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NACIÓN Y DIFERENCIA EN EL SIGLO XIX COLOMBIANO ORDEN NA CIONAL, RACIALISMO Y TAXONOMÍAS POBLACIONALES JULIO ARIAS VANEGAS U  NIVERSIDAD DE LOS A  NDES FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES - CESO DEPARTAMENTO DE A  NTROPOLOGÍA Colección PROMETEO

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NACIÓN Y DIFERENCIA EN EL SIGLO XIX

COLOMBIANO

ORDEN NACIONAL, RACIALISMOY TAXONOMÍAS POBLACIONALES

JULIO ARIAS VANEGAS

U NIVERSIDAD DE LOS A NDES

FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES - CESO

DEPARTAMENTO DE A NTROPOLOGÍA

Colección

PROMETEO

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Primera edición: Octubre 2007

© Julio Arias Vanegas  Carrera 1ª Nº 18A-10 Edif icio Franco P. 5  Teléfono: 3 394949 - 3 394999 Ext. 3330 - Directo 3 324519  Bogotá D.C., Colombia  http://faciso.uniandes.edu.co

ISBN:

Diseño, diagramación e impresión:Legis S.A.Av. Calle 26 Nº 82-70Bogotá, ColombiaConm.: 4 255255

Impreso en Colombia - Printed in Colombia

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni en todo ni en sus partes, niregistrada en o trasmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún

medio sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electro-óptico, por fotocopia o cualquier otro, sin permiso previo por escr ito de la editorial

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CONTENIDO

PRÓLOGO ...................................................................................................................... IX

I NTRODUCCIÓN .............................................................................................................. XIII

I. LA  NACIÓN COMO PROYECTO DE UNIDAD Y DIFERENCIACIÓN DE LA ÉLITE, SU PUEBLO Y LOS 

MARGINALES ................................................................................................................. 1

1. La nación como-unidad ................................................................................... 3

1.1. El pasado común: por una historia nacional ......................................... 5

1.2. Las herencias hispánicas ....................................................................... 11

1.3. La unidad moral del catolicismo ........................................................... 14

2. Definir la nación: definirse como élite ............................................................ 17

2.1. La definición de una identidad de grupo .............................................. 18

 La civilización occidental: la nación como propósito transnacional .. 19

Criollos e hispanoamericanos .............................................................. 21

2.2. Orden nacional y estrategias de diferenciación .................................... 24

 Nación, democracia y diferenciación social ........................................ 24

 Estrategias de diferenciación y signos de distinción ........................... 27

3. Orden nacional: el pueblo y los márgenes ....................................................... 33

3.1. “Nuestro pueblo” y sus costumbres ...................................................... 34

Vida de pueblo y de campo ................................................................... 36

 Hacia el folclore: música y bailes en la búsqueda de un orden de lo

 propio .................................................................................................... 39

3.2. El pueblo ideal y el mestizaje ................................................................ 42 Mestizaje, unidad y normalización de la diferencia ............................ 44

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3.3. En los márgenes de la nación. Temor, incorporación y otredad ........... 49

“Aborígenes e indios errantes”. Los otros de la modernidad y estra-

tegias para su reducción ....................................................................... 54

“Negros y zambos”. De esclavos a libertinos y los límites del mesti-

 zaje ......................................................................................................... 57

II. FIGURAS Y JERARQUÍAS DE LA DIFERENCIA EN EL SIGLO XIX. TRANSFORMACIONES DEL 

MAPA  NACIONAL ............................................................................................................ 61

1. Civilización andina/barbaries ardientes .......................................................... 65

1.1. Razas, colonialismo y diferencia ........................................................... 651.2. Tres razas y dos tierras .......................................................................... 68

2. Tipologías, economía de trabajo y construcción de nación ............................. 78

2.1. De las razas a los tipos humanos neogranadinos. ................................. 78

2.2. Economía política, trabajadores y colonización ................................... 82

 Los indios como tipos. Indios chibchas y campesinos del altiplano .... 86

Tierra caliente y calentanos .................................................................. 90

 La mujer calentana .......................................................................... 94

 Los bogas ......................................................................................... 95

 Los cosecheros................................................................................. 98

Tipos notables, patronos y cachacos .................................................... 99

3. La regionalización de la diferencia .................................................................. 101

3.1. Regiones, racialismo y ordenamiento espacial ..................................... 101

3.2. Los tipos regionales: orden nacional e identidades geopoblacionales . 107

 Antioqueños, un orden nacional de prosperidad y moral .................... 108

Santandereanos: artesanos, campesinos y liberalismo ....................... 113

 Los llaneros: un tipo para la ganadería ............................................... 116

Tolimenses y neivanos: la normalización de la tierra caliente ............ 120

Santafereños, payaneses y la costa. Ciudades en el centro de la nación

 y los límites al regionalismo ................................................................. 122

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Contenido

CONSIDERACIONES FINALES ............................................................................................ 133

BIBLIOGRAFÍA ............................................................................................................... 139

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PRÓLOGO

 A Isabel y Nabyl. Sus inesperadas y aun recientes muertes

me hicieron pensar y sentir de otras formas la vida,

incluido el curioso oficio de la antropología.

Esta investigación nació del gran interés que despertó en mí la lectura paraleladel Ensayo sobre las revoluciones políticas de José María Samper, 1861, y de La

 República en la América española de Sergio Arboleda, 1867. A pesar de las dife-rencias evidentes entre los dos pensadores decimonónicos respecto a su filiación

 política, al papel que cada uno asignaba a la Iglesia católica en el Estado y al tipode democracia que proponían establecer, encontraba que era necesario ir más alláde estas discrepancias para interrogar las formas en que era pensada la nacióncolombiana en el siglo XIX. Ambos pensadores hicieron del campo de la escri-tura y de su ejercicio letrado escenarios para fundar y pensar la nación, a la vez

que se definían y se posicionaban como miembros de la élite nacional. Ellos noeran casos aislados en un ambiente político y cultural dominado por la figura delletrado, ya fuese cosmopolita o “raizalista”, liberal o conservador, comerciante,hacendado o sólo literato.

Teniendo presente estas diferencias en los letrados, comencé a plantearme preguntas sobre la construcción de la nación “más allá de la comunidad imagina-da”, al decir de Castro y Chasteen (2003). No sólo sobre los textos de Samper yArboleda, sino sobre muchos otros, era posible preguntarse cómo la nación era ala vez un proyecto de unificación y diferenciación, en el cual la figura del pueblo

era constituida paralelamente a la de la élite nacional. De allí que, en relación conla construcción de la nación, el tema que más me ha llamado la atención, por surecurrencia en la descripción que se hace de Colombia, es el de la producción de ladiferencia, en particular, la regional. Sin embargo, la lectura del mismo Arboleday de las geografías y descripciones del país en la primera mitad del siglo XIX medemostraba la preeminencia de otras formas de diferenciación poblacional queno aludían a lo regional, sustentadas todas en fuertes explicaciones racialistas.La diferencia emergía por doquier en los relatos de la nación, por cuanto era uncamino privilegiado para generar un orden jerárquico en el que las élites letradasdefinían su posición. En este sentido, la construcción de las diferencias fue tam-

 bién un escenario de lucha de las élites por hacerse al dominio simbólico de la na-

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ción, en donde éstas se encontraban en el común denominador de la civilizaciónsobre la barbarie. Cuestionar el carácter político de la nación, las relaciones de

 poder que sustenta, sus formas de diferenciación, subordinación y marginación,es en el fondo el propósito de las consideraciones a continuación expuestas. Lostemas abordados aquí, aunque amplios, están enfocados deliberadamente sobre elanálisis de un conjunto de letrados y sus textos, con una óptica limitada entre eleje de Bogotá, Antioquia y Popayán, quienes, justamente, erigían como centrosde poder y conocimiento de la nación a estos espacios.

*****

En principio, mis intereses al revisar a estos letrados estaban todavía enfocadoshacia la historia política y social del siglo XIX; no sólo una lectura más atenta desus escritos, sino las constantes observaciones directas de Zandra Pedraza me han

 permitido ir poco a poco profundizando mi mirada. A Zandra, como directora detesis, también agradezco sus enseñanzas constantes sobre el oficio cotidiano delinvestigador, su énfasis en la rigurosidad con el trabajo de fuentes y su dedicacióny atención frente a mis preguntas y mis textos. De igual forma, quiero agradecerlos pertinentes comentarios de Peter Wade, quien desinteresadamente y conmucho entusiasmo leyó mi proyecto y atendió a mis preguntas, y a Germán Ferro,

 por su interés en mí y por haberme iniciado en la antropología y en el tema de lanación. Gracias también a mis lectores Margarita Serje y Roberto Pineda, por sus

 preguntas y precisiones. Además, quiero agradecer a Álvaro Camacho, FranciscoZarur y Heidy Casas, del Ceso, por haberme apoyado de las más diversas formas,desde el surgimiento de estas ideas hasta su publicación.

Ya fuese en los agradables momentos de la recolección y revisión de fuenteso en la difícil labor de escribir, siempre conté con el apoyo y la preocupaciónde mis amigos Carlos, Ana María, Luisa, Diana y Franz. También agradezco el

ánimo, la ayuda y el interés de Íngrid, Rosita, Jorge y Yoli en todo lo mío. Sinla ayuda de Ana Lucía en algunas transcripciones y en la organización de lainformación no hubiera finalizado, por ahora, este trabajo. A ella y al resto de mifamilia quiero agradecerles por ser un soporte fundamental en todos mis trabajosdel último año. Especialmente, agradezco a Margarita por su comprensión, granamor, estimulo, dedicación y paciencia, en medio de mis ocupaciones.

Siempre me pregunto qué hubiese sido de mí, de mis trabajos y de mis pro- blemas en los últimos años sin la compañía de Katherine Bonil. Estoy convencidode que sin ella este texto no hubiese sido, desde todo punto de vista, ni mediana-mente posible. A ella, un amor y un agradecimiento infinito por todo lo que hahecho por mí y de mí.

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 Es cuestionar la misma universalidad, lo “dado”,

la soberanía de ese pensamiento, ir a sus raíces y luego criticarlo.

 Es alzar la posibilidad de que no es tan sólo el poderío militar o la fuerza industrial,

 sino el pensamiento mismo el que puede dominar y subyugar.

 Es aproximarse al campo del discurso histórico, filosófico y científico

como un campo de batalla para el poder político.

Partha Chatterjee, 1986

 Mi interés principal es más el de un moralista que el de un historiador;

el presente me importa más que el pasado.

Tzvetan Todorov, 1982

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I NTRODUCCIÓN

Recientemente, y en particular para el caso latinoamericano, ha sido advertidocómo la construcción de las naciones desde el siglo XIX no ha pasado solamente

 por la producción de una homogeneidad o unidad nacional, sino por un esfuerzoconstante de plantear y definir las diferencias raciales, regionales, culturales y

sociales en torno a esta unidad1

. La particular condición postcolonial del subcon-tinente fue determinante en este hecho (Mignolo 2000a, 2000b; Quijano 2000,Rojas 2001). El caso colombiano resulta paradigmático y a la vez profundamentecomplejo, por cuanto la forma en que ha sido pensada la nación ha estado espe-cialmente atravesada por discursos sobre la heterogeneidad y la diferencia (Urue-ña 1994). En Colombia, lo nacional remite siempre a las diferencias internas. El

 presente trabajo parte de estudiar la unidad y la diferencia, lo homogéneo y loheterogéneo, como dos formaciones discursivas en la construcción de la nación, yno como dos objetos palpables o empíricos que simplemente se contraponen.

Así, pues, este texto se concentra en un eje fundamental de la construcciónde la nación colombiana en el siglo XIX: la elaboración y representación de ladiferencia poblacional interna, hecha por quienes en este ejercicio diferenciadorse definieron como élite nacional. La construcción de la diferencia se analizaen torno a un problema más amplio: la tensión entre proyectos de unificacióny de diferenciación en la constitución de lo nacional. Este estudio plantea quela misma definición de lo que une a la nación, de lo que la particulariza, de lo

 propio, se concentra con fuerza en la construcción de las diferencias internas yde sus márgenes, y, asimismo, que esta construcción sólo es posible en la medidaen que emerja la conciencia de una unidad nacional. En términos amplios, las dos

 partes de este texto abordan, respectivamente, cada una de estas dos premisas.

En la primera parte comienzo estudiando los fundamentos de unidad quemayor fuerza cobraron en el siglo XIX, para ir revelando cómo desde allí mismoel ejercicio diferenciador emergió como parte central de la nación. Ello fue deter-minante, en la medida en que la construcción discursiva de la nación fue un esce-

1 Al respecto, ver Alonso (1994), Appelbaum (2003), Castro y Chasteen (2003), Rojas (2001),Urueña (1994), Wade (2000, 2003b) y los ensayos contenidos en Appelbaum, Macpherson yRosemblatt (2003).

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Julio Arias Vanegas

nario privilegiado de la definición de la élite nacional  como agente del gobiernode los otros, vistos desde la retórica igualitaria como semejantes. Esta retórica

hacía aún más indispensable la representación de las diferencias internas en unavisión jerárquica del orden nacional entre élite y pueblo. Las diferencias emergíanallí con fuerza para una élite que se representaba como tal en tanto civilizada,criolla e hispano-descendiente. La delimitación de quién debía y podía gobernar,en medio de cruciales tensiones identitarias, es el tema del segundo capítulo deesta primera parte. Élite y pueblo eran los dos elementos centrales de los discur-sos nacionales, tanto unificadores como diferenciadores. La definición de la élite

 pasaba por la invención del pueblo nacional . La figura del pueblo, como funda-mento de la nación, marcaba patrones de normalización a partir de los cuales era

 posible elaborar una diferencia aceptable, a la vez que creaba los márgenes de lanación, la diferencia más extrema de la misma. La invención del pueblo y de susmárgenes es el tema final de la primera parte.

En la segunda parte de este texto estudio concretamente la representación dela diferencia poblacional interna a lo largo del siglo XIX. En ella trazo la transfor-mación y convergencia de tres modelos de taxonomías poblacionales analíticamen-te distinguibles. En los tres capítulos de esta parte, paso de una primera oposición

 básica entre civilización y barbarie –cada una asociada a dos tierras diferentes– a laemergencia de los tipos humanos neogranadinos y los regionales como formas na-cionales y moderadas de plantear las diferencias poblacionales, aunque no por ellomenos jerárquicas. En esta parte planteo cómo la regionalización de la diferencia seva abriendo camino como una vía privilegiada para la creación de la heterogenei-dad nacional bajo el supuesto de una homogeneidad. Este último capítulo, de acuer-do con lo planteado en el conjunto del texto, enfatiza en cómo la construcción de launidad nacional en la Colombia del siglo XIX pasó por la re-creación de diferencias

 poblacionales como una manera de constituir un orden jerárquico entre las élitesy el pueblo nacional y, asimismo, entre las distintas poblaciones que se movían en

torno a esta última figura. En este marco, la diferencia comenzó a ser reiterada pormedio de la racialización de las regiones y de la regionalización de la diferencia.Las fuentes consultadas demuestran el naciente esfuerzo de la élite letrada nacional

 por plantear un mapa de la diferencia aceptable, en términos regionales, al mismotiempo que se situaban por fuera o por dentro de este mapa en la definición de suidentidad de élite. Igualmente, estas fuentes revelan el orden jerárquico que se vaconstituyendo entre las emergentes regiones, de acuerdo con las desequilibradasrelaciones económicas, políticas y simbólicas que se fueron tejiendo entre ellas.

Aunque en un principio el trabajo estaba concentrado en la construcción delas diferencias regionales, el estudio de las fuentes evidenció que el país apenascomenzaba a ser pensado en los términos regionales planteados con mayor claridad

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Introducción

durante el siglo XX. Si bien podría hacerse un estudio sobre la forma en que cadaregión era representada desde una clasificación regional actual –un ejercicio de

heterogeneidad sobre lo homogéneo, propio del observador contemporáneo–, ellocarece de validez para la presente investigación. El objetivo de ésta siempre hasido atender a las formas y a los términos propios en que la diferencia poblacionaly también espacial fueron elaboradas. Por tal razón, se exploran taxonomías

 propias del siglo XIX en las que las figuras regionales todavía no aparecían privilegiadamente o en las que se entremezclaban con otras, de acuerdo consu función o sentido en el conjunto del mapa de la diferencia poblacional de lanación.

El problema de la unidad y la diferencia es abordado a partir de diversos tex-

tos naturalistas, geográficos, literarios, etnográficos y políticos –esta distinciónera muy difusa– 2 escritos por un conjunto de pensadores que, signados por sucarácter letrado, se posicionaban como agentes del gobierno de la nación. Incluso,no pocos de los escritores analizados tomaron parte activa en la formación delEstado nacional. En el siglo XIX, los letrados ocupaban de forma privilegiadael campo del poder político nacional. En el fondo, esta investigación puede ser

 pensada como un estudio sobre este conjunto de letrados, quienes por medio deconstruir la diferencia se definían como élite nacional3. En el siglo XIX, la na-

2 En su gran mayoría, los textos escogidos fueron de amplia divulgación, en la medida del sigloXIX, e influyentes y determinantes en la actividad literaria y política. Algunos de ellos fueronéxitos editoriales de la época y reeditados en numerosas ocasiones a lo largo de los siglos XIX yXX.

3 Los autores de los textos analizados, en su gran mayoría, son claros representantes de la éliteletrada y política nacional de la segunda mitad del siglo XIX. Ellos escribieron y publicaron gran parte de sus obras entre la década de los cincuenta y ochenta, y por esto han sido principalmenteestudiados en torno a las divisiones políticas propias de la formación de los partidos tradicionales. No obstante, deben ser apreciados como una generación que se formó a plenitud bajo la vida

republicana, tomando la dirigencia intelectual y política de la primera generación de republicanosde los treinta y cuarenta. De allí su inminente preocupación por fundar el Estado y la nación, por consolidar una verdadera vida republicana, por conocer e integrar pueblos y naturalezas, por el estudio de las costumbres populares, por auscultar el pueblo y el campo nacional, y por sobrepasar definitivamente la vida colonial, sin olvidar los matices. No obstante, ya fuese porque algunos de ellos viajaron y estudiaron en Europa, o porque particularmente trazabanuna ascendencia directa con España, esta élite se caracterizó con fuerza por la conjunción de un

 pensamiento nacional y un espíritu cosmopolita determinante en la comprensión de lo propio y delas diferencias internas –con el alma y el corazón dividido entre Europa y Colombia–. La mayoríade estos autores transitaba entre la política, los viajes, el naturalismo, la geografía, la literatura,la etnografía y el ejercicio de cargos gubernamentales, signados todos por el poder de la escrituray un carácter letrado. Aunque algunos se circunscribieron a la actividad política y literaria,

otros fueron reconocidos hacendados y comerciantes, preocupados por una vida industriosa, productiva y activa. Las diferencias respecto a estas actividades, los oficios y el origen, sinembargo, marcaron importantes matices respecto a las consideraciones sobre la política, el poder

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Julio Arias Vanegas

ción fue básicamente una construcción discursiva y una estrategia textual. En lanación, entendida como estrategia textual, no sólo son generados sentimientos de

 pertenencia e identificación a una comunidad de iguales, sino que es producido yescenificado un orden simbólico en el que es constituido el pueblo nacional, susformas de vida, donde es clasificado y ordenado, donde son formados y diferen-ciados los sujetos de la nación. Los discursos sobre la nación constituyen a los su-

 jetos subordinados y, principalmente, a la élite, aquella que produce y reproducelos discursos e ideales nacionales donde se define como dominante4.

Por el conjunto de textos escogidos, el problema no se dirige concretamentea las políticas estatales relacionadas con la unidad y la diferencia. El problema

 presentado aquí no atiende directamente a la formación del Estado, a sus políticas

y proyectos para intervenir y moldear la población5. Esto no niega que las fuentesescogidas brinden los elementos para esta actuación estatal, aunque insisto en queesto podría ser un asunto de otra investigación. El tipo de fuentes atiende más biena la construcción de un orden nacional, en el cual la representación de entidadesgeopoblacionales y de la diferencia entre éstas fue un escenario de definición ylucha identitaria. La diferencia regional fue uno de los espacios privilegiados deesta lucha.

Como señalé, esta investigación parte de los planteamientos sobre la cons-

trucción de la unidad y la diferencia, en el caso de las naciones latinoamericanas.Aunque a menudo se enfatiza primordialmente en que la construcción de la na-

eclesiástico, la educación y el papel del pueblo; estos autores no conformaban para nada un grupohomogéneo. Empero, en conjunto, reiteraron por medio de su ejercicio la posición del altiplano(específicamente, Bogotá), Popayán y Antioquia como centros de poder y conocimiento de lanación. Por ello mismo, los mapas de la diferencia poblacional se movían principalmente en el ejede poder que constituía Bogotá, Antioquia y Popayán, con tipos humanos y regionales alrededor,y bárbaros, negros e indios en los márgenes y las fronteras.

4 En especial, la primera parte de este texto profundiza sobre estas reflexiones.

5 En este texto, el problema de la diferencia no es abordado en torno al biopoder, entendido, taly como lo plantea Foucault (1976), como el conjunto de políticas y prácticas gubernamentalesque desde el siglo XIX han pretendido transformar, cuidar y regular la vida de la población,comprendida esencialmente en términos biológicos. Así, cuando aquí utilizo reiteradamente eltérmino “diferencia poblacional” no lo hago en ese sentido biopolítico, sino equiparándolo con pueblo o con la diferencia entre pueblos. Esto lo determiné para no hablar de diferencia racial, yaque, aunque el término puede ser adecuado, puede también ser interpretado exclusivamente comoreferente a la clasificación racial de las t res grandes razas. Asimismo, tampoco utilizo el términodiferencia cultural, puesto que no es el adecuado en el contexto del siglo XIX, tal y como sí seríaen el siglo XX. Esta consideración sobre la biopolítica en este texto se debe al tipo de fuentes y al

 problema concreto trabajado, sin negar que éste está atravesado por la creciente preocupación delEstado moderno por el manejo de la población, como eje central de lo que Foucault (1978) llamóla gubernamentalidad .

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Introducción

ción pasa sólo por la vía de la homogeneización cultural6, la producción de un tipo particular de heterogeneidad también ha sido importante, en tanto que permite el

establecimiento de jerarquías dentro de la nación, las cuales privilegian a unosgrupos y subordinan a otros. Wade (1997, 2000), pensando en el caso colombia-no, señala las limitaciones de centrarse exclusivamente en los proyectos de ho-mogeneización: ello no permite entender cómo la heterogeneidad misma ha sido

 producida en contextos particulares y en medio de relaciones de poder, como unacto necesario para marcar unas jerarquías dentro de la nación; al fin y al cabo,“la homogeneidad total significaría la eliminación de las diferencias de jerarquíasinternas a la nación que aún las élites nacionales se empeñan en mantener” (Wade1997: 62). Esto no significa que las élites no intenten la homogeneización, sino

que ésta entra en una compleja relación con el lugar que se le da a la diferencia enlos ideales nacionales. Los proyectos nacionales no intentan simplemente negar ysuprimir la diferencia o “domar” un pueblo que anterior a la narración es hetero-géneo, sino que construyen y escenifican una concepción particular del mismo yde sus diferencias7.

De igual forma, Alonso (1994), respecto al caso mexicano, llama la atenciónsobre la ambivalencia entre unidad y diferencia, al afirmar que en la formación delEstado-nación se presentan dos proyectos paralelos: uno totalizante, encarnadoen el nacionalismo, en la escenificación de un “nosotros” que intenta englobaral conjunto de la población; y otro particularizante, que esta autora estudia en laconstrucción de la etnicidad, donde son individualizados grupos sociales dentrode la nación, permitiendo de esta manera “la producción de formas jerárquicas deimaginar al pueblo” (Alonso 1994: 391). Por su parte, Appelbaum, Macpherson yRosemblatt (2003) explican cómo las definiciones de raza han sido centrales enlas naciones latinoamericanas, tanto para pensar la unidad nacional como para

6 Esta discusión fue motivada a partir de las obras ya clásicas de Gellner (1983) y Anderson(1991). El primero atendió a la importancia de la estandarización cultural en las sociedadesmodernas capitalistas, de la mano de la conformación de los estados nacionales. Por su lado,Anderson enfatizó en las profundas transformaciones culturales que llevaron a que la naciónfuera pensada como una “comunidad imaginada” de iguales que se caracteriza por relaciones decamaradería y horizontalidad. Ha sido la teoría poscolonial, en autores como Chatterjee (1986,1993) y Bhabha (1990a), la que ha comenzado a cuestionar fuertemente las limitaciones de estasvisiones totalizantes, europeizantes y ajenas a las relaciones coloniales de poder que sustentaronla fundación de las naciones periféricas.

7 En este sentido, Wade está retomando a Bhabha (1990a), quien explica cómo en la narración dela nación se generan tensiones entre una “temporalidad historicista-pedagógica”, que sitúa al pueblo nacional frente a los otros como una entidad homogénea en un tiempo lineal compartido,

y una “temporalidad performativa”, donde los nacionales en la cotidianidad crean signif icadossobre las diferencias culturales y dan muestra de éstas. Según Bhabha, la narración de la naciónimplica una ambivalencia en sí misma: entre proyectos de homogenización y de diferenciación.

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 plantear jerarquías internas poblacionales y espaciales. En particular, Appelbaum(2003), desde el caso colombiano, analiza la racialización de las diferencias

regionales, planteando que la nación y la región son construcciones históricas paralelas.

Por otro lado, la teoría latinoamericana crítica del colonialismo, el occiden-talismo y los proyectos civilizadores ha brindado suficientes elementos para pen-sar en el contexto en el que las naciones latinoamericanas emergieron imbuidasde esquemas jerárquicos de diferenciación8. En el siglo XIX latinoamericano, lasélites se definieron desde una doble conciencia criolla (Mignolo 2000b), en la quela delimitación y las distancias eran determinantes. Allí, el ejercicio diferenciador

 pasó por una colonialidad interna, en la que el racialismo sustentaba un orden

 jerárquico y naturalizador de las diferencias poblacionales y espaciales. La na-ción se fundó en una lógica colonial generada en la consolidación de la economíamundo capitalista y de un mundo moderno/colonial, en el que Europa era situa-da como centro de poder (Quijano 2000). En las naciones hispanoamericanas, elejercicio de gobierno se fundó en una colonialidad del poder en la que las clasifi-caciones raciales eran determinantes. Ello cobró aun más fuerza, por cuanto “eldeseo civilizador” (Rojas 2001) primó en la definición de identidades sociales ygeoculturales, y en la misma constitución de la nación. El colonialismo interno yel racialismo fueron también resultado del contexto de exploración, apropiación,conocimiento y clasificación de poblaciones y territorios que inauguró con im-

 portancia el siglo XIX en la definición de lo propio9.

Resulta evidente el peso del racialismo en la construcción de las diferencias.De alguna manera, esta investigación traza el desenvolvimiento del racialismo alo largo del siglo XIX, partiendo de la categoría de raza, sus implicaciones po-líticas y los discursos que articula10. Asimismo, demuestra que el racialismo no

8 Ver también el prólogo de Holt en el libro editado por Appelbaum et al. (2003).9 Los textos de la Comisión Corográfica, por ejemplo, se inscribieron en dicho esfuerzo colonialista-

modernizador. La Comisión fue una de las mayores expresiones de ese pensamiento de la época, pero no fue la única ni lo ejemplifica todo; ensayos políticos y literarios, relatos de viaje, cuadrosde costumbres y textos científicos demuestran la centralidad del racialismo, la importancia delnaturalismo, de las exploraciones y del colonialismo en la producción de las diferencias.

10 En este texto utilizo más el término racialismo que el de racismo para dar cuenta de los esfuerzosdiscursivos por explicar y naturalizar las diferencias humanas, los cuales cobraron a partir delsiglo XVIII, en la definición de Occidente como centro del mundo, una fuerza particular en laconfiguración de una colonialidad del poder mundial y nacional. Según Todorov (1989), esteracialismo se ha fundamentado en una serie de proposiciones básicas: 1) la existencia indiscutible

de razas humanas que son fácilmente distinguibles; 2) la continuidad entre lo f ísico y lo moral,es decir, que la división del mundo en razas corresponde a una división de grupos culturales; 3)el racialista no sólo señala que existen las razas sino que crea una jerarquía entre éstas.

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Introducción

opera solamente con la categoría de raza, sino con distintas categorías y sistemasde clasificación que son “racializados”11. Las categorías pueblos, tipos humanos

o tipos regionales estaban plenamente racializadas en el siglo XIX colombiano. Si bien el mestizaje, el aumento de la conciencia nacional y la transformación de lossaberes sobre la diferencia marcaron un cambio en la preeminencia de los rasgossomáticos en el racialismo, paralela a la emergencia de cierto culturalismo, éstenunca desapareció, por cuanto determinaba, naturalizaba y fijaba con fuerza lasdiferencias poblacionales. El culturalismo de la regionalización de la diferenciano abandonó en el siglo XIX, ni aun en el XX, la racialización de rasgos natura-lizados de los tipos o los pueblos regionales.

En principio, esta investigación se concentró en los años que transcurrieron

entre 1830 y 1886, desde la constitución de la Nueva Granada hasta el períodoconocido como la Regeneración. Este corte se basó en el supuesto de que durantelas dos últimas décadas del siglo XIX se presentaron cambios significativos enla construcción de la unidad y de las diferencias internas, por los principios queestableció la Regeneración, los nuevos modelos legales de ordenamiento territorialy el ascenso de la economía cafetera y de nuevos grupos sociales asociados aésta. No obstante esta concentración en unas décadas específicas, especialmentea mediados del siglo XIX, este trabajo finalmente no se rigió por un estricto cortecronológico, por cierto arbitrario, sino que proyectó sus reflexiones a lo largo delsiglo.

Esta forma de entender el período proviene, además de un acercamientogenealógico, de los presupuestos básicos de la antropología histórica (Süssmuth1984). Es así, por cuanto esta investigación aborda históricamente aspectosantropológicos fundamentales, como la diferencia, la identidad, la alteridad y losórdenes simbólicos, en el contexto de la construcción de la nación en la Colombiadecimonónica. En este texto, las preguntas se refieren a cuestiones básicas que giranen torno a las diferentes formas históricas y culturales en las que ha sido pensada y

 No obstante, a pesar de que Todorov señala este cambio epistemológico y político, esimportante separarse de este autor cuando distingue entre algo teórico que sería el racialismoy algo cotidiano que sería el racismo. Esto podría implicar una separación insostenible entrediscurso y práctica. Por el contrario, los textos aquí analizados provienen del racismo y sustentany generan discursos sobre el racismo, los cuales se originan en prácticas concretas de dominación política, cultural y económica.

11 Este término, al igual que el de “racializar”, hace referencia al proceso de marcar las diferenciashumanas de acuerdo con los principios del racialismo. En este proceso, rasgos físicos y sociales,

como la fisonomía, el color de la piel, los comportamientos, las actitudes y las costumbres, soncargados de connotaciones raciales y juzgados desde los valores del racialismo (Appellbaum et

al. 2003; Wade 2000, 2003a).

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resuelta la existencia humana. Esto implica concentrarse en la historicidad de losórdenes simbólicos y en el carácter abierto y cambiante del entendimiento sobre

el hombre. Justamente, desde la antropología histórica se hace importante una“antropología de la modernidad” (Escobar 1999; Pedraza 1999), una investigaciónque se pregunta por la modernidad occidental como fenómeno cultural e históricoespecífico y, en este sentido, una etnografía histórica que cuestiona una entidadcentral de la misma: la nación. De esta forma, en la antropología histórica queaquí se propone tiene un gran peso la dimensión política, en tanto se pregunta

 por las relaciones de poder, dominación y marginalización en la constitución deórdenes simbólicos y en la definición de las diferencias poblacionales.

Así, pues, este texto mostrará cómo las diferencias emergían por doquier en

la construcción de la nación. No precisamente por una valoración de la misma ocomo una expresión de una realidad observada. El asunto no era en absoluto menor

 para las consideradas élites nacionales. La cuestión era políticamente importante.A fin de cuentas, lo que estaba en juego era la definición de relaciones de poderen el marco, los términos y las limitaciones de la unidad nacional, dentro del

 pensamiento antropológico colombiano del siglo XIX.

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I. LA  NACIÓN COMO PROYECTO DE UNIDAD 

Y DIFERENCIACIÓN DE LA ÉLITE,SU PUEBLO Y LOS MARGINALES

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Esta primera parte abre la discusión sobre las tensiones, contradicciones y retosimplícitos en la nación como construcción discursiva, a partir de la cual son crea-

das y reiteradas paralelamente la unidad y la diferencia. En esta ambivalencia, dosfiguras cobran vital importancia en el siglo XIX colombiano: élite y pueblo emer-gen, en permanente tensión, en los relatos e imágenes sobre lo igual, lo distinto,lo propio, lo ajeno, lo nuestro, lo otro, lo central y lo marginal, que atraviesan lacontingente, ambigua, pero pretendidamente coherente y unitaria construcciónde la nación. Como detallaré en el primer capítulo, los fundamentos de unidadno podían distanciarse de las estrategias de diferenciación. La unidad misma era

 pensada desde y con las diferencias. El pueblo nacional era inventado allí como elotro distante y “nuestro” de la élite, y, al mismo tiempo, generaba patrones de nor-

malización y particularización desde los cuales era posible pensar una diferenciaaceptable y definir los márgenes poblacionales y simbólicos de la nación. Ello esabordado en el tercer capítulo.

Ya que este texto se desliza en la tensión entre élite y pueblo, el segundocapítulo de esta parte estudia cómo la nación, en tanto ejercicio de poder,

 posibilita la definición de quién puede y debe ejercer el gobierno sobre los otros.Desde este planteamiento, los proyectos de unificación, de construir una unidadabstracta y abarcadora, deben pensarse como formas de dar sentido y justificaro, más bien, hacer incuestionable el ejercicio de dominación de un territorio y deuna población, que reclaman como suyos las élites asociadas a la formación delEstado moderno. De esa pretendida unidad emerge precisamente la necesidad,

 para las élites inmersas en el reto de fundar la nación, de plantear nuevas o recrearviejas formas de diferenciación. La insistente retórica nacionalista en torno a laigualdad y la comunidad, y la progresiva transformación de la conciencia de ser,

 pertenecer y compartir con otros, que antes eran más otros, y que por eso mismono pueden dejar de serlo, refuerzan la necesidad de marcar distancias, ejerciciofundamental en el problema identitario que atraviesa a la nación: el de definirse

como élite.

1. LA  NACIÓN COMO-UNIDAD

Las naciones aparecen ante nosotros como objetos o conjuntos culturales limitados, particulares y autocontenidos, precisamente porque son poderosas construccionessimbólicas que ordenan y se sustentan en formas de identificación colectiva eindividual. Esta ficción de unidad en la forma nacional sólo tiene sentido en elcontexto de formación de los estados modernos, como un medio importante deejercer dominio y soberanía en un territorio delimitado como propio (Cf. Gellner

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1983, Elias 197012). Igualmente, la idea de comunidad hace posible la contención,regulación y normalización de las poblaciones que habitan ese territorio.

Los proyectos de unificación no han pasado necesariamente por la búsquedade una homogeneización cultural real, aun si pensamos que esto es posible. Más

 bien, la nación se funda en una imagen de homogeneidad que genera patrones jerárquicos de incorporación. En la Colombia del siglo XIX, la generación de sen-timientos de igualdad y de pertenencia estuvieron supeditados a la delimitacióny construcción de una unidad como orden, que jerarquiza, contiene, controla ynormaliza. Uno de los propósitos centrales de las élites estatales neogranadinasfue construir la unidad nacional desde estrategias y dispositivos especialmenteescriturarios. Pero no una unidad en el sentido al que remite la categoría cultu-

ralista de comunidad, sino una en la que se procuró enmarcar a una población bajo una misma visión u horizonte, donde se compartan los mismos términosy criterios para delimitar lo nacional y para definir el quién y qué es, lo que enúltimas permite establecer una hegemonía de lo nacional . Por ello, dispositivos yestrategias, como la instrucción publica –en particular, la enseñanza de geografíae historia patria–, los manuales de urbanidad, las gramáticas, los catecismos olas constituciones (Castro-Gómez 2000), más que civilizar homogéneamente oestandarizar cultural y socialmente a una población, difundiendo los valores deuna “clase alta”, pretendieron unificar, instituir y fijar lo normal-nacional , comouna linealidad vertical generadora de clasificaciones jerárquicas internas, la cual,aunque se basaba en construir y modelar un supuesto pueblo, único y particular,se inscribía en proyectos civilizadores que desbordaban los límites nacionales.

A continuación, presento los principales fundamentos de unidad en el sigloXIX colombiano, para resaltar no solamente la constitución de una imagen del

 pueblo nacional como sustento de dominación de un ejercicio político, sinotambién cómo estos fundamentos contenían en sí mismos formas de diferenciacióny patrones de jerarquización de la población. La unidad estaba imbuida de la

diferencia.

12 En las referencias entre paréntesis utilizo “Cf.” para indicar la existencia de otros autores quehan señalado consideraciones similares a las expresadas aquí. Además, utilizo “Cf.” para indicarque se puede confrontar esta idea en determinada fuente secundaria, y así, distingo de “ver” para precisar la fuente primaria donde se puede encontrar la idea señalada. También uso referencias

entre paréntesis para indicar que determinada idea se puede encontrar ampliada en una par te del presente texto. Por ejemplo (Cf. I/3.1) indica que esto se puede confrontar en la primera parte,sección 3.1.

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1.1. El pasado común: por una historia nacional

Las biografías nacionales tienen el reto de presentar una historia coherente y uni-taria del sujeto-pueblo nacional, que genere formas de identificación, simultanei-dad y homogeneidad en una misma temporalidad. En el siglo XIX colombianofue construida una historia civilizadora y nacional, cuyo punto de origen era laIndependencia, y a partir de la cual eran explicados, en una lógica serial y teleo-lógica, el pasado, el presente y el futuro de todos los habitantes del territorio Sinduda alguna, la historia nacional del siglo XIX era una civilizadora, como lo hamostrado Colmenares (1986). Esta historia, al tener que integrar en su relato a

 pueblos muy diversos y tener que reconciliar pasados de violencia y colonialismo

con el presente nacional, dejó de lado la coherencia y fue habitada por giros, pa-radojas y fisuras.

Durante las décadas siguientes a la Independencia, la narración temporalde la naciente república se concentró más en el futuro que en un pasado lejanoy ancestral. El horizonte ilustrado de la civilización y el fulgor postindependista

 permitieron proyectarse hacia adelante, teniendo como principal sustento la ideade la revolución. Para constituir la Independencia (en mayúscula) como momentofundacional de la nación, la historia debía explicar su carácter, valor y legitimi-dad, en el marco de la reflexión sobre las constantes revueltas y frente al pasadocolonial español. Las historias escritas hasta la década del sesenta del siglo XIXse concentraron en dar un sentido a las revoluciones que había vivido Colombiadesde 1810 hasta 185413. Éstas fueron concebidas como evidencias del reajuste dela sociedad, en aras de alcanzar la civilización y liberarse de la pesada herenciacolonial de barbarie, opresión y oscuridad14. Así lo expresaba Ancízar en un edi-torial: “las revoluciones políticas no son acontecimientos casuales: son mediosconcedidos al género humano para satisfacer sus necesidades de progreso y de ci-vilización” (Ancízar 1848: 15). Por tales razones, más que un período de revueltas

violentas, los años que transcurrieron de 1810 a 1849 son para Samper “ejemplosadmirables de lo que pueden en los pueblos civilizados la fuerza de la razón, el in-flujo de la verdad i el imperio incontestable de la opinión pública” (Samper 1853:2). El propósito de esta historia, particularmente liberal, fue hacer conscientes atodos los nacionales de vivir en una nueva y memorable época, e incorporarlos

13 Al respecto, fueron revisados, en especial, Restrepo (1858) y Samper (1853, 1861). Es significativoque estos textos inicien en 1810 y 1832, bajo la visión implícita de la Independencia como punto

cero de la historia.14 De allí que la revolución inaugurada desde 1810 continuara siendo un proyecto presente por elcual luchar (Samper 1853).

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a la lucha por el orden republicano, para derribar los cimientos de la estructuracolonial (Samper 1861)15.

Desde esta visión de la Independencia, la Conquista y la Colonia aparecíancomo dos etapas que explicaban la necesidad de las revoluciones. La nueva erarepublicana era legitimada como tal en tanto fuera construida la imagen de un

 pasado de violencia, pillaje, ambición (Uricoechea 1854; Pérez 1865 y Acosta1848) –la Conquista–, oscurantismo, fanatismo y feudalismo –la Colonia–. Lashistorias sobre el pasado prehispánico y la Conquista, como las de Uricoechea(1854), Pérez (1865) y Acosta (1848), insistieron en la barbarie e ignorancia de losconquistadores, quienes motivados por la ambición de oro, y no por un espíritucolonizador como el inglés, devastaron a las incipientes civilizaciones indígenas

(Cf. Langebaek 2003).

La Colonia era representada como la etapa lógica consecuente de este primermomento de violencia. Fanatismo religioso, intervencionismo económico, monopo-lios, esclavitud, rigidez social, intromisión de la Iglesia en política y atraso socialeran los motivos más reiterados en la crítica a la Colonia (De Plaza 1850; Ancízar1853; Samper 1861; Pérez 1865), en particular, por los pensadores liberales16. Sindistinción de partido, los letrados cuestionaron fuertemente las instituciones políti-cas coloniales, que negaron la ocupación de cargos burocráticos a los criollos, y su

atraso frente a las políticas estatales y comerciales de las otras potencias europeas.Esta imagen del pasado español en América solamente formaba unos frag-

mentos del espejo en el que se veían reflejados los letrados criollos del siglo XIX

15 En esta historia fueron fundamentales “los héroes de la revolución y de la patria” como modelosa seguir, para los ciudadanos y el pueblo en formación (Álvarez 1995: 54).

16 Particularmente, en las décadas de los cincuenta y sesenta, en medio del surgimiento de los par-tidos políticos y del espíritu reformista frente a la herencia colonial, la representación del pasado

fue un escenario de confrontación política entre el conservatismo, el liberalismo y sus vertientes.Para las diferentes posiciones, el pasado colonial se constituyó en una forma de dar sentido ylegitimidad a su lucha política, por lo que era leído, juzgado o valorado, desde la actividad y la propaganda política. Durante estas décadas, en el contexto de dicha confrontación política, el pasado colonial fue usado como diferenciador de grupos sociales, miembros de la élite, poblacio-nes y regiones (Cf. II/3). En particular, los liberales utilizaron el término colonial para referirsea personas o grupos, como calificativo negativo equivalente a retrógrado, oscurantista, fanáti-co, anticuado, tradicionalista y atrasado, entre otros. (Revisar, en especial, Ancízar 1853, Díaz1859a, Samper 1861). Todo aquello que fuera visto como una perspectiva o incluso una actitud“tradicional” frente a las ideas progresistas era desplazado al pasado, en un espectro en el que elfuturo debería ser el norte de las acciones presentes. Este juego de oposiciones y la mirada sobreel pasado se daba en el marco de la lucha política y cultural decimonónica entre “modernos y an-

tiguos”, “progresistas y tradicionistas”, definida así por los primeros. Para los autoproclamados progresistas, la Colonia era “el medioevo” americano necesario para legitimarse y situarse comoagentes de una nueva época –de allí la recurrente equiparación entre las dos épocas–.

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La nación como proyecto de unidad y diferenciación

colombiano. Al fin y al cabo, ¿cómo podía ser tan sólo negativa la visión sobre losancestros y la patria con la que se compartían fuertes vínculos culturales y fami-

liares? Así, un gran reto para los letrados consistió en restaurar el pasado españoly reconciliarlo con el presente nacional. Durante el siglo XIX primó la valoracióndel pasado hispánico y sus herencias culturales y morales. La historia de Españaen América ofreció a los letrados la posibilidad de dar forma a un pasado más le-

 jano, a una historia antigua necesaria para constituir el origen ancestral y remotoen el que se sustentaban las biografías nacionales.

En este marco, el conquistador que la élite criolla había definido como elinvasor, dentro de la retórica nacionalista y de americanidad, era igualmente losemejante. Era necesario limpiar el pasado español y conjugarlo con el de las in-

cipientes civilizaciones indígenas, para enrutarlos en una misma historia:

Para ser imparciales no debemos olvidar que obtenida la independencia, después de unaguerra sangrienta y cruel, la memoria de los españoles quedó entre nosotros execrada yodiosa, y que todos los horrores de la conquista, unidos a las crueldades de la guerra de laindependencia, formaron contra la España una masa de odio que es preciso mover con unespíritu sereno; que hay que considerar […] que los conquistadores trajeron a estas regionesla civilización que estos tenían: que hicieron de los indios súbditos del reino; que no losextinguieron como en otras regiones; que las leyes los consideraron libres, y que, por elesfuerzo español, de bárbaros errantes se formaron habitantes de las ciudades aptos para laindustria y obreros de la civilización. (Rivas 1899: 261)17

La Conquista era descrita, entonces, como una gesta heroica que había in-troducido la civilización y el cristianismo al suelo americano. Los conquistadoreseran héroes, europeos, cristianos y aguerridos, enfrentados a climas malsanos ytribus guerreras (Acosta 1848; Codazzi 1856, 1857, 1858; Samper 1861). La his-toria de la Conquista, narrada como sucesos de aventuras caballerescas, aunque

 bañada en sangre, era admirada por lo que significaba como sometimiento denaturalezas, territorios y poblaciones incultas y salvajes. La Conquista marcabaademás el inicio de un batallar constante de europeos y criollos por la civilización

y domesticación de lo bárbaro, una tarea en la que se inscribían las élites naciona-les, y en la que se representaban como portadoras de tan significativo mandato18.

17 Incluso en la obra de Felipe Pérez, quien era un acérrimo crítico de la conquista española, se puede encontrar el esfuerzo de conjugar y equilibrar el pasado prehispánico con el español(Acosta 2002). En sus cuatro novelas históricas, sobre el período incaico en Perú y la conquistade este reino por parte de los españoles, Pérez intenta neutralizar las diferencias entre el mundoespañol y el americano, antes y después de la Conquista, equilibrándolos e igualándolos parahacerlos parte de una misma historia, la historia de los criollos.

18 Las exploraciones científicas y geográf icas, y los proyectos colonizadores eran presentados,la mayoría de las veces, como parte de un continuo que se había iniciado con las primerasexpediciones de los conquistadores ibéricos. En los informes de la Comisión Corográfica, por

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A pesar de la devastación, la Hispanoamérica republicana no hubiese exis-tido sin la Conquista, dentro de esa historia teleológica en la que se conectaban

diferentes eventos en una misma lógica,¿Y quiénes fueron los iniciadores de la Independencia? Fueron (todos lo sabemos) losdescendientes de los mismos conquistadores. La Independencia fue, por tanto, el desarrollológico, providencial, aunque lento, de la conquista; como ésta fue derivación, mucho másrápida, del descubrimiento. Suprimida la conquista, quedaría también, de consiguiente,suprimido el 20 de Julio de 1810. (Núñez 1881: 438)

De esta manera, los letrados nacionales se declaraban descendientes direc-tos de los primeros conquistadores. La historia de la Conquista fue, entonces,una mitología de la génesis de la nación, en donde cada uno de los principales

conquistadores cumplía el papel de héroe mítico. Era la mitología de la élite, delos descendientes de los primeros españoles; a fin de cuentas, los letrados nose podían presentar a sí mismos como hijos y herederos de los pueblos indíge-nas. Así lo expresó Rivas (1899: 259-287) en su reseña biográfica de Jiménez deQuesada. Allí, el conquistador era representado como el padre fundador de todauna sociedad, y no sólo de una ciudad, como el ancestro del linaje de los líderesnacionales. A partir de él nació una casta de españoles del Nuevo Mundo, en lasmanos de quienes estaba encargada la consolidación de lo nacional, desde SantaFe como centro de poder.

Se hace evidente que la importancia de la historia como saber de la cons-titución de lo nacional no radicaba solamente en la invención de una unidadcolectiva, sino en la definición y explicación de las diferencias y jerarquías po-

 blacionales y espaciales. No todos eran ubicados igualmente dentro del pasadohispánico: “La madre común nos ha hecho tan desiguales, que es una necedad

 pretender que el que no ha recibido una buena educación, haya de tratar y alternarcon otro que sí la ha recibido o que tiene otros motivos para que se le considerede otro rango” (Santander 186?19: 485). La historia decimonónica pretendió dejarmuy en claro los centros de poder de la nación y los linajes que ejercían tal po-der. En particular, la Conquista, en estas narraciones, inauguraba y validaba “latopografía moral” de la nación, del descenso y el ascenso por ella, en términosde Taussig (1987).

ejemplo, la descripción geográfica, elaborada en forma de relato de viaje, era antecedida poruna historia de las rutas conquistadoras, en la que los adelantos de la Comisión eran presentadoscomo la segunda conquista del territorio nacional; sobre todo en las regiones de frontera, dondeel esfuerzo mal logrado de los conquistadores realzaba el valor de los expedicionarios modernos

(Codazzi 1856, 1857).19 En los casos en los que no ha sido posible precisar la fecha exacta de publicación original, serecurrió a una fecha aproximada.

