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1  · más expuestos a todo tipo de enfriamientos por culpa de las posadas y de las fiestas de navidad y año nuevo. Sin embargo, antes signo de sabiduría, hoy nadie quiere llegar

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DIRECTORIO Marzo 2018

Año 6, número 65

Director José Luis Barrera Mora

Editor

Luciano Pérez

Coordinador Gráfico Juvenal García Flores

Asistente de editor

Norma Leticia Vázquez González

Web Master Gabriel Rojas Ruiz

Consejo Editorial Agustín Cadena

Alejandro Pérez Cruz Alejandra Silva

Fabián Guerrero Fernando Medina Hernández

Ave Lamia es un esfuerzo editorial de:

Director

Juvenal Delgado Ramírez

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Reserva de Derechos: 04 – 2013 – 030514223300 - 023

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Ave Lamia

@ave_lamia

ÍNDICE

EDITORIAL 3

IMAGEN DEL MES “DESNUDO” Fotografía: Patricia Molina

Modelo: Melina Balbuena 5

MÁXIMO GORKI (1868 ─ 1936) José Luis Barrera 6

LA ÚLTIMA VICTORIA DEL

ZORRO DEL DESIERTO

Luciano Pérez 12

LA MUJER Y EL MATRIMONIO,

EN UN CUENTO DE JUAN JOSÉ

ARREOLA

Adán Echeverría 17

ADVENIMIENTO XI (Final)

Enrique Soria 24

EL JOROBADO DE NUESTRA

SEÑORA DE LORETO

Luciano Pérez 31

SIRENA CÉLTICA

José Luis Barrera 36

SOBRE LOS AUTORES 37

3 www.avelamia.com

Llegar a marzo significa

haber sobrevivido al des-

viejadero de enero y de

febrero, que incluso ya

hasta a los jóvenes les

llega. Mexicópolis ha su-

frido uno de los inviernos

más fríos, y las gripes y

resfriados han atacado a

casi todos sus habitantes,

en este infame maratón

Lupe-Reyes que cada vez

es más caótico y sin sen-

tido. Y por supuesto, son

los llamados viejos quie-

nes más sufren, por estar

más expuestos a todo tipo de enfriamientos por culpa de las posadas y de las fiestas de navidad

y año nuevo.

Sin embargo, antes signo de sabiduría, hoy nadie quiere llegar a la vejez, ni a nada que se

le parezca. Hay viejos que insisten en enamorarse y se casan para procrear nietos en vez de

hijos. Las señoras también se enamoran, pero para su dolor ya no pueden llegar a ser abuelas

de su propia progenie. Facebook propicia las relaciones de todo tipo, pero los viejos nada

quieren saber de las señoras, ni éstas de aquéllos, pues unos y otras están obsesionados por,

como decía López Velarde, “la gloria triste de la carne joven”. Sin embargo, muchos de esos

mayores no llegan a marzo, o al menos no en tan buenas condiciones.

En un mundo como el actual que sólo favorece a la juventud, de preferencia rica y bien

parecida, es difícil que la primavera se apiade de la gente mayor. Y ésta, en vez de aprovechar el

tiempo y lograr sabiduría, lo pierden todo viendo la televisión, acudiendo al celular (muchos viejos

se han hecho fieles devotos de éste), cualquier cosa menos leer. Recuerdo que de niño me

gustaba mucho la lectura, y mis primos y tíos me decían que “parecía viejito”. Quizá, pero he co-

4 www.avelamia.com

conocido a pocos viejos a los que les

guste leer. Tal vez los de décadas muy

atrás, que al menos leían el periódico.

Ya no, al menos no en mi edificio, pues

soy el único que lo hace, y es más,

ningún vecino de ninguna edad lo hace.

Pero luego me andan persiguiendo las

madres de familia, desesperadas porque

a sus hijos les pidieron en la escuela un

periódico para aprender a analizar

información. No me queda más remedio

que prestárselos o de plano regalárselos

(pues me lo regresan con rastros de

manteca y de azúcar); a veces hay que

quedar bien, pese a lo generalmente

amargo de las noticias que suelen hoy

aparecer en los diarios.

Ave Lamia, no obstante, recibe a

la primavera, y se congratula de

disfrutarla junto con las estaciones que

siguen, lo cual no significa que se llegue

al año que viene; pero todo es cosa de

que la suerte, la “Tije” de los griegos,

siga favoreciéndonos un año más, hasta

que la cuerda se estire demasiado y ni a

diciembre lleguemos.

Loki Petersen

5 www.avelamia.com

Desnudo

Fotografía: Patricia Molina

Modelo: Melina Balbuena

6 www.avelamia.com

odo llega a su tiem-

po, y Máximo Gorki

llegó a mis manos

justo en la época en la que

la rebeldía me hacía soñar

con el socialismo. Yo cur-

saba mi primer semestre en

el CCH Oriente, célebre por

sus protestas y sus huelgas,

en una época en la que ser

estudiante aún era sinónimo

de conciencia política y de

rebelión contra el status

quo. Ahí comenzó a brotar

de la crisálida insertada por

mi padre, en mi alma abur-

guesada, del espíritu rebel-

de e izquierdista. Ahí conocí

a los “chavos banda” de Ne-

za y las injusticias sociales

comenzaron a tomar sentido

en mi espectro de vida. En-

tonces llegaron los maestros

con formación evidentemen-

te humanista y las lecturas

de materialismo histórico

que comenzaban a entrete-

jerse con la herencia cultural

de mi padre (lector del

Excelsior hasta la expulsión

de su director Julio Scherer

García). Y entonces llegó u-

na de las lecturas obligadas

en la materia de Literatura:

La madre de Maximo Gorki.

Debo decir que este

libro ya había estado en mis

manos cuando, cansado de

mis fracasos estudiantiles

de secundaria, se me ocu-

rrió salirme de clases para

encerrarme en la biblioteca

de la misma escuela (literal-

mente me “fui de pinta” de

una forma que fue de-

finiendo mi forma de ser).

Disfrutando en primera ins-

tancia del silencio de esta

biblioteca, acto seguido me

hice a la labor de encontrar

un libro para pasar el resto

del turno (poco más de una

hora, hasta que sonara la

chicharra que anunciaba el

horario de salida). Ahí me

en contré con un libro cuyo

título me pareció atractivo:

La madre, de una autor que

entonces no conocía y que

por su apellido extranjero no

se quedó en mi mente. Co-

mencé a conocer la historia

de Pelagiya Nílovna Vlá-

sova, una madre como mu-

chas: abnegada y maltrata-

da por el marido, que al ini-

cio de la novela pierde a es-

te mismo. Recuerdo que en

aquella ocasión no entraba

aún a la parte medular de la

trama cuando tuve que dejar

el libro en el estante para

dirigirme a mi casa.

T

Máximo Gorki (1868 ─ 1936)

José Luis Barrera

7 www.avelamia.com

Pese a lo grato que

resultó mi incursión en la bi-

blioteca de la escuela, no

volví a entrar en ella y me

dediqué a terminar la secun-

daria a “duras y maduras” y

ya no volví a abrir el libro, ya

que no lo encontré en las

colecciones que tenía mi pa-

dre en su gran librero.

Ya cuando leí La ma-

dre, estudiando con más

ventura (social y académica)

me reencontré con Pelagia,

a la que había abandonado

en la biblioteca de la se-

cundaria dos años atrás. Y

ahora si quedé atrapado por

la historia que me iba me-

tiendo en la constante indig-

nación por las injusticias de

la que son objeto los pro-

tagonistas. El hijo de Pela-

gia es quien comienza a te-

ner la conciencia política, y

ella, que al principio veía

con rechazo las reuniones

de su hijo con sus compa-

ñeros revolucionarios, para

después comenzar a iden-

tificarse con los afanes de

los jóvenes, hasta pasar de

ser una espectadora y sim-

patizante del movimiento a

una auténtica activista a

causa de la detención y pos-

terior sentencia que manda

a Pável, su hijo, a Siberia.

