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POR WILLIAM OSPINA FOTOGRAFIAS DE MILCIADES ARÉVALO William Ospina (Padua, Tolima, 1954). Poeta, ensayista y traductor. Ha publicado, entre otros, El país del viento (1992), Es tarde para el hombre (1994), Esos extraños prófugos de Occidente (1994), ¿Con quién habla Virginia caminando hacia el agua? (1995), ¿Dónde está la franja amarilla? (1997) y Auroras de sangre, sobre don Juan de Castellanos. Pocos poetas de nuestra tradición han amado más a su tierra de origen que Raúl Gómez Jattin. Ello es inquietante, porque tendemos a imaginar a Raúl, influidos por la visión de sus últimos tiempos, como un nómada sin lugar en el mundo, como ese eterno personaje de Kafka que anhela en vano ocupar un lugar en alguna parte. Pero la verdad es que el mundo de Raúl, en su vida y en su poesía, es nítido. Él tenía, como lo dijo, un corazón de mango del Sinú, y en ninguna parte de sus versos se siente más la plenitud del vivir como en aquellos que describen su tierra. Mención del paraíso es la rayuela bajo el mamoncillo del patio donde jugaba en la infancia perdida con su amiga Isabel, a la que le reprocha después el haberse casado con el alcalde, y tener cinco hijos, y pasearse por el pueblo llevada por un chofer endomingado, y usar anteojos, sólo porque él quisiera seguirla viendo para siempre como era entonces: «Cuando tenías los ojos dorados Como pluma de pavo real Y las faldas manchadas de mango». Ese olor de mango maduro que recorre estos versos alivia la persistente tendencia a la tristeza y la desolación de un hombre que vacila sin cesar entre un futuro en el que no acaba de creer y un pasado que lo invita siempre a la nostalgia y a la deploración de lo perdido. Siempre que pienso en Raúl Gómez Jattin se me aparece la imagen de un hombre que se mece sin fin en su hamaca dejando pasar las horas, mientras fuma y habla y fuma. Tal vez influya en esa imagen el recuerdo de los documentales que hicieron Roberto Triana y Bibiana Vélez, su ángel guardián, pero bien podría ser que su causa principal se encuentre en la poesía misma de Raúl y en su estilo vital, hecho de fugas y retornos, de impulsos y retrocesos, de ansias de idealidad y caídas en la embriaguez inevitable de una carne que no sabe negarse al placer ni al dolor. A ese movimiento pendular que va hacia el anhelo y regresa a la memoria corresponden muchos de sus poemas: «Hay una tarde varada frente a un río y entre los dos un niño canta vaiviniéndose en su mecedora de bejuco». Frente a ese río, el río de su infancia, está Raúl cantando. El sol es como un fantástico fruto o como la promesa de una salamandra luminosa. Todo en la naturaleza parece capaz de dolor y de vida: «El huevo dorado del sol anida entre los mangos de la ribera El río es un gusano de cristal irisado El viento despliega unas alas de nubes malva». Y Raúl se retrata a sí mismo como alguien detenido en la infancia, que es el país de la canción, alguien que se mece sin fin: «Es una tarde enclavada en el recodo de un tiempo que va y viene en la mecedora y la tarde es como el niño que la mira está hecha de recuerdos y deseos». Y es de esa tensión entre lo que aún no llega y lo que ya se ha perdido de donde brota el poema, al que Raúl compara con una forma orgánica perdurable donde estuvo la vida y donde resuena todavía la inmensidad: «El cuerpo de esa tarde es un fluido tenso entre el pasado y el futuro que en ciertos lugares de mi angustia se coagula como una caracola instantánea». Una de las obsesiones de Raúl Gómez Jattin es su propio retrato. Cada vez que lo emprende no puede dejar de poner en él, como paisaje de fondo, sus llanuras sinuanas, los frutos, los animales, el calor de su tierra: «Soy un dios en mi pueblo y mi valle». Un dios caído, también; un dios vencido, a veces. Pero un dios cortés al modo de Buda o de Whitman, un dios tan rico que va por los caminos prescindiendo de hogar en estos tiempos donde ser es atrincherarse en las cosas. Un dios que no lo es porque lo adoren sino porque adora. En ese poema, El dios que adora, se diría que Raúl expone el asunto de su religión personal. Lo vemos como una suerte de monje oriental o de cínico griego, un extraño discípulo de Diógenes, prescindiendo de todo salvo de su voz de trueno que a la vez canta y vocifera. Es capaz de sonreír y de mendigar, sin dejar de ser altivo y dominante: «Porque vigilo al cielo con ojos de gavilán Y lo nombro en mis versos».

17929510 Raul Gomez Jattin Por William Ospina

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POR WILLIAM OSPINA

FOTOGRAFIAS DE MILCIADES ARÉVALO

William Ospina (Padua, Tolima, 1954). Poeta, ensayista y traductor. Ha publicado, entre otros, El país del viento (1992), Es tarde para el hombre (1994), Esos extraños prófugos de Occidente (1994), ¿Con quién habla Virginia caminando hacia el agua? (1995), ¿Dónde está la franja amarilla? (1997) y Auroras de sangre, sobre don Juan de Castellanos. Pocos poetas de nuestra tradición han amado más a su tierra de origen que Raúl Gómez Jattin. Ello es inquietante, porque tendemos a imaginar a Raúl, influidos por la visión de sus últimos tiempos, como un nómada sin lugar en el mundo, como ese eterno personaje de Kafka que anhela en vano ocupar un lugar en alguna parte. Pero la verdad es que el mundo de Raúl, en su vida y en su poesía, es nítido. Él tenía, como lo dijo, un corazón de mango del Sinú, y en ninguna parte de sus versos se siente más la plenitud del vivir como en aquellos que describen su tierra. Mención del paraíso es la rayuela bajo el mamoncillo del patio donde jugaba en la infancia perdida con su amiga Isabel, a la que le reprocha después el haberse casado con el alcalde, y tener cinco hijos, y pasearse por el pueblo llevada por un chofer endomingado, y usar anteojos, sólo porque él quisiera seguirla viendo para siempre como era entonces:

«Cuando tenías los ojos dorados Como pluma de pavo real Y las faldas manchadas de mango».

