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CRÓNICA e puede definir a una persona de muchas ma- neras. En el diccionario de tacos de Camilo Jo- sé Cela hay un amplio abanico de posibilidades. Pero, si aplicamos el microscopio, vemos que somos un puñado de células encajadas con me- jor o peor acierto. Si aumentamos un poco más, vemos que las células son una agrupación de átomos. Y, si somos tan tozudos que abrimos el melón del átomo, asistimos a un raro espectáculo: lo que hay dentro es mayoritariamente vacío, con un pequeño núcleo flotando y un mi- núsculo electrón dando vueltas a su alrededor. Y, al abrir las tripas al nú- cleo, han visto que está formado por unas partículas más pequeñas llama- das quarks. Hasta ahí han llegado, de momento. Eso somos. Cómo una cantidad suficiente de anodinas par- tículas pueden ordenarse de manera tan afortunada que lleguen a conver- tirse en Belloncé, es otro cantar. Algunas de estas y otras cuestiones relacionadas con la ralentización del tiempo al acercarnos a la velocidad de la luz o las paradojas del compor- tamiento de los electrones, capaces de estar en dos sitios al mismo tiempo, son las que ha introducido hábilmen- te la física Sonia Fernández-Vidal en sus novelas destinadas a un público joven. Debutó con La puerta de los tres cerrojos (La Galera) y su éxito fue fotónico, con más de 60.000 ejem- plares vendidos Una historia con su toque de intriga, un chico simpático resultón y un hada cuántica guapísi- ma, condimentada con explicaciones diáfanas sobre cuestiones fundamen- tales de la física cuántica. Su segunda novela, Quantic Love, sigue la senda de unificar novela, público joven y ciencia. Fernández-Vidal estuvo traba- jando un tiempo en el CERN (Consejo Europeo para la Investigación Nu- clear), ubicado en Ginebra, probable- mente el mayor laboratorio de física del planeta, donde 7.000 científicos se dedican a jugar a la petanca con proto- nes en un acelerador de partículas de veintisiete kilómetros de diámetro. En Quantic Love, nuestra física escritora nos cuenta la historia de una chica se- villana que al acabar el bachillerato se va a trabajar un verano de camarera a la cafetería del CERN y lo que allí aprende: de la física de partículas y de la química de la vida. Debe decidirse entre un macizo periodista italiano caliente como un capuchino o un físi- co introvertido, pálido y frío como un vaso de leche condensada. Para hablar de muones, gluones y otras perversiones viajamos con Sonia Fernández-Vidal al mismísimo CERN, una meca de la ciencia actual a la que todo físico que se precie debe pere- grinar al menos una vez en la vida. Este centro es célebre mundialmente por albergar el LHC (Large Hadron Collider), una pista de carreras circular enterrada a cien metros bajo tierra en la que se disparan partículas en direc- ciones opuestas rozando la velocidad 82 QUÉ LEER S CRONICA.indd 82 21/2/12 11:26:31

082-085 La Galera QL174 · relacionadas con la ralentización del tiempo al acercarnos a la velocidad de la luz o las paradojas del compor-tamiento de los electrones, capaces de

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e puede defi nir a una persona de muchas ma-neras. En el diccionario de tacos de Camilo Jo-

sé Cela hay un amplio abanico de posibilidades. Pero, si aplicamos el microscopio, vemos que somos un puñado de células encajadas con me-jor o peor acierto. Si aumentamos un poco más, vemos que las células son una agrupación de átomos. Y, si somos tan tozudos que abrimos el melón del átomo, asistimos a un raro espectáculo: lo que hay dentro es mayoritariamente vacío, con un pequeño núcleo fl otando y un mi-núsculo electrón dando vueltas a su alrededor. Y, al abrir las tripas al nú-cleo, han visto que está formado por unas partículas más pequeñas llama-das quarks. Hasta ahí han llegado, de momento. Eso somos. Cómo una cantidad sufi ciente de anodinas par-tículas pueden ordenarse de manera tan afortunada que lleguen a conver-tirse en Belloncé, es otro cantar.

