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UNIVERSIDAD DE SANTIAGO DE CHILE FACULTAD DE HUMANIDADES
INSTITUTO DE ESTUDIOS AVANZADOS DOCTORADO EN ESTUDIOS AMERICANOS
SUJETO, EDUCACIÓN Y FORMACIÓN UNIVERSITARIA
Las políticas universitarias neoliberales y la crítica latinoamericana
CRISTÓBAL F. FRIZ ECHEVERRÍA
Profesor Guía: Dr. José G. Santos Herceg
Tesis para optar al grado de Doctor en Estudios Americanos Mención: Pensamiento y Cultura
Santiago de Chile Junio de 2014
© Cristóbal F. Friz Echeverría Se autoriza la reproducción parcial o total de esta obra, con fines académicos, por cualquier forma, medio o procedimiento, siempre y cuando se incluya la cita bibliográfica del documento. Esta investigación fue financiada por la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (CONICYT), mediante una Beca Para Estudios de Doctorado en Chile.
ii
Dedicatoria
A Rosario con amor
Agradecimientos
Agradezco a mi familia –mis padres, hermanos y sobrinas– y a mis amigos y amigas, que de uno u otro modo me han acompañado en este proceso. También, y con mucho cariño, a José Santos Herceg, por haberme impulsado a desarrollar esta investigación, y por el apoyo que me ha dado durante su transcurso. Aprovecho de agradecer, con ello, a los y las colegas, y a los profesores y profesoras, que asimismo me han apoyado.
iii
TABLA DE CONTENIDOS
INTRODUCCIÓN 1
PRIMERA PARTE. Sujeto, educación y formación universitaria en la teoría neoliberal clásica 16
Capítulo 1. La teoría neoliberal, leída en clave antropológica 20
El rescate de la libertad 21
Ignorancia, libertad y mercado 24
La competencia 28
La reducción del Estado, la política al servicio del mercado 32
La educación y la universidad 36
Capítulo 2. Educación, investigación y universidad en Friedrich Hayek 38
El centralismo educativo 39
El científico-emprendedor, la competencia y la libertad de cátedra 41
Las ciencias sociales y las humanidades: el pensamiento crítico en entredicho
45
Capítulo 3. Educación y formación universitaria en Milton Friedman 48
Las dos dimensiones de la educación: ciudadanía y productividad 49
Educación, mercado y competencia 52
La enseñanza superior: inversión en capital humano 56
El mercado y el mejoramiento de la educación superior 58
La subvención a la demanda 60
iv
SEGUNDA PARTE. Sujeto, educación y formación universitaria en el neoliberalismo en y para América Latina 65
Capítulo 1. Apropiación de la antropología neoliberal: El otro sendero 72
Mercantilismo, voluntarismo centralista y desaprovechamiento del capital
humano 73
Mercado y bien común 79
Capítulo 2. Educación y formación universitaria en El ladrillo 82
El libre mercado y el potencial creador del individuo 84
Crítica al centralismo educativo 89
La educación, entre ciudadanía y productividad 91
La enseñanza superior como inversión en capital humano 93
Capítulo 3. Educación y formación universitaria en los organismos
internacionales: Banco Mundial, CEPAL y UNESCO 98 La crisis de la educación superior y el mercado 100
La educación, entre formación ciudadana y formación profesional 104
Educación superior: mercado, competencia y libertad de elección 108
Capítulo 4. Educación y formación universitaria en José Joaquín Brunner 113 El dominio de análisis de los mercados universitarios 114
Regulación pública y libertad de mercado 119
La educación superior, entre lo público y lo privado 122
La crítica al modelo latinoamericano de universidad 124
v
TERCERA PARTE. Sujeto, educación y formación universitaria en los críticos latinoamericanos 128
Capítulo 1. Una concepción economicista de la educación 133 El reduccionismo economicista 133
Economicismo y perversión de la educación 136
Capítulo 2. Concepción y formación reduccionistas del sujeto 143
El capital humano 145
Fragmentación de la comunidad académica 149
Educación para la sumisión 154
Al rescate de una educación emancipadora, crítica e integral 161
Capítulo 3. La universidad en peligro 171
La destrucción de la universidad 171
La defensa de la “verdadera” universidad 173
La “esencia” de la universidad 179
CONCLUSIONES 188
BIBLIOGRAFIA 205
1
INTRODUCCIÓN
“Ahora –proseguí– represéntate el estado
de la naturaleza humana, con relación a la
educación y a su ausencia, según el cuadro
que te voy a trazar”. Platón
Las motivaciones de la presente investigación, se encuentran
indisociablemente ligadas a la situación chilena de los últimos años, en los que
diversos sectores de la población han cuestionado las implicancias y efectos de
la política neoliberal en el país. Junto con los cuestionamientos a la Constitución
heredada de la dictadura militar, el sistema previsional, de salud, entre otros, ha
saltado a la palestra el problema educativo, ubicándose entre los principales
asuntos de interés público.
No es de extrañar que entre los sectores que han reaccionado
últimamente ante el estado de cosas que define nuestra educación superior-
universitaria (pensemos, por ejemplo, en las reivindicaciones del Movimiento
Social por la Educación), se encuentre el reclamo de superar el legado de la
dictadura. El Chile dictatorial, como lo señala José Santos Herceg, fue una
suerte de “laboratorio” de experimentación del proyecto neoliberal (Santos
Herceg, 2006, 2). Dicha experimentación tuvo una de sus manifestaciones más
claras en el campo de la educación superior: con la promulgación de la Ley
General de Universidades del 81, se posibilitaba y fomentaba la creación de
universidades privadas sin dependencia estatal, a la vez que se desarticulaban
las universidades públicas existentes, mediante la regionalización y división de
sus dependencias, las que en adelante no tendrán mayor vinculación.
Por su parte, los gobiernos postdictatoriales, aun cuando declaran la
intención de desmarcarse de la herencia de la dictadura en diversos ámbitos,
mantienen y profundizan el modelo neoliberal en lo económico y político. Esto
es patente en el ámbito de la enseñanza superior: tal como señala Carlos Ruiz,
2
como efecto de su fuerte orientación hacia el mercado, el campo de la
educación superior en Chile cuenta con el gasto estatal probablemente más
bajo del mundo, y con uno de los costos más elevados, en relación al ingreso
per cápita de la población (Ruiz, 2010, 154).
No obstante ello, y muchas veces reconociendo incluso sus defectos,
diversos intelectuales e instituciones han presentado al modelo universitario
chileno, como ejemplo o paradigma de régimen moderno, eficiente y de calidad.
En la década del 90, por ejemplo, el Banco Mundial declara que nuestro
sistema de educación superior –que según el Banco, pese a la disminución del
gasto estatal, ha aumentado en cobertura y calidad–, es el patrón a seguir por
los demás países en vías de desarrollo (Banco Mundial, 1995).
Es muchísimo lo que se ha escrito, desde la década del 80 hasta la
actualidad, ya sea a favor o en contra de las motivaciones, supuestos y efectos
de las políticas neoliberales en la universidad, no sólo en Chile y los países
latinoamericanos, sino a nivel mundial. Dentro de la profusa producción al
respecto, nos ha interesado sobre todo la perspectiva crítica al mercado como
ente regulador de las instituciones educativas. Esto obedece al hecho (subjetivo
y personal si se quiere) de que, en nuestra opinión, la economía de mercado y
los mecanismos que la regulan, son no sólo inadecuados en cuanto
coordinadores de las instituciones educacionales, sino incluso perjudiciales y
nefastos.
Evidentemente, la literatura que presenta un rechazo a las políticas
neoliberales en el campo universitario, es igualmente vastísima. Es por ello que
hemos hecho un recorte de la misma, considerando únicamente lo escrito por
autores chilenos y latinoamericanos. Esta elección responde a que, dado que
Chile, y con él muchos países de la región, son pioneros en la instauración del
neoliberalismo –y de las modernizaciones educativas en clave mercado–, nos
ha parecido oportuno revisar lo escrito por intelectuales de nuestra América.
3
Sin embargo, consideramos que un tratamiento de la postura crítica
latinoamericana a las políticas neoliberales en el campo de la educación
superior, quedaría incompleto sin abordar la perspectiva ante o contra la cual
aquélla se ha erigido. Ésta es la razón de que en esta investigación no nos
ocupemos únicamente de la postura crítica, sino también de la que ha
promovido o avalado la instauración del mercado como mecanismo coordinador
del funcionamiento de las instituciones.
Junto con lo anotado anteriormente, debemos mencionar que la literatura
que ha defendido y censurado al mercado como entidad reguladora de las
casas de estudios superiores, además de abundante, ha apuntado a diversas
dimensiones de la cuestión, razón por la cual es necesario delimitar el objeto de
nuestro estudio. Para ello recurriremos, en una primera instancia, a una
indicación de José Santos Herceg, quien ha establecido que “lo más típico” de
las investigaciones filosóficas, es el intento de aclarar conceptos. El autor
precisa que no se trata del esclarecimiento de cualquier concepto, sino de
aquéllos de los que, no obstante los utilizamos en forma habitual, no somos
capaces de dar cuenta exacta de lo que por ellos entendemos (Santos Herceg,
2010, 23).
Dentro de los muchos conceptos presentes en la discusión sobre las
reformas neoliberales en la universidad, consideramos que uno central, y del
que no siempre contamos con una claridad plenaria, es el de educación.
Estimamos, pues, que no es del todo transparente qué entienden por
“educación” los autores y documentos que han promovido políticas de mercado
para las universidades, en tanto que instituciones educativas; y que, al mismo
tiempo, tampoco es suficientemente claro, lo que entienden por “educación” los
intelectuales latinoamericanos que se han opuesto o han criticado las
mencionadas políticas.
4
Si bien con esto alcanzamos una primera delimitación de nuestro objeto,
el mismo sigue siendo bastante general y por tanto difícil de asir. Para
circunscribirlo aun más, consideraremos, siguiendo a Carlos Ruiz, que todas las
teorías educacionales tienen un importante componente normativo; es decir,
que en las distintas concepciones y propuestas sobre educación, se incluyen
“como postulados básicos, una cierta visión del ser humano, la sociedad y el
Estado, una relación entre el ser humano y el Estado y una concepción del
conocimiento y la verdad” (Ruiz, 2010, 12). Según nuestra interpretación, lo
normativo de las diversas teorías educativas consiste en que ellas no señalan
únicamente –ya sea explícita o implícitamente– lo que es el ser humano, el
Estado, la sociedad, sus relaciones, etc., sino también, y ante todo, lo que
aquéllos deben ser.
Por otra parte, y apoyándonos ahora en Paulo Freire, estimamos que
entre los “postulados básicos” que según Ruiz definen el componente normativo
de las concepciones educativas, la interpretación sobre lo que es la realidad
humana (y sobre lo que ella debe ser) tiene un papel central, al punto de que
podemos afirmar que la cuestión educativa es, en buena medida, un problema
antropológico1. En base a tal consideración, juzgamos que lo que disputan las
diversas teorías educacionales, es en buena medida una interpretación de lo
que es y debe ser el ser humano.
En vistas de los puntos anteriores –el carácter normativo de las teorías
educacionales, y el protagonismo que en ello tiene la cuestión antropológica–,
nos parecen pertinentes las reflexiones de Augusto Salazar Bondy sobre la
“intencionalidad” de la educación. Según el filósofo peruano, la educación, tal
como se instrumenta en una sociedad, obedece siempre a un propósito, “es
1 Señala Freire: “Ninguna acción educativa puede prescindir de una reflexión sobre el hombre y de un análisis sobre sus condiciones culturales”; y en otro pasaje: “No es posible hacer una reflexión sobre lo que es la educación sin reflexionar sobre el hombre mismo. Por esto, es preciso hacer un estudio filosófico-antropológico. Comencemos por pensar sobre nosotros mismos y tratemos de encontrar, en la naturaleza del hombre, algo que pueda constituir el núcleo donde se sustente el proceso de educación” (Freire, 1987, 61, 21).
5
siempre una actividad o una constelación de actividades teleológicamente
orientadas” (Salazar Bondy, 1995, 266).
Este carácter intencional, especifica el autor, se traduce en la presencia
de un “factor axiológico o estimativo” en todo concepto de educación (o
siguiendo nuestra exposición, en toda teoría educativa). Esto significa que la
educación sólo tiene lugar en relación a valores perseguidos y realizados por un
determinado grupo humano; en otras palabras, la acción educativa no se puede
comprender en términos neutros, sin recurrir a las decisiones valorativas de la
comunidad, o de un sector de la misma (el que decide los valores vehiculizados
por el proceso educativo).
La intencionalidad de la que venimos hablando, implica para Salazar que
la acción educativa de un grupo (una comunidad, un sector de la población, una
nación, etc.) apunta a la realización de algo considerado bueno –un bien, un
valor– para el educando. Junto con ello, el filósofo señala que los “principios
fundamentales” de la intencionalidad educativa de una sociedad, se ponen de
manifiesto en la selección de los contenidos y de las materias de enseñanza, en
el énfasis puesto en algunos temas, respecto de los cuales otros son dejados
de lado. Por último, llama la atención sobre lo complejo y problemático de que
alguien –ya sean los educadores o la sociedad en su conjunto– decida lo que
es bueno para otros, y que en base a tal decisión, establezca qué educación
deben ellos recibir (Salazar Bondy, 1995, 269, 270, 277)2.
De las consideraciones de Salazar Bondy, y en específico de su idea de
que la “justificación de la educación” es un problema relativo a la legitimidad de
determinadas decisiones axiológicas, podemos colegir que lo estimable como 2 Tal es, para el peruano, el problema de la “justificación de la educación”. Sobre el particular afirma: “al educar, unos hombres introducen cambios en la conducta de otros, cambios que tienen que ver con los valores y fines que presiden la acción humana ¿Cuál es la base última en que podemos hacer reposar la legitimidad de esta acción? ¿Hasta qué punto, al educar, estamos invadiendo el mundo propio de cada individuo o grupo, torciendo su curso por decisión ajena a él y haciendo del educando sólo un remedo de nuestra propia humanidad? ¿Cómo podemos saber que las opciones valorativas que presiden nuestra acción pedagógica están bien fundadas en general y en particular para la vida del educando? ¿Cómo se justifica, pues, la educación?” (Salazar Bondy, 1995, 271).
6
bueno para el educando es siempre algo controversial, un objeto de disputa.
Este punto de vista engarza con las reflexiones de Ernesto Mayz Vallenilla
sobre “la idea del hombre”, como pilar de la formación que otorga la
universidad.
Según el filósofo venezolano, son tres los “fundamentos institucionales”
de las casas de estudios superiores: lo que se entiende por saber, el concepto
de verdad, y la “idea del hombre”. De acuerdo con la exposición del autor,
mientras los dos primeros hacen relación al estatuto del conocimiento y a las
posibilidades y técnicas de su reproducción y transmisión, es la “idea de
hombre” la que orienta –o pretende orientar– el sentido y los fines de las “tareas
pedagógicas” o de “la función formativa de la universidad”. Esto significa que,
según la interpretación que se tenga del “hombre” en general, y concretamente
del que ha de ser educado en la universidad, se desprenderán los
conocimientos, habilidades, destrezas, valores, etc., que en el educando han de
inculcar las instituciones de enseñanza superior (Mayz Vallenilla, 1984, 36, 40
nota).