Ese olor de mango maduro que recorre estos versos alivia la persistente tendencia a la tristeza y la desolación de un

hombre que vacila sin cesar entre un futuro en el que no acaba de creer y un pasado que lo invita siempre a la nostalgia y a la deploración de lo perdido. Siempre que pienso en Raúl Gómez Jattin se me aparece la imagen de un hombre que se mece sin fin en su hamaca dejando pasar las horas, mientras fuma y habla y fuma. Tal vez influya en esa imagen el recuerdo de los documentales que hicieron Roberto Triana y Bibiana Vélez, su ángel guardián, pero bien podría ser que su causa principal se encuentre en la poesía misma de Raúl y en su estilo vital, hecho de fugas y retornos, de impulsos y retrocesos, de ansias de idealidad y caídas en la embriaguez inevitable de una carne que no sabe negarse al placer ni al dolor. A ese movimiento pendular que va hacia el anhelo y regresa a la memoria corresponden muchos de sus poemas:

«Hay una tarde varada frente a un río y entre los dos un niño canta vaiviniéndose en su mecedora de bejuco».

Frente a ese río, el río de su infancia, está Raúl cantando. El sol es como un fantástico fruto o como la promesa de una salamandra luminosa. Todo en la naturaleza parece capaz de dolor y de vida:

«El huevo dorado del sol anida entre los mangos de la ribera El río es un gusano de cristal irisado El viento despliega unas alas de nubes malva».

Y Raúl se retrata a sí mismo como alguien detenido en la infancia, que es el país de la canción, alguien que se mece sin fin:

«Es una tarde enclavada en el recodo de un tiempo que va y viene en la mecedora y la tarde es como el niño que la mira está hecha de recuerdos y deseos».

Y es de esa tensión entre lo que aún no llega y lo que ya se ha perdido de donde brota el poema, al que Raúl compara con una forma orgánica perdurable donde estuvo la vida y donde resuena todavía la inmensidad:

«El cuerpo de esa tarde es un fluido tenso entre el pasado y el futuro que en ciertos lugares de mi angustia se coagula como una caracola instantánea».

Una de las obsesiones de Raúl Gómez Jattin es su propio retrato. Cada vez que lo emprende no puede dejar de poner en él, como paisaje de fondo, sus llanuras sinuanas, los frutos, los animales, el calor de su tierra:

«Soy un dios en mi pueblo y mi valle».

Un dios caído, también; un dios vencido, a veces. Pero un dios cortés al modo de Buda o de Whitman, un dios tan rico que va por los caminos prescindiendo de hogar en estos tiempos donde ser es atrincherarse en las cosas. Un dios que no lo es porque lo adoren sino porque adora. En ese poema, El dios que adora, se diría que Raúl expone el asunto de su religión personal. Lo vemos como una suerte de monje oriental o de cínico griego, un extraño discípulo de Diógenes, prescindiendo de todo salvo de su voz de trueno que a la vez canta y vocifera. Es capaz de sonreír y de mendigar, sin dejar de ser altivo y dominante:

«Porque vigilo al cielo con ojos de gavilán Y lo nombro en mis versos».

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Es dueño de una vigorosa personalidad, de una individualidad poderosa que quiere bastarse, que le permite a la vez apartarse de las costumbres de los otros, entregarse a las llamas de su delirio e incluso destruirse a sí mismo:

«Porque no soy bueno de una manera conocida».

Esa personalidad indomable hizo que se entregara a un destino absolutamente individual, sin preguntarle a nadie cómo había que vivir, qué era lo aceptado, qué era lo aceptable, e hizo también que se sintiera capaz de imponer condiciones a los otros. Sólo parece dispuesto a admitir a quienes lo admitan como es. Su destino es heroico, aunque los otros quieran verlo como un simple error, como un extravío. Porque él no está simplemente visitando los extremos, sondeando las aguas oscuras, sino trayendo de ellas, para compartirla con nosotros, su música. Así, nos dice:

«Porque sobre todo respeto sólo al que lo hace conmigo Al que trabaja cada día un pan amargo y solitario y disputado como estos versos míos que le robo a la muerte».

Sin embargo este ser irreductible, que no se pliega a las convenciones, está siempre dispuesto a hacer también el retrato de los otros. Fue un gran enamorado y un gran amigo, aunque gradualmente el fuego de esa sensibilidad exacerbada y estimulada que iba calcinando su ser fue cerrando las puertas de su comunicación con los demás. Decía Chesterton que hay poetas que saben encontrar poesía en la aristocracia, que hay poetas mejores que pueden encontrar poesía hasta en los arrabales y en las multitudes, pero que hay poetas tan grandes que son capaces de encontrar poesía incluso en su propia familia. Raúl Gómez Jattin es un poeta de esa estirpe, que no necesita buscar en lo excepcional sus poemas, y que nos ha dejado en el retrato de su madre una de las páginas más nítidas y más conmovedoras de nuestra poesía. También ese poema se mueve pendularmente entre la noche intemporal de su estirpe, un pasado casi inalcanzable, y el porvenir inacabable. Entre el tiempo en que Raúl no estaba todavía en el mundo y el tiempo en que Raúl no estará ya, y será sólo un recuerdo en la única memoria posible, en el verso. Una vez más el poema nace de esa tensión extrema entre lo que fue y lo que será. El poeta quiere alcanzar lo imposible. Ver a su madre como era antes de nacer él, ver a su madre grávida de él, verla en la plenitud de su vida, embelleciéndose para él, y perfilándose sobre el paisaje de su mundo y bajo el rumor de las constelaciones:

«Más allá de la noche que titila en la infancia Más allá incluso de mi primer recuerdo Está Lola -mi madre- frente a un escaparate empolvándose el rostro y arreglándose el pelo».

En ese ejercicio mágico el poeta quiere de algún modo desaparecer de su propia conciencia, ya que está asistiendo a un momento en el que él mismo no podía existir más que como posibilidad:

«No sabe que en su vientre me oculto para cuando Necesite su fuerte vida la fuerza de la mía».

Pero el poeta no ignora que esa alta concentración es una ilusión. Por mucho que se esfuerce en su vaivén vital por alcanzar esa edad anterior, esa edad de plenitud, por ver a su madre fuerte y viva y bella, él sabe muy bien que ella ha muerto, y por eso en la mitad del poema lo invade el llanto:

«Más allá de estas lágrimas que corren por mi cara de su dolor inmenso como una puñalada

está Lola -la muerta-».

Esa evidencia, e incluso ese llanto, le permitirán sin embargo terminar el retrato, no el retrato inmóvil del pintor, sino el retrato viviente del poema, para el cual son necesarios el movimiento, la inmensidad del espacio, la realidad del mundo exterior influyendo en la imagen central, y los propios rasgos psicológicos del personaje, una suerte de negligente delicia en el cuidado de sí misma:

«Está Lola -la muerta- aún vibrante y viva sentada en un balcón mirando los luceros cuando la brisa de la ciénaga le desarregla el pelo y ella se lo vuelve a peinar con algo de pereza y placer concertados».