Algunas de estas y otras cuestiones relacionadas con la ralentización del tiempo al acercarnos a la velocidad de la luz o las paradojas del compor-tamiento de los electrones, capaces de estar en dos sitios al mismo tiempo, son las que ha introducido hábilmen-te la física Sonia Fernández-Vidal en sus novelas destinadas a un público joven. Debutó con La puerta de los tres cerrojos (La Galera) y su éxito fue fotónico, con más de 60.000 ejem-plares vendidos Una historia con su toque de intriga, un chico simpático resultón y un hada cuántica guapísi-ma, condimentada con explicaciones diáfanas sobre cuestiones fundamen-tales de la física cuántica. Su segunda novela, Quantic Love, sigue la senda de unifi car novela, público joven y ciencia. Fernández-Vidal estuvo traba-jando un tiempo en el CERN (Consejo Europeo para la Investigación Nu-clear), ubicado en Ginebra, probable-mente el mayor laboratorio de física del planeta, donde 7.000 científi cos se

dedican a jugar a la petanca con proto-nes en un acelerador de partículas de veintisiete kilómetros de diámetro. En Quantic Love, nuestra física escritora nos cuenta la historia de una chica se-villana que al acabar el bachillerato se va a trabajar un verano de camarera a la cafetería del CERN y lo que allí aprende: de la física de partículas y de la química de la vida. Debe decidirse entre un macizo periodista italiano caliente como un capuchino o un físi-co introvertido, pálido y frío como un vaso de leche condensada. Para hablar de muones, gluones y

otras perversiones viajamos con Sonia Fernández-Vidal al mismísimo CERN, una meca de la ciencia actual a la que todo físico que se precie debe pere-grinar al menos una vez en la vida. Este centro es célebre mundialmente por albergar el LHC (Large Hadron Collider), una pista de carreras circular enterrada a cien metros bajo tierra en la que se disparan partículas en direc-ciones opuestas rozando la velocidad

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Antonio G. Iturbe, director de “Qué Leer”, a veces también escribe libros.

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UNA FÍSICACON MUCHA QUÍMICAEn el CERN con Sonia Fernández-VidalViajamos al CERN de Ginebra, una descomunal reserva de científi cos donde se halla el mayor acelerador de partículas del mundo, acompañados de la física y ahora exitosa escritora Sonia Fernández-Vidal. Acaba de publicar “Quantic Love” (La Galera), una his-toria de amores de verano en el mayor laboratorio de física de partículas del mundo. texto ANTONIO G. ITURBE fotos ALBERTO ROMERO ROLDÁN

de la luz y se hacen colisionar para obtener en esos formidables choques de energía partículas que únicamente pudieron producirse en el Big Bang que creó el universo. Los científi cos del CERN están volcados en encontrar una partícula que nunca ha sido com-probada experimentalmente, a la que unos llaman el bosón de Higgs y otros la “partícula de dios” (porque dicen que existe, pero nadie la ha visto). Para un periodista de raza, Sonia

Fernández-Vidal resulta de entrada decepcionante como científi ca: no es fea, no lleva ropa anticuada y ni si-quiera lleva gafas. De hecho, viste unas botas de caña alta muy chic y una americana inglesa, a juego con la que lleva su marido, un ingeniero de telecomunicaciones con el que for-ma un tándem perfecto. Alberto me cuenta que Sonia ha revolucionado su empresa de marketing y que han empezado a cambiar los publicistas tradicionales por doctores en Mate-máticas: “Internet es pura matemática

y estadística”. Ella lleva ya tiempo dedicada a dar charlas al público jo-ven sobre física y eso curte. Mientras llegamos al CERN le pregunto si no ha sido un cambio radical pasar de la guarida subterránea del investigador al mundo social del divulgador. “In-vestigar y escribir sí se parecen en que vives intensamente el momento de la creación. El científi co no vive recluido, pero sí es cierto que la investigación, cuando es puntera, requiere una cier-ta introspección. Te obsesionas con el tema, en el sentido positivo, y te focalizas en una sola cosa. La divul-gación es todo lo contrario, en vez de introspección es extroversión... ¡y sí se nota el cambio!”. Le pregunto, ahora que ha probado las dos cosas, qué le llena más. Se queda pensativa unos segundos. “Lo mejor sería que fuese un equilibrio entre los dos mundos. Lo ideal sería estar en una investiga-ción no tan puntera, porque estar en primera línea de fuego te absorbe al ciento por ciento.”