Sería difícil no identificarse

con los avatares de Pelagia

y terminar, literalmente, de-

vorándose el libro. Cada que

surge la indignación surge el

deseo de seguir leyendo es-

ta novela icónica revolucio-

naria, que fue llevada al cine

en varias ocasiones desta-

cando dos: una primera de

1926, que es una magnífica

versión de Vsevolod Pudo-

vkin, con una magistral ac-

tuación de Vera Baranov-

skaya, quedando como una

obra cumbre de la cinemato-

grafía; la segunda de Gleb

Panfilov en 1989, con la es-

posa del director, Inna Chu-

rikova, como Pelagia. Ade-

más, esta historia también

inspiró a Bertolt Brecht para

8 www.avelamia.com

hacer una obra de teatro en

1930.

Pero hablando de

Máximo Gorki, a quien es o-

bligado celebrar a 150 años

de su nacimiento, es en rea-

lidad un escritor pre-revo-

lucionario cuya obra revela

la necesidad de cambio que

influye fuertemente en las

mentes rebeldes que hicie-

ron posible la revolución de

octubre de 1917, y que por

tanto adopta al autor como

uno de sus representantes.

Para entender a Má-

ximo Gorki y su obra es ne-

cesario leer su trilogía bio-

gráfica, que inicia, como en

la obra de La madre, con la

muerte de su padre. En ese

volumen, Días de infancia,

nos describe la vida en casa

de sus abuelos maternos,

en donde transcurre la vida

entre la amable sabiduría de

su abuela Akulina y el rigor,

con ciertos tintes de bru-

talidad de su abuelo Vasili.

También describe cuando

tiene que dejar la escuela, el

segundo matrimonio de Bár-

bara, su madre, y el impor-

tante declive de la fortuna

de su abuelo quien aparece

como un acomodado tintore-

ro en el comienzo del libro.

Este volumen termina con la

muerte de su madre y la

nueva vida que emprende el

joven Alexéi Maxímovich

Péshkov (nombre de pila de

Gorki), que ahora tiene que

ganarse el sustento por sí

mismo.

El segundo tomo, Por

el mundo, nos describe sus

andanzas de trabajador: co-

mo empleado de una zapa-

tería, criado de un primo su-

yo, y friega platos en el “Do-

bri”, un primer vapor en el

que se embarca para traba-

jar y que hacía la ruta del

río Volga, entre otros. Pero

es en este tomo donde ya

describe la lectura como su

gran pasión, devorando

cuanto libro le llega a sus

manos: Dumas, Sue, Víctor

Hugo, Scott, así como Bal-

zac. Pero también Pushkin,

Gógol, Turguéniev y Tiút-

chev. Entre los trabajos que

desempeña está el de ven-

dedor en una tienda de íco-

nos (Imagen religiosa pinta-

9 www.avelamia.com

da o hecha en relieve o con

mosaico, realizada según la

técnica del arte bizantino ca-

racterístico de las iglesias

cristianas orientales), asis-

tiendo con cierta frecuencia

al taller donde se fabrican, y

ahí oficia como lector para

entretener el trabajo de los

artistas. El retrato de este

ambiente, con sus artistas

de la Rusia profunda entre-

gados a una existencia sór-

dida y mísera, es quizás el

punto culminante de la tri-

logía. Pero también es en

este volumen en donde ma-

nifiesta un despertar social,

ya que a bordo del primer

vapor en que trabaja, tiene

el tiempo de hacer re-

flexiones en las que aflora u-

na crítica radical de lo inhu-

mano, de la injusticia y el

sufrimiento convertidos en

rutina.

Años después, aban-

dona el taller, regresa con

su primo como capataz en

algunas obras que éste rea-

liza en la ciudad, pero al fi-

nal del libro lo deja todo pa-

ra viajar a Kazán con la in-

tención de estudiar en su

universidad. En este punto

se autorretrata a los quince

años como un muchacho

que "no bebía vodka ni an-

daba con mujeres, pues es-

tos dos medios de embria-

garse el alma eran sustitui-

dos por los libros. Pero

cuanto más leía, más tra-

bajo me costaba llevar una

vida tan vacía e inútil como

la que a mi parecer llevaban

las gentes." Y en otra parte

de este volumen afirma: "De

continuo me parecía que iba

a encontrar a un ser hu-

mano sencillo y sabio que

me conduciría a un camino

ancho y luminoso."

Justo en el tercer vo-

lumen de la trilogía, Mis uni-

versidades, inicia con la e-

motiva despedida de la a-

buela a la que intuye que no

volverá a ver, y parte a Ka-

zán. Sin embargo el título

del libro se queda sólo en

declaración de intenciones

ya que los escasos recursos

con los que contaba Alexei,

lo hicieron alejarse de las

aulas para desempeñarse

de nueva cuenta en diversos

trabajos, entre ellos una lar-

ga temporada como pana-

dero de la que extraería ti-

pos y escenas para algunas

de sus mejores narraciones.

Entonces comienza en esta

época su aproximación a los

círculos revolucionarios, y

en ellos le choca especial-

mente la imagen idealizada

del pueblo que tenían los jó-

venes de origen burgués o

aristocrático con los que to-

ma contacto, y que contras-

ta con su propia experiencia.

Angustiado por su mísera e-

xistencia a la que no le en-

cuentra ningún sentido,

Alexéi intenta suicidarse en

diciembre de 1887, pero el

disparo que buscaba el co-

razón atraviesa sólo un pul-

món y en breve se recupera.

Después, la narración lo

describe en un grupo de ten-

dencia populista que trata

de llevar algo de cultura y

organización a una aldea

desde un pequeño comer-

cio. Allí padecen la hostil-

idad de los mujiks (campe-

sinos rusos), incapaces de

entender su labor, que ter-

minan quemando su casa y

forzándoles a dejar el lugar.

Con veintiún años, Alexéi a-

bandona Kazán.

Esta trilogía es consi-

derada lo más perfecto que

escribió Gorki, cuya descrip-

ción realista y colorida de la

Rusia de finales del siglo

XIX, permite al lector perci-

birla muy cercana y sobre

todo descubrir la situación

real del pueblo, que luego

sería parte medular de su o-

bra.

Alexei entonces co-

mienza la labor periodística

en Tiflis (Georgia) en donde

comienza a firmar como Má-

10 www.avelamia.com

ximo Gorki, tomando el

nombre del padre y su pe-

queño hermano fallecido an-

tes de que naciera el propio

Alexei, y Gorki que significa

amargo en ruso, con lo que

trata de reflejar la desespe-

ranzada visión que tenía de

la realidad, forjada en su lar-

go aprendizaje.

Como lo describe en

su autobiografía, la dura vi-

da que le toca llevar le hace

tomar conciencia política y

residiendo fundamentalmen-

te en San Petersburgo, apo-

yaba al ala bolchevique del

Partido Socialdemócrata.

Entonces se viene el recha-

zo de Nicolas II de darle el

nombramiento como acadé-

mico en 1902, lo que provo-

có la renuncia de Antón

Chéjov y Vladímir Korolen-

ko. Su participación en ta-

reas subversivas le valió va-

rios arrestos, y tras la revo-

lúción de 1905, en la que tu-

vo un papel activo, se vio o-

bligado a exiliarse, residien-

do principalmente en Capri.

Tras regresar de nuevo a

Rusia en 1913, colabora con

el partido de Lenin, pero

cuando rechaza la toma del

poder por éste en 1917, sus

críticas son silenciadas por

la censura. Recordemos que

son éstos los años en que

aparecen los tres tomos de

su autobiografía ya mencio-

nada, entre 1913 y 1923. En

1921 se establece de nuevo

en el sur de Italia, en este

caso en Sorrento, aunque

en 1928 vuelve a Rusia,

donde su 60 cumpleaños es

celebrado como un aconte-

cimiento nacional.

En su última etapa en

suelo ruso, Gorki se convier-

te en propagandista del es-

talinismo y en 1934 es el pri-

mer director de la Unión de

Escritores Soviéticos, desde

la que aboga por los princi-

pios del realismo socialista.