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La nación como proyecto de unidad y diferenciación

En los relatos de viaje y en las expediciones geográficas, la presencia de unahistoria antigua o no, de una historia de glorias o sólo de violencia, se constituyó

en una forma de diferenciar y jerarquizar regiones. Los Santanderes y el altipla-no cundiboyacense, y contadas ciudades como Popayán y Cartagena aparecían provistos de un glorioso pasado; mientras que, en el otro extremo, las regiones defrontera, los valles interandinos y las zonas selváticas estaban antecedidos de his-torias de conquistas fallidas y de pueblos belicosos (Ancízar 1853; Codazzi 1851,1855, 1856, 1857, 1858; Pombo 1852). El altiplano cundiboyacense, como centrode poder, había sido dotado de una profunda historia antigua, una historia de civi-lizaciones pasadas que sustentaba las presentes y el esfuerzo civilizador a futuro.Desde la óptica nacionalista y civilizadora, los chibchas o muiscas eran exhibidos

como un pasado glorioso, como nuestros indígenas, y sus manifestaciones ma-teriales, como nuestras antigüedades (Uricoechea 1854), al ser posicionados por“los expertos” como la tercera gran civilización del continente americano (Acosta1848; Pérez 1865; Uricoechea 1854). La continuidad y la conexión de diferentes

 personajes y épocas surgían como mecanismos de definición del centro de poderde la nación; los historiadores trazaban así, desde los zipas, la ubicación del go-

 bierno y la dominación en el altiplano y, específicamente, en Santa Fe:

En presencia de los hechos i de los números, no es posible negar la singular importanciade esta rejión andina, cuyo clima delicioso la hizo preferible para mansión de los Zipas

Chibchas, para corte de los Virreyes españoles, para capital de la gloriosa Colombia i de lamodesta, pero intelijente i libérrima Nueva Granada. (Codazzi 1858: 252; ver también Pérez1865: 105-113)

Los indígenas muiscas, en tanto antiguos neogranadinos, sólo habitaban unahistoria lejana y perdida, recuperada de esta manera por la nostalgia nacionalista.Únicamente aquellos amerindios que hicieran parte de la historia eran valorados

 positivamente en la construcción de lo nacional. A los indios contemporáneos nose les reconocía como herederos de dicho pasado, su experiencia temporal se en-contraba fracturada desde una imagen elaborada por los letrados. La historia si-

tuaba a los indígenas decimonónicos en un tiempo anterior al de las incipientescivilizaciones prehispánicas, como descendientes degenerados de los antiguos, poracción de la Conquista y las políticas coloniales20.

20 Casi al final de su libro más reconocido, Rivas (1899) nos presenta una pieza literaria tituladaSugamuxi, en la que se sintetizan los deseos y los temores que suscitaban a las élites los indígenas pasados, presentes y futuros del altiplano. En la primera escena, Rivas presenta, en un t iempomitológico, a una raza de indígenas perfectos, con agradables fisonomías, con el oro reluciendo,adorando a sus dioses. Es el cuadro de una antigua y poderosa civilización de seres míticos,

que están por fuera de una realidad histórica. En medio de la ceremonia suntuosa emergenlos españoles como seudoanimales que todo lo destruyen. Aquella era parte de la perspectivanacionalista sobre lo indígena y sobre el español como invasor codicioso. Sin embargo, todo

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A pesar de las fuertes criticas al régimen colonial, éste era apreciado comoel período más importante en la conformación cultural y moral de la nación. La

élite criolla vio, en su mayoría, más en la Colonia que en la Conquista el origende su linaje letrado, científico y político. Durante la Colonia, la Madre Patria seasentó, con lo mejor de sus hombres, en el territorio americano, propiciando lacreación de un pueblo nuevo con una fuerte tradición cultural y moral, asentadaen las bases del catolicismo21.

Es necesario aclarar que esta historia nacional se construyó en el marco deun geocuerpo particular, como una entidad-unidad territorial y poblacional a lavez, que es claramente diferenciable de otras (Thongchai 1994)22. La construccióndel geocuerpo se relaciona con el deseo del dominio de la unidad administrativa

y política; vista como la tierra patria, precisaba fijar y concentrar una poblacióncomo fuerza militar y de trabajo y como pueblo político que obedeciera a la élitecon la que compartía una delimitación fronteriza.

ese cuadro de una raza mítica y de fieras de cara pálida y cuatro patas no era sino un sueño borroso del que se había despertado el autor, un sueño que en la primera escena reflejaba el deseode civilización proyectado sobre el indígena prehispánico. Pero ese sueño no era tan perverso, porque un nuevo sueño, uno liberal y republicano, que fue posible por la Conquista misma, se

había hecho presente para redimir a los indígenas. Era el sueño de la incorporación por mediodel mestizaje, la ciudadanía y el conocimiento. Ese sueño, también ilustrado, lo ejemplifica laimprenta, aquella máquina poderosa que transformará las costumbres de los indios, les harácambiar sus dioses y el fanatismo religioso por el poder de la razón, y los integrará cultural y políticamente a la nación por medio de los textos que de allí nacen (Rivas 1899: 353-361).

21 La  Historia de la literatura en Nueva Granada de Vergara y Vergara (1867a) fue una de lasobras que tenían el propósito de trazar y delimitar una tradición cultural en la Nueva Granadacon una profunda historia que, al provenir de Europa, posicionaba a los letrados neogranadinoscomo parte del orden cultural del mundo civilizado. Por ello, el libro se presenta como un “uninventario de la riqueza intelectual de nuestro país”. Así, este libro surge de la misma estrategiade las antigüedades neogranadinas, al apropiarse y denominar al pasado literario español enAmérica como literatura neogranadina antigua. El libro de Vergara es importante también portrazar un patrimonio moral. Una historia de la literatura, una historia de la nación, es para esteautor una historia de la presencia del catolicismo en América, introducido por los españoles. Entorno al énfasis de la historia sobre la unidad moral, sin duda alguna la obra más significativa enel siglo XIX fue Historia eclesiástica y civil de Nueva Granada de Groot (1869), donde se insisteen la trascendencia de una estrecha relación entre Iglesia y Estado para la conformación de lanacionalidad.

22 Este geocuerpo se construye por medio de mapas, que si bien aparecen como fijos y estáticos, sonalineados en conjunto, de forma que puedan brindar una narración temporal de la nación en tantounidad corporal (Thongchai 1994: 140-163). Para el caso colombiano, Jagdman (2002) ilustra estabiografía visual de la nación tomando como ejemplo el Atlas de 1889, publicado en París bajo ladirección de Pérez y Paz, quienes lo adjudicaron a la memoria de Codazzi. La primera parte del

atlas evidencia las formas en las cuales se construye una narración histórica de la nación en laque su geocuerpo existe durante siglos, antes de la Independencia misma. (Ver Codazzi, Pérez yPaz 1889; Cf. Jagdman 2002).

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La nación como proyecto de unidad y diferenciación

Así era constituido “el geocuerpo de la nación” en la Colombia del siglo XIX;mapas e ilustraciones cartográficas más simples se valieron de sus convenciones,

colores, tonalidades de grises, líneas y cuadros explicativos, para fijar esa concien-cia espacial tan abstracta de ser, estar y pertenecer a una nación particular, limita-da y soberana (Cf. Cubides 2002; Sánchez 1999). Cumplieron este papel, de igualforma, los manuales y tratados de geografía para la enseñanza pública, las geogra-fías generales y oficiales, los textos de descripciones geográficas y los relatos deviajes23. Así, por medio de la escritura, la mente de los nacionales fue poblada porla visión geográfica, a vuelo de pájaro o detallada, que con sus coordenadas, lími-tes, montañas, accidentes geográficos y aspectos físicos ubicaba a los hombres enuna ciudad, una región y un país que, a su vez, hacía parte de un continente. Allí,

cada espacio constituía una unidad que se distinguía de las otras, a pesar de susevidentes diferencias internas. Ésta es la tensión entre la homogeneidad y la dife-renciación en la que la geografía se funda. Siguiendo esta tensión, en su esfuerzo

 por un conocimiento espacial interno, la geografía nacional propició con fuerza laconstrucción de la diferencia espacial y poblacional. Esfuerzo que abordará estetexto más adelante con mayor amplitud.

1.2. Las herencias hispánicas

 Mas ya todo eso pasó, y nosotros debemos, sino veneración,

 por lo menos aprecio, a la sangre que calienta nuestras venas,

a la religión que funda nuestras esperanzas

 y al idioma en que cantan nuestros poetas y nos juran amor nuestras mujeres.

Felipe Pérez, citado en Acosta (2002: 37)

Efectivamente, la historia negativa de la Conquista y de la Colonia debía quedaren el pasado, en un tiempo que no debería regresar. Ello lo afirmaba Felipe Pérez,acérrimo crítico de la Conquista y la colonización españolas, pero quien, comotodos los letrados decimonónicos, reforzaba su origen hispánico como miembrodel linaje de la élite nacional. Como lo señalaba Joaquín Acosta, la pluma del le-trado era sostenida por “una mano de origen español” (1848: xxii), y lo que de ellaresultara no podía ir en contravía de dicho origen. Esta valoración de lo hispánicoera recurrente en la segunda mitad del siglo XIX.

23 La geografía fue uno de los temas de mayor publicación en el siglo XIX colombiano. Los textosgeográficos abundaban frente a cualquier otro género (Sánchez 1999: 620). Cubides (2002) hace

cálculos de cerca de 100 textos geográficos publicados a lo largo del siglo. Respecto al papelde los manuales de geografía en la inscripción de una idea de unidad territorial, se recomiendarevisar Arboleda (1872) y Pérez (1871). 

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Julio Arias Vanegas

Durante el siglo XIX, sin distingo de partidos, la crítica a la herencia colo-nial española tuvo un sentido importante para la élite nacionalista24. En principio,

el fulgor independista, el sentido de rechazo al invasor extranjero, el ánimo refor-mista de mediados de siglo y los perjuicios imputados a las políticas colonialesdeterminaron un afán de ruptura con lo español. Los cuestionamientos a Españano fueron asunto de unas décadas. Éstos cobraban sentido en el proclamado siglodel progreso y las luces25. No obstante, el mantenimiento de la tradición hispánicaera para la élite una estrategia primordial de diferenciación social, desde sus ciu-dades letradas e hidalgas, y se constituía en un referente, de los pocos existentes,

 para formar una unidad cultural.

En su diario de viaje a Europa, el liberal José María Samper afirmó lo si-

guiente:

Qué sensación tan profunda la que uno experimenta cuando, después de algún tiempo deausencia, vuelve a pisar el suelo patrio! Y es acaso esta la impresión que siento al llegar al primer puerto de España? Es algo semejante, pero complicado […] Es que hay una patria delo pasado, como la hay de lo futuro, y que cada hombre está ligado a las tradiciones y gloriasde su raza, como el retoño del árbol que nace ligado al tronco! (José María Samper, citadoen Martínez 2001: 460)

Para los letrados no había duda de que la patria de lo pasado era España, a pesar de lo que había significado el régimen colonial, particularmente para pensa-

dores como Samper. Aquella patria marcaba un tronco de origen cultural signifi-cativo para el carácter letrado de la élite26. Desde mediados del siglo XIX, la éliteletrada comenzó a popularizar dicha herencia como fundamento de nacionalidad,esto es, que el pueblo compartiera con ella la patria del pasado. Este hecho tuvosignificativas implicaciones para la invención del pueblo y la construcción de lasdiferencias.

24 Por la confrontación política de mediados de siglo, se ha considerado que el Partido Conservador

se alineó en torno a un proyecto hispánico homogeneizador, mientras que el Liberal lo rechazóy se concentró en la búsqueda de la unidad por medio del postulado de la igualdad política. Esdecir que los primeros abogaron por una unidad cultural y moral, y los segundos, por una política(Jaramillo 1956; Urueña 1994: 15). Si bien es cierto que en la propaganda política ello podríaser muy evidente, la valoración de la herencia española sobrepasaba los límites part idistas y el problema de definir la igualdad política no se reducía al liberalismo.

25 España representaba, para detractores e hispanófilos, atraso frente al resto de Europa, rezagos enla ciencia, el conocimiento práctico y los avances técnicos, y un espíritu no conveniente para eltrabajo y la producción y acumulación de riquezas (Jaramillo 1956: 41-60).

26 Los letrados neogranadinos insistían permanentemente por medio de sus textos en su índolecreadora e ingeniosa, en su genio inclinado a pensar, en un afán por ser reconocidos como tales

ante sus supuestos iguales extranjeros y sus otros nacionales. Para ello, era necesario apropiarsede las tradiciones literarias hispánicas. Un ejemplo claro de lo anterior es el prólogo que Ancízarescribió al libro de Vergara (1867a).

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La nación como proyecto de unidad y diferenciación

La nación resultaba fundada así en una tensión entre lo propio y lo ajeno. Lonuestro, como individualidad diferenciable que emerge de la critica y la distancia

frente a lo otro, tenía como origen el otro español. Esta tensión se creía superadacon la idea de que lo español era un pasado que nos nutre, pero al fin al cabo un pasado, a partir del cual nacía el carácter único nacional. El pasado constituía unaherencia viviente, evidente en los estudios de las costumbres y lo popular, comoera el caso de Vergara (1867b), Santander (1866a) y Caicedo (185?).

El énfasis de la élite en la tradición hispánica como lo propio devenía de loque ella ofrecía para la distinción social (Pedraza 1999: 42-46). La cortesanía, lagramática, la lengua, las bellas letras y las tradiciones culturales formaban unconjunto de dispositivos que, por su buen uso y grado de incorporación, era apro-

 piado para el ejercicio diferenciador y legitimador de la élite, que pasaba velado omanifiesto en la invención de una unidad hispánica del pueblo nacional. En esteescenario, el estudio de las costumbres y las tradiciones estuvo marcado por elesfuerzo de mantener el orden de la diferenciación social. La nostalgia por la pér-dida de las tradiciones propias y la censura a las modas extranjeras, por parte delos escritores costumbristas (Cf. Gordillo 2003: 51-54), revelaba el miedo a perderun orden de las cosas en el que éstos aparecían como élite establecida-tradicional.La preocupación de los hispanodescendientes por las tradiciones expresaba unfuerte temor al ascenso social de otros grupos, en medio de un sistema de valores

diferentes. En “Las tres tazas”, la tristeza y desolación de verse extranjero en la propia patria que siente Vergara y Vergara (1866: 587), ante la práctica afrancesa-da de tomar el té, demuestran la insistencia en una identidad de lo propio fundadaen valores tradicionales, y el desasosiego ante la posibilidad de que ella fuerasocavada. La visión fatalista de la pérdida de las tradiciones puede encontrarsetambién en Santander (1866a: 376-379).

La insistencia paralela en el carácter hispánico del linaje de los líderes nacio-nales y de la herencia hispánica que debía tener el pueblo nacional demuestra, por

un lado, cómo lo hispánico-blanco, en un país poblado por mestizos de ascenden-cia indígena y negra, diferenciaba a la élite de su pueblo, y, por otro lado, exponía patrones tan altos de lo normal-nacional que unía en medio de jerarquías socialesy raciales. De esta forma, lo hispánico marcaba una escala jerárquica e imponíagrandes retos a la población y a sus costumbres para ser pueblo nacional.

En este marco, la lengua, como herencia hispánica viviente, fue uno delos principales elementos de unidad cultural y, como tal, demuestra el efecto

 paralelo entre la creación de una nación y una estrategia de distinción y de-finición del buen letrado. La lengua brindaba una forma práctica y cotidiana,

aunque mediada por su refinamiento, de reafirmar la pertenencia a un pasado yuna tradición cultural, para las élites y para el sujeto-pueblo nacional (Cf. Deas

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Julio Arias Vanegas

1993: 47). Era una forma precisa de conectarse con el mundo y, desde la unidadinterna, acceder a una unidad abstracta mayor. Como forma de unificación in-

terna, la imposición del español permitió además la incorporación efectiva dedistintas poblaciones bajo un mismo marco comunicativo, que al ser descritocomo nacional se constituía en un deber ser. El pueblo no se podía formar porfuera de su vía de expresión particular: la lengua patria. Por tal razón, durantelas primeras décadas de la República, se presentó una reiterada fundación decursos de gramática española en todo el territorio nacional (Pineda 2000: 86-102). Igualmente, la enseñanza del español fue fundamental para el estableci-miento de la nación, en la medida en que éste era presentado como un vehículocivilizador de costumbres; esto bajo la idea de que la lengua representa y con-

tiene en sí misma toda una forma de vida y una cultura, que en ese caso era la dela civilización hispánica y católica. Así se explica uno de los mayores esfuerzoshomogeneizadores impulsado por el nacionalismo y encargado a las misionescatólicas: el de instruir a los indígenas en la lengua patria como mecanismo deincorporación y reducción. Por todas estas razones, la unificación lingüísticaaparecía como una obligación para la nación:

Que si la unidad de lenguaje ha sido siempre una bendición de Dios, un principio de fuerzaincontestable, la multiplicación de dialectos ha sido, a su vez, desde la ruina de Babel, castigo providencial, anuncio de debilidad y presagio de destrucción de naciones enteras. (MiguelAntonio Caro, citado en Pineda 2000: 109)

Igualmente, el estudio del buen uso de la gramática fue tan extendido por-que hablar y escribir bien en español era equiparado con el hecho de que el ciu-dadano pudiera pensar de forma correcta. El impulso gramático en el siglo XIXtenía como objetivo unificar una forma de hablar bien, para crear una maneraúnica de pensar correctamente. El buen juicio y el sentido común pasaban así

 por un uso correcto y refinado del idioma (Gordillo 2000: 12-21). Unificar pormedio del español sobrepasaba las dimensiones básicas de la comunicación,

 para adentrarse en el propósito de una unificación del pensamiento de los na-

cionales. Pero esta exigencia por lo correcto en el uso del lenguaje, que se desli-zaba hacia lo bueno y lo bello (muy evidente en letrados como Sergio Arboleda,Rufino José Cuervo y Miguel Antonio Caro), hizo de un fuerte elemento deunificación un, aun más poderoso, dispositivo de diferenciación.

1.3. La unidad moral del catolicismo

El catolicismo era valorado indistintamente como una de las principales herenciasespañolas al pueblo neogranadino e hispanoamericano. Para la visión conserva-

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La nación como proyecto de unidad y diferenciación

dora, la comunidad nacional debía ser pensada como una comunidad religiosa 27,algo que podía horrorizar a los progresistas, pero que al ser pensada como un

conjunto cultural y definitorio del pueblo nacional era compartida por la élitenacional. Para los liberales, el problema no radicaba en el catolicismo como tal,sino en ciertas prácticas y en las instituciones eclesiásticas percibidas como frutodel oscurantismo. No obstante, los principios de la vida católica fueron apreciadoscomo bases de una vida moral y civilizada, y como parte constitutiva del carácterdel pueblo nacional. Ancízar lo expone claramente en un editorial del Neograna-

dino: el problema radicaba en la organización eclesiástica proveniente de una so-ciedad medieval pero ajena a los intereses del progreso y la civilización moderna;la solución no consistía para él, como para ningún otro, en erradicar el catolicis-

mo, “porque esta religión es uno de los principales elementos de nuestra sociedady un agente poderoso en ella, que impera sobre las costumbres y forma y sostienela moral privada base de todas las virtudes publicas” (Ancízar 1848: 89). Por ello,Acosta (2002), refiriéndose a Felipe Pérez, afirma que las críticas de los liberalesno eran anticatólicas sino anticlericales. En este sentido, resultan esclarecedoraslas palabras póstumas de José María Samper sobre su cuñado Manuel Ancízar,

 publicadas en el prólogo a Peregrinación…: “No profesaba un dogma de iglesia positiva, pero creía necesaria una religión positiva, cristiana, para toda sociedad,como elemento indispensable de civilización, de orden y moralidad” (1882: 19).

El triunfo de la Regeneración y su proyección en la historia demuestran el papeltrascendental que se le adjudicó al catolicismo en la cohesión nacional y en elmantenimiento de un orden28.

27 “Al trabajar para mi patria, este querido pedazo de tierra que Dios me señaló por cuna, no quieroolvidarme que también soy ciudadano de la eternidad. […] Cristiano, trabajo para mi religión;ciudadano, trabajo para mi patria” (Vergara y Vergara 1867a, tomo I: 24). Además de Vergara yVergara, Arboleda (1867) fue uno de los mayores expositores de esta visión durante la década delsesenta.

28 La Regeneración fue un sueño recurrente en la visión de algunos letrados desde mediados desiglo, que deseaban la reconciliación de los distintos bandos políticos en torno a la cuestiónreligiosa. Casi al final de  Manuela, Díaz, cercano a un socialismo católico (Mujica 1985: 24), pinta un cuadro esperado durante el transcurso de la lectura: la reconciliación del cura y elletrado respecto al papel del catolicismo. En la última de sus recurrentes conversaciones, elcura le insiste al letrado que su papel  “tiende a plantear entre selvas habitadas por hombressemisalvajes lo que usted busca por otros caminos, que lo llevarán adonde usted quiere, estoes, a la república cristiana. Acuérdese usted cuando ataque al clero, de que los curas somos alos liberales de buena fe más útiles de lo que se figuran, y menos aborrecibles de lo que noscreen” (Díaz 1859a: 434); aunque se supondría que Demóstenes iba a replicarlo, en aquellosmomentos del libro, cura y gólgota se funden en la unidad moral del catolicismo. Una moral que

 plantea modelos de vida para seguir, “porque yo igualmente adoro como Dios a ese modelo de loshombres, a ese Dios de mi madre, ese Dios de mi corazón, dijo don Demóstenes descubriéndosela cabeza y saludando elegantemente al crucifijo” (Díaz 1859a: 434). Este cuadro tiene aun mayor

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El catolicismo era apreciado no sólo como una religión oficial sino comouna propiedad o parte del carácter del pueblo nacional. La descripción de un

 pueblo nacional eminentemente católico, como una esencia que no podía sercontravenida, era un acto a toda vista homogeneizador, basado en la caracterizaciónde las tradiciones del pueblo del altiplano y de otras contadas regiones del país.Esta imagen homogénea, paralela a la recurrente afirmación de la necesidad deimplantar y reforzar el catolicismo, evidenciaba un deseo y un ideal, imagen en laque se sustentaban los proyectos políticos de las élites nacionales.

El proyecto unificador del catolicismo cobraba sentido para la nación, enmedio del mantenimiento de las diferencias sociales, culturales y raciales. El ca-tolicismo basaba su ejercicio evangelizador en el postulado de una unidad de

origen de los grupos humanos. Las diferencias eran aceptadas con moderaciónsi los grupos y personas se adscribían a los principios de una vida católica, a unmismo orden moral. Es también cierto que en el siglo XIX los proyectos unifica-dores en torno a la religión reiteraron la diferencia como una forma de insistir enlas virtudes del catolicismo para la cohesión de un país que aparecía fragmentado.Pero ello no implicaba la neutralización de las diferencias; por el contrario, laimportancia del catolicismo radicaba en que posibilitaba la contención de distin-tas poblaciones bajo unos mismos patrones, manteniendo e incluso consolidandoun orden jerárquico en torno a lo diferente. Arboleda se refería así al caso de los

esclavos negros: “Así pronto los negros se multiplicaron y se incorporaron en lanueva sociedad, sin que sirviera de obstáculo la diversidad de su color ni de suorigen: eran cristianos, y el bautismo los había igualado con los demás miembrosde la Iglesia” (Arboleda 1867: 60). Así ocurría con las diferencias sociales: a laélite, los valores cristianos le permitían validar la existencia de un pueblo bajo, alcual la religión le instruía en abnegación y sumisión.

Igualmente, comenzó a afianzarse la idea de que los principios del cato-licismo podían incidir en la formación de una vida de progreso y prosperidad

material para el pueblo, impulsando en éste conjuntamente la laboriosidad, lavida familiar, la rectitud, la honestidad, la serenidad, el patriotismo y una actitud

 progresista (Ancízar 1853). De esta manera, se empezaría a conjurar un particularcapitalismo católico relacionado con el progreso nacional, el cual brotaría confuerza en la Regeneración (Palacios 2002a).

En este escenario, los curas tenían un rol indiscutible para fundar un ordenmoral nacional, especialmente en las parroquias, como lo expresaban Ancízar

relevancia si apreciamos que la reconciliación se dio entre las dos figuras guías de la nación y dela instrucción de los pueblos.

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Julio Arias Vanegas

sección identifico cómo la definición de la élite transita en medio de las tensionesentre la distancia y la cercanía respecto a la figura del pueblo y en el contexto

de pensarse entre lo que comienza a ser definido como lo propio y lo ajeno. Másadelante, preciso las estrategias de diferenciación social que fueron re-creadasen torno a la nación como-unidad y proyecto de igualdad política, las cuales danforma a aquellos que ejercían el gobierno de lo nacional, alrededor de un conf lictoque devenía particularmente del mismo poder escriturario en que se fundaban losletrados nacionales29.

2.1. La definición de una identidad de grupo

Para la élite criolla, la conciencia de pertenecer a una tierra patria y al proyectocivilizado occidental se va deslizando hacia la idea de ser parte de una comuni-dad nacional, diferente de otras, que involucraba poblaciones de un origen racialy socialmente diverso. Ello implicó que aquello visto como semejante pasara aser parte de lo otro, mientras que el otro inmediato, el pueblo bajo, resultó ser locercano, lo similar, desde el ambiguo discurso nacionalista. La élite que se decla-raba nacional transitó entre la definición de lo que se es como parte de los grupostransnacionales dominantes y la delimitación de la particular concepción de lo

 propio, donde entra el pueblo nacional. La distancia antes evidente e incuestiona-

 ble debía ser reforzada y recreada en el escenario del nacionalismo. El nacionalis-mo significó para la élite la necesidad de un doble reconocimiento: el de su puebloy el de sus considerados semejantes transnacionales (Cf. Chatterjee 1986: 163).

La definición de la élite nacional estaba circunscrita y articulada alrededor dediferentes esferas de referencia identitaria30. Antes que cualquier otra cosa, la élite

29 Sobre el papel de la escritura y su relación con el poder en el siglo XIX latinoamericano, así comosus inherentes desafíos y conflictos, se recomienda revisar Rama (1984) y Ramos (1989).

30 Las siguientes palabras de Santiago Pérez Triana, escritor e hijo del ex presidente liberal Santia-go Pérez, en su viaje por el Orinoco hacia el exilio en Europa, revelan con fuerza las tensionesde una identidad de élite, en la cual la patria no podía constreñir la pertenencia a comunidadestransnacionales, compartidas con otros semejantes: “En efecto, la patria es un accidente geográ-fico, merced al cual hemos de considerar como patriotas, es decir, como hermanos á todos losque con nosotros comparten ese accidente; empero, ante la justicia y ante la razón, debe buscarsela patria, y se la debe hallar, no solamente en la comunidad de origen, sino en la comunidad deaspiraciones, en la identidad de ideales. Son nuestros verdaderos compatriotas en el campo dela historia, los lidiadores, vencedores ó vencidos, por los ideales que forman la meta de nuestrasaspiraciones; son nuestros compatriotas y nuestros hermanos en el campo de la vida actual, todosaquellos que luchan por los propios principios que nosotros profesamos. Ni el tiempo, ni la distan-

cia, ni el suelo, ni el clima han de ser parte á romper esta cadena inquebrantable que ata las almasy que unifica la humanidad. Y no se crea que esto ha de disminuir nuestro amor al terruño quenos vio nacer, ni nuestro cariño por las glorias que á él ó á sus hijos pertenezcan. No es este modo

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La nación como proyecto de unidad y diferenciación

se inscribía en el proyecto civilizador, al cual la nación se encontraba supeditada.Los grupos dominantes locales fueron, así, participes del eurocentrismo y del

occidentalismo (Mignolo 2000a; Quijano 2000). Lo anterior fue determinanteen el hecho de que las identidades hispanoamericanas no pudieran pensarse porfuera de los referentes trazados por la mirada europea. Una identidad dependientede lo que señale el otro europeo fue el resultado de tal colonialidad.

Estas tensiones fueron trascendentales para la construcción de las diferenciasinternas en medio de la unidad nacional, porque ellas determinaban justamentela constante precisión de qué nos une y qué nos distancia. Las identidades trans-nacionales resultaban fundamentales en el mantenimiento de la distancia con losotros propios, y propiciaban formas de unificación nacional o subcontinental.

 La civilización occidental: la nación como propósito transnacional 

La civilización aparecía en el siglo XVIII como un concepto de carácter universalque englobaba a la humanidad –la europea– en un avance hacia un estado ideal.Este ideal humanista cobijaba particularmente a un conjunto de hombres letradoseuropeos, de los sectores medios en el orden aristocrático (Elias 1968), en el quedesde principios del siglo XIX los criollos americanos aspiraban a situarse. Estaacepción del concepto de civilización permitió a los criollos hispanoamericanos

 pensarse como parte de un propósito mundial, en el que compartían una identi-dad con el conjunto de letrados y humanistas que abogaban por el avance de lacivilización. Mariano Ospina, fundador del Partido Conservador, lo expresaba asícuando se refería a “un linaje humano” (1849: 74) en “el curso de la civilización”(1849: 76).

Pero el avance y curso de la civilización fue el desarrollo del colonialismoeuropeo en ultramar, el cual modificaría esta concepción. Después de la conquistade América, y con el adelanto colonizador de las nuevas potencias noratlánticas,la civilización fue equiparada a una entidad geocultural que tomaba más claridad:

Europa (Quijano 2000: 211). Este colonialismo generador de lo europeo, sumado ala emergencia de las naciones en el siglo XIX, hizo que el concepto de civilizaciónse presentara con mayor fuerza como lo opuesto a la barbarie. Así se consolidó unaescala jerárquica de pueblos y naciones en torno a la civilización y a la barbarie,en la cual la categoría de raza cumplía un rol determinante (Rojas 2001: 53). Deallí que la civilización fuera al mismo tiempo un estadio por alcanzar y un estadocalificativo en el que se autoproclamaban ciertos estados.

de ver las cosas sino una ampliación de la idea de la patria, [...] el cual nos toca ejercitar nuestrasfuerzas, y que debemos fecundar con nuestro sudor ó nuestra sangre en defensa de ideales másgrandes y más hermosos por pertenecer á toda la humanidad” (1897: 77, 78).

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Julio Arias Vanegas

Las naciones hispanoamericanas se constituyeron en proyectos localizadosde la civilización, en proyectos cosmopolitas de ser parte del mundo moderno. La

lucha de la civilización contra la barbarie fue una cruzada transnacional, naciona-lizada por las élites locales, que validaban su posición por medio de esta lucha31.

La identidad de la élite letrada quedó ligada a la idea de civilización, que, proyectada hacia Europa, imponía “el deseo mimético de ser europeo” (Rojas2001: 51). Una cuestión que aparecía apenas natural para los letrados, quienes,

 por su condición criolla, durante buena parte del siglo XIX se autorrepresentaroncomo europeos de ultramar (Martínez 2001: 531). El deseo civilizador funcionóasí como generador de jerarquías internas, permitiendo a la élite marcar y definirdistancias frente al pueblo.

En el siglo XIX, la identidad de la élite nacional se formó en medio de unaobsesión por el reconocimiento como semejante civilizado por parte del europeo.Al validar el discurso civilizador occidental, la élite nacional corrió el riesgo deser tachada de inferior, por lo que se mantuvo en un esfuerzo constante de pre-sentarse, principalmente por medio de sus producciones intelectuales, como partede la civilización y, por ende, como parte de Europa. De esta manera, reforzóel eurocentrismo, entendido como el conocimiento de sí mismo filtrado por laconstrucción de lo europeo como centro del mundo moderno (Quijano 2000)32.El colonialismo europeo sobre los hispanoamericanos fue viable porque, en úl-

timas, éstos estaban colonizados por sí mismos. En el siglo XIX colombiano, lareferencia a Europa, la construcción misma de esta entidad, fue una vía de la for-mación de identidad de distintos grupos sociales (Martínez 2001). Para las élitesnacionales, dar forma a la civilización, proyectada en Europa, fue una estrategiade definición y validación de su ejercicio de gobierno sobre los otros, en tanto serepresentaban como civilizados, criollos y europeodescendientes.

31 Aunque, como lo expone Martínez (2001), la lucha civilizadora contaba con diferentes elementossegún el conservatismo o el liberalismo –para el primero, la civilización era equiparada con laconsolidación del catolicismo, y la barbarie se evidenciaba desde el paganismo indígena hasta elanticlericalismo de los liberales; mientras que,  para el segundo, la civilización era parte de losideales de la modernidad democrática y la barbarie podía verse en el fanatismo y el oscurantismode la Iglesia–, es aun más cierto que la civilización significó en general la difusión y formación, por medio del establecimiento de la nación, de un modelo de vida industrioso, de moral cristiana, patriótico y educado, un batallar constante contra la barbarie de ciertas poblaciones y naturalezas,y una forma de modelar y usar la diferencia para instaurar jerarquías raciales y sociales.

32 Sin embargo, que los letrados se hayan comprendido desde los ojos de Europa no fue un simpleacto de subyugación a esta entidad geocultural, sino un efecto de la misma invención de Europa, basada en la idea de civilización, desde Hispanoamérica y Colombia. Europa y, más adelante, el

hemisferio occidental en general fueron creados como centros de poder, de conocimiento y demodernidad, por las dinámicas propias del mundo moderno/colonial, en el cual participaron ac-tivamente los grupos dominantes de las regiones que eran pensadas, a su vez, como periféricas.

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La nación como proyecto de unidad y diferenciación

Criollos e hispanoamericanos

La conciencia criolla fue el primer sustento en la formación de una identidad deélite nacional; una conciencia fundada en el rechazo a la dominación española, pero marcada y plausible por su herencia. Por tal razón, la identidad criolla sedebatió en sus fundamentos antes, durante y después de la Independencia.

A finales del siglo XVIII y principios del XIX, lo criollo emergió desde unadiferencia colonial, en palabras de Mignolo (2000a, 2000b), impuesta por la ar-

 bitraria distinción del lugar de nacimiento, que negaba, entre otras cosas, la ocu- pación de cargos importantes en el régimen colonial. Como lo explicó Anderson(1991), esta fatalidad del lugar de nacimiento generó una conciencia de identidad

 básicamente territorial.“El patriotismo territorial” (Domínguez 2000) de los primeros criollos no

 puede prestarse a confusiones con la idea de nación; desde la posición del criollo,había una absoluta distancia respecto a las poblaciones que habitaban su mismoterritorio (indios, negros y mestizos); esto se evidencia claramente en dos de lostextos más reconocidos de Caldas en el Semanario (1808a, 1808b; Cf. II/1.1). Locriollo resultaba ser así una “doble conciencia”, eminentemente geopolítica anteEuropa y racial ante la diferencia interna con las poblaciones negras e indias(Mignolo 2000b: 68-69). Lo criollo formaba una comunidad en el conjunto de lascolonias hispanas en América entre los grupos que pugnaban por el dominio desu tierra patria, aunque circunscritas a unidades administrativas y territoriales

 particulares (König 1994). Era una comunidad de élite que reclamaba su dominioy su posición frente a los españoles, por el hecho mismo de ser hispanodescen-dientes, herederos de los primeros conquistadores. Esta tensión determinaría per-sistentemente su posición.

Constituirse más adelante en élite nacional fue la forma que tomó lo criolloen su lucha por la autodeterminación. Durante e inmediatamente después de la

Independencia, la conciencia criolla se difuminó para dar paso a una america-nidad, en la cual los criollos, mestizos e indios conformaban una comunidad deoprimidos frente al otro invasor. Lo americano fue reiterado en la propaganda in-dependista como sustento y legitimidad de las luchas por la separación de España(König 1994). Empero, la identidad criolla nunca salió del escenario; después delfulgor independista, ésta fue reforzada como marcador de origen diferenciadorespecto al pueblo bajo, los negros y los indios. La Madre Patria renació estandoseguro el control de la tierra patria.

En este marco, la identidad hispanoamericana fue una vía para la resoluciónde una tensión implícita en lo criollo: ser a la vez el agente de destrucción del

 pasado colonial-español y fruto viviente de ese orden pasado. Si bien lo hispano-

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Julio Arias Vanegas

americano hacía referencia a un subcontinente y englobaba a las poblaciones queallí habitaban, funcionó como una identidad de los grupos dominantes de esta

 parte del mundo, para ser reconocidos ante Europa, construyendo la imagen deuna entidad geocultural particular y distinta al resto del globo.

América e Hispanoamérica, en particular, fueron reinventadas desde la ca-tegoría del Nuevo Mundo. Letrados como Samper (1861) y Arboleda (1867) lautilizaron para recalcar en principio la infancia y la juventud del continente, ex-cusando de alguna forma el estado caótico y revolucionario del subcontinente,y su camino intermedio hacia la civilización. De igual manera lo expuso TorresCaicedo (1865: 102) cuando se refería a “la anciana Europa”. No obstante, la ima-gen de un Nuevo Mundo fue aun más poderosa; ella remitía a la visión de una

resurrección de todo el globo: a partir de América, el mundo entero sería nuevo.Este Nuevo Mundo, aunque se inició en la Conquista y colonización ibéricas,surgió con fuerza desde las guerras de independencia.

 Nuevos hombres, fruto de la mezcla progresiva de las tres grandes razas,emergerían de ella como garantía de la unidad de la humanidad y de la limpiezaracial en torno a lo blanco, a los hijos de Jafet, al extremo y real occidente, quereviviría a Europa (Mignolo 2000a: 25). Esta nueva raza criolla en surgimientoestaba destinada a la regeneración del mundo desde los principios de una civili-

zación occidental católica33

: No en vano ha traído la Providencia a este fértil suelo de América […] las tres grandesrazas de la humanidad, dándoles una misma lengua, una misma religión, unas mismasinstituciones y una misma historia. Parece que sin temor podemos creer que el NuevoMundo va a ser el teatro espléndido en que se represente el último y más importante acto del portentoso drama de esta civilización, que nacida entre los hijos de Can, fecundada entre losde Sem por la verdad revelada, y desarrollada luego entre los de Jafet, bajo el benigno climade Europa, viene ya a América con el vigor necesario para acometer y vencer a su gigantescanaturaleza, y presentarnos a todas las razas unidas, participando de los mismos bienes ycooperando juntas a la producción de los últimos y más sazonados frutos de la doctrina deamor y libertad. (Arboleda 1867: 49)

Jafet, Sem y Chan se han dado el abrazo fraternal en el Nuevo Mundo, tendiendo á re-construir la unidad de la especie humana; mas no la unidad estancadora de la uniformidad ,sino esa unidad progresista y cristiana que se traduce en este fenómeno admirable y subli-me: la armonía de la diversidad! (Samper 1861: 76)

33 La visión de Arboleda y Samper fue esencialmente católica. América garantizaba la unidad delos hijos de Noé, es decir, volver a la unidad originaria. Por ello, Samper equiparó el NuevoMundo con el valle de Josafat, el lugar donde Dios reuniría a todas las naciones en el fin de

los tiempos (1861: 81). Estas imágenes hacían parte de lo que Castro-Gómez (1998) llama elhispanoamericanismo, como las representaciones producidas sobre lo hispanoamericano desdelos pensadores subcontinentales.

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La nación como proyecto de unidad y diferenciación

En general, la élite nacional se identificó, durante la segunda mitad del si-glo XIX, más como hispanoamericana que como americana. Esto se debía a que

Estados Unidos ya comenzaba a apropiarse del rótulo de lo americano y, preci-samente, la élite hispanoamericana se reconocía como una comunidad de origencompartido claramente diferenciado de la tradición anglosajona (Samper 1861;Torres 1865)34. Por esto mismo, el uso reiterativo de lo hispanoamericano eviden-ciaba la incapacidad de la élite nacional para pensarse como grupo dominante porfuera de la ascendencia española, tan latente todavía y tan efectiva como marca-dor de distinción social. Así, lo hispanoamericano podía funcionar paralelamentecomo una vía de ser en el mundo civilizado, al ser parte de una tradición europea,una forma de unificar a la población nacional en torno a lo hispánico, y una estra-

tegia de diferenciación interna por medio del mantenimiento de una comunidadtransnacional con sus “hermanos [los españoles] por la raza, las tradiciones yotros poderosos vínculos” (Samper 1861: 12)35.

 No obstante, la identificación de lo hispanoamericano significó una posiciónsubordinada en “la intersubjetividad mundial” (Quijano 2000: 209), porque losletrados nacionales se leyeron y se representaron a sí mismos desde la ópticaeuropea, desde la división internacional de la subjetividad que había conformadoel eurocentrismo. En particular, en los textos de Vergara, Arboleda y Samper, elcarácter hispanoamericano era descrito como parte de los pueblos meridionalesy latinos, en los cuales se ubicaba España. Esta referencia geográfica, en claradiferencia con los pueblos noreuropeos, designa una forma de ser imaginativa,cálida, social y pasional. Lo imaginativo se resaltaba en la creación literaria, masno en la creación de conocimiento científico y racional, que correspondía a los

 pueblos anglosajones. Esta facultad se expresaba particularmente en la lengua

34 Esta conciencia cobraba fuerza en los viajes al exterior que realizaban las élites colombianas,donde la sensación de ser discriminados por los europeos o norteamericanos reforzó su sentido de pertenencia y origen (Martínez 2001). Estos encuentros conf lictivos con lo otro norteamericanose evidencian en las confrontaciones por la apropiación del canal de Panamá a mediados de sigloXIX (McGuinness 2003). Sin embargo, la categoría que allí cobró fuerza, por el carácter de aquelconflicto, fue la de Latinoamérica. Ésta provino de los círculos intelectuales hispanoamericanosde París y, en especial, fue promovida por el neogranadino José Torres Caicedo (1865), quieninsistía en ella como una forma de generar una federación fuerte, que incluyera a Brasil y a los pueblos colonizados por Francia, para interpelar a Norteamérica y a Europa (1865: 96-103). Lolatinoamericano tomaría mayor relevancia en el siglo XX, frente al avance estadounidense, y en parte no fue tan significativo en el siglo XIX porque implicaba que el punto de referencia directono fuera España. 

35 Esta comunidad podía llamarse como el título del periódico en el que apareció publicado origi-

nalmente el libro de Samper (1861):  Los españoles de ambos mundos. A esto mismo se referíaArboleda con la sentencia “Seamos lo que somos: no ingleses, no franceses, no americanos delnorte sino españoles de América del Sur” (1867: 207).

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castellana, de origen romance, y de allí la insistencia en su cultivo, como desarrollode los talentos propios de la raza; así lo expresaba Arboleda:

Con tanta o más inteligencia que las razas del norte, pues supo producir la civilización, elhombre del mediodía las excede con mucho en facultades imaginativas. Nuestro lenguajemismo es favorable a la imaginación y a las pasiones: variado, armonioso, poético. Abundanteen sinónimos, se presta admirablemente a lo declamatorio y conmovedor. En tierra española,no hay escrito bueno si no encanta el oído, si no agita el corazón. (1867:203)

El genio y la inteligencia del pueblo hispano estaban centrados así en eldesarrollo de un mundo sensible opuesto al de la razón. Por esta misma vía seafirmaba: “Nuestras razas latinas, al contrario, sustituyen la pasión al cálculo, laimprovisación á la fría reflexión, la acción de la autoridad y de la masa entera, á

la acción individual” (Samper, 1861: 34). Parte de la explicación de la violencia yde las revoluciones hispanoamericanas se encontraba en este desenfreno pasional.De esta manera, la herencia cultural de la raza latina, la doble ubicación meri-dional –del pasado mediterráneo y del trópico americano– y la acción climáticaardiente moldearon la subjetividad de los pueblos hispanoamericanos, en francaoposición con los del norte, que eran el modelo de una subjetividad moderna:racional, reflexiva, individualista –no comunitaria– y autocontrolada. Una subje-tividad que posicionó a Europa como productora de conocimiento, subordinandoa Hispanoamérica a su examen calificador 36.

Frente a esta posición subordinada, la mayoría de pensadores nacionales, ycon más fuerza en el proyecto regenerador, valoró lo hispánico y latino por sus

 principios morales fundados en el catolicismo romano. La religiosidad, la fe, lacaridad, la sensibilidad y el espíritu comunitario caracterizaban a los católicoshispanos, en oposición a los fríos, racionales y ateos europeos.

2.2. Orden nacional y estrategias de diferenciación

 Nación, democracia y diferenciación social 

 —Eso no me diga usted, porque yo venero el dogma de la igualdad entre

todos los ciudadanos.

 —¿Luego hay igualdad?

36 Ello reforzó la búsqueda del reconocimiento de Hispanoamérica y sus élites por parte de Europa.Al respecto, revisar el reclamo hecho por Samper a Europa por no percibir a América desde otros

conocimientos distintos al naturalismo y la geografía (1861: 6). Igualmente, ver la discusión eneste mismo libro y en el prólogo de Museo de cuadros de costumbres, publicado en 1866, sobrela importancia de la claridad del nombre del país, para no ser confundidos con otras naciones.

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La nación como proyecto de unidad y diferenciación

 —Sí, señor: la república no puede existir sin haber igualdad.

 —¡Ja, ja, ja! Me reigo de la igualdad.

 —¿Cómo no? La igualdad social. ¿Luego usted no cree que todos somos igua-

les en la Nueva Granada?

 —¡Ja, ja, ja!

 —¿Por qué se ríe usted?

 —Porque su mercé es tan igual a yo, como aquel botundo a esta mata de ají.

 —  Está usted muy retrógrado, taita Dimas; el dogma de la igualdad es in-

dispensable entre nosotros.

 — 

¿Y por qué no me saluda su persona primero en los caminos y se esperaa que yo lo salude? ¿Y por qué le digo yo mi amo don Demóstenes y sumercé

me dice taita Dimas? ¿Y por qué los dueños de tierras nos mandan como a sus

criados? ¿Y por qué los de botas dominan a los descalzos? […] ¿Y por qué los que

 saben leer y escribir, y entienden de las leyendas han de tener más priminencias

que los que no sabemos? […] ¿Y por qué los blancos le dicen a un novio que no

iguala con la hija, cuando es indio o negro? (Díaz 1859a: 242)

La implantación del Estado-nación sólo era posible para los criollos si lo-

graban incorporar en la población un sentido de pertenencia a la unidad abstractanacional. Las guerras por la independencia y el sentido de soberanía y delimita-ción de la nación se sustentaron en la proclama de una igualdad política de losmiembros que conformaban la comunidad del nosotros. Esta retórica nacionalistay la propaganda política, fundadas en las leyes, la instrucción pública, los textosliterarios y geográficos, imponían particularmente a las élites nacionales el de-safío de ser con otros que eran representados como semejantes. La insistencia enla igualdad política, para sustentar una república democrática, y la imagen de un

 pueblo que a su vez la fundamentaba obligaban a los grupos que pretendían el

dominio de lo nacional a validar estas ideas, al mismo tiempo que a garantizar su posición en el orden nacional. En los textos de la élite decimonónica se evidenciaeste desafío, como lo expresa Díaz en la particular conversación que abre estasección; a fin de cuentas, la escritura debía ser el escenario de resolución de unacontradicción que en parte había surgido en su seno.

Este desafío se ampliaba, en la medida que los principios de la democraciaentraban en contradicción con las rígidas formas de diferenciación pervivientes37.

37 Entre la retórica nacionalista y las prácticas sociales existía una amplia brecha, la cual fuecuestionada por Díaz (1859a, 1859b, 1860) en sus obras, como un individuo en la frontera entre el

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Julio Arias Vanegas

Precisamente, el primer reto para la élite nacional consistía en re-crear estrategiasde distinción social que venían siendo socavadas por la democracia, el principio

de unidad nacional y la progresiva diferenciación del entramado social en unasociedad que se iba tornando capitalista. Este reto era particularmente importante para los grupos dominantes, que habían fundado su distancia frente al pueblo bajo en un orden aristocrático-cortesano proveniente de la tradición hispánica yde la sociedad estamental del régimen colonial38.

La constitución de un orden nacional por parte de la élite permitió la mo-delación de un “espacio social” (Bourdieu 1989a) rígido, en torno a principiosde diferenciación que determinaran quién ejercía el gobierno sobre los otros. A

 partir de lo nacional, fue re-creada una sociedad estamental jerárquica donde

emergían sus dos entidades opuestas: la élite y el pueblo. La figura del pueblo,más que revelar una idea de unidad, se constituyó, entonces, en una forma degenerar distancias, aunque bajo la pretendida cercanía posesiva de nuestro pue-

blo (Cf. I/3.1).

 No obstante, todo este esfuerzo de crear un orden rígido en torno al go- bierno de lo nacional revela una obsesión, fruto del miedo de aquellos que seconsideraban élite. La obsesión era definir y trazar reiteradamente los límites dequién debía componer “la nobleza de estado” (Bourdieu 1989b), como una posi-

ción de poder. Posición a la que aspiraban no pocos, en un país donde el capitaleconómico no era tan poderoso, y donde el capital social se había desplegadodesde la Colonia hacia la ocupación del gobierno del territorio y la población, yafuera desde la burocracia o desde la mera actividad letrada39. Esta obsesión revelaun gran temor y la fragilidad del “campo de poder” (Bourdieu 1989b), frente alsurgimiento del pueblo como actor de la lucha política. El pueblo bajo se podía

letrado y el campesino, entre Demóstenes y Dimas. No falto de una fuerza dramática y de ironía,

Díaz (1860), escribía en un novela corta sobre los indígenas pescadores de Funza que “Maríalloraba en el seno de la república más democrática del mundo, los ultrajes de un despoje en sufamilia, de un reclutamiento, de una prohibición sobre el uso libre de las aguas” (279), y másadelante, “La tumba fue el único atributo de igualdad para María; la fraternidad fue tal como seejerce con los pobres de la Nueva Granada” (282).

38 Sergio Arboleda, desde Popayán, fue uno de los mayores representantes de este orden aristocráticoen medio de lo nacional; refiriéndose a la igualdad, afirmaba: “Bien, pues, en lo político, cadaciudadano use con libertad de sus recursos físicos e intelectuales y se coloque en la esfera socialque le corresponda por sus virtudes y talentos; y quedará reducido a sus verdaderas proporcionesel famoso dogma de la igualdad” (Arboleda 1867: 177).

39 Para Bourdieu, existen diferentes tipos de capital, de los cuales los más signif icativos son el

capital económico –acumulación y posesión de dinero y bienes materiales–, el capital cultural –acumulación informacional– y el capital social –suma de los recursos y capitales que conf ieren poder a un individuo o a un grupo– (Bourdieu y Wacquant 1995: 82).