Un lugar particularLlegamos al CERN, una especie de campus universitario sin hierba: edi-fi cios desiguales de cemento, vallas, contenedores llenos de cables des-echado. Únicamente un edifi cio circu-lar recuerda que estamos en un cen-tro de tecnología superpuntero. Nos vamos a alojar en la residencia donde la joven Laila vive durante su estancia en el CERN y comparte habitación con una joven física, tan brillante como divertida, que acude a las fi estas que se celebran sin bragas y un poco a lo loco. La residencia es sencilla, el “disseny” brilla por su ausencia. En la novela, el ambiente parece más chispeante de lo que se intuye en esta residencia silenciosa y algo tristona. Le comento si hay un CERN interior de fi estas animadas que a simple vista no se ve. “Sí hay CERN interior. Sobre todo en verano, cuando están los estu-diantes de doctorado. Aquí de noche es más aburrido porque la mayoría de estudiantes de doctorado viven fuera.

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La vida es en las casas de la gente. Yo la primera semana nunca cené en casa. Eso se hace mucho, notas un calor entre la gente joven. Vienes aquí a trabajar un año, eres joven y estás completamente solo, a todos les pasa lo mismo, así que haces amistades in-tensas. Intentas suplir lo que te falta. Al mes de llegar cogí unas anginas tremendas con mucha fi ebre y estaba completamente sola. Al día siguiente, alguien llama a la puerta y me levanto a abrir. Era una de las chicas de al lado, que me traía una sopita”.Sonia nos conduce hacia la cafe-

tería donde a Laila, en su primer día de trabajo, le piden un café con leche y es como si la obligaran a resolver una ecuación de fi sión nuclear. Es ahí donde aparece el guapo Alessio, da un salto detrás de la barra y le enseña a preparar café, capuchino y más cosas excitantes. En la novela se amaga con el sexo, la picardía sufi ciente para que los adolescentes se enganchen al libro y su acné se ponga incandescente, sin que sus padres tuerzan el morro. Un público un poco mayor de edad que el de su primer libro, más inocente.Si La puerta de los tres cerrojos te

fue tan bien, ¿por qué no hacer una

segunda parte, como todo el mundo? “Quantic love es una estrategia com-pletamente distinta porque uno de mis máximos objetivos es acercar la ciencia a la mayor cantidad de gente posible. Volver a repetir el mismo estilo no me apetecía. Con La puerta de los tres cerrojos llegaba al público infantil e incluso al adulto interesado en saber algo sobre ciencia, pero se me escapaba un rango medio. La es-trategia de Quantic Love como novela juvenil llega ahí”.El restaurante anexo es un autoser-

vicio de aire universitario. Al pasar con la bandeja pido poulet con un francés tan excelente que la cocinera se me queda mirando y me dice que es de Cuenca. Me pone dos muslos en vez de uno. En la conducción de bandejas choco con una física nuclear, choco con un astrofísico de Harvard, choco con un catedrático de física de Pekín y, en el instante en que voy a coger la última mousse de pistacho, me la arrebata traicione-ramente una Premio Nobel con un crepado imposible. Aquí parece que topar con un Nobel es tan rutinario como encontrarse a un carterista en el metro de Barcelona. Sonia Fernández-

Vidal llega corriendo con los ojos brillantes por la emoción ya que acaba de encontrarse con Gell-Mann. Y yo, como soy idiota, le pregunto si es el que inventó la mayonesa. Pues no, es Murray Gell-Mann, Nobel de física de 1969 gracias a su teoría de la cromodi-námica cuántica, que describió cómo se comportan los quarks. Y, por esas cosas del azar cuántico, es uno de los personajes de su novela: un viejecito adorable, o eso cree Laila, que lo con-funde con un jubilado al coincidir en el autobús. A Gell-Mann le ha gustado ser personaje de una novela española. Estos sabios son más coquetos de lo que uno piensa.Le pregunto qué inputs ha recibido

