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  • 1 de la serie Trono de Cristal

    Sarah J. Mass

  • Sinopsis

    ras un ao de trabajos forzados en las minas de sal, la joven asesina

    Celaena Sardothien ha sido convocada por el prncipe del Reino de

    Endovier. Celaena no ha acudido con la intencin de acabar con la vida

    del prncipe, sino con el deseo de conquistar su libertad. Si vence a veintitrs

    asesinos, ladrones y guerreros en una competicin a vida o muerte, ser liberada de

    prisin para ejercer como campeona real.

    El prncipe la aconsejar. El capitn de la guardia la proteger. Pero algo maligno

    se esconde en el palacio de cristal, y est all para matar. Mientras sus

    competidores van muriendo uno a uno, la lucha de Celaena por conquistar su

    libertad se convierte en una lucha por sobrevivir y en una incesante bsqueda del

    origen del mal antes de que destruya el mundo.

  • Captulo 1

    ras un ao de esclavitud en las minas de sal de Endovier,

    Celaena Sardothien haba acabado por acostumbrarse a andar

    de ac para all encadenada y a punta de espada. Haba miles

    de esclavos en Endovier y casi todos reciban un tratamiento

    parecido, aunque Celaena sola ir y volver de las minas acompaada por

    media docena de guardias ms que el resto. Era de esperar, siendo

    como era la asesina ms famosa de Adarlan. Aquel da, sin embargo, la

    aparicin de un hombre de negro encapuchado la cogi por sorpresa.

    Aquello era nuevo.

    Su acompaante la sujetaba del brazo con fuerza mientras la

    conduca por el suntuoso edificio donde se alojaban casi todos los

    funcionarios y capataces de Endovier. Recorrieron pasillos, subieron

    escaleras y dieron vueltas y ms vueltas para que Celaena no tuviese la

    menor posibilidad de encontrar la salida.

    Cuando menos, eso pretenda el desconocido, pues ella se dio

    cuenta enseguida de que haban subido y bajado la misma escalera en

    cuestin de minutos. Tambin se percat de que la obligaba a avanzar

    en zigzag por distintos niveles aunque el edificio tena una estructura de

    lo ms corriente, una cuadrcula de pasillos y escaleras. Pero Celaena

    no era de las que se desorientan fcilmente. De hecho, se habra sentido

    insultada si su escolta hubiese escatimado esfuerzos.

    Enfilaron por un pasillo particularmente largo donde no se oa el

    menor sonido salvo el eco de sus pasos. Advirti que el hombre que la

    agarraba del brazo era alto y estaba en forma, pero Celaena no poda

    ver los rasgos ocultos bajo la capucha. Otra tctica pensada para

    confundirla e intimidarla. La ropa negra seguramente formaba parte de

    esa misma estratagema. El hombre la mir y Celaena esboz una

    sonrisa. l devolvi la vista al frente y la agarr del brazo an con ms

    fuerza.

    Celaena se tom el gesto como un cumplido, aunque no saba a

    qu vena tanto misterio, ni por qu aquel hombre haba ido a buscarla

    a la salida de la mina. Tras una jornada entera arrancando rocas de sal

    de las entraas de la montaa, verlo all plantado junto a los seis

    guardias de rigor no la haba puesto de buen humor precisamente.

  • No obstante, haba aguzado bien el odo cuando el escolta se

    present ante el capataz como Chaol Westfall, capitn de la guardia

    real. De pronto, el cielo se haba vuelto ms amenazador, las montaas

    haban crecido a sus espaldas y hasta la misma tierra haba temblado

    bajo sus rodillas. Haca tiempo que no se permita a s misma probar el

    sabor del miedo. Todas las maanas, al despertar, se repeta para s:

    No tengo miedo. Durante un ao, esas mismas palabras haban

    marcado la diferencia entre romperse y doblarse; haban impedido que

    se hiciera pedazos en la oscuridad de las minas. Pero no dejara que el

    capitn averiguase nada de eso.

    Celaena observ la mano enguantada que la agarraba del brazo.

    El cuero oscuro del guante haca juego con la porquera de su propia

    piel.

    La muchacha era muy consciente de que, aunque solo tena

    dieciocho aos, las minas ya haban dejado huella en su cuerpo.

    Reprimiendo un suspiro, se ajust la tnica, sucia y rada, con la mano

    libre. Como se internaba en las minas antes del amanecer y las

    abandonaba despus del anochecer, rara vez vea la luz del sol. Por

    debajo de la mugre asomaba una piel mortalmente plida. En el pasado

    haba sido guapa, hermosa incluso, pero En fin, aquello ya careca de

    importancia.

    Doblaron por otro pasillo y Celaena se entretuvo mirando el

    delicado forjado de la espada que portaba el desconocido. El reluciente

    pomo tena forma de guila a medio vuelo. Al percatarse de que la chica

    observaba el arma, el escolta pos su mano enguantada sobre la dorada

    cabeza del pjaro. La muchacha volvi a sonrer.

    Estis muy lejos de Rifthold, capitn le dijo. Luego

    carraspe. Os acompaa el ejrcito que he odo marchar hace un

    rato?

    Escudri las sombras que escondan el rostro del hombre, pero

    no vio nada. Aun as, not que el desconocido posaba los ojos en ella

    para juzgarla, medirla, ponerla a prueba. Celaena le devolvi la mirada.

    El capitn de la guardia real pareca un adversario interesante. Quizs

    incluso mereciese algn esfuerzo por su parte.

    Por fin el hombre separ la mano de la espada y los pliegues de

    su capa cayeron sobre el arma. Al desplazarse la tela, Celaena vio el

    dragn herldicode oro bordado en su tnica. El sello real.

    Qu te importan a ti los ejrcitos de Adarlan? replic l.

    A Celaena le encant advertir que el capitn tena una voz muy

    parecida a la suya, fra y bien modulada, aunque fuese un bruto

  • repugnante.

    Nada contest Celaena encogindose de hombros. Su

    acompaante lanz un gruido de irritacin.

    Cunto le habra gustado ver la sangre de aquel capitn

    derramada sobre el mrmol. En una ocasin, Celaena haba perdido los

    estribos; una sola vez, cuando su capataz eligi un mal da para

    empujarla con fuerza. An recordaba lo bien que se haba sentido al

    hundirle el pico en la barriga, y tambin la pegajosa sangre del hombre

    al empaparle la cara y las manos. Era capaz de desarmar a dos

    guardias en un abrir y cerrar de ojos. Correra el capitn mejor suerte

    que el difunto capataz? Volvi a sonrer mientras sopesaba las distintas

    posibilidades.

    No me mires as la advirti l, y de nuevo pos la mano en la

    espada.

    Celaena escondi su sonrisilla de suficiencia. Pasaron ante una

    serie de puertas de madera que haban dejado atrs haca pocos

    minutos. Si hubiese querido escapar, le habra bastado con girar a la

    izquierda en el siguiente pasillo y bajar tres tramos de escaleras. El

    intento de desorientarla solo haba servido para ayudarla a

    familiarizarse con el edificio. Idiotas.

    Cunto va a durar este juego? pregunt con dulzura

    mientras se apartaba de la cara un mechn de pelo enmaraado. Al ver

    que el capitn no responda, Celaena apret los dientes.

    Haba demasiado eco en los pasillos como para atacarle sin

    alertar a todo el edificio, y Celaena no haba visto dnde se haba

    guardado el militar la llave de las manillas; adems, los seis guardias

    que los acompaaban tambin opondran resistencia. Eso por no hablar

    de los grilletes que le encadenaban los pies.

    Enfilaron por un corredor de cuyo techo pendan varias lmparas

    de araa. Al mirar por las ventanas que se alineaban en la pared,

    descubri que haba anochecido; los fanales brillaban con tanta

    intensidad que apenas quedaban sombras entre las que esconderse.

    Desde el patio oy el avance de los otros esclavos, que caminaban

    arrastrando los pies hacia el barracn de madera donde pasaban la

    noche. Los gemidos de dolor y el tintineo metlico de las cadenas

    componan un coro tan familiar como las montonas canciones de

    trabajo que los presos entonaban durante todo el da. El solo espordico

    del ltigo se sumaba a la sinfona de brutalidad que Adarlan haba

    creado para sus peores criminales, sus ciudadanos ms pobres y los

    rehenes de sus ltimas conquistas.

  • Si bien algunos de aquellos presos haban sido encarcelados por

    supuestas prcticas de hechicera cosa harto improbable, teniendo en

    cuenta que la magia haba desaparecido de la faz del reino,

    ltimamente llegaban muchos rebeldes a Endovier, cada da ms. Casi

    todos procedan de Eyllwe, uno de los pocos reinos que an se resistan

    al dominio de Adarlan. Cuando Celaena les peda informacin del

    exterior, muchos se quedaban embobados, con la mirada perdida.

    Haban renunciado. Celaena se estremeca solo de pensar en los

    sufrimientos que deban de haber soportado a manos de los soldados de

    Adarlan. A veces se preguntaba si no habra sido mejor para ellos que

    los mataran y si no le habra convenido a ella tambin perder la vida

    la noche en la que la traicionaron y la capturaron.

    No obstante, mientras prosegua su marcha, tena cosas ms

    importantes en las que pensar. Finalmente se proponan ahorcarla? Se

    le revolvi el estmago. Celaena era lo bastante importante como para

    ser ejecutada por el capitn de la guardia real en persona. Ahora bien,

    si pensaban matarla, por qu molestarse en conducirla antes a aquel

    edificio?

    Por fin se detuvieron ante unas puertas acristaladas en rojo y

    dorado, tan gruesas que Celaena no alcanzaba a atisbar el otro lado. El

    capitn Westfall hizo un gesto con la cabeza a los dos guardias que

    flanqueaban la entrada y estos golpearon el suelo con las lanzas a modo

    de saludo.

    El capitn volvi a aferrarla con tanta fuerza que le hizo dao.

    Tir de Celaena hacia s, pero los pies de la muchacha se negaron a

    moverse.

    Prefieres quedarte en las minas? le pregunt l en tono de

    burla.

    Quiz si me dijeseis a qu viene todo esto, no me sentira tan

    inclinada a oponer resistencia.

    No tardars en descubrirlo por ti misma contest el capitn.

    A Celaena comenzaron a sudarle las palmas de las manos. S, iba

    a morir. Finalmente le haba llegado la hora.

    Las puertas se abrieron con un crujido y ante sus ojos apareci

    un saln del trono. Una araa de cristal en forma de parra ocupaba

    gran parte del techo y proyectaba semillas de diamante en las ventanas

    que se alineaban al otro extremo de la sala.

    Aqu gru el capitn de la guardia, y la empuj con la mano

    que tena libre.

  • Por fin liberada, Celaena tropez, y sus pies encallecidos

    resbalaron en el suelo liso cuando intent incorporarse. Mir hacia

    atrs y vio entrar a otros seis guardias.

    Catorce en total ms el capitn. Todos llevaban el dorado

    emblema real bordado en la pechera de los uniformes negros. Formaban

    parte de la guardia personal de la familia real: soldados despiadados y

    rapidsimos entrenados desde nios para proteger al rey con su propia

    vida. Celaena trag saliva. Aturdida y acongojada, volvi a mirar al

    frente. Sentado en un recargado trono de madera de secuoya aguardaba

    un atractivo joven. Se qued de una pieza al ver que todos le hacan

    una reverencia.