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La nación como proyecto de unidad y diferenciación

rebelar frente al orden claro e instituido que alguien como Florentino Gonzálezhabía ayudado a fundar:

Queremos, pues, una democracia ilustrada. Una democracia en que la inteligencia y la propiedad dirijan los destinos del pueblo; no queremos una democracia bárbara en que el proletarismo y la ignorancia ahoguen los gérmenes de la felicidad y traigan a la sociedad enconfusión y desorden. (Florentino González, citado en Rojas, 2001: 119)

A partir de allí, los conflictos entre los de levita y los de ruana marcaron eltemor de una posible sublevación del componente bárbaro de la sociedad, guiado

 por caudillos ambiciosos, sobre la parte civilizada e instruida para el gobierno (Ar- boleda 1867 y Samper 1861). Esta representación de lo bárbaro y lo civilizado, del pueblo peligroso y de la élite gobernante, cobraba sentido, con toda su simpleza y

ambigüedad, en un escenario complejo, en el que emergían nuevos grupos socialesen torno a la economía agroexportadora y a los conflictos con el artesanado.

 Estrategias de diferenciación y signos de distinción

He insistido en la categoría de élite nacional como aquella que agrupa al conjuntode hombres (claramente no mujeres) que intentaban constituirse como los agentesde ejercicio de gobierno sobre los otros comprendidos como semejantes en los re-latos de lo nacional. En el siglo XIX, este ejercicio de poder era descrito en térmi-

nos rígidos y aristocráticos de conducción, guía, modelación y normalización dela élite sobre el pueblo nacional. A continuación, preciso brevemente el conjuntode capitales y recursos que eran movilizados y expuestos para la consecución deun capital simbólico-nacional: un capital reconocido por tener el poder de ejercerel gobierno y la clasificación40.

La élite nacional se definió a sí misma en torno a la idea del linaje. Una ideaque era propia de la sociedad que ha sido llamada estamental, de los siglos XVII yXVIII, como determinante de estatus y honor en los miembros de las capas altas(Maravall 1979). En el siglo XIX, la idea del linaje era recurrente para señalar la

 pertenencia al grupo de dominio de lo nacional. Pero no en su sentido original como pertenencia a una nobleza cerrada y definida por mandato divino o a un grupo fa-miliar del cual se heredaban naturalmente y por vía directa los abolengos y los títu-los de nobleza. Más bien, el linaje de la élite nacional hacía alusión a la pertenenciaa un grupo social de claro origen hispánico, asociado a marcadores racializadoscomo la blancura y las facciones, y con una serie de rasgos y virtudes que hacía a

40 El capital simbólico es definido por Bourdieu como la suma o la transmutación de los distintoscapitales en uno que precisa la capacidad para producir y reproducir los esquemas de clasificación,el capital significativo en el juego de marcar la diferenciación (Bourdieu 1989a, 1989b).

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sus miembros propicios para el ejercicio del gobierno. El linaje señalaba también elorigen de los individuos en una de las buenas y distinguidas familias que con sus

crianzas y enseñanzas transmitían valores y virtudes a sus miembros. Aunque des-de esta visión el linaje no transmitía directa e incuestionablemente unos valores, lainsistencia en el origen racial y social fijaba y naturalizaba la pertenencia exclusivade unos pocos al linaje de la élite nacional. Paralelo al de linaje, el término de castasseguía siendo ampliamente utilizado como su equivalente, para referirse al origennegro e indio, como ocurría en el siglo XVIII (Jaramillo 1965)41.

Este énfasis en el linaje es evidente en la insistencia paralela en la sangre o pureza-limpieza de sangre; la cual, precisamente, era pensada como el vehículotransmisor del linaje, reforzando la idea de lo heredado, de un origen particular y de

la pertenencia a un grupo social. La pureza de sangre garantizaba un origen claroa una distinguida cuna-familia y al tronco de ascendencia hispánica-blanca. Claroque no en el sentido de nobleza de sangre de la sociedad estamental (Jaramillo1965: 177-181), ni en el sentido de la genética hereditaria del siglo XX.

Esto ocurría en un escenario en el cual el mestizaje precisamente parecía borrar tales signos, y en el que grupos ascendentes con medianos capitales eco-nómicos podían ser un riesgo para la distinción. Respecto al mestizaje, es im-

 portante anotar que desde la idea del linaje del siglo XIX, éste no era negado omenospreciado, sino que era constituido como un atributo del variado pueblo,incluso positivo, pero en franca oposición a la caracterización que la élite hacíade sí misma.

En este contexto, la fisonomía “blanca” era apreciada como un signo dellinaje y la sangre. Una fisonomía racializada, es decir, convertida en atributo yvalor racial (Wade 2000, 2003a). El linaje, la sangre y la fisonomía fueron asíracializados, aunque expuestos en un orden casi estamental42. Ello hizo posible

41 Desde una perspectiva crítica, Eugenio Díaz expuso claramente la idea del linaje en su sugestivanovela corta  Federico y Cintia, o la verdadera cuestión de las razas (1859b). El padre de la protagonista, Cintia, es un político-literato que se opone radicalmente a la relación amorosa desu hija con Federico, quien además de mulato era artesano. El nombre ficticio de aquel letrado no podía ser más diciente: Vicente de Lugo y Quesada. Ésta es la percepción de Díaz: los gobernantesnacionales son descendientes de los primeros conquistadores ibéricos, que basan su linaje en ladiscriminación de los no puros de sangre.

42 La fisonomía corporal y, especialmente, el color de la piel eran claramente relacionados conel linaje. Así le recordaba el letrado a Federico, en la mencionada novela de Díaz: “le mandédecir a usted que pusiera los ojos en una buena muchacha de su mismo linaje, que usted era unhonrado artesano, pero de un colorcillo que no me gustaba” (1859b: 337). Sin embargo, nótese

que, contrario a la idea del linaje en la sociedad estamental (Maravall 1979), éste no determinabanaturalmente el honor, aunque en este caso ello no importase, porque eran muchos más los valoresasociados a la elaboración racial de la fisonomía.

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La nación como proyecto de unidad y diferenciación

que los oficios y las actividades fueran también racializadas (Cf. II/2.2). Elejercicio letrado y de gobierno estaba prácticamente reducido a aquellos que se

representaban como hombres blancos y de origen europeo43

. No obstante, la diferenciación debía enriquecerse en una sociedad cada vez

más abierta y compleja. La escenificación de un conjunto de elementos estéticosdebía ser un marcador de la posición social. Aunque se insistiera en la división dela población entre los de levita y los de ruana, los calzados y los descalzos 44, laapariencia corporal no se reducía a esta oposición básica45. El verdadero letradoy el hombre público se distinguían y se hacían notar por medio de sutiles rasgosque fueran a la vez sencillos y elegantes; es decir, lo notable del notable era nohacerse notar tanto (ver la ilustración 1). El traje, el porte y la compostura debían

estar de acuerdo con este principio. Ello cobraba fuerza, en la medida que losgrupos sociales emergentes podían apropiarse de bienes suntuosos para enfatizaren sus recientes riquezas. De allí que para los letrados el valor de la aparienciano se encontraba en la exhibición del capital económico sino en un capital sim-

 bólico y social fundado en juicios estéticos como el buen gusto46. La serenidaden el continente, el decoro y el recato en el vestido, el desenvolvimiento corporaladecuado y las buenas maneras entraban a complementar la apariencia corporal,además como un reflejo exterior de la condición moral (Cf. Pedraza 1999: 38-42,66-77). Por ello se insistía en una correspondencia entre la forma moral y la físicaque componen al individuo distinguido (Samper 1882).

43 La historia de esta división se remonta a la exclusión de los no limpios de sangre en las universidadescoloniales, cuyo sistema educativo fundamentó el círculo letrado blanco en las ciudades, asícomo la segmentación de oficios nobles –la jurisprudencia y la filosofía, por ejemplo– e innobles –oficios artesanales y trabajos manuales– (Jaramillo 1965: 184-188).

44 Para apreciar ampliamente la división estética –en la fisonomía y los atuendos– entre élite y

 pueblo, se recomienda revisar Manuela de Eugenio Díaz (1859a).45 Ésta fue un marcador de posición social muy reiterado a mediados de siglo, relacionada sobre todo

con la división de oficios y actividades entre citadinos y campesinos agricultores, y entre letradosy artesanos. Por ello, un escritor como Díaz despertaba tanta curiosidad y, no menos aun, reticen-cia. En el relato que hizo Vergara y Vergara (1865: 561) de su primer encuentro con Díaz, no era unaanécdota más la referencia al atuendo visiblemente campesino, de ruana y alpargatas, de este últi-mo, el cual entraba en claro contraste con la elegante levita negra o gris de los letrados comunes.

46 Páez (1866), en un viaje a tierra caliente, elaboró un cuadro muy diciente sobre la distancia entreriqueza y capital social. Él visita a unos compadres suyos que se han venido enriqueciendo conel trabajo agrícola en sus propiedades. A pesar de la superioridad de riqueza de ellos frente alletrado, este último los califica como campesinos. Un término cargado de connotaciones estéticas

en el lado opuesto del urbano letrado. En sus compadres no encuentra ni elegancia, ni buen gusto,ni progreso, ni educación. Allí sólo había opulencia y excesos en la comida, los atuendos, lareproducción y la corporalidad.

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“Era notable en aquel tiempo el distinguido escritor y profesor, por la eleganciade su porte, por la belleza aristocrática de su continente y por lo caballeresco

de sus maneras y la pulcritud de toda su persona” (Samper 1882: 13). Como esevidente, la apariencia no se reducía al atuendo sino que se complementaba con eltrato, las buenas maneras y los signos corporales racializados. Esta elaboración dela apariencia y el comportamiento corporal era necesaria por el carácter sociabledel hombre de élite (ver las ilustraciones 2 y 3). La estetización de la vida social,originada desde la cortesanía y la urbanidad decimonónicas, instituyó formasde distinción social que debían ser reconocidas por todos (Pedraza 1999). Eladecuado desenvolvimiento en la vida social, siguiendo una cuidadosa gramáticacorporal, distinguía a los notables y gentiles hombres sobre el resto de la población.

En particular, a los miembros de la élite nacional los caracterizaba su activasociabilidad en las tertulias literarias, las reuniones sociales y las actividades políticas (Cf. Gordillo 2003). El letrado sólo era posible en medio de lo público ylo social: la conversación, la discusión y la escritura y presentación de textos.

La sociabilidad era comprendida como valor central de una vida civilizada.Con todo su conjunto de categorías y jerarquías, la civilización ofrecía a la éliteuna plataforma para definirse como tal. Por el momento, es necesario enfatizaren dos sentidos que cobra lo civilizado en la caracterización de la élite nacional,aparte de su ya evidente oposición a lo bárbaro y de su extensa riqueza semántica.En primer lugar, lo civilizado remitía al civismo y a la civilidad como atributos delos hombres públicos para la disposición al control y al comportamiento adecuado

 para la actividad política. El respeto, la contención, la serenidad, la participacióny la discusión constituían sus valores más preciados; los cuales distinguían alnotable del vulgo conflictivo –artesanos o campesinos–.

En segundo lugar, al hombre civilizado lo definían su capital cultural yescolar. Era el hombre ilustrado, frente a una masa bárbara y sumida en la os-curidad de la ignorancia, quien debía guiar los destinos de la nación. Ello podría

ser conflictivo para la élite, puesto que para fundar la nación ésta necesitó de laformación y educación del pueblo nacional. Eran necesarios más lectores paradifundir la retórica nacionalista y más almas y cuerpos modelados bajo sus

 principios. El conf licto radicó en que la educación f isuraba la estructura rígidade una sociedad aristocrática-letrada, en la medida que brindaba la posibilidadde la movilidad y el ascenso a nuevos grupos sociales, y generaba más lectoresy escritores que podrían socavar el restringido círculo letrado47. En este esce-

47 Esta tensión entre el poder de la escritura para la nación y la ciudad letrada, conformada desde laColonia latinoamericana, es advertida por Rama (1984: 62-67).

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nario, por un lado, el sistema educativo se consolidó como una estructura jerár-quica de distinción, en el que la instrucción pública era el dispositivo educativo

 para la gran masa poblacional, y la educación superior, en conjunción con el ca- pital social y cultural heredado, instituyó “títulos de nobleza” (Bourdieu 1979)desde los títulos académicos.

Por otro lado, “la ciudad letrada y escrituraria” (Rama 1984) se reforzó anteel advenimiento de nuevos escritores. La gramática, la retórica y los estudios lite-rarios fueron encumbrados en el esteticismo, donde el buen juicio era supeditadoal buen gusto y donde lo correcto daba paso a lo bello y, por lo mismo, a lo bueno(Cf. Gordillo 2000). La distinción-distancia entre élite y pueblo fue remarcada pormedio de las bellas letras. En palabras de Rufino J. Cuervo, en sus Apuntaciones

críticas (1876):Es el bien hablar una de las más claras señales de la gente culta y bien nacida, y condiciónindispensable de cuantos aspiren a utilizar en pro de sus semejantes, por medio de la palabrao de la escritura, los talentos con que la naturaleza los ha favorecido: de ahí el empeño conque se recomienda el estudio de la gramática. (Citado en Pineda 2000: 107)

Estos estudios fueron, así, claramente constituidos en saberes para la distin-ción, en especial, de dirigentes y gobernantes, desde los cuales el saber decir eraequiparado con el saber gobernar (Cf. Deas 1993; Ramos 1989). El círculo letradose reforzó además, como lo venía haciendo desde la Colonia, en su carácter urba-

no, tanto por su ubicación y su forma eminentemente citadina, en contraposicióncon los valores, actitudes y paisajes adjudicados al campo y lo campesino, como

 por el cuidado riguroso y ordenado en su desenvolvimiento público y social48. Losletrados insistían en el carácter urbano, para imponer a ciudades como Bogotácomo centros de dominio, civilización, conocimiento y producción cultural, en unescenario en el que estas ciudades eran pequeñas, parcialmente aisladas, pobres yrodeadas de extensos campos, bosques, selvas y conflictivas parroquias. La letra,la cultura, la civilidad y la sociabilidad intentaban suplir las carencias de dominiode las ciudades y sus élites, que poblaron, por medio de su escritura, de barbarie,

desiertos, soledad, violencia e incultura a los otros territorios y poblaciones.

48 De nuevo, la posición y los escritos de Eugenio Díaz son útiles para pensar en este punto. Pese aque, para alguien como Vergara, Díaz había escrito “la verdadera novela nacional”, con la cual seinauguraba El Mosaico (Vergara 1865), sus textos recibieron fuertes críticas de escritores comoCarlos Martínez y José Manuel Marroquín. Éstos señalaban que su lenguaje no era el adecuado,su gramática no era la precisa y sus expresiones no eran las mejores, reiterando al mismo tiemposu condición campesina (Mujica 1985). La condición fronteriza de Díaz y los juicios estéticos alos que fue sometido son evidentes en la crítica directa que él hacia de lo letrado, por medio de

 personajes como Demóstenes (1859a) y De Lugo y Quesada (1859b). Por ello, en el prólogo queCamacho (1889: 217) hizo de Manuela cuestionó la caracterización que Díaz hizo de Demóstenes,no sin antes explicar el origen y la importancia de este tipo de personajes.

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La nación como proyecto de unidad y diferenciación

Aunque el poder letrado se imponía en los saberes de distinción, su verdaderafuerza en el contexto nacional se deslizó hacia nuevos saberes desde los cuales

la élite nacional se proclamaba como tal, en tanto portadora del conocimientode la nación. Lo letrado se mantenía así como posición de poder, no tanto porsu rigurosidad y estética, sino por el mismo poder de la escritura y de la palabra

 para dar un orden y un sentido a las cosas. Los textos naturalistas, jurídicos, políticos, sociológicos, etnográficos y geográficos se constituyeron en estrategiasde poder 49, por medio de las cuales sus escritores emergían como poseedores delconocimiento de la nación, y, por ende, como parte de la élite nacional. De allíque la figura del publicista fuera tan importante (Cf. Restrepo 1999: 34; Gordillo2003: 27; ver Samper 1861: 8). En su labor de hacer público lo desconocido –en

el caso del viajero–, de dar a conocer el mundo natural y social, éste se instituíacomo centro del orden que creaba (Cf. Rozo 2001). El ejercicio del publicista o elautor era reiterado en su misma práctica, desde la cual señalaba que el mundo eraen tanto representado; así se posicionaba como agente que representaba, comoel hombre que revelaba una realidad. En el siglo XIX, este papel era central,

 porque, a fin de cuentas, la nación era posible en la medida que fuera narrada y publicada.

Así se definían los miembros de la nobleza de estado, aquellos agentes que, por su capacidad para producir y reproducir jerarquías y esquemas de clasificación,constituían un campo de poder . La producción de estas jerarquías y esquemas,que en el orden nacional toman formas racializadas y regionalizadas, es lo queveremos a continuación.

3. ORDEN  NACIONAL: EL PUEBLO Y LOS MÁRGENES

La nación ha sido constituida por medio de la invención del pueblo nacional, unacategoría central de los discursos nacionales, aun por encima de la de ciudadanía,

ya que resultaba más amplia que ésta para moldear y jerarquizar poblacionesdentro del marco de lo nacional. El pueblo surgía de la tensión entre un supuesto

 pueblo real-observado, caótico, desordenado, inasible, que revelaba los miedos dela élite, y un pueblo ideal que podía ser moldeado y ordenado, revelando los de-seos nacionalizadores y civilizadores. La importancia de la definición del puebloradicaba en su papel como otro de la élite, un otro semejante y distante a la vez,

49 Palacios (2002a: 274) sintetiza este conjunto de saberes en la trinidad derecho, gramáticay geografía, pero aun más importante, resalta cómo ella no puede pensarse desde la división partidista o desde las diferencias del proyecto radical y el regenerador.

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que era objeto de acción y posesión. A través de la figura del pueblo era consti-tuida una linealidad jerárquica desde donde era pensada y dispuesta la diferencia

 poblacional en el siglo XIX. Los tipos humanos y regionales representaban unadiferencia aceptable dentro de éste. Al mismo tiempo, a partir de la figura del pueblo era construida la diferencia más extrema dentro de la nación: indios erran-tes y negros libertos eran ubicados como poblaciones problemáticas por fuera del

 pueblo, en sus márgenes físicos y simbólicos.

3.1. “Nuestro pueblo” y sus costumbres

Quédense allá los poderosos con sus virtudes y sus vicios,me alejaré de las clases elevadas, para acercarme con amor al pueblo...

¡Al pueblo¡, ese niño, ese león, ese ratoncillo con el cual juegan los gatos políticos,

mientras pueden clavarles las aceradas uñas. (Páez 1866: 95)

La ciudadanía ha sido considerada una categoría central en la construcción de lasnaciones. Sin embargo, ésta termina siendo muy limitada en su aplicación parael estudio de la nación en el siglo XIX. Si bien en el mundo contemporáneo laciudadanía remite a una supuesta igualdad política de carácter universal dentro

de la nación, en la Colombia decimonónica ésta remitía a un campo privilegiado yexclusivo de unos pocos habitantes del territorio nacional: hombres, propietariosy alfabetos fueron algunos de los criterios restrictivos parta definir al ciudadanodurante la mayor parte del siglo. Si la nación es mirada desde esta perspectiva de laciudadanía, sólo quedan dos ámbitos de posibilidad: la exclusión y la inclusión. Esdecir, la pregunta por la ciudadanía en el siglo XIX nos lleva inmediatamente a loexcluyente de la nación50. Entonces, la nación no era conformada por ciudadanos,sino constituida a partir del pueblo.

La figura del pueblo emergió como fundamento de legitimidad de la inde-

 pendencia y la soberanía de las naciones. Durante y después de la Independencia,el vocablo pueblo fue recurrente en la retórica nacionalista como sustento políticodel gobierno nacional. La idea de que el pueblo es el soberano, de que éste es elgobierno, era una curiosa ficción que surgió en la época, y que como tal resultabacontradictoria51. En Manuela, dos campesinos se referían a ésta así,

50 Novedosos estudios que van más allá de estas ideas básicas de ciudadanía se pueden encontrar en

Sabato (1999). De allí, revisar en especial la síntesis de Sánchez (431-444).51 Para una exposición de las principales ideas y representaciones en torno al pueblo político enHispanoamérica en el siglo XIX, revisar Guerra (1992).

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La nación como proyecto de unidad y diferenciación

 —Pero lo que no entiendo es cómo el presidente es yo, y como yo soy el presidente o elgobierno de la América de la Nueva Granada. —¡Compadre, no sea tan de una vez! ¿No es cierto que usted entiende que el Padre es Dios,

y el Hijo es Dios, y el Espíritu Santo es Dios, y que no son tres Dioses sino un solo Diosverdadero? —Eso sí lo entiendo, porque es un misterio de nuestra religión. —Pues lo del gobierno del pueblo es lo mismo y debemos creerlo, porque los blancos así noslo enseñan. (Díaz 1859a: 257)

 No obstante, el postulado del pueblo como soberano implicó que al mismotiempo éste fuera construido como problema político y objeto necesitado detransformación. Durante las décadas de los cuarenta y cincuenta, en medio de laconformación de los partidos políticos, de la confrontación entre el artesanado y

los gólgotas y del golpe de Estado del general Melo en 1854 (Palacios y Safford2002: 407-411), el pueblo irrumpió como un actor central de la vida política: tantoel pueblo invocado para la confrontación y catequización como el pueblo peligrosoy conflictivo que amenazaba el orden establecido. El pueblo aterraba porque ensu nombre podía ser tomado el gobierno que estaba restringido a los miembrosilustres de la sociedad. La soberanía del pueblo no podía ser algo más allá que unrecurso en la propaganda política, puesto que el pueblo era representado comouna masa bárbara y caótica que podía ser aprovechada por peligrosos caudilloscomo Melo (Arboleda 1867). El miedo al pueblo dominó el escenario político de

la segunda mitad del siglo XIX.Sin embargo, el objeto del gobierno de la élite no era extirpar al pueblo, sino

moldearlo; por ello, a la vez que peligroso, aparecía como un elemento ignorante einfantil que era manoseado por gamonales, políticos, curas o militares malinten-cionados52. Frente al temor de la sublevación del pueblo bajo y a su representacióncomo caótico, bárbaro, pobre e ignorante, éste debía ser guiado y moldeado porlas élites nacionales.

En suma, el pueblo nacional debía ser creado, y no sólo como sustento po-

lítico sino como objeto cultural de la nación. Los estudios de costumbres y delo popular emergieron a la par con el miedo al pueblo y su ascenso como actor político. En ellos se manifestaban las tensiones entre el pueblo-problema y el pue- blo nacional, y entre el pueblo observado y el pueblo ideal. Esto porque el objeto

52 En el fondo, el objeto de Manuela de Díaz (1859a) era mostrar cómo el pueblo –sintetizado en lafigura de la protagonista– era objeto de manipulación de los letrados nacionales, los políticos lo-cales y los hacendados. Específicamente, la novela puede ser interpretada como una representa-ción-síntesis en la parroquia del golpe de Melo. Frente al gamonal local que movilizaba al pueblo

 bajo la retórica igualitaria y de soberanía, los hacendados, letrados, políticos y curas se unieroncomo agentes de gobierno del pueblo, así como en el nivel nacional se unieron las diferentes fac-ciones de liberales y conservadores para derrocar a Melo.

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de la descripción del pueblo conllevaba la definición de la élite nacional. En lostextos de costumbres, éste era definido como el otro de la élite urbana, aunque un

otro muy cercano, con el que se tenía una relación de posesión y de cuidado. Lareferencia continua a “nuestro pueblo” (ver, en especial, Guarín 1859 y Caicedo1866), demostraba ese tipo de relación, en la que éste era visto desde la distancia,con cierto extrañamiento y exoticidad, como una entidad que es lo propio, lo se-mejante pero no lo igual, y que como tal debía ser objeto de atención y cuidado53.De allí que el pueblo despertara a la vez contemplación, conmiseración, diver-sión, crítica y alabanza.

Vida de pueblo y de campo

La idea del pueblo nacional remitía a una supuesta realidad que observaban losescritores de costumbres y los estudiosos de lo popular en las “clases bajas”neogranadinas. La categoría pueblo sirvió a los letrados para hablar de lo propioy lo tradicional con unos valores y costumbres determinados que eran intrín-secos del tipo neogranadino. En buena parte de la literatura costumbrista, laque se refería en general a los pobladores del altiplano, el pueblo era apreciadocomo tradicional, con unos valores específicos, que eran una herencia viva del

 pasado hispánico y colonial. En esta línea de valores, los letrados señalaban la

vida familiar tradicional, la moralidad, las costumbres sanas, la sencillez y laabnegación, entre otros, como lo propio del pueblo bajo (Arboleda 1867; Díaz1859a). Desde otras perspectivas, el pueblo observado aparecía no sólo comocatólico y tradicional, sino también como activo, trabajador, libre, independien-te y dinámico (Ancízar 1853; Pombo 1852), ante todo, en una idealización de lavida campesina.

El escenario privilegiado del pueblo observado era el campo. En primerlugar, porque reforzaba la distancia entre una élite eminentemente urbana y un

 pueblo campesino. Además, porque el campo nacional era uno de los objetos dedescripción más importante de mediados de siglo; el país era en esencia rural y

53 Díaz exponía ese extrañamiento-distancia, como base del estudio de las costumbres, en la formaen que Demóstenes abordaba al pueblo. Frente a un evento popular, el escritor de costumbresdecía: “¡Mil gracias! Allá iré, no por bailar, sino por sacar algunos apuntamientos para misartículos de costumbres; porque los artículos de costumbres son el suplemento de la historiade los pueblos” (Díaz 1859a: 314). Este postulado hizo del estudio del pueblo nacional, en susinicios, algo muy similar al acto etnográfico, pero planteado como una etnografía cercana ymoderada de lo propio. Un ejemplo de ello en los cuadros de costumbres neogranadinos se puede

encontrar en “El boga del Magdalena” de Rufino Cuervo (1840). En su cuadro, Cuervo abogaentre líneas por generar nuevas formas de descripción del pueblo nacional, más moderadas quelas que realizaban los extranjeros, sin que dejaran de ser críticas.

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La nación como proyecto de unidad y diferenciación

hacia allí estaban dirigidos los esfuerzos de conocimiento e intervención de la éli-te. Mientras tanto, el pueblo de las ciudades no ameritaba grandes descripciones.

Allí sólo eran resaltadas ciertas anécdotas o sucesos, donde eran reiterados losvalores del pueblo tradicional, como en el caso de los cuadros de Díaz, y por otrolado, y más importante aun, era enfatizada la diferencia entre la élite y el pueblo

 bajo de artesanos, trabajadores y criadas (Caicedo 1866; Samper 1867; Santander186?). La ciudad era el escenario natural de las élites, mientras que el campo erael del pueblo (Cf. II/3.2).

Los escritores de costumbres y los viajeros insistían en la necesidad de aus-cultar el campo, en una visión entre romántica y crítica, con las condiciones del

 país. En el campo estaba la verdad de la República, tanto lo destacable como lo

 problemático (Ancízar 1853; Díaz 1859a; Samper 1861; Páez 1866). En Manuela nunca es señalado el motivo del viaje del letrado a la parroquia, porque se presu-

 pone como algo normal; éste está allí conociendo y describiendo el campo y susgentes. La novela es un llamado de atención a las élites letradas para que visiteny estudien la vida del pueblo y del campo, con la presunción de que ésta contieneuna realidad conflictiva o de valores tradicionales que no puede ser negada porla élite política. Samper (1861, 1866) y Díaz (1859a) insistían en la distancia entrela vida de pueblo, de las parroquias, y de las ciudades, respecto a la política na-cional54. En la parroquia se encontraba la verdadera vida política de la República,guiada por fuera de las leyes y los designios de la democracia: “en la humildeesfera de la parroquia la Constitución es casi un mito, una triste superfetación”(Samper 1866: 460). En este sentido, la observación de las parroquias demostrabacómo la República resultaba todavía precaria y lenta en su desenvolvimiento. Asi-mismo, el campo era descrito continuamente como un escenario de violencia yde injusticias, por la misma distancia frente a las políticas nacionales (Páez 1866;Díaz 1859a). El campo era otro mundo para los letrados-viajeros. La insistenciaen la corrupción del mundo rural y en la distancia política entre campo y ciudadera, también, una forma de reiterar la contraposición entre cada uno de estosespacios: “la República sólo existe, y eso a medias, en las ciudades […] en las

 parroquias nadie la conoce de vista, y casi ni de oídas, ni sabe qué color ni sabortiene” (Samper 1866: 468), y de paso, de enfatizar en la necesidad de colonizar lorural e instruir a sus habitantes en la democracia.

54 La parroquia era la unidad administrativa mínima en el ordenamiento territorial. Al ser consideradacomo una unidad síntesis de la vida de la nación, era corriente que en los cuadros de costumbres o enuna novela como Manuela no se señalara el nombre de la parroquia, porque se consideraba que con

una que se describiese quedarían descritas todas. Sin embargo, las parroquias y la vida de puebloque llamaban la atención eran aquellas que se podían encontrar en las zonas de mediana integracióna los centros urbanos y, en particular, en la zona de vertiente entre Bogotá y el alto Magdalena.

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La vida de pueblo estaba caracterizada y se evidenciaba por y en las festivi-dades populares. Éste fue un motivo significativo en la descripción de los escri-

tores de costumbres, por cuanto para aquellos mostraba las costumbres popularescon una carga de exoticidad, extrañamiento y diversión (Guarín 1859; Santander1866b; Samper 1861). En principio, de las fiestas, en particular de la tierra calien-te, eran destacadas la diversión y la alegría del pueblo, que más adelante y al calorde los bailes y los tragos se van transformando en pasión y excitación. El énfasisen la pasión aparece en tanto atributo contrario del carácter del letrado viajero.Aunque las fiestas idealmente serían espacios de integración y de diversión popu-lar, justamente el desborde de las pasiones y el descontrol en que vivía el pueblohacían de ellas un escenario de violencia. En las fiestas, mientras los pobladores

 bailaban danzas pecaminosas, se veían “la chicha y la sangre corriendo por todas partes en abundancia” (Páez 1866: 101).

La oposición básica entre la ciudad y el campo, a favor del segundo, se des-vanecía tan pronto el viajero pensaba en quedarse a vivir allí (Pombo 1852: 56).De nuevo, la vida de campo y de pueblo aparecía corrupta, violenta, desordenada,llena de rencillas, mojigatería e intrigas, y dominada por la tiranía del triunvirato

 parroquial de tinterillos, gamonales y curas (Páez 1866; Pombo 1852; Samper1866), y era además en extremo provinciana para el sociable y cosmopolita le-trado.

El campo era también una noción paisajística, que durante la segunda mitaddel siglo se refería a las tierras labradas por el hombre, integradas a un mercadoy ordenadas por pueblos y ciudades. El campo objeto de disfrute era aquel queestuviese cultivado, en todo el sentido de la palabra, por el hombre. Los viajerosdesplegaban sus descripciones alabadoras sobre el aroma, la panorámica, el airesano y la belleza de los paisajes que encontraban en los campos labrados, enlas tierras donde la naturaleza no se imponía sobre el hombre, donde imperabala vida industriosa agrícola o pecuaria55. Allí, gracias al trabajo del hombre, la

naturaleza no era vista como una enemiga de éste: “la naturaleza no es madrastra,sino madre amorosa, para el que la honra con trabajo y la riega con el fecundosudor de su frente” (Pardo 1866: 40).

El campo idealizado de la nación era aquel que también estuviese domi-nado por la presencia de una red de pueblos interconectados por caminos quegarantizaran el movimiento comercial y humano, lo que era evidente en el mer-cado y en el sometimiento definitivo de la naturaleza a manos del hombre (An-

55 Rozo (1999) explica cómo la experiencia del viajero estaba atravesada y formaba un “mapaemocional” que jerarquizaba los territorios explorados.

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La nación como proyecto de unidad y diferenciación

cízar 1848, 1853; Pombo 1852; Rivas 1899)56. En tanto esta imagen determinalas diferencias espaciales y poblacionales en la nación, esto será detallado en la

segunda parte.Uno de los grandes deseos de las élites nacionales era ver transformado todo

el territorio nacional en campo. Como es evidente, la gran mayoría de éste no en-traba en la definición del campo57. En términos generales, esta imagen planteabauna división básica entre las zonas rurales integradas, así fueran medianamente,al comercio y el movimiento poblacional de las zonas centrales, y las zonas pe-riféricas y marginales a este orden, calificadas de selvas, llanos, hoyas y costas

 bárbaras, desiertas, enfermas y ardientes. La imagen de un campo ideal marcabauna clasificación jerárquica de estos primeros territorios integrados al orden na-

cional (Cf. II/3).En conjunto, estas visiones sobre el campo observado e ideal y sobre el

 pueblo nacional invocado en la política, apreciado y despreciado en el campo yen las ciudades, reforzaban la distancia entre la élite nacional y su pueblo. La éliteurbana, recatada, controlada, ilustrada, republicana, se contraponía a una vidade pueblo corrupta, violenta, descontrolada y ajena a la democracia, entre otrosrasgos. Esto marcaba una primera gran diferenciación poblacional y espacial dela nación. La descripción de un pueblo observado y la proyección a futuro de un

 pueblo ideal contemplaba la imagen del pueblo nacional como una entidad enformación. Esta imagen reiteraba la idea de que el gobierno no era un asunto del

 pueblo, porque éste todavía no se había formado.

 Hacia el folclore: música y bailes en la búsqueda de un orden de lo propio

El estudio de las costumbres populares marcó el inicio de una forma particularde ordenar y explicar las diferencias manejables en medio de la figura del pueblo.

56 El mercado era un motivo importante de descripción, porque en él el viajero veía la concreción desus deseos nacionalizadores. Los mercados en los pueblos eran un punto de encuentro e integra-ción entre diferentes poblaciones y tierras. En la visión de mediados de siglo, los mercados eranla prueba de la variedad, y por ende, de la riqueza poblacional y productiva, una diferencia queconcurría bajo unos principios y unos propósitos comunes, como debía ocurrir en el conjunto dela nación. “La faz social de nuestros mercados semanales y su influjo en la unidad y nacionali-dad granadinas, son temas que ciertamente merecen la estudiosa atención del patriota; y, en miconcepto, esa costumbre es una de las que debieran fomentarse cuidadosamente, como que ella producirá, andando el tiempo, la extinción de las necias rivalidades y antipatías que aún prevale-

cen entre varios pueblos pequeños” (Ancízar 1853: 123).57 En general, los campos nacionales podían ser encontrados con más precisión en las tierrastempladas y altas de las montañas antioqueñas y caucanas, en el altiplano y en los Santanderes.

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Específicamente, implicó un punto importante en el surgimiento de lo popular,que pensado desde la diferencia dentro del pueblo nacional fue un antecedente

del folclor como saber de lo propio. Tal y como aparece en las conclusiones dela Historia de la literatura de Vergara, el estudio de lo popular se refería a locomún-compartido del pueblo bajo. Desde otra orilla, el mulato Obeso (1877)también se refería a lo popular como las manifestaciones o expresiones vulgaresde un pueblo particular. En este sentido, y aun más desde la visión de los letradoscomo Vergara, el estudio de lo popular se traducía en el estudio de lo propionacional, de lo propio –también como propiedad– de la élite: en ese caso, de  su 

 pueblo. Justamente, el folclor emergió, como su etimología lo indica, distinto dela etnografía, como el estudio del pueblo propio. Sin embargo, los antecedentes

decimonónicos del folclor estaban determinados por la concepción de lo popularcomo lo propio y lo otro de la élite. Por ello, lo popular era lo común, lo vulgar ylo corriente en el pueblo bajo.

 No obstante, lo común en el pueblo había que buscarlo por medio del trabajode campo, recolectarlo, catalogarlo y preservarlo. Vergara señalaba la importanciade mostrar la poesía negra y los romances llaneros a los estudiosos, tomandoestas manifestaciones como propias, aunque distantes y exóticas. El estudio delas costumbres, al apropiarse de, o más bien, al crear lo popular, lo limpiabay lo ordenaba para generar lo propio compartido. Su estrategia era temporal.Por un lado, como lo expone Guarín respecto al bambuco, éste, al igual queotras manifestaciones, quedaría en el pasado con el ascenso de la civilización,como una parte del recuerdo y de las remembranzas nostálgicas. El trabajodel estudioso de las costumbres era, a fin de cuentas, recolectar y preservar lo

 popular pero para dejarlo precisamente en el pasado. Por otro lado, el emergentefolclor permitía depurar el pasado y las otras posibles herencias culturales, comola indígena o la negra, en torno a las herencias españolas. Las costumbres, al igualque la historia, permitieron trazar un origen común con lo español, que inscribía

al pueblo granadino y colombiano en su tradición cultural. Como lo señalabaVergara: “debemos buscar por la literatura española el camino de la nuestra, hastaencontrar nuestra verdadera expresión nacional” (1867b: 219). Así, lo propio del

 pueblo nacional era lo español con todos sus valores asociados. Aunque Caicedohablaba del torbellino y del tiple como degeneraciones de las manifestaciones

 populares españolas, en el transcurso de su descripción va alabando lo populargranadino desde la perspectiva nacional, precisamente como fruto del pasadoespañol. Lo nacional y lo español eran “hermanos legítimos y descendientes deun común tronco” (Caicedo 185?: 73).

Esta perspectiva de Caicedo se relacionaba con el hecho de que lo popularfuese apropiado como nacional por las élites. De allí que el bambuco, como una

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La nación como proyecto de unidad y diferenciación

expresión de los pueblos de las tierras templadas y altas, precisamente integradasal orden nacional, se fuera nacionalizando. Caicedo lo describía como “La poesía

verdaderamente nacional, bella por su sencillez, por sus conceptos finos a veces;y por el sentimiento que encierran muchas de estas cuartetas” (185?: 80). Así mis-mo, Vergara lo valoraba por haberse “convertido en música y danza nacionales,no solo de las clases bajas sino aun de las altas, que no lo bailan en sus salones,

 pero que lo consideran suyo. El único caso probable de nostalgia de un granadi-no en tierras apartadas sería oyendo un bambuco. Es de todas nuestras cosas loúnico que encierra verdaderamente el alma y el aire de la patria” (1867b: 207).Descripciones como éstas se harían cada vez más corrientes hasta tener su puntomáximo en el siglo XIX con el poema en el que Rafael Pombo rendía homenaje

al baile nacional.Así, el estudio de lo popular tenía como propósito construir una unidad di-

fundida y compartida, como el término lo indica, pero en su proyecto iba elabo-rando, al mismo tiempo, una diferencia jerárquica, señalando que no existía lo

 popular todavía y haciéndolo ver como una necesidad (Vergara 1867b).

Durante la segunda mitad del siglo XIX, el estudio de las costumbres y de lo popular intervino en la construcción y determinación de las diferencias poblacio-nales, pero no con tanta fuerza bajo la diferencia de bailes y músicas, como con

los modos de vestirse, los trajes, el acento y la comida (ver, en especial, la esce-nificación detallada de esta diferencia en Ancízar 1853)58. Todos ellos eran vistoscomo rasgos distintivos de la diferencia, tanto por su evidencia física como por sunaturalización como expresiones propias y particulares de pueblos determinados.La diferencia era manejada y ordenada en torno a aquello que fuera fácilmente re-conocible y escenificable, precisamente para marcar distancias dentro de un len-guaje nacional: compartido y conocido por todos. La diferencia que expresabanel costumbrismo y más adelante el folclor era aceptable, en tanto se movía entrelas manifestaciones permitidas, sin que significara un cambio en la constitución

moral y física. Ello cobraría aun más fuerza con el folclor y el culturalismo en elsiglo XX, los cuales observaban las expresiones de pueblos diversos integrados

 bajo una unidad cultural. Lo importante a finales del XIX es que las diferencias

58 La importancia del estudio de las costumbres en relación con los modos tradicionales o típicosde vestirse provenía de la insistencia en la descripción física como la forma más segura dedeterminar la diferencia (Cf. II/2.1). Ancízar continuamente hacía este tipo de relaciones entre poblaciones, tierras y vestidos determinados: “En este campesino vi personificado el pequeñoagricultor granadino de las tierras altas. Su traje consiste en calzón de manta gruesa, camisa

de lienzo fuerte y tupido, ruanilla parda de lana, sombrero raspón, impermeable y de ampliasdimensiones, y alpargata doble, sujeta al pie por un simple cordón de fique” (Ancízar, 1853, tomoI: 115; cursivas del original).

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Julio Arias Vanegas

en las manifestaciones populares, producto del clima y de la variedad producti-va, no se tradujeran en una subversión de la constitución moral del pueblo ideal.

Precisamente, eran los negros, mulatos, zambos e indios quienes subvertían estadiferencia moderada, mientras que la población deseada campesina comenzaba aser ordenada en una diferencia aceptable. Esto es lo que determina la imagen del

 pueblo ideal y sus márgenes.

3.2. El pueblo ideal y el mestizaje

En los cuadros de costumbres, los relatos de viaje, las geografías y los ensayos políticos, el pueblo ideal surgía como fruto de la pretendida observación realistay de la explícita proyección de un pueblo a futuro. Esta imagen del pueblo idealgeneraba a la vez patrones de unificación y diferenciación. El objetivo era generarun pueblo unificado bajo ciertos valores y principios, desde los cuales aparecíala diferencia aceptable y a partir de los cuales era posible la jerarquía interna

 poblacional.

Es importante resaltar que los rasgos considerados particulares provenían engran medida de valores universales, en el proceso de configuración de Occidentecomo centro de la civilización y del progreso, aunque signados por la civilización

católica abanderada por el mundo hispánico. Pérez, en la  Jeografía Jeneral delos Estados Unidos de Colombia, editada en París en 1865 y dirigida al públicoeuropeo (como muchos de los textos geográficos y políticos de la época), señalaasí, “delante de la civilización y del mundo” (Pérez 1865: iii), las características

 particulares –al mismo tiempo universales– del pueblo granadino:

El jenial dulce de nuestros habitantes, el inf lujo tan directo en esto de la religión cristiana, laíndole de las instituciones democráticas, cuya sanción invijila tan de cerca la vida domésticade los ciudadanos, i el carácter honrado de estos; todo contribuye a hacer de los colombianosun modelo ejemplar. (160-161) Son además los colombianos sóbrios, industriosos, amantes

del trabajo, hospitalarios, pundonorosos, sufridos i por lo jeneral frios i sesudos en susdeliberaciones. (180)

En este sentido, el primer gran valor esperado o adjudicado al pueblo na-cional era su disposición para el trabajo físico; en especial, para el trabajo enlas áreas rurales, en el campo o en las selvas, para la producción y extracciónde materias primas (Arboleda 1867; Pérez 1865; Rivas 1899; Samper 1861), si-guiendo la división internacional del trabajo y de la producción capitalista (verlas ilustraciones 4 y 5). El pueblo campesino debía, con sus esfuerzos, participaren la prosperidad material de la nación. Una prosperidad que no radicaba en laobtención de bienes para la subsistencia, sino en la consolidación de mercadosamplios. La autosubsistencia era más bien un problema para la economía de mer-

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La nación como proyecto de unidad y diferenciación

cado, consumo y trabajo, que se esperaba establecer. La autosubsistencia impedíala integración nacional, el comercio, el movimiento poblacional trabajador y la

formación de trabajadores activos, imponiendo la pereza, la indolencia y una vidafácil sin esfuerzos (Ancízar 1853; Díaz Escobar 1879; Kastos 1858a; Restrepo1870; Rivas 1899). Autosubsistencia, desintegración, pereza e inactividad eranrasgos en completa contraposición con el pueblo nacional deseado y, como tales,conducían a una vida de vicios; así, era relacionada directamente una vida detrabajo con una vida moral y sana:

Cíñense los moradores a producir lo necesario para su propia subsistencia; y como ésta lafundan en el plátano, maíz y guarapo, no han menester mucho trabajo para asegurarla, dedonde procede que sean perezosos, vivan en la ociosidad y se entreguen a vicios, hijos de laignorancia, que los enervan y matan en número casi igual al de los nacimientos. (Ancízar

1853, tomo I: 61)

El trabajo garantizaba cuerpos sanos, así como éstos eran necesarios paraaquél. La buena conformación corporal era un requerimiento que debía cumplirel pueblo nacional. Para ello, éste necesariamente debía llevar una vida laboriosa,industriosa y con principios morales, y debía ser reforzada la presencia de losadecuados componentes raciales por medio del mestizaje. Sin embargo, de por sí,el cuidado higiénico, la belleza y la composición corporal estaban relacionadosdirectamente con el mantenimiento de una vida moral adecuada, a la cual lascapacidades para el trabajo estaban supeditadas (Ancízar 1853). Así, pues, untrabajo físico fuerte y la generación de riquezas no garantizaban por sí solos la

 prosperidad de la nación, puesto que ésta debía ser al mismo tiempo moral ymaterial. Ancízar (1853) y Díaz (1859a), entre otros, insistían en que la riquezano podía desembocar en los vicios y en la corrupción, y para esto era necesaria lainstrucción moral y educativa del pueblo.

De esta forma, la moral se erigía como el cimiento principal en la confor-mación del pueblo nacional. Valga reiterar que esta moral era percibida propia oequivalente a los principios del catolicismo (Díaz 1859a; Arboleda 1867). Dentro

de los valores que infundía el catolicismo y que eran necesarios para garantizar lavida moral y trabajadora del pueblo estaba la unidad familiar. El pueblo nacionaldeseado era aquel que estuviese ordenado en torno a familias trabajadoras, fe-cundas, decentes, patriotas, y que fuesen ámbitos de instrucción moral (Ancízar1853; Kastos 1855, 1858a; Arboleda 1867). La unidad familiar era la base del con-trol poblacional, bajo una organización fija territorialmente, contenida y automo-ralizadora. La unión libre, la dispersión poblacional y la pobreza moral y materialeran consideradas fenómenos relacionados (Ancízar 1853; Rivas 1866, 1899).

La moralidad, la laboriosidad, la vida familiar y la sobriedad o economíaeran para la élite nacional elementos necesarios que conducirían al pueblo a unavida ordenada y controlada. En medio del temor al pueblo sublevado, caótico y

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violento, la labor de constituir el pueblo nacional pasaba por formar y representaruno obediente, sumiso, honrado, sin envidias, controlado y de fácil manejo para el

ejercicio de gobierno. De alguna manera, la formación del pueblo debía contenerlas luchas de clases (Arboleda 1867):

Obediente, laborioso y honrado, está seguro de satisfacer sus pocas necesidades con los productos ciertos de la industria doméstica, y ni codicia lo ajeno, porque no lo ha menester,ni envidia los goces del rico, porque estando exento del hambre y la desnudez, no mira conenojo la abundancia de bienes en otras manos. (Ancízar, 1853, tomo I: 115)

Para que ello fuese posible, el pueblo necesitaba de la guía y la conducciónde la élite nacional; a fin de cuentas, su definición radicaba en aquella labor y sudeber consistía en instruir al pueblo en la vida democrática y republicana. En lo

local era necesario contar con buenos sacerdotes para inculcar la moral católica,y la élite local y regional, política, económica o cultural debía constituirse en mo-delos adecuados de trabajo y prosperidad. Una vida de pueblo y de campo idealdebía tener no sólo buenos campesinos sino buenos notables y curas (Cf. II/2.2).

 Mestizaje, unidad y normalización de la diferencia

Contrario al orden colonial rígido y estamental, el mestizo emergió durante el si-glo XIX como una figura central de la nación. En principio, se podría argumentar

que desde mediados del siglo XVIII la población mestiza se hizo tan numerosa queera imposible mantener un esquema radical de rechazo hacia lo mezclado. Sin em-

 bargo, este argumento no tiene validez, puesto que sigue la misma lógica colonialde lo puro y lo mezclado, considerándolos datos reales y empíricos. La cuestión esmás bien ideológica y simbólica. Al fin y al cabo, ¿qué hizo que en 1808 Caldasseñalara despectivamente a los mestizos en la última escala de la jerarquía pobla-cional (Cf. II/1.1), en un momento en el que la población mezclada era numerosa, yque décadas después lo mestizo se convirtiera en el símbolo de la nación?

En primer lugar, habría que decir que la imagen sobre el mestizo ya habíacambiado radicalmente hacia mediados del siglo XIX, por lo que el mestizaje co-menzaba a significar dentro del deseo nacionalizador de la población. La cuestióncentral aquí es que, a pesar de las críticas negativas contra las poblaciones mez-cladas en el siglo XIX, los proyectos nacionales han sido en esencia proyectos demestizaje. Más que al mestizo, lo que importa es ver la figura del mestizaje comoun tropo o metáfora significativa dentro de la retórica nacional59. El mestizajeera una necesidad básica en la constitución de la nación colombiana, por cuanto

59 Wade (2003a) ha advertido sobre esta dimensión del mestizaje que permite su maleabilidad endiferentes proyectos nacionales.

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La nación como proyecto de unidad y diferenciación

se refería a la mezcla, integración y fusión de poblaciones y tierras distintas60.La nación hizo de la integración y de la unión propósitos fundamentales de su

existencia; lo contrario era un obstáculo para su constitución. La Colonia eracontrapuesta a la nación por haber aislado a las razas en espacios y actividadesdiferentes.

El mestizaje era también un recurso central en la crítica al régimen colonial,y para reafirmar lo nuevo de la nación frente a éste. Por tal razón, la valoración delmestizaje fue particularmente extendida a mediados de siglo, bajo el propósito dederrumbar la herencia colonial (Ancízar 1853; Samper 1861). En este escenario, elmestizaje también emergía como un ineludible factor democrático, que se contra-

 ponía a la monarquía española, en el que confluían las grandes razas del mundo,aunque evidentemente en un orden jerárquico de genios e índoles variadas:

… esa obra maravillosa de la mezcla de las razas, que debía producir toda una sociedaddemocrática, una raza de republicanos, represente al mismo tiempo de la Europa, del Áfricay de Colombia, y que le da su carácter particular al Nuevo Mundo. La Conquista, llevándolea Colombia la poderosa infusión de la sangre cáucaso-arábiga –es decir, el elementoespiritual–; el régimen colonial, vigorizando el organismo del europeo y del indio con lasangre generosa, fuerte y ardiente del negro –es decir, el elemento físico–; y el sistemaorográfico, haciendo sin cesar, durante tres y medio siglos, el gran trabajo de fusión –taleshan sido los agentes creadores de los fenómenos sociales más interesantes en la situaciónactual de casi todo el mundo colombiano. (Samper 1861: 299-300)

Asimismo, el mestizaje hablaba de la posibilidad de cambio y de transfor-mación benéfica de la población, en un escenario de búsqueda de la prosperidadmaterial y moral. Aunque podría conducir a la degeneración como ocurría conciertas mezclas, como la de zambos, ésta era una poderosa herramienta para laregeneración de los pueblos61. La fusión y la mezcla tenían un lugar privilegiadoen la concreción de la unidad nacional y resaltaban lo nuevo, lo diferente y lo

 propio del carácter nacional.