Mayz avanza un paso más en sus reflexiones, indicando que “el tipo de
hombre” que han de formar las universidades, responde a las exigencias que
una sociedad, de acuerdo a sus expectativas y necesidades, le plantea a las
casas de estudios como su aspiración y su deber. Sobre esto comenta: “Al
hacerlo, la sociedad espera que la institución satisfaga sus reclamos, y, de no
ser cumplidos, es previsible que ésta no pueda esperar el apoyo ni la
receptividad de aquélla. De esta manera, (...) el medio e intracuerpo social
exige que el hombre formado por una institución destinada a servirlo, posea,
admita y sostenga responsablemente un sistema de valores que esté de
acuerdo con las preferencias y el sentido de las estimaciones axiológicas
ejercitadas por esa colectividad” (Mayz Vallenilla, 1984, 37).
Como podemos ver, nuestro autor coincide con Salazar Bondy, en la idea
de que son determinadas “exigencias axiológicas” las que direccionan la
7
formación que ha de recibir el “hombre” en las instituciones educativas (en la
universidad, según las indicaciones del venezolano), siendo una de las notas
principales de dicha formación, la transmisión de un “sistema de valores”
conforme a las expectativas de la sociedad. Sin embargo, Mayz Vallenilla
reconoce que no hay un acuerdo respecto del “tipo de hombre” que debe ser
formado por las universidades. Esto implica que la “idea de hombre” que orienta
el sentido de la formación universitaria, es algo interpretable, discutible. Ello
significa que, en último término, la formación universitaria –los conocimientos,
valores, etc., que han de ser transmitidos por la institución– es también un
objeto de disputa.
Mayz señala, además, que esta controversia en torno a la concepción
antropológica que funge como directriz del sentido de la educación que han de
otorgar las casas de estudios superiores, lejos de ser una cuestión abstracta,
hace relación al problema de si la universidad formará al “hombre” para
adecuarse a su entorno social, o para erigirse como un crítico del mismo. En
sus palabras: “hoy en día aquella institución [la universidad] ha pasado a ser un
centro de extraordinaria importancia para la formación de la conciencia política
y de las clases dirigentes de cualquier país. En tal sentido, lo que en ella se
discute y se decide con la aceptación o rechazo de una determinada
concepción del hombre, no es ni mucho menos un ideal abstracto, sino
justamente la posible conformación de un determinado tipo de hombre que esté
de acuerdo o que se oponga al sistema estimativo y axiológico –y, en general,
al orden y a la estructura establecidos– del correspondiente contexto social en
el que la universidad funcione” (Mayz Vallenilla, 1984, 44)3.
3 Para el autor, las consecuencias prácticas de las discusiones y las posturas adoptadas respecto de la cuestión antropológica, hacen relación al hecho de que una “idea del hombre” es, en resumidas cuentas, un modelo proyectivo o normativo de la conducta humana y, por tanto, algo en lo que están en juego determinados intereses. Así lo establece: “En tanto su Idea [la idea del hombre] es como un proyecto para su existencia –en el cual se programa o diseña un ámbito de posibilidades para sus gestas y se confiere una interpretación de su sentido– las discusiones que en torno a ella giran son disputas en las que se toma posición ante la historia y se defienden intereses concretos, urgentes y definitivos” (Mayz Vallenilla, 1966, 10).
8
Deseamos destacar, por último, que el intelectual venezolano identifica
como una “actitud totalitaria”, sostener que la formación universitaria deba
orientarse por “una determinada, única y excluyente idea del hombre”. A esta
posición totalitaria, contrapone una “actitud abierta”, que denomina “pluralismo”,
y que consiste en que sean diversas concepciones antropológicas –o una
concepción antropológica plural e integral, que contemple al “hombre” en la
multiplicidad de sus dimensiones– las que otorguen sentido a la educación
ofrecida por las casas de estudios superiores (Mayz Vallenilla, 1984, 44, 45).
Recapitulando este breve recorrido, indiquemos que en los marcos de la
presente investigación, la pregunta por los conceptos de educación tanto de los
promotores como de los críticos latinoamericanos de las reformas universitarias
neoliberales, se traducen en la pregunta por el modo como los autores y
documentos en cuestión, entienden al “hombre” en general, y en concreto a
aquellos individuos que se forman en las casas de estudios superiores. A lo
largo del trabajo nos encontraremos con formas contrapuestas de ver la
educación; es decir, con interpretaciones antropológicas en disputa, las que,
como hemos indicado, prescriben, señalan lo que la educación universitaria
debe ser. Vale la pena reiterar que dicha disputa apunta, según nuestros
supuestos interpretativos y metodológicos, a lo que el “hombre” –en general, y
específicamente el que accede a la enseñanza superior– debe ser.
Señalemos además que, en los marcos hermenéuticos de este trabajo,
es la concepción antropológica adoptada por las diversas posturas que
revisaremos, la que define no solamente lo que para ellas debe ser la formación
universitaria, sino también lo que en su opinión ha de ser la universidad misma,
en cuanto institución educativa. Esto obedece, una vez más, a la consideración
de que las teorías educacionales son primariamente normativas, y que en su
carácter normativo tiene un papel central la interpretación sobre el “hombre”. Es
en base a tal primacía de lo antropológico, que estimamos que se puede trazar
una línea de continuidad desde lo que el “hombre” ha de ser, pasando por lo
9
que debe ser la formación que recibe en la universidad, para llegar finalmente a
lo que ella, como institución educativa, debe ser4.
Debemos anotar, por otra parte, que en el desarrollo de nuestra
exposición, evitaremos usar nociones como “hombre”, “ser humano”, “realidad
humana”, “naturaleza humana” y otros similares, por parecernos que su empleo
puede dar a entender que partimos de una interpretación –una toma de
posición– respecto de lo que la realidad denominada como “hombre”, etc., es y
ha de ser; y por tanto, de lo que debe ser la educación que otorga la
universidad, y de lo que ha de ser ella, en tanto institución de educación
superior. Puesto que, en los marcos del presente trabajo, el sentido de lo que
se denomina como “hombre” es el nudo controversial de la disputa,
preferiremos las expresiones “concepción antropológica” o “interpretación
antropológica”, que dan cuenta de una postura, una posición; y sobre todo
“sujeto”, en la acepción restringida de aquello respecto de lo cual se predica o
enuncia algo.
Indiquemos finalmente que, entre los numerosos conceptos que dan
cuenta de lo que acontece o puede acontecer en un proceso educativo (tales
4 Somos concientes de que el acercamiento aquí esbozado a la cuestión educativo-universitaria –concretamente a los discursos promotores y críticos de la modernización neoliberal al nivel universitario– es parcial y limitado, y que por tanto podría ser complementado con otras perspectivas de análisis. Nuestro abordaje, que se sostiene sobre la consideración de la universidad como institución de “educación” superior –y que se pregunta por el sentido de la “educación” en las diversas posturas–, se centra en o releva la labor docente de la universidad. Esto no implica dejar de lado u olvidar las otras funciones tradicionalmente asignadas a las casas de altos estudios (la investigación y la extensión), sino solamente estimar –metodológicamente, si se quiere– que el sentido de éstas es, en buena medida, deudor de la apuesta antropológica que según las diversas posturas ha de guiar la labor formativa de la institución. Si consideramos, por ejemplo, la investigación que tiene o ha de tener lugar en la universidad, el sentido de la misma no debiera ser ajeno a la interpretación que se adopte de la formación universitaria (concretamente del investigador que la misma universidad forma, o de los temas que se consideran relevantes y dignos del trabajo académico, y en torno a los cuales se le enseña a investigar). Lo mismo cabe señalar sobre la extensión de la universidad hacia la sociedad: si ella es de algún modo formativa, educativa –ésta parece ser su finalidad–, su sentido también ha de estar vinculado al propósito formativo de la institución, es decir, a los conocimientos, valores, etc., que la casa de estudios pretende inculcar en los individuos y, por medio de ellos, en la sociedad toda.
10
como instrucción, enseñanza, capacitación), nos inclinaremos por el de
“formación”. Esto obedece al hecho de que, en conformidad con nuestros
supuestos metodológico-interpretativos, el “sujeto” es algo que, según la
interpretación que se tenga del mismo, debe ser “formado” de tal o cual manera,
en el sentido (no literal, por supuesto) de conformado, modelado, moldeado5. Si
bien con “formación” queremos dar cuenta del dar forma al sujeto mediante la
educación, “educación” y “formación” serán empleados –entre otras cosas, para
evitar el uso desmedido de uno sólo de los términos– en la mayoría de los
casos como sinónimos.
Tal como señaláramos algunas páginas más arriba, nuestro interés inicial
consiste en examinar el discurso crítico latinoamericano a la situación de las
universidades como entidades competitivas de mercado. Enunciábamos
asimismo que, en nuestra opinión, una revisión de dicha postura, para ser
completa, debe considerar además la perspectiva ante o contra la cual aquélla
se constituye. Es en base a esta necesidad, que la investigación se divide en
tres partes.
En la Primera Parte, nos abocamos a un tratamiento inicial de la teoría
neoliberal, en la formulación que llamaremos clásica, pues la consideraremos el
ejemplo, patrón o norma de lo que serán la reformulación y aplicaciones del
pensamiento y el proyecto neoliberal en América Latina, en específico en lo
concerniente a la educación.
Nuestro abordaje del neoliberalismo clásico consta de tres momentos. En
el primero (Capítulo 1), revisaremos la teoría neoliberal clásica en clave
antropológica; es decir, considerando su visión del sujeto como pivote de la
5 Con esto no pretendemos que el “sujeto” sea, antes del proceso educativo, una especia de tabula rasa que la educación llena de contenido. Tal como mostraremos en el curso de nuestro trabajo, en las perspectivas que abordaremos, las tomas de posición respecto de lo que ha de ser el sujeto –concretamente mediante la educación, y en específico la universitaria–, obedecen a lo que se estima que éste de algún modo –si bien en potencia– ya es, y respecto de lo cual se propone que la enseñanza universitaria debe completar o actualizar dicho ser.
11
misma. Procuraremos mostrar que de la concepción de sujeto del
neoliberalismo (particularmente de su interpretación de la limitación del
conocimiento humano y de la libertad), se deriva gran parte de la doctrina, y de
sus consecuencias políticas. Estas últimas consisten en instaurar o hacer más
expedito el funcionamiento del libre mercado (y de la competencia, identificada
como su principal mecanismo de regulación) en todos los ámbitos de la vida
humana, lo que tiene por efecto último dar mayor lugar a la iniciativa privada, y
consiguientemente, disminuir las esferas de incumbencia legítima del Estado.
En una segunda instancia (Capítulo 2), examinaremos algunas ideas de
Friedrich Hayek sobre la educación y la investigación científica, consonantes
con la matriz antropológica neoliberal y las consecuencias que los neoliberales
clásicos sacan de la misma. Nos ocuparemos, particularmente, de su crítica a la
dirección centralizada de la instrucción pública por parte del gobierno, y de su
fomento de la competencia como motor de la labor científica que se lleva a cabo
en la universidad.
Ya finalizando la Primera Parte (Capítulo 3), abordaremos el
pensamiento educacional de Milton Friedman, el que representa un desarrollo
consecuente de la doctrina y la antropología neoliberal, y que toma la forma de
un verdadero proyecto de reestructuración del campo educativo en su conjunto,
mediante la implantación de las lógicas de funcionamiento del mercado. Nos
encontraremos, en las recomendaciones del intelectual de Chicago, con los
principios y supuestos de lo que será la implantación de políticas neoliberales
en la educación superior en América Latina.
Tales principios y supuestos son, por un lado, la distinción entre dos
dimensiones o finalidades del proceso educativo –formación ciudadana y
profesional–, y el énfasis en la segunda por sobre la primera. Por otra parte, la
confianza en que el mercado y la competencia constituyen la solución para los
problemas de una educación dirigida por el Estado, y como instancia que ha de
otorgar o devolver a los estudiantes y sus familias, la “libertad de elegir” la
12
educación que aquéllos han de recibir. Veremos en Friedman, asimismo, la
comprensión de la educación superior como inversión en capital humano –lo
que se condice con el énfasis puesto en la dimensión profesional o productiva
de la educación–, la que en tanto que inversión privada, debe ser costeada por
los estudiantes y sus familias. Y por último, el régimen de subvención a la
demanda educacional, como mecanismo para aliviar al gobierno de los altos
costos del sector, y para hacer más competitivo el mercado educativo.
La Segunda Parte de la investigación, tiene por objeto la apropiación y
reelaboración del pensamiento y proyecto neoliberal en y para América Latina,
con un acento especial en lo concerniente a la interpretación antropológica de la
doctrina, y en las recomendaciones que conforme a la misma se hacen para la
reforma de la educación superior.
Dicho tratamiento consta de cuatro etapas. En la primera (Capítulo 1),
examinaremos brevemente la apropiación de la antropología neoliberal, en una
de las principales obras del pensamiento neoliberal latinoamericano: El otro
sendero. La revolución informal del peruano Hernando de Soto (primera edición
de 1986). Si bien en este libro no se aborda la cuestión educativa,
encontraremos en él una apropiación –traducción, si se quiere– latinoamericana
de los principios y categorías del neoliberalismo y su antropología, como son: el
capital humano, la crítica a la centralización de la actividad económica en el
gobierno, y el proyecto de instauración del libre mercado, en tanto generador de
bien común y solución a los problemas que aquejan a la sociedad peruana y
latinoamericana.
Después de ello (Capítulo 2), abordaremos otra obra destacada de la
tradición neoliberal latinoamericana, y que es uno de los antecedentes de la
modernización neoliberal que tendrá lugar en la dictadura chilena y, por
consiguiente, a nivel continental: “El ladrillo”. Bases de la política económica del
gobierno militar chileno, escrita a comienzos de los 70 por un conjunto de
intelectuales del país, y publicada en el 92 por el Centro de Estudios Públicos
13
(CEP). Junto con observar –al igual que en El otro sendero– una reformulación
de las categorías y la concepción de sujeto del neoliberalismo, revisaremos su
propuesta de política educacional, la que coincide con la de Friedman en la
crítica al centralismo educativo, el acento en la dimensión productiva de la
educación en desmedro de la ciudadana, y la consideración de la enseñanza
superior como inversión en capital humano.
Dado que, desde la década del 90, las reformas educacionales
neoliberales han sido recomendadas para el mundo entero (y lo que nos
interesa, para América Latina) por los organismos internacionales, en un tercer
momento (Capítulo 3) nos abocaremos a algunas propuestas del Banco
Mundial, y de CEPAL y UNESCO. Nos encontraremos, una vez más, con una
traducción de los principales supuestos y categorías educativos neoliberales,
fundados en nuestra opinión en la noción de sujeto de la doctrina. Tales
supuestos y categorías son: la confianza en que el mercado solucionará los
graves problemas de la educación superior, restableciendo la “libertad de
elección” de los estudiantes y sus familias; y el énfasis puesto en el aporte de la
enseñanza superior a la formación profesional, en desmedro de su contribución
a la formación de la ciudadanía.
El último momento de esta Segunda Parte (Capítulo 4), estará dedicado
al pensamiento y las propuestas educacionales-superiores del sociólogo chileno
José Joaquín Brunner, quien, como buen ejemplo de los “expertos” o “técnicos”
en educación, ha recomendado políticas tipo mercado para el mejoramiento de
la educación superior, tanto a nivel nacional como internacional,
constituyéndose en uno de los principales promotores del sistema de educación
superior chileno, presentado por él como modelo a seguir por los demás países
latinoamericanos.
