ventaja, tú la dominas mucho más que yo-. -No tiene importancia alguna-, dijo bromeando mientras hacía un gesto con la mano como rechazando mi frase.

25 Me alejé unos pasos situándome detrás de unos matorrales para ponerme el bañador, Maite hizo lo propio en otro.

-¿Te gusta mi bañador?-, me dijo intentando imitar con mucha gracia los gestos propios de una modelo desfilando.

No pude más que reírme a gusto con sus atinadas salidas. Realmente su pequeño cuerpo estaba muy bien proporcionado, el bañador azul eléctrico le sentaba divinamente bien y, ella lo sabía. -Todavía no me has dicho si te gusta mi bañador, ¡sonso!-, casi me chilló con simpatía. -Si mujer, si, estás que quitas el hipo, a pesar de que eres tan menudita-, le dije riéndome a carcajadas al ver el mohín de enfado que puso. Me lanzó una de sus zapatillas que cogí al vuelo, -Acércate a cogerla si te atreves- le dije mostrándola como si se tratara de una valiosa prenda. –Ven a por ella-. Muy decidida vino a mi, al llegar a mi altura levanté la zapatilla para que no pudiera alcanzarla, se puso de puntillas intentando cogerla, ocasión que aproveché para darle un empellón que dio con ella en el agua. -¡¡Socorro, no se nadar!!- gritó con desespero mientras caía. -¡Dios mío que he hecho!-. De un salto me zambullí en el río para auxiliarla, pero no asomaba por ninguna parte su cuerpo, llegué a pensar que estaba ahogándose. Mientras buceaba para encontrarla, la muy pícara se había salido y estaba en la orilla. Salí para tomar aire y la encontré de pié riéndose. -Te voy a matar-, la dije riéndome por su bromazo. –Eres de la piel de Barrabás, a partir de ahora voy a llamarte “Polvorilla”-. -¡¡Eh muchachos, dejad un poco de agua para mi!!-, se oyó a lo lejos. Era Justet que venía pedaleando con su flamante bicicleta roja. Llevaba el pantalón de baño puesto, dejó la bicicleta tumbada en el suelo donde nos hallábamos Maite y yo. -Maite, tu hermano cuando vea que le has quitado la bici, te cortará esta rubia cabellera de la que tanto presumes-. -Se guardará muy mucho de ello, lo que hay en casa es de todos, mi padre ha comprado ésta bicicleta y no dijo a quién pertenecía-. -Ahora pareces un picapleitos-. Le dije. Se zambulló de nuevo en las refrescantes aguas, nadaba con soltura y estilo, se movía dentro del líquido elemento como un delfín. Justet y yo la imitamos. Estuvimos un buen rato gozando de aquellas nítidas y frescas aguas que procedían del deshielo de los cercanos montes.

26 Poco después salimos para tumbarnos sobre la hierba y secarnos. Allí en el silencio del campo en el que solo las cigarras marcaban el compás de la temperatura con sus monótonos cri, cri, éste se rompía por la melodía de un piano que sonaba algo lejana. Justet se quedó quieto aguzando el oído, tal parecía un perro de caza efectuando lo que los cazadores suelen llamar la “parada” que el can perseguidor efectúa al localizar la madriguera del animal perseguido refugiado en la misma.

-No te rompas la cabeza, la música proviene de la Casa Soladrigas-, le dije. -¿Y como sabes tu eso?-. -Por que éste fue el motivo de mi caída del árbol hace algunos días-. -Vistámonos y vayamos a curiosear, veamos quién es el pianista-, dijo mi compañero. -Si, vamos allá-, añadió Maite con entusiasmo. -Nos pusimos de nuevo nuestras ropas de calle y cogimos las bicicletas. Tomé la cabecera del “pelotón” , atravesamos la huerta de Lluís y la era, enfilamos después un senderito que llevaba directamente al enorme roble junto a la pared de la Gran Casa. Mis dos “colegas” propusieron subir al árbol para poder ver dentro de la casa, cosa que me negué rotundamente por la experiencia sufrida. Propuse quedarnos allí debajo del árbol y escuchar la Rapsodia Húngara de F. Litz que alguien estaba ejecutando con singular destreza, nos quedamos los tres embelesados. Acabada la pieza, Maite y yo rompimos en aplausos con entusiasmo. Cuando ya nos marchábamos, apareció el jardinero de la casa en la reja de la entrada principal, llevaba un sombrero de paja bastante deshilachado y en las manos unas grandes tijeras de podar. -¿Habéis sido vosotros los que aplaudíais?-, preguntó. Nos miramos los tres con expresión de sorpresa, -si-, le dije tímidamente. -La señora me ha encargado que os dijera si os apetece entrar para oír la música con más comodidad-. Ahora estábamos los tres todavía más sorprendidos, algo atónitos ante tan inesperada invitación. -Pues si, nos gustaría mucho- le dije. -Acompañadme-, dijo dando media vuelta. Le seguimos como corderillos y algo recelosos, dejamos las bicicletas apoyadas en la verja de la entrada y fuimos en fila como si fuéramos los sobrinitos del Pato Donald. Mientras le seguíamos mirábamos en todas direcciones, como si esperásemos que en cualquier momento desde algún lugar nos abroncasen por hallarnos allí, en aquel recinto, que para nosotros como si fuese un lugar prohibido. Rodeamos la casa pasando por el jardín hasta llegar a la parte trasera de la misma, al doblar la esquina vi la terraza que yo ya conocía, con el piano y la mesita redonda, y las sillas de mimbre a su alrededor. Sentada en un balancín columpiándose suavemente se hallaba una dama de bastante edad que vestía de oscuro y, sentada en el taburete del piano, una señorita que aparentaba tener una treintena de años.

27 -Acercaros, acercaros-, nos dijo la señora en tono amable. –No temáis, no vamos haceros ningún daño-. Nos quedamos de pié al inicio de la escalinata que subía a la terraza. El jardinero se retiró. -Subid, donde estáis no os veo bien, acercaros a mi-, dijo la señora. Subimos los tres peldaños que nos separaban de ella, hasta llegar al nivel del piso de la terraza, quedando a una distancia prudencial de la dama. -¿Erais vosotros tres los que aplaudíais detrás del muro de la casa?-, preguntó. -Sí, fuimos nosotros-, dijimos Maite y yo casi al unísono. Justet estaba algo cohibido, se había quedado mudo y detrás de nosotros, no dijo palabra alguna. -¿Os gusta la música?-. -Mucho señora-, dije. -¿Cómo te llamas muchacho?- preguntó dirigiéndose a mi. -Guillermo, señora-. .¿Y dónde vives?- siguió preguntándome. -En casa de la Padrina-, respondí. -Ah, a Cal Pera Fusté-, dijo con una ligera sonrisa. –Les conozco, son buena gente, en verano nos proveen de las verduras y los huevos. ¿Cómo no te había visto por aquí?-. -Por que no me han dejado entrar-, le solté con sinceridad, inmediatamente intuí que había metido la pata por mi ligera y poco meditada respuesta. La señora sonrió y puso cara de cómo haber encajado el “directo”. –Acércate Guillermo- me dijo, -tu y yo tenemos mucho de que hablar-. -Vosotros acercaros también y sentaros en alguna de éstas sillas- les dijo señalando a los otros dos. -Señorita Amalia, siéntese usted también, haga el favor, vamos a ver que dice el pueblo-, dijo sonriendo. -Con el debido respeto señora, el pueblo no habla, las personas se expresan-, me atrevía a decir, me había parecido impropio que nos tratara de pueblo, era como si condescendiera hablar con los de más abajo, o al menos esa fue mi impresión del momento. -Bien dicho muchacho, admito tu corrección, aunque no era esa mi intención, lo dije en sentido figurado, pero veo también que tienes la piel fina-. -Acércate un poquito más, tengo problemas de visión y no distingo muy bien las caras, a mi edad, aparecen las cataratas en los ojos y nos impiden gozar de uno de los mayores bienes que la naturaleza ha dotado a los humanos, la visión-, dijo mientras me inspeccionaba de arriba a bajo. -Tienes una cara franca, me gustas-. -Mi abuelo también está casi ciego por el mismo motivo, le han dicho que le van a operar y que verá mejor que antes-, se atrevió a decir Maite.

28 -¿Y quién es tu abuelo y cómo te llamas pequeña?. -Soy Maite del colmado de ultramarinos, señora-. -Si también les conozco, tu abuelo se llama Antoni, es conocido por “El Grabat”, son muy buena gente, lo cual me satisface -. –Y tu muchacho que estás tan callado, ¿quién eres?-, dijo dirigiéndose a Justet.

A éste parecía que la lengua se la hubiese comido el gato, no le salían las palabras, -Se llama Justet Vivet-, dije yo en su lugar. -¿A caso es mudo?- preguntó la señorita no sin cierta ironía, y que hasta aquel momento había permanecido en silencio. -No, pero está muy sobrecogido por la ocasión- apostilló Maite entre risitas. -Tienes buenos embajadores Justet, saben hablar por ti, no los pierdas como amigos-, le dijo la señora. Éste se encogió de hombros, estaba algo compungido. -Disculpe, usted debe ser la señora Soladrigas ¿no?-, osé preguntar. -Si, lo soy, ¿has oído hablar de mi?- me preguntó. -Si señora, usted y la casa son conocidos en todo el pueblo, y diría que hasta en la comarca, también la muchacha y el muchacho que viven aquí- añadí. -Ah, ellos son Laura y Joaquín, mis nietos-. -¿Viven con usted aquí todo el año señora?- pregunté. -No, no, viven conmigo en Barcelona, aquí solo venimos en los meses de verano y algunos días de las Navidades-. -¿Acaso no tienen padres?-, pregunté. -No, verás, fallecieron en un accidente de aviación cuando ellos eran todavía muy niños, es por eso que están a mi cuidado-.

-Lo siento- dije con sinceridad. Me vino a la mente la posibilidad de que en algún momento pudiera ocurrirme a mi una tragedia parecida. La señora Soladrigas pareció que adivinaba mis pensamientos: -No debes afligirte muchacho, no por eso tiene que ocurrirle nada de eso a tus padres, está todo en las manos de Dios-. Reaccioné e intenté quitarme de la cabeza aquella idea, le respondí: -Estoy seguro señora, que nada de eso les va a ocurrir, ya que nunca suben a un avión- acabé la frase con una nerviosa risita. Mi interlocutora captó la cómica ironía y también se rió, María y Justet hicieron lo propio. -Eres muy ocurrente Guillermo- dijo la señora. –¿Vives en Barcelona?-.

29 -Si señora, vivo allí todo el año, a excepción de un par de meses que vengo invitado por la Padrina a disfrutar de este delicioso pueblo-. Lo de delicioso le agradó, -¿te gusta el pueblo?- . -Si mucho, y sus gentes, son francos y espontáneos-. Clinc, clinc, oímos. -Abuela ¿de quién son las tres bicicletas que hay fuera apoyadas en la verja?- dijo una voz femenina, que al doblar la esquina de la casa y vernos se quedó algo cortada.

-Ven acércate Laura, tenemos visita- dijo la señora. –Las bicicletas pertenecen a nuestros visitantes. La misteriosa “dama de la bicicleta”, que ahora ya podía llamar por su nombre de pila, se acercó con cara de sorpresa, seguramente era lo último que esperaba ver en su casa, nuestra presencia. La seguía el grandullón de su hermano, que por sus dimensiones parecía su guarda espaldas. Joaquín al verme frunció el ceño. Su abuela observó el cambio de expresión e intervino para romper el hielo. -Laura, Joaquín, acercaros voy a presentaros a nuestros visitantes. Éste que está más próximo a mi es Guillermo, un barcelonés veraneante y enamorado del pueblo, la señorita es Maite, hija del colmado y el caballerete que no dice nada, es Justet, de la casa de los Vivet-. Me levanté de mi asiento, gracias a mis padres y a las clases de urbanidad que impartían todos los sábados por la mañana en mi colegio, sabía como comportarme, les estreché la mano a ambos al mismo tiempo que les decía:. –Mucho gusto en conocerte-. Maite hizo lo propio y Justet dijo hola sin levantarse ni estrechar la mano a ninguno de los dos, estaba realmente encogido y sin su habitual desparpajo, parecía otro.

Laura me saludó con una leve sonrisa y su hermano Joaquín me apretó la mano con más fuerza de lo debido. Aguanté bien el apretón y no quise darle mayor importancia pero seguí mirándole con fijeza a los ojos, como en nuestro anterior encuentro. La señorita pianista que había permanecido callada todo el tiempo, le dijo a Laura, -fíjate, a éste joven le ha gustado lo que yo tocaba al piano para tu abuelita-. -Era la Rapsodia Húngara número dos de Franz Liszt- concreté. Quise hacer particular énfasis de mis flacos conocimientos de música, para que no pudieran pensar que se hallaban frente a unos ignorantes paletos pueblerinos, reconozco que fue una gota de pedantería por mi parte. -¿Acaso eres estudiante de música? preguntó la señorita profesora. -No, verá, mi hermana estudia profesorado en el Conservatorio del Liceo de Barcelona, en casa se vive en primera persona todo lo referente a ésta, comenzando por mi padre que es un gran aficionado a la ópera y a la música de cámara, afición que nos ha transmitido a nosotros. Precisamente la Rapsodia que usted ha estado tocando con tanta maestría, la estuvo ensayando mi hermana hace algunas semanas para tocarla en un festival benéfico para los niños de un orfanato-. Lo de “maestría” hizo mella en la concurrencia, me pareció percibir cierto sonrojo en las mejillas de la pianista-

30 profesora. Después de éste golpe de efecto, mi cotización había subido algunos enteros más. -Además de buenos modales tienes buen oído Guillermo-, afirmó la señora Soladrigas. La dueña de la casa, a pesar de sus dificultades de visión se apercibía de todo lo que la rodeaba, hizo sonar una campanilla que tenía a su alcance sobre la mesita, al son del tintineo en pocos segundos se plantó en la terraza una mujer vestida con el uniforme clásico de sirvienta, -¿ha llamado la señora?, dijo.

-Si Eulalia, trae algunos refrescos para estos jóvenes, seguro que con el calor que estamos soportando les deberá apetecer-. La tal Eulalia tardó bien poco en aparecer con una bandeja con vasos y botellines de Cola. Abrió una para cada uno de los presentes sirviéndonos un poco del contenido en cada vaso. Joaquín cogió directamente el botellín prescindiendo del uso del vaso, al ir a ponérselo en la boca con la intención de beber directamente de el, se me ocurrió tomarme una pequeña licencia y gastarle una broma; -Joaquín, cuida cuando bebas de la botella, no vaya a ser que te hayan dado un cambiazo-, le dije riendo. Maite, Laura y Justet, echaron a reír con cierto tinte de impertinencia, nuestra anfitriona y la profesora de piano se quedaron mirándose algo sorprendidas por las risitas, ya que ignoraban el motivo. Joaquín se puso serio y levantándose se marchó de la reunión gruñendo y metiéndose dentro de la casa. Me arrepentí de haber hecho aquella bromita y pedí disculpas a la señora de la casa, ésta no estaba al corriente de ello, su nieta Laura la relató en pocas palabras el suceso. -No debes preocuparte por eso, son bromas propias de la gente de vuestra edad, Joaquín es un muchacho algo impulsivo pero tiene muy buenos sentimientos, a pesar de que hace más de diez años que sus padres fallecieron, sigue echándoles de menos y pone su mal genio como escudo de protección, pero repito, tiene un gran corazón-, dijo la señora en su descargo. -Pero Laura-, dijo desviando la conversación, -muéstrales el jardín y la casa a nuestros visitantes, se debe cumplir siempre con las normas de la cortesía, yo con vuestro permiso voy a retirarme, echaré un vistazo en la cocina, hoy no ando demasiado bien-, dijo mientras se alejaba de la terraza apoyándose en su bastón. Pienso que la señora, después de habernos examinado, vio en nosotros unos posibles compañeros de sus nietos para el resto del veraneo, sería un modo de que se distrajeran, comprendía que encerrados allí, solos, y rodeados de gente que no era de su edad, les debía resultar muy aburrido, en el fondo quizás fuéramos para ella unos simples comparsas. No importaba, también para nosotros ellos eran motivo de curiosidad. Hacía un buen rato que no podía quitar la vista de la bella Laura, a pesar de que lo intentaba con todas mis fuerzas, era realmente un regalo para la vista observar tanta belleza y estilo en una sola persona, parecía una damita salida de un cuadro de algún famoso pintor clásico. Destacaría como su cualidad más relevante, a mi entender, su porte distinguido y estilo, además de su serena belleza, en una palabra, sabía estar, cada vez que la miraba mi corazón se aceleraba y tenía inusitadas sensaciones jamás experimentadas.

31 Nos levantamos los cuatro, la “damita misteriosa” ejerció de de cicerone. En una de las esquinas del majestuoso y bien cuidado jardín había un pequeño templete con unos banquitos de obra a su alrededor, nos sentamos allí, unos altísimos chopos proyectaban una abundante sombra sobre el mismo que la brisa reinante hacía temblar las hojas produciendo un agradable sonido al ambiente. Miré a Maite y la vi algo distinta a su habitual manera de ser, la notaba algo inquieta y tensa, menos natural, como si estuviera reprimiendo su espontaneidad. Observé que Laura también estaba algo tensa cuando Maite intervenía en la conversación. Para romper el hielo, se me ocurrió preguntar a Laura por sus estudios. -He acabado cuarto de bachiller en el colegio L´Estonnac-, respondió –¿Y vosotros?-.

-Yo comenzaré el último ahora y Maite quinto-. –Estudio en el colegio de Jesús, María y José, también conocido por La Sagrada Familia, que fundó el Padre Manyanet-. -Jamás oí hablar de él-, dijo Laura enarcando las cejas. -Pues yo si, no lejos de aquí hay un seminario muy grande, en Sant Juliá de Vilatorta, tiene un museo de zoología muy importante y muy visitado-, añadió mi amiga Maite, en un tono como si quisiera darle en las narices. -¿Y tu Maite, dónde estudias?-, inquirió Laura haciendo caso omiso a la frase intencionada de su interlocutora. -En el Instituto de Vic-, dijo con algo de sequedad. Parecía que entre las dos muchachas se estaba generando una cierta rivalidad. Justet, que hasta aquel momento estuvo callado, intervino; -Desde luego Laura, estabas más simpática cuando te veíamos de lejos sobre el puente con la bicicleta haciendo Clinc, clinc, intentando llamar nuestra atención con el timbrecito de tu bici-, le plantó. -Pero, pero…-, Laura se quedó de una pieza y sin habla. -Me voy- dijo de repente, Justet - ésta niña aquí presumiendo de su colegio, de su casita, de su vestidito… no lo soporto más- dijo mientras se levantaba y marchaba en dirección a la salida. Nos quedamos los tres petrificados, no esperábamos una salida tan brusca del bueno de Justet. -¡Justet, Justet!-, grité, pero hizo caso omiso a mi llamada y se marchó. Maite y yo estábamos abochornados, sin saber que excusa interponer para mitigar el desaire que nuestro compañero acababa de darle a la nieta de nuestra anfitriona en su propia casa. Acababa de hacer añicos todas las normas de los buenos modales y cortesía. Se hicieron unos momentos de silencio que casi se podía cortar, nos mirábamos el uno al otro perplejos sin ocurrírsenos decir nada.

Haciendo acopio de valor y buen sentido, me atreví a pedirle a Laura que disculpara a Justet, -es un muchacho algo rústico, pero tiene un gran corazón-, puse como excusa.

32 Laura se quedó con cara seria y algo triste, ni Maite ni yo sabíamos que más decir, no teníamos ni la confianza ni el conocimiento suficiente del modo de ser de Laura como para poder decirle más cosas, pero nos sentíamos muy incómodos. Nos vino a salvar el poderoso estruendo de un trueno, los tres miramos al cielo, unos plomizos y amenazadores cúmulos verticales venían acercándose a toda prisa amenazando descargar toda su pesada carga de agua sobre la zona. -Creo que debiéramos irnos ya-, le dije a Maite, -la tormenta caerá en cualquier momento y en casa estarán preocupados por nosotros-. -Si, llevas razón, vámonos-. -Laura, sentimos tener que irnos, si te parece y si mañana el tiempo lo permite, cosa que espero, pasaremos a buscarte con las bicis para hacer una excursión un poco larga, ¿te agradaría?-, la dije. Me miró con aquellos grandes ojos color de miel adornados con espesas y largas pestañas. Me estremecí. -Si mi abuela no dice lo contrario vendré encantada-. -Bien, recuerda, si hace buen día y alrededor de las diez y media, ¿de acuerdo?, yo traeré unos bocadillos para el almuerzo-. -De acuerdo, llámame por teléfono más tarde-, dijo con una dulce sonrisa que cautivaba. -Lo siento pero aquí no disponemos de teléfono. ¡Despídenos de tu abuela!- la dije mientras apretábamos el paso. Corrimos hasta donde habíamos dejado nuestras respectivas bicis, comenzaban a caer los primeros goterones de la tormenta estival. Pedaleamos con todas nuestras fuerzas, “polvorilla” me volvió a ganar, nos detuvimos en la puerta del colmado de sus padres. Al despedirme de ella me dijo en un tono algo triste : -¿te gusta verdad?-. -¿Quién?-, le dije aunque ya yo sabía a quién se refería. -Ella hombre, ella, ¿quién si no?-, dijo Maite con un ligero tinte de tristeza. -Ni más ni menos que tú “polvorilla”-, la dije dándole un pellizco en una de sus mejillas. -Hasta mañana, vendré a por ti sobre las diez y cuarto-. La tormenta se prolongó algo más de un par de horas, cayó con todas sus fuerzas, las descargas eléctricas rompían la monotonía, los relámpagos y el retumbar de los truenos podían interpretarse como los platillos y tambores de la gran orquesta celeste. En muchas ocasiones he pensado que si los seres humanos fuesen algún día capaces de aprovechar la energía que los rayos envían a la tierra, podría representar un gran ahorro energético, uno solo quizás podría satisfacer las necesidades eléctricas de toda una población durante varios días. Después de almorzar me tumbé en la cama para leer, la lluvia había perdido fuerza e intensidad, de la calle se colaba por la ventana el olor característico que el suelo

33 desprende cuando cesa la lluvia en verano y el agua caída se evapora por la temperatura del pavimento. Me entretuve un rato revisando mentalmente los eventos de aquella sorprendente mañana:. Había estado en la casa de los Soladrigas, fue una pequeña licencia, pues no era sencillo entrar allí sin ser invitado, luego pude conocer y charlar con la que yo llamaba “la dama de la bicicleta” y su “hermanito” siempre malhumorado, una interesante aventura que animó mi veraneo. Cogí mi diario y lo reseñé. Oí voces en la calle, me asomé a la ventana, y vi a Justet y Emili hablando frente a la puerta, les conminé a subir a mi cuarto. Se sentaron ambos en el borde de la cama, noté que Justet estaba algo macilento, había perdido aquella vivacidad que le caracterizaba. -Justet-, le dije muy serio -menudo papelote nos has hecho hacer a Maite y a mi esta mañana en la casa de los Soladrigas-. -Es que no podía aguantar tanta cursilería- dijo defensivamente.

-Pero ¿no ves que en la relación social entre las personas, hay unos códigos elementales de conducta y cortesía?, lo que ésta mañana has hecho, no ha sido otra cosa que rebajarte a ti mismo, no has sabido ser paciente, te ha salido el resquemor social de que ésta gente es rica y tu no, eso es de una mentalidad mezquina. Bien, ellos son ricos en dinero, nosotros no ¿y qué?, sin embargo podemos ser más ricos que ellos en cultura, en respeto y tantas otras cosas de las que algunos ricos carecen. De verdad te digo que hoy nos has hecho sentir vergüenza ajena con tu incalificable conducta, aquella muchacha no se merecía eso-.

Ante este alud de reflexiones que le eché encima, Justet se sintió avergonzado, y creo que sinceramente, mantenía la cabeza gacha, hasta me pareció adivinar que en sus ojos le bailaban un par de lágrimas. -¿Qué harías tu Guillermo si te encontrases en mi lugar y en ésta situación?-, me dijo con voz algo entrecortada. -Sencillamente pedir disculpas a quien hubiese ofendido. Todos estamos sujetos a tener un mal momento o a equivocarnos, tu has tenido ambas cosas-. -Tiene razón Guillermo-, añadió Emili. -¿Tu crees que si voy a verla querrá saber algo de mi?, dijo compungido. -Pues no sé chico, pero te propongo una posible solución para que puedas arreglarlo-. -Dime, dime-, dijo ansioso. -Maite y yo hemos quedado con Laura para ir a por ella mañana sobre las diez y media, vamos hacer una excursión en bicicleta, si te vienes con nosotros tendrás una ocasión única para poder disculparte, ¿no te parece?-. -¿Pero tú crees que me disculpará?-. -Dependerá de cómo se lo digas, no la conozco lo suficiente para preveer cómo reaccionará, pero a buen seguro que si sabes decirlo con naturalidad y humildad,

34 siendo tu mismo, te disculpará, y si no lo hiciera, entonces la que quedaría en evidencia ante nosotros sería ella-. -¡Canástos! Justet, mañana puedes tener una ocasión única para enmendar tu yerro-, le dijo Emili dándole una palmada en la espalda.

35

Capítulo Vº

La Excursión a Tavérnolas y el “maqui”…..

Aquella mañana me levanté antes de lo habitual, toda la noche estuve bastante inquieto sosteniendo una ardua batalla con las sábanas, motivo por el que me costó conciliar el sueño profundamente, pero en el sueño siempre me aparecía Laura. Un poco de ejercicio y una buena ducha hizo de mi un hombre nuevo, serían poco más de las siete de la mañana, cuando el sol comenzaba asomarse tímidamente por detrás del edificio del ayuntamiento, lo hacía lentamente, como si se avergonzara de mostrar todo su esplendor, mientras la luna corría a esconderse por detrás del campanario. Fuera, en el jardín que había junto a los corrales, todavía se notaba algo del frescor de la caducada noche, algunos pajarillos madrugadores afinaban sus trinos llamándose unos a otros, nacía un nuevo día que confirmaba el gallo de un corral vecino. La Padrina fue la primera en aparecer por la casa, su yerno Lluís se había ido a su trabajo en la cantera sobre las cinco de la mañana. -Guillermo, ¿qué haces levantado tan temprano?- preguntó algo extrañada la Padrina al verme allí en el jardín mirando al cielo. -Padrina, voy a ir todo el día de excursión con algunos amigos, ¿puedes prepararnos algunos bocadillos para llevarme?-. -Claro, ya sabes que nunca te digo que no, pero deberías decirme cuántos vais a ser-. -Oh gracias padrina- le dije dándola un beso acompañado de un achuchón, -creo que vamos a ser cuatro o quizás cinco, depende de que venga el hermano de una de las chicas-. -Y ¿qué muchachas vienen contigo?- preguntó con la curiosidad propia del adulto. -Verás; van a venir Maite, la hija del colmado de ultramarinos, Justet, y Laura con su hermano, este último no es muy seguro de que quiera venir, es un muchacho algo raro-. -¿Quiénes son Laura y su hermano?-. -Viven en la Casa Soladrigas, son los nietos de la señora de la casa-. -¿Y cómo es que los conoces?-. siguió preguntando, cada vez más interesada. -De verles por la calle y de estar ayer en su casa-. -¿Cómo?, ¿estuviste ayer en su casa?-. -Si, la señora nos invitó a entrar-. En el entretanto iba preparando los bocadillos, acabé contándole los pormenores de la invitación, plantándome en la salida de tono de Justet, cosa que la disgustó bastante.

36 -De todos modos Gillermo, no te fíes demasiado de esta gente, no quiero decir que sean malas personas, pero son muy suyos, no se mezclan con los que no son de su clase, vienen todos los veranos, pero permanecen en la casa sin casi tener contacto con el exterior y luego se van, tienen algunas personas del pueblo a su servicio y nada más. El único que paseaba por el pueblo y hablaba con todo el mundo, era el señor Soladrigas que en paz descanse, murió relativamente joven, creo que rondaba los sesenta años cuando falleció, dijeron que de un ataque al corazón, ha sido una familia bastante desgraciada en este sentido, los padres de estos nuevos amigos tuyos murieron en circunstancias bastantes extrañas, unos dijeron que de un accidente de avión, otros que si habían sido hallados muertos en circunstancias algo anormales -. -Poseen mucho dinero, se dice que son propietarios de varias fábricas textiles con mucho personal trabajando en ellas. Cuando nuestra guerra civil, se refugió toda la familia en la Gran Casa, aquí estaban seguros, los anarquistas y comunistas no llegaban a este pequeño pueblo, aquí estuvieron tranquilos todo el tiempo que duró el conflicto, pero a pesar de ello casi no mantenían contacto con el resto de los habitantes-. Me mandó a recoger unos huevos del corral para hacer las tortillas, en el entretanto ella pelaba algunas patas y cebollas fui a por ellos. Estaban recién puestos, todavía mantenían el calor del cuerpo de la gallina, me pasé alguno de ellos por encima de los párpados de mis ojos, era una costumbre adquirida muy relajante si el huevo estaba todavía caliente, me lo había enseñado Mercé, su hija. Alrededor de las diez, Justet ya estaba en la calle aguardándome, no se atrevió a entrar, creyendo quizás que yo habría contado en casa el suceso del día anterior y temía que sus parientes le recriminaran su actitud. La Padrina envolvió cada uno de los bocadillos y me los puso dentro de un zurrón de cazador que había colgado de un clavo en una de las paredes de la cocina, me lo puse en bandolera y después de darle un beso a mi madre y a la padrina cogí la bicicleta y salí a la calle. -¿Dónde vais a ir de excursión?-, preguntó mi madre. -A Tavérnolas mamá, no queda lejos, una horita de bicicleta, más o menos-. -Andad con cuidado y sed prudentes-. Justet me saludó todavía algo compungido, -hola- me dijo lacónicamente. Para animarle le devolví el saludo con algo más de entusiasmo que el suyo, creo que lo agradeció, por el camino hasta la puerta del colmado del padre de Emili, fue conversando algo más relajado. Maite estaba acabando de beber un vaso de leche, su madre Rita, no la dejaba salir de casa en ayunas. Maite era la mayor de tres hermanos, Emili estaba en medio, la hermana pequeña, Ángela, se llevaba con él cinco años, y éste con la mayor, Maite, uno y medio. Clinc, clinc, hicimos sonar nuestros timbres, -¡Ya voy!- oímos. Al momento apareció por la puerta agarrada del manillar de su bici. La observé con detenimiento, como el día anterior, seguía llevando pantalón corto, era consciente de que poseía unas bonitas piernas y las lucía con orgullo y naturalidad, llevaba un

37 suéter blanco de lana fina, y anudado en el cuello un ligero pañuelo azul claro, para ésta ocasión calzaba unas wambas deportivas con calcetines cortos de lana blancos. En la cintura se había anudado una “rebeca” de punto azul celeste a juego con el pañuelo, Maite a pesar de ser una muchacha de pueblo tenía muy buen sentido para el vestir. Al vernos allí aguardándola, paró unos instantes, tomó la pose de una estrella del cine sonriendo y mirando con el rabillo del ojo. Lo hizo con tal gracejo que Justet y yo no pudimos contener la risa. –Venga “polvorilla”, no hagas más payasadas y arranquemos-, la dije riéndome. Intuí que para aquella ocasión, Maite se había esmerado más de lo habitual en su atuendo, era consciente que la presencia de Laura tendría un peso importante en nosotros y ella no quería perder protagonismo. Montamos en las bicis y fuimos a recoger a Laura. Clinc, clinc, hicimos sonar los timbres. Nadie acudió a su son. Justet que estaba en segundo plano, se atrevió a sugerir , ¿por qué no llamábamos con la campanilla?, tiré de ella y vino a abrirnos el jardinero. Nos invitó a pasar, sabía que éramos bien recibidos en la casa. Justet se quedó fuera, -Yo os aguardo aquí, con las bicis-, nos dijo. Maite y yo sabíamos el motivo por el que se quedaba fuera. Laura salió de la casa con su sombrero de paja en la mano, se había acicalado para la ocasión convenientemente. Llevaba un ceñido pantalón azul claro, que le llegaba algo por encima del tobillo con una pequeña escotadura en cada lado al final de la pierna, creo que llaman “piratas” a ese tipo de pantalón, lo puso de moda la actriz Audrey Hepburn en una de sus películas, camisa blanca de manga larga algo escotada y suéter azul fuerte que llevaba echado sobre los hombros. Parecía una modelo de la revista “Elle” dispuesta a desfilar. Todo el conjunto de su armónica vestimenta ayudaba a realzar todavía más su belleza. Al verla, debo confesar que me quedé algo boquiabierto, imágenes como ésta solo las había visto en algunas revistas o en películas americanas de mucho glamour a color. Reaccioné pronto y fui a saludarla, -buenos días Laura- casi balbuceé. -Hola Guillermo, buenos días, hola Maite-, dijo acompañando una dulce sonrisa que era un regalo de los dioses. -¿No viene tu hermano a la excursión?-, pregunté. -No, no viene, se va a Vic con la profesora de piano, acompañan a la abuela que debe efectuar algunas compras-. -¿Dónde tenéis pensado ir de excursión?-, era la voz de la señora Soladrigas asomada a una de las ventanas de la planta baja. -Buenos días señora, vamos a ir hasta Tavérnolas para visitar la iglesia románica, regresaremos alrededor de media tarde, no debe usted preocuparse por la comida llevamos algunos bocadillos, y por lo que se refiere a la ruta, viene con nosotros Justet de guía, él conoce estos parajes como los bolsillos de su pantalón-, dije para tranquilizarla.

38 -Andad con Dios, y regresad pronto, hasta entonces no voy a estar tranquila-. -Respondo de ello señora-, la dije para tranquilizarla. El jardinero apareció de detrás de la casa con la bicicleta que entregó a Laura, -aquí tiene su bicicleta señorita- . Al darnos la vuelta para salir del jardín, entraba Joaquín el hermano de Laura, regresaba de haber ido a buscar el periódico a su abuela, “La Vanguardia Española”. -Joaquín, ¿te vienes con nosotros a la excursión?-, le dije por cortesía. -¡No!- dijo escuetamente sin tan siquiera mirarnos y siguiendo su camino.

Me encogí de hombros y dándome media vuelta nos fuimos los tres a la verja para recoger las bicicletas. Justet estaba sentado ya sobre el sillín, como siempre el flequillo le caía sobre la frente cubriéndole casi los ojos y algo cariacontecido. -Justet-, le dije, - ¿nos vamos ya?-. -Si pero antes he de hacer algo que no me ha permitido dormir en toda la noche-, se acercó donde estaban las dos muchachas y con voz algo insegura que casi no se le oía, dijo: -Laura, ayer me comporté mal, rematadamente mal, como un patán, tu no te merecías todo lo que te dije, fue un mal momento de envidia, si, quiero confesarlo, en-vi-di-a-, remarcó las sílabas, -pero estoy muy arrepentido de ello, te pido humildemente que me disculpes por mi torpeza, como ves, soy un pobre muchacho de pueblo, no soy perfecto-, dijo acompañando la frase con una tímida sonrisa y cabizbajo. Laura le estuvo escuchando muy seria y erguida, había tomado aquella posición envarada y serena, tan característica en ella, Maite les miraba a ambos con sus vivaces ojos, intentando adivinar sus reacciones, me miró también a mi, le hice un gesto arqueando mis cejas a modo interrogativo. Laura soltó su bicicleta apoyándola en la verja, se acercó a Justet y le dio un beso en una de sus mejillas al mismo tiempo que le decía: -Acabas de darme una lección de humildad que no olvidaré nunca Justet, está todo olvidado y, ahora vayamos a nuestra excursión, lo deseo con ansiedad-. Justet dio un salto -¡¡ Uau ¡! - gritó, -¡eres una fantástica muchacha de ciudad!-. La belleza de un acto tan tierno y humano me causó gran impresión. Por actos como éste, valía la pena vivir y creer en el ser humano. Subió a su bicicleta y salió disparado calle abajo hasta la salida del pueblo lleno de entusiasmo. Maite y yo nos miramos sonriendo, también había sido una lección para nosotros. Iniciamos el día con buen pie, que bella es la vida cuando te depara situaciones como estas, me dije. -Bravo, Laura, has estado sublime- la dije. No pude más que darle un beso en la mano en señal de profunda admiración y respeto por su actitud.

39 Pedaleamos los tres con energía para intentar alcanzar a nuestro amigo. El aire que generábamos en nuestra alocada carrera nos azotaba la cara, a Maite la cola de caballo que llevaba por peinado se le puso algo hiniesta, Laura tenía trabajo en sujetar con una mano su sombrero de paja para evitar que se le fuera volando, y con la otra mantener atención al manillar de su bicicleta. A la salida del pueblo nos aguardaba Justet, estaba parado con un pie en tierra y el otro apoyado en uno de los pedales. Nos detuvimos junto a él, de hecho iba a ser nuestro guía, y así se lo hicimos saber. Se hizo el importante, estaba muy cómico cuando adoptaba esta actitud napoleónica, nos dijo :. –A partir de ahora deberéis seguir detrás de mí, pasaremos por caminos poco transitados y de difícil acceso, pero vais a ver lugares que jamás habríais soñado-, dijo a modo de arenga, hizo una corta pausa para seguir luego: -Y ahora ¡¡adelante!! – gritó cual mariscal de campo arengando a sus soldados. Pedaleando poco a poco y después de sobrepasar el cementerio, tomamos el camino al Pedró para seguir hasta la Mare de Deu de La Demunt, fuimos dejando atrás el valle, el terreno dejó de ser plano e inició una suave cuesta que nos llevó a un camino forestal solo transitado por algunos de los campesinos que habitaban en las masías de los alrededores, no era un recorrido fácil ya que el camino tenía muy marcadas las rodaduras que los carros habían hecho al pasar en días de lluvia, este accidente del terreno nos obligaba a mantener una gran atención para evitar posibles caídas.

Casi una hora después nos adentramos en un frondoso bosque de hayas, era tan sumamente espeso su follaje que los rayos solares no alcanzaban a llegar al suelo. Sudorosos por el calor y el ejercicio, decidimos proponerle a nuestro guía efectuar un pequeño descanso, y gozar del frescor a la sombra de aquellos gigantes. Nos detuvimos en lo más profundo de aquel centenario y bello bosque que desde hacía un buen rato andábamos cruzando. El suelo estaba completamente alfombrado por una espesa capa de las hojas que aquellos colosos iban mudando periódicamente, hasta el punto de convertir éste en un enorme colchón que entorpecía la marcha. Dejamos las bicicletas apoyadas en los troncos de los árboles de nuestro alrededor y, nos tumbamos sobre la fresca y húmeda hojarasca, Laura no se tumbó, se sentó al pie de uno de los troncos apoyando su espalda en el, sacó de su pequeña mochila una cantimplora de agua para beber e invitarnos a ello. -Laura, ¿porqué no te tumbas como nosotros?, le pregunté. -No puedo, me da un no se qué tumbarme aquí, pienso que debe estar lleno de gusanos o de alguna serpiente u hormigas-, respondió poniendo cara de asco. Nos echamos a reír por su comentario, era palpable que nuestra compañera no estaba habituada a gozar de las “delicias” de la naturaleza. -¿De que os reís?-, preguntó sorprendida. -Mira Laura, no tiene demasiada importancia de lo que nos reímos, pero no han de preocuparte en exceso las hormigas y los demás bichos que has citado, ninguno de ellos es capaz de comerte, no tienen tu tamaño, ni tan siquiera pueden hacerte daño alguno-.

Con el rabillo del ojo pude ver como Maite sonreía socarronamente, creo que hasta disfrutaba con la situación.

40 Justet añadió:. –Laura, para que te tranquilices te diré que las serpientes no viven en lugares dónde haya tanta humedad como aquí, al ser animales de sangre fría necesitan de lugares secos y calor solar. Pasaremos por algún lugar más apropósito para ello y te lo mostraré, por eso si te sientes fatigada y quieres recuperar fuerzas túmbate como nosotros, nos queda todavía un buen trecho hasta la meta, vamos a estar diez minutos y seguiremos, avísame cuando hayan pasado, eres la única que lleva reloj-. Laura se reclinó sobre la mullida hojarasca no sin ciertos reparos. Allí tumbados boca arriba veíamos como se entrelazaban las ramas verdes de aquellos colosos formando una especie de cúpula, como si de una catedral de la naturaleza se tratara, el silencio era total, casi palpable, no se movía ni una sola hoja de sus ramas. Maite, que era una romántica impenitente, propuso bautizar aquel lugar como: “El bosque de las Hadas”, denominación que fue aceptada por unanimidad. Al rato, Justet, que era quien marcaba las pautas de la excursión, nos conminó a coger de nuevo las bicicletas y reanudar la marcha. Dejamos atrás el “bosque de la Hadas” , el sendero por el que ahora transitábamos se volvió más abrupto y tortuoso, era algo pedregoso y obligaba a sortear los cantos más grandes, iniciamos una escalada, que tuvimos que hacer a pie, media hora más tarde habíamos subido casi a setecientos metros de altitud, la vegetación allí cambiaba, el arbolado era ahora de la familia de las coníferas y guardaban bastante distancia entre si, luego supimos que ello fue motivado por que durante la guerra civil, se efectuaron talas indiscriminadas para proveerse de materia prima con que mantener las estufas y las cocinas de los hogares encendidas. Nos cruzamos con un par de humeantes carboneras en activo, Justet nos explicó a los neófitos, como yo y Laura, que en éstas carboneras se producía carbón vegetal que luego los carboneros lo ensacaban y lo vendían, ingresándose unos pocos dineros adicionales. En un momento dado, dimos con una carretera que estaba bastante bien asfaltada. Justet nos dijo que era la carretera que llevaba a Fusimaña y al pantano de Sau, del que guardaba yo tan buen recuerdo. -Oye Justet, ¿Por qué no vamos hasta el pantano?, le dije. -Nos pilla demasiado lejos, para ello teníamos que haber ido por otro camino y haber salido mucho antes de casa-, repuso. -Bien, es realmente atinado lo que dices, podemos dejarlo para otro día-. Seguimos pedaleando por la carretera asfaltada, realmente era mucho más cómodo circular por un pavimento en buen estado, en especial lo agradecían nuestras posaderas poco habituadas a ir tanto tiempo apoyadas en tan pequeño y duro sillín, el tramo de carretera llaneaba serpenteando por la ladera de un pequeño macizo montañoso que nos proporcionaba además bastantes tramos con sombra. Después de una recta de unos quinientos metros, entramos en un recodo de la carretera, Justet que abría la marcha, fue aminorando la velocidad hasta detenerse, puso pie a tierra y señaló con su brazo derecho en dirección a un punto de aquella curva. Nos quedamos todos como decía nuestro guía, “pasmados”, sorprendidos a la vista de la iglesia y campanario románico de Sant Esteve de Tavérnolas. No había

41 tenido nunca la oportunidad de ver en “vivo” un campanario de estilo románico tan bello, se levantaba orgulloso y elegante junto a la iglesia del mismo estilo sobre un pequeño promontorio que les distinguía del resto de las escasas edificaciones del pueblecito de Tavérnoles, que probablemente no sobrepasaría los doscientos habitantes, estos se esmeraban en la conservación de esta joya del románico, conscientes del tesoro que habían heredado, lamentablemente aquel día la iglesia permanecía cerrada y no nos fue posible visitar su interior. Desistimos y lo dejamos para mejor ocasión. Pasadas las dos del mediodía, el cansancio y el apetito comenzaban a hacernos mella, buscamos un lugar para sentarnos y comer los jugosos bocadillos que la Padrina había preparado. Junto a la iglesia había una pequeña explanada provista de una mesa y bancos hechos de troncos de árbol aserrados. Nos sentamos allí y saqué los bocadillos del zurrón, Laura de su pequeña mochilita sacó unos refrescos y galletas que puso sobre la mesa. Maite desenvolvió su bocadillo y le hincó el diente. –Umm que rico está-, dijo. La jugosa tortilla de patata y cebolla que había elaborado la Padrina, mantuvo blandito el pan haciéndole todavía más apetecible. Laura comenzó a desenvolver el suyo muy delicadamente, como si estuviera quitando el envoltorio de un regalo, usaba solo los pulgares e índice de cada mano, evidenciaba no estar habituada a comer bocadillos en el campo, probablemente era ésta la primera vez que lo hacía.

Maite la ayudó. –Mira niña, debes hacerlo con algo más de energía, ¿ves?-. Lo desenvolvió con desenvoltura y se lo colocó delante de ella en un santiamén, con cierto aire de sabiondilla. -Ahora, si lo deseas puedes comerlo-, dijo con cierta ironía.

Justet se zampó el suyo en un abrir y cerrar de ojos, nadie diría que con lo que llegaba a ingerir durante el día, pudiera estar tan sumamente delgado. –¿Todavía no habéis terminado?-, dijo con sorna. Mientras nosotros nos acabábamos nuestro frugal almuerzo, Justet lo amenizó contando innumerables chistes y bromeando. En poco tiempo el cielo se cubrió de plomizos nubarrones, la luz solar mermó casi por completo, al igual que el día anterior comenzaron a caer gruesos goterones de lluvia, cogimos las bicicletas y corriendo fuimos a refugiarnos a un pajar cercano a la iglesia, las bicicletas se quedaron al descubierto, pero nosotros pudimos acomodarnos acurrucados en un montón de paja suelta que estaba debajo de un techo ondulado de Uralita. Maite era bastante asustadiza con las tormentas, sentía pánico a los relámpagos y truenos, en cada ocasión que se producía alguno de estos fenómenos naturales, se agarraba fuertemente a uno de mis brazos. La temperatura bajó con bastante rapidez, hasta el punto de que las dos muchachas tuvieron que ponerse los suéters que con previsión habían traído. Laura aparentaba estar bastante tranquila, Maite no podía evitar lo asustada que estaba, cada vez que retumbaba un trueno se estremecía y me agarraba con más fuerza hasta el punto de que estaba casi sentada sobre mis piernas. -¿Estás asustada Maite?- le pregunté.

42 -Si, me dan mucho miedo las tormentas, y en especial los relámpagos y los truenos -. -Por los truenos no debes temer, los verdaderamente peligrosos son los rayos, éstos son los que llevan alto voltaje eléctrico pudiendo llegar a carbonizar a una persona o un animal por grande que éste sea-. Los goterones repicaban con fuerza sobre el frágil tejadillo de uralita, añadiéndose a ello el granizo. Justo acababa de decir esto cuando un rayo cayó en el pararrayos del campanario de la iglesia, de repente todo se iluminó como si se hubiesen encendido un millón de antorchas a la vez. El trueno que le siguió fue espantoso, tembló el suelo como si de un terremoto se tratara, Maite se agarró a mi cuello, Laura también hizo lo propio con uno de mis brazos, el momento no era para menos y, yo aunque algo preocupado, me sentía en la gloria. -¡¡¡ Aaaaah !!!-, gritó Maite presa de pánico. Mi compañero que estaba algo apartado de nosotros tres, a pesar de estar más habituado que nosotros a las tormentas, también tenía cara de preocupación. La lluvia arreció todavía más, caía con tal intensidad que se formó una pequeña laguna frente a la puerta de acceso al pajar, hasta el punto que éste en pocos minutos comenzó a inundarse. Oímos unos pasos chapotear en el agua acercándose al pajar, súbitamente se recortó la silueta de alguien en la puerta de donde nos hallábamos, pertenecía a la de un hombre que estaba empapado, nos dijo simplemente –hola- mientras se sentaba justo al lado de Justet. En cada rayo que se dibujaba en el cielo, la luz que éste generaba permitía que pudiéramos ver al misterioso individuo que teníamos allí sentado junto a nosotros. No iba demasiado bien vestido, llevaba un zurrón colgado, en la cintura una canana de cazador con cartuchos y una escopeta de dos cañones. Llevaba barba de varios días, el pelo grasiento, largo y enmarañado, daba la sensación de muy poco aseado y los sobacos no le olían precisamente a Chanel. Todo su cuerpo desprendía un olor agrio, Laura y Justet, eran los que más lo experimentaban, ya que el individuo se sentó entre ambos. Laura se acurrucó algo más a mi vera, hasta el punto que podía oír su respiración junto a mi oído. Se palpaba tensión entre nosotros, nos mantuvimos en silencio bastante tiempo. El individuo permanecía callado, estaba constantemente pendiente de mirar al exterior del pajar. Nos intimidaba en especial la escopeta y el aspecto desarrapado del inesperado intruso. La lluvia arreciaba cada vez con mayor intensidad, se levantó un fuerte viento que temimos arrancara el frágil techo. Sin mediar más, el hombre se dirigió a Justet diciéndole con voz bronca : -Oye ¿tenéis algo para comer?-. Su interlocutor no supo que decir. Yo recordé que en mi zurrón llevaba todavía uno de los bocadillos que había preparado la Padrina para el hermano de Laura. -Si creo que nos queda algo del almuerzo-, le dije mientras sacaba del zurrón el bocadillo. Se lo alargué y me dio las gracias con una especie de murmullo inteligible. Ahora me fijé algo más en el individuo, los rasgos de su cara eran bastante hoscos, diría que tenían un aire algo siniestro, quizás la barba grisácea que llevaba de varios días contribuyera en ello.

43 Lo engulló en un santiamén, evidenciaba que hacía algunos días que no ingería alimento alguno. Me atreví a preguntarle : -¿Va usted de caza?-. Se me quedó mirando a los ojos sin mascullar palabra, su expresión no era precisamente amistosa, y sin responderme, descolgó la escopeta que llevaba todavía en el hombro, desplazó un resorte de la misma abriéndose ésta por la mitad, quedando las recámaras de ambos cañones a la vista, sacó de ella los dos cartuchos y los substituyó por otros dos que sacó de la canana. Fuera la lluvia y el viento arreciaban y nos temíamos lo peor, lo que comenzó como un charco en la puerta del lugar, se fue convirtiendo en una laguna y los primeros hilillos de agua iban deslizándose ya hacia el interior de donde nos hallábamos. Repentinamente el individuo se puso en pie, colgó la escopeta en bandolera con los cañones mirando al suelo y echó a correr sin decir ni pío. Nos quedamos todos muy extrañados mirándonos unos a los otros con caras de sorpresa. Laura estaba todavía algo asustada, ella había tenido al individuo pegado a sus ropas, su sola proximidad la había afectado mucho, noté que todavía temblaba del miedo que había pasado, se acercó todavía más a mi apoyando su cabeza sobre mi pecho, me apené por ella, le pasé la mano para acariciarle la parte posterior de la cabeza pretendiendo tranquilizarla, su pelo me rozaba los labios y olía a miel, vi que dos lágrimas le rodaban por las mejillas, como puede saqué del bolsillo un pañuelito de papel que llevaba y se lo di. Me miró con sus enormes ojos con agradecimiento y sentí un agradable escalofrío. Entonces me conciencié que tenía dos amigas. La tormenta veraniega fue amainando paulatinamente, como suele ser típico en verano, Maite salió fuera del cobertizo para comprobar el estado del cielo en compañía de Justet, volvieron a entrar de inmediato, seguía lloviendo pero con menor intensidad, los relámpagos y truenos ya casi solo eran un recuerdo y ahora retumbaban en la lejanía. Me levanté y fui a por las bicicletas, éstas al quedarse a la intemperie, habían soportado todo el chaparrón, las aproximé al abrigo del tejadillo, en un rincón de donde nos refugiamos encontré varios trapos tirados que utilicé para secarlas. Una hora y media después de haberse marchado aquel enigmático individuo, oímos un rumor de voces no demasiado lejos de donde nos hallábamos, nos asomamos los cuatro algo intrigados e inquietos. Desde la carretera venían caminando por el sendero que llevaba hasta la iglesia, dos guardias civiles enfundados con sendos capotes verdes, que solían utilizar para protegerse en los días de lluvia y en invierno del frío.

Se acercaron hasta el pajar donde estábamos, ambos llevaban el subfusil en posición de poder ser utilizado. El que parecía ser el que mandaba se dirigió a nosotros:-Buenas tardes muchachos, ¿lleváis mucho tiempo por aquí? -. Nos miramos los cuatro algo desconcertados, ya que no sabíamos a que venía la pregunta. Era la primera vez en mi vida que un guardia civil se dirigía a mi, los había visto en muchas ocasiones pasear por el pueblo y en el monte yendo de excursión con mi padre y los compañeros, a lo sumo nos habíamos intercambiado un lacónico saludo de cortesía de “buenas tardes” o de “buenos días”. Laura tenía aún ojos de asustada y Maite rodeaba con sus brazos mi cintura a modo de solícita protección. Justet se acercó a la “pareja”, que era como se les solía denominar a la guardia civil que patrullaba por los montes, para decirles: -si, llevamos casi tres horas en el pajar para guarecernos de la tormenta-.

44 -¿Habéis visto a alguien o algún desconocido durante éste tiempo?-, preguntó de nuevo el mismo guardia. Ahora si que la pregunta nos dejó todavía más sorprendidos. -Pues si señor-, respondimos, -mientras nos guarecíamos de la tormenta y el viento dentro del pajar, vino un hombre también a guarecerse-. -¿Cómo era este hombre muchacho, podrías describirle?-, preguntó el otro agente que lucía un abundante bigote negro que le caía por ambas comisuras de los labios. -Alto más o menos como yo, iba bastante mal vestido y con barba sin afeitar de varios días, el pelo lo llevaba largo y alborotado, y desde luego no olía demasiado bien. -¿Iba armado?-. -Llevaba una escopeta de caza, o eso me pareció, de esas que llevan dos cañones uno al lado del otro, y una canana de cazador llena de cartuchos-. -¿En algún momento os habló u os amenazó?-. -Solo nos pidió si teníamos algo de comer, le dimos un bocadillo que llevaba yo en el zurrón, ni tan siquiera nos dio las gracias. Se lo comió en un santiamén, recargó la escopeta delante nuestro, cosa que nos alarmó, y a continuación sin tan siquiera despedirse, se marchó tal y como había llegado-. -No os podéis imaginar la suerte que habéis tenido, éste hombre es un asesino, un “maqui”, un terrorista que se dedica a asaltar cuarteles y matar guardia civiles. Éste fulano está en búsqueda y captura por que hace unos meses mató a tres de nuestros compañeros en el cuartel de Berga-. No salíamos de nuestro estupor. La tormenta se había alejado y el sol volvía a iluminar el paisaje, de los tejados de las casas iban escurriéndose los restos de la lluvia caída. -¿Cuánto tiempo hace que se marchó el individuo?- preguntó uno de los guardias.

-Casi una media hora-, dijo Maite que ya estaba reponiéndose del susto pasado-. -Se marchó por aquel sendero de allá abajo-, dijo Justet señalando el lugar por donde se había ido el “maqui”. -Es sin duda el individuo que perseguimos desde hace algunos días, vamos ¡allá!-, dijo uno de los guardias al otro. Sin tan siquiera despedirse de nosotros se marcharon siguiendo el camino señalado por nuestro compañero. Nos quedamos los cuatro todavía un buen rato sentados en el interior del pajar comentando la aventura vivida que jamás hubiésemos imaginado. Maite y Laura estaban ya algo más tranquilas. -Lo ocurrido hoy, no pasa ni en las mejores películas de misterio-, ironizó Laura. Maite conservaba todavía sus temores. –Oye, ¿no pensáis que a lo mejor este individuo regresa y nos hace daño?-.

45 -Pues quizás lleves razón, no había caído en ello-, dije. -Creo que lo más prudente sería coger las bicicletas y regresar a nuestras casas- añadió Justet. Pusimos manos a la obra, la reflexión de nuestra compañera nos pareció a todos muy sensata. Había dejado de llover y la temperatura ambiente había bajado algunos grados, cosa que nos favorecía para no tener que sufrir la canícula del viaje de regreso. Enfilamos la carretera asfaltada por la que vinimos e iniciamos un suave pedaleo. Unos minutos después Maite nos hizo una señal con la mano para que nos detuviéramos, lo hicimos arrimándonos a un lado de la cuneta, puso el dedo índice sobre la boca indicando silencio. -Mirad allá arriba, a vuestra izquierda, junto aquella roca grande-, nos dijo. –Hacedlo con algo de disimulo-. Miramos en la dirección que nos había dicho, pero no vimos nada de particular. -No veo nada polvorilla-, la dije. -Me ha parecido ver una persona que se ocultaba tras ella, y diría más, creo que era aquel individuo que estuvo con nosotros en el pajar y que anda buscando la guardia civil-. –Seguid mirando-. Nos quedamos los cuatro mirando en aquella dirección, al poco tiempo, unos gruesos matorrales que habían junto a la roca se movieron. -¿Habéis visto ahora?-, dijo Maite. -Si-, dijo Laura, -he visto como se movían aquellos matorrales, pero esto no significa que pueda haber una persona allí, puede haber sido algún animal que lo haya hecho mover, un jabalí por ejemplo-. -Maite puede que estés todavía sugestionada por lo que nos dijeron los guardias y ello quizás te haga ver al individuo en todas partes-, añadí. -No, no Guillermo, juraría que se trata de aquel hombre-, se defendió ella. Ahora si pudimos verle, un individuo salía de detrás de la peña encorvado e iniciaba la escalada a unas rocas más altas que estaban justo detrás de la primera. A pesar de la distancia, estábamos seguros de que se trataba del mismo individuo, dejamos las bicicletas en un lado de la cuneta y nos sentamos los cuatro en el borde la misma sin perder de vista al sujeto que seguía escalando la pared rocosa. Permanecimos en silencio intentando no llamar la atención del individuo. Cada vez estábamos más seguros de que era él, llevaba la escopeta colgada en diagonal sobre la espalda y el zurrón. Inconfundible. Escaló todavía unos quince metros más y, luego se desplazó a la izquierda, se coló en una enorme grieta algo camuflada por un arbusto. El sujeto apartó éstos y luego desapareció detrás de ellos. -Mira que casualidad, acabamos de descubrir su escondrijo-, les dije a mis compañeros.

46 Permanecimos todavía algún tiempo allí sentados y en silencio. Un poco más allá y por el fondo de la vaguada que teníamos frente a nosotros se acercaban los dos guardia civiles que poco antes nos habían interrogado. La verdad es que no sabíamos que hacer, si gritarles para llamar su atención o echar a correr a toda prisa. Optamos por seguir allí sentados para ver como se desenvolvían los acontecimientos. Los guardias avanzaban cautelosos y mirando en todas direcciones, parecía que intuyeran la proximidad del individuo. Permanecimos quietos y en silencio, casi ni respirábamos, éramos espectadores de excepción de la persecución de un terrorista. Los dos agentes pasaron de largo de donde se había refugiado el hombre, creo que no se apercibieron de nuestra presencia, siguieron por un sendero que les quedaba a la derecha, algunos minutos después dejamos de verles. No nos atrevimos a llamarles desde donde estábamos para advertirles del lugar en el que se hallaba escondido el fulano, hubiésemos puesto en sobre aviso a éste y desde donde se escondía podía vernos y hasta quizás dispararnos, no nos separaban más de doscientos metros de distancia. Permanecimos allí todavía unos minutos sentados, se habían perdido de vista los agentes de la ley, al final decidimos reemprender la marcha y al llegar al pueblo ir al cuartel de la guardia civil y denunciar el lugar del escondite. Al ir a coger las bicicletas, Justet nos dijo disimuladamente, -mirad, el individuo se está asomando de su escondrijo y mira hacia acá-. Nos dimos la vuelta y efectivamente el delincuente se había apercibido de que le estábamos mirando blandiendo su puño a título de amenaza. Me corrió un escalofrío indescriptible por mi espalda. -¡Vayámonos de aquí!- les dije a mis compañeros, -dejad de mirar en aquella dirección y regresemos-. Pedaleamos desaforadamente con el afán de alejarse cuanto antes del campo de visión de aquel sujeto y llegar al pueblo. Una hora después entrábamos en Folgueroles, sudorosos y moralmente maltrechos. Antes de despedirnos e irnos a nuestras respectivas casas, acordamos no contar nada a nadie y reunirnos después de cenar en el Casinet para ver la decisión a tomar al respecto. -Guillermo, si no os importa venid vosotros a por mi, la abuela no me dejaría salir sola después de cenar si no voy acompañada-, nos dijo Laura. -Vendremos, pasa cuidado, pero recuerda no contar nada de lo sucedido, luego entre todos veremos que hacer-, me regaló una de sus cautivadoras sonrisas y se marchó a su casa con ese elegante caminar que la distinguía. Maite se la quedó mirando y luego me miró a mí con una sonrisa de complicidad. -Guillermo-, me dijo Justet, -vendré a buscarte a las nueve-. -Entonces hasta luego-.

47 Maite poniéndose de puntillas puso sus manos sobre mis hombros y me dio un beso en la mejilla como despedida y se marchó. Era una muchacha deliciosa, sentía mucho afecto por ella, pero era muy distinto a lo que comenzaba a sentir por Laura. –Hasta luego- me dijo. -Llegué a casa que ya era casi la hora de la cena. Lluís y Mercé estaban en el corral ordeñando las vacas y recogiendo algún huevo, la Padrina, como siempre, estaba atareada en la cocina preparando la cena. Mis padres habían regresado a Barcelona y no les esperaba hasta el siguiente fin de semana. Durante la cena, estuve poco comunicativo, no dejaba de pensar en los acontecimientos vividos. Lluís notó que algo no iba bien. Guillermo, ¿qué ocurre que estás tan callado?, ¿te ha dado calabazas alguna moza?- me dijo. -Oh, nada de eso, estoy bastante cansado de la excursión que hemos hecho hoy- dije evasivamente. Lluís se interesó por la excursión, me dijo que era un lugar muy bonito y que tenía en Tavérnolas unos parientes que hacía algunos años que no veía. -Un día vamos a ir a verles, te gustarán. Iremos con el carro y el “macho”-. Le llamaba el “macho” a un viejo mulo grandote que estaba casi siempre en la cuadra acompañando a las dos vacas, le tenía mucho cariño y los fines de semana lo sacaba a pasear por el campo para que desentumeciera sus viejos huesos. Después de la cena y durante la sobremesa, le pregunté a Lluís si sabía lo qué era un “maquis”. Lluís me miró por unos segundos pensativo, creo que le daba vueltas a lo qué iba a responderme. -Verás Guillermo, le llaman “maquis” en Francia, a los hombres que por patriotismo y sin ser soldados, luchaban contra los alemanes que habían invadido su país, eran personas que vivían mayormente en el campo, aunque también los hubo en las ciudades. Su misión principal, era sabotear las instalaciones militares de los invasores y colaborar con el ejército aliado que desembarcó en ayuda de ellos, ¿por qué me lo preguntas? ¿acaso has visto alguno de ellos?- me instó sonriendo. Ante la pregunta, un poco más y doy un salto. Parecía como si estuviera al corriente del suceso. -No, no- dije algo nervioso, -lo leí en una revista y me quedó la palabra, pensaba que no fuera un asesino o un bandido-. -Yo no diría necesariamente eso, hay de todo, pero en general son patriotas que luchan por lo que ellos creen una causa justa-. -Y ¿en España hay maquis?- pregunté haciéndome como aquel que no le da importancia al tema. -Si, los hubo durante y después de nuestra guerra civil, dicen que todavía quedan algunos refugiados en los montes, son gente que nos se han sabido adaptar a la nueva

48 corriente política- dijo, -en nuestra post guerra luchaban contra los soldados de Franco y la guardia civil-. -Ah-. Dije como cayéndome de una nube. –Si tu te encontrases con alguno, ¿qué harías?. -Nada, haría como si no le hubiese visto, no quisiera tener problemas con ellos y menos con la Guardia Civil-. -Mercé, ¿qué hora es?-, pregunté para desviar el contexto de la conversación. -Casi las nueve y media-. -Ah, con vuestro permiso me voy, me esperan Justet y mis amigas, disculpadme-, dije mientras me levantaba de la mesa.

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CAPÍTULO VIº

Los amigos de Barcelona.

Recibí una postal de mis dos amigos compañeros de estudios y vecinos, Edu y Beppo, en ella me hablaban de la nueva piscina municipal que se había inaugurado recientemente en el distrito de la ciudad donde nosotros vivíamos, también de sus nuevas amistades femeninas, etc. lo habitual entre gente de nuestra edad en vacaciones. Se interesaban también por mis dos nuevas amigas que en mi anterior les había hecho mención. Me entraron ganas de verles, con ellos compartía mil secretos y aventuras cotidianas, uno de ellos, Edu, además de vecino, era también compañero de colegio desde que teníamos cuatro años, con el otro, Beppo, desde los seis. Aquel sábado llegaban mis padres en el tren de las nueve y media de la mañana, Maite y yo fuimos en bicicleta hasta Vic para recibirles en la estación. Salimos a las siete de la mañana, aquella hora del día todavía se notaba algo el frescor caído durante la noche, pero pedaleando casi no nos dábamos cuenta. Arribamos a la estación mucho antes de que el tren que traía a mis padres llegara, quedaba todavía casi algo más de una hora. Maite y yo fuimos a darnos una vuelta por la bonita capital de la comarca. Me llevó a ver el Instituto donde ella cursaba sus estudios y la fonda en la que almorzaba todos los medio días; “Cal U”, la más antigua de la ciudad, según me dijo, luego visitamos el templo romano que se halla a pocos pasos del ayuntamiento y de la Plaza Mayor, mi compañera se conocía la Villa al dedillo. Los lugares que visitamos nos absorbieron el tiempo sin darnos cuenta, hasta el punto de que a la estación al mismo tiempo que el tren. Con Maite habíamos dejado nuestras bicicletas muy cerca del andén. Mi madre se asomó por una de las ventanillas, de hecho aquellas horas el tren no iba demasiado lleno, a pesar de ser sábado y día de mercado. Les acompañamos un rato mientras aguardaban a que llegara el destartalado autobús que les iba a llevar hasta el pueblo. Les manifesté a mis padres los deseos de regresar por unos días a Barcelona para ver a mis amigos. Maite al oírlo dijo : -Guillermo que suerte tienes de poder ver Barcelona, yo no he podido ir nunca a visitarla, cuanto me gustaría algún día poder hacerlo-. Mi madre oyó el deseo que Maite había manifestado, creo que se apenó de ella, la vio tan sincera que la dijo : -Maite, ¿por que no les dices a tus padres que te dejen venir con nosotros a Barcelona?, podrías dormir en la habitación de nuestra hija, la tenemos pasando unos días con unos parientes en Valencia, y así tendrías la oportunidad de conocer la ciudad, Guillermo podría hacerte de cicerone-. Maite enloqueció de alegría al oír la invitación que mi progenitora acababa de hacerle. Se giró y mirándome dijo: -Guillermo prométeme que me ayudarás a convencer a mis padres para que me dejen que vaya-. -Prometo ayudarte Maite, pero todo dependerá de tus padres-, si por lo que fuera no te dejasen ir, has de prometerme que no te vas a enfadar ni sentirte defraudada.

50 -Te prometo no enfadarme, pero pon toda tu sabiduría para convencerles, seguro que van hacerte más caso a ti que si se lo pido yo-. Mientras mis padres esperaban el autobús que debía llevarles a Folgueroles, Maite y yo les precedimos con las bicis, les dije que nos veríamos en el pueblo. -¡Andad con mucho cuidado por la carretera!-, nos dijo mi padre. Estaba todavía con la mentalidad del tráfico de vehículos y los peligros de la gran ciudad. Casi no tuvimos tiempo de oír sus últimas palabras, ya estábamos sobre las bicicletas pedaleando para cruzar la ciudad en busca de la salida a Folgueroles. Una vez en la carretera que nos llevaba al destino, Maite pedaleaba delante de mi con todas sus fuerzas, estaba ansiosa de poder llegar cuanto antes a su casa y contarles a sus padres la invitación que le habían hecho los míos. Al pasar por Calldetenes la animé a pedalear con más fuerza. -Ya falta poco, ánimo-, la dije. Por el camino nos cruzamos con un carro tirado por dos hermosos caballos percherones cargado de leña, procedía de la limpieza que se efectuaba anualmente a los bosques por los naturales de la zona, parte de ella sería convertida en carbón vegetal o troceada para ser utilizada en los hogares de las casas en invierno. Una media hora después divisábamos las primeras casas del pueblo, enfilamos la calle Mayor, hasta llegar a la plazoleta donde los padres de mi compañera tenían el colmado. -¡¡Mamá, Papá!!- entró gritando en el colmado como un ciclón, en aquel momento se encontraba con varias de personas comprando, Maite estaba sudorosa y las mejillas hechas un arrebol por la enérgica pedaleada del camino, se le habían desprendido algunos cabellos de su cola de caballo, cayéndole por sendos lados de la frente formando unos pequeños tirabuzones muy rubios y naturales que le daban un aspecto todavía más aniñado y muy femenino. Pensé por mis adentros; “es una muchacha adorable”. -¿Qué ocurre hija que vienes tan alterada?-, le preguntó su madre, mientras todas las clientas se quedaban mirándola con aire de benevolencia y simpatía, pues Maite era una muchacha que despertaba ternura a todos cuanto la conocían, por su aniñada simpatía e inocente belleza. -¡¡ Que te lo diga Guillermo, que te lo diga!!-. -Hola Guillermo-, me saludó su madre al verme entrar al establecimiento. -Hola señora Martí, buenos días, ¿podría hablar con usted un instante?-, la dije mientras sorteaba algunas cajas que contenían fruta y rodeaba el mostrador. Me situé a un extremo de él, justo al lado de las balanzas de pesar, allí quedaba algo más de espacio. La madre de Maite se me acercó sonriendo, era una mujer bastante alta, también rubia como su hija, poseía la misma cualidad de tener una sonrisa noble y cautivadora, que acompañaba con unos ojos de gran viveza. Me conocía desde hacía muchos años, más de diez posiblemente, por mi madres sabía que me tenía en gran estima, no sería de extrañar que ambas algún día hubiesen

51 planeado de que Maite y yo pudiéramos formar pareja en el futuro. Yo mismo había observado en la mía que le concedía un trato de mayor distinción que a los demás amigos que frecuentaban nuestra casa. En la época, éstos “proyectos” entre madres, solían ser frecuentes. -¿Qué quieres decirme Guillermo?-, me dijo pasándome la mano cariñosamente por una de mis mejillas haciendo que me ruborizara un poco. -Verá señora Martí-, dije con voz algo cauta para no ser oído por los clientes de la tienda, que bastante que miraban para ver “qué cazaban” de la conversación para luego ir a contarlo por el pueblo. Pillé a dos que se estaban dándose codazos y se miraban entre sí en señal de complicidad.

-Verá-, seguí, tras lanzar una mirada de fuego a las de los codazos-, -mañana por la tarde, me voy a ir con mis padres a Barcelona, tengo algunas cosas que hacer allí. Mi madre ha oído un comentario de Maite respecto a que no conocía la ciudad y la ha invitado a venir con nosotros a nuestra casa, y pasar unos días allí, naturalmente si ustedes no tienen inconveniente-. -Verás hijo, agradecemos mucho la amable invitación de tus padres, pero en modo alguno quisiéramos que ello fuera una molestia para ellos. No nos lo perdonaríamos. De otra parte se que sería una ocasión única para que Maite pudiese ver y conocer Barcelona-, dijo. -En absoluto debe preocuparle a usted éste aspecto, Maite ya es mayor y colaborará con mi madre en algunas tareas de la casa, le daremos la habitación de mi hermana, ella está con unos parientes todo el mes, también será un modo de que mi madre no la eche tanto de menos, habrá una niña en la casa-, finalicé regalándole la más simpática de mis sonrisas. Maite se había quedado en una esquina de la tienda y tenía los dedos índice y corazón de ambas manos cruzados. -Guillermo, nosotros lamentablemente no podemos dar todos los caprichos que nuestros hijos desean, mi esposo y yo lo vamos a comentar y luego más tarde te vamos a dar una respuesta, ¿te parece?-. -Me encogí de hombros y puse cara de decepcionado, mi gesto surtió el efecto deseado, la señora Martí se me acercó poniendo sus labios junto a mi oreja y me dijo casi susurrando, “no debéis preocuparos, creo que podré “convencer” a mi esposo -. Le di un beso a la mejilla y le guiñe un ojo, a modo de complicidad. Cogí a Maite de la mano y la saqué de la tienda, diciéndole –anda vamos a buscar las bicicletas y a Justet, nos vamos a dar un paseo, pero antes pasaremos por mi casa, voy a terminar este asunto poniéndole algo de “grasa” en las ruedas. Tú te vas ha venir con nosotros a Barcelona, te lo dice Guillermo, he leído en tus ojos la ilusión que tienes por ver la ciudad y pondré todo mi empeño en ello-. En casa, mis padres estaban todavía deshaciendo la maleta , la Padrina al vernos entrar juntos, soltó, acompañando su afable sonrisa: - Mira que buena pareja hacen estos dos, vamos a ver si algún día todavía puedo ir a vuestra boda-.

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-Padrina, no haga bromas de este estilo, ya sabe que no me agradan-, la dije abrazándola y levantándola casi un palmo del suelo. -¡¡Suéltame, Guillermo, déjame en el suelo, que me mareo!!- me dijo. -Prométame que no me hará más bromas del estilo-, la dije riéndome a carcajadas sin todavía soltarla. -Te lo prometo, pero suéltame-. La bajé, pero tuve la precaución de dejarla suavemente sentada en una de las sillas de la cocina, no fuera a ser que se hubiese mareado de verdad y diera con sus carnes al suelo, la quería demasiado para permitir que se hiciera daño ésta mujer que tanto me quería y tantos desvelos me regalaba. Maite se reía sin disimulo alguno de la escena que estaba viviendo. Al jaleo organizado en la cocina acudió mi madre, picada por la curiosidad. -¿Qué ocurre, que estáis haciendo con tanta bulla?-. -Carmen, este muchacho tuyo es un diablo, me ha llevado en volandas y me he mareado-, dijo la Padrina. -Mi madre se puso algo seria : -Hijo, ten mucho cuidado lo que haces a la Padrina, piensa que es una persona mayor y sus huesos comienzan ya a estar débiles-. -Carme, no le riñas, ya quisiera esta muchacha que tu hijo la abrazara como ha hecho conmigo-. Dijo riéndose al tiempo que miraba a Maite. -Ve usted Padrina, hace unos instantes me ha prometido que no volvería gastarme bromas de ésta índole, ha roto la promesa hecha hace un momento, un abogado le diría que ha cometido perjurio-, la dije riendo. -Hijo, las personas de mi edad, tenemos licencia para romper cuantas promesas podamos hacer, estamos ya a la vuelta de la vida-, me respondió acompañando una sonrisa no exenta de una sombra de cierta amargura. Me di la vuelta y me dirigí a mi madre que se había quedado detrás mío junto a Maite, que ahora ya había dejado de reír. –Mamá, me sentiré muy feliz de poder mostrarle Barcelona a Maite-. -¿Pero hijo no me has oído lo que dije en la estación?, Maite está invitada, con el permiso de sus padres naturalmente-. -De eso se trata precisamente, de que sus padres no le nieguen éste regalo. Te pido que te acerques por el colmado a comprar cualquier cosa que podáis necesitar en casa y, con la ocasión hables con la señora Martí haciéndole hincapié para que la de permiso para venirse con nosotros, tú ya sabes-. -Maite-, dijo mi madre mirándola. –Por poco que pueda convenceré a tus padres, no debes preocuparte, sé como hacerlo-. Maite se acercó a ella y la dio un abrazo acompañado de un sonoro beso. Luego fuimos a por los bañadores y a por Justet y con el resto de la pandilla al río. Al pasar por la casa Soladrigas, paré y llamé a la campanilla.

53 Salió el jardinero hasta la verja. –¿Está Laura?- pregunté. -Pase señorito, está detrás, en la terraza dando clase-. Deje la bicicleta apoyada en la verja y rodeé la casa hasta llegar al lugar. Estaban la profesora y mi amiga dando la clase de solfeo. -Buenos días, ¿interrumpo algo?-. -Estamos acabando ya la clase-, dijo Laura con una deliciosa sonrisa. -He venido a buscarte por si quieres venir con la cuadrilla a bañarte al río-. -No se, preguntaré a la abuela para ver si tiene inconveniente y me deja-. -¿Dónde está este río?-, preguntó la señorita profesora. -Aquí atrás muy cerquita, a penas unos quinientos metros del muro de la casa-. -¿Os importaría que viniera con vosotros, me apetece bañarme en el río, no lo he hecho nunca-, dijo para sorpresa mía. -Por mi no hay inconveniente alguno, puede venir si lo desea, dentro de un par de horas el sol caerá de justicia-, dije mirando al mismo tiempo a Laura para ver si ponía algún reparo al respecto. -Voy a ponerme el bañador y regreso de inmediato-, dijo la profesora echando a correr como si se tratara de una muchacha de nuestra misma edad. Laura se quedó mirándome algo sorprendida por la inesperada reacción juvenil de Amalia. Pensándolo bien, era una mujer joven, de unos treinta años, en un pueblo sin diversiones, aprovechó la oportunidad de pasar unas horas con gente joven y divertida, a pesar de que quizás a algunos nos doblaba en edad. Apareció la señora Soladrigas por la terraza, Eulalia le había dispuesto el desayuno. –Buenos días- nos dijo. Iba vestida como siempre de negro, a excepción de una delicada toquilla de lana, de color blanco, que hacía juego con el color de su pelo, y que llevaba echada sobre los hombros. -Buenos días señora-, la dije yendo a darle la mano para saludarla. -¿Qué tal se encuentra usted hoy?-, la dije en tono respetuoso. Yo había intuido que le encantaba este ceremonial social. -Bien gracias Guillermo, esta noche he descansado muy bien, la tormenta de ayer hizo que refrescara el ambiente, el calor de las noches pasadas hacía que me despertara, y no me era posible descansar. -Abuela-, interrumpió Laura, -Guillermo ha venido a buscarme para ver si me dejas ir a bañarme al río con el grupo de sus amigos-. -¿Me dejas?-. -No hay inconveniente alguno, pero deberás estar aquí para la hora del almuerzo-. –Por cierto ¿has acabado con la clase de solfeo?-.

54 -Si abuela- le dio un cariñoso beso acompañado de un abrazo, sentí deseos de que aquel beso y abrazo fueran para mi, Laura me atraía enormemente, cada vez más, -por cierto va a venir con nosotros la señorita Amalia, ha ido a ponerse el bañador, al igual que yo la apetece también la aventura del río-. -Me parece muy bien que Amalia venga con vosotros, también necesita distraerse-. Laura se marchó también a ponerse su bañador, nos quedamos la señora y yo solos en la terraza, ella desayunando, yo me senté en una de las butaquitas de mimbre, sin saber de que hablar con ella. Se me ocurrió decirla que el domingo por la tarde me iba a Barcelona acompañando a mis padres. -Ah si, ¿dónde vives en Barcelona?-, preguntó. -En Sant Andreu-. -¿Por qué parte cae de la ciudad?, no he estado nunca allí-. -Está a la salida de la ciudad en dirección Girona-, la dije como referencia. –Antiguamente allá por 1870 era un pueblo agrícola y con algunas rudimentarias e incipientes industrias, a partir de esta fecha fue anexionado a Barcelona Capital como un barrio más, ahora es eminentemente fabril-. -¿Te gusta vivir allí?-.

-Oh si mucho, allí tengo mi círculo de amistades, mi colegio, mi familia, allí conozco a casi todo el mundo-. La dije lleno de entusiasmo y orgullo por mi barrio. La señora se sonrió, posiblemente por la vehemencia de mi entusiasta comentario. -¿Dónde viven ustedes?-, le pregunté con toda naturalidad. -En San Gervasio-, respondió mientras acababa de poner mantequilla en una de las tostadas. -¿Tiene muchos pisos el edificio donde viven?-, pregunté inocentemente. Se sonrió afablemente para decirme : -No tenemos pisos encima nuestro, vivimos en una casa con jardín alrededor, en la parte alta de San Gervasio. No me sentí nada herido por su comentario, yo estaba muy orgulloso de donde nací y vivía, contrariamente le respondí : -Me alegro mucho de que puedan vivir tan bien, pero por otra parte me apena que no puedan disfrutar del contacto frecuente de sus vecinos, yo si lo gozo a diario-. -Se me quedó mirando por unos momentos muy seria, como meditativa, se hicieron unos largos segundos, hasta que me dijo : -Sabes Guillermo, eres para mi un saco de sorpresas, no sé que pensar de ti, tienes unas salidas inesperadas, es la segunda vez que hablo contigo y por segunda vez me das una dosis de lección de la vida cotidiana que yo casi había olvidado-. -Ah pero ¿es que usted alguna vez ha estado en esta otra vida de la que yo le hablo y en la que vivo?-, la pregunté muy interesado e intrigado, mira por donde y sin

55 desearlo, estaba a punto de conocer un secreto de aquella familia tan respetada en el pueblo y tan desconocida al mismo tiempo. -Si hijo, si, la conocí, de eso hace años, muchos años-, dijo mirando al cielo como queriendo recordar algo muy remoto. –Nací en un pueblecito cercano a este, Gurb, en el seno de una familia tradicionalmente campesina, allí conocí a mi esposo que, en paz descanse, el y su familia venían a veranear al pueblo, tenían allí una bonita y señorial casa, nos enamoramos y nos casamos, tenía yo entonces dieciocho años, él veinticuatro, nos fuimos a vivir a la casa que sus padres nos regalaron en Barcelona, la que vivimos en la actualidad-, se le escapó una especie de sollozo y se le entrecortó la voz, la miré y vi que le resbalaban dos lágrimas por sus mejillas, dejó la tostada untada con mantequilla sobre el platillo de la mesa y sacó un pañuelo del bolsillo de la falda de su vestido. Me apené y me levanté para acercarme a ella, me puse en cuclillas a su lado y la di un beso en una de sus mejillas mientras le cogía una de sus manos temblorosas, me miró con los ojos enrojecidos y llorosos que desprendían amor. -Gracias hijo, gracias, tus palabras me han traído lejanos y tan bellos recuerdos que casi había olvidado, a pesar de que me veas llorar, me han hecho mucho bien, me gusta tu compañía, ven a verme siempre que quieras-, dijo pasándome la mano por encima del pelo de mi cabeza a modo de caricia. -Se lo prometo señora, tiene usted mi palabra, siempre que pueda vendré a verla-, le dije mientras me levantaba. Aparecieron Laura y la señorita Amalia, las dos radiantes como el día, Laura alegre pero sin perder, como siempre, la compostura, era una mujer distinguida por naturaleza, la profesora se había puesto un suéter blanco de manga corta y algo ajustado al cuerpo, con lo que hacía que resaltara más su busto, y una falda roja de mucho vuelo y zapatillas del mismo color de las que llamaban “sabrinas” o también “manoletinas”, por su similitud con el calzado que utilizaban los toreros. Laura se percibió de que su abuela había llorado recientemente, ésta tenía todavía los ojos algo enrojecidos y mantenía el pañuelito de encaje en la mano. -Abuela, ¿has llorado?, ¿qué te ocurre?, ¿te encuentras bien?-, preguntó mientras se agachaba a su a su lado y le cogía una de sus manos. -Nada, hija no ocurre nada que sea malo, todo lo contrario, solo que este muchacho-, dijo señalándome a mi, -en la conversación que manteníamos me ha dicho unas palabras que han hecho que volvieran a mi mente gratos y bellos recuerdos de mi juventud, era como si estuviera tocando el arpa y una de las cuerdas correspondiera a mi parte sentimental y su vibrar me trajo un alud de recuerdos-. Cogió el pañuelo para guardarlo de nuevo en el bolsillo mientras nos decía :. -¿Y que hacéis aquí parados?, andad ir a bañaros de una vez, os estáis perdiendo esta radiante mañana de verano, aprovechad y gozad de todas las que podáis-. La señorita Amalia cogió la bicicleta de Joaquín, éste se había ido a Barcelona a estudiar, le habían quedado un par de asignaturas pendientes para examinarse de ellas al final del verano y tenía un profesor particular todos los días que le daba clases de repaso de ambas.