Estas imágenes sobre el mestizaje se basaban en la concepción de éste comoun proceso moral, civilizador y cultural de cruces de razas, tendiente a una re-

60 El Ensayo sobre las revoluciones… de José María Samper (1861) plantea directamente esta re-lación indispensable entre nación y mestizaje. Sin embargo, esto no fue exclusivo de Samper;las consideraciones sobre el mestizaje que aquí se exponen estaban presentes, implícita o explí-citamente, en los relatos de viajes, las geografías, las historias, los cuadros de costumbres y losensayos políticos aquí analizados.

61 En los relatos de viaje y las descripciones geográf icas de la Comisión Corográfica, la descripción

del aspecto físico y del estado de las poblaciones locales contenía recomendaciones específicassobre la necesidad del mestizaje o de lo adecuado o impropio de éste (Codazzi 1851, 1855, 1858;Ancízar 1853; Pérez 1855).

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Julio Arias Vanegas

generación o degeneración de estos procesos. Hasta que el darwinismo evolucio-nista, la teoría mendeliana sobre la herencia y el neolamarckianismo no tomaron

fuerza a principios del siglo XX en Colombia62

, el mestizaje no era visto comoun asunto de mezcla genética sino de cruce o fusión de razas, entendidas comoconjuntos poblacionales de apariencia somática particular, pero por sobre todocon una historia moral y de civilización específicas. Por tal razón, los proyectos

 políticos de inmigración de la segunda mitad del siglo no se basaron en la intro-ducción de una nueva sangre con un conjunto biológico particular, sino de razasy pueblos con valores particulares, en especial, para el trabajo agrícola, artesanal,y la colonización de territorios despoblados63. En este sentido, el mestizaje de-seado tendía hacia el blanqueamiento, no sólo como un hecho físico sino moral y

cultural. El blanqueamiento se refería a la generación de nuevas poblaciones entorno a los valores racializados como blancos: la laboriosidad, la ilustración, lacivilización, el vigor y la moralidad64.

 No obstante, el blanqueamiento no dejaba de significar una transformaciónfísica tendiente a la constitución de una composición corporal-racial adecuada parauna vida industriosa y laboriosa. Lo blanco fue racializado como una aparienciafísica relacionada con el vigor y, por sobre todo, con la actividad y el movimiento,contrario a la indolencia y la pereza del negro. Sin embargo, el componente negroe indígena relucía en ocasiones propicio para la fuerza física necesaria en el trabajoagrícola y para el cultivo de las tierras calientes. Refiriéndose a la mezcla de negrosy blancos en el Chocó, Codazzi decía: “La rápida multiplicación de estos tipos,la mejor organización que debe perfeccionarse con las nuevas generaciones, harádescuajar grandes extensiones de tierra que modificarán mucho estas regiones”(Codazzi 1855: 406). De esta manera, el mestizaje adecuado consistía en un cruce

 preciso de determinados elementos físicos y de rasgos sociales-morales. Eranecesario determinar en qué grado y de qué debía componerse el mestizaje. En elaltiplano, Samper afirmaba:

Lo que importaba, pues, era favorecer el cruzamiento de la raza europea con las indígenas,obteniendo así una sociedad mestiza de buen carácter: blanca, fuerte, benigna, inteligente

62 Al respecto, ver Noguera (2003).

63 En Sánchez (1999), Rausch (1999: 153) y Martínez (2001: 399-403) se pueden encontrar reseñadoslos debates y las propuestas de inmigración del siglo XIX, relacionados en especial con lacolonización de las regiones de frontera, frente al problema conocido como la escasez de brazos.Estos autores reseñan cómo en aquellos debates fue recurrente la idea de atraer poblacionesafricanas y asiáticas civilizadas que eran más adecuadas para la colonización de las tierras

calientes, mientras que las razas europeas debían poblar las ciudades y par ticipar más bien en el progreso de las ciencias y la industria.

64 Ver, en especial, Ancízar 1853, para el caso específ ico del altiplano y Santander (Cf. II/3.2).

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La nación como proyecto de unidad y diferenciación

 –que aliase las cualidades heroicas del español con la índole dulce, paciente, candorosa ysumisa del indio colombiano. (Samper 1861: 64)

Allí era evidente una preocupación por la vida terrenal poblacional, qué de- bía ser promovido y qué no: “en cada comarca, importa conocer [las razas y tipos]á lo menos en sus grandes líneas, á fin de saber cuáles conviene robustecer, ycuáles compartir ó modificar, según el fin que se busque. Hallar esos caracteresfundamentales constituye el objeto de la etnografía” (Vergara y Velasco 1892:952). Evidentemente, ciertos negros e indios debían ser absorbidos por el ele-mento blanco, en un sentido que empezaba a ser cada vez más biológico comorequerimiento previo para lo moral; por ello, Codazzi decía:

 No debemos creer que los indios de Casanare y Meta se podrán reducir con discursos ni

aprendiendo la doctrina cristiana; estas cosas se conseguirán más tarde, cuando una granmasa de población se haya mezclado con ellos y haya formado una raza distinta, como hasucedido en las demás partes de la República. (Codazzi 1856: 89)

En el nivel nacional, el mestizaje era valorado como una vía de formaciónde la unidad. En estricto sentido, aunque principalmente blanqueada, la razagranadina o colombiana era narrada como mestiza (Pérez 1865; Samper 1861),con valores y rasgos particulares:

Mas hoy que a la raza indígena se sustituye la granadina, diversa de la primera en índole, eninteligencia y necesidades morales, y, además, galvanizada por las instituciones democráticasy modificada en su manera de existir por la libertad de industria y de movimiento. (Ancízar1853: 121 tomo 1)

Esta visión del mestizaje como posibilitador de unidad cobraba más fuerza bajo la teoría cristiana de la degeneración65. El mestizaje fue comprendido, en particular por Samper (1861) y Arboleda (1867), como una vía segura de recom- poner la degeneración causada desde el origen primario y su ascendencia peca-dora. El mestizaje permitiría la regeneración hacia un nuevo hombre fruto de lamezcla de los hijos de Jafet, Sem y Chan.

De esta forma, a lo largo del tiempo, el mestizaje permitiría generar una uni-dad a partir de la heterogeneidad –la diversidad de origen–. En términos genera-les, el objetivo era generar una unidad moral, social y, en cierto sentido, somática,limpiando las otras herencias, negras e indias. Pero no suprimiéndolas o exclu-yéndolas, sino articulándolas diferenciadamente según los valores y característi-

65 Trigo (2000) explica cómo en la idea de degeneración del siglo XIX, analizada por él en Sampere Isaacs, tuvo un papel central la explicación cristiana de la diferencia, la cual se centraba en lamonogénesis y su progresiva degeneración-diferenciación a partir del pecado original.

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cas que fueran útiles para la nación66. Como se nota en las citas de todo este texto,lo indio podía aparecer como herencia de moralidad, sumisión y obediencia, y lo

negro, como fuerza física, vigor e independencia67

. Así, pues, el mestizaje no im- plicaba un blanqueamiento total, tanto por la presencia de los otros componentesraciales como por el hecho de que lo granadino o colombiano no podía ser en síuna entidad geopoblacional igual a lo blanco europeo.

Así mismo, dentro de la nación, las posibilidades de mezcla eran múltiplesy variadas. Habría que hablar de mestizajes, resaltando el plural. Mestizajes queresultaban necesarios de acuerdo con la diferenciación para el trabajo, que a suvez estaba relacionado con la concepción climática de una raza = un clima. Así,el mestizaje debía ser diferente en cada país o porción del territorio nacional. Por

ejemplo, en la minera provincia de Chocó, el mestizaje debía ser adelantado con base en el elemento negro, como forma de garantizar una mano de obra que habíasido naturalizada con la recolección de oro:

Esta [raza africana] ha tenido necesariamente un contacto más frecuente, más prolongado yen mayor escala con la raza primitiva, de esa mezcla naturalmente se ha formado una raza tannumerosa y mixta que ha hecho desaparecer enteramente los tipos y fisonomías indígenas,resultando una raza particular, que mezclada también con la raza blanca ha diversificado loscolores y dado una constitución más robusta y vigorosa y una natural energía, mayor quela de los individuos nacidos en el mismo clima, de padres de sangre europea o africana sinmezcla. (Codazzi 1855: 174)

Esta diferenciación del trabajo que negreaba al Chocó y aindiaba o blan-queaba al altiplano, dependiendo del tipo de población y su índole, estaba sus-tentada en la imagen racialista de que existen razas o tipos propicios para de-terminados climas, debido a la idea de una constitución física particular o a unacondicionamiento de siglos de historia. Los negros resultaban adecuados para eltrabajo en regiones que eran malsanas para los blancos: “La raza blanca no puedesoportar esta temperatura, y vegeta en ella sin salud ni energía; cruzada con laafricana produce una casta de atletas que reciben con gusto sobre sus cuerpos

semidesnudos los quemantes rayos del sol y los aguaceros repentinos” (Ancízar1853, tomo II: 185), “la africana, que necesita de una temperatura ardiente como

66 Desde esta visión, la colonización del territorio era apreciada como un ejercicio de mestizaje poblacional y ter ritorial. Al igual que con las poblaciones, el altiplano blanco –aunque tambiénindio– debía nutrir a las tierras bajas –indias y negras– e imponérseles como vector de sumestizaje paisajístico. Mestizaje, por cuanto significaba la formación de una tierra nueva, no deuna simple réplica de la primera (Rivas 1899).

67 Igualmente, estas visiones sobre el mestizaje eran posibles en un período en el cual las razas noeran vistas desde un racismo radical cientificista, como conjuntos biológicos que eran genética-mente problemáticos, tal como ocurriría a principios del siglo XX.

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La nación como proyecto de unidad y diferenciación

 Ilustración 4

Carmelo Fernández (1850).Tipo blanco e indio mestizo,

Tunja. En Codazzi (1851).

 Ilustración 5

Carmelo Fernández (1851).Cosecheros de anís. Indios

mestizos. Ocaña En Ardila yLleras (1985).

Estos cuadros revelan la imagen del buen campesino. Hombres vigorosos, de buen aspecto y con disposición para la labranza aparecen allí; incluso en la 5 están inmersos en el anís que cultivan. La imagen tipificada deldócil y hasta bonachón indio mestizo es repetitiva como proveniente de un molde: “Los mismos indios de formasrechonchas, color cobrizo y fisonomía socarrona de suyo y humilde cuando saben que los miran, los mestizosatléticos y los blancos de tez despejada y facciones tan españolas que parecen recién trasplantados de Andalucíao Castilla” (Ancízar 1853, tomo II: 13). En general, los cuadros de Fernández son representaciones positivas eideales de la población neogranadina. Recordemos, que, con más claridad, los primeros cuadros de la Comisiónfueron proyectados para ser expuestos y reproducidos a un público extranjero (Sánchez 1999).

la del Chocó” (Pérez, 1865: 160). Esta idea confirma la necesidad de un mestizajegradual, regionalizado y regulado a lo largo del territorio nacional, y no un simple

 blanqueamiento.

En este mismo escenario, el mestizaje resultaba central en la construcción deuna jerarquía poblacional regionalizada. Un mestizaje diferenciado por regionessustentaba la diferenciación interna (Cf. II/3). Al mismo tiempo, el mestizaje

 permitía la normalización de la diferencia, haciéndola aceptable en medio delos principios de unidad. En suma, esto demuestra, como lo ha afirmado Wade

(2003a, 2003b), que el mestizaje ha sido un elemento central en la constituciónde las naciones latinoamericanas, por cuanto se desliza entre la búsqueda de launidad y el mantenimiento de diferencias manejables y jerárquicas a la vez. Elmestizaje, su necesidad o sus límites, determinaba la delimitación de los márgenesde la nación y no sólo de la diferencia aceptable.

3.3. En los márgenes de la nación. Temor, incorporación y otredad

La barbarie fue uno de los motivos más importantes de la escritura decimonónica.

En diversos discursos políticos, sin distinción de partido, los bárbaros poblabantodos los espacios posibles de la nación, acechaban dentro de las ciudades, en el

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campo, en las selvas y en los valles ardientes. Al fin y al cabo, la barbarie aparecía por doquier, por ser el otro de la civilización. Pero, además, he señalado cómo

 podemos encontrar la barbarie en los artesanos, en el pueblo ignorante y sucio,en los caudillos y hasta en los radicales, revelando, así, el miedo generalizado al pueblo como agente político de la nación y la revolución. Por medio de la escrituray las prácticas disciplinarias sobre el cuerpo, al final del siglo XIX, buena partede lo bárbaro en el pueblo comenzaba a ser reducido; la Regeneración emergíaentonces como un gran proyecto para frenar la degeneración moral, política ysocial de la República, condensando gran parte de los deseos del siglo XIX sobreel control y contención del pueblo colombiano en torno a claros y rígidos principiosmorales. Con todo, la verdadera y más temida barbarie continuaba rondando gran

 parte del país, aunque circunscrita, pero no fija, a territorios particulares (valgadecir “especiales”, en los términos del ordenamiento territorial): indios errantesy salvajes, negros libertos y libertinos, zambos y mulatos vagabundos, todos loscuales constituían poblaciones que no solamente representaban la peor barbariefrente a la civilización, sino también los otros más distantes del progreso y lamodernidad, que habitaban los márgenes físicos y simbólicos de la nación.

Aunque estas poblaciones representaban el otro del pueblo nacional obser-vado o proyectado, no eran precisamente objetos de exclusión o invisibilización.El mismo hecho de ser la imagen contraria del pueblo las hacía necesarias dentrode los discursos sobre la nación. El centro de la nación se ve en una lectura enreversa de sus márgenes. Indios y negros eran marginales y no invisibles en eldiscurso nacional. Marginales no en el sentido de insignificantes, sino de subor-dinados y contrarios al ideal. En este sentido, no estaban excluidos, por doquieraparecían como motivo de preocupación68. Aun más, indios y negros fueron rea-les poblaciones, en tanto objetos problemáticos, críticos y riesgosos para el ejer-cicio de gobierno moderno (Foucault 1976, 1978)69. La nación hizo más urgentela incorporación e intervención sobre ellos –en particular, sobre los indios–. Losindios errantes y los negros libertos eran constituidos en “sujetos de crisis”, enel sentido de Trigo (2000), desde las representaciones que las élites hacían de loscuerpos salvajes y obscenos y, por sobre todo, de las prácticas opuestas a los pro-

68 Pensar en los procesos de marginalización, más que de invisibilización o exclusión, no es unsimple eufemismo que niega el fuerte racismo discriminador sobre lo indio y lo negro. Por elcontrario, enfocarse en estos procesos permite entender que el hacer parte crítica de los discursossobre la nación propicia la generación de formas fuertes de discriminación y subordinaciónevidentes en prácticas cotidianas y tangibles.

69 Mientras que, en términos generales, estas poblaciones requerían de un actuar directo sobreellas, los tipos regionales, la diferencia moderada, eran principalmente objeto de la acción de laescritura.

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La nación como proyecto de unidad y diferenciación

 pósitos del Estado nacional. Esta posición absolutamente subordinada se eviden-cia en la imposibilidad de hacer de estas poblaciones tipos regionales o humanos

neogranadinos, descritos a través de cuadros de costumbres, sino comprendidosy ordenados a través de dispositivos más distantes como la etnografía.

Letrados y científicos naturalizaron la posición crítica de los indios errantes ylos negros libertos en su relación con tierras y climas particulares. Ellos habitaban,o más bien, rondaban los grandes territorios de Casanare y Caquetá, las selvasdel Chocó, las márgenes de los grandes ríos y determinados valles interandinos,el Urabá, la serranía del Tibú, la cuenca del Catatumbo, el Magdalena Medio yLa Guajira, entre otros. Territorios que, en conjunto, se caracterizaban por serzonas de frontera interna; considerados así por estar en los límites del orden

económico, político, natural y simbólico de la nación70. En este sentido, a lastierras de frontera o marginales les era adjudicada una historia de expediciones,conquistas y colonizaciones fallidas por las condiciones climáticas, la belicosidadde los indios nativos y su violencia implícita (Codazzi 1856, 1857).

La condición de tierras marginales era sustentada en distintos elementos yesquemas de diferenciación espacial. En primer lugar, la oposición civilizadora ycolonizadora entre tierras altas y bajas. Las segundas eran consideras desiertas,a pesar de su exuberante naturaleza, por la ausencia de vida social civilizada. Lo

despoblado y lo desierto eran nociones recurrentes para describir las tierras nointegradas, con base en juicios sensibles sobre la soledad, la tristeza y la monotoníaque experimentaba el viajero ante ellas:

Al cabo resulta de una monotonía insoportable, agravada por la inmensidad del desierto, puesto que sólo unas cuantas tribus de indios salvajes vagan aquí y allá por los ríos. (Vergaray Velasco 1892: 211)

70 El Estado nacional, en vías hacia una economía capitalista, planteaba como uno de sus requeri-

mientos básicos de existencia la integración regional que había articulado bajo la presencia deuna unidad territorial y administrativa mayor. Dicha integración, en una perspectiva económica,se basaba en la conexión efectiva de los lugares de producción o extracción de recursos con losnúcleos urbanos importantes y con las vías para el transporte interno o externo, en especial conlos puertos que permitieran exportar los productos. Además, el Estado requería de una integra-ción política, simbólica y práctica, en la que los territorios y poblaciones incorporados estuviesensometidos a la dominación política y cultural que implica una formación como el Estado. Las re-giones de frontera eran caracterizadas precisamente por esta imposibilidad de integración a unaunidad mayor, que en estricto sentido es abstracta y arbitrar ia. Así, por paradójico que parezca,el pensamiento nacional, al plantear la necesidad de la integración, crea y naturaliza lo contrariocomo problema en el territorio o la población. Es de allí que aparecen ideas como la desintegra-ción, la fragmentación o el archipiélago regional. Igualmente, como una contradicción implícita

en este orden nacional, el Estado-nación inició una marginalización progresiva de ciertas regio-nes, en la búsqueda de una centralización del poder y en el establecimiento de unas jerarquíasespaciales y culturales.

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Julio Arias Vanegas

Se dilatan intrincadas y espesas selvas donde apenas cabe ya la vegetación, y por lascuales atraviesan hacia el río, en un curso desconocido sin nombre y sin historia […] lasvoces y los cantos desapacibles de las aves de la selva, el rumor de la corriente […] son

el ruido constante y discorde que se percibe por horas seguidas en aquellos desiertos […].(Pérez 185?: 161)

Frente a la ausencia de sociabilidad, lo bárbaro y lo salvaje eran las categoríasmás recurrentes para calificar a los territorios marginales. También, la violencia,el caos y lo aislado los calificaban. En especial, éstos eran vistos como espaciosautocontenidos, absolutamente distantes y aislados de las tierras altas, con grandes

 barreras, que en los relatos de viaje eran simbolizadas por las cordilleras:

Desde que se pasa la cumbre no muy elevada de los Andes orientales frente al pueblo de laCeja de la Provincia de Neiva parece que uno se halla en un Nuevo Mundo; separado pordecirlo así de todo comercio humano, rodeado de cerros cubiertos de un oscuro bosqueque se rebajan en desorden hacia una inmensa masa de vegetación que forma horizonte sin percibir ningunos rastros de cultivo. (Codazzi 1857: 191)

En torno a las condiciones climáticas, la enfermedad y el deseo de un or-den ecológico particular, articulaban éstas y otras categorías que determinabanla marginalización de las tierras habitadas por indios y negros71. El climismo fueexplícito, con sus visiones radicales, sobre esta caracterización de las tierras defrontera72. Un climismo que, aunque tenía presente las consideraciones hipocrá-ticas de principios de siglo, estaba más cercano a la climatología de finales delXIX, la cual planteaba una relación natural entre geografía y nosografía, de loque resultaban una clasificación y una definición espacial y ambiental de las en-fermedades poblacionales.

La mayoría de los viajeros que recorrieron los territorios especiales duranteel siglo XIX compartía la apreciación de que éstos se caracterizaban por ser indis-cutiblemente malsanos, con condiciones climáticas inadecuadas para la vida civi-lizada. El hecho tenía que ver con la conjunción de la humedad, la alta presencia

71 Las políticas de ordenamiento territorial reforzaron la marginalización de ciertos territoriosal calificarlos de especiales, y asignarlos o bien al Estado central o a determinadas provinciaso estados federados, por cuanto eran considerados espacios conflictivos y de difícil manejo, por sobre todo, por ser despoblados o, lo que era lo mismo, habitados en su mayoría por indiossalvajes. Durante el siglo XIX fueron territorios especiales La Guajira, San Martín, Casanare,Caquetá, San Andrés, Darién y Bocas del Toro en Panamá. Sobre esta política en el siglo XIX,ver Rausch (1999) y Sánchez (1999).

72 En este texto se utilizan los términos climista y climismo para referirse al tipo de doctrinaso pensadores que enfatizaron, dentro del racialismo, en la explicación de la influencia o ladeterminación imperante del clima en la constitución física, moral y social de los hombres. Ya

Cadelo (2002) había utilizado el término “pensamiento climista”, justamente para referirse alas ideas sobre el influjo del clima desarrolladas por los naturalistas criollos del Semanario del

 Nuevo Reino de Granada.

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La nación como proyecto de unidad y diferenciación

de vida orgánica, los drásticos cambios climáticos, la composición de los pastosy bosques, lo cual producía miasmas y emanaciones deletéreas que afectaban el

desenvolvimiento y la subsistencia de la vida humana y de algunos animales.Respecto al Casanare y al Caquetá, se afirmaba:

Por los innumerables seres i cuerpos que anida i abriga esa zona en su recrudecimientoactual; por lo perjudicial de esa doble vida orgánica; por lo vírjen i remoto de su salvajeexistencia; por su nociva influencia actual Climatérica; por lo mórbido de su humedad,sedimentos i despojos; por el miasma que enjendra i mantiene en sus pútridos cimientos; porsu falta de armonía con debilidad i la constitución del hombre. (Díaz E. 1879: 21)

Aquí esperaban al viajero nuevos peligros porque se encuentra un clima abrasador, enuna atmósfera húmeda, cargada de miasmas pestilentes y llena de insectos ponzoñosos portodas partes. (Codazzi 1857: 192) […] En medio de una vegetación tan portentosa en que

el hombre no ha tenido la menor parte, casi se acostumbra a considerarse como un serimperceptible en medio de aquel vasto suelo en donde todo es gigantesco, cerros, llanuras,ríos y selvas. Al ver aquel inmenso desarrollo de las fuerzas orgánicas vegetales, aquellariqueza que agobia la tierra, comprende que se necesita una numerosa población para poderdominar tan exuberante vegetación. (Codazzi 1857: 197)

Esta imagen se concentraba en una supuesta relación desequilibrada entre lasdistintas fuerzas orgánicas presentes y la vida humana; es decir, allí los viajerosveían una ecología no armónica y perjudicial para los hombres. En esta visión,cuando se refieren a los hombres, lo hacen sobre los civilizados, puesto que los

 bárbaros, indios, o incluso negros, no se encuentran mermados por los miasmas y parecen gozar de buena salud en estas condiciones. Por ello, en la medida en queen los relatos de viajes e informes son enunciadas las posibles soluciones de estasituación de desequilibrio, se hace evidente que lo que se pretendía era también untipo particular de ecología, en la cual el hombre fuera el centro y el dominador delas relaciones entre la vida orgánica; es decir, que la naturaleza fuera doblegaday vencida en beneficio de los elementos constituyentes del hombre civilizado: lacultura y la industria. El orden ecológico deseado, por medio de la ganadería o laagricultura, implicaba la dominación de animales, matorrales e indios:

De la sabana no se puede sacar producto sino por medio de la cría de ganado mayor, pero para establecer las crías es preciso vencer dificultades que parecen superiores a las fuerzasdel hombre, porque las sabanas están pobladas de tigres, culebras, caimanes en los cañosque las atraviesan, una infinidad de zancudos y mosquitos de diferentes clases, y lo peor detodo, las frecuentes incursiones de los indios salvajes. (Codazzi 1856: 129)73

73 Las regiones malsanas, peligrosas, infructuosas y despobladas de colonos eran consideradasnecesitadas de la irrupción y la avanzada de economías extractivas, como la ganadería del sigloXIX, con lo cual se suponía que se abría paso a una sucesiva colonización y el establecimiento

de la industria y el progreso. Dentro del pensamiento colonizador y nacional, tal economíaresultaba afín con la necesidad de explotar y dominar los territorios de f rontera por medio de laextracción de recursos naturales y el sometimiento de sus pobladores a duras jornadas de trabajo.

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Julio Arias Vanegas

“Aborígenes e indios errantes”. Los otros de la modernidad y estrategias para su reducción

En el conjunto de los territorios marginales-especiales, en particular, Chocó, Ca-quetá y Casanare, operaba una división entre zonas “conocidas”-“reducidas” yzonas “salvajes”, “desiertas” y “desconocidas”. Esta diferenciación espacial se tra-ducía asimismo en una diferenciación poblacional: las primeras eran habitadas

 por los indios reducidos y civilizados, mientras que las segundas eran considera-das “la mansión de las tribus salvajes” (Codazzi 1856: 102). Los indios reducidosera un término utilizado para referirse a las poblaciones que habían sido incor-

 poradas a una vida considerada semicivilizada por medio de las misiones. Por talrazón, estos indios eran caracterizados como dóciles, fieles, agricultores y conresidencia fija (Codazzi 1856, 1857), aunque no por ello menos perezosos, por sucarácter indígena: “sus costumbres se reducen a cazar i pescar, i la pereza de elloses tan dominante, que solo la necesidad los hace salir de sus habitaciones, en don-de pasan el día acostados en sus hamacas” (Valderrama 1869: 56). Los viajeros,naturalistas y letrados argumentaban que los indios reducidos podían retroceder aeste estado si no se encontraban bajo una tutela reduccionista permanente.

Por otro lado, con el rótulo de “tribus salvajes” era reunido un gran númerode grupos humanos nómadas, que basaban su subsistencia en la caza y recolec-

ción, y que habitaban en extensas zonas selváticas, distantes del control policial,eclesiástico y económico, en las cuales, en varios casos, se habían refugiado delrégimen colonial de encomiendas y misiones74. Sin embargo, el siglo XIX, conla necesidad de ampliar tierras de cultivos y de ganadería, y con el avance de laseconomías extractivas –en particular, en los Llanos Orientales–, significó un au-mento en la presión territorial sobre estos indígenas, así como la representaciónde éstos como objetos problemáticos para el avance colonizador y los proyectosmodernos del Estado nacional.

La vida del indio nómada fue barbarizada, por cuanto aparecía contraria

al orden moderno económico y cultural que encarnaba el Estado-nación. Enespecial, la autosubsistencia y la ausencia de producción significaban un modo devida totalmente opuesto al esperado progreso material y moral de la nación. La

 pereza y la indolencia no eran presentadas como rasgos o actitudes simples, sinocomo formas de vida que contravenían los principios básicos de la vida moderna,

Esta imposición de lo extractivo a los territorios especiales terminaría marginándolos aun más,simbólica y físicamente, e incentivaría o, mejor aun, terminaría produciendo la violencia y la

 belicosidad que les era imputada.74 Así, esta división espacial y poblacional seguía el nivel del avance colonizador en su relación conel tipo de organización social, de residencia y de subsistencia de los grupos indígenas.

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La nación como proyecto de unidad y diferenciación

 basada en el ideal de progreso futuro: “Si son diestros y altivos, los vemos en laselva; los encontramos perezosos en extremo grado en sus chozas, sin que los

mueva al trabajo el mayor interés, ni las promesas ni las pagas, porque no aspiransino a comer malamente y no piensan en lo futuro” (Codazzi 1855: 409; ver lailustración 6).

Científicos, viajeros y colonizadores relacionaban esta vida inactiva, aunquesuene paradójico, con el carácter errante de los indios salvajes. Nada aparecía máscontrario a la vida moderna, más cercano al estado de naturaleza, que la ausenciade una residencia fija. Este hecho hacía imposible el control poblacional en todassus dimensiones, en especial, en la sujeción de una fuerza física. El progreso de lanación y de cada uno de sus componentes resultaba imposible con la vida nómada:

Si se inquiere un espíritu filosófico cuál es la causa de esa inmovilidad de los pueblos nómadesen el camino del progreso, se encontrará que no es otra que la ausencia de la propiedad raízindividual entre ellos. La propiedad raíz fija el hombre a la tierra, y establece entre ésta yaquél vínculos que generan los primeros movimientos que lo ponen verdaderamente en elcamino de la civilización. (Restrepo 1870: 175)

Asimismo, desde la visión del sistema de hatos en las sabanas, de las ha-ciendas agrícolas o de los complejos mineros, la eliminación de la autosuficienciaera requerida para constituir una población de trabajadores dependientes de talessistemas. Los indígenas no reducidos generaban fisuras a este sistema, y con su

nomadismo y su no inserción plena al mercado-consumo fueron constituidos enla población crítica sujeta a intervención. Por tales razones, la lógica de la au-tosuficiencia indígena debía ser desestructurada, como lo indicaba el abogadoJoaquín Díaz Escobar en su informe al Congreso sobre los Llanos:

La razón por qué los indios queman muy poco de sus praderas allí, está, en que ven que asíno les disminuye su haber o despensa, siendo en esto lógicos i consecuentes con su vidaerrante i cómoda i con su inacción, pero el día en que nosotros por cálculo económico eindustrial, les contrariemos con el elemento del fuego, ese modo de ser por la razón y lafuerza de la necesidad, tornarán hacia un movimiento industrial i productivo, como el decultivar la tierra, agotar los animales dañinos, o explotar mejor la vegetación. De otro modo

la metamorfosis será tardía, porque la abundancia aleja el trabajo. (Díaz 1879: 43, 44)De allí que se desencadenaran cruentos enfrentamientos entre indios y colo-

nos, con saqueos, por un lado, y masacres, por el otro. El nomadismo era descritocomo una vida propia de hordas de bárbaros belicosos. Los indios errantes erancomo una plaga que acechaba a los colonos blancos e impedía sus proyectos co-lonizadores (Díaz E. 1879; Codazzi 1856). Sin duda alguna, esto justificaba sureducción e, incluso, exterminio75.

75 Gómez (1991) demuestra que, desde mediados del siglo XIX, los colonos y los funcionariosestatales regionales y locales participaron activa y abiertamente en el exterminio físico de los

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Julio Arias Vanegas

 No obstante, desde la perspectiva del Estado nacional, el exterminio físicono era la solución. Por el contrario, la preocupación de la nación era incorporar

a los indígenas en una vida civilizada, lo cual pasaba por otro tipo de estrate-gias76. Así lo demuestran las sucesivas leyes tramitadas en el Congreso sobrela reducción o civilización de los indios salvajes77. En estas leyes se proponía laentrega de tierras, alimentos, herramientas y ropas por “unidades familiares” alos indios que dejaran el nomadismo y se dedicaran al pastoreo o a la siembra.Las leyes siempre estuvieron enfocadas en la necesidad de instaurar una fuerzafísica productiva en las despobladas tierras de frontera, ante la baja colonizaciónque atraían: “los indios, así sometidos a algún régimen ó administración regular,

 prestarían incalculables servicios en la explotación de los frutos naturales que

abundan de manera increíble en todos aquellos bosques” (Pérez T. 1897: 103,104). Por otro lado, la incorporación de los indios resultaba trascendental comouna forma de garantizar la defensa de las variantes fronteras nacionales; así loexpresaba Emiliano Restrepo, el abogado-colonizador de los Llanos:

Es preciso ponernos en capacidad material de defender nuestro territorio y eso no consegui-remos jamás […] si no nos ocupamos seriamente de la reducción de las tribus salvajes, queen número de ochenta o cien mil almas pueblan nuestras llanuras orientales, incorporándo-las por el afecto, por las instituciones, por el idioma y por las costumbres, en el gran cuerpode la familia colombiana. (Restrepo 1870: 226)

En este contexto, el mestizaje aparecía recurrentemente en la obra de Coda-zzi como la forma privilegiada de incorporar a los indígenas. Un mestizaje que

 podía ser guiado por los habitantes del altiplano o de otros países (Codazzi 1856;Restrepo 1870). Aunque distintos proyectos de colonización y de inmigraciónfueron tramitados en el Congreso, ninguno tuvo un impacto importante directoen una incorporación proyectada de los indígenas. La más importante estrategiade reducción de éstos hasta bien entrado el siglo XX fueron las misiones. Si biendurante el siglo XIX se mantuvo una política dual y ambigua sobre las misiones,éstas siempre aparecían como el único medio posible de reducción e incorpora-

ción de los indios salvajes. Las misiones no sólo se concentraron en adoctrinaralmas, sino en preparar poblaciones disciplinadas para el trabajo físico, más aun

indígenas nómadas de llano adentro. Esto continuaría en el siglo XX con las tristemente célebresguajibiadas.

76 En este sentido, se entiende la preocupación de los informes de la Comisión Corográf ica (Codazzi1856, 1857, 1858), elaborados o proyectados (Sánchez 1999: 408), de detallar etnográficamentecada una de las tribus indígenas de los territorios de Caquetá y Casanare y del estado de

Cundinamarca, como no se hacía con otros tipos o razas. Esta descripción debía estar acompañadade un mapa con la ubicación de los indios, para facilitar las estrategias de reducción.

77 Una reseña completa de estas leyes se encuentra en Rausch (1999: 168-170).

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La nación como proyecto de unidad y diferenciación

las misiones modernas, que incluso se preocuparon por instruir a los indios en los principios de la ciudadanía (Rausch 1999).

“Negros y zambos”. De esclavos a libertinos y los límitesdel mestizaje

Wade (1993, 2003b) ha resaltado cómo los negros y los indios han sido ubicadosde distintas formas en las estructuras de alteridad del orden nacional. Duranteel siglo XIX, lo negro fue, ante todo, además del otro extremo de lo blanco,una construcción racialista centrada en el problema de la fuerza física para eltrabajo. Sobre la población negra salvaje no fueron dispuestas medidas estatales

de incorporación tan explícitas como las aplicadas sobre los indígenas, aunquefue representada como una población altamente problemática.

Los negros eran a la vez una población problemática cercana y lejana parala élite letrada urbana. Los negros trabajadores serviles de haciendas, minas yfamilias acomodadas eran considerados inferiores moral e intelectualmente, comouna estrategia segura de validar esta condición de subordinación (Cf. II/1.2). Sinembargo, una visión más radical se desplegaba sobre los negros que vivían porfuera de este orden servil. Los negros salvajes aparecían particularmente en lasselvas del Chocó, los valles intercordilleranos, las hoyas de los grandes ríos yla Costa Atlántica, distantes del control económico, cultural y político nacional.La representación de éstos era aun más barbarizada, por cuanto condensabanlos temores y las limitaciones de la élite frente a lo negro, ya fuese subyugado olibre.

Santiago Pérez, en su descripción del Chocó para la Comisión Corográfi-ca, afirmaba enfáticamente que “lo que más contrista desde que se ve al primerhabitante, desde que se palpa la primera calamidad, desde que se entra en la pri-mera población es la salvaje estupidez de la raza negra, su insolencia bozal, su

espantosa desidia, su escandaloso cinismo” (1855: 45). Los negros eran reiterada-mente calificados por él y por Codazzi como libertinos, vagabundos, perezosos,obscenos, indolentes y estúpidos. A los viajeros les incomodaban sobremanera ladesnudez, la tranquilidad en los ranchos y la vida ociosa de los negros. En suma,el negro salvaje era visto como un ser libertino, el cual estaba desposeído decualquier rasgo de moralidad y dedicado a una vida perniciosa de embriaguez yobscenidad (ver la ilustración 7).

Esta imagen cobró más fuerza en un contexto particularmente problemático para la élite: las décadas siguientes a la abolición de la esclavitud. De allí,

 precisamente, fue reforzada la visión del negro descontrolado. Según esta élite, conel fin de la esclavitud, los negros, una raza de por sí degenerada y desenfrenada,

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Julio Arias Vanegas

habían perdido la guía y el freno moral propiciado en el seno de la esclavitud. Porsupuesto, esto contenía una valoración positiva de la esclavitud: “Bajo su influjo y

el de la fraternidad práctica del catolicismo, el esclavo del español en América, nofue como el del inglés, una bestia de carga, sino, dice un economista, el compañerode los trabajos de su señor, y casi un miembro de su familia” (Arboleda 1867: 60).Esta representación de lo negro revelaba la inconformidad del antiguo patrono-letrado con la pérdida de su poder subyugador,

Razón tienen, pues, y de sobra, los antiguos dueños de esclavos para amostazarse, para en-furecerse, para desesperarse, cuando, después de su ejemplo, y a pesar de sus esfuerzos, veny tienen que sufrir, en aquella provincia, a los negros recién libertados, es decir recién sus-traídos de su paternal protección, tan estólidos, tan mañosos, tan insolentes y tan bárbaros[…] Sin hábitos de libertad, sin costumbres de vir tud, sin deseos de comodidades que no co-nocen ni imaginan, han pasado de siervos de hombres, a siervos de vicios. (Pérez 1855: 45)

Estos negros libertinos y descontrolados representaban además un problemaal orden establecido. A mediados del siglo XIX existió un temor latente a lasublevación de los negros con el fin de la esclavitud (ver Samper 1861; Arboleda1867; Cf. Rojas 2001). Ellos representaban un componente de barbarie extremaque podía ser movilizada por los odios y resentimientos contra la élite criollanacional. Aunque esto demostraba el temor del antiguo patrono, el problemaaparecía en los textos como algo natural de lo negro revoltoso, que justamente la

esclavitud frenaba.Por otro lado, la representación del negro salvaje evidenciaba lo crítico de la

vida de autosuficiencia, relacionada con la pereza y la vagancia, al igual que ocurríacon los indios errantes. Los negros libertos representaban una población que antesestaba sometida como fuerza de trabajo y que después de su libertad se ubicaba porfuera del orden político y económico de la nación, sin ningún problema:

[…] él [negro] se cree más dichoso que nadie, porque no tiene los deberes del ciudadano nilas necesidades de la civilización. Su platanar eterno, su maizal y su yucal (que son casi unlujo), su hamaca, su red y su canoa, le bastan para vivir. Cuando necesita sal […] llena su piragua de plátanos, yucas y pescado seco, va á venderlos a la más cercana villa o parroquia,se provee de lo que necesita y vuelve a su vida de indolente reposo. (Samper 1861: 98)

En el fondo, todas estas visiones remitían a la brutalidad y casi animalidadimputada al negro en estado salvaje, sin limitaciones y vigilancia. Si bien lo negroera valorado por su fuerza y vigor físico, su constitución moral y social era inferiorfrente a lo blanco. Ello se traducía en el hecho de que lo negro fuera requeridocomo mano de obra para las tierras calientes, pero no por su carácter laborioso,sino por su corporalidad.

Esta fuerza física implicaba otros temores hacia lo negro. La población debíaser vigilada en su crecimiento demográfico, ya que por su vigor y adecuación a

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La nación como proyecto de unidad y diferenciación

las tierras calientes podía terminar imponiéndose sobra las otras razas o tipos.Los negros, además de vigorosos, resultaban fecundos (Codazzi 1855: 87; Samper1861), lo cual representaba un peligro, en la medida en que aparecían como unacreciente plaga de animales, que terminarían negreando totalmente ciertas regio-nes de frontera (Samper 1861). El temor radicaba en la ausencia del control de lasrazas o los tipos adecuados y de las élites regionales o nacionales. Este argumentotambién servía para marginalizar zonas como el Chocó y la Costa Atlántica.

Lo negro encarnaba así un límite al mestizaje, al absorber a los otros ele-mentos, cuando no estaban dirigidos por los propósitos civilizadores y naciona-lizadores. Para Samper, esta limitación la simbolizaba la figura del zambo, “unaraza de animales en cuyas formas y facultades la humanidad tiene repugnancia enencontrar su imagen ó una parte de su gran sér” (Samper 1861: 95). Alguien comoSamper temía que la nación se convirtiera, por medio de un mestizaje degenerati-vo, en el otro extremo de su visión idealizada del pueblo nacional.

*****

En esta parte he mostrado cómo la élite nacional, en su ejercicio de definirse comoagente de gobierno de sus otros semejantes, no sólo se preocupó por construir unaunidad nacional sino también un orden jerárquico y diferenciador. Desde la mis-

 Ilustración 6 

Manuel María Paz (1857). Indios guaques. Caquetá. En Codazzi (1857)El cuadro representa la vida nómada de los indígenas. Una vida descrita comoactiva e indolente a la vez, puesto que evidentemente la caza-recolección erarealmente activa, pero calificada de perezosa por lo que no aportaba a la vidaeconómica moderna.

 Ilustración 7 

Manuel María Paz (1853). Venta de aguardiente en Lloro. En Codazzi (1855).Este cuadro podría se leído de forma paralela a las descripciones que

Santiago Pérez hizo del Chocó. En éste la única referencia a lo negro esla bebida y la desnudez. Para Pérez, los negros se caracterizaban por su

“obscenidad en el lenguaje, licencia en las costumbres, ociosidad en todos,desnudez y miseria” (1855: 85).

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ma construcción de la unidad se hacía evidente el esfuerzo de constituir distintas posiciones jerarquizadas en torno a un ideal de la nación. La imagen del pueblo

nacional no sólo funcionaba como patrón de normalización e incorporación alre-dedor de unos valores particulares y una herencia y un pasado común, sino comoun eje diferenciador. Este hecho estaba atravesado por la definición de una iden-tidad de élite nacional, cimentada en el deseo civilizador, la europeoascendenciay una conciencia criolla. De allí, se consolidaba una primera gran división en elorden nacional: la diferencia entre élite y pueblo, además de la oposición entre el

 pueblo y lo bárbaro marginal.

Cuando los viajeros, naturalistas y políticos escribieron sobre los zambos,negros salvajes e indios errantes evidenciaron sus deseos y temores sobre laconformación de la nación, así como su distancia e incipiente reconocimiento delas tierras marginales y de frontera. La colonización, la reducción y el mestizajefueron algunas de las medidas planteadas para incorporar tierras y razas distantesde los centros de poder y conocimiento de la nación. La mirada sobre lo salvajee indomado del territorio nacional surgía desde el eje que constituían Bogotá,Antioquia y Popayán. Aquello que estaba por fuera de sus fronteras era apropiadoa partir del esquema general de la civilización y la barbarie y de la clasificaciónracial de las tres grandes razas. Aunque este esquema era la base de la diferenciación

 poblacional de la nación, en las márgenes se hacía aun más radical. En las áreasobjeto de una activa colonización e integradas al eje mencionado, las élites letradasrepresentaban tipos neogranadinos y regionales, entremezclados con las grandesrazas, que conformaban el grueso del considerado pueblo nacional, mientras éstasse definían por fuera o por dentro del esquema regional de la diferencia.

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II. FIGURAS Y JERARQUÍAS DE LA DIFERENCIA EN EL SIGLO XIX.

TRANSFORMACIONES DEL MAPA  NACIONAL

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Esta parte aborda la construcción y representación, desde la élite nacional, de unavariedad de figuras humanas –razas, tipos o pueblos regionales–, a partir de las

cuales fue expuesta la diferencia poblacional, dentro de los contornos de la unidadnacional colombiana en el siglo XIX. En conjunto, estas figuras constituyeron unmapa jerárquico de la población, desde el cual el ejercicio diferenciador de gobiernode los otros cobraba sentido para las élites. Por ello, en este documento se insistiráen que la diferencia poblacional, elaborada en las producciones visuales o escritasaquí analizadas, tuvo lugar en la medida que emergió una conciencia nacional yque fue planteada la imagen de una unidad de la nación; a fin de cuentas, tan sólo

 plantear lo heterogéneo implica la pretensión de una homogeneidad.

 No fue una la forma de clasificar la población durante el siglo XIX. A lolargo del siglo es posible identificar o plantear tres modelos taxonómicos; distin-guibles, éstos, por las figuras a las cuales aludieron, los órdenes que plantearony las condiciones de posibilidad epistemológica, económica y política desde lasque surgieron. Cada una de las siguientes tres secciones explora una de estastaxonomías poblacionales, siguiendo el orden en el que emergieron. Si bien analí-ticamente podrían ser esbozados los contextos de origen de cada una de éstas, ellono significa que deban ser vistas como etapas definidas y sucesivas en un trazadolineal. A finales del siglo XIX, en los mapas jerárquicos de la diferencia pobla-cional se entremezclaban y conjugaban las distintas taxonomías. La clasificaciónracial de las tres razas no desaparecería a lo largo del siglo, por sus implicacionesen la establecimiento de jerarquías radicales, e igualmente el climismo siguiócumpliendo un papel central en este mismo propósito. No obstante, este capítuloevidencia cómo la regionalización va ocupando un lugar privilegiado en la cons-trucción de la diferencia en torno a la elaboración de una unidad nacional.

La conjunción de una serie de procesos incidió en esta variación en lasformas de clasificar a la población nacional. En primer lugar, es evidente una

 progresiva transformación de la conciencia de una unidad nacional, en la que

fueron requeridas taxonomías moderadas, donde las diferencias no fueran tanradicales e irreconciliables, y, por esta vía, permitieran plantear la idea de unidad.La categoría tipo, por ejemplo, es una manifestación de esta transformación. Porotro lado, la creciente valoración de lo mestizo abrió la posibilidad de pensarmás allá de las tres grandes razas y sus derivaciones básicas e “impuras”. Lostipos humanos y regionales fueron viables en un escenario en el que la mezcladejó de ser percibida como la desestabilización del orden, para ser el senderodel progreso y la depuración del pueblo. Estos procesos propiciarían, en tercerlugar, cambios en los saberes sobre la diferencia, de unos más radicales a unosmoderados, y en la constitución de saberes del estudio de lo propio. Por último, laslentas pero continuas exploraciones, colonizaciones e integraciones del territorio

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nacional fueron enriqueciendo y complicando el escenario de la construcción dela diferencia. La variante imagen de la geografía nacional en el transcurso del

siglo fue determinante al respecto.Esta historia de la transformación de los modelos taxonómicos revela la casi

obsesiva preocupación por clasificar, ordenar y nombrar lo que aparecía variado,disperso e irregular ante los ojos de la élite letrada nacional. Este ejercicioclasificatorio estaba fundado y fue respaldado con fuerza por “el pensamientoracialista” (Todorov 1989; Urueña 1994). Como lo he señalado, éste no operasolamente al hablar de razas. Las taxonomías poblacionales del siglo XIX fueronelaboraciones racialistas, desde las cuales las diferencias eran planteadas en una

 jerarquía de valores y naturalizadas por medio de una relación incuestionable

entre la constitución social-moral y la constitución física individual y del “mediofísico”.

El racialismo funcionó como sustento de un ejercicio diferenciador que eraeminentemente político. Un ejercicio que permitió la definición de estructurasde poder alrededor de lo nacional, articulando las relaciones desiguales entre los

 pueblos y territorios incorporados, y de éstos con los centros de poder del Estadonacional. Igualmente, como parte del sistema mundo moderno, los estados nacio-nales eran ejercicios localizados de una colonialidad del poder, la cual organizaba

las relaciones productivas y de control del trabajo a partir de taxonomías queeran fruto del racialismo (Quijano 2000). El racialismo y las diferencias que na-turalizaba respondían a un colonialismo interno de las élites nacionales respectoa su pueblo y sus territorios. Ello cobrara gran importancia en el contexto de lasegunda mitad del siglo XIX, en el que la colonización física y simbólica del terri-torio, el deseo civilizador, la búsqueda de la prosperidad y la inserción lenta a unaeconomía mundo capitalista se conjugaron en la necesidad de un conocimientoy clasificación de las riquezas poblacionales y naturales (Rojas 2001; Restrepo1993; Sánchez 1999).

Así como los tres modelos que presento a continuación se traslapan y entre-cruzan a lo largo del siglo, los elementos, esquemas y enunciados racialistas quelos componían también se entretejieron en complejos mapas de clasificación. Enlos siguientes tres capítulos se intenta hacer este recorrido, que comenzaba conlas razas, conjuntos morales, naturales y de grados de civilización, comprendidoademás desde el climismo y la perspectiva civilizadora de la orografía. A ellose sumaría la complejización de la descripción física, a mediados de siglo, el

 posicionamiento de la idea del medio físico, que se superponía a la idea del cli-mismo hipocrático, la importancia de los saberes de las costumbres y el ascensodefinitivo de la división entre lo urbano y lo campesino. Elementos, todos, queeran reforzados bajo la diferencia regional, que a su vez era cruzada con los tipos

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Figuras y jerarquías de la diferencia en el siglo xix

humanos y las razas. El indio chibcha habitaba al mismo tiempo los mapas de ladiferencia poblacional con el antioqueño, el negro, el santafereño, el zambo y el

calentano. Los esquemas, elementos y saberes se ampliaron desde la perspectivaregional. La región natural, las economías regionales, la climatología por regio-nes, aparecieron, entre otros, como elementos determinantes de la diferencia.