Como en los capítulos anteriores, veremos la reformulación de Brunner
de las propuestas neoliberales para las casas de estudios superiores, y la
consiguiente presencia de la concepción de sujeto de la teoría. Nos
14
detendremos, en específico, en su planteamiento de que la función del gobierno
en la educación superior, es sentar las condiciones de la competencia, para que
tengan lugar las necesarias “libertades de mercado”; en sus reflexiones sobre
los difusos límites entre lo público y lo privado en un sistema universitario
regulado por la competencia; y en su crítica al modelo latinoamericano de
universidad, es decir, a la universidad pública, tal como ha tenido lugar en el
continente.
La Tercera y última Parte de nuestro trabajo, estará dedicada a la crítica
que diversos intelectuales latinoamericanos han hecho a la implementación de
políticas neoliberales en la educación superior en la región. Conforme con los
pertrechos metodológicos escogidos, prestaremos especial atención a su
censura a la formación universitaria supuesta en la modernización neoliberal, la
que como procuramos mostrar en las Partes anteriores, descansa en buena
medida en la antropología neoliberal.
Tal como hemos señalado con anterioridad, la postura crítica a las
políticas educativas de mercado es la que más nos interesa, y la que en gran
parte ha motivado la presente investigación. Esto se debe, lo indicábamos
también, a que somos de la opinión de que dichas políticas son perjudiciales
para la educación en general, y para las universidades en concreto.
Nuestra Tercera Parte supone tres etapas. En la primera (Capítulo 1),
revisaremos la censura de los intelectuales latinoamericanos estudiados, al
modo en que es abordada y entendida la educación en las reformas
neoliberales (es decir, por los autores y documentos que las han apoyado).
Mostraremos que, para los críticos latinoamericanos, en las modernizaciones de
tipo mercado, la educación es enfrentada de un modo economicista, lo que
implica para ellos un reduccionismo y una perversión de la educación.
En un segundo momento (Capítulo 2), expondremos que para los autores
críticos, el acercamiento economicista a la cuestión educativa, propio de las
reformas neoliberales, supone una concepción reduccionista del sujeto, la que
15
se traduce en el precepto de que la universidad lo forme también de un modo
reduccionista, centrado en la noción de capital humano. Mostraremos asimismo
que, entre las consecuencias que según los críticos tienen la concepción y
formación reduccionistas del sujeto, destacan el desmembramiento de la
comunidad académica, y que la educación que otorga la universidad se torne
funcional a la sumisión. Veremos por último que, ante este diagnóstico, los
autores proponen restaurar el carácter emancipador, crítico e integral de la
educación universitaria.
Concluimos la Tercera Parte (Capítulo 3), revisando el diagnóstico de los
críticos latinoamericanos, según el cual, bajo la concepción educativa
economicista, y la consiguiente reducción de la educación universitaria a
formación de capital humano (lo que para los autores conduce a que la
educación sea funcional a la sumisión), la universidad se encuentra en peligro:
el peligro de su inminente destrucción. Veremos a su vez que, como respuesta
a este parecer, los intelectuales trabajados defienden la “verdadera”
universidad, defensa que en su extremo se hace en nombre de la “esencia” de
la casa de estudios superiores.
Cerramos el trabajo con unas Conclusiones, en las que junto con
recapitular brevemente lo alcanzado en el transcurso de la investigación,
ensayamos –de un modo incipiente y tentativo– unas breves reflexiones. En
ellas procuramos relevar la importancia política del discurso crítico, como una
de las tantas instancias que han de converger para superar el modelo educativo
de mercado.
16
PRIMERA PARTE
SUJETO, EDUCACIÓN Y FORMACIÓN UNIVERSITARIA
EN LA TEORÍA NEOLIBERAL CLÁSICA
En esta primera parte, revisaremos la teoría neoliberal en la formulación
que denominaremos clásica. Nos ocuparemos específicamente de su
concepción del sujeto, y del modo como la misma orienta o modela la
interpretación neoliberal de la formación que han de otorgar las instituciones
educativas, principalmente las del nivel superior, y en concreto la universidad.
Como su nombre lo indica, la expresión “neoliberalismo” da cuenta de
algo novedoso en la tradición del liberalismo. Éste tiene su formulación primera
o clásica en la Inglaterra de los siglos XVII y XVIII, en autores como John
Locke, Adam Smith y otros; y es en general una corriente compleja y múltiple de
pensamiento, que ha tenido gran importancia en la conformación de las
sociedades modernas hasta la actualidad.
Son muchas las vertientes del liberalismo6. Dentro de la amplia gama de
sus modulaciones, y para comprender la articulación conceptual del
neoliberalismo, debemos tener presente aquella corriente liberal ante o contra la
cual éste se erige: el liberalismo económico social, principalmente en su versión
keynesiana.
Éste se inspira en los trabajos del economista británico John Maynard
Keynes (1883-1946), quien ante la crisis económica mundial de 1930, propone
que el Estado vele por la consecución del equilibrio económico, mediante una
política fiscal intencionada. Esto, según Keynes, conduce al uso pleno de los
factores productivos de una sociedad. Es, como se ve, una teoría que aboga 6 Un tratamiento clásico de la tradición liberal en la Inglaterra del siglo XVII, y que enfatiza en los principios de la democracia liberal por ésta instaurados, se encuentra en Macpherson (2005). Un acercamiento más general, y que aborda el “arte liberal de gobernar” en diversas tradiciones del liberalismo –incluyendo la neoliberal– se puede consultar en Foucault (2012).
17
por una regulación del mercado por parte del gobierno, conducente a la
consecución de bien social. De ahí que al proyecto estatal fundado en tales
propuestas se le conozca como Estado de Bienestar (Welfare State en inglés),
Estado Desarrollista, etc.7.
El neoliberalismo, por su parte, se constituye como una corriente paralela
y crítica al liberalismo económico social de inspiración keynesiana 8 . El
neoliberalismo se desarrolla, en una primera instancia, en centros académicos
de Europa (particularmente Viena e Inglaterra) y posteriormente en Estados
Unidos (ante todo en la Escuela de Economía de la Universidad de Chicago).
Los principales teóricos neoliberales (Ludwig von Mises 9 , Friedrich
Hayek, Milton Friedman, James Buchanan, Gordon Tullock, etc.) indican que el
liberalismo keynesiano implica una distorsión de los verdaderos principios del
liberalismo, del que ellos se consideran sus continuadores directos. Es por este
motivo que no se califican a sí mismos como tales, sino como “liberales” o
“individualistas” a secas. Por el contrario, la denominación neoliberalismo y sus
términos asociados, aparecen a mediados del siglo XX, para describir en forma
crítica a esta corriente de pensamiento.
Si bien la censura de los neoliberales al keynesianismo y al Estado
intervencionista comienza a fines de la Segunda Guerra Mundial, ella adquiere
fuerza a partir de la crisis económica mundial de los 70, la que dará pie a las
aplicaciones del neoliberalismo como proyecto, el que tiene su campo de
experimentación en la dictadura chilena. En lo transcurrido hasta la actualidad,
7 La obra clave donde el autor fundamenta su propuesta de política económica es Keynes (2009) (primera edición inglesa de 1936). La importancia del keynesianismo es central en las orientaciones económicas de muchos países desde fines de la Segunda Guerra Mundial hasta la década del 70, cuando comienzan los experimentos de ajuste neoliberal. Su impronta en América Latina, se ve por ejemplo en el proyecto desarrollista de la CEPAL por aquellos años. 8 La presente caracterización del neoliberalismo no desconoce que esta vertiente del liberalismo es compleja y multifacética. Al respecto se pueden consultar, por ejemplo, Ezcurra (1998), Foucault (2012), Harvey (2007), Toussaint (2010). 9 Según Jorge Vergara, la obra fundacional del neoliberalismo es von Mises (2011) (primera edición de 1927) (Vergara, 2005, 40).
18
la fuerza del proyecto neoliberal se ha incrementado considerablemente, lo que
se patentiza en las directrices neoliberales del proceso de globalización en
curso. Para un autor como Raúl Fornet-Betancourt, por ejemplo, el mismo se
traduce en una “universalización de políticas neoliberales” (Fornet-Betancourt,
2001, 309-347), las cuales, como indica Walter Mignolo, tienen su fundamento
discursivo en “la filosofía neo-liberal” (Mignolo, 2001, 10).
En esta sección de nuestro trabajo, revisaremos la primera formulación
de la doctrina, la que en nuestra opinión puede ser calificada como clásica, por
ser el modelo o patrón de los desarrollos y aplicaciones posteriores del
pensamiento y las políticas neoliberales en otras regiones del planeta. En lo que
respecta a nuestra investigación, la consideraremos como el modelo de lo que
serán los desarrollos y aplicaciones de la teoría neoliberal, y de las políticas
neoliberales, particularmente en el campo educativo, en y para América Latina
(a las que nos referiremos en la Segunda Parte).
Nos ocuparemos únicamente de las formulaciones que el pensamiento
neoliberal ha tenido en Hayek (1899-1992) y Friedman (1912-2006). Esto
obedece, por una parte, a que como lo señala Franz Hinkelammert, el primero
es el principal y más fecundo representante de la corriente (Hinkelammert,
2002, 11); y como puntualiza Carlos Ruiz, Friedman es quien sienta las bases
teóricas y el diseño de las políticas neoliberales en el campo educativo (Ruiz,
2010, 108)10.
10 Hayek y Friedman, agrega Ruiz, son los pensadores más influyentes en las modernizaciones acontecidas en Chile durante la década del 80, las que tienen un foco de atención importante en la educación. Dichas modernizaciones, llevadas a cabo en plena dictadura militar son, como sabemos, la instancia pionera de ensayo del proyecto neoliberal. Sin lugar a dudas, los planteamientos de ambos autores difieren en puntos importantes (a modo de ejemplo, las posturas de Hayek son de un tinte más libertario que las del pensador estadounidense, quien representa una vertiente más utilitaria de la doctrina). En la presente revisión del pensamiento neoliberal, supondremos una suerte de división del trabajo, relativa por cierto. Según la misma, Hayek es quien sienta las bases teóricas del neoliberalismo, mientras que Friedman aplica los principios teóricos al campo educativo. En todo caso, nuestra revisión del pensamiento de ambos tenderá a considerar sus posturas de un modo sintético y prestando más atención a los puntos comunes de las mismas, que a sus divergencias.
19
En un primer momento (Capítulo 1), haremos una revisión general de la
teoría neoliberal, la que tendrá como eje central la concepción del sujeto de la
misma. Procuraremos mostrar que la interpretación antropológica de los autores
opera como una suerte de pivote de la doctrina, y que de ella se desprenden en
buena medida sus consecuencias políticas, consistentes en reducir las esferas
de incumbencia del Estado y fortalecer consiguientemente la iniciativa privada,
con el fin de instaurar al libre mercado como entidad coordinadora de las
diversas áreas de la vida humana.
Los siguientes capítulos estarán consagrados a revisar como la
antropología neoliberal funda una determinada comprensión de la educación
(específicamente de la superior-universitaria), consonante con el proyecto de
entronización del mercado desregulado.
Nos detendremos primero (Capítulo 2) en las reflexiones de Hayek sobre
la educación, la investigación científica y la universidad. Mostraremos que la
perspectiva del austriaco, consiste básicamente en reducir la incumbencia
estatal en educación, y en instaurar a la competencia como motor de desarrollo
de la labor científica, lo que reposa, en buena medida, en una comprensión del
investigador como un emprendedor.
Posteriormente (Capítulo 3), nos ocuparemos del proyecto de reforma del
sistema educacional de Friedman, poniendo un acento especial en sus
recomendaciones para la enseñanza superior. Tal como expondremos, las
propuestas friedmanianas son una excelente muestra de cómo la antropología
neoliberal funda una determinada comprensión de la educación
(particularmente la superior), entendida básicamente como una inversión
económica individual. En base a dicha comprensión, veremos que el proyecto
del estadounidense consiste en instaurar al mercado como agente regulador del
campo educativo.
20
Capítulo 1 La teoría neoliberal, leída en clave antropológica
Según lo indicado anteriormente, en este capítulo llevaremos a cabo una
revisión general de lo que denominamos teoría neoliberal clásica, en las
modulaciones de Hayek y Friedman. Nuestra pesquisa tendrá como eje la
interpretación del sujeto presente en la doctrina, razón por la cual hablamos de
una lectura de la misma, en clave antropológica. Tal como pretendemos
mostrar, la teoría neoliberal gira, en una medida considerable, en torno a la
mencionada comprensión del sujeto, lo cual nos permitirá observar, por
ejemplo, que las principales consecuencias políticas de la misma, derivan de
aquella interpretación.
La lectura de la teoría neoliberal en Hayek y Friedman desde una
perspectiva que se centra ante todo en la concepción antropológica de los
autores, como pivote en torno al cual gira gran parte de la doctrina, no es
arbitraria. Como veremos más adelante, son los mismos pensadores los que
dan indicios, muchas veces explícitos, de la pertinencia de esta apuesta
interpretativa. Además de ello, numerosos estudiosos críticos de la teoría, han
puesto el énfasis en dicho aspecto11.
Es importante tener presente, en todo caso, que la revisión en clave
antropológica no pretende agotar el sentido y alcance del pensamiento
neoliberal, sino sólo mostrarlo en una de sus principales aristas. De hecho, nos
parece que la doctrina es, al mismo tiempo que una concepción sobre el sujeto,
una teoría económica, una teoría social y política, una interpretación del Estado,
del derecho, una filosofía de la historia, un conjunto de prescripciones de orden
socio-político, etc. En el desarrollo de este capítulo, rozaremos algunos de
estos aspectos del pensamiento neoliberal, sin pretender en lo más mínimo dar
11 Sólo por mencionar a algunos importantes críticos latinoamericanos, cabe destacar a Fornet-Betancourt (2011), Hinkelammert (2002), Millas (1996) y Vergara (2009).
21
cuenta cabal de su sentido. Nos detendremos brevemente en ellos, sólo en
cuanto sea funcional a nuestra exposición.
El rescate de la libertad
Según afirmaciones de los autores, el “liberalismo” o “individualismo” por
ellos profesado, es ante todo una filosofía política o social que descansa en una
determinada comprensión de la libertad humana, entendida en el sentido
estricto de libertad individual. Dicha comprensión es presentada por ellos como
la única rigurosa, objetiva y verdadera.
Hayek, por ejemplo, define su doctrina como un “verdadero
individualismo”, el que afirma goza de una larga tradición. Según él, ésta se
esboza ya en la Antigüedad Clásica (Grecia y Roma), y es un componente de
importancia capital del Cristianismo y su expansión, y posteriormente tendrá
una de sus cristalizaciones más sobresalientes en el Renacimiento.
Esta tradición individualista-liberal, según el austriaco, constituye un
componente fundacional y fundamental de la cultura o civilización occidental,
considerada como una “civilización europea común”. La misma, explica Hayek,
goza de un desarrollo teórico sistemático en la Inglaterra del llamado liberalismo
clásico del siglo XIX, y una encarnación madura en las instituciones británicas y
estadounidenses de aquel período (Hayek, 2008, 98; 1975, 14; 1986, 318).
En ambos autores, encontramos numerosos llamados a volver a los
valores y principios de este liberalismo o individualismo. En el caso de
Friedman, se trata del retorno a unos “principios inmutables” que rigen el orden
social (Friedman, 1966, 17). En lo que respecta a Hayek, si bien a mediados de
la década del 40 afirma que “no hay reglas absolutas establecidas de una vez
para siempre” en lo que respecta al funcionamiento de la sociedad, ya a fines
de la década siguiente, sostiene la necesidad de retomar aquellos
“inconmovibles principios”, que reputa de “validez universal”, en los que según
22
él se ha inspirado la “moderna civilización occidental” (Hayek, 2008, 105; 1975,
20, 22).