Hay otros países en su poesía, y el más importante de todos es ese fabuloso país perdido del que llegaron sus mayores y al que él no puede dejar de asociar con el costado femenino de su ser. También Raúl, como el poeta Giovanni Quessep, entona en nombre de todos nosotros, aun de los propios nativos del continente, el interminable Canto del extranjero, el sello más hondo de la poesía de América. Así como Giovanni construye sus poemas con esas álgebras de la nostalgia, con ese rigor estelar de una evocación pura, Raúl encuentra en sus mayores la chispa de su amor por la belleza y la fuente de su sentimiento de extravío. Detrás de la plenitud olorosa a mango maduro de su tierra y su río, que podría hacer de él un hombre satisfecho de su destino pero también un poco limitado por un horizonte de ceibas y garzas, está

«esa abuela ensoñada venida de Constantinopla esa mujer malvada que me esquilmaba el pan ese monstruo mitológico con un vientre crecido como una calabaza gigante».

Tal vez sea su abuela, pero sin duda es algo más que su abuela, es algo que se parece al sueño, la penuria de la fuga, la escasez que viven los emigrantes, la monstruosa mitología de los largos exilios, la fertilidad de las razas modificada y esparcida por el mundo, vivida o recordada, presente en el lenguaje, en las nostalgias, en la incomodidad de quien no acaba de adaptarse a un mundo siempre cambiante, siempre inestable, un mundo del que los inmigrantes saben que es pleno pero inseguro, patria que siempre se puede volver a perder. Cómo sabremos si no es esa condición de eterna incertidumbre lo que torturaba al poeta en su remota infancia, y lo que le hace decir de su abuela:

«Yo la odié en mi niñez.

Ya en el poema todo es lenguaje, y gracias al lenguaje del nieto nostálgico la abuela informe se va humanizando:

«Vuelve con sus cicatrices en el alma de fugada de un harem con sus «mierda» en árabe y en español con su soledad en esos dos idiomas y se convierte en la imagen pura de la belleza, en la estrella de una patria perdida y ese vago destello en su espalda de alta espiga de Siria».

Esa manera enfática de vivir de Raúl Gómez Jattin, esa pasión, es algo cuyo origen él mismo nos ha identificado. Este hijo de las llanuras sinuanas lleva en su corazón el fuego de unas montañas remotas. A su madre le dice en otro poema:

«En ti circula un fuego ebrio de las montañas del Líbano En mí vapores densos de tu delirio nublan mi mediocre razón

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española».

Y es así como comprendemos ese continuo oscilar entre el presente y sus promesas, y el pasado y sus paraísos. El país de Raúl Gómez Jattin es ese país ondulante del niño fascinado por un presente maduro y tentador pero continuamente llamado hacia atrás por la evocación de un país mítico. Por eso se mece sin fin entre la pasión del deseo incesante y la prisión de un jardín de fábulas que está en su infancia y más allá de su infancia, un jardín del que su abuela y su madre son los símbolos vivientes. De esa tensión brota su angustia, y también brota su poesía. Esa madre es a la vez la memoria y el duelo, el amor oscuro y la luz del sufrimiento, la evocación y el fuego del lenguaje. Por eso puede decirle finalmente, en la estrofa con la que comienza su poema Un fuego ebrio de las montañas del Líbano:

«Yo te sé de memoria Dama enlutada Señora de mi noche Verdugo de mi día En ti están las fuentes de mi melancolía Y del fervor de estos versos».

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Ellos y mi ser anónimo

Es Raúl Gómez Jattin todos sus amigos

Y es Raúl Gómez ninguno cuando pasa

Cuando pasa todos son todos

Nadie soy yo Nadie soy yo

Por qué querrá esa gente mi persona

Si Raúl no es nadie pienso yo

Si es mi vida una reunión de ellos

que pasan por su centro y se llevan mi dolor

Será porque los amo

Porque está repartido en ellos mi corazón

Así vive en ellos Raúl Gómez

Llorando riendo y en veces sonriendo

Siendo ellos y siendo a veces también yo blanco

papel

A que gentes de otros ámbitos conocieran sus

noches estrelladas

de espermas de fandangos cuando la Candelaria

y esa alma gentil y bondadosa de ustedes mis

amigos

que saben con una botella de ron blanco

entre pecho y espalda

prometer este cielo y el otro Los amo más en el

exilio

Los recuerdo con un sollozo a punto de estallar

en mi loca garganta He aquí la prueba

El Dios que adora

Soy un Dios en mi pueblo y mi valle

no porque me adoren sino porque yo lo hago

porque me inclino ante quien me regala

unas granadillas o una sonrisa de su heredad.

O porque voy donde sus habitantes recios

a mendigar una moneda o una camisa y me la

dan.

Porque vigilo el cielo con ojos de gavilán

y lo nombro en mis versos.

Porque soy solo.

Porque dormí siete meses en una mecedora

y cinco en las aceras de una ciudad.

Porque a la riqueza miro de perfil

mas no con odio.

Porque tengo un compadre

A quien le bauticé todos los hijos y el matrimonio.

Porque nací en mayo.

Porque mi madre me abandonó

Cuando precisamente más la necesitaba.

Porque cuando estoy enfermo

Voy al hospital de caridad.

Desencuentros

Ah desdichados padres

Cuánto desengaño trajo a su noble vejez

el hijo menor

el más inteligente

En vez de abogado respetable

marihuano conocido

En vez del esposo amante

un solterón precavido

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En vez de hijos

unos menesterosos poemas

¿Qué pecado tremendo está purgando

ese honrado par de viejos? ¿Innombrable?

Lo cierto es que el padre le habló en su niñez de

libertad

De que Honoré de Balzac era un hombre notable

De la Canción de la vida profunda

Sin darse cuenta de lo que estaba cometiendo

Me defiendo

Antes de devorarle su entraña pensativa

Antes de ofenderlo de gesto y palabra

Antes de derribarlo

Valorad al loco

Su indiscutible propensión a la poesía

Su árbol que le crece por la boca

con raíces enredadas en el cielo.

El nos representa ante el mundo

con su sensibilidad dolorosa como un parto.

Pájaro

En la clínica mental vivo

un pedazo de mi vida.

Allí me levanto con el sol

y entre tanto escribo

mi dolor y mi angustia.

Sin angustias ni dolores

ataraxia del espíritu

en que mi corazón

como una mariposa

brilla con la luz

y se opaca como un pájaro

al darse cuenta

de los barrotes que lo encierran.