1. CIVILIZACIÓN ANDINA/BARBARIES ARDIENTES

El racialismo y las clasificaciones poblacionales en Colombia se concentraroninicialmente en las categorizaciones raciales básicas de las tres grandes razas,

asociándolas a una diferenciación espacial entre tierras altas –civilizadas– y tie-rras bajas –bárbaras–. En este capítulo explico este modelo taxonómico, evidente-mente con fuerza desde principios del siglo XIX, y vigente, aunque con cambios,durante todo el siglo como fundamento de la diferencia poblacional y espacial dela nación. Además, aquí introduzco de forma general la relación entre racialismoy colonialidad del poder en la Colombia del siglo XIX. Para ello, presto especialatención al racialismo proveniente de la conciencia criolla de principios de siglo,considerando que fue determinante en la forma en que se desenvolvió tal proble-ma a lo largo del siglo.

1.1. Razas, colonialismo y diferencia

La conquista-invención del Nuevo Mundo enfrentó al régimen colonial españolal manejo y explicación de la diferencia humana. Antes de que doctrinas eviden-temente racialistas –en el sentido de Todorov– fueran comúnmente aceptadasen América, las discusiones sobre la diferencia en la constitución moral de losgrupos humanos, la cuestión del color de la piel y la naturalización de la división

del trabajo cumplieron un papel determinante para el poder colonial (Quijano2000). A finales del siglo XVIII, en las colonias hispanoamericanas ya había unahistoria larga de dominio colonial relacionado con el manejo y la comprensión delas diferencias poblacionales, que para esta época se reforzó con las discusionesnaturalistas en torno a la llamada “Disputa del Nuevo Mundo” (Gerbi 1982), ani-mada a su vez por la emergente imagen de la civilización humana ilustrada y susvalores jerarquizadores de sociabilidad y racionalidad.

Desde finales del siglo XVIII y durante todo el siglo XIX, el pensamientoracialista fundamentó el orden jerárquico de la diferencia poblacional en el ordenglobal. Esto permitió, particularmente, naturalizar y fijar la “índole” y el “genio”variado de la población, según las diferencias raciales. En general, las variadas

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relaciones entre distintos pueblos y territorios estuvieron, entonces, mediadas por una constante marcación de las diferencias, pensadas desde valores raciales;

raciales porque habían sido fijadas en “la naturaleza” de los grupos humanos,tanto porque las esencializaba en un algo intrínseco, propio e invariable como porque las fijaba en los cuerpos y en la corporalidad de los hombres y mujeres.El punto central del racialismo es particularmente retórico, porque desde su ló-gica cientificista pasa en su argumentación de lo físico-natural a lo moral-social(Todorov 1989). Esta racialización de las diferencias fue un ejercicio político decarácter mundial, puesto que sustentaba las relaciones de poder y dominación. Aeste ejercicio se refiere Quijano (2000) cuando utiliza el término “colonialidaddel poder”.

En esta colonialidad surgieron categorías raciales que se constituían en uni-dades poblacionales fijas y vistas como evidentes. En América, las más corrientesfueron blancos-europeos, indios-americanos y negros-africanos, según la fisono-mía-origen. A cada una de ellas fueron adjudicados valores morales, comporta-mientos, actitudes, costumbres, grados de civilización, y hasta grados de raciona-lidad o humanidad-animalidad.

Con la construcción de las naciones en América, la colonialidad del poderse convirtió en una colonialidad interna. En las naciones hispanoamericanas el

ejercicio de gobierno, la distinción social y las relaciones entre los componentes poblacionales y espaciales de la unidad nacional estuvieron mediados por las di-ferencias raciales. Allí, lo blanco, lo negro y lo indio siguieron funcionado comoformas de diferenciación interna en estos distintos niveles.

La historia del racialismo en lo que hoy es Colombia tuvo un momento de-finitivo a principios del siglo XIX. Los criollos del Nuevo Reino de Granada seencontraban en una situación liminal, en la cual el racialismo posibilitaba unaforma de posicionamiento en el horizonte de la civilización y generaba mecanis-

mos de diferenciación con los otros habitantes de  su tierra patria. Subordinadosante el gobierno colonial por su origen de nacimiento y tachados de inferiores porlos naturalistas europeos, los criollos debieron enfrentarse a la definición de suidentidad racial entre los europeos, como semejantes, y los nativos americanos,como distintos.

La reivindicación de los criollos como hombres civilizados, católicos, conaltos grados de moral y con un aspecto físico bello, que los hacía conformara su juicio la casta más importante del Reino, tuvo un lugar privilegiado en elSemanario  creado por el payanés Francisco J. de Caldas, en especial, frente alas fuertes afirmaciones sobre la inferioridad de todos los pueblos del NuevoMundo que se divulgaron en Europa. Por ejemplo, para el reconocido naturalista

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Figuras y jerarquías de la diferencia en el siglo xix

Buffon, todas las especies animales americanas eran inferiores y débiles, debidoa las condiciones climáticas y naturales del continente. América era entonces

un continente habitado por una naturaleza “salvaje, hostil y frígida” que lacivilización humana, al no haberse desarrollado exitosamente, no había logradodomesticar (Gerbi 1982: 7-42). De Pauw fue incluso más lejos al enfocarse en loshombres, afirmando de entrada su incuestionable degeneración. Para él, el NuevoMundo, dominado por un clima malsano y húmedo, no habría podido generaraquellos buenos salvajes de los cuales hablaban ciertos europeos; más bien, losindios eran “bestiales”, “débiles” y “siervos por naturaleza” (Gerbi 1982: 81-96).Caldas (1808b), desde Santa Fe, y Unánue (1806), desde Lima, fueron sólo algunosde los naturalistas criollos que, utilizando los mismos argumentos climistas de

Buffon, escribieron sobre las ventajas del clima en determinados “países” y lostalentos e ingenios de ciertos hombres en el continente americano. De esta forma,los criollos esperaban ser vistos como iguales ante los europeos, como agentesde su propio gobierno ante el régimen colonial y como distintos ante las demás

 poblaciones del Reino.

El esquema diferenciador de los criollos de principios de siglo, basado en lastres grandes razas y sus derivaciones impuras y problemáticas, fue particularmenteradical y jerárquico porque su horizonte identitario era la civilización mundial-europea y la posesión de su tierra patria, en la que los otros habitantes eran otrasde las riquezas o problemas con los que se contaba. Entre los criollos, indios,negros y mestizos, en la visión de Caldas, por ejemplo (1808a, 1808b), no había

 planteada una unidad de identidad. La idea de patria no puede ser confundida conla de nación, puesto que la primera sólo hacía referencia a la ligazón con la tierrade nacimiento, que por cierto era reiterada como parte de los conflictos con elrégimen colonial. Sin embargo, la visión de los criollos sobre los indios y negrosno fue tan extrema como la de los naturalistas europeos, puesto que estos gruposse constituían en su fuerza de trabajo, en materia disponible y, por ende, en un

 problema poblacional interno que tratar.La diferencia entre las tres razas fue conjugada con una jerarquía espacial

entre las tierras altas y las tierras bajas. Tres razas distintas en dos tierras comple-tamente distintas que reiteraban al altiplano como centro de poder frío y civiliza-do, al igual que la Europa imaginada. En esta jerarquía fueron conjugadas la ideade un poderoso influjo del clima, la diferenciación entre civilizados y bárbaros,que señalaba la autodeterminación de ciertos hombres, y la concepción cristianasobre el acceso a la gracia divina. La utilización diferenciada de estas concepcio-nes sustentó una jerarquía radical que tuvo lugar en una geografía horizontal y

 principalmente vertical del cuerpo de la patria, una escala de valores atravesada por los pisos térmicos, es decir, una jerarquía climática. En esta visión, el racialis-

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mo era radical, y por tanto, las diferencias, no por una idea rígida, homogeneiza-dora y excluyente de nación, sino porque allí primaba una colonialidad del poder

totalmente eurocéntrica y precisamente no filtrada por la idea de nación.Después de la Independencia y hasta mediados de siglo, la diferencia pobla-

cional y espacial siguió concentrada en la oposición entre civilización y barbariey tierras altas y tierras bajas, cruzada por la progresiva coexistencia espacial delas tres grandes razas. No sólo el deseo civilizador estaba en el fondo de la nación,oponiendo a la civilizada e ilustrada élite nacional al bárbaro e ignorante pueblo,sino que, desde su posición en el altiplano como centro de poder, la élite criollamantuvo la diferenciación espacial de principios de siglo. Así, las categoriza-ciones raciales básicas, los valores asociados a lo negro, lo blanco y lo indio se

mantuvieron, aunque bajo otras formas menos radicales.

Todo esto será explicado más adelante. Por el momento, es importante acla-rar que el racialismo, como definición de las diferencias poblacionales, se mantu-vo con fuerza en el contexto nacional, por su papel adjudicado en la explicaciónde los conflictos y problemas nacionales, en una óptica absolutamente atravesada

 por el colonialismo eurocéntrico. Los letrados nacionales vieron en la composi-ción racial poblacional y en los remanentes de la barbarie la explicación de la vio-lencia, el atraso y las constantes revoluciones que sacudían al país (Samper 1861;

Arboleda 1867). El estudio de las razas y del carácter de la población colombiana permitiría comprender, a juicio de la élite letrada, la condición particular de laRepública: “Es necesario ir más lejos. Forzoso es entrar en el examen de las razasque pueblan el continente considerándolas como elemento social, viendo cómoy en qué proporciones entran en juego en el desarrollo de los Estados” (Lópezde Ayala 1867: 32). Estas explicaciones racialistas tenían como principal fuentede recepción y aceptación el público europeo. De esta manera, lo particular y lo

 propio eran comprendidos desde el racialismo, atendiendo a la mirada europea.Hasta las mismas visiones optimistas y positivas de la situación del país tenían

como fundamento el racialismo (Ancízar 1853; Samper 1861). Ello era problemá-tico. Aunque varios principios del racialismo sustentaban al nacionalismo, sobretodo en la idea de una raza nacional diferente de otras, la percepción de sí mismosatravesada por las doctrinas racialistas enfatizaba aun más en las jerarquías po-

 blacionales.

1.2. Tres razas y dos tierras

La visión jerárquica de las tres grandes razas, dispuestas en dos tierras distin-tas, fue evidente desde principios del siglo XIX, fruto de una conciencia criolla.La diferenciación poblacional y espacial propuesta por los criollos ilustrados del

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Figuras y jerarquías de la diferencia en el siglo xix

 Nuevo Reino debe ser apreciada como un esfuerzo de éstos por rechazar la in-negable y extendida degeneración de los hombres americanos, de lo cuales ellos

harían parte, al mismo tiempo que, utilizando un pensamiento climista, intenta-ron generar formas de diferenciación entre los pueblos del Reino, construyendoun orden jerárquico en el cual ellos ocuparían la posición privilegiada. Esta dife-renciación también se constituyó en una estrategia para el posicionamiento de loscriollos americanos, quienes con las reformas borbónicas se encontraban aún mássubordinados frente a los naturales de Europa.

La diferenciación poblacional que planteaban los criollos naturalistas se ba-saba en la afirmación del influjo del clima, sustentada en términos generales endos principios básicos78. Primero, en especial para la geografía botánica y zoo-

lógica, los distintos especímenes tenían una ubicación geográfica particular, quehacía pensar que las diferencias se podían situar geográficamente. En segundolugar, para alguien como Caldas (1808b), el hombre, al tener un cuerpo organiza-do, como cualquier animal, con una forma y un contenido complejo compuestode sistemas y fluidos, era alterado en su constitución física por las condicionesclimáticas. En este último argumento operaba la idea de unos cuerpos mecánicose hidráulicos que eran afectados en sus propiedades por las condiciones de tempe-ratura del medio físico, un cuerpo que se contrae, se dilata y se expande, como loanunciaban las incipientes físicas y químicas de la época: “el cuerpo del hombre,como el de todos los animales, está sujeto a todas las leyes de la materia: pesa,se mueve y se divide; el calor lo dilata, el frío lo contrae” (Caldas 1808b: 139).Además, allí resultaba evidente el peso de la medicina hipocrática, en especial dela teoría humoral y la clasificación en temperamentos, aunque en contradiccióncon la anterior visión. Los humores, como fluidos provenientes de los elementos

 primarios de la naturaleza, eran los directamente afectados por el clima y los ali-mentos, siendo potenciados, disminuidos o renovados. El estado humoral de cada

 persona definía su temperamento y éste señalaba unas características somáticas,

78 La idea del inf lujo del clima utilizada de forma positiva para los criollos y negativamente paralos negros o los indios errantes estuvo sustentada por unas nociones particulares sobre el climay la constitución física del hombre. Para Caldas, el clima no era sólo los grados de calor y frío,sino, además, las cargas eléctricas, la presión atmosférica y el oxígeno, los ríos, las montañas,las selvas, los vientos y las lluvias; el influjo del clima sería la fuerza de todos estos elementosde la naturaleza poderosa sobre los seres vivientes. Además, Caldas se preocupó por el influjode los alimentos y las bebidas, según sus tipos, su grado de asimilación, los humores que produce y los efectos en el tamaño, aunque no se ocupa mucho de este punto, puesto que para éles evidente e incuestionable. Al hablar de la constitución física del hombre, este naturalista se

refería a la robustez o debilidad de los órganos, el grado de irritabilidad del sistema muscular yde sensibilidad del sistema nervioso, el estado, abundancia y consistencia de sólidos y fluidos yel funcionamiento de la circulación (Caldas 1808b: 138).

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 psíquicas y, en el siglo XIX, morales. En Caldas, esta visión hipocrática se con-centraba en señalar que cada temperamento tenía unas potencias o cualidades; el

clima, al definir los temperamentos, por la vía de los humores, actuaba sobre es-tas potencias definiendo las inclinaciones, las cuales, a su vez, llevaban al hombre bien sea a la virtud o al vicio. Aquí, la clasificación que en el fondo importaba aalguien como Caldas era de orden moral. El uso extensivo y radical de esta visiónhipocrática, que se fundamentaba en la conexión microcosmos-macrocosmos, se

 presentaba en Caldas cuando se refería a aquellos que estaban más abajo en laescala de degeneración: indios errantes, zambos y negros, aquellos que eran portemperamento de determinada forma y a los cuales no era posible cambiar; lainfluencia del calor, de la humedad y de los climas malsanos aparecía inevitable

 para ellos.El influjo del clima era menor o mayor, dependiendo de la raza o el pueblo

mezclado que afectara, bajo el supuesto de que el hombre civilizado era quienincidía, en últimas, por sus propias capacidades, en la elección de una vida socialdeterminada; una vida que sería de virtud, por ser ilustrado, racional y sociable.Además, Caldas desarrolló su argumento para demostrar que, por ser tan distintoslos pisos térmicos y la incidencia de un conjunto amplio de elementos climáticossobre ellos, en algunos casos el clima influía positivamente sobre los hombres o

 por lo menos no afectaba de forma negativa sus características morales. Ello era

reiterado para indicar el carácter civilizado de los criollos del altiplano y de otrastierras altas de la patria.

Para alguien como Caldas, si las diferencias climáticas y físicas, que los via- jeros y exploradores reportaban en el contexto colonial, eran evidentes, por quéno afirmar que éstas tienen que ver con las diferencias morales: “Esta asombro-sa variedad de producciones, de temperaturas y de presión, en lugares tan pocodistantes, es preciso que haya influido sobre el carácter y las costumbres de los

 pueblos que habitan la basa de la cordillera, o sobre ella” (Caldas 1808b: 21).

El racialismo sustentó el proyecto colonialista de los europeos con otros pueblos o de los criollos con su misma patria, a partir de esta conexión entrelo físico y lo moral, que por medio de ciertos “datos de campo” aparecía comoincuestionable en un ejercicio retórico para el convencimiento del lector. Ade-más, la correspondencia entre diversidad de la naturaleza y diversidad moral serelacionaba con la idea de civilización, no sólo porque ésta era dispuesta en unanaturaleza particular, sino porque la civilización era concebida en oposición al“estado de naturaleza”, y la degeneración, como pérdida de civilización, seríael descenso hacia el salvajismo. La distinción entre civilizados y bárbaros eranaturalizada también al evidenciarla en los rasgos somáticos. El civilizado, desdelas apreciaciones estéticas de los criollos, se caracterizaba por una belleza física,

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Figuras y jerarquías de la diferencia en el siglo xix

unas facciones y color de piel agradables, mientras que la degeneración hacia la barbarie y el estado de naturaleza de ciertos indígenas y negros, de los zambos,

mulatos y “tribus errantes” se hacía evidente en el oscurecimiento de la piel y enlas facciones toscas y salvajes.

Así, la primera gran división que plantearon los naturalistas criollos pro-venía de la imagen de la civilización. Para ellos, en el Nuevo Reino habitaban

 pueblos civilizados y tribus salvajes o bárbaras, cuyas diferencias eran fácilmentedistinguibles: los primeros daban muestra de las características de la civilización,de humanidad y de una vida social bajo ciertas leyes y costumbres, mientras queen oposición a éstos se encontraban las tribus errantes que, aunque humanas, sediferenciaban minimamente de los animales, por su escasa vida social. Los pue-

 blos civilizados se dividían en las tres grandes razas: los criollos o europeos –porsupuesto, para un criollo, ambos estaban en igualdad de condiciones, a pesar dela tierra en que hubieran nacido–, los indios y los africanos o negros. Cada una deestas razas, a su vez, se distinguía por su grado de civilización en el orden anteriorde superiores a inferiores; cuando Caldas calificaba a los indios o a los negrosde civilizados, era porque a su juicio éstos contaban con ciertas leyes o costum-

 bres, lo cual no negaba que se pudiese afirmar que unas eran menos civilizadas eincluso bárbaras frente a las de los criollos. Aunque los negros e indígenas eranubicados en una escala inferior, para Caldas el punto más bajo en la escala de los

 pueblos del Nuevo Reino lo ocupaban los mezclados, los no puros, aquellos queno podían ser clasificados fácilmente. Esta posición de lo mestizo, que contras-taba claramente con el lugar que se le asignaría en el orden nacional, obedecía alo que el mestizo significaba para un orden tan rígido y estamental. El mestizoimplicaba la fusión entre razas y la imposibilidad de determinar claramente lasdiferencias. Por ello, el mestizaje implicaría más adelante un refinamiento de lasformas de diferenciar.

La disposición de estas tres razas y sus distintas mezclas en los pisos térmi-

cos conduciría a una clasificación jerárquica más detallada. Sin embargo, comohe señalado, la oposición más importante era entre las tierras altas-frías (mon-tañas y altiplanicies) y tierras bajas-ardientes (en cuyo menor nivel estaban lasselvas). Sobre las montañas, Caldas no ahorró adjetivos positivos para calificar-las: allí se había asentado y desarrollado “felizmente” la civilización y desde susalturas brotaban los manantiales de aguas puras que renovaban la constituciónfísica de los hombres. De estas alturas, Caldas descendió hasta las selvas, el pun-to más bajo de la jerarquía climática, el lugar de las tribus errantes y la barbarie,donde a su juicio, por ejemplo, el agua no purificaba sino que al extenderse sobretodas las tierras las humedecía a un punto exagerado que no era propicio para loshombres. Esta oposición climática se refería en conjunto, cuando hablaba de lo

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alto y lo bajo, a la visión colonizadora y civilizadora, y de lo frío y lo ardiente, ala visión del clima influyendo en las pasiones, la imaginación, la violencia y el

conocimiento de los hombres.Así, para Caldas (1808b), los “países andinos” constituían “la zona tórrida del

corazón humano” (167), “el término superior donde ha llevado el hombre la cul-tura y los ganados” (158), donde vivían los criollos y los indios de los Andes concostumbres moderadas y ocupaciones tranquilas. En los “países ardientes”, por elcontrario, habitaban los indios de las costas, los errantes, los mulatos, los zambosy negros, guiados por el salvajismo, las pasiones, la agresividad y los vicios. Estadivisión, sustentada en las distinciones y categorías de la civilización, se conjugóademás con el escalonamiento de pueblos que Dios había dispuesto en la creacióndel orden natural. Entre las tierras altas y las bajas se presentaba una escala similara la del ascenso y descenso del cielo al infierno. La topografía civilizada quedó asíligada a una topografía moral (Taussig 1987) de la cercanía a Dios.

Después de la Independencia, esta visión de la diferencia poblacional y espa-cial continuó sin mayores cambios, aunque la perspectiva climista, sustentada enel hipocratismo, fue haciéndose menos viable frente a la oposición entre naturale-za y hombre, y, por ello, su invocación fue cada vez más retórica.

La referencia a las tres grandes razas no desapareció del escenario nacionalcomo una forma de taxonomizar las diferencias internas. Desde Caldas, la granmayoría de los letrados compartía una visión similar sobre la raza. Ésta era unacategoría que en el siglo XIX trazaba una historia natural, moral y civilizadorade diferentes troncos o linajes de lo humano, que representaban las razas. En lavisión colombiana, ello era reiterado con el origen compartido, la monogénesis,que planteaba el cristianismo, y desde la cual se habían desprendido tales troncos.“Aunque todos los hombres, como lo demuestra la historia natural y la lingüísticay lo enseña la revelación, tienen un origen común, los hallamos divididos en mu-

chas familias y razas, que pueden ordenarse en cuatro clases: Caucásea o Blanca,Mongólica o Amarilla, Etíope o Negra, y Malaya” (Arboleda 1872: 18). Aquí senota también la relación de esta categoría con el colonialismo y su geopolítica. Aesta visión se sumaría cada vez más un mayor detalle de la composición física,que no se reducía al color de la piel, aunque no en el sentido biológico de princi-

 pios del siglo XX.

La oposición entre civilización y barbarie fue ampliamente resaltada por laélite letrada nacional en las décadas siguientes a la Independencia. Esta élite si-tuaba las tres razas en una escala jerárquica muy similar a la planteada por Caldas,aunque progresivamente los indios reducidos comenzaron a ser incorporados másclaramente como parte de lo nacional (Cf. Safford 1991; ver García del Río 1829;

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Figuras y jerarquías de la diferencia en el siglo xix

Lleras 1837; Zea 1822). La utilización de esta oposición civilización/barbarie co- braba sentido en una visión del gobierno democrático y a la vez aristocrático que

nunca dejó de ser corriente en el siglo XIX. Esta visión determinaba abiertamenteel poder del gobierno en unos pocos, por sus capacidades civilizadas, que eranademás racializadas. Lo bárbaro estaba particularmente racializado hacia lo ne-gro y sus derivaciones zambas y mulatas, concebidas como poblaciones revolto-sas y conflictivas. En suma, sólo a los criollos de ascendencia europea, fisonomía

 blanca, carácter ilustrado, vida de virtudes, índole imaginativa y racional, moralejemplificante y costumbres refinadas, era adjudicado el ejercicio del gobierno.

Los descendientes de los europeos son los que predominan, los que dan el tono a la sociedady han promovido y llevado a cabo la regeneración política. (García del Río 1829: 109)

De raza europea somos los criollos que trabajamos por hacerle [a la civilización cristiana] progresar. Los africanos, cuando eran esclavos estaban en contacto con sus señores blancos, pero no adquirían sus cualidades. Libres, han vuelto a ser lo que eran en África. Si la liber-tad tiene algo que esperar en estos países, es de los criollos [comprendiendo los mestizos,en que predomina la sangra europea]. Los criollos son únicamente los que han manifestadoinstintos favorables a la libertad y a la civilización; los que poseen las calificaciones queindican aptitud para tener parte fructuosa de la cosa pública. (Florentino González, en Ro- jas, 2001: 123)

Esto, de nuevo, demuestra la incapacidad de gobierno de la élite nacional,al tener que insistir constantemente en quién tenía la posibilidad de gobernar y

quién no.Por otro lado, la imagen de un componente bárbaro era reiterada por la élite

letrada para explicar las revueltas constantes en que se veían inmersas las nacien-tes repúblicas. El carácter bárbaro era adjudicado así a negros, a indios, e incluso,al pueblo bajo, como el artesanado, y a mediados de siglo, a los liberales radicales.Sin embargo, a esa barbarie, particularmente a los primeros, había que incorpo-rarla dentro de la perspectiva nacionalista:

El cuadro que a grandes rasgos acabamos de trazar, se modificaría sin duda mucho con laexposición de los detalles; pero en el fondo quedaría siempre el mismo. De él resulta queen América luchan dos elementos: la civilización y la barbarie; y que la primera, ora pornobleza, ora por debilidad, ha abdicado el poder en la segunda. Cualquiera, empero, quesea la fuerza del elemento bárbaro, la civilización debe recobrar muy pronto su cetro ysu prestigio; pues no hay fuerza ninguna que pueda dominar permanentemente sobre el poder irresistible de la inteligencia. Trabajemos y afanémonos porque esta restauraciónno se retarde; y una vez la civilización en el solio, seamos activos y eficaces en aniquilarla barbarie; mas no como en Buenos Aires con el sable y el cañón, sino con la doctrinay la enseñanza. Eduquemos a los bárbaros, acomodándolos a un régimen conforme a susrespectivas circunstancias. (Arboleda 1867: 98)

 No obstante, como señalé atrás, a f inales del siglo XIX, la barbarie era ubi-cada aun más en las poblaciones realmente marginales en el orden nacional. Entérminos generales, las otras poblaciones, tipos humanos, mestizos y regionales,

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aunque podían ser pensados desde la civilización y la barbarie, eran tipos civili-zados, domesticados e incorporados.

Aunque inicialmente la permanencia de lo blanco, lo negro y lo indio comocategorizaciones raciales centrales demostraba cierta reticencia hacia lo mestizoy la insistencia en un orden rígido con lo blanco criollo como centro de poder(Zea 1822), su continuidad a lo largo del siglo XIX se debió a diferentes razones.Es posible identificar la preeminencia de esta taxonomía en textos publicados enespecial para el público europeo e hispano (Zea 1822; Lleras 1837; Pérez 1865;Arboleda 1867), puesto que permitía generar una conexión mayor entre la élitenacional y sus considerados semejantes europeos. Pero también demuestra lacentralidad de la clasificación racial básica en el mundo moderno y cómo ésta era

adoptada indiscriminadamente por los letrados nacionales, siguiendo el lenguajeoccidental-cientificista de lo negro, lo indio y lo blanco. Pero aun más, ello fueuna forma de mantener una distancia radical interna entre las tres grandes razas.La visión de Arboleda (1867) es clara al respecto. Él continúa con la imagen delcriollo-blanco imponiéndose sobre las otras razas.

La preeminencia de lo indio y de lo negro fue también evidente en el ma-nejo y la división interna de la fuerza de trabajo. La esclavitud y su desmonte yel problema de los resguardos de indios fueron determinantes en el manejo de la

 población considerada india y negra (Codazzi 1851; 1855; Samper 1861). Ambaseran la fuerza de trabajo más importante en determinadas provincias del país. Lonegro aparecía como población problemática, en tanto conflictiva y a la vez carac-terizada como una fuerza física importante para los trabajos pesados en la tierracaliente y en las regiones de frontera (Codazzi 1855; Pérez F. 1865; Pérez S. 1855;Samper 1861). Aunque considerado bárbaro y en estado de naturaleza, en clarocontraste con lo blanco (Pérez 1855; ver la ilustración 7), lo negro resultaba tam-

 bién asociado al trabajo servil doméstico, agrícola o minero (Arboleda 1867; ver lailustración 8); claro que siempre visto como necesitado de dirección, por su carác-

ter por fuera de la esclavitud: “El negro sufre las penalidades, pero es flojo para eltrabajo, y, siempre desconfiado, no quiere conocer sus verdaderos intereses, ni losconocerá, hasta que otra raza trabajadora e inteligente le enseñe prácticamente elmodo de enriquecerse exponiendo en otra actividad…” (Codazzi 1855: 85).

Lo indio era valorado como la mano de obra más importante para la agricul-tura en las tierras altas, como el altiplano o las montañas caucanas, pero su vida encomunidad, su indolencia, su fanatismo y su falta de iniciativa también lo hacíanobjeto de críticas y de políticas de incorporación (Arboleda 1867; Codazzi 1851,1855, 1858; Samper 1861). En suma, lo negro y lo indio eran representados en clarocontraste con lo blanco, en el nivel local y nacional, dentro de las divisiones natu-ralizadas de la índole y genio de las poblaciones (ver las ilustraciones 8 y 9).

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Figuras y jerarquías de la diferencia en el siglo xix

 Ilustración 8

Carmelo Fernández (1851).  Mujeres blancas. Oca-

ña. En Ardila y Lleras (1985). Este cuadro marca un

contraste claro entre los valores asociados a una fi-sonomía blanca y a una negra. Como muchos de loscuadros de tipos poblacionales, expone la diferenciade forma contrastante. Sin embargo, a ello no se re-duce la importancia de este cuadro. En él, la atenciónestaba centrada en la caracterización de las mujeresnotables y distinguidas de la provincia. En ese senti-do, la mujer negra no hacía parte del título, no porquefuera negada, sino porque su papel estaba subordina-do a la definición de lo blanco. La mujer negra era

 parte fundamental en la representación de las mujeres blancas como sirvienta, como un capital o un signomás de distinción o reconocimiento. Por ello aparecía

en el cuadro, por cierto mirando al lado opuesto de lasmujeres blancas, en un lugar claramente inferior, porla construcción racializada de lo negro.

 Ilustración 9

Manuel María Paz (1853). Aspectos de las casa de Nóvita

.En Codazzi (1855). El cuadro representa en claro contrastea la población negra y blanca en una zona de profundas ten-siones coloniales, como era la minera Nóvita (Pérez 1855:43-44). Los negros en el centro del cuadro, siempre semi-desnudos como reflejo de su barbarie, y los blancos atavia-dos desde la casa, como si no hiciesen parte de la imagen.Evidentemente, ellos estaban allí para la comparación y, ala vez, para mostrar la presencia de habitantes civilizados enestas tierras que, aunque salvajes, habían sido domesticadas

 por medio de una economía extractiva. En las imágenes dela Comisión, los negros bárbaros habitaban siempre las re-giones de frontera, los valles ardientes y las selvas, y cuando

hacían parte de pueblos y ciudades, lo hacían incorporadoscomo sirvientes o fuerza de trabajo civilizada.(ver ilustraciones 7, 8, 10 y 12).

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Por otro lado, la insistencia en las tres razas se convirtió en una vía para señalary clasificar a las distintas poblaciones, aun si fueran mestizas. Desde mediados de

siglo, la oposición entre las tres razas no remitía a la división anterior entre élitecriolla-nacional y los otros internos. En lo local primaba la diferenciación racial,como una forma segura, por el extendido racialismo de marcar jerarquías. En elescenario nacional, lo importante era ver si esta diferenciación era superada poridentidades locales o regionales compartidas, para ser en la unidad de la nación.Lo negro, lo blanco y lo indio servían como estrategias descriptivas del puebloen lo local, junto con otros marcadores, para resaltar la diferencia (Ancízar 1853;Codazzi 1851, 1855, 1858):

La población se compone del 33 por 100 de blancos, en quienes residen la ilustración y

cultura, el 27 por 100 de mestizos que forman escalón intermediario, y el 40 por 100 deafricanos, cuyo lote es el trabajo físico, y su patrimonio la inalterable salud en medio delas ciénagas y ríos, sean cuales fueren las intemperies que sufran. El tipo masculino delos primeros es el joven voluble, vestido a la ligera con chupetín o chaqueta de lienzo ycasaca los domingos, dedicado al comercio, atento, despejado, bailador y poco instruido,salvo en requiebros y galanteos; el femenino es la damita de proporciones delgadas, aspectodébil, modales pulcros, talle flexible y profusa cabellera, en el vestir muy aseada y elegantesiguiendo las modas francesas, en el trato llena de amabilidad e ingenio, sobremanerasociable y cariñosa, pero siempre recatada. La música y el baile son su vocación, y rara esla casa donde al caer la noche no suene un piano con las marcadas cadencias del valse, ouna harpa maracaibera, o por ventura dos voces de timbre juvenil unidas para cantar trovas

de amor. En los mestizos se manifiesta el tipo local, completamente criollo desde el trajehasta el alma: los hombres de mediana estatura, sueltos y ágiles, vistiendo pantalón de dril ycamisa blanca, sombrero de nacuma excesivamente pequeño y nada de ruana; zapateadores,tipleros y enamorados, un tanto afectos a la botella y al juego, pero trabajadores y de índole buena, sin modales ni lenguaje descompuestos, como los del boga que tripula los bongos enel Zulia; las mujeres pequeñas, sabiendo que son bonitas y procurando lucir y ejercitar estedon de gentes, el cuerpo bien repartido, limpio y ondulante, alegres y listas para cualquierlance y respuesta. (Ancízar 1853, tomo II: 209-210)

En muchos casos, estas categorizaciones raciales superaban incluso la fisono-mía básica de color de piel, pelo, composición corporal y facciones, para adentrar-

se en el detalle de lo mestizo, que podía ser visto como negro por su pereza, indo-lencia, fealdad, fuerza física, o como blanco por su ilustración, plena civilización,

 belleza física, vigor y disciplina para el trabajo. En este sentido, las regiones fuerontambién racializadas a partir de estas categorías raciales básicas (Cf. II. 3.2).

Si bien el esquema entre civilización y barbarie permanecía como sustentode la diferencia poblacional, no ocurrió así con la oposición entre tierras altasy bajas en el conjunto de la unidad nacional. Esta división, relacionada con lacivilización, fue utilizada ampliamente en las descripciones locales y regionales,

 pero perdió su exclusividad como esquema general en el conjunto nacional,sin llegar a desaparecer: “se puede decir sin exageración que las montañas delos Andes, que representan por su asombrosa grandeza y majestad sublime la

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Figuras y jerarquías de la diferencia en el siglo xix

 bondad infinita de Dios, son en el mundo colombiano los mejores agentes de lacivilización democrática” (Samper 1861: 340).

Cada región, cada localidad, era jerarquizada internamente desde la oposi-ción civilización y barbarie. Las descripciones de la Comisión Corográfica, losinformes geográficos y los relatos de viaje partían de esta oposición (Ancízar1853; Codazzi 1851, 1855, 1856, 1857, 1858; Pérez 1855): “[la región] se puededividir en dos grandes secciones características: la una que comprende las comar-cas sometidas ya al dominio de la civilización, y la otra que aún se mantiene en elestado de salvajismo de los tiempos primitivos” (Codazzi 1858: 167); “[el Estado]se compone de dos regiones separadas i completamente distintas entre sí: la po-

 blada i la desierta. La primera es larga, angosta i montañosa; i la segunda plana,

ancha i riquísima en bosques i en aguas” (Pérez F. 1871: 91). En dicha oposicióneran conjugados distintos modelos de diferenciación. En primer lugar, el modelocivilizador, relacionado con un modelo colonizador orográfico del descenso y elascenso. En éste, la incorporación a los centros de poder y su nivel de coloniza-ción y sometimiento eran determinados y naturalizados de las tierras altas a las

 bajas. Por otro lado, a partir de la diferenciación climática, tanto del climismo decorte hipocrático como de la climatología moderna, era generada una oposiciónentre tierras frías y tierras calientes y ardientes. Las primeras eran caracterizadas

 por una vida sana y organizada en torno al cultivo humano sobre la naturaleza.

Allí los hombres tenían mayor disposición a la creación literaria, al gobierno yal control de las pasiones. Mientras que las segundas eran caracterizadas por sucondición malsana y perjudicial para la vida humana, el ímpetu, y el poder deuna naturaleza sin dominación, y unos hombres pasionales, violentos, perezosose incapacitados para ciertas actividades. Éste era un esquema interno similar alque existía con fuerza en el conjunto de la nación entre las tierras integradas ylos territorios de frontera, como lo expresó el economista Miguel Samper (1867),hermano de José María, en su estudio sobre Bogotá:

Los que descubrieron y conquistaron esta parte de la América, encontraron la barbarie más

completa sobre las costas y en las hoyas de los ríos, en tanto que las faldas y mesas denuestra cordillera servían de morada a pueblos relativamente adelantados en civilización.Cerca de cuatro siglos van transcurridos desde que ocurrió aquel hecho, y las cosas no hancambiado sensiblemente. […] la población no baja de las faldas y mesas de la cordillera sinocon lentitud y precaución, porque allí donde está la riqueza fácil, la muerte ha establecidotambién su imperio. Nuestras cordilleras son verdaderas islas de salud rodeadas por unocéano de miasmas. (12 y 13)

 No obstante, todos estos esquemas se traslaparían con otros más cercanosal deseo nacionalizador. Éste se sustenta en la necesidad, o mejor, en la obliga-ción de la fusión, la mezcla, la integración y la colonización. Para la nación noes posible pensar en lo aislado, lo separado, lo distanciado, tanto espacial como

 poblacionalmente. Las dos grandes tierras debían ser interconectadas, con una

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colonización guiada desde las tierras altas. Las razas debían fusionarse, para de- jar de ser troncos o linajes distinguibles y generar una unidad de origen, un linaje

común de lo nacional. Ésta, sin duda, fue una de las visiones más importantessobre la nación, aunque no la única.

2. TIPOLOGÍAS, ECONOMÍA DE TRABAJO Y CONSTRUCCIÓN DE  NACIÓN

A mediados del siglo XIX, la literatura, especialmente costumbrista y de viajes,y las representaciones pictóricas de la población estuvieron habitadas por figurasque intentaban mostrar al mismo tiempo la variedad y la unidad poblacional de lanación. Los tipos obedecían a una taxonomía confusa y elemental a la vez, cuyomayor objetivo era clasificar las diferentes variaciones, muestras y ejemplos delo nacional. El tronco común era la nación. La variedad indiscriminada era susiguiente nivel. Bogas, artesanos, cosecheros, criadas, indios, negros, mestizos,campesinos y notables fueron algunos de los tipos humanos que convergieron enel común denominador de lo neogranadino. Los libros, relatos, cuadros e imáge-nes, de los que eran protagonistas, fueron expresiones de constantes encuentroscoloniales. Los distintos países y paisajes de la nación fueron objetos de explora-ción y examen continuo por parte de viajeros, letrados y naturalistas, a quienesse les requería para dar cuenta de las riquezas y posibilidades del territorio, lasnaturalezas y sus gentes (Cf. Rozo 2001; Restrepo 1999). La economía agroexpor-tadora, las relaciones de trabajo, el problema de la escasez de manos y la prospe-ridad material y moral marcaron la definición de los tipos neogranadinos. En estecontexto, los tipos, en lugar de ser representaciones ideales de la población, con-tuvieron los deseos, los temores, los límites y las ambigüedades de las élites y los

 patrones sobre la fuerza de trabajo existente y requerida en la Nueva Granada.

2.1. De las razas a los tipos humanos neogranadinos

Con todo esto, no eran una excepción, sino las genuinas representantes de un género,

o si se quiere tipo , harto esparcido en nuestro país,

 fácil de conocer y que bien merece fonógrafo e historiador especial.

Manuel Ancízar (1853, tomo II: 96 énfasis del original)

Puede pasar como un asunto menor o inadvertido el cambio en el uso mayoritariode la categoría raza a la de tipo desde la década de los cuarenta en la Nueva Gra-

nada. No obstante, este cambio evidencia decisivas transformaciones en la formade comprender a la población, en la cual la nominación es fundamental.

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Figuras y jerarquías de la diferencia en el siglo xix

La categoría raza podía aludir o no a una unidad de origen. Aunque en elsiglo XIX colombiano el racialismo no fue particularmente radical y, por tanto,

fue compartida la idea de una unidad de la especie humana, en la que las grandesrazas eran sus derivaciones más significativas, la unidad entre razas resultabaser algo tan abstracto que las distancias entre ellas eran rígidas e incuestionables.Como indiqué atrás, la división poblacional en tres grandes razas era concomitan-te con el colonialismo eurocentrista en el mundo moderno/colonial.

En este escenario, la categoría tipo iba más allá, siendo reiteradamente usa-da en un colonialismo interno, en el que el problema era definir las diferenciasdentro de lo nacional. Si bien el tipo, como categoría de la diferencia, reiteraba ladistancia entre poblaciones, siempre remitía a la pertenencia a la unidad nacional

y a las semejanzas entre las poblaciones que contenía; eran “los tipos enteramen-te nacionales”, decía Rivas (1866: 171). Como la misma palabra lo indica, el tipoes la muestra, el ejemplo o la manifestación de un algo; en este caso, la raza o el

 pueblo neogranadino. Incluso, la sola referencia a las grandes razas como tipos –negros, indios y blancos– evidenciaba una conciencia de lo nacional, en la queera resaltada la cercanía79. El tipo indio, no tanto así la raza, era una derivaciónde lo neogranadino. Los tipos eran lo particular dentro de lo general y, como en elcaso de lo neogranadino a mediados de siglo, lo particular era lo variado; referíana diferentes poblaciones siempre conectadas o enmarcadas en un tronco de origen

común. En ese caso, los tipos, desde la homogeneidad nacional, representaban laheterogeneidad. Una heterogeneidad que era especialmente fruto del mestizaje,de los cruces continuos de las razas madres. Los tipos eran, en general, figurasmixtas, productos de la mezcla, hombres y mujeres nuevos de un orden y unmundo nuevos; de un mundo con posibilidades, tendiente hacia su depuración yel progreso, en la visión optimista de mediados de siglo (Ancízar 1853; Samper1861).

Así como en el nivel nacional los tipos representaban la variedad, en el nivel

local exponían la síntesis de la población de una parroquia o un cantón. Los tipos,en tanto modelos o ejemplares de un pueblo, se constituían así en figuras homoge-neizadoras en medio de la diversidad. Sin embargo, como estos tipos emergieronde las exploraciones al territorio nacional, de los viajes de ascenso y descenso porlas cordilleras, de la conquista de la tierra caliente y los valles profundos y del re-corrido entre las parroquias, se hacían incontables. Con cada parroquia, con cada

 país y paisaje nuevo, un nuevo tipo surgía. Esta densidad era más evidente en las

79 En su mayoría, los títulos de los cuadros elaborados en la Comisión Corográfica no contenían la palabra raza; no ocurre así con tipo, la cual era recurrente para catalogar a las poblaciones locales(para ver una recopilación de los cuadros, Ardila y Lleras 1985).

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zonas más pobladas e integradas al poder central, como en general ocurría en lacordillera Oriental (Ancízar 1853; Samper 1861). Así, aunque en líneas generales

 pueda ser identificado un modelo taxonómico poblacional, entre otros, centradoen la oposición orográfica entre el altiplano, la tierra templada y la tierra caliente,los tipos eran variados, algunos no estaban necesariamente adscritos a territoriosespecíficos y no compartían un criterio común de diferenciación o semejanza.Para los letrados, cualquier grupo poblacional “pintoresco” y con característicascomunes era merecedor de ser un tipo nacional. La clasificación de esta variedad,que, valga decir, emergía de la misma discursividad diferenciadora, constituía unreto para los letrados: “¡Cuántos y cuántos tipos diferentes! ¡Cuántas variedadesy medias tintas, en cuya distribución y clasificación podría lucirse un talento

analítico y nomenclaturista!” (Caicedo 1866: 119). De allí que una lista completade estos tipos fuese interminable y que en el mismo plano de “la gran galería decaracteres nacionales” (Rivas 1866: 171) aparecieran cosecheros, socorreños, nei-vanos, indios, criadas, bogas y notables, entre otros. A ellos se sumarían progresi-vamente los tipos regionales, como homogeneidades que abarcaban lo observadoen el detalle explorador.

Como es evidente, los tipos constituían una taxonomía que, aunque preten-didamente clara y compartida por todos, no se basaba en criterios comunes, fijosy estables desde nuestra óptica clasificadora moderna. Éstos hacían parte de un

 primer ejercicio segmentador de lo nacional, en el que por medio de las palabrasy del poderoso ejercicio de nombrar, se esperaba dar un orden y un sentido a loque era percibido como diferente dentro de los límites de la unidad nacional80. Pormedio de la representación pictórica y escrita de los tipos, los letrados pretendíanacercarse a la supuesta diferencia poblacional dentro de la nación. La diferenciainterna existía porque así era expuesta y clasificada desde la representación y ladefinición que de ella se hacía. El mundo de lo disperso, de lo variado, lo con-tingente, lo incluso inasible, que constituía la diferencia, era real y posible en losdiscursos de la élite letrada, por su misma presencia ordenada, naturalizada y fijaen ellos.

De esta manera, los tipos de mediados de siglo eran concordantes con elideal taxonómico de la episteme clásica y con su centralidad en la representa-ción, para la aprehensión del mundo (Foucault 1968). De allí surgió la primerahistoria natural, de donde provenía claramente la categoría de tipo81. Ésta fue una

80 Esa variedad es tan inmensa y tan lejana para nosotros, que nos resulta similar a aquella

enciclopedia china descrita por Borges y que retoma Foucault (1968).81 En general, la historia natural que surgió en el siglo XVIII con personajes como Linneo partíadel principio de la unidad de la especie humana, de acuerdo o no con la premisa del origen

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Figuras y jerarquías de la diferencia en el siglo xix

unidad taxonómica ampliamente utilizada desde el siglo XVIII en la botánica yen la clasificación animal, y, por ende, trabajada para el reino de lo humano, con

la premisa de dar cuenta de un orden, estructura y jerarquía en la clasificaciónhumana, como en el orden natural. La historia natural ofreció las técnicas y losrecursos para la descripción física detallada de las poblaciones, bajo el supuestode que allí es posible encontrar la base rígida y certera de la diferenciación. Conla descripción física se intentaba naturalizar y fijar las diferencias en un terrenoque aparecía incuestionable y evidente.

En este escenario, para los naturalistas, los dibujantes y los escritores decostumbres, los tipos requerían de una descripción rigurosa y fiel, porque, comounidades de una historia natural de continua diferenciación, eran elementos

mixtos, complejos y con signos de variedad por doquier. Los tipos, a diferenciade las grandes razas, complicaban, así, la diferenciación y su descripción. Elatuendo, los rasgos físicos, las actividades y las posturas debían ser detallados almáximo, porque, de lo contrario, no sería posible determinar la distancia entre lostipos y los linajes de origen de cada uno, los cuales eran elementos centrales de laclasificación82. Además, estos signos de diferenciación debían dar cuenta del lugarde origen y de la posición social de cada uno de los tipos humanos neogranadinos.Particularmente, los tipos debían exponer los productos relacionados con su medio

divino. Con el paso del tiempo y la expansión de las diferentes razas en climas diversos, asícomo la distancia que algunas de ellas tomaron de los principios morales, se fue produciendola variedad humana. Toda esta variedad estaba dispuesta en un orden natural que era a la vezmoral, en tanto la naturaleza era una creación divina. La revelación y exposición de tal orden erala labor de los naturalistas (Mutis 1764). Por ello, la historia natural era una historia moral, queexplicaba la degeneración o regeneración de las razas y la diferencia escalonada entre pueblosrespecto a la cercanía con la civilización y el grado de moralidad, en relación a su vez con laubicación orográfica y climática (Caldas 1808a; Unánue 1806; Zea 1822; Samper 1861; Arboleda1867). Con la historia natural, dotada de la visión geográfica, el colonialismo pudo fijar-determinar espacios con razas particulares. Así, la composición y distribución de las razas eran pensadas desde la historia natural, justamente, como un hecho natural y palpable por medio dela observación científica. En esta historia, el ensayo de La geografía de las plantas de Humboldtfue determinante, puesto que veía la relación entre el desarrollo de las especies, su ubicación enla altitud y el conjunto del medio exterior. Si la historia natural estudiaba el origen, los crucesy el desenvolvimiento de las razas, no es de extrañar este comentario común: “Es notable cómose han cruzado las razas en estos pueblos. Ya no se veía sino uno que otro tipo de las tres razasmadres, la blanca, la indígena y la africana. Había hijas de Llano-grande muy agraciadas, indiasde San Luis y de Coyaima, y morenas de Ambalema y sus cercanías. Para que no faltase nada quédesear al estudioso de la historia natural, allí había dos o tres ingleses puros que paseaban porla sala en los intermedios o que observaban desde las puertas” (Díaz 1859a: 268-269). (Cf. Gerbi1982; Todorov 1989; Deléage 1993).

82 Por tal razón, los escritores de costumbres advertían reiteradamente que su ejercicio era muylimitado frente a lo que podía capturar un pintor en sus lienzos (ver, en especial, Guarín 1859;Páez 1866; Rivas 1866).

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físico y sus actividades económicas. Las mantas, los sombreros, los pantalones, lasherramientas, los productos agrícolas que cultivaban o transportaban, entre otros,

no sólo diferenciaban espacialmente a los tipos, sino que además demostrabanla variedad potencial para la producción económica y relacionaban posibles oexistentes trabajadores con riquezas naturales (Ancízar 1853; Codazzi 1851, 1855,1856, 1858; Pombo 1852; Pérez 1855). Esta variedad de elementos definía para

 pintores y escritores lo pintoresco de los tipos, lo que merecía ser pintado, lo queresaltaba a la vista.

Aunque fuera reiterado que lo pintoresco estaba ahí para ser pintado, sin in-tervención y con objetividad, era evidente que ello era una cuidadosa elaboraciónque intentaba sintetizar y homogeneizar en una sola figura toda la variedad ob-

servada. Guarín afirmaba que “con un calentano que describiera quedaran todos”(1859: 365). La descripción de tipos era realizada bajo este supuesto, el de podercapturar y reducir en una imagen condensadora lo observado, como similarmenteocurría en el ejercicio botánico (Cf. Nieto 2000). De igual forma que en los cua-dros de costumbres, las pinturas de la Comisión Corográfica reunían todos estoselementos de tipificación (ver las ilustraciones 10 y 11).

De esta forma, los tipos humanos y regionales pueden ser analizados desdela categoría analítica de estereotipos, trabajada por Bhabha (1990b) como centro

de los discursos coloniales. Los estereotipos, como imágenes de pueblos y cul-turas, se caracterizan por simplificar y tipificar, reducir a términos manejables

 para el observador las características culturales, y por naturalizar y esencializarlos supuestos rasgos culturales fijándolos en el cuerpo, inscribiéndolos en “lanaturaleza” de los grupos sociales. Así, el estereotipo delimita, ordena y haceescenificable un grupo poblacional.