El emplazamiento a restituir los valores supuestamente fundantes de la
cultura de Occidente, obedece en Hayek y Friedman al diagnóstico de
corrupción de esta cultura y sus valores. Dicha degradación, según su parecer,
es obra del creciente influjo –que tiene lugar desde el último tercio del siglo
XIX– de las ideas colectivistas y de planificación, y de las políticas inspiradas en
ellas, que los autores rotulan bajo la denominación socialismo. Para Hayek,
estas políticas conducen inevitablemente al totalitarismo y en definitiva al caos,
prueba de lo cual es la catástrofe que para él representa la Segunda Guerra
Mundial.
A este respecto, es ilustradora la constante advertencia del austriaco,
sobre todo en Camino de servidumbre (escrito durante la Segunda Guerra,
primera edición de 1944), de que el retorno a los ideales individualistas y/o
liberales es la única posibilidad de rescatar a la civilización occidental de los
embates de la barbarie. Un pequeño pasaje, entre otros de la obra mencionada,
da cuenta de ello: “el curso de la civilización toma un giro insospechado,
cuando, en lugar del progreso continuo que esperábamos, nos vemos
amenazados por males que asociábamos con las pasadas edades de barbarie”
(Hayek, 2008, 97).
La cita precedente nos permite afirmar la presencia de una importante
dimensión de filosofía de la historia en el pensamiento neoliberal12. En su
formulación hayekiana, esta filosofía de la historia asigna a la Europa occidental
(en estricto rigor, a una parte privilegiada de la misma, la que encarna los
valores que hacen de ella una cultura común) el lugar de la civilización. En
consecuencia, es ella la que respecto de las demás regiones del globo, como
12 En esto seguimos a Arturo Andrés Roig, para quien, en general, un discurso se erige como filosofía de la historia, en la medida en que se articula sobre las categorías –presentadas como dicotómicas e irreconciliables– de civilización y barbarie, y en cuanto presenta propuestas programáticas para superar ésta por aquélla (Roig, 2009, 67).
23
afirma el autor, debe “continuar dirigiendo, caminar a la cabeza a lo largo de la
ruta que otros, despertados por nosotros, tratan de pisar” (Hayek, 1975, 82). A
las zonas bárbaras, como se establece en el pasaje citado, sólo les cabe
adecuarse a los lineamientos de desarrollo de los países civilizados.
Es en este sentido que Franz Hinkelammert ha afirmado que el
pensamiento neoliberal es ante todo un discurso de legitimación de un
determinado tipo de sociedad (como veremos más adelante, la capitalista
burguesa, en su versión de libre mercado), como el único modelo válido
(Hinkelammert, 2002, 133). En base a lo anterior, cabe establecer, como lo
hace Jorge Vergara, que la teoría que estamos comentando, no es tanto un
modelo descriptivo o explicativo de la sociedad y la realidad humana, como un
patrón proyectivo y normativo, que impele a los sujetos a actuar de acuerdo con
sus prescripciones (Vergara, 2005, 53).
El llamado de Hayek y Friedman a restablecer los principios básicos de la
civilización tiene, según indicábamos, como núcleo el rescate de lo que ellos
consideran el sentido verdadero y originario de la libertad, en que según ellos
se funda la cultura de occidente. Parte fundamental de este rescate, hace
relación al significado que se le otorga a los conceptos relativos a la libertad,
tales como “liberal”, “liberalismo”, etc.; y en cuanto que la libertad es ante todo
individual, a expresiones como “individualismo” y otras.
Friedman, por ejemplo, declara usar “la palabra liberalismo en su sentido
original, el de doctrinas relativas al hombre libre” (Friedman, 1966, 19). Esta
pretendida significación primaria se contrapone a la perversión que según los
autores tiene lugar, por ejemplo, en el liberalismo social, el que en su parecer,
al promover la interferencia del gobierno en la actividad económica, se acerca
peligrosamente hacia el socialismo, y en definitiva a la barbarie.
El liberalismo defendido por los autores se presenta a sí mismo como el
correcto y verdadero, pues según sus representantes ofrece la única
interpretación científica rigurosa de la realidad social y humana. Se supone, por
24
ello, como la única doctrina al servicio del verdadero sentido de la libertad. Esto
es patente en Hayek, quien define su pensamiento como una “filosofía de la
libertad”, como una restauración del auténtico significado de la misma (Hayek,
1975, 22). Friedman, por su parte, presenta el suyo como un sistema que da
“importancia a la libertad como meta final y al individuo como entidad superior
en la sociedad” (Friedman, 1966, 17).
Ignorancia, libertad y mercado
De acuerdo con numerosas declaraciones de nuestros autores, el núcleo
de su interpretación antropológica –y por tanto del sentido que la doctrina
otorga a la libertad–, es la constatación del carácter limitado de la mente
individual, o en otras palabras, la finitud del conocimiento humano. Ésta
comparece como una especie de dato primero en torno al cual se edifica la
comprensión neoliberal del sujeto; como una premisa o axioma que no requiere
mayor justificación, demostración o explicación, sino que es evidente por su
sola enunciación. Según habremos de mostrar, de este dato (o más bien, de la
actitud asumida ante el mismo), Hayek y Friedman concluyen que la libertad
individual es ante todo ausencia de coacción, y que es la economía de mercado
el régimen que resguarda la misma.
El austriaco es explícito al identificar la mencionada limitación de la
mente individual como pivote de su doctrina, pues según declara, “Sobre este
hecho fundamental descansa la filosofía entera del individualismo” (Hayek,
2008, 148)13.
13 Llama la atención que en un punto tan decisivo de su pensamiento, Hayek no argumente su posición, y que por el contrario recurra a la tradición, que considera fundante de la cultura occidental (o “civilización europea común”), para autorizar su parecer. De hecho, acude a un amplio repertorio de intelectuales que en su opinión han sentado los fundamentos teóricos del individualismo, desde la Antigüedad hasta sus días. Un ejemplo notable es su apelación a la autoridad de Sócrates –sin duda uno de los íconos del pensamiento occidental–, para quien el reconocimiento de la propia ignorancia era el principio de toda posible sabiduría humana (Hayek, 1975, 47).
25
Afirma además que tal constatación, y las consecuencias que de ella se
derivan, descansan en una aproximación “compleja y realista” a la “naturaleza
humana”, lo que hace que la teoría que defiende sea “el producto de un agudo
conocimiento de las limitaciones de la mente individual”. Junto con ello, sostiene
que la doctrina reposa en un “credo irracionalista”, más cercano a la concepción
antropológica cristiana que a la racionalista cartesiana, y que en consecuencia
convoca a mantener una actitud de “humildad”, fundada justamente en el
estricto conocimiento de los límites y posibilidades de la razón, la cual, para
estos autores, es siempre la razón individual (Hayek, 1975, 93; 1986, 320, 322,
325).
El reconocimiento del carácter falible y propenso a error de nuestra
capacidad intelectual, es colocado por Hayek incluso como motor de la
civilización, pues en sus palabras, “en la inevitable ignorancia humana se
fundamenta gran parte de la obra de la civilización” (Hayek, 1975, 47).
Consecuencia de ello, para el autor, es que no son los planes concebidos por
hombres o mujeres, menos por los pueblos o naciones, los que producen lo que
podríamos considerar los bienes culturales, materiales, etc., de una
determinada colectividad, sino que ellos son el producto espontáneo de
mecanismos que no podemos controlar, y que por tanto no debemos pretender
someter a nuestro arbitrio.
En esta perspectiva, la planificación social y sus proyectos aparejados –
como una justicia social distributiva, una repartición más equitativa de las
riquezas, etc.– comparecen como aberraciones respecto de la condición
humana, por cuanto planificar (la economía, por ejemplo, o la política) supone
nuestra capacidad de prever los resultados, tanto deseados como inesperados,
de nuestros propósitos y acciones.
Hayek insiste en este punto, sosteniendo que el cambio de rumbo que
según él la civilización occidental ha experimentado a partir del último tercio del
siglo XIX, desde una economía política fundada en la aceptación de nuestra
26
ignorancia hasta los proyectos de planificación centralizada de la actividad
económica por parte del Estado, implican un desconocimiento de lo que el
sujeto verdaderamente es, lo que conduce en la práctica a una distorsión o
perversión de su ser.
En sus palabras, “el cambio más importante producido por el control
extensivo del gobierno es un cambio psicológico, una alteración en el carácter
de la gente”. Esta transformación, puntualiza el autor, se manifiesta en la
pérdida de la originalidad del individuo y su consiguiente identificación con la
masa; en la proliferación de un “rebaño de animales tímidos e industriosos,
cuyo pastor es el gobierno”, lo que tiene por resultado una “servidumbre
regulada y tranquila” (Hayek, 2008, 77-79).
En oposición a esta perversión de la condición humana implicada en todo
proyecto de planificación, Hayek estipula que el verdadero y original sentido de
la libertad, fundacional de la cultura de Occidente y que debe ser rescatado de
la inminente regresión a la barbarie, es el de la ausencia de coacción. En
sintonía con ello, define el “estado de libertad” como la situación en la que la
fuerza o violencia que un individuo o una institución (como el Estado) ejerce
sobre otro a fin de que haga o deje de hacer algo, queda reducida al mínimo; o,
en otras palabras, como la circunstancia por la que la propia voluntad no se
encuentra sujeta a la voluntad de otro u otros (Hayek, 1975, 31-33).
Esta definición negativa de la libertad depende en buena medida, como
toda la antropología neoliberal y la doctrina fundada en ella, del reconocimiento
de la forzosa ignorancia humana. Para los autores, no hay cuestión alguna de
carácter positivo que garantice la libertad, pues nuestra limitada condición
intelectual nos imposibilita determinar, por ejemplo, el mínimo de bienes
culturales, materiales, etc., que sería necesario garantizar para el resguardo de
nuestro libre proceder. En su perspectiva, la libertad del individuo no estriba en
su capacidad de optar por tal o cual alternativa, de seguir éste u otro camino,
27
sino únicamente en el hecho de no ser obligado por voluntad ajena a actuar en
tal o cual sentido.
En la óptica neoliberal, de la limitación de la mente individual y de la
consideración negativa de la libertad como ausencia de coacción, se deriva una
actitud de humildad del sujeto ante los procesos sociales que no puede
controlar. No es arbitrario que Hayek promueva una “moral comercial” y
Friedman una “ética capitalista” (Hayek, 1981, 77; Friedman, 1962, 209). En
general, ambos coinciden en que la principal virtud de la misma es la humildad
recién mencionada.
Por su parte, las actitudes que esta ética identifica como los mayores
vicios o pecados, son el orgullo y arrogancia manifestados en creer saber más
de lo que se sabe, y en actuar en base a esa presunción. Para el austriaco no
es cualquier sentimiento o disposición el que está a la base de tales vicios, sino
uno bien determinado: el resentimiento, producto de la frustración de aquellos
que no han sido favorecidos por lo dado a cada cual (ya sea individuos o
pueblos) en el proceso impersonal de la civilización (Hayek, 2008, 144).
Como podemos ver, en la teoría neoliberal, al individuo le cabe
únicamente dejar operar a los procesos autorregulados de la sociedad,
mediante los cuales, del seguimiento de nuestros propios intereses personales,
se derivan, por mecanismos que no podemos comprender, bienes que exceden
nuestras posibles previsiones particulares.
Para los autores, es el mercado capitalista la institución que permite que
las distintas iniciativas privadas se traduzcan en bienes materiales, culturales,
etc., mayores de los que los sujetos, en forma aislada, podrían esperar. Por su
parte, sostienen que el mercado tiene en la competencia el mecanismo por el
que este proceso se lleva a cabo. Según su punto de vista, cuanta más oferta y
demanda de bienes, servicios, etc., y mayor cantidad de oferentes y
28
demandantes, y por tanto mayor libertad de elección haya, más eficientemente
se asignarán los recursos y productos de las diversas actividades individuales14.
Como es evidente, esta comprensión del mercado y de la competencia
como su principal mecanismo de regulación, es cercana a la metáfora de la
mano invisible empleada por Adam Smith (1723-1790) en el siglo XVIII para
describir la capacidad de autorregulación del mercado15. Hayek y Friedman
reconocen expresamente la deuda con el pensador escocés. El
estadounidense, por ejemplo, lo autoriza denominándolo “el padre de la
economía moderna”, y afirma: “como dice Adam Smith, un individuo que ‘intenta
solamente su propio beneficio’ es ‘conducido por una mano invisible a alcanzar
un fin que no formaba parte de sus intenciones (...)’ ” (Friedman, 1980, 16; cfr.
Hayek, 1975, 92).
La competencia
Es importante destacar que para los pensadores neoliberales, la
competencia no es sólo el mecanismo por el que se regula el proceso
14 Para Hayek y Friedman, la limitación del conocimiento del individuo es el soporte para afirmar que el conocimiento humano es forzosamente finito. Dicha finitud, a su vez, es la base para sostener la imposibilidad de la planificación, tesis que según los autores se traduce en la necesidad de acatar el funcionamiento del mercado. Aunque no nos detengamos en este punto, cabe destacar al menos de paso, la presencia de un salto (lógico si se quiere), desde la limitación del entendimiento en el individuo como sujeto finito, a la limitación o finitud de todo conocimiento humano. Otro tanto habría que afirmar del paso desde la finitud del conocimiento y la consiguiente imposibilidad de planificar, al acatamiento del mercado, el cual, en la perspectiva de los autores, goza de mecanismos espontáneos (siendo la competencia el principal) que se orientan hacia la consecución de bien social. ¿Cómo se pasa, pues, de la ignorancia humana, a la afirmación de que el mercado es un productor de bien social? Si fuésemos radicalmente ignorantes –como sostienen los autores–, no podríamos conocer los mecanismos del mercado, ni saber que ellos se orientan hacia lo mejor (en estricto rigor, no podríamos siquiera postular la finitud de nuestro conocimiento, pues dicho postulado es ya una tesis). Y por otra parte, ¿cómo es que el mercado, que supuestamente tiene mecanismos espontáneos de regulación y funcionamiento, conduce a la consecución de bien social?, ¿cómo es, pues, que lo espontáneo se orienta teleológicamente? 15 La obra fundamental del intelectual escocés –en la que explicita su comprensión del mercado y sus mecanismos de funcionamiento– es Smith (1992) (primera edición de 1776).
29
económico en el libre mercado. Es también la instancia coordinadora de las
actividades humanas y sociales en general, al punto de que afirman que la
misma civilización descansa en ella. Para los autores, por tanto, si en una
comunidad priman tales o cuales costumbres éticas, religiosas, creencias,
ideas, usos, etc., ello no se debe a una serie de decisiones adoptadas por sus
integrantes, sino a que la competencia ha determinado como más viables
algunas en desmedro de otras. También compiten los individuos entre sí, como
lo hacen asimismo los pueblos y las culturas: las más viables y poderosas se
ponen al mando, y deben ser seguidas por las demás.
Hayek opone la competencia a la planificación como “principios de
organización social” contrapuestos e incompatibles. Para el austriaco, la
superioridad de la competencia respecto de aquélla es evidente, pues en su
opinión es el único método que permite la coincidencia o cooperación voluntaria
entre las acciones individuales, sin intervención coercitiva o arbitraria de un
tercero, ya sea un individuo o el Estado (Hayek, 2008, 125). Es, por tanto, el
único modo de preservar la cohesión social que se ajusta a la libertad, tal como
la conciben los autores.
Entender a la competencia como el mecanismo por el que se regulan
tanto los servicios y precios en el mercado, como el conjunto de las actividades
humanas, pone de manifiesto que la teoría neoliberal define al sujeto y su
libertad desde el mercado capitalista en su versión de capitalismo desregulado.