Conjuro

Los habitantes de mi aldea

dicen que soy un hombre

despreciable y peligroso

Y no andan muy equivocados

Despreciable y Peligroso

Eso ha hecho de mí la poesía y el amor

Señores habitantes

Tranquilos

que sólo a mí

suelo hacer daño

De lo que soy

En este cuerpo

en el cual la vida ya anochece

vivo yo

Vientre blando y cabeza calva

Pocos dientes

Y yo adentro

como un condenado

Estoy adentro y estoy enamorado

y estoy viejo

Descifro mi dolor con la poesía

y el resultado es especialmente doloroso

voces que anuncian: ahí vienen tus angustias

Voces quebrada: ya pasaron tus días

La poesía es la única compañera

acostúmbrate a sus cuchillos

que es la única

Equilibrio

A vuestras espaldas Vino fuerte

Amores desdichados de mi vida Los más

Me construí poderoso y soñador

y ustedes se quedaron

con las hilachas inasibles de mi poesía

Seres queridos

De cuerpos intocados

De pieles adoradas

Seres que me preservaron del destierro de la

carne

al ejercitar en mí la sexualidad enamorada

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Seres inhospitalarios Así me gustaban

Ellos me enseñaron que cuando se ama así se

pierde

y que cuanto se pierde en el amar

se gana en el alma

La soledad de Gómez Jattin

No sé donde arderás ahora corazón mío

Necesito entregarte siempre como esclavo Pobre

de ti

Es urgente que enfermes otra vez y otra vez

Qué voy a hacer contigo ahí desocupado

como estúpida biología Vamos deshazte

de tu pesadumbre y emprende vuelo

¿Qué te sugiere el momento? ¿Te gusta esa

mirada

envejecida pero atenta de tu buena sobrina?

Ve y háblale de cuando lloró sin motivo

O cuando de la risa se orinó en los calzones

O mejor recorre el campo y siembra un árbol

suntuario O llévate cordel y navaja

y construye un barrilete y eleva con él

tu soledad hasta las nubes

No No queremos los dos amigo mío hacer nada

de eso

Queremos acostarnos otra vez sobre tu vientre

Pero esos tiempos han pasado Su cuerpo y su

deseo

deambulan entre cines y bares de la urbe

enfebrecidos detrás de otros cuerpos y otros

deseos

Y eso está bien Es su vida sin nosotros

Tiene derecho también a un placer libre

Allí está sola la luna y no se muere Solo está el

viento

Tú me tienes a mí

Y a Nuestra Señora La Soledad de Gómez Jattin

Lola Jattin

Más allá de la noche que titila en la infancia

Más allá incluso de mi primer recuerdo

Está Lola - mi madre - frente a un escaparate

empolvándose el rostro y arreglándose el pelo

Tiene ya treinta años de ser hermosa y fuerte

y está enamorada de Joaquín Pablo - mi viejo -

No sabe que en su vientre me oculto para cuando

necesite

su fuerte vida la fuerza de la mía

Más allá de estas lágrimas que corren en mi cara

de su dolor inmenso como una puñalada

está Lola - la muerta - aún vibrante y viva

sentada en un balcón mirando los luceros

cuando la brisa de la ciénaga le desarregla

y el pelo y ella se lo vuelve a peinar

con algo de pereza y placer concertados

Más allá de este instante que pasó y que no

vuelve

estoy oculto yo en el fluir de un tiempo

que me lleva muy lejos y que ahora presiento

Más allá de este verso que me mata en secreto

está la vejez - la muerte - el tiempo incansable

cuando los dos recuerdos: el de mi madre y el

mío

sean sólo un recuerdo solo: este verso

Memoria

Más allá de la muerte y sus desolaciones

que perviven intactas como la vida misma

hay un sol habitado de palomas y árboles

que guarda tu futuro en mitad de mi infancia

Joaquín Pablo mi viejo niño y amable

la edad nos confundió y nos separó dolidos

en mañanas de Mayo esperando la lluvia

y en las horas del brillo y las escaramuzas

de los gallos de riña entre los matorrales

Hay un silencio grave parecido al olvido

que me nubla mis ojos y quiebra mi garganta

en tus voces que guardo como una tibio sábana

para el frío de los años y la soledad cansada

Eras el último hombre honrado que sobrevivía

alegre

Eras aquel sentido sembrador de amorosas

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pasiones

En mitad de la vida se me escapó tu cuerpo

Como un frutal cargado soleado y cuidadoso

que me heredó sus mangos en lo más débil del

alma

Abuela Oriental

A esa abuela ensoñada

venida de Constantinopla

A esa mujer malvada

que me esquilmaba el pan

A ese monstruo mitológico

con un vientre crecido

como una calabaza gigante

Yo la odié en niñez

Y sin embargo vuelve

en esta noche aciaga

con algo de hermosura

Por algo se dice

que con el tiempo uno perdona casi todo

Vuelve con sus cicatrices en el alma

de fugada de un harén

con sus "mierda" en árabe y en español

Con su soledad en esos dos idiomas

Y ese vago destello en su espalda

de alta espiga de Siria

Elogio de los alucinógenos

Del hongo stropharia y su herida mortal

derivó mi alma una locura alucinada

de entregarle a mis palabras de siempre

todo el sentido decisivo de la plena vida

Decir mi soledad y sus motivos sin amargura

Acercarme a esa mula vieja de mi angustia

y sacarle de la boca todo el fervor posible

toda su babaza y estrangularla lenta

con poemas anudados por la desolación

De la interminable edad adolescente

otorgada por la cannabis sativa diré

un elogio diferente Su mal es menos bello

Pero hay imágenes en mi escritura

que volvieron gracias a su embrujo enfermizo

Ciertos amores regresaron investidos de fulgor

eterno Algunos pasajes de mi niñez volcaron

su intacta lumbre en el papel Desengaños

de siempre me mostraron sus ví:sceras

Hay quien confía para la vida en el arte

en la frialdad inteligente de sus razonamientos

Yo voy de lágrima en lágrima prosternado

Acumulando sílabas dolorosas que no nieguen

la risa Que la reafirmen en su cierta posibilidad

de descanso del alma No de su letargo

Voy de hospital en cárcel en conocidos inhóspitos

como ellos Almas con cara de hipodérmica

y lecho de caridad Entregándole mi compañía

a cambio de un hueso infame de alimento

Toda esa gran vida a los alucinógenos debo

La delicadeza de un alma no está casi

en los que se apropia Sino en el desprecio de ese

estorbo

sangriento cual banquete de Tiestes

que la opulencia inconsciente ofrece vana y fútil

Príncipe del valle del Sinú

Sus sentimientos más leves que las alas de las

garzas

pero fuertes como su vuelo Su virilidad la propia

de un príncipe masculino soñador y altivo Su

talante

el del que no quería amar pero ama Su heredad

la tierra Los míticos cebúes blancos y rojizos

Un carruaje de madera y metal violeta oscuro

Como sus ojos Tiene la noche de Damasco en

ellos

Su voz la del trueno diluida en el susurro de la

brisa

Su elegancia la del caballero del desierto Sus

maneras

la presencia de los antepasados orientales

fumando

el hachís Batiendo el aire con las pestañas

negrísimas

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con un fondo morado de ojeras de adicto

