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112 La Princesa de Cleves

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boletín nº 112 del club de lectura El Grito

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Page 1: 112 La Princesa de Cleves

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M adame de la Fayette publicó de manera anónima La Princesa de Clèves, novela que terminaría por ser su obra más conoci-

da. En ella narra una historia de amor prohibido con reminiscencias del amor cortés, ambientada con pericia en la corte del rey Enri-que II de Francia —muerto más de un siglo atrás—. Pero, a pe-sar de estás características, La Princesa de Clèves está consi-derada como la primera novela francesa y en sus páginas seña-lan los eruditos los primeros balbuceos de la novela psicoló-gica.

La señorita de Chartres es una joven de singular hermosura y gran virtud que se incorpora a la corte del rey de Francia. Ase-diada por varios pretendientes, pronto será desposada por el príncipe de Clèves, del que la muchacha sin embargo no está enamorada. Su marido, por el contrario, la ama con locura pero pronto comprenderá que su pasión nunca será correspon-dida. La princesa ignora lo que la pasión amorosa es, no la conoce y aún parece ignorar su existencia.

Sin embargo, en la corte francesa:

[...] el amor siempre se hallaba mezclado con el in-terés y el interés con el amor. Nadie había tranquilo o indiferente; todos pretendían medrar, gustar a al-guien o perjudicarle. No se conocía ni el aburri-miento ni la inactividad, y el tiempo transcurría en regocijos e intrigas.

De esta manera, pronto la princesa de Clèves se enamorará, y será correspondida, del señor de Ne-mours, el hombre más apuesto de la corte; pero su virtud le hará concebir esa pasión como un precipi-cio a cuyo borde se ve arrastrada por una fuerza casi más poderosa que su propia voluntad, pero co-ntra la que se resistirá denodadamente, hasta el pun-to de confiar a su esposo el amor ilícito que alberga su corazón.

La princesa de Clèves despertará al amor gracias al señor de Nemours, pero en ella el enamoramiento será un sentimiento contradictorio: a la vez que va aprendiendo en qué consiste la pasión amorosa (ese sentimietno de contento cuando estamos delante de

la persona de nuestra elección, esa aflicción si falta, ese dedi-carle cada pensamiento e inte-resarnos por todo lo que le con-cierne), se horroriza de no al-bergar esos sentimientos hacia el que es su esposo.

Sabedora como es de los pro-blemas que las pasiones ilícitas pueden traer a las mujeres, de-cide emplear toda la fuerza de su virtud en ocultar tales senti-mientos al mundo entero, y es-pecialmente al interesado. Lo reseñable de la actitud de la princesa es que no sólo se niega a sucumir al amor por respeto de las normas sociales, sino que pesa en su decisión su deseo de respetarse a sí misma, evitando ponerse en evidencia por una pasión. Ciertamente, ese con-cepto de respeto hacía la propia

persona en un personaje femenino resulta no sólo sorprendente, sino incluso insólito. Bien es cierto que en la toma de esa decisión influye también el temor a dejar de ser un día amada por aquel a quien pudiera entregar su reputación.

Y es precisamente en ese despertar al amor prime-ro, para después ofrecer resistencia a la pasión, con todas las dudas, alegrías y sinsabores que esa lucha conlleva, donde se aprecia ese despuntar de la no-vela psicológica. Madame de La Fayette demostró una particular sensibilidad a la hora de trazar el in-usual camino que el sentimiento amoroso recorre en el alma de una mujer ferreamente virtuosa; y de es-ta manera creó un personaje único, cuyos vaivenes emocionales están fielmente retratados y que, con el tiempo, evolucionaría hacia caracteres como el de Madame Bovary o Anna Karénina.

http://www.solodelibros.es/14/10/2009/la-princesa-de-cleves-madame-de-la-fayette/

LA PRINCESA DE CLÈVES LA PRINCESA DE CLÈVES LA PRINCESA DE CLÈVES LA PRINCESA DE CLÈVES LA PRINCESA DE CLÈVES LA PRINCESA DE CLÈVES LA PRINCESA DE CLÈVES LA PRINCESA DE CLÈVES Madame de La FayetteMadame de La FayetteMadame de La Fayette

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La princesa de Clèves y la palabra `patriota´ ARTURO PÉREZ-REVERTE | El Semanal 5/4/2007