Su producción literaria en

esta época abarca algunas

novelas sobre la Rusia pre-

soviética, como Los Artamó-

nov (1925), que describe la

vida de tres generaciones

de una familia propietaria de

una fábrica en la Rusia rural,

geniales libros de recuerdos

sobre otros escritores, como

Tolstói, Chéjov o Andréiev, y

también fragmentos que en-

salzan algunos de los as-

pectos más brutales del es-

talinismo, como la construc-

ción del canal entre el mar

Blanco y el Báltico, en un li-

bro del que fue editor en

1933. Su distanciamiento

del régimen en 1936, año en

que fallece, cuando fue

puesto bajo arresto domici-

liario, ha motivado especula-

ciones sobre un hipotético a-

sesinato que nunca han po-

dido ser probadas. En 1932

Gorki vio cómo Nizhni Nóv-

gorod, la ciudad que le ha-

bía visto nacer, pasaba a lla-

marse con su nombre, deno-

minación que se mantuvo

hasta 1990, después de la

11 www.avelamia.com

disolución de la Unión So-

viética.

Muchos han dicho

que la obra de Gorki fue ma-

nipulada por el sistema so-

cialista de Rusia a manera

propagandística, lo cierto es

que el autor fue simpati-

zante del socialismo dadas

la injusticias de que fue tes-

tigo, y aunque hubo dife-

rencias con este mismo sis-

tema, su obra sin duda tiene

el sello social que se apega

mucho más al socialismo.

Esto hace que a algunos les

disguste la obra de Gorki,

pero a muchos más simple-

mente nos extasía. Lo cierto

es que por sí mismo, y sin

mirar desconfiadamente por

el rabillo político, es un autor

al que no se le puede pasar

desapercibido y menos

cuando se cumplen 150 a-

ños de su nacimiento.

Máximo Gorki se me apa-

reció de manera circuns-

tancial cuando cursaba el

segundo año de la Secun-

daria y se apoderó de mis fi-

lias cursando el primer se-

mestre del CCH, ayudando

a reforzar el incipiente na-

cimiento de mi rebeldía y

conciencia social.

12 www.avelamia.com

l mariscal alemán Er-

win Rommel, el afa-

mado Zorro del De-

sierto, fue un militar que ob-

tuvo una victoria tras de o-

tra, primero en Francia en

1940 y luego en África del

Norte, de 1941 a 1942, de

modo que los británicos a

los que se enfrentaba lo cre-

yeron invencible. Esa fama

lo hizo temible a la vez que

admirable para sus enemi-

gos, y lo convirtió en un ído-

lo para los alemanes. Hasta

la actualidad es considerado

uno de los grandes soldados

de la historia.

Sin embargo, quien

muchas victorias consigue y

acumula, llega a provocar la

envidia de los dioses, y hu-

bo un momento en que Ro-

mmel tuvo que sufrir una de-

rrota. Ello fue entre octubre

y noviembre de 1942 en El

Alamein, cuando Rommel

pretendía invadir Egipto y

llegar hasta Alejandría. Más

allá, incluso, pues el ilustre

alemán dijo que no pararía

hasta entrar en la India. Eso

ya era hybris, así que el ge-

E

La última victoria

del Zorro del

Desierto Luciano Pérez

13 www.avelamia.com

neral inglés, futuro mariscal

también, Montgomery, le hi-

zo frente en el lugar antes

citado, ubicado en la fron-

tera entre Libia y Egipto, y le

asestó al Afrika Korps de

Rommel un fuerte golpe.

Mucho tuvo que ver en esto

el que no les llegasen sufí-

cientes refuerzos y suminis-

tros, así como más tanques,

a los alemanes, pues mucho

del material, que pasaba a

Libia en barcos italianos a

través del Mediterráneo, era

hundido por los submarinos

ingleses de la base de la isla

de Malta.

Rommel tuvo que re-

tirarse penosamente de El

Alamein, sufriendo fuertes

bajas, y se inició ahí una ca-

rrera persecutoria por parte

de Montgomery, a través de

la Libia tan duramente con-

quistada por el mariscal ale-

mán. Enfermo éste, se vio o-

bligado a dejar por un tiem-

po el frente para tratarse en

Alemania por una ictericia

de la que se contagió en el

desierto, y volvió luego a

Noráfrica, para encontrarse

con que todo había empeo-

rado, no sólo porque los in-

gleses ya estaban arrinco-

nando al Afrika Korps hacia

Túnez, sino también por el

desembarco, en noviembre

de 1942, de tropas de los

Estados Unidos en Marrue-

cos y Argelia. Así que Ro-

mmel estaba siendo ame-

nazado desde dos lados.

Y al mismo tiempo

que en Stalingrado los rusos

cercaban al VI ejército ale-

mán, en África del Norte es-

taban los Aliados a punto de

lograr lo mismo contra el A-

frika Korps. Rommel seguía

con mala salud, pero decidió

realizar un ataque que detu-

viese el avance de los esta-

dounidenses. Los dioses le

concedieron al célebre ale-

mán la gloria de una última

victoria, así que mientras u-

na parte de su ejército tra-

taba de contener en el este

a los ingleses en la frontera

de Libia y Túnez (en la lla-

mada Línea Mareth), la otra

parte fue lanzada en el oes-

te contra los americanos, ya

dentro de Túnez, en un lu-

gar llamado Kasserine, cer-

ca de Argelia, en febrero de

1943, cuando ya se sabía

que Stalingrado había caído

en poder ruso.

El ejército estadouni-

dense era un nuevo enemi-

go para los alemanes, así

que Rommel quiso aprove-

char que se enfrentaría a

novatos, darles una amarga

lección a éstos y hacerlos

retroceder, con la esperanza

de que Adolfo Hitler acepta-

se evacuar al Afrika Korps

hacia Italia. El Führer no a-

ceptaría nada de eso, me-

nos ahora que estaba colé-

14 www.avelamia.com

rico por la rendición del ma-

riscal Paulus en Stalingrado.

Pero la situación de Rommel

era desesperada: atacado

desde dos frentes, no tenía

más opción que ganar tiem-

po al atacar al enemigo me-

nos preparado para luchar, y

que Hitler se convenciese

de la necesidad de la eva-

cuación y la autorizase.

El II Cuerpo de ejér-

cito de los Estados Unidos,

al mando del general Fre-

dendall, había llegado a la

ciudad de Tebessa, unos ki-

lómetros al oeste de Kasser-

ine, y ya estaba avanzando

hacia esta última. Sin expe-

riencia de combate, los sol-

dados americanos, bien ali-

mentados, bien afeitados,

vestían pulcramente, incluso

usaban corbata en su unifor-

me (después la desecha-

rían), y no sabían lo que les

esperaba por parte de los

endurecidos soldados de

Rommel, que solían estar

sucios, hambrientos, y sin

rasurar, y que soportaban

bien el clima norafricano

(muy caluroso de día y muy

frío de noche), que a los mi-

mados yanquis les parecía

deplorable. Fredendall, que

era muy arrogante, confiaba

en que sus americanos, por

el solo hecho de serlo, ven-

cerían al Zorro del Desierto.

Y el 14 de febrero éste ata-

có, y ocurrió entonces una

de las más oprobiosas de-

rrotas sufridas por el ejército

estadounidense, compara-

ble a El Álamo, Little Big

Horn, Pearl Harbor y las Ar-

denas...

Rommel utilizó dos

armas nuevas, una el lanza-

cohetes Nebelwerfer, y otra

el tanque pesado Tiger. Los

americanos, cuando se vie-

ron atacados por cohetes,

que desconocían, huyeron

despavoridos; una década

después los Estados Unidos

lanzarían cohetes al espa-

cio, pero en esos días de

febrero de 1943 en Kasse-

rine, sus soldados no supie-

ron qué hacer ante la lluvia

de cohetes alemanes y se

llenaron de pánico. Y los

nuevos Tiger fueron arro-

llando a los que huían, y nin-

gún cañón pudo detenerlos.

Estas nuevas armas todavía

no aparecían en el frente

ruso (hubieran sido muy ú-

tiles para equilibrar la situa-

ción en Stalingrado, pues el

Tiger demostró luego ser el

único tanque alemán com-

parable al T-34 ruso e inclu-

so mejor que éste), sino

hasta unos meses después

en la ofensiva de Kursk de

julio de 1943.