    Se encontraba ante el mismsimo prncipe heredero de Adarlan.

  • Captulo 2

    lteza dijo el capitn de la guardia.

    Tras hacer la reverencia de rigor, se incorpor y,

    retirndose la capucha, dej a la vista un pelo castao

    muy corto. Al parecer, se haba presentado

    encapuchado con el objeto de intimidarla y evitar as que tratase de

    escapar durante el paseo. Como si bastara un truco de tres al cuarto

    para someterla! A pesar de su irritacin, Celaena se qued pasmada al

    ver la cara de su escolta. Era muy joven. No tendra ms de veinte aos.

    No le pareci demasiado guapo, pero se sinti cautivada, sin

    poder evitarlo, por sus facciones duras y por la claridad de sus ojos

    marrones. La muchacha lade la cabeza, demasiado consciente del mal

    aspecto que ella misma ofreca.

    Es ella? pregunt el prncipe heredero de Adarlan, y Celaena

    volvi la cabeza justo a tiempo de ver asentir al capitn.

    Los dos hombres se quedaron mirndola, como esperando a que

    hiciese una reverencia. Al ver que no se mova, Chaol se revolvi

    inquieto y el prncipe mir brevemente a su capitn antes de levantar la

    barbilla un poco ms.

    Ni en sueos le hara una reverencia! Si iban a ahorcarla, no

    pensaba dedicar los ltimos minutos de su vida a arrastrarse ante

    nadie.

    Unos pasos atronadores resonaron a su espalda y alguien la

    agarr del cuello. Celaena solo alcanz a ver unas mejillas rubicundas y

    un bigote rojizo antes de que la empujasen al fro suelo de mrmol. Not

    un terrible dolor en la cara y una luz la ceg. Se le resintieron tambin

    los brazos, pero las esposas le impedan estirarlos. Aunque intent

    evitarlo, los ojos se le llenaron de lgrimas.

    As es como tienes que saludar a tu futuro rey le espet el

    hombre de rostro congestionado.

    Celaena buf y ense los dientes mientras intentaba torcer la

    cabeza para mirar a aquel hijo de perra que la haba obligado a

    arrodillarse. Era casi tan grande como el capataz que tena asignado en

    las minas e iba vestido con ropas de tonos rojizos y anaranjados que no

  • desentonaban con su escaso pelo. Los negros ojos del hombre brillaron

    cuando le apret el cuello con ms fuerza. Si hubiera podido mover el

    brazo derecho solo una pizca, Celaena le habra hecho perder el

    equilibrio y le habra robado la espada. Los grilletes se le clavaban en el

    estmago y una rabia incontenible le congestionaba la cara.

    Al cabo de un momento que a Celaena se le hizo eterno, el

    prncipe heredero habl:

    No entiendo por qu tenis que obligar a alguien a que haga

    una reverencia cuando el propsito del gesto es mostrar lealtad y

    respeto.

    Sus palabras delataban un glorioso aburrimiento.

    Celaena intent mirar al prncipe de reojo, pero apenas alcanz a

    ver unas botas de piel negra sobre el suelo blanco.

    Salta a la vista que vos me respetis, duque Perrington, pero me

    parece innecesario que os empeis en obligar a Celaena Sardothien a

    compartir vuestro sentimiento. Ambos sabemos de sobra que no siente

    aprecio alguno por mi familia, as que quiz vuestra intencin sea

    humillarla se qued callado, y la muchacha habra jurado que la

    miraba a ella. Pero creo que ya ha tenido ms que suficiente volvi

    a guardar silencio unos segundos y luego pregunt: No tenis una

    reunin con el tesorero de Endovier? No me gustara que llegaseis tarde,

    sobre todo cuando habis venido adrede para reuniros con l.

    El torturador de Celaena comprendi que estaban invitndolo a

    marcharse. Lanz un gruido y la solt. Ella separ la mejilla del

    mrmol, pero se qued tendida en el suelo hasta que el duque se puso

    en pie y abandon el saln. Si lograba escapar, quiz persiguiera al tal

    Perrington para devolverle el caluroso recibimiento que l le haba

    dispensado.

    Cuando se levant, a Celaena le molest descubrir la marca de

    mugre que su piel haba dejado en aquel suelo inmaculado y advertir

    que el ruido metlico de sus grilletes rompa el silencio de la sala. Sin

    embargo, haba sido entrenada para ser asesina desde los ocho aos,

    desde el da en el que el Rey de los Asesinos la encontr medio muerta a

    la orilla de un ro helado y la llev a su fortaleza. No pensaba sentirse

    humillada por cualquier cosa, y menos por aparecer hecha un asco ante

    un rey. Hizo acopio del orgullo que le quedaba, se ech la larga trenza

    hacia atrs y levant la cabeza. Su mirada y la del prncipe se cruzaron.

    Dorian Havilliard le dedic una sonrisa. Fue una sonrisa refinada,

    que apestaba a encanto cortesano. Repantigado en el trono, tena la

    barbilla apoyada en una mano y su corona de oro brillaba iluminada

  • por la tenue luz. Llevaba un jubn negro en el que el guiverno real

    bordado en tonos dorados ocupaba casi la totalidad de la pechera. Su

    capa roja caa con gracia envolvindolos a su trono y a l.

    Algo en sus ojos, sorprendentemente azules del color de las

    aguas de los pases del sur, la desarm. Sus ojos y el contraste de

    estos con un pelo negro como el carbn. Era increblemente guapo y no

    deba de tener ms de veinte aos.

    Se supone que los prncipes no tienen que ser atractivos. Son

    criaturas quejicosas, estpidas y repugnantes! Pero este, este Qu

    injusto por su parte pertenecer a la realeza y ser guapo al mismo

    tiempo.

    Celaena se revolvi en el sitio cuando el prncipe, con el ceo

    fruncido, la escudri a su vez.

    No os haba pedido que la baasen? pregunt el prncipe al

    capitn Westfall, que dio un paso al frente.

    Por un momento, Celaena haba olvidado que haba otros

    presentes en la sala. Baj la vista hacia los harapos que la envolvan,

    hacia su piel mugrienta, y sin poder evitarlo sinti una punzada de

    vergenza. Cmo le dola verse en aquel estado, con lo hermosa que

    haba sido!

    A simple vista, se poda llegar a pensar que los ojos de Celaena

    eran azules o grises, quizs incluso verdes, segn el color de su

    atuendo. Pero si uno se fijaba atentamente, el brillante anillo dorado

    que rodeaba sus pupilas contradeca aquella primera impresin. No

    obstante, la melena dorada era sin duda su rasgo ms sobresaliente, un

    pelo que an conservaba parte de su antiguo esplendor. En resumidas

    cuentas, Celaena Sardothien estaba bendecida con algunos atributos

    exquisitos que realzaban el conjunto de sus facciones, por lo dems

    bastante corrientes. Adems, en su adolescencia ms temprana haba

    descubierto que con ayuda de los afeites poda hacer que el conjunto de

    su fisionoma estuviese a la altura de sus rasgos ms destacables.

    Pero all estaba, ante Dorian Havilliard, como poco ms que una

    rata de cloaca. Se ruboriz an ms al or la respuesta del capitn

    Westfall.

    No quera haceros esperar.

    El prncipe heredero neg con la cabeza cuando Chaol se acerc a

    ella.

    Dejad el bao para ms tarde. Intuyo su potencial el prncipe

    se incorpor sin separar los ojos de Celaena. Creo que nunca hemos

  • tenido el placer de que nos presenten, pero como probablemente ya

    sabrs, soy Dorian Havilliard, el prncipe heredero de Adarlan; quizs a

    estas alturas sea ya el prncipe heredero de casi toda Erilea.

    Celaena hizo caso omiso del estallido de emociones en conflicto

    que le provocaba aquel nombre.

    Y t eres Celaena Sardothien, la mayor asesina de Adarlan.

    Quiz la mayor asesina de toda Erilea se qued mirando el cuerpo en

    tensin de la muchacha y luego enarc unas cejas bien cuidadas. No

    me esperaba que fueras tan joven apoy los codos en los muslos.

    He odo algunas historias fascinantes sobre ti. Qu te parece Endovier

    tras la vida de excesos que llevabas en Rifthold?

    Cerdo engredo.

    No podra estar ms contenta canturre a la vez que se

    clavaba las uas rotas en las palmas de las manos.

    Despus de un ao aqu parece que sigues ms o menos viva.

    Cmo lo has logrado, cuando la esperanza de vida en estas minas

    apenas supera un mes?

    Es todo un misterio, no me cabe duda.

    Obsequi al prncipe con una cada de ojos y se recoloc las

    manillas como si fuesen guantes de encaje.

    El prncipe heredero se dirigi a su capitn.

    Menuda deslenguada, eh? Y no habla como un miembro de la

    plebe.

    Eso espero! exclam Celaena.

    Alteza le espet Chaol Westfall.

    Cmo? pregunt Celaena.

    Debes dirigirte a l como alteza.

    Celaena le dedic una sonrisa burlona y luego devolvi la

    atencin al prncipe.

    Para su sorpresa, Dorian Havilliard se ech a rer.

    Sabes que eres una esclava, verdad? Acaso no has aprendido

    nada en todo el tiempo que llevas cumpliendo condena?

    Si Celaena no hubiese estado encadenada, se habra cruzado de

    brazos.

    Aparte del manejo del pico, no veo qu ms se puede aprender

    trabajando en una mina.

  • Y nunca has intentado escapar?

    Una sonrisa lenta y amarga asom al rostro de Celaena.

    Una vez.

    El prncipe arque las cejas y mir al capitn Westfall.

    No se me comunic.

    Por encima del hombro, Celaena ech una ojeada a Chaol, que

    mir al prncipe con expresin de arrepentimiento.

    El capataz jefe me ha informado esta tarde de que hubo un

    incidente. Tres meses

    Cuatro meses lo interrumpi ella.

    Cuatro meses prosigui Chaol despus de su llegada,

    Sardothien intent huir.

    Celaena se qued esperando el resto de la historia, pero el capitn

    la dio por concluida.

    Y eso no es lo mejor! aadi ella entonces.

    Ah, pero hay algo mejor? pregunt el prncipe heredero con

    una expresin entre molesta y divertida.

    Chaol la fulmin con la mirada antes de volver a hablar.

    No hay modo humano de escapar de Endovier. Vuestro padre se

    asegur de que todos y cada uno de los centinelas fuesen capaces de

    abatir a una ardilla a doscientos pasos de distancia. Cualquier intento

    de fuga equivale a un suicidio.

    Pero t sigues viva le dijo el prncipe.

    La sonrisa de Celaena se desvaneci ante el dolor de los

    recuerdos.

    S.

    Qu pas? pregunt Dorian.

    La mirada de la muchacha se volvi fra y dura.

    Que renunci.