56 En un santiamén llegamos al lugar del riachuelo donde habitualmente nos bañábamos, muy próximo al puentecillo románico, un remanso bastante ancho de aquel aprendiz de río, tendría como unos cuatro metros de una orilla a la otra y, algo más de un metro de profundidad, le solíamos llamar al lugar, la “piscina particular”. La bulliciosa cuadrilla había tomado posesión del lugar un rato antes que nosotros, estaban en plena efervescencia, no se de dónde habían sacado el tronco de un árbol cortado y lo habían puesto apoyado de una orilla a otra a modo de puente utilizándolo como si de un trampolín se tratara. A buen seguro que fue una idea de la polvorilla de Maite, que en aquel preciso momento estaba radiante con su bañador azul eléctrico a punto de saltar desde el improvisado trampolín al líquido elemento, al vernos nos saludó con la mano y se tiró haciendo lo que le llamábamos “la bomba”, salpicando a todos los que estaban alrededor de donde impactó su pequeño cuerpo. Todos se acercaron para saludarnos mientras nos rodeaban llenos de curiosidad, la presencia de Laura y la profesora, eran la gran novedad del día. -Hola Guillermo y compañía-, dijeron casi a coro. -Hola amigos, os presento a Laura y la señorita Amalia, su profesora de música, que hoy también nos acompañan en el baño, espero que sepáis estar a la altura que la ocasión merece-, dije advirtiéndoles así de que se abstuvieran de hacer cualquier broma pesada de las suyas. Maite se acercó recién salida del río chorreando todavía agua por los cuatro costados, saludó a las invitadas con un lacónico hola, vino a mi y me dio un beso en una mejilla, creo que quizás para fastidiar a Laura, y para acabar de rematar la acción, se dio la vuelta poniéndose de frente al grupo que nos rodeaba diciéndoles : -¿sabéis que la madre de Guillermo me ha invitado a pasar unos días en su casa de Barcelona?-. Lo dijo con un ligero tono de desparpajo y agarrada a mi cintura, como si yo fuera de su posesión. El desmadre, todos jaleaban la noticia. ¡¡ Anda Maite que suerte tienes de poder visitar la capital !! exclamaron algunos, otros me pedían con sorna que también les invitase a ellos. Por un momento miré a Laura, estaba seria y parecía algo sorprendida. -¡ bien amigos, ¿seguimos con el baño o qué? !, les dije. -¡¡ Al baño ¡!- gritó con todos sus pulmones Emilio. En el entretanto la señorita Amalia, se había desprovisto discretamente de sus vestimentas de calle para quedarse en bañador. Virgen Santa la que se organizó cuando la muchachada la vio con el atrevido dos piezas de baño de color rojo sangre que llevaba. Jamás ninguno de ellos había visto al natural lo que se le llamaba un bikini, solo habían oído hablar de el. A todo eso hay que decir que la señorita Amalia, tenía un cuerpo escultural, con lo que todavía resaltaba más su bañador. A los muchachos se les salían los ojos de las órbitas, todos querían nadar con ella, la acompañaron hasta que se subió al improvisado “trampolín” que habían puesto sobre el río, ella era sabedora del efecto que causaba en aquellos sencillos muchachos de pueblo y se dejó llevar. Laura reía de la situación y Maite a pesar de su alegría por el próximo viaje, estaba algo mohína, acababa de perder protagonismo. Me despojé del pantalón y la camisa para quedarme con el Meyba azul que llevaba puesto, Laura hizo lo propio.

57 Fue la primera ocasión que la veía en bañador, era tan elegante con ropa como sin ella, su bañador elástico amarillo pálido de la marca Jantzen, lo llevaba con tal prestancia y naturalidad que tal parecía que llevara puesto un vestido de Dior. Me la quedé mirando unos momentos embelesado, Maite lo notó, no se le escapaba detalle, me cogió de la mano y me arrastró hasta llegar a la orilla del río empujándome hasta hacerme caer dentro. Mientras, la muchachada jugueteaba con la señorita Amalia. Todos la atendían solícitos a cualquier requerimiento de ella, para aquellos sencillos muchachos, era como si estuvieran viviendo en aquel momento, en otro lugar, en otro mundo. Con seguridad que ninguno iba a dormir sosegadamente aquella noche, involuntariamente les había despertado la libido.

Maite se tiró de nuevo al agua, Laura se acercó a mi diciéndome con voz queda: -¿Es cierto que mañana te vas a Barcelona con Maite?-. -Y con mis padres-, puntualicé. -¿Cuántos días vas a estar fuera?- insistió utilizando el mismo tono suave. -Creo que una semana, voy para ver a mis amigos que me escribieron una postal y les daré una sorpresa, son amigos de toda la vida, te gustaría conocerles, son realmente simpáticos y divertidos-. -¿Y que ocurriría si coincidiera que yo estuviera estos días también en Barcelona?- dijo con cara inocente. Me dio un vuelco el corazón, ¿se estaría de algún modo insinuando?, -Pues te prometo que a mi personalmente me iba hacer muy feliz y, también a mis amigos, que saben apreciar la belleza-, respondí sin premeditar el requiebro, era la primera vez que manifestaba algo de mis sentimientos hacia ella, bajó lentamente sus grandes pestañas y volvió abrirlas para mirarme acompañando una sonrisa de agradecimiento por lo que acababa de decirle. De nuevo mi corazón volvió a galopar a toda velocidad. -Cuando regresemos del baño, se lo pediré a la abuela, no creo que vaya a poner ningún reparo. Estará Joaquín, mi hermano, en casa además del servicio-. -Preveo que lo vamos a pasar muy bien si ello sucede-.-Vayámonos al baño, nos están aguardando-, dije tirando de ella. Se dejó llevar…..

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CAPÍTULO VIIº

En la Gran Ciudad…. -Padrina, esta semana voy a echar de menos tus famosas tortillas de patatas y cebolla-, la dije mientras la abrazaba y besaba para despedirme de ella, estaba eufórico. -Ay Guillermo, no se que voy hacer sin tener con quien meterme- dijo. -Guillermo ¿has hecho tu maleta?-, preguntó mi madre. -No mamá pero la hago en un santiamén, tengo pocas cosas que meter-. Mi padre acababa de bajar con la de ellos. –Anda hijo haz la tuya y baja enseguida, de un momento a otro llegará el autobús que nos lleva a la estación, ve a buscar a Maite, no vaya a ser que se quede en tierra, ya sabes que las mujeres tienen por hábito llegar tarde a las citas-, dijo socarronamente. Cogí la bicicleta y fui a por ella, -¡Maiteee!- grité desde la puerta del colmado. Se asomó por la ventana de su habitación –Ya voy Guillermo, de todos modos el autobús para en la puerta de nuestra casa, ve tu a buscar a tus padres y acercaros-. De nuevo cogí la bici y regresé a casa, hice mi reducida maleta y la puse junto a la de mis padres. -Pues vamos allá- dijo mi padre mientras se despedía de su gran amigo Lluís y su esposa Marcé, la Padrina se empeñó en acompañarnos hasta que cogiéramos el autobús. Lluís y mi padre se hicieron grandes amigos durante la guerra Civil, siendo ellos soldados, y compañeros de cuerpo, compartieron muchas situaciones harto difíciles que sobrellevaron con gran entereza, este cúmulo de peligros y dificultades hizo que su compañerismo y amistad se acrisolara para siempre. Cargados con las maletas llegamos a la plaza mayor, la Padrina estaba hablando con algunas vecinas y amigas del pueblo. Maite estaba ya en la puerta con una pequeña maleta de cuero bastante ajadita acompañada de su madre, era el momento de las despedidas. Llegó corriendo Laura, venía a decirnos adiós, jadeaba por la carrera que había echado desde su casa. También Emili y Justet se unieron al cortejo para decirnos adiós, no sin cierto aire de tristeza. -Adiós Guillermo, adiós Maite, nos dijo Laura, dándole un abrazo a ésta última y que ésta aceptó de buen grado. Laura al darme la mano dejó en ella un papelito escrito, lo puse en el bolsillo de mi pantalón, pensé leer su contenido luego, más tarde. Me llevé en mi intimidad la imagen de aquella bella muchacha con la mirada de unos ojos que parecían decirme : “llévame contigo”. Al poco rato llegó el viejo y desvencijado autobús que nos llevaría hasta la estación. Lentamente arrancó el añejo vehículo que a decir verdad no estaba para demasiados acelerones, nos llevó a todos hasta la estación en tiempo realmente breve, pero que a Maite le pareció un siglo, tal era el afán que la impelía a llegar cuanto antes a Barcelona.

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Al llegar a la estación mi padre dquirió los billetes y, en el entretanto aguardábamos el tren, nos invitó a tomar un refresco en la cantina. Maite estaba muy nerviosa, iba de un lado para otro, estaba a punto de realizar un sueño anhelado durante muchos años. La cogí de la mano para tranquilizarla. –Maite serénate, así nerviosa no vas a poder gozar de nada, conocerás Barcelona, te llevaré a pasear por los sitios más bonitos de la ciudad, te presentaré a todos mis amigos y amigas, iremos al cine, a bailar, pero todo esto deberás tomarlo con gran serenidad, por el contrario no podrás disfrutarlo-. -Oh, Guillermo, no me puedo creer que voy a ver todo lo que me estás diciendo-. Sus ojos hablaban, los tenía más centelleantes que nunca y sus mejillas estaban sonrosadas de maquillaje natural. Una hora y tres cuartos más tarde el tren paró en la estación de Sant Andreu, anduvimos unos diez minutos hasta llegar a nuestra casa, afortunadamente no estaba lejos de la estación. Maite rebosaba de entusiasmo, lo encontraba todo fantástico, bonito y grande. Al llegar a casa, mi madre le mostró la habitación que iba a ocupar, la de mi hermana Nini . Puso su ropa en el armario y se vino al jardín que teníamos en la parte posterior. Mi padre y yo nos habíamos sentado en unas hamacas debajo de una gran higuera que en verano producía una agradable sombra además de excelentes higos blancos. Con mi padre tenía una gran relación, en verano siempre nos sentábamos allí para charlar de nuestras cosas, Maite se sentó silenciosa junto a nosotros dos acompañándonos. Repentinamente me acordé del papelito que Laura me había dado y que había metido en el bolsillo. Lo desdoble para leerle, me ponía simplemente su número de teléfono de la casa de San Gervasio y añadía que el lunes al mediodía estaría en la ciudad. Cogí el teléfono y llamé a mis dos amigos, les avisé de mi llegada y añadí: -Ha venido conmigo un “bomboncito” que quita el hipo-. No tardaron más de veinte minutos en llegar, no vivían lejos de mi casa. -Hola Guille-, saludaron entrando al jardín, Edu a pesar del calor reinante, se había puesto corbata, cuidaba mucho su estética personal. Beppo (José), llevaba un “blue jeans” como le llamábamos en la gran Ciudad a los tejanos, y camisa blanca. Maite y yo nos levantamos para saludarles, ésta se quedó algo rezagada detrás mío, llevaba puestos los pantalones cortos y una blusa azul celeste que la favorecía mucho. Vi reflejado en la mirada de ambos el efecto que mi amiga les había causado. Inmejorable. Saludaron a mis padres pero no quitaban la vista a Maite. Se la estaban comiendo con los ojos. Propuse salir a dar un paseo e irnos a tomar algún refresco en la cafetería Colombia a la que habitualmente solíamos reunirnos con el resto de amigos y amigas de nuestro grupo. Maite se alegró mucho de mi proposición, - voy a cambiarme de ropa-, dijo. -Pero si así vas muy bien- le dijo Beppo mientras miraba socarronamente de reojo a Edu.

60 Le sugerí que fuera a cambiarse de ropas, si se presentaba en pantalón corto, los del grupo seguro que la iban a armar y las muchachas la recibirían de uñas, por competencia “desleal”. Regresó radiante, había soltado su rubia cabellera que recogió detrás de sus diminutas orejas, se había puesto algo de rimmel en las pestañas, sus centelleantes ojos azules acabaron de cautivar a todos. Mi padre, espectador de primera fila sonrió discretamente. Nos fuimos andando por la calle principal hasta llegar al lugar donde nos reuníamos habitualmente todos los amigos, por el camino, Beppo y Edu, con el afán de hacerse simpáticos con Maite, le iban explicando cosas de sus estudios, de las nuevas canciones de moda, y de lo que se suele hablar entre gente de nuestra misma edad.

En la cafetería Colombia , ocupamos la única mesa que quedaba libre en la terraza instalada en el bulevard del paseo de Fabra y Puig, la Rambla, como la llamábamos los del lugar, aquella hora del final de la tarde era un sitio muy concurrido, diría que de moda en la zona. Durante la conversación que manteníamos, a Edu no se le ocurrió otra cosa que decirme: -Oye Guille, y ¿para cuando nos presentarás el otro bombón anunciado?-. Maite al oír el comentario de mi amigo se quedó algo tensa, creo que adivinó de quien se trataba el “bombón”. -¿Se trata de Laura? Guillermo-, me preguntó. -Si, me dijo que ella debía venir a Barcelona el lunes y le gustaría que nos viéramos, la llamaré más tarde-, dije intentando quitar importancia al asunto. Vi que a Maite no le había hecho excesiva ilusión la noticia, se puso algo seria y tensa, pero le duró pocos minutos, comenzaron a llegar uniéndose a nosotros, el resto de amigos y amigas del nutrido grupo que formábamos. Maite al verse el centro de atención, se distrajo de todo lo demás, la notaba feliz y contenta como nunca la había visto, para ella todo era nuevo y agradable y sabía manejarse muy bien entre todos nosotros. La sencillez y espontaneidad natural que poseía, hacía que cayese bien entre casi todas las féminas del grupo, se estaba captando sin quererlo, el acogimientos de ellas, ellos sin embargo iban más lejos, además de sus cualidades morales, se sentían terriblemente atraídos por su belleza fresca, juvenil y serena. Todos se atropellaban en proposiciones de las más variadas; la invitaban al cine, a bailar, a la playa, y un sin fin de ofertas de lo más singulares. Yo no estaba dentro de la piel de Maite pero con toda seguridad en aquellos momentos se sentía una verdadera “prima donna”. Uno de los muchachos del grupo, Joan, hijo de la tintorería Pilar, propuso organizar un improvisado baile en el terrado de su cercana casa, sus padres con motivo de su cumpleaños acababan de regalarle un modernísimo tocadiscos portátil eléctrico, una novedad, los demás que poseíamos alguno eran accionados a cuerda, de “tracción sanguínea” como alguien del grupo los bautizó, -¡vamos allá!- dijimos casi todos a una. Algunos fueron a sus casas a por discos, era la primera etapa de los llamados microsurcos, funcionaban a 45 revoluciones por minuto, solían tener dos canciones por cara, y la reproducción de su contenido era de una calidad muy superior a los conocidos por discos de baquelita o también llamados vulgarmente, de “piedra”.

A Margarita Morera, una de las bellezas del grupo, le habían regalado por su cumpleaños el disco de moda del verano; “Diana” , “ Put your head on my shoulder”, etc. del cantante y compositor, Paul Anka, otro trajo el último disco ganador del

61 Festival de la Canción de San Remos, “Nel blu, di pinto di blu”, quizás más conocido como “Volare” del italiano Domenico Modugno, el Rock and Roll estaba en sus albores Chubi Checker y E. Presley como estandartes de la nueva tendencia musical americana que comenzaba apasionar a nuestra generación, sin olvidar a los clásicos Glenn Miller y Tommy Dorsey con su encantador: “You are my everding”, y María Teresa Vidal, la relaciones públicas del grupo, no podía ser menos, aportó lo más último: “Oh Happy Day” interpretado por la actriz Doris Day. Maite alucinaba con todo lo que le iba sucediendo a su alrededor, se hallaba transportada como por arte de magia, en medio de un ambiente juvenil de la gran ciudad que desconocía, luego más tarde me diría que vivíamos a una velocidad de vértigo, pero confesó que la entusiasmaba nuestro estilo de vivir. En pocos minutos se había montado nuestra improvisada fiesta en el terrado de Juan, otros habían aportado algunas botellas de refrescos de Cola acompañados de pequeños bocadillos de pan de molde, todavía no se les llamaba sandwitches. Comenzó a girar el plato del tocadiscos y el brazo oscilante con la finísima aguja de diamante inició su contacto con el microsurco de Modugno : “ Penso que un sogno cosi non ritorna mai piu…” comenzaba la canción. Maite estaba pasando verdaderos apuros para cumplir con todos los que le solicitaban bailar, deseaba complacer al alud de demandas hasta que propuse como solución que bailara una pieza con cada uno comenzando por el orden alfabético del apellido de los varones que pretendían bailar con ella, solución algo la salomónica pero eficaz y puso orden. Temía por la reacción del resto de las féminas ante tanto y poco disimulado desinterés para con ellas por parte de ellos, algunos ya estaban de alguna manera “aparejados”, quiero decir que salían juntos con cierta asiduidad, sin ser declaradamente novios, pero por sorpresa mía, Maite se había ganado la simpatía de todas ellas y no las molestaba lo más mínimo que fuera el centro de la reunión. Pasamos un par de horas sin darnos cuenta, hubo de todo, desde baile a bromas entre unos y otros y chascarrillos graciosos sobre la inocencia campesina e inexperiencia ciudadana de Maite. Desde el terrado de Juan, se divisaba a lo lejos el mar, el sol fue bajando poco a poco, cual globo deshinchándose que lentamente fuera perdiendo altitud, el cielo se tintó de un rosado intenso y el calor fue aliviándose perezosamente. Alrededor de las ocho y media, la madre de Juan nos avisó de que algunos padres habían llamado al teléfono para que nos recordara que era la hora de retirarse a casa para cenar. Maite no se hubiese marchado nunca de allí, se hallaba como en estado de éxtasis, era su primer encuentro con un grupo de chicos y chicas de su admirada Gran Ciudad, lo que siempre en sus sueños había anhelado que sucediera, rebosaba felicidad por todos sus poros. La tuve que coger de una mano y tirar de ella, mientras daba las gracias a las chicas por haber acogido con tanto cariño a mi amiga. –Estoy en deuda con vosotras-, les dije mientras nos íbamos. -Espera Guille, espera-, me dijo Edu, -falta el baile del farolillo-. Tuve que acceder, era tradicional en todas las fiestas privadas que alguno de los últimos bailes fuera éste. Edu se lo hizo venir bien para que le tocara bailar con Maite, tenía en su apellido una de las últimas letras del abecedario. Alguien puso en el fonógrafo la composición de G.Miller, “Serenata a la luz de la Luna”, los trombones de la orquesta le daban a la composición un aire romántico y al mismo tiempo melancólico, marcando un ritmo

62 muy lento para bailar. Edu sabía escoger. Se apagaron las luces y encendimos las velitas de los farolillos, acabada la pieza, a la pareja que le quedaba prendida la velita, tenía el derecho de darse un beso en plena oscuridad. Edu luchó a brazo partido para que no se le apagara su farolillo, pero creo que mi amiga no dejó que la besara donde el deseaba. Al llegar a casa llamé a Laura, no había llegado todavía, la sirvienta que atendió al teléfono me dijo que la esperaban al día siguiente. Le pedí que le dijera que la había llamado y le di mi teléfono. No tuve la precaución de pedirle el teléfono de la Gran Casa en Folgueroles. Durante la cena, Maite no descansó ni un momento de hablar, a mi madre le hacía mucha gracia oír con el entusiasmo con que se expresaba, contó todo los eventos de la tarde, de lo bien que había sido acogida, de lo simpático que era el grupo, hasta llegar al baile, -¿verdad que Edu es algo fresco?- me dijo con toda la naturalidad del mundo. -¿Porqué dices eso?- le pregunté, aunque yo ya intuía la respuesta. -Es que durante el baile del farolillo, me apretaba tanto contra él que casi me impedía respirar, y al final me quiso besar algo forzado-. Sonreí y le dije : -es que Edu es muy enamoradizo y algo osado, no se lo tengas en cuenta-. -Mira mañana vamos a ir en barco-, la dije para desviar la conversación. Se le abrieron los ojos como naranjas - ¿Cómo?- respondió. -Vamos a ir con el metro hasta la Plaza de Cataluña, luego bajaremos andando todas las Ramblas hasta el puerto y allí tomaremos billetes para montarnos en las golondrinas que van hasta el faro del rompeolas. Seguro que va a gustarte-. Con la cara iluminada me dijo : -Guillermo no podré olvidar mientras viva lo que haces por mi-. –¿Vas a decirles a tus amigos que nos acompañen?- me dijo con mirada picarona. -¿Quieres que les diga para que nos acompañen?-. -Si, si, son muy divertidos-, dijo con juvenil entusiasmo. -¿A pesar de los achuchones de Edu?-. -No tiene importancia, se defenderme de ellos, y no me disgustan del todo- dijo al fin sonriendo pícaramente, no se si era con la intención de comunicarme algo de celos. -Bien, por hoy ya es suficiente, todos a dormir-. Dijo mi madre cerrando la sesión. Maite nos dio a los tres un beso de buenas noches y se fue canturreando a su habitación. Supongo que aquella noche dormiría poco con motivo a la excitación experimentada por los acontecimientos de la jornada. A la mañana siguiente después de hacer mi tabla de ejercicios gimnásticos en el jardín, costumbre adquirida desde hacía algún tiempo y que me ayudaba a sentir más tonificados los músculos de mi cuerpo, entré en la cocina donde mi madre ya estaba

63 preparando los desayunos, mi padre hacía pocos minutos que se había marchado a los talleres donde trabajaba desde hacía muchos años. Fuera en el jardín el sol comenzaba a hacer notar su presencia, se preveía un clásico día del bochornoso verano barcelonés. Del fondo de la casa se podían oír los cánticos de mi amiga que estaba tomando una reconfortante ducha. Apareció por la cocina con el pelo todavía sin secar del todo, mi madre la conminó a que se lo secara, no fuera a ser que se constipara. Le dio un secador manual y saliendo a la galería que daba al jardín comenzó a secarlo, pidió mi colaboración, que hice muy gustoso, tenía un pelo abundante, muy bonito y recio. Después de desayunar, le dije a Maite que se pusiera aquel pantalón corto que tan bien le sentaba, iba a ser un día de fuerte calor, además de la caminata que nos íbamos a dar. Salió de su habitación con ellos puestos que acompañó con una camisa blanca escotadita. A decir verdad tenía unas piernas preciosas y muy femeninas, mi madre se la quedó mirando sonriente y le dijo: -Maite, los muchachos se te van a comer con la mirada, estás guapísima-. Alrededor de las nueve y media llamé a Laura al número que me había dado. Se puso ella al segundo timbre del teléfono. -Hola, dígame-. Otra vez aquella voz dulce y angelical. -Laura soy Guillermo, ¿cuando has llegado?-. -Ayer por la noche bastante tarde, no quise llamarte por que pensé que quizás estuvierais ya durmiendo-. La voz suave y reposada era una bendición oírla, no me hubiese cansado nunca de escucharla. De nuevo observé que se aceleraban mis pulsaciones. Pasó por mi lado Maite, que probablemente había oído parte de la conversación y adivinando que era Laura. Con gran desparpajo me quitó el teléfono de las manos y se puso hablar con ella: -Laura, vamos a ir en barco-, le dijo llena de entusiasmo. –Guillermo tiene unos amigos muy divertidos y, también muy guapos-, dijo socarronamente. Rescaté el auricular y me puse hablar con Laura. –vamos a ir al centro en metro, hasta la Plaza de Cataluña, para bajar por las Ramblas hasta el puerto y allí la intención es montar en las golondrinas, ¿te apetece venir con nosotros?-. -Si mucho, por eso he venido a Barcelona- dijo con cierto aire insinuativo, Laura era un ser sumamente femenino, tenía ese raro don que algunas pocas mujeres poseían, ser coquetas sin aparentarlo. Acordamos encontrarnos en la Plaza de Cataluña alrededor de una hora después, junto al reloj floral. -Adiós Guillermo-, me dijo antes de colgar en un tono de voz dulce y muy sensual. Colgué muy excitado, aquellas palabras y el tono empleado, me cautivaban, estaba ansioso de llegar al lugar de la cita y volver a verla, deseaba tener alas en los pies como el héroe Aquiles para volar a su encuentro.

64 Fuimos en busca de Beppo y Edu, que ya estaban dispuestos para el gran paseo. Éstos al ver a Maite y su atuendo se quedaron de una pieza, parecía que sus ojos no daban crédito a lo que veían, Beppo no pudo contener una exclamación jocosa a la vez que era un requiebro para ella. El metro aquellas horas no andaba demasiado lleno de pasajeros, en pocos minutos llegamos a nuestra estación. Salimos al exterior por la salida del lado Norte de la gran plaza de Cataluña. Yo había preparado a mis dos compañeros respecto a Laura, les advertí que era una “niña bien”, muy bien educada, elegante y equilibrada, en una palabra con “clase” y bajo ningún concepto admitiría bromas malintencionadas o pesadas. Les expliqué que sentía algo especial por ella. Asintieron muy serios. Brillaba un sol vertical esplendoroso acompañado de un cielo muy azul y limpio, las palomas revoloteaban por la plaza picoteando insectos y semillas que algunos peques les tiraban para atraerlas y poder tocarlas. Maite andaba hablando y preguntando a mis dos amigos por un sin fin de cosas que le eran desconocidas, que encantados y solícitos le explicaban, ésta se había situado entre ambos colgándose de los brazo. Luego me confesaron que no habían conocido jamás una muchacha tan alegre, simpática y natural, y que además estaba “muy buena”. Vi a Laura de pie junto al reloj tal y como habíamos acordado, el corazón de nuevo comenzó a palpitarme acelerado, sentía un bienestar indescriptible, no hacía más de veinticuatro horas que había estado con ella, allá en el pueblo, pero en todo ese tiempo mi subconsciente me pedía estar con ella. Comenzaba a experimentar algunos sentimientos que jamás, hasta ahora como adolescente había sentido, realmente estaba algo desconcertado. Ella también me había visto, nos acercamos el uno al otro hasta que quedarnos frente a frente y, sin darnos cuenta nos cogimos las manos mirándonos a los ojos un buen espacio de tiempo en silencio, descubrimos que ésta era otra manera de hablar. Fue Laura quien rompió el silencio, - hola, ¿cómo estás?-, dijo con aquel suave tono de voz tan característico en ella, que más parecía una sugerencia. -Hola-, no supe decir nada más, la seguí mirando a los ojos. -¡Parejita, despertad!- era la voz de Maite quien acababa de romper el encanto. Presenté a Laura a mis dos amigos, que dicho sea de paso no salían de su asombro, la serena belleza y estilo de aquella muchacha les impresionó, más de lo que yo había previsto. Beppo en un aparte, no pudiéndose contener me dijo : -Menuda suerte has tenido Guille-. Iniciamos la excursión por las Ramblas, que a mi entender, son el salón de estar de la ciudad. La espesa arboleda proyectaba una agradable sombra sobre el paseo central invitando a pasear bajo ella, contrastaba con el bullicio del ir y venir de la variopinta y cosmopolita gente que durante las veinticuatro horas del día llena este típico lugar de la milenaria urbe. Iniciamos la andadura por la Rambla de Canaletas dirección Sur, a nuestra derecha la famosa fuente de varios caños bautizada con el mismo nombre, de la que se dice que el forastero que bebe de ésta agua retornará a la ciudad.

65 En ambas orillas del bulevard central, habían sillas de madera plegables formando hilera en las que uno podía sentarse todo el tiempo que deseara por el módico pago de media peseta. Laura y yo caminábamos cogidos de la mano casi sin darnos cuenta de ello, solo en alguna ocasión nos mirábamos a los ojos. Nos precedían Maite y mis dos amigos que esporádicamente volvían las cabezas para comprobar si les seguíamos, en alguna ocasión les sorprendí sonriendo y dándose algunos codazos. Casi sin darnos cuenta llegamos a la Rambla de las Flores, en su intersección con la calle del Carmen y la iglesia de Belén, después de haber dejado atrás la cafetería Moka y los “Grandes Almacenes El Sepu” , algo más allá, el sector de la de Los Capuchinos o Rambla de Sant Joseph, con el bello y elegante palacio de la Virreina, quedaba éste algo retranqueado del resto de edificaciones colindantes, formado una pequeña plazoleta en su parte frontal. Por cierto que en uno de los lados de la misma, solían ocuparlos algunos personajes que por unos dineros se dedicaban a leer o escribir cartas o documentos a personas que carecían de estos conocimientos, algunos de ellos estaba provisto hasta de una pequeña mesita y una destartalada máquina de escribir Underwood. Continuando nuestro paseo, quedó a nuestra derecha el mercado de La Boquería, después la calle del Hospital y el Gran Teatro del Liceo cuya austera fachada encerraba en su interior una de las joyas más preciadas de la ciudad, que no la única. Al llegar frente a esa catedral de la música, nos detuvimos para descansar un poco, el sol seguía apretando de firme. Mientras observábamos su seria fachada, nos sentamos en la barandilla de cemento de una de las salidas de la estación del metro para descansar unos minutos, por fortuna la proximidad al mar hacía que una suave brisa hiciese algo más soportable el fuerte calor reinante, no eran más allá de las doce del medio día. Maite y Laura se sentaron juntas, hablaban de infinidad de cosas que a la primera se le ocurrían, Laura confesó no conocer demasiado esta parte de la ciudad, no había tenido casi nunca la ocasión para ello, nos dijo que siempre le habían dicho que era un lugar peligroso para las muchachas “decentes”, que por ello su abuela solo en una ocasión la llevó al Liceo para presenciar una ópera de Verdi, “Il trovatore”. Era lo único que conocía de las Ramblas. Cuando hablaba, sus sensuales y rosados labios se movían con tal gracia que invitaban a besarlos con ansiedad. No quise obsesionarme con ello. -¿Seguimos con nuestro paseo?-, les dije. Algunas prostitutas ya deambulaban por allí buscando algún tempranero cliente. Maite se me acercó para decirme : -Guillermo, Beppo me ha dicho que algunas de éstas mujeres tan estrafalariamente vestidas son prostitutas-, -¿es cierto o me está tomando el pelo?-. Laura también había oído la pregunta y dio un paso para acercarse algo más a mi. –Creo que si lo son, no soy demasiado entendido en ello pero por su vestimenta y actitud yo diría que si son-. Tenía a Laura tan cerca que podía oler el suave aroma de la colonia que usaba, me recordó mucho al olor que desprende la miel. –Señoritas-, las dije, -No las miréis con tanto descaro hacedlo con algo más de recato-. Súbitamente se nos acercó un individuo malcarado amenazándonos por estar mirando a una de aquellas mujeres de “mala vida”. -¡¿Qué queréis? niñatos de mierda, ¿no tenéis otra cosa que hacer que mirar a mi “mujer”?!- dijo con voz ronca y escandalosa.

66 Nos alejamos a toda prisa de allí. Estábamos llegando a la altura de la Plaza del Arco del Teatro, o Rambla de Santa Mónica. Al fondo se divisaba la gran columna de acero que soportaba al navegante Cristóbal Colón que con el índice de su brazo extendido señalaba la dirección donde se halla el continente americano, a nuestra izquierda quedaba el popular frontón que llevaba el mismo nombre que el insigne almirante, casi pegado al museo de figuras de cera. Aceleramos el paso y acabamos corriendo hasta llegar al pie de la gran columna. Después de adquiri los tickets de acceso, entramos dentro y subimos al ascensor cilíndrico que discurre por el interior de la columna hasta llegar a los mismísimos pies del Almirante de la mar Oceana, como le habían bautizado Los Reyes Católicos después de completar su primer viaje. Desde allá arriba gozábamos de unas vistas prodigiosas sobre el puerto, Maite alucinaba y Laura no le andaba a la zaga, habitualmente los residentes en la ciudad no solíamos subir a aquel lugar, más propio para los forasteros que nos visitaban. A nuestros pies en la Puerta de la Paz, se hallaban ancladas las golondrinas, embarcaciones de paseo para viajeros, que aguardaban bailando suavemente sobre las tranquilas aguas del muelle, a que fuéramos a por ellas, a poca distancia había amarrada en el mismo muelle, una buena reproducción de la carabela la “Santa María” construida en los astilleros de la Unión de Levante de Valencia. Al bajar en el ascensor, Laura apoyó su cabeza en mi hombro, de nuevo aquel cosquilleo y desasosiego apareció en mi interior. Edu y Beppo fueron testigos del detalle e iniciaron a canturrear suavemente una canción de moda del momento cuyo autor y cantante era Paul Anka; “Put your head on my shoulder…..” (Pon tu cabeza en mi hombro), Laura que sabía bastante inglés, al oír la canción y conocer su contenido, se sonrió dulcemente mirándome a los ojos, haciendo un mohín a mis amigos, Maite no había caído en ello y nos miraba a los cuatro como si de marcianos se tratase. Compramos los tickets y subimos a bordo de la primera golondrina que iba a salir en pocos minutos, no estaba demasiado llena, subimos a la cubierta segunda que estaba al aire libre. En pocos minutos sonó un par de veces la sirena para advertir a los rezagados que estaba para partir. El piloto puso los motores en marcha, todo tembló en la nave, Maite estaba muy bien atendida por mis dos amigos, ello no debía preocuparme demasiado por ella, lo hacían con sumo gusto y ella encantada, coqueteaba con ambos, era maestra en el arte de tratar a los muchachos, sabía conceder y quitar a su debido momento. Por el camino nuestra embarcación se cruzó con un transatlántico italiano que estaba entrando al puerto, el Lucania, un precioso y majestuoso barco que solo estaba al alcance de clases pudientes. Nuestra pequeña embarcación bailó lo suyo cuando las olas que el lujoso transatlántico de pasajeros generaba provocando el “baile” en nuestra pequeña embarcación, hasta el punto que no era posible permanecer de pie en cubierta, el movimiento nos obligó a sentarnos. Maite estaba feliz y con el vaivén ora se agarraba al cuello de Edu ora al de Beppo. En poco tiempo llegamos al final del trayecto, el rompeolas y su faro, ya eran casi las dos del mediodía y nuestros estómagos comenzaban a hacer acto de presencia, vimos un chiringuito que servían bocadillos y refrescos. Laura se empeñó en invitarnos a unos Frankfurt y bebidas de cola muy frías para todos.

67 Nos sentamos sobre los grandes bloque de cemento que como rompeolas protegían el puerto del embate de las fuerzas marinas contra el muro de contención, desde allí gozábamos de una agradable brisa marina y del un azul intenso de la masa marina que en el Zenit se confundía con el cielo, en poco rato de exposición al sol nuestros rostros, quedaron rojos como amapolas. A eso de las cuatro y media, Laura propuso irnos todos a su casa y organizar una merienda y baile. –Fantástico-, dijimos todos a la vez. Volvimos a tomar la golondrina de regreso y caminamos hasta llegar a la plaza de Cataluña, descendimos a la estación subterránea de La Avenida de la Luz, para tomar los ferrocarriles de Sarriá, un fuerte y agradable olor a vainilla inundaba una buena parte de las galerías. En un santiamén llegamos a la estación en la que debíamos apearnos: Nuñez de Arce. Dos calles más arriba se hallaba la casa en la que vivía la familia Soladrigas. Era una edificación suntuosa, rodeada de un bonito y bien cuidado jardín, clásica en el barrio de San Gervasio, en el que una gran parte de las construcciones eran de tipo unifamiliar con jardín, todas ellas pertenecientes a familias muy acomodadas o también llamadas burguesas. Laura sacó una llave del bolsillo del vestido y abrió la reja de acceso al jardín. Al llegar a la casa, una sirvienta nos abrió la puerta. -Hola señorita, ha regresado usted bastante pronto-. -Inés prepare algo para merendar y algunas bebidas refrescantes, por favor-. -Oíd chicos- dijo dirigiéndose a todos nosotros, -estamos desaparejados para bailar, voy a ver si encuentro en su casa una buena amiga francesa, compañera de estudios y la invito a que se una a nosotros-. -Dile que aquí estoy yo-, dijo Edu bromeando. -Se lo diré, te advierto que baila muy bien, en especial el cha-cha-chá francés y el Rock and Roll-. Edu se infló como un pavo, y dirigiéndose a Beppo le dijo en tono jocoso :-Vas a ver tu mi francés, chaval-. Laura regresó pronto de llamar por teléfono, -has sido afortunado Edu, estaba todavía en casa y no tenía que hacer, ahora mismo viene-. La casa estaba decorada con mueblas clásicos de talla, probablemente antiguos y piezas únicas, bastantes alfombras cubrían los suelos y algunos cuadros de firmas importantes en las paredes del salón, me llamó la atención uno de ellos, representaba un bello jardín Mediterráneo, me acerqué para verle con mayor detalle y pude percibir que la firma del autor era de Santiago Rusiñol. Inés en un periquete había preparado el encargo de Laura. Sonó el timbre y al poco oímos que desde la puerta alguien dijo : –Bon soir mes amis-. ¡Virgen Santa!, por el umbral de la puerta del salón cruzaba la francesita, era alta y desgarbada, la madre naturaleza no había sido demasiado generosa con ella, Laura se acercó para saludarla con dos besos, saludo este muy francés que también se puso de moda en nuestro país, hizo las presentaciones de cada uno de nosotros, al llegar a

68 nuestro “Casanova”, le dijo a Nicole, -éste es Edu, el amigo que te he comentado por teléfono, está deseoso de bailar contigo algún chachachá-. Beppo se marchó fuera, al jardín, incapaz de contener la risa al ver la cara que se le puso a Edu cuando vio a la francesita, que para más i.n.r.i. le afrancesó el nombre acentuando la ú final : Edú. Nicole resultó ser muy simpática y extrovertida, alguna cualidad debía tener, se defendía muy bien en castellano que lo adornaba con este acento tan propio de los franceses cuando hablan nuestro idioma, dándole un encanto especial. A decir verdad bailaba primorosamente y con gran desenfado. Era hija única, su padre pertenecía al cuerpo diplomático de la legación francesa y prestaba sus servicios en el consulado de su país en Barcelona. Beppo se hizo cargo del tocadiscos y de seleccionar la música, había infinidad de discos de los llamados microsurcos, de todo tipo de los estilos de la música del momento estaban representados, desde franceses, como Gilbert Becaud, americanos como Ralph Flanagan, Nat King Cole o italianos como Modugno, nada a objetar. Se inició el baile con el mambo “Patricia” de Pérez Prado. Caramba con Nicole, era un espectáculo verla bailar, se movía con tal gracia y estilo que daba gusto, Edu la seguía como podía, pero no era fácil, ella improvisaba constantemente los pasos y movimientos del baile, el resto dejamos de bailar para poder ver la gracia con que Nicole lo efectuaba, acabamos aplaudiéndola. Una hora después dimos unos mordiscos a los bocadillos que Inés había puesto en una bandeja sobre una mesita auxiliar del salón donde bailábamos, Maite había congeniado muy bien con Beppo, era muy divertido y ambos no dejaban de pasarlo muy en grande y a Edu le tocó arrastrar su propia cruz, con Nicole. Fuera comenzaba asomar el atardecer, la luz del día iba atenuándose paulatinamente invitando a la intimidad, Laura y yo nos acercamos al tocadiscos, sin decírnoslo nos apetecía bailar lento, entre los múltiples discos, hallamos uno que nos gustaba a ambos, Nat King Cole, el título de las primeras cuatro canciones que contenía era Ansiedad, cuya letra era cantada por éste en castellano. El disco comenzó a girar:… “Ansiedad de tenerte en mis brazos musitando palabras de amor..ansiedad de tener tus caricias y en silencio volverte a besar…·, acercamos nuestros cuerpos lentamente hasta que hubo contacto entre ambos, fue como si un gigantesco imán nos hubiese atraído a su campo magnético, rodee con mi brazo su frágil cintura, quedamos mirándonos a los ojos llenos de dulzura mientras nos balanceábamos suavemente, noté que Laura temblaba, sus manos estaban algo frías y ligeramente sudorosas, a pesar del calor reinante y yo me estremecí hasta el último de mis huesos. No sabía a ciencia cierta que me estaba ocurriendo, parecía que no pertenecía a éste planeta, tal parecía que mi cuerpo flotara, me quedé mirando la cara de Laura casi todo el tiempo que duró la canción que creíamos estar bailando y muy apropósito de nuestros sentimientos, olvidamos todo cuanto nos rodeaba, como si jamás hubiese existido. Al finalizar la melodía seguimos balanceándonos suavemente, los labios de Laura estaban ligeramente entreabiertos como invitando a que los besara, sentí un amoroso impulso y junté los míos con los suyos, no supimos cuanto tiempo se prolongó, era nuestro primer beso, acababa de crearse un nexo indestructible entre

69 los dos. Había finalizado la primera canción del disco y seguía la segunda que decía : “ Acércate más, y más, y más pero mucho más, y bésame así, así, así como besas tú…”, ambos nos sonreímos por que la letra coincidía perfectamente con el momento y la acción. El resto de mis amigos se quedaron mirándonos comprendían perfectamente lo que estaba sucediendo entre los dos. Eran casi las ocho de la tarde, llamé a mis padres para que no se alarmaran de nuestra tardanza. No me hubiese ido jamás de lugar dónde se hallaba mi “Dama de la Bicicleta” como yo la bauticé un día. Era tarde y debíamos regresar a casa, fue necesario volver a la realidad. Laura y la simpática Nicole, nos acompañaron hasta la boca de la estación de los ferrocarriles. Un -hasta mañana- y un suave beso fue la despedida entre ambos. Por el camino hubo comentarios de todo tipo, mis dos amigos bromeaban, -has caído en las redes de Cupido-, me dijo Beppo. Maite hasta entonces había permanecido en silencio, Edu la conminó a que dijera algo. Ésta pareció despertar y dirigiéndose a mi me dijo : -¿recuerdas Guillermo que un día te pregunté: ¿la quieres verdad?, y tu me respondiste : tanto como a ti-. Maite a pesar de su alegría, solía ser muy analítica. -Se adivinaba el final de ésta bonita historia. Guillermo soy muy feliz de verte enamorado, pero me atrevo a darte un consejo de buena amiga, valorad mucho en qué vais a meteros los dos, hay diferencia de clases amigo, no lo olvides nunca-. Maite se detuvo aquí, no quiso seguir desarrollando su idea, pero me dejó algo intrigado. Al llegar a casa, me faltó tiempo para coger el teléfono y llamar a Laura. Estuvimos más de una hora hablando de mil y una cosas y planes.

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CAPÍTULO VIIIº

El final del verano….

Los días pasados en Barcelona en la compañía de Laura y mis amigos significó para mi una de las mayores felicidades que un humano a mi edad podía experimentar. Laura y yo, aun sin decirlo de palabra, unimos nuestras almas y voluntades apasionadamente, todos mis pensamientos convergían en ella, cuando estábamos juntos, las caricias y besos eran constantes, eran los momentos que el hombre conocía a la mujer y ésta al hombre, tan natural como la vida misma. Paseábamos cogidos de la mano, compartíamos una gran afición a la lectura siendo éste otro motivo para poder estar juntos, ahora en el campo debajo de aquel gigantesco roble, al que venimos en llamarle “nuestro árbol”, o en la terraza de la Gran Casa, bajo la velada vigilancia de su abuela, siempre procurábamos permanecer uno cerca del otro, se iba larvando un amor que me atrevería a bautizar casi de platónico. Una de aquellas apacibles tardes estivales cuando el sol comienza a rendirse a la fatiga de la jornada y se va desvaneciendo lentamente, fui a por Laura con la intención de dar un paseo en bicicleta por los alrededores del pueblo, encontré a la señora Sala sentada bajo el toldillo de la mecedora que le habían puesto en la terraza de la parte posterior de la casa, fui a saludarla pero al acercarme a ella me pareció que tenía una extraña expresión en su rostro que no era la habitual, se diría que el rictus de su cara estaba algo tenso o ligeramente desfigurado , cosa que me alertó inconscientemente de que la sucedía algo anómalo, eché a correr hasta situarme a su lado: -buenas tardes señora Soladrigas, ¿se encuentra usted bien?-. No me respondió, simplemente giró los ojos en la dirección en que yo me hallaba quedándose mirando fijamente, ello me confirmó que algo no iba bien, le toqué una de sus manos y la encontré a mi entender algo fría, teniendo en cuenta que el calor ambiental que no bajaría de los 30º C. Eché a correr hacia el interior de la casa llamando a Laura, estaba en aquel momento en su habitación disponiéndose a bajar, se asomó por la barandilla del descansillo de la escalera : -¿Qué ocurre Guillermo?-, dijo. -¡Corre ven, baja enseguida, creo que a tu abuela la sucede algo!-. Laura bajó como una exhalación, se arrodilló junto a ella : -Abuelita, ¿te ocurre algo?-, le preguntó. Cogí mi bicicleta y corrí desaforadamente en busca del doctor, en su residencia no estaba, su esposa me dijo que había tenido que ausentarse para asistir un parto en una de las masías cercanas, me dijo en cual de ellas estaba, casualmente sabía de la que se trataba, volé hacia allá, no estaba a más de un kilómetro del pueblo. Al llegar pude ver “aparcado” en la puerta de la misma el ágil carrito negro con toldillo de hule y el caballo que el doctor utilizaba como medio de transporte. Justo en aquel mismo instante éste salía por la puerta acompañado del propietario, probablemente padre del recién nacido. -¡Doctor, doctor!-, grité. –¡ Venga en seguida a la casa Soladrigas ! -. Se acercó a mi : -¿Qué ocurre muchacho?-.

71 -La señora Soladrigas doctor, está sentada sin moverse, no habla o no puede hablar no responde a lo que se le diga, y tiene una mano bastante fría y el rostro ligeramente distorsionado-, le dije todo esto atropelladamente mientras él montaba en su carrito y yo en la bicicleta, aceleré al tope de mis fuerzas para regresar cuanto antes a la casa, el carrito del doctor era algo menos veloz. Cuando llegué, a la señora ya la habían acostado en la cama de su habitación en el piso de arriba, Laura se abrazó a mi sollozando, -¿cómo está la abuela?-, le pregunté. -Sigue igual-. -¿Has llamado a un ambulancia?-. -No, no sabía donde hacerlo-. -Bueno no te preocupes, he podido localizar al doctor, está viniendo para acá, no puede tardar-. En cinco minutos llegó el doctor. -Acompáñeme doctor, la señora está en sus aposentos, la hemos puesto el camisón y la tendimos en la cama-, le decía Laura mientras subían ambos por la amplia escalera que comunicaba con la planta superior. Me quedé abajo, en el salón, no creí que fuera oportuna ni necesaria mi presencia, me senté en una de las butacas cogí una revista que encontré en un mueble auxiliar cercano y me dispuse a leerla. Una media hora después bajó Laura acompañada de la sirvienta, llevaba un papel doblado en la mano. -Guillermo-, me dijo, -¿te importaría acercarte un momento a la farmacia para que te den estas inyecciones que necesita el doctor?-. Cogí la receta y volé a la única farmacia que el pueblo tenía. En pocos minutos regresé, Laura me hizo subir a los aposentos de la abuela, le entregamos la medicina al doctor y éste se dispuso a inyectarle la primera dosis. Nos recomendó dejáramos reposar a la señora, -de vez en cuanto alguien vaya a ver si necesita algo, pero lo principal es que repose-. No obstante Laura le dio instrucciones a Eulalia, la sirvienta, para que se quedara en la habitación al cuidado de la abuela. Nos bajamos todos al jardín, el doctor le explicó a Laura la dolencia de su abuela. –Ha tenido un principio de apoplejía, por decirlo a un nivel comprensible para ti, ahora ya ha sobrepasado la etapa más peligrosa, pero necesita absoluto reposo durante unos días para ver la evolución, puede que le quede alguna secuela de tipo físico que le impida caminar con cierta soltura y hasta quizás en el rostro pueda quedarle algún músculo paralizado y ello haga que cambie ligeramente su aspecto, pero en definitiva nada grave que deba preocuparnos por el momento por su vida. Vuestra rápida reacción ha sido providencial salvándola de posible y peores consecuencias, de ello podéis estar convencidos-. Mientras hablaba, el doctor iba escribiendo en una cuartilla las medicinas y sus dosificaciones, así como de un régimen alimenticio específico para su paciente. -Toma Laura, te he escrito el procedimiento de cuidados a seguir para tu abuela, de todas maneras vendré todos los días a visitarla y si observas cualquier anomalía, por poco importante que te pueda parecer, llámame por teléfono, vendré inmediatamente-.

72 Le acompañamos hasta la puerta del jardín. Laura volvió a abrazarse a mi mientras me decía : -Guillermo, le has salvado la vida a mi abuela, tu sabes cuanto la quiero y significa para mi-. -No sobrevalores lo que yo haya hecho, no tiene importancia alguna, lo hubiese hecho por cualquier persona que lo necesitara, ven acompáñame voy a ir a mi casa para cambiarme la camisa, ésta está empapada de sudor de la carrera que he hecho y me siento incómodo, así conocerás a mi madre y a la Padrina-. -Bien, voy a decirle a Eulalia que estaré un ratito fuera-. Cogimos las bicicletas y en un santiamén nos plantamos en la puerta de mi casa. -¡Mamá, Padrina!- dije gritando al entrar. Estaban ambas en la parte de atrás de la casa, acababan cuidar y regar sus flores. –Entra Laura, ven conmigo-, la dije mientras la cogía de la mano y casi la arrastraba haciendo que me siguiera. -¿Mamá, Padrina, no me oís?, llevo una hora llamando a las dos-, las dije exagerando. Ambas al ver a Laura se quedaron algo sorprendidas. No la conocían ni la habían visto nunca. Se acercaron despacio hasta donde ambos nos hallábamos. La Padrina llevaba en sus brazos un grueso ramo de rosas rojas recién cortadas del jardín que ambas cuidaban con gran esmero y cariño. Mi madre observó que yo llevaba cogida de la mano a mi compañera. -Mamá y Padrina, os quiero presentar a una buena amiga, se llama Laura, es de Barcelona como nosotros, pero su familia tiene casa en el pueblo, Laura ésta es mi madre y la señora que lleva este precioso ramo de rosas no es otra que la famosa Padrina, casi mi segunda madre-. Laura besó a ambas y se quedó con ellas mientras yo iba a darme una ducha y me mudaba de camisa. Cuando regresé abajo estaban las tres sentadas en la cocina charlando animadamente, me sentí feliz por ello. -Guillermo-, dijo la Padrina, -No sabía que esta señorita tan linda fuera la nieta de la señora Soladrigas, a la que conocemos de tantísimos años-.

-Nos ha dicho Laura que acabas de salvarle la vida a su abuela-, dijo mi madre. -Mamá, eso no es del todo cierto, Laura ha exagerado un poco, mi único mérito ha sido intuir que a su abuela le ocurría algo anormal y avisar al médico, el resto lo ha hecho el doctor Alfonso- -Hijo, tu siempre quitando importancia a lo que haces, no seas tan modesto Guillermo, valórate-. -Mamá, no debe preocuparte, si los demás lo ven así, mejor, pero no hago las cosas para que me alaben-, respondí.

73 Me acerqué al generoso ramo de rosas que la Padrina había puesto en agua en un jarrón de barro cocido en el centro de la larga mesa donde comíamos, saqué una de las rosas de tallo largo y se la entregué a Laura diciéndole : -Para ti Laura por que eres su principal competidora-. Laura se sonrojó bajando al mismo tiempo la mirada al suelo, la Padrina y mi madre se quedaron algo sorprendidas, no conocían esta faceta piropera de mi persona. -Bien, ya os habéis conocido, creo Laura que debiéramos regresar a tu casa, piensa que mientras no esté tu hermano y tu abuela siga en este estado, eres tu la responsable de la casa-. -Si, llevas razón, he tenido mucho gusto en conocerlas, vendré a visitarlas en otro momento y en otras circunstancias-, les dijo Laura al despedirse de ambas. -Ve con Dios hija y celebraremos que lo de tu abuela haya quedado solo en eso, un susto-, le dijo mi madre. Regresamos a la Gran Casa, todo seguía igual, subimos a la habitación de la señora Soladrigas, estaba apaciblemente dormida, efectuamos el relevo a Eulalia, ésta se fue a los quehaceres de la casa, su esposo el jardinero también se quedó acompañándonos, no querían dejar sola a la muchacha, no se si para reconfortarla o porque para protegerla de mi, tenía la sensación de que les había entrado algo atravesado. Laura llamó por teléfono a su hermano para informarle, éste le dijo que volvería al pueblo el día siguiente en el tren junto con la profesora de piano. Me quedé haciéndole compañía hasta casi las ocho de la tarde. -Vendré mañana tempranito para hacerte compañía, si ocurriese cualquier cosa, ya sabes ahora donde vivo, no dudes en avisarme-. Veinticuatro horas después, la abuela de Laura había sufrido una notable mejoría, iniciaba una lenta recuperación de sus mermadas condiciones físicas. Laura estuvo todo el tiempo junto a su abuela, no la dejó ni un solo minuto. Joaquín, que todavía seguía en Barcelona, llamó para ponerse al corriente del estado de la abuela. Laura le encontró raro en su manera de expresarse, le preguntó que cuando pensaba regresar : -Yo no puedo hacer nada por la abuela y me quedo en Barcelona, tengo muchas cosas de que ocuparme, por cierto ¿la abuela puede hablar?-, contestó en tono molesto. -Si, hoy ha comenzado a articular las primeras palabras, ¿por qué me lo preguntas?- preguntó Laura extrañada por el contenido de la pregunta y la brusquedad con que la expresó. -Por que necesito dinero y no sé donde lo guarda la abuela en casa- respondió. Laura se quedó intranquila por la inoportuna respuesta, -Llámame más tarde, la abuela ahora descansa, pero cuando despierte la preguntaré, ¿Cuánto dinero necesitas Joaquín?- preguntó Laura. -Mucho, más del que puedes imaginar-, respondió con el acento del que le fastidia que le pidan explicaciones. La respuesta de su hermano le pareció que a éste le ocurría algo fuera de lo habitual, -Joaquín dime que cantidad de dinero necesitas, estoy preocupada por tu actitud- le insistió.

74 -¡Haz el favor de decirle a la abuela que me de dinero, lo necesito urgente!-, dijo elevando el tono de voz.

-Joaquín, a la abuela no se la puede molestar y menos preocuparla. Dime para qué necesitas el dinero, o de lo contrario no le voy a decir nada-, dijo Laura muy seria y tajante en su respuesta. -Laura, no me fastidies más, necesito más de quince mil pesetas y urgente-, respondió el muchacho. -¿Quince mil dices?- dijo extrañada por la cuantía. -Si, ¿y qué te importa a ti?- dijo Joaquín en tono insolente. -Me importa y mucho, eres mi hermano y no sé porque necesitas tanto dinero y además con esa insolente exigencia-, le respondió Laura con seriedad. Laura o la abuela me da este dinero o me matarán!-dijo Joaquín al ver que su hermana no cedía. Era su única interlocutora entre él y la abuela. -Pero Joaquín, ¿quién dices que te va a matar?, ¿acaso has cometido algo de lo que tengas que avergonzarte?, no me asustes, explícame con detalle lo que te ocurre, no se lo diré a la abuela pero necesito que me lo expliques, luego cuando me hayas puesto al corriente de tu necesidad lo hablaré con ella e intercederé por ti-. -Laura, he adquirido una deuda de juego con una gente y me amenazan con pegarme una paliza si no les satisfago la misma en veinticuatro horas, no puedo contarte más-. -Pero Joaquín, hermanito, ¿tan grave es?-. -Son profesionales de esto, me han atrapado como un pajarillo, incauto de mi, pero temo hasta por mi vida-. La inocente Laura no evitar un estremecimiento que corrió por todo su cuerpo. Pensó que su hermano era un muchacho sano, algo osco a veces pero no le cabía en la cabeza que hubiese caído en el hábito del juego. –Llámame más tarde, hablaré con la abuela tan pronto me sea posible, pero Joaquín , no te metas en más líos, adiós hasta luego-. Laura colgó y se quedó un os instantes junto al teléfono muy preocupada por las noticias de su hermano, sentía una fuerte desazón en su corazón, le quería mucho. Subió a la habitación de su abuela, ésta estaba casi a oscuras, solo un hilillo de luz penetraba por un pequeño resquicio que el postigo de la ventana dejaba. Se acercó a la cama procurando no hacer ningún ruido que pudiera sobresaltarla. Respiraba con toda normalidad, se tranquilizó un poco, se sentó en una pequeña butaca que había junto a la mesita de noche y se quedó pensativa, no acababa de comprender el problema de su hermano Joaquín. Se quedó algo adormilada junto a su abuela, la había tomado la mano para ver si tenía temperatura, y por prescripción médica cada seis horas le ponían el termómetro para comprobar la misma. Notó un movimiento de los dedos de la mano que tenía asida, se desveló y vio que su abuela la estaba mirando. -Oh abuela, ¿llevas mucho tiempo despierta?-.

75 -Si hija hace un ratito que estoy mirándote, tienes aspecto de cansada, ¿puedes explicarme que es lo que me ha ocurrido y por que estoy en la cama?-, preguntó la señora, que hasta entonces no había todavía podido hablar con cierta soltura. -¿No recuerdas nada de lo sucedido abuelita?-. -No, nada recuerdo, pero ¿qué debo recordar?- preguntó a su nieta. -Te voy a contar lo sucedido, pero si te fatigas me lo dices y te lo terminaré de contar en otro momento-. -Si hija, te lo advertiré y, ahora cuéntame, no me tengas más tiempo en ascuas-. Aquí Laura le contó todo lo que le había sucedido a su abuela. -Si recuerdo que vi acercarse a éste simpático muchacho que comenzó a hablarme, pero yo no entendía nada de lo que me decía, era como si de súbito, me hubiese vuelto sorda, le veía mover los labios y sin embargo no podía entender lo que me decía, luego desapareció de mi lado y regresó momentos después. No recuerdo nada más-. -Verás, gracias a Guillermo, hoy probablemente podemos estar hablando tu y yo, en estos momentos que tu dices que te hablaba y tu no entendías, se estaba gestando en tu cuerpo un ataque de apoplejía, afortunadamente él se dio cuenta a tiempo de la situación y me avisó, yéndose a continuación a buscar al doctor Alfonso, coincidía que en aquellos momentos no estaba en su consulta, le habían requerido sus servicios para asistir un parto en una de las masías cercanas, fue corriendo a avisarle, y gracias a esta rápida acción y la pronta intervención del doctor, estás ahora en fase de recuperación-. -Desde que conocí a este muchacho, tuve de el un presentimiento positivo-. -Bien abuela no te fatigues más, ahora sigue descansando, dentro de un par de horas vendrá a visitarte el doctor y te administrará la medicina que toca tomarte, el doctor nos ha recomendado especialmente que reposes y no te preocupes por nada, intenta de nuevo dormir, yo voy a bajar a la cocina para ver si meriendo alguna cosita, luego volveré para hacerte compañía-. -No hija, no, yo me encuentro bien, no debes encerrarte todo el tiempo aquí conmigo como si fuese un convento de clausura-, tenemos el servicio para ello y si es necesario le decimos al doctor que me ponga una enfermera todos los días para cuidarme- -Bueno abuela, ya hablaremos de ello-, hasta luego. Laura no creyó oportuno hablarle todavía del sorprendente problema de su hermano Joaquín. Yo me había sentado en la terraza leyendo uno de los libros que me había traído para pasar el tiempo, corría allí una brisa muy agradable que portaba aromas de las hierbas del campo, deseaba hacer compañía a Laura, pensé que era un momento en que necesitaba estar reconfortada, era todavía muy joven para tomar decisiones de responsabilidad. Laura al cruzar el salón para dirigirse a la cocina me vio leyendo en la terraza, se acercó a mi con sigilo por detrás, yo estaba abstraído por la lectura de “Cuerpos y Almas”, había llegado a un apasionante capítulo en el que el director del hospital

76 debía tomar una decisión de tipo moral y ética sumamente extremadamente difícil y delicada. Se situó tras de mí tapándome los ojos con sus manos. El inconfundible y suave aroma a miel que desprendía y las delicadas manos la descubrían, -¿Eres Laura?-, le dije bromeando. -Me soltó y dando un giro fue a sentarse sobre mis rodillas, nos quedamos mirándonos a los ojos unos segundos, pero adiviné en ella una mirada que contenía tristeza -.¿Te ocurre algo Laura?- le pregunté. -No, no es nada que te pueda concernir-, dijo en un tono que no ocultaba su estado de preocupación. -Luego algo ocurre-. -Se trata de mi hermano Joaquín-. -¿Le ha sucedido algo?- insistí. -Esta mañana he hablado con él para informarle del estado de la abuela y lo he encontrado muy excitado, desconocido diría, como jamás le había visto-, dijo tímidamente y con cara compungida. Pasé mi brazo por encima de sus hombros y la acerqué a mi con la intención de reconfortarla, le di un suave beso en el lóbulo de una de sus pequeñas orejas y vi que dos furtivas lágrimas comenzaban a rodar por sus mejillas –¿por qué lloras Laura?, ¿dime que te ocurre para que estés en este estado?, trata de sincerarte conmigo-. Laura no sabía como explicarme la conversación que había mantenido con Joaquín. Le insistí diciéndole que si ella estaba triste también lo estaba yo. -Creo que Joaquín se ha metido en un lío muy serio, me ha pedido dinero, una cantidad impensable, dice tener una cuenta a saldar con unas personas que pueden ser muy violentas en el caso de que no les satisfaga ésta de inmediato. No sé, estoy hecha un mar de dudas, por una parte temo que lo que Joaquín me haya dicho sea cierto y por otra parte no se como decírselo a la abuela, y con mayor razón en el estado en que ella ahora se halla.-. -¿Qué te ha contado específicamente Joaquín?-, le insistí. -Me ha pedido quince mil pesetas, para pagar a unos individuos una deuda de juego-. -¿Te ha dicho de quienes se trata?-, pregunté. -Laura, por lo que me has explicado y he podido leer, este vicio puede llegar a ser su ruina y la de tu familia-. -¿Qué debo hacer Guillermo, ayúdame por favor-, me dijo con los ojos llorosos y temblorosa. Sentí una gran compasión por el daño que la noticia le estaba haciendo, pero pensé que debía ser muy sincero con ella, debía afrontar la verdad cuanto antes. –Laura ¿quieres que hable yo con Joaquín?-. -Si Guillermo te lo iba a pedir pero no me atrevía, la antipatía que él te confiesa con sus actos y gestos hacia ti me impedía pedírtelo, ¿qué piensas decirle?-.

77 -No se, primero hablaré con el para ver como reacciona y si logro que me cuente su problema veremos como podemos ayudarle-. -Ven, vayamos al salón y le llamaré desde allí por teléfono, te lo voy a poner al aparato-. Laura cogió el auricular y marcó el teléfono de su casa de Barcelona. –Joaquín, oye no he podido hablar todavía con la abuela, está descansando y no se la puede molestar-. -¡Entonces para qué me llamas!-, respondió bruscamente casi gritando. Laura se quedó muy compungida. Le quité el auricular de la mano. -Joaquín, soy Guillermo, me gustaría que me escucharas por unos momentos-, le dije con voz seria pero procurando ser amable. -¡¡ Y tú ¿que coño haces aquí? !!, ésta no es tu casa-, me respondió en tono grosero y agresivo. Pensé que debía poner las cosas en su sitio: -Estoy donde debieras estar tu, ayudando a tu familia que te necesita mucho en estos momentos-, le dije ahora con más seriedad y algo menos de amabilidad que la vez anterior. Se hicieron unos instantes de silencio. Laura estaba junto a mi, había colocado uno de sus oídos junto al auricular para poder así escuchar lo que su hermano decía. -Joaquín-, dije con energía, -¿sigues ahí?-. -Si- dijo lacónicamente. Pensé que era un buen síntoma que no hubiese colgado todavía el teléfono. Laura me miró esperanzada. -Joaquín, tu hermana me ha dicho que estás en un serio apuro con una gente que te tiene amenazado y te presiona, estoy dispuesto a ayudarte, si tu me lo permites naturalmente, pero necesitaré que me expliques con detalle de qué se trata-. Se volvió hacer un largo silencio, aunque oía al jadeo de su respiración. -Joaquín, estoy solo y nadie puede oír nuestra conversación, explícame todo, te prometo ser una tumba y si está de mi mano te ayudaré-. -No puedo- me respondió. -Bien, no me cuentes los detalle pero yo te preguntaré y tu simplemente respóndeme si o no, ¿de acuerdo?-. -Si- me dijo después de unos segundos de silencio-. Me sentía satisfecho una vez más había logrado a que depusiera su actitud hostil hacia mi. -Joaquín ¿se trata de un problema de juego de cartas?-, le pregunté a bocajarro. Otro silencio, segundos después respondió con un lacónico –Si-. -¿Cuánto tiempo llevas jugando?- le pregunté.

78 -Unos dos meses- respondió, ahora con algo más de prontitud que en las anteriores ocasiones, de lo que me alegré, pensé que iba confiando en mi. -Joaquín, esta gente con la que juegas ¿cómo contactó contigo?-. -Me los presentaron unos compañeros de la Escuela Industrial-, me explicó. -Entonces ¿no eras tu solo?-. -No, éramos cuatro-. -¿Y tus compañeros siguen jugando?-. -No se, lo desconozco, ya que jugábamos en el piso de uno de estos sujetos que tiene en una calle que da a las Ramblas-. -¿Cuánto dinero les debes?-. -Unas quince mil pesetas-, dijo en un tono de voz algo bajo, casi inaudible. -Mira Joaquín, si quieres hacerme caso, no les des ningún dinero más y lo mejor que puedes hacer es venirte para acá y desde aquí veremos como podemos librarte de este problema, ten confianza en tu familia, ellos te quieren mucho y no te dejarán nunca en la estacada-. -Gracias Guillermo, eres la única persona que me ha hablado sinceramente. Luego te digo como voy a venir-.

-No lo dudes, ven inmediatamente sin perder un minuto, podría ser demasiado tarde, si te parece le diré a Laura que llame a vuestro chofer y te recoja en casa de inmediato. Luego te llamo para confirmarte, adiós-. Laura que había escuchado toda la conversación saltó de alegría y se abrazó a mi como si de una hermana se tratase. -Guillermo eres fantástico, te has ganado a mi hermano con una facilidad pasmosa, no se que decir, ni como agradecer tu gesto-. Me besó mil veces por toda la cara, naturalmente no hice nada para evitarlo, me sentía en la gloria. Laura reaccionó de su apasionado agradecimiento, y de nuevo volvió a coger el teléfono, marcó el número de la fábrica de Torelló para hablar con el gerente de la misma : -Señor Salvador, necesitamos que envíe urgentemente el chofer a nuestra casa de Barcelona, recoja a mi hermano Joaquín, que está aguardando y le traiga hasta nuestra casa de Folgueroles, le ruego que sea sin dilación alguna, bien gracias, hasta pronto-. Volvía a ser la Laura que yo conocía, aplomada, seria y educada, pero situando cada cosa en su lugar. -Toma Guillermo llama a Joaquín y dile que el coche va en su busca en un par de horas, le animará, seguro-, me dijo mientras me alargaba el teléfono después de haber marcado el número. -Joaquín-, le dije, -Laura ha llamado a la fábrica y en un par de horas tendrás al chofer recogiéndote, te esperamos, anímate, verás como todo se soluciona-.

79 -Gracias-, me dijo con parquedad. -Laura, se me ha ocurrido algo que quizás pueda ayudar mucho a Joaquín-. -¿Qué es ello?-. -He pensado que podría ir a ver al sargento de la Guardia Civil del pueblo vecino y contarle confidencialmente lo que le ocurre a tu hermano, ellos sabrán mejor que nosotros qué hacer, están habituados a ello, ¿qué opinas al respecto?-. -Pues no se que pensar, en principio me parece bien, pero ¿no será embrollar más las cosas?-. -No se, meditémoslo pero no dejemos pasar demasiado días, podría ser perjudicial para Joaquín, posiblemente esta gente no sepan dónde se haya ido tu hermano y se cansen de esperarle, a no ser que le sigan hasta aquí, aguardemos hasta que el haya llegado y luego decidiremos, ¿te parece?-. -Si Guillermo, creo que llevas razón, eres fantástico-, me dijo mientras me abrazaba y me daba un apasionado beso en los labios, que me dejó algo sorprendido, era la primera ocasión que Laura me daba un beso de aquella naturaleza de su propia iniciativa, sus mejillas estaban ardiendo y le temblaba todo su cuerpo, le correspondí con el mismo ardor, pero comprendí que no era el momento ni el lugar apropósito para ello. Me separé de ella con toda la delicadeza que me fue posible, no deseaba que su espontaneidad se sintiera herida. -Señorita Laura, la señora se ha despertado y desea que suba a verla-, dijo Eulalia la sirvienta que apareció por una de las puertas que daban al salón. -Ven Guillermo sube a verla conmigo, le complacerá verte-. Me cogió de la mano y tiró de mi para que la siguiera por la amplia escalera de madera de caoba tallada que llevaba a la planta superior de la casa. Al arribar a la puerta de la cámara, Laura llamó a la puerta y sin aguardar autorización abrió la misma, mientras seguía tirando de mi. La habitación era de considerables proporciones, se hallaba en penumbra por tener los postigos de los ventanales entornados evitando así que penetrara libremente la luz solar, se olía a medicamentos. Frente a nosotros se hallaba una cama con dosel de respetables dimensiones con la señora Soladrigas en ella ligeramente incorporada apoyando la espalda en unos cojines que probablemente le habría puesto Eulalia. -Abuela, ¿me has mandado llamar?-, dijo Laura al entrar. Yo me había soltado de la mano quedándome de pie en el umbral de la puerta. -Si hijita, le he dicho a Eulalia que te llamara, deseo levantarme y caminar un poquito por la habitación y hablar también contigo, ayúdame a incorporarme-. -Pero abuela, el Doctor ha ordenado reposo absoluto, no puedes ni debes levantarte-, insistió Laura. -¿Quién está allí en la puerta?-, preguntó, solo podía distinguir mi silueta por el efecto del contraluz. -Es Guillermo abuela, que ha venido a visitarte, ¿le recuerdas?-.

80 -Claro que si, ven muchacho acércate y ayuda a Laura a que me baje de ésta infernal cama-, dijo con cierto aire de autoridad. Obedecí, ahora mis retinas ya se habían habituado a la escasa luz de la habitación y podía distinguirla perfectamente. El rostro de la señora había recuperado su estado habitual habiéndole desaparecido la contracción muscular, un buen síntoma pensé. -¿Cómo se encuentra señora Soladrigas?- pregunté timidamente. -Bien, muchacho bien, creo que ya todo pasó-, dijo en tono ligeramente alegre, parecía que mi presencia le agradaba. –Ven échale una mano a Laura, no te quedes ahí parado-, apuntó en tono amable, entre los dos la ayudamos a bajarse. -Ahora solo queda que me ayudéis a ponerme en pié, llevo demasiados días postrada en ésta cama y no se si aguantaré el equilibrio. Guillermo, hazme el favor, acércate al armario que hay al fondo de la habitación, ábrelo y en su interior hallarás un bastón negro con mango blanco que es la cabeza de un perro de caza, tráelo, me servirá de apoyo-.

Me acerqué al mueble que me había indicado, era un armario de considerables dimensiones, tenía dos puertas, cubiertas en su exterior con dos grandes espejos, abrí una de ellas y vi rápidamente reposando en una esquina el bastón que me había indicado, lo cogí y se lo acerqué a la abuela. -Tenga señora, es un bastón precioso, una obra de arte-, dije. -Es cierto, lo hizo un artesano por encargo de mi esposo, el puño es de marfil y la figura reproduce la cabeza de un perro de caza que tuvo durante muchos años mi esposo, se lo mandó fabricar en honor a éste animal al que tenía en gran estima-. La abuela cogió el bastón pidiendo que dejásemos de sujetarla, quería andar hasta la butaca que estaba junto a una de las ventanas a unos cuatro metros de distancia. Caminamos a su lado hasta llegar a ella, se sentó y nos ordenó abrir la ventana de par en par. Un potente chorro de luz invadió todos los rincones de la estancia, al mismo tiempo que una lengua de calor se apoderaba del frescor que había reinado hasta entonces en la habitación. La señora se arrellanó en la butaca, respiró profundamente mirando al exterior, la habitación se llenó de los olores que suelen flotar por las calles de los pueblos rurales; heno, leña o carbón quemado, y en algunas calles el aroma de los restos de algunas boñigas de caballos. Desde aquel ángulo de la casa se divisaba prácticamente toda la población y parte del valle. La espadaña y campanario de la iglesia quedaba justo en frente mostrando el reloj y, a los pies del mismo la plaza llamada Mayor con algunas palomas picoteando por el suelo, el colmado de los padres de Maite y el Casinet o Cal Pascual, algo más arriba la farmacia y al final de la calle Nueva el ayuntamiento y también se llegaba divisar el viejo tejado de la casa en la que yo vivía. La señora Soladrigas se quedó mirando por unos momentos el cuadro que el pueblo formaba a sus pies, giró la cabeza y dirigiéndose a mi me dijo: -Tenías tu razón Guillermo al decir que estabas encantado con el pueblo, fíjate desde aquí que lindo y hermoso es-. Laura y yo estuvimos algo más de una hora conversando con ella. Estaba en un estado de ánimo bastante sensible, nos contó cosas de su juventud y de su matrimonio con Federico Soladrigas, su esposo, de las tribulaciones sufridas durante

81 la pasada guerra civil, en la que los republicanos y las turbas comunistas se incautaron de todas sus fábricas textiles, luego al final de la guerra con la entrada de los ejércitos vencedores de la fraticida contienda, pudieron volver recuperar de nuevo su patrimonio. Confesó que gracias a refugiarse en la casa donde ahora se hallaban, pudieron salvar la vida, supo posteriormente por algunos amigos y vecinos, que de haberse quedado en la casa de Sant Gervasio, posiblemente hubiesen sido fusilados por las hordas marxistas que en un par de ocasiones fueron a buscarles a la casa. La bocina de un automóvil captó nuestra atención, no era de extrañar, ya que en el pueblo raramente se solía ver circular un automóvil particular. Era el auto de la fábrica de Torelló que traía a Joaquín. Este paró en la misma puerta de la reja principal. Nos excusamos con la señora y descendimos rápidamente por las escaleras para advertir a Joaquín de que su abuela no sabía nada de lo ocurrido y hablado. Joaquín tenía un aspecto bastante desmejorado, lucía unas ostentosas ojeras alrededor de sus ojos que acreditaban su desasosiego y falta de descanso, iba poco aseado y sin afeitar, despeinado y llevaba una camisa bastante arrugada. Laura se acercó a él corriendo y se colgó de su cuello besándole una y mil veces. Tan pronto Laura se hubo descolgado de su cuello me acerqué a el para saludarle, no sabía como reaccionaría, al verme se quedó un momento mirándome, por fin alargó su brazo para estrechar la mano que le ofrecía. La hizo con fuerza pero no interpreté que lo hiciera por el simple hecho de competir conmigo como en otra ocasión efectuó, estaba seguro que lo hizo para demostrarme su agradecimiento. -¿Cómo estás Joaquín?- le dije a modo de afable saludo. -Me siento algo mejor, más reconfortado después de hablar con vosotros dos-. A Laura se la veía algo más contenta, había desaparecido la sombra de tristeza de horas antes. Entramos los tres en la casa. –Vamos a ver a la abuela-, le dijo Laura a su hermano, -pero Joaquín, recuerda que no le he explicado nada de lo que me contaste por teléfono, dejémosla que descanse tranquilamente, no puede bajo ningún concepto disgustarse, podría llegar a ser mortal. A Guillermo se le ha ocurrido algo que luego te explicará, pero sobre todo estate tranquilo, no te alteres en ningún momento-, le dijo mientras le agarraba del brazo e iniciaban el ascenso por la escalera para dirigirse a la habitación de la abuela, seguí tras ellos separado por un par de peldaños, Joaquín era un muchacho muy alto y fornido, mediría probablemente casi un metro y noventa centímetros, Laura, aun siendo una chica alta le llegaba a su hermano por la altura del hombro. -¡Abuela!- casi gritó Joaquín al entrar en la habitación corriendo a su encuentro, se arrodilló a su lado abrazándola y besándola continuadamente en la cara y las manos. La escena estaba cargada de emoción, a Laura le faltó muy poco para que se le deslizaran unas lagrimillas por sus sonrosadas mejillas. Dado a que veníamos a caer por detrás del campo de visión de la enferma, me atreví a pasar un brazo por su cintura en señal afectiva, le alargué un pañuelito de papel que llevaba en el bolsillo para que enjugase las lágrimas y le di un furtivo beso en la frente, pero o fatalidad, me di cuenta que la abuela había podido presenciar con todo detalle nuestra tierna y cariñosa escena por uno de los grandes espejos del armario en el que se reflejaba nuestra imagen. Me pareció ver que se sonreía ligeramente poniéndose a hablar a continuación con su nieto.

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CAPÍTULO IXº

La Trama….

Cogí mi bicicleta y me fui a casa, llevaba más tiempo con los Soladrigas que con los míos, y casi había abandonado a los amigos de la pandilla. Le dije a Laura que regresaría por la tarde después del almuerzo y que nos llevaríamos a Joaquín al lugar donde siempre íbamos los dos a leer, a la sombra de aquel añejo y enorme roble, al que Laura y yo bautizamos como : “nuestro árbol”, un ejemplar de roble único, con los años solo pude ver un ejemplar que podía haber competido con éste en el pueblo de Palau Solitá i Plegamans. Por el camino tropecé con mi buena amiga Maite en la plaza Mayor, todavía se hallaba bajo los efectos de su estancia en Barcelona, estaba sentada en uno de los bancos con dos o tres amigas suyas relatándoles algunas de sus aventuras capitalinas, al verme se levantó como un rayo y colgándose de mi cuello me dio un abrazo al tiempo que me besaba expresivamente en una de las mejillas, casi me tira de la bicicleta por el ímpetu empleado, creo que me puse colorado por aquella demostración entusiástica y pública hacía a mi persona, probablemente lo hizo de corazón pero además quizás deseó efectuar un alarde de intimidad hacia mi para que sus amigas, que miraban alucinadas la escena, sintieran algo de envidia. Astucias de mujer, pensé. -Guillermo ¿dónde vas con tantas prisas?, ¿no te acuerdas ya de tus amigos y amigas del pueblo?- me dijo con cierto retintín sonriente. -No por Dios Maite no digas eso, de sobra sabes que nunca dejaré de evitar vuestra compañía, os quiero demasiado para ello, pero he estado muy ocupado ayudando a Laura por lo de su abuela, hola Renata, hola Pepi, perdonad que no os saludara antes pero como veis Maite me ha avasallado y no me dejaba casi hablar-, dije dirigiéndome a las otras dos muchachas. -Si, algo sabemos, pero exactamente ¿qué le ha ocurrido a la señora?-. Les conté sin entrar en demasiado detalles lo sucedido a la abuela de Laura. Por el camino de mi casa, recordé algunas escenas de la breve estancia de Maite en Barcelona, no había visto nunca a nadie tan feliz como mi amiga aquellos días, no lo olvidaré por tiempo que pase, se siente uno tan bien haciendo felices a los demás. Para mi Maite, pasó a ser como una hermana muy querida y entrañable con quien podía confiar mis más íntimos secretos y pensamientos. Al llegar a casa, mi madre estaba algo preocupada por mi, llevaba bastantes horas sin aparecer por allí. -Guillermo hijo, ¿dónde andas que casi no te vemos por casa?-. La conté sin entrar en detalles que estuve haciendo compañía a Laura y su abuela. –Mamá, ésta muchacha las únicas personas que tiene en el mundo son su abuela y su hermano, cuando le ocurrió este percance a su abuela, se hallaba sola y no sabía que hacer ni a quien recurrir-. -Bien hijo, está bien y es muy loable que ayudes a los demás si está de tu mano, pero cuando lo hagas no esperes que por ello te compensen, hazlo siempre con espíritu altruista y humanitario, por que de lo contrario te puedes llevar muchas sorpresas-.