2.2. Economía política, trabajadores y colonización

Es imposible e inútil elaborar un análisis detallado de los variados tipos humanosneogranadinos que fueron representados en las producciones visuales y escritas amediados del siglo XIX. No obstante, en este trabajo escogí un conjunto de tiposque por su caracterización revelaban problemas centrales respecto al manejo y ala definición de las poblaciones, para la formación del Estado-nación, en el marcodel mundo moderno/colonial capitalista. La relación entre la economía política

 planteada a mediados de siglo, los sistemas productivos o extractivos existentes

y el tipo de trabajadores requeridos definió uno de los principales criterios declasificación poblacional. Los trabajadores, los oficios y los patrones fueron mo-

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Estos dos cuadros, como gran parte de los de la Comisión, son elaboraciones-síntesis de tipos poblacionales.Éstos eran cuidadosamente elaborados en talleres con base en bocetos de trabajo in situ. Nada en ellos erafruto del azar o de una mirada desprevenida (Restrepo 1999; Sánchez 2003). Los atuendos, telas y sombreroseran signos del lugar de origen. El cacao de la primera y la amonita de la segunda, sutilmente expuestos, eranimágenes de riqueza y curiosidades.

Hasta cierto punto, estos cuadros pueden ser comparados con los de especies de la expedición botánicadirigida por Mutis (Nieto 2000). Al igual que las especies, los tipos eran imágenes típicas e ideales, con todossus detalles posibles en exposición. Se podría decir que ambas elaboraciones son fruto de la extracción de sucotidianidad. Tipos y especies están dispuestos de cuerpo entero para el cuadro, para ser transportados y despuésexaminados. La ilustración 16 demuestra con claridad cómo la tejedora y el arriero, representativos del activoSantander, aunque parecen en su cotidianidad, fueron extraídos sutilmente de ella. La mujer teje en un caminocomo si nada, mientras su semejante posa desprevenidamente.

 No obstante, al contrario de las plantas, que eran fragmentos extraídos de su entorno, los tipos eran elementosvivos relacionados con su medio físico. Los tipos eran útiles en su espacio y por ser precisamente parte de uno.Los notables se desenvolvían en sus salones o en las calles, mientras que los posibles agricultores y campesinosdebían estar inmersos en las riquezas naturales que debían cultivar. Por ejemplo, en las ilustraciones 5 y 10 loshombres, africanos, mestizos e indios, estaban dispuestos en torno a riquezas cultivables como el cacao y el anís.Así, los cuadros eran imágenes condensadoras de poblaciones, naturalezas y territorios, como un conjunto devariables y elementos que con su variedad componen una unidad. Para Sánchez (2003: 111), ilustraciones comola 10, presumiblemente guiadas por el botánico Triana, contienen el postulado de Humboldt de “la fisiognomía dela naturaleza”, el cual indica la variedad de formas contrastantes que se agrupan en zonas particulares. Presenteo no tal postulado, en los cuadros o escritos la descripción paralela de tipos distintos reiteraba la diferenciación

 por medio del contraste. Un tipo, como una raza, siempre era definido en oposición a otro. Además, los pintores yescritores se preocuparon, la mayoría de las veces, por evidenciar la variedad poblacional de posibles trabajadores,

apreciada como una riqueza de las provincias y cantones.

 Ilustración 10

Carmelo Fernández (1851). Tipo

africano y mestizo. En Ardila y Lleras(1985).

 Ilustración 11

Carmelo Fernández (1851). Estancieros de

las cercanías de Vélez. Tipo blanco. En Ardilay Lleras (1985).

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tivos recurrentes en la definición de tipos humanos83. Por ejemplo, casi la tercera parte de los cuadros elaborados para la Comisión Corográfica representaban tipos

trabajadores, de hombres y mujeres en sus oficios y en sus contextos productivos.Ello porque la Comisión leyó a la nación desde sus capacidades para la produccióny extracción de riquezas naturales y la elaboración de determinados productos. Alo cual se sumaba su ánimo eminentemente etnográfico tanto en las descripciones

 paralelas como en los informes del propio Codazzi, en particular sobre los indios.Sin duda, allí la población aparecía como un problema estatal, particularmente

 por sus capacidades físicas y, sobre todo, morales para una vida de trabajo.

Los tipos que analizo a continuación fueron representados en un contexto problemático de “escasez de mano de obra”, relacionado, además, con el aparente

énfasis en el trabajo productivo, libre y voluntario, frente al fin de la esclavitudy el supuesto desmonte progresivo de las relaciones serviles de trabajo. Los tiposde trabajadores dan cuenta de dicho escenario, en el que las élites letradas mani-festaban los deseos y temores sobre los trabajadores, así como la conveniencia deuna “semiservidumbre” (Palacios 2002b)84. Ello constituía la economía políticaimperante en la mayoría del país: una búsqueda de la maximización de ganancias,sin incidir necesariamente en la mejora de la productividad y las condiciones detrabajo, determinados más bien por “el deseo civilizador” y el normalizador de lonacional (Rojas 2001; Palacios 2002b; Kalmanovitz 2003). En este escenario, la

“escasez de brazos” y la representación ideal del buen trabajador campesino (Cf.I/3.2) fueron también estrategias en los textos para juzgar a los pobladores ruralesy validar las formas de dominación laboral existentes y el sometimiento culturaly moral a los patrones de normalización nacional.

Todo lo anterior fue posible por el racialismo. El trabajo físico en generalfue asociado a cuerpos racializados como no blancos, mientras que la producciónintelectual era restringida a lo criollo. Así, la variedad poblacional aparecía comodiferenciadora jerárquica de trabajos y oficios:

Esta completa desigualdad que bajo todos aspectos se encuentra entre los hombres, mantieneel orden y la armonía en la sociedad: ella es la que proporciona la división del trabajo, y conla división del trabajo, el comercio y, en fin, ese tejido de intereses que traba todos los

83 En la obra de Ramón Torres Méndez, el reconocido pintor de costumbres, también se puede en-contrar un número considerable de cuadros de tipos poblacionales, la gran mayoría referentes altema abordado en este capítulo: tipos de calentanos, de gentes del interior, de damas y caballerossantafereños, de campesinos de tierras altas y de oficios –aguadores, marraneros, cargueros,arrieros, carniceros y vendedores, entre otros– fueron retratados por Torres (ver láminas en Sán-

chez 1987: 129 a 171).84 Kalmanovitz (2003: 217) calcula que hacia 1870 cerca del 1% de la población controlaba aproxi-madamente al 50% de la población censada, por medio de prácticas como el arrendamiento.

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Figuras y jerarquías de la diferencia en el siglo xix

negocios humanos y mantiene ligados a los individuos y a las naciones para el progreso dela civilización: es así como se cumple la gran ley de la variedad en la unidad. (Arboleda1867: 174)

La división interna del trabajo y el énfasis en constituir una economía agro-exportadora provenían de la constitución de una economía mundo capitalista,en la que la Nueva Granada era ubicada como nación periférica extractora o

 productora de materias primas. Las élites nacionales aceptaron y validaron tal posición, en tanto situaban a Europa como centro del mundo industrial e ilus-trado y reforzaban la imagen de una América tropical e inculta. Esta divisióninternacional era proyectada dentro de la nación. Las élites nacionales se posi-cionaron como europeodescendientes, productoras de conocimiento y habitantes

de tierras frías, mientras que la tierra caliente, en general, era el escenario detipos humanos y naturalezas que debían ser domesticadas para la producciónagrícola y minera.

A mediados de siglo, tomaron fuerza proyectos colonizadores del territorioy las poblaciones, particularmente en las fronteras provisorias cercanas a Bogotá(Palacios 2002b). Las clasificaciones y categorizaciones poblacionales tenían lu-gar en la relación conflictiva que en este contexto se daba entre letrados, patronos

 –algunos también letrados reconocidos– y pobladores nativos. Los proyectos co-lonizadores marcaron la diferenciación espacial y poblacional85. Los tipos fueron

ubicados jerárquicamente en la diferenciación del “anfiteatro” (Samper 1861), delascenso y el descenso por las cordilleras, donde la variación climática y de las ac-tividades productivas determinaba la diferencia poblacional. Desde la perspectivageográfica, climática, naturalista y económica, “el medio físico” fue constituidoen una categoría explicativa central de la diferencia, a mediados de siglo. Ésta serefería a un compuesto paisajístico-poblacional, en el que intervenían diversoselementos como el clima, la altura, los sistemas productivos, el trabajo, el nivelde vida industriosa, la prosperidad y la higiene. A diferencia de la concepciónclimática de principios de siglo (Caldas 1808b), en el medio físico es clara la se-

 paración entre los cuerpos individuales y el entorno, que por ello mismo aparecíacomo medio. Desde esta perspectiva, el hombre, su cuerpo y su alma no estabaninmersos fluidamente en el clima, sino que como seres en el espacio hacían partede un medio particular que los iba moldeando al paso de las generaciones. Porello, la incorporación del hombre en el medio físico era un hecho del saber histó-

85 Allí, el poder colonial interno inventó sus otros desde estrategias propias de los discursoscoloniales, los cuales crean la otredad como una entidad distante y desconocida, pero que a

la vez es clara para la mirada colonizadora (Bhabha 1990b). Ello se evidenciaba ampliamenteen los relatos de viaje o en los textos que seguían este tipo de narración, como produccioneseminentemente colonialistas surgidas de zonas de contacto (Pratt 1992).

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rico y, en especial, de la historia natural86. La jerarquización y naturalización delas diferencias eran viables con la idea del medio físico, porque se insistía en su

inmensa variedad, por la misma variedad de los elementos, paralela a la diferen-cia poblacional (ver, en especial, Ancízar 1853; Codazzi 1851, 1855, 1858; Samper1861; Vergara y Velasco 1892).

La división que presento a continuación sigue esta diferenciación espacial- poblacional del medio físico del altiplano a las tierras calientes, explorando asi-mismo las representaciones tejidas sobre la colonización.

 Los indios como tipos. Indios chibchas y campesinos del altiplano

Durante la segunda mitad del siglo XIX, el altiplano continuaba siendo descritocomo el centro simbólico y de poder de la nación colombiana. A diferencia degran parte del territorio nacional, lo que comenzaba a ser visto como “la regiónandina” (Codazzi 1851, 1858; Vergara y Velasco 1892) y, particularmente, “elaltiplano” o “el Reino” (Ancízar 1853) era apreciado como una tierra sana, bellay fértil. Esta visión la reiteraban los viajeros con sus juicios estéticos y sensibles.En el altiplano se respiraba un aire tranquilo y se regocijaban los sentidos, antela presencia de un paisaje domesticado y cultivado de vieja data (Ancízar 1853;Caicedo 1883). Como era corriente, lo bello y lo sano daban cuenta de un paisaje

civilizado y de una ecología ordenada en torno a la labor del hombre. Comodetallé en la primera parte, dicho paisaje del altiplano estaba, además, dotado eimbuido de una historia civilizadora, que le adjudicaba un lugar privilegiado enlos relatos de origen de lo nacional. Los viajeros y geógrafos encontraban rastrosde una historia de gloria por doquier (Ancízar 1853; Codazzi 1851, 1858). Lasimpresiones agradables que causaba el paisaje del altiplano, y en especial el dela sabana de Bogotá, se debían también a la panorámica de una red de pueblosinterconectados, que en su conjunto se tendían sobre el territorio, organizándoloy controlándolo. Una prominente vida moral, social y civilizada se desplegaba en

estos pueblos. Estas tierras, a pesar de otras limitaciones, estaban destinadas a perpetuarse como centro de la nación:

 No tiene, es verdad, ríos navegables, ni llegan hasta ella los huracanes del mar; pero puedeabrirse buenas vías mercantiles i tiene afianzada su prosperidad material en la agricultura,i asegurado su progreso moral e intelectual en el estrecho vecindario de sus habitantes, no

86 Sin duda alguna, en esta conceptualización del medio físico de los pensadores de la segunda mitaddel siglo XIX estaban presentes las ideas de Humboldt sobre el medio exterior , las cuales estabanmarcadas por la imagen de la cordillera y el ascenso y el descenso por ella. Para Humboldt, los

cuadros de la naturaleza o las unidades de paisaje se diferenciaban claramente con el cambiode altura; así lo sintetizó en su reconocida imagen de la montaña, inspirada en el Chimborazo(Castrillón 2000).

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Figuras y jerarquías de la diferencia en el siglo xix

divididos por serranías, ni diseminados en un área ingrata y solitaria, sino formando, comosi dijéramos, una cadena continua de seres humanos, bien dispuesta para la transmisión i la propagación de las ideas. La planicie bogotana será, pues, siempre un foco de ilustración y

un centro de nacionalidad. (Codazzi 1858: 252)

En las miradas homogeneizadoras del viaje o de la geografía circunscritaal ordenamiento territorial, esta visión se extendía en términos generales por lacordillera Oriental, por los estados de Cundinamarca y de Boyacá, y en menormedida, por el de Santander (Ancízar 1853; Codazzi 1851, 1858). Igualmente ocu-rría con los pobladores rurales y el pueblo bajo. En las descripciones del altiplanocundiboyacense había una tendencia marcada a presentar una imagen homogéneade sus habitantes subordinados, como indios o mestizos claramente descendien-

tes de indios chibchas. El indio de ascendencia chibcha aparecía como tipo dela nación, como una muestra poblacional del pueblo neogranadino y del pueblo bajo del altiplano. Éste fue el indio valorado con más fuerza como tipo nacional:civilizado, adoctrinado y sometido por las instituciones eclesiásticas y políticas,coloniales y nacionales, y que podía pasar como parte del pueblo católico mestizo(Díaz 1859a, 1860). Allí era evidente que no surgió un tipo regional en el quese cobijaran élites criollas e indios (Cf. II/3.2). La misma catalogación de indioso mestizos de indios era reiterada por la élite letrada urbana, para generar unadistancia naturalizada y evidente entre ellos y el pueblo bajo del altiplano. La

fisonomía racializada como india, en el pueblo bajo, entraba en directa oposicióncon la blanca de las élites. El poblador rural o pobre, indio o mestizo, era clara-mente reconocido por “su color bronceado, su pelo liso y corto, sus ojos pequeñosy tristes y por un rezago de la pronunciación nacional de los muiscas, que todavíase flota en los pueblos de la Sabana” (Díaz 1859b: 114; ver las ilustraciones 4 y5). Sin embargo, esta insistencia en lo indio se convirtió en un valor poblacionalque, aunque proveniente de la apariencia física, la sobrepasaba. Por tal razón, lasdescripciones de pobladores claramente mestizos se deslizaban entre lo blanco olo indio, según el rasgo que iba a ser resaltado (Ancízar 1853; Díaz 1859b). Por

esto mismo, descripciones positivas del altiplano, como la de Ancízar, blanquea- ban de forma significativa a su población, en tanto lo blanco que componía a lomestizo no sólo era signo de una mejor composición física sino de unos valoresmorales y sociales.

Blanco, indio o mestizo, o, mejor aun, mestizo blanqueado de ascendenciaindia, el pueblo del altiplano se constituía en un modelo poblacional de trabajo, enespecial agrícola, de sumisión, de una vida católica y de posible normalización:

Las fisonomías llevan el sello indígena, o manifiestan los contornos regulares y el firme

colorido de la raza blanca de los Andes; el acento, el ademán, el saludo respetuoso y eltratamiento de sumercé dado a las personas notables, manifiestan que se ha entrado en tierradel reino. (Ancízar 1853, tomo II: 226; cursivas del original)

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Mucho más bellas, robustas é inteligentes que las de las costas y los valles ardientes;razas laboriosas, fraternales hasta el socialismo, dulces y hospitalarias, susceptibles de todo progreso, de una regeneración ó modificación fácil y fecunda, con tal que el régimen de

colonización no las contrariase nunca. (Samper, 1861: 29)

De esta forma, esta población laboriosa del altiplano estaba signada a colo-nizar las tierras calientes (Restrepo 1870; Samper 1861; Vergara y Velasco 1892).Pero más que la población, era toda la imagen del altiplano, de las tierras altas,como un conjunto territorial-paisajístico-poblacional, la que emergía como centrodesde el cual la civilización y la nación debían ser irradiadas por medio de la co-lonización. Cuando los viajeros y los expedicionarios comenzaban a alejarse delaltiplano y desde algún alto admiraban con asombro y algo de temor las tierras

 bajas y calientes –las cuales emergían en parte de esta perspectiva del viaje y dela panorámica–, aspiraban a que lo que dejaban atrás bajara y se replicara con

 profusión (Codazzi 1856; Pardo 1866; Restrepo 1870; Rivas 1899).

 No obstante, el encuentro con la tierra caliente, el ideal de la prosperidadmaterial y económica, la necesidad del movimiento comercial y humano, hicierondel altiplano y sus tipos descendientes de indios chibchas entidades problemáticas.La forma en que estaban estructuradas la economía, la población y la vida socialno parecía responder a los requerimientos de una civilización progresista y unaeconomía agroexportadora y comercial, a los ojos de letrados impulsores de estos

 proyectos (Ancízar 1853; Samper, J. M. 1861; Samper, M. 1867). La imagen quese tejió del altiplano desde mediados de siglo fue la de una zona anclada en el pasado. Lo colonial era usado como metáfora para describir y pensar la zona.En ella se vivía todavía en un ambiente colonial de atraso, pobreza, opresión,oscurantismo, fanatismo y quietud. La población era descrita de igual forma. Los

 pobladores del altiplano, y en esto eran reiteradamente presentados como de tipoindio, eran indolentes, pobres, estacionarios, sucios, fanáticos y estúpidos, a lavez que sumisos y religiosos:

La masa de la población andina (puramente indígena) es notable por su carácter paciente y

laborioso, su sentimiento religioso llevado hasta la idolatría y la superstición más grosera, sucarencia de todo instinto verdaderamente artístico, su amor a la vida sedentaria, á la inmovi-lidad y la rutina, su humildad llena de timidez, su malicia disimulada, que tempera un poco laestupidez relativa del Muisca […] dulzura en la impasibilidad, fuerza de inercia, aislamientocasi egoísta, desconfiado, espíritu conservador absoluto, inmovilidad moral, vida sedentaria,caracteres pasivos, superstición religiosa y aun fanatismo, poca inteligencia, fuerza física quesoporta un peso, pero sin arranque, ni pasión, ni rapidez. (Samper 1861: 316, 326)

La pobreza y la ausencia de progreso son evidentes para los letrados en lasuciedad y lo feo de poblados y pobladores, que contrastaban con la belleza y lasanidad de una vida industriosa y de prosperidad. La visión estética e higiénica

calificaba la falta de productividad, movimiento y agilidad en el trabajo como algoevidente en la composición física y en la apariencia corporal de los habitantes de

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Figuras y jerarquías de la diferencia en el siglo xix

la altiplanicie (Samper 1861; Ancízar 1853). La ruana, pesada, sucia y encubridora(Caicedo 185?; Ancízar 1853), era por eso el traje peculiar del indio del altiplano.

Estas descripciones del tipo indio eran una proyección de los cuestionadossistemas productivos y la vida económica y social de la Colonia sobre las pobla-ciones campesinas del altiplano. A juicio de los letrados-comerciantes, en el indioo mestizo de la región se veía reflejado el sistema colonial, en contraposición conel movimiento y la agilidad de nuevos tipos y territorios “republicanos y progre-sistas”, particularmente en las tierras templadas y calientes (Rivas 1899). Efec-tivamente, a mediados de siglo ya no eran necesarias almas dóciles, obtenidas

 por medio del trabajo físico, sino cuerpos ágiles para el trabajo y una vida moral.Frente a esta necesidad, lo estacionario como rasgo sintetizador del tipo indio del

altiplano lo constituía en una población crítica87. El clima frío y las institucionescoloniales habían sido determinantes en la vida estática de este tipo (Ancízar1853; Samper 1861). En este argumento, en el que el clima afecta la máquinahumana y por generaciones va definiendo una vida social diferenciada según losgrados de calor, el frío aparecía como determinante de actitudes y comportamien-tos marcados por la pasividad, el encogimiento y la quietud, mientras que el caloren grado adecuado dilataba, excitaba, vivificaba y movilizaba para la actividad

 productiva y comercial.

El tipo indio del altiplano, además de ser una figura elaborada a partir dela crítica a lo colonial, revelaba en su representación el deseo de dominación delcolonizador y una negación del sometimiento que habían sufrido los indígenas.La obediencia, la sumisión, la poca resistencia y la fácil incorporación eran ex-

 plicadas como atributos de la población del altiplano que provenían del carácterde la raza de los chibchas, los cuales provocaron que se les tiranizara y doblegara(Samper 1861; Arboleda 1867). Los indios chibchas y sus descendientes estabanahí dispuestos para la explotación y la dominación. Ésta era la imagen que proyec-taban el patrono y el colonizador sobre su fuerza de trabajo, para distorsionar una

historia de conquista, negar la resistencia y validar formas de trabajo cercanas alservilismo (Cf. Kalmanovitz 2003: 148-158). A pesar de esta sumisión, que apro- baba la relación hacendado-labriego, el tipo indio resultaba reservado, solapado,hipócrita (Samper 1861), “obtuso, terco, malicioso, desconfiado, sin entusiasmo,

87 La insistencia en lo estacionario propició la negación de una imagen de colonizadores de los pobladores del altiplano, quienes, paradójicamente, impulsaron los más grandes movimientosde colonización en la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX (Zambrano 1990). Las

gestas colonizadoras de la tierra caliente no podían quedar en las manos de los inertes, pobresy pasivos cundíboyacenses, esto era un contrasentido. La colonización validada era la de lasgrandes compañías y los empresarios colonizadores (Rivas 1899).

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ni siquiera ímpetu” (Vergara y Velasco 1892: 966), en fin, un trabajador en el cualno se podía confiar, ni del cual se podían esperar grandes esfuerzos laborales.

Esta imagen, que servía para criticar a la pesada herencia económica y socialcolonial, promulgaba la incorporación definitiva de los indios del altiplano, pormedio de la instrucción y la educación (Rivas 1899, Cf. I/1.1), la desintegracióndefinitiva de resguardos y tierras comunales (Samper 1861), y la integración a lavida económica laboral y comercial (Cf. Safford 1991).

Tierra caliente y calentanos

Los tipos humanos y paisajes de las tierras templadas y calientes cobraron fuerzaen medio de los proyectos colonizadores del siglo XIX. La valoración sobre lostipos y paisajes dependía de su integración e incorporación a las tierras altas.En la primera mitad del siglo XIX, la tierra caliente aparecía como una entidad

 paisajística-poblacional que describía las tierras bajas, no integradas, despobladasy, la mayoría de las veces, salvajes del territorio patrio (Caldas 1808a; Zea 1822;Lleras 1837). En este sentido, gran parte del país era tierra caliente y, como tal,

 juzgada negativamente. Este panorama cambiaría de forma significativa desde la

década de los cuarenta. La necesidad de incorporar las tierras bajas a una econo-mía agroexportadora de cultivos tropicales como la quina, el añil, el tabaco y elcafé, y la titulación de baldíos y los incentivos a la colonización como una formade subsanar la crisis financiera postindependista (LeGrand 1988), propiciarongrandes oleadas colonizadoras, que poco a poco no sólo transformarían la orga-nización productiva, sino los mapas de la diferenciación espacial y poblacionaldel país. Aunque gran parte del país era considerada tierra caliente, esta acepción,al igual que la del tipo calentano, operó especialmente sobre el alto Magdalena,los valles y llanos del Tolima Grande, el piedemonte metense y los llanos de San

Martín. Grandes hacendados, comerciantes y empresarios colonizadores –auto- proclamados “los titanes de la industria” (Kastos 1858d) o “los trabajadores detierra caliente” (Rivas 1899)–, relacionados con el Estado, participaron en su co-lonización y sometimiento. En estos contextos y territorios, las representacionessobre la tierra caliente y los calentanos desempeñaron un papel determinante.

En el descenso colonizador, las tierras templadas, una construcción climá-tico-paisajística a partir de la cual eran resaltados y naturalizados los niveles deintegración económicos, morales y sociales con el centro, aparecían como unaszonas intermedias, entre el altiplano y las tierras bajas, en las que los hombres y

 paisajes se destacaban por su profusión, riqueza y vigor, a la vez que domestica-ción (Ancízar 1853; Camacho 1866; Rivas 1899; Samper 1861).

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Figuras y jerarquías de la diferencia en el siglo xix

La colonización inauguraba una nueva época para la República y se cons-tituía en el mayor ejemplo del fin del régimen colonial. La colonización era va-

lorada por ser un medio de integración económica, de implantación de pobladosinterconectados y de una vida industriosa. La privatización de la tierra era un re-querimiento para cumplir tales propósitos, y ésta a su vez sólo se conseguía pormedio de la colonización de grandes colonos del altiplano (Díaz Escobar 1879; Res-trepo 1870). Si todo lo anterior aparecía tan significativo, si la colonización era vistacomo una lucha sin cuartel, una cruzada civilizadora realizada por titanes y guerre-ros (ver, en especial, Restrepo 1870 y Rivas 1899), era porque ésta no sólo variaba lavida económica de los territorios incorporados sino que se constituía en un mediode transformación de la naturaleza salvaje, los paisajes selváticos y desiertos, la

ecología malsana y los habitantes nativos. Es decir, domesticaba y modelaba a los pobladores y sus territorios en torno a una vida civilizada, nacional y progresista.

La colonización era presentada como una forma de curar territorios que porsu naturaleza estaban enfermos y eran inapropiados para el establecimiento de lacivilización. La colonización era justificada, por cuanto actuaba sobre territoriosincultos, salvajes, inaprovechados y despoblados –de vida social civilizada,aunque evidentemente habitados por bárbaros–. Una ecología sana, regida por elordenamiento del hombre, era el propósito de la penetración de los titanes de laindustria, con sus cultivos, ganados, caminos, peones y mercancías. El titán eraaquel que “se fue a las montañas, mansión antes de enfermedades y de fieras,abatió los bosques, los cubrió de praderas, dio trabajo a la multitud, y entregóa la civilización del mundo y a la riqueza nacional esas grandes haciendas quefundó en la tierra caliente” (Rivas 1899: 145). La ecología sana, y por lo mismo

 bella, debía manifestarse entonces en la transformación de las selvas en campos.Paisajes labrados y aromatizados por los cultivos debían surgir de la colonizaciónsobre las enfermizas selvas (Kastos 1858a; Pardo 1866, Rivas 1899).

Las descripciones sobre los habitantes de la tierra caliente también

 justificaban la imagen de la colonización. Ésta debía ser realizada por los pobladores del altiplano, porque se argumentaba que en la tierra caliente nohabía la fuerza de trabajo suficiente ni adecuada para las labores agrícolas. “Laescasez de brazos” aludía a la imagen elaborada de los calentanos como una

 población perezosa, indolente e incapaz para la vida laboriosa. Los calentanoseran percibidos, además, como un conjunto poblacional contrario a la imagen delcampesino dependiente del trabajo y partícipe de redes de producción, mercadoy consumo (ver la ilustración 12). Esta imagen reflejaba el deseo de las élites ylos patrones de replicar el sometimiento y la sumisión del altiplano en los cuerpos

y almas de los calentanos, y su necesidad de establecer una economía de trabajode semiservidumbre (Rivas 1866); a la vez que avalaba prácticas disciplinarias y

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normalizadoras sobre la población, por medio de la sujeción laboral y la regulaciónde la vida del peón, concertado o arrendatario (ver Díaz 1859a; Cf. Rojas 2001).

La fogosidad, la pasión, el desenfreno, la violencia y el libertinaje eran otrosrasgos imputados al calentano. Éstos aparecían propios de la vida que se desen-volvía en las condiciones climáticas calientes y ardientes de estos territorios. Enlas fiestas populares y bailes calentanos, la violencia siempre relucía al ritmo delaguardiente y el guarapo (Guarín 1859; Páez 1866; Pombo 1852). La materia y elalma se encontraban siempre excitadas y alteradas por la acción del clima. Aun-que, a la vez, según el argumento que se estuviese exponiendo, el clima ardienteadormecía en un letargo extendido a los perezosos calentanos.

Si bien a mediados de siglo, por el redescubrimiento de la tierra caliente,los calentanos no eran descritos en su totalidad como bárbaros, sí eranrepresentados como una población que estaba en los márgenes del control socialy moral. No eran los salvajes errantes que estaban completamente por fuerade la civilización, pero su belleza, moralidad, higiene y apego a la sociedad – rasgos interconectados– eran calif icados como de índole regular. La ausencia dematrimonios católicos era un indicador de tal estado (Guarín 1859; Rivas 1866,1899). El clima, la suciedad, la pobreza, la negativa al control social y moral, laausencia de una economía de trabajo y mercado, y la falta de instrucción, en suma,

habían hecho del calentano un tipo liminal entre la barbarie y la civilización(Páez 1866; Rivas 1866). Para los viajeros y escritores de costumbres, ello eraevidente en la apariencia corporal y la fisonomía del calentano. En particular,las condiciones climáticas influían en la bárbara semidesnudez, el desaseo, lafealdad, la palidez –signo de modorra y desidia–, la figura larga y escuálida,

 por la dilatación de las fibras, los calzones o pantalones blancos y el sombrerode paja –convertidos en signos naturalizados de diferencia– de los calentanos(Ancízar 1853; Guarín 1859; Rivas 1866).

Estas imágenes eran reiteradas como una forma de enfatizar en lo distinto

de la tierra caliente frente al altiplano; los calentanos eran “en una palabra, una población enteramente distinta de la que ocupa las alti-planicies andinas” (Samper1861: 326). Lo calentano era así una estrategia para definir, por oposición, losvalores y virtudes de los habitantes de la altiplanicie. Como tal, el calentano erauna figura colonial que surgía no del ideal objetivo de conocimiento sino de laapropiación y proyección de la identidad colonizadora (Bhabha 1990b); así, ésteera constituido en una realidad fija, manejable y cognoscible, pero que a la vez eralo otro, lo desconocido, lo lejano y lo ambiguo frente al colonizador del altiplano.Por ello, el climismo emergía allí con fuerza como saber que naturalizaba y fijabalo calentano en su físico, sus costumbres, desenvolvimiento y paisajes, desde susvisiones más radicales que retomaban al hipocratismo hasta la no menos fuerte

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Figuras y jerarquías de la diferencia en el siglo xix

climatología moderna (Caldas 1808b; Zea 1822; Samper 1861; Rivas 1899; Vergaray Velasco 1892).

Sin embargo, el redescubrimiento de la tierra caliente y su mayor integra-ción económica y poblacional con la sabana de Bogotá, a partir de las oleadascolonizadoras de mediados de siglo, incentivadas por los auges económicos entorno al cultivo del tabaco y la especulación con tierras, propiciaron un cambioen la imagen de la tierra caliente y los calentanos. La tierra caliente emergiócomo el escenario ejemplar de la vida republicana. Ésta era el nuevo espacio delo nacional, de la esperanza y del futuro frente al colonial altiplano, y por tanto,era posible como paisaje de disfrute y descanso (Ancízar 1853; Camacho 1866;Codazzi 1858; Díaz 1859a; Páez 1866; Rivas 1866, 1899; Samper 1861). Los letra-

dos-comerciantes la hacían ver como una tierra de libertades, en claro contrastecon el yugo feudal que todavía imperaba en el antiguo Reino (Rivas 1866, 1899;Samper 1861). La economía agroexportadora la hacía ver también como una tierrade riquezas y oportunidades para el progreso económico. Era además nacional

 por ser un espacio de encuentro, síntesis y mezclas de las variadas razas y tipos(ver la ilustración 13). En la tierra caliente se encontraban en la búsqueda de la

 prosperidad las tres grandes razas, los mulatos, los zambos, los mestizos, los co-merciantes antioqueños y los hacendados del altiplano, entre otros. De allí surgíaun nuevo pueblo, que ya no se limitaba a los habitantes del altiplano, su fanatismo,

quietud y oscurantismo. Sin embargo, todo estaba por hacer en la tierra caliente.Aunque ésta se constituía en la esperanza de la nación, este mismo planteamientodel futuro hacía obligatorio la civilización de pueblos y paisajes88:

Cuando la luz penetre en esos cerebros, llegue la escuela al bosque y la ciencia a las chozas,cuando los gobiernos colombianos se convenzan de que es necesario mejorar la condiciónde nuestros campesinos y cuidar de su salud para disminuir su mortalidad; cuando […] seles eduque y moralice de un modo racional y cristiano, esa raza de imaginación brillante proveerá frutos exquisitos. (Páez 1866: 102)

En el contexto agroexportador, los calentanos eran un importante tipo na-

cional. Éste debía ser moldeado para potenciar su fuerza para el trabajo físico,

88 No sobra indicar que para finales del siglo XIX, con el declive del sistema agroexportador delAlto Magdalena, y el progresivo auge de la economía cafetera y su colonización asociada, hacialos Santanderes, el Viejo Caldas y parte de Cundinamarca, la tierra caliente decaería como unescenario importante de lo nacional, mientras que las tierras templadas y de vertiente serían posicionadas como ejes promisorios de la nación. Además, en buena par te, a excepción del EjeCafetero, las tierras templadas entre codilleras tenían una historia más larga de integracióneconómica y simbólica a los poderes centrales, como ocurría con aquellas cercanas a la sabanade Bogotá. De allí se entienden estas palabras a finales del siglo, sustentadas en la perspectiva

de la climatología sobre qué es lo normal, lo sano y lo enfermo respecto a las tierras: “El hombrenormal es el de los climas templados, no sujetos a influencias extremas, y que a la vez puede plegarse á las dos; suya es, por esto la tierra entera” (Vergara y Velasco 1892: 411).

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Julio Arias Vanegas

 proveniente en algunos casos de su sangre africana y desarrollada en los climasardientes, así como de su adaptación a este medio, su imaginación, iniciativa,

resistencia, cuerpo atlético, hospitalidad, pasión, libertad, agilidad y vigor. Comoes evidente, en la medida en que era necesario enfatizar en las riquezas de la tierracaliente, entre ellas, sus pobladores, para justificar su colonización, los mismosrasgos que aparecían antes o en el mismo nivel como problemáticos podían ser la

 base de un tipo valioso.

De allí se entiende la optimista descripción que Samper (1861: 89-91) hizodel tipo mulato de las tierras calientes. En él, Samper encontraba un mestizaje

 progresivamente exitoso, entre lo mejor de las dos razas madres: lo orgulloso,heroico, caballeroso y moral del español, y la resistencia, fuerza física, fidelidad

y servidumbre del africano. El mulato era la base del trabajo físico para el some-timiento de la tierra caliente. No obstante, su turbulencia y fogosidad hacían evi-dente la necesidad de guiarlo y domesticarlo. La visión de Samper evidenciaba,en suma, un patrón, un deber ser de mestizaje y normalización de la poblacióncalentana. Su descripción justificaba la colonización y la acción del gobierno delas élites nacionales y el control laboral y moral de las élites de hacendados ycomerciantes locales.

Otros tipos, propiamente calentanos, permiten ver este deseo colonizador y

normalizador nacional y, asimismo, lo particular de las relaciones de trabajo demediados del siglo XIX. Tres de ellos son:

 La mujer calentana

Mientras que el hombre calentano podía ser a lo sumo objeto de admiración porsu fuerza física, o más bien ser tachado de feo y grotesco (Guarín 1859), la mujercalentana era elaborada en los relatos de viaje y cuadros de costumbres como

objeto de deseo sexual y colonizador del letrado viajero urbano. Éste se presen-taba maravillado por la belleza de la mujer calentana, de una forma que sólo eramedianamente similar a la belleza de la naturaleza, para el casi siempre recatadoescritor. Si la calentana llamaba tanto la atención a distintos letrados y aparecía ensus escritos como parte de encuentros y propuestas cargadas de eroticidad (Díaz1859a; Guarín 1859; Páez 1866; Rivas 1899), era porque ella funcionaba como unametáfora de la colonización sobre los otros pueblos y las otras naturalezas. Lasficciones románticas y eróticas decimonónicas en Hispanoamérica fueron esce-narios narrativos para fundar las relaciones jerárquicas raciales y los proyectos de

incorporación y sometimiento de lo otro (Sommer 1990; Appelbaum et al. 2003).El deseo de domar y poseer la naturaleza de tierra caliente era representado por

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medio de la elaboración de la belleza de la calentana. Naturaleza y mujer erancuerpos femeninos, en el sentido de estar dispuestos al manejo del colonizador-

letrado masculino. Al igual que la naturaleza de tierra caliente, la mujer calen-tana era como una rosa –y así era el nombre de dos mujeres deseadas en piezasliterarias (Díaz 1859a; Guarín 1859)–, “bien lo era por su frescura, sus colores,su belleza y también por sus espinas” (Guarín 1859: 373), una flor hermosa, me-dianamente domesticada, que atraía, pero a quien costaba acercarse y tomar. Lamujer campesina calentana, que para Páez tiene “una boca como dice el malvadode Isaacs, que si morder no provoca, yo no sé que es provocar” (1866: 100), era asíde una belleza natural, virginal, agreste y provocadora como la naturaleza. Ella

 provoca que se le dome, que se le posea y que se le corrija –en ello estaba siempre

el letrado Demóstenes con Manuela y con Rosa (Díaz 1859a)–.Poseer a la calentana era una vía para poseer a toda una población. Las

escenas de los letrados con las calentanas evidenciaban el deseo de mestizajede la altiplanicie blanca sobre la negra o india de la tierra caliente. Las mujeresfueron escenarios de dominio sobre lo otro; a fin de cuentas, controlar a la mujersignificaba controlar la reproducción de los otros pueblos o razas. Por tal razón,en la literatura no sólo aparecían historias de los letrados pretendiendo a las ca-lentanas sino, además, los relatos de zambos y mulatos forajidos –no podían serindios– que robaban mujeres blancas, revelando el miedo a ser dominado por elotro, con la posesión de la mujer propia (ver Rivas 1899: 20-30).

 Los bogas

El primer cuadro de costumbres publicado en el país, escrito por Rufino Cuervo(1840), ex gobernador, escritor y padre del gramático R. J. Cuervo, tenía porobjetivo describir a uno de los tipos más importantes que habitaban la nación:el boga del Magdalena. De allí en adelante, el boga despertaría la atención de

diferentes escritores, puesto que salía a relucir como un tipo particular alrededorde uno de los oficios más importantes en la Nueva Granada: la circulación fluvialde bienes y personas. El territorio del boga era el extenso río Magdalena, y sudefinición, sin importar si era negro, mulato o zambo, se reducía a su fuerza física

 para la movilización de los champanes (Vergara 1867b). La elaboración textualdel boga como tipo provenía de la experiencia del viaje de los letrados (Cuervo1840; Samper 1861; Madiedo 1866)89.

89 En el viaje, el deseo civilizador y cosmopolita identif icaba y juzgaba lo calificado como propio.Es indicativo de este hecho que, cuando se iniciaron los primeros viajes cosmopolitas de las élitesneogranadinas a Europa, se dio inicio a los cuadros de costumbres nacionales (Martínez 2001).

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El boga era admirado por su fuerza física, y su cuerpo no dejaba de des- pertar cierta fascinación, cierto deseo por su exacerbada corporalidad y su fi-

gura atlética, aunque velado por el recato del letrado (ver la ilustración 14). Un boga “tenía cada brazo como el de una ceiba, el pecho de ancho de una piedrade lavar ropa, cada mano como un oso y la voz como el ronquido de un toro”,decía el escritor y ex gobernador cartagenero Manuel Madiedo (1866: 14). Elcuerpo del boga atraía con cierta distancia al letrado civilizado y cortés por sufalta de maneras, de recato, y su exagerada animalidad (Samper 1861). Si bienel boga era apreciado por ser el motor del país (Cuervo 1840; Madiedo 1866), entérminos generales era juzgado como reflejo de atraso, en medio de los idealesde progreso y prosperidad material y moral. A mediados de siglo, el boga y

sus champanes comenzaban a ser vistos como rezagos del pasado frente a los poderosos y modernos buques de vapor (Cuervo 1840; Vergara 1867b). La ani-malidad y barbarie eran los rasgos principales del boga. Éste era descrito casicomo un animal en extremo violento y salvaje (Madiedo 1866; Samper 1861).Las luchas entre bogas, recurrentes por las borracheras y su belicosidad natural,eran muestras de su brutalidad y fuerza animal (ver la ilustración 14). Ésta esla imagen que el viajero, en tanto observador excitado, aunque distante, teníade los bogas:

Semejantes a dos toros que desean el dominio del rebaño y sangrientos los ojos, las

narices hinchadas por el fuego de los celos, se acometen cien veces, se traban al fin conencarnecimiento, se levantan encorvados sobre sus patas, pierden el equilibrio y vienen atierra con sorda caída. (Madiedo 1866: 20)

La animalidad del boga era resaltada desde la perspectiva del viajero, quienno veía en él ninguna atadura social, autoridad, relaciones familiares, vida socialadecuada y educación, hasta su lenguaje era enfáticamente expuesto como signode barbarie (Cuervo 1840; Madiedo 1866). En definitiva, éste era para el letradoun hombre en estado de naturaleza, cuyo medio y forma era lo salvaje: “es el bogaun hombre de color, alto, fornido, salvaje en sus costumbres, rival del caimán,

cuyo lecho de arena le disputa a palancazos de la playa” (Vergara 1867b: 216)

90

. Si bien podía ser descrito como un forajido por fuera de la sociedad (Samper 1861),el boga era presentado, desde la optimista visión autoetnográfica de Cuervo,como un pequeño pilluelo que necesitaba de corrección y de la transformaciónde su medio salvaje.

90 La poesía del mulato Candelario Obeso, nacido en Mompox en 1849, es una interesante respuestaa esta visión. Obeso dibuja en sus poemas a un boga completamente humanizado. Es el bogamelancólico, triste y apesadumbrado desde su champán o las playas. Sin embargo, la visión de

Obeso es justamente subalterna porque se reduce a los términos de la élite letrada. El boga en élvale en tanto poeta, compositor de coplas y currulaos, y leal y sumiso ante sus amos (Obeso 1877;De allí, ver, en especial, “Canción del boga ausente”).

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 Ilustración 12

Ramón Torres Méndez (1850).  Habitantes de las orillas del

 Magdalena En Sánchez (1987).

Los calentanos, en especial mulatos y zambos, eran representa-dos como una población problemática, puesto que “su vida mue-lle” (Díaz 1879) era contraria a los principios de la integracióneconómica, la civilización y la normalización nacional. Comomuchos, Kastos explicaba este problema en la autosubsistenciaen un texto que podía acompañar el cuadro de Torres: “El habi-tante de las orillas del Magdalena, acostado en su hamaca, pasalargas horas del día perezoso y soñoliento […] con el guarapo,néctar para el calentano, y el plátano, ambrosía para todo el mun-do, completa un festín que ni siquiera han soñado los proletariosde Europa. Pero esa vida fácil, abundante, perezosa, enerva susfacultades, lo embrutece y lo degrada. Nace, vegeta, muere y

 pasa por la vida sin dejar huella ninguna, como los cuadrúpedos

en sus bosques” (1858a: 308).

 Ilustración 13

Manuel María Paz (1857). Vista de la ciudad de Ambalema. Ma-

riquita. En Codazzi (1858).A mediados de siglo, con el auge del tabaco, la dinámica y activaAmbalema era representada como un ejemplo de la vida republi-

cana. Ella constituía una zona de encuentro comercial y pobla-cional. Aunque también representaba los riesgos de la industriaen la deformación del pueblo nacional, como lo expresa Díaz(1859a) en uno de los capítulos de  Manuela, titulado precisa-mente “Ambalema”.

 Ilustración 14

Ramón Torres Méndez (1849)  Lucha de bogas. En Sánchez(1987).La corporalidad y la fuerza del boga motivaron este cuadro, aligual que el texto de Madiedo (1866). En ambos se reflejaba laactitud ambigua ante el boga y su cuerpo: objeto de deseo y defuerte repulsión a la vez. Otras láminas de bogas y champanes

 pueden ser observadas en Sánchez 1987: 143, 163.

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En suma, lo que revela la descripción que se hacía del boga es la relaciónconflictiva entre el letrado-viajero y su transportador por el río Magdalena. El

 boga era juzgado por su oficio, calificado de irregular, precario, incierto, lleno deimprevistos, agobiante, demorado y tortuoso. El viajero se sentía además amena-zado por el boga, quien era tachado de ladrón de mujeres y licor (Cuervo 1840;Samper 1861). Allí también estaba en juego la definición de la masculinidad re-catada del viajero, frente a la masculina fuerza física del boga. El letrado-viajerose representaba así sufriendo por el boga; y son justamente este sufrimiento, estaexperiencia recreada como tortuosa, los que validaban desde los textos la norma-lización del boga y su oficio.

 Los cosecheros

La descalificación de los pobladores calentanos para el trabajo, paralela a su va-loración como población moldeable, era una manera de legitimar el sometimientoy validar formas de trabajo represivas; ello era evidente en la representación deltipo cosechero de tabaco de Medardo Rivas (1866). La representación de Rivastiene sentido si recordamos que, aparte de ser un reconocido letrado, dueño deuna importante imprenta y miembro-fundador de la Universidad Nacional, fue

hacendado y comerciante en la zona del alto Magdalena (Rivas 1899). AunqueRivas defendía aparentemente una fuerza de trabajo libre y asalariada, sus tex-tos demuestran la preeminencia de un control y una sujeción laboral basados enel ideal de la guía y la conducción del patrono sobre el trabajador. Este controlresultaba más importante, si tenemos en cuenta que, en un gran porcentaje, loscosecheros pasaron de ser los directos beneficiarios del cultivo a ser peones yarrendatarios, con la colonización de grandes hacendados y comerciantes, a par-tir del desarrollo del mercado externo del tabaco y los cambios en las políticassobre el estanco (De la Pedraja 1979).

Para Rivas, el cosechero era un hombre que había salido del estado de indo-lencia y vagancia propio de la vida en naturaleza de muchos calentanos. Además,en su relato el cosechero era un tipo libre, democrático, fuerte, hospitalario yabnegado con su familia. Él reflejaba la vida republicana. Para alguien como Ri-vas, era importante resaltar estos rasgos, para dar cuenta de los avances políticos,económicos y sociales de la nación.

 No obstante, al igual que otros tipos de trabajadores, el cosechero habitaba el pasado y el futuro de la nación. Ello se debía a su doble caracterización de infan-

tes y semibárbaros atrasados. El cosechero vivía todavía en un estado liminal en-tre el salvajismo y la civilización, “una mezcla indefinible del bárbaro que quiere

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Figuras y jerarquías de la diferencia en el siglo xix

volver a sus antiguos hábitos, del astuto esclavo que quiere engañar siempre a suseñor y del horrible disipado que ama el dinero para gastarlo y que nunca estima

su valor, ni sabe aprovecharse de él cuando lo consigue” (Rivas 1866: 172). Sus prácticas y costumbres, como el delirio por la bebida, la diversión desmedida y laausencia de un matrimonio católico, demostraban su permanencia en el pasado.Taita Ponce, el cosechero de Rivas, era, según éste, un hombre falto de economíaque de vez en cuando cultivaba y la mayor parte del tiempo se emborrachaba ychinchorreaba en su hamaca, no sabía manejar su dinero y lo perdía en vicios; porello, cuando rendía cuentas al patrón, le mentía y se mostraba sumiso: “Pues midotor, yo vengo desahuciado, a echarme en brazos de busté, que después de Dioses nuestro padre y a más dueño de tierras” (Rivas 1866: 175); algo de lo cual Rivas

no reniega y, por el contrario, utiliza para insistir en la necesidad de corregir a susirviente y mantenerlo sujeto y dependiente como a un menor a su cuidado. Así,el cosechero podía y debía ser moldeado por las élites nacionales, por medio desu ejercicio de gobierno, la acción positiva de la Iglesia, y por las élites locales dehacendados; esto es, en últimas, por sus patronos. Este planteamiento era posible,en la medida en que el cosechero fuera presentado como un hombre con falenciasy con necesidades:

Sí, le falta una voz amiga que le enseñe el evangelio, que dulcifique sus costumbres se-mibárbaras, que lo haga sobrio y económico, que lo lleve poco a poco por la senda de la

civilización; y que sin arrebatarle el trabajo de sus hijos, les enseñe la moral y les inspire eldeseo de mejorar su condición, haciéndoles amar la virtud y mostrándole los encantos y los placeres de la vida civilizada. (Rivas 1866)

De esta forma, la representación que se hacía del tipo cosechero, como la deotros tipos, implicaba la necesidad de una élite guía, de tipos notables, a quienesse encargaba el gobierno de la República en lo nacional y en lo local.

Tipos notables, patronos y cachacos

Los cuadros de costumbres, los relatos de viaje y las pinturas e informes de laComisión Corográfica se preocuparon también por describir a los tipos notablesde las ciudades, provincias y cantones. En estos textos, y en particular, en losrelacionados con la Comisión (por ejemplo, Ancízar 1853), era fundamental darcuenta de la presencia de familias de representación, miembros ilustres y dis-tinguidos de las sociedades locales, como signos del progreso moral y materialde la nación en lo local. En la imagen ideal que se tejió de la vida de puebloera indispensable una tríada compuesta de notables, curas y campesinos, bajo

la visión de que los dos primeros son esenciales en la guía y la conducción deestos últimos; de lo contrario, la República no sería posible en la parroquia y

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estaría, como mínimo, sumida en la corrupción, el despotismo y la pobreza(Ancízar 1853; Díaz 1859a; Samper 1866). Los notables debían ser la guía se-

gura y positiva de la vida republicana en la parroquia. Aparte de esta condiciónde los notables, basada en una distancia jerárquica entre élite y pueblo, éstoseran caracterizados por su sociabilidad, cortesanía, vida civilizada, ilustración,apariencia corporal racializada como blanca y el origen claro de su linaje (Cf.I/2.2). Además de esto, en lo local, los notables debían ser distinguidos por serguías de la prosperidad material, con una activa vida económica. En la éliteestaba la labor de incentivar la consolidación de una economía de trabajo y demercado (Rivas 1899).