    Esa es la forma que tienes de explicar lo sucedido? le espet

    el capitn Westfall. Mat al capataz de su grupo y a veintitrs

    centinelas antes de que la detuviesen. Estaba a un paso de la muralla

    cuando los guardias la dejaron inconsciente de un golpe.

    Y? pregunt Dorian.

    Celaena sinti que le herva la sangre.

  • Cmo que y? Sabis a qu distancia est la muralla de las

    minas? el prncipe la mir perplejo. Ella cerr los ojos y suspir

    exageradamente. Desde mi pozo, estaba a ciento diez metros. Hice

    que alguien lo midiera.

    Y? repiti Dorian.

    Capitn Westfall, qu distancia suelen recorrer los esclavos

    que intentan escapar de las minas?

    Un metro murmur el otro. Los centinelas de Endovier son

    capaces de abatir de un disparo a un hombre antes de que lleve

    recorridos dos codos.

    No era un silencio la reaccin que ella esperaba provocar en el

    prncipe heredero.

    Sabas que era un suicidio replic l por fin, sin la menor

    traza de humor.

    Quizs haba sido mala idea sacar la muralla a colacin.

    S dijo.

    Pero no te mataron.

    Vuestro padre orden que me mantuviesen con vida el mayor

    tiempo posible para que soportase ese sufrimiento que tanto abunda

    en Endovier la recorri un escalofro que no tena nada que ver con la

    temperatura de la sala. En realidad nunca tuve intencin de escapar.

    Celaena hubiera querido golpear al prncipe para borrar de su

    cara aquella expresin compasiva.

    Tienes muchas cicatrices? pregunt l.

    La chica se encogi de hombros. Esbozando una sonrisa

    tranquilizadora, el prncipe descendi de la tarima.

    Date media vuelta, quiero verte la espalda.

    Celaena puso cara de pocos amigos, pero obedeci. Dorian ech a

    andar hacia ella y Chaol se acerc un poco ms.

    No logro distinguirlas con tanta suciedad dijo el prncipe

    mientras examinaba la piel de la muchacha. Ella se dejaba hacer

    enfurruada, y an se irrit ms cuando le oy exclamar: Y qu

    hedor tan terrible!

    Cuando se te niega el acceso a los baos y a los perfumes, no es

    fcil oler tan bien como vos, alteza.

    El prncipe heredero hizo un gesto desdeoso y prosigui su

    examen. Chaol y todos los guardias presentes los seguan con la mirada

  • sin separar las manos de las empuaduras de sus espadas. Y hacan

    bien. Celaena habra podido rodear la cabeza de Dorian con los brazos y

    aplastarle la trquea con las esposas en menos de un segundo. La

    muchacha pens que el ataque habra valido la pena solo por verle la

    cara a Chaol. Pero el prncipe segua observndola, totalmente ajeno al

    peligro que corra. Se senta casi insultada por su actitud.

    Por lo que veo anunci Dorian, hay tres grandes cicatrices

    y quizs alguna otra ms pequea. No es tan horrible como esperaba,

    pero bueno, supongo que las vestiduras las ocultarn.

    Vestiduras?

    Celaena tena al prncipe tan cerca que poda apreciar el exquisito

    bordado de su jubn y oler el aroma que despeda, no a perfume, sino a

    hierro y a caballos.

    Dorian sonri.

    Qu ojos tan increbles tienes! Y qu enfadada ests!

    El hecho de tener al prncipe heredero de Adarlan, hijo del

    hombre que la haba condenado a una muerte lenta y dolorosa, a su

    merced pona a prueba su autocontrol, como si estuviese bailando al

    borde de un precipicio.

    Exijo saber comenz a decir, pero el capitn de la guardia

    tir de ella con una fuerza brutal antes de que pudiera acercarse al

    prncipe. No pensaba matarlo, bufn!

    Cuidado con lo que dices, no sea que vuelva a arrojarte a las

    minas dijo el capitn con sus marrones ojos clavados en ella.

    Dudo mucho que os atrevieseis.

    Y se puede saber por qu? replic Chaol.

    Dorian regres al trono a grandes zancadas y se sent. Su mirada

    azul zafiro brillaba ms que nunca.

    Celaena pase la mirada de uno a otro y a continuacin se irgui.

    Porque queris algo de m, algo que deseis fervientemente. Si

    no, no habrais acudido hasta aqu en persona. No soy tonta, aunque

    comet la estupidez de dejar que me capturasen. Salta a la vista que

    estis aqu en cumplimiento de una especie de misin secreta. Por qu

    si no ibais a abandonar la capital y aventuraros a acudir a un lugar tan

    alejado? Me estis poniendo a prueba para averiguar si estoy en buenas

    condiciones fsicas, y tambin si estoy cuerda. S que no estoy loca y

    que sigo en posesin de mis facultades, a pesar de lo que el incidente de

    la muralla pudiera sugerir. Por eso exijo que me digis por qu habis

  • venido hasta aqu y qu necesitis de m, si es que mi destino no es la

    horca.

    Los dos hombres se miraron. Dorian uni las yemas de los dedos

    de ambas manos.

    He venido a hacerte una proposicin.

    Celaena se qued sin aliento. Jams, ni en el ms descabellado de

    sus sueos, hubiese imaginado que tendra ocasin de hablar con

    Dorian Havilliard. Poda matarlo fcilmente, arrancarle aquella sonrisa

    de la cara Poda destrozar al rey igual que l la haba destrozado a

    ella

    Pero quizs aquella proposicin la ayudase a escapar. Si la

    llevaban al otro lado de la muralla, lo conseguira. Correra como alma

    que lleva el diablo, desaparecera en las montaas y vivira sola entre la

    vegetacin, en plena naturaleza, con una alfombra de hojas de pino a

    sus pies y un manto de estrellas en el firmamento. Era posible. Le

    bastara con alcanzar el otro lado de la muralla. La otra vez haba

    estado tan cerca

    Soy toda odos se limit a decir.

  • Captulo3

    os ojos del prncipe la miraron divertidos ante su desparpajo,

    pero se demoraron en su cuerpo un instante ms de la cuenta.

    Celaena podra haberle clavado las uas en la cara por su

    descaro, pero que se hubiera molestado en mirarla a pesar de

    su aspecto Lentamente, una sonrisa asom a su rostro.

    El prncipe cruz sus largas piernas.

    Dejadnos a solas orden a los guardias. Chaol, quedaos

    donde estis.

    Celaena dio un paso al frente mientras los guardias abandonaban

    la estancia y cerraban la puerta. Chaol permaneci impasible. De

    verdad pensaba que sera capaz de contenerla si intentaba escapar? La

    muchacha irgui la espalda. Qu tramaban y por qu se comportaban

    de un modo tan irresponsable?

    El prncipe se ech a rer.

    No te parece imprudente mostrarte tan descarada conmigo

    cuando es tu libertad lo que est en juego?

    De entre todas las cosas que Dorian poda haber dicho, aquella

    era la que menos se esperaba.

    Mi libertad?

    Al mencionar la palabra, vio una tierra cubierta de pinos y nieve,

    acantilados baados por el sol y mares bordeados de espuma, una

    tierra donde la luz se funda con el verde aterciopelado de promontorios

    y hondonadas, una tierra que ya haba olvidado.

    S, tu libertad. As que te recomiendo, seorita Sardothien, que

    controles tu arrogancia si no quieres que te devuelva a las minas el

    prncipe descruz las piernas. Aunque quiz tu actitud nos resulte

    til. No voy a fingir que el imperio de mi padre se construy sobre las

    bases de la confianza y el entendimiento. Pero eso ya lo sabes Celaena

    cerr los puos a la espera de que el prncipe reanudase el discurso. La

    mirada de Dorian se encontr con la de ella, sagaz, penetrante. A mi

    padre se le ha metido en la cabeza que necesita una campeona.

    Celaena tard unos maravillosos segundos en comprenderlo.

  • Luego ech la cabeza hacia atrs y solt una carcajada.

    Vuestro padre quiere que yo sea su campeona? No me digis

    que se las ha arreglado para eliminar a todos los nobles de ah fuera!

    Debe de quedar al menos un caballero corts, un seor de corazn y

    valor inquebrantables.

    Cuidado con lo que dices la advirti Chaol.

    Y qu pasa con vos? le pregunt la chica al capitn

    arqueando las cejas. Aquello s que tena gracia. Ella, la campeona

    del rey!. Acaso nuestro rey bien amado os considera algo torpe?

    El capitn se llev una mano a la espada.

    Si te callases, podras escuchar lo que ha venido a decirte su

    alteza.

    Celaena mir al prncipe.

    Y bien?

    Dorian se arrellan en el trono.

    Mi padre necesita un poco de ayuda con el imperio. Alguien que

    lo ayude a abordar los casos ms complicados.

    O sea, que necesita un criado que le haga el trabajo sucio.

    En resumidas cuentas, s contest el prncipe. Su

    campeona mantendra callados a sus adversarios.

    Callados como una tumba apunt ella con dulzura.

    Dorian esboz una sonrisa, pero no mud de expresin.

    S.

    Trabajar para el rey de Adarlan como su leal servidora. Celaena

    levant la barbilla. Aquello supona matar por l, ser un colmillo en la

    boca de la bestia que ya haba destruido media Erilea

    Y si acepto?

    Despus de seis aos de servicio, te conceder la libertad.

    Seis aos!

    Sin embargo, la mera mencin de la palabra libertad la hizo

    volver a estremecerse.

    Si no aceptas dijo Dorian adelantndose a la siguiente

    pregunta, te quedars en Endovier.

    Su mirada color azul zafiro se endureci y Celaena trag saliva.

    Solo le haba faltado aadir: Hasta que mueras.

  • Seis aos convertida en la daga ms letal del rey o acabar sus

    das en Endovier.

    Ahora bien, hay una pega aadi el prncipe. Celaena

    permaneci impasible mientras l jugueteaba con uno de sus anillos.

    Mi padre no te est ofreciendo el puesto a ti. De momento. Solo quiere

    divertirse un poco. Va a celebrar una competicin para elegir al

    campen. Ha invitado a veintitrs miembros de su consejo para que

    cada uno patrocine a un aspirante al ttulo. Mientras dure el concurso,

    los participantes sern entrenados en el castillo de cristal. Si ganases t

    aadi medio sonriendo, seras oficialmente la Asesina de Adarlan.

    Ella no le devolvi la sonrisa.

    Y quines exactamente sern mis rivales?

    Al advertir la expresin de la chica, la alegra del prncipe se

    esfum.

    Ladrones, asesinos y guerreros de toda Erilea Celaena abri

    la boca para hablar, pero l se adelant: Si ganas y demuestras que

    eres hbil y digna de confianza, mi padre ha jurado concederte la

    libertad. Adems, mientras seas su campeona, recibirs un sueldo

    considerable.

    Celaena apenas haba odo las ltimas palabras. Una

    competicin! Contra un elenco de muertos de hambre procedentes de

    quin sabe dnde! Y asesinos!

    Qu otros asesinos? quiso saber.

    No los conozco. Ninguno es tan famoso como t. Y eso me

    recuerda que no competirs con el nombre de Celaena Sardothien.

    Cmo que no?

    Competirs bajo un alias. Imagino que no te has enterado de lo

    que sucedi despus de que se celebrara tu juicio.