de los científi cos académicos al tratar de abrir los cerrojos de la cuántica con sus novelas desenfadadas. Me mira. Levanta la ceja izquierda. La baja. Levanta la ceja derecha. La baja. Me dice que de todo: “Hay a quien no le agrada. Pero yo estoy convencida de la necesidad de acercar la física a todo el mundo, hacerla más comprensible”. Ser divulgador científi co tiene un

coste: no puedes dejar igual de con-tenta a la científi ca hípersesuda aca-démica y a la cajera del Eroski. Les ha pasado a los mejores divulgadores. Le preguntó cuál ha sido su modelo... “Mi gran ídolo fue desde siempre Carl Sagan”. Recordamos con nostal-gia sus jerseys de cuello de cisne, las americanas con coderas y su pasión contagiosa al explicar las cosas. “Lo que más me marcó era el amor con el que transmitía las cosas. Te impac-taba. La poesía con que lo envolvía todo y lo hacía apasionante”. Ese fue el detonante. Su curiosidad hizo el resto. En vez de leer Lilly se compraba el Algo 2000. “Desde pequeña supe que quería ser científi ca”.

Ver o no verDecía el Principito que las cosas im-portantes están ocultas a la mira-da. Los físicos del CERN estarían de acuerdo. Lo que miran no puede verse ni con los ojos ni con el mi-croscopio electrónico más poderoso del planeta. Para detectarlo, necesitan que esas partículas ínfi mas choquen para dejar trazas de energía que las muestren. Y para eso, también oculto de la vista, en el enorme anillo de

Junto a estas líneas, Sonia

Fernández-Vidal posa junto

a Murray Gell-Mann, Premio

Nobel de física de 1969.

Debajo, sección a escala 1:1 del

acelerador de partículas del

CERN de Ginebra, veintisiete

kilómetros de la física cuántica

más en boga.

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veintisiete kilómetros se producen alrededor de cien millones de coli-siones por segundo. Normalmente, no se puede bajar allí. Puede haber algo de radiación y hace un poco de fresco. El helio líquido que mantie-ne los imanes superconductores que aceleran y dirigen las partículas está a 273 grados bajo cero. Otra conjun-ción cuántica hace que, justamente ese día, sí podamos bajar al túnel porque se ha hecho la parada técnica anual de unos días. Así que vamos hasta la sede del Experimento Atlas, un gigantesco detector que transmite los datos de los choques de partículas para analizarlos. Allí nos reciben una pareja de físicos la mar de simpáticos. Ella es de Orense, no es fea, pero sí lleva gafas y botas de montañera. Con paciencia y entusiasmo trata de meter en los cerebros atrofi ados de un grupo de periodistas conceptos difíciles. Nos cuenta que se aceleran los protones hasta casi la velocidad de la luz (más no se puede) porque “para ver algo muy pequeño necesitas una energía muy grande. El acelerador es como un microscopio gigante. Es como abrir una caja y ver lo que na-die ha visto”. ¿Y para qué sirve todo eso? De las investigaciones han sali-do los avances que han llevado a la detección médica por tomografía, los nuevos tratamientos de tumores con bombardeo de radiación, las células de paneles solares o los avances en imanes superconductores que algún día moverán el mundo. Pero ella, mientras tomamos nota, aprovecha para decir por lo bajo, tímidamente, “aquí hacemos ciencia pura”. De las muchas cosas que nos cuenta me quedo con una frase: “El ojo es un detector de fotones”. En otro tiempo me hubiera parecido una manera fría y desalmada de referirse a esos ojos a los que tanto cantan los poetas. Pero en ese búnquer de Ginebra me parece mucho más emocionante que cualquier cascada de adjetivos empa-lagosos y artifi ciales volcados por un batallón de poetas en la modorra de su casa. Esta es la emoción del cono-cimiento, del esfuerzo por asomarse cada vez un poco más adentro y mirar un poco más allá. Toca turno de descenso al fondo