ancestral

Tendido sobre un cojín de seda verde pistacho

Sus alimentos las almendras Las aceitunas El

arroz

La carne cruda con cebolla y trigo El pan ácimo

Las uvas pasas El ajonjolí El coco El yogur ácido

Sus colores el negro El azul y el magenta

Sus elementos el aire y la tierra Su presencia

la de un joven dios agrario alejando el mal

invierno

Regalando su fuerza al débil del campo Su

esencia

íntima la del adolescente eterno que habita

la ilusión del poeta y su locura de alcanzarlo

en su pleno tránsito fugaz hacia la madurez

familiar a los hábitos poco felices

Su sentido unánime el de la saeta y el corazón

palpitante

de la agonía del éxtasis erótico Su placer el

desbordamiento íntegro

del ser sobre mis sueños abandonados entre sus

manos

Su eternidad en mí la del amor largamente

deseado

en lo esencial de cada instante De cada poema

Veneno de serpiente de cascabel

Gallo de ónix y oros y marfiles rutilantes

quédate en tu ramaje con tus putas mujeres

Hazte el perdido El Robado Hazte el loco

Anoche le oí a mi padre llegó tu hora

Mañana afílame la tijera para motilar

al talisayo Me ofrecieron una pelea para él

en Valledupar Levántate temprano

y atrápalo a la hora del alimento Dijo mi padre

Talisayo campeón en tres encuentros difíciles

He rogado y llorado que te dejen para siempre

como padre gallo Pero a mi viejo ya le dieron

el dinero y me compró un juego de dominó para

engañarme

Pero ya estás cantándole a la oscuridad

para que se vaya Te contestaron tus vecinos

Y mi padre está sonando sus chancletas en el

baño

Es imposible evitar que te manden otra vez a la

guerra

Porque si mañana te espanto padre de todas

maneras

hará prenderte por José Manuel el indio Así que

prepárate a jugarle sucio a tu contendor

Pues le robé al indio un veneno de serpiente

cascabel

para untarlo en las espuelas de carey

En medio del tumulto y la música de acordeones

me haré el pendejo ante los jueces que siempre

me han creído niño inocente y te untaré

el maranguango letal Es infalible como el mismo

diablo

Voy a apostar toda mi alcancía a nuestra victoria

Con lo ganado construiré un disfraz de carnaval

Y lo adornaré con tus mejores plumas

Ella se lamenta

Me hubiera gustado ser varón

para poseerte

Para darnos trompadas en señal de ternura

y de fidelidad

Para ponerme las botas de capataz

y cabalgarte desnudo

Para amenazarle con un revólver

Pero yo

Una mujer

Una simple mujer

¿Qué puede hacer de memorable

en la prosecución de un amor?

Casi obsceno

Si quisieras oír lo que me digo en la almohada

el rubor de tu rostro sería la recompensa

Son palabras tan íntimas como mi propia carne

que padece el dolor de tu implacable recuerdo

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Te cuento ¿Sí? ¿No te vengarás un día? Me digo:

Besaría esa boca lentamente hasta volverla roja

Y en tu sexo el milagro de una mano que baja

en el momento más inesperado y como por azar

lo toca con ese fervor que inspira lo sagrado

No soy malvado trato de enamorarte

intento ser sincero con lo enfermo que estoy

y entrar en el maleficio de tu cuerpo

como un río que teme al mar,

pero siempre muere en él.

Canción del Amor Sincero

Prometo no amarte eternamente,

ni serte fiel hasta la muerte,

ni caminar tomados de la mano,

ni colmarte de rosas,

ni besarte apasionadamente siempre.

Juro que habrá tristezas,

habrá problemas y discusiones

y miraré a otras mujeres

vos mirarás a otros hombres

juro que no eres mi todo

ni mi cielo, ni mi única razón de vivir,

aunque te extraño a veces.

Prometo no desearte siempre

a veces me cansaré de tu sexo

vos te cansarás del mío

y tu cabello en algunas ocasiones

se hará fastidioso en mi cara

Juro que habrá momentos

en que sentiremos un odio mutuo,

desearemos terminar todo y

quizás lo terminaremos,

mas te digo que nos amaremos

construiremos, compartiremos.

¿Ahora si podrás creerme que te amo?

El amor brujo

He robado parte de tu cuerpo y de tu alma

Le he tendido una celada a los recuerdos

que aquí te recuerdo ¿Recuerdas amor?

El cielo de la noche casi azul se asoma

entre tus pestañas Noche vibrátil

Una vez me fui hasta tu regió de monte

enfermo de hongos y tristezas muy tristes

Y aluciné con tu imagen alta y flexible

galopando un caballo de nube Luego

Venías por la tarde desde el Retiro de los Indios

en tu carruaje blanco y yo iba a pie

por la carretera Como un sonámbulo

Sonríes desde lejos como si masticaras

mi corazón entre tus colmillos

Mis palabras le quitan a tu vida muerte

Vives en este libro aunque te tengo miedo

Aunque apenas si hemos hablado

Pero te amo tanto como siempre

Tanto como puedas imaginar

Y estamos lejos

Como el sol del mar

Serenata

Asómate amor mío

que el cielo ha encendido un fandango

en su comba lejana

Y no hace frío

El viento música entre árboles un gemido

que parece tú sintiéndome el placer

que parece tú inclinado en mi rostro

secreteándome señales en el camino

"Todavía no" o "Aprisa que me muero"

Asómate y no temas a tu padre con su Colt 45

que yo traje el mío

¿Me oyes? ¿No deseas que nuestro amor

realice bajo los astros otra jornada? Como dioses

¿No le echaste al viejo en el cafe la valeriana

para que duerma y nos deje hacer lo nuestro?