El individuo del que nos hablan Friedman y Hayek es ante todo un agente
económico, que tiene como una de sus actividades constitutivas el competir –
definido primeramente desde el ámbito mercantil, y aplicado por extensión a las
demás esferas de la vida individual y social–, y que es más libre en cuanto
menos trabas tiene para ello16.
16 Como lo establece Jorge Millas, la definición hayekiana de la libertad como ausencia de coacción, más que al esclarecimiento del problema de la libertad humana, apunta hacia la racionalización y justificación del capitalismo y sus instituciones (Millas, 1996, 451-453). Siguiendo esta indicación, cabe afirmar que para los neoliberales, la sociedad libre no es más
30
Por su parte, la idea de que los individuos deben competir en términos de
mercado, tal y como la entienden los autores, implica e incluso promueve, la
desigualdad económica de los mismos y, en consecuencia, entre clases
sociales y regiones del planeta. Una vez más, el eje de la argumentación es la
limitación del conocimiento individual: no sólo no podemos establecer
parámetros objetivos para una distribución de la riqueza, sino que un plan de
este tipo atentaría contra el curso espontáneo de la civilización.
Ésta, según hemos visto, descansa para nuestros pensadores en el
respeto a las limitaciones de la mente individual, y consecuentemente, en no
entorpecer los derroteros del progreso que no podemos comprender, el cual es
asegurado por el óptimo funcionamiento del mercado. Por ello, más que
combatir la desigualdad económica, debemos entenderla como un componente
necesario del proceso civilizatorio, el que requiere que algunos (individuos,
clases, pueblos) se encuentren en un estado evolutivo superior, indicando el
camino que los demás deben seguir17.
Completemos este apartado comentando brevemente algunas de las
consecuencias que tiene la consideración de la competencia, como principio por
el que se organiza la sociedad civilizada, en el plano antropológico. Para ello
recordemos que Friedman y Hayek promueven, respectivamente, una “ética
capitalista” y una “moral comercial”. que un gran mercado (o un conjunto de mercados), en relación al cual (o a los cuales) el sujeto es por sobre todo un competidor (ya sea como productor, oferente, consumidor o cliente). 17 Para Friedman y Hayek, una sociedad más desarrollada es aquella en la que existen menos trabas a la iniciativa privada, lo que en su opinión posibilita la competencia y conduce a mayores progresos materiales. En consecuencia, estiman que la mayor riqueza refleja el mayor espacio que tiene la iniciativa individual en una sociedad, por lo que la reputan como indicio de la superioridad, ya sea de un sujeto, una clase o una nación. En conformidad con ello, sostienen que la existencia de sociedades, clases e individuos más ricos es beneficiosa para los que no lo son, por cuanto estos últimos ven comparativamente mejoradas sus condiciones de vida, además de tener en claro el modelo al que deben progresivamente acercarse. Resultado de esto, para los autores, es que la desigualdad económica, tanto entre los individuos como entre las clases sociales y las distintas regiones del planeta, no es sólo inevitable, sino incluso deseable (Hayek, 1975, 71, 73; Friedman, 1966, 210).
31
Cabe destacar, en primer lugar, que junto con la humildad ante los
procesos sociales que escapan a nuestro entendimiento, Hayek identifica al
egoísmo como una virtud fundamental, incluso como el “motor universal de la
naturaleza humana” (Hayek, 1975, 92); pues si lo más característico del
individuo es competir, esto implica en su extremo querer para sí los bienes
apetecidos por los demás. La conjunción de estas virtudes (humildad y
competitividad-egoísmo) nos permite conjeturar que el sistema valorativo
propuesto tiene por finalidad que el sujeto, desde su acción, posibilite el libre
mercado (es decir, que si no está implementado posibilite su instauración; y en
caso de que ya lo esté, preservarlo).
Podemos agregar que la propuesta ética de los autores procura desligar
lo ético de lo político, por considerar que todo plan y normativa que se
proyectan allende la esfera individual, son fruto de la arrogancia consistente en
creer conocer más allá de nuestras posibilidades18. Es sumamente ilustrador a
este respecto, que Friedman promueva la caridad como virtud individual y
privada, al tiempo que rechaza abiertamente la justicia social, en cuanto ésta
supone un conjunto de acciones obligatorias dictadas por el Estado (Friedman,
1966, 27, 242).
Como hemos reiterado en numerosas ocasiones, el proyecto de la
justicia social supone para los neoliberales el conocimiento de los fines y bienes
humanos, y de los mecanismos de la sociedad, que según ellos no podemos
poseer. Creernos en dominio de este conocimiento nos conduce, según Hayek,
a abrazar actitudes utópicas, en el sentido peyorativo de sueños que no tienen
asidero en la realidad, y que por tanto nublan y distorsionan nuestra relación
con ella (Hayek, 1980, Capítulo II; 1975, 48, 120).
18 En nuestro parecer, este intento de desligar lo ético (individual) de lo político (social), es sin duda un gesto político, que apunta a delimitar las preocupaciones y acciones individuales a la esfera privada (vida personal, familiar, negocios, etc.), sin miramientos a lo que la excede. Es, en otras palabras, una prescripción respecto de las relaciones del individuo con la sociedad.
32
La reducción del Estado, la política al servicio del mercado
En base a los puntos de vista hasta acá descritos, no es de extrañar que
los pensadores neoliberales expresen como la principal consecuencia práctica
de su doctrina, una reducción de las esferas de incumbencia del Estado. Hayek
lo expresa sin ambages: “la decisión acerca de si la filosofía individualista
puede servirnos como una guía práctica debe depender, por último, de saber si
nos permitirá distinguir entre lo que debe y lo que no debe hacer el gobierno”
(Hayek, 1986, 329). En este punto, queda suficientemente de manifiesto que la
doctrina neoliberal es, entre otras cosas, una determinada teoría política o, para
decirlo con mayor precisión, un sistema de prescripciones y normativas
respecto de las relaciones del gobierno con la sociedad y sus instituciones.
No es inoportuno volver a señalar, por otra parte, que en éste como en
otros tópicos, uno de los ejes en torno de los cuales gira la argumentación de
los autores, es la ya referida limitación del conocimiento individual. Según ellos,
a los sujetos les está vedado determinar, con pretensiones de legitimidad, un
conjunto de medidas que el gobierno debiera implementar a fin de asegurar la
consecución de un estado de cosas favorable para los integrantes de la
sociedad.
Al gobierno, por el contrario, le cabe únicamente disminuir sus esferas de
acción, con el objetivo de promover la libertad del individuo, tal como la
entienden los neoliberales. En concreto, Friedman reduce las funciones del
Estado a “proteger nuestra libertad contra los enemigos de puertas afuera y de
puertas adentro, preservar la ley y el orden, hacer cumplir los contratos
privados, fomentar los mercados competitivos” (Friedman, 1966, 14).
Como se ve, Friedman es expreso en señalar que el gobierno, y en
general la política, deben ser funcionales al orden del mercado y a su principal
mecanismo de regulación: la competencia. Esto descansa, como ya lo hemos
33
sugerido, en una aproximación marcadamente económica a lo que es no sólo el
sujeto, sino también la sociedad y sus problemas en general.
Este acercamiento fuertemente económico a las cuestiones sociales se
ejemplifica notoriamente en el siguiente pasaje del pensador de Chicago: “El
problema básico de la organización social es cómo coordinar las actividades
económicas de gran número de gente” (Friedman, 1966, 27). La respuesta de
los autores a este “problema básico” es, en el caso de que ya esté instalado un
sistema de libre mercado, dejarlo operar sin trabas; y si éste no está aún en
funcionamiento o lo está a medias, hacer todo lo necesario para su adecuada
implementación.
A este respecto, Hayek aclara que la doctrina que él llama liberal o
individualista no defiende un “laissez faire” en sentido estricto, un mero dejar las
cosas como están. Veíamos antes que para el austriaco la planificación y la
competencia son principios de organización social antagónicos. Considera, no
obstante, que sí se requiere en muchos casos, una determinada combinación
de planificación y competencia, una planificación que tienda a hacer lo más
expedita posible la competencia (Hayek, 2008, 131)19.
Que la sociedad en su conjunto se rija por este supuesto mecanismo de
autorregulación del libre mercado que es la competencia, tiene en la
perspectiva neoliberal, importantes ventajas. La principal de ellas, según
señaláramos, es la coincidencia de las acciones individuales sin necesidad de
coacción por parte de un tercero. Esto se traduce, a su vez, en lo que los
autores consideran una mayor eficiencia en la resolución de los asuntos de
orden político y social.
19 En este punto, se hace patente una de las tantas contradicciones de la doctrina. Pues por un lado se afirma que la competencia y la planificación son antagónicas, y que bajo ningún respecto pueden congeniar. Pero por otro, se aboga por una combinación equilibrada de ambas modalidades de organización de la sociedad, combinación conducente a la planificación de la libre competencia; es decir, una planificación de lo que en principio es fruto de la acción espontánea, no planificada, de los individuos.
34
Friedman señala, por ejemplo, que se debe tratar “el sistema político de
un modo simétrico al económico”, y que en su perspectiva, “Ambos se
consideran mercados en los que el resultado se determina a través de la
interacción de personas que persiguen sus propios intereses individuales
(entendidos con un criterio amplio) en vez de los objetivos sociales que los
participantes juzgan ventajoso enunciar”. En base a esto, sostiene que el libre
mercado reduce de un modo considerable el número de cuestiones que
requieren de decisiones políticas, y por tanto de consenso, lo que minimiza la
discusión pública y, con ello, la intervención del gobierno en las decisiones y
acciones individuales (Friedman, 1980, 10; 1966, 30, 41).
En la misma perspectiva, Hayek insiste en que la competencia hace que
el control explícito y la coacción que el Estado debe inevitablemente ejercer
sobre el individuo, sean reducidos al mínimo. Como complemento de esto,
señala que la competencia “da a los individuos una oportunidad para decidir si
las perspectivas de una ocupación particular son suficientes para compensar
las desventajas y los riesgos que lleva consigo” (Hayek, 2008, 125).
Como se ve, el carácter político de la teoría neoliberal se pone de
manifiesto no sólo en el proyecto, descrito por Hinkelammert, de desmantelar o
minimizar el Estado mediante la privatización de sus funciones (Hinkelammert,
2002, 174). Dicho carácter se transparenta, al propio tiempo, en el intento de
despolitizar la vida social por el disciplinamiento de los sujetos, los que según la
doctrina tienen en la competencia la instancia que decide sobre la pertinencia
de sus actividades.
Considerar a la competencia como el principio de organización social que
de mejor modo facilita una coordinación y colaboración de las actividades de los
individuos, lleva a Hayek a determinadas expresiones que indican que a su
parecer, el libre mercado, que supuestamente posibilita la libertad individual,
debe ser implementado cueste lo que cueste, pasando incluso, si es necesario,
35
por encima de los individuos. El siguiente pasaje ilustra sutilmente nuestro
parecer: “El uso de la competencia como principio de organización social
excluye ciertos tipos de interferencia coercitiva en la vida económica, pero
admite otros que a veces pueden ayudar muy considerablemente a su
operación e incluso requiere ciertas formas de intervención oficial” (Hayek,
2008, 125).
Sobre las formas de injerencia que Hayek estima convenientes, o
necesarias, para el libre funcionamiento de la competencia, son sumamente
esclarecedoras sus afirmaciones sobre la situación política de los países
latinoamericanos –en particular Chile– en una entrevista concedida a la
periodista argentina Renée Sallas, y publicada por el diario El Mercurio con
ocasión de su visita a nuestro país en abril de 1981.
Consultado por su opinión respecto de los gobiernos dictatoriales, afirma
su rechazo a las dictaduras como instituciones que perduran en el tiempo, pero
establece que pueden ser necesarias en determinados períodos de transición
hacia un sistema social regulado por la competencia y el mercado. En sus
palabras, “es posible que un dictador gobierne de manera liberal. Y también es
posible que una democracia gobierne con una total falta de liberalismo. Mi
impresión particular es –y esto es válido para Sudamérica– que en Chile, por
ejemplo, habrá una transición entre un Gobierno dictatorial y un Gobierno
liberal. Y en esa transición puede ser necesario mantener algunos poderes
dictatoriales, no como algo permanente, sino como un arreglo de transición”
(Sallas, 1981, D9).
Sostiene además que cuando las normas que rigen el sistema social y
económico se encuentran en crisis y no son conocidas, el gobierno debe crear
las reglas que reinstauren el orden perdido. Afirma que “en esas circunstancias
es prácticamente inevitable que alguien tenga poderes casi absolutos. Poderes
absolutos que deberían usar, justamente, para evitar y limitar todo poder
absoluto en el futuro”. Insiste en que abala dichos poderes irrestrictos sólo en
36
un período transitorio, “Como medio para conseguir una democracia y una
libertad estables, limpias de impurezas. Sólo así lo justifico. Y lo aconsejo”
(Sallas, 1981, D9).
Cabe preguntarse cuál es el verdadero valor asignado al individuo en la
doctrina neoliberal, la que como vemos, justifica y aconseja la concentración del
poder en pocas manos –con el eventual uso de la fuerza y la violencia
indiscriminadas que trae aparejado–, en pos de salvaguardar la libertad de
aquél. Queda claro, en todo caso, que la libertad individual en torno a la cual
gira la doctrina, que sería motor de la civilización occidental y por la cual hay
que velar, es ante todo la libertad económica, la “libertad de elegir” en el
mercado, como queda de manifiesto en el título del libro de Friedman. La
libertad política es vista como un subproducto de la económica, y sólo se
entiende en función de ella.
La educación y la universidad
De lo revisado en este capítulo, podemos concluir que la doctrina
neoliberal, en la que hemos señalado como su formulación clásica, comprende,
entre otras importantes dimensiones, el proyecto de modelamiento del sujeto, la
sociedad y sus instituciones, de acuerdo con una racionalidad económica-
mercantil, consonante con los parámetros del capitalismo competitivo. Este
proyecto, como vimos, se traduce en el intento de hacer de la sociedad
capitalista occidental, moderna, el patrón de medida de las demás comunidades
del planeta, las que según la doctrina se juegan su paso desde la barbarie
hasta la civilización, en su acercamiento progresivo a aquélla.
En relación con lo anterior, Jorge Vergara ha establecido que el
pensamiento neoliberal supone, en total consecuencia con sus postulados, el
objetivo de tomar el “control de los medios de comunicación, editoriales, de las
universidades, y en general de toda la producción de conocimientos y
37
representaciones sociales” (Vergara, 2001, 3). De la enumeración anterior, en
este trabajo nos interesan particularmente las propuestas para el ámbito
educativo, y en concreto para las universidades. De tales propuestas nos
ocuparemos en los siguientes capítulos de esta primera parte.
Adelantemos que, de acuerdo con los intereses de la investigación,
procuraremos mostrar que las recomendaciones neoliberales para el ámbito
educativo (específicamente el superior-universitario), tienen a la concepción
antropológica individualista-liberal, como pivote de la comprensión de la labor
formativa de las instituciones educacionales. Esto quiere decir que la formación
que, según Hayek y Friedman, los sujetos deben recibir en los distintos niveles
del sistema educativo (concretamente el superior), tiene por finalidad hacer de
ellos agentes funcionales al libre mercado.
38
Capítulo 2 Educación, investigación y universidad en Friedrich Hayek
A continuación abordaremos las reflexiones de Hayek sobre la cuestión
educacional, en el último capítulo de Los fundamentos de la libertad (primera
edición de 1959), denominado “Instrucción pública e investigación científica”
(“Education and research policy” en inglés).