83 Dejé a la Padrina y a mi madre hablando sobre la familia Soladrigas, subí a mi habitación y, me tumbé en la cama, me sentía fatigado, aunque no era cansancio físico. Comencé a meditar sobre cómo poder desarrollar la idea que se me ocurrió para ayudar al hermano de Laura. Recordé que en una ocasión Lluís me había comentado de su amistad con el sargento del puesto de la Guardia Civil del pueblo vecino, al parecer durante los últimos meses de la guerra civil, los padres de éste se habían hospedado durante bastantes meses en la casa de los de Lluís en este pueblecito, gracias a ello se había acrisolado una buena amistad entra ambas familias. Pensé hablar con Lluís cuando regresara al final de la tarde de su trabajo, le consultaría sobre la idea que había tenido para ayudar a Joaquín. Durante el almuerzo mi madre y la Padrina, no hicieron ningún comentario respecto a Laura y su familia, detalle que agradecí íntimamente. Justo después de comer, cogí uno de mis libros de lectura y la bicicleta y me fui a buscar a Laura y su hermano. Llamé a la campanilla de la verja, al poco rato Eulalia vino abrir, su esposo, el jardinero, se había ausentado para efectuar algunas diligencias por encargo de la señora de la casa. Joaquín y Laura estaban todavía sentados alrededor de la mesa finalizando el almuerzo. -Disculpad-, les dije, -pensé que ya habríais finalizado el almuerzo, os espero en el lugar de siempre-, les dije. -No, por favor no te vayas-, dijo Laura levantándose de la silla y viniendo al lugar donde yo me hallaba tomándome del brazo. –Ven siéntate con nosotros, vamos a tomar el postre juntos-, dijo tirando de mi hasta situarme en una de las sillas que habían alrededor de la mesa.

-Precisamente comentábamos con Joaquín el susto que tuvimos con la enfermedad de la abuela y tu providencial intervención-. No sabía que decir, Laura casi me pintaba como un héroe, algo de lo que yo huía, idealizaba la acción y la contaba como si de una gesta heroica se tratase. -Joaquín, no hagas demasiado caso de cómo tu hermana relata mi fortuita intervención, no fue otra cosa que eso, fortuita, a Dios gracias tu abuela parece estar mejorando y eso es lo que vale-. Joaquín tenía ahora mejor aspecto, se había aseado y cambiado de ropas, pero no se le había borrado de su semblante la preocupación. Después de tomar el postre que Eulalia había preparado, un delicioso “puddin”, del que repetí, nos fuimos andando hasta cobijarnos bajo la sombra de “nuestro” viejo roble. El lugar era sumamente apacible y tranquilo, solo el cántico de algún pajarillo y el machacón y monótono cantar de las cigarras interrumpían en algún momento el silencio reinante del lugar. Inicié yo la conversación: - Joaquín, ¿estás en disposición de contarnos desde un principio lo ocurrido?, no te dejes detalle por nimio que pueda parecerte, puede ser crucial para el desarrollo de la idea que yo he tenido y luego os explicaré-. Joaquín no sabía casi como empezar, la vergüenza y el sentido de culpabilidad no le permitían casi articular palabra. -Todo comenzó, cuando hace algo más de dos meses a la salida de clase de mecánica con otros compañeros, nos fuimos a tomar unos refrescos en el cafetería de enfrente de la Escuela Industrial, como en tantas ocasiones habíamos hecho, casi sin darnos

84 cuenta dos individuos a los que no habíamos visto jamás con anterioridad, nos siguieron hasta la cafetería y se sentaron en una mesa inmediata a la nuestra, sin saber como al poco rato, estaban conversando con nosotros, uno de ellos tenía acento sudamericano-. -Eran simpáticos y amables, hablamos de mil cosas, después de más de una hora de charla, uno de ellos sacó una baraja de cartas americanas y se puso a jugar al poker con el que le acompañaba, nosotros estuvimos mirándoles un rato como lo hacían mientras nos tomábamos nuestros refrescos. A todas estas uno de ellos nos preguntó si queríamos participar, le contestamos que no teníamos ni la menor idea de las reglas del juego, no dijo que era muy simple y nos enseñaron cómo jugar, una hora después estábamos ya apostando, y lo bueno es que les ganamos unos durillos, el resto ya te lo conté por teléfono, nos aficionamos y ya casi todos los días íbamos a jugar a la casa de uno de ellos, a partir de aquel momento comenzamos a perder, primero poca cantidad, y con el afán de recuperar lo perdido cada vez elevábamos más nuestras apuestas. Primero Nos daban crédito y les firmábamos un papel por el valor de la deuda, hasta que ya nos dijeron que teníamos que pagar o acabaríamos mal, muy mal, dijeron. Su reacción nos dejó verdaderamente sorprendidos al resto de compañeros, el individuo de acento sudamericano, que dicho de paso era algo mayor que nosotros, se pasó el dedo índice por la garganta a modo de amenaza-. -Sigue, sigue contándonos-, le animó su hermana. -Si, si, Joaquín lo estás relatando muy bien, parece que lo esté viendo-, le dije para animarle a que siguiera. -Ya a partir de aquel día sus llamadas telefónicas eran cada vez más frecuentes y amenazadoras, no se como pudieron saber mi teléfono y mi domicilio-. -Posiblemente algún día te seguirían hasta tu casa sin que tu te dieras cuenta-. -Bien, creo que debemos tratar de protegerte de posibles acciones de estos individuos-. –En alguna ocasión oíste el nombre de alguno de ellos?-. -A uno le llamaban Feliciano, era el que tenía un marcado acento sudamericano, creo que en una ocasión dijo ser de Colombia, pero desconozco el apellido, el otro por su manera de hablar era español, andaluz quizás-. Todo el tiempo que transcurrió en el relato de Joaquín, Laura y yo estuvimos escuchándole en riguroso silencio, sin interrupciones. -Entonces voy a explicaros cual es mi idea al respecto:. En nuestro país y en muchos otros, el juego con dinero es delito y, si le añadimos el gravamen de haber inducido a alguien a ello, todavía peor-, el amigo de mi padre, Lluís, me consta que tiene muy buena relación con el sargento de la Guardia Civil del pueblo vecino, si le voy a ver y le cuento todo lo que tu nos has relatado, ellos como conocedores de todos estos entresijos nos podrá aconsejar al respecto y de este modo también tu liberarás parte de responsabilidad por haber acudido voluntariamente a contarlo y pedir consejo a un representante de la ley-. -Oh Guillermo, me parece una idea genial- dijo Laura con cierto entusiasmo, -A ti ¿qué te parece Joaquín?-, le preguntó ésta a su hermano. -Estoy aturdido, no se que pensar, pero creo que puede ser positivo el poner en conocimiento de la ley las acciones de estos desalmados, vete a saber a cuanta gente habrán inducido a ello-.

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-Bien dejadme que hable esta noche con Lluís para ver si considera oportuno que nos entrevistemos con su amigo el sargento. Regresemos a casa para hacerle compañía a vuestra abuela-. Volvimos a la casa, la abuela estaba acompañada por la profesora de piano, la señorita Amelia recién llegada de la ciudad. Al poco rato vino a visitarla Maite, le trajo un ramillete de flores que ella misma había cogido del jardincillo de su casa, la abuela y Laura se lo agradecieron sinceramente, invitándola a tomar un café con leche y unas galletas. Al caer la tarde, regresé a mi casa, tenía que hablar con Lluís tan pronto volviera de su trabajo. Mi madre me encontró muy serio y preocupado, me preguntó por ello, le dije que si, que tenía una preocupación de algo que le ocurría a un amigo, sin citarle el nombre , no me hizo comentario alguno, simplemente se encogió de hombros como si no entendiese nada. Una hora más tarde llegaba Lluís, fatigado de la larga jornada en la cantera trabajando las piedras con el escoplo y el mazo. Aguardé a que se aseara, mientras las mujeres de la casa preparaban la cena, le cogí del brazo y me lo llevé al establo, allí estaríamos tranquilos para poder hablar. -Lluís, deseo hacerte una consulta y te pediría que los nombres que voy a darte y los hechos, después los olvides para toda la vida-, le dije muy serio. -Caramba Guillermo ¿tan importante es lo que me quieres consultar?- dijo poniéndome una de sus grandes y escamosas manos producto de su trabajo en la cantera, sobre el hombro. -Si, lo es, hace referencia a un buen amigo mío y a una familia muy conocida en el pueblo, es por eso que necesito una total discreción, ni tan siquiera debe trascender por el momento a las tres mujeres de la casa-, le dije muy serio y solemne. Lluís comprendió que se trataba de algo importante. -No debes preocuparte por ello, seré una tumba-. Le conté con todo detalle lo que Joaquín nos había relatado, no le oculté el nombre de quien se trataba. Se quedó unos instantes meditando. Lluís no era un hombre culto, apenas tuvo ocasión de ir a la escuela para poder ayudar a la familia con su aportación laboral, pero tenía un gran sentido natural de la lógica y el análisis –Es un asunto preocupante y de delicada solución, ¿qué has pensado para ayudarle?-. -En una ocasión oí que le contabas a mi padre la amistad que tienen los tuyos y tu mismo con un sargento de la Guardia Civil, había pensado en ir a contarle el suceso al sargento, él como profesional y representante de la ley, creo que estará en grado de aconsejar a Joaquín mejor que nadie, ¿no te parece?-. Se quedó unos segundos pensando y al fin me dijo : -El sargento Martínez es un hombre de gran integridad, podrías hablarle con toda confianza, con toda seguridad le dará el consejo más oportuno y adecuado a la cuestión, acompáñame a la centralita telefónica del pueblo, vamos a llamarle y ver si puede recibirte-. Nos fuimos a la centralita de teléfonos, Lluís le pidó a Pepita, la operadora, que le pusiera con el cuartelillo de la Guardia Civil, en un periquete tuvimos al sargento en la línea. -¿El sargento Martínez? Preguntó Lluís-.

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-Al habla-, respondió este.

-Hola Lluís, estamos todos bien, y ¿vosotros?-. ¿Te ocurre algo?-, preguntó. Lluís le hizo brevemente una sinopsis del caso y solicitó la posibilidad de que fuera a entrevistarme con el. -¿De quién se trata y cómo se llama?-, la Guardia Civil siempre pregunta, es su formación. -Es el hijo de un compañero de armas, se llama Guillermo, es como si fuese un hijo mío, le tenemos todos los veranos en casa y tiene un asunto como te he dicho bastante escabroso en sus manos y le he aconsejado que venga a verte-. -Bien pues dile que aquí le aguardo-. -Gracias amigo, un abrazo extensivo a tus padres-. -Otro mío se los daré de tu parte-. -Ya ves, está en disposición de recibirte y aconsejarte, sobretodo se muy sincero con el, no te guardes nada, es un hombre muy recto y te dará la mejor solución posible-. -Así lo haré, no debes preocuparte Lluís, no voy hacerte quedar mal-. A la salida del locutorio, le dije: -Lluís si no te importa voy a ir a casa de los Soladrigas para decírselo, quiero que mañana vengan conmigo Joaquín y su hermana Laura, no quiero asumir ésta responsabilidad yo solo-. -Ve, me parece correcto, pero no cojas compromisos en nombre de los demás-, me aconsejó. -Así lo haré, gracias Lluís-. Eran ya casi las ocho de la tarde, tenía a dos pasos la casa Soladrigas, en un santiamén estaba tirando de la cadenita de la campanilla. Vino abrirme la propia Laura. Nos dimos un inocente y suave beso en los labios, por un momento olvidé a lo que había ido a la casa, tal era el poder de atracción que ejercía sobre mi aquel delicioso ángel. -Hola Guillermo-, dijo con su dulce y suave voz tan propia. -Tengo buenas noticias-, le dije, mañana por la mañana nos espera el sargento Martínez en la comandancia, Lluís acaba de hablar con él, nos recibirá y nos escuchará, ¿qué te parece?-. -El problema de Joaquin no me deja dormir, siento un enorme desasosiego, pero me parece que el consejo de un profesional puede esclarecer muchas cosas, se lo diré a mi hermano tan pronto baje, está en la habitación de la abuela haciéndole compañía. -Me voy a cenar-, la dije - mañana vengo a por vosotros a las diez y media, con las bicicletas y por la carretera asfaltada no demoraremos más de treinta minutos en ir hasta el cuartel-. Nos dimos un dulce beso de despedida. –Hasta mañana amor, le susurré al oído-.

87 -Hasta mañana Guillermo-, me envió un beso con la mano mientras me alejaba dejando mi corazón allí con ella.

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CAPÍTULO Xº

Los acontecimientos…..

Pasé una noche de perros, el calor arreciaba, la inquietud del problema por el hermano de Laura y un maldito can que le dio aquella noche por aullar, no me dejaron pegar ojo, solo alrededor de las cinco de la madrugada me adormilé hasta que el ruido de la puerta de la calle al cerrarse me despertó. Había sido Lluís que se marchaba a la cantera. Después de asearme bajé a la cocina todavía medio dormido, eran alrededor de las ocho de la mañana, mi madre me preparó el desayuno, al igual que la Padrina se empeñaba siempre en sobrealimentarme. -Buenos días mamá-. -Hola hijo, buenos días. ¿Dónde vas tan temprano?-. -Voy con unos amigos de excursión-. -¿Otra vez os vais de excursión?-. -Si, hay lugares muy bonitos, en la ocasión anterior no pudimos ver la iglesia románica por dentro y hoy tendremos la oportunidad de verla-. -¿Va a ir con vosotros esta muchacha tan bonita que nos trajiste el otro día?- preguntó como aquel que no le da importancia, pero yo conocía a mi madre, sabía que le daba vueltas a la nueva amistad que absorbía mi atención, ella estaba encantada con Maite. -Si mamá, se llama Laura, y va a venir con nosotros- le dije complaciente. -Hijo, ¿te gusta esta muchacha?- me lo dijo así de sopetón, haciendo que me enrojeciera. Medité muy bien la respuesta. -Pues ya que lo dices, te diré que si, que me interesa mucho, es bonita, inteligente y compartimos muchas ideas y aficiones-. -¿Entonces Maite…..?-. -Mamá, Maite es una gran amiga, la quiero como una hermana, no puedo verla de otra manera-. -Bien hijo, no seré yo quien te contradiga, es una elección tuya y la respeto, pero solo te pido que no distraiga tu principal responsabilidad y de tu futuro; tus estudios-. -No mamá, pasa cuidado, va a ser todo lo contrario, será para mi un estímulo por superarme, me propuse ser médico y lo seré-, dije con firmeza. Acabé el desayuno y fui a por la bicicleta, -Hasta luego mamá- le dije dándole un beso y un cariñoso azote en sálvese la parte. -Andad con cuidado, hasta luego hijo-.

89 Subí a la bicicleta y pedaleé hasta la casa Soladrigas, Laura y Joaquín estaban ya dispuestos. Pocas cosas nos dijimos, salimos del pueblo en busca de la carretera que conducía hasta la casa-cuartel, pedaleamos en silencio un buen trecho, solo se oía el ruido que los neumáticos de nuestras bicicletas generaban al frotar con el pavimento, Laura iba a mi lado y Joaquín nos precedía, de vez en cuanto Laura y yo nos mirábamos, yo la sonreía y le guiñaba un ojo con el afán de animarla, estaba triste, muy triste. En algo menos de una hora llegamos algo sudorosos al puesto de la comandancia. En la puerta había uno de los guardias que conversó con nosotros cuando andaban buscando al maqui, el del gran bigote negro, nos hizo el saludo militar cruzando horizontalmente el antebrazo derecho sobre el pecho, a la vez que preguntaba qué deseábamos. Le dije que el sargento Martínez aguardaba nuestra visita. -Aguarden un momento-, nos dijo entrando en el interior de la oficina. Unos instantes después salió para indicarnos que entráramos para ver al sargento. Era la primera vez que estaba en un acuartelamiento de la Guardia Civil. El sargento Martínez salió a recibirnos. -¿Quién de vosotros es Guillermo?- preguntó. -Soy yo sargento- le dije adelantándome a mis dos compañeros y alargándole la mano. Le presento a la señorita Laura y Joaquín Soladrigas su hermano, ambos son amigos míos y necesitados de su opinión y consejo-. -Entrad y sentaros muchachos-.

La estancia era algo oscura y contenía unas pocas sillas, una mesa de despacho, una pequeña librería y un archivador, todo era bastante austero y ajado, olía a humedad, sin embargo se estaba bastante fresco, lo cual se agradecía. -Bien, tengo entendido que venís a contarme algo, ¿es así?-. -Efectivamente-, le dije. –Joaquín ha tenido una relación con unos individuos que consideramos muy peligrosos y…-. A partir de aquí invité a que Joaquín le contara todo lo que le había sucedido, tal y como nos lo había contado a nosotros. El sargento escuchaba con absoluta atención e iba tomando algunas notas en un cuaderno, en un par de ocasiones, le interrumpió para efectuarle algunas preguntas puntuales que venían al caso. Casi una hora después Joaquín acabó su exposición. El sargento se quedó meditando en silencio unos minutos atusándose la barbilla, se levantó de su silla de detrás de la mesa e inició unos paseos por la oficina, llevaba las manos entrelazadas atrás, de vez en cuanto colgaba sus pulgares del cinto de cuero dando una palmaditas en la hebilla metálica. Permanecíamos callados mirándonos el uno al otro intrigados por el silencio que casi se palpaba. Unos minutos después se sentó de nuevo en su silla y rompió el silencio. -Mira muchacho, en primer lugar debería detenerte por que el juego en nuestro país está totalmente prohibido-, dijo dirigiéndose muy serio a Joaquín. Éste se quedó de una pieza, y el resto de los asistentes también. Dicho esto, el sargento prosiguió :.

90 -Pero no te preocupes, no lo voy hacer, por varias razones que ya te explicaré más adelante. En primer lugar estos individuos han abusado de tu buena fe y con su actuación te han inducido a que te aficionaras a jugar al poker con dinero, acto prohibido por la ley. Te aconsejo que te desvincules totalmente del contacto con estos individuos ya que finalmente te inducirían a delinquir. A lo primero voy a tratar de ponerle remedio, telegrafiaré enviando un informe del caso a la comandancia central, para que abran un expediente y localicen a éstos delincuentes procediendo a su detención, a lo segundo, solo tú y tu voluntad son los que deberán poner solución a corregir tu incipiente afición. Ah, y si por casualidad vierais algún individuo o individuos sospechosos por el pueblo llamadme inmediatamente a la comandancia-. -Entre todos vamos a ayudar a Joaquín, sargento-, dije impelido por el entusiasmo. Miré a Laura y la noté algo más relajada, Joaquín seguía serio pero se adivinaba que había soltado parte del lastre de la tensión y lucha interna que venía soportando. Estuvimos charlando con el sargento Martínez, casi una hora más, nos contó parte de su vida y con una gran sutileza hizo que contáramos las nuestras, su formación profesional le obligaba a ello. -Ir tranquilos, vamos a poner remedio a la situación- nos dijo a modo de despedida poniendo su mano sobre mi hombro y acompañándonos hasta la puerta del acuartelamiento. Le agradecí personalmente su ayuda. Regresamos al pueblo alegres y cantando a voz en grito por el camino, no había visto nunca cantar con tanto entusiasmo a Laura y, menos a grito pelado, estaba desconocida. La verdad es que el cuadro que ofrecíamos para un espectador externo, debía resultar bastante cómico. Laura y Joaquín me acompañaron hasta mi casa, serían alrededor de la una del mediodía, la Padrina estaba en plena faena acabando un guisado de patatas y conejo que desprendía un delicioso aroma a laurel. A Joaquín no se le ocurrió otra cosa que hacer mención al aroma tan exquisito que embargaba la estancia, a la Padrina no le faltó motivo para invitar a ambos hermanos a degustar tan delicioso guiso, en el que además del conejo, la zanahoria, cebolla, ajo y el laurel eran los que desprendían tal aroma. Oí el taconeo del calzado de mi madre sobre los peldaños de madera de la escalera que comunicaba con el piso superior, regresaba al “cuartel general” que era la cocina, llevaba colgadas de uno de sus brazos algunas sábanas que pretendía lavar más tarde. -¿A que es debido tanto jolgorio?- preguntó.

Laura se acercó presurosa a saludarla dándole un beso en cada mejilla mientras decía : -La Padrina ha sido tan amable de invitarnos a mi hermano y a mi a degustar este delicioso guiso que prepara y que tan bien huele-. Mientras Laura y Joaquín fueron a avisar a su abuela que habían sido invitados a almorzar en mi casa, mi madre, siempre tan precavida, me preguntó por la excursión. En pocas palabras y muy extractado le conté la verdad, pero le pedí que no lo contara a nadie, ni tan siquiera a su confidente, la Padrina. Me prometió no hacerlo. La quise poner en antecedentes, no fuera a ser que por alguna de las casualidades de la vida le pudiera llegara cualquier comentario al respecto, no me perdonaría la falta de confianza de su hijo para con ella.

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Un buen rato después regresaron Laura y Joaquín, yo estaba acabando de poner la mesa, la Padrina, ante tan importantes invitados, me obligó a poner el mantel blanco, el de los “domingos”, entre semana se utilizaba un hule floreado con un fondo amarillo pálido tan horroroso que hasta podía ahuyentar a los mosquitos. Unos minutos después llegó Marçé la esposa de Lluís, ésta trabajaba en la única fábrica que el pueblo tenía. Nos sentamos alrededor de la mesa, Laura lo hizo frente a mi, Joaquín entre a ella y la Padrina, mi madre a mi lado y a continuación Merçé. La Padrina puso la olla del guiso en el centro de la larga mesa de roble, sobre un salvamanteles metálico. Me sonreí por mis adentros, las reglas o protocolo de buenas costumbres sociales sugieren que jamás debe ponerse sobre la mesa un cacharro con el que se haya cocinado el guiso, en todo caso antes debería haber sido trasladado a un recipiente apropiado para ello en la cocina y llevado luego a la mesa. Aprendí en las clases de urbanidad y buenas formas que impartían en mi colegio, las normas básicas del comportamiento social que nos impartía todos los sábados por la mañana el padre Blasco, director del centro. Excepcionalmente la paella de arroz valenciana, posee dispensa para ello, pero solo en el Reino de Valencia, no en otro lugar, por formar parte de una ancestral costumbre y a la cultura de una región. Eran enseñanzas escolares extras, entre otras muchas cosas que día tras día fui atesorando y que fueron formando parte de mi bagaje de conocimientos y cultura, que cuando nos lo enseñaban, muchos de nosotros no le dábamos la importancia merecida. Laura me rozó los dedos de la mano por debajo de la mesa, me dio un vuelco el corazón y volví a la realidad de mis pensamientos. Mi madre puesta en pie junto a la mesa fue pidiendo los platos a cada uno de los comensales para servirles de aquel delicioso guiso. Laura, siempre tan puesta y educada felicitó a la cocinera “por la excelencia del guiso”, utilizó exactamente estas palabras que dejaron impresionada a la Padrina, añadiendo que jamás había probado algo tan “delicioso”, Joaquín rompió el protocolo adjudicándose otro plato del guiso. Me levanté y acercándome a mi amiga ke dije al oído : -Frena tus impulsos laudatorios querida amiga o a la Padrina le puede dar un ataque al corazón de tanta satisfacción-. Nos echamos a reír todos a la vez. -Dios te bendiga hija- le dijo ésta, con su cara rubicunda y simpática. Después del almuerzo les mostré la casa a los invitados, -venid, venid-, les dije llevándolos al establo, -aquí tenemos la fábrica de leche-, les dije señalando a las dos vacas que nos miraban con los ojos miopes tan propios de éstos vacunos, perdonad que no lleven ropa interior puesta pero son unas exhibicionistas-, dije riéndome. –Ahora pasaremos al corral, la fábrica de los huevos y algo más allá estuvo hospedado por algún tiempo, el conejo que acabamos de zamparnos en el guiso de la Padrina- siguiendo con mi vena jocosa. Laura y su hermano se partían de risa, luego les llevé a visitar el piso superior, entramos en mi habitación, olía al heno amontonado que había almacenado en la planta de abajo. –Que olor tan agradable-, dijo Laura tumbándose boca arriba, para sorpresa mía, y cuan larga era sobre mi cama poniendo ambas manos bajo su cabeza. –Atended a mi explicación- les dije, -los policromados del techo son de un autor anónimo de mediados del siglo XVIII- les dije señalando las rústicas vigas de madera, algunas de ellas con evidentes señales de carcoma, siguiendo con la vena humorística les invité a visitar la fábrica de perfume, bajamos al jardín y les llevé al rincón en el que había el estercolero tapado con una gruesa y

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tupida lona, levanté un extremo de ésta diciéndoles; e aquí donde fabricamos el Chanel número 5, el mismo que usa Marilyn Monroe cuando se va a la cama como sustituto del camisón. -Basta, basta Guillermo, ya no puedo más-, dijo Laura casi llorando de risa, -en mi vida me había reído tanto y tan a gusto, que payaso eres, jajajaja-. Algo más tarde fuimos al Casinet a reunirnos con la cuadrilla, Maite estaba en aquellos momentos dirigiendo el cotarro, desde que estuvo en la capital se había vuelto algo mandona y sabiondilla, al vernos, todos sin excepción se acercaron a nosotros, realmente estaban extrañados de que se unieran al grupo Laura y todavía más por la presencia de Joaquín. Emilio y Justet se acercaron a mi para preguntarme ¿qué hacía allí el energúmeno del hermano de Laura?, -¿suponemos que vendrá en son de paz?-. -No debe preocuparos en absoluto, ha cambiado mucho últimamente, parece otro, diría que ya ha aceptado nuestra compañía, actuad con él como si jamás hubiese ocurrido nada, como si le conocierais de toda la vida-, les dije para tranquilizarles, ambos se encogieron de hombros mirándose entre si, extrañados e incrédulos. Laura estaba tan alegre que era un gozo observarla, conversaba con todos, había dejado, no se donde, aquel aire aparentemente altivo que hacía que sus interlocutores mantuvieran una distancia coloquial respecto a ella. Cada día que pasaba me sentía más atraído o enamorado de ella, estaba todavía hecho un mar de dudas al respecto, me resistía todavía pronunciar la palabra enamorado, me infundía mucho respeto, pero era evidente que no sabía estar alejado de ella, su sola presencia hacía que me sintiera de un modo totalmente distinto que no se explicar, para ambos era una nueva experiencia, éramos jóvenes e inexpertos en las artes de vivir, no sabíamos más. Mi buena amiga Maite la ayudó mucho a que se integrara en nuestra cuadrilla, creo que ahora el subsconciente de ésta ya no la veía como una rival, la había aceptado en el estatus de amiga. Descubrí en Laura una faceta que todavía no había tenido la oportunidad de ver, la generosidad. Durante la reunión una de las muchachas del grupo tenía escalofríos, el sol se había marchado a dormir y se levantó un airecillo bastante molesto, la muchacha manifestó haber pillado días atrás un resfriado y, por ello sentía el frescor con mayor agudeza que el resto, Laura al oírlo le dio el suéter que llevaba anudado a la cintura, la muchacha lo rechazó diciéndola que le haría falta a ella, pero Laura insistió : -Te lo quedas, ya me lo devolverás-. Joaquín se quedó charlando animadamente con los de la cuadrilla, en especial con María, el hermano de ésta y Justet. Laura y yo nos fuimos caminando por el sendero que conducía al viejo roble cogidos de la mano. Era una hora en que la luz solar había abandonado ya esta parte del lugar en el que nos hallábamos e iniciaba el cómplice reinado de las sombras, siempre propicio para románticos enamorados. Laura se apoyó en el tronco del milenario roble y yo me mantuve frente a ella, nos cogimos ambos por la cintura ceñidos el uno contra el otro como si nuestros cuerpos desearan fundirse en uno solo, nos besamos dulce y apasionadamente, parecía que el mundo de nuestro alrededor no existiera, nos fuimos acalorando a medida que nos besábamos. Mi cuerpo se dejaba llevar por aquel apasionado momento, pero mi mente me decía que no debíamos seguir por aquel camino, podría poner en peligro el bello encanto que hasta entonces nos unía. Me separé del abrazo con la máxima delicadeza posible. Laura suspiró profundamente, parecía como avergonzada, se puso las palmas de sus manos en las sonrojadas y acaloradas mejillas diciéndome -Oh Guillermo estoy ardiendo- dijo inocentemente.

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-Yo estoy como tu- la dije cogiéndole las temblorosas manos mientras se las besaba. -Hoy todo me parece maravilloso, veo a mi hermano feliz, como no le había visto jamás, he estado en la casa donde vives y he tenido la oportunidad de tumbarme sobre la cama donde tu duermes, ¿qué más puedo pedirle a la vida?-, acabó diciendo. Nos dimos otro beso y cogiéndonos de la mano la acompañé hasta su casa. Joaquín todavía no había regresado, lo que alarmó algo a Laura. –No te preocupes-, la dije, -voy a ver si le veo y le digo que le esperáis para la cena, ahora ve a ver a tu abuela-. Fui hasta donde le habíamos dejado una hora antes con la cuadrilla, ya no estaban allí, luego fui al Casinet, estaba allí jugando al futbolín con María, Justet y Emili, un Barça-Español era lo que se jugaban. -¿Quién gana?- Pregunté. -¡No nos distraigas, estamos empatados y es ésta la última bola!-, me dijeron casi gritando. ¡¡ Goooool !! gritaron Maite y Justet, mientras soltaban las empuñaduras de las barras que hacían mover a los metálicos jugadores y alzaban los brazos en señal de victoria. Se había finalizado el partido. Cogí a Joaquín del brazo y le dije que su hermana y abuela le aguardaban para la cena. Ya fuera Joaquín se puso frente a mi y poniéndome ambas manos sobre mis hombros me dijo : -Guillermo, estaba muy equivocado contigo y con el resto de la gente del pueblo, lo que tú has hecho hoy por mi me obliga contigo y no lo olvidaré jamás, mientras viva- dijo muy serio y solemne. -Pues no amigo, no te sientas obligado a nada, pero me hace muy feliz que te sientas bien entre nosotros, bienvenido seas-. Para no seguir por el camino que tomaba aquella conversación, le di una palmadita en la espalda y le dije : -Hasta mañana-.

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CAPÍTULO XIº

¡¡ Alarma !!, un desconocido….

Un par de semanas después de la reunión con el sargento Martínez, apareció por el pueblo un individuo regularmente vestido que portaba un maletín negro en la mano. En Los pueblos pequeños todo el mundo se conoce, y cuando irrumpe algún desconocido es detectado inmediatamente. Casualmente paseaba con Justet por la calle Mayor cuando el hombre del maletín se cruzó con nosotros en sentido contrario al que llevábamos. Nos extrañó que en un día tan caluroso como aquel, ver a un desconocido con un maletín en la mano con traje y corbata. El corazón me dio un vuelco, ¿y si el individuo fuese algunos de los que acosaban al hermano de Laura?. Me justifiqué con Justet para dejarle e ir a advertir a Joaquín de la extraña presencia de aquel sujeto. Me marché corriendo a casa para coger la bicicleta. El bueno de mi amigo supongo que se quedaría sorprendido por mi repentina e ilógica reacción. Se limitó simplemente en decir : -Hasta luego-. Entré en casa para coger la bicicleta y salir en busca del misterioso personaje, quería seguirle para poder ver los movimientos que efectuaba, el corazón me decía que quizás pudiera ser alguno de los sujetos que andaban tras Joaquín. Le localicé casi en la puerta del Casinet, estaba de pie en el umbral, se estaba secando el sudor de la frente y el cogote con un pañuelo que había sacado del bolsillo, eran ya alrededor de la una del mediodía y el sol lanzaba sus rayos con toda su potencia, había dejado el maletín en el suelo apoyado a una de sus piernas, y parecía que miraba con bastante frecuencia en dirección a la casa Soladrigas. No sabía que decisión tomar; o llamaba por teléfono al sargento Martínez o seguía observando sus movimientos, ¿qué llevaría dentro del maletín?. Decidí ir a ver a Laura y contarle mis sospechas. En dos pedaleadas me planté en la verja del jardín, sin llamar a la campanilla para que me abrieran, pasé la mano por detrás de la reja y levanté la cancela. Crucé a paso vivo el jardín hasta llegar a la terraza de atrás, que era el lugar preferido de la familia para reunirse, incomprensiblemente no había nadie, entré al salón y vi a señorita Amalia, la profesora de piano sentada en una de las butacas leyendo una revista de modas, la saludé y le pregunté por Laura. -Está arriba con la señora y Joaquín, acompañan al Doctor que está visitándola-. La profesora siguió mirando la revista, yo no sabía que hacer, si quedarme aguardando en el salón o subir a la habitación, opté por esperar a que el doctor se marchara. Intenté establecer conversación con Amelia, la profesora, pero me respondía solo con monosílabos, desistí de intentar conversar con ella, pero me sorprendió algo su conducta. Poco después bajaban por la escalera Joaquín y el Doctor. El primero en cuanto me vio alzó uno de sus brazos para saludarme, me levanté de la butaca en la que me había sentado y saludé al galeno, éste me estrechó la mano mientras me decía : -La señora se encuentra ya muy recuperada, ha respondido muy bien al tratamiento, gracias a ti muchacho que tuviste en aquel momento un buen ojo clínico y supiste reaccionar con prontitud, deberías ser médico-. -Verá doctor, desde hace algún tiempo estoy considerando seriamente esta opción, me atrae ser cirujano-, le dije con cierto entusiasmo. -Mira muchacho- dijo mirándome a los ojos, -ésta es una de las profesiones más antiguas y más bellas, además de humana, pero no debes olvidar nunca que es

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vocacional, en la que el médico se debe a sus pacientes por encima de todo, su misión es sanarles a cualquier precio y por todos los medios a su alcance y aplicará todo su saber y conocimientos en ello para prolongarle la vida, ésta y algunas otras leyes forman el compromiso Hipocrático que juramos al final de nuestros estudios, a partir de aquí se nos puede llamar Doctores en Medicina. Me dio una palmadita en el hombro y con el maletín en la mano se marchó a su consulta. Miré hacia arriba de la escalera y no se asomaba Laura, que seguía en la habitación de su abuela. Joaquín se puso a charlar con Amalia, la profesora de música, me acerqué a ellos y le dije que si no le importaba acompañarme al jardín. Después de excusarnos con ella nos fuimos. Le dije que me acompañara hasta la verja de entrada a la casa. Joaquín algo nervioso por mi extraña y misteriosa conducta me preguntó el motivo. Le dije que había un individuo desconocido que andaba por el pueblo y, que sería conveniente que él le viera para ver si se trataba de alguno de aquellos sujetos que le acosaban en Barcelona, al oír esto se puso lívido y sudoroso, se le mutó la cara, pero tuvo el valor suficiente para asomarse y desde allí intentar identificar al sujeto. Este estaba sentado en un banco de la plazoleta aprovechando una sombra que proyectaba uno de los árboles. Lamentablemente por la distancia y la sombra no era posible distinguirle con precisión, decidimos acercarnos hasta que Joaquín estuviera en condición de poderle ver mejor. El individuo sacó del bolsillo de su chaqueta un periódico deportivo que llevaba muy doblado y se puso a leer, facilitando así que pudiéramos acercarnos con mayor margen de no ser advertidos por parte suya. Joaquín me dijo al oído que no reconocía al individuo, que era algo mayor que con los que él había tratado. Osamos sentarnos en el mismo banco en el que estaba el sujeto, al hacerlo, nos miró e hizo un movimiento con la cabeza como si nos saludara, correspondimos con un –Hola-. El desconocido siguió leyendo el arrugado periódico del día anterior, nosotros dos seguíamos a su lado callados y observándole. Después de unos minutos, el misterioso individuo dobló el periódico, nos miró y aclarándose la garganta nos preguntó : -¿Sabéis a que hora abren el ayuntamiento por la tarde?-. Nos quedamos algo sorprendidos por la inesperada pregunta, le dijimos que no éramos del lugar y que no sabíamos. Me atreví a preguntarle a que se debía su visita al pueblo, me dijo que trabajaba para una empresa inmobiliaria y había venido a ver al alcalde. Al oír esto casi le abrazamos de alegría, se nos quitó un peso de encima, estuvimos todavía unos minutos hablando con el desconocido, que ya había dejado de serlo, puesto que nos dijo que se llamaba Ernesto, nos levantamos del asiento para regresar a la casa Soladrigas, despidiéndonos del personaje con un simple Adiós. Tranquilamente nos dirigimos calle abajo hasta llegar a la casa. Tuvimos una agradable sorpresa, la señora Soladrigas había abandonado su habitación y estaba sentada en una cómoda mecedora en la terraza por primera vez después de su arrechucho, aquellas horas del día el edificio proyectaba una sobra muy confortable sobre el lugar a pesar del calor que el suelo todavía despedía. Joaquín corrió a besarla, y yo la estreché la mano interesándome al mismo tiempo por su estado de salud, me devolvió el saludo con afable sonrisa, Laura estaba de pié detrás de ella, me sonrió al mismo tiempo que me hacía un guiño con aquellos inmensos ojos del color del ámbar.

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La señorita Amalia ayudada por la fámula Eulalia sacaba a la terraza el piano, éste disponía de unas ruedecillas para tal menester, le tocaba a Laura la lección de solfeo, nos sentamos en las butaquitas de mimbre que por allí estaban esparcidas, Laura se sentó en el taburete redondo que su profesora había puesto frente al instrumento. En aquel instante volvió a ser la que conocí al principio, la espalda recta que su larga cabellera la cubría casi en su totalidad, comenzó a efectuar ejercicios de agilidad digital con el teclado. Era un espectáculo de estética verla. Eulalia que se acercó al oído de Laura para decirle algo, ésta interrumpió los ejercicios que estaba ejecutando y se giró hacia mi indicándome que me acercara a ella, todos los asistentes se quedaron algo sorprendidos por la inesperada interrupción. –Guillermo-, me dijo al oído, -dice Eulalia que al teléfono está el sargento Martínez que desea hablar contigo-. Me dio un vuelco el corazón, a decir verdad no esperaba ésta llamada. Eulalia me acompañó hasta el teléfono que había descolgado en la cocina. -Dígame-, dije con voz cargada de cautela. -¿Eres Guillermo?-, preguntó la voz autoritaria del sargento. -Si, si soy yo sargento-. -Tengo buenas noticias para tu amigo. Me han comunicado de la comandancia de Barcelona, que gracias al informe que les envié, han podido dar caza a toda la red de traficantes de droga que operaban en la zona, incluyendo a los dos individuos que acosaban a tu amigo, el extranjero era un colombiano que cuando haya cumplido la pena que la ley española le imponga, será deportado a su país para que cumpla con la que tiene pendiente todavía allí-. -No sabe sargento como me tranquiliza y que feliz nos hace su noticia, ahora mismo voy a comunicarlo a Joaquín, no tengo palabras para agradecerle su ayuda y prometo en nombre de mi amigo venir a visitarle para darle a usted las gracias personalmente-. -Eso no es necesario pero si os apetece podéis hacerlo cuando lo deseéis, hasta pronto-. -Gracias una vez más y hasta pronto-. Regresé a la terraza, estaba todo el mundo en silencio aguardando mi regreso con caras expectantes, durante mi ausencia Laura le había dicho a su hermano que yo estaba atendiendo una llamada del sargento. Joaquín estaba muy serio, casi diría que encogido en su asiento. Al verme, la mirada interrogadora de ambos hermanos convergieron en mi persona intentando leer en mi rostro algo que les orientara, sonreí y les hice un guiño con el ojo a ambos, entendieron perfectamente que todo iba bien. Laura embargada de alegría tocó al piano la marsellesa, imprimiendo en su ejecución mucho más brío de lo habitual.

La pobre abuela no entendía nada de lo que estaba contemplando, aguardaba a que alguien de nosotros le diera alguna explicación, en la misma situación se hallaba la señorita Amalia. Al final de la tarde tuvimos ocasión de reunirnos los tres en el templete de la parte trasera del jardín, momento que aproveché para contarles con más detalle a Laura y a su hermano las noticias que me había transmitido el sargento Martínez.

97 Los dos se abrazaron a mi embriagados de alegría, debo confesar que me emocioné más de lo que yo creía soportar. Laura a pesar de la presencia de su hermano, no pudo ocultar sus sentimientos hacia mi, me besó una y mil veces por toda la cara, al finalizar sus muestras de alegría y cariño, Joaquín estaba de pie sonriendo algo separado de nosotros con las manos en jarras y contemplando la escena. A Laura las mejillas se le pusieron rojas como amapolas, Joaquín se dio cuenta del azoramiento de su hermana y mío, –Lo vuestro es lo más natural, debía suceder, no debéis avergonzaros de ello-, le dijo. Laura estaba alegre y feliz, llena de entusiasmo, -El sábado voy a dar una fiesta que no se olvidará en años para celebrar esta noticia y, voy a invitar a todos los amigos de la cuadrilla, ¿Qué os parece?-. -Fenomenal, estarán encantados de participar, pero debes decírselo tú misma, les agradará sin duda-. -Vamos allá- dijo entusiasmada. -Aguarda-, le dije, -primero cenaremos y luego vamos a reunimos todos en el Casinet y aprovechas la oportunidad para invitarles, ¿te parece?-. -Si, llevas razón-. -Bien, pues hasta luego que vendré a por vosotros-. Le di un beso y le hice un guiño de complicidad a su hermano. Fui en busca de Justet y Emili, por el camino me encontré con Maite. La dije que cuidara de avisar a todos los de la cuadrilla para reunirnos en el Casinet después de cenar, -Laura tiene una noticia que comunicar a todos-, le dije. -Guillermo ¿me cuentas de que se trata?- preguntó con mirada socarrona y colgándose de uno de mis brazos. -Polvorilla, no puedo decírtelo, dejaría de ser una sorpresa y si eres buena, yo tendré otra para ti-. -Qué malo eres, ya no te quiero nada-, me dijo bromeando y haciendo al mismo tiempo un mohín de niña consentida. -Me voy, avisa a los demás, confío en ello-. -Si, pasa cuidado, hasta luego-. En lugar de ir directamente a casa, pasé por el locutorio y puse una conferencia telefónica a Beppo. Tuve la fortuna que acababa de llegar casa, le pillé a la hora de la cena, -Hola, ¿que tal te va con tu “Dama de la bicicleta”?- me dijo a modo de saludo. -Excelente, como pudiste ver, es un encanto de muchacha, éste es mi mejor verano amigo, ni te lo puedes imaginar, no quepo en mi piel de felicidad-. -Ya vimos que andabas muy colado por ella-. Pasé por alto el comentario de Beppo : -Por cierto amigo, te llamo para ver si os apetecería a ti y a Edu, venir el próximo sábado a una fiesta que organizan Laura y su hermano en su casa, será una especie de despedida del veraneo, te advierto que los

98 Soladrigas cuando organizan algo, es por todo lo alto, no pienso decirla nada de vuestra asistencia y será una sorpresa para ella, le caísteis muy bien, y no te digo a Maite-. -Hombre, ¿por qué no?, se lo diré a Edu, si el no tiene inconveniente nos venimos en el primer tren del sábado, llámame mañana viernes, ya habré comentado el tema con él y te lo confirmaré-. -Bien, creo que hay uno que sale a las nueve y treinta, algunas veces mis padres han venido con el, no os preocupéis por las camas, tenemos de sobra en casa. Te llamo mañana-. -De acuerdo, hasta mañana-. Tenía el convencimiento que asistirían, eran de los que no dejaban escapar la oportunidad de ir invitados a una fiesta.

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CAPÍTULO XIIº

Adiós al dulce verano….. El primer sábado de septiembre amaneció con el día despejado, el cielo estaba teñido de un precioso azul intenso y ni una nube en ciernes. A primeras horas de la mañana algunos pajarillos entrecruzaban sus trinos alegrando los inicios de la jornada, el aire olía a heno, y de la panadería salía un aroma a pan que invitaba a entrar y adquirir alguna pieza de las elaboradas, añado que la panadería de nuestro pueblo estaba considerada como una de las que elaboraban el pan con más calidad. Llevábamos algo más de media hora que Justet, Emili, Maite y yo estábamos ayudando a Laura y Joaquín en la preparación de la fiesta. En el templete del jardín montamos una mesa circular en la que podían sentarse unas catorce personas algo apretaditas. Adornamos los alrededores del lugar con guirnaldas y farolillos chinos de papel de colores de forma de esférica, en una mesita situamos el tocadiscos dispuesto para cuando tocara bailar. El día anterior nos habíamos acercado a Vic para adquirir todo lo necesario para la fiesta, en la popular Rambla había un establecimiento dedicado a la venta de artículos de fiesta y disfraces, Joaquín adquirió todo lo necesario para adornos y unos sombreritos de cartón para cada uno de los asistentes. En el colmado de los padres de Maite se adquirieron unas cuantas cajas de Pepsi y naranjadas, en la panadería encargaron unos ochenta brioches y panecillos de Viena, en una reputada pastelería de Vic, se encargó una gran tarta de chocolate al ron que deberíamos recoger cuando fuéramos a la estación a buscar a mis dos amigos. El resto lo prepararían Eulalia y su esposo el jardinero. Joaquín había encargado que el auto de la fábrica de Taradell con el chofer, estuviera en la puerta de la casa a primera hora. A eso de las diez de la mañana, Laura y yo nos fuimos con el auto a Vic, retiramos en primer lugar la tarta y la depositamos en el maletero de éste, Laura estaba convencida que íbamos a buscar a mis padres que llegaban de Barcelona. Llegamos a la estación con casi unos treinta minutos de antelación al horario previsto de llegada, entramos en la vieja cafetería y compartimos un humeante café con leche muy calentito, bebimos los dos de la misma taza, nos gustaba compartirlo todo, luego nos sentamos en uno de los bancos de madera del andén sin dejar de hacernos arrumacos cariñosos, en nuestro fuero interno éramos conscientes de que se estaba finalizando el veraneo y que el regreso a la ciudad comportaría vernos con menor frecuencia, lo que nos producía, aun sin decírnoslo, un cierto hálito de tristeza. El pitido del tren que se acercaba a la estación nos volvió a la realidad, nos situamos en el andén para localizar a “mis padres”. Para Laura la sorpresa fue de órdago al ver descender de uno de los vagones a mis dos amigos, me dio un cariñoso pescozón en el cogote mientras me decía : -que cara más dura tienes no me habías dicho nada de que habías invitado a Beppo y Edu-. Corrió hacia ellos y se colgó del cuello de ambos besándoles en las mejillas. -En mi vida me había recibido una muchacha tan bella y tan efusiva-, dijo bromeando Beppo. -¿Se puede repetir la escena?- añadió Edu bromeando.

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Fuera de la estación nos aguardaba el auto con el chofer. -Por aquí-, les dijo Laura abriendo una de las puertas. No salían de su asombro, –Oye Beppo, ¿por casualidad no estaremos soñando?- dijo Edu con sorna. -Eso parece “Alicia en el País de las Maravillas”, en cualquier momento puede ocurrir lo insospechado-, dijo Beppo mientras subía al automóvil. Laura se sentó al lado del conductor y yo atrás entre mis dos compañeros. En menos de veinte minutos estuvimos en la puerta de mi casa, me quedé allí con mis dos amigos y le dijimos a Laura que en media hora estaríamos con ella. -Adiós amor-, la susurré al oído besándola en la oreja. -¡¡Eeeeeee! no abuses muchacho y deja algo para los amigos!!- gritaron al unísono mis compañeros. Laura se rió y mientras se marchaba les decía –Sois un par de locos muy simpáticos-. Les mostré la habitación donde ellos dormirían y les presenté a la Padrina. –Os presento a mi segunda madre- les dije. -Vamos a que os muestre algo del pueblo y luego iremos a casa de Laura para ver si necesita que le echemos una mano-. –Os advierto que del pueblo vamos acabar muy pronto por lo pequeñito que es-. Descendimos por la calle Nueva hasta llegar a la plazoleta de la fuente, a nuestra derecha quedaba el colmado de los padres de Maite, entré en él acompañado de mis dos amigos, que dicho de paso no sabían quién vivía allí. -Buenos días señora Martí- dije al entrar. Era bastante temprano y el establecimiento estaba casi vacío. -Buenos días Guillermo- me respondió echando un rápido vistazo a mis dos acompañantes. Efectué las debidas presentaciones y por detrás nuestro apareció “polvorilla” toda sudorosa, -¿pero que hacéis vosotros dos en el pueblo?-, dijo sorprendida y boquiabierta al mismo tiempo que contenta. -Les he hecho venir para que asistieran a la fiesta de los Soladrigas, te dije que te daría una sorpresa, aquí la tienes-. -Perdonadme que no os salude, pero estoy sudorosa, voy a ducharme y en un periquete me reúno con vosotros, ¿por donde vais a estar?-. -Vamos a por Laura y luego había pensado en ir a bañarnos al río-. -Bien pues ya os localizaré-, desapareció de nuestra vista como si de una ráfaga de viento se tratase para ir al piso de arriba donde tenían la vivienda los Martí. -Esta muchacha es fenomenal- dijo Beppo amagando un suspiro.

Fuimos a casa de de Laura, al pasar por delante de la puerta de la iglesia casualmente salía de ella el párroco. –Buenos días mosén-. -Hola Guillermo y compañía-. –Buenos días tenga usted-, seguidamente le presenté a mis dos camaradas.

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Ambos se acercaron a él para besarle en la mano, saludo habitual de la época en señal de respeto a la institución que el sacerdocio representa. El mosén era un hombre de talante liberal, les dio simplemente la mano pero no permitió que la besaran. -Guillermo, ¿podrías hacerme mañana de monaguillo en la misa de doce?-. -Encantado mosén, pero mañana va a disponer usted de tres monaguillos, mis dos compañeros también conocen el ritual y participarán encantados-, recibí un codazo de Edu. -Bien, entonces hasta mañana. Ah y gracias-, dijo mientras se alejaba. Llegamos a la verja de hierro de la Gran Casa. -¿Aquí vive tu novia?- preguntó Edu ante la presencia de aquella impresionante casona. -Si, vive con su abuela y hermano al que todavía no conocéis, os agradeceré pongáis máximo cuidado con vuestras expresiones, la abuela es muy observadora y valora mucho las buenas costumbres y los modales de sus invitados. Se que si os lo proponéis todo saldrá a las mil maravillas-, les sugerí. Tiré de la campanilla y empujé la verja para entrar, no precisaba que vinieran a abrirla, ya me consideraban de la casa, o al menos eso yo creía. -Menudo palacio-, dijo un de ellos, -es enorme-. Joaquín acababa de aparecer en la terraza posterior. –Hola Joaquín, voy a presentarte unos amigos de Barcelona que se suman a la fiesta-, le dije. -Hola Guillermo, bien venidos ¿os apetece tomar algún refresco?-, dijo mientras estrechaba la mano a mis compañeros. -Gracias, ahora todavía no, tengo entendido que vamos a ir a bañarnos al río-. Apareció Laura, que se había acicalado, probablemente más de lo habitual, quizás por la presencia mis dos amigos, estaba más bella y radiante que nunca, Beppo y Edu se quedaron sin habla mirándola. Vestía una camisa de manga corta color turquesa claro y un pantalón pirata del mismo tono que complementaba con un pañuelo verde limón ceñido en la cintura a modo de cinturón y, unas sandalias de diseño inspirado probablemente en el calzado que los romanos utilizaron en la antigüedad, sus bellos y estilizados pies resaltaban mucho con este calzado. Había recogido su brillante y abundante pelo castaño claro, en una especie de moño trenzado sobre su bien formada cabeza. Tal parecía una modelo de las que vienen fotografiadas en las revistas de modas. Su presencia provocó un significativo silencio, todas las miradas convergieron en su persona. Nos despertó de la aparición, el Clinc, Clinc, de un timbre de bicicleta; Maite estaba en la puerta de la verja llamándonos para que acudiéramos con ella al río. Junto a Laura llegó también Amalia, su profesora de música que en ésta ocasión también se apuntó al bucólico baño. Laura pidió a Eulalia que le trajera toallas de baño para todos los que allí estábamos, mis amigos no habían previsto ponerse el bañador. –No os preocupéis voy en un momento a casa a buscarlos, regreso en un periquete-. -Cuidad de Laura-, les encomendé bromeando. Con la bicicleta de Maite fui a casa, me puse el bañador y recogí del maletín de mis amigos sus respectivos bañadores regresando a continuación.

102 Dado a que todos no disponíamos de vehículo de dos ruedas, decidimos ir andando al río que estaba muy cerquita. Por el camino fuimos bromeando, en especial Edu tenía dirigidas sus miras en la profesora, casi doce años mayor que el, a decir verdad Amalia era una mujer muy atractiva y con una silueta escultural, Edu era un “cazador” nato, tenía un olfato especial para éstas situaciones y raramente se equivocaba. Llegados al remanso preferido del río, el lugar tenía mucho encanto bucólico, nos despojamos de nuestras vestimentas de calle para quedarnos con el bañador. Nos tiramos todos a una al agua, a excepción de la profesora que también había ido a sustituir el vestido por su ya “famoso” bikini. Cuando se incorporó al grupo, alguno de los muchachos silbó con fuerza ante la imagen de la señorita Amalia, mis dos compañeros alucinaban, pues todavía no era demasiado común el uso de ésta prenda de baño, solo contadas y atrevidas señoritas extranjeras solían lucirlo en las playas de moda de la Costa Brava, y en algunas revistas para féminas. La alegría y las bromas se sucedían las unas a las otras, era una jornada en las que reinaba el buen humor y la camaradería. Laura y yo nos salimos pronto del agua, para tendernos sobre la hierba y secarnos al sol. -¿Le has dicho a tu abuela algo sobre el motivo de la fiesta que celebras?-, le pregunté. -Si, no debes preocuparte, le he dicho que se trata de la fiesta que dedicamos al final del veraneo, es el primer año, pero está encantada de ver tanta actividad y juventud en la casa, como nunca la hubo-. –Solo tu, Joaquín y yo sabemos la verdadera razón de esta celebración-, me dijo mirándome a los ojos con tal dulzura que creí fundirme. Correspondí a su mirada, me entró un escalofrío de felicidad, aquellos grandes ojos color miel podían hacer que enloqueciera cualquiera, la besé en la punta de su recta nariz y nos cogimos las manos, no tengo palabras para describir todo lo que en aquellos momentos mi alma y mi corazón sentían; pasión, amor, orgullo, admiración y un bienestar eufórico casi incontrolable. Creo que ella sentía lo mismo, pues no dejamos de mirarnos a los ojos por un buen rato como si el hechizo que nos envolvía nos aislara del mundo. Nos volvió a la realidad la voz de Joaquín que gritó : -¡¡Todos a casa, llegó la hora de la comida!!-. En un abrir y cerrar de ojos, substituimos las vestiduras de baño por las de calle, Edu procuraba estar todo el tiempo junto Amalia, se les veía que hacían muy buenas migas, no se sabía hasta donde podrían llegar, Beppo se había emparejado con la pícara Maite, como ya hicieron durante la estancia de ésta en Barcelona. La mesa en el templete estaba puesta divinamente, nos sentamos a su alrededor y dimos buena cuenta de las viandas.

Después del postre, uno de los muchachos de la cuadrilla trajo una guitarra para amenizar la fiesta, tocaba de oído, pero imprimía un excelente ritmo a las canciones que tocaba. Algunas de las piezas eran muy populares y conocidas por casi todos, nos animó al grupo a participar en cantarlas. A la caída de la tarde cuando el sol iniciaba el lento y silencioso retiro pintando de mil tonalidades rojas el cielo, ante el entusiasmo lírico que reinaba en el grupo, alguien sugirió cantar algunas habaneras y canciones de la Tuna universitaria, iniciativa que fue muy bien acogida, comenzamos con Clavelitos y finalizamos la reunión con algo de tristeza cantando “La Bella Lola” y “Yo te diré”, ésta última fue una canción muy popular que en su momento la dio a conocer la película: “Los últimos de Filipinas”.

103 Alrededor de las once de la noche y después de el baile, nos fuimos todos a nuestras casas, Laura y Maite nos acompañaron a Beppo y a mi, pero Edu había desaparecido de nuestro entorno por arte de ensalmo. -Guillermo, ¿has visto a Edu?-, me preguntó Beppo. -Pues ahora que lo dices, hace un buen rato que no le veo-. A Maite se le escapó una risita picarona secundada por Laura. -¿De que te ríes “polvorilla”?- le pregunté. -Pero muchachas ¿es que estáis las dos confabuladas?, ¿de que os reís?-, les dije poniendo ambos brazos en jarras simulando enfado. -Pero mira que llegáis a ser bobos los hombres-, dijo Maite echando una mirada de complicidad a Laura. –¿No os habéis dado cuenta que Edu se ha marchado hace un buen rato en compañía de Amalia la profesora?-. -Pues la verdad que no lo he echado de menos hasta ahora- , -bien ya aparecerá-, dije algo intrigado por el. Laura y yo nos fuimos andando lentamente toda la calle Nueva cogidos por la cintura y mirándonos a los ojos de vez en cuanto, ya no escondíamos nuestro enamoramiento a nadie. Llegamos a la puerta de mi casa y entramos en la sala donde guardaba la bicicleta, estaba a oscuras, la Padrina y el resto ya se habían acostado hacía un buen rato, solo el débil resplandor del farol de la calle penetraba tímidamente en la estancia. A medida que pasaban los minutos nuestro amor iba aumentando paralelamente con la ansiedad de querernos y besarnos. Nos abrazamos como si temiéramos que nuestros cuerpos pudieran diluirse, nos besamos primero suavemente luego con mayor pasión. En aquella vorágine de emociones comencé a besar a Laura por el cuello y fui bajando hasta llegar a la escotadura de su blusa justo donde se iniciaba la curvatura sus senos. Temblábamos los dos por la experiencia que en aquellos instantes estábamos viviendo y, que para ambos era una deliciosa novedad. Mis temblorosas y torpes manos llegaron a desabrochar el sujetador que ésta llevaba, quedando sus tersos senos en libertad, sin que por ello opusiera resistencia alguna, me atreví a pasar la mano temblorosa por debajo de la blusa y acariciarlos suavemente, con ésta acción noté que Laura se excitaba mucho, al igual que lo estaba experimentando en mi mismo. Sus senos se endurecieron y la pasión por besarnos y reconocer nuestros cuerpos fue cada vez in crescendo. Sudábamos por la energía que liberábamos, Laura me despojó de mi suéter quedando mi torso al desnudo que ella también besó apasionadamente. A pesar del dulce momento que vivíamos, nuestras mentes reaccionaron y decidimos al unísono que aquellos excitantes momentos que estábamos experimentando, podía llevarnos a un trágico final, comprendí que Laura se merecía que no rompiera su inocencia y que el delicado camino que en aquellos momentos estábamos tomando era necesario detenerlo. Hicimos acopio de valor e intenté liberarme de aquel vendaval de pasión que me embargaba, traté de aminorar la voluptuosidad de mis besos, suavemente le abroché su blusa y la cogí con ambos brazos por la cintura, nos miramos a los ojos como preguntándonos que nos estaba ocurriendo. Creo que Laura comprendió mi reacción, me sonrió con gran dulzura, como solo ella era capaz de expresar, nos quedamos unos minutos en silencio mirándonos, no era necesario hablar.

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-Laura, una vez más quiero que sepas que estoy apasionadamente enamorado de ti pero ambos somos todavía muy jóvenes para avanzar por el camino que hoy habíamos iniciado, quizás algún día nos lo pudiéramos reprochar-. -Llevas razón Guillermo- dijo en voz suave, -pero es el contacto contigo hace que me sienta muy feliz, como nunca experimenté, todo es nuevo para mi, nuevas sensaciones que jamás conocí, pero por otra parte pienso como tu, que ya llegarán momentos para que nuestros cuerpos se conozcan en toda su magnitud y generosidad-. Nos regresó a la realidad y rompió el encanto que vivíamos, las voces de mis dos amigos que regresaban a casa para acostarse, ambos quedaron algo sorprendidos al vernos tan acalorados y sudorosos. Por un momento ninguno de los cuatro sabíamos que hacer ni decir, la situación que se generó era algo embarazosa. Me puse el suéter y me sequé el sudor de la frente con el antebrazo. Laura miraba al suelo, no se atrevía a mirar a mis amigos, muy probablemente tuviera cierto temor a que alguno de ellos pudiera bromear sobre nosotros y la situación del momento. Fui el primero en romper el denso silencio que casi podía cortarse con un cuchillo. -¿Dónde anduviste que de repente has desaparecido?-, pregunté a Edu. -He ido a dar un romántico paseo a la luz de la luna hasta el río con Amalia-, nos dijo. Que conociendo a mi amigo, me hizo pensar que posiblemente hubo algo más que un paseo. Laura ya había recuperado su aplomo habitual, se acercó a mi pasándome uno de sus brazos por la cintura, yo la arropé poniéndole un brazo por encima de los hombros acercándola un poco más hacia mi. Edu bostezó sin recato y dirigiéndose a Beppo le dijo -¿nos vamos a la cama?, es bastante tarde y mañana deberemos estar despejados para hacer de monaguillos-. Agradecí su gesto que nos libraba de la embarazosa situación de aquel momento, en especial a Laura. -Dentro de poco subiré yo, voy a acompañar a Laura a su casa y regreso-. Beppo se acerco a Laura y dándole un beso en la mejilla la dijo algo al oído que no alcancé oír.

–Hasta mañana parejita-, nos dijo mientras cogía del brazo a Edu y lo arrastraba al interior de la casa. Nos fuimos calle abajo hasta llegar a la puerta de su casa. Al despedirnos le pregunté a Laura, ¿qué te ha dicho Beppo al oído?. -Nada importante, es un secretillo-. -Bien tu sabrás si debes confesármelo o no-, le dije simulando que fruncía el entrecejo y estar enojado. Laura interpretó que no eran de mi agrado los secretitos, reaccionó rápidamente, me cogió con ambas manos la cara besándome en los labios con tanta dulzura que no pude por menos que sonreír y abrazarla. -Ahora dime el secreto-, le insistí. -Si bobo-, dijo cariñosamente, -te lo voy a confesar: Beppo no me ha dicho nada que yo ya no supiera, pero me dijo que eras una gran persona, querida por todo el mundo y que no te hiciera daño, añadió además que hacíamos una gran pareja-.

105 -¿Qué no me hicieras daño, te dijo?-. -Si, eso me ha dicho, me ha dejado algo desconcertada, he pensado que quizás tu sabrías…-. -Pues no se…., mañana le preguntaré-.

Compusimos algo nuestras ropas y de nuevo volvimos a bajar la calle hasta llegar a su casa. Después de cruzar la verja de hierro la acompañé hasta la puerta principal, reinaba un gran silencio, todo el mundo dormía, eran ya algo más de las dos de a madrugada, no hicimos otra cosa que despedirnos con un: -hasta mañana amor, nos vemos en la misa de doce-. Un suave beso de sus jugosos labios fue el resto de una feliz e inolvidable jornada. A mi regreso, subí a la habitación, hete aquí que me encontré con la sorpresa de que estaba ocupada por mis dos amigos, habían traído los colchones de sus camas y los habían puesto en el suelo de mi habitación. Ambos estaban despiertos charlando como dos cotorras. Al verme entrar se sonrieron. Con el dedo índice puesto sobre mi boca les indiqué silencio, -Hablad en voz baja- les recomendé, no vayamos a despertar al resto de los que duermen en la casa. En el entretanto me había despojado de mis ropas y me puse solo el pantalón del pijama de verano, era una noche de fin de Agosto bastante calurosa, teníamos la ventana abierta de par en par y no corría ni un hálito de aire. -Por cierto Edu, ¿dónde te has metido que durante casi un par de horas no hemos sabido de ti?, has desaparecido de nuestra vista-, le pregunté mientras exhalaba un bostezo de sueño. -Un caballero no cuenta determinadas cosas de las damas con las que ha estado-, dijo el muy pillín con socarronería. Se hacía el importante, pero la verdad es que estaba deseando contarnos lo que había hecho durante estas dos horas en que desapareció de nuestra vista. Beppo y yo intuimos la “jugada”, e iniciamos una retahíla de ruegos para que nos contara, Edu se estaba haciendo el remiso, hasta que Beppo se levantó y cogiendo un vaso lleno de agua de la mesita de noche le amenazó con vaciarlo sobre él si no contaba de inmediato su aventura. Ante el inminente peligro, hizo una señal de calma con la palma de la mano, se aclaró la garganta para darse algo de pisto e inició su explicación. -Veréis amigos-, dijo con aire de hombre importante y mundano, Amalia y yo, como ya habréis podido observar, hemos congeniado desde un principio, durante la fiesta estuvimos conversando largo y tendido e intuí que es un ser “solitario”-, dijo esto con cierto retintín. –Yo que como sabéis se me da muy bien consolar a los “corazones solitarios”, me he lanzado a tope con ella. La propuse salir a dar un paseo y aceptó, era ya muy tarde y la sombras comenzaron a ser mis aliadas, llegamos con nuestra andadura hasta la orilla del río en el que nos bañamos esta mañana, a decir verdad me llevó ella hasta allí. La luna, el silencio y las sombras hicieron todo lo demás-, aquí detuvo su relato. Pero bueno, sigue contando-, le conminó Beppo.

106 -El resto ya os lo podéis imaginar-, dijo el muy condenado haciéndose de nuevo el importante. La verdad es que nos había dejado en ascuas y ardíamos de curiosidad por conocer los pormenores del encuentro. -¡!Diantre Edu, lo cuentas o te echo por la ventana!!- le dijo Beppo ya bastante mosca con los misterios del relato de nuestro compañero. -Lo que sigue, no tiene demasiada importancia-, Edu sabía como hacer que Beppo se intrigara y se alterara. Una primera ráfaga de agua procedente del vaso le cayó en el pecho, su receptor dio un salto como si de un felino se tratase. –¡!Beppo, coño, me estás mojando el colchón, para ya, no me eches más agua!!-, exclamó. -¡¡Cuenta o te lo vacío!!- le dijo éste riéndose conmigo. -Verás, cuando estábamos sentados allí en la orilla del río, solo se oía el suave murmullo del agua que fluía lentamente, la pregunté si todavía llevaba puesto aquel provocativo bikini, a lo que me respondió riéndose, que lo averiguara por mi mismo. Me quedé de una sola pieza, jamás habría podido imaginar que una muchacha me respondiera de buenas a primeras tan atrevida proposición-. -¿Y tu que hiciste “criatura”?- le pregunté también tan intrigado ahora como Beppo. Edu sabía bien como relatar las cosas para que causaran el efecto pretendido. -Muy simple, le pasé una mano por debajo de la falda. Confieso que esperaba recibir por el atrevimiento, un sonoro bofetón, no fue así, seguí subiendo mi temblorosa mano hacia arriba rozándole la piel de sus ardientes muslos, a medida que ascendía, el contacto con su piel era cada vez más cálido, ya os podéis imaginar como me puse al llegar arriba del todo-, aquí se detuvo otra vez en el relato. -¡¡Sigue, sigue maldito, que ahora el que se está poniendo “malito” soy yo!!-, dijo Beppo. Edu se rió malévolamente, gozaba del clímax creado y comprobaba que su estrategia surtía el efecto deseado. -Llegado donde os contaba, puse mi mano completamente encima de “ello”-. -¿Y qué es “ello”?- interrumpió Beppo. -¿Pues qué va a ser?, lo que tu ya sabes-, le respondió. -¡¡Cáspita, dilo de una vez!!- -Qué poca imaginación tienes-, le respondió riéndose a carcajadas. -Me cogió la mano para apartarla de donde la había depositado y, me dijo a continuación si me atrevería a bañarme con ella en el río, completamente desnudos-. -¡Canastos con la profesora!-, exclamé.

107 -Ya os dije que es un “corazón solitario”-, añadió Edu con aires de hombre experimentado, y siguió :. -No me corté un ápice, me puse en pié para quitarme la ropa, en un santiamén me despojé de toda ella quedándome “descalzo hasta el cuello”. Allí, bajo la luz de la luna, que por cierto hoy es luna llena, la tomé de la mano para ayudarla a levantarse, una vez estuvo en pié me dijo con coquetería, que si me atrevía a quitarle yo la ropa, ella no dejaba de mirar mis partes pudientes que desde hacía bastante rato estaban ya en situación de total disponibilidad-. -Me hallaba tan sumamente nervioso, que casi no sabía ni por donde comenzar, fue ella que me cogió la mano y me la puso sobre los botones de la blusa, procedí a desabrocharla, casi no atinaba a encontrar los ojales, las manos me temblaban. Finalmente la dejé totalmente en cueros, ¡¡y qué cuerpo tiene muchachos!!, os juro que posee una figura propia de una diosa del mismísimo Olimpo, total que nos echamos al agua, a pesar del frescor de ésta, mi fogosidad no decreció ni un ápice. Jugueteamos dentro del agua un buen rato, toqueteos, abrazos y algunos inocentes besos-. -Sigue, sigue- le conminó Beppo. -Nos salimos del agua para tumbarnos sobre la hierba, siguieron los toqueteos ella me había cogido el “pajarito” para acariciarle mientras yo la besaba, hasta que a pesar de mis esfuerzos ya no pude contenerme más y eyaculé en su mano-. -¿Y que pasó después?- pregunté. -Ella se quedó algo extrañada, según me dijo, era la primera vez que había visto y tenido en sus manos un “pajarito”, nos limpiamos con el faldón de mi camisa, seguimos dándonos besos y caricias, hasta que ella llegó a su punto culminante, no os podéis imaginar como gemía y se retorcía, luego nos vestimos y la acompañé hasta la casa de Laura, eso fue toda nuestra romántica noche-, aquí Edu finalizó su explicación. El relato de nuestro amigo nos había sorprendido y excitado al mismo tiempo. Jamás hubiese imaginado que la señorita Amalia tuviese arrebatos amorosos de esa índole y tan apasionados. No salía de mi asombro. Había sido un día de gran actividad y emociones, estábamos los tres fatigados y en pocos minutos nuestros cuerpos cayeron profundamente en manos de Morfeo. Nos despertó Lluís haciendo sonar una cacerola desde la cocina, acudimos a la llamada con bastante mal cuerpo por la “resaca” del día anterior, el bueno de Lluís estaba en la cocina preparando unas enormes tostadas de pan que acababa de ir a comprar al establecimiento de sus primos, propietarios de la única panadería del pueblo, Justet estaba junto a él atizando el fuego de la cocina, éste al vernos se rió malévolamente, pero siguió con su quehacer.

-¿De que te ríes colega?- le pregunté. -Oh de nada, de nada-, dijo riéndose ahora abiertamente. -Bueno, ya me lo dirás cuando te plazca-, le dije. Me cogió del brazo y me llevó a un lado de la gran sala de la cocina para decirme al oído: -Oye Guillermo, ¿por que no les dices a tus amigos que ordeñen una de las vacas?-.

108 Intuí inmediatamente lo qué el muy picarón pretendía, no era otra cosa que reírse de los dos ciudadanos inexpertos de la Ciudad. -Te voy a dar gusto hombre, ven conmigo, verás como se defiendes dos novatos de ciudad-. Cogí el cubo de cinc que había apropósito para ordeñar y me acerqué a los dos “inocentes” ciudadanos diciéndoles : -Tomad este cubo y vamos a ver si sois capaces de ordeñara a “Francisca”-, éste era el nombre con que Lluís había bautizado a uno de los rumiantes. Edu lo cogió por el asa y ambos nos acompañaron hasta el corral. –Os presento a “Francisca”- les dije mientras le daba un buen manotazo a las posaderas de ésta. –Aquí tenéis un pequeño banquetin para sentarse y poder hacer la operación de ordeñado con más comodidad, venga Edu, haber si imitas bien a la profesora de música-. Edu fue el más decidido, situó el asiento que le di junto a una de las patas traseras del animal, a continuación puso el cubo debajo de las ubres del rumiante y se sentó, hizo todos estos movimientos como si fuera un experto en el arte de ordeñar. Beppo miraba expectante, Justet y yo aguardábamos los momentos en que la vaca iniciaría su serie de latigazos con la cola. Efectivamente, en el mismo instante en que Edu agarraba con ambas manos dos de las ubres del animal, le cayó el primer flagelazo, que por no ser esperado hizo que el destinatario se cayera del banquetín. Las risas comenzaron de menor a mayor, Lluís que también nos había acompañado al corral, intuyendo el bromazo, tampoco pudo aguantar la risa pero ayudó a levantarse al “experto”, éste volvió a sentarse en el banquetín mientras yo ataba la cola de la vaca a su propia pierna. Edu volvió a coger las ubres y reinició la acción de ordeñar, comenzaron a salir unos chorrillos de leche que cayeron con fuerza dentro del cubo. La risa estaba servida, pero fue un chiste que hizo Beppo lo que desató el desmadre de risas en el corral. No se le ocurrió otra cosa que decirle a Edu que le recordaba a la profesora de música en la orilla del río unas horas antes. Luís y Justet no entendía el verdadero motivo de aquella algarabía de risas, pero nos acompañaron en ella. Edu se tomo bien la broma y terminó de ordeñar a “Francisca” hasta casi llenar el cubo. Luego en la cocina, la Padrina hizo el resto. Durante el desayuno las bromas indirectas de Justet, de Beppo y mías asetearon al pobre Edu, que tuvo que tragar con ellas hasta el final. En honor a la verdad, debo decir que en ningún momento se inmutó. Después de desayunar opíparamente, nos fuimos a buscar a Laura.

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CAPÍTULO XIIIº

En la Misa dominical……….

La iglesia del pueblo en la misa dominical del mediodía, solía estar abarrotada por los propios lugareños además de la colonia de veraneantes, no quedaba un asiento libre. La abuela de Laura era habitual asistente a la celebración de esta misa, disponía de un sitial preferente con reclinatorio acolchado en terciopelo rojo, cerca del altar. Algunos años ha, todavía en vida de su esposo, la familia Soladrigas sufragó la reconstrucción de el deteriorado templo, lo que permitió le fuera dispensada por el obispado de Vic, una distinción de sitial. Nos presentamos los tres en la sacristía coincidiendo con el mosén vistiéndose la casulla alba sobre la sotana negra que llevaba de a diario. Se le alegró la cara en cuanto nos vio. Le ayudamos a terminar de enfundarse el alba, la casulla y la estola cuyos colores cambian según la liturgia, nosotros nos enfundamos los roquetes blancos de monaguillo. Este día, toda la gente de mi casa estaban presentes en la iglesia, mis padres que habían venido a buscarme para regresar con ellos a Barcelona dando así fin al veraneo, Lluís con su esposa Mercé y la Padrina, vinieron pronto y tomaron asiento en los bancos de las primeras filas. Mi padre no solía asistir habitualmente a la iglesia pero en esta ocasión quería ver a su hijo como participaba como monaguillo, creo que era la primera ocasión que me veía vestido de tal guisa, en esta ocasión les acompañaba mi hermana Nini recién llegada de sus vacaciones en Valencia. Nos desenvolvimos los tres muy bien, en nuestro colegio el hermano Ramón nos había “adiestrado” eficazmente en oficiar de monaguillos, especialmente antes, durante y después de la celebración del XXXVº Congreso Eucarístico Internacional de Barcelona, del 27 de mayo de 1950, le correspondió a nuestra Congregación la distinción de enviar a una serie de muchachos a ayudar a los sacerdotes a oficiar las misas que se celebraron. Por aquellas fechas, Barcelona cambió totalmente su fisonomía gracias a ésta magna consecución religiosa luchada con gran tenacidad e inteligencia por Monseñor Gregorio Modrego y con el beneplácito final de Su Santidad Pío XII además de la ayuda entre bastidores, de Mos. Giovanni Montini. Se ordenaron en el estadio de Montjuich para la ocasión, 820 nuevos sacerdotes, la más multitudinaria ordenación de la historia, se construyeron las Viviendas del Congreso, convirtiéndose por su magnitud en un nuevo barrio barcelonés, moderno y, asequible a las clases sociales menos favorecidas, fue ésta última una gran obra social que vino a solventar en parte el grave problema de vivienda que la ciudad venía sufriendo. Durante la comunión, la profesora, la señorita Amalia, tocó en el modesto órgano de la iglesia, el Ave María, con gran silencio y recogimiento entre los asistentes, los tres nos miramos y pasamos apuros por contener la risa, luego a la salida del templo Beppo dijo con gran agudeza y solemnidad : -He podido comprobar cuan bien toca el “órgano” la señorita Amalia -. Al finalizar la misa con el “Ite misa est” del sacerdote y el “Deo gratias” de los monaguillos y el resto de asistentes, las gentes solían congregarse en la plaza Mayor en la que la que intercambiaba saludos y conversaban de las cosas cotidianas, algunos aprovechaban para comprobar quienes habían asistido a la Santa Misa dominical o que vestidos llevaban sus vecinos. Ya en la sacristía, el mosén estaba

110 el hombre tan satisfecho que no pudo más que venir a agradecernos nuestra colaboración, para él había sido una jornada grande y festiva, dado que en el largo y crudo inviernos ocasiones como ésta no se repetían.

Después de despojarnos de las vestiduras religiosas salimos a la plazoleta, Laura su hermano y la abuela estaban conversando con el señor alcalde, el farmacéutico y el doctor, las fuerzas vivas sociales de la población. El doctor recordó una vez más la ocasión en que fui a buscarle a raíz del achuchón de la señora Soladrigas y de verme en la casa en alguna de sus visitas a la paciente. Le saludé con sincero respeto, era un hombre alto, enjuto y serio, que lucía un abundante bigote de un blanco ligeramente amarillento, probablemente debido a la acción del tabaco que fumaba en su pipa, el rostro lo tenía cruzado por múltiples pliegues por una epidermis curtida y algo tostada por el sol, que explicaban con claridad la sacrificada vida rural dedicada a sanar a sus semejantes en un pueblecito del interior, con notable escasez de medios a su alcance, condiciones muy habituales en los médicos de pueblos pequeños. Vestía un algo arrugado traje de lino beige y, se tocaba con un sombrero de alas algo anchas de color tostado que le daba al mismo tiempo un cierto aire elegante y descuidado. Infundía respeto a la vez que confianza, algo muy importante en un médico y también para sus pacientes. -¿Cómo estás muchacho?- me dijo alargándome su huesuda mano que estreché con satisfacción. -Bien, gracias doctor- respondí acompañando a mi saludo una ligera inclinación hacia delante de la cabeza. Se giró ligeramente a su derecha para decirle a su esposa, una señora algo regordeta y bajita con mejillas bastante coloradas y vestido estampado:. –Olga, éste es el muchacho que te expliqué que estuvo tan oportuno en advertirme de la posible indisposición de la señora Soladrigas, y digo oportuno por que fue realmente así, pienso que si no llega ha tener este ojo clínico, las consecuencias hubiesen podido ser lamentables para la señora-. Saludé a la esposa del doctor estrechándole la mano y llevándome ésta hasta casi los labios en señal de respeto, la esposa del doctor puso cara de satisfacción por la finura de mi del saludo, no era habitual en el pueblo un saludo tan refinado y distinguido. Laura y su abuela se unieron al grupo que formábamos, al ver a la anciana el señor alcalde se acercó presuroso a presentarle sus respetos, Laura me dio un beso en la mejilla a modo de saludo, detalle que vi que no se le escapaba al doctor. Mis dos amigos se fueron con Justet y Joaquín en busca de los demás. El doctor se interesó por mis estudios, le dije que estaba finalizando el bachillerato y que había decidido estudiar medicina. -Entonces quizás algún día vayamos a ser colegas ¿no?- me dijo con acento que denotaba simpatía. -¿Has pensado en que rama de la medicina estás más interesado?- preguntó. -No se, todavía no tengo muy clara la especialidad, por una parte me gustaría ser cirujano, pero también me atrae mucho la biología, tengo una particular afición por la investigación-.

111 -Pues si tienes esa afición, cultívala, a la medicina le hacen falta buenos investigadores, especialmente biólogos, será la carrera que revolucionará la medicina y a la humanidad en los cien años venideros-, sentenció. Me impresionaron mucho las palabras del doctor, las aparqué en un rincón de mi cerebro para meditarlas más adelante, cuando fuera el momento oportuno, primero debía finalizar el bachillerato e ingresar en la facultad de medicina, me obligué alcanzar la meta que me había fijado; ser médico y, luego ya escogería la especialidad. Noté en Laura que se sentía muy ufana, estaba cogida de mi brazo y el otro al de su abuela, ésta última vi que me observaba atentamente de cómo me desenvolvía en la conversación. Se acercaron mis padres y les presenté a los que estaban conmigo, Laura los saludó besando ambos y les presentó a su abuela, así mismo lo hicieron el doctor y su esposa que en aquellos momentos se protegía del sol con una coqueta sombrilla, así como al alcalde al que ya conocían de otras ocasiones. El doctor le comentó a mi padre la conversación que instantes antes ambos habíamos mantenido respecto a mis futuros estudios. –Desde muy pequeñito que Guillermo viene expresando sus deseos de ser médico-, apostilló. -Me viene de madre- dije sonriendo. -¿A caso es usted doctora, señora?- preguntó el galeno. Intervine rápidamente para aliviar del apuro a mi progenitora. –Verá doctor, he dicho esto por que mi madre siempre tiene un remedio para cualquier enfermedad-, aclaré sonriendo. Nos reímos todos a gusto, hasta mi madre, que no le dio importancia alguna a la broma que acababa de gastarle. El resto de la conversación fue intrascendente, un rato después la reunión se disolvió, solo Laura y su abuela se quedaron algún tiempo conversando con mis padres. El calor arreciaba y a pesar de la sombra que proyectaban los árboles de la plazoleta era casi insostenible. La señora Soladrigas sacó un bonito abanico de su bolso para aliviarse de la canícula y que manejó con delicadeza y elegancia, no exento de la natural coquetería femenina. Para este día se había puesto un vestido blanco con estampados a tonos negros y grises. Conversó con mis padres algunos minutos y al despedirse me miró a los ojos mientras me decía :-Este ha sido un verano excepcional por lo especial, doy gracias a Dios por haberte conocido, has aportado vida y alegría a nuestra casa tan falta de ello, espero que siga siendo así, ¿no es cierto Laura?- le dijo a su nieta con cierta socarronería. Laura ruborizada, asintió con la cabeza, mientras me miraba como si me preguntara a que venía lo de la abuela. La señora Soladrigas, había intuido desde hacía bastantes días la atracción que ambos sentíamos el uno del otro. -Regresamos hoy a Barcelona en el último tren de la tarde-, dije para que Laura supiera que nos marchábamos poniendo así fin al veraneo.