 No obstante, este nuevo rasgo de la élite local debió ser también compartido

 por la élite nacional. La economía agroexportadora, la colonización de las tierrascalientes, la necesidad de una nueva fuerza de trabajo y el ascenso de una élitede comerciantes y hacendados relacionados con el ejercicio de gobierno (Palacios2002b) corrieron paralelos a una nueva definición de la élite nacional. En parti-cular, la élite de comerciantes y hacendados letrados –como los hermanos Sam-

 per, los hermanos Pérez, la familia Ospina, Medardo Rivas y Salvador CamachoRoldán– defendió la idea de una élite trabajadora y activa, que se posicionabacontraria a la élite tradicional tachada de colonial, perezosa, feudal y retrógrada.La narración de la colonización abrió paso a esta nueva élite promotora de la

 prosperidad material, a la que empezaba a ser supeditada la llamada prosperidadmoral. Esta visión debía permitir además el ascenso de determinada élite eco-nómica como élite de lo nacional. Así, comenzaba a ser fisurada la encumbradafigura del letrado:

Sabemos que de las antiguas familias, imbuidas en el tonto orgullo de un nombre, yqueriendo conservar una posición que ya no les corresponde, solo vástagos débiles y dañadosse levantan en la sociedad; mientras que por el contrario del pueblo, de la masa común, esde donde se levantan esos hombres llenos de vigor y de energía, que no solamente formanuna fortuna para sí, sino que ayudan eficazmente al engrandecimiento de la fortuna pública

y al crecimiento moral y material del país en que nacen y de la sociedad a que pertenecen.(Rivas 1899: 349)

La importancia del trabajo, la tenacidad, la educación práctica, la disciplina,las virtudes y meritos conseguidos a lo largo de la vida, era reforzada por oposicióna lo que habían conseguido élites tradicionales como la santafereña y la payanesa.Esta crítica, que comienza a ser reiterada desde mediados de siglo, se encuentrasintetizada en el tipo cachaco. Radicado en las ciudades importantes del antiguoReino, en particular en Santa Fe, el cachaco era descrito como un tipo dedicado ala vida social, las tertulias y la actividad literaria. Galante con las mujeres, pulcroy elegante en su apariencia, refinado en sus maneras e ilustrado, el cachaco se

 paseaba por la ciudad sin hacer nada práctico y útil (Kastos 1858b; Gutiérrez

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1866). La definición del cachaco era eminentemente estética y urbana, más queregional o de oficio. Gutiérrez (1866) representó con burla a los diferentes tipos

de cachacos, según su edad. Éstos eran vistos con cierta simpatía, en tanto se lesempezaba a considerar como un género que debería estar en vías de extinción. Elcachaco, sin embargo, continuó como una figura de distinción, aunque a la par yen disputa con otro tipo de élites nacionales.

3. LA REGIONALIZACIÓN DE LA DIFERENCIA

El siglo XIX colombiano no sólo estuvo marcado por la fundación y definición

de la nación, sino, de forma paralela, por la emergencia de lo regional como unmedio significativo para plantear y representar la diferencia poblacional y espa-cial. Hablo de emergencia, por cuanto en la Colombia decimonónica surgieronlos primeros lineamientos para pensar el país en términos regionales, que toma-rían su plena preponderancia sólo hasta el siglo XX. Esto, precisamente, porquela unidad nacional y la diferenciación regional emergieron como construccioneshistóricas interrelacionadas; esta última fue posible por la conjunción de unaserie de elementos centrales en lo nacional: la integración, exploración y apro-

 piación geográfica y poblacional, la constitución de lo propio, una progresiva

conciencia de unidad, la valoración del mestizaje y la definición de estructurasy espacios políticos, simbólicos y económicos diferenciados como regionales.A pesar de la menor preponderancia de la diferenciación poblacional regional,

 para la perspectiva actual, desde mediados del siglo XIX emergieron tipos re-gionales significativos en un orden simbólico nacional, que no por contener unadiferencia más aceptable dejaba de ser altamente jerárquico y atravesado, así,

 por el racialismo.

3.1. Regiones, racialismo y ordenamiento espacial

Aunque las regiones han sido pensadas como entidades preexistentes a la na-ción, éstas sólo son posibles en la medida que se construya un sentido de unidadnacional. A fin de cuentas, aunque sea pasada por alto, la misma definición delo regional alude a la porción de un algo, en particular, un territorio definido ydelimitado. Así, cuando nos referimos a regiones en contextos nacionales, ya seanculturales, políticas o económicas, debe tenerse en cuenta que, como tales, éstasson elaboraciones propias de una unidad abstracta mayor.

Las regiones son ante todo construcciones que surgen del acto de introducirun principio de heterogeneidad bajo la idea de una homogeneidad –territorial y

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 poblacional– (Martínez 1992). Una clasificación regional segmenta y divide unaunidad en porciones determinadas y delimitadas bajo un tipo de criterio o patrón

similar. El ordenamiento territorial, la economía, la visión paisajística o geográ-fica son algunos de los criterios más recurrentes de clasificación desde el sigloXIX. Internamente, las regiones se sustentan en una visión amplia que supera la

 perspectiva de lugar, desde la óptica de ser parte de un algo mayor. Así, las regio-nes no introducen cualquier tipo de división: una clasificación regional teórica eideal no plantea la existencia de un número infinito de espacios regionales quese sobreponen sin sentido. Las regiones implican internamente un acto similar alde definir la nación: introducir un principio de homogeneidad dentro de la diver-sidad; pero en la región, el principio de unidad de lo regional está supeditado al

 principio de unidad de lo nacional91

.En este sentido, al abordar la diferenciación regional como parte de los pro-

yectos nacionales del siglo XIX, los tipos regionales o las regiones son tratadosaquí como construcciones discursivas e históricas, al igual que las razas o lostipos humanos92. Así, es necesario prestar atención al acercamiento propuesto

 por Bourdieu (1982) a los estudios regionales, en el sentido de preguntarse por losesfuerzos hegemónicos por crear regiones e identidades asociadas a éstas, y porquiénes, bajo qué principios, en qué luchas y con qué sentido son nombradas y

clasificadas las regiones.Los tipos regionales, a diferencia de los tipos humanos, emergieron de una

 perspectiva más amplia que la del contexto de colonialismo interno. Además desuperar el detalle, los tipos regionales partieron más claramente de la unidad yde la integración, puesto que aludían a regiones integradas simbólica, política oeconómicamente.

En el siglo XIX, las diferencias regionales no eran pensadas por fuera delracialismo. Como tales, las regiones emergieron de un pensamiento racialista:

éstas y los tipos regionales han sido ubicados en jerarquías naturalizadas, quese basan en el ejercicio de fijar una población a un territorio y a un medio físico

91 Aunque desde una perspectiva regionalista fuerte se puede llegar a plantear la idea de una razao un pueblo particular y diferente –mientras que la perspectiva nacionalista habla más de tipos–,esta raza o pueblo es pensada siempre en diálogo con la perspectiva nacional.

92 En el caso colombiano, Wade (1993, 2000), Roldán (1998), Rojas (2001) y Appelbaum (2003)han insistido en consideraciones similares al respecto. Esta última es quien con más claridad ha

interrogado a la región como una construcción histórica en el contexto de lo nacional. Por otrolado, Rojas (2001: 230-275) cuestiona lo regional, pero introduciendo un principio de clasificación propio, ajeno a la diferenciación regional del siglo XIX.

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determinado. Esta ligazón no es sólo climático-cientificista, sino además, y desdela perspectiva regionalista, romántica: los pueblos regionales se conciben y son

representados como frutos de una tierra particular. En este planteamiento, el mediofísico o la tierra regional eran homogeneizados como una unidad concreta quemoldeaba a las poblaciones. También la ligazón entre tipo regional y medio físicose manifestaba en la consideración de que el primero ha moldeado al segundo.En Colombia, las razas han sido regionalizadas, no sólo por la distribución racialdesigual en espacios diferenciados desde el siglo XVI, como lo ha explicado Wade(1993), sino por la valoración de las regiones a través de los rasgos asociados a lasdistintas composiciones raciales.

La racialización de las regiones ha sido sustentada de otras formas no tanevidentes, como la fijación y naturalización de un tipo físico a un territorio y a unmedio específico. Los saberes de lo propio han cumplido un papel importante enello. La historia ha servido desde el siglo XIX para explicar el origen de las dife-rencias poblacionales y de su ubicación en el espacio, pero manteniendo a la vezla idea de la transformación con la naturalización de la diferencia. Cada regióny sus tipos –su composición racial, su mestizaje, su medio, sus tradiciones y sueconomía– han sido definidos desde una historia que aparece como particular aéstos. Asimismo, el estudio de los costumbres y de lo popular ha sido constituidoen un escenario de determinación y explicación de la diferencia regional. Losmodos de actuar y de hablar, los vestidos, los adornos, los bailes, la música, entreotros, eran considerados manifestaciones propias e inherentes de pueblos deter-minados, que además marcan las diferencias con una supuesta precisión. Desdeestos saberes, se afirmaba: “Los vestidos de bayeta y el hablar con los dientesapretados, sonando mucho la s, indicaban ser gente reinosa” (Ancízar, 1853, tomoI: 213, cursivas del original), [y] “El modo de expresión vulgar y las costumbresdel pueblo de Bolívar, que no a las correspondientes de Panamá y Magdalena”(Obeso 1877: 11). Todas las descripciones detalladas eran necesarias en un esce-

nario en el cual el mestizaje se posicionaba, con su consecuente complicación dela descripción física.

Igualmente, la determinación de la diferenciación regional ha tenido que vercon un eje central en la formación del Estado y en la construcción de la nación:el ordenamiento espacial. Aquí tomo el concepto de ordenamiento espacial  deHerrera (2002: 28), quien lo utiliza no sólo como la delimitación de un espacioconsiderado propio –a lo que remitiría la idea de territorio–, sino como el manejodel mismo basado en un modelo producido de cómo debe estar organizado elentorno. Es decir, el Estado-nación no simplemente busca expandirse sobre un

espacio anterior a su existencia, sino que lo crea, le da unos sentidos, al organizarlo,conocerlo y dividirlo.

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La apropiación del espacio por parte del Estado-nación es un ejercicio emi-nentemente político, en el que aquel espacio es asumido como territorio propio. De

allí surge la primera gran forma de clasificación territorial interna: la de las uni-dades administrativas territoriales, a partir de modelos legales de ordenamiento

territorial  (Herrera 2002: 29). La diferencia espacial de la nación ha estado muydeterminada por la segmentación que producen estas unidades. Antes de que la

 perspectiva geográfica y el avance de la exploración propiciaran otras formas dediferenciación, ésta era una forma segura y general de ordenar el territorio. Las

 primeras geografías nacionales privilegiaron el ordenamiento territorial sobre ladiferenciación geográfica (Zea 1822; Codazzi 1851, 1855, 1856, 1857, 1858; Pérez1865, 1871), en contraste con lo que ocurriría a finales de siglo (Vergara y Velasco

1892). El caso de la Comisión Corográfica es ejemplar al respecto: la importantesección de descripción geográfica titulada el “aspecto físico” estaba supeditada ala división por provincias o estados.

Es posible pensar que las regiones han sido confundidas con las unidadesadministrativas territoriales. Sin embargo, ello no resulta muy adecuado si pensa-mos que el ordenamiento territorial es una poderosa forma de segmentar y regio-nalizar el espacio bajo principios políticos; fija y determina poblaciones a territo-rios delimitados arbitrariamente por las fronteras políticas, constituyéndose en unejercicio sin igual de introducir una discontinuidad en posibles continuos físicos.

A partir del ordenamiento territorial han sido construidas identidades geopobla-cionales, en medio de profundos intereses políticos regionales y nacionales, comosi fuesen hechos naturales y evidentes:

[…] al carácter propio de los pueblos que forman el conjunto de la que es hoy República deColombia. La política la ha dividido en nueve Estados de apellidos soberanos; y como esnatural que la misma política sostenga por muchos años esta división, la adoptaremos paraclasificar los caracteres. (Vergara 1867b: 215)

Como se desprende de esta cita, la relación entre regionalización y ordena-miento territorial cobró más fuerza durante los años comprendidos entre 1830y 1886, por la adopción de dos modelos legales de ordenamiento territorial que

daban cuenta de los conflictos e intereses políticos entre élites locales, regionalesy nacionales (Jaramillo 1982): el Estado provincia, 1830-1850, y el federalismo delEstado región, 1855-1885 (Borja 2000).

Aunque desde el Estado la perspectiva geográfica podía estar supeditadaal ordenamiento territorial, ésta era un eje central que pasaba por otras vías enel ordenamiento y apropiación espacial. Desde la fundación de la nación, el actode segmentar el espacio nacional ha estado atravesado por diferentes formas deapropiación espacial, las cuales, en general, han incidido en que las regiones es-

 paciales emerjan, en varios casos, antes que los tipos regionales. En términos

amplios, la primera diferenciación espacial de tierras altas y bajas podría ser con-siderada como una división de dos grandes regiones. Sin embargo, el detalle del

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viaje colonialista interno permeó la construcción de la diferencia poblacional a partir de la profusión de distintas tierras altas, calientes y bajas a lo largo del

territorio nacional. A esta profusión se superpuso la diferenciación regional, sinnegarla, por medio de una mirada totalizante y homogeneizadora del territorio,tanto regional como nacional. En general, la geografía como saber partió jus-tamente del ejercicio de definir unidades geográficas concretas, distinguibles ydelimitadas, en el marco de otras unidades mayores como el globo terráqueo,los continentes y las naciones. Antes de la noción de región natural, originada afinales del siglo XIX (ver Vergara y Velasco 1892) por la influencia de geógra-fos como Hettner –quien se basó en sus recorridos por Colombia para plantearsus ideas–, las regiones eran fruto de una visión eminentemente paisajística, del

viaje y el recorrido detallado, para luego elevar la mirada y determinar grandes principios homogeneizadores desde la distancia. Ello es evidente en el acápite“Aspecto del país” de la Comisión93, donde además está presente la idea de VonHumboldt sobre la unidad dentro de la multiplicidad en paisajes interrelacionados(Sánchez 1999: 464)94. La visión paisajística incidía en la elaboración de un mediofísico amplio, con determinados elementos homogeneizadores del paisaje, comosabanas, montañas, costas, llanos, mesetas, y de las actividades y elementos pro-ductivos. Allí, también cumplió un papel importante la climatología, que pasabade la perspectiva climista general a la definición de las condiciones climáticas

regionales relacionadas con diversos elementos (Vergara y Velasco 1892).En la diferenciación regional ha tenido una importancia particular la pers-

 pectiva económica, a partir de la cual eran pensados y articulados los territoriosy las poblaciones. En especial, en el contexto de impulso a una economía agro-exportadora y de clasificación y conocimiento de las riquezas propias, los tiposregionales y humanos fueron concebidos en torno a su relación con las activida-des productivas y los productos de explotación o elaboración. Desde mediadosdel siglo XIX, a la par de la variación climática, de la composición y distribuciónracial, de la diversidad de medios físicos, el país fue segmentado y pensado a

93 En la geografía del siglo XIX,  país era un término equiparable a región. Este uso del términono era azaroso; por el contrario, demuestra cómo en principio el país remitía a un paisaje y a uncampo visual cercano –de allí su cercanía con country y con paysage –. Al ser luego equiparado el país al conjunto del territorio nacional, evidenciaba la progresiva concientización de pertenecer auna unidad mayor espacial, a la cual el campo cercano quedaría supeditado más claramente comouna porción: la región. Habría que ahondar sobre estos planteamientos hipotéticos.

94 El territorio de Colombia fue un espacio importante para los científicos y naturalistas en ladefinición de la idea de las regiones naturales. En la América equinoccial, Von Humboldt desarrolló

sus ideas sobre regiones naturales, que claramente retomaría Codazzi en su consideración sobrelas unidades de los distintos países, y que sintetizar ía Hettner en su concreción del concepto deregión natural (Cf. Castrillón 2000, Sánchez 1999).

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 partir de la variedad y la posibilidad económica. La misma noción de medio fí-sico contenía tanto el entorno natural y climático como el contexto productivo.

Lo central aquí es que los tipos regionales fueron racializados y naturalizados a partir de sistemas productivos o extractivos específicos: un tipo para un contextoeconómico, fue una forma general de clasificación. Las actividades de produc-ción económica moldeaban al tipo, así como éste era constituido en una poblaciónadecuada para determinada actividad, y ésta era posible por la intervención deesta población, como lo veremos adelante.

Esta visión de la diferenciación regional es evidente en este mapa poblacio-nal-espacial que presentó el reconocido político y economista Salvador CamachoRoldán para dar por sentada, como un hecho natural, la heterogeneidad del país.

Allí eran conjugados el tipo de actividad económica, la historia racial y regional,y la preponderancia del medio físico en relación con la naturalización del orde-namiento territorial:

El antioqueño, habitante de las montañas, minero, cambista de metales, inclinado a las ope-raciones bancarias, tiene que ser distinto del habitador de Bolívar y Magdalena, grandes lla-nuras en donde predomina la industria pecuaria. El pacífico cultivador boyacense, derivadode la raza indígena disciplinada bajo el yugo de hierro del encomendero español, que formael principal grupo de esa sección, no puede tener muchos puntos de semejanza con el mestizoafricano-español formado en el Valle del Cauca, bajo la protección semiafectuosa a veces desus amos, en el pastoreo de ganados y en medio de una naturaleza que convida a la libertad.

El agricultor santandereano, descendiente quizás del altivo catalán, en cuyas tierras no parecehaber pesado el sistema feudal de mercedes y encomiendas, sino el de una más equitativa dis-tribución de la propiedad territorial, tiene pocos puntos de semejanza con el cortesano cundi-namarqués de la capital, y menos con el descendiente de los chibchas, más o menos matizadoya de sangre española, doblegado, en el trabajo de haciendas semifeudales, por el propietarioaltanero, casi siempre poco benévolo y demócrata sólo por excepción. El tolimense, en fin,habitador de un valle angosto y endurecido por las ardientes llanuras del Alto Magdalena,diferirá no poco del panameño familiarizado con las ideas del comercio internacional, porla privilegiada posesión de la angosta faja de tierra al través de la cual se espera el grandiosoabrazo de las civilizaciones oriental y occidental. (Camacho 1889: 209-210)

Este mapa no resultaba azaroso, puesto que la diferenciación regional con-

tiene y sustenta las relaciones económicas en torno a la nación. Colmenares (1991) plantea que la existencia de regiones se presenta aun más dentro del Estado na-cional, que organiza el territorio en espacios de acuerdo con el mercado nacionaly la economía agroexportadora, y no dentro del imperio, que organiza el espacioen torno a núcleos urbanos95. Asimismo, Fajardo (1993) explica que las regiones

95 Sería interesante analizar cómo esta clasificación regional desde lo económico tuvo un antecedente

importante en los finales del régimen colonial, con las reformas borbónicas, como lo enuncia elmismo Colmenares y como es evidente en las alusiones del criollo Caldas (1808a) a “las zonas deloro” y “las zonas pastoriles”, entre otras.

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Figuras y jerarquías de la diferencia en el siglo xix

son el espacio de producción y reproducción del Estado nacional, donde se mate-rializan la formación del mercado y la expansión del capital. Estas perspectivas

resaltan las jerarquías y relaciones desiguales que se generan entre las regiones,según sus posiciones en el mercado nacional y la división del trabajo. La diferen-ciación basada en la perspectiva económica reproducía y sustentaba estas relacio-nes desiguales.

3.2. Los tipos regionales: orden nacional e identidadesgeopoblacionales

Los tipos regionales del siglo XIX, en mayor o menor medida, eran representa-

ciones bajo la perspectiva del pueblo ideal nacional, y, como tales, conciliabanesta perspectiva con una diferencia aceptable. Sin embargo, los tipos regionalesfueron dispuestos en una relación jerárquica que develaba los vínculos económi-cos, políticos y simbólicos desiguales entre las regiones, y el Estado central y lasregiones. Como lo indica Jimeno, “las regiones sufren una adscripción al Estadonacional que las sitúa de manera desigual, no homogénea, les atribuye ciertosrasgos y les asigna roles específicos” (1994: 67). La diferencia poblacional y espa-cial resultaba central para asignar posiciones y papeles particulares a cada regióndentro de la jerarquía nacional.

 No obstante, frente al problema de la construcción y representación de unmapa de la diferencia regional, me concentro más en los proyectos, esfuerzos yluchas por constituir un orden nacional, es decir, un orden simbólico de la tensiónentre unidad y diferencia, que en las relaciones económicas y políticas desigualesen el marco de la formación del Estado-nación, sin olvidar este tema del todo. Ladiferencia regional permitió a las élites definir un orden nacional, en el que se

 posicionaban, por medio de la invención de una identidad geopoblacional y la ubi-cación y tipificación de los otros tipos regionales. Éstos eran construidos a partir

de recursos generales, positivos o negativos, que luego eran particularizados. Porello, los rasgos que eran representados como propios y auténticos en cada regiónhacían parte de un conjunto de valores nacionales y transnacionales del mundomoderno/colonial. Ello no fue solamente visible en las élites centrales, sino, so-

 bre todo, en otras élites regionales, como la antioqueña, las cuales se definían y participaban en la nación desde lo regional, superando las perspectivas locales.La identificación regional es una forma privilegiada de ser en la nación y no unacontradicción o negación de la misma (Appelbaum et al. 2003; Fajardo 1993; Gi-ménez 2000; Jimeno 1994).

A continuación, presento los tipos regionales más recurrentes en la literaturarevisada. Allí se hace evidente cómo las élites centrales, desde su eje de poder,

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Bogotá, Antioquia y Popayán, constituyeron un orden jerárquico en el que lostipos regionales estaban dispuestos desigualmente. En primer lugar, es de resaltar

cómo las élites nacionales se posicionaron por fuera o por dentro de este orden: losantioqueños, como una región en ascenso impulsada por una élite que había sidomarginal, y los bogotanos-santafereños y payaneses, como tipos urbanos de élitesestablecidas. De allí que se presenten tan importantes confrontaciones en torno aldominio simbólico de la nación entre los santafereños y los antioqueños. Debajode ellos estaba el pueblo nacional, representado en tipos regionales como losllaneros, los antioqueños, los tolimenses o santandereanos, lo cual daba cuenta dela cercanía, los intereses y la influencia de este eje de poder sobre estas regionesy pueblos. El caso contrario es visible en la mínima presencia de la representación

sobre lo costeño.

 Antioqueños, un orden nacional de prosperidad y moral 

El tipo antioqueño emergió en las representaciones de la élite letrada de la segundamitad del siglo XIX como una proyección de los ideales sobre la nación colombiana.Para los letrados no antioqueños, esta representación se constituía en un escenario

 para exponer sus ideales de lo que debería ser un pueblo campesino, comerciante, próspero y moral, frente a un pueblo considerado mayoritariamente contrario a

estas características. La fuerza de la descripción alabadora y positiva del tipo an-tioqueño obedeció, en gran medida, a la construcción de una imagen poderosa de la

 población y el paisaje antioqueño desde la misma región, al igual que a la posicióneconómica privilegiada que comenzó a ocupar Antioquia en el siglo XIX.

La atención en la descripción física del antioqueño fue central a la hora dedetallar los valores y virtudes de aquel tipo regional. Más que con cualquier otro,la referencia a su belleza era un común denominador en su representación; sereiteraba que era “quizás el más bello tipo de la República” (Vergara y Velasco

1892: 964; ver también Pombo 1852; Samper 1861). La conexión entre bellezafísica y la constitución social y moral aparecía con toda su fuerza en la descripciónde este tipo: “El antioqueño del bajo pueblo, el más bello tipo del Estado y detoda la República, es inteligente, gran trabajador y muy honrado” (Vergara 1867b:216). La insistencia en la belleza física del antioqueño servía para particularizar eidentificar al tipo, como era corriente desde la descripción corporal, y, aun más,remitía a otras características como la vitalidad y la agilidad para el trabajo yel movimiento: el antioqueño era bello porque era trabajador, y viceversa. Si elantioqueño era un tipo importante, debía ser bello.

En este sentido, el tipo antioqueño era descrito especialmente como mestizo blanco. En este caso, su mestizaje era bastante especial. El pueblo antioqueño no era

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Figuras y jerarquías de la diferencia en el siglo xix

identificado como fruto de la mezcla equitativa de las tres grandes razas desde losinicios de la Conquista. Por el contrario, los antioqueños parecían provenir de una

mezcla, desde el siglo XVIII, de españoles, criollos blancos propios y adecuadosal suelo americano, como lo señalaba el médico y geógrafo antioqueño ManuelUribe Ángel (1885), y la versión de Samper de “judíos católicos” (1861)96.

Lo indio y, más aun, lo negro no eran nombrados como componentes del tipoantioqueño, aunque en algunos grados mínimos podían aparecer en el pueblo bajo(Uribe 1885: 464). Los indios ocupaban un espacio de barbarie en la historia antiguadel estado de Antioquia y aparecían como rezagos en extinción, mientras que losnegros y sus derivaciones –provenientes de la minería esclavista– habitaban losmárgenes físicos y simbólicos de lo antioqueño. Allí, internamente, era aplicada

la división jerárquica entre las montañas, lo propiamente antioqueño, y los vallesardientes y profundos habitados por negros, mulatos y zambos, en la construcciónde un proyecto hegemónico regional de colonialismo interno (Uribe 1885)97.

Este ejercicio diferenciador interno se reforzó con una fuerte imagen de ho-mogeneidad frente a las otras regiones, tipos y razas de la nación (Kastos 1858a;Samper 1861; Vergara y Vergara 1867b; Vergara y Velasco 1892)98. Lo antioqueñose constituyó en el proyecto regional más fuerte de la segunda mitad del sigloXIX. El ordenamiento territorial por estados, del cual Antioquia fue abandera-

do con su proclamación como estado soberano en 1856 –el segundo después dePanamá en 1855–, propició la idea de unidad. A fin de cuentas, lo antioqueño

 provenía de la designación arbitraria de fronteras políticas administrativas, como provincias, estados y departamentos. Durante el federalismo y el auge del libe-ralismo, el estado de Antioquia se posicionó como un fortín conservador que

96 En la réplica pública que presentó el ex presidente Mariano Ospina (1875), oriundo de Guasca,Cundinamarca, pero antioqueñizado (tanto así, que es percibido como padre fundador de lo an-

tioqueño), sobre el origen judío de los antioqueños, se hacen evidentes las diferentes posicionesque suscitaba esta cuestión. Esta idea fue usada como una forma de descalificar a la élite comer-ciante de aquella región como avara, ambiciosa y codiciosa. Lo judío era un componente racialampliamente menospreciado. Por ello, Ospina inicia su texto negando enfáticamente el origen judío de los antioqueños (1875: 208). Aunque Ospina no podía aceptar abiertamente este compo-nente en un país católico e hispánico, enfatizó en las virtudes de una posible ascendencia israeli-ta, al considerarla comerciante, inteligente e industriosa, sin caer en la amoralidad del utilitar is-mo (1875: 209). Lo judío brindaba una forma de ser capitalista, a la vez que moralmente bueno.

97 Roldán aborda la construcción de este proyecto en su artículo (1998), que aunque trata sobre laViolencia a mediados del siglo XX en Antioquia, interpreta críticamente los planteamientos de pensadores regionales de finales del XIX.

98 Particularmente, lo antioqueño se construyó en oposición a los negros internos y externos, alfragmentado Cauca y a los distintos tipos del altiplano cundiboyacense (Cf. Appelbaum 2003), ymás adelante, a la Costa Atlántica (Cf. Wade 1993).

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lo hacía claramente diferente de los otros estados. El gobierno del conservadorPedro Justo Berrío incidió ampliamente en el encerramiento de Antioquia como

un estado económicamente fuerte y con estabilidad política y militar, en un paísasediado por las guerras civiles y las crisis económicas (Ortiz 1991). Bajo la go- bernación de Berrío fue incentivada la idea de una unidad antioqueña como víade legitimación del poder político regional; en este contexto, la moral católica y laconcepción de lo antioqueño como una familia incidieron en la cohesión social yen el control político interno (Villegas 1995; Appelbaum 2003).

La unidad en lo antioqueño fue eficiente, en tanto se basó en una imagen deun pueblo homogéneo en la que hacia afuera eran sobrepasadas las diferenciacio-nes sociales internas. En Antioquia, la regionalización fue posible en la medida

que planteó una homogeneidad fuerte como parte importante de la heterogenei-dad de lo nacional. Para los antioqueños, la insistencia en valores compartidoscomo la laboriosidad, el origen pobre, el ascenso por medio del trabajo, lo campe-sino, la frugalidad, la austeridad y la sencillez era una forma de contraponerse a laélite santafereña, como aparece en los textos costumbristas del reconocido EmiroKastos, seudónimo del antioqueño Juan de Dios Restrepo. Para el santafereñoRafael E. Santander, ello reiteraba de forma peyorativa el carácter campesinode las élites antioqueñas (1866a). Por tal razón, la imagen de homogeneidad fueimpulsada desde adentro y afuera de la región.

El valor más resaltado en la construcción de una imagen homogénea de loantioqueño fue la capacidad y disposición para el trabajo, particularmente agrí-cola y comercial (Kastos 1858a; Pombo 1852; Samper 1861; Uribe 1885; Vergaray Vergara 1867b; Vergara y Velasco 1892). A esta laboriosidad eran asociadosla aspiración a la propiedad privada, la agilidad, el movimiento, un espíritu em-

 prendedor y enérgico, el vigor y lo andariego. Estos rasgos aparecían en completaoposición a los imputados a los pobladores del altiplano. El antioqueño, moral,

 progresista, bello y saludable, contenía los valores de la vida capitalista y moder-na que no tenían los fanáticos, estacionarios y sucios campesinos del altiplano –lo

despierto y lo ágil eran asociados a la limpieza y belleza, mientras que lo quietoera asociado a la suciedad– (Pombo 1852). Esta caracterización se relacionabacon la mayor presencia de trabajadores libres en Antioquia, a diferencia de otrasregiones (Rojas 2001). Asimismo, esta imagen de movilidad validaba la actividadcomercial de los antioqueños en el territorio nacional, a la vez que era una pro-yección del deseo de las élites nacionales de un comercio activo del pueblo (ver lailustración 15). En suma, la descripción de lo antioqueño obedecía a los valores deuna vida moderna, a la vez que moral y civilizada: “el antioqueño es apasionado,trabajador infatigable, patriota, excelente padre de familia, valiente, emprende-dor, hábil para los negocios, dócil y obediente; caritativo, hospitalario, propenso aviajar, y progresista” (Uribe 1885: 471).

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Figuras y jerarquías de la diferencia en el siglo xix

Si bien la imagen del antioqueño seguía muy ligada a la actividad minera,su posición privilegiada en el orden nacional provenía de su concentración en las

actividades agrícolas y en la transformación de las selvas en paisajes cultivados(Kastos 1858a). El carácter laborioso del antioqueño se apreciaba en el cultivo dela naturaleza99. Justamente, el antioqueño era valorado en tanto campesino activo,

 bajo el ideal decimonónico de prosperidad moral y material por medio del trabajoen el campo.

Desde la segunda mitad del siglo XIX se comenzó a tejer la imagen de losantioqueños como un pueblo colonizador y domesticador de otros paisajes porfuera de los suyos. Lo que más cautivaba de ellos era su alto crecimiento demo-gráfico, en un país que lo necesitaba como medio para garantizar el poblamiento

y la fuerza de trabajo. De allí que se les calificara de fecundos y precoces enel matrimonio (Samper 1861). De acuerdo con la apreciación de los valores deltipo antioqueño, su colonización era admirada como una forma de hacer bajar lacivilización de las montañas hacia las tierras bajas, domesticando sus pueblos ysus naturalezas (Pombo 1852). La colonización antioqueña hacia los territorios alsur de su estado ha representado los ideales del Estado-nación, como una vía demestizaje cultural, de limpieza moral y civilizadora sobre las poblaciones nativas,

 para imponer o formar pueblos aptos para una vida laboral y productiva100.

 No obstante, durante el siglo XIX, más que la visión de colonos, fue la decomerciantes andariegos la que primó en torno a lo antioqueño101. Después de laminería, y gracias al capital acumulado con ésta, fue el comercio una actividad

 privilegiada para las élites antioqueñas. El espíritu comerciante y capitalista adju-

99 A diferencia de otros tipos regionales o humanos en donde el medio físico había constituidosu carácter, en el antioqueño era el medio físico el que había sido transformado por medio deltrabajo del tipo. Las montañas y valles antioqueños, como una unidad paisajística-poblacionalampliamente reconocida y valorada, aparecían como reflejos de la laboriosidad y tenacidad del

antioqueño (Pombo 1852) –Kastos (1858a: 308) se enorgullecía de que en Antioquia se derri- baran cuatro veces más fanegadas de bosques que en el resto de la República–. Las montañasantioqueñas –“un valle verde y risueño, labrado y dividido como un tablero de damas, salpicadode bosquecillos, caprichosamente recorrido por los sesgos amarillos de sus caminos y los hilosargentados de sus aguas” (Pombo 1852: 51)– eran admiradas a finales del siglo XIX como las másimportantes de los Andes colombianos, por su densidad poblacional, el movimiento comercial ysu compleja red de caminos y pueblos (Vergara 1892).

100 La insistencia en la movilidad del pueblo antioqueño, asociada a otros valores morales y socialesy a su consecuente racialización blanca, implicó que la colonización, de lo que hoy conocemoscomo el Eje Cafetero, en la segunda mitad del siglo XIX, fuera adjudicada exclusivamente alos antioqueños, sin que en estos relatos aparecieran los colonos caucanos o del altiplano

cundíboyacense.101 La narración de la colonización antioqueña como una epopeya y del espíritu colono del antioqueñocobraría más fuerza con la consolidación de la economía cafetera (Zambrano 1990).

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dicado a los antioqueños fue relacionado con “el espíritu de asociación, compañe-ro del de especulación. Aquí todos se asocian, parientes o extraños, ricos o pobres,

hombres o mujeres, para lo grande como para lo pequeño […] así multiplican susmedios de producción, puesto que a un tiempo hacen valer en diferentes empresasdinero, propiedad, industria y crédito” (Pombo 1852: 69). La visión de los antio-queños como comerciantes innatos –escenario también de críticas– y colonizado-res aguerridos se relacionaba con la poderosa posición económica que comercian-tes y empresarios de la región habían adquirido a partir de sus exportaciones deoro (Cf. Uribe y Álvarez 1998; Palacios y Safford 2002). El capital económico delos antioqueños era ampliamente reconocido en el siglo XIX; ellos controlaban elcomercio y la navegación por el Magdalena, y en varias oportunidades otorgaron

 préstamos importantes al Estado central. Respecto a la colonización, adineradoscomerciantes de la región participaron en proyectos colonizadores importantesen el Viejo Caldas, el alto Magdalena y los Llanos Orientales. Esta colonización,realizada por reconocidos empresarios como Montoya y Uribe, era la realmentevalorada en los relatos colonizadores, por su fuerza económica y por los proyectos

 productivos y extractivos que involucraba (Kastos 1858a; Rivas 1899).

Precisamente aquel que más ha viajado al continente europeo, llevando allá su oro i trayendotoda clase de mercancías […] el más dedicado a las especulaciones comerciales; porque esaquel que más se esmera en aumentar su fortuna; porque es aquel también que más pron-tamente forma nuevas familias, ama la decencia i bienestar de ellas; es trabajador, sobrio,fuerte, robusto, posee intelijencia i riqueza. (Agustín Codazzi, en Sánchez 1999: 307)

Este texto de Codazzi demuestra la conexión entre las actividades comercia-les de los antioqueños con sus valores morales y sus costumbres, como si fuerandependientes entre sí. En las descripciones sobre los antioqueños se transitabade los valores propicios para el progreso material a los principios de una vidamoral y tradicional. El tipo antioqueño resultaba significativo, en tanto mediabados formas de vida que para algunos parecían contradecirse; en él, la búsquedadel progreso económico no negaba la permanencia de las costumbres y las tradi-

ciones (Kastos 1855). Así, la unidad familiar católica era también un motivo dealabanza de lo antioqueño, como símbolo de moralidad, crecimiento y prosperi-dad (Pombo 1852; Kastos 1855; 1858a). La vida de la familia antioqueña consistíaen “trabajar mucho de día y rezar mucho de noche” (Kastos 1855: 155). Éstos senarraban insistentemente a sí mismos como un pueblo de carácter frugal, sobrioy económico, que se evidenciaba en sus costumbres puras y campesinas (Kastos1855; 1858a).

Esta autorrepresentación de los antioqueños era una forma de legitimarse por medio de la diferenciación frente a las élites criollas, santafereñas y paya-

nesas. A estas élites, Kastos (1858b, 1858c) las tachaba de perezosas, estacio-narias, anticuadas y ociosas, dedicadas a la galantería, los lujos y la tertulia,

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Figuras y jerarquías de la diferencia en el siglo xix

menospreciando el trabajo. La diferencia regional ha sido un escenario de luchay posicionamiento identitario en el marco de lo nacional. Ello se hizo evidente

en la discusión que sostuvieron Kastos (1858c) y Santander (1866a). El primerodescalificaba a los santafereños por su raizalismo, es decir, su apego y limita-ción a la tierra que los vio nacer, a las raíces y a los abolengos, un apego queles impedía movilizarse y trabajar. Santander (1866a) respondió con fuerza aKastos tachándolo de antioqueño provinciano, de acuerdo con la conocida ca-racterización de los antioqueños como labriegos y campesinos. Lo provincianoentraba en oposición con el citadino santafereño de refinadas costumbres y detalentos ajenos al trabajo físico. Al igual que Santander, otros letrados descri-

 bían a los antioqueños como conflictivos, agresivos y en extremo apasionados,

rasgos que eran contrarios a su supuesta moralidad (Samper 1861; Rivas 1899:239). Los antioqueños Kastos (1858a) y Uribe (1885) afirmaban que la pasiónera justamente un rasgo importante, motor del dinamismo antioqueño. Esta dis-

 puta no puede pasar por anecdótica; en ella se revela el deseo de los antioqueñosde posicionarse en un orden nacional en emergencia, en el que la prosperidadmaterial y moral, el trabajo, la colonización, el comercio y el dinamismo erancentrales. Los valores adjudicados a los antioqueños quebraban el orden de loscriollos puros –santafereños, tunjanos, payaneses, cartageneros–, en el cualesta región no ocupaba un lugar central. Lo antioqueño fue, en gran medida,

una construcción para salir de los márgenes del poder y aparecer en el ordennacional como una unidad importante.

 Santandereanos: artesanos, campesinos y liberalismo

En la designación de Santander como una porción particularmente importantedentro de la nación colombiana cumplieron un papel importante el ordenamien-to territorial, la visión geográfica y productiva y el examen etnográfico de la

 población respecto a su composición y distribución racial. Aunque en la visiónclimático-civilizadora de la primera mitad del siglo lo que compondría al estadode Santander hacía parte de las denominadas tierras altas y países andinos, éstecomenzó a ser particularizado dentro de la exploración detallada de paisajes na-turales, poblacionales y productivos. A mediados de siglo, las provincias de Vélezy Socorro eran consideradas, en términos generales, como una unidad paisajís-tica y poblacional que era homogeneizada en su diferencia respecto al altiplanocundiboyacense. La proclamación del estado de Santander en 1857 reforzaría estavisión homogénea bajo el rótulo de una unidad administrativa territorial, que porcierto tendría una fuerza particular en el escenario radical de los sesenta y se-tenta. Más adelante, la perspectiva, espacialmente más amplia, de las regiones

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naturales circunscribiría a Santander de nuevo a la región andina (Vergara y Ve-lasco 1892); no obstante, los Santanderes seguirían siendo particularizados como

una región o una subregión importante dentro de esta visión amplia de las cincoregiones naturales.

A mediados de siglo, las provincias del Nororiente (1849-1857) y el estado deSantander (1857-1885) fueron motivo de descripciones alabadoras que correspon-dían al lugar en el que fueron ubicados en el orden simbólico nacional (Ancízar1853; Samper 1861). Lo que compondría al estado de Santander se había carac-terizado por una activa vida comercial, agrícola y textil, que lo hacía parte im-

 portante del eje medular que ocupaba la cordillera Oriental y los Andes centralesdesde el régimen colonial. En medio de los ideales democráticos y de prosperidad

moral y material de mediados de siglo, esta zona era apreciada por ser un ejemplode las ideas republicanas sobre el comercio, la propiedad y la democracia, asícomo la moralidad y la disposición para el trabajo de su pueblo. Santander conte-nía esta imagen, o mejor aun, este deseo proyectado en sus paisajes y sus pueblos,a diferencia del semifeudal y estacionario altiplano y de las salvajes y amoralestierras calientes de los valles intercordilleranos.

Una estrategia importante en esta proyección de los ideales republicanossobre Santander consistió en la racialización de su población con los valores

asociados a una fisonomía blanca. En las descripciones de Ancízar (1853), lostipos poblacionales de estas provincias eran reiteradamente caracterizados comomestizos blanqueados y, por tanto –haciendo siempre esa conexión retórica–,inteligentes, vigorosos, activos, sanos, trabajadores y de buenas costumbres. Un

 blanqueamiento que se presentaba progresivo y exitoso en la incorporación delo indígena y hacia la constitución de un nuevo tipo medianero relacionado conactividades productivas específicas (ver la ilustración 16):

Los moradores de la provincia son todos blancos, de raza española pura, cruzada conla indígena, e indígena pura; la primera y la última forman el menor número, y cuando

la absorción de la raza indígena por la europea se haya completado, lo que no dilatarámucho, quedará una población homogénea, vigorosa y bien conformada, cuyo carácterserá medianero entre lo impetuoso del español y lo calmudo y paciente del indio chibcha, población felizmente adaptable a las tareas de la agricultura y minería, fuentes de granriqueza para Vélez, y a la fabricación de tejidos y sombreros para el consumo propio.(Ancízar, 1853, tomo I: 120)

Este mestizaje-blanqueamiento contaba, además, con la presencia de impor-tantes componentes en Santander: un blanco español, particularmente aragonésy catalán, y un indio distinto del tipo chibcha (Samper 1861; Vergara 1867b). Laindicación de la historia de la distribución y composición era central en la racia-

lización de las regiones como unidades poblacionales. Además de ello, el mediofísico, como composición paisajística de naturalezas, climas y grado y tipo de

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Figuras y jerarquías de la diferencia en el siglo xix

industria, aparecía como determinante en la particularidad de los santanderea-nos. Un clima benigno, no tan frío ni ardiente, y la presencia de una densa red de

 pueblos, mercados, talleres artesanales y cultivos incidieron en el carácter activo,gallardo y laborioso y en la composición física robusta de los santandereanos.

En suma, la imagen de Santander correspondía a la de un campo cultivadoe interconectado por pueblos dinámicos, en el que sus pobladores blancos-mes-tizos tenían una activa vida de trabajo artesanal y comercial y de domesticaciónde la naturaleza, que tenía como consecuencia y correlato una vida moral y sana.Por ello, las unidades productivas familiares, convertidas en símbolo de trabajo,de contención moral y de orden social, llamaban la atención de los letrados (An-cízar 1853; Samper 1861). Ésta era la masa de campesinos requerida: conteniday disciplinada por el trabajo, pero en continuo movimiento, religiosa pero sinfanatismos, de vida familiar y símbolo de independencia, de libertad y de unademocracia económica y política.

El levantamiento comunero de finales del siglo XVIII se convirtió en laRepública en un referente central en la representación de los santandereanos. ParaSamper (1861) y Vergara (1867b), los santandereanos eran un pueblo de luchadoresy guerreros que seguían su libertad e independencia en contra de la opresión y lastrabas contra la prosperidad material representadas en el Estado colonial –esto

último, particularmente, para Samper–.En las descripciones de Ancízar y Samper llama la atención la preeminencia

de un conjunto de pequeños propietarios libres en las tierras de Santander. Paraestos letrados, ello sería el reflejo del establecimiento de la vida republicana, “elasiento de la verdadera democracia” (Ancízar 1853, tomo II: 252), en contraposi-ción al caso del altiplano. La insistencia en la pequeña propiedad –no es mi interéscomprobar su veracidad– pasaba por el señalamiento de la importancia de la pro-

 piedad privada como vía moralizadora y, en últimas, de control de la población, al

fijarla con seguridad en un espacio determinado, a la vez que enfatizaba en la ima-gen de Santander como tierra modelo de los principios liberales dentro de la nación(Samper 1861: 333). Con esta representación del estado de Santander, se pretendíadejar por sentado que la República podía establecerse en la Nueva Granada.

A mediados de siglo, las artesanías y, en particular, los textiles y la manu-factura de sombreros ocupaban un lugar central en la imagen productiva de las

 provincias del nororiente (Ancízar 1853; ver las ilustraciones 16 y 17). Ancízarno dejaba de alabar la condición de las mujeres tejedoras de sombreros, quienes,a su juicio, eran un símbolo de trabajo y moralidad desde sus talleres-hogares.

Las tejedoras eran a la vez buenas artesanas, madres, esposas y campesinas. Sinembargo, esta imagen de un Santander de artesanos, tierra de libertad y pequeños

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 propietarios, que lo hacían una región central y ejemplar en el mapa simbóliconacional, decaería, en gran medida, por las crisis en los cultivos, primero del

tabaco y luego del café, y por el descenso en la producción artesanal causada porlas políticas librecambistas. Justamente, algunos ideales económicos y políticosde mediados de siglo entraban en contradicción con el ideal del laissez-faire, queen conjunto provenían de un mismo campo discursivo (Rojas 2001). Hacia finalesde siglo, los santandereanos eran reconocidos casi exclusivamente como buenosagricultores y su centralidad en la nación ya no era evidente ni, menos aun, com-

 parada con los antioqueños (Vergara y Velasco 1892). Los ideales que los habían posicionado en un lugar privilegiado en el orden nacional habían cambiado. Ya noimportaba insistir en lo republicano y democrático, como si no fuesen dados por

hecho, y su movilidad y actividad habían sido opacadas, así como su producciónartesanal, en medio de la epopeya colonizadora de los antioqueños, asociada a laincipiente economía cafetera, que por cierto había trasladado los ejes de atenciónhacia la cordillera Central y sus vertientes. Es también cierto que los santande-reanos no construyeron un proyecto de regionalismo fuerte, como sí ocurrió conlos antioqueños y su supuesto aislamiento del resto de la nación, mientras queSantander estuvo supeditado a las tensiones políticas y económicas del altiplanocundiboyacense. No obstante, los santandereanos no ocupaban un lugar marginalen una nación que, a fin de cuentas, se deseaba con una población campesina y

trabajadora y unos campos labrados.

 Los llaneros: un tipo para la ganadería

En contraste con los indios nómadas, que representaban una población bárbara ysalvaje, un tipo poblacional particular fue representado como parte constitutiva delsistema de hatos de ganadería extensiva en los Llanos Orientales: los llaneros. Estetipo regional fue definido en torno a un oficio o a unas actividades particulares,

como los bogas del Magdalena o los cosecheros, con la particularidad de ser re-lacionado-fijado a una región y a un paisaje específicos. La relación entre LlanosOrientales-sabanas-llaneros-caballos-ganado apareció así indiscutible y natural. Larepresentación de lo llanero ha corrido paralela a la imagen que ha sido tejida de losLlanos. Ésta proviene de la visión panorámica y paisajística a distancia, como unaregión compuesta de sabanas y un paisaje plano, monótono y desierto, en el que eltrabajo económico, colonizador y domesticador de la naturaleza debe ser la gana-dería (Codazzi 1856; Restrepo 1870; Vergara y Velasco 1892). En la imagen de lollanero se encuentra claramente la idea de un medio físico que determina y moldea

 progresivamente al tipo humano. El llanero aparece como parte de este medio físico particular de sabanas, ríos, soledad, desiertos naturales y sociales, y a la vez, natu-

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Figuras y jerarquías de la diferencia en el siglo xix

 Ilustración 15

Ramón Torres Méndez (1849). Mulero antioqueño. EnSánchez (1987).

El arriero o mulero antioqueño despertaba la atenciónde los escritores y dibujantes, por cuanto simbolizabala anhelada actividad comercial y la integración de larepública. Es de resaltar que en esta imagen, como enlos textos escritos, los muleros y “los mazamorreros”eran racializados como blancos y valorados como ta-les, aun cuando se tiene conocimiento de una impor-tante presencia de negros en estos oficios (Appelbaum2003).

 Ilustración 16 

Carmelo Fernández (1850). Arriero y tejedora de Vé-

lez. En Ardila y Lleras (1985).

Este cuadro representa a dos tipos poblacionales que,aunque remitían a la clasificación por oficios, estabanrelacionados con la clasificación regional; específica-mente, con la descripción que se hacía de los pobla-

dores de las provincias del Nororiente y del Estado deSantander. Estos oficios estaban asociados al activo,comercial y artesanalmente, Santander, empujado poruna población campesina, representada como blanca y,

 por tanto, bella y vigorosa. En el cuadro son desata-cados la mujer tejedora de sombreros de nacuma y elarriero, símbolo de comercio, junto con la recua queaparece al fondo y el camino en el cual son ubicados.

 Ilustración 17 

Carmelo Fernández (1851). Tejedora y mercaderes de

 sombreros de Nacuma en Bucaramanga. En Ardila yLleras (1985).En el cuadro aparecen las distintas etapas relacionadascon la producción y comercialización –la tejedora, elcomerciante, los mercaderes y todos consumidores– deun símbolo de la vida industriosa a mediados de siglo:

el sombrero de nacuma. Pero a finales del XIX, estaimagen de la producción artesanal no tendría la tras-cendencia para ser una representación de lo nacional.

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ralezas salvajes que él había ido domesticando por medio de la ganadería (Samper1861; Vergara y Vergara 1867b; Vergara y Velasco 1892). Esta conjunción, en torno

a la imagen de lo llano y a la figura del llanero, ha reforzado, sin duda alguna, lavisión de que el único trabajo posible sobre la región es lo ganadero.