Conviene recordar que, tal como lo señaláramos en el capítulo anterior,
es Friedman el principal diseñador de las políticas neoliberales para el ámbito
educativo. Por el contrario, las consideraciones de Hayek no contienen la
pretensión de sistematicidad de las propuestas del estadounidense, ni
representan, como en él, un plan de reorganización del campo educacional en
su conjunto.
No obstante ello, examinaremos el parecer de Hayek sobre la educación
y la investigación, pues participa, por así decirlo, de un horizonte de
comprensión común con las propuestas del pensador estadounidense y, junto
con ellas, da cuenta del modo en que la doctrina neoliberal y su antropología se
traducen en el ámbito educativo, y en particular en el nivel universitario20.
Como lo muestra el nombre del texto que vamos a revisar, Hayek aborda
en él la instrucción pública y la investigación en el campo de las ciencias.
Respecto de la formación universitaria, que es lo que nos interesa
específicamente en este estudio, no encontramos en él un tratamiento detenido
y sistemático. Las observaciones que el austriaco dedica a la universidad, son
deudoras del problema más general de la investigación científica, lo que se 20 La familiaridad de las posturas de los autores, se pone de manifiesto de múltiples modos, entre los que destaca la presencia de numerosas referencias mutuas en sus textos. En lo que respecta al problema educacional, la cercanía de perspectivas se evidencia, por ejemplo, en la mención que hace Hayek, en el capítulo que hemos de comentar, del artículo de Friedman “La función del Estado en la educación”, publicado originalmente en 1955, e incluido posteriormente en Capitalismo y libertad (primera edición de 1962). Dicha cercanía se debe, entre otros factores, a que la primera edición de Los fundamentos de la libertad es escrita por Hayek en su periodo de profesor de Chicago, y publicada por la University Chicago Press.
39
condice con su opinión de que ella define prioritariamente a la casa de estudios
superiores.
Habremos de poner de manifiesto, por tanto, que en Hayek la formación
universitaria está pensada ante todo como preparación de científicos o
investigadores. Veremos que, en conformidad con la teoría neoliberal y su
antropología, pensará a la competencia como motor de la labor científica,
respecto de la cual –ya al finalizar el capítulo– examinaremos el lugar que
concede a las ciencias sociales y las humanidades.
El centralismo educativo
En nuestra interpretación, las reflexiones de Hayek sobre la cuestión
educativa, tienen como punto de partida (o como un punto de partida
privilegiado) la concepción antropológica de la llamada doctrina individualista o
liberal, y en concreto, aquella suerte de dato primero en torno al cual gira la
misma: la inevitable y estructural propensión a error del conocimiento humano.
No es de extrañar que así sea, pues como deja en claro el austriaco, “todas las
instituciones de la libertad son adaptaciones a este fundamental hecho de la
ignorancia para enfrentarse con posibilidades y probabilidades, no con
certezas” (Hayek, 1975, 57).
Como hemos visto en el capítulo anterior, del acatamiento a los límites
de nuestro conocimiento, los neoliberales coligen una crítica a la que
consideran una excesiva incumbencia del gobierno en los diversos planos de la
vida social, exceso que según ellos tiene lugar en todas las sociedades que no
acogen el sistema de libre mercado. En el ámbito educativo, esta crítica se
traduce en un cuestionamiento del rol que ha tenido el Estado en la dirección de
la instrucción pública obligatoria.
Hayek reprueba que el sistema educativo en su conjunto esté regido por
una autoridad centralizada. Considera inconveniente e incluso perjudicial que
40
sea el gobierno el encargado de establecer qué se debe enseñar, bajo qué
esquemas de enseñanza y aprendizaje, quién será el encargado de la
transmisión de los conocimientos, etc.
Contra ello, sostiene que sólo una variedad considerable de modalidades
educativas se condice con nuestra forzosa ignorancia, la que tiene una de sus
aristas en nuestra imposibilidad de determinar qué métodos pedagógicos son
más adecuados que otros, qué educadores son más aptos para cada área del
conocimiento, etc. Para el austriaco, sólo un régimen que permita la variedad de
prácticas, pautas de enseñanza, etc., evitará que los sujetos sean moldeados
de acuerdo a los antojos y caprichos de quienes detentan el poder en un
momento determinado (Hayek, 1975, 496-497).
La censura de Hayek a la concentración del campo educacional en
manos del gobierno, se manifiesta a su vez en una crítica a la aspiración,
fundante del centralismo educativo, de que todos y todas tengan las mismas
oportunidades educativas. Contra esta aspiración –probablemente inspirada en
la consideración de la educación como un derecho–, el austriaco parece
estimarla como un bien que, en cuanto satisface una necesidad, se tranza por
dinero (es decir, un bien de consumo). En sus palabras: “Disponer de un amplio
caudal de conocimientos básicos para la adecuada preparación cultural
constituye, sin duda, el supremo bien que le es dable alcanzar a las gentes a
cambio de un precio” (Hayek, 1975, 492).
Como se ve, para Hayek es legítimo que quienes pueden pagar por
adquirir el conjunto de conocimientos en base a los cuales nos movemos
diestramente en nuestro medio cultural, lo hagan. Y para los que se encuentran
imposibilitados de hacerlo, señala que el único argumento válido para la
existencia de un nivel de enseñanza elemental obligatorio, a cargo del Estado,
hace relación a la estabilidad social. Según el autor, hay un acervo de
conocimientos y valores que deben ser compartidos por todos los miembros de
una sociedad democrática. Es deber del Estado, en su opinión, asegurarlo a las
41
personas que no pueden procurárselo por sus propios medios (Hayek, 1975,
493)21.
Señalemos, para cerrar este apartado, que en Hayek, las demandas por
igualdad de oportunidades en el plano educativo –en base a las cuales
tradicionalmente se propone una incumbencia del gobierno en el sector– son
rechazadas del mismo modo que las reivindicaciones igualitarias en términos
económicos. Dichas exigencias, que según el pensador se disfrazan con la
retórica de la justicia social, no tienen a su parecer otra fuente que la envidia de
quienes no han contado con el éxito de otros más afortunados, que a causa de
los altos ingresos y la más diversificada cultura de sus padres, han podido
recibir una más completa y mejor educación (Hayek, 1975, 130).
El científico-emprendedor, la competencia y la libertad de cátedra
Revisemos ahora las reflexiones de Hayek sobre la investigación
científica, en base a las cuales podremos hacernos cierta idea del sentido que
en su pensamiento tiene la formación universitaria.
En sintonía con la premisa de la limitación del conocimiento humano, y
con la idea consiguiente de que es inapropiado que un poder central dicte lo
que deben hacer los individuos, los escritos de Hayek están cruzados por una
verdadera apología de los emprendedores, que es útil tener a la vista para
abordar sus observaciones sobre el cultivo de las ciencias.
21 Este asunto es de gran importancia en el pensamiento educativo neoliberal, pues es uno de los poquísimos puntos donde se admite la incumbencia del Estado, ya sea en la administración o en el financiamiento de un cierto nivel de instrucción. Hayek no explica cuáles son los valores y conocimientos que deben ser asegurados por el Estado mediante la educación. Es a este propósito donde, como comentábamos, refiere el escrito de Friedman “La función del Estado en la educación”, en el que se denomina “educación general del ciudadano” a la formación encaminada a la transmisión de aquel acervo común, indispensable para la estabilidad de la sociedad, y de la que, en el caso de las familias que no pueden costearla, según el estadounidense debe encargarse el Estado (Friedman, 1966, 116). En el próximo capítulo, dedicado a las propuestas educacionales del profesor de Chicago, volveremos con más detención sobre este tópico, pues lo desarrolla de un modo más completo que Hayek, quien centra su atención ante todo en el ámbito de la investigación científica.
42
Dice el austriaco: “no puede caber duda alguna de que el descubrimiento
de un mejor uso de las cosas o de la propia capacidad de uno es la más grande
contribución que un individuo puede hacer, dentro de la sociedad, al bienestar
de sus semejantes, y que facilitando el máximo de oportunidades para ello es
como una sociedad libre llegará a prosperar más que otras. El uso afortunado
de tal capacidad de empresa –y al descubrir el mejor uso de nuestra habilidad
todos somos emprendedores– constituye la actividad más altamente
recompensada en una sociedad libre” (Hayek, 1975, 118).
Pues bien, en la perspectiva hayekiana, el progreso del saber no reposa
tanto en las instituciones dedicadas a la investigación, como en los sujetos
particulares que, poniendo en práctica sus dotes emprendedores-
empresariales, y siguiendo muchas veces sus propias intuiciones y
motivaciones, desarrollan pesquisas que a su parecer son de suma importancia,
con prescindencia de un poder central que dicte las pautas de su trabajo. Una
vez más, suponer que pudiese haber una instancia que decida los rumbos,
métodos, instrumentos de la investigación científica, implicaría desconocer el
carácter finito del conocimiento humano y, con ello, la orgullosa pretensión de
que podemos prever los resultados de nuestras acciones.
El autor no critica solamente que la investigación siga pautas impuestas
por un único órgano decisorio, encargado de decretar por ejemplo qué líneas de
trabajo son de mayor utilidad social. Reprueba también que la misma sea
llevada a cabo forzosamente en equipo, lo que a su parecer provoca una
limitación de las posibilidades de desarrollo científico presentes en la iniciativa
individual. En sintonía con lo anterior, rechaza la pretensión de que exista un
número crecientemente elevado de sujetos dedicados a la investigación,
considerando que ello conduciría a un estancamiento del progreso científico. En
su opinión, sólo pueden ser escasos aquellos individuos capaces de innovar y
hacer verdaderos aportes en los diversos ámbitos del saber.
43
Por su parte, las consideraciones de Hayek sobre la labor científica,
centradas en el imperativo de promover la iniciativa de los sujetos más idóneos
para hacer progresar el conocimiento especializado, suponen la presencia, en
el terreno de la investigación, del mecanismo que en la perspectiva neoliberal
regula las distintas actividades humanas y sociales: la competencia (Hayek,
1975, 493).
Tal como mencionábamos en nuestro primer capítulo, para los
pensadores neoliberales, la competencia no es únicamente el proceso por el
que se regulan la oferta y la demanda en el libre mercado, sino que son todas
las esferas de la existencia humana y social, las llevadas a un nivel de máxima
excelencia por este mecanismo. En base a esta perspectiva consideran, como
señalábamos, que si en una comunidad prima un determinado valor, uso o
costumbre, ello se debe a que la competencia determina su viabilidad, y no –
como solemos pensar– a una decisión individual o colectiva.
Lo mismo sucede, para Hayek, con los descubrimientos científicos y con
las técnicas y procedimientos encaminados a su consecución: como nuestro
entendimiento es forzosamente propenso a error, y como por tanto no podemos
conocer los resultados de los distintos métodos y herramientas, lo que conviene
es dejar que los hombres y mujeres dedicados al cultivo de la ciencia compitan
entre sí. De dicha competencia, según el autor, saldrán victoriosos aquellos que
realmente aportan al progreso del saber, debiendo los demás seguir sus pasos.
En el capítulo anterior veíamos también que para los neoliberales, el
óptimo funcionamiento de la competencia implica, e incluso hace necesaria, la
desigualdad económica de los individuos. Considerar a la competencia como el
mecanismo que regula el progreso científico, supone y justifica al mismo
tiempo, según Hayek, la desigualdad de las formaciones de los sujetos: si sólo
algunos serán capaces de hacer verdaderos aportes al conocimiento, se deriva,
una vez más, que únicamente un grupo selecto acceda al nivel de formación de
investigadores.
44
Lo que se debe asegurar, por tanto, son las condiciones para que los
sujetos considerados capaces, se dediquen a la investigación científica, sin
tener que obedecer o rendir cuentas a poder central alguno. A ellos, según el
austriaco, cabe recibir apoyo del Estado, pues aun cuando no se lo propongan,
los procesos impersonales de la sociedad (la mano invisible de la que hablara
Adam Smith) hacen que los frutos de su trabajo beneficien a los demás
miembros de la comunidad. Junto con lo anterior, Hayek indica la conveniencia
de que los investigadores pidan a privados los recursos necesarios para el
desarrollo de sus labores (Hayek, 1975, 507).
Entre las condiciones que según nuestro autor han de ser resguardadas
para propiciar el trabajo de estos científicos-emprendedores, destaca la
existencia de la “libertad de cátedra”, término que ocupa como sinónimo de
“libertad académica” (Hayek, 1975, 508). Uno de los principales componentes
de la misma es, según el pensador austriaco, la prerrogativa que han de tener
los profesores de investigar, enseñar y debatir sus puntos de vista sin verse
limitados o censurados por la autoridad. Como complemento, señala la
importancia de que los estudiantes cuenten con la franquía de asistir, desde los
primeros años de formación universitaria, a cursos en que los académicos
debaten libremente sus puntos de vista, y que se encuentren posibilitados de
intercambiar sus apreciaciones con ellos y entre sus pares.
Esto no significa, según aclara Hayek, que cada investigador actúe
según sus caprichos y antojos, sino que han de existir tantos centros de
investigación autónomos como sea posible, con el fin de que los futuros
científicos tengan la más completa libertad para decidir qué líneas de trabajo
desean cultivar. Ello supone, como ya lo hemos adelantado, que en la
universidad, para nuestro autor, la enseñanza es un subproducto de la
investigación y, por tanto, que todo docente debe dedicarse a ella (Hayek, 1975,
506, 508).
45
Las ciencias sociales y las humanidades: el pensamiento crítico en entredicho
Para completar esta revisión del parecer de Hayek sobre la investigación
científica y la universidad, conviene tener en cuenta que las observaciones que
sobre este respecto hemos comentado (el científico como un emprendedor, la
investigación como una instancia competitiva que supone libertad académica),
se refieren al ámbito que en general podemos considerar de las ciencias
naturales o exactas; u ocupando las expresiones del austriaco, de la
“investigación pura” y el “trabajo de laboratorio”.
Esta identificación de la investigación (research) con las labores
indagatorias de las ciencias naturales, contrasta con la presencia de las
ciencias sociales y las humanidades en el texto al que nos estamos refiriendo:
sólo una mención a aquéllas, y ninguna a éstas22. Y eso no es todo: en la única
alusión a las ciencias sociales, Hayek rechaza para éstas la conveniencia de la
libertad de cátedra (o académica), que reputa de tanta importancia en el plano
de la investigación científico-natural. Éstas son sus palabras: “Ahora bien,
todavía resulta ineludible mantener la guardia, sobre todo, en el campo de las
ciencias sociales, donde con demasiada frecuencia se ejerce la presión al
socaire de elevadas finalidades de signo idealista y que cuenta con la
aprobación de muchas gentes” (Hayek, 1975, 510).
Llama la atención que ante una declaración tan crucial, el austriaco no
explicite racional, argumentativamente su punto de vista, sino que acuda a la
autoridad de Thomas Jefferson, pues un poco más abajo agrega: “incluso
Thomas Jefferson estimaba que, en materia de ciencia política, los principios
enseñados y los textos utilizados por la universidad de Virginia deberían ser
22 A nuestro modo de ver, la poca presencia (o la ausencia) de estos ámbitos del saber en las consideraciones sobre la investigación científica, podrían justificarse en el caso de un autor ajeno a las mismas, y consagrado únicamente al desarrollo de alguna disciplina de las llamadas ciencias exactas. Sin duda, otra es la situación de Hayek, quien se formó en leyes, economía y filosofía, y se ocupó de temas de filosofía, teoría política, política económica, teoría del derecho, teoría del Estado, etc.