112 -Nosotros lo haremos la semana siguiente, tenemos que cerrar la casa para que el próximo verano todo esté otra vez en orden-, dijo la abuela. – Espero verte por Barcelona Guillermo-. -Haré todo lo posible para ello, no voy a disponer de demasiado tiempo, tengo que terminar el bachillerato para poder entrar a la universidad-. -Bien, tengo entendido que sabes donde vivimos, tienes allí las puertas abiertas-, me dijo. Me acerqué para darle la mano, pero me apartó ésta y me besó en la mejilla, a continuación con un suave empellón me situó hasta donde se hallaba su nieta para que la besara. Le di a Laura un ligero y casto beso en la mejilla, ella me miró y puso su mano en el lugar en el que había depositado mi ósculo y mirándome a los ojos pareció decirme : “amor mío, aquí queda tu beso para siempre”….. Nos despedimos e iniciamos el camino de regreso a casa, unos pasos después me di la vuelta y vi a Laura que había hecho lo propio, Tenía los ojos tristes, la hice un gesto con la mano para decirla que después del almuerzo nos encontraríamos bajo “nuestro árbol”, me comprendió y asintió con la cabeza. Seguí caminando con el corazón preso de tristeza y encogido, sabía que después de nuestra próxima cita, pasarían días hasta poder vernos de nuevo. Al llegar a casa mis dos amigos barceloneses me aguardaban en el portal, fácilmente se apercibieron de mi estado de ánimo.

Se interesaron y les dije que estaba algo triste por que era el último día del veraneo. No les convenció mi aseveración. -Y por algo más, ¿no es así?- me dijo Edu. -Si, confieso que si, por que voy a dejar de ver con frecuencia a Laura, a pesar de que estoy muy enamorado de ella, o al menos eso creo, es la primera vez que experimento esta clase de sentimientos, mi corazón le pertenece, pero mi mente me dice que debo dedicarme a mis estudios y conseguir la meta que desde hace algunos años me fijé, lo contrario traicionaría mis principios y los sacrificios y la fe que mis padres vienen depositando conmigo-. -Eso está muy bien, pero no debe entristecerte, Laura lo comprenderá, y también será a la vez una prueba de su amor hacia ti, estoy seguro que sabrá compartir el sacrificio con en el que ambos vais a enfrentaros-, añadió reflexivo Beppo. La Padrina se asomó para decirnos que la comida estaba a punto de ser servida, no nos hicimos de rogar, estaban ya todos sentados alrededor de la larga mesa de la cocina, Beppo animó la misma con sus bromas y chistes, me levantó algo el ánimo. Finalizada la misma, mis padres me dijeron que fuera haciendo la maleta, nos iríamos en el tren de las siete de la tarde. En un santiamén subí a mi habitación y metí todos mis enseres y libros en la maleta, les dije a mis dos amigos que me aguardaran en el Casinet jugando al futbolín, yo iba a despedirme de Laura. Cogí mi bicicleta y marché raudo cual centauro al encuentro de mi amor, mientras pedaleaba calle Mayor abajo, reflexionaba respecto a lo que le diría a Laura para que no se sintiera desilusionada al plan de estudio que tenía previsto y, que reduciría sensiblemente la posibilidad de nuestros encuentros durante el curso. No llegué a ninguna conclusión, lo dejé a la improvisación del momento.

113 Llegué en un abrir y cerrar de ojos al lugar, unos doscientos metros antes de llegar al gigantesco y viejo roble, detuve la marcha y me quedé admirando la imponente belleza de aquel centenario roble, era casi perfecto, el grueso tronco, que quizás midiera más de ochenta centímetros de diámetro, era totalmente recto y sin protuberancias, las primeras ramas que iniciaban la gigantesca y redondeada copa estaban a algo más de tres metros del suelo, únicamente en algún momento de su longeva vida, algún desalmado utilizando una herramienta cortante había practicado unas incisiones en uno de los lados del tronco que el sufrido árbol pudo superar. Se levantaba ante mí majestuoso e impertérrito al paso del tiempo, siendo el testigo de algunos de nuestros amorosos y dulces encuentros. Me volvió a la realidad el clinc, clinc, de la bicicleta de Laura, volví la cabeza y vi como se acercaba subiendo la suave pendiente que había desde su casa hasta la loma en que se hallaba “nuestro árbol”, como así le solíamos llamar. Se situó a mi lado y sin apearnos nos dimos un beso. -No olvides nunca esta imagen-, le dije a Laura refiriéndome y señalando al imponente roble, -bajo su cobertura hemos pasado horas muy gratas y felices-. Laura pedaleó y la seguí hasta llegar junto al tronco, dejo su bicicleta apoyada en él y vino hacia mi extendiendo los brazos, dejé mi bicicleta en el suelo y me abracé a ella, ambos nos fundimos en uno solo, estuvimos así bastante tiempo, sin decir nada simplemente mirándonos a los ojos y dándonos de vez en cuanto algún beso, podía notar perfectamente los latidos de su corazón, de nuevo volvimos a sentir aquel penetrante deseo experimentado unos días atrás, sonreímos por que los dos nos dimos cuenta de lo que sucedía al unísono, pero éramos fuertes y sabíamos como poder superar aquellos momentos. -Laura-, le dije con cierta solemnidad en su oído, -en estos momentos desearía haber terminado mi carrera para hacerte mi esposa y así poder dar rienda suelta a la pasión y el amor que ambos sentimos en estos momentos-. - Siento lo mismo que tu Guillermo pero pienso que debemos ser fuertes. Nuestra meta y mérito, será aguardar el ansiado día en que podamos ser esposos para toda la vida-, dijo con cara de ángel. -Así será-. Saqué una navajuela que llevaba en el bolsillo del pantalón y nos acercamos al tronco del roble, con la punta de la misma grabé dos corazones y las letras L y G con la fecha en números romanos. –Cada verano vendremos a éste mismo lugar y grabaremos una muesca hasta llegar a al año de nuestra boda, así sabremos sin equívoco cuantos años habrán pasado hasta ese anhelado día-. Cogí las manos de Laura y me situé frente a ella para decirle : -Laura hoy regreso a Barcelona y dentro de cinco días inicio el curso, será un curso bastante difícil en especial el capítulo de ciencias, necesitaré mantener la máxima dedicación, quiero que me ayudes en ello-. -Guillermo cuenta que haré todo lo que esté de mi mano para ayudarte, me sentiré muy orgullosa de ser la esposa de un doctor, ¿que quieres que haga por ti? -. -Poco y mucho querida, simplemente que deberemos sacrificar vernos más de un domingo y festivos. Mientras muchos de nuestros amigos estarán divirtiéndose, nosotros no podremos disfrutar de nuestra compañía, pero por nada del mundo quisiera que tu te sintieras ligada a quedarte encerrada en casa-. –Ahora debo marchar, me aguardan mis padres y amigos para el regreso, esta noche te llamo, te

114 dejo mi corazón guárdalo bien ya es todo tuyo-. Le di un beso y me marché sin más, sabía que si me quedaba algunos minutos más me sería muy difícil irme y sería todavía más dolorosa la despedida. Pasaron los meses y Laura y yo nos vimos en contadas ocasiones, Navidad, Pascua, y algún que otro festivo con puente, entre estos esporádicos encuentros. Fue muy duro de soportar por ambas partes, pero nuestro amor no tambaleó ni un ápice, todo lo contrario, los contados encuentros consolidaban los cimientos depositados aquel feliz e inolvidable verano que íbamos dejando atrás. El sacrificio dio sus frutos, finalicé mi bachillerato con notas muy estimables y pasé con facilidad el examen de ingreso a la universidad. Elegí como era natural y previsto, medicina. Loco de alegría llamé a Laura, no estaba en casa, la doncella me pasó con la señora Soladrigas, -¿quién es?- preguntó. Le reconocí la voz. –Soy Guillermo señora Soladrigas, ¿cómo está usted? -. -Hola hijo, cuanto tiempo sin saber de ti, dime, dime, ¿qué es de tu vida?-. Noté que se interesaba por mi sinceramente, yo rebosaba de alegría, el primer paso para llegar a la meta que me había trazado ya estaba cumplido, pero solo era el primero, faltaban otros más. -Estoy muy contento, he acabado mis estudios de bachiller y el ingreso a la universidad-, le dije en tono triunfal. -Aguarda, aquí viene Laura, espero verte pronto, ah y te felicito-. -Hola Guillermo-, de nuevo el regalo de su voz en mis oídos. -Laura, ya soy universitario, he aprobado todo. Oye, ¿te parece que vayamos al cine o a bailar?-. -Me parece fantástico, ¿a que hora vendrás a por mi?-. -¿Te parece a eso de las cinco?-. -Me parece muy bien hasta luego amor- -Hasta luego-. Llegó mi padre a casa, me abrazó para felicitarme por los éxitos escolares conseguidos, me dijo sentirse muy orgulloso de mi, era el mejor regalo que podía hacerme, yo también le quería mucho y me sentía muy orgulloso de ser su hijo, desde muy niño habíamos compartido mucha jornadas andando por los montes, bien acompañándole a cazar o simplemente a caminar, a cada paso me mostraba las cosas bellas de la naturaleza y también sus peligros, me enseñaba a respetarla y aprovechar todo lo que nos daba sin dañarla. Papá se sacó del bolsillo de su chaqueta gris una cajita plana y alargada envuelta en papel blanco muy fino atado con un lazo de seda rojo Burdeos, me la dio para que la abriera. En su interior había un precioso reloj de muñeca para hombre con montura dorada y correa de cuero marrón claro, un Duward.

115 –Dale la vuelta y lee lo que pone- me dijo. Lo giré y en el dorso de acero estaba grabada la siguiente frase : “De sus padres, al futuro Doctor”. Nos miramos los tres y nos abrazamos llorando de alegría y emoción, nos volvió a la realidad el timbre de la puerta, mi madre fue a abrir, era mi hermana que regresaba de sus clases en el Conservatorio, que también se sumó a la fiesta. El almuerzo fue de lo más animado, dejamos volar un poco nuestra imaginación que casi llegó a rozar lo del cuento de la lechera. Mi madre que era muy pragmática, nos hizo regresar al mundo de la realidad. De pronto me acordé que había quedado en ir a buscar a Laura, me levanté de la mesa con algo de precipitación, mi madre, muy intuitiva, me preguntó a que venía tanta prisa. –Mamá, he quedado con Laura para ir al cine o a bailar, con eso de los exámenes hace más de dos meses que no nos vemos, por cierto ¿puedes darme algún dinero? ando algo escaso de este medio-. Mi madre era pragmática pero no tacaña, satisfizo mi necesidad con cierta largueza dentro de lo que cabía en la economía de nuestra casa. Pocos días antes había sido mi cumpleaños. Unos tíos míos me habían regalado un sweter de manga corta de la marca Fred Perry de color azul marino, me sentaba como un guante, me calcé los blue jeans y los mocasines y fui a buscar el metro. En unos cuarenta minutos de mi flamante reloj, estuve en la puerta del jardín de la casa de Laura llamando al timbre. Salió abrir ella en persona, estaba bellísima, más que nunca, había quizás adelgazado algo, llevaba un vestido amarillo pálido que la favorecía enormemente, pero seguía siendo aquella muchacha serena, equilibrada, de espalda recta, ojos inmensamente grandes y dulces, se echó a mis brazos y me besó dulcemente. De nuevo volví a experimentar aquel suave aroma a miel que su cuerpo desprendía y que creaba en mi una loca ansiedad de poseerla para siempre, de tenerla a mi lado, de besar sus jugosos labios constantemente, en una palabra, de adorarla. Pasé noches enteras sin poder conciliar apenas el sueño pensando en ella. Aparté de mi mente toda la aquella vorágine de pasiones que quemaban el alma y me quedé contemplando su cara. Volvieron a mi mil imágines del verano anterior en que nos conocimos. Me cogió de la mano y me llevó hasta el interior de la casa. En el salón estaba la señora Soladrigas tomando café acompañada de otra dama de su más o menos misma edad y un caballero muy trajeado y de pelo engominado. -Hola Guillermo, se bien venido- me dijo – acércate. -¿Cómo ésta señora?, cuanto tiempo sin vernos-. Me acerqué a ella y le di dos besos a las mejillas que me ofrecía. Mira, te presento a los señores Juan y Anita Sagnier, el señor Sagnier es nuestro administrador general desde que falleció mi marido, tiene la responsabilidad de administrar las cuentas y el patrimonio familiar-. Ahora dirigiéndose al matrimonio:. –Este es un buen amigo de la familia, Guillermo, futuro doctor en medicina, acaba de graduarse para el ingreso a la facultad de medicina con notables calificaciones-. Me sentí muy reconfortado con la presentación efectuada, en especial de quien provenía y, me hinché como un pavo, tonto de mi, que pequeños somos los humanos que unas simples palabras son capaces de transfigurar en segundos nuestro ego.

116 Me di la vuelta y le di la mano a la señora, luego estreché la mano de su marido, el administrador, un fracaso, parecía que había estrechado la de una babosa, blanca, blanda y sudorosa. Estaba habituado a estrechar manos de hombres que te miraban a los ojos con franqueza y apretaban la mano con jovialidad en signo de amistad, por que estrechar la mano entre dos personas es eso, es la oferta de un signo de paz, de amistad. No me causó buena impresión el señor Sagnier, su mirada no era franca y su manera de estrechar la mano todavía menos, sudorosa y fofa. No le confiaría mi alma para que la llevara al cielo. Una sirvienta trajo una bandeja con dos servicios más de café acompañado de una bandejita con unas pastas, la abuela nos invitó a sentarnos y participar del ceremonial social de tomar el café. La conversación giró fundamentalmente sobre temas económicos de la familia a los que el señor administrador iba informando a la abuela con unos documentos que mantenía en las manos y que previamente había sacado de un sobado portafolios de piel que éste llevaba. Finalizada la misma, presentó otros documentos para que la señora los firmara, ésta los ojeó brevemente firmándolos a continuación si prestar excesiva atención al contenido. Laura y yo nos despedimos de los presentes, nos fuimos a bailar a una discoteca cercana a su casa, en la calle de Balmes, conocida por :“Hi-Fi”. Fue una tarde deliciosa de finales de Junio, nos resarcimos de tantos días sin haber podido estar juntos. Le agradecí a Laura su sacrificio, que fue clave para que yo pudiera concentrarme en finalizar mis estudios y poder ingresar en la universidad. Allí, en la pista de baile, al son de la música suave y lenta, abrazados y balanceándonos, nos juramos una y mil veces, amor eterno……..en la sala Elvis cantaba, “In de chappel”…..

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SEGUNDA PARTE

CAPÍTULO XIVº

Boston, Massachussetts, EE.UU. Otoño de 1967….once años después….

Con hartos sacrificios finalicé brillantemente mis estudios de medicina. Solo en los dos escasos meses de las vacaciones de verano, Laura y yo podíamos gozar de nuestra mutua compañía, resarciéndonos de las privaciones habidas durante el curso, pero a pesar de ello, nuestro vínculo amoroso no decreció en ningún momento, contrariamente nuestro amor se volvió más sólido. Después de mucho tentativas, tuve la fortuna de obtener una de las becas que ofrecía anualmente una entidad bancaria, ésta me permitiría estar dos años en los Estados Unidos en calidad de estudiante graduado, una vez finalizada la misma y venciendo una ardua competencia, pude obtener la beca de Colaborador Visitante, de la University Massachussetts Medical School. A través del tiempo y con la total entrega de mi parte, fui creándome un currículum personal que comenzaba a ser notorio, procuraba asistir a conferencias de ilustres biólogos, como los doctores J.Craig, G.Knight o L. Padrón. Mantenía una actividad profesional casi frenética. Inicié un trabajo importante con un equipo de biólogos compañeros míos en la universidad de Massachussetts, trataba éste, sobre el estudio de la miosina en filamentos gruesos del músculo y ajuste de las coordenadas atómicas del subfracmento S1, que nos permitió hacernos con el premio “Howard Hugues Medical Institute”. También nos fue concedido el Annual Award al mejor trabajo científico en el área de Biología CONOCIT, en biología Molecular, además de un efectivo y profundo estudio sobre vacunas para la tuberculosis. Con Laura nos escribíamos semanalmente, le contaba todo sobre mis trabajos y mi vida en Boston y de cuanto la seguía amando, ella me llamaba por teléfono con cierta frecuencia a la residencia del Campus en la que me hospedaba, pero era una incomodidad, el aparato estaba en el pasillo y no podía disponer de intimidad para poder hablar libremente. Para mi era casi imposible poder llamarla, la investigación ofrece laureles pero poco dinero y, precisamente mi economía la podía definir como de tercermundista, los escasos ingresos que obtenía me servían únicamente para subsistir. Laura, marchó a Suiza a unos cursillos de filología francesa por un período de seis meses, yo ahorraba todo el dinero posible para poder pagarme un billete de ida y regreso a Barcelona para las próximas navidades. Los sábados y domingos trabajaba en el Boston Red Soxs Stadium como repartidor de refrescos y alternativamente también en una sala de Boxeo. Alternaba algún tiempo libre dando también alguna clase particular a universitarios hijos de familias distinguidas de la buena sociedad bostoniana, sacaba tiempo de donde podía, hasta de mis horas de sueño.

118 Uno de mis alumnos Julius Hagarty, pertenecía a una acaudalada y respetada familia de origen irlandés afincada en la ciudad desde hacía más de ciento veinte años. Julius iniciaba el último curso de medicina y tenía ciertas dificultades con la asimilación de algunas materias, yo había puesto algunos anuncios en el tablero de oportunidades de la facultad, ofreciendo mis servicios como profesor por horas, un día éste me llamó al teléfono y me citó en la residencia familiar de Borsworth str., uno de los barrios residenciales de Boston, era sin duda el más distinguido de la ciudad. Por el tiempo que ya llevaba residiendo en aquella ciudad, cuya sociedad se distinguía del resto de los Estados de la Unión, por una serie de peculiaridades muy propias y por ser cuna de la libertad e independencia americana, sabía que daban en general, gran importancia a los buenos modales, la lealtad y la puntualidad. Me desplacé hasta el lugar en un bus público. Con el fin de causar buena impresión procuré atildarme con mi mejor traje y corbata que planché antes de enfundármelo para asistir a la cita, dicho sea de paso no tenía demasiado donde escoger en mi ropero. Estaba algo delgado y la ropa me sentaba francamente bien, a decir verdad mi delgadez me daba un toque distinguido, a pesar de que los codos de mi chaqueta azul marino estaban bastante brillantes y algo desgastados. Llamé a la puerta de la regia residencia a la hora exacta acordada. Abrió una especie de mayordomo vestido de negro y corbata de lazo del mismo color, que con cierta ceremonia me preguntó a quien deseaba ver de la casa. Con mi más refinado inglés británico le dije que tenía cita con el señor Julius B. Hagarty III. -¿A quién anuncio?-, me preguntó. -Doctor Guillermo Farrés-, le dije, mientras le entregaba mi tarjeta de visita, no quise traducir mi nombre al William inglés, estaba muy orgulloso de cómo sonaba en mi idioma. Me hallaba en un amplio recibidor de forma elíptica con el suelo pavimentado de bruñido mármol de colores entre el marrón y el blanco marfil formando una bella combinación romboédrica, partía de dicha pieza, una señorial escalera que llevaba a la planta superior del edificio. El mayordomo se marchó casi sin hacer ruido alguno, regresando de nuevo un par de minutos más tarde con el mismo sigilo con que se había ido anteriormente. Me indicó con un ademán que le acompañase hasta una de las varias puertas que había en el recibidor precediéndome y abriendo las dos hojas de una formidable puerta de roble de par en par. -El señorito Julius le atenderá inmediatamente acabe de la reunión que tiene con su señor padre, le ruega le aguarde usted aquí en la biblioteca, ¿desea tomar algo el señor?-. -No, muchas gracias, no tengo sed-, le dije. Se marchó y cerró la puerta. Me quedé solo dentro de aquella gran estancia. Las paredes estaban llenas de estantes con libros perfectamente clasificados, me acerqué a curiosear, pude observar que había todo tipo de literatura, desde Mark Twain, a L.Tolstoy, F. Dostoyesky, Aristóteles, Shakespeare, Molière, Bocaccio, Dante Alighieri y también descubrí un ejemplar de Don Quijote de la Mancha, una versión encuadernada de lujo e ilustrada, traducida al inglés en dos volúmenes, con ella en la mano hojeándola me encontró el que probablemente iba a ser mi alumno.

119 -Buenos días-, dijo con un acento muy bostoniano y correcto Julius B. Hagarty III, a la vez que avanzaba hasta donde yo me hallaba con la mano extendida para estrechar la mía. Vestía informal, con pantalón de franela gris con una raya de plancha muy recta e impecable, zapatos negros y relucientes, de hebilla a un costado, suéter de lana de cachemir en color amarillo muy pálido sobre una camisa azul celeste de cuello abierto sin corbata. Su aspecto no podía ser más distinguido y elegante, casi diría que un poco afectado. Julius era un muchacho de unos veinte años, delgado que mediría alrededor de un metro setenta, a pesar de su edad su cabellera no se distinguía por abundante, su cabeza me recordaba a la de Napoleón que tantas veces había visto reproducida en láminas de libros y cuadros. Me estrechó la mano con cierta firmeza mientras me decía, -¿Cómo debo llamarle, Profesor o Doctor?-. -Mi titulación académica es la de Doctor en Medicina, pero preferiría que me llamara simplemente Guillermo, será menos ceremonioso y más americano-, le dije con una ligera sonrisa. -Entonces llámeme usted, en justa correspondencia, Julius-, dijo esbozando también una blanca sonrisa. Me invitó a que nos sentáramos en unos butacones de altas orejeras situados uno frente al otro en uno de los lados del salón, justo debajo de una colección de pinturas de varios varones de aspecto muy serio y formal, que intuí que podían ser antepasados suyos, ya que alguno de los personajes allí colgados, guardaban cierto parecido con mi interlocutor. -¿Es usted aficionado a la lectura Guillermo?-, me preguntó, quizás por que me vio curioseando el libro cuando entró en la biblioteca y por iniciar así de algún modo la conversación. -Si, es una de mis pasiones, desde muy joven adquirí esta afición, ahora solo tengo tiempo para leer libros y publicaciones científicas, y dígame, ¿a que se debe el motivo de citarme en su casa?. -Muy sencillo, este es mi último curso de medicina, necesitaría que alguien de su experiencia profesional me ampliara los conocimientos en determinadas materias en las que noto que no ando demasiado fuerte, ¿le puede a usted interesar este trabajo?-. Su exposición fue directa, sin retruécanos, muy americana, el stablishmen. Maldita sea la gracia que me hacía el hacer de maestro en mis ratos libres de un joven de casi mi edad, pero era un dinero que me iría muy bien para mi deteriorada economía, siempre sería mejor que vender refrescos en un estadio de baseball, y probablemente hasta más productivo. No tendría más remedio que aceptar, me dije. Finalmente acordamos que dos veces por semana, al acabar mis trabajos de investigación en los laboratorios de la universidad, le podría dedicar dos horas en cada ocasión y algún sábado o domingo completos. Las reuniones las tendríamos en la propia casa donde nos hallábamos a excepción de las del sábado que se podrían efectuar en la residencia que la familia poseía en las afueras de la ciudad, en Swampscott, pequeña población costera al Norte de Boston popular por que en ella nació el conocido actor cinematográfico, Walter Brennan que intervino en muchos de los westerns de la época dorada de Hollywood. Interrumpió la reunión un caballero que guardaba un buen parecido con mi interlocutor y con alguno de los que se hallaban en la galería de cuadros que pendían

120 de la pared. Se acercó a nosotros decidido, vestía un traje gris medio de elegante corte, camisa blanca nívea y corbata granate, del final de las mangas de su chaqueta asomaba ligeramente los puños de la camisa lo suficiente para mostrar los gemelos de oro que cerraban la misma. Julius y yo nos pusimos en pie, intuí que debía tratarse del padre de éste, vino directamente a mi, me ofreció la mano mientras me decía : -¿El doctor Farrés supongo?-. -Efectivamente, este soy yo-, respondí, me sorprendió un poco el modo tan directo en que se dirigió a mi, aguardé a que él llevara la iniciativa de la posible conversación, capté inmediatamente que era hombre de acción, habituado a tomar decisiones y dar ordenes. -Es usted muy joven por todo lo que lleva desarrollado en los laboratorios de la universidad, tiene mucho mérito, he estado siguiendo su trayectoria profesional, no le debe extrañar que esté informado, soy uno de los benefactores financieros de esa universidad-, se sentó en otra butaca inmediata a la mía. Estaba claro que se había informado bien de mis actividades. -Dice usted bien señor……-, aquí dejé en el aire a propósito, el nombre del caballero ya que todavía no se había presentado. Reaccionó de inmediato. -Disculpe, soy Greg Hagarty II-. -Le decía, que el mérito no es solo mío señor Hagarty, si no del equipo con el que colaboro, todos aportamos ideas y el mérito es compartido-. -Habla usted un inglés muy fluido y británico, ¿cómo es ello, siendo usted español?-. -Verá, tengo bastante facilidad para aprender idiomas, estudié inglés desde muy jovencito y tuve la oportunidad de leer muy a menudo los escritores clásicos británicos, no hay más secreto-. -Bien, no le voy a entretener más, haga usted de mi hijo un doctor en medicina, es lo que nos falta en la familia, y le aseguro que no se arrepentirá-. Lo lanzó así de improvisto y directo. Me quedé de una sola pieza, no sabía que decir. Hice acopio de valentía y reaccioné. -Señor Hagarty, ser doctor en medicina, no es un producto que se fabrique en una factoría, es una carrera de humanidades que se estudia por que se siente en el corazón, sin esta premisa es mejor que el individuo dedique sus esfuerzos a algo en que pueda ser más productivo para sus semejantes y para si mismo-. El señor Hagarty hizo un gesto de ligera sorpresa, -Pero no quisiera que interpretara usted mi respuesta como un desaire, si no todo lo contrario, lo digo por que si su hijo Julius no siente la llamada vocacional de entregar su vida al servicio de los demás, perderá lamentablemente el tiempo-. Me di cuenta que quizás había sido excesivamente áspero en mi explicación e intenté paliar la misma suavizando la expresión, no fuera a ser que por tratar de ser excesivamente sincero, me quedara sin el apetitoso ingreso de unos buenos y necesarios dólares. -Que duda cabe-, proseguí, -que si tiene capacidad de estudio y con la ayuda de conocimientos que le pueda yo transferir logrará un Diploma de doctorado, pero sin la llamada de la vocación, se sentirá un fracasado-. –Ah, y por cierto, señor Hagarty, relájese más, duerma algunas horas más al día y baje su tensión, practique algún

121 deporte, está usted muy estresado, no es bueno para su corazón, goce más de la vida-, le dije para su sorpresa. El hombre se quedó bastante sorprendido, no esperaba mi respuesta y en especial mi recomendación final. Al fin reaccionó. -¿ No es usted biólogo doctor?-. -Y también doctor en medicina-. -¿Y…?- -Tiene usted unas ostentosas bolsas debajo de los ojos, síntomas de dormir pocas horas y mal, y también me he fijado en sus uñas-. Se quedó mirándome en silencio un momento y esbozó una sonrisa, se levantó diciéndome, -espero doctor, verle a menudo por esta casa, arregle a su conveniencia con mi hijo lo de las clases y sea bien venido-. Se marchó sin más. Era un hombre pragmático y sumamente activo, habituado a que se cumplieran sus deseos. Julius, se levantó para acompañar a su padre hasta la puerta, allí cuchichearon algunos momentos y regresó. En el entretanto decidí hacerme cargo de las clases, pero pensé ponerlo difícil, iba a tentar a la suerte, lo había aprendido en aquel país, siempre jugaban fuerte, o ganaban o perdían, pero no se andaban con medias tintas. Julius se sentó de nuevo frente a mi, cruzó las piernas y se puso cómodo -Y bien Guillermo ¿ha tomado usted alguna decisión a mi proposición?-. -Si, en principio podré venir dos veces por semana entre dos y tres horas en cada ocasión, pero no me es posible fijar los días por que dependerá del trabajo que estoy desarrollando con el equipo del laboratorio de la universidad, sin embargo los fines de semana podría dedicárselos íntegros dado a que no tengo compromisos sociales ni profesionales-. -Me parece muy correcto-, respondió. -Falta determinar mis honorarios- dije. -Usted dirá-. -Las horas serán a doscientos dólares y los fines de semana mil dólares por día, más el desplazamiento, ¿le parece a usted correcto?-. -Excelente, creo que es justo-, se levantó y me estrechó la mano, este gesto es muy común en los Estados Unidos para formalizar un trato, equivaliendo al acuerdo de un contrato por ambas partes y teniendo inclusive fuerza jurídica. Luego se fue hasta el otro lado de la estancia en la que había una mesa de despacho, abrió uno de los cajones del que sacó un talonario de cheques del City Bank, rellenó uno de ellos y me lo entregó una vez firmado. Lo había extendido por un valor de cinco mil dólares. -No es necesario que me de usted ninguna cantidad anticipada- le dije sin coger todavía el cheque que me alargaba. -Es con motivo de cerrar un acuerdo, así lo hacemos aquí-, insistió.

122 Pensé que esta cantidad podría venirle de perlas a mis magras arcas financieras e ir más desahogado, pero también en mi fuero interno tenía la impresión que me estaban comprando. Finalmente venció la necesidad y cogí el cheque que mi alumno me entregaba. Sin tan siquiera mirarle lo deposité en mi billetera, mientras lo hacía me vino a la mente la historia del doctor Fausto y Mefistófeles. Seguimos hablando casi una hora más sobre las materias de estudios en las que Julius creía que necesitaba ayuda, trazamos un plan a seguir. El muchacho era inteligente y aplicaba un gran interés en los estudios, pero a decir verdad no le veía con la chispa necesaria para ser un buen médico, quizás estuviera yo equivocado y quizás su manera de ser no exteriorizaba el entusiasmo que solemos poner los latinos en las cosas que amamos, pero “alea jacta est”. Tuvo la gentileza de acompañarme hasta la puerta, me alargó su delgada y delicada mano y con un hasta pronto se despidió de mi. Bajé los tres peldaños de la escalinata que separaban la casa hasta la verja de hierro con la acera de la calle justo en el instante que un pequeño automóvil descapotable, de fabricación europea, un escarabajo VW azul marino, se detenía conducido por una jovencita pelirroja de pelo muy corto casi como el de un muchacho. Al pasar por delante del auto para cruzar la calle ésta me llamó, me acerque hasta la puerta que abría en aquel momento –Señor, ¿ha salido usted de esta casa?- me dijo señalando la puerta por donde yo acababa de salir. –Si, efectivamente-, le respondí algo sorprendido. .¿Podría usted ayudarme a llevar todos estos paquetes hasta la puerta?-, creo que se dio cuenta de mi sorpresa y extrañeza y añadió :. -Vivo allí-. Realmente llevaba el asiento trasero del automóvil atestado de cajas y bolsas, cogí varias de ellas y se las deposité al pié de la majestuosa puerta de nogal barnizado, regresé para hacer un segundo viaje, pero ella ya había cogido el resto y como si fuera un malabarista avanzaba por la acera para subir por los escalones, al llegar al primero de ellos se le cayó uno de los paquetes, nos agachamos ambos al unísono para cogerlo, con tal mala fortuna que nuestras cabezas colisionaron con cierta fuerza y los dos acabamos sentados sobre nuestras posaderas en mitad de la acera frente a frente. Nos echamos a reír sin recato alguno. La pelirroja, calculé que no rebasaría los veinte y dos años, apenas una adolescente. Tenía una cabeza de morfología muy bella, una nariz chiquita y respingona, de faz y piel muy blanca y plagada de pigmentación, frecuente en los pelirrojos, vestía como un muchacho, pantalón de pana verde musgo sujetado con tirantes verdes, y suéter de cuello cisne en tono verde pastel combinado con una chaqueta a cuadros con coderas de piel, y zapatos tipo mocasín marrones. Informal pero con un toque ligeramente distinguido, “chic” diría, sus ropas llevaban el sello inconfundible de la calidad. Pude ponerme de pie antes que ella para ayudar a que se levantara y recoger los paquetes que quedaron esparcidos por los suelos, no sin antes haberle pedido mil disculpas por mi torpeza. Ella no le dio importancia alguna al accidente, se sacudió el trasero sin dejar de reírse mientras sacaba una pequeña llave del bolsillo para abrir la puerta, metió los paquetes dentro de la casa empujando algunos con los pies mientras llevaba a los demás abrazados y cogidos con las manos. Me dio las gracias y se metió en la casa cerrando la puerta con el talón de uno de sus pies.

123 Me quedé plantado en la acera, como un pasmarote casi un minuto sin saber que hacer, aquella muchacha era una especie de torbellino, diría que con acusada personalidad dominante, una mujer de acción, me dije. Supuse que podría ser hermana o tener algún parentesco con mi alumno Julius, pero a decir verdad no guardaban ningún parecido físico entre si. Giré sobre mi mismo y me fui a buscar el bus que me retornaría a la residencia donde vivía. Por el camino pensé en la muchacha pelirroja. Por lo poco que vi y en algunas facetas me recordaba a mi querida amiga Maite, de la que recibía periódicamente noticias escritas. Por ella sabía del pueblo, de sus gentes y amigos y de la querida familia Vivet. Me apeé dos estaciones antes de la que me correspondía para entrar en la sucursal bancaria en la que mantenía mi exhausta cuenta. Manifiesto que después de haber efectuado el ingreso del cheque, salí del banco algo reconfortado. Me fui directo a las oficinas del laboratorio de la universidad y solicité autorización para efectuar dos llamadas a larga distancia con cargo a mi bolsillo, era el modo de poder hablar con intimidad, podría efectuarlo desde mi mesa de trabajo, le daba el número a la centralita y una vez finalizada la llamada, me indicaban el importe y lo satisfacía, pero nadie me importunaba. Mi primera llamada fue a Laura, era una hora algo intempestiva en España, alrededor de la una de la madrugada, pero para mi era tan importante hablar con ella que no pensé que el horario pudiera ser un fastidio. Al tercer timbrazo del teléfono oí su suave voz algo somnolienta :. –¿Diga?-. -Hola amor, soy yo-. -¡Guillermo, qué alegría!, ¡¿te ocurre algo amor mío?!-, dijo con voz sorprendida, no estaba habituada a que la llamase por teléfono, hacía algo más de cuatro años que me había ausentado del país y era la segunda vez que yo la llamaba, ella era consciente de que mi economía no me permitía hacer determinados dispendios, Laura en más de una ocasión me había ofrecido enviarme algún dinero, pero jamás permití que lo hiciera, tenía demasiado desarrollado mi sentido del orgullo. -Si, me ha ocurrido, pero no te asustes, todo es bueno y positivo. Estas navidades cariño, al fin las podremos pasar juntos-, le dije con tal emoción que se me hizo un nudo en la garganta. -Fantástico amor,¿y como es eso?-. -Simplemente, que voy a dar clases particulares durante unos meses a un muchacho que estudia medicina, pertenece a una de las familias más acaudaladas e influyentes de Boston. Acabo de tener una entrevista con él y su padre, hemos llegado a un acuerdo económico e incluso me han avanzado una suma importante de dinero a modo de contrato, ahora mismo llego de ingresar el cheque en mi cuenta bancaria-. -Esto es maravilloso querido, que feliz me siento, cuantas cosas vamos hacer, pero la primera que pienso es besarte bajo nuestro árbol de Folgueroles ¿te acuerdas de el?-. -¿Cómo voy a olvidarme de el amor mío ? antes me moriría, si te place el lugar de encuentro, entonces no vengas al aeropuerto el día de mi llegada, aguárdame allí. Bésame amor, aunque no estés aquí conmigo te tengo en mi mente constantemente, ¿recuerdas la letra de la canción de Nat King Cole… que tantas veces habíamos bailado? :. “Tuyo es mi corazón o sol de mi querer, tuyo es todo mi ser..…”-, ambos

124 éramos unos románticos empedernidos. La distancia aumentaba y sensibilizaba nuestro amor. Oí sus besos a través del auricular, que me supieron a gloria, se los devolví con igual pasión si cabía. Acordamos que la llamaría de nuevo cuando ya tuviera los pasajes de avión encargados y, en el ínterin seguiríamos escribiéndonos semanalmente como veníamos haciendo habitualmente. Me interesé por la salud de su abuela y su hermano Joaquín, su abuela estaba algo preocupada por los negocios, al parecer últimamente, según me había dicho en una de sus cartas, no iban demasiado bien, los balances presentados por el administrador Sagnier no eran ya tan halagüeños como antaño. Joaquín había terminado la carrera de Perito Textil y se había incorporado a la vida laboral en una de las fábricas de la abuela, tenía ya novia, era la hija de una familia de constructores y promotores de edificios de mucho renombre en la ciudad, me dijo que le parecía que era una buena niña y que ambas habían congeniado. Nos despedimos con harto dolor de nuestros corazones, pero con la esperanza de poder estar juntos por unos días en pocos meses. La siguiente llamada fue a mi casa. Se puso mi padre :- Hola Guillermo, cómo estás-. Me sorprendió que supiera que era yo. –Papá, ¿cómo has adivinado que era yo quien llamaba?-, le dije intrigado. -Acaba de llamarnos Laura para advertírnoslo-. -Debí figurármelo-. -Estoy bien, muy bien, ¿cómo estáis vosotros?-. -Todos esperando verte pronto y que nos cuentes todas tus cosas de América-. -Os llamo principalmente para deciros que vendré por Navidad, es la alegría que quería comunicaros-. -Esa es una gran noticia-. -Ya os pondré una carta y os lo contaré todo con más detalle-, seguid durmiendo, un beso a mamá y a la niña ( la niña era mi hermana). -Adiós hijo, un beso fuerte y cuídate-. -Adiós papá, otro mío-. A continuación colgué el aparato que gracias a Graham Bell permitía a la humanidad comunicarse de una parte a otra del globo en un instante. Salí a dar un paseo por la bonita ciudad de Boston, por precaución cogí una gabardina que me había comprado en un mercadillo a los pocos días de haber llegado a la ciudad, me costó poco dinero, pero para mi fue un dispendio importante, los atardeceres otoñales suelen ser en esa latitud bastante frescos, inclusive en los meses de verano, comenzaba a lloviznar, salí a la calle y me sentía tan feliz que casi iba cantando en voz alta, después de unos minutos de caminar canturreando me vino a la memoria la escena de felicidad de un enamorado Gene Nelly, que representó con gran realismo en el famoso film “Cantando bajo la Lluvia”. Pasé por delante de un pequeño restaurante italiano, llamado “Stromboli”, me recordó el film que había visto algunos años atrás en un cine de mi ciudad, cuya protagonista era la encantadora actriz sueca, Ingrid Bergman, las emociones del día me habían

125 abierto el apetito, fuera, en una especie de pequeño escaparate, estaban escritas en idioma italiano las especialidades de la casa con sus respectivos precios. Que bello era leer en aquel idioma, era como cantar ópera o hablar de amor, el italiano es una lengua hecha para cantar o enamorar, los italianos cuando hablan acompañan sus frases con expresivos gestos de las manos y las expresiones de sus caras. Metí la mano en uno de los bolsillos de mi pantalón y saqué todo el dinero que llevaba, vi que podía permitirme este pequeño capricho, empujé la puerta de cristalera y sonó una campanilla que tenía colgada en el quicio superior de la misma, “muy propio de trattoria italiana” pensé. Se me acercó algo presuroso desde el fondo del local, un caballero algo bajito, rechoncho, con un delantal blanco que cubría una prominente barriga, cara oronda acompañada de una gran sonrisa. Me preguntó con un inglés “horribilis” si deseaba cenar. -Si lei preferisce possiamo parlare in la sua lingua-, le dije en su idioma. Al hombre le pareció que el cielo le venía a ver iluminándosele la cara. -Ohhh, signore prego acomodasi, acomodasi per cortesía-, me dijo muy lleno de satisfacción mientras me acompañaba hasta una mesa cubierta con un mantel a cuadritos rojos y blancos, justo al lado de una de las ventanas que daban a la calle. Me preguntó si era italiano, le expliqué que era español, de Barcelona, pero que conocía bien su país y su idioma, desde hacía algunos años que había efectuado un viaje de vacaciones por el Norte de Italia con mi amigo Beppo, nos quedamos ambos prendados de la belleza y de sus gentes. Luego procuré mantener contacto con estudiantes y gentes italianas permitiéndome perfeccionar el idioma y conocer sus costumbres, además de varios otros viajes que había efectuado a diversos lugares de la península italiana. Para nosotros los españoles no es un idioma demasiado extraño, lo podemos entender y hablar con cierta facilidad, naturalmente no a nivel académico, pero la raíz latina de ambos ayuda. Pedí una “salatta napoletana” y “scalopini con funghí al lemone”. -¿Da vebere signore?- me pidió. -Un bichierino di Lambrusco rosso molto freddo, per cortesia-, era un vino modesto, exento de pretensiones enológicas, que contenía algo de burbujas naturales, un espumante como decían ellos. Me sirvió con toda diligencia y amabilidad, era su único cliente latino en días y que además le hablaba en su lengua materna. El buen hombre tuvo la gentileza de obsequiarme con el postre, me dijo : -lo a fatto la “mamma”, la mia molle-, me aclaró. Eran unas deliciosas natillas con canela y unas finas hierbas con suave sabor anís, algo verdaderamente exquisito. Vio que realmente me había gustado, se fue por un momento a la “cucina” regresando con la “mamma”, una oronda señora también como él, con el pelo abundante y todavía negro, así como unas cejas también muy pobladas, y generosos senos, muy típico de las mujeres del Sur itálico, traían ambos una cara de grandísima felicidad. Me levanté de la silla para saludarla, dándole un beso en cada mejilla, como solemos hacer los latinos con las mujeres que respetamos o por las que sentimos afecto, ella no hablaba nada de inglés a pesar de llevar ya más de diez años en el país, al mismo tiempo que la felicitaba por la exquisitez de su postre, me abrazó como si de un hijo se tratase.

126 Les invité a ambos a compartir unos momentos mi mesa, y a pesar de que el restaurante estaba bastante lleno tuvieron la amabilidad de acompañarme unos minutos, en los que nos confesamos nuestros nombres, orígenes y profesiones, él, “il padrone”, se llamaba Elio y la “mamma” Santina, ambos eran sorrentinos, de la costa amalfitana del Sur de la bota italiana, más allá de Nápoles, vitales, imaginativos, generosos, amigables y al mismo tiempo trágicos, en una palabra, mediterráneos. Tomé un “caffé stretto”, como solo saben hacer los italianos con sus máquinas de presión, y pagué la cuenta, ambos me acompañaron hasta la puerta de su coquetón y familiar restaurante, “arrivederci Dottore”, vuelva a visitarnos siempre que usted lo desee, será bien recibido, les estreché la mano con sincera admiración prometiéndoles volver. En un par de horas el tiempo había cambiado, unos negros nubarrones amenazaban otra vez tormenta. En el estado de Massachussets el índice pluviométrico es bastante alto, motivo por el que el paisaje y la vegetación mantiene siempre tonos muy verdes. Me puse la gabardina ya que el viento era bastante frío, apreté el paso calle abajo, la residencia universitaria no estaba a más de quinientos metros del restaurante, al llegar a ella comenzaban a caer los primeros goterones.

127 CAPÍTULO XVº

Los Hagarty.….

Las semanas fueron transcurriendo sin a penas darme cuenta, mis trabajos con equipo de investigación en la universidad y las clases con Julius, absorbían totalmente mi atención. Los sábados y domingos mi alumno venía a recogerme en su automóvil europeo. En los Estados Unidos la gente adinerada y distinguida solía utilizar automóviles de fabricación europea, predominando los de la marca Mercedes Benz y algunos también de fabricación inglesa. Este sábado muy temprano vino a por mi para ir a Swampscott a dar las clases. Habitualmente solía acudir a este lugar toda la familia, Julius tenía cuatro hermanos más, todos eran hembras, él era el único varón de los hijos habidos en el primer matrimonio de su padre, que enviudó siendo el todavía muy joven, le seguía una muchacha que llamaban Cathy, no demasiado agraciada y de carácter poco soportable y otra llamada Scarlett menudita y algo simpática, ambas eran dos ociosas de la vida, solo sabían hablar de modas, muchachos, viajes, y gastar el dinero de papá, y pocas cosas más insustanciales, las otras dos eran hermanastras y procedían del segundo matrimonio del señor Hagarty. El patriarca de los Hagarty, se había casado en segundas nupcias con una dama, también viuda, de la alta sociedad bostoniana, católica por más señas, que aportaba al matrimonio además de las dos hijas de su anterior, una apellido codiciado e influyente en el país, un abuelo suyo había llegado a vicepresidente de la nación y, el resto de varones de la familia eran senadores perennes. En este caso las hijas eran mujeres preparadas con carreras universitarias y ocupaban cargos empresariales de cierta responsabilidad en las empresas familiares. Mister Hagarty las tenía en gran aprecio y no hacía esfuerzo alguno para disimularlo en presencia de sus hijas biológicas. El torbellino pelirrojo con quien me tropecé tiempo atrás era una de ellas. En una de las ocasiones tuve la oportunidad de conocer la esposa del señor Hagarty. Fue de un modo casual; Julius y yo salíamos de la biblioteca en uno de los descansos de las charlas pedagógicas y nos dirigíamos a las cocinas a tomar un café acompañado de un sándwich, al pasar cerca de la puerta de la entrada a la mansión, Helen, el ama de llaves abría la puerta al recién llegado matrimonio Hagarty, Julius se acercó a saludarles, yo me quedé un par de metros retirado, el señor Hagarty me reconoció y me dedicó una sonrisa acompañada de un saludo con la cabeza, sin embargo mi alumno cogió del brazo a su madrastra y la acercó a mi mientras le decía, ven mamá te voy a presentar al doctor Guillermo Farrés, de quien te he hablado en algunas ocasiones. Tenía ante mi una dama que aparentaba no tener más de cincuenta años, todavía bella, muy bella, de silueta todavía juvenil, de porte elegante, un óvalo de rostro diría que casi perfecto y cutis muy bien cuidado, del que destacaban sobre todo unos inmensos ojos azules , con casi ausencia de las pequeñas arrugas que suelen aparecer cerca de los ojos a partir de la cuarentena, las llamadas “patas de gallo”, ésta casi perfecta cabeza femenina estaba coronada por una preciosa y abundante cabellera de color cobre muy brillante y ondulada, era como se diría vulgarmente “pelirroja” como su hija menor. Quedé tan impresionado por esta bella imagen de mujer, tardé unos segundos en reaccionar, al fin cogí la mano que me tendía, después de habérsela desprovisto del guante que la cubría y, me la llevé a los labios para besarla mientras la miraba

128 a los ojos. No podía quedarme silencioso, debía dar alguna explicación a mi tardía reacción, hubieran podido tomarlo como una grosería o falta de respeto. Es un verdadero placer conocerla señora Hagarty, y le ruego disculpe mi demorada reacción, he quedado sorprendido al verla por varios motivos-, los tres se quedaron algo sorprendidos por mis palabras, aguardaban con atención a lo que a continuación iba a decir :. -En primer lugar me ha sorprendido encontrar una dama tan elegante y bella que tanto me recuerda a la persona que me aguarda en mi país para casarnos, en distintas facetas pero me la ha recordado usted muchísimo y, al mismo tiempo me ha recordado usted también una gran actriz británica por la que siento gran admiración, Maureen O´Hara-.

Esbozó una agradable sonrisa en la que mostró parte de una cuidadísima y blanca dentadura, y en un perfectísimo castellano me dijo: -doctor, le agradezco mucho sus finos cumplidos, muy propios de ustedes los caballeros españoles de refinada educación-. Ahora ya casi me quedo sin habla, en Boston, Massachussets, oír hablar tan buen castellano a una dama de tradicional cuna anglosajona, es algo tan inesperado que si alguien me lo cuenta no le hubiese podido dar crédito. -Pero, pero, señora, casi balbucee, ¿cómo es posible que hable usted tan bien mi idioma?-. Le dije con cara de asombro, mientras su esposo e hijastro asistían al diálogo sin enterarse de nada de la conversación. -Mi abuelo fue embajador de mi país en Madrid por más de cinco años, yo estuve viviendo allí casi todo este tiempo, tenía unos quince años, conocí por aquel entonces a muchos chicos y chicas españoles con los que hice buena amistad y que me ayudaron mucho en el conocimiento del idioma, y en conocer Madrid, que dicho sea de paso, es una ciudad que me enamora, luego en mi primer matrimonio me casé con un diplomático mejicano, con el que tuve dos hijas, a una de ellas creo que ya tuvo usted la oportunidad de conocer en circunstancia bastante particular, según me contó ella misma-, me dijo todo esto con una gran naturalidad y simpatía. Realmente veía en ella a mi adorada Laura, ambas compartían clase y porte. La ayudé a despojarse del ligero sobretodo que llevaba en color hueso de seda natural, al acercarme a ella noté que desprendía el mismo aroma a miel que Laura, -Red Door, de Elizabeth Harden- murmuré inconscientemente. -Pero doctor, ¿es que es usted también perfumista?- me dijo con curiosidad la dama. -No, en absoluto, pero es el mismo perfume que usa la damita que aguarda mi regreso en Barcelona-. -Es una damita con suerte, no le quepa duda doctor-, me dijo con amabilidad y ya en inglés. El matrimonio siguió al interior de la casa y con mi alumno nos fuimos a las cocinas a por un pequeño refrigerio. Con Julius, teníamos una excelente relación, diría que fue convirtiéndose en amistosa, los anglosajones no suelen ser tan vehementes como los latinos en mostrar sus sentimientos hacia los demás, son por lo general algo más reservados, sin embargo

129 por las conversaciones que manteníamos al margen de las docentes, pude observar que se interesaba por mis cosas y quería saber de mis familiares, de mis aficiones, de mi país y de todo cuanto concernía a mi entorno, situación que también aprovechaba yo para saber del suyo y de los suyos. Mientras nos comíamos los sandwitches de lechuga y pollo, que una de las doncellas nos había preparado nos sentamos en unas sillas de la cocina y continuamos nuestra relajada conversación. -Le has causado muy buena impresión a Margaret, mi madrastra- me dijo, por aquel entonces ambos ya nos tuteábamos, no obstante a pesar de haberle analizado en muchas ocasiones durante nuestras charlas docentes, no lograba penetrar en su interior, tenía el presentimiento que tenía una rica vida interna que ocultaba a los demás. -¿Tu crees?, ¿no habrá sido simple cortesía?-, dije. -No lo creas, Peggy es una mujer exquisitamente educada pero si no le hubieses caído bien te aseguro que no se habría molestado en mantener tanta conversación contigo y menos en tu propio idioma. Habla además francés e italiano con mucha fluidez, estudió bellas artes en Madrid que luego perfeccionó en Florencia cuando destinaron a su primer marido a Italia, es sumamente culta, en sus ratos de ocio la verás siempre leyendo o pintando, puede mantener una conversación sobre cualquier tema y cuando hay alguna situación que no domina, apela al sentido común; escucha. Regresamos a la biblioteca para proseguir con los temas que habíamos dejado pendientes antes de ir a tomar el breve refrigerio. Llevábamos algo más de una hora trabajando, yo permanecía de pie cerca de una gran ventanal desde el que se dominaba una buena parte del cuidado jardín y el camino principal de acceso a la casa. Pude ver que se acercaba por el camino un automóvil descapotado de color azul marino, intuí que probablemente sería la señorita con la que tuve aquel cómico e inesperado encuentro días atrás. Abandoné la posición en que me hallaba y me senté junto a Julius que mantenía entre sus manos uno de los libros de consulta que yo había traído de la biblioteca del laboratorio. Mi alumno, aquel día se había vestido con más formalidad de lo habitual, llevaba un traje gris de lana fina y chaqueta cruzada, con camisa azul celeste y corbata azul marino con unos pequeños topos crema. A medida que avanzaba la mañana observaba que Julius estaba más nervioso y perdía algo de la concentración que merecía la ocasión, se acercaba repetidas veces al ventanal que dominaba el acceso a la casa, se quedaba mirando y regresaba de nuevo al asiento que ocupaba, hasta el punto que algunos conceptos tuve que repetirlos en varias ocasiones. Finalmente entendí que éste tenía la mente en otra parte. -¿Julius, tienes alguna preocupación que absorba tu atención hasta el punto de que tenga que repetirte varias veces algunos conceptos?-, pregunté. Se quedó algún tiempo con la cabeza gacha mirando el suelo, luego levantó la vista y me miró con aire de preocupación, noté que no sabía como comenzar a explicarme el motivo de su inquietud. Le animé a ello. -Julius, he observado que durante toda la mañana estás desconcentrado de nuestra tarea, apenas prestas atención a los conceptos que desarrollamos, y durante el viaje desde Boston hasta aquí casi no has hablado, lo cual me hace deducir que alguna razón de peso te tiene ocupada la mente no permitiéndote concentrarte. Si lo deseas puedes explicarme el motivo de esta razón y si pudiera ayudarte lo haré con sumo gusto, puesto que además de ser tu profesor soy amigo tuyo-.

130 Se frotó la barbilla varias veces mientras me miraba dudoso, en aquellos momentos probablemente estaba sosteniendo una lucha consigo mismo para ver si confiaba su problema a un tercero. Se levantó e inició un lento ir y venir meditabundo y con las manos metidas en los bolsillos del pantalón, finalmente tomó una decisión:. –Si, llevas razón Guillermo, el problema que absorbe toda mi atención viene de lejos, de algunos años atrás, ando buscando una solución a ello pero no se cómo afrontarlo-. Me quedé en silencio invitándole a que siguiera en su exposición. - La historia se comienza algunos años atrás-, inició, -cuando todavía estudiaba en los cursos de acceso a la universidad. Un compañero de mi promoción, que de entre todos era mi mejor amigo, un día a finales de curso, se quedó en mi cuarto a repasar unas lecciones, se hizo muy tarde y se quedó a dormir en mi habitación. Teníamos ambos diez y seis años. Casi sin darnos cuenta nos enamoramos y desde entonces hemos mantenido nuestro amor oculto a todo el mundo. Guillermo, tú eres el primero en conocer nuestro íntimo y celoso secreto, guardado como si del fuego sagrado se tratara-. Exhaló un profundo suspiro me miró a los ojos, quizás esperando alguna reacción mía, al ver que yo permanecía callado siguió:.

Hemos tenido encuentros periódicos, siempre discretos y ocultándolo a los ojos de todo el mundo, aquí en los Estados Unidos nuestra condición es terriblemente mal vista socialmente, y perseguida por la ley, ambos pertenecemos a familias muy prominentes de la ciudad, vosotros los europeos sois en este concepto algo más condescendientes, en especial en los países nórdicos, vuestra sociedad es en general, menos hipócrita que la nuestra.

Aquí cesó su exposición y, me pareció que yo debía decir algo al respecto. -No me ha sorprendido nada todo lo que me has contado, debes tomarlo bajo el punto de vista científico, es humano, tú no tuviste la oportunidad de elegir tus genes antes de nacer, a nadie le es ofrecida ésta opción. Socialmente en nuestra cultura y a través de los años, la iglesia católica logró que este tipo de “conductas” fuesen rechazadas o castigadas socialmente e incluso penalizadas con la hoguera, pero recuerda que es una condición más de la naturaleza humana, se ha dado desde que el hombre dejó su estado de irracionalidad animal hasta nuestros días y así será. Pero no comprendo tu preocupación tan repentina.

-Agradezco tus palabras, son realmente reconfortantes, pero es que, verás, hoy he invitado a mi pareja a almorzar en casa y pensamos anunciar a la familia nuestra relación y también que hemos decidido irnos a vivir juntos a un apartamento a las afueras de la ciudad, éste es el motivo de mi desconcierto y nerviosismo, todavía no se como vamos a enfocarlo, imagino la reacción de mi padre y mis dos hermanas, que con toda seguridad será virulenta, pero estamos dispuestos a todo y arrostrar con las consecuencias que ello genere -.

-En cierta ocasión, un amigo mío del pueblecito en el que yo veraneaba-, le dije, -cometió con una persona del grupo de nuestros amigos comunes, una lamentable e injusta afrenta, que después no sabía como reparar, me pidió consejo de cómo podía hacer para disculparse de su injusta acción-. –Le aconsejé simplemente que se disculpara siendo el mismo, tal y como era, que presentara sus excusas exponiéndolas con toda naturalidad-. –Surtió el efecto deseado, después de pedir las disculpas y sincerarse con la persona a la que había agraviado, así lo hizo y hoy siguen siendo grandes y entrañables amigos-.-En mi opinión creo que deberías

131 hacer una exposición de vuestra situación e intenciones con toda normalidad, dándolo por hecho, como si fuera la cosa más natural del mundo-.

-Así lo haré, pero si ves que flaqueo acude en mi ayuda-, dijo en tono esperanzado.

-No lo dudes que acudiré en tu ayuda-, le dije poniéndole una mano sobre el hombro para reconfortarle. Estaba visto que cuando alguien estaba en dificultades, acudía a mi, me dije en mi fuero interno, al parecer yo estaba destinado a ser una especie de pañuelo de los desvalidos.

Interrumpimos nuestra charla docente y salimos a pasear por el espacioso jardín, nos acompañaba un enorme y lanudo perro de los varios que había en la casa. El tiempo había refrescado algo, eran inicios de octubre y el sol brillaba por su ausencia, andaba escondido detrás de unos negros cúmulos que amenazaban una vez más lluvia. Dirigimos nuestra andadura hasta el ala del jardín en la que había un gran invernadero de cristal que poseía una estimable variedad de plantas exóticas, luego supe que una de las hijas de la señora Hagarty era aficionada a la botánica tropical, todos los veranos viajaba a países del trópico y casi siempre se traía alguna planta exótica que luego cultivaba. Entramos a visitar aquel museo viviente, pero tuvimos que abreviar la visita ya que la climatización dispuesta en aquella nave correspondía a la que aquellas plantas debían tener en su país de origen, el clima era sofocante e insoportable. Rompió el silencio reinante el rugir del motor de una motocicleta de gran cilindrada que entraba en aquel momento por la puerta principal del jardín. Al verla, mi compañero se puso tenso, por ello adiviné de que el motorista podía tratarse del amigo que aguardaba, nos acercamos al lugar donde estaba estacionando éste la Harley Davidson. El motorista se despojó del casco y unas gruesas gafas especiales que le protegían los ojos del polvo y de los insectos que hallara por el camino, una larga chaqueta tres cuartos de cuero marrón con el cuello alzado, le servía de reconfortante protección del aire frío que se generaba con la velocidad del vehículo y que penetraba por el más mínimo de los resquicios de la vestimenta.

Debajo de todo este atuendo apareció un joven de aspecto sumamente agradable, alto, algo más que yo y por supuesto también de mi alumno, lucía un lustroso cabello rubio casi albino y bastante largo que le llegaba por debajo de las orejas, tenía aspecto de artista, poeta o músico, de manos finas y nervudas, propias de artista, vestía un traje azul marino con camisa blanca y en lugar de corbata llevaba un fulard de seda natural anudado al cuello y metidos sus extremos por dentro de la camisa, con lo cual le daba todavía mayor aspecto de ser un hombre dedicado al mundo del arte. Julius se adelantó para darle un abrazo y a continuación presentármelo como su pareja, aquel se quedó algo extrañado por la expresión utilizada por mi amigo, Julius captó la misma y le dijo en confianza, que me había puesto al corriente de su relación por que yo era un buen amigo suyo.

-Te presento a Horace, mi pareja sentimental-. Dijo textualmente.

-El doctor Guillermo Farrés, amigo, profesor y últimamente se le podría añadir además, consejero personal-. Dijo con una ligera y nerviosa sonrisa.

Horace me alargó su nervuda mano y la estrechó con cierta intensidad, quizás queriendo con ello demostrar afecto y agradecimiento a mi posición. –Es un placer conocerle doctor- me dijo.

132 La pareja de mi amigo pertenecía a otra de las familias influyentes de la ciudad, entre ellos se encontraban financieros, industriales y también políticos, la mayor parte de las familias acaudaladas tenían indefectiblemente alguno de sus familiares dedicado al mundo de la política, era un modo sutil y aparentemente distinguido de poder obtener información de cierto privilegio que luego quizás podría ser de provecho para alguno de los negocios de la familia. Este mismo sistema de estructuración de elite social, suele repetirse en muchos otros países, solo que en los países de Centro y Sudamérica a dicha estructura se le suma el militar de alta graduación, el poder directo de las armas.

Poco antes de entrar a la residencia, se nos añadió la hermanastra menor de Julius, la pelirroja pecosa con la que tuve el ridículo y a la vez simpático encuentro a la salida de la casa de los Hagarty en Boston, y que poco antes había visto llegar con su pequeño auto europeo.

Kitty, nos saludó a los tres, pero puso un especial énfasis cuando saludó a Horace, dado a que éste era mucho más alto que ella, Kitty tuvo que ponerse de puntillas para poder llegara hasta las mejillas de este, le pasó una mano por detrás de la cabeza como ayudándole a que la inclinara y así poder acceder mejor, fue un beso más largo de lo habitual, tuve la sospecha de que la muchacha andaba algo enamorada del amigo de su hermanastro.

A mi me saludó con un simple –Hola doctor-, que acompañó con una pícara sonrisa de complicidad.

Correspondí con un movimiento de la cabeza devolviéndole también la sonrisa. Ella me guiñó el ojo pícaramente mientras me decía :. –Tengo que decirle doctor que posee usted una cabeza bastante dura, algunos días después de nuestro encuentro tenía todavía mi frente algo dolorida-., a continuación, se puso a reír sin recato alguno mientras se colgaba del brazo de Horace.

No podía quedarme callado, me había lanzado un simpático reto dialéctico, la respondí:. –Yo podría decir lo mismo pero, creo que coincidir con la cabeza de un ángel es un privilegio poco dado a los mortales como yo-. -Touché, doctor- , dijo llanamente. Horace y Julius se sonrieron, Kitty también lo hizo luciendo unos simpáticos hoyuelos en sus mejillas. La joven nos condujo hasta el salón en el que estaba reunida casi toda la familia, incluidas las dos ociosas hermanas biológicas de Julius a las que no había tenido todavía ocasión de conocer personalmente.

El recién llegado Horace Pendelton, fue recibido con muestras de afabilidad, era persona conocida en la familia y pieza codiciada para cualquier fémina soltera de la buena sociedad bostoniana, representaba el buen nombre, la influencia política y el dinero, la familia Pendelton poseía varias explotaciones mineras en Sudáfrica y Brasil cuya sociedad cotizaba habitualmente al alza en el “parket” de Wall Street, era además el único hijo varón de la dinastía, sentenciado a heredar y administrar toda la fortuna que algún día vendría a caer en sus manos. Sus cinco hermanas, mayores que él, le habían mimado desde que nació, quizás de este trato tan acusado con el elemento femenino desde tan temprana edad, pudiera haberle acelerado el despertar de su actual inclinación a la homosexualidad. El matrimonio Hagarty estaba sentado en uno de los sofás cercano a la prendida chimenea del hogar, Greg Hagarty mantenía en la mano un vaso de cristal tallado en el que flotaban algunos hielos en un líquido de color dorado, posiblemente whiskey, como le llaman los americanos al wihsky producido en Tennessy, luego me di cuenta que tuve un error de apreciación, era de una botella de viejo Antiquary escocés que había en la

133 mesita auxiliar. A su lado su esposa Margaret o Peggy, cmo la llamaban todos, conversaba con una de sus hijastras, no se cual de ellas se trataba, no las conocía todavía, pero si pude observar que ésta miraba sin disimulo y con admiración al invitado de “honor” y a mi con cierta indiferencia, la señora Hagarty estaba resplandeciente, llevaba un cómodo traje chaqueta de franela gris muy fina, con pantalón que se le ajustaba muy bien en las caderas resaltando su elegante y todavía juvenil silueta, dándole un toque de elegante feminidad a la vez que práctico, blusa camisera de color rosa sumamente pálido y un elegante collar de dos vueltas de perlas negras, posiblemente australianas, que rodeaban el cuello largo y ágil, no llevaba excesivas joyas, creo que era una de esas mujeres que nunca se convierten en un escaparate de joyería, no tienen necesidad de ello, su personalidad y belleza superan a éstas con creces. Me dirigió una mirada acompañada de una simpática sonrisa mientras me alargaba su mano a la que besé suavemente, gesto que retuvo la atención del resto de las féminas asistentes por ser de inusual práctica en la sociedad norteamericana. Kitty, la más decidida y usando un cierto descaro preguntó el motivo de por que algunos europeos tienen la costumbre de besar las manos de las damas. Me sentí aludido y no tuve más remedio que dar una explicación al motivo. -Verá usted señorita, el beso en el dorso de la mano a una dama puede tener muchos significados, el origen de su uso se remonta a la corte francesa del siglo quince aproximadamente. La nobleza besaba la mano de su rey en señal de respeto y obediencia, luego se extendió a que los caballeros lo hicieran a las damas de la corte, también como signo de admiración y de respeto, hoy se utiliza también por los caballeros de finos modales, para con las damas por las que sienten admiración, aprecio y respeto. Y éste es el caso. Otros significados muy distintos podría tener el de besar la palma de la mano de una dama-, añadí. -Yo creía que este signo afectivo solo se hacía en las películas de espadachines-, dijo Kitty con toda la espontaneidad que la distinguía. -Y ya puestos a historiar el beso en las manos de las damas, ¿cuál sería el significado de besar un caballero la palma de la mano de una dama?-. -A mi buen saber y por lo leído en múltiples libros de diversos autores, el beso en el interior de la mano de una dama, uno de los muchos significados que podría contener, sería el erótico o una invitación a ello-. A todo ello intervino en la conversación el señor Hagarty, que dirigiéndose a Kitty y en un tono simpático pero al mismo tiempo de advertimiento le dijo: -Kitty, desacelera tus impulsos de esclarecimientos osculares en las manos de las damas, por que podría abocar a una conversación algo embarazosa-. -Greg, querido, deja que diserten sobre cualquier tema, son adultos, en eso nos diferenciamos los americanos de los europeos, ellos son bastante más liberales y sinceros que nuestra sociedad-. El señor Hagarty se encogió de hombros y echó un largo trago a su bebida y prendió un cigarrillo. -Siga, siga disertando sobre ello doctor, me ha abierto usted el interés y la curiosidad por el significado de los besos-, apuntó la señora Hagarty. -Si, si, continúe doctor, esto se está poniendo emocionantísimo-, secundó la inquieta Kitty, mientras se frotaba las manos.

134 Horace y Julius habían tomado asiento en un sofá junto a la señora Hagarty, las hermanas a las que yo llamaba por mis adentros, las ociosas, se levantaron marchándose del salón, poniendo como excusa que deseaban oír música, yo permanecí de pié entre el matrimonio Hagarty con un vaso de Coca Cola en una de mis manos. Estuve disertando un buen rato desde distintos ángulos, sobre los múltiples significados de los besos y también de las posibilidades de transmisión de enfermedades a través de ellos. Resultó una amena y divertida reunión. Una de las doncellas de la casa entró en el salón para indicarle a la señora que el almuerzo ya estaba dispuesto para ser servido. La señora Hagarty se levantó y se colgó de mi brazo mientras me decía: . –Vamos doctor acompáñeme, se sentará usted a mi lado, quiero refrescar mi español y recordar la deliciosa estancia de mi juventud en su país-, me decía mientras me conducía al comedor. De nuevo la proximidad de la señora Hagarty y el aroma a miel que desprendía era para mi el recordatorio de Laura. Entramos en un salón de considerables dimensiones, en su centro se hallaba una larga mesa primorosamente dispuesta, en una de las cabeceras tomó asiento el señor Hagarty y a su derecha el invitado, Horace Pendelton. La señora de la casa se empeñó en que ocupara un sitio inmediato a donde ella se sentaba en el otro extremo de la misma. Dos fámulas de color, vestidas de uniforme apropiado, iniciaron el ritual de servir los alimentos iniciando siempre éste por el dueño de la casa. El almuerzo transcurrió placentero y ameno, Kitty era una buena y dinámica conversadora que llevaba la iniciativa de los temas que se trataban, era realmente una muchacha culta e inteligente, las dos hermanas de Julius casi no participaron en ninguna ocasión, Horace era también un buen conversador, especialmente en arte, tema en el que rivalizaba con la señora Hagarty, Julius permaneció bastante reservado, intervino en muy pocas ocasionas en la conversación, se le notaba que estaba bajo una gran tensión. Terminado el almuerzo, regresamos de nuevo al salón para tomar el café que sirvió una de las asistentas. El señor Hagarty sacó un grueso cigarro habano de una fina y elegante caja de madera noble que había sobre uno de los muebles del salón, creo que las llaman humidificadores, en ellas se conservan los cigarros en las mismas condiciones de humedad y temperatura que el tabaco precisa cuando está todavía en la planta. Efectuó todo un ritual antes de prenderle, el humo que desprendía era realmente aromático, a pesar de ello la señora Hagarty mandó abrir uno de los grandes ventanales del salón para que éste se aireara. En un momento dado, Julius se puso en pié y solicitó la atención de los presentes. Casi todos quedaron algo sorprendidos ya que éste había permanecido en silencio en muchas fases de la tertulia. No obstante se hizo un silencio casi sepulcral, solo alterado por el ruido de la fuerte lluvia que en aquellos momentos caía en el exterior pegando en el alfeizar del ventanal abierto. Julius hizo carraspear la garganta para aclarar la voz y al mismo tiempo para que le prestaran la atención necesaria. –Quiero aprovechar el momento en que está la familia reunida para haceros un manifiesto al que os solicito simplemente pongáis atención y tengáis comprensión a su contenido-, aquí hizo un momento de silencio aguardando captar totalmente la atención de todos, algunos de los asistentes se miraron entre si con cara de preguntarse el motivo de las palabras de Julius.

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-Como todos los presentes sabéis, la amistad entre Horace y yo se origina desde que nos conocimos en los cursos precedentes a la universidad, con el paso del tiempo ésta a solidificado con mayor firmeza-. Aquí efectuó un silencio de unos segundos, que parecieron eternos, prosiguiendo:. -Hasta el punto de haber decidido de mutuo acuerdo, compartir un apartamento que alquilamos recientemente en una pequeña población cercana a la ciudad-. En este punto Julius volvió hacer otro espacio de silencio. Kitty fue la primera en reaccionar. –¿Acaso no te encuentras cómodo en casa o con nuestra compañía?-, preguntó. -No comprendo Julius el motivo de que tengas que ir a compartir un apartamento con un amigo cuando en tu propia casa tienes todo lo que se precisa-, repuso su padre con cierto aire de hombre intrigado, precisamente Greg Hagarty lo que más odiaba eran los acertijos y los misterios, y esto llevaba trazas de serlo, se revolvió algo inquieto en el butacón y dejó de chupar el puro que había prendido. Volvió hacerse un nuevo silencio alterado solamente por las campanadas del reloj de peana que estaba adosado a una de las paredes del salón. -Os lo voy a simplificar, en nuestra casa me siento muy cómodo y vuestra compañía es cálida y excelente, pero, Horace y yo sentimos algo que está muy por encima de la simple amistad que dos camaradas puedan experimentar, hasta el punto que no podemos vivir el uno sin la compañía del otro. ¿Habéis entendido ahora?-, dijo con voz serena y clara que quedó como suspendida en la sala. Durante todo el tiempo estuve observando las caras de todos los presentes, al principio fueron de sorpresa, en especial la del señor Hagarty que se revolvió en su asiento una vez más, las de las dos hermanas de Julius reflejaban indiferencia y la de la señora Hagarty serenidad. A Greg Hagarty se le cayó al suelo el platillo y la taza del café que iba a sorber, el cigarro que fumaba lo dejó precipitadamente sobre la mesita que tenía a su alcance sin depositarlo en el cenicero, se levantó de su butaca como si de repente le hubiese impelido un resorte debajo de sus posaderas y con la cara enrojecida y la carótida hinchada, se dirigió a su hijo para decirle en tono subido e iracundo :. – ¡¡¿A caso intentas decirnos que sois un par de maricones? !!-.

-Papá, si prefieres llamarlo así, allá tu, pero te aseguro que nuestra decisión es firme y no retrocederemos bajo presión alguna-, aseveró Julius con firmeza y sin perder la serenidad.

-¿Pero habeis pensado por un momento la trascendencia y la repercusión social que ello puede reportar al buen nombre de las familias?-, arguyó el señor Hagarty. -Nos atreveremos a correr este riesgo con todas las consecuencias que ello pueda reportarnos -. -¿Pero es que a vosotros no os importan los demás?-. -Naturalmente que si, precisamente por ello tomamos la decisión de irnos a vivir apartados de la ciudad de Boston, para evitaros posibles disgustos-, repuso mi alumno, cada vez con mayor aplomo. Me miró y le asentí con los ojos y un leve movimiento afirmativo de la cabeza, quería decirle con ello que andaba por buen camino su exposición.

136 La situación se convirtió tan tensa como la que la cuerda de un arco experimenta antes de lanzar la flecha. En este momento intervino la señora Hagarty . –Greg querido, esto nos es el fin del mundo, Julius es mayor de edad y responsable de sus actos, y añadiré más, pienso que hace tiempo que debería haberse emancipado, vivir su vida y, estar en paz con su propia conciencia-. Dijo todo esto cogiendo la mano de su hijastro al mismo tiempo que la acariciaba. -Estoy de acuerdo en que la noticia ha sido una sorpresa para todos-, dijo prosiguiendo inmediatamente -pero simplemente eso, una sorpresa, no somos nadie para juzgar y crucificar a alguien, y en este caso se trata de tu propio hijo-, sentenció la señora Hagarty, sin soltar la mano de Julius. Llegados aquí, Horace intervino. –Podría añadir que si ello debe significar, como se está insinuando, un escándalo social, nos iríamos a vivir a Europa, donde son mucho menos hipócritas con el problema que aquí se plantea, allá, y en especial en Suecia, se superó hace ya algunos años y no tiene la repercusión social que aquí se le da-.

-Pero debéis pensar en el escándalo que generará en nuestra sociedad y el desprestigio, pensad que en ambas familias hay prominentes hombres públicos a los que puede llegar a afectarles profesionalmente- añadió el señor Hagarty en tono cada vez más alterado. Al ver que no obtenía respuesta por parte de su hijo, ni la complicidad de nadie de los asistentes, salió del salón dando un sonoro portazo. Las hermanas biológicas siguieron el mismo camino que su padre, Kitty se quedó, pero no sabía que determinación tomar, se la notaba confusa, posiblemente por que ella quizás tenía esperanzas matrimoniales depositadas con Horace y ahora veía que éstas se diluían, se quedó acurrucada en el sofá observando silenciosa el desarrollo de los acontecimientos. La señora Hagarty, se levantó de su butaca y se acercó a Julius para abrazarle con verdadero cariño, estaba realmente emocionada, era una dama con gran sensibilidad. – Julius, hijo, creo que has hecho lo mejor que cabía hacer, exponer tu situación de frente, con toda la normalidad necesaria para el caso. Tu padre y tus hermanas están ahora muy sorprendidos y confusos, a la vez que disgustados, pero en el fondo te quieren y acabarán aceptando la situación, dejemos pasar unos días, yo hablaré con ellos para llevarles al campo de la comprensión, son inteligentes y a la vez humanos, la mejor terapia será el tiempo, acabarán aceptando vuestra situación, no tengáis la menor duda-. –¿No le parece doctor?-, dijo dirigiéndose a mi. Yo había permanecido todo el tiempo en silencio, me limité simplemente a observar para ver el desarrollo de los acontecimientos. –Señora Hagarty, yo estaba al corriente de ello, y creo que Julius y Horace han hecho lo que debían. Tenían dentro de sus conciencias algo que les roía y por ello sufrían, eran sabedores del momento y el disgusto que sus familias iban a tener. Yo aconsejé a Julius que fuera sincero y que no dejara nada en su conciencia por decir. Peor hubiese sido que ocultando sus vidas fueran a saberlo sus familias por terceras personas y, pudiesen ser motivo de ser extorsionados políticamente por este hecho-. -Estoy de acuerdo con usted señora Hagarty, el tiempo sanará todas las heridas abocándolos a la comprensión-. Así estuvimos dialogando por más de una hora, Julius y Horace decidieron marcharse, comprendimos los que en el salón quedábamos que habían estado sometidos a una gran tensión y necesitaban poder estar juntos sin presiones externas que les influyeran. Se despidieron de nosotros, Julius abrazó a su madrastra, a la que el siempre llamaba cariñosamente Peggy, besó a Kitty y al llegar a mi me dio las gracias y estrechándome la mano me dijo :. –Gracias por tu consejo, me ha infundido el valor que quizás necesitaba, te llamaré en unos días-.

137 La señora Hagarty nos dijo que iba en busca de su esposo para tranquilizarle mientras salía del salón. Kitty seguía silenciosa y acurrucada en el sofá en el que había estado todo el tiempo, se hizo un largo silencio. Yo volví a sentarme en una de las butacas, por hacer algo, me serví un café , pero comenzaba ya a estar algo frío, mientras ponía una cucharadita de azúcar y lo removía, trataba de hacer tiempo para ver si Kitty tenía interés en conversar, me interesaba conocer la opinión de aquella muchacha inteligente. Al ver que no decía nada, traté de tomar la iniciativa :. -¿Qué opinión te merece la declaración de tu hermano?-. -¡Puha!, no se que comentarte, estoy desconcertada, solo puedo decirte ahora que me ha quitado un posible novio-, dijo acompañando una sonrisita algo sarcástica y atusándose el sweter. -¿De veras?- insistí. -Bueno, no éramos tal, pero yo tenía algunas esperanzas, Horace siempre tenía detalles muy delicados conmigo, por ello estaba esperanzada. Bien, que le vamos hacer, ahora me preocupa la reacción de papá para con Julius-. La señora Hagarty volvió a entrar al salón, la noté algo nerviosa, -Vuestro padre se ha marchado sin decirme nada, creo que habrá regresado a Boston, doctor ¿desea usted que le lleve?- me dijo en castellano. -Oh si encantado, si es usted tan amable-, la dije. Habitualmente solía regresar a la ciudad con Julius, pero este se había marchado con Horace hacía ya algo más de una hora. Fuera seguía lloviendo y relampagueando, ahora con bastante intensidad y la temperatura había bajado ostensiblemente. Me puse la gabardina para protegerme algo del frío, mientras la señora Hagarty sacaba su automóvil Cadillac del garaje y lo acercaba a la puerta principal para que me fuera asequible y no me mojara excesivamente. Me quedé de pié en el portal aguardando a que viniera, soplaba un gélido aire procedente de la cercana bahía que helaba los huesos, el mayordomo que estaba cerca de mi con un paraguas preparado me dio una bufanda para que me cubriera el cuello, gesto que agradecí. El automóvil conducido por la señora Hagarty paró frente a la escalinata de la puerta, y el servicial mayordomo me acompañó cubriéndome con el amplio paraguas que ya tenía preparado. Tomé asiento en el lado derecho de la señora, me invadió el olor a cuero que desprendía la tapicería del vehículo, ésta sincronizó la marcha del cambio automático arrancando el confortable automóvil con gran suavidad. Mientras recorríamos la carretera que llevaba a Boston, yo miraba de vez en cuanto a mi acompañante. En la oscuridad del vehículo, solo podía distinguir sus facciones, en las ocasiones que el éste pasaba bajo alguna de las luces de iluminación de la pista, realmente era una mujer sumamente bella pensé, me recordaba tanto a Laura que mi mente se trasladó inconscientemente a recordar nuestros veranos en Folgueroles, experimenté un gran sentimiento de añoranza y soledad, que hasta entonces no había sentido a tal extremo, al menos no con aquella intensidad. Apoyé la cabeza en el cabezal del asiento e inconscientemente me relajé de la tensión vivida en las últimas horas en la residencia de los Hagarty, a decir verdad creo que dormité durante algún tiempo. Súbitamente el automóvil se detuvo haciéndome regresar a la realidad, la señora Hagarty había parado en una estación de servicio Shell para repostar, bastante cerca de la ciudad.

138 Bajé para estirar las piernas y despejarme, había dejado ya de llover pero el tiempo seguía siendo fresco. Un empleado de la gasolinera limpió el cristal del parabrisas y controló el nivel de aceite del motor del vehículo. Volví a ocupar mi asiento y, observé que mi acompañante estaba mirándome, se sonrió mientras me decía : -Doctor, ha estado usted soñando mientras dormía, y ha repetido en varias ocasiones el nombre de Laura, que creo que debe ser esa personita que me dijo usted que le aguarda para casarse ¿no es así? -. -Discúlpeme señora Hagarty haber sido tan mal compañero de viaje, debí evitar dormirme, no lo tome usted como una falta de respeto a su persona-. -Usted siempre tan correcto doctor, suéltese algo más, pero no ha respondido a mi pregunta-, dijo. -Si, sin duda se trata de ella, la hecho mucho de menos, hace casi cuatro años que no nos vemos-. El repostaje ya había acabado y después de abonar el importe, el automóvil regresó a la carretera. Cuando se divisaban las primeras luces de la ciudad la señora Hagarty me propuso :. -¿Tiene usted algo en concreto que hacer ahora?, ¿acepta a que le invite a cenar?-. Me sorprendió la invitación, pero confieso que me apetecía a la vez que me intrigaba conocer algo más de la que, intuía interesante vida de aquella bella y atractiva dama, me sentía bien a su lado. -Acepto, pero solo le voy a imponer a usted dos condiciones-. -¿De que se trata doctor?- me respondió con curiosidad. -Muy sencillo, la primera es que debo pagar yo la cuenta, no estoy habituado a que una dama me invite y pague ella la cuenta y, la segunda es que propongo ir a un restaurante que conozco y que con toda seguridad le encantará-. -Doctor es usted un típico latino- me dijo riéndose con franqueza. –Acepto y, dígame a donde debo dirigirme-. -Cuando entremos en la ciudad vaya usted a buscar Main street, hasta llegar casi al campus universitario, allí le indicaré-. Pocos minutos después estacionábamos el automóvil casi en la misma puerta del “Estrómboli”. Comenzaba a ser algo tarde para ir a un restaurante a cenar, en los Estados Unidos el horario de los establecimientos de restauración suele ser bastante distinto al europeo y en especial a los de los países latinos. Solo verme cruzar la puerta Elio, “il padrone”, se acercó a nosotros muy diligente, se le veía contento por la visita, - Oh caro Dottore sia lei benvenuto di nuovo a la nostra stanza-, me dijo al tiempo que miraba de reojo a mi acompañante, y me estrechaba la mano con verdadera efusión. Se giró para llamar a su esposa Santina, -¡“mamma, mamma” guarda chi e venuto”!-. Santina se asomó por el ventanuco que comunicaba la cocina con el restaurante, de inmediato se acercó sonriente con los brazos abiertos con pasitos cortos y rápidos. Me dio un abrazo y dos sonoros besos que me recordaron a los de mi madre y los de la Padrina, también se quedó mirando de soslayo a mi acompañante. Me di cuenta de ello y reaccioné con toda naturalidad, -Ah, les presento a una buena amiga mía, la señora Hagarty, los señores Elio y Santina, los propietarios del restaurante donde nos hallamos-.