El general Eisen-

hower, comandante en jefe

del ejército estadounidense,

no daba crédito a lo que es-

taba ocurriendo en Kasse-

rine, y le exigió a Fredendall

hacer algo para detener a

los alemanes que avanza-

ban hacia Argelia. Los ame-

15 www.avelamia.com

ricanos contraatacaron, y los

alemanes se detuvieron el

23 de febrero, pero no tanto

por la resistencia estadouni-

dense, sino porque se aca-

bó la gasolina. El tanque Ti-

ger gastaba demasiado de

ésta, y no había llegado de

Italia la provisión necesaria

de ella. Cuando por fin llegó

la gasolina, no la suficiente,

Rommel reanudó el ataque

el 6 de marzo, y volvió a a-

rrollar a los americanos. An-

te la evidente incompetencia

de Fredendall, Eisenhower

lo destituyó y ya nunca se le

dio otro mando, y en su lu-

gar fue traído el general Pa-

tton (el mismo que persiguió

a Villa en Chihuahua en

1916), para enfrentar al Zo-

rro. Los alemanes no pudie-

ron avanzar más, por el

fuerte apoyo aéreo aliado, y

entonces Patton atacó el 16

de marzo; pero el mariscal

alemán ya no estaba en Ka-

sserine, sino que había vuel-

to a su país para intentar

convencer a Hitler de lo inú-

til que era seguir en África,

pues aunque el golpe en Ka-

sserine había sido exitoso,

no se contaba con tropas

sufícientes para enfrentar

próximos ataques america-

nos, y menos cuando los

ingleses atacaban desde el

otro lado. Hitler rechazó por

completo la idea de salir de

Túnez.

Sin su jefe, los ale-

manes se retiraron de Ka-

sserine, y en abril los ingle-

ses saltaron sobre la Línea

Mareth. El Afrika Korps ya

no funcionó igual con su

nuevo comandante el gene-

ral von Arnim, y a Rommel

ya no se le permitió regresar

al escenario de sus victorias

africanas, ni al sitio de la úl-

tima de éstas, lograda sobre

los estadounidenses, que a-

hora se habían fortalecido

por el apoyo aéreo y por la

habilidad de Patton. Por lo

tanto, los alemanes se vie-

ron entre la espada y la pa-

red en Túnez, y no hubo

más remedio que rendirse el

13 de mayo de 1943. Ro-

mmel ya no pudo hacer na-

da, y nunca le perdonó a

Hitler el haber abandonado

al Afrika Korps. 200 mil ale-

manes e italianos se entre-

16 www.avelamia.com

garon prisioneros a los Alia-

dos.

Y el Zorro del Desier-

to, aunque se recuperó de

su enfermedad y se le dio la

orden de defender la Muralla

del Atlántico (hubiera sido

más útil enviarlo a Rusia,

donde nunca estuvo, así

que nunca sabremos qué

estrategia habría seguido

contra los soviéticos), la cual

fue atravesada por el de-

sembarco angloamericano

en Normandía en junio de

1944, que Rommel no pudo

detener, pues nunca más

volvió a conocer la victoria.

Los dioses le habían conce-

dido ya demasiadas de és-

tas, y no hubo ninguna otra

más. Rommel fue obligado a

suicidarse en octubre de

1944, por haber participado

en la conspiración contra Hi-

tler.

17 www.avelamia.com

ué cosa es la

migala que pre-

senta Arreola?

¿Es acaso la misma migala

de que nos habla Julio Cor-

tázar? Desentrañar la seme-

janza podría parecernos im-

posible. Desarrollar una idea

respecto de este ser, mitad

artrópodo, mitad estecia, es

algo que apenas se ha podi-

do dibujar dentro del ámbito

de la literatura, del entresue-

ño, del esoterismo incluso,

como esos seres extraños

de la zoología fantástica a

los que ni siquiera Borges y

Margarita Guerrero le siguen

el paso en su “Manual de

zoología fantástica”, donde

existen basiliscos, aves fé-

nix y roc, entre muchas o-

tras, pero no migalas.

La migala es esa forma

en que Arreola habla del

matrimonio, pero no el matri-

monio que ya Nietzsche a-

sume como sin sentido en la

época moderna, arguyendo

que se ha perdido su funcio-

nabilidad social, que repre-

sentaba la unión de poderío

económico. En un país a-

cendradamente machista y

católico como México, el

juego del matrimonio no es

más que una apuesta para

conseguir el dominio de la

hembra. Todo cambia cuan-

do el acta de matrimonio es

firmada, todo cambia cuan-

do la bendición es dictada

dentro del rito religioso. La

mujer no pasa a formar un

equipo, una sociedad con el

hombre que desposa, sino

que ─así lo interpreta el vul-

go─ la mujer pasa a formar

parte de la decoración de la

casa del marido, o para las

más liberales, pasan a ser el

grillete para el desarrollo del

hombre.

Arreola asume esa vul-

garización para retratarnos

la voz multitudinaria en que

los hombres hacen burla de

otros hombres cuando di-

¿Q

La mujer y el

matrimonio, en un

cuento de Juan José

Arreola

Adán Echeverría

La migala discurre libremente por la casa

pero mi capacidad de horror no disminuye.

Juan José Arreola

18 www.avelamia.com

cen: „Ya tienes dueña, ya no

te dejarán salir con tus ami-

gos‟; y lo dicen en ese afán

tan mexicano de hacer me-

nos al otro, como para picar

el lomo del machismo-toro

del hombre casado. Arreola,

con el ingenio que siempre

lo ha caracterizado en sus

textos, crea a la migala para

desarrollar el cambio que o-

curre en la relación románti-

ca antes del matrimonio, o el

antes de irse a vivir juntos. Y

nos ofrece pistas para ello.

Beatriz es la mujer que

se nombra. Un texto narrado

en primera persona, pone al

personaje recordando el día

cuando junto a Beatriz en-

traron en “aquella barraca

inmunda de la feria calle-

jera”. Primero hay que reco-

nocer quién es Beatriz en la

literatura, cuál es justamente

el personaje que sostiene e-

se nombre dentro de nues-

tro bagaje literario, y no es

otro que Beatriz la de la “Vi-

da nueva”, Beatriz la de la

“Divina Comedia”, Beatriz la

de Dante: “la gloriosa dama

de mis pensamientos, a

quien muchos llamaban

Beatriz, en la ignorancia de

cuál era su nombre”.

No es por demás claro

señalar que Beatriz es el

nombre del amor, el nombre

del amor romántico, el amor

de la inocencia, del enamo-

ramiento infantil que el poe-

ta italiano enaltece para so-

brevolar el tiempo. Y esta

Beatriz, la que el narrador

del cuento de Arreola men-

ciona, lo acompaña a la ba-

rraca inmunda de la feria ca-

llejera. La feria callejera no

es más que los juegos y bro-

mas de los enamorados, las

tradiciones de familia, la fe-

ria es la sociedad entera y

sus exigencias de merolicos.

El personaje se resiste ante

la idea del matrimonio: “la

repulsiva alimaña era lo más

atroz que podía depararme

el destino”. El narrador re-

conoce que no tenía el de-

seo de consumar el matri-

monio, no importa lo que los

de la feria dijeran, no impor-

taba las presiones familia-

res, ni lo que la propia Bea-

triz exigiera para sostener la

relación y dar un paso más

adelante. Se siente decidido

a mantener su soltería.

Pero días más tarde, no

puede con la idea de la se-

paración, y esto se asocia

cuando el personaje arre-

pentido ─y curioso─ co-

menta: “volví para comprar

la migala”. No encuentra

más resistencia. Se hace de

la migala, se hace de la a-

limaña, es decir cede ante el

matrimonio, ante el deseo

de Beatriz para vivir juntos:

“el sorprendido saltimbanqui

me dio algunos informes a-

cerca de sus costumbres y

su alimentación extraña”. Es

sabido que todos en la “fe-

ria” que es la sociedad opi-

19 www.avelamia.com

nan sobre las relaciones de

los demás, cómo llevártela

bien, qué hacer, cómo desa-

rrollar una vida en pareja.