El llanero hacía alusión a un “tipo regional”, propio del llano, que como talestaba centrado en los oficios de la vaquería y en sus actividades complementa-rias. Por lo tanto, la valoración sobre este tipo giraba en torno a su disposicióny habilidades para el manejo extensivo y “tradicional” del ganado, que implicansaber montar a caballo, enlazar, aquerenciar las reses, cazar, nadar, pelear yaguantar hambre y sol. El llanero era así valorado en tanto incansable trabajadordel Llano (ver la ilustración 18), un trabajador que además no estaba fijo y se

caracterizaba por la movilidad; valor que, aunque pasa desapercibido, ha sido afínal tipo de contratación y de actividades estacionales requeridas en el sistema dehatos:

Un tipo clásico en nuestra historia nacional: es el llanero, acostumbrado desde su infancia ádomar el potro salvaje, sin más auxilio que el rejo; a luchar con el toro bravío, caleándolo en plena pampa; a pasar a nado los ríos caudalosos, infestado de caimanes; a vencer en singularcombate a las fieras. (Vergara y Velasco 1892: 746)

El llanero no concibe la vida sedentaria y profesa por los hombres de las ciudades elmás supremo desdén. Para él son lo mismo los soles quemadores que las lluvias de treinta

o cuarenta horas consecutivas; y así cruza, impávido, a nado un río caudaloso o un cañocrecido, como arremete al tigre con fría intrepidez. (Restrepo 1870: 159)

La movilidad también ha sido relacionada con el hecho reiterado de que losllaneros no cuentan con propiedad raíz fija, porque en principio no les interesa,

 por su amor a la libertad y a la vida errante y sin ataduras. Una imagen quedesde el siglo XIX ha validado la estructura de la propiedad sobre la tierraen los Llanos Orientales, donde a partir de la colonización desde el altiplanoha primado la concentración de la misma en pocas manos (Gómez 1991). Asímismo, el llanero, al ser reducido a las labores ganaderas, ha sido presentado

contrario y lejano del trabajo agrícola, lo cual en los hatos de sabana correspondecon la monoconcentración en la ganadería y con la progresiva eliminación delautoabastecimiento de los pobladores locales, con cultivos a pequeña escala,

 para hacerlos más dependientes de la vida de hato y sujetarlos a sus relacioneslaborales (Cf. Rausch 1999). De esta manera, lo llanero se convirtió en un patrónque, aunque no ideal, era trazado para la incorporación de los indios, quienesen el siglo XIX conformaban una buena parte de la población regional. Larepresentación de los llanos y los llaneros reflejaba también el deseo de llanerizar

 poblacional y paisajísticamente una porción del territorio nacional, un proceso quesería beneficioso para las élites nacionales y, sobre todo, para el control laboral delas élites locales sobre la población.

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Figuras y jerarquías de la diferencia en el siglo xix

Por otro lado, la participación de las milicias casanareñas en levantamientoscontra el régimen colonial, desde finales del siglo XVIII y en la guerra de

independencia, sustentó la imagen de los Llanos Orientales y de sus pobladorescomo conflictivos y tendientes a la guerra. El llanero era símbolo de la luchalibertadora, de las revueltas contra la Colonia y, como tal, era pensado comoun jinete con habilidades naturales para la guerra (ver la ilustración 19). De allísurgió la descripción del centauro: una figura guerrera, guiada por la libertad yla independencia absoluta, pero que además era el símbolo de la unión entre la

 barbarie y la civilización. Eso era el llanero para el letrado, la mezcla de indio y blanco, o el indio reducido y civilizado por los misioneros, el cual era luchador, bueno para el trabajo, pero difícil de domar y fijar. Así lo describían Samper y el

abogado-colonizador antioqueño Emiliano Restrepo: Nos pareció ser tipo del llanero en toda su pureza, y nos imaginamos que veíamos uno deaquellos centauros del desierto, cuyas homéricas proezas oímos relatar desde los primerosaños de la vida, mezcladas a los grandes hechos y a las grandes glorias de nuestra historianacional. (Restrepo 1870: 74)

El llanero es el lazo de unión entre la civilización y la barbarie, entre el criollo y el indioferoz casi antropófago, entre la ley que sujeta y la libertad sin freno moral, entre la sociedadcon todas sus trabas convencionales, más o menos artificiales, y la soledad imponente de losdesiertos, donde sólo impera la naturaleza con su inmortal grandeza. (Samper 1861: 92)102

Sin embargo, como lo evidencian las citas anteriores, el llanero no era re- presentado como un pueblo central en el orden nacional moderno. El llanero eraelaborado ante todo como un ser liminal, que a pesar de ser valorado por susvirtudes para el trabajo ganadero, era marginado en tanto bárbaro, violento ydescontrolado, rasgos fruto de su ascendencia de indígenas reducidos. Su movi-lidad y aparente libertad frente a la vida controlada que implican el trabajo y laresidencia fija se constituyeron también en un problema para las formas de regu-lación poblacional. La imagen del llanero era similar a la representación que sehacía de la región oriental, como aquella que estaba en medio de la domesticacióny del salvajismo, una tierra malsana pero llena de riquezas y prosperidad (Coda-zzi 1856; Díaz Escobar 1879; Restrepo 1870). Los Llanos emergieron como unaregión de frontera: marginal en las relaciones dentro del Estado-nación, pero que

 poco a poco fue objeto del deseo colonizador y domesticador, al igual que gran

102 Habría que estudiar cómo en esta visión del llanero pudieron haber inf luido caudillos regionalescomo Páez en Venezuela y Juan Nepomuceno Moreno en Casanare, quienes por medio de esta

imagen cobraron simbólicamente la participación de los Llanos en la guerra de la independenciae intentaron posicionar a la región, a la cual ellos pertenecían, y a sus pobladores en el ordennacional de cada uno de sus países.

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 parte de la tierra caliente, que la presentaba como una zona vacía de vida social pero con muchas riquezas naturales por explotar.

Frente a esta tensión, emergieron de forma especial hacia este tipo el cos-tumbrismo y el folclor (Vergara 1867b), como formas de regular, ordenar y definiren torno a rasgos claros, manejables y tipificados lo que era ser llanero. Para Ver-gara (1867b: 210), las coplas de los llaneros, “romances de hazañas”, reflejabanla pertenencia a la tradición hispánica, su papel en el sometimiento de los indiosnativos, y cómo su carácter había sido fuertemente moldeado por su trabajo y sumedio físico. Sin embargo, en el siglo XIX, estas “costumbres” siguieron siendoobservadas como formas de exaltación de la corporalidad, la sensualidad y la

 barbarie. En las siguientes palabras se pueden observar estas tensiones y tipifica-

ciones que confluyeron en la imagen de lo llanero:El llanero gusta mucho de lo muelle, i por esto le agrada estar sentado en su hamaca o silleta; pero en ambas, en ademán de a caballo, indicando con esto lo dominante de la costumbre.Gusta mucho también del baile, que ejecuta como con locura, a pesar de la narcótica i pesadaatmósfera en que vive y de la demasiada transpiración a que tanto le huye por aseo i de sumodo de ser perezoso. (Díaz Escobar 1879: 40)

En las planicies orientales vive el llanero, también ya un tanto modificado, producto deuna vida casi nómade y de constante lucha en pleno desierto, en una patria sin horizontesdefinidos: ama con delirio el baile, el canto y la música sui géneris, y á la par de las mujereshermosas, los buenos caballos, la lidia del ganado bravío, la lucha con las fieras, de donde

su desprecio por las gentes cortesanas incapaces de colear (echar á tierra) un toro como él.(Vergara y Velasco 1892: 967)

Tolimenses y neivanos: la normalización de la tierra caliente

Este caso demuestra la centralidad del ordenamiento territorial en la invenciónde entidades geopoblacionales. Lo tolimense no apareció antes de que fuese pro-clamado el estado del Tolima en 1861, ni como entidad territorial-paisajística, nicomo forma de homogeneizar un conjunto poblacional. A partir de la creación delestado del Tolima fue aglutinado en torno a éste lo que antes contenían las pro-

vincias de Mariquita y Neiva por aparte. En suma, el Tolima comenzó a contenergran parte de lo que había sido caracterizado como tierra caliente o calentanos(Vergara y Vergara 1867b). Esta imagen continuaría con la proclamación del To-lima como departamento, dentro del esquema territorial de la Constitución de1886 (Vergara y Velasco 1892). No obstante, esto no implicó una simple réplicao contención de lo calentano en lo tolimense, sino que ciertos rasgos de lo calen-tano aparecían allí para subordinar o resaltar, en la medida que era elaborado lotolimense como una entidad poblacional fija a un territorio e integrada política yeconómicamente al Estado-nación.

Antes de lo tolimense, lo neivano había captado la atención de escritorescomo Samper (1861). Los neivanos, habitantes de la provincia de Neiva, eran

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Figuras y jerarquías de la diferencia en el siglo xix

valorados por este autor por su disposición para el trabajo y la alternación en elmismo. Es decir, los neivanos se caracterizaban por desempeñar indistintamente

y con la misma habilidad labores de ganadería, agricultura, artesanía y comercio.Lo particular de esta descripción es que el valor homogéneo que se adjudicabaa una provincia era lo variado de las actividades productivas. Este ejercicio esresultado de las primeras tendencias por generar una imagen homogénea de unaregión y unos pobladores, que precisamente habían sido caracterizados a partir dela variedad productiva en el ejercicio colonizador. El neivano, aunque calentano,era así una imagen normalizadora de lo que deberían ser los hombres de unaregión activa productiva y comercialmente: un conjunto de hombres activos enel pastoreo, sin tener la rusticidad del llanero, y agricultores, sin ser estacionarios

como los indios del altiplano, y en los cuales la conjunción de estas actividadeshabía suavizado sus recias costumbres (Samper 1861: 335; ver también Codazzi1858).

En esta imagen, lo neivano o lo tolimense aludían a una unidad poblacional basada en un exitoso y progresivo mestizaje entre el componente blanco e indio.En este tipo mestizo, caracterizado como vigoroso, bien formado, valeroso yde un bello color blanco mate (Samper 1861; Vergara y Velasco 1892), lo negro,circunscrito a las riberas del Magdalena y a sus tierras ardientes y húmedas, noaparecía, aunque hiciera parte de las dos entidades administrativas y territoriales.La representación del tolimense o lo neivano se circunscribía a las zonas centralesde estas provincias y estado, que por medio de la ganadería y la agricultura, desdeel siglo XVIII, y con los tejidos de los reconocidos sombreros jipijapa, entre otros

 productos, en el siglo XIX, estaban integrados al altiplano cundiboyacense y aun incipiente mercado y comercio interregional y nacional. De lo indígena de lassabanas y valles del Tolima, el tolimense contenía su fuerza y su vigor, así comocierta templanza para la lucha, muy distinto al indio chibcha del altiplano. Pero,en sí, el mismo tolimense era una depuración de este pasado pijao, que había sido

 problemático para la conquista española hasta finales del siglo XVIII (Vergara yVelasco 1892).

El tipo tolimense reflejaba también el deseo de normalización de la conflictivatierra caliente en torno a las labores agropecuarias. Si en principio lo neivanoera descrito como un tipo fruto de la diversidad productiva, las descripcionessobre los habitantes del estado y del departamento del Tolima se concentraronen señalar un tipo dedicado a la agricultura y a la ganadería. La cría de ganadosy caballos y el cultivo de cacao, de tabaco y, más adelante en forma masiva, dearroz habían determinado el carácter y el temperamento manejable del tolimense

(Vergara y Velasco 1892). Vergara y Vergara lo describía así, sin hacer énfasis ensus costumbres populares:

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El Estado del Tolima tiene un tipo de agricultor y de hombre formal muy notable, que se hamezclado con un tipo de guerrero, descubierto y explotado en los últimos años, que lo hamaleado. Es poco apto para las ciencias intelectuales y para las artes, a causa de su recio

clima. (Vergara y Vergara 1867b: 217)

Este último señalamiento no negaba que el tipo tolimense fuera descrito,dentro de su carácter simpático y afable, como un pueblo alegre, distinguido porsu interpretación en la bandola y sus cantos y bailes populares (Samper 1861;Vergara y Vergara 1892). A partir de las costumbres y del folclor, era tambiénnormalizada la tierra caliente, que aparecía así divertida y graciosa (Samper1861), en tanto generadora de un pueblo que iba siendo aceptado, en la medida enque se integrara al orden nacional.

 Santafereños, payaneses y la costa. Ciudades en el centrode la nación y los límites al regionalismo

Aun a finales del siglo XIX, la diferencia poblacional en Colombia no era pensadaen su totalidad en términos regionales. Como lo he mencionado, sobre los pobla-dores de los territorios de frontera –particularmente, del territorio del Caquetáy la provincia del Chocó– no fue construido un tipo regional, pues ellos eran

ubicados en la clasificación básica de la civilización y la barbarie, cruzada por lasrazas negras e indias y sus derivaciones. Por otro lado, aquí me interesa explicarcómo en otros territorios integrados al orden nacional, incluso partes centralesdel mismo, tampoco fueron representados con tanta fuerza tipos regionales, porcuanto en éstos primaban jerarquías diferenciadoras internas entre la élite, el pue-

 blo y los marginales; jerarquías estructuradas desde el orden colonial, alrededorde la visión criolla de las tres grandes razas. Mientras que los tipos regionalesmás recurrentes lo eran, bien por ser representados como parte del pueblo nacio-nal desde élites regionales o citadinas, o por ser autorrepresentaciones desde los

espacios de poder emergentes en el contexto de la nación, contrarios a las viejasciudades coloniales.

Desde la perspectiva geográfica, del ordenamiento territorial y bajo ciertoscontextos particulares, el altiplano, o los estados de Boyacá y Cundinamarca, elCauca y la Costa Atlántica eran vistos como porciones particulares de la nación;no obstante, a partir de estas porciones no fueron constituidas imágenes de

 poblaciones regionales unitarias. Allí, como lo demuestran los textos revisadosde letrados bogotanos o payaneses, las élites construyeron una identidad urbanasustentada en una conciencia criolla, que a su vez se fundamentaba en la distancia-distinción con sus otros cercanos. Esta conciencia y la identificación por ciudades

 provenían del orden colonial y eran recreadas en la nación como una forma de

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Figuras y jerarquías de la diferencia en el siglo xix

 posicionarse como centro de la misma103. Esto constituía un límite al regionalismo,en tanto éste se basa en la representación de una homogeneidad como parte de la

heterogeneidad nacional y dentro de su heterogeneidad interna.Como detallé en la sección anterior, el altiplano cundiboyacense fue visto

como una unidad paisajística-poblacional con características naturales, históri-cas y raciales compartidas. El altiplano era representado como el centro físico,simbólico y de gobierno de la nación. Su clima, su pasado civilizador, su histo-ria antigua y patria y sus ilustres pobladores eran continuamente resaltados. Laimagen del altiplano no fue basada en la visión y segmentación del ordenamientoterritorial por estados o por provincias; Vergara hablaba de una unidad moral en-tre los dos estados, Cundinamarca y Boyacá, que venía desde la Colonia (1867b:

218). No obstante, esta unidad contenía una división poblacional, desde la cual noera posible plantear un tipo regional, ya fuese desde la perspectiva geográfica ode las unidades administrativas territoriales. Mientras que los tipos antioqueños,santandereanos o llaneros aparecían en diferentes textos, no ocurría lo mismo conun tipo cundiboyacense, del altiplano, cundinamarqués o boyacense que no tuvie-se otro término, calificativo o nombre que el de indio, mestizo, artesano, criolloo criada. La población del altiplano aparecía segmentada básicamente por mediode la división entre indios y blancos, asociada a una diferenciación social y a unadivisión por oficios, talentos e ingenios. Ésta era una división que, en términos

generales, se concretaba en la oposición aristocrática entre élite criolla blancay pueblo bajo de indios y mestizos (Codazzi 1851, 1858; Ancízar 1853; Samper1861; Vergara 1867b). Aun en las geografías publicadas por Vergara y Velasco en1892 y 1901 primaba la clasificación racial en Boyacá-Cundinamarca, sin que allíemergiera un tipo único, debido a que desde esta división entre blancos e indioslas élites urbanas garantizaban una distancia entre ellas y el pueblo bajo.

En esta división jerárquica primaba el tipo criollo, que como tal se represen-taba blanco y descendiente directo de españoles, en su mayoría andaluces y cas-

tellanos, casi sin la presencia de mezcla racial (Samper 1861: 83; Vergara 1867b;Vergara y Velasco 1892). En la cumbre de la clasificación racial continuaban pre-valeciendo los puros de linaje y de sangre, aun cuando el mestizaje fuera valorado

103 Colmenares (1991) explica cómo las colonias hispanoamericanas estaban articuladas alrededorde ciudades y no de regiones, como ocurriría con la unidad nacional. De allí, la centralidadde identidades locales y de ciudades desde el régimen colonial, cuestión que en algunos casos primaría sobre la adscripción regional en el siglo XIX. Ello, en especial, en las ciudades que

habían sido centros de poder de la Colonia, como Santa Fe, Tunja, Popayán y Cartagena. Losconflictos identitarios en el orden nacional se presentaron en torno a estas ciudades como SantaFe, reflejos del orden colonial, y a las emergentes regiones, como Antioquia.

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en la perspectiva nacionalista. Aunque Samper señalaba que este tipo criollo en-globaba a los santafereños, payaneses y tunjanos, y en efecto lo hacía, cada uno

de éstos tenía una particularidad. El santafereño era caracterizado como una élite particularmente letrada, sociable y con un alto grado de civilización, lo que lahacía propicia para el ejercicio del gobierno. De las élites citadinas, la santafere-ña era la más destacada por su activa vida social de tertulias, bailes y reunionessociales, al igual que por su índole literaria y creadora, y sus capacidades para lasciencias morales, jurídicas y políticas (Codazzi 1858; Samper 1861). La identifi-cación del tipo criollo con Bogotá ofrecía una posición en el orden nacional queno requería de una adscripción regional. En este sentido, el valor simbólico de laciudad como espacio privilegiado del poder letrado y civilizador era tomado por

las élites urbanas como su escenario natural y exclusivo, mientras que otra partede la ciudad, la mísera, pobre y sucia, era adjudicada al pueblo bajo, los artesanosy los pobres (Samper 1867). Justamente, el eje de lo santafereño estaba en la iden-tificación con los valores propios de lo urbano y lo citadino, y en contraposicióncon lo campesino (ver la ilustración 20). A diferencia de la representación que sehacía del tipo antioqueño, la élite santafereña se relacionaba con el campo desdela distancia y no desde una ligazón emocional; precisamente para alguien comoSantander (1866a), lo urbano del santafereño era un valor positivo mientras que locampesino de lo antioqueño era negativo.

Por otro lado, la representación de lo santafereño, en su misma nominaciónque remitía a la Santa Fe colonial y no a la Bogotá republicana, indicaba un apegoa las tradiciones aristocráticas y coloniales (Vergara 1866). Incluso, los mismosletrados bogotanos, como Samper y Vergara, tenían una actitud ambigua frenteal carácter del santafereño. Éste era calificado de aristócrata, perezoso, reflejode la sociedad castellana colonial que no “ha entrado totalmente al siglo XIX”,inmóvil, incapaz de desempeñarse en labores prácticas y físicas, y apegado enextremo a tradiciones anticuadas y a fueros nobiliarios (Samper 1861; Vergara1867b; Rivas 1899). El pasado colonial remitía al mismo tiempo a una posición de

 poder y a un lastre que era necesario extirpar. Estas críticas eran relacionadas conel calificativo peyorativo de raizalista, el cual indicaba un apego desmedido a latierra de nacimiento y a las raíces tradicionales, que limitaba la acción y la movi-lidad. El santafereño Rafael Santander (1866a) cuestionó la forma negativa de estecalificativo y la revirtió como un valor positivo propio del santafereño, el cual nonegaba el amor a la patria grande ni impedía la movilidad. De la misma maneralo hacía Ortiz en su valoración de Bogotá, en comparación con las otras ciudadesy regiones del país (Ortiz 18??). La cuestión criticable del raizalismo radicabaen la quietud y la inactividad. Los letrados bogotanos y antioqueños utilizabanel calificativo de santafereño asociado al raizalismo, como una forma de criticara las élites establecidas y tradicionales de la ciudad capital, en el contexto de la

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Figuras y jerarquías de la diferencia en el siglo xix

 Ilustración 18

Manuel María Paz (1856). Llaneros herrando

 ganado. Casanare En Codazzi (1856)

La representación sobre el llanero conjugabala idea de una modelación del medio físicosobre los pobladores y la restricción a un oficio

 particular: el relacionado con la cría y levante deganado. Como tal, el llanero fue un importantetipo de oficio en la segunda mitad del sigloXIX, pero circunscrito a una región particular,que además fue pensada particularmente desdela ganadería de corte extractivo.

 Ilustración 19

Ramón Torres Méndez (1870). Llanero militar .En Sánchez (1987)

Ésta es una parte fundamental de la representacióndel llanero en el siglo XIX: su disposicióncomo fuerza militar del gobierno republicano,

 particularmente por sus características de jinete.Sin embargo, por sus mismas características, ellose convertía en una representación negativa delguerrero llanero: si no se le controlaba, podía serun rebelde peligroso para el gobierno nacional,

 puesto que funcionaba más como un miliciano,ya que, por su carácter intempestivo y nómada,no estaba adscrito a fuerzas regulares (Samper1861).

 Ilustración 20

Manuel María Paz (1857). Entrada a Bogotá

 por San Victorino y vista lejana de los

nevados. En Codazzi (1858).

Aparte de su compleja escenificación de la posición de los nevados en medio de diversasdiscusiones científicas (Sánchez 2003: 108-110), este cuadro es una particular represen-tación de la vida bogotana. En un espacio dela ciudad de activo movimiento comercial yhumano no son resaltados los trabajadores,el pueblo bajo o las actividades económicas,sino que, por el contrario, el cuadro es domi-nado por los tipos notables de la capital. Loscaballeros y las damas santafereñas se paseanelegantemente, se encuentran y charlan, ha-ciendo de la ciudad un escenario privilegiado de sociabilidad, civilización y urbanidad. Ésta era la representa-ción que primaba de Bogotá como espacio de los tipos notables, por encima de cualquier otra consideración o

 perspectiva.

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emergencia de un nuevo tipo de élites relacionadas con ideales económicos y cul-turales, modernos y nacionales. Para los antioqueños era más importante resaltar

esta crítica, en esta lucha simbólica entre élites establecidas y élites en ascenso.Estas críticas a lo santafereño se hacían extensivas y aun más radicales res-

 pecto a Tunja y a sus habitantes notables (Vergara 1867b: 218). Mientras que Bo-gotá se mantuvo como centro de la nación durante la República, Tunja continuódecayendo como una ciudad importante, perdiendo el estatus que había consegui-do durante los primeros siglos de vida colonial. En las descripciones de Ancízarsobre Tunja, ésta era presentada como una muestra perviviente del pasado colo-nial que se intentaba sobrepasar. La permanencia del régimen colonial se refleja-

 ba en su arquitectura, sus costumbres, su encerramiento y su quietud:

Una especie de osario de las antiguas ideas de Castilla esculpidas y conmemoradas en laslápidas de complicados blasones puestas sobre las portadas de las casas, o viviendo todavíadentro de los conventos, es decir, fuera del siglo y extrañas a todo comercio humano conel cual han cesado de armonizar: mansión de hidalgos a quienes la revolución republicanacogió de improviso, y la aplaudieron sin echar de ver que les traía el final político de los privilegios y el término social de las ejecutorias. (Ancízar 1853, tomo II: 57)

Sin embargo, el mismo Ancízar resaltó el carácter de los tunjanos notables, pues, al fin al cabo, constituían una élite criolla autoproclamada como ilustrada ycivilizada (1853: 55-59; ver la ilustración 2). En el relato de Ancízar, lo peor de la

ciudad –el atraso, la suciedad y lo colonial– recaía en sus habitantes pobres.El tipo popayanejo o payanés también hacía parte de este tipo criollo puro

compuesto de santafereños y tunjanos. De nuevo, el tipo de ciudad remitía alcriollo blanco proveniente del orden colonial. El payanés era racializado comodel más claro origen blanco hispano, específicamente castellano, lo que se evi-denciaba en el uso de un “buen lenguaje” (Vergara 1867b: 217; Vergara y Velasco1892: 964). Los rasgos del payanés remitían a una élite tradicional y aristocrática,con elevadas pretensiones nobiliarias. No obstante la similitud en la tipificacióncon el santafereño, el payanés fue reducido a una posición que no resultaba tan

 privilegiada en el orden nacional del progreso económico y social. El poder, par-ticularmente económico, sobre el cual se había establecido la élite payanesa se fuedesmoronando desde principios del siglo XIX. Las guerras de independencia, ladisminución progresiva de la esclavitud y su abolición completa en 1851, base dela fuerza de trabajo minera y agrícola, la caída de la producción local del oro yla incapacidad para mantener productos de exportación hicieron que la economíaque sostenía a las élites payanesas entrara en un estancamiento significativo (Pa-lacios y Safford 2002: 348-351). Poco a poco, Cali se posicionaría sobre Popayán,y con más fuerza desde su conexión con Buenaventura, a principios del siglo XX.Empero, durante el XIX, los payaneses tuvieron un alto capital simbólico relacio-nado con el ejercicio de gobierno. Popayán mantuvo su importancia política en

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Figuras y jerarquías de la diferencia en el siglo xix

el orden nacional, siendo calificada de cuna de “grandes familias y de hombresnotabilísimos” (Vergara 1867b: 217; Vergara y Velasco 1892: 964).

En la obra de Sergio Arboleda (1867), miembro de una reconocida fami-lia payanesa, que, como todas, contaba con grandes haciendas basadas en unaimportante mano de obra esclava, son evidentes una división racial rígida y laausencia de un proyecto regional caucano. En su libro más importante, escritoaños después de la abolición de la esclavitud, Arboleda (1867) evidencia cómo ladistancia entre las identidades racializadas como blancas y negras e indias se hizomás problemática y radical, en la medida que se había perdido la sujeción segurade la población esclava. En esta visión, el padre blanco debía seguir cuidando asus hijos incivilizados, negros e indios, sin nunca llegar a esbozar un atisbo decercanía. Esta oposición racial a lo negro y a lo indio estaba fundada en la con-figuración de una sociedad aristocrática, fruto de las relaciones más rígidas delorden colonial, como ocurría en Santa Fe104. La oposición racial sustentaba en elárea de inf luencia de Popayán una división casi estamental de la fuerza de trabajoy del genio de las razas. Allí la economía había sido estructurada con fuerza en eltrabajo de esclavos negros, para grandes plantaciones y la minería, y de los indios

 bajo los resguardos, para la producción agrícola (Sanders 2004: 9-17). Las élitesde las ciudades y villas importantes dominaban el acceso a la tierra y su control,y la sujeción laboral por medio de grandes haciendas. En la medida en que primóesta diferenciación racial en el sustento de una sociedad autocomprendida comoaristócrata, no interesaba más la construcción de una imagen regional positivaque la constitución de una identidad de élite criolla y urbana.

Sólo a finales del siglo XIX, dentro de la división por departamentos, seencuentra una referencia a lo caucano sin mayor trascendencia, del mismo nivelque los tipos nombrados a continuación y proyectada hacia el pueblo bajo mestizo.En ella, el caucano es calificado de perezoso, belicoso, ardiente, inteligente yapasionado por la política (Vergara y Velasco 1892: 964). Esto debido al papel

activo que habían tenido el Cauca y las conocidas milicias caucanas en losconflictos militares y políticos del siglo XIX (Sanders 2004).

104 Aparentemente, el estado del Cauca contaba con el mayor número de negros en la segunda mitaddel siglo XIX (Pérez 1871: 91). Para la élite payanesa –dispuesta también en Cali y en Buga (Ver-gara 1867b: 217)– era impensable formular una identidad compartida con sus antiguos esclavos,con su otro más significativo, en tanto fundamento, por oposición a su propia identidad blanca.

Por otro lado, no sobra indicar que Appelbaum (2003: 36-47) explica que en los conflictos

militares y en los encuentros colonizadores locales entre antioqueños y los habitantes del Cauca,los primeros tachaban a los segundos despectivamente de negros y conflictivos, subordinadosante la imagen blanca de lo antioqueño.

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Antes de esta unidad administrativa departamental, en el Cauca primó la va-riedad desde la perspectiva geográfica. En particular, el estado del Cauca conte-

nía una variedad paisajística sin comparación con otros estados. ¿Cómo sintetizaren una misma visión el salvaje e indio territorio del Caquetá, anexo al Cauca porun buen tiempo, la negra provincia del Chocó, el valle del Cauca, el Patía, las tie-rras indias y fronterizas de Pasto y las montañas caucanas? (Ver Codazzi 1855).El estado incluía provincias que se salían de su control político: hacia el norte, las

 provincias participaban más de Antioquia, y hacia el sur estaban más conectadascon Ecuador. Específicamente, cada una de estas unidades paisajísticas o políti-cas podía representar un tipo poblacional, los cuales, sin embargo, o eran muy lo-calizados y no tenían la suficiente fuerza para ser regionales, o entraban en otros

registros, como las tierras salvajes y de frontera. De la visión paisajística o delordenamiento territorial eran representados el tipo tuquerreño, un simple campe-sino; el patiano, descrito como pastor-jinete; y en el valle del Cauca, sin unidady bajo la diferencia de mestizos, indios y negros, era resaltado un tipo payanés-criollo en Buga y en Cali (Vergara 1867b: 217; Vergara y Velasco 1892: 964).

De esta variedad de tipos hay uno que llama la atención: el indio pastuso.En especial, en Samper (1861: 86-87) y Vergara (1867b: 216), la descripción del

 pastuso es, por decir lo menos, despectiva, casi al nivel de los zambos, negros eindios errantes. El pastuso fue un tipo marginalizado en las fronteras simbólicasy físicas de la nación. Tachado de guerrillero, violento, semisalvaje, primitivo,malicioso, fanático, estúpido, traidor e indolente, el indio pastuso fue una elabo-ración sintético-crítica de los pobladores del suroccidente colombiano que resis-tieron hasta bien entrada la República a los independentistas, en el bando realista,y que protagonizaron guerras civiles significativas durante el siglo XIX. En el

 pastuso era visto un pueblo de frontera que no estaba integrado a la nación, queno era enteramente colombiano: “El pastuso no se parece a ningún granadino ennada: acento, inclinaciones, comercio, vestido, costumbres, todo en él es ecua-

toriano” (Vergara 1867b: 216). Esta marginalización cultural de lo colombianono debe ser vista como un dato real sino como una estrategia para deslegitimar poblaciones que están por fuera del control político y económico de la nación.Codazzi (1855) y Samper (1861) cuestionaron a los pobladores de Pasto por noaportar al comercio nacional y por aislarse en sus montañas en una vida física ymoralmente vegetativa.

En la visión de las élites centrales sobre las fuertes ciudades coloniales deCartagena y Santa Marta, en el otro extremo del país, no fueron representadostipos poblacionales con trascendencia nacional durante el siglo XIX. Ni siquiera a

 partir de Cartagena emergieron tipos poblacionales reconocidos, como sí ocurriócon los santafereños y los payaneses. Presento aquí la cuestión de la imagen

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Figuras y jerarquías de la diferencia en el siglo xix

regional de la Costa porque, a pesar de su unidad en ciertos niveles y perspectivas,durante el siglo XIX no fue representado de forma significativa un tipo costeño en

el marco de lo nacional, en los textos de los letrados centrales revisados aquí. Estosorprende a nuestra visión actual de la diferencia regional, en la cual lo costeñoocupa un lugar importante, entre otras, por ser el otro cultural del interior. Porello mismo, tentativamente planteo que mientras la tierra caliente fue resaltada amediados de siglo como el otro del altiplano y de Bogotá, la Costa parecía ser tansólo parte de esta tierra, hasta que con el ascenso progresivo de la regionalizacióny el posicionamiento de esta última en el escenario nacional, la oposición costacaribe y mundo andino se consolidó.

Desde la visión geográfica, la Costa Atlántica ha sido vista como una uni-dad particular desde los inicios de la República. A pesar de su variedad pai-sajística, ésta ha sido homogeneizada como una región esencialmente llana,de selvas, sabanas y litoral, en completa oposición a las zonas montañosas delinterior (Zea 1822; Pérez 1863b, 1871; Arboleda 1872); así, “forma un solo todocon las partes bien enlazadas entre sí” (Vergara y Velasco 1892: 866). La opo-sición de esta región al altiplano no sólo estaba determinada por su topografíasino por sus condiciones climáticas y su grado de poblamiento y civilización.En general, la Costa era descrita como una zona desierta, aunque no al nivelde las selvas del Caquetá, estancada, con un mínimo crecimiento poblacionaly en extremo enferma (Pérez 1863b; Vergara y Velasco 1892); por eso, Pérez se

 preguntaba: “¿Serán nuestras costas atlánticas de peores condiciones salutíferasque el resto del país?” (1863b: 2-3). A este respecto, para la visión colonizadoraera necesario tumbar los bosques y selvas, poblar las tierras con cultivos, ga-nados y hombres trabajadores, y, en suma, integrar la Costa a la nación, paraque fuesen curadas sus enfermedades. Todo lo contrario a lo que ocurría con laregión andina, que justamente era representada física y moralmente por encimade la Costa. Esta oposición cobraría más fuerza con la extensión del uso de la

división espacial de la nación en grandes regiones naturales, desde finales delsiglo XIX (Vergara y Velasco 1892).

Igualmente, la idea de una unidad regional en la Costa tuvo un escenarioimportante en el campo político durante el siglo XIX, sobre todo por el papelmarginal y la actitud distante de los gobiernos centrales (Múnera 1996). Estaunidad era evidente en la obra de Juan José Nieto, quien como nadie reclamó poruna posición y un estatus político adecuado para la Costa, así como la atencióndel gobierno central a través de proyectos económicos y comerciales (Nieto 1839).

 Nieto, quien fuera presidente de la República, muy seguramente determinado

 por su condición mulata, manifestó una fuerte perspectiva regional, aunquesupeditada a la división por provincias o estados, y siempre resaltó su ligazón con

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su tierra natal (1839). En varias ocasiones, la perspectiva regional fue una manerade enfrentarse en la arena política a los estados integrados del interior. Además

de Nieto, se destacó el regionalismo político de la Sociedad de Representantesde la Costa, creada en 1874, y de la Liga Costeña, de las primeras décadas delXX. Sin embargo, estos proyectos no lograron trascender los reclamos políticos oeconómicos (Posada 1999).

La unidad política y geográfica no fue un sustento significativo para la re- presentación de un tipo poblacional regional costeño. En los textos de viaje de losletrados hacia Europa podían aparecer referencias ocasionales a lo costeño, perolo cierto es que, en el momento de representar la diferencia en el marco de lo na-cional, éste no aparecía de forma tan recurrente como otros tipos. Esta ausencia

indica que la Costa no fue un motivo importante en el orden nacional durante elsiglo XIX. No lo fue porque, por un lado, el siglo XIX implicó un distanciamien-to entre el centro y la Costa105. Para los autores consultados, la Costa resultabalejana de sus intereses y su visión. Por otro lado, el descenso económico de lasciudades costeras limitó la presencia de una perspectiva regional jalonada por laélite letrada urbana costeña106. Además, al mismo tiempo que decaían las ciuda-des tradicionales de la Costa, su élite mantuvo una división racial entre negros,

 blancos e indios. Al igual que en el Cauca, la élite señorial costeña, sobre todola cartagenera, generó un orden estamental basado en relaciones serviles de la

fuerza de trabajo negra y, en menor medida, india. La clasificación poblacionalinterna de los estados de Bolívar y Magdalena seguía esta división racial básicaentre negros perezosos e indolentes, indios bárbaros y blancos civilizados (Arbo-leda 1872; Pérez 1863b, 1871; Vergara 1867b).

 No obstante, a finales del siglo encontramos una primera referencia al tipocosteño, con varios de los elementos a partir de los cuales sería caracterizado a lolargo del siglo XX (Vergara Velasco 1892: 965). Amigo de las diversiones, alegre,fanfarrón, hablador, indolente y con un acento especial, el costeño era particula-

rizado en tanto distinto a los recatados y controlados habitantes del interior. Eldesparpajo y la soltura eran vistos como el resultado de la acción conjunta del cli-ma y de una vida que nunca había estado sujeta a un control político o eclesiástico

105 Esto a diferencia del caso del llanero, el cual era un tipo recurrente por la relación cercana entre elaltiplano y los Llanos Orientales. Mientras que la Costa era un otro muy distante y con pocas relacio-nes para el centro andino frente a la limitada visión desde el altiplano, las tierras altas y templadas.

106 En aquel siglo, las ciudades puerto de la Costa Atlántica disminuyeron su importancia económica,

lo cual las relegó ostensiblemente en el orden nacional. Las ciudades de la Costa sucumbierontambién en medio de enconadas rivalidades –entre Cartagena, Santa Marta, Mompox y, másadelante, Barranquilla–, que a la vez impidieron una proyección de carácter regional.

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Figuras y jerarquías de la diferencia en el siglo xix

lo suficientemente fuerte, para un pueblo que estaba completamente impregnadode la herencia negra. En la breve referencia de Vergara y Velasco aparecían otros

tipos particulares a provincias, ciudades o ciertos paisajes. Para que lo costeñohomogeneizara la población regional, se necesitaría de una oposición más claraentre la Costa o lo caribe y el mundo andino. Ello ocurriría a lo largo del sigloXX, durante el cual los costeños y la Costa serían tipificados como zonas y pue-

 blos caribeños y tropicales de placer, creatividad, cultura y diversión, desde lamúsica, el folclor y el turismo, y, asimismo, como un pueblo desordenado, liber-tino y ajeno al control.

*****

En este texto he mostrado que en el siglo XIX apenas estaba emergiendo unaclasificación poblacional centrada en lo regional. Esta clasificación, analizadadesde un conjunto de pensadores particulares pertenecientes principalmente aleje Bogotá-Antioquia, daba cuenta de la construcción de una diferencia aceptableen torno a la figura del pueblo nacional. Por supuesto, esta clasificación era

 jerárquica y, como tal, escenario de las élites para hacerse a la dominaciónsimbólica de la nación. El corpus de documentos revisados da cuenta también deuna mirada limitada de los letrados respecto al conjunto del país, desde sus áreasde inf luencia e interés. Así, no sólo no aparecen ciertos tipos regionales, sino que

además cobran fuerza otras figuras como los calentanos en los tipos humanosneogranadinos. Por ello mismo, las márgenes de la nación eran habitadas por razasa las cuales se temía por lo poca posibilidad de incorporación y por la distanciadel centro con estos márgenes. En suma, la construcción de la diferencia fue unescenario en el que, al mismo tiempo que era definida la nación, era posible paralas élites letradas, desde su pretendido poder escriturario, establecer relacionesde poder, subordinación, jerarquización y marginación entre  sus otros propios,distantes o cercanos.

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CONSIDERACIONES FINALES

En la actualidad, es bastante recurrente la afirmación de que Colombia es un paísde regiones y contenedor de profundas diferencias culturales. Al parecer, en este

 país coexisten distintos grupos poblacionales que se distinguen claramente entresí y se encuentran anclados en determinadas porciones del territorio nacional. En

un sentido bastante general, este texto se concentró en el cuestionamiento de lacaracterización de Colombia como una nación con marcadas diferencias pobla-cionales y exploró la manera como dichas diferencias fueron dotadas de sentidoen contextos históricos particulares. Así, pues, la preocupación por el estudio dela nación colombiana desde una perspectiva de las diferencias internas no está

 planteando que tal hecho indique la imposibilidad de la nación. Por el contrario,se considera que las formas en que han sido pensadas tales diferencias han sidocentrales en la narración de la nación colombiana.

Desde esta perspectiva, aunque en un principio la investigación se concen-traba exclusivamente en la representación de las diferencias poblacionales, fuehaciéndose indispensable articular más claramente esta pregunta con el análisisde la construcción de la unidad nacional. Justamente, este texto partió de ex-

 plicar cómo la misma construcción de la unidad estaba inmersa en esquemasdiferenciadores. Para ello, fueron abordados los fundamentos decimonónicos deunidad, enfatizando en sus propias dimensiones y sentidos, que sobrepasan ladimensión culturalista de la comunidad y del nosotros, para adentrarse en la ideade los patrones de normalización y unificación, como linealidades jerárquicas de

incorporación y diferenciación interna. Sin embargo, habría que ahondar en otroscontextos, durante el mismo siglo XIX, en los cuales la unidad tomaba un sentidomayor de horizontalidad. No obstante, este texto también demostró cómo la dife-rencia poblacional interna era posible, en la medida en que emergiera la unidadnacional. La imagen del pueblo, además de definir lo otro de la élite, planteaba loscontornos para ubicar las diferencias manejables y extremas de la nación.

En un comienzo, esta investigación se preguntaba por la diferencia regio-nal y cultural. Sin embargo, el trabajo con las fuentes evidenció otras formasde plantear y definir las diferencias internas que no apelaban a lo cultural o a loregional, tal como ocurre en la actualidad con términos y significados propiosde las ciencias sociales. La investigación se dirigió entonces a otras taxonomías

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 poblacionales que se entrecruzaron a lo largo del siglo XIX. En el conjunto deltexto fue abordada ampliamente la división civilización-barbarie desde principios

del siglo XIX, la cual sustentaba las diferentes taxonomías poblacionales. Estaoposición, como lo han demostrado diversos autores para los casos colombiano ylatinoamericano, ha sustentado el ejercicio de dominio de las élites, cruzada con

 presupuestos morales y raciales. Desde esta oposición han sido impulsadas polí-ticas poblacionales específicas desde el siglo XIX, que, sin embargo, no fueronabordadas aquí.

Un aporte central de este estudio consistió en demostrar cómo la diferenciaregional emergió progresivamente a la par de la nación. En este sentido, aquí eshistorizada una de nuestras formas privilegiadas de comprender las diferencias

internas de la nación. La región, como porción, sólo es posible dentro de la nación –aun cuando en otro nivel, al que no atiende esta investigación, las identidadesregionales tienen una larga historia que articula otras formas de identificación,que antes de una conciencia nacional no eran pensadas en términos regionales–.

Aun cuando la diferencia poblacional fue el objeto central de este texto,resultaría importante ahondar aún más en la diferenciación espacial del territorionacional, la cual en principio no fue necesariamente paralela a la poblacional: unatierra y una raza o tipo no correspondían necesariamente. Sobre regiones espacia-

les tan importantes como la Costa Atlántica, en el siglo XIX no fueron elabora-dos con tanta fuerza tipos poblacionales. Por otro lado, sería interesante analizarla profusión de tipos humanos en otros territorios de colonización. Aunque elloimplicaría otras fuentes y otros problemas que atenderían más bien a relacionesy conflictos locales o interregionales, que posiblemente no provendrían de una

 perspectiva nacional. Igualmente, en otra investigación se podría profundizar aúnmás en las luchas identitarias entre las regiones, indagando sobre la constituciónde entidades geopoblacionales desde las mismas regiones, o de otros proyectosidentitarios que tal vez podrían involucrar otros espacios, pero que se desplega-

ran en diálogo con lo nacional. Sin embargo, habría que ver si ello fue realmenteimportante en el siglo XIX respecto a los términos regionales, lo que implicaría poner a prueba el esquema interpretativo presentado aquí.

Este trabajo puede ser visto como una construcción monológica que atendióy expuso exclusivamente la visión de una élite letrada. Efectivamente, es claro queel problema está concentrado, por sus planteamientos, en una élite nacional par-ticular, pero ello no implica que la visión de ésta sea presentada como coherente,en absoluto poderosa, exclusiva y totalmente determinante sobre sus otros. Por elcontrario, en este texto continuamente se muestran la debilidad, las limitaciones,los temores y las contradicciones del proyecto de dominación de la élite. Incluso,la misma insistencia obsesiva en la creación, en un ámbito discursivo, del pue-

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Consideraciones finales

 blo y las diferencias demuestra las limitaciones prácticas de su posicionamientocomo élite y de su ejercicio de gobierno. Asimismo, esta investigación, aunque no

atendió a otras construcciones identitarias en medio de la nación, en particular delos grupos subordinados, no niega su relevancia como objeto importante de otrasinvestigaciones. Aunque en el siglo XIX la nación era una preocupación muchomás limitada a sectores particulares, estudios como el de Sanders (2004) demues-tran el papel activo de los grupos subordinados, como los indígenas del Cauca,en la definición de una identidad que pasaba por la negociación con la cultura

 política dominante y por la invención de una imagen particular de la nación y laRepública.

Desde la perspectiva expuesta, queda planteada una investigación: si bien se

 proyectaron ciertas reflexiones a las últimas décadas del siglo, es necesario ahon-dar con mayor precisión en lo que ocurre en estos años alrededor de las diferen-cias poblacionales. Por el momento, se puede plantear que, aunque se presentaroncambios importantes, éstos no se pueden ubicar en unas supuestas diferenciassignificativas entre el proyecto radical y el regenerador (Cf. Palacios 2002a).

Sin duda alguna, el tema esbozado aquí no resulta un hecho ajeno a la histo-ria del siglo XX y a la comprensión actual de la nación. El problema de la diferen-cia cobró una fuerza particular durante el último siglo, aunque, evidentemente,

con transformaciones trascendentales que abren nuevos puntos de partida y rutasde investigación. El ascenso del culturalismo, paralelo al establecimiento de lasciencias sociales, ha sido un vector importante en la definición de las diferenciasdurante el siglo XX. Más recientemente, la nueva narración de la nación como

 pluriétnica y multicultural obliga a pensar de qué maneras la diferencia, pensadaahora en términos culturales, ha sido planteada en torno a la nación. Ello ha sidomotivo reiterado de importantes estudios, aunque falta profundizar en las formasen las que este culturalismo está nutrido por una visión racialista, y en cómo

 produce fuertes, aunque posiblemente sutiles, órdenes jerárquicos y estrategias

de subordinación. Por otro lado, el problema de la construcción de la diferenciaregional pasaría cada vez más en el siglo XX por una lucha identitaria, para de-finirse en la nación por medio de la región. El análisis de la construcción de ladiferencia regional en el siglo XX podría ser enriquecido con otras fuentes, otrosámbitos de investigación y otras relaciones identitarias entre regiones y nación, enun sentido distinto al de esta investigación.

El problema de la construcción de la diferencia interna sigue cobrando sen-tido, e incluso con más fuerza, como un problema eminentemente político. Lacreación de las diferencias poblacionales en el marco de lo nacional, desde las

 perspectivas de las élites nacionales y regionales, y de los grupos subalternos,es un escenario fundamental de la definición y transformación de las relaciones

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de poder. Esta dimensión política también se puede captar en la actualidad conclaridad y concreción en las políticas estatales, las cuales son dirigidas de formas

diferenciadas, según las representaciones de las diversidades poblacionales y es- paciales, reproduciéndolas y enfatizándolas de esta forma.

El problema es también relevante para la misma academia colombiana, y no por ello menos político. Además de que deconstruir la nación y las diferencias poblacionales asociadas a ésta es una forma privilegiada de develar las relacionesde poder y desnaturalizar la subordinación a la que han sido sometidos ciertosterritorios y grupos humanos, también permite repensar ciertas apreciacionesrecurrentes en la academia sobre la particularidad de la nación colombiana. Elracialismo y la insistencia en las diferencias han desempeñado un papel tras-

cendental en Colombia desde el siglo XIX, por cuanto han sido constituidos enestrategias explicativas de las particularidades y dificultades de “nuestra nación”.En las últimas décadas ha sido reiterativo buscar en una supuesta imposibilidadde la nación, en parte por sus profundas diferencias internas y la negación de lasmismas, la explicación de diversos problemas que atraviesa el país.

Este hecho, que incluso ha sobrevalorado la preocupación por la identidadnacional, no resulta un problema meramente académico o teórico aislado de “larealidad”. En palabras de Urueña:

Observamos sin embargo que esa forma causal identitaria de plantear problemas nacionalesy de buscar sus soluciones, puede llegar a ser parte del problema mismo: en la medida en quelogren constituirse en representaciones efectivas de lo político y en que alcancen a inspirarla acción política, esas representaciones del “mal” –del “disfuncionamiento” social– podránllegar a ser parte integrante de la creación y recreación del problema mismo que pretendenresolver. A pesar de lo que parece imponerse como una evidencia, los problemas no desapa-recerán el día en que sepamos “qué somos”, ni cuando descubramos la “esencia” profundade la “colombianidad”, pues esa encuesta identitaria es un círculo vicioso que no tiene sen-tido; el único sentido que sí puede tener es el del impacto social y político de la contiendaentre agitadores irreconciliables de la convicción de que esa idea sí tiene sentido. Mucho seavanzará en la comprensión de los problemas del país, el día en que se admita que las ideas

son más que “paraguas” o superestructuras encubridoras de “contradicciones más profun-das”, y en que se tome conciencia de que, en amplia manera, las interpretaciones identitariasde los problemas del país han sido parte del problema. (Urueña 1994: 24-25)

De esta forma, tal como lo exponen Urueña y también Chatterjee en la citaque abre este texto, aquí se pretendió avanzar en el conocimiento sobre la formaen que la élite colombiana ha pensado la nación, y desde allí, a sí misma y al pue-

 blo nacional, como un ejercicio eminentemente político e inscrito en relaciones de poder. A pesar de que en este texto no fueron abordadas directamente las políticasestatales sobre la diferencia, el pensamiento decimonónico de las élites letradascolombianas sobre la nación –inmerso sin duda alguna dentro del contexto par-ticular de América Latina– da cuenta del poderoso ejercicio político, marginali-

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Figuras y jerarquías de la diferencia en el siglo xix

zador, jerarquizador y subordinador de definir la unidad y crear las diferenciasen medio de un deseo civilizador y nacionalizador sobre la población. Porque el

 pensamiento y las ideas pueden dominar y subyugar, pero, por eso mismo, sonnuestro escenario de acción.

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8/16/2019 1194371671.Nacion y Diferencia Siglo XIX - Julio Arias

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