H ay un columnista al que leo cada mes en

la revista literaria gabacha Lire. Se llama Frédéric Beigbeder y no lo conozco perso-

nalmente; pero me agradan su ironía, sus puntos de vista, y sobre todo su forma de entender la cultura. Una forma ilustrada, por supuesto, pero lejos de la pedantería intelectual en la que tantos, franceses o no, incurren a menudo. En cuanto a Beigbeder, no siem-pre comparto sus opiniones; pero es inteligente, y me interesa lo que dice y cómo lo dice. La última página suya que he leído la dedicaba a comentar un juicio despectivo de Nicolas Sarkozy sobre La princesa de Clèves, de Madame de La Fayette: novela que, en no demasiadas páginas, relata la historia de una mujer hermosa y triste enamorada de un hombre que no es su marido, y al que renuncia para salvaguardar su honor, incluso después de que el marido haya muerto de pena, creyéndose -sin fundamento- engañado por ella. Entre otros sentimientos, la

mención a La princesa de

Clèves me despierta recuerdos gratos. La leí a los quince o die-ciséis años, en la biblioteca de mi abuela materna; y desde sus pri-meras líneas -«Nunca brillaron tanto en Francia la magnificien-cia y la galantería como en los últimos años del reinado de Enri-que II...»- me conmovió por su elegancia y delicadeza. Virtudes estas que, según apunta Frédéric Beigbeder con ácida coña, no sir-ven, a juicio de Sarkozy, para re-formar la economía nacional, ni para evitar el desem-pleo juvenil, ni para mejorar las estructuras del Estado francés. Frente a tan elemental enfoque de la cuestión, Beigbeder subraya en su artículo la grandeza de La princesa de Clèves. Se trata, dice, de una bella historia sobre el amor imposible, sobre el deseo y la virtud, escrita con profunda psicología y con prosa de absolu-ta y eterna belleza. Luego cita el siguiente párrafo: «Os adoro, os odio; os ofendo, os pido perdón; os ad-miro, me avergüenzo de admiraros», y concluye: «¡Leer este libro lo vuelve a uno patriota! Sólo nues-tro país, riguroso y apasionado, podía alumbrar seme-jante obra maestra. Escuchar esta lengua es escuchar la lengua de la inteligencia». Y, bueno. Aparte de que don Nicolás Sarkozy que-de como un soplagaitas y un bocazas, del artículo de

Beigbeder retengo una frase contenida en el párrafo que acabo de citar: Leer este libro lo vuelve a uno pa-triota. Con pregunta inevitable a continuación: ¿cuáles serían los floridos comentarios del personal si alguien en España tuviera las santas agallas de afirmar, de pa-labra o por escrito, que tal o cual libro lo vuelve a uno patriota? ¿Imaginan a don Gaspar Llamazares, con su talento para cantar por las mañanas, apostillando la cosa? ¿O al ministro de Asuntos Exteriores de Catalu-ña, señor Carod-Rovira, diferenciando entre patriotas buenos y patriotas malos? ¿Al apolillado señor Ace-bes explicándonos qué libros y oraciones pías lo hacen a uno patriota y cuáles no? ¿A don José Blanco, simpático secretario de organización de los que ahora medran y legislan, ilustrándonos sobre lo que él y su peña entienden por patriota? En contra de lo que pueden pensar algunos cuando

lean esto -entre los lectores de XLSemanal también hay tontos del ciruelo, como en todas partes-, Frédéric Beigbeder no es de derechas, aunque eso sorprenda a quienes creen que la palabra patria sólo sirve para lle-

var bien el paso de la oca. Matizado eso, ¿son capaces de imaginar us-tedes, en España, a un intelectual de cualquier signo, a un escritor, a un político, a un fulano para cuya actividad sea im-prescindible poseer unos conocimientos básicos y un sentido razonable de las conexiones de la pa-labra cultura con la pala-bra patria, afirmando con la boca abierta y sin des-

peinarse que leer tal o cual libro lo vuelve a uno patrio-

ta? ¿Que escuchar la lengua española es escuchar la lengua de la inteligencia? ¿Que la lectura de El Quijo-

te, o de La Regenta, o del Buscón, o de Pepita Jimé-

nez, o de El sí de las niñas, o de Fortunata y Jacinta, o de La tierra de Alvargonzález, o de El ruedo ibéri-co, o de La familia de Pascual Duarte, o de Los san-tos inocentes, o de Vientos del pueblo, o de La aven-tura equinoccial de Lope de Aguirre, aumenta el nú-mero de quienes, según el diccionario de la Real Aca-demia, «tienen amor a su patria y procuran todo su bien»? Pues eso. Que hay días, como hoy, en que le pediría prestados a Frédéric Beigbeder, si se dejara, el nom-bre, la página y la patria, princesa de Clèves incluida. Hasta a Sarkozy o a Ségolène Royal, fíjense, los cam-biaría por cualquiera de aquí. A ciegas.