del pozo. Vamos a bajar los cien me-

tros hasta el acelerador LHC, un raro privilegio. Nuestro guía es un físico que ha de pasar un control de escaneo de pupila, como en las películas ame-ricanas. Nos da unos cascos de obra y bajamos como mineros domingueros. No es momento, pero le pregunto a Sonia por qué escribir: “Soy muy lectora desde pequeña. Devoro los libros. Eso ha infl uido mucho”. ¿Y cómo arrancaste? “Cuando empecé a escribir tuve la inestimable ayuda de Francesc Miralles, que me dio pautas metodológicas, cómo estruc-turar, cómo no repetir... También es cierto que lo que he escrito no es ni pretende ser literatura, no tengo una formación lo sufi cientemente buena en ese sentido”.Al llegar abajo entendemos por qué

a esa maquinita que capta los choques de las partículas se le llama Atlas. Es una catedral metálica. Aquí Marinetti y sus futuristas, que creían que una motocicleta era más sexy que una corista del Folies Bergère, caerían de rodillas. Este Atlas con cierto aire de tuneladora sideral tiene cinco pisos de altura y más cables que la tripa de C3PO. Un gigante para atrapar las pequeñísimas trazas de energía de partículas infi nitesimales.

Un electrón, dos ranurasEs noche cerrada cuando volvemos a la superfi cie. Caminamos a buen paso por las calles de Ginebra para cumplir con el ritual de comer una fondue. Un nombre muy sensual para un plato bastante simplón: pan con queso. Los suizos son una gente muy formal, muy seria, muy trabajadora... pero imaginativos, no mucho. En los libros de Sonia fl ota la pre-

sencia de Erwin Schrodinger. Este científi co coetáneo de Einstein puso el dedo en la llaga cuántica al plan-tear una célebre paradoja gatuna que lleva décadas dando que pensar a los científi cos y que, para atajar, se puede explicar como el experimento de la doble ranura. Ese experimento muestra que un electrón pasa por dos ranuras al mismo tiempo. A mi cabeza le cuesta entender cómo pue-de ser así. Sonia me coge la libreta y el bolígrafo y dibuja dos ranuras. Me muestra gráfi camente lo que sucede si disparamos balas (partículas con

masa): dos rayas verticales en la pa-red del fondo. Sin embargo, cuando dispararon electrones, en la pared del fondo aparecieron más de media docena de rayas verticales. Es lo que sucedería si lanzaras contra las ranu-ras ondas sucesivas en lugar de partí-culas, su entrechocamiento da lugar a ese tipo de múltiple muesca. Tal vez era una partícula que se comportaba como una onda (como los fotones). Entonces lanzaron los electrones de uno en uno... ¡pero el resultado fue el mismo: múltiples rayas! Al llegar a las ranuras, el electrón entra como una onda, pero por las dos al mis-mo tiempo. Los físicos quisieron ver cómo se producía ese momento y pusieron detectores para registrarlo. Pero, al poner un ojo sobre el asunto, el electrón sólo pasaba por una ranu-ra, el puñetero. ¿Qué explicación científi ca tiene

esto? “Obstinarse en entender el por-qué te lleva a un callejón sin salida. Nosotros sabemos el ‘cómo funciona’, no el por qué. Entramos en la parte de la interpretación que lleva eso y su parte fi losófi ca. La teoría que sustenta la física cuántica es extraordinaria-mente precisa a nivel matemático... pero también una de las más des-concertantes para nuestra percepción cotidiana”.Si el electrón deja de comportarse

igual cuando lo observa de cerca un científi co y cuando no... sería tanto co-mo aceptar que el electrón se sabe ob-servado. ¡Tiene conciencia! Y además es listo. ¡No me entra en la cabeza! “No lo entiendes tú, no lo entiende

nadie. No estamos programados para pensar en un coche yendo a la vez en dos direcciones distintas o que las cosas sucedan a la vez en infi nitos universos. Yo hablo con facilidad de esto porque llevo muchos años y aca-bas aceptándolo pero, si no te genera la sensación de confusión que tienes ahora, es que no has entendido nada”. Asiento con cara de empanado. Es-tamos rodeados de enigmas, apenas conocemos un cuatro por ciento de la materia que compone el universo y la física se ha convertido en el gran reto. Ya pueden estrujarse la cabeza inven-tándose martingalas los novelistas, porque les va a ser difícil superar el misterio de la vida misma. �

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