    No es fcil estar al tanto de las noticias cuando trabajas da y

    noche en una mina.

    Dorian solt una carcajada y neg con la cabeza.

    Nadie sabe que Celaena Sardothien es una chica joven. Todos

    piensan que eres mucho mayor.

    Qu? volvi a preguntar ella, ruborizada. Cmo es

    posible?

    Debera estar orgullosa de haber engaado a todo el mundo y sin

    embargo

  • Mantuviste tu identidad en secreto durante todo el tiempo que

    estuviste en activo. Tras el juicio, mi padre pens que sera ms

    sensato no informar a Erilea de quin eras en realidad. Y quiere que

    siga siendo as. Qu diran nuestros enemigos si se enterasen de que

    una chiquilla nos tena a su merced?

    De modo que me estoy matando a trabajar en este agujero por

    un nombre y un ttulo que ni siquiera me pertenecen? Y quin piensa

    la gente que es la Asesina de Adarlan?

    No lo s y tampoco me importa mucho. Lo que s s es que en

    su da fuiste la mejor, y que la gente an baja la voz cuando pronuncia

    tu nombre se qued mirndola fijamente. Si ests dispuesta a

    luchar por m, a ser mi campeona durante los meses que durar la

    competicin, me encargar de que mi padre te libere dentro de cinco

    aos.

    Aunque el prncipe intentaba disimularlo, Celaena advirti que

    estaba tenso. Quera que aceptase. Necesitaba que aceptase tan

    desesperadamente que estaba dispuesto a negociar. A Celaena le

    brillaron los ojos.

    Cmo que en su da fui la mejor?

    Llevas un ao en Endovier. Tal vez hayas perdido facultades.

    A mis facultades no les pasa nada, muchas gracias contest

    Celaena, y empez a hurgarse las uas rotas. Luch contra las arcadas

    al ver la mugre que acumulaban. Cundo se haba lavado las manos

    por ltima vez?

    Eso est por ver dijo Dorian. Conocers todos los detalles

    sobre el torneo cuando lleguemos a Rifthold.

    Dejando a un lado lo mucho que os vais a divertir vosotros los

    nobles intercambiando apuestas, la competicin me parece innecesaria.

    Por qu no me contratis y en paz?

    Ya te he dicho que debes demostrar que eres digna del ttulo.

    Celaena se llev una mano a la cadera y el tintineo de las cadenas

    reson en toda la sala.

    Bueno, creo que el hecho de ser la Asesina de Adarlan es

    prueba ms que suficiente.

    S contest Chaol con un destello en sus ojos de color

    bronce. Eso prueba que eres una criminal y que no deberamos

    confiarte un asunto privado del rey.

    Juro solemnemen

  • Dudo mucho que el rey confe en la palabra de la Asesina de

    Adarlan.

    Claro, pero no entiendo por qu tengo que someterme al

    entrenamiento y a la competicin. Es normal que est un poco

    desentrenada, pero qu se puede esperar de una persona que lleva

    tanto tiempo en este lugar entre picos y rocas?

    Mir a Chaol con rencor.

    Dorian frunci el ceo.

    Entonces, no vas a aceptar la oferta?

    Pues claro que la voy a aceptar replic ella. El roce de las

    manillas contra la piel de las muecas le arrancaba lgrimas. Ser

    vuestra absurda campeona, pero solo si aceptis liberarme dentro de

    tres aos en vez de cinco.

    Cuatro.

    Est bien repuso Celaena. Trato hecho. Tal vez est

    cambiando una forma de esclavitud por otra, pero no soy ninguna

    necia.

    Iba a recuperar la libertad. Libertad. Comenz a sentir el aire

    fresco del mundo exterior, la brisa que soplaba desde las montaas y la

    empujaba. Vivira en el campo, lejos de Rifthold, la capital que un da

    fue su reino.

    Esperemos que tengas razn repuso Dorian. Y esperemos

    que ests a la altura de tu reputacin. Tengo intencin de ganar, y no

    me complacer que me dejes en ridculo.

    Y si pierdo?

    El brillo desapareci de los ojos del prncipe cuando contest:

    Volvers aqu para cumplir el resto de tu condena.

    Las hermosas visiones de la muchacha se convirtieron en

    nubecillas de polvo, como si hubiera cerrado un libro de golpe.

    Antes me tiro por cualquier ventana. Un ao en este lugar me

    ha destrozado. Imaginad lo que suceder si regreso. Al segundo ao

    estar muerta ech la cabeza hacia atrs. Vuestra oferta me parece

    justa.

    Ya lo creo que es justa dijo Dorian, y le hizo un gesto con la

    mano a Chaol. Llevadla a sus aposentos para que se d un bao

    aadi, y luego se qued mirndola fijamente. Partimos hacia Rifthold

    por la maana. No me decepciones, Sardothien.

  • Todo aquello era absurdo, por supuesto. No le costara nada

    eclipsar, dejar en evidencia y despus eliminar a sus competidores. No

    sonri, pues saba que de hacerlo estara cediendo el paso a una

    esperanza que llevaba mucho tiempo evitando. Aun as, tena ganas de

    coger al prncipe y ponerse a bailar. Intent pensar en alguna pieza

    musical, en una meloda alegre, pero solo consigui recordar un verso

    de los tristes lamentos que entonaban los esclavos de Eyllwe mientras

    trabajaban, profundos y lentos como miel que cae de un tarro: Y volver

    por fin a casa.

    Apenas se dio cuenta de que el capitn Westfall la guiaba al

    exterior de la habitacin, ni tampoco de que recorran pasillo tras

    pasillo.

    Claro que ira, a Rifthold y a cualquier parte; cruzara incluso las

    puertas del Wyrd y entrara en el mismsimo infierno si eso la ayudaba

    a conseguir la libertad.

    Al fin y al cabo, por algo te llaman la Asesina de Adarlan.

  • Captulo 4

    uando Celaena se dej caer por fin en la cama tras la reunin

    del saln del trono, no logr conciliar el sueo pese al

    cansancio que aplastaba cada palmo de su cuerpo. Unas

    rudas criadas la haban baado sin ningn miramiento. Le

    escocan las heridas de la espalda y se senta como si le hubieran lijado

    la cara hasta llegar al hueso. Se dio media vuelta para tumbarse de lado

    y as aliviar el dolor que senta en la espalda vendada. Pas una mano

    por el colchn y parpade al darse cuenta de cunto haba echado de

    menos aquella libertad de movimientos. Antes de que se metiese en la

    baera, Chaol le haba quitado los grilletes. Celaena haba permanecido

    atenta a cada detalle: la vibracin de la llave al girar en la cerradura de

    las manillas, el ruido de los grilletes al soltarse y caer al suelo. Todava

    tena la sensacin de que unas esposas fantasmas le tensaban la piel de

    las muecas. Mir al techo, movi las articulaciones, que seguan en

    carne viva, y dej escapar un suspiro de satisfaccin.

    Estar all, tumbada sobre un colchn, le produca una sensacin

    extraa: la caricia de la seda en la piel, la presin de la almohada

    contra la mejilla. Tambin haba olvidado el sabor de cualquier alimento

    que no fueran gachas de avena rancias y pan duro, e incluso la

    increble sensacin de tener el cuerpo limpio y la ropa recin lavada.

    Todo aquello le resultaba ajeno.

    Aunque la cena no haba resultado tan maravillosa. Aparte de que

    el pollo asado haba dejado bastante que desear, despus de unos

    cuantos bocados tuvo que precipitarse al excusado para depositar el

    contenido de su estmago. Quera comer hasta hartarse, llevarse la

    mano a la barriga hinchada, lamentar su glotonera y jurarse que jams

    volvera a probar bocado. En Rifthold le daran bien de comer, o eso

    esperaba. Y, lo que era an ms importante, su estmago volvera a

    funcionar con normalidad.

    Estaba esculida. Se le marcaban las costillas a travs del

    camisn y donde debera haber carne solo se vean huesos. Y sus

    pechos! Antes llenos y bien formados, ahora no eran mayores que

    cuando estaba en medio de su adolescencia. Se le hizo un nudo en la

    garganta y se apresur a tragar saliva. Aquel colchn tan mullido la

    estaba asfixiando, de modo que volvi a cambiar de postura para

  • tumbarse de espaldas, a pesar del dolor que le provocaba el roce.

    Cuando se mir en el espejo del bao, sus facciones no le haban

    causado mejor impresin. Estaba demacrada: tena los pmulos

    afilados, la mandbula muy marcada y los ojos hundidos, no

    excesivamente pero s de un modo inquietante. Trat de respirar a un

    ritmo ms regular y se dedic a saborear la esperanza. Se hinchara a

    comer. Y hara ejercicio. Volvera a estar en forma. Por fin, imaginando

    que disfrutaba de suntuosos banquetes y que recuperaba su antigua

    gloria, logr conciliar el sueo.

    Cuando Chaol acudi a buscarla a la maana siguiente, se la encontr durmiendo en el suelo, envuelta en una manta.

    Sardothien la llam. Ella murmur algo y enterr la cara an

    ms en la almohada. Qu haces durmiendo en el suelo?

    Celaena abri un ojo. Por supuesto, el capitn se abstuvo de

    mencionar cun distinta estaba ahora que le haban quitado toda

    aquella mugre.

    Cuando se puso en pie, no se molest en taparse con la manta.

    Los metros de tela a los que denominaban camisn ya tapaban

    bastante.

    La cama era muy incmoda empez a decir, pero se olvid del

    capitn en cuanto vio la luz del sol.

    Unos rayos frescos, puros, clidos. Si lograba la libertad, pensaba

    pasarse das y das disfrutando de la luz del sol, hasta ahogar en ella la

    interminable oscuridad de las minas. Los rayos se colaban a travs de

    las pesadas cortinas y se derramaban por toda la habitacin en haces

    gruesos. Celaena estir un brazo con cautela.

    Tena la mano plida, casi esqueltica, pero algo en ella ms

    all de las magulladuras, los cortes y las cicatrices la haca aparecer

    hermosa y nueva bajo aquella luz matutina.

    Corri hacia la ventana y estuvo a punto de arrancar las cortinas

    al abrirlas de un tirn para poder contemplar las montaas grises y el

    desolado paisaje de Endovier. Los guardias apostados bajo la ventana

    no alzaron la vista y Celaena se qued mirando boquiabierta el cielo

    azul grisceo y las nubes que se desplazaban perezosas hacia el

    horizonte.

    No tengo miedo. Por primera vez en mucho tiempo le pareci que

  • aquellas palabras adquiran sentido.

    Separ los labios y sonri. El capitn arque una ceja, pero no

    dijo nada.

    Estaba contenta radiante, en realidad, y su humor mejor

    an ms cuando las criadas le recogieron la trenza en un moo y la

    vistieron con una saya de montar sorprendentemente refinada que

    disimulaba su pattica delgadez. Le encantaba la ropa adoraba notar

    el roce de la seda, el terciopelo, el satn y la gasa en la piel y le

    fascinaba la gracia de las costuras y la intrincada perfeccin de una

    superficie repujada. Cuando ganase aquella ridcula competicin,

    cuando fuese libre podra comprarse toda la ropa que quisiera.