46
arbitrados por las autoridades, ya que –son sus palabras– ¿quién puede
garantizarnos que alguno de los futuros profesores no sea partidario de la
caduca escuela federalista?” (Hayek, 1975, 510).
Indudablemente, en este tratamiento de las ciencias sociales, Hayek
contradice los principios de la doctrina individualista-liberal, y sus propias ideas
sobre el trabajo científico. En nuestro parecer, su llamado a “mantener la
guardia”, a fortalecer el papel de las autoridades en lo que respecta a la
enseñanza en esta área, se explica por la opinión que tienen los pensadores
neoliberales respecto de los sujetos que cuestionan el capitalismo y el libre
mercado.
Friedman es clarísimo a este respecto: señala que la estabilidad de una
sociedad requiere de “un núcleo básico de juicios de valor aceptados sin
pensarlo por la gran mayoría de sus miembros”, y agrega que “Algunas
instituciones clave tienen que aceptarse como ‘absolutas’, y no simplemente
como instrumentales” (Friedman, 1966, 213). Estas declaraciones muestran que
para el pensador de Chicago, no es conveniente que los sujetos reflexionen o
pongan en cuestión los valores y las instituciones predominantes, sino que
deben acatarlos como algo dado, respecto de lo cual no tienen injerencia; lo
que en su extremo significa que, al menos respecto de ciertos puntos centrales
para el orden social, se debe evitar el disenso, el cuestionamiento, a toda costa.
Esta censura a lo que podríamos denominar los potenciales críticos de la
racionalidad, es del todo consecuente con el marco general del pensamiento
neoliberal, el cual, como hemos visto, promueve un sujeto que, conciente de
sus limitaciones intelectuales, asume el sistema de mercado como algo
inevitable, y que por tanto ha de negarse sus reproches al mismo.
Este rechazo al eventual carácter crítico de la razón, se expresa
claramente en las reflexiones de Hayek sobre la investigación científica y la
formación de investigadores. El autor no sólo promueve una intervención en la
enseñanza de las ciencias sociales, sino que llama la atención sobre el peligro
47
de “la existencia de más intelectuales de los que pueden ganar su vida
dignamente”; y sobre dicho riesgo comenta: “No cabe mayor peligro para la
estabilidad política de un país que la existencia de un auténtico proletariado
intelectual sin oportunidades para emplear el acervo de sus conocimientos”
(Hayek, 1975, 501).
Lo anterior pone de manifiesto que para el austriaco, “la estabilidad
política” es el criterio rector de la labor intelectual, estabilidad que es asegurada
por aquellos investigadores “que pueden ganar su vida dignamente” y que
disponen de las condiciones para hacer un adecuado uso de sus habilidades.
Aun cuando no explicita a qué intelectuales se refiere, de lo revisado podemos
inferir que alude a pensadores que, como él y Friedman, asumen humildemente
la inevitable ignorancia humana y que, en consecuencia, reconocen en el libre
mercado la instancia por la que dicha estabilidad se logra.
48
Capítulo 3 Educación y formación universitaria en Milton Friedman
Nos concentraremos ahora en el pensamiento educacional de Friedman.
Tal como ya lo insinuamos, a diferencia de lo que sucede con las reflexiones de
Hayek sobre la instrucción pública y la formación de investigadores en la
universidad, en Friedman nos encontramos con un tratamiento de la cuestión
educativa que se pretende sistemático, y que toma la forma de un verdadero
programa de políticas encaminado a rediseñar el campo educativo en su
conjunto. Dicho programa, como habremos de mostrar, constituye un desarrollo
sumamente consecuente de las premisas y puntos capitales del pensamiento
neoliberal y su antropología.
Los textos que revisaremos son básicamente dos. El primero es el
artículo “La función del Estado en la Educación” (“The role of government in
education”), publicado originalmente en 1955, e incluido posteriormente en
Capitalismo y libertad (primera edición de 1962). El segundo corresponde al
capítulo sexto del libro que el autor escribe junto a su esposa, Rose Friedman,
Libertad de elegir. Hacia un nuevo liberalismo económico (primera edición de
1979), titulado “¿Qué falla en nuestras escuelas?” (“What’s wrong with our
schools?”).
Es importante señalar que en las publicaciones mencionadas, las
reflexiones y propuestas del autor se refieren expresamente a la situación
estadounidense que tiene ante sí; nos encontramos, por tanto, frente a un
abordaje de la cuestión educativa en una situación particular, poseedora de sus
notas específicas. Sin embargo, debemos anotar que los Estados Unidos –en
los que según el autor la Constitución y las instituciones velan por el adecuado
funcionamiento del libre mercado (Friedman, 1966, 14-15)–, se corresponden
en una medida considerable con (por no decir que son en gran parte el modelo
49
de) la sociedad civilizada que proponen los neoliberales, y que afirman debe ser
emulada por las restantes comunidades del planeta.
Es razonable, por consiguiente, suponer que las propuestas de
remodelación del sector educativo que revisaremos, son en opinión de su autor
aplicables a todas las agrupaciones humanas que desean contar con un
sistema moderno y eficiente; podemos considerar, en otras palabras, que ellas
tienen un carácter modélico, normativo23.
Las dos dimensiones de la educación: ciudadanía y productividad
El pensamiento y las recomendaciones de política educacional de
Friedman, descansan sobre la distinción entre dos dimensiones u orientaciones
del proceso educativo, distinción que encontraremos reformulada en términos
muy similares en los documentos y autores que han recomendado políticas de
tipo mercado para la educación superior en América Latina.
El autor identifica, por un lado, la “educación general del ciudadano”
(general education for citizenchip, o simplemente education) y, por otro, la
“enseñanza” o “instrucción” (schooling), a la que denomina también “enseñanza
profesional” (vocational training o purely vocational training) 24.
Conviene señalar que no obstante la importancia de esta distinción para
el plan de reforma del estadounidense, el mismo no es siempre consecuente
con la misma, y de hecho reconoce la ambigüedad con que usa los términos.
23 Como habrá de quedar claro en la Segunda Parte de nuestro trabajo, este proyecto de reestructuración del sector educación –y en lo que respecta específicamente al superior-universitario–, es en buena medida el modelo en el que se inspirarán los documentos y autores que han promovido o que han sido proclives a las políticas educativas neoliberales en América Latina. Como veremos, esto se pone de manifiesto, entre otras cosas, en la interpretación antropológica que asumen los mencionados autores y documentos. 24 En las ediciones españolas que hemos trabajado, education se traduce casi en todos los casos por “educación”. Schooling, por su parte, es traducido preferentemente por “instrucción” en “La función del Estado en la Educación”, y por “enseñanza” en “¿Qué falla en nuestras escuelas?”. Las versiones inglesas que hemos cotejado, son Friedman (1979) y (1982).
50
Esta equivocidad se debe, en gran medida, a que ambas dimensiones apuntan
a los resultados o efectos que se esperan de la formación que otorgan las
instituciones educativas formales25.
Sobre la orientación cívica del proceso educativo afirma: “Para que una
sociedad democrática y estable pueda existir tiene que haber un nivel mínimo
de alfabetismo y de conocimiento por parte de la mayoría de los ciudadanos, y
una amplia escala de valores común a todos. La educación (education) puede
contribuir a alcanzar ambos objetivos. Por tanto, lo que se gana con la
educación (education) de un niño beneficia no solamente al niño o a sus
padres, sino también a los demás miembros de la sociedad” (Friedman, 1966,
116).
Dado que para el autor esta dimensión de la educación –en cuanto
contribuye mediante la formación de ciudadanos y futuros dirigentes a la
estabilidad social– supone un beneficio que excede al individuo receptor, en ella
justifica de algún modo la intervención del Estado o de la autoridad política
correspondiente, ya sea en la administración o en el financiamiento de la
formación otorgada26.
Situación diametralmente opuesta es, para Friedman, la de la
“enseñanza puramente profesional” (purely vocational training), la que
considera encaminada a aumentar “la productividad económica del estudiante”
(Friedman, 1966, 118-119). Como esta orientación del proceso educativo,
25 Por ejemplo, en “La función del Estado en la educación”, advierte sobre la importancia de distinguir entre schooling y education, y establece que “No todo lo que es instrucción (schooling) es educación (education), ni todo lo que es educación (education) es instrucción (schooling)”, no obstante lo cual no otorga pautas precisas para distinguir entre uno y otro (Friedman, 1966, 116). Similar cosa sucede en “¿Qué falla en nuestras escuelas?”, donde junto con reiterar el alcance de la diferenciación, admite utilizar las nociones no sólo en forma ambigua, sino incluso como sinónimos (Friedman, 1980, 257). A lo largo del presente capítulo, intentaremos poner en evidencia que esta débil delimitación es consecuente con el pensamiento y el proyecto educativo de Friedman, el que pone el énfasis en la contribución de la educación a la productividad, en desmedro de su aporte a la ciudadanía. 26 Recordemos que en esto coincide Hayek, quien como anotábamos, en este punto refiere justamente “La función del Estado en la educación”.
51
según el autor, favorece principal o únicamente al sujeto que percibe la misma,
estima que en este nivel la intromisión del gobierno es indefendible.
En base a esta distinción –y conforme con los principios teóricos en torno
a los cuales se teje la doctrina neoliberal–, Friedman diagnostica que el Estado
ha tenido un papel excesivo en la dirección y financiamiento de la instrucción
pública (public education) en la mayoría de los países occidentales desde 1930,
la que en su opinión sufre, como tantas otras esferas, “el mal de una sociedad
sobregobernada” (Friedman, 1980, 213).
Debe quedar claro que, al menos en principio, la crítica de Friedman a la
intervención del gobierno en la educación, hace relación a la dimensión
productiva de la misma, no a su dimensión cívica. Como aquélla favorece
primordialmente al individuo, la incumbencia estatal entorpece los cauces que
requiere la iniciativa privada para conducirla a su desarrollo cabal. La educación
ciudadana, por el contrario, en cuanto reporta un provecho social, admite la
injerencia del Estado, aunque como veremos, el autor considera que la misma
debe ser minimizada en la mayor medida posible, y aun ser suprimida, si las
condiciones lo permiten.
Adelantemos que para Friedman, la excesiva injerencia gubernamental
en la educación, no es perjudicial únicamente por los elevados e injustificados
gastos públicos en el sector (los que en su opinión son particularmente altos en
el nivel superior). Lo es también porque la administración de las instituciones,
en los distintos niveles del sistema, recae de un modo excesivo en el gobierno
central. Esto conduce, según Friedman, a que los padres vean cada vez más
reducido su ámbito de incumbencia respecto de la educación que desean
otorgar a sus hijos; es decir, ven restringida su “libertad de elegir” respecto de lo
que estiman conveniente para los suyos.
52
Educación, mercado y competencia
En concordancia con los preceptos básicos del pensamiento neoliberal,
el diagnóstico de la excesiva intervención estatal en la educación, va
acompañado del proyecto de instaurar el mercado y la competencia. En efecto,
el programa educativo friedmaniano se erige en gran medida sobre la creencia
de que la aplicación de la competencia al ámbito de las instituciones educativas,
es capaz por sí sola de conducir a una mejora de las mismas y del “servicio”
que ellas ofrecen. El progreso operado por este mecanismo de mercado
permitirá, según el autor, prescindir gradualmente de la intervención estatal en
este terreno y, consecuentemente, restaurar el derecho que tienen los padres a
otorgar a sus hijos la educación que consideran mejor.
La propuesta de hacer que la competencia reorganice el campo
educativo, equivale para el autor a sentar las bases para que las instituciones
educacionales compitan entre sí como lo hacen las empresas que pertenecen a
un mismo rubro o industria (en el sentido que decimos “industria automotriz”,
“industria hotelera”, etc.). Es por ello que habla de la necesidad de desarrollar
una “industria educativa”.
Conforme con el postulado de la limitación de nuestro conocimiento,
Friedman sostiene que no podemos determinar de antemano la fisonomía que
adquirirá el mercado de la educación, pues será la competencia la encargada
de darle su forma. En sus palabras: “No hay modo de predecir la composición
definitiva de la industria educativa: la determinaría la competencia. La única
predicción que puede hacerse es que sólo sobrevivirían las escuelas que
satisficieran a sus clientes; del mismo modo que sólo continúan los restaurantes
y bares que agradan a sus clientes. La competencia se ocuparía de ello”
(Friedman, 1980, 235, 236)27.
27 Muy ilustrativo del pensamiento y proyecto educacional de Friedman, es la homologación que hace de los “servicios” que ofrecen las instituciones de esta “industria” –las escuelas de los distintos niveles del sistema– con los otorgados por restaurantes o bares, las empresas de
53
Por su parte, proponer que el campo educativo tenga en la competencia
su mecanismo de regulación, y con ello funcione como una industria o un
sistema de empresas, es de gravitante importancia para nuestro cometido de
determinar la interpretación antropológica en torno a la que se erige la
comprensión de la labor formativa de las instituciones educacionales en general
(y de las del sector superior en particular) en el pensamiento de Friedman.
Según sus declaraciones, “En la educación (schooling), los padres y los
hijos son los consumidores y el profesor y el administrador de la escuela, los
productores” (Friedman, 1980, 220). Evidentemente, en la identificación de
administradores y docentes con productores o vendedores de un servicio, y de
educandos y padres con compradores, clientes o usuarios, se tiene como
referencia principal o única del proceso educativo, la dimensión productiva del
mismo. Dado que este servicio, como viéramos anteriormente, porta un
beneficio que es aprovechado en forma individual (la mayor productividad
económica que se adquiere mediante la educación), son las familias, en tanto
consumidores o clientes, quienes deben costearlo.
Dichas identificaciones suponen, al mismo tiempo, que lo producido por
los profesores y los administradores de las instituciones educacionales, debe
adecuarse en una proporción considerable a las expectativas y deseos de sus
clientes. De no ser así, éstos pueden optar por consumir educación en una
institución que les satisfaga más (del mismo modo en que, si no estoy conforme
con el servicio de un retaurante o un bar, tengo el derecho de escoger uno de
mi agrado). En otros términos, hacer del campo educativo una industria regida
por la competencia, implica sentar las condiciones para que el poder, las
orientaciones y decisiones de la misma, recaigan cada vez menos en los
“productores” (entiéndase: el Estado ha sido durante buena parte del siglo XX,
correos o de recolección de basura. Y en lo que respecta a las instituciones de educación superior y las universidades, es revelador que las compare con grandes empresas productivas, como General Motors o General Electric (Friedman, 1980, 220, 236, 247).
54
para Friedman, el principal productor de educación) y más en los
“consumidores”, es decir, en los estudiantes y sus familias.
Nuestro autor reconoce la dificultad técnica de cortar de un momento a
otro y de raíz el gasto público en educación. Señala además que dicho corte no
es del todo deseable, al menos en los niveles primario y secundario, en los que
según él, los estudiantes reciben aquel acervo de conocimientos y valores que
les permiten desempeñarse en el ámbito público28. Es por ello que promueve
un sistema en el que si bien siguen habiendo aportes fiscales, éstos apuntan a
incrementar la libertad de elección de los consumidores del campo. Es el
régimen de subvención a la demanda, que toma cuerpo en el sistema de vales
o bonos (vouchers) que reciben los padres para invertir en la educación de sus
hijos (Cf. Friedman, 1966, 120 y ss.; 1980, 222-242)29.