Todos parecen tener una

idea de cómo debe funcio-

nar. Existe una industria edi-

torial que todos los años im-

pulsa obras para decirles a

las personas cómo deben

llevarse mejor. Con todo lo

estúpido que significa que

otros te digan cómo llevarte

con tu pareja, haciendo a un

lado el simple hecho de que

si dos no logran entenderse,

lo mejor es no estar juntos.

“Comprendí que tenía

en las manos, de una vez

por todas, la amenaza total,

la máxima dosis de terror

que mi espíritu podía sopor-

tar”. De amenaza total, de

dosis de terror llama el per-

sonaje a la idea de ya no es-

tar solo en casa. El hecho

de que dos mundos diferen-

tes, la educación de dos di-

ferentes familias que forman

a la mujer y al hombre (o

cualquier pareja que decide

compartir vivienda), chocan

en un encuentro dentro de la

casa. Todo cambia. Las co-

sas que ahora tienen que

compartirse, el adecuarse el

uno al otro, para formar una

propia familia. Y es que es

un absurdo seguir pensando

que el núcleo de la sociedad

sea la familia. El núcleo tie-

ne que ser el individuo, lo

indivisible. Reconocernos

como el otro para los de-

más. Saber que en eso de-

be convertirse la aceptación

de los otros, solo aceptán-

dolos podemos cambiar

nuestro entorno, adaptarnos

a esta nueva vida en pareja.

Arreola escribe: “Dentro de

aquella caja iba el infierno

personal que instalaría en

mi casa para destruir, para

anular al otro, el desco-

munal infierno de los hom-

bres”. La casa ha sido to-

mada, ha sido entregada la

llave del hogar en la fun-

dación de la pareja.

“Todas las noches tiem-

blo en espera de la picadura

mortal”. El autor, en la voz

del personaje habla del a-

mor. El temblor que es te-

nerse completos para cada

instante, compartir no solo el

hogar, sino la cama, el ce-

tro, el cuerpo, el reinado que

ha caído, que ha sido con-

quistado. Ya Julio Cortázar

nos da de nuevo una idea

del monstruo: “Si ellas pu-

dieran imaginarnos no les

gustaría; no es que las es-

piemos pero ellas segura-

mente nos verían como dos

migalas en la oscuridad.”

Describiéndolas dentro del

cuento “Historia con miga-

las” en su cuentario “Quere-

mos tanto a Glenda”. Se en-

cuentran en un ala de aque-

lla cabaña, y comparten la

pared con, al parecer dos

mujeres, al otro lado, y las

escuchan, o creen escu-

charlas, voces de mujeres,

apenas una voz de hombre,

que apenas creen descubrir.

Y se retrotraen sin dejar de

observarlos a distancia.

La mujer-migala, el ma-

trimonio-migala que se pre-

siente, el terror del cambio:

“Sin embargo, siempre ama-

nece. Estoy vivo y mi alma

inútilmente se apresta y se

perfecciona”. Y he acá cómo

el monstruo que al parecer

causa pánico, terror, termina

perfeccionándolo. Este es el

asunto del cuento, el darnos

cuenta de las intenciones

del autor; lo que nos infiere

miedo, y nos debería pare-

cer destructivo, es aceptado

por el personaje que se

siente cada día mejor, cada

día se perfecciona. El hom-

bre ha sorteado al fin, la ma-

ledicencia de la sociedad.

Todo el miedo que aquella

sociedad, la burda feria, ha

dicho respecto del amor,

respecto del vivir en pareja.

El personaje de Arreola aca-

ba amando a su temible

monstruo, acaba aceptándo-

20 www.avelamia.com

lo, termina reconociéndose

cercano a él.

“Hay días en que pienso

que la migala ha desapare-

cido, que se ha extraviado o

ha muerto. Pero no hago na-

da para comprobarlo”. ¿Por

qué? Podríamos preguntar.

Y la respuesta es que ya no

siente el espanto del princi-

pio: “Dejo siempre que el a-

zar vuelva a ponerme frente

a ella al salir del baño, o

mientras me desvisto para

echarme en la cama”. La du-

cha, la cama, sitios para re-

conocer la intimidad del per-

sonaje y su pareja. Ahí don-

de se descubren y se hacer-

can cada vez más en la

construcción de su viaje ex-

periencial sobre el matrimo-

nio, sobre vivir juntos. Tan

compenetrados que puede

uno verlos compartir el ali-

mento, no saber quién lo ha

devorado, si la migala-mu-

jer, o alguno de los hués-

pedes de la casa. Porque

como “inocente huésped”

señala el personaje las otras

presencias que habitan aho-

ra su hogar. Y qué cosa más

inocente que la presencia de

un infante. Ya no sólo es

nuestro personaje, y su mi-

gala, sino que ahí se en-

cuentra algún inocente

huésped para la conviven-

cia, para alimentarse del a-

mor que se produce como

impulso vital.

El miedo por el matrimo-

nio-migala ha claudicado al

grado de preguntarse si no

ha sido engañado por el

“saltimbanqui” y no le ha-

brán vendido una falsa mi-

gala. Porque contrario a lo

que decían, la migala no ter-

minó por devorarlo. El matri-

monio no ha sido un enfren-

tamiento, no ha sido un gri-

llete, como todos le habían

dicho, prendados del ma-

chismo con el que se cons-

truyen los otros en sociedad.

El personaje incluso se sabe

tan cómodamente tranquilo

que alcanza a decir: “he

consagrado a la migala con

la certeza de mi muerte a-

plazada”. La autodestruc-

ción de la soledad ha sido

sorteada, ahora la vida en

pareja le parece necesaria,

al grado de utilizar el verbo

“consagrar”.

Luego el personaje se

reconoce preso de sus re-

21 www.avelamia.com

flexiones, y las comparte di-

ciendo: “En las horas más a-

gudas del insomnio cuando

me pierdo en conjeturas y

nada me tranquiliza, suele

visitarme la migala”. He acá

como ha sido transformado

el tema, como aquello que le

daba miedo, terror, ahora le

procura tranquilidad. Y se

reconoce desde los ojos de

la migala como: “el compa-

ñero”. Rematando el texto

de nuevo con la presencia

del amor romántico como la

herramienta con la que ha

logrado salir adelante: “es-

tremecido en mi soledad, a-

corralado por el pequeño

monstruo, recuerdo que en

otro tiempo yo soñaba con

Beatriz y en su compañía

imposible”.

Y termina de darnos luz

el autor, al poner de nuevo

la presencia de la mujer a-

mada, aquella que parecía

un imposible, y que ahora

apenas es una detrás de la

presencia de aquel mons-

truo, un monstruo que no e-

ra tal, como lo dictaban los

de la feria, que no es otra

cosa que la posibilidad de

ser compañero, pareja, a-

mado y amador, conviviendo

juntos en las habitaciones,

al través de los años. Una

forma muy bella para quitar-

nos el vendaje de la tradi-

ción, de todo aquello que en

muchas ocasiones nos aleja

de lo que nos haría bien. A-

prender que la mujer no es

el monstruo, que el matrimo-

nio o la convivencia en pare-

ja no es el monstruo que to-

dos dicen, sino que cada

quien puede atreverse a vi-

virlo en su propia experien-

cia, y a encontrar la tran-

quilidad en aquello que más

se desea.

Ya Thomas Mann, den-

tro de su “Doctor Faustus”

nos narra una historia de a-

mor terrible por la super-

chería religiosa de tanto sal-

timbanqui, que impulsan el

machismo de Heinz a incidir

en la muerte de la joven

Bärbel. Ellos se aman, el pa-

dre de la chica desprecia a

Heinz, y éste y ella deciden

contradecir al padre y co-

mienzan a tener relaciones.

Sin embargo los amigos de

Heinz lo invitan a departir en

un burdel. Heinz se niega al

inicio, y los amigos lo tildan

de imbécil, de tener un gri-

22 www.avelamia.com

llete con la chica Bärbel.