Así te supliqué y no respondiste Después supe

que días antes te habían mandado de vacaciones

a París Para que te olvidaras de mí El poeta

del pueblo Ese que se ha ganado una triste

fama de marica por tu cuerpo adorado

No olvides que a mi ese asunto me tiene sin

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cuidado

Que es pura envidia Puta tontería de tu viejo

y sus aburridos compadres verdugos de la vagina

y de tus amigos falsos que les gusta mi falo

No olvides que el amor es más valioso

que todos esos juntos Que hemos luchado

aún contra nosotros mismos Que nuestro placer

tiene toda la belleza viril que ellos nunca han

tenido

Ni siquiera una dulce noche

Aquel amor de fiebre y de tormento Aquel estar

pendiente de la luna entre los cocoteros Por si

ella

me traía presagios de tu cuerpo Pero en vano

Pero estaba demasiado enfermo para soportar

la intimidad de tus caricias No hubieras conocido

en mí sino el temblor de un poeta y de su muerte

Aquel temor de mirarnos a los ojos no era vano

Estabas revestido de otro mundo Estabas lejos

Sobre todo cuando yo te amaba Cuando era

de ti como la nube en el reflejo del agua

Dentro pero lejos Dentro en el vientre

de una realidad inventada y fugaz

Era íntegramente bello porque no toqu6eacute;

tu cuerpo aunque tú lo querías y yo también

Pero antes de mi deseo estaba mi futuro

Estabas tú antes de mi deseo de ti

antes que el deseo estaba el amor

Antes que el amor estaba la vida y la maldad

Aquel amor que no tuvo una noche

Ni siquiera una dulce noche amor mío

*Nació en Cartagena el 31 de mayo de 1945. Su

infancia transcurrió en Cereté, una pequeña

población de la costa Atlántica colombiana. Es

autor de los siguientes libros de poemas: Poemas

(1980), Retratos (1980-1986), Amanecer en el

valle del Sinú (1983-1986), Del Amor (1982-

1987), Hijos del tiempo y Esplendor de la

mariposa (1993). Muere el 22 de mayo de 1997

en un accidente de tránsito.

.

"Si yo lo escribí", la poesía de Raúl Gómez Jattin (Testimonio) por Pedro Granados

Durante el III Festival de Poesía en Medellín (Junio de 1993), escuchamos por primera vez a Raúl Gómez Jattin. Este fue de chanclas coloradas y sin libro alguno a su propio recital, lo acompañaban Javier Sologuren, Juan Manuel Roca, y otro poeta del que ahora no nos acordamos. El público --que adoraba a Raúl-- abarrotaba el céntrico auditorio. Llegado su turno, y después de dar muchas puyas a Roca, advirtió que no podía leer sin espejuelos; de aquella sala tipo anfiteatro fueron descendiendo, entonces, anteojos de diferentes formas y colores. Con el abracadabra de sus pesadas manos Raúl fue probándose cada uno; desdeñó inmediatamente el primero, unos cristales de marco grueso y de aspecto muy intelectual; lo mismo hizo con el segundo y con el tercero, discretos lentes de empleado, de disciplinado y tímido ganapán; finalmente, eligió unos de formato más bien estrecho, pero que quedaban flameándole de modo muy vivo en cada cien. Con estos leyó, mejor dicho, este poeta de casi dos metros de alto y de supersticiosos lentes de gatúbela, quizo empezar a cantar, preguntó sobre las preferencias del público que en ese preciso momento ya lo observaba atónito. -"¿Qué canción de Joan Manuel Serrat querrían escuchar primero?", y ahí mismo empezó a tararear la primera cuando poco a poco todo el mundo advirtió --antes nosotros-- que no tenía entre sus manos texto alguno para leer. Seguidamente preguntó, ya habían pasado algunos desconcertantes minutos, si había alguien entre la concurrencia que tuviera un libro suyo. Silencio, risas, mayor perplejidad todavía. Por último, desde el fondo del auditorio, fue descendiendo a tumbos un único ejemplar que llegó con éxito hasta su mesa.

"Me dejaste en el momento en que más te necesitaba", leyó, o creemos que leyó, y con esto se instaló en la sala una incontenible gravitación que lo tenía a él como eje, exclusivamente a él.. "Despreciable y peligroso/ Eso han hecho de mí la poesía y el amor", fueron otros versos ahora inolvidables. Sin embargo, todavía muy poco se conoce la poesía de Raúl Gómez Jattin (desaparecido trágicamente en 1997), apenas se ha difundido fuera de Colombia, y mucho menos se la ha estudiado. Extraordinario poeta celebrativo, con su Machado, Vallejo, Borges, Whitman, Paz y Lorca bajo el brazo, pero de catadura muy propia, su obra posee la frescura y vitalidad sólo comparable a la de otro de sus contemporáneos, el peruano Luis Hernández Camarero (Lima, 1941-1977). En ambos poetas, tan inteligentes y no menos cultivados, lo primero de lo primero es el gozo, esa ave rara

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hoy en día y a la que supo convocar siempre, por ejemplo, nuestro maestro Rubén Darío. Marginales y centrales a su modo --y tan latinoamericanos-- a sus obras no las coactó la racionalidad política, ni tampoco la cobijaron bajo oportunista teoría literaria alguna; fieles siempre a su corazón, entendieron la poesía ante todo como dignidad --propia y ajena-- que es, a la larga, la que nos pone a la altura de aquel chimpancé que aspira arrobado una pequeña flor del iluminado jardín (foto en la National Geographic en Washington).

"El putas", algunos en Colombia denominan así a nuestro poeta; nombre cariñoso que no lo define por entero, pero que quizá ayuda a entendernos, sobre todo si nos circunscribimos a aquellos poemas que más fácilmente (de facilismo, de comodidad) lo identifican; por ejemplo, el famosísimo:

Te quiero burritaPorque no hablasni te quejasni pides platani llorasni me quitas un lugar en la hamacani te enternecesni suspiras cuando me vengoni te fruncesni me agarrrasTe quieroahí solacomo yosin pretender estar conmigocompartiendo tu cricacon mis amigossin hacerme quedar mal con ellosy sin pedirme un beso". Sin embargo, Raúl Gómez Jattin, cuenta con un repertorio más vasto que el aludido, aunque igualmente concentrado (los suyos no son más de un centenar de poemas). A la vertiente, digamos, narcisista --al antes y después de la juventud y la belleza-- que ilustran también otros textos admirables:

En este cuerpoen el cual la vida ya anochecevivo yoVientre blando y cabeza calvaPocos dientesY yo adentrocomo un condenadoEstoy adentro y estoy enamoradoy estoy viejo

De lo que soysucede una poesía histórica, recreación o diálogo que entabla el poeta con algunos personajes universales de la historia o de la fábula, Hijos del tiempo es el libro al que nos referimos:

No volverá a ver la Alhambra en su esplendor...Tantos siglos construyendo pueblos y ciudadesirrigando llanurascultivando frutalesenseñando la Alquimia y el Algebrala Poética, la Astronomía y la MúsicaY todo se ha perdido en unos cuantos añosEn unas pocas batallas todo se esfumócomo un espejismo en medio del Sahara

El rey moroEn el mismo año de 1993, cuando lo conocimos en Medellín, tuvimos la oportunidad de revisar --acompañando a la pintora Bibiana Vélez Cobo, persona excepcional y entrañable amiga del poeta de Cereté-- lo que sería, no estamos seguros, su último libro de poemas, Esplendor de la mariposa; edición reducidísima de la que escribimos una reseña para un periódico de Barranquilla y detectamos, nos entristeció comprobarlo, cierta pérdida de rigor en la estructura de sus textos, ciertos versos de menos o de más, cierto exceso de lugar común en sus imágenes, pero jamás la ausencia, y esto harto nos alegraba, de auténtica poesía. Era el ramalazo lúcido --luz o sabiduría-- en medio de su tenaz adicción. De modo análogo a lo que señala Angel Rama respecto al maestro, en el Prólogo a su edición de la poesía de Rubén Darío para la Biblioteca Ayacucho, el estilo, el vocabulario, los temas, la estética de Raúl Gómez Jattin podrá pasar de moda, pero su poesía y la pregunta por su poesía --y por la persona de Raúl-- tendrán vigencia permanente.