    Se ech a rer cuando Chaol, harto de esperar a que dejase de

    mirarse en el espejo, la sac a rastras de la habitacin. Al ver aquel

    cielo matutino le entraron ganas de bailar y saltar por los pasillos que

    conducan al patio principal. Sin embargo, su alegra se disip cuando

    vio los montculos de roca color hueso que se erguan en la otra punta

    del complejo y las pequeas figuras que entraban y salan de los

    muchos agujeros semejantes a bocas excavados en las montaas.

    La jornada de trabajo ya haba comenzado, un trabajo que

    proseguira cuando ella partiese y los dejase a todos abandonados a su

    miserable suerte. Con un nudo en el estmago, Celaena evit mirar a

    los prisioneros e intent seguir el paso del capitn, que la conduca

    hacia una caravana de caballos situada junto a la imponente muralla.

    Se oyeron unos ladridos y tres perros negros salieron corriendo

    del centro de la caravana para saludarlos. Los tres eran delgados como

    flechas y sin duda procedan del criadero del prncipe heredero. Celaena

    apoy una rodilla en el suelo y sus heridas vendadas protestaron

    cuando pos las manos en la cabeza de los animales para acariciarles el

    suave pelo. Le lamieron los dedos y la cara mientras azotaban el suelo

    con unas colas semejantes a ltigos.

    Unas botas negras se detuvieron ante ella. Los perros se calmaron

    de inmediato y se sentaron. Celaena levant la vista y su mirada se

    cruz con los ojos azul zafiro del prncipe heredero de Adarlan, que la

    observaba con una leve sonrisa en los labios.

    Qu raro que se hayan fijado en ti coment a la vez que

    rascaba a uno de los perros por detrs de las orejas. Les has dado

    algo de comer?

    Celaena neg con la cabeza mientras el capitn se situaba tras

    ella, tan cerca que sus rodillas rozaron los pliegues de su capa de

    terciopelo verde hoja. La muchacha calcul que necesitara dos

  • movimientos para desarmarlo.

    Te gustan los perros? pregunt el prncipe. Ella asinti. Por

    qu haca tanto calor a una hora tan temprana?. Voy a tener el

    placer de or tu voz, o ests decidida a guardar silencio durante todo el

    viaje?

    Me temo que vuestras preguntas no merecen una respuesta

    verbal.

    Dorian le hizo una exagerada reverencia.

    Disculpadme pues, Milady! Qu terrible debe de ser rebajarse

    a contestar! La prxima vez, intentar discurrir preguntas ms

    estimulantes.

    Dicho esto, gir sobre sus talones y se alej seguido de los perros.

    Celaena frunci el ceo. Y an se enfurru ms cuando

    descubri que el capitn de la guardia sonrea mientras avanzaban

    hacia la compaa de soldados que los aguardaba en mitad del barullo

    de los preparativos. Sin embargo, el irresistible impulso de estrellar a

    alguno de sus acompaantes contra una pared desapareci cuando le

    ofrecieron una yegua torda como montura.

    Mont, y al instante se sinti ms cerca del cielo, que se extenda

    infinito sobre su cabeza y se alejaba en direccin a reinos de los que

    jams haba odo hablar. Celaena se agarr al pomo de la silla. Por

    increble que fuera, se marchaba de Endovier. Todos aquellos meses sin

    esperanza, todas aquellas noches glidas haban quedado atrs.

    Respir hondo. Saba lo saba, sin ms que si lo intentaba con

    todas sus fuerzas, podra salir volando de su silla. Lo supo hasta que

    sinti el fro del hierro contra la piel de los brazos.

    Era Chaol, que le cea las manillas a los vendajes de las

    muecas. Una larga cadena la una al caballo del capitn y desapareca

    bajo las alforjas. Chaol montaba un purasangre negro y Celaena

    consider la idea de saltar de su caballo y usar la cadena para colgarlo

    del rbol ms cercano.

    Era una compaa bastante numerosa, veinte hombres en total.

    Detrs de los dos guardias que portaban la bandera imperial

    cabalgaban el prncipe y el duque Perrington. A continuacin marchaba

    un grupo de seis guardias reales, tan sosos como las gachas de avena,

    pero bien entrenados para proteger al prncipe de ella. Celaena golpe

    las cadenas contra la silla y mir a Chaol, que no reaccion.

    El sol estaba cada vez ms alto. Tras inspeccionar por ltima vez

    las provisiones, el grupo parti. Como casi todos los esclavos trabajaban

  • en las minas y solo unos cuantos lo hacan en los destartalados

    galpones de refinado, el gigantesco patio estaba casi desierto. La

    muralla se alzaba imponente ante ellos y el corazn de Celaena lata con

    fuerza. La ltima vez que haba estado tan cerca de la muralla

    Son el restallido de un ltigo seguido de un grito. Celaena mir

    por encima del hombro, ms all de los guardias y del carromato de las

    provisiones, en direccin al patio prcticamente vaco. Ninguno de

    aquellos esclavos abandonara jams aquel lugar, ni siquiera cuando

    muriesen. Todas las semanas excavaban nuevas fosas comunes detrs

    de los galpones de refinado. Y todas las semanas, las tumbas se

    llenaban.

    De pronto fue muy consciente de las tres largas cicatrices que le

    surcaban la espalda. Aunque consiguiese la libertad, aunque lograse

    vivir en paz en el campo, esas cicatrices siempre le recordaran lo que

    haba padecido. Y que aunque ella fuese libre, otros no lo eran.

    Celaena mir al frente y desech esos pensamientos mientras

    cruzaban el paso que atravesaba la muralla. En el interior, el aire

    estaba cargado, hediondo y hmedo. Los cascos de los caballos

    retumbaban como truenos.

    Se abrieron los portones de hierro, y la chica atisb el infame

    nombre de la mina antes de que se dividiese en dos y le cediese el paso.

    Unos segundos despus, las puertas se cerraron tras ellos con un

    chirrido. Estaba fuera.

    Movi las manos y descubri que el tramo de cadena que la una

    al capitn se balanceaba y tintineaba. Estaba enganchada a su silla,

    que a su vez estaba cinchada al caballo; cuando hiciesen un alto,

    podra, disimuladamente, azuzar a su yegua para que arrancase la silla

    del capitn, que caera al suelo, y entonces ella

    Not que el capitn Westfall la estaba mirando con el ceo

    fruncido y una mueca en los labios. Ella se encogi de hombros y dej

    caer la cadena.

    A medida que transcurra la maana, el cielo adquira un tono

    azul brillante y las nubes desaparecan del firmamento. Avanzaron por

    el camino del bosque y rpidamente pasaron los pramos montaosos

    de Endovier hasta llegar a un paraje ms alegre.

    Mediada la maana, alcanzaron el bosque de Oakwald, que

    circundaba Endovier y serva como lnea divisoria entre los reinos

    civilizados del este y las tierras inexploradas del oeste. An circulaban

    leyendas sobre los peligrosos y desconocidos pueblos que habitaban

    aquel territorio, los crueles y sanguinarios descendientes del

  • desaparecido Reino Embrujado. Celaena haba conocido a una

    muchacha procedente de aquella tierra maldita, y, aunque

    efectivamente haba resultado ser cruel y sanguinaria, segua siendo un

    ser humano. Y haba sangrado como la persona que era.

    Despus de varias horas en silencio, Celaena se dirigi a Chaol.

    Se rumorea que cuando haya finalizado la campaa del rey

    contra Wendlyn, empezar a colonizar el oeste coment en tono

    indiferente, aunque esperaba obtener una respuesta. Cuanto ms

    supiese de la situacin actual del rey y de sus maniobras, tanto mejor.

    El capitn la mir de arriba abajo, frunci el ceo y desvi la vista.

    Estoy de acuerdo aadi ella, y dej escapar un profundo suspiro.

    Tampoco a m me preocupa la suerte que corran esas llanuras anchas y

    vacas y esas miserables regiones montaosas.

    El oficial apret los dientes.

    Hasta cundo pensis ignorarme?

    El capitn Westfall arque las cejas.

    No saba que estuviese ignorndote.

    Celaena hizo un mohn para controlar su irritacin. No pensaba

    darle aquella satisfaccin.

    Cuntos aos tenis?

    Veintids.

    Celaena le hizo una cada de ojos y observ atentamente su

    reaccin.

    Qu joven! ronrone. Habis ascendido muy deprisa.

    l asinti.

    Y cuntos aos tienes t?

    Dieciocho contest ella, pero el capitn guard silencio. Ya

    lo s. Es impresionante que haya llegado tan lejos a una edad tan

    temprana.

    El crimen no es ninguna hazaa, Sardothien.

    Ya, pero llegar a ser la asesina ms famosa del mundo s lo es

    el capitn no contest. Podrais preguntarme cmo me las he

    ingeniado.

    Para hacer qu? replic l con sequedad.

    Para hacerme famosa y cultivar mi talento en tan poco tiempo.

    No quiero saberlo.

  • Esa no era la respuesta que Celaena esperaba or.

    No sois muy amable le espet ella entre dientes. Si quera

    sacarlo de quicio, tendra que esforzarse mucho ms.

    Eres una criminal. Yo soy capitn de la guardia real. No estoy

    obligado a demostrarte ninguna amabilidad ni a darte conversacin. Da

    gracias de que no te hayamos encerrado en el carromato.

    S, bueno, me juego algo a que sois bastante arisco aunque os

    hagis el simptico con los dems como l segua sin responder,

    Celaena no pudo evitar sentirse un poco tonta. Transcurrieron unos

    instantes. El prncipe heredero y vos sois buenos amigos?

    Mi vida personal no es de tu incumbencia.

    La muchacha chasque la lengua.

    Sois de alta alcurnia?

    Lo suficientemente alta repuso l, y levant la barbilla de

    manera casi imperceptible.

    Duque?

    No.

    Lord? al no obtener respuesta, Celaena esboz una sonrisa

    . Lord Chaol Westfall se abanic con una mano. Las damas de la

    corte deben de derretirse por vos!

    No me llames as. El ttulo de lord no me pertenece replic el

    capitn en voz baja.

    Tenis un hermano mayor?

    No.

    Entonces, por qu no ostentis el ttulo? otra vez silencio.

    Celaena saba que se estaba entrometiendo, pero no poda evitarlo.

    Debido a un escndalo? Os han privado de vuestro derecho de

    nacimiento? En qu clase de intriga estis implicado?

    El capitn apret los labios con tanta fuerza que palidecieron.

    Celaena se inclin hacia l.

    Creis que?

    Voy a tener que amordazarte o vas a ser capaz de guardar

    silencio sin mi ayuda?

    Westfall se qued mirando al frente, con semblante inexpresivo,

    hacia el prncipe heredero. Celaena contuvo la risa ante la mueca que l

    esboz cuando ella empez a hablar de nuevo.

  • Estis casado?

    No.

    Celaena levant la barbilla.

    Yo tampoco estoy casada Westfall resopl enfadado.

    Cuntos aos tenais cuando os convertisteis en capitn de la guardia?

    l apret con fuerza las riendas de su caballo.

    Veinte.

    El grupo se detuvo en un claro y los soldados desmontaron.