Heinz entonces, picado en

el orgullo, asiste al burdel y

al estar frente a una de las

prostitutas, sufre de impo-

tencia. Sabiéndose una per-

sona sana, no entiende lo

que ha pasado. Al día si-

guiente corre al lecho de

Bärbel, y la ama como siem-

pre ha podido amarla, en-

trando en ella sin proble-

mas. Entonces la esposa de

uno de sus clientes se le in-

sinúa a Heinz, él la rechaza,

pero siente en la humillación

de darle sexo a otra mujer

que algo hay de malo en su

comportamiento. En por qué

no puede tener deseo se-

xual con otras mujeres que

no fueran Bärbel, al grado

de tenerse por víctima del

diablo. Por lo cual acude a

confesarse con un religioso

(la historia ocurre en la épo-

ca de la Inquisición) quien

se conduele de él, y afirma

que seguramente está he-

chizado por Bärbel, quien es

detenida confesando que

por temor a la infidelidad de

su Heinz, había recurrido a

una hechicera que le pre-

paró una pomada con grasa

de un niño muerto sin bau-

tizar. La Inquisición coge a

la hechicera, y las dos muje-

res ardieron en la hoguera,

todo porque en aquellos

días ni Heinz ni nadie, po-

dían reconocer que “el amor

es, sin duda, una especie de

selección refinada del sexo”.

Esta pequeña historia

narrada por Thomas Mann,

viene a reforzar la historia

de la migala-mujer, migala-

matrimonio narrada por

Juan José Arreola. O tal co-

mo Luis Alberto de Cuenca

lo describe en el poema „Mi

monstruo favorito‟: “Qué va

a pasar cuando mi novia se-

pa /que no puedo vivir sin

tus pseudópodos, /sin tu ho-

rrible humedad en mi bol-

sillo. // Qué va a pasar cuan-

do descubra un día /las hue-

llas de tu baba entre mis de-

dos, /y empiece a hacer pre-

guntas, y la rabia /y los ce-

los se agolpen en sus ojos,

/y yo confiese al fin que la

he engañado contigo, /y que

no puede comparársete, /y

te enseñe orgulloso el agua

sucia /donde se reproducen

nuestros hijos”.

El amor por la mujer co-

mo ese monstruo que han

querido construir en el paso

de los años. El miedo a la

mujer que han querido cons-

truir desde la institución. El

terror al amor romántico que

ahora quieren inculcar en la

mujer, en espera de que

pueda clausurarlo en pro de

su soledad y en busca de

que el monstruo ahora sea

el hombre (acaso siempre lo

ha sido, al construir institu-

ciones para doblegar a la

mujer).

En esa batalla de egos,

de sexos, en que muchos

quieren tomar partido, como

integrantes de aquella feria

que son las sociedades hu-

manas, sin reconocer el ver-

dadero lugar que tiene la

mujer en el desarrollo de los

textos religiosos. El cual po-

demos constatar desde el i-

nicio del Pentateuco: “Y

Dios le dijo: ¿Quién te ense-

ñó que estabas desnudo? Y

el hombre respondió: La mu-

jer que me diste por compa-

ñera me dio del árbol, y co-

mí.” El cobarde hombre acu-

sa a la mujer y al mismo

Dios (tú me la diste, así que

es tu culpa), y como trai-

ciona a la mujer también

traiciona la intimidad de lo

que entre ellos había ocurri-

do, porque ambos habían

comido del fruto, y sólo A-

dán acusa.

Ahora veamos cómo

responde la mujer: “Dios dijo

a la mujer: ¿Qué es lo que

has hecho? Y dijo la mujer:

La serpiente me engañó, y

comí.” Acá vemos que la

mujer reconoce que fue en-

23 www.avelamia.com

gañada, y acepta de frente

lo que ha hecho, sin titu-

bear. Y aquel texto sagrado

para al menos tres de las

grandes religiones mono-

teístas (judíos, cristianos,

musulmanes) va más allá e

indica: “pondré enemistad

entre ti y la mujer, y entre tu

simiente y la simiente suya;

ésta te herirá en la cabeza,

y tú le herirás en el cal-

cañar.”

Por lo cual nos queda

claro el poder de la mujer,

como aquella capaz de herir

a la serpiente, y con ello

todo lo que la serpiente

pueda reconocerse en el

transcurso de la historia y la

literatura. Es la mujer, y no

el hombre, el cobarde hom-

bre que acusa a Dios y a la

mujer, quien tendrá el poder

de herir a lo que es capaz

de engañar, de sacarnos del

paraíso. La mujer se vuelve

el instrumento para alcanzar

el equilibrio.

He acá de nuevo el sen-

timiento de parte del per-

sonaje que Arreola identifica

en el inicio de su cuento. El

hombre temeroso del grillete

matrimonial, el hombre que

tiene miedo al monstruo que

representa la fidelidad, la vi-

da en pareja, la voluntad de

vivir con la mujer, porque los

cientos, miles de saltimban-

quis, hombres, mujeres, ins-

tituciones, construyen ese

temor en la sociedad: No te

cases, para qué. Solo aca-

bará tu libertad. Para qué

juntarte con alguien, solo

has venido al mundo, solo

puedes irte de este mundo.

Y el personaje de nuestra

historia, coge valor y decide

volver por la migala.

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Advenimiento XI (Final)

Enrique Soria

A la tarde

Ante la resignación de ya no verte

Le comenzaron a faltar texturas

Que solo encontraba en ti

Jamás creí

Es cierto,

Que esto podría llegar más lejos

De lo que llegó

Pero

Ante el estridente amor

Que surgía de mi pupila

Cada que nos encontramos,

Me entregué

A la idea de hacerte feliz

Y curar todo mal que tuvieras.

Y cuando te abracé sentí

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Como si abrazara la historia completa.

Besarte parecía

Atracar en casa

Después de siglos y siglos

De tempestades.

Pareciera que se hubieran resumido

Cinco mil años

Y millones de destinos,

Hasta adquirir en ti

La forma exacta de mis sueños,

Y se recompensaran mis esperas

Y mis soledades más profundas,

Como si todo perdiese su nombre común

Y su interpretación universal;

Y se volviera un acto

Profundamente individual

Que me hace tuyo;

Como si tu presencia

Se me tuviera reservada.

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Es ahí

Que me aterroriza

No haber podido retenerte. . .

Si no pude merecer esto

Que la historia reservaba para mí

Tal vez tenga que aceptar

Que ya no merezco nada

... Se dolieron tanto

Que la edad

Los encontró rendidos

Ante la fuga

De su mutua compañía.

...se dolieron

Cuando en casa

No había

Quien bien viniera

Su llegada por la noche,

Cuando el frío

Y una película de amor lejano

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Deambulaban

Por las habitaciones

...se dolieron

Sin saber que se dolían,

Y se quedaron solos

Sin estarlo

Porque a la distancia

Y sin haberse conocido

No imaginan

La vida separados

...se dolieron tanto

Que aprendieron a vivir

Con el dolor a cuestas

Para siempre

En el hueco de tu ausencia

Nunca alcancé a ver

En qué momento te fuiste.

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Y como todos,

Me olvide de lo que tengo

Para pensar en lo que me faltaba,

Yo pensaba en lo que quería,

Y tú en lo que necesitaba,

Uno lo sabía todo,

Y el otro

Nunca se enteró de nada,

Y siendo yo el exiliado,

Con mis adicciones

Y mi afán por acabar conmigo,

Use tu recuerdo de dogal,

Cuando la última vez

Que nos vimos

Pareció ser la última vez.

Aprendí entonces

Que nadie ama

A quien no se lo merece,

29 www.avelamia.com

Y que al final

No había perdido tu sonrisa

Porque nunca fue mía del todo,

Y que fue un premio sentir

Tu fragilidad en mi hombro,

Y que aunque tus labios

Son más navegables

Que esta puta realidad

En la que vivo,

Y me atormente saber

Que ya perdí tu beso,

Ese beso era para alguien más,

Y he sido yo

El que lo tomó prestado

De momento.

Entiendo hoy

Que lo importante fue hallarnos,

Y aun pensando

Que hubiera sido preferible

Arrepentirnos de seguir adelante

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Que de no hacerlo;

Es peor,

Ser de aquellos

Que debieron encontrarse

Y por alguna razón nunca pudieron.