Volviendo a la anécdota. Luego de leernos tres o cuatro poemas, y todavía mientras su voz de ángel crecido en las calles --entre gritos y puñetazos-- resonaba en la platea, el poeta se despojó solemnemente de sus gafas celestes y las colocó abiertas sobre la mesa. De un momento a otro, sus espaldas alcanzaban ya la puerta más cercana mientras los otros poetas aún estaban en sus lugares respectivos y el público continuaba como hipnotizado, embebido. Mas, repentinamente hubo alguien que reaccionó, y después otro y otro, hasta que el reclamo, aunque cortés, se hizo general y unánime. ¡El libro, el libro!, comenzaron a vociferar en toda la sala. El poeta giró una sola vez la cabeza, efectivamente, entre sus manos enormes sostenía un pequeño y trajinado volumen, y antes de abandonar definitivamente el lugar respondió al coro: "Si yo lo escribí".Los poetas —amor mío— son unos hombres horribles

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Esplendor de la mariposaRaúl Gómez Jattin Editorial Magisterio, Santafé de Bogotá, 1995, 69 págs.

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El suicidio del poeta siembra siempre la inquietud en el rebaño. La pequeña colmena se siente transgredida. Los miembros de la colonia buscan afanosamente posturas más cómodas: se emiten comunicados, se hacen reseñas necrológicas, notas de prensa. Las profesiones de admiración y afecto aparecen e intentan opacar el gesto público del impertinente. Los más atrevidos se animan a discutir o a poner en tela de juicio la decisión del desertor —un error o acaso un accidente—, pero en el fondo y oscuramente sienten algo de envidia.

Y es que, mirándolo bien, para la mayoría de nuestra sociedad literaria y extraliteraria la sola presencia de una figura como la de Raúl Gómez Jattin (Cereté, 1954-Cartagena, 1997) incomodaba. Un poeta en estado puro, un místico en estado salvaje, un loco —espejo de una sociedad enferma, "cárcel de salud"—, no es, por cierto, la figura más deseable. Eso fue Raúl Gómez Jattin ante todos: un marginado (suicidado de la sociedad).

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Hoy día, es casi un lugar común referirse al mito decimonónico del "poeta maldito". Es necesario también etiquetar al marginado, nadie traga a un poeta libre: "Muere a los 52 años, el único verdadero poeta maldito que ha dado la lírica colombiana", decía una de estas notas, firmada por Óscar Collazos. "El poeta en medio del incienso de sus aduladores contribuía a confirmar este cliché con una actitud marginal que lo erigió en el ‘poeta maldito’ de la clase media intelectual", afirma Carlos A. Jáuregui, aunque el mismo Raúl con sorna declarara: "Soy el único poeta maldito que se acuesta temprano".

En el fondo de esta actitud vital, irónica y crítica que Raúl Gómez Jattin asume, subyace una postura ética: el haber borrado o querido borrar la distancia que la sociedad obliga a establecer como "norma" entre la poesía y la vida. Al respecto Cobo Borda sostiene: "Fue un poseído de la poesía y por lo tanto un hombre que entregó su vida a ella". Toda la obra de Raúl Gómez Jattin, en efecto, fue la búsqueda de ese fundamento: trasponer la vida a la escritura, trasponer la escritura a la vida.

A los ojos de la crítica —y está bien que así sea—, el debate de la locura, las drogas, la homosexualidad, el suicidio de Raúl, es secundario y superfluo a los efectos de la lectura de su obra, ya que el "sujeto textual" (Raúl poeta) —aquél que se va construyendo como un efecto de la escritura— es quien debe tomar el crítico en cuenta, evitando identificaciones simplistas con el "sujeto biográfico" (Raúl persona).

En tal sentido, la locura-suicidio es el destino final de su voz lírica y, por tendencia natural —pero errónea—, tendemos a confundir la persona poética con el creador real, atribuyendo al ser de carne y hueso las notas del mito personal que todo poeta crea a partir de su arte, en el caso de Raúl imponiendo su destino artístico al remiso y muchas veces mezquino campo de la realidad.

Los poetas —Amor mío— sonunos hombres horribles unosmonstruos de soledad —evítalossiempre— comenzando por mí.Los poetas —Amor mío— sonpara leerlos. Mas no hagas casoa lo que hagan en sus vidas.

Unas cuantas colecciones de poemas que caben en un volumen breve: Retratos (1980-1983), Amanecer en el valle del Sinú (1983-1986), Del amor (1982-1987), Hijos del tiempo (1990), Esplendor de la mariposa (1993), y un libro inédito que será editado póstumamente con versos recuperados de aquellos manuscritos que dejaba a sus amigos y en la Escuela de Bellas Artes, dan la medida vital y creadora de Raúl Gómez Jattin, para quien se mezclaron de manera indiscernible en su escritura: la verdad de la vida, el apunte confesional, la verdad del lenguaje, el vislumbre alucinado. En una tenaz y ardiente tarea de desgaste amoroso, sensorial, emocional y psíquico, logró preservar la pureza de su escritura.

Misticismo vacuo el de Raúl Gómez Jattin en un mundo donde no sólo los dioses y Dios han huido, sino que el brillo de la divinidad se ha extinguido de la historia del hombre. Es el tiempo de la penuria del que hablaba Heidegger. La inversión de Raúl Gómez Jattin nos conduce a la hondura de un hombre solo, símbolo de todos, que "nos representa con su sensibilidad dolorosa como un parto", arriesgándolo todo en este "juego peligroso" de la escritura, jugándose el recinto del ser (el lenguaje, diría Hölderlin; el verbo encarnado, diría Artaud).