139 Margaret Hagarty estuvo sublime, puso toda la amabilidad y simpatía que era capaz de generar en el saludo “alla italiana”. En un más que correctísimo italiano, no exento de acento florentino saludó a ambos alabándoles al mismo tiempo la decoración del local, -“veramente fa sentirmi come en la mia casa”-, les dijo. El matrimonio nos acompañó hasta una de las mesas cercanas en una de las equinas del local, muy próxima a un viejo piano que permanecía cerrado. El rincón era sumamente acogedor, en las paredes pendían algunas fotografías ampliadas de diversos lugares de la costa amalfitana, en una de ellas no podía ser otra que la bella y romántica villa de Sorrento, colgada sobre el mar de la cultura; el Mediterráneo. El matrimonio no salía de su asombro por la fluidez y corrección con que la señora Hagarty se expresaba en la “sua lingua”. En uno de los momentos Elio me dio disimuladamente un codazo a la vez que me guiñaba el ojo, como queriéndome decir :-menuda señora-. Para corregir posibles malos entendidos, añadí a la presentación que la señora Hagarty era la madre de un compañero de la universidad. Dejamos que nos sirvieran ellos el menú que más les apeteciera, la señora Hagarty les dijo que estaba deseosa de comer verdadera comida italiana. Santina se esmeró con una lasagna de carne picada aromatizada con hierbas y una exquisita salsa bechamel gratinada al horno con formaggio parmeggiano por encima, que con el calor del horno se había fundido y tomado un exquisito color dorado. Acompañaron la lasagna con un delicioso vino Chianti. La señora Hagarty y yo estuvimos conversando animadamente en el entretanto dábamos buena cuenta de los platos que nuestros anfitriones nos servían. Hablamos de mil cosas, de mi juventud y mis orígenes familiares, de mis estudios, y mis afanes presentes y futuros, y no pudo faltar hablar de Laura, a la que ya ahora a medida que se acercaba el día de mi regreso a Barcelona para pasar las vacaciones navideñas, la extrañaba mucho, cada vez más, hasta el punto de sentir por ello una especie de nudo en mi corazón. -Es usted un hombre muy peculiar Guillermo-, me dijo mirándome con simpatía con aquellos grandes ojos azules, mientras con una mano se tocaba uno de los pelirrojos mechones de pelo que le caían por la frente. -Tiene usted un evidente atractivo personal y un gran poder de seducción, en el mejor sentido de esta palabra, por supuesto. Sabe como ganarse la atención y la voluntad de las personas con las que trata, Julius me había comentado en más de una ocasión esta faceta suya-. Me sorprendió algo que dejara de llamarme doctor y lo hiciera por mi nombre de pila, pero no le di mayor importancia a este detalle. Al poco me tomó una de las manos que tenía sobre la mesa mientras me decía, -tiene usted unas manos muy bonitas y varoniles-, confieso que el tacto de las suyas me dio un ligero escalofrío en la columna dorsal, su piel era sumamente suave y tersa, a pesar de ser una mujer que, por su edad vislumbraba la madurez, en ello se notaba que no había efectuado probablemente en su vida trabajos caseros y que debía cuidar mucho de su físico. Quedé algo turbado por el gesto de la señora Hagarty, ella quizás intuyó mi situación al decirme :. - Puede usted si lo prefiere, llamarme Margaret o Peggy como me llaman mis hijas y amigas, quizás así le valga para sentirse algo más cómodo cuando esté conmigo-. -Gracias por la confianza, puede usted llamarme Guillermo y tutearme-, le dije en correspondencia.

140 Me sonrió con afabilidad, sus ojos traslucían que se sentía cómoda y feliz, comenzó a hablarme de su juventud, de sus diabluras juveniles durante su estancia en España, del novio que tuvo durante este tiempo en Madrid y que tan buenos recuerdos guardaba de el, me confesó que aún ahora cuando en alguna ocasión visitaba Madrid, se citaban para cenar o pasear. Luego me habló de su matrimonio con el primer marido, el diplomático mejicano, de su estancia de varios años en Italia, de sus estudios de arte y de sus hijas. En ningún momento me habló del señor Hagarty, su actual marido. Me sentía intrigado por ello, hasta que no pude contenerme por más tiempo y lancé una pregunta así como aquel que no quiere:. –¿Cómo conoció a su actual esposo, el señor Hagarty?-, le dije. -Aguardaba que usted me hiciera esta pregunta. Muy sencillo de responder, nuestro matrimonio no fue un romance y tampoco un enamoramiento, de hecho fue la unión social de dos apellidos ilustres, de fortunas y poder, la prueba es que no hemos tenido hijos en común-. En este punto Margaret se detuvo, se le entristeció algo la mirada y el gesto de su cara, pensé que quizás mi pregunta hubiese sido inoportuna y así se lo hice saber. -Oh no te apures, no ha sido ninguna indelicadeza de tu parte que me preguntaras por ello, habrás observado que entre Greg y yo existe una excelente comunión, hasta el punto de que parecemos una pareja muy bien avenida y feliz, y casi te diría que así es, salvo que entre nosotros no existe casi intimidad, dormimos en dormitorios separados, ya me entiendes ¿no?-, al llegar a este punto exhaló un ligero suspiro, como si acabara de descargar un peso que llevara en su interior. Me miró a los ojos regalándome una débil sonrisa de sus labios que todavía parecían ser frescos y hasta amorosos. Sentí algo de pena por aquella elegante y serena mujer, que me había abierto tan espontáneamente su corazón. Durante la conversación salimos hablar de su hijastro Julius. –Un excelente muchacho-, dijo, -es sumamente educado y sensible, la declaración que hoy nos ha hecho, no me ha sorprendido excesivamente, hacía algún tiempo que tenía un presentimiento sobre su conducta. Cuando Greg y yo nos casamos, Julius tenía unos ocho años, era un muchacho débil y apocado, su padre le exigía mucho en todo, le exigía que fuera el mejor de su curso, el mejor en el deporte, en una palabra, en todo y, él soportaba toda esta presión con tenacidad, se refugiaba en sus hermanas pero en ellas hallaba poca comprensión. Cuando me incorporé a la familia, fue tomándome confianza y se apoyaba en mi, me contaba sus desventuras y la presión a que le sometía Greg, yo le aconsejaba como mejor sabía y intermediaba entre el y su padre. Luego a medida que fue haciéndose mayor se fue volviendo más independiente y fuerte en carácter, hasta llegar al punto de discrepar con su padre en distintos puntos de vista y situaciones-. Aquí detuvo su razonamiento y se quedó mirándome a los ojos como pensativa, la mano que me había cogido se soltó e inició unas suaves y casi imperceptibles caricias sobre el dorso de la mía, no sabía que hacer si retirarla o quedarme quieto para ver que ocurriría. Estas caricias hicieron que Laura viniera de nuevo a mis pensamiento y, por un momento creí verla reflejada en la señora Hagarty, no pude más que coger su mano y besarla suavemente. Margaret no la retiró, todo lo contrario, inclinó ligeramente la cabeza a un lado y se sonrió dulcemente. -Ah, Guillermo-, dijo dando un suspiro, -este beso en la mano me ha hecho que me sintiera otra vez joven, como cuando era una alocada estudiante universitaria-. Rompió el encanto del momento la presencia del simpático Elio, -desiderate gli signori un vero caffé italiano o appure un té?- nos dijo con su sempiterna afable sonrisa.

141 Miré a Peggy y asintió con un gesto afirmativo de la cabeza en tomar un café “stretto”. –Per cortesia due caffé stretti padrone-, le afirmé a Elio, - solo un attimino i se lo servo Dottore-, se marchó presuroso a la barra del bar para prepararlos en su cafetera Gaggia, traída especialmente de Italia, para poder servir cafés a sus clientes como si se hallaran en cualquier rincón de la península itálica. Margaret se giró poniéndose frente al piano que tenía a su espalda, levantó la tapa que cubría el teclado pulsando algunas de las teclas con sus delicados dedos, algunos clientes levantaron la cabeza para ver de donde salían las notas. Elio que estaba todavía tras el mostrador atareado con nuestros cafés, con la cabeza animó a mi acompañante a que tocara alguna melodía. Melevanté de mi asiento y me puse de pié en un extremo del piano, Peggy me miró como preguntándome que hacer –Toca si te apetece-, le dije. ¡Santo cielo!, inició las notas de “Torna a Surriento”. A medida que tocaba, Santina y Elio se acercaron y rodearon a la improvisada pianista : “Quando il mare de Surriento……”, ambos cogidos del brazo estaban emocionados, realmente Peggy tocaba con gran sentimiento que transmitía a la melodía. Al finalizar la pieza, el restaurante explotó en aplausos y el matrimonio se abrazó a Peggy en prueba de agradecimiento. Una velada realmente emotiva y bella. No nos habíamos dado cuenta y ya eran casi las once de la noche y seguía lloviendo, pedí la cuenta que bajo ningún concepto Elio permitió que pagara, “avviamo gaudito della sua compagnia…”, Santina nos dio dos efusivos y sonoros besos a ambos acompañándonos hasta la puerta, mientras Elio había ido a por un paraguas para protegernos de la lluvia hasta donde habíamos estacionado el automóvil. -Arrivedella amici- nos dijo todavía pleno de emoción. -Ciao caro amico-, le dijimos. Peggy puso el auto en marcha y se empeñó en acompañarme hasta la puerta de la residencia. Al llegar a la misma, le di la mano para despedirme, pero obvió dármela, se puso frente a mi y se acercó hasta que su cuerpo quedó casi pegado al mío. No sabía que hacer, otra vez aparecía el azoramiento de mi juventud, se puso de puntillas y me dio un dulce beso en los labios. –Gracias por la soireé tan agradable con que me has obsequiado, me has vuelto hacer sentir una mujer joven-, dijo con acento nostálgico. El beso y el suave aroma a miel de su perfume, vino de nuevo a recordarme a mi Laura, sentí un impulso que intenté refrenar, no sabía que hacer, tenía frente a mi aquella bella mujer que me había besado y seguía mirándome a los ojos como pidiéndome que le devolviera su gesto de afecto, mientras pensaba en ello, ella pasó su antebrazo por detrás de mi cuello aproximó nuevamente sus labios a los míos y volvimos a besarnos, en esta ocasión con bastante más pasión que en el anterior y en este correspondí. Luego seguimos besándonos hasta que ella se apartó de mi como avergonzada, -Oh discúlpame Guillermo, no he podido contener el impulso del momento que tan feliz me hacía-, me dijo con un susurro en el oído. No sabía que hacer ni que decir, opté por darme la vuelta y darle un beso en el dorso de su mano e irme escaleras arriba, sin tan siquiera despedirme de ella. Arriba, desde la ventana de mi pequeño apartamento, pude ver como Peggy subía al Cadillac y permanecía unos minutos sin arrancar, finalmente se alejó. Había dejado de llover, los faroles de la calle se reflejaban en los charcos de agua que habían quedado. Los árboles del pequeño parque que había frente a la residencia, sus hojas iniciaban la caída, era el ciclo natural de los vegetales a la llegada del otoño que ya asomaba y coloreaba de múltiples tonos marrón y dorado.

142 Me di un templado y reconfortante baño, me puse el pijama, sentándome luego junto a una mesita me dispuse a escribir a Laura, el día había estado lleno de sorpresas y emociones. Le contaba de mi sorpresa con mi alumno y su familia, traté de describirle a cada uno de ellos, y la impresión que yo tenía de los mismos, desde su aspecto físico a su carácter. Le hablé también, sin omitir detalle, de la cena con Margaret en el Stromboli, así como del comportamiento de ésta conmigo. Jamás le había ocultado nada de mi vida.

Unos golpecitos en la puerta de mi dormitorio me volvieron a la realidad, abrí y un compañero me dijo que tenía una llamada telefónica, se lo agradecí y fui al pasillo para atenderla. -¿Hola?-. -¿Guillermo?-. Reconocí la voz, era Julius el que estaba al otro lado de la línea. –Julius ¿cómo estás?- le pregunté. -Dentro de lo que cabe estoy bien, algo preocupado por la reacción de mi padre, espero en cualquier momento su llamada, es lo único que me intranquiliza y preocupa, pero por otra parte me siento muy liberado, como si hubiese dejado por el camino una pesada carga que llevara arrastrando desde mucho tiempo-. -¿Me llamas desde tu casa?-, le pregunté con el afán de saber donde hallaba. -No, no, estoy con Horace en nuestro apartamento de Tremont str., precisamente te llamaba para decirte que si no te importaría que diéramos nuestras clases en el-. -No tengo inconveniente alguno, siempre que mantengamos los horarios previstos-. -De acuerdo, entonces te espero para mañana a la hora de siempre, tómate nota de la dirección y el teléfono……-. Tomé nota de los datos que me facilitaba y me despedí con un: -Hasta mañana Julius-. Por ir vestido solo con el pijama, había cogido algo de frío en el pasillo donde se hallaba el teléfono. Me metí en la cama, apagué la luz y me arrebujé con la sábana y la colcha que en poco tiempo guardaron el calor que mi cuerpo desprendía y que me dio una plácida sensación de confort. Cinco minutos después estaba profundamente dormido.

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CAPÍTULO XVIº

La Western Union……

Al salir del laboratorio me sentía bastante más fatigado de lo habitual, probablemente fuese cansancio mental, había sido una jornada bastante dura, por la mañana tuvimos una decisiva reunión todos los que formábamos el equipo de investigadores presidida por el director del proyecto, giró sobre el desarrollo que llevábamos en diversas materias. Habíamos llegado a un punto en el que nuestra investigación no avanzaba, el director nos había reunido para analizar la situación y coordinar las acciones a tomar. La reunión se prolongó hasta casi bien entradas las cuatro de la tarde. Al salir, me abrigué con la gabardina y la bufanda y unos guantes de lana que mi madre me había enviado junto algunas cosas más. Era una de las muchas tardes grises y lluviosas del noviembre de la costa Nord Este de los EE.UU.. Decidí no tomar el bus e ir andando hasta la residencia, de este modo me distraería y quizás me viniera a la mente alguna solución que pudiera desatascar el escollo en que nos hallábamos metidos en la investigación. Recordé que Julius al finalizar la clase del día anterior me había dado un cheque por valor de dos mil dólares y que todavía no había ingresado en mi cuenta. Entré en una sucursal del City Bank que encontré por el camino y efectué el ingreso. Pude comprobar que mi cuenta estaba en óptimas condiciones. Poco antes de llegar a mi apartamento, pasé por delante del escaparate de una oficina de viajes, tenían anunciados viajes a todas las partes del mundo, en especial a lugares cálidos y con mucho sol, lo anhelado por todos los habitantes del Norte del país. Tenían anunciado un viaje de diez días a España, concretamente a Madrid, incluía visitas a los alrededores, el Escorial, Ávila, el museo del Prado. Decidí entrar, el precio que anunciaban por todo ello, incluido el hotel, era francamente asequible a mi bolsillo. Me atendió una simpática señorita muy alta que vestía el uniforme azul marino de la agencia. La dije de mi interés por el viaje a Madrid, pero le consulté la posibilidad de canjear el importe de la estancia en Madrid por un billete de ida y regreso a Barcelona. Me respondió que no podía informarme de ello pero que lo consultaría con su jefe. -Verá- le dije, -realmente a mi me interesaría disponer solo del billete de ida y regreso, renunciaría a todo lo demás del programa, cre que llo podría cubrir sobradamente el importe del billete. -¿Prescindiría usted de los alojamientos en Hotel y las excursiones de los alrededores de Madrid?-, me preguntó algo extrañada. -Así es-. -Permítame que efectúe la consulta a mi superior, ya que su proposición se sale de lo habitual no está de mi mano este tipo de decisión-, me dijo, en el entretanto se levantaba para dirigirse a un despachito cerrado con cristaleras en el que se hallaba un individuo fumando en pipa y que hablaba por teléfono. Entró y el individuo detuvo por unos instantes la conversación telefónica que mantenía para escuchar lo que su empleada le explicaba. El boss giró su cabeza en mi dirección y me hizo un gesto con la mano indicándome que aguardara unos instantes.

144 Efectivamente en unos instantes vi que el hombre levantaba toda su humanidad del sillón giratorio que ocupaba. Era un gigantón de casi dos metros de estatura, de pelo rubio algo largo y alborotado, no tendría más allá de unos cincuenta años, se había puesto antes de salir de su despacho, una chaqueta muy llamativa de cuadros escoceses en la que dominaban los colores verde oscuro, amarillo y rojo. Estuve por preguntarle a que “clan” irlandés pertenecía. La vestimenta tradicional de los “clanes” familiares irlandeses y escoceses, los colores de sus faldas y chales o “scarfs”, como les llaman ellos, identifican al que pertenecen. Con la camisa y la chaqueta de aquel individuo casi se hubiese podido hacerme una sabana y una colcha para mi cama. Una gran parte de los habitantes de Boston y del estado de Massachussets proceden de irlandeses que huyeron de la miseria que doscientos años atrás asoló su país, solían ser, en general, gentes sumamente trabajadoras y ahorradoras, y muy aferradas a las viejas tradiciones de sus ancestros, los Celtas. Irlanda era pobre en recursos naturales y el dominio británico no dejaba que progresaran, vivían casi como esclavos de los Señores feudales que eran los dueños y señores de las tierras donde ellos vivían. -Me llamo Henry McKay-, me dijo alargándome una mano grande casi como una raqueta de tenis. –Me ha consultado mi empleada que usted propone unas variaciones en nuestro viaje a España-. -Efectivamente señor McKay, el próximo mes debo ir a Barcelona para pasar las navidades con la familia y había pensado en la posibilidad de aprovechar el viaje de ustedes, naturalmente no utilizaría todo el paquete turístico que ofrecen, la cuestión es: ¿ sería posible que adquiriendo su oferta, pudiera obtener el billete a Barcelona a cambio de renunciar a una parte de la estancia en Madrid?-. -¿Porqué no se pasa usted mañana por aquí y estaré en condiciones de darle una respuesta a su proposición?, debo yo también consultar con mis corresponsales en Madrid para ver si estarían dispuestos a efectuar este retoque en el programa. La empleada me dio una tarjeta de la oficina, me despedí de ambos y salí de nuevo a soportar el fino airecillo helador que reinaba en la calle. Al llegar al apartamento de la residencia, el conserje de la misma me alargó un sobre amarillento de la Western Union, una de las compañías de telégrafos del país, quizás la más antigua. Sin abrirlo, lo metí en el bolsillo de la gabardina y subí al apartamento. Después de la ducha recordé el sobre que me había metido en al bolsillo. Lo saqué bastante arrugado y procedí a abrirle. Era un telegrama de Laura bastante escueto. El corazón me dio un vuelco. Venía a decirme que su abuela acababa de fallecer, su corazón dejó de palpitar al haber infartado. Se despedía enviándome muchos besos y me recomendaba no intentar ir, pues la habían ya incinerado. Me quedé triste y compungido, la señora Soladrigas se había ganado todo mi aprecio y simpatía. Sentí un gran vacío en mi interior, nos había abandonado una gran mujer. Pensé en el dolor que Laura debía sentir, ella y su abuela estaban muy unidas, sería como si al dedo le hubiesen arrancado una uña de cuajo. Me arrodillé a los pies de la cama para dedicarle con toda la fuerza de mi corazón, unos rezos por su alma. Me vestí en un instante y salí al pasillo para llamar a Laura. En un momento la tuve al aparato. –Hola amor mío, acaban de entregarme tu telegrama, estoy desolado-. -Si amor, ya puedes imaginar como estoy-, dijo entre sollozos, -además de eso, estoy muy desconcertada por el vacío que ha dejado la abuela entre nosotros. Últimamente estaba muy preocupada por los negocios. El administrador

145 recientemente le había presentado unas cuentas que la dejaron muy inquieta, no dejaba de pensar en ello y la mortificaba. A mi no me contaba nada al respecto, probablemente para no preocuparme, pero por mi hermano sabía que las cosas no andaban demasiado bien en las fábricas. Joaquín sospecha de alguna extraña maniobra del administrador-. -Te confieso cariño, que a mi particularmente, este individuo no me cayó bien desde el día que tu abuela nos presentó en tu casa, no miraba a los ojos cuando te hablaba, desconfié de él desde el primer momento, pero cielo debes ser fuerte, pronto nos veremos y podremos avivar nuestro amor-, la dije intentando aportarle algo de ánimo a la tristeza que la embargaba, -casualmente hoy he estado en una oficina de viajes próxima a mi residencia para encargar el billete de ida y regreso para dentro de unos veinte días, mañana me darán una respuesta. Por lo que respecta a la situación financiera de tu abuela, después de hablar contigo, llamaré a un gran amigo mío con el que compartí armas cuando estuve en el ejército, para que inicie una investigación discreta respecto a las actividades de este señor Sagnier y comprobar si es tan limpio y pulcro como aparenta. Mi amigo es Agente de la Propiedad Inmobiliaria, además de ser una persona sagaz, discreta y meticulosa, cuenta con toda mi confianza, voy a darle tu teléfono y te llamará, con toda seguridad deberás verte con el y, es muy probable que te pida información de todo lo que haga referencia al administrador y a vosotros mismos, te lo digo para que no te sorprendas. Para entonces deberás tener todos los documentos, los libros contables de los negocios de tu abuela, y cuentas bancarias, seguro que lo va a necesitar para analizarlos minuciosamente -. -De estos documentos que me dices yo no tengo nada, están todos ellos en posesión del administrador, ¿y si se niega a dármelos qué hago?-, dijo Laura algo compungida. -En primer lugar, recuerda que tu hermano Joaquín y tu sois ahora los verdaderos y únicos propietarios de los negocios de tu abuela, pienso que os habrá dejado herederos universales, por lo tanto tenéis todo el derecho de poseer hasta el último papel y, el administrador no puede negarse a entregároslos, recuerda bien esto, no cedáis ni un ápice de vuestros derechos, ni os comportéis como dos corderitos y sino, se acude a la justicia-. -Si amor, así lo haré, que lástima de no tenerte a nuestro lado, me das tanta confianza que hace sentirme fuerte, voy a llamar ahora mismo a Joaquín para explicarle la conversación que hemos tenido y tus consejos. Creo que será importante que también asista a la reunión con tu amigo, por cierto ¿cómo se llama éste?-.

-Tómate nota, se llama Doménec Montlleó, te repito, goza de mi más absoluta confianza y, recomiendo que sigáis sus consejos fielmente-. -Así lo haremos, ¿cómo estas tu?, hace algunos días recibí tu carta en la que me contabas los sucesos de la familia con quien te relacionas, me da un poco de pena este Julius que me dices-. -Como siempre te extraño mucho querida, pero a parte del disgusto que tengo por el fallecimiento de tu abuela, a la que tú sabes cuanto quería y respetaba, ardo en deseos de que pasen pronto estos pocos días que faltan para que podamos estar juntos. Llama luego a mis padres y confírmales mi viaje, voy a ver si puedo llegar el día 15 de diciembre para regresar el dos de enero. Tenemos ahora muchísimo trabajo en el laboratorio, todo lo que llevábamos desarrollado de un año para acá, solo ha servido para que nos diéramos cuenta de que seguíamos un camino equivocado en la investigación y, nos obliga a tener que comenzar de cero, el jefe de equipo está algo

146 nervioso y preocupado, pero la investigación es así, a veces recorres un largo camino para encontrarte que al final de éste no hay nada-. -Ahora mismo llamaré a tus padres para darles la buena noticia de tu llegada, has de saber que me han consolado mucho estos dos días, mañana iré seguramente a almorzar a su casa-. -Bien amor mío voy a tener que dejarte, y tú por la hora que tenéis debes estar muerta de sueño, te envío mil besos, no puedo decir lo mismo de mi corazón, por que éste se quedó contigo cuando me marché-. -Ven pronto amor, ven pronto-, me dijo con un tono de voz que intuí sollozos-, oí a través del auricular el sonido de unos besos que me enviaba. -Adiós pequeña, hasta el día 15 de diciembre, aunque mañana te volveré a llamar para contarte lo que he hablado con mi amigo Doménec-, a continuación colgué el auricular y me quedé algo pensativo y preocupado junto al teléfono. Hurgué en el bolsillo trasero del pantalón y saqué mi agenda de teléfonos de tapas negras de hule, estaba algo arrugada y algo sobada, la tenía desde hacía más de cinco años. Seleccioné en el abecedario la letra M y localicé el teléfono de Montlleó, en la calle de Rocafort. -Doménec, muchacho soy Guillermo, ¿te he despertado?-. -No, no, todavía no me había acostado, pero el ring, ring, del teléfono ha despertado a mi hijita, ¿cómo estás camarada?, ¿qué es de tu vida en las américas?-, me dijo el siempre cordial y atento amigo. Le expliqué el motivo de mi llamada, le puse en antecedentes de lo que intuíamos que ocurria en los negocios heredados de la abuela, le pedí que contactara con Laura y Joaquín. Le dije que sospechamos que el administrador ha metido la mano en el “cajón”. Yo tenía toda la confianza en Doménech y estaba seguro que llevaría la investigación con todo rigor y eficacia como es norma en el. Nos despedimos y quedé con el para llamarle a mi llegada a Barcelona. Regresé al apartamento y preparé un té, desde hacía algún tiempo me había habituado a beberlo, era diurético y bastante más barato de adquisición que el café. Muy próximo al laboratorio se hallaba una shop-tea regentada por un matrimonio oriental, tenían té de todas las partes del mundo y sus variedades, en especial del famoso ceilandés. Valía la pena entrar en su tienda por el delicioso aroma que desprendían los tarros en los que tenían almacenadas todas las variedades existentes. Habitualmente les solía adquirir un cuarto de libra de una mezcla especial que ellos preparaban con tres variedades de té y a la que le añadían unas diminutas virutas de chocolate puro. No era muy clásico pero sabían deliciosamente. Tomé asiento en el balancín que tenía junto a la ventana desde la que divisaba buena parte de la calle y al pequeño parque de jardines que daba frente a la residencia, apoyé la cabeza en el alto respaldo del mismo y mientras daba pequeños sorbos a la caliente taza que contenía la infusión, dejé que volara mi mente… Pasaron escenas del año que conocí en Folgueroles a Laura con su bicicleta, y las deliciosas tardes bajo “nuestro” centenario roble en el que compartíamos lectura, planeábamos nuestro futuro y nos cruzábamos palabras de amor. Los desvelos de la Padrina para que tuviera siempre disponible mi ropa y de sus deliciosas tortillas de

147 cebolla y patata incomparables. Los esfuerzos de mis padres para que yo pudiera llevar a cabo mis estudios. Cuanto extrañaba a todos ahora que estaba pronto a volver a verles. Sin darme cuenta me quedé adormilado. En la calle, por no perder la costumbre, de nuevo fuera volvía a llover con ímpetu. Me despertó un sonoro trueno que hizo temblar los cristales de la ventana, vestido como estaba y somnoliento me tumbé sobre la cama y quedé dormido profundamente. Pasé una noche plagada de pesadillas muy poco agradables, en la que la muerte prevalecía. Por la mañana me desperté antes de lo habitual, me enfundé un chándal, las zapatillas de deporte y salí a la calle para hacer algo de footing y así paliar las largas horas que estaba sentado tras la mesa de trabajo del laboratorio de la universidad. Eran alrededor de las seis de la mañana, la lluvia hacía algunas horas que había cesado pero ahora soplaba un aire muy frío y húmedo que procedía del Charles River, estuve en un tris de desistir de efectuar el recorrido urbano corriendo, pero decidí desafiar las inclemencias del tiempo e inicié la carrera, primero de un modo pausado para tonificar los músculos, luego cuando comprendí estar en el punto del tono muscular apropiado aumenté ligeramente la velocidad, al llegar al final de la Beacon street, aminoré ésta y me detuve unos instantes para tomar aliento y acompasar de nuevo la respiración, me tomé las pulsaciones y estaban todavía algo aceleradas, efectué algunos ejercicios respiratorios y de nuevo tomé las pulsaciones, éstas habían ya aminorado estabilizándose, de nuevo inicié el regreso a la residencia, en esta ocasión efectué el recorrido por Arlington str. y Boylston street. La ciudad comenzaba a cobrar vida. Llegué sudoroso hasta el punto de que el suéter del chándal estaba empapado del líquido desprendido por mi cuerpo. Después de una reconfortante ducha, me preparé unos huevos revueltos y un té con leche. Era mi desayuno habitual desde que llegué a los Estados Unidos, la cultura del pan con tomate y aceite de oliva, la tuve que aparcar, al igual que las paellas o arroz a la cazuela que tan bien cocinaba mi madre o las ensaladas de tomate cebolla y lechuga. Siempre he pensado que uno debe adaptarse a las costumbres del lugar donde habita, sin perder las propias de cuna, es una manera de enriquecer los conocimientos. Mientras corría reflexionaba sobre la problemática que se nos había planteado en el laboratorio, se me ocurrió que si pudiéramos disponer de un instrumento o microscopio que nos permitiera poder ver una célula mil veces mayor que el tamaño que nos permitían los instrumentos que estábamos utilizando actualmente, probablemente nos permitiría ver e introducirnos con mayor claridad las micro partes de las que posiblemente esté compuesta y ello podría ser el motivo de que pudiéramos tomar otros caminos en la investigación y otros descubrimientos hasta el momento impensables, en una palabra, probablemente trabajaríamos en otros campos, me puse como ejemplo, la imagen de una playa vista desde un avión, se percibe una masa uniforme de color amarillento, pero no se distinguen los granos que la componen, si nos acercamos hasta pisarla, podemos apreciar todo los granos que la componen y las particularidades físicas de cada uno de ellos. Llegué pleno de entusiasmo al despacho de nuestro jefe de equipo, le expuse mi idea, se quedó un buen rato pensativo, como abstraído, poco después reaccionó para decirme : -¿sabe que lo que usted propone no es nada descabellado?, con probabilidad nos permitiría penetrar en otros campos hasta ahora desconocidos. Tengo un gran amigo que dirige un departamento de investigación y nuevas tecnologías en IBM, le hablaré de la idea, veremos hasta que punto pueda interesarse en idear un instrumento con la nueva tecnología electrónica que pudiera desarrollar estas

148 características y prestaciones que usted propone, pienso que quizás sería un gran paso para la ciencia y también para la investigación biológica en general. Esta circunstancia hizo que el día me fuera algo más llevadero, en ocasiones me venía a la mente la figura de la señora Soladrigas, pero intentaba sobreponerme y concentrarme en mi delicado y comprometido trabajo en el laboratorio. Al finalizar la tarde, pasé por la oficina de viajes. La amable empleada me informó de que su jefe había efectuado la consulta con los corresponsales de Madrid y estos habían aceptado el canje propuesto. -Mil gracias señorita, dígale al señor McKay que le quedo muy reconocido por su gestión, ¿puede usted prepararme ahora los billetes Boston-Madrid-Barcelona-Madrid-Boston para las fecha indicadas?. -Al momento se los emito, creo que me dijo usted que para diciembre, ¿cierto?-. -Si, a poder ser para mediados-. -Tenemos una salida para el día 16 de diciembre, con vuelo directo desde Boston a Madrid, otra para el día 22, y la siguiente sería para la primera semana de Enero-. En pocos minutos tuve los billetes en mi bolsillo. Salí de la oficina de turismo muy contento. Al fin vería a los míos y tendría entre mis brazos a la dulce Laura.

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CAPÍTULO XVIIº

El encuentro...

Boston amaneció frío y como casi siempre con grandes cúmulos plomizos amenazando lluvia. El día anterior antes de acostarme dejé preparada la maleta y una bolsa de cuero que compré para poner los modestos regalos que había adquirido para la familia. Unos días antes había comprado en uno de los almacenes Sears, un tres cuartos de piel de antílope forrado por dentro con tejido de lana que me resguardaba muy bien del crudo frío invernal y un gorro de piel de zorro, que con el puesto parecía al héroe explorador, David Crocket. Abrigado de esta guisa salí a la calle a por un taxi para que me llevara hasta el aeropuerto de Boston, el taxista era un portorriqueño de color, bastante simpático, me dio conversación todo el camino, se le notaba que le apetecía hablar en castellano, sin embargo no podía disimular el fuerte acento anglosajón que había asimilado a través de los veinte años que ya llevaba en los Estados Unidos, me dijo que se llamaba Alfredo, pero añadió que le gustaba que le llamaran Al. Al me dejó en la puerta de acceso a los vuelos de salidas internacionales, le gratifiqué con una buena propina, el hombre se lo merecía por su amabilidad y conversación, me había ayudado a distraer mis pensamientos y ansiedad por llegar al destino. A partir de este momento las horas se me hicieron interminables, tal era mi anhelo de volver a estar con los míos. Tomé la carta de embarque y facturé la maleta con la bolsa de cuero. El vuelo de la TWA a Madrid salía dos horas más tarde, adquirí un par de revistas junto a algunos periódicos y me dirigí a la cafetería, tuve la fortuna de encontrar una mesa vacía, pedí un café con leche y un sandwitch de pollo con vegetales, rociado de una especie de salsa mayonesa picante que probablemente llevaría pepinillos en vinagre triturados, no estaba mal del todo, al quitarle el papel transparente que lo envolvía, me vinieron a la memoria los bocadillos del buen pan español untado con tomate y rociado con aceite puro de oliva, sin olvidar el exquisito jamón de bellota de Huelva o Salamanca, único en el mundo, pero que solo se puede degustar allá en nuestra tierra. Me consolé pensando en que pronto lo tendría a mi alcance. Abrí uno de los periódicos e inicié la lectura, repentinamente una voz femenina se dirigió a mi en perfecto castellano : -¿permite caballero que tome asiento en una de las sillas de su mesa?-. Sin todavía haber levantado la cabeza para ver quién era mi interlocutora, supe de quién se trataba, mi fino olfato había percibido el aroma a miel del Red Door que me era tan familiar, alcé la vista y me encontré con Margaret Hagarty de pie en el lado opuesto de la mesita. -¡Peggy!- no pude más que exclamar, mientras me levantaba y la tomaba la mano que me ofrecía para que la besara. No pude disimular que estaba algo azorado por la sorpresa, hasta el punto que me tropecé con una de las sillas haciendo que ésta se tumbara. Margaret iba envuelta por un elegante abrigo de piel de visón color castaño bastante largo, que le llegaba ligeramente por debajo de media pantorrilla, con el cuello del mismo alzado, se tocaba con una especie de elegante boina de la misma naturaleza y color que su abrigo y unas grandes gafas oscuras. Estaba como siempre muy bella y elegante. Algunos caballeros de alrededor la miraban con curiosidad y

150 admiración, también alguna que otra dama, la elegancia y belleza de Peggy no pasaba nunca desapercibida allá donde se hallara. -Hola Guillermo, te veo muy sorprendido-, me dijo con voz suave y bien modulada, no exenta por ello de firmeza. Peggy era un tipo de mujer poco común, su estilo y carácter hacían que desprendiera una especie de aura o hálito especial a su alrededor. -Si, francamente me has sorprendido-, confesé, -pero por favor toma asiento, ¿deseas tomar alguna cosa?-, la dije mientras la ayudaba a despojarse de su abrigo y le acercaba la silla. -Te agradecería me pidieras un café, en este caso americano y suave- dijo con una insinuante sonrisa que comprendí perfectamente que se refería al café “stretto” del “Ristorante Stromboli” de algunas semanas atrás. Llamé a la camarera para efectuar el encargo. -¿Cómo tu por aquí?-, lancé la pregunta sin saber casi por que. -He venido a despedirte-. –¿Cómo has sabido que me marchaba hoy?. -Muy sencillo, me lo dijo Julius, ayer estuve almorzando con él, no se si sabrás que parece que Greg mi marido, quiere desheredarle y trato de interceder entre los dos, ruego a Dios que pueda darle una solución digna que no rompa los lazos familiares-. -Me alegrará mucho que puedas lograr lo que te propones, dice mucho en tu favor, eres una excelente diplomática-. -Pero no siempre logro lo que me propongo…-, soltó el verbo proponer dándole una entonación especial que me hizo que comprendiera el doble sentido en que lo aplicaba, sin por ello dejar de mirarme fijamente a los ojos. -¿Y…..-, no añadí nada más, dándole pie a que pudiera ser algo más explícita. -He venido a despedirme de ti y, a la vez presentarte mis disculpas por mi comportamiento de hace algunas semanas, ¿lo recuerdas?-. -Naturalmente que si, mentiría si te dijera lo contrario, pero no tiene la menor importancia, todo fue motivado por la fuerte tensión que tuviste que soportar aquel día y la agradable cena en el restaurante italiano de mis amigos que hizo el resto-. -Yo añadiría que romántica cena, además de agradable-. -Bien, dejémoslo así si te parece…-, dije con intención de zanjar aquella incómoda conversación, al menos por mi parte no tenía interés alguno en continuarla, sin por ello dejar de ser al mismo tiempo cortés y educado, estaba muy lejos de mis deseos que pudiera sentirse herida por mis palabras.

-Tienes una gran dosis de autodominio Guillermo, y confieso que aquel día te comportaste como lo que eres, un caballero, yo estaba muy vulnerable-, dijo con voz en la que adiviné un timbre de tristeza.

151 Me salvaron los altavoces de la megafonía del aeropuerto que anunciaban por primera vez el embarque de mi vuelo, salvado por la campana, pensé. Me levanté y me excusé con Peggy, ella comprendió y también se levantó. La ayudé a ponerse el abrigo mientras se empeñaba en acompañarme hasta la puerta de embarque. Anduvimos juntos para cruzar el amplio hall del aeropuerto hasta llegar a la puerta de acceso del control de pasaportes. Me dio un cariñoso y reconfortante abrazo, y un par de besos en las mejillas, en esta ocasión fueron abrazos y besos muy distintos, simplemente los que dos buenos amigos se dan en una despedida. -Adiós Peggy, me acordaré mucho de todos vosotros durante estos días, deseo que paséis unas Felices Navidades, dentro de lo que cabe, pero no tengo la menor duda que lograrás tu objetivo, rogaré por ello-. -Adiós Guillermo que tengas un placentero vuelo y dile a tu Laura que es una mujer muy afortunada-, se dio media vuelta y se marchó con paso bastante vivo. Me quedé unos segundos viendo como se alejaba admirado por su belleza y temple, todo un carácter de mujer. Unas ocho horas de vuelo después, el avión tomaba tierra en el aeropuerto de Lisboa, a los pasajeros nos permitieron una hora de descanso en la zona internacional para poder efectuar algunas compras en las tiendas libres de impuestos, mientras el aparato repostaba combustible. Durante el vuelo tuve oportunidad de relacionarme con un matrimonio bostoniano de trato agradable, por primera vez visitaban Europa y también era la primera vez que salían del país. Frank y Marie, eran propietarios de una cadena de tiendas de calzado en la ciudad de Boston, él confesó tener 56 años, Marie obvió la suya, pero calculé que tendría tres o cuatro menos que su esposo, ella era bastante parlanchina sin embargo Frank era algo más reservado, no le hacía falta, ella hablaba por los dos, conozco algún caso de estos. Les expliqué algunas características de Madrid dignas de ser visitadas además de las previstas en el pack del viaje. Observé que eran gente de buen comer, les recomendé muy particularmente que visitaran el restaurante de Casa Botín, en el Arco de Cuchilleros, justo al lado de la Plaza Mayor, les sugerí que pidieran cochinillo al horno y un buen vino tinto de la ribera del Duero, naturalmente tuve que explicarles lo del cochinillo y las delicias de este vino que solo se obtiene en determinadas tierras de Castilla. Frank que era hombre metódico, anotaba minuciosamente todas las recomendaciones y lugares a visitar que le fui indicando en una especie de libretita de bolsillo. Dado a que yo tenía todavía unas cuatro horas para tomar mi enlace para Barcelona, me brindé en acompañarles hasta su hotel de Madrid y desde allí les efectuaría la reserva de mesa del restaurante recomendado, de otro modo no les sería posible poder cenar es este lugar tan característico del viejo Madrid. Dos horas más tarde tomábamos tierra en el aeropuerto de Barajas, recogieron los equipajes, el mío lo había facturado directamente a mi destino final, un bus fletado por la agencia corresponsal nos llevó a la ciudad, el hotel que les había seleccionado la agencia era el Washington, en la Gran Vía, muy cerca de la Plaza de España, lugar inmejorable para unos turistas. Llamé por teléfono al restaurante y les encargué una mesa para las nueve y treinta minutos, cuando les dije la hora se quedaron algo asombrados, ellos estaban habituados a cenar alrededor de las siete de la tarde, les expliqué que en España los horarios para el almuerzo y cena eran completamente distintos a los de su país,

152 debido a que los de trabajo también lo son. Me despedí de ellos deseándoles una agradable estancia en nuestra tierra. Me fui a dar un paseo por la bulliciosa Gran Vía hasta llegar al cruce con el Paseo de la Castellana. En Cibeles, crucé la bella y elegante avenida hasta llegar a las puertas del be bella construcción del edificio de Correos, luego doblé a la derecha hasta llegar a las puertas del Museo del Prado, en el paseo del mismo nombre, tuve la tentación de entrar a visitarle, pero miré mi reloj y comprobé que no disponía de tiempo para ello, a lo sumo podría dedicarle una hora, del todo imposible, lo dejé para mejor ocasión, pero me quedé con las ganas de efectuarlo. Dirigí mis pasos a la Terminal de Iberia para tomar uno de los buses que transportaban a los pasajeros hasta Barajas, estaba próximo a la glorieta de Neptuno, afortunadamente pillé un día soleado, Madrid por su altitud goza de inviernos de clima continental, no era éste precisamente un día excesivamente frío e invitaba a pasear y gozar de sus calles y avenidas. Al llegar al aeropuerto busqué una cabina telefónica, llamé a Laura y a mis padres. – Laura, amor, ya estoy en Madrid, en una hora tengo el embarque y en otra hora más estaré en Barcelona, ya queda menos amor mío-. -No me puedo creer que estés tan cerca de mi, cariño. La última vez que hablamos me dijiste que te aguardara bajo “nuestro árbol”, ¿deseas que venga al aeropuerto a recibirte?-, dijo en el tono de voz que yo tanto ansiaba oír. -Desearía que tuviéramos nuestro reencuentro en dicho lugar, ya que en el aeropuerto estarán mis padres y quizás no podríamos expresarnos como ambos desearíamos, ¿no te parece?-. -Allí te esperaré amor mío, se me va hacer el tiempo eterno, pero allí estaré-. La calidez y la suavidad de su voz, hizo que mi corazón se acelerara como hacía bastante tiempo no experimentaba. Que dura es la distancia y el tiempo para los enamorados. Me despedí de Laura y a continuación llamé a la casa de mis padres. Solo estaba mi madre, la dije que estaba en Madrid y que en un par de horas llegaría al aeropuerto del Prat. -Papá y la niña (mi hermana), acaban de salir para allá, han llamado esta mañana a Iberia y les han informado del horario previsto de llegada. ¿Estás bien hijo?-, me preguntó. -Si mamá, estoy muy bien y muy feliz de poder volver a veros a todos vosotros de nuevo-. -Laura nos visitó hace pocos días. Lo está pasando bastante mal por el fallecimiento de su abuela, dentro de nuestras posibilidades hemos tratado de consolarla, pero la pérdida tan repentina de su abuela la ha afectado mucho-.

-Lo se mamá, pero hay que hacerla ver que este es un doloroso paso por el que todos estamos obligados a sufrir y que no queda más remedio que rehacerse del mismo-. -Oye hijo, en el aeropuerto te aguarda una sorpresa-. -¿De que se trata?-

153 -Ya lo verás, tengo prohibido revelártelo, si no dejaría de ser eso, una sorpresa-. -Te dejo mamá, ya están llamando a los pasajeros de mi vuelo para el embarque, ¡hasta ahora mismo!-. Le envié un beso telefónico y colgué. En las llegadas nacionales distinguí inmediatamente a mi padre y hermana, ésta última daba saltos para sobresalir de entre el grupo de personas que estaban tras la valla aguardando a los pasajeros. Nos abrazamos los tres llenos de alegría y emoción, hacía algo más de cuatro años que no nos veíamos, no teníamos palabras suficientes para aquellos emotivos momentos, permanecimos abrazados un buen rato, luego ya algo más serenos, recogí mi equipaje e hice intención de ir a situarme en la cola del bus que nos llevaría hasta la Terminal de la Plaza de España. Mi padre me cogió del brazo y casi me arrastró hasta la explanada del aparcamiento público, le seguí obedientemente, pero vi que mi hermana se sonreía maliciosamente. Al llegar a uno de los pasillos que formaban los automóviles estacionados, mi padre se detuvo junto a un pequeño automóvil de color blanco nuevecito y reluciente, sacó unas llaves del bolsillo y abriendo la puerta del mismo me preguntó socarronamente : -¿Dónde desea el señor que le llevemos?-. Menuda sorpresa me llevé, luego me contó que hacía poco más de quince días que le habían adjudicado un automóvil de la fábrica SEAT, un modelo 850 c.c. de cuatro puertas. Por aquel entonces el fabricante demoraba más de un año para entregar el automóvil solicitado. Para mis padres era como si hubiesen adquirido un Rolls Royce. Siguiendo el mismo tono respondí : -¡A casa Ramón!-. En menos de treinta minutos estacionaba el automóvil en la puerta de casa, al apearme me quedé mirando la fachada, se agolparon en un instante los gratos recuerdos vividos en ella. Mi madre salió a la puerta a recibirme, se añadieron algunas vecinas que me conocían desde que yo era un bebé. Nos fundimos en un abrazo, estaba muy emocionada, me miró para decirme: -estás muy guapo hijo, pero demasiado delgado, al parecer los alimentos de los americanos no te sientan demasiado bien-. No quise contradecirla, en efecto, llevaba algo de razón, entramos en casa y les di los obsequios que había comprado para ellos, les pedí que me disculparan, Laura me aguardaba en Folgueroles, fueron muy comprensivos conmigo, de sobra sabían que ansiaba verla. Mi padre me dio las llaves de su utilitario diciéndome que me lo llevara. Se lo agradecí en el alma, de ese modo podría estar mucho antes con mi amor. Llamé a Laura para decirle que ya salía para allá. –En hora y media estaré aguardándote bajo “nuestro árbol”-, me dijo.

Crucé las poblaciones de Granollers, La Garriga, Figaró, Aiguafreda, entre éstas dos últimas poblaciones, me encontré con el obstáculo de una densa niebla que se había aposentado en la garganta del desfiladero que formaban los llamados singles o farallones del Bertí con el río Congost por un lado, y el macizo del Tagamanent por el otro, encendí las luces del auto y procuré avanzar con suma precaución, no me sorprendió el estado climático de la zona, solía ser bastante frecuente en aquella época del año. Pero a pesar del pequeño contratiempo, pensaba que cada metro que avanzaba, estaba cada vez más cerca de mi amada, mi espíritu se llenaba de ansiedad por poder estrecharla entre mis brazos, a pesar de todo, no le exigí demasiado al pequeño

154 automóvil, le encontraba muy frágil, me había habituado a los automóviles americanos que eran de dimensiones y potencia muy superiores. La bella y laboriosa ciudad de Vic, estaba aquellas horas bastante tranquila, la niebla se había ya disipado casi en su totalidad, enfilé la carretera que conducía a Calldetenes, unos pocos kilómetros después encontré a mi izquierda el desvío a Folgueroles. Ahora la ansiedad se hizo más latente. Lucía un asustado sol invernal que entraba por la ventanilla de mi lado que calentaba tímidamente. Vi el orgulloso espadarte de la iglesia del pueblo que a la vez hacía de campanario y, que se alzaba iniesto sobre la fachada del templo y sus dos campanas, cada vez lo tenía más próximo. Fuera hacía bastante frío, a pesar sol. Todo cuanto veía, me era familiar y me traía muy gratos recuerdos, en aquel pedazo de tierra había pasado tantos días de mi infancia y adolescencia que me sentía como en mi propia casa. Vinieron a mi los recuerdos de los amigos de los veraneos; Justet, Emili, Maite y tantos otros, hacía mucho tiempo que no sabía de ellos. También tuve un recuerdo para la Padrina, su hija Mercé y Lluís, que fueron siempre tan generosos conmigo. Hacía algo así como un año que había recibido una carta de Lluís Vivet, era bastante escueta y de difícil lectura, Lluís no era precisamente hombre de letras, tuve harta dificultad para poder entender su caligrafía y contenido, iniciaba la misma con el signo de la cruz dibujado en el encabezamiento, tradicional en la época por la gente sencilla del campo, luego continuaba con el clásico encabezamiento de: “Espero que al recibo de ésta te halles bien de salud, nosotros a D.G.. también lo estamos….etcétera.”. Venía a contarme en ella que la Padrina solo hacía que hablar de mi a las gentes del pueblo, para ella era todo un acontecimiento que yo estuviera en ¡América!, era una carta sencilla pero entrañable, la guardé junto con las perfumadas que recibía semanalmente de Laura y de mis padres. A todo esto me encontré entrando al pueblo por el acceso Norte, pasé el cementerio, el Ayuntamiento y la casa del Pere Fusté, aminoré la velocidad y me detuve frente al número 15 del carrer Nou, la puerta de la casa de mis veraneos, estaba cerrada totalmente, así como los postigos de las ventanas, me sorprendió, ya que en el pueblo las casas solo solían cerrarse por la noche cuando sus habitantes iban acostarse. No vi a ninguno de los vecinos conocidos, era la sagrada hora del almuerzo. Puse la segunda velocidad y bajé suavemente por el Carrer Nou hasta llegar a la plaza de Verdaguer, doblé a la izquierda y vi la casa de los Soladrigas, dejé el automóvil estacionado frente el Casinet y seguí el resto del recorrido a pie hasta tomar el senderito que me llevaría al majestuoso roble: “nuestro árbol”. Un par de minutos después volvía a ver el imponente y majestuoso árbol de la colina, debajo de su enorme y redondeada copa me pareció distinguir la silueta de Laura, detuve por un momento mi andadura y permanecí unos instantes de pie para ver con más detalle la imagen que la naturaleza me ofrecía. Laura que también me había visto, echó a correr colina abajo con los brazos extendidos, yo hice lo propio, corrí colina arriba, a medida que nos aproximábamos pude distinguir la cara de felicidad de la mujer que había secuestrado mi corazón y mi voluntad y que tan feliz me hacía su compañía. Fue un momento indescriptible, no tengo suficientes palabras para relatarlo, nos fundimos en un abrazo, nuestros labios se buscaron afanosamente, sedientos de besos, hasta encontrarse, su cabello se interponía entre nuestras bocas, pero no importaba, nos dimos el beso más largo y amoroso de nuestras vidas, sobraban las palabras, nos separamos el uno del otro para mirarnos a los ojos como en tantas otras ocasiones habíamos hecho. Ahora de nuevo frente a mi dejé de ver a la muchacha que al marcharme era, se había convertido en una mujer, ¡una bellísima mujer!, su cuerpo conservaba el aroma que me enloquecía, de nuevo me miraba a través de aquellos grandes ojos color de miel, y sus carnosos y apetecibles labios pedían ser besados.

155 -Amor, amor, bésame no te detengas, mis labios están sedientos de ti, de tu amor, de tus caricias, no me dejes nunca más sola-, me susurraba en el oído, con la incontenible pasión de mujer enamorada. Terminamos arrodillados en el suelo, uno frente al otro abrazados y besándonos sin cesar, finalmente algo más serenos, enlazados por la cintura, nos encaminamos a la Gran Casa. Al llegar a la plaza de Mayor, vimos a Justet que salía de la panadería con una barra de pan bajo el brazo, y como siempre el pelo por la frente. - ¡¡ Pinsá !!-, grité. Se detuvo a la vez que ponía una de sus manos a modo de visera, por la posición en que se hallaba, el débil sol invernal le deslumbraba. -¡¡Guillermo, Laura !!- gritó al reconocernos al mismo tiempo que echaba a correr para reunirse con nosotros. Nos dio un fuerte abrazo a ambos, no podía disimular que se sentía muy contento de volver a vernos. –Chico, estás hecho todo un señorito-, -y tu Laura estás de rechupete-, dijo con su habitual socarronería y sinceridad, a la vez que nos miraba de arriba a bajo, –En el pueblo, os hemos echado todos mucho de menos, en especial los últimos veranos, sin vosotros no han sido lo mismo-. -¿Para cuando es vuestra boda?-. Laura y yo quedamos mirándonos, Justet había dejado en el aire una cuestión que realmente todavía no nos habíamos planteado. -No sabemos, debemos hablarlo todavía, pero por descontado que será en Folgueroles-. -Oye- le dijo Laura, -¿Por qué no vienes esta tarde a merendar a casa y hablamos de todas nuestras cosas?, invita también de nuestra parte a Maite y Emili-. -Así lo haré, adiós parejita, hasta luego-. Dobló la esquina y siguió para su casa. Saqué del auto la bolsa de cuero en la que había puesto algunas ropas además del regalo que había comprado para Laura. Entramos en la casa que tan felices recuerdos me traía, no pude evitar un entrañable pensamiento para la abuela, sin ella la casa parecía vacía, sentía por ella un reverencial respeto y cariño, en su día depositó mucha confianza en mi persona. Por expreso deseo de Laura, Eulalia, la doméstica, había cocinado una típica comida invernal, un delicioso cocido y una calentita “ sopa de escudella” de primer plato.

Después del almuerzo, nos sentamos en el salón para tomar café, era la ocasión de entregarle a Laura el regalo que le había comprado en una joyería de Boston. El hogar de ésta sala estaba encendido despidiendo sus brasas un confortable calorcito y un agradable aroma de encina quemada, que invitaba a estar sentado a su vera. El salón era una de las piezas más grandes de la casa y no era sencillo mantener caliente todo su ambiente, pero el esposo de Eulalia, el jardinero, el día anterior por orden de Laura lo había encendido y mantenido prendido todo el tiempo. Saqué del bolsillo de la chaqueta la cajita que la dependienta de la joyería había envuelto primorosamente con papel de motivos navideños, me senté sobre el brazo de la butaca que ocupaba Laura y la besé en la frente mientras le decía: -Te he traído un modesto obsequio con el deseo de que nunca te desprendas de él, por que en el está todo mi amor-.

156 Laura cogió la cajita para desenvolverla con gran delicadeza y la abrió. Contenía un anillo en oro blanco con un brillante de 2 quilates tallado en forma de corazón. La adquisición de esta joya había representado un esfuerzo económico considerable, pero no importaba, el amor y el cariño que sentía por aquella mujer era infinitamente superior a la joya. Laura se quedó casi inmóvil al ver el contenido de la cajita, me miró con sus enormes ojos en los que aprecié que comenzaban a bailar algunas lágrimas producto de la emoción del romántico momento. Se levantó para abrazarme y besarme apasionadamente, sentándose sobre mi regazo. Se me hizo un nudo en la garganta por el ansiado momento que ambos estábamos viviendo, después de tanto tiempo alejados el uno del otro, estábamos sedientos de amarnos, de mirarnos y tocarnos, el sacrificio soportado por los dos había sido muy duro, solo el amor tan grande que nos profesábamos fue capaz de sobrellevarlo. Sonó la campanilla de la verja de hierro rompiendo el silencio del entorno, Laura y yo nos levantamos, Eulalia cruzó el salón en dirección a la puerta, Laura la interrumpió diciéndole que abriría ella a los visitantes. Acudimos ambos a abrirla, salimos al jardín, al otro lado de la verja estaban nuestros tres mejores amigos:. Maite, su hermano Emili y Justet. Fue un momento realmente bello y emotivo, Maite me dio un cálido abrazo y mil besos, su hermano después de darme un cariñoso pescozón en una de mis mejillas se abrazó a mi con gozo, Justet no podía ser menos, fue mi primer amigo a mi llegada al pueblo y siempre andábamos juntos, parecíamos más que amigos, hermanos. Luego le tocó el turno a Laura. Maite se abrazó a ella y ambas lloraron de felicidad. Ya algo más serenos, entramos en la casa para resguardarnos del frío y nos dirigimos al acogedor salón. Emili había avisado por teléfono a Maite de nuestra llegada, ésta solicitó la tarde libre a su jefe inmediato, un Doctor de medicina interna en el Hospital de Vic, su hermano que ya se había hecho cargo del colmado le pidió a sus padres que le suplieran y el “Pinsá” trabajaba de vendedor para una firma de alimentos y disponía de su propio tiempo y vehículo, una Vespa 125. Pasados los primeros instantes del encuentro, y mientras conversábamos de mil cosas, observé a mis amigos:. Maite, seguía siendo aquella muchacha alegre, pizpireta, franca y simpática, con la diferencia que ahora se había convertido en toda una mujer, seguía tan menudita como siempre, se había cortado su larga y rubia cabellera dejando el pelo muy cortito, era una moda general que había “impuesto” una actriz llamada Jeanne Seberg, no obstante la sentaba muy bien, tenía una estructura de cabeza muy apropiada para este tipo de corte de pelo. Había finalizado sus estudios de enfermería y ejercía como tal. Su hermano Emili, había engordado notablemente, pero había dejado atrás la cara de jovencito, el abundante bigote rubio que lucía le daba un aspecto de ser algo mayor, tenía novia, hija también del pueblo y pensaban casarse la próxima primavera. Justet, era el de siempre, vestía algo descuidado, pero mejor que en sus años de jovenzuelo adolescente, seguía tan delgado como siempre y el cabello le continuaba cubriendo la frente hasta casi taparle parte de la visión. Laura solicitó a Eulalia que preparara café para todos, en poco tiempo se presentó con un carrito con ruedas portando una bandeja con todo el servicio necesario, en el centro de la misma había una humeante cafetera de plata que desprendía un agradable aroma a café recién hecho.

157 A Laura se la veía feliz, como nunca diría yo, creo que con mi compañía se sentía protegida, mantuvimos entre todos una animadísima tertulia, salieron nuestras andanzas juveniles estivales y, como no, me tocó explicarles parte de mi estancia en los Estados Unidos, relato al que todos estuvieron sumamente atentos y en silencio. Le comenté a Justet que me había sorprendido ver la casa de la Padrina, cerrada a cal y canto. Éste me desveló que se habían marchado del pueblo, a vivir a Barcelona. Al parecer a su tío, el bueno de Lluís, en la cantera donde trabajaba se les había acabado el trabajo y no obtenían el suficiente para poder mantenerla abierta. Se habían ausentado del pueblo, hacía escasamente dos meses. Fue mi padre quien le encontró un puesto de trabajo a Lluís, en los talleres donde mi progenitor trabajaba desde hacía bastantes años. Luego más tarde supe que mi padre me había enviado una carta en la que me explicaba este cambio de domicilio de la familia Vivet, pero ésta viajaba a Boston mientras yo lo hacía en dirección a Barcelona. Se pasó la tarde casi volando, alrededor de las ocho Justet se despidió de todos, le acompañamos Laura y yo hasta la verja, nos dijo que debía madrugar pero que si el domingo estábamos todavía en el pueblo nos invitaba a almorzar en el restaurante local. Le agradecimos la invitación y bromeando le dije : -Prepara bien el bolsillo, he venido hambriento-, soltó una sonora carcajada mientras se iba. -Hambriento ¿de qué?-, me respondió socarronamente sin dejar de mirar a Laura. Nos reímos los tres con ganas. Emili y Maite estuvieron poco tiempo más, al despedirse, Maite nos cogió a ambos del brazo y lanzó la esperada pregunta: -Y ¿para cuando está prevista la boda?, avisad con tiempo para que pueda encargar el vestido para asistir a ella-. -Lo esperaba polvorilla, me ha extrañado enormemente que no lo hubieses manifestado antes. No se, Laura y yo debemos todavía plantearlo formalmente, pero como ya le dije a Justet, será sin duda en Folgueroles-. -Adiós Laura, me he sentido muy feliz de estar con vosotros, ata bien al doctor, está muy guapo-, dijo esto último bromeando, pero vi que me miraba a mi. -Te aseguro Maite que no escapará-, respondió Laura agarrándose fuertemente a uno de mis brazos y mirándome a los ojos. -Adiós Emili, nos veremos en más ocasiones, vamos a estar en el pueblo tres o cuatro días más-, les dijimos al despedirse. Cerramos la puerta y regresamos al salón, Laura le pidió a la sirvienta que nos preparara una cena ligera que tomaríamos allí mismo en el salón, a la vera de la lumbre. Finalizada ésta, Laura dio permiso a Eulalia y su marido para que pudieran irse a su casa en el pueblo. Nos quedamos los dos solos en la enorme mansión, ahora por demás solitaria. Éramos sus únicos habitantes y quizás algunos ratoncillos en la leñera. Nos sentamos sobre la mullida alfombra situada frente al hogar, añadí algunos troncos de encina. Nos besamos una y mil veces mientras oíamos el crepitar de los leños puestos sobre las brasas. Se creó un cierto paralelismo, le dije a Laura, hay tanto fuego en el hogar como sobre esta alfombra, nos reímos sin recato alguno. Laura se levantó, me cogió de la mano haciendo ademán para que yo también me levantara mientras me decía: -Debes estar fatigado del viaje, amor. ¿Deseas que nos

158 vayamos a dormir?, supongo que por el cambio de horario y el propio viaje debes estar agotado-. -No estoy fatigado, el solo hecho de que estés junto a mi hace que me olvide de todo ello, pero si tu lo estás, proseguiremos mañana-. -No, mañana no, por que si tú lo deseas, no vamos a separarnos-. Dijo esto con gran aplomo y una dulce y pícara sonrisa. El corazón me dio un gran vuelco, seguíamos cogidos de la mano, ella ahora tiraba de mí para que la siguiera. Subimos al piso superior hasta llegar a la puerta de la habitación que en su día fuera de su abuela, la abrió y ví que no había ni uno de los muebles que allí estuvieron, Laura había hecho que los retiraran para instalar todo un nuevo conjunto de dormitorio matrimonial de estilo moderno. Cruzamos el dintel de la puerta y, cerrando la misma con llave me dijo: -De esta no escapas amor mío. Hoy voy a ser tuya, y tu serás mío, como tantas veces habíamos deseado y jamás culminamos-. La abracé dulcemente y la besé con pasión incontenible. Nos acercamos al lecho e iniciamos una especie de ritual de irnos despojando el uno al otro de nuestras prendas de vestir, una a una. Ambos estábamos ciegos de amor y pasión. En un momento dado recordé que había dejado en la planta baja la bolsa con mis ropas y el neceser. –Ah, me he dejado el pijama abajo, voy a por el-, le dije. -¿Y tu crees que puede serte de mucha utilidad esta noche?-, respondió esbozando una franca y maliciosa sonrisa. Me dejó de una pieza la fina ironía de Laura, estaba sorprendido por el cambio que ésta había experimentado. No pude por más que reírme de buena gana. Seguimos el ritual iniciado hasta quedarnos ambos como Dios nos trajo al mundo, abrazados y sin soltarnos nos metimos en la cama cubriéndonos con la ropa de la misma. Seguimos un buen rato acariciándonos dulcemente los cuerpos, estábamos ambos excitadísimos, a cada beso que nos dábamos nos entregábamos más el uno al otro. Con paciencia, teníamos toda la noche por delante, pude ir descubriendo las partes más erógenas de Laura y ella a su vez, las mías. Nuestro juego amoroso duró prácticamente hasta el amanecer. Nada hicimos para prevenir o evitar el posible fruto de nuestro anhelada unión carnal y, al fin consumamos el cénit de nuestro amor. Habíamos casado nuestros cuerpos, las almas ya lo estaban desde años atrás. A eso de las once de la mañana sonó el teléfono de la mesita de noche, estábamos todavía los dos abrazados y adormilados. Laura atendió la llamada que era de su hermano Joaquín. Sin duda, este fue el mejor despertar de mi vida. A través de los empañados cristales de la ventana penetraban algunos rayos de una asustada luz solar, propia del inmediato invierno y la niebla, fuera reinaba un gran silencio, el pueblo estaba también como adormilado, humeaban la mayoría de las chimeneas de los tejados de las casas desprendiendo este olor a leña de encina quemada tan agradable y tan propio de los pueblos. La habitación se mantenía en una cierta penumbra, oí el suave crujir del parquet de la habitación, era Laura que regresaba del baño. Se había despertado algo antes que yo y había aprovechando para darse una reconfortante ducha. Me quedé contemplándola, estaba bellísima me recordaba a la vestal de un templo romano, llevaba su largo cabello suelto que cubría parte de su angelical rostro, aumentando su belleza que le daba ahora un toque ligeramente salvaje, se había puesto un albornoz de baño que al no estar del todo cerrado, permitía ver una buena parte de su todavía desnudez. Me quedé mirándola con admiración y ojos enamorados.

159 Aquella memorable y sagrada noche habíamos culminado nuestro anhelado y contenido deseo, nos habíamos entregado uno al otro sin ningún tipo de reserva. Me levanté de la cama envolviéndome en una de las sábanas, como si fuera la toga de un senador romano, hacía algo de fresquito en la habitación. -Buenos días amor-, me susurró al oído. Nos abrazamos dándonos un dulce beso que duró una eternidad. Otra vez apareció en mi el irrefrenable deseo de poseerla nuevamente, la cogí en brazos depositándola sobre la cama dulcemente mientras ella me miraba a los ojos plenos de amor y deseo. Estuvimos todavía algo más de una hora en la habitación retozando sobre el lecho.

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CAPÍTULO XVIIIº

Navidades blancas….

Eulalia, nos tenía preparado el desayuno en la espaciosa cocina. Por el horario y abundancia del mismo podía ser calificado casi de almuerzo. Confieso que yo estaba francamente famélico por muchas razones, obviamente innecesario explicar ahora. El humeante café con leche, las generosas tostadas de pan del pueblo, el tomate rojo y maduro, el denso aceite puro de oliva y los embutidos, propios de la comarca, tan añorados por mi durante en la larga estancia en los Estados Unidos, se hallaban presentes en la mesa. Admito que recuperé con creces las energías invertidas durante la pasada noche. En el exterior el día era bastante frío, pero en la espaciosa cocina reinaba a una temperatura confortable y acogedora. Unos grandes fogones alimentados por leña o carbón, disponían de un ingenioso sistema para aprovechar la energía calórica que la combustión liberaba para proveer de calefacción a casi todo el edificio. En su día, el señor Soladrigas había hecho instalar una especie de serpentín de tuberías de acero que contenía un circuito cerrado de agua que una pequeña y silenciosa bomba eléctrica impelía a ésta haciéndola circular constantemente y que al pasar por el interior de los fogones, se calentaba enviándola a los radiadores distribuidos por las diversas estancias de la vivienda, retornando otra vez al punto de partida para reiniciar sucesivamente el ciclo. Durante el desayuno, Laura fue poniéndome al corriente de las vicisitudes acaecidas a la familia durante mi larga estancia en el extranjero. Me habló de Joaquín, su hermano, y de la muchacha con quien se iba a casar, del repentino fallecimiento de su abuela y, de la preocupación que ésta soportó durante los dos últimos años de su vida, por culpa de la desfavorable marcha de los negocios familiares administrados por el señor Sagnier. Al citarme a éste último, recordé el encargo que efectué a mi buen amigo Doménec, con el fin de que realizara una serie de averiguaciones respecto al modo de administrar aquel los negocios familiares. -Por cierto Laura, poca cosa me explicabas en tus cartas de la entrevista que tuviste con mi amigo Doménec-. -Ah, si-, me dijo, como si súbitamente le hubiese venido a la memoria este tema, prosiguiendo a continuación:. -Realmente tenía tantas preocupaciones desde el fallecimiento de la abuela, que casi olvidé contarte en mis cartas como fueron-. Hizo un pequeño receso como para recordar, iniciando acto seguido la explicación, asió con las dos manos la taza de café como si quisiera calentarlas. –Tuve dos reuniones con tu amigo al que le acompañaba un socio suyo, les informé de todo cuanto sabía referente a los negocios de la familia, que dicho de paso no era gran cosa, ya que la abuela no nos contaba demasiado a Joaquín y a mi respecto a ellos y, del hombre a quien el abuelo había depositado su total confianza, el administrador que tu conociste hace bastante tiempo-. -Y bien, ¿te pidió algún documento?-.

161 -O si, muchos, pero le dije que nosotros no teníamos nada, que muy probablemente estarían todos ellos en manos del administrador. Me solicitó un poder notarial a favor de ambos para poder actuar en nombre de Joaquín y mío, cosa que hicimos-. Se detuvo unos momentos como si quisiera ordenar sus ideas prosiguiendo a continuación:. –Unos días después me llamó para informarme de que ya había tenido una primera reunión con el señor Sagnier en la que le había requerido todo cuanto nos pidió a nosotros, y ya no se más-. Bien, no te preocupes, llamaré a Doménec más tarde y le pediré reunirnos con él para cuando regresemos a Barcelona, debéis conocer vuestra situación financiera cuanto antes, y también si el administrador ha cumplido honestamente con su cometido-. Laura se levantó de su silla y vino a sentarse sobre mis rodillas a la vez que me rodeaba el cuello con sus brazos, susurrándome al oído :. –Te quiero mi amor-. -Laura, ¿te parece que nos casemos, ya?-, dije de sopetón. La intención me había salido de lo más hondo de mi corazón. Había pensado y soñado en ello en multitud de ocasiones, pero mi situación económica y, el propio trabajo que estaba desarrollando en los laboratorios de la Universidad de Boston, no aconsejaban en aquellos momentos tomar una decisión firme al respecto, quizá era yo excesivamente conservador. Mientras decía esto, miré con atención a los ojos de Laura. Adiviné en ellos un brillo especial que desprendían felicidad. Me abrazó con fuerza y me dio un largo y profundo beso. Al finalizar el mismo, me dijo con aquella mirada tan dulce y apacible y tan característica en ella : -¿Crees que después de este beso necesitas algún tipo de respuesta?-. -Vayámonos pues a ver si está en la rectoría el párroco y hablaremos con el-, respondí. La cogí de la mano y nos dirigimos corriendo como dos adolescentes a la rectoría del pueblo. Por fortuna el señor párroco se hallaba en ella. Al vernos no pudo disimular una sonrisa de complacencia, nos conocía a ambos desde muchos años. -¡¡Guillermo!!-, casi gritó, -entrad, entrad, no os quedéis aquí afuera, hace hoy un día bastante frío y húmedo-, nos dijo, invitándonos a entrar y cogiéndonos a ambos del brazo. -¿Qué es de vuestras vidas? Y tu muchacho, ¿cómo te ha ido por América?. Laura, cuanto sentí el fallecimiento de tu abuela, tengo un pensamiento por ella en todas las misas que oficio-, todo esto nos lo dijo acercándose a la estufa de leña que tenía prendida en el centro de la habitación. -Bien, francamente bien, aquello es otro mundo muy distinto al nuestro-, le dije, en aquellos momentos no tenía yo demasiados deseos de contar mi vida en los EE.UU.. -Mosén, venimos a verle por que tenemos deseos de casarnos. ¿Qué necesitaremos para ello?-. -¿Para cuando habéis previsto el feliz evento?- nos preguntó mirándonos complaciente. -Pues nos agradaría que pudiera ser la semana próxima-, apuntó Laura.

162 El mosén casi da un salto de su silla. –Pero, pero, ¿tanta prisa tenéis?, ¿ocurre algo irreparable hijos míos?-, preguntó con cara de sorpresa y algo descompuesta. En aquel rincón del mundo, las cosas todavía se hacían con otro aire, no había prisas para nada. -No, verá mosén, se trata de que yo debo regresar a los Estados Unidos, poco después de primeros de Año Nuevo, al fallecer la señora Soladrigas, Laura se siente muy sola y yo también allí, y naturalmente el motivo principal es por que nos queremos mucho y nos es difícil vivir tan separados el uno del otro-. -Entiendo hijos, y os felicito por vuestra sabia decisión-. Sacó del cajón de su mesa de escritorio una agenda de color rojo, bastante voluminosa y la abrió por la página que correspondía al mes de diciembre. -Veamos, ¿qué os parecería el día de la Natividad del Señor?, esa fecha sería un hito importante en vuestras vidas, inolvidable diría yo-, nos dijo con la sempiterna y oronda sonrisa. Laura y yo nos consultamos con la mirada, ambos asentimos, realmente nos pareció una fecha sumamente señalada y muy acorde a nuestros propósitos. Faltaban solo seis días. No obstante dimos nuestra conformidad al mosén. -Mosén ¿qué trámite documental se precisa?-, preguntó Laura. -Eso no debe preocuparos, yo me ocuparé de todo el papeleo, únicamente vosotros deberéis pedir en vuestras respectivas parroquias en las que fuisteis bautizados, una Fe de bautismo, nada más-. -Pues nos vamos a Barcelona a por ellas ahora mismo, a participarlo a la familia y demás amigos, mil gracias mosén por sus facilidades-, le dije lleno de entusiasmo. -Id con Dios hijos-, nos dijo al mismo tiempo que nos daba una bendición. No os preocupéis por nada, aquí os estaré aguardando, ah, no olvidéis que la tarde anterior deberéis pasar por aquí para ensayar algo de la ceremonia-. Salimos disparados en dirección a la casa. Laura llamó a Eulalia y a su esposo el jardinero, los reunió en el salón para decirles :. –Os quiero participar que Guillermo y yo vamos a casarnos, celebraremos la boda, si Dios quiere, el día veinticinco de este mismo mes, el banquete nupcial vamos a celebrarle en la casa, quiere ello decir Eulalia que deberás estar dispuesta a tener todo a punto para esta fecha-. -Señorita Laura, que alegría, si pudiera verlo su abuelita…-, dijo soltando unas lágrimas de emoción que secó con una de las esquinas del delantal, ¿pero dispondremos del tiempo necesario para todo el ajetreo que se avecina?-, planteó la buena mujer, poco habituada a trabajar con tanta rapidez e improvisación. Ahora salió la Laura que yo conocía. –Eulalia, no debes ponerte nerviosa para nada, ni por nada, mandaré dos de las muchachas de servicio que tengo en Barcelona para que estén a tu disposición, ellas te ayudarán en todo lo que les ordenes. La casa deberá estar impecable y adornada para la ocasión, también te enviaré a un florista de Vic para que se ocupe de los adornos florales de la casa y la iglesia, pienso que vamos a ser alrededor de una cincuentena de invitados, no más. No deberá preocuparte en absoluto el servicio del banquete, encargaremos a un restaurante de Vic el menú, utilizarán nuestra cocina y guisarán sus cocineros y servirán sus camareros, solo deberás facilitarles algunos enseres que quizás puedan pedirte-.

163 Dijo todo esto con la serenidad habitual en ella cuando debía repartir instrucciones, utilizaba un tono de voz amable y correcto, pero al mismo tiempo serio, había adoptado aquella posición de la espalda recta, que yo tanto admiraba en ella que le confería un porte tan elegante y que al mismo tiempo le imprimía aire de firmeza, como si quisiera decir, “no admito divagaciones y no me falles”. Por mis adentros pensé cuanto quería a aquella adorable persona, cuán benigno había sido el destino conmigo al concederme que su vida se cruzara con la mía. Dios sea loado una y mil veces. Cogimos el automóvil de mi padre y regresamos rápidamente a Barcelona, teníamos que informar a la familia de nuestra feliz decisión. Dejé que condujera Laura, era una excelente conductora, serena y tranquila a la vez que rápida, transmitía seguridad. Fuimos directos a mi casa. Hallamos a mis padres a punto de salir, se marchaban al cine. -¿Os unís a nosotros, vamos al cine?-, nos dijo mi madre. Papá, mamá, antes de que os marchéis necesitamos hablar con vosotros-, les dije algo serio. -Entrad, hijos, entrad, ¿ocurre algo grave?-, preguntó mi padre algo alarmado, a la vez que entrábamos en casa. -No papá, es una gran alegría la que venimos a comunicaros. Laura y yo hemos decidido unirnos en matrimonio-, casi saltaron de alegría por la noticia, nos abrazaron a los dos, a mi madre le aparecieron algunas lágrimas generadas por la emoción y la trascendencia de la noticia. -¿Y para cuando habéis dispuesto tan feliz evento hijos?-. -Para el 25 de Diciembre, y en la parroquia de Folgueroles-. -Algo precipitado ¿no os parece?, pero qué bella fecha habéis elegido, mejor imposible-, dijo mi madre, algo azorada todavía por lo repentino de la noticia. -No debéis preocuparos por nada, Laura y yo vamos a disponer de todo lo necesario, únicamente os ocuparéis de avisar e invitar a los Vivet en nombre nuestro-. -Y después de la boda ¿dónde vais a vivir?-, preguntó atinadamente mi padre. He aquí la gran cuestión a la que Laura y yo todavía no habíamos afrontado. -Mientras Guillermo esté en Barcelona, viviremos en la casa del Paseo de San Gervasio-. Aquí Laura detuvo su explicación, se quedó mirándome para ver si yo continuaba. -Luego nos iremos a los Estados Unidos hasta que yo acabe mi contrato-. -No podíamos estar más tiempo separados el uno del otro, últimamente los meses se me convertían en años-, dije mirando a los ojos de Laura. Ésta me hizo un mohín cariñoso y se abrazó a la cintura apoyando su bella cabeza sobre mi pecho, nuevamente el suave aroma a miel embriagó mi olfato y alteró todos mis sentidos. Mis padres se marcharon al cine, Laura y yo nos fuimos a San Gervasio.

164 Más tarde llegó Joaquín con su novia. Éste demostró gran alegría al verme, me dio un abrazo tan efusivo que casi creí haber caído en las garras de un oso. Me presentó a su novia Helena, una muchacha menudita, de pelo muy negro y ojos de un azul muy claro, cuyo contraste hacía que resaltara mucho en una cara de semblante simpático, algo tímida al principio, pero franca de expresión, a medida que iba tomado confianza participaba más en la conversación, la vi en todo momento muy pendiente de Joaquín, no podía negar que estaba enamorada de el. Era sumamente educada y con estilo, distinta a Laura, ésta la superaba en belleza y personalidad, pero Helena tenía la suya, sin duda podría hacer muy feliz a Joaquín. Laura les comunicó la feliz noticia de nuestra inmediata boda, fruto de la alegría, Joaquín nos volvió a obsequiar con otro “generoso” abrazo que hizo que mis huesos crujieran. Más tarde, acompañados por ambos, visitamos una pequeña imprenta próxima a la casa de Laura y encargamos las tarjetas de invitación. A continuación nos acercamos hasta la calle Petrixol, la calle de las prestigiosas galerías de arte en el casco antiguo de la ciudad, a merendar un “suizo” con churros en una chocolatería muy conocida y típica de la zona. Pasamos un buen rato en la chocolatería de ambiente estudiantil, nos traía a todos muy buenos recuerdos de una etapa que ya habíamos dejado atrás. Recordé que debía comprarme un traje oscuro para el día de la ceremonia y un ajuar complementario, me acompañaron a la sastrería Gales, en el Paseo de Gracia, confluencia con la calle de la Diputación. En la sección de “Pret a Porter”, encontré un precioso traje de color gris marengo casi negro, que me sentaba como un guante, tan solo fue necesario retocar ligeramente el largo de las mangas de la chaqueta. En el entretanto Laura y Helena, habían seleccionado una bonita camisa de fino popelín blanco y corbata de seda natural en gris muy claro casi blanco, felicité a ambas por la acertada elección. Ahora tocaba el turno a la elección de mi ropa interior, ellas también querían participar, a lo que me opuse enérgicamente, -¡faltaría más!-, les dije sonriendo, mi pudor masculino no lo podía soportar, les dije bromeando. Elegí varios calzoncillos de hilo escocés y calcetines negros del mismo género. Pagué en efectivo, curiosamente en este establecimiento la vuelta la efectuaban en billetes de banco totalmente nuevos, enfundados en papel transparente de celofán con la impresión del anagrama de la sastrería, era un buen motivo de publicidad. Los albores del marketing publicitario en España. Regresamos a San Gervasio en el auto de Joaquín, desde allí llamé a mi amigo Doménec, acordamos vernos a la mañana siguiente en el bufete de su compañero abogado, me dijo que habían avanzado bastante en la investigación, creían que estaban en disposición de poder demostrar que el administrador había metido la mano en el “cajón” indebidamente, pero que ya hablaríamos. –Entonces, hasta mañana- me despedí. Laura solicitó uno de los automóviles de la fábrica de Torelló con el fin de tenerlo disponible para la boda, pero en el entretanto lo utilizaríamos ella y yo. Al día siguiente el chofer Alfonso, lo estacionó en la puerta de la casa. Era un Citroën Stromberg de color negro, de tracción delantera, en la época, una pieza de relojería. Disponía de una palanca para la selección de las velocidades en el salpicadero muy cerca del volante y de corto recorrido, sumamente accesible y precisa. Ésta firma francesa, siempre imprimía avances tecnológicos en los nuevos modelos que lanzaba al mercado, hasta en el sencillo y económico modelo bautizado como 2CV cumplía esta máxima, con tracción delantera, y cilindros horizontales opuestos que se refrigeraban por aire, y un más que confortable sistema de suspensión.

165 A la mañana siguiente fui a por Laura, luego retiramos las tarjetas que debíamos enviar a los invitados y posteriormente pasamos a recoger mi traje por la sastrería.