    Celaena se qued mirando a Chaol mientras este pasaba una pierna por

    encima del caballo.

    Por qu hemos parado?

    Chaol desenganch la cadena de su silla, tir de ella con fuerza y

    le indic con un gesto que deba desmontar.

    Para comer respondi.

  • Captulo 5

    elaena se apart un mechn de pelo de la cara y se dej

    acompaar hasta el claro. Si quera ser libre, antes tendra que

    librarse de Chaol. En caso de haber estado solos, podra

    haberlo intentado, aunque las cadenas se lo habran puesto

    difcil; pero rodeada de toda una guardia real entrenada para matar a

    las primeras de cambio

    Chaol se qued cerca de ella mientras los dems encendan una

    hoguera y preparaban la comida que transportaban en las cajas y sacos

    de provisiones. Los soldados hicieron rodar unos troncos hasta formar

    pequeos crculos y se sentaron a descansar mientras sus compaeros

    removan guisos y frean carne. Los perros del prncipe heredero, que

    haban trotado obedientes detrs de su dueo, se acercaron a la asesina

    moviendo la cola y se tumbaron a sus pies. Al menos alguien se

    alegraba de su compaa.

    Para cuando le pusieron un plato en el regazo, Celaena se mora

    de hambre y se enfad al ver que el capitn no le quitaba las manillas

    de inmediato. Despus de dirigirle una larga mirada de advertencia, le

    liber las manos y le encaden los tobillos. Celaena puso los ojos en

    blanco y se llev un pequeo trozo de carne a la boca. Mastic

    lentamente. Lo ltimo que necesitaba era vomitar delante de ellos.

    Mientras los soldados hablaban entre s, Celaena mir a su alrededor

    sin perderse ni un detalle. Chaol y ella estaban sentados con cinco

    soldados. Por supuesto, el prncipe heredero se haba sentado con

    Perrington, cada uno en un tronco, lejos de ella. Si bien Dorian se haba

    mostrado arrogante y divertido la noche anterior, al hablar con el duque

    sus rasgos se mantenan serios. Todo su cuerpo pareca tenso y a

    Celaena no se le pas por alto que apretaba los dientes cuando el otro

    hablaba. Fuera cual fuese su relacin, no era cordial.

    En mitad de un bocado, Celaena dej de prestar atencin al

    prncipe y se concentr en los rboles. Reinaba el silencio en el bosque.

    Los sabuesos tenan las orejas color bano erguidas, aunque no

    parecan inquietos. Hasta los soldados haban renunciado a la

    conversacin. El corazn le dio un vuelco. La espesura cambiaba por

    completo en aquella zona.

  • Las hojas colgaban como joyas diminutas gotas de rubes,

    perlas, topacios, amatistas, esmeraldas y granates y una alfombra de

    similares piedras preciosas cubra el camino que se extenda ante ellos.

    A pesar de la devastacin provocada por las conquistas, aquella parte

    permaneca intacta. An resonaban los ecos del poder que, en otro

    tiempo, haba otorgado una belleza sobrenatural a aquellos bosques.

    Celaena solo tena ocho aos cuando Arobynn Hamel, su mentor

    y Rey de los Asesinos, la haba encontrado medio ahogada en la orilla

    de un ro helado y se la haba llevado bajo su tutela a la frontera entre

    Adarlan y Terrasen. Y si bien la haba entrenado para que se convirtiera

    en su mejor y ms leal Asesina, jams le haba permitido volver a casa,

    a Terrasen. Sin embargo, Celaena an recordaba la belleza de aquel

    mundo antes de que el rey de Adarlan ordenara arrasarlo. Ya no

    quedaba nada para ella all, y no volvera a haberlo. Arobynn nunca lo

    haba expresado con palabras, pero si Celaena hubiera rechazado su

    oferta de entrenarla, l la habra entregado a sus enemigos para que la

    mataran. O algo peor. Se haba quedado hurfana muy pronto, y aun

    con ocho aos haba comprendido que la vida junto a Arobynn, bajo un

    nuevo nombre que nadie pudiese reconocer pero que llegase a inspirar

    temor en el mundo entero, representaba una oportunidad de volver a

    empezar. De escapar del destino que la haba impulsado a saltar al ro

    helado aquella noche, haca diez aos.

    Maldito bosque dijo un soldado de piel cetrina que formaba

    parte de su grupo.

    Otro solt una carcajada.

    Cuanto antes arda, mejor.

    Los otros soldados asintieron con la cabeza, y Celaena se puso

    tensa.

    Rebosa odio aadi un tercero.

    Y qu esperabais? los interrumpi Celaena. Chaol ech

    mano a la espada mientras los soldados se volvan hacia ella, algunos

    sonriendo con desdn. Este no es un bosque cualquiera aadi

    sealando los rboles con el tenedor. Es el bosque de Brannon.

    Mi padre me contaba historias de este lugar. Deca que estaba

    lleno de duendes intervino un soldado. Ya no queda ninguno.

    Y tambin han desaparecido esas malditas hadas se sum el

    ltimo, que acababa de dar un bocado a una manzana.

    Nos hemos librado de ellas, eh? se burl el primero.

    Yo en vuestro lugar medira mis palabras les espet Celaena

  • . El rey Brannon perteneca al pueblo de las hadas, y sigue siendo el

    dueo de Oakwald. No me sorprendera que algunos de los rboles an

    lo recuerden.

    Los soldados se echaron a rer.

    Pero si han pasado dos mil aos! exclam uno.

    Las hadas son inmortales replic ella.

    Los rboles no.

    Furiosa, Celaena neg con la cabeza y volvi a llevarse el tenedor

    a la boca.

    Qu sabes de este bosque? le pregunt Chaol con discrecin.

    Pretenda burlarse de ella? Los soldados se inclinaron hacia

    delante, listos para echarse a rer, pero en los ojos color bronce del

    capitn solo ley curiosidad.

    Celaena se trag el bocado de carne mientras sopesaba posibles

    respuestas, pero opt por decirle la verdad.

    Antes de que Adarlan diese inicio a su conquista, estos bosques

    rebosaban magia dijo en voz baja, aunque con decisin.

    El capitn esper a que continuase, pero ella consider que ya

    haba dicho bastante.

    Y? pregunt l.

    No s nada ms respondi ella mirndolo a los ojos.

    Decepcionados al no hallar motivo de burla, los soldados se

    concentraron en la comida.

    Celaena haba mentido, y Chaol se haba dado cuenta. Ella saba

    muchas cosas de aquel bosque; saba que antiguamente lo habitaban

    seres mgicos: gnomos, duendes, ninfas, trasgos y ms seres de los que

    nadie poda contar o recordar. Sus primos, ms grandes y semejantes a

    los humanos, los gobernaban a todos: el inmortal pueblo de las hadas,

    verdaderos nativos del continente y los seres ms antiguos de Erilea.

    Ante la creciente corrupcin de Adarlan y la campaa del rey para

    perseguirlos y ejecutarlos, los duendes y las hadas haban buscado

    refugio en los parajes ms apartados y agrestes del mundo. El rey de

    Adarlan lo haba prohibido todo la magia, las hadas, los duendes y

    haba borrado cualquier vestigio, hasta el punto de que incluso aquellos

    que llevaban la magia en la sangre haban dejado de creer en su

    existencia, Celaena entre ellos. El rey haba declarado que la magia era

    una afrenta a la diosa y a sus dioses: ejercerla se consideraba un

  • sacrilegio. Sin embargo, aunque el rey se atribua su desaparicin, todo

    el mundo saba la verdad: un mes despus de la prohibicin, la magia

    se haba esfumado por voluntad propia. Quiz los seres mgicos haban

    comprendido los horrores que se avecinaban.

    Celaena an poda oler las hogueras que haban ardido con furia

    durante su octavo y su noveno ao de vida: el humo de libros cuyas

    pginas albergaban sabidura antigua e irreemplazable, los gritos de

    adivinos y curanderos consumidos por las llamas, los templos

    destrozados, profanados y borrados de la historia. Muchos usuarios de

    la magia que se haban librado de la hoguera acabaron presos en

    Endovier y casi ninguno sobrevivi mucho. Haca ya tiempo que

    Celaena no lamentaba los poderes que haba perdido, aunque su

    recuerdo an la atormentaba en sueos. A pesar de la matanza, quiz

    fuese preferible que la magia hubiese desaparecido. Ejercerla pona en

    peligro la cordura; tal vez sus poderes, a esas alturas, ya hubiesen

    acabado con ella.

    El humo le irrit los ojos mientras daba otro bocado. Jams

    olvidara las historias que se contaban sobre el bosque de Oakwald,

    leyendas de caadas y charcas oscuras y terribles, y lagos de aguas en

    calma y cuevas llenas de luz y de cnticos celestiales. Pero mejor

    considerarlas cuentos de viejas y nada ms. Hablar de ellas era tentar a

    la suerte.

    Admir la luz del sol que se filtraba entre las ramas, el balanceo

    de los rboles que se entrelazaban entre s con sus largos brazos,

    agitados por el viento. Reprimi un escalofro.

    Afortunadamente, la comida no dur mucho. El capitn le volvi a

    encadenar las muecas, los caballos bebieron agua y fueron cargados

    de nuevo. Celaena tena las piernas tan rgidas que Chaol tuvo que

    ayudarla a montar. Estaba agotada, y no poda soportar ms el tufo a

    sudor y excrementos de caballo que inundaba la cola de la comitiva.

    Se pasaron el resto del da viajando. La asesina cabalgaba en

    silencio, viendo desfilar el bosque. Hasta que no hubieron dejado muy

    atrs aquella resplandeciente caada no desapareci el peso que le

    oprima el pecho. Para cuando pararon a hacer noche le dola todo el

    cuerpo. Durante la cena no se molest en hablar, y tampoco le import

    que cuando montaron su pequea tienda, unos guardias se apostaran

    junto a la entrada y la obligasen a dormir encadenada a uno de ellos.

    Ningn sueo turb su descanso, pero cuando despert no poda creer

    lo que vean sus ojos.

    Los pies de su catre estaban sembrados de florecillas blancas, e

    infinidad de pequeas huellas, como de nio, entraban y salan de la

  • tienda. Antes de que nadie reparase en el prodigio, Celaena borr las

    huellas con el pie y escondi las flores en una alforja cercana.

    Aunque nadie volvi a mencionar a los duendes, cuando

    prosiguieron el viaje, Celaena se dedic a escudriar los semblantes de

    los soldados, tratando de adivinar si haban visto algo extrao. Se pas

    buena parte del da siguiente con las manos sudorosas y el corazn

    desbocado, sin quitar ojo a los bosques de los alrededores.

  • Captulo 6

    asaron las dos semanas siguientes viajando a travs del

    continente. Las noches se fueron haciendo ms fras; los das,

    ms cortos. Una lluvia helada los acompa durante cuatro

    das, a lo largo de los cuales Celaena pas tanto fro que

    empez a considerar seriamente la idea de arrojarse por un barranco y,

    con suerte, arrastrar a Chaol consigo.

    Todo estaba empapado y medio congelado. Aunque Celaena poda

    soportar el pelo mojado, el calzado hmedo le pareca un martirio.