Dios —escucha a Raúl—Soy un devorado por el amorSoy un perseguido del amor

La poesía de Raúl Gómez Jattin renuncia a la rigidez, al excesivo formalismo, a la elocuencia retórica poco expresiva de nuestra poesía, afirma William Ospina. Los poemarios Retratos y Amanecer en el valle del Sinú son indudablemente los textos centrales en su peregrinaje poético, por la elementalidad y transparencia líricas, por haber encontrado su propio lenguaje, mezcla de vocablo universal y popular, de tono cotidiano y clásico. Los dos siguientes, Del amor e Hijos del tiempo, son claramente de exploración y búsqueda. Del amor es un libro sin tapujos, donde el erotismo es llevado a sus extremos. Poemario de indagación, pero una indagación más personal que poética, una búsqueda más allá de la poesía aunque quien la realiza sea ya un gran poeta. Documentos confesionales, testimonios de un misticismo exuberante, de un panteísmo alucinado. El aporte significativo de este texto en el rescate del valor poético del vocablo "vulgar" —que no riñe con lo sublime—, de la palabra "obscena" (si entendemos etimológicamente la palabra como lo ‘fuera de escena’, lo oculto). En Hijos del tiempo, Gómez Jattin ensaya con formas clásicas para contarnos la historia desde el mito. Para este propósito recrea un tono borgiano, según Nicolás Suescún: "De cierto sentimentalismo y algo de esnobismo, que no afecta, sin embargo, el lirismo viril de sus demás poemas". Tanto Del amor como Hijos del tiempo son los libros más experimentales e irregulares en la obra del poeta de Cereté.

En algunos textos del Esplendor de la mariposa, el poeta vuelve a esos destellos, a esa zona iluminada donde las palabras adquieren una potencialidad significativa inagotable. Es el retorno a la lírica pura, de temperamento reflexivo y aguda conciencia crítica, es el vértigo por la palabra diáfana. El resultado es una poesía de gran equilibrio y de profundo buceo anímico-existencial:

Tengo en la cabezaun pájaro celesteque anida en esta prisiónTengo en este pájaroun ardiente corazónTengo en ese corazónuna frágil esperanzade volar hacia Dios [Pájaro]

Los rasgos estilísticos más significativos de estos textos del Esplendor de la mariposa son:

— Cultivo de una nueva brevedad, que equivale a una intensificación expresiva del poema.

— Lenguaje místico, descarnado, reducido a un exiguo número de palabras verdaderas y esenciales.

— Simbología forjada en la exploración individual, poesía depurada en la vigilia.

Escritura filtrada, sin dispersión de metáforas ni acrobacias verbales. Raúl Gómez Jattin entiende el poema como un acto de pureza, una síntesis:

Si quieres saber de Raúlque habita estas prisioneslee estos duros versosnacidos de la desolaciónpoemas amargospoemas simples y soñados

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crecidos como crece la hierbaentre el pavimento de las calles [Retrato]

Esplendor de la mariposa es un texto con estructura de diario. Dos temas-ejes fundamentan su desarrollo: la conciencia de exiliado de la realidad y la levedad del espíritu que se niega a las ataduras terrestres. Este poemario significativamente fue dedicado a la memoria de Luis Carlos López, autoexiliado como él. En los siguientes versos inéditos de Raúl Gómez se definen, de alguna manera, ambos escritores:

Cartagena Por tus calles angostastransitó aquel poeta de sonrisatorcida y malestar citadino.Don Luis Carlos López Escauriasaestás muerto y yo le escriboa tu poema ambiguo agradecidopor toda tu maldad y todo tu / realismo[...]Único entre nosotros: sonreídoy desgarrado nos siguesalegrando y doliendo a la vez.

Al final de su producción, Raúl Gómez Jattin hará un balance de sus versos y de su vida, con un tono bíblico que nos recuerda a su maestro Whitman. Con esa propensión a la lucidez (a la autocrítica), con el alma alerta, dudará de su esencia y lo dirá cantando:

He recorrido hospitales mitigando / la locura[...]Ahora —sin ella— escribo estos / versosy no sé si he ganado o he perdidoNo sé, si tú —lector— notarás / este cambioy lamentarás que mi verso se haya / vueltoreposado y tranquilo

Ojalá que natura de mí se haya / apiadadoy no eches de menosel fervor de otros días.Raúl Gómez Jattin (n. Cartagena de Indias, 31 de mayo de 1945 - m. Cartagena de Indias, 22 de mayo de 1997), fue un poeta colombiano.

Vivió su infancia en Cereté, un pequeño pueblo al norte de Colombia. Se padre fue Joaquín Pablo Gómez Reynero. Su madre fue Lola Jattin, que aunque nacida en Colombia, es de padre Libanés y madre Siria. La educación en la primera infancia la recibió en varias poblaciones de la costa norte colombiana entre las que se encuentran Cereté, Montería, Pamplona y Cartagena. Al terminar su bachillerato a la edad de 19 años regresó a Cereté en donde profesor de bachillerato de Geografía e Historia. A los 21 años se trasladó a Bogotá donde comenzó a estudiar derecho en la Universidad Externado de Colombia. Allí, aparte de sus estudios de derecho, se dedicó al teatro, participando como actor en varios montajes y haciendo adaptaciones de obras literarias. Después de vivir ocho años en Bogotá y sin terminar sus estudios de derecho regresó a Cereté. Allí vivió dos años casi aislado del mundo exterior en una finca de propiedad de su padre. Después de la muerte de su padre volvió a Bogotá en donde reanudó sus actividades como actor. Posteriormente regresó a Cereté en donde vivió deambulando en las calles,

pasó varias temporadas en clínicas siquiátricas y se dedicó a escribir poesía. En 1989 vuelve a Cartagena donde vive en las calles y parques, pasa otras temporadas en clínicas siquiátricas e ingresa varias veces en la cárcel de la ciudad. El 22 de mayo de 1997 muere en Cartagena atropellado por un bus.

Sus poemas están relacionados profundamente con la naturaleza y el amor. Dedica una buena parte de su poesía a narrar parte de sus experiencias sexuales, las cuales une a su concepción profunda de la naturaleza, en donde todo en ella es susceptible de ser penetrado; concibiendo que la gran religión es la metafísica del sexo. Otra parte importante de su peasía está dedicada al paisaje y la vida en los pueblos cercanos a la rivera del río Sinú. En ellos habla de las frutas, los animales y el paisaje de esta zona del norte de Colombia.

[editar] Obras publicadasEs autor de los siguientes libros de poemas:

Poemas (1980)

Retratos (1980-1986)

Amanecer en el valle del Sinú (1983-1986)

Del Amor (1982-1987)

Hijos del tiempo

Esplendor de la mariposa (1993).