Laura y Helena cuidaron del traje de novia que ella llevaría al altar, estuvieron en algunas conocidas modistas de la ciudad, finalmente optaron por una que tenía trajes de novia semi confeccionados, no se disponía de más tiempo. Pocos retoques tuvieron que hacer al modelo elegido, Laura tenía una silueta muy estilizada, se diría como el de las modelos que utilizan los modistos para desarrollar sus creaciones. Acordaron su entrega para el día anterior a la boda. En ningún momento observé a Laura que estuviera nerviosa, era una mujer sumamente serena, no perdía jamás la lucidez de la situación, tenía una gran capacidad de trabajo, era la compañera ideal con quien se podían compartir amor y responsabilidades. En el entretanto Laura y Helena se ocupaban de los menesteres propios de la organización y detalles del evento, Invité a Joaquín a que me acompañara a la entrevista que debía mantener con Doménec y su socio. Mi amigo y yo nos fundimos en un caluroso abrazo, hacía algunos años que no nos veíamos, pero la sólida amistad que hicimos durante nuestra estancia en el ejército en el Norte de África, acrisoló lealtad y una corriente de camaradería que la distancia y el tiempo no borraron jamás. Efectuadas las presentaciones, el compañero de mi amigo sacó un voluminoso dossier del cajón de su mesa escritorio y pasó a informarnos:. -Veréis amigos, comenzamos por pedirle al administrador las escrituras de propiedad, que luego confrontamos con las copias que pedimos en el Registro de la Propiedad, de todos los bienes inmuebles de la familia y de todas las sociedades. En pocos días nos llamó para que fuéramos a recogerlas. Luego le pedimos los Balances y Libros Oficiales de todas las sociedades familiares, además de todos los movimientos bancarios de los últimos diez años. Aquí comenzó a ponernos excusas y evasivas, tuvimos que amenazarle con que le enviaríamos requerimientos notariales y posteriormente debería sentarse ante un juez. Se puso muy nervioso y comenzó a sudar, nos entregó al día siguiente dos cajas de cartón llenas de papeles de banco con extractos de las cuentas bancarias, estaban desordenados, todavía tengo a una persona trabajando en ello, clasificando por banco , fechas y número de cuenta, ya que en un mismo banco nos hemos encontrado con más de una cuenta. Pero, he aquí la noticia, hallamos algo irregular que nos movió a agudizar la investigación. Se ha encontrado un sobre con un documento en su interior, aparentemente firmado por la señora Soladrigas, en el que le hacía cesión al administrador señor Sagnier, de una gran parte de las participaciones de una sociedad que a su vez es la propietaria de las tres fábricas textiles de la familia. Dicho documento además estaba firmado por dos testigos, uno de ellos es la esposa del administrador y el otro es de una persona que todavía no hemos identificado. Ahora tenemos en las manos un abanico de posibilidades. Posibilidad uno, que el administrador por descuido hubiera guardado el sobre que contiene el documento dentro de alguno de los libros de contabilidad que nos ha entregado y, ahora se esté tirando de los pelos si lo busca y no lo encuentra. Posibilidad segunda. Que hubiese cedido este derecho a terceros. Pero ello es casi imposible, por cuanto el primero debería haber sido registrado notarialmente para poder ser transferidos los derechos a terceros.

166 Tenemos cita para la próxima semana con un perito experto en grafología para que nos dictamine si la firma de este documento es auténtica o por el contrario ésta ha sido falsificada. En el caso de haberlo sido, este hombre podría ser juzgado por estafa y falsificación documental, y daría con sus huesos en la cárcel. En el caso de que la firma fuera auténtica, debería verse en que estado estaba la señora Soladrigas y cómo y en que circunstancias se obtuvo dicha firma. También simplemente rompiendo el documento podría quedar solucionado el problema, revocando luego los poderes del administrador por los herederos-. -Bien, te felicito, has hecho una exposición perfecta de la situación y habéis desarrollado un gran trabajo, os agradeceremos sigáis en ello hasta las últimas consecuencias-. -Gracias Guillermo, ahora un consejo, tu Joaquín y tu hermana, deberíais abrir unas nuevas cuentas bancarias mancomunadas, en otros bancos y, transferir a éstas, los saldos existentes en los bancos que actualmente operan las sociedades que eran de tu abuela, de ese modo evitaremos algún posible tejemaneje del administrador si se ve acorralado-. -¿Puedes ocuparte tu de ello Doménec?, procura que solo tengamos que intervenir mi hermana y yo solo para las firmas-. -Pasa cuidado, ningún problema, te avisaré cuando todo esté dispuesto-. -Gracias por todo amigos-. Le di un fuerte abrazo a mi buen camarada de armas y nos despedimos con un –hasta pronto-. Manejar el Citroën Stromberg transmitía todo un placer a quien le conducía, era una máquina precisa y con nervio, la reacción al acelerador era realmente brillante, pero quizás la cualidad que más resaltaba era su extraordinaria estabilidad, era prácticamente involcable, el centro de gravedad lo tenía a escasos treinta y cinco centímetros del suelo y el ancho de vía era superior al metro y setenta centímetros, lo que le confería un excelente agarre sobre el asfalto, no había en el mercado mundial un automóvil de fabricación de serie, capaz de igualar estas prestaciones de estabilidad. Fuimos a la sastrería Gales a por mi traje de boda, a la salida nos tomamos un calentito café con leche en la cafetería Milán, muy cercana de la sastrería, luego Joaquín y yo nos dirigimos a por Laura y Helena que ya probablemente ya estarían en San Gervasio.

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CAPÍTULO XIXº

La boda………

La noche anterior al veinticinco de diciembre estuvimos toda la familia celebrando la noche buena hasta la hora de ir a la Misa del Gallo. La noticia de nuestra boda había corrido como la pólvora por la reducida comunidad de Folgueroles. A la salida del Oficio todo el mundo se agolpó a nuestro alrededor para felicitarnos, vi a mi amiga Maite, que estaba radiante, seguía soltera y sorprendentemente sin novio, nos miraba a ambos con ojos alegres, de cariño y al mismo tiempo de bondad. La observaba mientras hablaba con los demás, se había convertido en toda una mujer, pero no había perdido la espontaneidad y la alegría que la distinguía de los demás seres. Repentinamente se acercó a mi y me rodeó con sus brazos la cintura, se elevó sobre las puntas de sus pies para llegar con su boca a mi oído y susurrando me dijo: –Guillermo deseo con todo mi corazón que Laura te haga muy feliz-, creí intuir una especie de sollozo en su voz, a continuación deslizó suavemente una de sus manos por mi mejilla mirándome a los ojos y se marchó corriendo perdiéndose en la oscuridad de la calle. Me quedé pensativo y algo triste, quería mucho a Maite, ella era consciente de ello. Comenzó a nevar copiosamente y en pocos minutos las calles quedaron blancas como si las hubiesen empolvado de harina. Cogí a mi madre y a Laura por el brazo y nos dirigimos con paso vivo a la casa Soladrigas, nos acompañaban además de mi padre y mi hermana, Justet, Emili y algunos de los amigos y amigas de la pandilla, les habíamos invitado a comer turrón y unas copas de cava, de algún modo sería una especie de despedida de solteros. A las dos de la madrugada todavía andábamos cantando canciones navideñas alrededor del piano que unas veces lo tocaba mi hermana Nini o Laura y en ocasiones la Amelia la señorita profesora. En el salón, los leños de encina crepitaban en el hogar y ardían lentamente desprendiendo un calor y aroma sumamente confortable, creando un ambiente cálido y hogareño a la estancia, me asomé a una de las ventanas, en el exterior seguía nevando todavía con cierta intensidad, hasta el punto de que sobre el pavimento de la calle, la nieve había cuajado algo más de treinta centímetros. Me froté los ojos, estaba que me caía de sueño, animé a mis padres y a Laura a finalizar la fiesta e irnos todos a acostarnos, al día siguiente teníamos a las doce del mediodía una cita con el altar y el mosén, pero el ajetreo en la casa se iniciaría a partir de las nueve de la mañana. Justet y Emili fueron los más tardíos en marcharse, el último se apoyaba en el primero pues era incapaz de andar por si mismo en línea recta debido al cava ingerido, le había entrado ya el sopor que le dejaba aletargado. Salieron ambos de la casa, agarrados por los hombros y cantando todavía a grito pelado villancicos, perdiéndose sus voces en la plácida y silenciosa noche navideña. Había finalizado el temporal de nieve, las nubes se diseminaron abriendo un gran boquete en el firmamento que permitía divisar un cielo negro y tachonado de brillantes estrellas. Para nosotros los de confesión católica, ésta mágica noche en la que conmemoramos el nacimiento de Jesús, tiene muchos significados, pero principalmente significa: paz, amor y buena voluntad entre los hombres, sean de la confesión que sean, es la noche que nos hace más propensos en amar y comprender a nuestros semejantes.

168 Caímos rendidos en la cama, la actividad del día había sido trepitante, Laura y yo habíamos bebido algunas copas de cava y al no estar habituados nos hizo su efecto, abrazados nos quedamos dormidos inmediatamente como dos bebés. La mañana amaneció limpia de nubes, brillante y despejada, el cielo en deferencia a nosotros, se había vestido con su mejor gala, de azul lustroso, la nieve caída durante la noche, daba al paisaje un aspecto totalmente distinto para mi, que solo conocía el pueblo en época veraniega, me pareció que me había trasladado a un lugar desconocido. Desde el ventanal de nuestra habitación a través de los empañados cristales se divisaban todos los tejados de las casas de pueblo de un albo inmaculado solo interrumpido por el humo de las abundantes chimeneas, el silencio era total, hacía tanto frío que ni los gallos se atrevían a cantar. Se me ocurrió abrir la ventana de par en par con la intención de ventilar el aire de la habitación, la cerré inmediatamente, el airecillo que entró era tan helado que cortaba la cara. Alguien llamó un par de veces a la puerta de nuestra habitación, me puse el abrigo de piel de antílope que había comprado en Boston por encima del pijama y fui a abrir, era Eulalia que iba llamando a todos para advertir que el desayuno estaba ya dispuesto en la amplia y confortable cocina. Laura entraba en el baño y aproveché la ocasión para darme una ducha con ella, todo era nuevo para nosotros, dejé el rasurado de mi barba para más tarde, mi estómago me pedía alimento. Bajamos a desayunar, en la cocina, sentados alrededor de la larga mesa de nogal se hallaban ya mis padres con mi hermana y la señorita Amelia, ellos habían madrugado bastante más que nosotros dos. Mientras desayunábamos Laura y yo, con la ayuda de mi hermana, revisábamos la lista de invitados. Casi una hora más tarde, llegó una camioneta con varios empleados del restaurante de Vic al que habíamos encargado el menú nupcial, ocuparon la cocina y tuvimos que finalizar a toda prisa de desayunar. Subimos a nuestra habitación para vestirnos, Laura y yo cogimos el Citroën y fuimos a la estación del ferrocarril en Vic, para recoger algunos invitados, especialmente a Edu y Beppo, otros fueron llegando escalonadamente por sus propios medios, todos se reunieron en la casa. En el entretanto los empleados del restaurante habían instalado una larga mesa que formaba una U en el gran salón de estar de la casa, quedaba francamente bonita con los manteles en color salmón suave, candelabros de tres brazos de plata con velas del mismo color que los manteles y unos pequeños ramilletes de flores a todo lo largo de lo que era la mesa. Los de la floristería la tarde anterior habían adornado la casa y la iglesia primorosamente. Maite, con Justet y Emili, se unieron a nosotros ofreciéndose para colaborar en algún menester. Laura les agradeció su amabilidad y les encargó que atendieran a los invitados que iban llegando. Al igual que Laura, yo había invitado a algunos compañeros de estudios. Alrededor de las doce Laura acompañada de mi hermana y de nuestra futura cuñada Helena y también su hermana Beatriz, fueron a ayudar a vestir a la novia, yo hice lo propio en otra habitación, pero en mi caso lo hice solo, sin compañía. Me asomé a una de las ventanas que daban a la plazoleta, vi a algunos vecinos armados de palas apartando la nieve caída durante la noche formando un sendero entre la casa Soladrigas y la iglesia. Cuan estimados éramos, pensé. Después de afeitarme miré el reloj y vi que faltaban pocos minutos para ir a la iglesia, mi madre, como es tradicional en estos eventos, iba a llevarme hasta el altar, subió a

169 por mi, estaba muy elegante estrenaba un vestido de color azul añil y un grueso abrigo negro, que le había confeccionado una modista y amiga vecina. -Guillermo, ¿estás a punto?-, preguntó asomándose por la puerta, se la notaba nerviosilla y un poco acelerada. -Si mamá, entra por favor, estoy ya vestido, solo me falta hacerme el nudo de la corbata-. -Que guapo y distinguido se te ve hijo, este traje oscuro te favorece mucho, vas a ser el novio más guapo del mundo-, me dijo llena de amor maternal. -Gracias mamá, pero estás algo ciega, soy el novio más feliz del mundo-, la corregí. En verdad era un día de inmensa felicidad, en unos segundos vinieron a mi mente algunas imágenes de mi infancia y adolescencia, cuanto tenía que agradecer a Dios por haberme permitido llegar hasta aquí, susurré. -¿Me dices algo hijo?-, preguntó mi madre. -No, mamá hablaba conmigo mismo-. Entró Joaquín sin apenas llamar a la puerta, -Guillermo ¿estás preparado?- preguntó. El era el encargado de llevar al altar a su hermana en substitución de su fallecido padre y también del abuelo. -Si, acabo de anudarme la corbata y estaré listo-. -¿Oye, no tienes un abrigo que ponerte?, fuera hace mucho frío, de salir así vas a pillar un soberbio resfriado. -Pues no, solo tengo el chaquetón de piel que me compré en Boston-. -Pero esto no puedes ponértelo, no pega ni con tu vestimenta ni para la ocasión. Aguarda, tengo una idea, ahora regreso-. Se marchó, mi madre y yo quedamos mirándonos sin comprender que pensaba hacer el que en pocos minutos iba a ser mi cuñado. Regresó unos pocos minutos después. Llevaba colgado de un brazo una capa negra española. – Toma, pruébatela, era de mi abuelo, se la ponía cuando se vestía de etiqueta para asistir a las representaciones de ópera en el Liceo-, me dijo entregándomela. Realmente era una capa preciosa, estaba forrada por su cara interna de tejido de seda natural en color rojo pasión, que hacía gran contraste con el negro azabache del tupido tejido exterior. Me ayudó a ponérmela sobre los hombros, me quedaba impecable, posiblemente su abuelo tendría mi misma talla, olía ligeramente a naftalina, pero el aire ya cuidaría de evaporarlo. Llevaba un cierre o broche de plata en la parte superior, con el fin de que no resbalara del cuerpo y se sujetara firmemente sobre los hombros. Quizás no fuera la prenda más apropiada para la ocasión, pero confieso que me quedaba muy bien, ande yo caliente… pensé, me sentí muy confortable dentro de esta elegante prenda. -¡Venga, andad, deberías estar ya de pié frente al altar aguardando la novia, el mosén debe estar más nervioso que vosotros dos!-, salió de la cámara echando una fuerte risotada.

170 -Vamos hijo, estarán ya todos los invitados en la iglesia, no les hagamos esperar-. Le brindé mi brazo y bajamos ceremoniosamente las escaleras hasta llegar al gran salón, que estaba ya con la mesa perfectamente puesta y engalanada. Qué feliz me sentía. Al salir por el jardín hacia la verja de la calle, el frío hacía notar su presencia, crucé una parte de la capa cubriéndome el pecho cayendo el extremo por encima del hombro, definitivamente pude comprobar que era una prenda que abrigaba mucho. Caminamos hasta la iglesia por el sendero que habían abierto algunos voluntariosos vecinos, andábamos con sumo cuidado ya que el pavimento estaba algo helado a pesar del sol que recibía. Llegamos en un instante a la puerta de la iglesia, al entrar, todos los asistentes silenciaron el murmullo que generaban sus conversaciones, se dieron la vuelta para mirarnos. Mi madre y yo entramos con paso firme cogidos del brazo avanzando en dirección al altar. Algunos de mis compañeros me guiñaban el ojo a guisa de broma, otros como Beppo, se atrevió bromeando, claro está, a darme el pésame. Nos situamos en un lado del altar, junto a unas sillas y reclinatorios que el mosén había dispuesto, me despojé la capa y la dejé doblada en una cercana silla, Maite, mi gran amiga Maite, se acercó a nosotros, le dio un beso a mi madre, luego vino a mi, estaba divina, llevaba un vestido color malva que hacía resaltar todavía más su belleza y particularmente el rubio oro de su cabello, me pareció atisbar en su semblante una sombra de tristeza, pero obvié ello, me dio un beso en cada mejilla y regresó a su asiento de primera fila junto a sus padres y hermanos, de vez en cuanto me miraba y me regalaba una suave sonrisa, intuía que ella estaba pasando por unos momentos no demasiado gratos. Repentinamente, sonó la marcha nupcial de Mendelsson procedente del órgano de la iglesia, la señorita Amelia se había hecho cargo de la música. Un escalofrío recorrió toda mi columna vertebral al ver aparecer por la puerta a la bellísima Laura acompañada del brazo de su hermano. Estaba radiante como una diosa, caminaba con gran solemnidad y mantenía su espalda erguida como solía hacer en las grandes ocasiones. Fuera del templo en la plazoleta, se había congregado casi todo el pueblo para ver a la novia, la jalearon con piropos : -¡guapa!-, -¡que seáis muy felices!-, para luego aplaudirla todos al unísono, más tarde Laura me contaría el hecho y me confesó que se sitió algo avergonzada por el clamor popular. –Probablemente aquellas buenas gentes les parecería estar viendo unas páginas de la revista Hola, en vivo-, le dije bromeando. Joaquín dejó a su hermana frente al altar, en el centro, Laura llevaba todavía el velo nupcial echado por delante del rostro, pero a pesar de ello, irradiaba belleza, bondad y su principal característica: serenidad.

Me acerqué a ella lentamente saboreando aquel momento que estaba viviendo, una gran emoción me embargaba, creí enajenarme de felicidad. Nos quedamos uno frente al otro mirándonos a los ojos en silencio, como tantas otras veces habíamos hecho, me obsequió con una dulce y suave sonrisa, a pesar del velo que le cubría el rostro, pude ver como brillaban sus grandes ojos.

171 Nos volvió a la realidad el discreto carraspeo del mosén que ya se había situado frente a los dos con un pequeño librito de oraciones y una cuartilla de papel mecanografiada con las frases del ritual escritas. -Cuándo gustéis podemos iniciar la ceremonia parejita-, nos dijo con una sonrisa algo socarrona. ……….Y tu Guillermo, ¿quieres por esposa a Laura, para………?, y tu Laura, ¿quieres por esposo a Guillermo, para………………….?. El mosén nos acercó una bandejita con los anillos que siguiendo el ritual eclesiástico nos pusimos en sendas manos, luego con su mano derecha hizo la señal de la cruz bendiciendo nuestra unión con las palabras reglamentarias : “Ego conjungo vos in matrimonium in nomine Patris, et Filii et Spiritu Sancti. Amén”. Laura se alzó el velo, lucía un rostro radiante de plena felicidad, yo no me quedaba corto, había llegado a la cumbre de mis deseos por tantos años anhelados, no pude contener por más tiempo mi gozo, allí ante el altar y casi exento de recato, estreché a mi reciente esposa contra mi pecho y le di un apasionado beso, al que ella correspondió. Fue la chispa que hizo explosionar a nuestros jóvenes amigos asistentes en la ceremonia irrumpiendo todos al unísono en una salva de aplausos. Nuestro amigo el mosén sonreía apaciblemente. Luego ya en casa y durante el banquete se sucedió la alegría y el buen humor, de ello cuidaron mis dos amigos Beppo y Edu, bien secundados por el resto de gente joven.

172 CAPÍTULO XXº

New York, New York….

Me sorprendió que al día siguiente de nuestra boda recibir un telegrama que Julius me enviaba desde Boston. Le abrí, me felicitaba por nuestra boda y me decía que estaba ansioso de conocer a mi esposa, añadía además que a mi regreso tenía muy buenas noticias que darme. Se lo mostré a Laura, -que atento es tu alumno, también yo tengo interés en conocerle a el, y también a su peculiar familia, me has contado tanto de ellos que es como si ya les conociera-. -A nuestra llegada, buscaremos un apartamento más espacioso que el que ahora tengo en la residencia del Campus, es pequeño, una sola pieza, con un pequeño baño y sin teléfono dentro de ella, para llamar se debe salir al vestíbulo, no sería nada cómodo para ti-. Nos habíamos aposentado en la espaciosa casa de San Gervasio, era una casa sumamente cómoda y confortable, al tiempo que elegante, teníamos pocos días de estancia en Barcelona, con Laura fuimos a una agencia de viajes próxima a por su billete de avión, tuvimos la fortuna de que la señorita que nos atendió, lograra billete en el mismo vuelo que el mío además de situarnos en asientos contiguos. Procuramos visitar en estos pocos días a la familia y amigos, teníamos cerrado el regreso a los EE.UU. para el día ocho de Enero. El día de nuestra partida Joaquín y su novia Helena nos acompañaron al aeropuerto. Joaquín había cambiado mucho desde que yo marché a Boston, se había convertido en un muchacho más afable y comunicativo, Laura en más de una ocasión me lo había comentado. Yo me encontraba muy cómodo en su compañía y añado a ello su futura esposa Helena, que justo es decir que además de ser una bella y elegante muchacha, tenía una gran cultura, destacaba además por su bondad, participaba en muchas obras sociales de beneficencia siendo además Dama de la Cruz Roja Española. Un cielo de mujer. Sin duda iban a ser muy felices. Nuestro vuelo desde Madrid salía por la mañana temprano, pernoctamos el día anterior en la capital y tuvimos oportunidad de visitar el famoso museo del Prado, una de mis asignaturas pendientes, estuvimos de visita durante casi cinco horas, aprovechamos comer algo ligero en la propia cafetería-restaurante del interior del mismo, era muy práctico ya que no obliga a salir al exterior del museo y se aprovechaba ampliamente la visita. Laura era también una gran aficionada al arte, de hecho era bastante más entendida que yo, ella había tenido la oportunidad de hacer unos cursos de dibujo y pintura en la prestigiosa academia de arte, conocida por la Escuela de Arte Massana, mi cultura artística se basaba en haber leído algunos libros sobre arte pictórico, y contemplado algunas exposiciones de pintura en alguna sala especializada de Barcelona. El vuelo hasta Nueva York fue muy apacible, y la fortuna nos fue favorable, la fila de nuestros asientos coincidía con una de las puertas de emergencia del aparato, con lo que la distancia entre nuestros dos asientos y los anteriores era bastante más holgada que en el resto, permitiendo poder estirar con toda comodidad las piernas. Alrededor de dos horas de vuelo, Laura pudo conciliar el sueño, la eché por encima una de las ligeras mantas que estaban a la disposición de los pasajeros y me la quedé mirando por un buen rato, era un ser inigualable, uno de los generosos regalos que la naturaleza me había deparado.

173 Le pedí a la asistenta de vuelo un refresco de cola, y me senté de nuevo en la butaca junto a mi amor que dormía ya ahora profundamente. Nueve horas y poco más invirtió el aparto en cruzar de un continente a otro, por la megafonía el comandante nos anunció la próxima llegada al aeropuerto de La Guardia, en Nueva York. Poco después el avión fue perdiendo altura al mismo tiempo que describía un prolongado arco para ir situándose en la línea de la pista de aterrizaje, permitiéndonos por la ventanilla de nuestra derecha que divisáramos la isla de Ellis en la que se halla la estatua de la Libertad, obsequiada por Francia a los Estadounidenses en conmemoración a su independencia en al año 1876, diseñada y construida por el prestigioso escultor Frederick Auguste Bertholdi. Cinco minutos más tarde tomábamos tierra. Después de pasar el control de pasaportes e inmigración, tomamos un yellow cab, uno de los miles de taxis amarillos de la ciudad, que en tantas ocasiones habíamos visto en los films que nos llegaban a Europa procedentes de este gran país. –Tengo la impresión de estar viviendo una película-, me dijo Laura sonriendo y agarrándome del brazo mientras caminábamos en dirección al lugar de estacionamiento de los taxis, yo llevaba nuestras dos voluminosas y pesadas maletas en uno de los carritos metálicos de la Terminal y Laura portaba un neceser de viaje en el que habíamos metido nuestro dinero, los pasaportes y las joyas de ésta. –Laura, te recomiendo que no sueltes en ningún momento el neceser, en estos centros de gran concentración de viajeros, es donde los cacos suelen actuar-, le advertí. Saboreamos el paseo con el taxi hasta la isla de Manhattan, Laura estaba muy nerviosa y entusiasmada, el conductor nos dejó en la puerta de entrada del hotel que la agencia de viajes nos había reservado, el Hotel Roger Williams, en Madison Av. Esquina con la calle 31, en la zona de Murray Hill un barrio bastante distinguido, muy cercano a la Estación Central, el SoHo y a dos pasos del rascacielos Empire States. Después de registrarnos en la recepción, un botones uniformado nos llevó las maletas a nuestra habitación, le di una generosa propina de cinco dólares y el muchacho se marchó tan contento. Habíamos reservado cuatro días de nuestras mini vacaciones para visitar la gran metrópoli americana, el centro mundial de casi todo, modelo de la modernidad arquitectónica e ingeniería entre muchas otras cosas. Era asombroso ver como crecía el número de grandes edificaciones con las caras exteriores completamente forradas de vidrio, los europeos les habíamos bautizado con el nombre de “rascacielos o colosos de cristal”. Después de una buena ducha, nos dimos una amorosa y reconfortante siesta. Luego organizamos la primera visita a la ciudad. Antes de salir llamé por teléfono a mi amigo y alumno Julius, le noté sumamente contento de recibir nuestra llamada, me preguntó cómo teníamos previsto desplazarnos hasta Boston. –Pensamos hacerlo en ferrocarril, tenemos la estación Central casi al lado mismo de nuestro hotel-. -Voy a venir a buscaros con mi automóvil, hace mucho tiempo que no voy a Nueva York y realmente me apetece mucho-. -Pero Julius, no debes molestarte por nosotros, te lo agradecemos igualmente-. -No hay más que hablar Guillermo, ya lo he decidido, voy a por vosotros el sábado próximo, dime el hotel en que estáis hospedados-. No me dio otra opción, le di las señas del hotel y nos despedimos. No me atrevía a preguntarle por el estado de las relaciones con su progenitor, creí que no era una pregunta ni la ocasión para hacerlo a través del teléfono.

174 -Anda vamos, la primera visita la efectuaremos al edificio más alto del mundo inaugurado en 1931, el Empire State-, le dije a Laura que en aquel momento luchaba intentando abrocharse, sin demasiado éxito, la fila de botones del vestido de su espalda. Me acerqué a ella y le finalicé la tarea en la que se había metido, mientras le abrochaba los botones fui besándola por el cuello y por sus pequeñas y bien formadas orejas. Nos abrigamos bien y salimos a la calle, tuvimos la fortuna de que a pesar del frío que hacía, el día era muy claro, exento de nubes, lucía el sol pero éste casi no tenía fuerza, quizás estaba exhausto por los esfuerzos realizados durante la estación de verano, apenas calentaba. En nuestro paseo pasamos por delante del edificio del ayuntamiento y luego torcimos por la 5ª Avenida, al doblar la esquina apareció a nuestra vista el impresionante coloso de cemento y acero, símbolo y orgullo de la ciudad y de los norteamericanos, como denunciaba su nombre: Estado-Imperio. Un policía patrullero al que preguntamos para visitar el singular rascacielos, nos informó amablemente que debían comprarse tickets para que permitieran subir hasta el piso 102 en el que se halla el observatorio para el público. Los adquirimos en el mismo edificio, pero tuvimos que aguardar casi treinta minutos de cola hasta poder tomar el ascensor que nos llevaría a la cumbre. Mientras ascendíamos, Laura me recordó: -Creo que fue en la película titulada “Tu y Yo”, en la que los protagonistas al final del film debían encontrarse precisamente en el piso 102 del edificio-. -Llevas razón, si no me traiciona la memoria creo que los protagonistas fueron Deborah Kerr y Cary Grant, la vi pero la recuerdo muy vagamente, era algo romántica pero no finalizaba demasiado bien-. -Si, ha sido filmado en muchas otras ocasiones, en King Kong también salen escenas célebres-, abundó Laura gran aficionada como al cine. Entramos en uno de los 73 ascensores del edificio con otras quince personas, que nos llevaría hasta la azotea a casi 450 metros de altitud. Nos impresionó con la velocidad que se desplazaba en busca del piso 102, así como la desaceleración que se experimentaba a los pocos metros de llegar al final del recorrido. La panorámica que se divisaba desde la azotea solo era comparable con la de un avión, por fortuna nuestra, el día era sumamente claro y podía divisarte todo el paisaje con excelente nitidez. Allá arriba el aire y el frío penetraba por todos los resquicios de nuestras ropas, Laura se acurrucó a mi intentando protegerse del mismo, no resistimos más de diez minutos, en el primer ascensor que llegó descendimos de nuevo hasta llegar al gran hall de mármol de la puerta que daba a la 5ª Avenida. Entramos en una tienda de ropa para adquirir unos guantes de piel y gorros de lana con orejeras para ambos, con los que nos resguardaríamos algo más del frío, probablemente andábamos muy cerca de los cero grados centígrados, que con el airecillo que corría, multiplicaba el efecto en nuestros rostros y orejas. Seguimos caminando y bromeando por la quinta Avenida, éramos felices y gozábamos de la vida con toda la capacidad de nuestras almas, caminábamos cogidos de la mano como dos adolescentes enamorados, besándonos de vez en cuanto entre el trajín de la gente en las aceras de la mundialmente famosa avenida. Unos minutos después de nuestra andadura, llegamos al cruce con la calle 57th, en la que se halla la entrada de la joyería Tiffany´s & Co., habíamos llegado allí casi sin darnos cuenta. Laura se quedó boquiabierta ante la majestuosidad de la impresionante fachada de mármol negro del famosísimo establecimiento y la figura

175 hercúlea sosteniendo un gran reloj sobre la puerta, que confería una extraordinaria sensación de fortaleza inexpugnable al establecimiento. –Guillermo, tengo la impresión de como si estuviera viendo salir por la puerta de la joyería a la actriz Audrey Hepburn, con garfas oscuras y con la música de fondo de Moon River en la película “Breakfast in Tiffany´s”-, dijo Laura llena de un inusitado entusiasmo que hasta entonces era por mi desconocido. Empujamos la puerta giratoria para entrar en el establecimiento, con el simple afán de gozar de las obras de arte en joyería que allí siempre son exhibidas, al fondo de la planta baja entramos en el ascensor de madera barnizada; second floor please, le dijimos al ascensorista. Estuvimos más de una hora y media gozando de tantas y tantas joyas en múltiples formas, probablemente era el único lugar en el mundo donde tanto arte orfebre se reunía. Desde que salimos del hotel, habían transcurrido algo más de tres horas. El airecillo había casi amainado totalmente, y con él, la sensación tan ingrata del frío que hacía que el paseo callejero fuera más soportable. Nuestros estómagos comenzaban a inquietarse, llevábamos varias horas sin ingerir ningún alimento. En una librería adquirimos una guía de Nueva York editada para turistas, consultamos las páginas que correspondían a la zona a la que nos hallábamos en busca de un restaurante. Mientras estábamos en ello, Laura vio en una esquina cercana, un vendedor con uno de los típicos carritos de hot dogs, -¿te apetece comer como lo hacen muchos de los oficinistas neoyorkinos?- me preguntó. La miré algo sorprendido por lo inesperado de la proposición, ella me señaló el carrito del vendedor ambulante, acepté con una sonrisa. De sobra sabía que Laura estaba gozando mucho de aquella breve estancia en la ciudad capital del munco civilizado, en más de una ocasión me había confesado su admiración por Nueva York y por el peculiar estilo de vida que había visto en las muchas películas del cine americano que invadían nuestras pantallas. Nos acercamos al carrito y pedimos dos bocadillos de salchicha que complementamos nosotros mismos con abundante mostaza, acompañamos al “exquisito” ágape con unas bebidas refrescantes, Coca Cola, naturalmente. De pié junto al carrito mientras dábamos buena cuenta del “hot dog”, charlamos con el “propietario del negocio”, un colombiano que llevaba apenas un año viviendo en la Gran Manzana. Nos contó que apenas malvivía con el negocio del carrito, estaba deseoso de reunir el dinero suficiente para retornar a su país, -allí siempre luce el sol y la gente es amable con uno-, nos dijo con cierto aire de tristeza. Yo sabía por propia experiencia lo duro que era vivir lejos de los seres queridos y del lugar donde uno ha nacido, esta es una sensación poco frecuente en los norteamericanos. Proseguimos nuestro recorrido como dos turistas más, algo más allá quedaba el Rockefeller Center, a dos pasos de Broadway y del conocidísimo Central Park, sus diez y nueve imponentes edificios en los que se hallan restaurantes, hoteles, cinemas, tiendas de todo género, y el mundialmente y famoso Radio City Music Hall, hicieron nuestras delicias. Laura se enamoraba de todo, estaba tan impresionada que reaccionaba con la espontaneidad de una adolescente, yo la miraba con gozo y felicidad. Una vez más daba gracias al Todopoderoso por haberme puesto en mi camino aquel delicioso ser. Nos causó gran impresión el gigantesco árbol navideño plantado en mitad de la plaza central del Centro, un neoyorkino que acompañaba a sus nietecitos y que estaba también observándolo encandilado, nos contó que todos los años, era tradicional traer

176 desde las lejanas Montañas Rocosas, un ejemplar de grandes dimensiones para adornar la plaza durante las fiestas navideñas. Buscamos un lugar allí mismo para dar reposo a nuestros fatigados pies, yo tenía los pies rendidos. Localizamos en una esquina un banco de madera en el que nos aposentamos. Comenzaba a oscurecer, repentinamente se prendieron las luces del gigante, y miles de pequeñas bombillas lucieron dando color y forma a éste. Un espectáculo inigualable. Nos quedamos los dos mirándolo embobados, como dos campesinos recién llegados a la gran urbe. Al marcharse el sol, la temperatura bajó en picado, un gran termómetro lumínico, indicaba 17º Farenhait, alrededor de -8º Centígrados. Laura se enrolló al cuello una gruesa bufanda y con parte de ella se hizo una especie de capucha que le cubría parte de la cabeza y sus pequeñas orejas, yo llevaba mi abrigo de antílope y el gorro estilo David Crocket de piel de zorro, que me calé hasta casi cubrir las orejas a pesar de los gorritos de lana que habíamos comprado. Descansamos unos veinte minutos y ateridos por el frío decidimos regresar al hotel para reconfortarnos. Cuarenta minutos después entrábamos por la puerta de éste. Le sugerí a Laura que subiera a la habitación, yo iba a ir en unos minutos, me excusé diciéndole que me quedaba a comprar unas postales para enviar a la familia y amigos, se fue al ascensor y me dejó en mitad del hall. En realidad el fin era quedarme solo, no deseaba solamente adquirir unas postales, quería darle aquella noche una sorpresa. Me dirigí al mostrador de recepción y pedí que me facilitaran el teléfono del restaurante del famoso hotel: The Waldorf Astoria el de las mil quinientas habitaciones , el propio recepcionista se ocupó de efectuar la reserva de mesa en el selecto restaurante, por él habían pasado y pasaban todavía, personalidades del mundo de las artes, de la política, de la cinematografía y la ciencia, diré más, el tristemente famoso gangster Al Capone, solía frecuentarlo cuando se hallaba en Nueva York. Adquirí una docena de postales y subí a la habitación. Laura estaba a punto de entrar en el baño para tomar una ducha, aproveché la ocasión y me metí con ella dentro de la amplia bañera, nos reímos y jugueteamos hasta la saciedad. -Laura, ponte el mejor y más elegante de tus vestidos, vamos a cenar fuera-, le dije. -Pero querido, si estamos rendidos de cansancio-, respondió abrazándose a mi y besándome. -Tú haz caso a tu maridito-, le dije bromeando. Creo que intuyó que le preparaba algo especial. Se puso un bonito vestido de color rojo pasión con atrevido escote palabra de honor, que dejaba sus bellos hombros al aire, provocando que su belleza natural fuera todavía más relevante. Mientras me ponía el traje oscuro que estrené para nuestra boda, la admiraba embelesado. Alrededor de las ocho bajamos al hall del hotel, salí a la calle y llamé un taxi. –Al 301 de Park Avenue por favor-, le dije al conductor. Laura me miró con ojos de asombro preguntándome : -Pero Guillermo, puedes decirme ¿dónde vamos a cenar?-. -Es una sorpresa querida, pero se que será algo que recordarás toda la vida-. Me besó una y mil veces, por el rabillo del ojo puede ver a través del espejo retrovisor del conductor como éste se sonreía. El tráfico aquella hora era denso y nuestro taxi avanzaba con bastante dificultad, este problema todavía no lo teníamos en las grandes ciudades de España, claro está que

177 Nueva York es una ciudad de casi ocho millones de habitantes. En unos treinta minutos el vehículo paró en la puerta principal del Waldorf. Elegante pero recargado, en su interior el arte palpaba por todos los rincones, desde el suelo al techo, el mobiliario exquisitamente cuidado, y el edificio de estilo art deco, han hecho de éste establecimiento, el más famoso del mundo durante algo más de un siglo, un sin fin de escenas de famosas películas de cine han sido filmadas en sus dependencias o reproducidos en algún estudio cinematográfico y en alguno de sus más conocidos salones. Cruzamos el amplio lobby del hotel para dirigirnos al selecto restaurante. Cabe confesar que desde que uno entra al recinto, la exquisitez de trato y amabilidad, es norma en todos los empleados del Waldorf, proverbial diría. El recepcionista me pidió el nombre, acto seguido consultó una lista que tenía sobre un elegante y dorado atril, a continuación llamó un camarero ordenándole que nos acomodara en una de las mesas centrales, -les deseo que tengan ustedes una jornada placentera en nuestro restaurante-, nos dijo con total naturalidad, como si fuésemos clientes habituales del establecimiento. Este detalle hace sentirte bien y cómodo. La cena no podía comenzar mejor. Me olvidaba de significar que la belleza y porte de mi adorada esposa Laura, no pasó desapercibida por algunos caballeros y damas del restaurante, en la mesa inmediata a la nuestra, el matrimonio que la ocupaba cuchicheaban creo que respecto a nosotros. La dama nos lanzó una suave y agradable sonrisa, la correspondimos ambos con un movimiento de cabeza a modo de saludo. Unos segundos después se acercó el camarero para preguntarnos si deseábamos que nos sirviera algún aperitivo en el entretanto seleccionábamos la comida que nos apetecería. Nos entregó un par de cartas encarpetadas con cubiertas de fina piel e iniciamos la selección de platos. Después de un tiempo prudencial se acercó el Maïtre que vestía de smoking y que con gran amabilidad nos preguntó si ya habíamos tomado partido por algún plato en especial…………………….

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CAPÍTULO XXIº

En Boston…..

Los días de nuestra breve estancia en la Gran Manzana, fueron emotivos, intensos e inolvidables, llenos de amor y felicidad, mil anécdotas habidas que podríamos contar algún día a nuestros nietos. El viernes al mediodía, teníamos intención de almorzar en el restaurante de nuestro hotel, estábamos agotados y preferimos quedarnos aquella tarde en la habitación, así podríamos hacer las maletas pausadamente, sin prisas, a fin de tenerlas dispuestas para el día siguiente, sábado, día en que venía a por nosotros Julius. Sonó el teléfono de la mesita de noche, lo atendí yo mismo. –Guillermo soy Julius-. -Hola Julius, ¿dónde estás?- . -Estoy en el hall de tu hotel, acabo de llegar ahora mismo, ¿habéis almorzado?-. -Pues no, todavía no, íbamos hacerlo ahora en el restaurante del mismo hotel-. -Si me permites, os invito yo, y no admito réplica-, me dijo cordialmente. -Ahora mismo estamos contigo, aguárdanos en el restaurante, vete pidiendo mesa para los tres-. Laura se cambió de atuendo, sabía por mi de los refinados gustos de nuestro amigo americano y deseaba causarle una buena impresión, la secundé en ello. Vimos a Julius sentado en una de las mesas del casi lleno restaurante. Al vernos se levantó de inmediato acercándose presuroso a saludarnos y darnos la bienvenida, como siempre llevaba su atuendo impecable. Se abrazó a mi y en su abrazo noté que realmente estaba contento de volver a verme. -Querido Guillermo, te hemos echado todos mucho de menos-, me dijo mirándome a la cara sin acabar de soltarme del abrazo. Sonreía como no le había visto nunca hacerlo. Laura se había quedado algo desplazada trás de mí. -Oh, discúlpame Julius, permíteme que te presente a mi esposa Laura-, le dije, mientras me daba la vuelta y tomaba de la mano a Laura para acercarla a nosotros dos. Julius la miró unos segundos y acto seguido le cogió una de las manos para besarla con gran delicadeza. –No puedo más que felicitarte por la elección. Realmente tenías razón cuando nos hablabas de la preciosa mujercita que te aguardaba allá en tu país para casaros-, dijo todo esto sin soltar todavía la mano a Laura mientras la miraba a los ojos. -Me atrevería a decir Guillermo, si me lo permites, que te habías quedado algo parco en ello-. -Que galante eres Julius-, le respondió Laura. -Parte de esta galantería la aprendí hace algún tiempo de tu esposo. El es un maestro en el arte del trato refinado con las damas, recuerdo que en cierta ocasión, en una

179 reunión familiar nos dio toda una disertación sobre el arte y el modo de besar la mano a una dama, a si como de los muchos significados que puede entrañar-. -¿Pero que hacemos aquí de pie? sentémonos y permitidme que haga de anfitrión vuestro-. Ayudó galantemente a Laura acercándole la silla al sentarse, haciéndolo él a continuación. Me fijé en Laura, la noté que sentía cómoda con la presencia de Julius, le había caído bien, era un muchacho culto, elegante y sumamente educado, algo a lo que ella estaba habituada. Elegimos la cena, y en el entretanto dábamos buena cuenta de ella, manteníamos una animadísima conversación, procuré llevar la misma por cauces en los que Laura tuviera opción de intervenir. En un momento de la misma, Julius me dijo : -Sabes Guillermo que aun siendo distintas, Laura me recuerda muchísimo a mi madrastra Margaret-. -No te desmiento, tienen bastantes cosas en común, ambas son de porte distinguido, elegantes, inteligentes y refinadas-. -Vais a lograr que me salgan los colores a las mejillas con tanto halago-. -No, Laura, es cierto cuanto Guillermo dice, ya tendrás oportunidad de conocer a Peggy, como la llamamos familiarmente, y comprobarás la veracidad de lo que tu esposo acaba de contar-. -Por cierto, amigo, ¿Qué tal andan las relaciones con tu padre?-, le pregunté. Julius, se quedó unos segundos pensativo frunciendo ligeramente el ceño, como si fuera a concentrarse en la respuesta a mi pregunta. Cogió el vaso de agua y bebió un sorbo. -Verás, diría que se han suavizado, la mano persuasiva y diplomática de Margaret creo que ha ablandado un poco las decisiones precipitadas e impulsivas de mi padre, quizás a la larga algún día podamos volver a ser lo que fuimos-, al finalizar la frase soltó un profundo suspiro. -Pero, olvidaba la buena noticia que te anuncié por teléfono. Margaret me dijo que había influido en una de las compañías de la familia para que a tu regreso te ofrecieran el puesto de director del departamento de investigación-. -Pero ¿de que compañía se trata?-. Pregunté bastante sorprendido. -No sabría decirte, pero sé que se trata de una sociedad propietaria de varios laboratorios farmacéuticos, un gigante mundial del sector, ya te lo expondrá ella en cuanto estéis en Boston-. -Bien, puede ser un excelente inicio para nosotros y una solución para afincarnos en los Estados Unidos por un largo período, ¿no te parece Laura?-. Laura había estado un largo período de la conversación sin participar, simplemente escuchando y observándonos. -Creo que es una oportunidad excelente para ti Guillermo-, me dijo poniendo su estilizada y suave mano sobre la mía-, deberías estudiarla-.

180 -Bien cuando lleguemos a Boston llamaré a Margaret. Pero en primer lugar necesitamos mudarnos a otro apartamento, el de la residencia del campus es bastante pequeño e incómodo para dos, miraremos en el periódico la sección de alquileres de viviendas-. -No debéis molestaros, en el mismo edificio en el que yo vivo, hay algunos apartamentos pendientes de alquilar, estoy seguro que os va a gustar, es una zona tranquila y muy bien comunicada con el centro de la ciudad. Los apartamentos son bastante espaciosos. Mañana en cuanto lleguemos a Boston os los enseñaré-. -Fantástico, ves Laura, no hay como tener buenos amigos-. -Lo estoy comprobando Guillermo-, dijo esto mirándonos a ambos con una sonrisa complaciente. El resto de la velada estuvimos charlando animadamente de un sin fin de cosas, pero que sirvieron para que Julius fuera conociendo a Laura y, esta a él y en parte a su familia. Una hora y media después nos separamos de nuestro anfitrión, habíamos quedado con él que vendría a por nosotros alrededor de la ocho de la mañana. Teníamos por delante un largo camino que recorrer hasta llegar a la capital del estado de Massachussets. Laura le abrazó y le dio un beso en cada mejilla. Noté en Julius una gran relajación en su comportamiento, sin duda alguna había gozado con nuestra compañía. Nos acercamos al mostrador de recepción para dejar pagada la factura del Hotel, cual no sería nuestra sorpresa cuando el empleado que nos atendía nos informó de que la cuenta había sido satisfecha desde Boston. Nos quedamos muy sorprendidos no llegaba a adivinar quién podría haber sido nuestro benefactor. –Quizás haya podido ser Julius- apuntó Laura. -Es posible, mañana lo averiguaremos preguntándoselo a él-. Tomamos el ascensor para retornar a nuestra habitación. El día había dado mucho de si. Nos metimos en la cama muy agarraditos hasta quedarnos profundamente dormidos. Nos despertó el teléfono, Laura había encargado a la telefonista de la centralita que nos llamara a las siete de la mañana. Poco después de asearnos bajamos a desayunar, Julius se incorporó unos pocos minutos después. Nos informó de que ya tenía el automóvil preparado en la puerta, llamé a uno de los botones del vestíbulo y le ordené que bajara nuestras maletas. Unos minutos después estábamos los tres sentados en el confortable Cadillac de nuestro amigo, y casi una hora después salíamos de la ciudad de Nueva York por la carretera 95 que nos llevaría hasta las mismas puertas del la aristocrática y liberal ciudad de Boston. Por el camino, se sucedieron panorámicas verdaderamente bellas, cruzamos una buena parte de los montes Apalaches, dominaba el verdor de la vegetación como una constante del paisaje. Julius resultó ser un excelente compañero de viaje, buen conversador y a la vez excelente guía turístico. Al entrar en el estado de Massachussets nos explicó que el

181 nombre del estado provenía de una antigua tribu de nativos cuyo significado era : Lugar del monte grande. Alrededor del mediodía entrábamos en Boston, nuestro amigo condujo el vehículo hasta el barrio de Somerville, lugar elegante y residencial de la ciudad, deseaba mostrarnos la casa en que él y Horace, su pareja, vivían. -Estoy seguro que os gustará ver el apartamento del que os hablé-, nos dijo. Se detuvo frente un bloque de modernos apartamentos con jardines alrededor y piscina comunitaria climatizada, era realmente un bello lugar para vivir y más acorde que el apartamento que hasta entonces yo había habitado en la residencia del campus universitario. -Bajad las maletas, las dejaremos en mi apartamento mientras vamos a visitar uno de los que tiene el casero por alquilar-. Luego nos llevó a ver uno de los apartamentos dos plantas por encima del suyo. Era realmente moderno y luminoso, estaba dotado de grandes ventanales que permitían gozar de una buena parte del día de luz natural. No era excesivamente grande pero, las dos habitaciones-dormitorio eran suficientemente espaciosas junto con el salón de estar que estaba dotado de chimenea hogar, construida ésta con piedra rústica tallada que contrastaba armónicamente con la modernidad del resto de la edificación. La cocina era una de las piezas más importantes en los hogares americanos, ya que en ellas las familias solían pasar bastante tiempo, por eso los arquitectos al diseñar daban importancia capital a esta pieza de la casa. Estaba dotada de los más modernos electrodomésticos, a mi esposa Laura no le venía de nuevas el equipamiento de la cocina, en la casa de San Gervasio ya las tenían instaladas desde que las primeras unidades llegaron a la ciudad importadas. Laura y yo nos miramos, vi en su mirada que el piso la complacía así como el emplazamiento de la zona. -Veamos, Julius, ¿tienes una idea aproximada del alquiler?-, me interesé. -Yo vengo pagando unos ochocientos dólares mensuales, con todos los gastos incluidos, claro está-. Me quedé algo atónito con la cifra, significaba casi la el cuarenta por ciento de mis ingresos. Tampoco sabía si continuaría las clases con mi alumno, era un dinero extra que me ayudaba a seguir adelante. -No sé, no sé Julius, es demasiado dinero para nosotros, quizás no podría atenderlo, ahora debo pensar por dos-, dije algo compungido, pues leía en la cara de Laura que le estaba gustando mucho la vivienda. -Siempre a vueltas con tu sensatez, debes ser algo más osado amigo-, me dijo. -Comprendo y respeto tu opinión Julius, pero yo soy así, que le voy hacer-, le dije encogiéndome de hombros. Se me acercó Laura y colgándose de mi brazo dijo: -Guillermo creo que Julius tiene razón, aunque también comprendo tu manera de ser y tu punto de vista, los investigadores sois gente muy prudente y os basáis siempre en cosas sólidas, no os gusta correr riesgos inútiles, propongo una solución, tengo mi propio patrimonio y puedo disponer de el cuanto quiera y desee, entonces me haré cargo yo del alquiler y

182 tu esposo mío del resto de los gastos. ¿De acuerdo?-, acabó la frase con un mohín de sus tiernos labios. No podía negarme a la evidencia, Laura estaba encantada con el apartamento, y yo también, iba a ser nuestro primer hogar, si no quería que Laura se disgustara, debía asentir en alquilarlo. Se me ocurrió un último recurso : - Pero Laura, debemos de amueblarlo y esto cuesta una fortuna-. Hasta entonces Julius había permanecido callado, simplemente observando nuestros razonamientos. -Si permitís introducirme en vuestra conversación, creo que tengo la solución al dilema-. Nos sorprendió la manifestación de nuestro amigo, -Somos todo oídos-, le respondí. -Bien, dado a que sois unos de mis mejores amigos, voy a regalaros yo los muebles que podáis precisar, será mi regalo de boda. Ah y no admito objeciones-, añadió a la frase una franca sonrisa de satisfacción. Laura corrió espontáneamente a darle un par de besos y mostrarle nuestro agradecimiento, Julius casi se sonrojó ante la espontaneidad de mi esposa. -Ah, sabed amigos que la estancia en vuestro hotel de Nueva York, fue el regalo de bodas de Margaret, tenía prohibido decíroslo, espero que sepáis guardarme el secreto. Y como todavía es hora de que los comercios estén todavía abiertos, propongo que vayamos en busca de los muebles indispensable para que esta noche no debáis dormir en el suelo-. Poco después entrábamos los tres en un establecimiento en el que vendía paramentos para dormitorios. Dejé a Laura que eligiera a su gusto, me quedé en una esquina del salón de exposición y gocé viendo como aquella Dama de la Bicicleta, cogida de la mano de Julius elegía los muebles de la que iba a ser nuestra primera y propia habitación……….

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CAPÍTULO XXIIº

Margaret…………

Una semana después teníamos ya todo el apartamento completamente amueblado, se notaba en ello la mano y el estilo de mi adorada Laura, todo él traslucía un sencillo estilo con ligeros toques de elegancia, era sumamente confortable, conjugó con excelente habilidad los tonos de las tapicerías y cortinas con el color del suelo de madera de nogal. Los muebles que se fabrican en los Estados Unidos, son muy distintos a los que en Europa estamos habituados y en particular a los de los países ribereños al Mediterráneo, sin embargo conservan cierto aire de algunos de los que se fabrican en determinados países del norte de nuestro continente, fruto de los colonos venidos, especialmente del Reino Unido, Suecia o Alemania. -Esta noche he invitado a cenar a Julius y Horace- me dijo Laura a la hora del almuerzo. -Pero cielo, si tu no has cocinado nuca-, le dije sorprendido y sonriente. -Me traje de Barcelona un libro de cocina y lo que vas ahora a comer lo acabo de cocinar con estas manitas-, me dijo con la cara que rebosaba de alegría. Efectivamente observé que llevaba un llamativo delantal puesto. La besé en los labios, otra vez sentí aquel aroma a miel que tanto me agradaba en ella. -Bien pues mientras tu acabas de cocinar las “exquisiteces del día”, yo pondré la mesa-. Nos sentamos, Laura había puesto una humeante sopera sobre la mesa, me sirvió un plato del contenido de ésta. Se trataba de una sopa de pollo con pasta de fideos. No puede más que felicitarla, -está exquisita, querida-, le dije sorprendido.-¿Qué ingredientes has utilizado?- le pregunté. Se levantó y regresó con un grueso sobre en la mano, -Verás, aquí dice, concentrado de pollo y verduras, fideos, sal y conservantes-. Me reí a gusto por el fino humor que Laura había empleado en la broma, no puede más que levantarme y besarla una y mil veces. El segundo plato era pollo guisado con verduritas, resultó excelente. -¿Este pollo también venía dentro de un sobre?-, pregunté con ironía. -No querido, este sí lo han guisado estas manitas?- respondió mostrando sus dos manos en alto y una amplia sonrisa. –He seguido paso a paso las instrucciones de la receta del libro que me traje-. -Mejor cocinera no la hallaré en la vida, está realmente rico-, la dije elogiando su guiso. Me acordé de Margaret, todavía no la había llamado para agradecerle el detalle de regalarnos la estancia en Nueva York. –Laura, voy a llamar a la madrastra de Julius, desde que hemos llegado no la he dicho nada y no quisiera que pensara que somos unos desagradecidos, ¿te parece?-.

184 -Lo que tu creas más conveniente amor, se portó muy bien con nosotros, y por Julius me consta que te tiene en gran estima-. Saqué la agenda que llevaba en el bolsillo de mi chaqueta y marqué el número de la residencia de los Hagarty. Atendió mi llamada Lucas, el viejo mayordomo, -¿Quién le digo que la llama señor?- preguntó. Me identifiqué. -Aguarde un momento Doctor-. -Guillermo, ¿cómo estás?-, dijo en tono de voz acogedor y alegre. -Hola Peggy, estamos muy bien-, utilicé el plural del verbo estar, para que no obviara que había regresado con mi esposa, para a continuación decirle : -Peggy, Laura y yo deseamos agradecerte el fino obsequio que nos hiciste a nuestra estancia en Nueva York, aunque no me sorprendió excesivamente, de buena tinta se lo detallista y generosa que eres-. -Tú te lo mereces querido Doctor-. Ella seguía utilizando el singular. -Voy a pasarte con Laura, está deseosa de saludarte y conocerte-, yo estaba algo incómodo con la conversación. Le pasé el auricular a Laura. –Hola Margaret, es un placer saludarte, Guillermo me ha hablado mucho de ti, estoy deseosa de conocerte-, utilizó su más exquisito inglés británico. -Yo también Laura, te diría que casi te conozco, pues también tu esposo me ha hablado de ti y de tu familia en infinidad de ocasiones, ¿qué te parece si vengo mañana a por ti y almorzamos juntas?- -Creo que sería fantástico, ¿a que hora vendrás ?-. -¿Te parece alrededor de las once y media?-.- -Encantada, entonces hasta mañana-. -Aguarda un momento por favor, pásame con Guillermo. -Dime, Peggy-. -¿Creo que mi hijastro te comentó la posibilidad de dirigir el departamento de investigación de una compañía farmacéutica perteneciente a la corporación de sociedades de la familia?-. -Si algo me dijo de ello, pero necesitaría que me lo explicaras con detalle, es un paso muy importante y no desearía hacerlo a ciegas, en modo alguno me permitiría que tu pudieras hacer el ridículo por mi culpa-.

185 -He quedado con tu esposa para mañana almorzar juntas en el Country Club, ¿porqué no vienes a tomar café con nosotras y te informaré con todo detalle?-. -Allí estaré, hasta mañana pues-. Colgué el teléfono pensativo, no sabía todavía que me depararía la oferta del puesto de trabajo que Margaret me había dicho. Estaba hecho un mar de dudas. No tenía ninguna experiencia en trabajar para la empresa privada. Me senté en una de las dos butacas que teníamos en el salón de estar y me puse a pensar respecto a mi posible vida profesional al frente de unos laboratorios farmacéuticos, cosa que iba a ser mi primera experiencia. Laura me vio pensativo y con el fin de animarme se acercó a mi y abrazándose a mi cintura me dijo : -Oye maridito ¿porqué no llevas a tu mujercita al cine para ver alguna película, auténticamente americana?-. -¡Hecho!, y luego voy a invitarte a un restaurante cuyo ambiente te encantará-, la encantadora Laura logró sacarme de mi ensimismamiento. Eran ya algo más de las seis de la tarde del domingo, salimos disparados a adquirir las entradas de un cinema no demasiado lejos de nuestra casa, pues los restaurantes en Boston cierran mucho más pronto de lo que nosotros estábamos habituados. Entramos para ver una película de James Bond, protagonizada por Sean Connery y Ursula Andress, fue para nosotros el primero de los films de las aventuras del agente 007 al servicio de su Graciosa Majestad, de la exitosa serie de películas de espionaje del escritor, Ian Fleming. A la salida del cine, tomamos un taxi que nos llevó al restaurante Stromboli de mis amigos sorrentinos, Elio y Santina. Fuimos recibidos por Elio como dos príncipes, éste llamó a voces a su esposa desde el otro extremo del local : -¡¡ mamma, mamma, vieni qui, guarda chi e venuto, il Dottore!!-. Toda la clientela del recinto se nos quedó mirando, posiblemente por las efusivas muestras de acogimiento con que el buen matrimonio nos obsequiaba. Presenté a mi esposa a ambos, a la que colmaron de elogios. Dios no les había dado la oportunidad de haber tenido hijos, posiblemente algún motivo Divino habría en este designio, por ello volcaban todo su cariño en la gente joven que apreciaban. Pasamos una feliz y plácida velada. Cuan maravillosa era la vida junto a Laura, su carácter equilibrado y sereno hacían de nuestra relación un remanso de paz, como las tranquilas aguas de un pequeño lago exento de oleaje. Hacía ya poco más de diez años que nos conocimos por primera vez en aquel lejano y entrañable pueblecito de mis veraneos en Folgueroles, ella en el viejo puentecillo de piedra y su bicicleta, yo tumbado en la orilla de aquel aprendiz de río cuyas cristalinas aguas al discurrir apaciblemente se asemejaban al carácter de mi adorada esposa. Una vez más di gracias a la providencia, por haberme permitido este encuentro con un ángel. Nos despedimos de los bondadosos italianos y regresamos paseando hasta nuestro apartamento, era algo tarde y un poco apartado del centro de la ciudad, pero nos apetecía caminar cogidos de la mano y que el fresco airecillo de la calle nos azotara los rostros.

186 Llegamos casi una hora después a nuestra casa, estábamos agotados, nos metimos en la cama. El día siguiente iba a ser posiblemente un día muy interesante……

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CAPÍTULO XXIIIº

De sorpresa en sorpresa….

Me levanté temprano para ir al laboratorio, hacía pocos días que me había incorporado .Durante mi ausencia habían iniciado un nuevo programa dedicado a la anterior investigación que debería mejorar la misma. El director del programa me mandó llamar un poco antes de que fuera a salir para almorzar. Entré en su amplio despacho en el que había un gran ventanal del que se divisaba el edificio de la universidad casi en su totalidad y parte del campus. -Siéntese doctor, ¿Qué tal le prueba su nuevo estado civil?-, se interesó con natural cortesía. -Excelente Doctor Hill, mejor imposible, era algo que había anhelado con mucha fuerza desde hacía bastantes años-. El señor Hill era un británico asentado en Boston desde hacía más de veinte años, llegó allí al igual que yo, había finalizado sus estudios de biología con calificaciones muy notables, ganó una beca y la fortuna le llevó a la Universidad de Massachussets, allí comenzó a distinguirse de entre sus colegas por su rigor científico y aportación de ideas. Se creó una notable aureola científica entre sus compañeros de profesión. Sus conferencias en el país le producían unos buenos ingresos. -Doctor, le he pedido que viniera a verme por que tengo una agradable noticia que comunicarle-. Al tiempo que decía esto, sacaba del cajón de su escritorio un sobre blanco alargado del que me hizo entrega mientras me decía:. -¿Recuerda usted doctor que en una ocasión me lanzó la idea de lograr un microscopio que permitiera tal aumento de imagen que nos dejara penetrar más fácilmente en las células que investigamos?-. Me quedé algo desconcertado, recordaba confusamente este detalle. El señor Hill notó mi desconcierto y añadió, el ejemplo que a tal efecto en su día le había indicado. –A usted se le ocurrió explicarme con un ejemplo práctico, que si desde un avión a determinada distancia de la tierra vemos una playa, observaremos una línea más o menos amplia y larga de color beige o blanco, según sea la naturaleza de la que estén compuestas sus arenas, pero a medida que nos aproximamos a ella iremos distinguiendo los granos que la componen hasta el punto de poder contarlos y la composición mineral de cada uno de sus granos, -¿recuerda usted ahora este detalle?- -Ahora que lo dice, lo recuerdo perfectamente-, no obstante no adivinaba a que venía citar este sencillo ejemplo. -Le dije a usted que me parecía interesante su concepto y que hablaría con un buen amigo mío que estaba en el departamento de investigación y desarrollo de IBM-. Se detuvo en este punto para reflexionar unos instantes. Yo estaba muy atento al razonamiento que mi jefe exponía. –Verá, le lancé su idea a mi amigo y este, que es un hombre sumamente inteligente e ingenioso, la tomó y pensó en ella, hasta el punto

188 que han perfeccionado en el departamento de mecánica y electrónica de la empresa, un microscopio electrónico que aumenta casi 250.000 veces una imagen Según me explicó, la lectura se efectúa mediante la utilización de electrones en lugar de fotones, sin necesidad de luz, aunque la imagen es en blanco y negro. Por el momento es todavía experimental, pero el primer paso está dado, posiblemente los actuales microscopios ópticos pasarán bien pronto a la historia de la medicina. En definitiva doctor su idea no cayó en saco roto, la ciencia tuvo la fortuna que su razonada imaginación cayera en manos de un hombre también inteligente y con ideas y conocimientos suficientes para plasmar su concepto a una máquina que puede que revolucione en el futuro la ciencia y en especial la investigación-. Me vino a la memoria un pensamiento del insigne escritor francés, Julio Verne : “ Todo lo que un hombre puede imaginar, otros serán capaces de hacerlo”. -No se que decir, yo solo tuve una corazonada, nada más, el mérito no es mío-. -No sea usted tan modesto, la sociedad en la que mi amigo trabaja, ha sabido valorar su idea en toda su dimensión y trascendencia, y han decidido hacerle un pequeño obsequio que se halla dentro de este sobre, desconozco su contenido, puede usted abrirlo, he de confesar que me tiene realmente intrigado-. Miré a tras luz el sobre y me pareció ver que contenía un papel algo más pequeño que el mismo sobre. Rasgué uno de los extremos procurando no dañar el contenido del interior. Tiré con cuidado del papelito rectangular impreso en tinta de tono gris ligero y le puse ante mis ojos. No podía salir de mi asombro, era un cheque bancario a mi nombre contra el Chase Manhattan Bank por valor de ochenta mil dólares. No podía creerlo, estaba sorprendido a la vez que asombrado, así es como se hacen algunas cosas en los Estados Unido. Para mi modesta economía aquella suma era una verdadera fortuna. Le entregué el “papelito” al doctor Hill para que pudiera despejar su intriga. Se lo quedó mirando por unos momentos y con cara de satisfacción se levantó de su butaca, se acercó a mi para retornarme el “papelito” y estrecharme la mano para felicitarme, lo hizo con verdadera sinceridad. Tuve que contener el río de emociones que en pocos segundos pasaban por mi cabeza, que iban de mi cerebro al corazón y viceversa. Mi jefe intuyó mis pensamientos y me dijo : -Doctor, tómese el resto del día libre y vaya a reunirse con su joven esposa, disfruten del momento. Le di las gracias y me marché volando en busca de mis ropas de calle, dejé la bata blanca sobra la silla de mi mesa de trabajo y crucé el campus como una exhalación. Parecía que una serie de factores se hubiesen conjurado, extrañamente lucía un día espléndido, frío pero soleado, y por otra parte sentía una íntima satisfacción por haber contribuido con mi granito de arena a la posibilidad que la ciencia pudiera dar quizás un paso importante que a la fin y a la postre podría ser aprovechado en beneficio de la humanidad. Con este pensamiento llegué a la parada del bus que me llevaría al apartamento. Muy cerca tenía una agencia bancaria del City Bank en el que mantenía mi cuenta desde que llegué a los Estados Unidos, ingresé el cheque, y mira por donde me había convertido milagrosamente en un cliente distinguido de la sucursal, el director de la entidad, tuvo la deferencia de venir a saludarme y entregarme personalmente un talonario de cheques enfundado en una bonita cubierta de fina piel. Hasta se molestó en acompañarme a la puerta giratoria del establecimiento, -vuelva usted siempre que

189 lo desee, está usted en su casa doctor-. Me dijo mientras me alargaba su fláccida y regordeta mano. Súbitamente recordé que Laura y Peggy me esperaban en el distinguido Country Club para tomar café con ellas. El problema era cómo llegar hasta allí. Pasé por delante de un concesionario de automóviles, me quedé indeciso mirando el interior del establecimiento, presentaban solamente automóviles de la marca de la que eran concesionarios, pero a través de los cristales vi que en la parte posterior del edificio tenían también automóviles en exhibición pero de diversas marcas. Entré decidido a curiosear, deseaba averiguar si había algún modelo poco usado para la venta y ver así mismo el precio. Me salió al paso un joven de más o menos mi misma edad que me dijo ser el encargado de ventas. Le indique que tenía intención de adquirir un automóvil usado que estuviera en muy buen estado. Comprendió inmediatamente que era cliente de vehículo usado, con lo cual obvió mostrarme los que había en dentro del local próximos a los grandes escaparates. Estuve viendo varios que me gustaban, pero finalmente centré mi duda de adquisición entre dos modelos:. Uno de ellos era un Cadillac Seville de dos años y el otro un Jaguar MKII, también con poco más de dos años de historia. Ambos sobrepasaban algo el precio de diez mil dólares. Finalmente y después de un breve regateo con el vendedor, opté por el automóvil británico, era un sueño de auto, estaba en perfecto estado y en el totalizador de su cuenta millas, figuraban poco más de quince mil, era de un bonito color verde inglés, estaba equipado con radio y la atracción de lo más moderno en audio, lo último: dispositivo para la reproducción de grabaciones sobre cinta magnética. Los asientos estaban tapizados en piel de color marfil, en su conjunto el automóvil era una verdadera joya de la ingeniería británica. Presioné al vendedor para que me diera una garantía de calidad para un par de años, trato que aceptó. Finalmente le extendí un cheque por el importe acordado y salí del establecimiento con mi exquisito automóvil. Fue el primer capricho de mi vida. En poco más de treinta minutos entraba muy ufano en la zona de estacionamiento para automóviles del Country Club de la ciudad. Subí la escalinata que llevaba al elegante restaurante, eran casi la una del mediodía, y el local estaba a rebosar de socios. Vi de inmediato a las dos elegantes damas departiendo animadamente en una de las mesas cercanas a los ventanales que daban frente al área de las pistas de tenis. Mientras me acercaba sorteando algunas mesas, Peggy giró la cabeza y vio que me acercaba, se lo advirtió a Laura que me lanzó una reconstituyente y amorosa sonrisa. Saludé a Peggy besándole la mano que me alargaba y luego la besé en ambas mejillas. La entusiasmaba que un caballero le besara la mano en el saludo, no era un gesto frecuente en los Estados Unidos, ella con su cultura europea agradecía este refinamiento. Besé en los labios a mi esposa Laura, que para la ocasión se había vestido con un traje chaqueta de franela gris y pantalón, que acompañaba con una camisa blanca y un fulard de seda natural granate. La única joya que llevaba puesta, era nuestro anillo de boda. Margaret, no quedaba a la zaga, llevaba un bonito vestido color malva que la favorecía enormemente, estaban ambas radiantes y se sabían admiradas por los ocupantes de las mesas inmediatas.

190 Guardaban ambas un cierto aire de estilos parecidos, no sabría como definirlo, quizás fuera el aplomo y seguridad con que se expresaban y desenvolvían socialmente. Compartían aficiones artísticas comunes, música, pintura. Peggy aventajaba a Laura en experiencia y mundología, había viajado mucho más que mi esposa, por lo demás estaban a la par.

Pedí a uno de los camareros que me trajera una ensalada y un café acompañado de un vaso de agua fría, hasta aquel momento no recordé que todavía no había almorzado. -Pero querido, ¿cómo ha sido que no hayas almorzado todavía?- me preguntó Laura. -Verás, esta mañana he tenido una gran sorpresa acompañada de una generosa alegría-. Les conté todo cuanto se refería al premio que el director del laboratorio me había hecho entrega, y luego justifiqué mi demora por la compra del automóvil. -Guillermo, ¿has comprado un automóvil?-, me dijo Laura fascinada, pero sin perder su aplomo. -Si, no se si he cometido una tontería, pero he cobrado este dinero, necesitaba llegar aquí y no sabía como, y el auto me gustaba tanto que lo he comprado-, -de todos modos necesitábamos un automóvil para podernos mover-, dije para justificarme a mi mismo. -¡Vamos a verlo!, enséñanoslo-, dijo Laura contenta como una muchacha con un anhelado juguete. Margaret se levantó y cogiendo a mi esposa del brazo se la llevó en dirección a la salida. Las acompañé hasta el lugar en el que había estacionado mi flamante automóvil. Les señalé con el dedo el lugar en el que se hallaba el auto. –Precioso- exclamó Margaret, -Guillermo has tenido un gusto exquisito- añadió. Miré a Laura, se había acercado al automóvil y estaba pasando suavemente el dedo índice de una de sus manos por encima de la carrocería como si deseara medir el perfil de la misma, me miró dulcemente y echó a correr hacia mi para abrazarme y besarme con pasión. Me quedé algo abochornado, no esperaba esta reacción de mi esposa tan espontánea y en presencia de otras personas. Margaret se sonrió y dio media vuelta alejándose en dirección al restaurante de nuevo. Unos minutos después regresábamos a la mesa. Margaret tomó la palabra : -Bien tortolitos, ¿se han serenado ya ustedes dos?-, nos dijo con voz sutil y sonriente. Asentimos con la cabeza no sin cierto sonrojo. -Creo que mi hijastro Julius te habrá comentado que mi familia paterna posee un grupo de empresas entre las que destacan el pool farmacéutico, es un momento muy propicio para que pudieras incorporarte en ellas como director de los laboratorios de investigación. Tienen un ambicioso plan de expansión y deben reforzar todas las líneas directivas de la organización con gente de valía-. Mientras agitaba el café y el azúcar con la cucharilla que uno de los camareros me acababa de servir, me quedé pensativo y en silencio, mi cabeza intentaba hacerse una

191 composición de mi situación profesional actual y la que el futuro me podía deparar, Laura me miraba aguardando a que diera mi opinión a la proposición de Peggy. -Margaret, no tengo palabras para expresarte mi agradecimiento a tu generosa oferta, sinceramente creo que puede ser una gran oportunidad para un investigador como yo formar parte y estar al abrigo de un poderoso grupo farmacéutico donde los medios para poder desarrollar mi trabajo pueden ser casi ilimitados, lo siempre soñado por cualquier científico, pero creo que debo meditarlo, sería para mi un paso trascendental , que también afecta al programa de investigación que estamos llevando a cabo en el laboratorio de la universidad y me consta que el doctor Hill, director del proyecto, confía en mi, como con el resto del equipo que personalmente él ha ido formando. Necesito meditarlo y probablemente comentarlo también con él-. -Tu razonamiento es muy sensato Guillermo, y sin duda dice mucho en tu favor, pocas personas tendrían en cuenta los razonamientos lógicos y sinceros que acabas de exponer, antepondrían su interés personal al de los demás colaboradores. No debe preocuparte lo más mínimo el resultado de tu decisión, es tu conciencia la que debe dictar el camino que deberás seguir en la vida-, dijo Peggy con una serenidad muy propia en ella. Miré a Laura, vi que su cara trasmitía satisfacción por el momento que estaba viviendo, su imagen me comunicó entusiasmo y felicidad. Margaret se me anticipó y pagó la cuenta, la acompañamos hasta el aparcamiento para allí despedirnos. -Laura he pasado contigo una velada muy agradable, debemos repetirlas con más frecuencia, te llamaré un día de estos para que vayamos a visitar el museo de arte contemporáneo, te encantará y quiero también que conozcas a mis hijas y al resto de la familia-, dijo todo esto sinceramente, tenía cogida la mano a mi esposa, parecían hermanas. Acompañé a Peggy hasta su automóvil, mientras Laura se sentaba en el interior del nuestro. -Peggy, te estoy muy agradecido por haber invitado a mi esposa y hacerla sentir como una amiga-, le dije todo esto mientras la besaba en una de las mejillas para despedirme de ella ya en la puerta de su automóvil. -No debes agradecerme nada mi querido doctor, ella y tu os lo merecéis. Ah, y Laura es ya una amiga mía y un ser adorable, ahora comprendo tus desvelos mientras vivías aquí solo-, me lo dijo pasándome la palma de su mano enguantada suavemente por una de mis mejillas. Regresé al auto, en el entretanto Laura había puesto una de las casettes con que me había obsequiado el vendedor de la tienda, sonaba la suave melodía de “Te para dos”, me pareció que la interpretaba la orquesta de Ralph Flanagan, el equipo de música del automóvil era excepcional, reproducía el sonido en alta fidelidad, Hight Fidelity, como decían los anuncio publicitarios del nuevo sistema de sonido. Aprovechamos la oportunidad para darnos un paseo por la ciudad de Boston con nuestro espléndido automóvil. Le mostré a Laura los lugares más característicos de la señorial capital del Estado, regresamos a nuestro apartamento antes de que comenzara a llover.

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CAPÍTULO XXIVº

La decisión….

Laura y yo estuvimos sentados varias horas alrededor del hogar de nuestro apartamento hablando de mil cosas y de la oferta de trabajo que Margaret Hagarty me había planteado. Finalmente decidí mantener una entrevista con el Consejero del grupo de sociedades para conocer más sobre ello y así poder valorar la oferta que podían plantearme. También decidí hablar al día siguiente con el doctor Hill, mi jefe en el laboratorio de investigación de la universidad. Deseaba y debía ser muy sincero con el. -Seguro que el director comprenderá la decisión que puedas tomar, el tendrá otras alternativas para poder suplirte-, añadió Laura. Laura me acompañó en nuestro auto hasta mi trabajo, me dijo que pasaría a por mi alrededor del medio día, la besé y me quedé unos instantes viendo como se alejaba calle abajo. Entré en el despacho del Doctor Hill, yo tenía necesidad de conocer su opinión respecto a mi posible marcha del equipo que él había formado, era una cuestión de lealtad. Escuchó en silencio y con atención mi exposición, después de casi media hora de oír mis consideraciones, me dijo : -lamentaré perder para el equipo un apoyo tan valioso como el de usted, pero si decide que le conviene más dar este paso tan importante en su carrera profesional, hágalo sin ninguna duda, aquí siempre tendrá un lugar entre nosotros, de otra parte también le digo que el grupo farmacéutico que usted me ha hecho referencia, es uno de los más potentes del mundo. Creo doctor que es una oportunidad única para su carrera, pero también debo advertirle de los riesgos que se corren en la industria privada, la competitividad es muy alta y los puestos de ejecutivo suelen ser muy ambicionados-. -Gracias doctor por su opinión y consejos, pero todavía no he tomado ninguna decisión al respecto-. Estuve el resto de la mañana dándole vueltas al asunto. Llamé a Margaret para que me consiguiera una cita con los responsables de la sociedad, quería conocer la oferta que estaban dispuestos a presentarme, sin ello no me sería posible tomar una decisión a conciencia. Llegué a casa bastante cansado por la tensión que estaba soportando aquellos días. Mi deliciosa mujercita Laura salió de la cocina para recibirme con un largo y calido beso, de nuevo aquel reconfortante olor a miel de su tan característico perfume. –Ha llamado Margaret para darme la dirección y el nombre de la persona con la que deberás entrevistarte-, me dijo sin soltarme de su abrazo. -¿Para cuando sería?-. -Podrías ir hoy, la dirección es Cambridge Street 545-. -Deberé pedir permiso al doctor Hill para ausentarme. Esta mañana le he hablado de la posible oferta, es un tipo fenomenal, me ha dado carta blanca para que pueda elegir

193 la decisión que yo crea más conveniente, debo sospesarla muy bien no puedo equivocarme-. -No te vas a equivocar Guillermo, siempre has tomado decisiones razonadas y, en esta ocasión también lo vas hacer-. Rodeé con mis brazos a mi dulce mujercita, que desde que la bauticé como “la dama de la bicicleta”, no dejó de estar en mi corazón. Le acaricié el rostro suavemente, me miré en el espejo de sus grandes ojos y de nuevo me embargó el olor de su peculiar perfume. Con mi mejor traje me dispuse a asistir a la entrevista. Laura quiso acompañarme, no se lo impedí, ella era también parte interesada en la decisión a tomar, además de que tenía mucho criterio, la decisión que tomara nos afectaba a ambos. Llamé a mi jefe para informarle que iría más tarde. Aparcamos nuestro automóvil en el lugar que el edificio tenía dispuesto para las visitas. El edificio era impresionante, tenía unos veinte pisos de altura y las fachada en todo su alrededor era de vidrio de color ahumado. En el hall nos identificamos al conserje y de inmediato se acercó una azafata que muy amablemente nos conminó a que la acompañáramos a uno de los ascensores para a continuación llevarnos hasta el despacho de dirección. Nos recibió el director general de la compañía en su despacho de la planta veinte, desde el que se gozaba de una excelente vista de la ciudad de Boston. El señor William Henry Brooks era un caballero de unos sesenta años, que vestía elegantemente y que acompañaba con modales sumamente educados, luego supe que además de accionista guardaba parentesco con Margaret. Durante la conversación salió a relucir el nombre de Peggy, de hecho ella poseía un paquete importante de acciones de la compañía, lo que le daba un peso específico importante entre el resto de accionistas. Después de una dilatada e interesante conversación, me hizo una sustancial oferta económica que cuadruplicaba sobradamente los ingresos que obtenía en mi actual ocupación, además de una bonita casa con jardín en la zona residencial de la ciudad y billetes de avión en primera clase para viajar en vacaciones a Europa, todo ello a cargo de la compañía. Mi misión sería dirigir un equipo de jóvenes científicos que yo mismo podría elegir, para investigar sobre la aplicación de nuevos fármacos para el tratamiento del cáncer. -Le quiero significar Doctor, que para este proyecto, la compañía ha construido un nuevo edificio que alberga un laboratorio con los avances científicos más actuales, casi me jactaría de decirle que puede que sea el mejor y más moderno del mundo, este es el motivo principal por el que le estoy presentando a usted esta oportunidad, y le añadiré que nos satisfaría mucho contar con su valiosa colaboración en el desarrollo de este ambicioso proyecto-. Nos dijo todo esto mientras nos acompañaba hasta la puerta de su espacioso y elegante despacho. -Gracias señor Brooks por su amabilidad y la confianza que me ha mostrado, le prometo estudiar con mucho cariño su oferta y le daré mi respuesta en un par de días-, le dije estrechándole la mano mientras nos despedíamos.

194 La misma azafata nos acompañó hasta la salida del edificio. Por el camino Laura me iba comentando sus impresiones de la entrevista. -¿Qué impresión has sacado de la entrevista con el señor Brooks?-. -¿Y a ti-, le respondí. Las mujeres suelen ser muy intuitivas, me interesaba mucho conocer la opinión de mi esposa, al fin y al cabo si aceptaba la oferta, íbamos a compartir la “aventura” juntos. -Mi opinión poco cuenta esposo mío, eres tu quien debes valorarla y decidirte-. -Valoro dos cosas; En primer lugar es un proyecto ambicioso, la enfermedad del cáncer se está extendiendo cada día a mayor velocidad, haciendo verdaderos estragos entre los humanos, todo lo que se haga para combatirla es poco, puede ser un proyecto altamente interesante y beneficioso para la sociedad, y en segundo lugar la oferta económica es ¡¡irrechazable!!, ¿no te parece?-. -Tienes mucha razón querido, ¿entonces piensas aceptarla?- -Si, pienso hacerlo, mañana hablaré con el Doctor Hill, quiero comunicárselo personalmente, le daré unos días para que pueda buscar un sustituto-. -Harás muy bien, muy honesto por tu parte-. Estábamos los dos felices y contentos, todo nos sonreía, la vida era maravillosa, con esta íntima euforia que ambos gozábamos, le propuse a Laura ir al Country Club a celebrarlo. En el restaurante coincidimos a con Julius y Horace, tuvimos la fortuna que nos pudieran situar en una mesa contigua a la de ellos, le pedimos al camarero que juntara ambas. Horace no había tenido todavía la oportunidad de conocer a Laura, congeniaron de inmediato. Les explicamos nuestro proyecto de cambio de trabajo. -Creo Guillermo que harás muy bien en aceptar este importante puesto, puede representar una gran proyección profesional para ti-. -¿Sabes?, creo que Peggy ha logrado apaciguar a mi padre, próximamente será el cumpleaños de una de mis hermanas, celebramos una tradicional comida familiar en Swampscott, la ha organizado como es natural Margaret, deberá ser el acto de la reconciliación-. -Eso me hace muy feliz Julius, tu padre es un hombre muy inteligente y a buen seguro que Peggy habrá sabido aprovechar el momento oportuno para influir en él. De corazón te digo que ello nos hace muy felices-. -Lo se, lo se, amigo, pero verás se me ocurre que voy a decirle a Peggy que os invite, tu ya estuviste en una de ellas, que como recordarás fue por cierto bastante agitada, de este modo la familia tendrá la oportunidad de conocer a tu bella y agradable esposa-. -Julius conseguirás que me ruborice-, apuntó Laura con una tierna sonrisa. Terminamos el almuerzo conversando animadamente de múltiples cosas, particularmente Laura les contó como nos conocimos y , el entorno de aquel pintoresco pueblecito, tan querido por nosotros, allá lejos, en España.