    Apenas notaba los dedos de los pies. Todas las noches se los envolva

    en la primera tela seca que encontraba. Tena la sensacin de que

    estaba empezando a pudrirse, y con cada rfaga de viento glido se

    preguntaba en qu momento se le caera la piel. No obstante, como

    suele pasar en otoo, la lluvia ces de repente y un cielo despejado y

    brillante volvi a extenderse sobre ellos.

    Celaena dormitaba a lomos de su yegua cuando el prncipe

    heredero abandon la formacin y, con su negro pelo rebotando al ritmo

    del caballo, trot hacia ellos. La capa roja de Dorian se elevaba y caa

    como una ola carmes. Sobre la camisa blanca y lisa luca un refinado

    jubn azul cobalto ribeteado de oro. Celaena estuvo a punto de soltar

    un bufido, pero deba reconocer que estaba muy guapo con sus botas

    marrones altas hasta la rodilla. Y el cinturn de cuero le sentaba de

    muy bien, aunque el cuchillo de caza era algo recargado, con tantas

    joyas. Dorian se detuvo junto a Chaol.

    Venid orden al capitn, y seal con un gesto la escarpada

    colina cubierta de hierba que la compaa comenzaba a remontar.

    Adnde? pregunt Chaol, e hizo tintinear la cadena para que

    el prncipe reparara en ella. Adondequiera que fuese el capitn de la

    guardia, tendra que llevar a Celaena consigo.

    A contemplar la vista aclar Dorian. Traed a esa con vos.

    Celaena se enfureci. A esa!. Ni que fuera una pieza de

    equipaje!

    Chaol se separ de la formacin y dio un buen tirn a la cadena.

    La muchacha agarr las riendas y partieron al galope, con el penetrante

  • olor de las crines metido en las fosas nasales. Subieron rpidamente la

    empinada colina. El caballo avanzaba a trompicones, y Celaena intent

    no alterarse cuando resbal de lado en la silla. Si se caa, se morira de

    vergenza. Pero entonces el sol del atardecer surgi entre los rboles, a

    sus espaldas, y Celaena se qued sin aliento cuando una torre apareci

    ante ella, luego tres, y luego otras seis ms, como agujas que hendieran

    el cielo.

    En lo alto de la colina, Celaena se qued mirando la obra

    suprema de Adarlan: el castillo de cristal de Rifthold.

    Era gigantesco, una ciudad vertical de torres, puentes, cmaras y

    torreones resplandecientes y cristalinos, salones de baile abovedados y

    pasillos largos e interminables. Lo haban erigido sobre el castillo de

    piedra original y su construccin haba requerido la riqueza de todo un

    reino.

    Record la primera vez que lo vio, haca ocho aos, fro e inmvil,

    congelado como la tierra que pisaba el rechoncho poni de su infancia.

    Ya entonces el castillo le haba parecido una obra de mal gusto, un

    desperdicio de recursos y talento, con aquellas torres como garras que

    quisieran araar el cielo. Record la capa azul claro que tanto le

    gustaba, el peso de sus rizos, el roce de sus medias contra la silla, la

    mancha de barro en sus zapatos de terciopelo rojo que tanto la

    preocupaba, y aquel hombre en el que no paraba de pensar, el

    hombre al que haba matado tres das antes.

    Una torre ms y el castillo entero se vendr abajo coment el

    prncipe heredero, que se haba detenido al otro lado de Chaol. El ruido

    de la comitiva que los segua lleg hasta ellos. An nos quedan unas

    cuantas leguas por delante y preferira recorrer estas montaas a la luz

    del da. Esta noche acamparemos aqu.

    Me pregunto qu opinar de ella vuestro padre dijo Chaol.

    Oh, le parecer bien hasta que abra la boca. Luego

    comenzarn los rugidos y los bramidos y me arrepentir de haber

    malgastado estos dos meses intentando encontrarla. Pero bueno, creo

    que mi padre tiene asuntos ms importantes de los que preocuparse.

    Dicho eso, el prncipe se alej.

    Celaena no poda apartar los ojos del castillo. Se senta muy

    pequea, incluso desde tan lejos. Haba olvidado hasta qu punto la

    inmensa construccin empequeeca cuanto se encontraba a su

    alrededor.

    Los soldados se desplegaron, encendieron hogueras y levantaron

    tiendas.

  • A juzgar por tu expresin, cualquiera dira que te espera la

    horca y no la libertad se extra el capitn.

    Celaena se enrollaba y desenrollaba del dedo una correa de la

    rienda de cuero.

    Es raro volver a ver esto.

    La ciudad?

    La ciudad, el castillo, los arrabales, el ro la sombra del

    castillo se cerna sobre la ciudad como una bestia descomunal. An

    no s lo que pas.

    Te refieres a cuando te capturaron?

    La chica asinti con la cabeza.

    Aunque afirmis que os mueve el ideal de crear un mundo

    perfecto bajo el dominio de un imperio, vuestros gobernantes y polticos

    se destrozan sin ningn miramiento. De modo que, en cierto sentido,

    tambin son asesinos.

    Crees que uno de los tuyos te traicion?

    Todo el mundo saba que yo reciba los mejores encargos y que

    poda exigir cualquier suma a cambio escudri las serpenteantes

    calles de la ciudad y los meandros del ro, que brillaban con luz

    trmula. Sin m, habra una vacante de la que podran aprovecharse.

    Tal vez fuera uno, tal vez, muchos.

    No puedes esperar encontrar honor entre semejante compaa.

    No he dicho que lo hiciese. No me fiaba de casi nadie y saba

    que muchos me odiaban.

    Celaena tena sus sospechas, claro. Y aunque sospechaba de

    alguien en particular, an no estaba preparada para enfrentarse a la

    verdad. Quiz no lo estuviera nunca.

    Tu paso por Endovier debe de haber sido horrible musit

    Chaol.

    Sus palabras no escondan burla ni mezquindad. Poda

    considerarlo compasin?

    S contest ella despacio. As fue l la mir como

    pidindole que continuara. Bueno, qu le importaba a ella

    contrselo?. Cuando llegu, me cortaron el pelo, me entregaron

    harapos por toda vestimenta y me plantaron un pico en las manos,

    como si supiese qu deba hacer con l. Me encadenaron a los dems y

    soport los latigazos igual que todos. Pero los capataces haban recibido

  • rdenes de tratarme con un cuidado especial, as que se tomaban la

    libertad de frotarme las heridas con sal (la misma sal que yo extraa de

    las minas) y me azotaban tan a menudo que algunos de los cortes

    nunca se cerraban. Si las heridas no se me infectaron, fue gracias a la

    amabilidad de unos cuantos prisioneros de Eyllwe. Todas las noches,

    alguno de ellos se quedaba despierto hasta altas horas de la madrugada

    para limpiarme la espalda.

    Chaol no contest. Se limit a mirarla un instante antes de

    desmontar. Haba sido una estpida por contarle algo tan personal?

    Aquel da, Chaol no volvi a hablarle, salvo para darle rdenes.

    Celaena se despert sobresaltada. Se llev una mano al cuello y not un sudor fro que le caa por la espalda y se le acumulaba en el

    hueco entre la boca y la barbilla. Ya haba tenido aquella pesadilla otras

    veces. En el sueo, yaca en una de las fosas comunes de Endovier.

    Cuando intentaba quitarse de encima una maraa de extremidades en

    estado de descomposicin, caa sobre un montn de cadveres de unas

    veinte capas. Nadie se haba dado cuenta de que estaba gritando

    cuando la enterraban viva.

    Presa de las nuseas, Celaena se abraz las rodillas. Respir

    tom aire y lo solt, una y otra vez y por fin lade la cabeza apoyando

    el pmulo contra sus puntiagudas rtulas. El castillo iluminado

    despuntaba sobre la ciudad dormida como un monte hecho de hielo y

    vapor. Tena un tinte verdoso y pareca latir.

    Al da siguiente a esas horas, estara encerrada entre aquellas

    paredes, pero de momento todo era paz y tranquilidad, como la calma

    que precede a la tormenta.

    Se imagin que el mundo entero dorma, encantado por la luz

    verde mar del castillo. El tiempo iba y vena, las montaas se alzaban y

    caan, las enredaderas reptaban por la ciudad adormilada y la

    ocultaban bajo capas de espinas y hojas. Celaena era la nica que

    estaba despierta.

    Se envolvi con la capa. Tena intencin de ganar. Vencera,

    servira al rey y luego desaparecera en la nada, y no volvera a pensar

    en castillos, reyes o asesinos. Celaena no deseaba volver a reinar en

    aquella ciudad. La magia haba muerto, el pueblo de las hadas haba

    sido desterrado o ejecutado, y ya nunca volvera a tener nada que ver

    con el auge y la cada de ningn reino.

  • No estaba predestinada a hacer nada. Ya no.

    Con una mano apoyada en la espada, Dorian Havilliard contempl a la asesina desde el otro extremo del campamento. Despeda

    un aire triste, all sentada tan quieta, con las piernas contra el pecho y

    la luz de la luna bandole el pelo en plata. Con el fulgor del castillo

    reflejado en los ojos, su expresin no conservaba el menor vestigio de

    descaro o arrogancia.

    Le pareca hermosa, aunque algo rara y resentida. Su belleza

    guardaba relacin con el modo en el que se le iluminaban los ojos

    cuando descubra algo bello en el paisaje. Dorian no lograba entenderlo.

    Imperturbable, Celaena miraba el castillo, una silueta recortada

    contra el fulgor de la hoguera que arda junto al ro Avery. Las nubes se

    agrupaban en lo alto y Celaena levant la cabeza. Por un claro en

    aquella masa nubosa asom un cmulo de estrellas. Dorian pens, sin

    poder evitarlo, que la estaban contemplando a ella.

    No, deba recordar que solo era una asesina que tena la suerte de

    tener una cara bonita y una mente rpida. Se lavaba las manos con

    sangre y era tan capaz de rebanarte el pescuezo como de ofrecerte una

    palabra amable. Y era su campeona. Estaba all para luchar por l y

    para conseguir la libertad. Nada ms. Se tumb sin apartar la mano del

    pomo de la espada y se durmi.

    Pese a todo, la imagen lo persigui en sueos durante toda la

    noche: una muchacha hermosa que miraba el firmamento y un grupo

    de estrellas que le devolva la mirada.

  • Captulo 7

    os heraldos anunciaron la llegada de la comitiva cuando la

    compaa atraves las imponentes murallas de alabastro de

    Rifthold. Banderas rojas con guivernos de oro bordados

    ondeaban al viento sobre la capital. No circulaban vehculos

    por las adoquinadas calles y Celaena, desencadenada, vestida,

    maquillada y compartiendo montura con Chaol, frunci el ceo cuando

    el hedor de la ciudad penetr en su nariz.