Hoy

A estas alturas de la suerte,

Comienzo a sentir

Quizá muy tarde

Que tu advenimiento

Me basta...

...y que saber de ti

Fue suficiente

31 www.avelamia.com

uién puede a-

cordarse de có-

mo era la capi-

tal mexicana en 1960? Los

que pudieran hacerlo o es-

tán muertos o han perdido la

memoria, que equivale a lo

mismo. No obstante, algu-

nos, muy pocos, nos acor-

damos, y lo plasmamos en

historias antes de que nos

llegue la hora y no quede

ningún testimonio. Susy

cumplió sus 15 de edad en

el año mencionado, y para

conmemorar el magno acon-

tecimiento le hicieron su mi-

sa en la iglesia de Nuestra

Señora de Loreto, diseñada

y construida en el siglo XVIII

por Manuel Tolsá, ubicada

en la esquina de San Ilde-

fonso y Rodríguez Puebla, a

un paso de Mixcalco (donde

vivió Diego Rivera antes de

partir a Coyoacán y casarse

allá con Frida Kahlo, abrién-

doles una obsesión a los tu-

ristas extranjeros. “Where is

Frida‟s Museum?”, pregun-

tan ellos y uno quisiera de-

cirles que es en Mixcalco.

No es así, pero qué bueno

hubiera sido que la casa a-

zul de ella, tan querida en

Japón y los Estados Unidos,

quedase donde hoy sólo pa-

san perros y borrachos).

Estamos en que Susy

cumplió sus quince, y dio

gracias a la Señora loreten-

se, la cual aceptó la ofrenda

de esta señorita, a la que

desde niña le brotaron pre-

tendientes como hongos en

el país de Alicia. Uno de e-

llos en particular la seguía

mucho, por más que ella no

le hacía ningún caso, aun-

que fue el más insistente, y

el más peculiar también. Él

era jorobado. Algo le ocurrió

de recién nacido, tal vez se

cayó, o las brujas y nahua-

les (tan comunes entonces

en el centro de la ciudad) le

chuparon la sangre y le de-

jaron una gran joroba, que

ningún médico fue capaz de

quitar. Para su madre, su-

mamente hermosa por cier-

to, fue un inmenso dolor ver

a su querido y único hijo así.

Lo quiso mucho, lo adoraba

con intensidad; y el niño se

pareció mucho a ella, por lo

que de inmediato fue apre-

ciado por toda la gente a-

¿Q

El jorobado de Nuestra Señora

de Loreto

Luciano Pérez

32 www.avelamia.com

dulta, que se condolía sin-

ceramente de su condición.

Era de la misma edad

de Susy, de hecho vivían en

la misma calle, la de Miguel

Alemán, a dos cuadras de la

iglesia de Loreto. Sus vecin-

dades estaban juntas, y él la

conoció porque coincidían

en la tienda de la esquina,

en el callejón de Leona Vi-

cario, y compraban ahí dul-

ces, chocolates y lo que les

encargaban sus respectivas

mamás. A ella le pareció

chistoso el jorobadito, pero

nunca quiso hablarle, aun-

que él le dirigía la palabra.

Los encargados de la tien-

da, gente mayor, veían mal

el que Susy no le contes-

tara, y le decían: “Mucha-

cha, no sea mal educada,

contéstele al niño”. Pero no

lo hizo, nada más sonreía; y

nunca le habló y no lo haría

nunca y así pasaron los

años. Y llegó el tiempo en

que Susy se puso muy bien

(hablamos del cuerpo), y él

la seguía por doquier y le

hablaba, mas ella como si

no lo escuchara. Bien que

tampoco se atrevió a decirle

de plano que ya no insistie-

se, que no la siguiera ni le

hablase más.

De hecho era la única

muchacha con quien hacía

eso, porque aunque había

otras, y quizá mejores, so-

lían ser crueles con él, lo

cual le era inadmisible. Susy

nunca le quiso hablar, pero

al menos nunca lo humilló.

Las otras, apenas se topa-

ban con él, le gritaban: “¡Jo-

robado! ¿Te cargo yo, o me

cargas tú?”, y se reían es-

truendosamente. No les de-

cía nada, y pasaba rápido

para alejarse de ellas, en

medio de la lluvia de pa-

peles en forma de pelota o

de avión que le arrojaban.

Asimismo le escupían. Y por

supuesto, también se burla-

ban de Susy: “¡Hey, aquí

viene la novia del jorobado!”

Y decían más: “¡La novia del

jorobado de Nuestra Señora

de Loreto!” Ah, porque él se

hizo devoto de la Virgen alu-

dida, y acudía mucho a su

iglesia, para arrodillarse an-

te la patrona de la aviación y

llorarle amargamente: “¿Por

qué permitiste que fuese yo

así, Señora mía? ¿Qué mal

hice yo para no ser como los

demás?” Pero sólo lloraba

ahí, afuera siempre se mos-

traba sonriente, o al menos

relajado. Por supuesto que

había personas peores que

las chamacas maloras, y e-

ran los chamacos, que lo

hacían víctima de sus resor-

terazos con cáscaras de na-

ranja, que dolían muchísi-

mo. Le gritaban: “¡No quere-

33 www.avelamia.com

mos a Quasimodo!” Por

supuesto que no sabían

quién era Quasimodo, pero

alguna vez oyeron a un

maestro referirse así al joro-

bado, aunque el contexto

fue este: “¡Lástima de mu-

chacho, parecer un Quasi-

modo!” Y es que era listo en

la escuela, mas no lo su-

ficiente, porque en aritméti-

ca fallaba mucho.

Él evadía los tiros de

resortera con habilidad, así

como los de cerbatana, que

no sólo contenían chochitos

sino a veces piedras. Lo

ayudaba su estatura, que lo

hizo capaz de subirse a lo

alto de las ventanas y llegar

a las azoteas. Era admirable

cómo lo lograba, de modo

que alguien le comentó a la

madre del jorobado que lo

llevase a un circo, donde se-

ría contratado de inmediato.

Se lo dijeron de buena fe,

pero ella, aullando y gritan-

do los echaba fuera a sarte-

nazos: “¡No me molesten a

mi niño!”, les decía. Y el ni-

ño llegó a tener quince años

y estaba más enamorado

que nunca de Susy, a la que

quiso ver en la misa que le

hicieron. Le era fácil por su

tamaño meterse entre la

gente, pero no lo hizo así:

prefirió escalar la iglesia y

meterse por la cúpula y des-

lizarse por ahí hacia adentro

mediante una larga y fuerte

cuerda. Lo había hecho an-

tes, y los sacerdotes lo re-

prendieron duramente. Sólo

que él dijo ser devoto de la

Señora de las alturas, así

que ¿cómo no andar en lo

alto? Se ayudaba bien con

las manos, pero también

con mecates de diversas

medidas, y un fierro puntia-

gudo que le servía como a-

poyo. Era todo un alpinista

urbano, e incluso le tomaron

fotografías. Un periódico de-

portivo de color café le hizo

una vez un reportaje, titu-

lado: “¡Si Víctor Hugo lo vie-

ra!” Es que el reportero de

otro tiempo, a diferencia del

de ahora, conocía algo de li-

teratura, aunque sus lecto-

res no habrían entendido a

qué Víctor Hugo se refería.

Los lectores no estaban obli-

gados a saberlo, pero los

periodistas sí, y el jefe de re-

dacción lo supo y dio por

buena la cabeza, e incluso

le dio por arreglar un poco

los pies de foto, como uno

que quedó así, mientras el

sonriente jorobado escalaba

Loreto: “¿Qué Esmeralda lo

aguarda dentro del sagrado

recinto?” Los lectores no

captaron qué tenía que ver

una joya con el jorobado. Y

para nosotros, hoy, nos pa-

rece evidente que la joya no

podía ser otra que Susy.