Marina Vlady y Jean Marais en la adaptación de "La

princesa de Clèves" por Delannoy y Cocteau

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M arie-Madeleine Piochet de la Vergne, conde-

sa de La Fayette, más conocida con el nom-

bre de Madame de La Fayette, nació el 16 de

marzo de 1634 en París y murió el 25 de mayo de 1693

fue una escritora francesa que escribió la primera novela

histórica francesa La Princesa de Cléves, considerada

como la primera novela moderna.

Marie-Madeleine Pioche de la Vergne nació en el seno de

una familia de la pequeña nobleza, pero adinerada, que se

movía en el entorno del Cardenal Richelieu. Su madre,

hija de un médico del rey, estaba al servicio de la duquesa

Marie-Madeleine d’Aiguillón. Su padre, Marc Pioche de

la Vergne, caballerizo del rey, murió cuando ella tenía

quince años. Al año siguiente, Marie-Madeleine, entró al

servicio de la reina Ana de Austria como dama de honor

y empezó a adquirir una educación literaria con Ménage

que le enseñó italiano y latín. Éste último la introdujo en

los salones literarios más impor-

tantes: el de la Marquesa de Ram-

bouillet, el de la Marquesa de

Plessis-Balliére y el de Madeleine

de Scudéry.

En 1650, su madre se volvió a ca-

sar con Renaud de Sévigné, tío de

Marie de Sévigné; ambas mujeres

se "convirtieron en las más íntimas

amigas del mundo para siempre".

En 1655 Marie-Madeleine, de 22

años, se casó con un joven de Au-

vernia que tenía 18 años, François

Motier, conde de Lafayette, con el

que tuvo dos hijos. Aunque mar-

chó a vivir con su esposo a los

dominios que éste poseía en Au-

vernia y el Borbonés visitaba, con

frecuencia París, donde se hizo un hueco en la corte y,

con gran éxito, abrió su propio salón literario. Tras el na-

cimiento de sus dos hijos, el bienestar conyugal se truncó

y, François de Lafayette pareció haber desaparecido lite-

ralmente. La Bruyére resumió esta extraña situación de la

siguiente manera: Nosotros conocemos a una mujer que

ha eclipsado, por completo, a su marido, hasta el punto de

que no sabemos si está muerto o vivo…

Marie-Madeleine de La Fayette, contaba con la amistad

de Enriqueta de Inglaterra, futura duquesa de Orleans,

que le encargó su biografía; del Grand Aranuld y de los

conocidos autores franceses Segrais y Huet que escribió

el Traité de l’origine des romans (El tratado del origen de

las novelas) que fue publicado como prefacio de la obra

de Marie-Madeleine: Zaïde. Cuando empezaron las suble-

vaciones de la Fronda Marie-Madeleine mantuvo su

amistad con el cardenal de Retz.

En 1659 se quedó a vivir, definitivamente, en París y pu-

blicó en 1662, anónimamente, La Princesa de Montpen-

sier. De 1655 a 1680 mantuvo una estrecha amistad con

La Rochefoucauld (el autor de las Máximas) del que ella

dijo: "M. de La Rochefoucauld me ha dado ánimos, pero

yo he reformado su corazón". La Rochefoucauld presentó

a Marie-Madeleine de La Fayette a los mejores escritores

de la época, entre ellos a Racine y Boileau. En 1669 fue

publicado el primer tomo de Zaïde, una novela hispano-

marroquí editada con el seudónimo de Segrais, pero que

era, indudablemente, de La Fayette. El décimo volumen

apareció en 1971. Zaïde fue objeto de múltiples reedicio-

nes y traducciones, gracias, sobre todo,

al prefacio de Huet.

La novela más célebre y conocida de

La Fayette es La Princesa de Cléves,

publicada anónimamente en marzo de

1678. Esta obra, que obtuvo un éxito

inmenso, está considerada como la pri-

mera novela francesa y un prototipo de

los inicios de las novelas psicológicas.

Trata sobre una mujer casada que se ve

inmersa en una historia de amor repro-

chable para la sociedad. La novela, que

tuvo gran repercusión entre sus con-

temporáneos, parte de los modelos na-

rrativos de su época para crear una

obra narrativa más afín al esquema de

la novela realista posterior.

La muerte de La Rochefoucauld en 1680 seguida por la

de su marido en 1683 la obligaron a llevar una vida me-

nos activa durante los últimos años de su vida. Se retiró

totalmente de la vida mundana, a fin de prepararse para

su muerte.

Tres de sus obras fueron publicadas a título póstumo: La

Condesa de Tende (1718), Historia de Enriqueta de Ingla-

terra (1720) y Memorias de la Corte de Francia (1731).

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