195 Dejé a Laura en casa y fui al laboratorio para notificarle a mi jefe, el Doctor Hill, mi decisión. Compartió y comprendió mi exposición. Celebró que no dejara pasar una oportunidad que me abriría las puertas al mundo empresarial de la investigación. Salí de su despacho muy reconfortado, hubiese sido para mi un pesado lastre conciencial que mi jefe no bendijera la decisión que había tomado. Al día siguiente le hice entrega de todos mis apuntes y él me presentó a mi sucesor, era un joven canadiense que acababa de ganar una beca en su país, venía pletórico de entusiasmo, me recordaba a mi cuando también tuve la fortuna de incorporarme el programa del Doctor Hill. Nos despedimos con un fuerte y sincero apretón de manos, como hacen dos buenos amigos. Abandoné el laboratorio y el recinto de la universidad con cierta melancolía, no cabía la menor duda de que yo le había dado muchas horas de mi vida, pero recíprocamente también yo había recibido mucho. Miré a mi alrededor para obtener una imagen del lugar que jamás olvidaría. Subí al automóvil y me encaminé a mi apartamento. Por la tarde, llamé al señor Brooks para confirmarle que aceptaba su generosa oferta. Para cerrar la conversación me dijo que pasara a firmar el contrato que me ligaría con la compañía y me presentaría al resto de los componentes del consejo de administración. –Sea usted bienvenido abordo doctor-.

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CAPÍTULO XXVº

Una vez al mes solíamos llamar por teléfono a nuestros familiares de Barcelona, Laura a su hermano y futura cuñada Helena, y yo a mis padres. Les manteníamos así al corriente de cómo transcurrían nuestras vidas. Mis padres como es natural y humano se sentían muy orgullosos de mi nuevo trabajo y del proyecto que este contemplaba. Estaban muy sensibilizados con ello, lamentablemente un hermano de mi madre, el tío Paco, como yo le llamaba y con el que había pasado ratos muy gratos, había sucumbido recientemente devorado por el cáncer. Llevaba ya algunas semanas en mi nuevo trabajo. Me concedieron carta blanca para organizar mi propio equipo de colaboradores que seleccioné de entre los mejores de las tres últimas promociones de licenciados en bioquímica de varias universidades del país, además de los becados de otros países. Para la organización del equipo me basé en la estructura del doctor Hill, mi anterior y único jefe. Asigné a cada uno de mis colaboradores una función determinada dentro del proyecto, con reuniones comunitarias una vez por semana para comentar sus trabajos y logros o fracasos, este sistema permite estar constantemente al corriente del desarrollo de los trabajos realizados y facilita la toma de decisiones. Iniciamos el proyecto seleccionando los distintos tipos de cáncer conocidos hasta el momento, con estadísticas fiables en la mano observamos que el cáncer de mama femenino destacaba en bastante porcentaje sobre el resto. Dirigimos y concentramos todos nuestros esfuerzos científicos en la investigación sobre éste en particular. El señor Brooks no había exagerado en lo más mínimo cuando me informó que el laboratorio dispondría de los más avanzados instrumentos científicos del momento, era evidente que la compañía había depositado grandes esperanzas en el éxito del magno proyecto, desconocía el costo exacto de la inversión, fui siempre un negado para este tipo de cálculos, pero si era seguro que debería haber sido de cientos de millones de dólares. Jocosamente diría que casi habría que pagar dinero por trabajar en aquellas instalaciones. El gélido frío del invierno inició su retroceso a finales del mes de marzo al aguardo del siguiente ciclo, la nieve y el hielo se fueron fundiendo con el tibio sol que día a día aumentaba su presencia y regalaba vida a los seres de esa parte del planeta. Las plantas comenzaron a verdear y el paisaje iba tomando paulatinamente colores de mayor viveza. Asomaba la nariz la primavera. Llegamos a Swampscott alrededor de las doce del mediodía, Laura estacionó nuestro auto en batería junto al VW escarabajo de la pelirroja de pelo corto, Kitty. Vino abrirnos la puerta el veterano mayordomo que me saludó con un :-Bienvenido Doctor-, al que correspondí. Nos condujo hasta el gran salón. En el pude ver a Margaret y su esposo hablando animadamente junto a uno de los ventanales, en una de las esquinas del salón estaban las hermanas biológicas de Julius parloteando siempre de lo mismo. Se dieron la vuelta al vernos entrar, se hizo un momentáneo silencio que rompió Margaret al acercarse a nosotros con los brazos extendidos cogiendo a Laura de ambas manos y acompañándola hasta donde se hallaba el señor Hagarty. -Greg, quiero presentarte a mi nueva amiga Laura, esposa del doctor Farrés a quién tu ya conoces-.

197 Laura le alargó la mano que estrechó con una sonrisa el señor Hagarty, -sean ustedes bienvenidos- nos dijo. -Doctor-, me dijo al estrechar la mía. -Le veo muy bien señor Hagarty-, le dije mirándole a los ojos. -Espero que me disculpara usted por mis bruscos modales al marcharme tan airadamente de la reunión, en nuestro último encuentro-. -No debe disculparse señor, estaba usted bajo los efectos de una sorpresa que no esperaba, le ocurriría a cualquiera en esas mismas circunstancias-, le dije con el fin de paliar su disculpa, -pero le afirmo sinceramente que le veo con mejor aspecto-. -Seguí sus consejos, hago ejercicio, como más fruta y verduras, y hasta me atrevo con el pescado a la plancha que tanto odiaba-. -Ha hecho usted un gran bien a su salud, eliminando en buena parte las grasas animales e ingiriendo vegetales aumenta usted su calidad de vida. Y por cierto ¿que deporte practica?-. -Golf, y la verdad que no tenía ni la menor idea de este deporte, un amigo del Club me lo recomendó, tomé unas cuantas clases y procuro jugar dos veces por semana, confieso que me divierte mucho, más de lo que al principio pude prever-. -Interesante, muy interesante, ideal para la salud física y mental, como mínimo recorrerá caminando unas tres millas sin fatiga excesiva, pero al mismo tiempo su cerebro se mantendrá concentrado en el juego y eso le distraerá de los problemas cotidianos que luego podrá afrontar con mayor claridad-. -Doctor, ha hecho usted un eficaz diagnóstico, ¿juega usted al golf?-. -No, no he jugado jamás-. -¿Pero como sabe tanto de él?- preguntó algo sorprendido. -Simplemente por que hay libros que hablan de ello-, le respondí amablemente. Se rió con ganas, -siempre me sorprende usted-, me dijo. Cogiéndome del brazo me acercó al mueble bar y me preguntó que deseaba beber. –Gracias, me conformaré con una simple bebida refrescante-. -¿No le apetece un whisky o un Martini?-. -Gracias pero no tengo afición alguna a las bebidas que contengan alcohol-. -También he reducido la cantidad y he dejado de fumar los habanos-. -Esa es una de sus más acertadas decisiones señor Hagarty, no le quepa la menor duda, está usted alargado su vida-. Me sirvió una Coca-Cola, -y a su esposa ¿que le sirvo?-. -Creo que lo mismo que a mi, con un pedacito de limón y hielo, gracias-.

198 Ambos no dimos la vuelta y vimos a Peggy y a Laura charlando animadamente con las hermanas de Julius, le lleve a Laura la bebida que el señor Hagarty le había preparado, ésta la cogió y alzándola un poco le agradeció al señor Hagarty el detalle en un símil de brindis a distancia. -Tiene usted una mujer muy distinguida doctor, tiene clase, me atrevería a decirle que Margaret y ella, aunque distintas, guardan cierto parecido,¿no le parece?-. -Coincidimos plenamente en ello, desde el primer día en que conocí a la señora Hagarty, tuve esta misma impresión-. Irrumpió como un torbellino en el salón la pelirroja Kitty, que hasta el momento había permanecido en la cocina preparando con la cocinera un postre especial. Se acercó para saludarme acercándome al mismo tiempo la mano a mi rostro para que se la besara, no había olvidado la amena y divertida conversación que sobre el tema tuvimos algunos meses atrás. Satisfice su deseo y le dije :-¿Cómo estás Kitty?-, -Ven acompáñame voy a presentarte a alguien-. La cogí de la mano y la llevé hasta el grupito que formaban Peggy, Laura y las hermanas de Julius. -Esta es Laura, mi esposa-. –Laura esta es Kitty, hija de Margaret-. Laura le tendió la mano con una sonrisa, Kitty hizo lo propio pero la retuvo unos instantes cogida mientras miraba atentamente a mi esposa, era una especie de examen. Laura me miró y noté que estaba en una situación algo embarazosa, al ir a intervenir, Kitty le soltó la mano y dirigiéndose a mi me dijo: -¿Sabes doctor que eres un hombre afortunado?, has elegido una mujer con gran estilo y sumamente bella-. -Gracias, pero por un momento creí que te la ibas a comer y me quedaba sin esposa-, la dije. Un ruido ronco de motocicleta llegó hasta el salón. Eran Julius y Horace que acaban de llegar. Presté atención en el señor Hagarty, vi que se ponía algo tenso, Margaret le cogió de un brazo y se encaminaron en dirección a la puerta de acceso del salón, en el entretanto ésta le iba hablando. Entraron Julius y Horace, el primero le dio dos besos a su madrastra Margaret, luego se giró para dirigirse a su padre acercándole la mano con el fin de estrecharla, éste en lugar de hacerlo le abrazó, ambos permanecieron unos instantes en esta posición. Fueron unos momentos sumamente emotivos, pero valía la pena disfrutar de ellos, Horace permaneció en segundo término, era un personaje sumamente discreto y educado, su rostro manaba la satisfacción y la felicidad que le estaba produciendo aquel acto de reconciliación entre padre e hijo. Poco después una de las sirvientas avisó a la señora de la casa que estaba todo dispuesto para el almuerzo. La mesa estaba puesta primorosamente. Transcurrió el almuerzo con una corriente de buen humor y cordialidad. Laura y yo fuimos aseteados a preguntas sobre detalles de nuestra boda, de cómo nos habíamos conocido, tal parecía que era un almuerzo en nuestro honor en lugar del de una de las hermanas de Julius. ¡Qué romantico! exclamó una de las hermanas. Al delicioso postre que Kitty había preparado primorosamente, sentí el impulso de decir unas palabras en honor a los señores de la casa, me puse en pié y rodeando la

199 larga mesa, fui hasta donde estaba sentada mi esposa Laura, que siguiendo el protocolo social la habían distinguido situándola a la derecha del señor Hagarty. Puse una de mis manos sobre el hombro de Laura que permanecía sentada y dije : -“ Señor y señora Hagarty, queridos amigos, en nombre de mi esposa Laura y el mío propio, quiero daros las gracias por la deferencia y amistad con que nos distinguís y de la que nos sentimos verdaderamente honrados. Pero éste no es el motivo principal de las palabras que desde hace un buen rato estaba deseosos de dirigiros, no-, me detuve unos instantes y miré a los presentes, estaban todos muy atentos y proseguí: -Deseaba expresar que hoy nos sentimos doblemente felices y creo que también todos, por que hemos asistido a un bello acto de reconciliación familiar, en el que el amor y el cariño entre padre e hijo ha prevalecido sobre todas las cosas y convencionalismos, es por eso, y por muchos otros valores, que nos sentimos muy orgullosos de contarnos entre vuestros amigos-. -Agradezco sus bellas palabras doctor, y brindo por ellas-, dijo Greg Hagarty mientras se ponía de pié y levantaba su copa de vino blanco para brindar. Laura me puso una de sus manos sobre la mía que descansaba sobre su hombro y mirándome me sonrió complacida, como si quisiera asentir a mis palabras, le di un beso en la frente y regresé a mi lugar, al sentarme, Peggy se inclinó para hablarme al oído diciéndome : -has estado muy oportuno doctor, era necesario que alguien ajeno a la familia dijera algo al respecto, Greg se siente feliz, había tenido a casi toda la familia en contra suya por este asunto-. -Tú has tenido mucho que ver en esta reconciliación, estoy convencido de ello, eres un ángel Margaret, el día que me muera desearía que también lo fueras para mi, para que no tuviera inconvenientes en la puerta de acceso al paraíso-. Vi por un momento que Julius cogía discretamente la mano de Horace y ambos se miraban sonrientes, el primero vio que les observaba y me guiñó el ojo complaciente, le devolví el guiño. Aquel simple y natural gesto significaba, agradecimiento, amistad y complicidad. Nos levantamos de la mesa para ir al salón a tomar café, el señor Hagarty me cogió del brazo y me preguntó si me apetecería jugar una partida de billar. -Desde mis tiempos de estudiante que no he vuelto a jugar- , le dije. -¿Entonces vamos allá?-. -Usted primero-, le dije cediéndole el paso en la puerta de la sala de juegos. Era una sala espaciosa, en el centro de ella, había una hermosa y maciza mesa de billar, cuyo tapete de paño verde esmeralda estaba protegido del posible polvo por un lienzo blanco, una lámpara rectangular de pantalla también verde que colgaba del techo iluminaba profusamente toda la superficie de la mesa. Me di cuenta que era un billar americano por los seis alojamientos que tenía para las bolas en las esquinas y en los laterales, yo no había jugado jamás en este tipo de billar, mis escasos pinitos los había efectuado en el conocido por el billar francés o también ruso, que se jugaba con tres bolas, una de ellas de color rojo y las otras dos blancas, y que impeliendo con un taco de madera sobre una de ellas debía tocar a las otras dos, a esto se le decía hacer carambola. Se lo manifesté a mi anfitrión, pero me respondió que para el caso daba igual, -ya aprenderá, yo le enseñaré lo más básico- me dijo.

200 Estuvimos jugando el resto de la tarde, el señor Hagarty era un jugador de primera, me enseñó los primeros pasos y las normas de este particular juego tan americano y que yo había visto tantas veces en algunas películas. Me ganó por “goleada”, como diríamos en mi país. Dejamos los tacos en los alojamientos del mueble que a tal propósito colgaba de la pared y regresamos al salón. -¿Que tal se te da el billar americano?- me preguntó Laura. -Mal, rematadamente mal, he sido un mediocre compañero de juego del señor Hagarty-. -No diga usted eso doctor, para mi ha sido un verdadero placer propinarle esta “paliza”- dijo jocosamente y soltando una ostentosa carcajada a la que me uní. Margaret invitó a todos a dar un paseo por el jardín, la tarde estaba deliciosa para ello, solo algo fresquita pero soportable con algo de ropa de abrigo. El señor Hagarty me cogió de un brazo para decirme que estaba al corriente del nuevo rumbo que había tomado en mi profesión, -se ha incorporado usted doctor en una gran compañía que puede serle útil para catapultarle a metas más elevadas-. -Me consta señor, lo he podido comprobar ahora personalmente. Los medios con que contamos en nuestro proyecto son excepcionales, lo que demuestra cuanto confía en el ello la Corporación-. Se nos acercó corriendo Laura, sonriente, destilando felicidad por todos sus poros, llevaba el pelo suelto y a pesar de su juventud tenía ya algunas mechas de canas que todavía la embellecían más, dándole además un aire de mayor distinción. -¡¡Guillermo!!- gritó desde la distancia, parecía una niña ilusionada con su juguete preferido, llegó a la carrera donde estábamos nosotros dos con la respiración casi entrecortada, -¡!¿sabes?, Margaret acaba de invitarme a visitar las famosas cataratas del Niágara!!- dijo plena de entusiasmo. -¿Te importará si te dejo solito por unos pocos días mi amor?-. Sus ojos traslucían ilusión, ¿cómo podía yo deshacerla?. –Cómo no mi vida, no soy nadie para privarte de ese placer, no olvides cariño que ahora vivimos en el país de la democracia por antonomasia, la gente aquí es absolutamente libre de sus decisiones y actos-. -Te traeré un recuerdo de allí-, y acercándose a mi oído me rozó este con sus cálidos labios mientras me decía: -¿vas a echarme de menos?-. -No podré vivir sin ti amor mío, prométeme que regresarás pronto-. -¡¡Prometido!! – dijo llena de entusiasmo mientras regresaba al grupo de las damas. El señor Hagarty sonriendo me dijo : -E aquí una mujer feliz-. Una hora más tarde nos íbamos con el MKII a nuestra nueva casa de uno de los barrios residenciales de Boston, hacía solo un par de semanas que la compañía nos había hecho entrega de las llaves, tuvimos la fortuna que pudimos aprovechar casi todos los muebles que teníamos del primer apartamento.

201 Nos acostamos pronto, al día siguiente debía madrugar, me levantaba todos los días a las seis de la mañana y tenía unos cuarenta minutos para llegar al laboratorio. Iba y regresaba en el metro, le dejaba el auto a Laura para que pudiera moverse con soltura. Estuvimos un buen rato abrazados en la cama, habíamos pasado una feliz jornada, nos besábamos con pasión, y finalizamos en la cumbre de la pasión poco antes de que nos quedáramos dormidos, exhaustos y abrazados.

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CAPÍTULO XXVIº

Niagara Falls…

Poco después de la reunión con mi equipo de colaboradores, me llamó al teléfono Priscila mi secretaria, -Doctor, su esposa al teléfono-. -Hola querida dama de la bicicleta-, le dije bromeando, -¿precisa usted de los servicios del doctor?-. -Oye querido, te parece que venga a por ti y me lleves a almorzar a aquel restaurante italiano de tus amigos?, me gustó muchísimo, son tan agradables. Además tengo una noticia que darte-. -Encantado de llevarte al Estrómboli y también ellos les agradará vernos otra vez-. –En una hora y media puedes pasar a por mi. Un beso-. -Un millón de los míos, adiós amor-. Laura fue puntual, se identificó en recepción, acompañándola uno de los guardias de seguridad hasta mi despacho. Estaba radiante, llevaba un vaporoso vestido de amarillo paja que combinaba con el abrigo de fina lana de igual tono que el sombrerito de ala corta en color tostado que la favorecía todavía más, llevaba su abundante pelo recogido detrás de la nuca al estilo Grace Nelly, me levanté del sillón embelesado con ansiedad de besar aquellos jugosos labios que se me ofrecían sonriendo y mostrando la hilera de perlas que había debajo de ellos. La besé apasionadamente y de nuevo me embriagó el suave aroma de su perfume. La estuve mirando a los ojos un buen rato lleno de amor. Me dio un empujoncito para que me sentara de nuevo en mi sillón, a continuación ella lo hizo en mi regazo mientras me abrazaba. Tuve el presentimiento que algo se fraguaba en aquella cabecita. -Guillermo, antes de que nos vayamos al restaurante tengo que comunicarte algo-. Adoptó una pose de mujer interesante, se puso además sumamente solemne. Yo no sabía por donde tomarlo. -Dime, dime cariño, me tienes en ascuas-. -Verás querido, tu sabes que suelo ser muy previsora, ¿cierto?-. -Cierto-, asentí. -Como te decía-, adoptaba ahora un tono todavía más solemne. –He comenzado a coleccionar ropas de talla muy pequeña-. Adiviné de inmediato lo que deseaba comunicarme, pegué un salto del sillón que casi da con Laura en el suelo, boquiabierto casi no sabía que decirle. -Pero, pero….-balbucee. -Si, si, lo que piensas es cierto querido-.

203 -¿Pero estás segura de ello?-. -Naturalmente que estoy segura, con algo así jamás bromearía-. Yo estaba loco de alegría, alcé a Laura en brazos, ella me rodeó con los suyos el cuello, me besaba por todas las partes de mi cabeza. -¿Desde cuando lo sabes cielo?-. -Llevo ya dos meses sin ovular, pero además he efectuado la prueba de la rana, y ésta ha sido positiva, más cierto ya no puede ser, solo me falta acudir al ginecólogo-, me dijo con un gracioso mohín de sus carnoso labios que parecían fresas pidiendo ser comidas. En la calle repicaban algunos relámpagos y se había girado algo de viento, el invierno empujado por la primavera estaba dando los últimos estertores. Nos volvió a la realidad el repiqueteo del teléfono de mi mesa de trabajo. Acudí para atender la llamada. -Hola Guillermo, soy Peggy, ¿está Laura contigo?, la llamo a casa y nadie me responde, debo quedar con ella para la hora de salida de mañana-. -Ahora mismo te la paso, pero creo que además te dará una feliz noticia-. -¿De que se trata?-, preguntó con curiosidad. -Prefiero que sea ella la que te lo cuente, creo que es más propio-. Le pasé el auricular a Laura, ésta le contó a Peggy la buena nueva y luego estuvieron hablando casi media hora. -Hemos acordado que vamos a viajar en el coche de Peggy, en cuanto le he desvelado mi estado, me ha prohibido que yo condujera, me ha dicho : -A partir de ahora deberás cuidarte mucho y no realizar esfuerzos-. Es una compañera fantástica además de amena y agradable conversación, amén de culta, me siento muy bien en su compañía-. Vi a mi esposa entusiasmada con la inmediata visita a las cataratas del Niágara allá en la frontera con Canadá. –Avísame si ves a Marilyn Monroe por allí-, le dije bromeando y recordando la película del mismo título que allí grabó junto a Joseph Cotten. Me senté yo al volante del Jaguar MKII mientras Laura acababa de acicalarse y darse unos retoques en el maquillaje. Deseaba llamar a Barcelona para comunicarles a mis padres la feliz noticia, pero decidí hacerlo al regreso de la cena, sería quizás una hora más apropiada, ahora estarían probablemente en el primer sueño y como mi padre solía madrugar bastante con un poquito de suerte les pillaría levantados. Laura bajó algo apresurada los cuatro escalones hasta llegar a la puerta del auto que yo mantenía abierta. Para la ocasión se había puesto un vestido negro con escote palabra de honor, adornaba su esbelto cuello con un collar de perlas grises heredado de su abuela, sobre los hombros llevaba una capelina de armiño gris perlado que le daba un gran toque de distinción y elegancia, en las manos enguantadas sostenía un

204 pequeño bolso de mano de forma alargada en nácar , en el que llevaba algunos de los enseres propios de las damas. Conduje suavemente el automóvil cruzando una buena parte de la ajetreada ciudad de Boston, una urbe realmente bonita y bien urbanizada, sin dejar de ser americana tenía el sello europeo, quizás con Buenos Aires eran las ciudades con aspecto más europeo del continente americano. Pude estacionar nuestro automóvil frente la puerta del Estrómboli. Coincidimos que en el mismo instante mi amigo Elio salía del establecimiento para substituir una de las bombillas de la fachada que se había fundido del cartel luminoso que anunciaba el restaurante. -Carissimi amici, sete benvenutti-, nos dijo con sincera alegría, a la vez que nos abría la puerta del local de par en par. Santina, su esposa acudió también nos había visto a través del ventanuco de la cocina, vino a nosotros con los brazos abiertos durante todo el recorrido, sentíamos un gran placer ser tan familiarmente acogidos por aquel matrimonio italiano, es por ello que acudíamos con bastante frecuencia a su restaurante. Laura le explicó a Santina su futura maternidad, ésta estalló de alegría y sin más fue a la bodega regresando con una botella del dulce Vergini, delicioso vino siciliano de Marsala de más de cinco años, para celebrar con nosotros tan importante evento. Esta pareja de italianos nos hacían sentir como en familia. Cuando estás tan lejos de los tuyos estos pequeños momentos se agradecen y paladean íntimamente. Fue una emotiva cena que se prologó hasta más allá de la media noche. Hubo de todo, amena conversación, música, como no, al piano Laura, para que el bueno de Elio nos interpretara algunas canciones napolitanas, este era el momento cuando el matrimonio anfitrión se encontraban en su salsa, eran también como nosotros felices con estas sencillas cosas. Al regresar a casa, llamamos a mis padres, estábamos deseosos de comunicarles el embarazo de Laura . En Barcelona serían ya poco más de las seis de la mañana, como era habitual en él, mi padre se había levantado y estaba en pleno desayuno cuando le sonó el teléfono, se llevó en principio un susto por la llamada, pero se le pasó pronto al conocer el motivo de la misma, su alegría fue inmensa. Luego me dijo que el se lo comunicaría al resto de la familia y amigos. Luego llamé a Joaquín, mi cuñado, para darle la noticia, en diciembre habían dispuesto con Helena unirse en matrimonio, según nos había dicho en una de sus cartas. Al colgar el teléfono, cogía a mi esposa en brazos y la deposité sobre nuestra cama. Había sido un día pródigo en noticias y en felicidad, -estoy rendida, no tengo ni fuerzas para cambiarme de ropa y ponerme el pijama-, me dijo con voz somnolienta. Le fui quitando prenda a prenda de las que llevaba puestas, abrió uno de sus ojos para mirarme acompañando una sonrisa picarona a la vez que voluptuosa, que interpreté perfectamente. Al finalizar me dijo: –tengo el camisón en el primer cajón del tocador, ¿puedes alcanzármelo?-. -¿Y para que lo quieres?-, le dije en el mismo tono socarrón.

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CAPÍTULO XXVIIº

Viaje sin retorno……

Me desperté sobresaltado y sudoroso, había dormido relativamente poco e inquieto, tuve sueños que no recordaba pero no me permitieron el sosiego deseado. Fui al baño para darme una ducha, al pasar por delante de la ventana que daba al jardín, la luz del día era todavía muy tenue, pero me permitió ver que el cielo estaba encapotado con nubes grisáceas que amenazaban lluvia, por mis adentros hubiese preferido que Laura y Peggy hubiesen viajado en tren o en avión. Alrededor de las siete de la mañana, llamó a la puerta Peggy, fui yo misma a recibirla. Estaba como siempre radiante, se había puesto un atuendo apropiado para el viaje, pantalón de franela gris, suéter de lana en color rojo Burdeos de cuello cisne, y por abrigo llevaba un chaquetón de piel en color tostado que le llegaba hasta casi las rodillas del que colgaba una capucha en la espalda. -Buenos días doctor-, me saludó dándome un par de besos en las mejillas. Como siempre le devolví el saludo besándole una de sus manos, era un detalle que yo sabía que a ella le encantaba. Le estaba muy agradecido, había acogido a mi esposa como si fuera una hija, y quizás diría más, como una verdadera amiga. Ella jamás volvió a hablarme de aquel breve escarceo seudo amoroso que en su día ella y yo tuvimos. Vi a Peggy muy contenta, me dio la enhorabuena por mi próxima paternidad, -Guillermo-, en esta ocasión dejó de llamarme doctor, -que contenta estoy, ¿para cuando lo esperáis?- dijo todo esto mientras me abrazaba efusivamente y me besaba varias veces en las mejillas, era la segunda vez que tenía a aquella dama, tan cerca de mi cuerpo, hasta el punto que pude notar en el mío todas las sinuosidades del suyo, sentí un extraño de escalofrío. Apareció Laura que puso una cara de cierta sorpresa al vernos abrazados. Peggy reaccionó rápidamente, soltándome y abrazándose a mi esposa mientras le decía :-Oh querida, que contenta estoy, acabo de felicitar a tu esposo por lo de tu embarazo-. Laura correspondió al gesto efusivo de nuestra amiga, -Gracias Peggy, Guillermo y yo estamos locos de felicidad, ardo en deseos de que llegue el momento en que pueda tener a nuestro bebé en mi regazo-. Estaba dichosa y feliz, le había desaparecido de su semblante la posible duda que le pudiera haberle creado la situación que poco antes había observado en nosotros. Fui a por la maleta de Laura y acompañé a ambas hasta el automóvil, besé a mi esposa y luego a Peggy en la mano, comenzaban a caer algunas gotas de los nubarrones que en poco tiempo se habían instalado sobre la ciudad, me quedé viendo como el coche se alejaba hasta que se perdió de vista al doblar la esquina de Columbus Avenue. Me quedé algo intranquilo, no se como explicarlo, pero la noche pasada una serie inconexa de sueños me dejó el animo decaído y temeroso. Entré en casa y subí a la habitación para acabar de vestirme y marchar a mi oficina en los laboratorios, aquella mañana tenía una importante reunión con algunos de los accionistas de la Corporación para informarles de los avances obtenidos en aquellos primeros meses de nuestro proyecto, el día anterior había estado preparando con minuciosidad la reunión.

206 Media hora mas tarde me sentaba al volante del coche, lo saqué del garaje y lo dejé estacionado un momento en la puerta de casa, acababa de llegar la muchacha que nos hacía los trabajos, Laura poco antes de salir de viaje, me había dado algunas instrucciones para ella. Al llegar a mi oficina mi secretaria tenía ya preparada la sala de reuniones, frente cada una de las butacas y sobre la mesa, había dispuesto un dossier con información para cada uno de los asistentes además de una jarra con agua y vasos. En una esquina de la sala hice que colocaran un panel con hojas grandes de papel para poder dibujar algunos gráficos explicativos. Durante algo más de dos horas estuve informando y respondiendo y aclarando las preguntas que algunos miembros del consejo me fueron efectuando, al finalizar, varios de ellos se acercaron a mi para felicitarme por los progresos alcanzados hasta el momento. Salí satisfecho de la reunión y me dirigí a mi despacho con la intención de reunir a mi equipo para transmitirles las felicitaciones que los consejeros de la Corporación me habían dado, esto sería un estímulo que con toda seguridad agradecerían. Me sentía en la gloria, había desaparecido aquella sensación de inquietud con que me había despertado, quizás hubiese podido ser motivado por la responsabilidad que pesaba sobre mi ante el inminente consejo que al día siguiente tendría, era la primera ocasión que debía someterme a dar explicaciones del proyecto. Sonó el teléfono de mi mesa, -Doctor su esposa al teléfono- me anunció Priscila, mi secretaria. -Hola querida, ¿habéis llegado ya a las cataratas?-. -No, todavía no, hemos parado a pocas millas de ellas, llueve con mucha intensidad y además hay niebla, hasta el punto que casi no se veía la carretera, estamos en un área de servicio tomando un café bien calentito. ¿Qué tal te ha ido con la reunión de esta mañana?-. -Fantástico, mejor imposible, al finalizar me han felicitado, estoy muy satisfecho y con muchas ganas de verte, acabas de marcharte y ya te extraño- le dije lleno de felicidad en mi corazón-. -Te dejo amor, me llama Peggy para reemprender la marcha, besos-. Me lanzó un sinfín de besos a través del auricular. Me reuní con el equipo de gente que participaban en el proyecto, les cité a todos ellos en el restaurante que había en el propio edificio de la Corporación, con anterioridad Priscila había solicitado que nos reservaran algunas mesas. Les invité de mi bolsillo y pasamos un rato muy agradable y distendido. Algunos de ellos eran de distintas nacionalidades, pero todos nos expresábamos en inglés, al igual que los informes escritos que también se efectuaban en éste mismo idioma. Súbitamente apareció Priscila mi secretaria por uno de los extremos del salón, se acercaba apresuradamente donde nosotros nos hallábamos y agitaba los brazos azorada como deseando llamar mi atención. Me levanté y fui a por ella. -¡¡Doctor, doctor, hay una llamada urgente para usted de la policía de Niágara!!-.

207 El corazón me dio un vuelco y sentí un gran sofoco en la cara, fui presuroso al teléfono de una cabina que estaba junto a la recepción. -Dígame-. -¿Es usted el doctor Guillermo Farrés?-, me preguntó una voz impersonal y metálica. -Efectivamente, soy yo, ¿con quién estoy hablando-, pregunté. -Soy el sheriff del condado, le agradecería viniera usted inmediatamente, ha habido un accidente automovilístico múltiple en la autopista-, no dijo más. -Pero ¿cuál es el motivo de su llamada, además de informarme de este accidente?-, dije esto por decir algo, pero en mi fuero interno me temía lo peor, se me encogió el corazón. -¿Su esposa doctor se llama Laura Soladrigas?-. -Si ciertamente. ¿Es que le ha ocurrido algo?-, pregunté temeroso con un nudo en la garganta que casi me impedía hablar. -Ha tenido un accidente, al igual que su acompañante-, me dijo aquella voz impersonal y fría. –Debería usted venir inmediatamente-. Comprendí perfectamente lo que aquel hombre todavía no me había dicho. -¿Ha fallecido?-insistí. -Ambas-, respondió lacónicamente. Repentinamente una especie de negro puñal se clavó en mitad del corazón, me quedé sin habla, dejé caer el auricular, no podía entender ni oír nada de lo que había en mi alrededor, en un instante toda mi felicidad se derrumbó como un castillo de naipes y, con ella toda mi vida, estaba atónito, no podía creer lo que aquella voz acababa de afirmarme, no era posible, Dios no podía ser tan injusto con nosotros. Creí volverme loco, una sensación de soledad y de desamparo se apoderó de mi, no podía concebir vivir sin su compañía, no, no era posible, estaba vacío, todo me daba vueltas. Busqué una silla para sentarme, Priscila, mi secretaria, me acercó una en la que caí como un saco vacío, al atender la llamada ella supo antes que yo del accidente, había hablado con aquel sheriff de la voz metálica, tenía órdenes de filtrarme las llamadas, por ello deduje que estaba al corriente. -Doctor ¿qué puedo hacer por usted?-, me preguntó. No sabía que hacer ni decir, mi mente no coordinaba. Me vino la imagen de Laura al despedirse de mi, feliz como una niña, y también el fruto de nuestro amor, nuestro hijo, que sin haber nacido ya le queríamos, no pude más, me puse la cara entre las palmas de las manos y me puse a llorar como un niño, en una palabra, me derrumbé. Me entró un frío infernal, temblaba todo mi cuerpo, a pesar de la agradable temperatura que dentro del edificio se gozaba, la boca la notaba seca y ni tansiquiera podía tragar la saliva. Mi secretaria, la pobre, no sabía que hacer, estaba muy afectada por verme en aquel estado. Pasó el tiempo y yo no reaccionaba a lo que me decían. Me autoculpaba por

208 haber permitido que Laura se fuera de viaje en automóvil en un día tan desapacible. De pronto apareció frente a mi Julius, que agachado me hablaba y no le entendía. No se el tiempo que tardé en reaccionar y coordinar ideas, al levantarme de la silla me abracé a Julius, luego vi detrás de él a Horace que le acompañaba, sostenido por ambos y precedidos por mi secretaria me condujeron hasta mi despacho. Mis dos amigos trataban de consolarme, Julius me explicó entre sollozos que su madrastra Peggy también había fallecido, su padre todavía no sabía nada del suceso por hallarse de viaje por Brasil visitando una de las factorías que poseían en este país y no había medios materiales para poder avisarle, trataban de localizarle a través de la embajada en Brasilia. Poco a poco fui recobrando algo la consciencia, pero me hablaban y casi no entendía nada de lo que trataban de comunicarme. Recuerdo que mi secretaria me dio un vaso con agua y una pastilla de no se que, que tragué como si fuera un autómata. En mi interior se libraba una terrible lucha de pasiones y dolor, el bien contra el mal y viceversa, hasta el punto que culpaba a Dios del maldito destino que nos había deparado y haberme arrebatado la vida de lo que más quería, de aquella brutal e implacable manera, como si un ladrón se la hubiese llevado silenciosamente. Le pedí a Dios que me llevara a mi también, pues ya la vida sin ella no tenía sentido. Me pasó por la cabeza la imagen de Laura tirada allá en la carretera entre los hierros retorcidos y exhalando sus últimos suspiros, me desmayé. Me quedé algo adormilado, luego supe que la pastilla que Priscila me había administrado era un fuerte tranquilizante que producía sueño. Me desperté sentado en una de las butacas de mi despacho, sentía un fuerte dolor de cabeza, pero estaba algo más sereno y relajado por los efectos secundarios de ésta. Julius se acercó a mi. –Guillermo, ¿cómo te encuentras ahora?-. -Desesperado, pero algo más sereno-, le respondí. -En cuanto creas que estás en condiciones de viajar te acompañaremos hasta el lugar, no te dejaré solo en estos momentos. Mis hermanas están yendo para allá-. Le miré a los ojos y vi que le bailaban todavía algunas lágrimas que luego le resbalaron lentamente por ambas mejillas. -Gracias Julius, agradezco tu valiosa y reconfortante compañía en estos trágicos momentos, cuando lo desees estoy dispuesto a viajar-, me levanté todavía con paso inseguro, Priscila me ayudó a ponerme el abrigo. Fuimos en el automóvil de Julius, no me sentía en condiciones de conducir. Por el camino éste fue contándome lo que le habían comunicado también telefónicamente. Al parecer ellas habían tomado por la carretera 90 y 91 hasta Albany, para posteriormente desviarse por la ruta 88, a la salida de una población llamada Oneonta Muni próxima ya a las Cataratas, llovía con bastante intensidad, se añadía a ello una densa niebla que dificultaba la buena visibilidad de la carretera, la carga de un camión de grandes dimensiones que llevaba en el remolque se le desplazó perdiendo la estabilidad y comenzó a desplazarse de un lado otro de la pista como si de un gigantesco látigo se tratara, en uno de estos bandeos alcanzó al Cadillac de Peggy propinándole un fuertísimo impacto que lanzó al automóvil contra un poste de la iluminación lateral de la pista, quedando este destrozado así como sus ocupantes.

209 Hundí la cabeza entre las manos, procurando aguantar mis sollozos y desesperación, Horace se había turnado con Julius en la conducción del auto, él estaba más sereno que nosotros dos. Un par de horas después Horace estacionaba el coche en la estación de policía de Oneonta Muni. Nos identificamos y uno de los policías nos acompañó hasta la morgue para que identificáramos los cadáveres. Un largo y lúgubre pasillo comunicaba la estación de policía con la sala en que se hallaban los cadáveres, mi corazón sentía como un nudo que lo estrujaba y mi alma temía ver la imagen del cadáver de mi adorada Laura. Una de las paredes de la sala estaba llena de cajones de acero inoxidable, el policía se acercó a uno de ellos y tiró de la manecilla para que éste saliera hacia fuera, en la parte plana del cajón estaba cubierta por un lienzo blanco uno de los dos cadáveres, todavía este tenía algunas manchas de sangre, nos solicitó que nos acercáramos y levantó uno de los extremos del lienzo, pude ver lo que parecía ser la cara de Peggy, sin duda era ella, sus cabellos pelirrojos ayudaron a la identificación, Julius asintió y le dijo al policía que era su madre. Después de regresar el cajón a su posición primera, tiró del asa del cajón vecino, pude ver unos centímetros por encima del asa una etiqueta pegada con un número que identificaba el contenido de su interior, el número dos. Me temblaban las piernas quisiera haber estado en aquellos momentos a miles de kilómetros de allí, puede parecer una cobardía por mi parte, pero es así y no me avergüenzo de confesarlo, estaba bajo un terrible schock psíquico que iba a marcarme para el resto de mis días, pero no podía dejar a mi Laura allí sola, ello me dio fuerzas para continuar de pié. Respiré profundamente intentando sacar fuerzas de donde no había, pero traté de tener algo de entereza. El policía levantó con un gesto mecánico el extremo del lienzo que cubría a mi esposa, era Laura, no había duda, mantenía el rostro en perfecto estado, sin tan siquiera un rasguño, la piel estaba tersa y de color de la cera, los labios ligeramente amoratados, parecía como si quisieran sonreírme, me agaché para darle el último beso en los labios, estaban gélidos y rígidos, habían perdido la elasticidad y el calor que tantas y tantas veces yo había gozado de ellos. Mis brazos necesitaban de ella, yo era como un barco sin mar o un campo sin flores. Que gran soledad sentía ahora. Respiré profundamente. -Es mi esposa Laura afirmé-, el agente anotó no se qué sobre una hoja de papel que llevaba en una carpeta, seguidamente cerró de nuevo el cajón y nos conminó a que le acompañásemos a la oficina. En aquellos momentos entraba el sheriff que me había comunicado por teléfono la fatal noticia. Se presentó a nosotros y leyó el informe de la identificación que el agente le entregaba. Nos invitó a café recién hecho, luego nos entregó en una bolsa de papel las pertenencias de cada una de ellas. Revisé la bolsa de Laura, en ella había además del bolso de mano, el anillo de compromiso que le había comprado con mis ahorros, unos guantes de fina piel y un gorro de lana. Julius se hizo cargo de las pertenencias de Peggy además de las maletas de ambas. El sheriff nos requirió a que firmáramos unos documentos en los que certificaba que nos entregaban los cadáveres además de las pertenencias de los mismos. Le pregunté si había en la población alguna empresa funeraria que tuviera servicio de incineración. Me dijo que la había una en la población vecina y, me dio el teléfono de la misma. Llamé y me dijeron que hasta la mañana siguiente no podían venir a buscar los cadáveres. Yo había decidido incinerar a Laura para poder regresar con ella a nuestro

210 país, quería enterrar sus cenizas bajo el enorme y majestuoso roble de Folgueroles, “nuestro árbol” como ambos le llamábamos y en el que yo había grabado nuestras iniciales en su fornido tronco. Nos fuimos los tres a un Motel cercano e intentamos dormir unas horas, a mi no me fue posible, tumbado en la cama boca arriba me iban pasando las imágenes de nuestros momentos felices, intenté dejar de pensar en ello para no mortificarme más, pero no podía y aquel negro puñal seguía clavado en mi corazón sin que pudiera desprenderme de él. A la mañana siguiente con gran puntualidad un vehículo especial vino a recoger los dos cadáveres, les acompañamos hasta la funeraria donde iban a proceder a incinerarlos. En poco más de cuatro horas nos entregaban las cenizas colocadas en unas sencillas urnas que cerraban con bastante seguridad y hermetismo, las acompañaron además con unos certificados de incineración. Cogí la urna y la estreché contra mi pecho, como si ella todavía viviera y no quisiera que se apartara de mi. Pagamos los cuatrocientos dólares de cada una de las incineraciones y regresamos a Boston. Me senté en el asiento posterior del automóvil abrazado todavía a los restos de Laura. Algo más sereno tuve tiempo de meditar lo que iba hacer. Decidí dejar mi trabajo en los Estados Unidos y regresar a Barcelona, cogería el primer vuelo que me fuera posible después de despedirme del consejo de administración de la Corporación por la que trabajaba y compraría un billete de avión solo de ida. Decidí no llamar a mis padres y a Joaquín, quería comunicárselo personalmente, posiblemente de este modo quizás sería menos doloroso. Seguí aferrado a las cenizas de mi amor, mi subconsciente no había asimilado todavía la desaparición de Laura, me parecía imposible llegar a casa y no encontrarla, siempre venía a recibirme para darme un apasionado y reconfortante beso de bienvenida. Horace detuvo el coche frente la puerta de nuestra casa, me ayudaron a llevar la maleta de Laura hasta la puerta, allí les pedí que me dejaran solo, -tu Julius debes ocuparte de los asuntos de Peggy e intentar localizar a tu padre, nos veremos más tarde, llámame por teléfono para irme informando-. Entré en casa, estaba silenciosa y fría, todo estaba tal cual lo había dejado Laura poco antes de irse, sólo que olía a algún producto que habría utilizado la mujer de la limpieza. Deposité la hornacina con las cenizas de Laura sobre la repisa de la chimea del hogar y me dejé caer absorto en mis pensamientos en una de las butacas del salón, parecía que la cabeza me iba a estallar, por más que lo intentaba, el negro puñal no podía quitarlo del corazón. Un par de horas después, salí a pasear, sin apenas saber donde dirigía mis pasos, algunos minutos después pasé por delante de una iglesia católica del lugar, empujé la pesada puerta que estaba sin echar el cerrojo y entré, estaba todo en penumbra solo iluminada por algunas velas encendidas quizás por algún devoto, las imágenes parecían soldados en posición de firmes mirándome como si quisieran acompañarme en mi dolor, reinaba un silencio sepulcral solo oía el suave ruido que producían las suelas de goma de mis zapatos sobre el encerado pavimento de madera. Inconscientemente como un autómata cogí agua bendita de la pileta e hice la señal de la cruz sobre mi pecho y enfilé lentamente por el pasillo central hasta llegar a los dos peldaños que separaban el altar mayor del lugar que ocupaban los feligreses. Me arrodillé lentamente apoyándome a un barandilla de mármol tan frío que me recordó los labios de Laura cuando la besé por última vez en la morgue. Miré hacia arriba y vi

211 una imagen de la Virgen Inmaculada María, cubría su figura con el manto azul celeste y su serena faz esbozaba una sonrisa que irradiaba bondad y misericordia, inicié un diálogo con ella, le pedí que intercediera por el alma de Laura ante el Señor y que la tuviera bajo su tutela hasta que Dios dispusiera de la mía. Ensimismado en este etéreo y piadoso diálogo noté que me ponían una mano sobre el hombro, giré la cabeza y vi un hombre vestido de negro con alzacuellos blanco que me miraba con cara bondadosa. –Soy el padre Derry, el párroco de esta iglesia, discúlpeme que quizás haya interrumpido sus oraciones pero es que ha llegado la hora de cerrar-. Me levanté pesadamente como si me fallasen las fuerzas, frente a mi tenía un sacerdote entrado en años que me recordó muchísimo a mi amigo el mosén de Folgueroles, tenía una faz rubicunda con mofletes colorados y una afable sonrisa, le acompañaba una prominente barriguita, me miró con ojos escrutadores, posiblemente vio en mi rostro algunos rasgos o señales de que algo grave me ocurría. -¿Le ocurre a usted algo hermano?-, me dijo en un tono suave, sin levantar la voz, como si el silencio que gozaba el recinto fuera pecado romperle. -Si, padre, he venido a hablar con Dios, lo necesitaba, soy como una llama sin luz, hoy ha sido para mi un día muy trágico, más me valdría no haber nacido, pero no obtengo respuesta- le respondí. -Quizás pueda tener yo alguna, ¿te parece descargar el peso de tus penas conmigo?, quizás pueda orientarte o consolarte, este es uno de mis menesteres-, me dijo mientras me cogía del brazo y me conducía a un lateral del templo. Me dejé conducir, unos pasos más allá había una puerta de madera tallada que el sacerdote abrió, penetramos en una sala bastante amplia que se hallaba en penumbra, iluminada únicamente por un poco luz que atravesaba una cristalera emplomada de cristales de varias tonalidades. El padre Derry pulsó un interruptor y se encendió una pequeña lamparita de luz tenue que se hallaba sobre una mesita, deduje que nos hallábamos en la sacristía. El padre Fermoyle era de estas personas que inspiran confianza con solo verles, me abrí plenamente a él contándole toda mi vida con Laura y el triste y dramático final, le expliqué mi desespero y mi confusión. -Los caminos de Dios son inescrutables hijo, no es fácil ahora saber el motivo por el que tu esposa se ha ido de tu lado, quizás algún día alcances a saberlo-, se quedó mirándome con bondad a los ojos para seguir diciéndome:-¿deseas tomar confesión hijo?, quizás ello haga que te sientas más reconfortado-. -Si, lo necesito-. El sacerdote se había sentado en otra silla frente a mi a muy poca distancia, me arrodillé para iniciar la confesión, él trató de que me levantara, pero me resistí, deseaba abrir mi corazón y soltar todo el lastre que había acumulado en estos dos último días. -Padre me acuso de que he pecado………..

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CAPÍTULO XXVIIIº

Folgueroles, verano del 2008…..Siglo XXI

A través de la niebla del tiempo…

Algunas tardes suelo venir con Guillermo, Álvaro, Ignacio y Daniela, mis cuatro nietos, a sentarme bajo el majestuoso roble en cuyo pie descansan a unos treinta centímetros bajo tierra, una parte de las cenizas de Laura que yo mismo deposité. Suelo ir allí en verano para practicar una de mis aficiones favoritas, leer, ellos como yo antaño, también suelen venir acompañados de sus padres, mis hijos, a Folgueroles para pasar unas semanas de las vacaciones estivales. Guillermo el mayor de los tres tiene ahora ya seis años, su hermano Álvaro va para los cuatro, ambos son de mi hija Beatriz, el tercero, Ignacio que ya tiene cuatro, es de mi otra hija Elena que espera otro y que ya sabemos felizmente que será una niña, Daniela, poco a poco les he ido inculcando la afición de amar y respetar la naturaleza, han ido adquiriendo aficiones similares a las mías, se quedan embelesados con los relatos que les cuento y, a menudo damos largos paseos por los alrededores, nos llevamos la merienda en una mochila y algunos refrescos para saciar la sed, recuperamos fuerzas sentándonos alrededor de alguna fuentecilla, en particular en una que la bautizamos como; “la fuente escondida”, por el recóndito lugar del bosque en que se halla en plena umbría………………. A mi regreso de los Estados Unidos fui con mis cuñados Joaquín y Helena a Folgueroles para depositar una parte de las cenizas de Laura en el pie del que vinimos a llamar ella y yo, “nuestro árbol”, y el resto lo deposité en el pequeño campo santo del pueblo, en la tumba familiar en que habían sido enterrados los restos de su abuela, fue para mi muy emotivo y doloroso, especialmente cuando uno de los empleados del cementerio desplazó la pesada losa de mármol blanco que la cubría quedando al descubierto el ya maltrecho ataúd de la señora Soladrigas. Un escalofrío recorrió por toda mi columna vertebral y no pude evitar que unas lágrimas asomaran en mis ojos en recuerdo a los buenos momentos y al mutuo cariño que nos dispensábamos. Coincidimos con mi amigo el viejo doctor a la salida del cementerio, seguía éste desplazándose de un lugar a otro con su viejo carrito tirado por el rocín, éste último era ahora más joven y ligero que el anterior, al vernos se detuvo apeándose para saludarnos, fuimos caminando un buen trecho hasta la entrada al pueblo, en este espacio de tiempo le puse al corriente de mis pesares, se quedó atónito y me dio sus condolencias, inequívocamente sinceras. -¿Vas a regresar de nuevo a los Estados Unidos?-, preguntó. -Pues la verdad doctor que todavía no se que voy hacer, estoy aturdido todavía, pero creo que decidiré quedarme en nuestro país ejerciendo la medicina-. -¿Abandonarás la investigación?-. -Creo que si, necesito refugiarme con la gente, tener contacto con el día a día, como usted sabe en la investigación se pasan muchas horas solo en el laboratorio y ahora es lo que menos necesito-.

213 Joaquín y Helena permanecían en silencio a nuestro lado siguiendo el diálogo que mi colega y yo manteníamos. Al despedirnos del doctor, ya desde el pescante de su carrito nos dijo: -Guillermo, ¿por qué no os venís a cenar esta noche a mi casa?, tengo algunas ideas que discutir contigo, ¿qué me respondes?-. Miré a Joaquín que asintió con los ojos, -Será un placer compartir mesa y mantel con usted y su esposa-. -Entonces os espero alrededor de las ocho, hasta luego, ¡¡arre Mariano!!-, exclamó a la vez que daba un tirón a las riendas del corcel para que este iniciara la marcha. A la cuenta al caballo le había “bautizado” con ese nombre. Bajamos por todo lo largo de la calle Nueva o carrer Nou hasta llegar a la plazoleta en la que estaba el colmado de ultramarinos de los padres de Maite. Entramos para saludar a Emili y a su madre que le ayudaba en los menesteres. Éste al vernos dio un salto de alegría y dando la vuelta al mostrador vino a nosotros para abrazarnos. –¡¡Guillermo, Joaquín!!, ¿vosotros por aquí?, con la de tiempo que no sabía de vosotros-, al vernos más serios de lo habitual y advertir que ambos vestíamos de negro se quedó un momento callado para preguntarnos: -¿Oye ocurre algo que yo no sepa, para que estéis tan callados y vestidos ambos de luto?-. Le cogí por los hombros y le llevé hasta la trastienda. Nos sentamos en unas sillas de alrededor de la mesa y le puse al corriente de nuestra tragedia. No sabía que decirnos, tartamudeaba y se le pusieron brillantes los ojos, se levantó se acercó a mi y me abrazó, su cabeza quedaba por debajo de mi barbilla pero en mi pecho notaba los sinceros sollozos de mi amigo. Pregunté por Maite, su hermana, me dijo que estaba en Vic, pero que precisamente aquella tarde regresaría coincidiendo que al día siguiente libraba de su trabajo. -Le diré que venga a veros, ahora al salir te ruego no le cuentes nada de esto a mi madre, no se si sabes que sufre del corazón y evitamos en todo lo posible que tenga noticias de algo que la pueda disgustar, y en este caso con lo que os quería a ambos podría ser fatal, yo le iré explicando a mi manera poco a poco-. -Así lo haré, no debes preocuparte, ah y recuerda decirle a Maite que venga a vernos, tengo muchas ganas de estar y conversar con ella, más que un deseo, tengo necesidad de ello-. -Pasa cuidado, se lo diré-. Maite vino a vernos un poco antes de que nos fuéramos a la cena en casa del doctor. Entró como un torbellino al salón donde Joaquín y yo nos hallábamos, precisamente en el momento que mi cuñado estaba relatándome todo el pleito que le tenían puesto al administrador que gracias a las investigaciones realizadas por mi compañero Doménech, pudo ser demostrada documentalmente la infidelidad de éste. Pesaba sobre él una acusación por falsificación de documentos y malversación de fondos. Me levanté del sofá para saludarla, pero era tal el ímpetu de la carrera de ella hacia mi, que volví a quedarme sentado con ella sentada sobre mis rodillas. Estaba contenta, no podía negarlo, nos volvimos a poner de pie y me abrazó para darme un par de besos, luego fue a Joaquín para saludarle con el mismo afecto. Con los años, aquella extrovertida y simpática muchacha, hoy toda una mujer, no había sufrido cambio alguno en su manera de ser y de expresarse. Era un adorable torbellino.

214 -¿Y Laura, está arriba?-, preguntó con la espontaneidad que la distinguía. Joaquín y yo nos quedamos mirándonos el uno al otro, no sabíamos como comenzar ni que decir. Maite se quedó también callada mirándonos al uno y otro, su vivaz instinto notó que algo extraño ocurría, se dirigió a mi preguntándome : -¿Y Laura, es que no ha venido contigo?-, había dejado de sonreír. Yo estaba compungido, no sabía como darle la noticia, aquel maldito y negro puñal seguía allí clavado en mi pecho y no lograba extirparlo. -Maite acércate, ven siéntate a mi lado, tengo que contarte una desgraciada noticia-. Quise tenerla cerca y sentada, no sabía como reaccionaría. Se sentó junto a mi muy despacio, sin dejar de mirarme a los ojos, pienso que se temía ya lo peor. -Verás, Laura, mi Laura, falleció de un accidente automovilístico hace apenas una par de semanas, allá en los Estados Unidos-. Repentinamente Maite dio un salto como impelida por un resorte, se levantó y, con los brazos cruzados sobre el pecho y algo encogida se refugió en una esquina del salón sollozando, -¡no, no es posible, no puede ser!-, casi gritaba, mientras se iba encogiendo y se agachaba hasta quedar como una bola humana sentada en el suelo. Joaquín y yo nos acercamos y la ayudamos a levantarse, tenía la cara desencajada, pero no tenía lágrima alguna en sus ojos. Se sentó de nuevo a mi lado con la cabeza gacha y los hombros encogidos, no decía palabra alguna, estaba como ensimismada, ausente y sudorosa. Le acaricié la cabeza y la atraje hacia mi, apoyó la cabeza en mi hombro, me miró con sus ojos azules como si quisiera pedirme explicaciones de lo ocurrido. Ya algo más serena le conté lo sucedido, no sabía que decir ni hacer. Me sorprendió con una sola frase que me dejó desconcertado y a la vez que atónito al mismo tiempo que me miraba con los ojos llorosos : -Guillermo sigo soltera-, sin más se levantó y sin despedirse se marchó. Me quedé muy desconcertado con la reacción de mi amiga, esperaba cualquier cosa excepto ésta. Era como si estuviera ofreciéndose a mi. Quizás por piedad. Con Joaquín nos fuimos a la casa del doctor comentando por el camino la extraña e inesperada reacción de Maite. La sirvienta nos abrió la puerta y nos condujo hasta el salón que se hallaba en la parte trasera de la planta baja, un gran ventanal acristalado daba al cuidado jardín y a un bosquecillo de encinas cercano. El doctor estaba sentado en su butaca preferida fumándose una pipa de tabaco holandés sumamente perfumado que embargaba el ambiente. Se levantó con cierta agilidad, a pesar de su edad, tendría ya unos ochenta años, pero al ser de constitución enjuta, pocas carnes debía desplazar, también una cuidada alimentación le mantenía en muy buen estado físico. Nos invitó a sentarnos al tiempo que nos preguntaba si nos apetecería bever algo. Joaquín pidió una Ratafía, bebida típica de la zona y yo me conformé con un vaso de agua fría. Mientras conversábamos entró la esposa del doctor, nos levantamos para presentarle nuestros respetos, nos dio las condolencias, su marido la había puesto al corriente del luctuoso suceso. La velada transcurrió apaciblemente, como era habitual en el estilo de vida del doctor. No podía alejar de mis pensamientos la inesperada frase que mi

215 querida y entrañable amiga Maite me había dicho en el momento de abandonar la reunión. Durante la conversación de la sobremesa, el doctor manifestó el deseo de retirarse de la práctica de la medicina, llevaba más de cincuenta años ejerciendola, siempre en poblaciones rurales, en Folgueroles había ayudado a nacer a más de la mitad de la población en los treinta años que llevaba allí. Durante la conversación me propuso que le efectuara el relevo como médico en el pueblo, -Aquí hallarás la paz y la tranquilidad que tanto necesita tu alma-, me dijo. Particularmente yo no había llegado a considerar jamás esta posibilidad. –Gracias doctor lo consideraré, pero puede que sea muy duro para mi soportar la constante carga de tener que enfrentarme diariamente con el fantasma de Laura vagando por el pueblo por todos los rincones y lugares que frecuentábamos y que me recordarían constantemente a ella-. -Si, cierto, al principio puede que tuvieras que enfrentarte a ello, pero algún día deberás enfrontar la situación y sobreponerte, ¿qué mejor que hacerlo aquí para superar la tragedia y rehacer tu vida?-. -Gracias doctor, lo pensaré, es todo tan reciente que estoy desorientado, todavía no he asimilado que Laura no está a mi lado-, en este punto tuve que parar de hablar e inhalar una bocanada de aire para evitar que me afloraran algunas lágrimas. La esposa del doctor, que estaba sentado a mi lado, me puso cariñosamente la mano sobre la mía y me dijo,: -Lo superarás, no te quepa la menor duda, y el mejor lugar para hacerlo es aquí, haciendo frente a ello, hazle caso a mi esposo-. Alrededor de las diez nos despedíamos de nuestros amigos, Joaquín y helena regresaron a Barcelona, al día siguiente tenía una importante cita profesional muy temprano. Le acompañé hasta su coche y me quedé de pié en la acera mientras se alejaba calle abajo para tomar la carretera de Calldetenes y Vic. Metí las manos en el bolsillo del abrigo, le di un par de vueltas a la bufanda alrededor del cuello, me apetecía pasear, el frío era bastante soportable, detuve mis pasos frente la puerta de Casa Pascual, aquellas horas no estaba demasiado concurrido, empujé la puerta para entrar y me acerqué al mostrador, me atendió una muchacha que no conocía, habían pasado ya algunos años desde la última vez que había estado en el local. Pedí un café con unas gotas de leche, mientras estaba dándole vueltas con la cucharilla al azúcar que acababa de echar, entró Emilio. Me dio un abrazo y pidió un carajillo, que se trata de un café regado con un chorrito de coñac y que en ocasiones puede ser de ron, -¿Qué tal la cena en casa del doctor?-, creo que me formuló esta pregunta por decir algo, no creo que le importase demasiado, realmente la situación no era para menos, quizás Emilio pensara que cualquier tema del que pudiéramos hablar podría herir mis sentimientos por que todo allí podría recordarme a Laura. Le miré con la gratitud que se le puede tener a un viejo y entrañable camarada de la adolescencia, con el que tantas y tantas horas gratas se han compartido, le agradecía su silenciosa compañía y su discreción. -Sabes Emilio, el doctor me ha ofrecido ejercer la medicina en el pueblo, el ha decidido auto jubilarse para al fin poder descansar, aunque un médico nunca deja de ejercer la medicina, es médico hasta el día en que muere-.

216 -¿Esto sería fantástico Guillermo, y a ti que te parece?-. -No se amigo mío, pero si tengo muy claro que no regresaré a los Estados Unidos, no me preguntes el motivo, es todavía un íntimo sentimiento de rechazo que hay en mi, pero lo tengo decidido, a pesar de que allí he dejado grandes y buenos amigos. No se, estoy todavía en un océano de dudas-. Se hicieron unos instantes de silencio, los dos estábamos de pie junto a la barra del mostrador nos mirábamos en el gran espejo que había al otro lado del mismo. Emilio me puso su mano sobre el antebrazo haciendo presión sobre el, giré la cabeza para mirarle a los ojos directamente y vi que le resbalaban unas lagrimas por el canalillo que forma la nariz y la comisura de los ojos y que recibió con la punta de su legua para evitar que cayeran más abajo. Sin mediar palabra le pasé el brazo por encima de los hombros y traté con ello de reconfortarnos ambos. Intenté variar el camino que tomaba la situación preguntándole por nuestro común y entrañable amigo Justet del que no sabía nada desde el día de la celebración de nuestra boda. -Ah ¿no sabes?- -Pues no, no se de él desde hace casi un año-. -Le salió un trabajo de representante en Puigcerdá, una representación de alimentos enlatados, se ha casado con una muchacha de allí, y allí vive, algunas veces viene a visitarme y le compro algunas cosas de las que lleva, de ese modo justifica a su empresa el desplazamiento hasta esta zona-. -¿Y que tal sigue?-. -Bien, como siempre, ya sabes tú como es, siempre tan alegre y positivo, nunca tiene problemas, muestra a todo el mundo la fotografía de su esposa, es un hombre feliz. Justet, era otro de mis entrañable camaradas de la cuadrilla de mis veraneos, quizás el que más. Sin darme cuenta dejé volar la imaginación viniéndome a la memoria sus clases para enseñarme a montar en bicicleta, o los agradables ratos en la orilla del riachuelo, allí fue la primera vez que vi a Laura, sobre el viejo puente de piedra, erguida junto a su bicicleta y que a partir de aquella imagen la bauticé como “La dama de la bicicleta”. Se me hizo un nudo en la garganta y regresé de nuevo a la realidad, en estas se abrió la puerta del establecimiento, por el espejo vi que quien entraba era Maite, me sorprendido mucho su presencia aquellas horas y en aquel lugar. Se aproximó con cierta lentitud, como si algo temiera de mi, lo cual no dejó de sorprenderme. -Hola Guillermo-, me dijo suavemente y con la cabeza algo gacha. -Hola Maite, veo que todavía no te has acostado-, le dije.

-Lo hice, pero no podía conciliar el sueño y he vuelto a levantarme, necesitaba hablar contigo, estuve antes muy descortés contigo, tu tragedia y mi conciencia no me permitían dormir-.

217 Estuvimos hablando hasta el cierre del establecimiento, luego la acompañé hasta la puerta de su casa, la charla mantenida fue muy beneficiosa y gratificante para ambos, ella me contó su vida y sus sentimientos, yo también descansé mis pensamientos y la tormenta interna que mi alma llevaba, fue una mutua terapia. En esta charla, Maite me convenció de que aceptara el ofrecimiento del doctor para echar raíces como médico del pueblo, sus habitantes estarían encantados de que uno de ellos les asistiera, por que así, como después pude comprobar, me consideraban las gentes del pueblo uno de ellos, llegó a decirme que si yo aceptaba el cargo, ella abandonaría su trabajo en el hospital en que trabajaba como enfermera de quirófano y sería mi enfermera asistente, sus ojos chispeaban otra vez con entusiasmo.

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CAPÍTULO XXIXº

Raíces……………

Busqué una casa en el pueblo para establecer mi vivienda y consultorio. En el pueblo no había demasiadas donde escoger, pero encontré una muy próxima a la plazoleta Verdaguer que cumplía a la perfección con lo que yo necesitaba. Era una construcción que probablemente sobrepasaba los cien años desde que fue habitada por primera vez, pero era sólida y en perfecto estado de mantenimiento. Disponía de una espaciosa planta baja con jardín en la parte trasera, y un piso, en el que establecí mi vivienda, la planta baja la destiné a consultorio y enfermería. Desistí de fijar mi residencia en la casa Soladrigas, a pesar de que tenía todo el derecho para ello, mi cuñado Joaquín me había insistido en varias ocasiones que la ocupara pero pensé que en conciencia no me pertenecía, aquella había sido y es la casa solariega de una prestigiosa familia muy arraigada en la comarca, y consideraba que sería como una intrusión por mi parte vivir en ella. Pesó también en mi decisión que era la casa en que conocí y vivió el amor de mi vida , fue también el lugar en que Laura y yo tuvimos nuestro primer encuentro del profundo y anelado amor carnal que probablemente fuese el motivo de que se hubiera engendrado el fruto de nuestro amor, el hijo que también Caronte y la Parca, se llevaron en el mismo viaje. Ya establecido y abierto el consultorio, inicié mi actividad. Mi primer paciente fue casualmente mi amigo el mosén que tenía un considerable ataque de gota. Tuvimos una interesante charla, eran las ventajas de ejercer la medicina en un pueblo de pocos habitantes, permitía poder conversar con los pacientes y con ello podías enterarte de las novedades que sucedían en la comunidad, era una especie de periódico vivo. Unos meses después de haberme posicionado, recibí una carta del consulado de los EE.UU. en Barcelona invitándome a personarme en el mismo para un asunto de “sumo interés”, decía. Francamente me sorprendió el recibirla, ya que yo había abandonado el país en toda regla, sin haber dejado deuda alguna pendiente de satisfacer, no se me ocurrió otra cosa. Aproveché un viernes para tomar el tren en Vic y desplazarme al Consulado que se hallaba en la Vía Layetana, cerca de la catedral. Me identifiqué en recepción y en unos instantes vino a por mi un secretario para acompañarme hasta el despacho del señor Cónsul.

Este era un hombre de aspecto ascético, alto, vestía como un dandy, se levantó para saludarme con cierta cordialidad estudiada. Me invitó a sentarme en una de las butacas del tresillo tapizado en cuero de color rojo que había en uno de los lados del despacho cercano al ventanal que daba a la Vía Layetana, el lo hizo en una esquina del sofá cercana a mi. Llevaba en su mano un sobre algo grande con la solapa cerrada por un sello de lacre rojo y que había cogido de su mesa de trabajo. Con voz algo grave me dijo al tiempo que me alargaba el sobre que llevaba en la mano : -Le hemos invitado a que viniera doctor por que en la valija diplomática de la semana anterior recibimos este sobre lacrado con expresa indicación de que debía serle entregado a usted en mano. Lamentablemente hemos demorado unos días en conocer su paradero, por lo que le ruego me disculpe el pequeño retraso en comunicárselo-.

Lo cogí algo sorprendido a la vez que le daba las gracias. Procedí a abrirlo en su presencia, su secretario me alargó una especie de pequeña espada para que me ayudara abrir la solapa del envoltorio. Rompí el lacre, que me pareció que llevaba el

219 Sello de la embajada estampado en la cera, o algo parecido, no entendía demasiado de estas cosas. Saqué el contenido de su interior, eran tres folios de papel de excelente calidad doblados por la mitad. Procedía efectivamente de un notario de Boston, leí con atención su contenido. A medida que avanzaba en su lectura aumentaba mi sorpresa respecto al contenido del mismo, al finalizar ésta me quedé unos segundos en silencio, mientras el cónsul y su secretario que se mantenía todavía de pie junto a éste me observaban. En definitiva el escrito no dejaba de ser una comunicación de una parte de las últimas voluntades de un testamento en el que se explicaba que unos días posteriores al fallecimiento de la señora Margaret Hagarty, se había procedido a abrir el testamento depositado por ésta en la notaría hacía algunos meses. En uno de los apartados, dejaba a mi nombre una considerable parte de las acciones que Peggy poseía de la sociedad farmacéutica en la que yo había trabajado en los Estados Unidos, el resto lo legaba a sus dos hijas y también hacía partícipe a Julius, su hijastro, en igual cantidad a la mía. No sabía que hacer ni que decir, le alargué al señor cónsul los tres folios para que el también los leyera. -Es usted un hombre verdaderamente afortunado doctor, las acciones que la señora Hagarty le ha legado son de gran valor, sin ser un experto en estos temas de bolsa diría que el valor podría sobrepasar algunos millones de dólares, ya que pertenecen a una de las sociedades farmacéuticas más importantes de mi país-. Me quedé atónito, no esperaba este exceso de generosidad por parte de aquella dama a la que tanto debía y admiraba, no sabía que responderle al señor cónsul que se quedó mirándome en espera de una respuesta por mi parte. El sonido de algunas bocinas de automóviles que se colaba por el ventanal de la oficina, probablemente protestando de algún atasco de circulación, me volvió de nuevo a la realidad del momento. -No se que decir señor cónsul, jamás hubiese esperado esta generosa donación a mi persona, debo pensar que haré con ella, dudo de si aceptarla, puede que hayan gentes con mayor necesidad que yo, de todos modos lo pensaré. ¿Hay alguna cláusula que ponga límite al tiempo de la aceptación por parte mía?-. -Permítame que lo lea con más atención, como comprenderá el sobre venía lacrado y no me era permitido abrirle y no le acompañaba informe alguno con indicaciones, simplemente una nota en la que se ordenaba su entrega en mano a usted-. El funcionario se tomó su tiempo para leer de nuevo el documento, una vez efectuada la lectura lo dobló y me lo devolvió al tiempo que me decía: -No veo ninguna cláusula resolutoria por este concepto, no obstante enviaré hoy mismo a la notaría que nos efectuó el encargo, una solicitud aclaratoria sobre este punto y tan pronto tenga respuesta me pondré en contacto con usted-. Le agradecí al cónsul su atención y le di mi dirección en Fogueroles, éste se interesó por conocer dónde se hallaba ubicada la población, -¿tiene usted un plano de la provincia de Barcelona?-, le solicité. El secretario no tardó nada en extender sobre la mesita cercana un plano, nos aproximamos al mismo y le señalé con un círculo el lugar. El señor Ronnie Miller, que así era como se llamaba el cónsul, se interesó por el pueblo y por mi trabajo en el mismo, intuí que no acababa de comprender el motivo de ejercer la medicina en un lugar casi desconocido, cuando su interlocutor había llegado a alcanzar cotas muy altas en el mundo de la investigación y dirigir uno de los laboratorios más importantes de su país y quizás del mundo.

220 -Señor cónsul, le conmino a usted a que se acerque un día a visitarme, será mi invitado, y le aseguro que comprenderá en un instante uno de los motivos por los que tomé la decisión de quedarme aquí, en este lugar, a ejercer mi oficio-. Quizás adivinó en mi rostro que mis palabras tenían un contenido que ocultaba. -Intuyo doctor que la razón por la que determinó usted prescindir de su estatus alcanzado en mi país, debió ser muy poderosa-. -En efecto, lo fue, lo sigue siendo y lo será por toda la vida que Dios tenga decidido concederme-, le dije con aire grave. El señor Miller, me dio una amistosa palmadita en el hombro y prometió hacer los posibles para traerme personalmente la respuesta que obtuviera a la consulta, -Así conoceré este pueblecito del que interpreto es usted un enamorado-. -Así es señor cónsul, no le quepa la menor duda-. Me acompañó hasta la puerta del despacho para despedirse con mayor cordialidad que con la que me había dispensado al recibirme y, de la que yo no tenía en realidad queja. A la salida, comprobé que todavía disponía de algo de tiempo hasta tomar el primer tren que partía desde la plaza de Catalunya, dirección Puigcerdá. Tenía tiempo para dar un breve paseo por los alrededores de la catedral, tuve la fortuna que estaba abierta, dirigí mis pasos a la capilla en la que se halla el Cristo de Lepanto, era ésta una de las que más me atraían, desconozco el motivo, pero siempre he sentido una especial devoción por aquel Cristo que sobrevivió a la batalla de Lepanto. Recé unas oraciones por el alma de Laura. Cuanto la extrañaba en mi triste soledad, sin ella los días se me hacían tremendamente largos y vacíos, habían pasado ya casi seis meses de la tragedia y no era todavía capaz de convencerme de que nunca más ella estaría a mi lado. Por las noches cuando me acostaba miraba a mi lado y ella no estaba allí, desolador panorama, temía tener que soportar cada noche casi sin poder conciliar el sueño, éstas se me hacían eternas, pero me resistía a tomar algún fármaco que me ayudara a dormir. Salí de la catedral por la puerta lateral, la del claustro que da a la calle del Obispo, para seguir luego hasta la plaza de San Jaime, admiré los dos edificios principales; el ayuntamiento en el Sur y en el lado opuesto el palacio de la antigua Generalitat, todavía ésta no restituida, me quedé unos minutos de pié en el centro de la plaza para ver toda su perimetría, habían edificios antiguos, quizás tanto o más que los dos palacios dedicados a dirigir la administración de la ciudad uno, y los destinos de la que fue la nación Catalana en el pasado el otro. Continué mi paseo por la calle de Fernando hasta converger con las Ramblas, no tenía excesiva prisa, deseaba impregnarme de la ciudad, éste tesoro artístico que los que en ella hemos tenido la fortuna de haber nacido y vivido, y que en ocasiones no apreciamos ni valoramos en toda su dimensión. En la esquina de ésta calle con las Ramblas estaba abierta la tienda de material deportivo Bevillaset, dónde mi padre me compró mis primeras botas montañeras para ir a las excursiones que con sus compañeros organizaban una vez al mes, me vinieron a la mente el claveteado especial que éstas llevaban en las suelas para evitar resbalones y el ruido que hacía sobre el pavimento.

221 Escopetas de caza, cartucheras y munición para éstas, sacos de dormir, tiendas desmontables, piolets para escaladores, mochilas, y un sin fin de artículos deportivos se agolpaban en sus vitrinas y estanterías. Salí por la puerta de las Ramblas, éstas como era tradicional siempre con gente ajetreada, timadores con su mesita portátil, algunos limpiabotas que ofrecían sus servicios, cafeterías con algunas prostitutas tempraneras mientras su “chulo” probablemente todavía dormía, un par de empleados municipales cargaban con una pesada manguera de riego que dedicaban su actividad a limpiar las calles con el agua a presión que salía de ésta. Pasé por delante del Gran Teatro del Liceo, como yo le había bautizado en una ocasión : La Catedral de la Música, orgullo de los melómanos de la ciudad, era después del Teatro Alla Scala de Milán uno de los más importantes y bellos de Europa. Me lo quedé mirando, aunque sinceramente su exterior no tenía demasiado que ver y gozar, su fachada era sumamente austera y no distaba mucho en cuanto a presencia arquitectónica exterior de su hermano mayor lombardo, incluso guardaban hasta cierto parecido. Aquel sector de las Ramblas me trajo el bello recuerdo de unos días en que mi buena amiga Maite vino invitada por mis padres a conocer la ciudad y yo fui su guía. No pude evitar también la imagen de una Laura feliz a mi lado. Traté de alejar estos pensamientos que me entristecían, y me metí en el mercado de la Boquería, seguía tal y como la había conocido, las frutas colocadas primorosamente y al alcance del cliente, eran viandas muy seleccionadas, al igual que las carnes y pescados, en este mercado era tradicional el exquisito gusto en la presentación y la calidad de los productos, naturalmente era también el más caro de la ciudad. Acudían a comprar personas de clase social bien aposentada que se desplazaban desde la zona norte de la ciudad para adquirir los selectos productos que se ofrecían. Miré el reloj de pulsera y vi que no me quedaba demasiado tiempo para llegar al tren, apresuré algo el paso Ramblas arriba, me apetecía tomar un buen café, entré en la cafetería Moka. Excelente el café que como siempre sirven, lo tomé de pié apoyando la espalda en la barra, desde allí podía ver a través de la gran cristalera el paso de transeúntes y vehículos en su afanoso trasiego de ir y venir. Treinta minutos después bajaba las escaleras de acceso a los andenes subterráneos del ferrocarril y cuarenta minutos más tarde me apeaba en la estación de Vic. Me fui caminando hasta la plazoleta en la que había dejado estacionado mi automóvil. Al llegar junto a él me lleve una grata sorpresa, la encantadora Maite estaba apoyada en él aguardándome. Luego me confesó que la clínica donde ella trabajaba esta muy cerquita y al pasar por allí por la mañana había visto mi automóvil estacionado, ella sabía que habitualmente cuando iba a la ciudad lo hacía en ferrocarril y por la hora que era imaginó que no podía tardar demasiado, había aguardado casi una hora. Me abrazó y me dio dos sonoros besos en las mejillas, sin separarse de mi retiró unos centímetros su cabeza de la mía y se quedó mirándome a los ojos. ¡!Dios Santo ¡¡, su proximidad me permitió oler su perfume, era el mismo que mi Laura usaba, de nuevo aquel suave olor a miel volvía a embargarme y reverberar de nuevo mis sentimientos. La aparté de mi, quizás con algo de innecesaria brusquedad. –¿Maite que has hecho?-, Le dije con aspereza . -¿Porqué te has puesto este perfume?-pregunté. Se quedó muy sorprendida por mi repentina y brusca reacción, de inmediato sus azules ojos se anegaron de lágrimas, pronto me di cuenta de que mi reacción había sido inmerecida, comprendí que quizás habría comprado aquel caro perfume creyendo que me agradaría y me traería gratos recuerdos. La tomé del brazo y la acompañé hasta la puerta del auto, se sentó en la butaca y cerré la puerta, fui a sentarme en el

222 lado del conductor, mi conciencia me decía que no había actuado correctamente con mi querida amiga, se apoderó de mi un sentimiento de injusticia. -Maite, ¿puedes disculpar mi torpe brusquedad?, tu no te mereces eso-, la dije. -Guillermo eres tu quién debe disculparme, yo debí pensar que quizás pudiera molestarte volver a sentir el olor que Laura siempre desprendía y debí intuir que ello quizás pudiera herir tus recuerdos y sentimientos-. Dijo todo esto sollozando y con el rostro bañado en lágrimas. Saqué mi pañuelo del bolsillo para secarle la cara, con las lágrimas el rimel de los ojos se le había escurrido, dándole un aspecto algo cómico. –Héchate una ojeada en el espejo-, le dije al tiempo que desdoblaba el parasol de su lado que contenía un pequeño espejo de cortesía. Al verse me miró sonriente y la acompañé en ello, realmente su cara tenía un aspecto algo circense. Fuera había caído la tarde y comenzaba a oscurecer. Nos quedamos los dos mirándonos a los ojos, Maite pasó sus brazos alrededor de mi cuello y nos besamos profundamente, ella con amor y pasión, yo solo podía hacerlo por pasión y cariño, todavía llevaba aquel negro puñal clavado en el corazón y que mientras allí estuviera me incapacitaría de volver a amar a otra mujer. Estuvimos así, besándonos un largo tiempo, hasta que ya algo más serenos nos separamos lentamente sin apenas decirnos nada, en silencio, era innecesario cualquier comentario. Arranqué el coche y lo dirigí a buscar la carretera nos llevaría a Folgueroles. Dejé a Maite en la puerta de su casa y me fui a la mía, no sin antes haber quedado vernos al día siguiente, sábado, la propuse que me acompañara a un pueblecito cercano para visitar a una paciente en estado muy avanzado de gestación. Maite era una titulada y eficiente enfermera, la hizo muy feliz que contara con ella. Nos despedimos en la puerta del colmado, con un dulce beso. -Hasta mañana, Guillermo-. -Hasta mañana-. Por el camino de regreso a mi cercana casa, sentía en mi interior algo más de paz y sosiego en el alma, el encuentro con la dulce Maite me había hecho mucho bien. Abrí la puerta de casa y me encontré en el suelo una nota escrita que había echado alguien por debajo de ella. Desdoble el papel y comprobé que era de mi amigo Justet, venía a decirme que se hallaba en el pueblo con su esposa y me invitaban a cenar en un conocido restaurante de Vic, vendrían a por mi sobre las ocho de la tarde. Me causó una grata sorpresa a la vez que alegría, desde nuestra boda no había vuelto a ver a mi estimado amigo. Subí las escaleras para aposentarme en el salón y ver un poco la televisión, en especial si daban las noticias o alguna película de mi agrado. Me sentía bien, hacía meses que no experimentaba esta tranquilidad de espíritu, Maite me hizo mucho bien con su amoroso beso, mediamos pocas palabras, no eran necesarias, ambos sabíamos lo que hacíamos y mi subconsciente estaba falto de amor. Me acordé del sobre que el cónsul de los Estados Unidos me había entregado, se había quedado en el bolsillo del abrigo que dejé colgado en el perchero de la consulta, fui a por él y me senté en mi butacón preferido, volví a leer el contenido del documento, no había duda alguna, Peggy me había legado en vida una considerable fortuna en acciones de la compañía. Cogí el teléfono y pedí a la centralita del pueblo una conferencia con un número de

223 Boston, media hora después Joana, la telefonista, me avisaba de que tenía en línea a una voz masculina. -Hola, ¿con quién hablo?- pregunté. -Julius Hagarty-respondió. -Julius querido amigo, ¿cómo estás? soy Guillermo-. -Qué alegría me das, ¿estás bien?, cuanto tiempo sin saber de ti-. Realmente mi ex alumno y querido amigo no podía ocultar la alegría de volver a saber de mi, estuvimos hablando un largo rato. Me contó que unos días después del accidente la embajada en Brasil pudo localizar a su padre y que éste regresó a Boston en una jet privado de la compañía. Estaba muy afectado, a pesar de que él y Peggy no hacían casi vida marital, sin embargo la convivencia era exquisitamente correcta, guardaban con todo celo las apariencias sociales. Le comenté la sorprendente noticia del legado de Peggy , me respondió que ya lo sabía por haber estado presente en la apertura y lectura del testamento de su madrastra. -Realmente Julius estoy tan sorprendido que todavía no he tenido oportunidad de pensar que determinación tomar al respecto. Siento dentro de mi como si fuera algo a lo que yo no tuviera derecho a poseer, y esa si que es una firme convicción-. -Pero Guillermo, es una donación efectuada en toda regla, con plena consciencia de la voluntad de Margaret, nada debe interferir en tu pensamiento respecto a la legalidad y justicia de la donación-. -Lo se Julius, pero no me refiero a la legalidad del acto, lo se sobradamente, me refiero a que es algo conciencial, la cuestión es que no tengo ningún vínculo familiar que me de cierto derecho a recibirlo. No se si me comprendes-. -Te comprendo Guillermo, solo puedo decirte que no tomes una decisión precipitada, tómate tu tiempo, no es urgente. ¿Qué tal te sienta ejercer la medicina rural?-, me preguntó interesándose cariñosamente. Julius era hombre de gran sensibilidad. -Esto es un remanso de paz, deberías conocerlo, venid este próximo verano tu y Horace, mi casa es sencilla pero espaciosa, dispondréis de una amplia habitación, no os lo perdáis-. -Me encantaría, haremos todos los posibles para venir, lo hablaré con Horace, prometo decirte algo-. Colgué el teléfono después de despedirnos. Me quedé pensativo un buen rato con la espalda apoyada al marco de una de las ventanas, ni tan siquiera el gol que acababa de endosarle el Barcelona al Real Madrid distrajo de mis pensamientos, apagué el televisor y me fui a la cama, confiaba poder dormir algo mejor aquella noche. No pude conciliar el sueño demasiado pronto, pasó por mi cabeza el beso que Maite y yo nos habíamos dado en el automóvil, fue espontáneo, como el que ya nos habíamos dado en cierta ocasión cuando yo todavía era un inexperto con el manejo de la bicicleta y las féminas, no teníamos más allá de diez y seis años. Con este beso, mi conciencia parecía decirme que había cometido una traición al recuerdo de Laura, era todavía todo tan reciente y tan hondo mi penar que era un constante sufrir. Finalmente me quedé dormido.