    Por debajo del olor a especias y caballos se perciba un tufo a

    basura, sangre y leche agria. En el fondo flotaba tambin un efluvio de

    las aguas saladas del Avery, tan diferente de la sal de Endovier. Por el

    curso del ro llegaban buques de guerra procedentes de todos los

    ocanos de Erilea, barcos mercantes abarrotados de mercancas y

    esclavos, y barcos de pesca con pescado viscoso y putrefacto que la

    gente se las arreglaba para comerse. Desde barbudos vendedores

    ambulantes hasta criadas cargadas de sombrereras, todos se paraban

    al paso de los portaestandartes, que avanzaban orgullosos al trote

    mientras Dorian Havilliard saludaba con la mano a su pueblo.

    Ellos seguan al prncipe heredero, que, al igual que Chaol, iba

    envuelto en una capa roja que se haba prendido a la parte izquierda del

    pecho con un broche con el sello real. Dorian llevaba una corona

    dorada sobre el pelo bien peinado, y Celaena tuvo que reconocer que

    pareca un autntico soberano.

    Un grupo de muchachas acudi a recibirlo y lo salud con la

    mano. Dorian les gui un ojo y sonri. Celaena no pudo evitar fijarse

    en las miradas irritadas de aquellas mismas mujeres cuando la

    descubran en el squito del prncipe. Saba que all sentada sobre un

    purasangre pareca una dama de alta alcurnia que fuera escoltada al

    castillo. Celaena les sonri, se ech la trenza hacia atrs y pestae en

    direccin a la espalda del prncipe.

    Not un pinchazo en el brazo.

    Qu pasa? le susurr al capitn de la guardia, que la haba

    pellizcado.

    Ests haciendo el ridculo respondi l entre dientes, sin dejar

  • de sonrer a la multitud.

    Celaena imit el gesto del capitn.

    Ellas s que son ridculas.

    Cllate y comprtate con normalidad repuso l.

    La asesina notaba el aliento del capitn en el cuello.

    Debera saltar del caballo y echar a correr amenaz Celaena

    mientras saludaba con la mano a un joven, que se qued boquiabierto

    al ver que una dama de la corte reparaba en l. Desaparecera en un

    instante.

    S contest Chaol. Desapareceras con tres flechas clavadas

    en la espalda.

    Qu conversacin tan agradable.

    Entraron en el distrito comercial, donde la gente se amontonaba

    entre los rboles que flanqueaban las anchas avenidas de piedra

    blanca. Las fachadas de cristal apenas se vean por detrs del gento,

    pero a Celaena le entr un hambre voraz al pasar por delante de una

    tienda tras otra. En todos los escaparates haba vestidos y sayas

    expuestos, que se alzaban orgullosos por detrs de filas de relucientes

    joyas y sombreros de ala ancha amontonados cual ramos de flores. Por

    encima de todo se levantaba el castillo de cristal, tan alto que tuvo que

    echar la cabeza hacia atrs para ver las torres ms elevadas. Por qu

    haban elegido un camino tan largo y poco prctico? De verdad les

    gustaba desfilar?

    Celaena trag saliva. De repente, se acabaron los edificios y unas

    velas desplegadas como alas de mariposa los saludaron cuando

    torcieron por la avenida que discurra en paralelo al ro Avery. A lo largo

    del muelle haba barcos atracados, un desorden de maromas y redes y

    marineros que se gritaban los unos a los otros, demasiado atareados

    para reparar en el desfile real. Al or el restallido de un ltigo, la

    muchacha se volvi a mirar rpidamente.

    Unos esclavos bajaban tambalendose por la plancha de un barco

    mercante. Representaban una mezcla de pases conquistados y todos

    tenan esa cara huesuda y fiera que ella haba visto tantas veces antes.

    Casi todos eran prisioneros de guerra, rebeldes que haban sobrevivido

    a las carniceras y a las filas interminables de soldados que componan

    los ejrcitos de Adarlan. Probablemente algunos haban sido capturados

    o estaban acusados de practicar la magia, pero otros eran personas

    normales que se encontraban en el lugar equivocado en el momento

    ms inoportuno. Celaena repar entonces en que haba innumerables

  • esclavos encadenados trabajando en los muelles, levantando cargas y

    sudando, sosteniendo sombrillas y sirviendo agua, con la mirada fija en

    el suelo o en el cielo, nunca al frente.

    Quiso saltar del caballo y correr hasta ellos, o simplemente gritar

    que no formaba parte de la corte del prncipe, que ella no era

    responsable de que los hubiesen llevado all, encadenados, famlicos y

    destrozados, que ella tambin haba trabajado y sufrido con ellos, con

    sus familiares y amigos. En definitiva, que ella no era como aquellos

    monstruos que arrasaban con todo. Que ella hizo algo, casi dos aos

    atrs, cuando liber a cerca de doscientos esclavos del Seor de los

    Piratas. Ni siquiera aquello era suficiente.

    De pronto se sinti ajena a la ciudad. La gente segua saludando y

    haciendo reverencias, ovacionndolos y lanzando flores y otras tonteras

    ante sus caballos. A ella le costaba respirar.

    Antes de lo que le habra gustado, frente a ella apareci el portn

    de hierro y cristal del castillo, se abrieron las puertas enrejadas y

    apareci una docena de guardias que flanqueaban el camino de

    adoquines que recorra el arco de entrada. Tenan las lanzas en alto,

    escudos rectangulares y ojos oscuros por debajo de unos cascos de

    bronce. Todos llevaban capas rojas. Sus armaduras, aunque

    deslustradas, estaban muy bien fabricadas a partir de cobre y cuero.

    Al otro lado del arco ascenda un camino junto al que se

    alineaban rboles dorados y plateados. De entre los setos que

    bordeaban el sendero asomaban unas farolas de cristal. Los ruidos de

    la ciudad se desvanecieron cuando pasaron por debajo de otro arco,

    aquel hecho de cristal resplandeciente, y de pronto el castillo se irgui

    imponente ante ellos.

    Chaol suspir al desmontar en el patio abierto. Unas manos

    bajaron a Celaena de la silla y la depositaron sobre sus temblorosas

    piernas. El cristal reluca por todas partes, y una mano la agarr con

    fuerza del hombro. Unos mozos de cuadra se llevaron su caballo

    rpidamente, en silencio.

    Chaol la oblig a acercarse de un tirn y la cogi con fuerza por la

    capa cuando se acerc el prncipe heredero.

    Seiscientas habitaciones, dependencias para el servicio y para

    el ejrcito, tres jardines, una reserva natural y establos a cada lado

    dijo Dorian contemplando su hogar. Quin podra necesitar tanto

    espacio?

    Celaena logr esbozar una sonrisa, algo perpleja ante su

    repentino encanto.

  • No s cmo podis dormir por la noche cuando solo una pared

    de cristal os separa de la muerte.

    La muchacha mir hacia arriba, pero enseguida baj la mirada

    hacia el suelo. No le daban miedo las alturas, pero pensar que estara

    tan arriba protegida tan solo por un muro de cristal le provocaba

    vrtigo.

    Entonces, eres como yo replic Dorian, y se ech a rer. Da

    gracias a los dioses de que te haya dado unos aposentos en el castillo

    de piedra. No me gustara que estuvieses incmoda.

    Celaena pens que fruncirle el ceo no era la decisin ms

    sensata, as que mir hacia las enormes puertas del castillo. Estaban

    hechas de cristal rojo translcido y se abran ante ella como la boca de

    un gigante. Pudo ver que el interior estaba hecho de piedra, y fantase

    con la idea de que haban dejado caer el castillo de cristal sobre el

    edificio original. Qu idea tan ridcula: un castillo hecho de cristal.

    Bueno dijo Dorian. Has engordado un poco y ahora tu piel

    tiene algo de color. Bienvenida a mi hogar, Celaena Sardothien.

    Salud con la cabeza a unos cuantos nobles que pasaban, que

    hincaron la rodilla en el suelo e hicieron una reverencia.

    La competicin comienza maana. El capitn Westfall te

    ensear tus aposentos.

    Celaena ech los hombros hacia atrs y busc a sus

    competidores, pero no los vio por ninguna parte.

    El prncipe volvi a asentir con la cabeza al ver a otro grupo de

    cortesanas que susurraban entre s, y no mir ni a la asesina ni al

    capitn de la guardia cuando volvi a hablar.

    Tengo que reunirme con mi padre dijo paseando la mirada

    por el cuerpo de una dama especialmente hermosa. Le gui un ojo y

    ella se tap la cara con un abanico de encaje y sigui andando. Dorian

    le hizo un gesto con la cabeza a Chaol. Os ver esta noche.

    Sin decirle una palabra a Celaena, subi a grandes zancadas los

    escalones que llevaban al palacio con su capa roja ondeando al viento.

    El prncipe heredero cumpli su palabra. Sus dependencias estaban en un ala del castillo de piedra y eran mucho ms grandes de

    lo que jams hubiera imaginado. Estaban compuestos de un dormitorio

    con un cuarto de bao y un vestidor anexos, un pequeo comedor y un

  • saln de msica y de juegos. Cada sala contaba con muebles en tonos

    rojos y dorados, y su dormitorio tambin estaba decorado con un

    enorme tapiz que cubra toda una pared, adems de sofs y sillas con

    grandes cojines dispuestos con mucho gusto. Su balcn daba a una

    fuente de uno de los jardines, y fuera cual fuese, era precioso. Le daba

    igual que hubiera guardias apostados debajo. Cuando Chaol la dej

    sola, Celaena no esper a or cmo se cerraba la puerta para encerrarse

    en el dormitorio. Entre murmullos de admiracin mientras Chaol le

    enseaba rpidamente sus aposentos, haba contado las ventanas

    doce, las salidas una y los guardias apostados al otro lado de la

    puerta, de las ventanas y del balcn nueve. Todos iban armados

    con una espada, un cuchillo y una ballesta, y aunque haban

    mantenido la posicin de firmes mientras el capitn pasaba por delante,

    ella saba que una ballesta no era precisamente un arma ligera como

    para sostenerla durante horas y horas.

    Celaena se acerc a hurtadillas hasta la ventana del dormitorio,

    se peg a la pared de mrmol y mir hacia abajo. Obviamente, los

    guardias se haban colgado las ballestas a la espalda. Tardaran unos

    segundos muy valiosos en coger las armas y cargarlas, unos

    segundos que ella podra aprovechar para robarles las espadas,

    cortarles el cuello y desaparecer en los jardines. Sonri y se plant ante

    la ventana para examinar el jardn. El extremo ms alejado

    desembocaba en un coto de caza. Conoca el castillo lo suficiente como

    para saber que estaba en la parte sur, y que si atravesaba el coto de

    caza, llegara a una muralla de piedra, al otro lado de la cual discurra

    el ro Avery.

    Celaena abri y cerr las puertas del armario, del aparador y del

    tocador. Como era de esperar, all no haba arma alguna, ni siquiera un

    atizador, pero cogi unos cuantos alfileres para el pelo tallados en

    hueso que haban quedado olvidados en el fondo de un cajn del

    aparador y un trozo de cordel que encontr en un costurero de su

    enorme vestidor. No haba ninguna aguja. Se arrodill en el alfombrado

    suelo del vestidor completamente desprovisto de ropa y, sin perder

    de vista la puerta que haba a sus espaldas, rompi las cabezas de los

    alfileres y los at todos juntos con el cordel. Cuando hubo terminado,

    levant el objeto y frunci el ceo.

    No era