Y como en el libro, la

joya no estaba destinada

para el jorobado sino para

“quién sabe quién”. Es decir,

para un tipo vigoroso, bigo-

tudo como solían serlo en-

tonces (hoy sería impresen-

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table como imagen, así se

tratase de un hombre fuer-

te), un héroe del futbol de

los llanos de Tepito. Se tra-

taba del capitán de un equi-

po más o menos bueno, y e-

ra conocido en todos lados

como el Capi. Decía: “No

seré el Capi Peña, pero me

defiendo”. En la actualidad

nadie sabe quién es el Capi

Peña, y no se preocupen,

que el autor de este relato

no se molestará en explicár-

selos. Que los muertos en-

tierren a sus muertos, dijo

Jesucristo, y tuvo razón. Eso

es lo que haremos: enterrar

al jorobado. Apenas vio a

Susy besándose con el ca-

pitán, sintió que su vida, con

ser tan mala, no tenía por

qué continuar. Se lo contó a

su madre: “Mamá, que la

Susy no me quiere, que

quiere a otro”. Y ella le con-

testó con decisión: “¿Y us-

ted qué se apura? Tiene us-

ted a su madre, que lo a-

dora. ¿Para qué quiere a la

Susy?” Él no supo qué con-

testarle, y ella lo tomó en

sus brazos para cargarlo y

besarlo. Él pensó: “¡que die-

ra porque la Susy hiciese

esto mismo conmigo!” No

resistió la tentación, y le dio

un gran beso en la boca a

su mamá, y ésta de inme-

diato lo bajó, diciéndole en

tono cariñoso pero firme:

“¡No! Tampoco se trata de

que se case usted con su

mamá, niño mío”. Mas él no

había pensado en eso, ¿có-

mo podía hacerlo así, dado

que la Susy lo significaba

todo?

Todos los días iba si-

guiendo a la muchacha, que

iba tomada de la mano del

fuerte Capitán. Iban ellos a

besarse al jardín de Loreto y

a veces entraban a la igle-

sia. Al tipo le comenzó a

molestar el que el jorobado

caminase cerca de ellos. Le

dijo a la Susy que un día de

estos no aguantaría más y

le daría una paliza al inso-

lente. Mas ella le suplicó

que no lo hiciera: “Recuerda

que eres más fuerte, y Dio-

sito te castigaría si le pega-

ras a alguien que no es de

tu tamaño”. Ni modo, el Capi

se aguantó, porque también

es cierto que en otro tiempo

los machos se aguantaban,

y prometían no atacar a

quien sus chicas no querían

que se lastimase. Además,

ni había de qué preocupar-

se, tratándose del jorobado.

Pero era éste el que estaba

en verdad preocupado, pues

no sabía cómo lograr que el

Capi no siguiese con la Su-

sy.

¿Cómo no lo había

pensado antes? Se le o-

currió pedírselo a la Virgen

de Loreto. Se fue a arrodillar

ante Ella, y le dijo esto: “Se-

ñora mía, si me haces el mi-

lagro de apartar al Capi de

la Susy, te prometo subirme

hasta la cúpula y aventarme

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desde ahí hacia abajo.

¿Verdad que sí lo harás?”

La Señora, desde lo alto y

rodeada de aeroplanos, no

dijo ni sí ni no, pero a los po-

cos días el Capi fue severa-

mente lesionado en un jue-

go de futbol en el llano de

Tepito (aún no existía el Ma-

racaná por entonces). Uno

de los hermanos Canchola,

el más alevoso de ellos, As-

tolfo, le dio una fuerte pata-

da y lo dejó cojo de por vida.

Por supuesto que no se po-

día presentar así ante Susy,

ni continuar su noviazgo;

porque si ella, con toda ra-

zón, no había querido al jo-

robado, no tenía ahora por

qué querer a un cojo. El Ca-

pi tenía sentido del honor, y

prefirió desaparecer, yéndo-

se de paracaidista a la Co-

lonia Moctezuma, donde es

tradición que los aviones, de

los cuales es patrona la Vir-

gen loretense, no dejan dor-

mir.

Susy quedó en extre-

mo triste, pero no le faltaría

quién más le hablase de a-

mores, y el jorobado lo sa-

bía. Así que éste se adelan-

tó, antes de que viniera otro,

y decidió cumplir con su pro-

mesa: escaló hasta la cúpu-

la romana de Loreto, y ya a-

rriba tiró al vacío el fierro de

apoyo y los mecates; estaba

agarrado de la cruz, y luego

se soltó, lanzándose abajo,

entre los gritos de la gente

que iba al mercado Abelardo

Rodríguez de compras. El

jorobado se estrelló en el

piso del estacionamiento

que estaba atrás de Loreto,

en la calle de Venezuela

(frente a Sears), y ahí quedó

estampado, con la satisfac-

ción en la cara de haber lo-

grado separar a la Susy del

Capi, pero con la decisión

también de no exponerse a

sufrir más. “La lista será lar-

ga y yo jamás estaré ahí”,

dijo antes de aventarse, re-

firiéndose a la lista de pre-

tendientes de la Susy, que

agradecieron mucho al Can-

chola el que convirtiese en

cojo al hombre al que ella

quería tanto.

¿Y se enteró ella de

la muerte del jorobado? Sí,

pero no lloró, porque no po-

día llorarle a alguien a quien

no quería, ¿verdad? Ade-

más, un nuevo futbolista a-

pareció en su panorama, es-

ta vez un portero, al que le

pusieron de sobrenombre el

Tuvo. No porque quisiera

éste emular al Tubo, un

guardameta muy famoso en

aquel tiempo, sino porque él

fue el que LA tuvo. Es decir,

a la Susy. El Capi no logró

llegar hasta lo último, pre-

fería esperarse hasta que se

casaran. Pero el Tuvo no

perdió más tiempo y se ca-

só de inmediato con ella. Y

fueron muy infelices toda la

vida, llenos de hijos, y el jo-

robado desde lo alto sonrió,

diciendo: “Qué bueno que

no me casé con ella, sólo

sirve para hacer chamacos,

con lo que los odio. Son

buenos con las resorteras

estos hijos suyos, eso sí lo

reconozco”. Es que él lo

veía todo, en los brazos de

la Virgen de Loreto. Fíjense

bien en el personaje que

carga Ella, la próxima vez

que entren a la iglesia. No

es niño.

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Sirena

Céltica José Luis Barrera

Uno espera que en enero mueran los viejos (los míos murieron en febrero), y aunque haya creído que las sirenas son inmortales, hoy, en plena cesura de enero, murió mi Sirena Céltica; de manera sorpresiva y dolorosa como su nombre, y no acerté más que hacerle un homenaje escuchando su canto singular y cautivante. Descansa en paz, Sirena.

Voz hechizante que asciende desde la Colina Sagrada de Tara, hasta los rincones escindidos de

mi alma, Resuenan los tambores remitiendo las conciencias a la guerra. Los zombies, nacidos de

las idioteces humanas, vibran en un canto céltico que desgarra las indiferencias del hombre

“…When the violence causes silence we must be mistaken…”. Nadie, ni el pirata de Espronceda,

Barbanegra, el Olonés, ni James Hook evitarán perderse ante el influjo de sus cuerdas bucales. Mi

naufragio etílico acompañado de humeante verdor fue a causa de las notas emitidas desde sus

entrañas. Las blasfemias se cantan en maitines. Los sueños ─exabruptos emancipadores del

inconsciente─ no son exclusivos de la cotidiana muerte nocturna. Desde un satélite enfundado en

ropas de buhonero moderno, y en compañía de la

risueña dama joven, escuchaba aquella voz

hechizante. La seducción perfecta entra por el

oído, y eso lo saben las sirenas. La mujer perfecta

se construye a partir de su voz. El lado oscuro es

sustancia de inspiración, explorando en las zonas

irredentas del alma. Dolores eclosionando en un

canto de sincretismo emocional. Fundación del

delirio. Los espantapájaros despiertan en las

promesas rotas. Los druidas escuchan a las

lamias para filosofar. En las Colinas de Tara están

despertando los zombies, en tanto celebremos las

exequias de la sirena terrestre convertida en

materia etérea, como ese canto que me

acompañó en miles de infortunios. Descansa,

sálvate sirena, ya encenderemos tu vela en el

Samhain.

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Año 6, número 66: El aniversario de la Iglesia

del Diablo y el 666 se encuentran en la edición

de Nuestra Señora la Lamia. Por algo será.