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CAPÍTULO XXXº

Una primavera llena de vida….

Marzo se había quedado atrás y los primeros días de abril habían sido lo suficientemente lluviosos para que sobre los campos de labranza del valle se extendiera un manto de intenso de luminoso verdor salpicado de rojas y efímeras amapolas. Me desperté alrededor de las ocho de la mañana, mi ánimo no estaba tan alicaído como el día anterior. Sentía necesidad de hacer cosas, me puse un chándal de deporte y salí a correr por el campo. Estuve casi una hora corriendo, a ratos forzaba la carrera y hacía que mis músculos sufrieran, gozaba con ello, quizás pudiera parecer algo masoquista pero después de haberme entregado a la carrera me sentía sumamente relajado. Al regresar de nuevo por las calles del pueblo, me saludaron el panadero y la madre de Maite, les correspondí con la mano, no quise detenerme para conversar con ella, sudaba a mares y corría el peligro de que si se enfriaba el sudor podía pillar un resfriado. Después de una reconfortante ducha fui al Casinet para que me sirvieran un desayuno al estilo de como se solía hacer en las casa de los campesinos de la comarca, la empleada del mostrador me sirvió un porrón con vino tinto del que bebí solo un traguito, el vino tenía bastante graduación y me levantó algo el ánimo. Un rato después entraba por la puerta mi amiga Maite, estaba como siempre radiante y llena de vitalidad, se había puesto unos apretados pantalones tejanos azules que combinaban con una blusa camisera azul celeste y una gruesa chaqueta de lana negra. Se sentó frente a mi y me cogió una de mis manos, -¿Qué tal has dormido?-, me preguntó mientras me miraba a los ojos con su viva mirada. -Hoy he dormido algo mejor, anoche estuve hablando un largo rato por teléfono con mi ex alumno y amigo Julius Hagarty-. -¿A si?, ¿por algún motivo en especial?-. Le conté a Maite todo lo referente al legado de acciones de Peggy y mis dudas sobre qué debía hacer con ellas. -Entiendo tu dilema-, me dijo, -pero creo que debieras hacer lo que tu le aconsejaste a Justet en una ocasión-. –Se tu mismo y actúa según tu conciencia-. Me quedé mirándola, su natural desenvoltura y espontaneidad le confería una frescura natural difícil de encontrar en otras personas. Experimenté que mirarla y conversar con ella me aliviaba de mis todavía lúgubres pensamientos. Necesitaba olvidar para poder vivir. Mientras desayunábamos entraban y salían algunos parroquianos que nos miraban con cierta sorpresa, el pueblo era conocedor de mi viudedad, no obstante algunas comadres probablemente opinarían que todavía todo era muy reciente y debía guardar luto más tiempo antes de tontear con otras féminas. A decir verdad no me preocupaba en exceso la opinión de los demás. Le propuse a Maite ir a efectuar mi visita médica en bicicleta. –¡Fantástico!- exclamó, -como en los viejos tiempos-, agregó.

225 Pagué la cuenta y fuimos a por mi maletín de galeno, era el que había utilizado durante más de cincuenta años mi amigo el anciano doctor Alfonso, que envuelto con gran solemnidad me lo obsequió cuando inauguré mi consultorio, también acompañó al regalo todo el instrumental quirúrgico que a través de los años había ido adquiriendo. Fue verdaderamente para mi un muy preciado presente el suyo a la vez que emotivo. –Lo tendré conmigo siempre doctor-, le dije solemnemente. Unos días antes de marcharnos a los Estados Unidos, Laura y yo habíamos guardado nuestras bicicletas en el garaje de la gran casona. Empujé la puerta de la verja de hierro omitiendo hacer sonar la campanilla, bordeamos el jardín hasta llegar a la parte posterior de la casa, pude ver en una de las esquinas el templete donde celebramos la fiesta que había organizado Laura unos años, me estremecí tal como si hubiese tocado unos cables eléctricos de baja intensidad, me detuve un instante y me apoyé en la barandilla de piedra de la terraza y eché un vistazo al resto de aquella parte del jardín, observé que no estaba tan exquisitamente cuidado como cuando la señora Soladrigas todavía vivía, me entristeció. Terminamos de dar la vuelta a la casa hasta llegar al garaje, abrí la puerta con el rechinar de las oxidadas bisagras, en su interior permanecía todavía el Citroën Stromberg ahora cubierto de polvo y que utilizamos los días previos a nuestra boda. En uno de los rincones estaban nuestras bicicletas con algunas telarañas y bastante polvo depositado encima de ellas. Con la ayuda de Maite las sacamos al exterior y con un pedazo de tela que se hallaba tirada en el suelo del garaje las libramos del polvo, -Señorito, nos les había oído entrar-, era Eulalia la sirvienta, que había oído ruidos y se acercó para ver lo que ocurría. -Hola Eulalia, hemos venido a por las bicicletas, ¿dónde está tu marido?-. -Se ha quedado en cama, le dolían todos los huesos-. -Luego iré a visitarle, ¿tenía fiebre?-. -No se, pero tenía muchos escalofríos-. -Son síntomas de fiebre, tendrá un clásico trancazo, luevo vendré a visitarle, en el entretanto dale un par de aspirinas y un vaso de leche bien calentita haz que se quede guardando cama hasta que yo regrese-. –Voy a una visita y a mi regreso me paso por vuestra casa-. Montamos en las bicicletas y tomamos por el sendero del cementerio, anduvimos pedaleando uno junto al otro casi veinte minutos, en todo el camino no hablamos, simplemente nos mirábamos de vez en cuanto y alguno de los dos hacía una ligera sonrisa al otro, la verdad es que en ningún momento hicimos el menor comentario a los besos que el día anterior nos habíamos dado en el interior del automóvil, y que me habían dejado algo intranquilo. El camino era algo sinuoso y ganaba lentamente altitud hasta tomar la suficiente para poder divisar desde allí una buena parte del valle, llegamos a la casa de la familia Serra casi resoplando después de atravesar un bosquecillo de frondosas hayas. Nos recibieron algunas escandalosas ocas que andaban sueltas por allí, éstas últimas eran el mejor vigilante de las casas en el campo, con su escandalera advertían de la presencia de cualquier extraño, eran una alarma infalible.

226 Salió a recibirnos Quimet el esposo, también conocido por “el caliqueño”, por llevar siempre prendido de sus labios una colilla de estos apestosos cigarros. -Buenos días doctor, veo que hoy trae usted ayudante-, saludó socarronamente. -Buenos días Quimet, ¿dónde tienes a tu esposa?-, no hice el menor caso al inoportuno comentario de éste. -Arriba, en la cama, creo que tiene lo que le llaman contracciones, suba usted mismo, ya conoce la casa-. Quimet era un hombretón de unos cincuenta años, que cuidaba de una granja heredada de su padre y éste de los abuelos, me conocía desde mis años de veraneante, se casó siendo ya algo mayor con una muchacha de un pueblo vecino bastante más joven que el, tenía ella por aquel entonces escasamente cumplidos la veintena de años, tres meses después de su boda tuvieron una niña, fue el escándalo del pueblo por haberla embarazado antes de casarse con ella, a la niña que tuvieron la llamaba familiarmente “pubilla”, por ser la heredera, aunque su nombre de pila era el de Cristeta, una niña extrovertida y sumamente simpática, iba siempre con unas largas y rubias trenzas correteando por la granja. Maite y yo subimos a la primera planta donde se hallaban las habitaciones de la casa, llamé a la puerta y una temblorosa voz nos invitó a entrar: -¿Cómo estás hoy Inés?-. -Siento muchos dolores doctor, van i vienen-, dijo poniéndose la mano sobre el promontorio de su abultado vientre. Pregunté por la frecuencia de aquellos “dolores”, me dijo que más o menos cada hora, desde el día anterior, pero que últimamente se producían con más frecuencia. Comprobé que ahora las contracciones se repetían cada diez minutos. Miré a Maite, ésta como experta enfermera asintió con la cabeza y sin tan siquiera que yo le efectuara comentario alguno salió de la habitación para dirigirse a la cocina y poner una gran olla con agua en los fogones de la cocina para que hirviera. En el entretanto procedí a efectuar el reconocimiento físico a la paciente, no tenía la menor duda de que a Inés se le estaba acercando al momento del parto, la frecuencia de las contracciones eran muy indicativas y la dilatación de su útero lo reafirmaban. Maite regresó con unas cuantas toallas colgadas de uno de sus brazos. Administré a Inés una dosis de pentotal para adormecerla y mitigarle los dolores de expulsión, estaba nerviosa y algo asustada. La hablé para tranquilizarla, -ánimo Inés, se va a producir en ti otra vez el milagro de la vida, eres una mujer fuerte y ya tienes la experiencia de un parto anterior-. Mirándome con ojos llorosos me cogió la mano para estrecharla coincidiendo con uno de los momentos de lo que ella llamaba “dolores”, miré el reloj para comprobar la frecuencia de éstos respecto al anterior. Maite extendió una toalla debajo de las piernas de la parturienta por que ya empezaban a aparecer las primeras señales del inicio del parto. Un par de horas después un precioso y rubicundo bebé hinchaba sus pulmones para echar a llorar con todas sus fuerzas llenando toda la habitación con su llanto. Una nueva vida llena de esperanzas venía a acompañarnos en la andadura por el largo y a veces cruel camino de la vida.

227 Maite dedicó ahora su atención a la paciente, ayudándola a componerse para que su esposo Quimet la encontrara aseada. Examiné y acabé de preparar al recién nacido, luego Maite le vistió con una ropitas adecuadas y le colocó al abrigo de su madre. Mi ayudante y yo nos quedamos mirando por unos momentos muy satisfechos por el resultado de nuestro trabajo. Fue para ambos nuestra primera intervención en un parto, no lo olvidé jamás, luego vinieron otros, muchos más, pero me sentí en aquellos momentos mucho más médico y creció todavía más mi la vocación de sanar a mis congénere, sentí dentro de mi una gran sensación de paz que compensaba en parte mis pesares. Desde la ventana de la habitación llamé a Quimet que estaba echando puñados de granos de maíz a las aves. –¡Quimet, sube, ven a ver a tu nuevo hijo!-, le dije. Apareció por la puerta del dormitorio como una tromba, se quedó de pié junto a su esposa a la que besó cariñosamente en la frente, señaló con su calloso dedo índice al bebé que en aquellos momentos dormitaba apaciblemente. -¿Este es mi hijo?, es algo pequeño ¿no le parece doctor?-, Quimet decía esto mientras daba un sonoro beso en la frente del recién nacido. –¿Puedo cogerle?-. -Si pero antes deberías lavarte las manos con jabón-, le dije bromeando. Quimet estaba que no cabía en su piel por el hijo varón que su mujer acaba de darle. Mientras Maite recogía todo el instrumental utilizado y lo metía dentro del maletín, bajé a la planta baja de la casa, Quimet acababa de lavarse las manos en la pica de la cocina, me miró sonriente y me dijo con su vozarrón : .-¡Acompáñeme doctor!-, le seguí hasta llegar al gallinero, allí habían no menos de setenta aves de corral, -¡Elija doctor la gallina que más le plazca-. Le agradecí el regalo pero le dije que no sabría que hacer yo con una gallina. Se rió lo suyo, se agachó y cogió por el pescuezo a la más cercana, una gallina de plumaje blanco níveo con una pequeña cresta roja. En un santiamén le retorció el cuello y la gallina dejó de existir, no me dio tiempo a evitarlo. Se reunió a nosotros Maite llevando mi maletín de galeno asido de una mano. –Maite ¿sabes que hacer con la gallina que acabo de regalarle al doctor?-. -No, pero mi madre si sabe, ella me dirá que hacer con la gallina, es una buena cocinera-. -Te digo; en primer lugar para desplumarla fácilmente, tienes que sumergirla en agua hirviendo, así te será más sencillo quitarle todo el plumaje, luego la acercas a una llama para que se acaben de eliminar las pequeñitas plumas que son muy difíciles de hacerlo manualmente, con una tijera grande le abres la tripa y le quitas las vísceras e intestinos, córtales las patas y también la cabeza y luego la despiezas a cuartos y, la tendrás lista para guisar-. Le di las gracias a Quimet por su obsequio y regresamos al pueblo. Era frecuente entre las gentes campesinas mostrar su agradecimiento de éste modo al médico que les atendía. Maite y yo nos sentíamos satisfechos de nuestro “grand debú”. Nos separamos en el portal de la tienda de su hermano, coincidió que Emilio salía de ella para ir a comprar el periódico, me saludó y me invitó a almorzar en su casa, -así hablaremos de los viejos tiempos-, me dijo para animarme. Acepté encantado, era precisamente lo que yo necesitaba, distraer la mente que no cesaba de afligirme.

228 -Me queda por visitar al esposo de Eulalia y luego voy para allá, hasta luego-. Me fui a visitar al jardinero que viví en una vieja casita de dos plantas en la calle Nueva, Eulalia su esposa todavía no había regresado de sus labores en la Gran Casa, pero en el pueblo las casas durante el día no se cerraban con llave, después de llamar con el picaporte entré sin aguardar que alguien me abriera, entré hasta llegar a la habitación del matrimonio. El bueno del jardinero no tenía nada más que un buen resfriado. Le administré un jarabe que llevaba en el maletín muy apropósito para su dolencia y le recomendé algunos días de cama sin salir a la calle. Me fui directamente a mi casa para dejar el maletín y la bicicleta, y asearme, debía acudir a la invitación para almorzar en casa de Emilio. Una hora más tarde entraba en el colmado, la madre de mis amigos estaba tras el mostrador atendiendo y charlando con una clienta, la Pepeta, una anciana muy conocida en el pueblo por lo chismosa que era, en cuanto me vio se excusó con ésta y vino a saludarme con gran ternura, sabía que sentía una gran debilidad por mi persona, venía ya desde muchos años atrás. Mientras me abrazaba pude ver cuanto había envejecido en pocos años, tenía ya el pelo completamente gris, el rostro mostraba las huellas de sufrimiento a través de las múltiples arrugas cinceladas por la vida en su cara , sus ojos habían perdido toda la vivacidad de antaño, era ya una joven-vieja. Sentí un hondo penar por aquel ser tan tierno y cariñoso. La rodee con los brazos y la estreché contra mi pecho hasta oir los latidos de su maltrecho corazón. Durante mi estancia en los Estados Unidos, había sobrevivido a dos infartos de miocardio, sus hijos y su esposo cuidaban de ella cual muñeca de cristal. A pesar de llevar yo algunos meses viviendo en el pueblo, no había tenido oportunidad de verla demasiadas veces, sabía por Emilio que le habían contado mi desgracia, le dosificaron la noticia de modo que no la sobresaltara. -Guillermo- me dijo, -cuan caro eres de ver, llevas meses en el pueblo y casi no nos hemos visto, ¿acaso no eres amigo mío ya?-. Le levanté la cabeza apoyando el dedo índice por debajo de la barbilla para que me mirara a los ojos. -¿usted cree que yo puedo dejar de ser amigo de ustedes?-, le pregunté. Le resbalaron dos grandes lagrimones de sus enrojecidos ojos, pero mi pregunta le había arrancado una sonrisa de felicidad, ella sabía que no era posible que dejara de estimarles. Sube al piso, Maite y Cristina está preparando la mesa y Emilo cocina un arroz caldoso que te vas a chupar hasta los dedos de rico que estará, yo acabo de servir a la Pepeta y me uno a vosotros en un momento. Mientras subía por la escalera pude olisquear el aroma del guiso que Emili estaba preparando, me encontré a Cristina, la esposa de Emilio, atareada ordenando los enseres de la mesa, Maite revoloteaba por el fondo de la casa canturreando y en la cocina Emilio andaba ataviado con un delantal que casi le llegaba hasta los pies, entré en la cocina: -hola matasanos- me dijo el cocinero como saludo y cuchara de madera en ristre. -Que bien huele amigo-, dije levantando la tapadera de la cazuela en la que guisaba.

229 -Mejor sabrá, anda prueba a ver como está de sal este arroz-, me dijo mientras sacaba una pequeña cucharadita del guiso de la cazuela de barro en la que Emilio volcaba todo su arte culinario. -Umm, está perfecto de sal, y exquisito de sabor, eres un cocinilla muchacho-, le dije dándole un cariñoso capón en el cogote. Emilio tenía a sus alcances un vaso ratafía y unas aceitunas negras de las que iba picando y de las que le cogí unas cuantas, las aceitunas eran mi debilidad. Se unió a nosotros Maite y luego Cristina, que ya iniciaba a mostrar síntomas de su futura maternidad, Maite se sirvió una bebida de cola que sacó del frigorífico, bebió un largo trago y luego me alcanzó su vaso para que bebiera de el. -Hoy Guillermo y yo hemos ayudado a nacer un bebé-, dijo con cierto aire de importancia. Se sentía muy orgullosa de haber colaborado en un alumbramiento, respeté sus aires, era humano, yo sentía lo mismo pero no lo manifestaba. Maite seguía siendo sumamente extrovertida y espontánea, una cualidad que no había perdido. A esto de las dos del medio día regresó el padre de mis amigos, hubo mercado en Vic y como siempre había asistido para efectuar compras para el habituallamiento del colmado, en especial frutas y verduras frescas que los campesinos llevaban semanalmente a éste. Hacía pocos días que había estrenado una furgoneta 4L de la marca Renault, ante la presión de Emili al fin había dejado de trasladarse en su carrito y el burro. Hizo sonar la bocina del vehículo, Maite y yo bajamos para ayudarle a descargar las mercancías. –No puedo permitir que un médico descargue mi furgoneta- me dijo muy serio. -¿Pero se olvidado usted que yo sigo siendo el mismo de cuando venía los veranos?-, le dije bromeando mientras cogía una caja repleta de manojos de tiernas y jugosas acelgas recién cogidas del campo. Poco después nos sentamos todos alrededor de la mesa, Emilio puso sobre la mesa con gran solemnidad la cazuela de barro en la que había cocinado su arroz caldoso, situando a ésta en el mismo centro de la mesa. Todos alabamos las excelencias del aromático guiso y felicitamos al cocinero que dicho sea de paso se puso como un pavo real de ufano. Acabado el almuerzo la familia se sentó frente al televisor para ver un programa que merecía su interés, al ir a sentarme en una de las sillas, oímos que desde la calle venían gritos de: -¡¡doctor, doctor!!-. Nos asomamos al balcón para ver a que se debía el alboroto, abajo estaba una de las vecinas que decía que a su esposo se le había atragantado la comida y no podía respirar, bajé inmediatamente y corrimos calle abajo hasta llegar a la casa, afortunadamente el hombre había podido salir por si mismo del apuro, la fortuna hizo que le diera un ataque de tos que le ayudó a expulsar un trozo de manzana que se le había quedado atrancado en el recorrido hacia el estómago. Regresé de nuevo a casa de Maite, sentía frío en el cuerpo, con las prisas no atiné ponerme la chaqueta para ir en auxilio del paciente, el día era tristón con el cielo encapotado y el sol casi no calentaba, me apresuré en regresar. Estaba toda la familia viendo la interesante película que el canal nacional estaba echando, la señora Martí se había dormido en su cómoda butaca, mientras el resto permanecíamos atentos a la pequeña pantalla. Tomé asiento en la silla cercana a

230 Maite, ésta se interesó en voz baja por el resultado de la intempestiva visita, le expliqué casi no fue necesaria mi intervención. Poco después acabó la película, y Emilio apagó el televisor. Invité a Maite a dar un paseo por la ciudad de Vic, a lo que ella asintió con el entusiasmo habitual en ella. Fuimos a por el automóvil que tenía estacionado cerca de mi casa, me sentía bien con la compañía de mi amiga, su carácter alegre y las charlas que manteníamos me hacían mucho bien, me ayudaban a soportar la soledad que aun reinaba en mi ser. Al iniciar la maniobra de salida del estacionamiento vi por el retrovisor del coche a Emilio acercarse corriendo y gesticulando con los brazos, paré y asomé la cabeza por la ventanilla de mi lado para poder oir lo que éste intentaba decirme, a medida que se acercaba pude ver que tenía la cara demudada, -¡¡¡ mi madre, mi madre !!!- gritaba con toda la fuerza de sus pulmones. Maite y yo nos bajamos del auto, Emilio me agarró con fuerza de un brazo y tiró de mi con fuerza mientras me decía: -¡¡ corre ven, mi madre no se despierta, creo que ha muerto !!-, Maite dio un grito -¡¡ nooo !!-, los tres corrimos a la casa. En un par de zancadas subí al piso, por el camino tropecé con una caja de manzanas que se desparramaron todas por el suelo. La madre de mis amigos seguía sentada en la butaca en la misma posición que la dejamos Maite y yo al marcharnos, arrodillado junto a ella y sosteniéndole una mano estaba su esposo, su cara reflejaba incredulidad y dolor al mismo tiempo, Cristina, la cuñada de mi amiga, lloraba sentada en una de las sillas del saloncito. Le toqué la frente y comprobé que estaba fría, helada, lo que indicaba que ya se iniciaba el endurecimiento de los músculos procediéndose pocos minutos después del fallecimiento, conocido como el rigor mortis, probablemente llevaba ya un buen rato sin vida, su cara no transmitía ningún rictus de dolor, todo lo contrario, mantenía una sombra de felicidad, tal y como ella había sido en vida, una mujer buena y feliz. Le tomé las pulsaciones y no había latido alguno, le pedí a Maite, que mantenía una gran serenidad, que me facilitara un expejito, acerqué éste a escasamente un centímetro de la boca para poder comprobar si había respiración y éste se empañaba, nada que pudiera dar una señal de vida, a falta de un fonendoscopio apliqué mi oído sobre el pecho, ningún síntoma de vida. El corazón le dejó de latir mientras ella dormía. Su debilitado corazón no pudo resistir un tercer infarto de miocardio. El fallecimiento de la madre de Maite, fue para mi otro revés cuyo embate tuve que resistir, había sido para mi una mujer entrañable y querida. Al entierro asistió el pueblo de Folgueroles en pleno, era una persona muy apreciada por todos, para la ocasión Maite y el resto de la familia vistieron de negro, nos unimos todos en las condolencias. Permanecí todo el tiempo junto a mi amiga tratando de reconfortarla, tengo que manifestar que Maite se comportó en todo momento con gran serenidad y entereza.

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CAPÍTULO XXXIº

El viaje y Maite…….

Pasaron las semanas y los meses, y el negro puñal seguía clavado en mi corazón, no conseguía quitármelo. Al llegar la noche cuando mis quehaceres de la jornada finalizaban, era cuanto más echaba en falta a mi amada Laura, solo la dedicación a mi trabajo por sanar a los demás o cuando me visitaba Maite, lograban aliviarme de este hondo pesar que arrastraba como alma en pena, parecía como si un gran un lobo estuviera comiéndome el corazón. En mi consulta de las tardes y mientras atendía a una paciente afectada de amigdalitis, sonó el teléfono, al atenderle una voz femenina preguntó por mi y me identifiqué, se trataba de la secretaria del señor Cónsul de los Estados Unidos en Barcelona. -Le paso con el señor Cónsul doctor-. El señor Ronnie Millar se puso en unos segundos al otro extremo de la línea, me saludó con mucha amabilidad me informó que ya tenía una respuesta oficial a la consulta que yo le había efectuado cuando estuve visitándole unos meses atrás, me confirmó que podía disponer de todo el tiempo que yo deseara para aceptar o rechazar el legado de Margaret. Le pedí que tuviera la gentileza de enviarme el documento por correo. -Ahora mismo doy instrucciones para que le sea remitido-. Después de colgar me quedé pensativo, casi me había olvidado de la paciente que tenía frente a mi. No había todavía decidido qué hacer con aquella fortuna, pero ahora sabía que no había prisa para tomar una decisión. Decidí tomarme mi tiempo para ello. Al cerrar la consulta escribí a Julius pidiéndole que tuviera la amabilidad de gestionar el traslado por vía marítima de mi automóvil Jaguar que había dejado guardado en su garaje, es España no era fácil comprar un automóvil de importación y precisamente aquel modelo era muy poco frecuente verlo rodar por las carreteras españolas. Por las tardes, cuando finalizaban las visitas facultativas, con el fin de distraerme iba al bar de Cal Pascual o el Casinet, a jugar a las cartas con las gentes del pueblo, desde el primer día me habían acogido como uno más de ellos. Pasaba un par de horas conversando y jugándome unas pesetillas que casi siempre perdía, mis rivales eran gatos viejos y se manejaban con las cartas mucho mejor que yo, en alguna ocasión les había pillado haciéndose algunas señas convenidas con las cejas o frotándose la barbilla, pero no les decía nada, eran felices ganándome las partidas y ellos inconscientemente hacían que fueran cicatrizando las heridas de mi alma. Se acercaba la peor época del año, el verano, que me traía imborrables recuerdos de una adolescencia feliz y alegre y por que allí mismo en este bello pueblo del corazón de Osona, conocí el amor por primera vez. Hacía ya dos años que mi adorada Laura me había dejado en la más completa soledad. En cualquier rincón del pueblo me parecía ver su imagen aguardándome con

232 la sempiterna y dulce sonrisa. De vez en cuanto me veía con Maite que significaba para mi un sedante o un remanso de paz, con ella podía descansar mis pensamientos e inquietudes. Ella sentía gran interés por conocer la vida y costumbres norteamericanas, era natural, nuestra juventud fue, por decirlo de algún modo, intoxicada de películas que nos llegaban de aquel gran país, películas que abarcaban desde la heroica conquista del Oeste del país hasta las más modernas construcciones, la vida estudiantil, los amores llenos de glamour y los musicales, todo ello forjó de algún modo un estilo de vida en los jóvenes de nuestra generación que invitaban a la imitación. En una ocasión Emili y su esposa me había invitado a cenar en la nueva casa que acababan de adquirir, era sábado, Maite estaba también invitada, durante la cena se suscitó hablar sobre Italia, venía a cuento por que estábamos viendo, mientras cenábamos, la retransmisión del festival de la canción de San Remo, mi amiga se sentía terriblemente atraída por conocer el país transalpino, les conté que en mis últimos años de estudiante, había efectuado, junto a mi amigo Beppo, un par de viajes por el Norte del país, y que precisamente una de las ciudades visitadas fue la que se celebraba el prestigioso festival lírico, del que tan bellas canciones habían salido, y de cuyo lugar quedé prendado. Me apercibí de que Maite suspiraba por viajar y conocer Italia, evidentemente era más sencillo viajar al país transalpino que a Norteamérica. En pleno entusiasmo de Maite, su cuñada dirigiéndose a mi, me dijo -¿Porqué no os tomáis los dos unos días de vacaciones y os dais un paseo por Italia?-. La proposición no dejó de sorprenderme, pero no me pareció descabellada, miré a Maite y adiviné en sus brillantes y expresivos ojos un deseo afirmativo, entusiástico diría, me recordó su expresión a la que puso cuando la invitó mi madre a visitar Barcelona, de ello hacía ya bastantes años. En muy breves instantes pensé cómo podría ser un viaje con ella, los dos solos y lejos de allí. Dejé que mi pensamiento volara. -No me parece una idea descabellada, ¿no te parece Maite?-, le dije mirándola a los ojos. A pesar de que ya había dejado de ser una niña, mi pregunta la hizo dar un salto de alegría, -¿de veras Guillermo que haría esto por mi?-, me dijo con innegable ilusión que salía por sus ojos. -Te prometo estudiarlo, pero como comprenderás no puedo dejar a mis pacientes solos a la mano de Dios, voy a ver si puedo lograr que algún colega puede sustituirme por unos días, entonces estudiaríamos el viaje-. Maite en un revuelo se levantó y vino a mi para abrazarme y besarme demostrando así su alegría y a la vez su cariño hacia mi persona. –Acabas de recordarme el Guillermo que me hizo conocer por primera vez Barcelona-, me dijo con ojos alegres e implorativos al mismo tiempo. Finalizada la cena y el festival de la canción de San Remo, que retransmitía en directo la televisión, salió ganadora la canción: 24.000 abbaci, del cantante y compositor A. Celentano, me excusé de mis compañeros y me fui a casa, había sido un día bastante laborioso y me sentía fatigado, necesitaba dormir, pero ya sabía que una vez más iba a enfrentarme, como cada noche, con los fantasmas del pasado. Me metí en la cama pensando en el viaje a Italia, me trajo buenos recuerdos y con ellos, ¡ albricias ¡, me dormí.

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CAPÍTULO XXXIIº

El Jaguar……

En los albores del verano Julius me llamó para comunicarme que había embarcado aquel mismo día mi Jaguar en un container, tal y como le había pedido, desde el puerto de Boston, destino Miami y trasbordando a otra naviera que llegaba a Valencia casi un mes más tarde. Me llevé una soberana alegría a la vez que tristeza, me vino la imagen de Laura cuando le mostré por primera vez el automóvil en el Country Club de Boston junto a Peggy. Había pasado ya el tiempo suficiente como para que cuando recordaba a Laura no sintiera el dolor de los primeros meses, sentía tristeza, añoranza, soledad, pero la cicatriz que el negro puñal me había hecho, poco a poco cicatrizaba. Maite tenía gran parte de culpa en ello, su compañía y las charlas que a menudo manteníamos generalmente al fin de la jornada, me hicieron mucho bien, fueron un bálsamo para mi atormentada existencia. Me senté en la silla de mi mesa de trabajo y medité sobre la conveniencia del viaje a Italia que casi me había comprometido con ella. Dejé que mi imaginación volara y sin apenas darme cuenta me encontré en el Estrómboli, degustando una focaccia preparada por el matrimonio italiano que tanto nos apreciábamos, así estuve un buen rato, perdí la cuenta del tiempo. Luego regresé de nuevo a la realidad y un impulso me hizo que llamara a mi madre, hacía un par de semanas que no había hablado con ella. Estuvimos charlando por un buen rato, me llevó la conversación a mi situación personal y estado de ánimo, mi madre a raíz de mi infortunio había envejecido prematuramente, en pocos meses se la había vuelto casi todo el pelo gris y perdio una buen aparte de su habitual alegría y ánimo emprendedor que siempre la había distinguido. Le dije que estaba pensando en la posibilidad de irme de viaje de vacaciones con Maite. No pudo disimular su alegría, ella había deseado siempre que me casara con la hija de su amiga, en alguna ocasión he pensado que si en algún momentos ambas no habrían convenido un posible matrimonio entre nosotros dos. Finalmente me dijo : -Hijo, ¿has considerado volver a casarte?-. -No, no se mamá, no entra por ahora en mis cálculos-. -Pués deberías de pensarlo, eres todavía muy joven para estar solo, piensa en Maite, me consta que ella te quiere mucho-, me soltó de repente. No supe que contestarle, por una parte mi conciencia estaba hecha todavía un mar de dudas, sabía con certeza que Maite me quería mucho, al igual que yo a ella, pero era algo distinto a lo que yo había llegado a sentir por Laura. Siempre existiría esa comparación con el resto mujeres. Dejé que mi madre siguiera hablándome de las delicias y ventajas del matrimonio todavía un buen rato hasta que ella probablemente se dio cuenta de que yo no estaba demasiado interesado en ello. Me despedí de ella dándole muchos besos para todos y me marché al casinet para jugar mi partida de cartas con los amigos del pueblo. Sabía de antemano que perdería algunas pesetillas como todas las tardes que acudía a jugar, pero era para mi una divertida terapia, y de paso me enteraba de todos los chismes y sucesos que ocurrían en el pueblo y sus alrededores. Algunas tardes se unía a nosotros el rector de la parroquia, era hombre de espíritu animoso y todo el tiempo que estaba con nosotros era un constante divertimento, era tan mal jugador como yo y perdía casi siempre. Alguno de los compañeros de juego, viejo amigo del clérigo, bromeaba con él diciéndole

234 que no se afligiera por perder unas pocas monedas, siempre tenía el cepillo de la iglesia para recuperar. La risotada era general, pero el mosén guardaba siempre el buen humor y no le ofendían las bromas de Isidro su amigo de la infancia. La primera semana de Julio una compañía naviera me llamó al teléfono para avisarme que acababan de descargar en el puerto un container de 20 pies que contenía mi automóvil. Sentí una gran alegría, no pude contener mi entusiasmo y llamé a Maite al teléfono de la clínica en la que prestaba sus servicios de enfermera para decirla si le apetecería venirse conmigo a Valencia a retirar el automóvil. Creo que debió de dar un brinco de alegría pués oí a través del auricular un golpe seco y unos segundos de silencio, luego con voz rebosante de alegría me dijo que no deseaba otra cosa que ir conmigo de viaje. Al domingo siguiente tomamos el tren en la Estación de Francia de Barcelona, y a media tarde poníamos pie en el andén de la estación término de Valencia en la avenida de Xátiva. Maite estaba pletórica de entusiasmo, le gustaba viajar y desde que la conocía había observado en ella que sentía una gran inclinación por conocer lo desconocido. Entramos en un hotel cercano a la estación, en la calle Colón, al registrarnos la recepcionista nos confundió por una pareja de recién casados ofreciéndonos una habitación con cama de matrimonio, se quedó muy extrañada cuando le pedí que fueran dos habitaciones, Maite y yo nos miramos y nos sonreímos de la situación. Dejamos nuestros breves equipajes y salimos a pasear por esa bella joya mediterránea que es la ciudad de Valencia. Invité a mi compañera a tomar una típica horchata en la cafetería y heladería Barrachina, lugar muy frecuentado en la capital levantina, luego repetimos en la cafetería Lauria cerquita del edificio de correos y casi en frente del ayuntamiento. Alrededor de las seis se me ocurrió tomar un taxi e ir a visitar a unos parientes de mi madre que vivían en el Grao, un barrio marinero junto al puerto, un equivalente a lo que es en Barcelona la Barceloneta. Los hallamos en la casa de los vecinos de enfrente con los que guardaban también un parentesco. El matrimonio María y Pepe eran primos segundos de mi abuela materna, un matrimonio encantador donde los haya, dentro de sus posibilidades nos agasajaron como si fuéramos príncipes, sentían una gran alegría por atendernos, no habían podido tener descendencia después de más de cuarenta años de matrimonio. Nos invitaron a cenar y a eso de media noche nos despedimos de ellos. A nuestro regreso al hotel, Maite y yo estuvimos charlando todavía una hora en el hall ,luego el sueño comenzó a apoderarse de nosotros y decidimos irnos a nuestras habitaciones. Al día siguiente temprano fuimos a la compañía naviera a por mi automóvil. Después de abonar el importe del flete nos llevaron hasta el container donde estaba el auto, allí estaba, Julius había tenido el detalle de ponerle una funda de tela de algodón que le protegía del polvo. El hombre que había abierto el contenedor, me dio las llaves del coche que estaban dentro de un sobre de color caqui. Entré en el vehículo y conecté la batería después de comprobar el nivel del aceite del motor, al primer intento de puesta en marcha, el motor rugió como si tuviera un verdadero Jaguar en su interior. Lo saqué muy lentamente al exterior hasta situarlo en mitad de la explanada de aquella parte del puerto. Maite estaba alucinada ante la belleza del automóvil, ella no estaba habituada a ver demasiados vehículos de aquella índole, por un momento me recordó la actitud de Laura el primer día que vió el auto. Salimos del puerto y enfilamos la avenida de Levante en dirección al centro de la ciudad. Maite estaba feliz y no cesaba de preguntarme por las cosas que iba viendo de la ciudad, yo conocía un poco Valencia, pues ya era la tercera vez que la visitaba,

235 finalmente decidimos ir a comernos una paella típica en una barraca de la albufera que dista a muy pocos kilómetros de la ciudad. En una ocasión un compañero de estudios, valenciano, me había invitado a degustar una paella en este bello lugar que me quedó en la memoria gracias al delicioso arroz que la esposa del “llauraor” en aquella ocasión nos había condimentado. En poco más de media hora nos avisó de que la paella estaba a punto. A Maite la sorprendió de que no pusieran platos en la mesa, me miró intrigada, en su mirada se adivinaba lo que quería decirme. –Maite, en Valencia, los campesinos comen directamente de la paellera, ayudándose de una cuchara de madera que se unta con limón previamente a cada cucharada de arroz-, le expliqué. La esposa del campesino sonreía bondadosamente a mi explicación, a la que añadió :. –Debe usted trazar señorita, una línea imaginaria sobre la parte de arroz que piense usted comer y no sobrepasarla, por que al otro lado de ésta ya pertenece a otro comensal-, a todo esto le dio una cuchara de madera a Maite y la invitó a que iniciara el ritual de la comida. -¡Excelente! no había comido nunca nada igual-, exclamó Maite entusiasmada. Trozos de conejo, anguila, garrafons y algunos pedacitos de judías verdes se entremezclaban con el arroz, el azafrán y el tomate le había conferido un color amarillento que todavía la hacía más apetecible. Existen una gran cantidad de modos de hacer la paella, a cual más rico, la campesina que estuvo todo el tiempo sentada junto a la mesa acompañándonos nos dijo: -En nuestra tierra, en cada comarca se elabora la paella con ingredientes distintos, pero siempre está presente como base natural el arroz. La paella es un plato muy antiguo que se remonta a más de trescientos años que los campesinos de antaño elaboraban con los ingredientes que se tenían más a mano y propios de cada zona, este es el motivo de la gran variedad de especialidades existentes. Al finalizar la comida, la señora nos obsequió con un postre de la tierra elaborado por ella. Al ir a abonar el importe, me preguntó si a mi esposa le había gustado la paella, Maite que estaba cerca de mi oyó el comentario de la buena mujer, automáticamente me cogió de un brazo y se estrechó en el, -No estamos casados, ni tan siquiera somos novios-, le respondí a la señora. -Pero hombre de Dios, ¿a que espera para hacerla su esposa?, ¿no está usted viendo que solo tiene ojos para usted?. No aguarde más en pedírselo o corre usted el peligro que le roben una preciosidad como ésta-, añadió con una gran sonrisa. Nos reímos los tres sin contenernos, la simpática mujer creo que había dado en el clavo y yo no lo había sabido apreciar en toda su dimensión. Su frase se quedó muy dentro de mi, poco después llegaba el esposo en una barquichuela que impelía con una larga vara al estilo de los gondoleros venecianos. Regresamos a Barcelona en poco menos de cuatro horas y media, y bien entrada la media noche estacionaba el flamante Jaguar en la puerta de mi casa de Folgueroles. Fue el espectáculo del pueblo. Acompañé a Maite hasta la puerta de su casa, sus ojos brillaban a la luz de la luna , como siempre eran expresivos y alegres, me besó en las mejillas y me dio las gracias por el viaje tan delicioso. Me fui taciturno y pensativo a casa, por el camino me crucé con alguien que me dio las buenas noches y tan siquiera le correspondí, tal era la ausencia terrenal de mis pensamientos.

236 Me metí en la cama mucho más relajado que en otras ocasiones, pensé durante bastante tiempo en Maite, en lo bien que me sentía a su lado y lo divertida que podía llegar a ser. Era como si no nos hubiesen pasado los años. Por primera vez dormí placidamente una noche entera……

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CAPÍTULO XXXIIIº

Italia…….

Pude arreglar con un colega de profesión de la población vecina de Calldetenes que atendiera durante mi ausencia a los pacientes de Folgueroles. Decidí finalmente ir de de vacaciones a Italia con Maite a finales del mes de Julio, tal y como le había casi prometido unos meses atrás. Procuré que todos los habitantes del pueblo conocieran el nombre y teléfono de mi compañero por si tuvieran necesidad de sus servicios. Llamé a Maite y la invité a cenar en casa, le dije que le iba a preparar un plato muy especial, aceptó encantada la invitación, como siempre tan positiva. Por la mañana tuve que ir a Vic por unas gestiones profesionales y aproveché para entrar en un establecimiento especializado en vinos, compré una botella de Lambrusco, un vino ligeramente espumoso de pocas pretensiones enólogas, y baja graduación alcohólica, no excesivamente caro, y de un precioso color que rayaba al rubí. Al llegar a casa puse la botella en el frigorífico con el fin de poderlo degustar muy frío. A eso de las ocho y media Maite subía por las escaleras a la planta donde yo tenía la vivienda, todavía andaba yo con el delantal puesto, había cocinado una ensalada y unos spaghetti a la bolognesa, solo me faltaba añadirles la salsa de tomate con la carne picada y el queso parmesano, que lo dejé para el último momento. -Qué bien huele-, me dijo mientras me saludaba dándome un beso en la mejilla haciendo puntillas. Estaba francamente luminosa, para la ocasión se había vestido de color azul eléctrico con un generoso escote, que armonizaba con el color de sus ojos, ella sabía que este tono le sentaba muy bien, me quedé observándola con admiración, llevaba sus dorados cabellos sueltos cayéndole por encima de los hombros, estaba más bella que nunca, creo que ella lo notó y me hizo un gracioso mohín con los labios a la vez que me guiñaba un ojo con su natural simpatía. Me quité el delantal y ya que Maite se había puesto elegante, me puse la americana para no desentonar y seguir con el encanto de la cena. Prendí las dos velas de los candelabros que había colocado sobre la mesa y apagué las luces del techo, dejando solo encendida una luz indirecta que había en uno de los rincones del comedor. La escena no podía ser más romántica. Serví la ensalada y descorché la botella de vino, era simplemente un ritual, ya que ninguno de los dos tenía excesiva pasión por el vino, pero no me había parecido oportuno servir coca cola en esta cena. Brindamos por nuestra amistad y pude observar en Maite un atisbo de brillo especial en sus ojos q ué no llegué a interpretar su verdadero contenido, al revés que las féminas los hombres no solemos ser excesivamente perspicaces e intuitivos en ocasiones como esta. El vino frío invitaba a beberle y nos condujo a una animada conversación. Maite me contó toda su andadura desde que acabó sus estudios hasta el momento, la escuché con mucha atención y admiración, se había forjado ella misma su situación profesional, era una mujer de gran carácter y de firmes convicciones, solía alcanzar las metas que se proponía. Me sorprendió cuando me dijo: -¿estás en situación de

238 contarme algunas de tus cosas que desconozco?-. Asentí con la cabeza, pero no quise en ningún momento tocar ningún tema que se refiriera a Laura, era para mi como un altar sagrado, una especie de tabú. Finalmente cuando ya estaban al caer las dos de la madrugada le dije : - ¿estás dispuesta a ir unos días de vacaciones a Italia?-. Mi pregunta la sorprendió hasta tal punto que abrió sus vivaces ojos en toda su posible dimensión, ya casi no se acordaba de cuanto unos meses atrás le dije que consideraría la posibilidad de viajar al país transalpino, claro está que había transcurrido algún tiempo y ella ya casi ni se acordaba. Me abrazó y me besó un montón de veces llena de este entusiasmo tan propio y natural en ella que comunicaba a cuantos la rodeaban. Me sentí yo también muy feliz viéndola rebosar de alegría. Miré mi reloj y la cogí del brazo mientras le decía : -Te acompaño hasta tu casa, es muy tarde ya- .Seguía viviendo todavía sobre el colmado, en la que fue la casa de sus padres. Se resistió soltándose suavemente de mi mano, me miró a los ojos con una expresión que jamás había observado en ella, era una mirada dulce y a la vez demostraba decisión. -Guillermo, me haría muy feliz no ir a mi casa-, me dijo sin sonrojo lanzándome la mirada más angelical de la que era capaz, al tiempo que me abrazaba por la cintura y apretaba su pequeño cuerpo al mío. Sentí como si mi alma se liberara de un gran peso, y el corazón volvió a latirme como hacía mucho tiempo no había hecho, le devolví la mirada y la estreché también con mis brazos, podía sentir a la vez los latidos del su corazón sobre mi pecho. Juntamos nuestros labios dulcemente y dejamos que todo lo demás transcurriera con la mayor naturalidad. La mañana siguiente amaneció un día cargado de negras nubes que amenazaban tormenta, no era de extrañar, en las zonas montañosas en verano suelen producirse tormentas de esta índole con cierta frecuencia. Cuando desperté un penetrante aroma a café recién hecho embargaba la habitación, estimulando mi apetito matutino. Había dormido como un recién nacido, hacía muchos, muchos meses que no conciliaba el sueño como la pasada noche. Entró Maite con una bandeja en la que todavía humeaba la cafetera, unas tostadas con mantequilla, confitura de naranja amarga y un par de tazas. Dado a que el día anterior no había traído consigo ningún camisón, llevaba puesta una de mis camisas cuyos faldones le llegaban casi por las rodillas y las mangas le sobraban medio palmo, había improvisado con su rubio pelo una especie de moñique sobre la cabeza que todavía la aniñaba más, me incorporé sobre la cama y la miré sonriendo, no la importó en absoluto que pudiera verle algunas de sus intimidades a través de los huecos del improvisado camisón, me devolvió una pícara mirada -ven acá polvorilla-, la dije recordando viejos tiempos. Dejó la bandeja sobre una de las mesitas de noche y de un salto se puso junto a mi abrazando mi todavía desnudo cuerpo y besándome con pasión incontrolada. La noche anterior, pude comprobar que fue la primera vez que Maite había entregado su amor. Nos serenamos y desayunamos, durante éste planeamos nuestro viaje a Italia, fijamos la fecha para dos semanas después, antes debía hacer algunas llamadas a una agencia de viajes de Barcelona para que nos tramitaran las reservas de habitaciones en los hoteles de las distintas poblaciones del itinerario que habíamos previsto.

239 Sonó el teléfono de la mesita de noche, Maite fue atenderlo, le cogí la mano justo en el momento que iba a cogerlo, era Joaquín, me dijo que vendrían con su esposa Helena a pasar el fin de semana conmigo, -me dais una gran alegría, os espero, hasta luego-. Me disculpé con Maite por haberle interrumpido que atendiera el teléfono, -imagínate si llega a ser un paciente del pueblo y atiendes tu a estas tempranas horas de la mañana-, la dije, -hubise sido el escándalo y la comidilla de las comadres del pueblo-. -No me importaría lo más mínimo-, me respondió haciendo un expresivo gesto con uno de sus brazos medio doblado y el antebrazo del otro en el ángulo de éste. Solté una sonora carcajada, estaba graciosísima cuando se enfadaba. La cogí de un brazo y me la llevé al cuarto de baño, nos metimos los dos bajo la ducha y así se le pasó el enfado. Poco después me llamaba un paciente para que fuera a visitarle, había pasado la noche vomitando casi si parar. Me vestí para ir a vistarle, en el entretanto Maite hacía lo propio, quedamos encontrarnos al mediodía con Joaquín y Helena para ir los cuatro a almorzar al Parador de Vic, junto al pantano de Sau, nos despedimos con un largo y dulce beso. Mi paciente daba síntomas de padecer cólera, algo que en la Edad Media junto con la peste, había hecho terribles estragos en la humanidad, y que en nuestros tiempos era ya una rareza. Le aconsejé una severa dieta y hervir todos los alimentos, así como echar unas gotas de lejía en el agua en la que lavaran las verduras y ensaladas. El 25 de Julio cargamos al coche las maletas e iniciamos el prometido viaje. Dos horas y media después cruzábamos la frontera con Francia por el paso de La Jonquera, en algo más de un kilómetro de rodar por las carreteras del vecino país, ya pudimos observar que éstas estaban mejor cuidadas que las nuestras, sin embargo las edificaciones y el paisaje seguían siendo muy similares a las de Cataluña. Poco después sobrepasamos Perpignan y una hora más tarde Narbona , Montpellier , Beziers y la bella ciudad de Nimes, la región de la Provence, tierras que algunos siglos atrás habían pertenecido a la corona Catalanoaragonesa. Almorzamos en Niza, capital de la Costa Azul francesa, visitamos el pequeño y bonito Principado de Mónaco, del que la ex actriz Grace Kelly que con su boda con Rainiero la convirtió en la glomourosa princesa que las revistas del corazón mostraban casi todas las semanas. A media tarde cruzábamos la frontera con Italia por el paso de Ventimiglia y poco más tarde entrábamos en la Riviera italiana a través de Ventimiglia, la provincia de Imperia. Dirigimos nuestros pasos al Hotel que la agencia de viajes nos había reservado en la ciudad en plena Piazza Colombo de San Remo, el centro neurálgico de la famosa villa que por su Casino de Juego y el festival anual de la canción era conocida en el mundo entero. Algunos años atrás tuve la oportunidad de haber visitado San Remo con mi amigo Beppo, le mostré a la entusiasmada Maite los lugares más característicos de la capital de la Riviera, La Chiesa Russa, una bellísima reproducción suntuosa de una iglesia ortodoxa Rusa, el jardín botánico que por la noche estaba primorosamente iluminado logrando que aquella parte del Paseo marítimo realzara todavía más su belleza y señorío. Finalmente y por la hora que era, entramos en el Casino para cenar en su restaurante y luego jugar algún dinero en las máquinas tragaperras. Fue realmente una velada agradable y feliz. Maite estaba asombrada por el derroche de lujo que en el interior de aquel clásico edificio se derrochaba, desde su decoración a la elegancia y las joyas que algunas damas lucían. Alrededor de las dos de la madrugada regresamos al hotel, estábamos francamente fatigados.

240 Alrededor de las diez de la mañana descendimos al comedor del hotel para desayunar. A través de los grandes ventanales acristalados, entraba una exuberante luz que iluminaba todo el salón, un simpático y locuaz camarero nos acomodó en una romántica mesa junto a uno de los ventanales que nos permitían visualizar una buena parte del Paseo Marítimo y el puerto deportivo además de la famosa Piazza Colombo, y en el que estaban atracados algunos yates de espectaculares dimensiones, según el mismo camarero que nos atendía, nos dijo que el que estaba atracado en el muelle Sur, de dimensiones superiores a los demás, pertenecía al famoso armador y multimillonario playboy griego, Aristóteles Onassis, casado recientemente con la viuda de J.F. Kennedy, ahora Jackelin Onassis, a mi modo de ver un matrimonio de conveniencia social, económica y político. Nuestros comentarios eran oídos involuntariamente por un matrimonio de cierta edad que desayunaban en una mesa contigua a la nuestra. La señora se dirigió a nosotros en un aceptable francés para preguntarnos con agradable sonrisa si éramos italianos, dado a que con el camarero hablábamos en este idioma. Le respondí que no, que éramos españoles, ella mostró algo de desconcierto por cuanto oía que entre Maite y yo hablábamos un idioma que les parecia también italiano. Le respondí con toda cortesía que nosotros hablábamos en un idioma que se llama catalán y que ciertamente guarda un gran parecido con el italiano ya que ambos junto al castellano y el francés, partieron en su día de la misma cuna. Nos dijeron ser de nacionalidad canadiense, del Quebeq, era por eso que hablaban francés a pesar de que su lengua habitual era la inglesa. Aparentaban tener ambos alrededor de unos sesenta años, por su aspecto no podían negar que eran turistas procedentes del continente americano a pesar de que sus ropas denotaban calidad. Mantuve hablarles en francés para que Maite pudiera participar también en la conversación. Nos explicaron que llevaban ya unos quince días viajando por Europa, Evelyn y Gregory Stam, que así se llamaban, nos contaron que habían vendido recientemente su empresa maderera a una multinacional norteamericana y tomaron la decisión de viajar por todo el mundo en compensación a los duros años de sacrificios y trabajo. Yo sabía muy bien que era ello. Nos invitaron amablemente a que nos sentáramos a compartir su mesa a lo que accedimos gustosamente ya que eran de muy agradable trato, se les veía algo desplazados, era normal, no habían salido nunca de su país, según nos dijeron, y algunas de las costumbres europeas les resultaban algo extrañas. Hablamos de mil cosas, desde mi estancia en los Estados Unidos, de la profesión, de nuestro querido pueblo de Folgueroles y ellos de sus orígenes y familias. Según nos dijeron sus ancestros fueron franceses y polacos, ellos ya eran la cuarta generación en el continente. Miré el reloj y eran ya casi las once de la mañana, Gregory captó mi gesto y me preguntó qué teníamos previsto hacer, le respondí que visitar la ciudad y sus alrededores, -¿les sería a ustedes muy molesto que les acompañáramos?- preguntó. Miré a Maite para ver que opinaba de la proposición de aquella simpática pareja, me miró sonriente asintiendo con un leve movimiento de la cabeza. -Hecho, si les apetece será un placer compartir con ustedes las bellezas de esta ciudad-. Salimos del hotel y nos dirigimos al elegante paseo marítimo que parte desde el puerto deportivo hasta el límite de la ciudad en sentido Sur, cerca de un interesante y bello jardín botánico, siempre orilleando el mar y las bellas y tranquilas playas. Visitamos la Chiesa Russa y el Casino. Nuestra nueva amiga Evelyn se entusiasmaba con las

241 joyerías que íbamos encontrando en nuestro paseo que las habían en profusión, en uno de los escaparates se prendó de un anillo en conjunto con unos pendientes y collar plagados de brillantes, nos conminó a entrar en el establecimiento. El local estaba finamente decorado y la atención al cliente estaba a la misma altura. Una atenta empleada nos invitó a tomar asiento en unas bonitas sillas de diseño orientadas frente a uno de los expositores y una mesa auxiliar construida en cristal de Murano. De inmediato una bella y elegante dependienta nos preguntó si deseábamos tomar algún refresco o café, en el entretanto un joven de unos treinta años muy elegantemente vestido y de exquisitos modales atendió a la que le pareció la dama que iba a ser su clienta, y no era otra que Evelyn Stam, había dado de lleno en la diana. Nuestra compañera le indicó que tenía interés en el conjunto que estaba expuesto en el escaparate, la señorita que nos había ofrecido las bebidas sacó del escaparate las joyas por las que se había interesado Evelyn, las entregó al joven dependiente y este las depositó delicadamente sobre un pequeño mantel de fieltro de color hueso que había extendido sobre la mesita de cristal. Evelyn alargó la mano para probarse el anillo que llevaba un brillante engarzado de 4 quilates, según nos informó el dependiente. Los efectos de refracción lumínica sobre las facetas de la preciosa piedra, hacían que los destellos multiplicaran su belleza y causara un mayor impacto en el cliente. Casualmente el anillo le ajustaba perfectamente en el dedo, luego se puso el collar y los pendientes, le acercaron un espejo auxiliar para que pudiera comprobar lo bien que le sentaban. La experiencia e intuición del joven dependiente captó de inmediato que Evelyn estaba prendada con el conjunto y a ella dedicó toda su atención. Finalmente Gregory pidió precio por el conjunto completo, con toda naturalidad, como si no fuera importante, el dependiente le escribió en una tarjetita de color crema el importe de ochenta mil dólares americanos, este miró a su esposa que le correspondió con un movimiento afirmativo de la cabeza acompañado de una dulce sonrisa. Gregory preguntó si podía pagar con tarjeta de crédito, el empleado le dijo que no había inconveniente alguno, le entregó a este una tarjeta de categoría oro de American Express, el empleado le pidió también el pasaporte, -es solo para poder extenderles una factura-, le dijo a modo de excusa, levantándose para dirigirse a la trastienda en la que tenían la oficina. En el entretanto la señorita que nos atendió ponía en unos delicados estuches de carey las tres piezas adquiridas por el matrimonio Stam. Regresó el dependiente y le alargó un boleto impreso para que Gregory lo firmara después de haber pasado éste por el aparato que grababa los datos. Nuestro compañero firmó y le entregaron un ejemplar del mismo además de la factura. Escoltados por los dos empleados que nos habían atendido, nos acompañaron muy ceremoniosamente hasta la puerta deseándonos una feliz estancia en la ciudad. Ya fuera del establecimiento Evelyn sugirió a su esposo ir hasta el Hotel para depositar las joyas adquiridas en la caja fuerte de éste. Gregory nos sugirió a Maite y a mi, que no era necesario que les acompañásemos, que nos encontraríamos a la hora del almuerzo en el restaurante que había junto al edificio del hotel, asentimos y nos despedimos de ellos. Maite y yo nos fuimos hasta una playa muy cercana en la que en mi pasada visita a la ciudad había conocido al propietario de una especie de chiringuito muy concurrido, el establecimiento estaba emplazado sobre la misma arena y disponía de una terraza cara al mar muy agradable. “La Bussola” (la brújula), rezaba el cartel de la fachada. Tomamos asiento en unas sillas a la sombra de un parasol, se acercó para atendernos

242 un muchacho muy simpático con aspecto de ser del sur del país, probablemente napolitano o siciliano, le pedimos una arangiatta y un Campari con soda, le pregunté si el propietario seguía siendo el señor Elio, me afirmó que si, y le pedí si podía avisarle de que deseaba verle, al poco vi acercarse al que yo había conocido, tenia ya alguna ausencia de cabello, pero se conservaba todavía muy bien, rondaría por la cuarentena de años. Comprobé que después de unos diez años me había reconocido al instante, nos estrechamos fusivamente la mano dándome a la vez unas cariñosas palmadas en el hombro. -¡¿Come estai caro amico spagnuolo?!- me dijo. Saludó a Maite y se sentó en nuestra mesa para charlar. Después de un buen rato me interesé por su estado civil, me respondió que estaba casado y tenían una parejita de bambini . –La mia molle labora con me-, me dijo y añadió : -sicuro que tu la ricordas -, quedé algo sorprendido ante tal afirmación, Elio observó mi desconcierto y dirigiéndose al interior del establecimiento gritó : -¡¡ Ornella!!-, al instante se asomó tras la cristalera una de las muchachas que había conocido en mi corta estancia en la Bussola. Me levanté para saludarla, poco había cambiado , ligeramente más llenita, pero seguía siendo aquella bella muchacha que unos diez años atrás habíamos conocido, Beppo y yo, bautizándola como; Elizabeth Taylor, por su gran parecido con esta actriz, los dos estuvimos algo enamoradillos de Ornella Rampinini, una milanesa hija de industriales, que con su familia solía ir todos los veranos a San Remo los meses de Julio y Agosto, en uno de éstos veraneos se enamoró de Elio, unos diez años mayor que ella, y se casaron. Al igual que Elio su esposo me recordó inmediatamente, me dio un fuerte abrazo besándome en ambas mejillas, no podía negar que se alegraba de verme, le presenté a Maite a la que también saludó con afecto al igual que Elio, me preguntó si era mi esposa, miré a Maite y esta me miró sonriendo, les dije que éramos amigos de la infancia y novios “siamo fianzatti” aseveré, Maite me cogió disimuladamente una mano y la apretó sensiblemente, como asintiendo a mis palabras. Estuvimos tomando el aperitivo y charlando de un sin fin de cosas, recordaron el día que me atreví hacer una paella en la cocina de la Bussola, confieso que no me salió excesivamente bien, pero a los italianos les encantó, los pobres no habían degustado jamás una verdadera paella valenciana para poder establecer una comparación. En aquella época la Bussola era un lugar de moda elegido por la juventud veraneante que procedía del norte del país, y allí por casualidad fuimos a caer Beppo y yo. Nos invitaban a almorzar, pero debimos declinar la invitación por que habíamos quedado hacerlo con el matrimonio Stam, pero les prometimos acompañarles para la cena. Nos acercamos al hotel en el que nos alojábamos, en el lobby no vimos al matrimonio, pero Maite se acordó que habíamos quedado en el restaurante que se hallaba justo al lado. Fuimos allí y tampoco estaban. Regresamos de nuevo al hotel y preguntamos en recepción por los Stam. La respuesta del recepcionista nos dejó muy sorprendidos, -se han marchado del hotel-, nos respondió éste. -¿Pero quiere decir que han pagado la cuenta y se han ido?-, insistí. -Efectivamente señor, así ha sido-. Maite y yo nos encogimos de hombros extrañados y regresamos de nuevo al restaurante para comer una buena pasta asciutta recién hecha. Maite disfrutó muchísimo de la comida, no había tenido oportunidad de comerla en España, no eran todavía demasiado frecuentes los restaurantes italianos.

243 -Si seguimos muchos días aquí me engordaré una barbaridad, todo esto son hidratos de carbono-, me dijo sonriendo y apoyando su cabecita en mi hombro. –Cuanto estoy disfrutando de este viaje Guillermo-, me dijo con los ojos llenos de alegría y admiración. Al finalizar el almuerzo, salimos a la calle para caminar un poco, pero hacía un calor sofocante, decidimos ir a la habitación y echarnos una buena siesta. En Italia la mayoría de hoteles de cuatro estrellas ya disponían de aire acondicionado, haciendo más cómoda la estancia a sus clientes. En realidad, hicimos de todo a excepción de la siesta. Nos amamos sin reservas, allí en aquel hotel y en aquella habitación le pedí matrimonio a la deliciosa “polvorilla”. Había meditado mucho este decisivo paso, no dudé ni un momento en pedírselo. Fue un momento de gran e intensa felicidad para los dos, también de este modo regularizábamos una situación social. Acordamos fijar la fecha de la boda a nuestro regreso a Folgueroles. Un par de horas más tarde nos vestíamos para salir a dar un paseo para luego ir a cenar a la Bussola, cuando llamaron a la puerta de nuestra habitación. Fui abrirla, y me encontré con un policía o carabiniere acompañado de un hombre vestido de paisano. -¿Qué desean?-, les pregunté en italiano. -¿Puede usted respondernos a unas preguntas?-, me dijo el de paisano mientras me mostraba la placa que le identificaba. -Naturalmente, pasen por favor, ¿de que se trata?- les pregunté extrañado por su presencia, mientras Maite aparecía en escena procedente del cuarto de baño, donde había estado maquillándose. -¿Qué ocurre?-, preguntó extrañada por la presencia de aquellos dos personajes. -No se, no te preocupes, estos caballeros precisan hacernos algunas preguntas-, le dije para tranquilizarla. -Verá señor, ¿conocen a este matrimonio de la fotografía?-, me dijo el que iba de paisano alargándome una fotografía. Cogí la fotografía para verla mejor y me sorprendieron sus imágenes, - son el matrimonio Stam-, les respondí. -¿Son ustedes amigos de ellos?, preguntaron de nuevo. Mi corazón me dijo que algo ocurría, la policía no te abordaba por cualquier cosa, debía haber algún motivo para ello, quizás hubieran tenido algún accidente, pensé. Procuré ser cauto. -No, no somos amigos, simplemente los hemos conocido aquí en el hotel durante el desayuno y luego no han invitado a que visitáramos juntos la ciudad, dado a que yo ya la conocía de algún tiempo atrás-. Los dos policías intercambiaron una mirada.

244 -Y ¿Dónde han ido con ellos?-. -Simplemente hemos paseado por el Paseo Marítimo, y luego nos han pedido que les acompañáramos a efectuar unas compras, dado a que yo hablo italiano, eso es todo-. -¿Les han vuelto a ver?, o ¿sabían donde tenían previsto ir?- -Pues francamente no, no se..- les dije, estaba intrigado por tanta pregunta. -¿Les han acompañado ustedes a un joyería?-. -Si, efectivamente-, intervino Maite, cada vez más sorprendidos. -Señora, podría decirme ¿qué es lo que allí han adquirido?-. -Si, un juego de preciosas joyas compuestas de un collar, pendientes a juego y también un anillo-. -¿Es que les ha sucedido algo a los señores Stam-, preguntó Maite. Los dos agentes de la ley se miraron y el de paisano nos respondió : -Son una pareja de estafadores internacionales, buscados por casi todas las policías de mundo, incluida la Interpol. -Dios mío-, exclamó Maite poniéndose una mano en la boca por la sorpresa y sentándose en una esquina de la cama. -¿No irá usted a pensar que nosotros……?-, dije, -No deben ustedes preocuparse, simplemente se han valido de ustedes dos para el número de estafa de esta mañana, ustedes son jóvenes y se les ve que son personas honestas, el cuadro perfecto para dar confianza a los empleados del establecimiento-. -Pero ellos pagaron lo que han adquirido-, les dije. -La tarjera de crédito que han utilizado fue robada ayer en Milan a un señor llamado Stam, así como el pasaporte. El verdadero nombre del varón es Frederic E. Hartley y el de ella Margaret Stewart, no son tan siquiera matrimonio pero llevan trabajando juntos más de diez años. Hartley es un falsificador de documentos de primera línea, por eso roban además de la billetera el pasaporte, que simplemente substituyendo cuidadosamente la fotografía con el arte que el domina, adopta la personalidad de la otra persona, por ello cuando efectúan una compra si el vendedor consulta al banco le dan conformidad, por que a excepción de la fotografía todo es auténtico-. -Esto no ocurre ni en las mejores películas-, exclamó Maite mirándome con expresión divertida. La policía italiana se despidió de nosotros, Maite y yo nos quedamos mirándonos todavía algo atónitos, hasta que estallamos en una sonora risa, quizás era una manera de liberarse de la tensión soportada por la inesperada visita de la policía. Nos decidimos salir a dar un paseo y luego ir a cenar a la Bussola con nuestros amigos Elio y Ornella, regresaríamos pronto ya que a la mañana siguiente viajaríamos con destino a Pisa e intentaríamos pernoctar en Roma o sus alrededores-. Regresamos de la cena alrededor de media noche, fueron unas tres horas verdaderamente formidables, que pareja tan encantadora formaban Elio y Ornella, al despedirnos prometieron venir a visitarnos a nuestro país.

245 Maite estaba rebosante de felicidad, se le adivinaba en el brillo de sus ojos, antes de dormirnos definitivamente, permanecimos en la cama enlazados y acariciándonos casi una hora, comentando todavía el suceso del matrimonio Stam. Nos quedamos profundamente dormidos…….

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CAPÍTULO XXXIVº

Roma citá eterna……

A las siete y media de la mañana el cielo estaba limpio, de un azul inmáculo, ni un solo jirón de nube en el horizonte, se adivinaba que iba a ser un día de fuerte canícula a pesar de la ligera brisa matutina que procedía de poniente. Abonamos la cuenta del hotel y cargamos el equipaje en el maletero del auto. Dado a lo temprano de la mañana decidimos desayunar por el camino, nos quedaba un buen trecho de singladura hasta llegar a Roma, y teníamos previsto hacer algunas detenciones para visitar algunas poblaciones que encontraríamos por el camino. Tomamos la sinuosa carretera que bordea la orilla mediterránea, La Riviera dei Fiori, como le llaman los italianos, tiene muy fundamentado su apelativo, durante bastantes kilómetros se divisan en las laderas de los Alpes marítimos cuyas faldas mueren en el mar, cientos de invernaderos de flores de muy variopintos colores, que vistos desde el mar le confieren a aquellas laderas un singular colorido siendo para el visitante un excepcional espectáculo visual. Sobrepasamos Alassio, y al llegar a la provincia de la Liguria, nos detuvimos para desayunar en la terraza de una cafetería cuyo frente daba al mar todavía tranquilo, ausente de olas, una balsa de aceite, los primeros rayos solares rielaban plateando la superficie de las adormecidas aguas, un bello espectáculo que transmitía relajación espiritual. Nos sirvieron café con leche acompañado de algunos recién elaborados bollos que todavía despedían el tan característico aroma de las pastelerías, solo los italianos con su saber son capaces de elaborar un café sobrio, con carácter, casi espeso diría yo, y excelente sabor, gracias al arte de escoger la procedencia de los granos y el sabio tratamiento para que con sus máquinas a presión puedan ofrecer al paladar de quien lo degusta el placer único de un humeante café recién elaborado. Maite estaba feliz y transpiraba alegría por todos sus poros, no había tenido demasiadas oportunidades para viajar y conocer otras ciudades y otras culturas, todo lo tomaba con tal entusiasmo que sin apenas darme cuenta me comunicaba y que tanto necesitaba, todavía en algunas ocasiones me venían a la mente recuerdos e imágenes de Laura, en ocasiones me embargaba aún un sentimiento de cómo si estuviera traicionando su memoria, pero luego reflexionaba friamente y convenía conmigo mismo que yo debía seguir viviendo en esta gran nave espacial que es la tierra y que vaga ordenadamente por el infinito universo. Unas cuatro horas más tarde, después de haber dejado atrás, Génova, La Espezia y Carrara, famosa esta última por sus níveos mármoles, efectuamos escala en la ciudad medieval de Lucca, que visitamos con cierta rapidez, una joya, nuestro destino era almorzar y visitar, Pisa. Dice la historia que Pisa fue fundada por los predecesores de los romanos, los Etruscos, la estatua de la loba con los dos infantes amamantándose de ella, fue hallada en este lugar, más tarde este símbolo fue adoptado por los romanos y consecuentemente por la ciudad de Roma. Pisa, tiene mucho y poco que visitar, se mire como se mire. Poco si el visitante se limita a ver las construcciones desde el exterior, la torre inclinada, el baptisterio o la catedral desde la Piazza dei Miracoli, está pronto vista, pero si uno se entretiene a profundizar en las construcciones, estatuas, y visitar cada una de ellas por su interior, se dará cuenta que contiene verdaderas joyas de arte, desde las meramente arquitectónicas a las artísticas. Para acceder a la visita de la mundialmente famosa torre inclinada, invertimos casi una hora de aguardar en una larga cola nuestro turno, ya que el acceso de personas es limitado y los vigilantes regulan las entradas y salidas del

247 público visitante, no fuera a ser caso de que un exceso de carga depositado en un punto determinado acabara de inclinarse y diera con ella en el suelo. Compramos algunos souvenirs y tiramos un buen número de fotografías para perpetuar nuestra visita. Almorzamos en una trattoría cercana, todavía en estos lugares se come bien y por poco dinero, no pude evitar que ésta me recordara el Stromboli del matrimonio sorrentino en Boston. Dado a que el tiempo sin darnos cuenta se nos echó encima, llamé al hotel que teníamos reservado en Roma y les advertí llegaríamos dos días después de lo previsto, teníamos por delante la visita a Florencia y casi setecientos kilómetros hasta la ciudad Eterna. La camarera que nos atendió en la trattoría nos recomendó pernoctar en la población termal de Montecatini, y desplazarse a la vecina Florencia en ferrocarril, ya que esta ciudad monumental tiene grandes problemas para poder estacionar un automóvil, especialmente en el histórico núcleo urbano, hicimos caso a su consejo y francamente nos fue muy útil. Montecatini es una población con mucha clase, plagada de hoteles con baños termales en dura competencia entre si, su publicidad se basa fundamentalmente en que sus aguas volcánicas sanan casi todo tipo de enfermedades. Pudimos hallar acomodo en el Hotel de Inghilterra, un clásico elegante y de cuidada decoración, pequeño pero sumamente acogedor y de trato al cliente exquisito, que por demás estaba a escasos doscientos metros de la estación del ferrocarril, asi que al día siguiente tomamos éste a las nueve de la mañana y en treinta minutos estuvimos en el corazón de la bellísima ciudad capital de la Toscana, bañada por el fiume Arno. Paseamos por toda la ciudad, pero en un día era del todo imposible poder ver y disfrutar de tanto arte distribuido por todas las calles, las fachadas de las suntuosas casas, museos y las estatuas cinceladas por los mejores escultores de la Toscana. En una de ellas en ambos lados habían las estatuas de los grandes hombres nacidos en la región: Dante, Petrarca, Bocaccio, Cellini y tantos otros, posamos la mano sobre el jabalí de bronce que según la tradición pidiendo un deseo, este deberá cumplirse, ambos nos miramos y sonreímos, posiblemente habíamos coincidido con los deseos. En el Ponte Vecchio a Maite le faltaban ojos para admirar todas la joyas expuestas en los escaparates elaboradas por los mejores orfebres del mundo. La vi con tal entusiasmo que la arrastré de la mano al interior de la joyería Cellini, compré allí el anillo de compromiso y los de nuestro futuro matrimonio. A la salida del establecimiento Maite se colgó de mi cuello y me besó entregando toda su pasión en ello, de reojo pude ver a la empleada de la joyería que nos había acompañado hasta la puerta y que a través de los cristales se sonreía por nuestra enamorada actitud, también algunos viandantes se volvieron sonrientes y complacientes para contemplar tan romántica escena. Ya de regreso al hotel de Montecatini durante la cena le dije a Maite :. –Espero que no vengan a visitarnos de nuevo los carabinieri como en San Remo-. Nos reímos sin ningún viso de discreción, los comensales de las mesas de nuestro alrededor se quedaron mirándonos no comprendían el motivo de nuestra alegría. Pero estábamos en Italia, y allí las gentes suelen ser de talante alegre y enamoradizos, complacientes con los enamorados, como Bocaccio los perfila en su Decamerón, hasta el punto de que el maître nos invitó a una botella de su spumante creyendo que eramos una pareja de recién casados en viaje de boda, in viaggio di nozze, como dicen allí. A la mañana siguiente partimos camino de Roma, sin olvidar efectuar una breve visita a la ciudad medieval de Siena, famosa por sus excitantes fiestas del Palio, fue una visita bastante parca, nuestro objetivo era la ciudad Eterna y ya llevábamos dos días

248 de retraso, no obstante tomamos una carretera de segundo orden que cruzaba las Colline Metallisfere desembocando en la población marítima de Piombino, desde allí divisabamos la isola d´Elba en la que estuvo preso Napoleón y de la que finalmente pudo huír, mediaba poca distancia entre el continente y la isla, estaba simplemente separada por el canal del mismo nombre, apenas quince kilómetros. En este pintoresco puerto almorzamos a base de variados pescados a la parrilla, siendo una de sus especialidades el pulpo, para Maite fue una novedad, no había probado nunca la carne de éste cefalópodo. Finalizado el almuerzo reemprendimos la marcha, estabamos ya a poca distancia de nuestro principal destino, la carretera fue tornándose en una generosa y bien pavimentada calzada bordeada a ambos márgenes de preciosos pinos mediterráneos de copas redondas y sumamente verdes. Cruzamos la antigua villa de Civitavecchia y continuamos por la misma carretera que en uno de sus márgenes pudimos leer labrado sobre una gran piedra : Via Aurelia, que gran emoción, estábamos circulando por la misma carretera que lo habían hecho muchos siglos antes las coortes romanas. Casi un par de horas más tarde comenzamos a divisar a lo lejos la gigantesca cúpula del Vaticano. Llegamos al hotel alrededor de las ocho de la tarde. Se hallaba en una de las zonas residenciales de la ciudad llamada Pinetta Sachetti, un bonito y tranquilo lugar. Al día siguiente muy temprano después de desayunar, tomamos un autobús público en la misma puerta del hotel que en su trayecto tenía una parada al lado mismo de la ciudad del Vaticano. Nuestra gran meta. Dedicamos toda la mañana y una buena parte de la tarde en visitar la basílica de San Pedro, el museo, otras varias dependencias vaticanas, allí estaba una buena parte de la historia de la humanidad. Tuvimos la fortuna de haber coincidido en uno de los días semanales que el Santo Padre tiene dispuestos para la audiencia pública, ello nos dio ocasión de poder estar a unos pocos metros de distancia de Juan XXIII. Para un católico esa es una experiencia indescriptible, la bondadosa faz de aquel hombre irradiaba paz, felicidad y un gran caudal de ternura, al unísono, como si algo invisible nos hubiese aleccionado, nos pusimos todos los cientos de asistentes de rodillas para recibir su bendición. Luego nos fuimos a visitar la cercana capilla Sixtina, tuvimos que hacer casi media hora de cola hasta llegar al acceso. Solo penetrar en la austera edificación tienes ya la impresión de estar en el lugar donde han sido elegidos muchos de los Papas de la historia, pasé mi brazo por encima de los hombros de Maite y la acerqué a mi cuerpo, eran unos momentos muy emotivos y me alegraba poder compartirlos con ella. Las pinturas de la bóveda y el fresco del Juicio Final del altar mayor son algo grandioso y sobrecogedores, me vino a la memoria la frase de Goethe que dijo: “cuando contemplas la Capilla Sixtina se comprende de que es capaz el hombre”. Miguel Angel fue arquitecto, escultor y pintor, pero todavía no he llegado a saber en cual de estas tres disciplinas había destacado más, ya que en las tres había brillado en el firmamento de las artes como nadie hasta nuestros tiempos ha sido. Para nosotros dos había sido un día de grandes emociones, no quise mencionárselo a Maite pero de rodillas frente al altar de la Capilla Sixtina, pedí a Dios con todas las fuerzas de mi alma, que Laura estuviera cerca de El, muy probablemente Maite estaría adivinando a quien dedicaba mi íntima plegaria. Su silencio y su modo de mirarme bastaron. En silencio y cogidos de la mano salimos del santo lugar y echamos a andar en busca de la parada del bus que nos retornaría al hotel.

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CAPÍTULO XXXVº

Finalmente…………………..

Los dos días que todavía nos quedaban de estancia en Roma, los dedicamos a visitar las ruinas de la ciudad romana, el Foro, el Coloseo, la catacumbas cristianas y tantísimos otros lugares que junto con la cultura griega forjaron la historia de la humanidad occidental. Llevábamos poco más de una semana lejos de casa y ya sentíamos la necesidad de estar con los nuestros. A la mañana siguiente cargamos las maletas y partimos en dirección a Barcelona, estábamos deseosos de estar en nuestra Folgueroles y preparar nuestra boda. Enfilamos la Vía Appia y la propia alegría del regreso nos impelió a cantar la canción del momento : Arrivederci Roma… y cumpliendo con la letra de la canción hemos vuelto en varias ocasiones a la Citá Eterna, pareciéndonos en cada ocasión más bella y romántica. Después de pernoctar en Génova, ciudad en que según algunos historiadores la sitúan como la cuna de Cristóbal Colón, y otros en las islas Baleares, reemprendimos la marcha por la autopista que unía la Liguria y la Spezia italiana con la Costa Azul francesa, que casualmente hacía pocos días habían inaugurado. Un verdadero descanso conducir por ellas, bien pavimentadas y excelentemente señalizadas en todos sus tramos, permitiéndonos reducir algunas horas el viaje de retorno. Folgueroles estaba plenas fiestas patronales, la encontramos con gran bullicio por las adornadas calles y muy cerca de mi casa habían plantado el tradicional “embalat”, metí el auto en el garaje y subimos las maletas al piso. Miré el reloj y le dije a Maite que viniera conmigo a la rectoría, -vamos a ver si todavía está el mosén en ella-. Nos encontramos al párroco por el camino, nos invitó a tomar un refresco en Can Pascual, tomamos posición en una de las mesas y allí le expusimos nuestro deseo de casarnos. Nos citó para el día siguiente en la rectoría con el fin de proceder a los trámites burocráticos habituales. Un par de semanas después Maite y yo estábamos delante del altar acompañados de todos nuestros amigos y familiares y por que no decirlo, de casi todos los habitantes del pueblo, en una muestra del cariño que nos profesaban a ambos.

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EPÍLOGO Querido lector, si has tenido la voluntad de haber llegado en tu lectura hasta ésta página, te pido seas benevolente en el juicio de mi obra, la he desarrollado con todo el cariño y desde lo más profundo de mis sentimientos, con ella he intentado relatar vivencias extraídas de la vida real y otras que son meramente idealizadas. Algunos de los nombres y situaciones de personajes que aparecen en ella, son reales y, otros son simplemente imaginarios o ficticios. Tampoco es biográfica aunque en algunos momentos puedan haber algunas coincidencias. De las dos protagonistas femeninas, Laura o “La Dama de la Bicicleta”, como la bautizo, es un personaje inspirado en la ficción e idealizado por el autor. He dejado para el final a Maite, la segunda protagonista femenina, en la actualidad, mi esposa, y a quien dedico esta obra, y a mis nietos Guillermo, Ignacio, Álvaro y Daniela que son la felicidad en nuestra madurez. Y por último, a ti, paciente lector que has tenido la voluntad de leerme.

¡¡ Vaya toda mi gratitud !!. El Autor. Manel Batista i Farrés

Índice

PRIMERA PARTE Capítulo Iº, Folgueroles,verano de 1959. Capítulo IIº El “embalat”. Capítulo IIIº La Fiesta mayor. Capítulo IVº La “Dolce Vita”…. Capítulo Vº La excursión a Tavérnolas y el “maqui”…. Capítulo VIº Los amigos de Barcelona. Capítulo VIIº En la Gran Ciudad…. Capítulo VIIIº El final del verano… Capítulo IXº La Trama… Capítulo Xº Los acontecimientos… Capítulo XIº ¡¡ Alarma ¡!, Un desconocido… Capítulo XIIº Adiós al dulce verano… Capítulo XIIIº En la misa dominical… SEGUNDA PARTE Capítulo XIVº Boston, Massachussetts, EE.UU. Otoño de 1967, Once años después… Capítulo XVº Los Hagarty… Capítulo XVIº La Western Union… Capítulo XVIIº El encuentro… Capítulo XVIIIº Navidades blancas… Capítulo XIXº La boda… Capítulo XXº New York, New York… Capítulo XXIº En Boston… Capítulo XXIIº Margaret… Capítulo XXIIIº De sorpresa en sorpresa…. Capítulo XXIVº La decisión… Capítulo XXVº La reconciliación… Capítulo XXVIº Niágara Falls…..

Capítulo XXVIIº Viaje sin retorno… Capítulo XXVIIIº Folgueroles, verano del 2008…. Siglo XXI…A través del tiempo… Capítulo XXIXº Raíces…… Capítulo XXXº Una primavera llena de vida… Capítulo XXXIº El viaje y Maite… Capítulo XXXIIº El Jaguar…. Capítulo XXXIIIº Italia… Capítulo XXXIVº Roma, Citá eterna… Capítulo XXXVº Finalmente…

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