De un modo esquemático, la subvención estatal a la demanda educativa
propuesta por nuestro autor, consiste en que el gobierno pone a disposición de
los padres una determinada suma de dinero (mediante la dotación de un
voucher), para que éstos elijan, de acuerdo a sus preferencias y criterios, en
qué institución permitida por la autoridad cursarán estudios sus hijos. Los
padres pueden optar por la casa de estudios que más les satisfaga, ya sea ésta
pública o privada. 28 Tal como veremos en el próximo apartado, si bien el estadounidense no niega una posible contribución de la educación superior a la formación cívica, dicha contribución no se encuentra contemplada en su tratamiento de las instituciones del sector, a las que concibe orientadas al incremento del capital humano individual, y cuyos costes, en consecuencia, estima deben ser cubiertos en forma privada. Por el contrario, sí considera pertinente la incumbencia del Estado en los niveles básico y medio, de lo que cabe inferir que en éstos sí tiene lugar, según él, la formación de los sujetos como ciudadanos de una sociedad democrática y estable. 29 En los textos que estamos comentando, y probablemente a causa de que ellos son escritos con más de dos décadas de distancia, el economista propone distintas modalidades del sistema de vales en educación, y discute las virtudes e inconvenientes prácticos de su eventual implementación. Aquí no nos detendremos en la descripción y la discusión de tales modalidades, en las que se juegan cuestiones de carácter técnico que quedan fuera de los cometidos de esta investigación. Lo que nos interesa es el significado grueso del sistema propuesto, sobre todo en cuanto nos acerca a una comprensión más acabada de la concepción antropológica, que está a la base del sentido que otorga Friedman a la labor formativa de las instituciones educativas.
55
La gran virtud de este régimen, para Friedman, es que obliga a los
productores (privados o estatales) a mejorar el servicio que ofrecen, en el
sentido de hacerlo más atractivo para los consumidores. Fuerza, en otras
palabras, a que el campo educativo funcione como un mercado competitivo, lo
que como hemos dicho, supone para el autor su mejora y progreso. De este
modo, según Friedman, el Estado se asegura de que los futuros ciudadanos
reciban la instrucción que les permitirá desempeñarse como miembros de la
sociedad, sin tener él mismo que preocuparse directamente de otorgarla.
Por otra parte, con el régimen de subvención a la demanda, según el
estadounidense, se conseguirá que haya más dinero en el mercado de la
educación, sin hacer que este dinero proceda del erario, pues los padres que
deseen otorgar a sus hijos una enseñanza escolar que excede el costo de la
subvención estatal (fijada, por ejemplo, según el precio de enviar a un niño a
una escuela pública) y enviarlos a una institución privada, podrán hacerlo
pagando por sus medios la diferencia correspondiente. Esto, según Friedman,
dinamizará el mercado de la educación, lo que se traduce en que si bien
continuarán existiendo instituciones mejores que otras, la competencia hará que
aun las peores eleven su calidad, con lo que la anhelada igualdad de
oportunidades en el plano educativo tenderá progresivamente a hacerse factible
(Friedman, 1980, 236-237, 259).
Como es evidente, llevada hasta sus últimas consecuencias, la
propuesta de subvencionar la demanda hace que la distinción entre
instituciones educacionales públicas y privadas sea ante todo nominal. Si bien
Friedman establece la posibilidad de que sigan existiendo instituciones
administradas por el Estado o el gobierno central correspondiente, al fin y al
cabo éstas deben competir en igualdad de condiciones con las del sector
privado.
56
La enseñanza superior: inversión en capital humano
Nos encontramos, por fin, en condiciones de abordar el proyecto de
Friedman conducente a remodelar el campo educativo, en la dimensión de más
interés para este trabajo: la enseñanza en el nivel superior. Procuraremos,
como lo hemos señalado en numerosas ocasiones, desentrañar la concepción
de sujeto en torno a la que el estadounidense piensa la función formativa de las
instituciones del sector terciario, y de las universidades en particular.
Conviene dejar en claro que el tratamiento de Friedman es sobre las
casas de estudios superiores en general, sin hacer mayores distinciones entre
las mismas. Las universidades, de hecho, son raramente individualizadas, y
más bien abordadas de soslayo, por el autor30.
Como veíamos anteriormente, el estadounidense considera aceptable la
intervención estatal en las instituciones educativas, únicamente en lo que hace
relación con la formación cívica, no así con la orientada a incrementar la
productividad económica del sujeto. Esta apreciación la encontramos también
en su tratamiento de la educación superior: “Los gastos públicos en enseñanza
superior (higher schooling) pueden justificarse como medio de preparar a los
jóvenes para ser ciudadanos y para ser dirigentes. Pero (...) las grandes sumas
que se usan con destino a preparación estrictamente profesional (strictly
vocational training) no pueden justificarse con ese argumento ni, en realidad,
(...) con ninguno otro” (Friedman, 1966, 132).
El pasaje recién citado, muestra que para Friedman ambas formaciones
–cívica y profesional– son otorgadas por instituciones del nivel terciario. Cabe
preguntarse, entonces, en qué medida para el autor las escuelas del sector
30 A este respecto, cabe notar que mientras en “La función del Estado en la educación”, distingue entre la “enseñanza al nivel universitario” (schooling at College and University level) y la “enseñanza profesional y técnica” (vocational and profesional schooling), dicha distinción está ausente en “¿Qué falla en nuestras escuelas?”, donde refiere únicamente la “enseñanza superior” (higher education).
57
otorgan cada una de dichas formaciones, si considera alguna más importante
que la otra, si las estima compatibles, etc.
Pues bien, es sumamente esclarecedor del modo en que Friedman
piensa a las instituciones de enseñanza superior, que aparte de afirmaciones
generales y aisladas como la anteriormente citada, en el tratamiento detenido
de las mismas, deje completamente de lado la dimensión de formación cívica y
política que según sus propias declaraciones les corresponde, para centrarse
casi exclusivamente en su aporte al incremento de la productividad de los
sujetos31.
Friedman no da lugar a dudas respecto de que la formación profesional
es lo que define, en su opinión, a las casas de estudios superior, pues en sus
palabras, “la enseñanza profesional y técnica” (vocational and professional
schooling) es “una forma de inversión en capital humano” (a form of investment
in human capital), cuya “función es el elevar la productividad económica del ser
humano” (Friedman, 1966, 134)32.
A grandes rasgos, la noción de capital humano hace relación, en
Friedman, a una dimensión del sujeto que, en tanto factor de producción de
bienes o servicios (o de incremento del valor de los mismos), repercute en
forma proporcionalmente directa en la renta de quien la posee. Dicha
dimensión, a su vez, es para nuestro autor objeto de inversión, la que apunta a
31 Esta ausencia de la dimensión cívica del proceso educativo en las consideraciones de Friedman sobre la enseñanza superior, nos permite aventurar la sospecha de que, en su proyecto de reestructuración de la misma, dicha dimensión de lo educativo carece de mayor importancia, y es por tanto algo de lo que no es necesario hacerse cargo más que en términos muy generales. 32 Nos parece que, en estricto rigor, en la perspectiva de Friedman, no es solamente la enseñanza profesional de nivel superior la que debe ser calificada como inversión en capital humano, sino que es toda la dimensión productiva de la educación, la que cabe bajo esta categoría. Probablemente el autor refiere únicamente como inversión en capital humano la enseñanza del nivel superior, pues en éste, como venimos comentando, no parece dar mayor lugar a la formación ciudadana, cosa que no sucede en los niveles básico y medio. Conviene señalar que el tratamiento del capital humano referido a la educación, no es privativo de Friedman, sino que, teniendo un antecedente en Adam Smith, es desde los 50, parte de las líneas de trabajo de los economistas de Chicago, principalmente de Theodore Schultz (1968) y Gary Becker (1964).
58
perfeccionar y acrecentar los potenciales productivos del sujeto, y con ello, sus
futuros ingresos. Dentro de las múltiples modalidades de esta inversión, y
coincidiendo con Becker y Schultz, Friedman destaca la educación, y
particularmente la superior. Para el autor, como ésta es una inversión privada
cuya finalidad es asegurar al sujeto un buen pasar económico, los gastos de la
misma deben ser costeados totalmente por los receptores del servicio y sus
familias33.
Cerremos este punto indicando que la expresión capital humano no es
utilizada por Friedman en un sentido metafórico, ni su uso representa para él un
despropósito. Sostiene, de hecho, que las medidas necesarias para reformar la
educación superior, requieren para su correcta implementación, de una
superación de los prejuicios que aún dificultan que “la inversión en seres
humanos”, sea considerada de la misma índole que “la inversión en activos
físicos” (Friedman, 1966, 137-138).
El mercado y el mejoramiento de la educación superior
Tal como señaláramos con anterioridad, las propuestas de reforma
educativa de Friedman están cruzadas por la confianza en que el mercado y la
competencia solucionarán los graves defectos de una educación administrada y
financiada principalmente por el Estado. También indicábamos que, para el
autor, la mejora operada por las lógicas del mercado, consiste en buena medida
en reforzar la injerencia que tienen los usuarios (los estudiantes y sus familias)
en el servicio recibido.
33 Indiquemos, aunque sólo sea de paso, que las consecuencias que en términos de financiamiento extrae Friedman de la consideración de la educación (o de una determinada dimensión de la misma) como inversión en capital humano, difieren de la conclusión que sacan de la misma Schultz y Becker. Para éstos, que la educación –particularmente técnica y profesional– haga más productivo al sujeto, justifica la inversión estatal, bajo el entendido de que es toda la sociedad la que se ve favorecida al contar con trabajadores que pueden aportar a la modernización y desarrollo del país.
59
Pues bien, dentro de la opinión que tiene el estadounidense de la
conducción de las instituciones de educación superior por parte del gobierno,
destaca su crítica a la relación que bajo tal conducción se establece entre los
educando por un lado, y los profesores y la institución por el otro; y que
repercute, en general, en el vínculo de los estudiantes con los contenidos
(saberes, técnicas, etc.) que les ofrece la casa de estudios.
Según el autor, cuando los gastos de la enseñanza superior son bajos o
nulos, “los estudiantes son clientes de segunda”, que tienden a subestimar la
enseñanza recibida. Consecuencia de ello es, en su opinión, que el ambiente
de las clases y seminarios, muchas veces repletos de asistentes a los que los
profesores no pueden dedicar una atención personalizada, sea “más
deprimente que estimulante”. Esto provoca, para Friedman, desgano y
desinterés en los alumnos, lo que conduce a grados de deserción elevados
(Friedman, 1980, 243).
Una cosa muy distinta acontece, en su parecer, en las instituciones
privadas, donde los estudiantes pagan o bien una parte considerable, o bien el
total del “servicio” recibido. En éstas, según sus palabras, “Lo importante es que
los estudiantes son los principales clientes; pagan por lo que se les da y quieren
recibir el equivalente a su dinero (...) La universidad (college) vende enseñanza
(schooling) y los estudiantes la compran. Como en la mayoría de los mercados
privados, ambas partes tienen fuertes incentivos que ofrecerse mutuamente”
(Friedman, 1980, 244).
Que los estudiantes paguen por la enseñanza recibida, hace suponer a
Friedman que el ambiente en las aulas será más alentador, pues manifestarán
mayor interés en aprender en forma rápida y eficiente los contenidos que
estiman de importancia para su posterior desarrollo profesional. A su vez, que
los alumnos sean considerados clientes de primera categoría, implica que éstos
pueden proponer y acaso imponer las condiciones para que el servicio recibido
se ajuste a sus preferencias y deseos. Los efectos positivos son para el autor
60
evidentes, prueba de lo cual es la mayor proporción de matriculados que según
él culminan sus estudios exitosamente, y en el tiempo estipulado, en las
instituciones privadas (Friedman, 1980, 244-245).
La subvención a la demanda
Completemos esta revisión del proyecto educativo de Friedman,
reseñando brevemente la modalidad de financiamiento estatal que considera
necesaria implementar, para hacer más competitivo el campo de la educación
superior.
De un modo similar que en la enseñanza básica y media, el autor
considera que descontinuar totalmente los aportes fiscales en la educación
superior, además de tener importantes inconvenientes técnicos a corto plazo,
provocaría un fuerte rechazo en diversos sectores. Es por ello que promueve un
sistema de subvención a la demanda, más radical que el relativo a las escuelas
primaria y secundaria, y que apunta, como en ellas, a instaurar al mercado
como ente regulador de las mismas.
Evidentemente, para llevar a cabo esta instauración del mercado en la
educación superior, un paso primero y necesario es, al igual que en los niveles
anteriores del sistema educativo, diluir la distinción entre instituciones estatales
y privadas. En sus palabras, “Las escuelas estatales (government schools) que
conservemos deberían cobrar derechos que cubran los costos de la enseñanza
(educational costs) para, de esta forma, competir en pie de igualdad con las
instituciones que no reciban ayuda estatal” (Friedman, 1966, 132).
Ahora bien, con el fin justamente de promover la competencia en equidad
de condiciones para todas las instituciones del sector, Friedman propone un
sistema de vales o bonos más severo que el sugerido para las escuelas básicas
y medias.
61
En su propuesta de financiamiento, nuestro autor admite la posibilidad de
que la suma de dinero entregada a los padres para enviar a sus hijos a la
institución primaria o secundaria por ellos escogida, no sea reembolsada (o al
menos en su totalidad) al Estado o gobierno central en aquellos casos en que
los padres gocen de recursos muy bajos. Por el contrario, afirma que el monto
que los estudiantes o sus familias reciben por parte del gobierno para costear
los estudios superiores, debe ser no sólo devuelto en su totalidad, sino con
intereses proporcionales a los ingresos que captará el individuo, a causa de
haber podido, mediante dicha formación, incrementar su capital humano, y con
ello prever mayores ingresos a futuro (Friedman, 1980, 253, 255).
Las modalidades de financiamiento a las que nos estamos refiriendo,
descansan en una determinada comprensión de los beneficios que reporta la
educación en los diversos segmentos del sistema. Para Friedman, las
enseñanzas básica y secundaria tienen evidentes retornos sociales, como la
habilitación de los sujetos como ciudadanos y la consiguiente preservación de
la estabilidad social. En oposición a ello, estima que los beneficios sociales de
la educación superior son considerablemente más bajos que los provechos
captados por el individuo, el que puede optar a ingresos más elevados por el
hecho de haber recibido enseñanza en una institución del sector. Por lo tanto,
en su parecer no hay motivo alguno para que el estudiante y su familia reciban
gratuitamente del Estado el dinero para costear el servicio, sino que dicha suma
debe ser siempre devuelta, e incrementada en proporción a la expectativa de
las mayores remuneraciones que el individuo recibirá.
Señalemos, por último, que para el pensador estadounidense, una
subvención estatal directa a la enseñanza superior (es decir, una subvención a
la oferta) es no sólo injustificada por la baja utilidad social que aquélla
comporta. Es además perjudicial, pues atenta contra el funcionamiento del
mercado y el orden social, espontáneo e impersonal, que aquél supuestamente
crea. En sus palabras: “Si la enseñanza superior (higher education) mejora la
62
productividad económica de los individuos, éstos pueden hacerse con dicha
mejora a través de ingresos más elevados, con lo cual tienen un incentivo
privado para proceder a su formación (training). La mano invisible de Adam
Smith hace que sus intereses particulares estén al servicio del interés social. Va
contra éste cambiar los intereses privados subvencionando la enseñanza
(schooling)” (Friedman, 1980, 247).
Como podemos ver, que el Estado destinase recursos directamente a la
educación superior iría, para el autor, en contra del interés social y el curso de
la civilización, dados en la perspectiva neoliberal más por el orden espontáneo
del mercado que por los planes concertados por los ciudadanos; implicaría,
parafraseando a Hayek, el riesgo de involución hacia pasadas edades de
barbarie.
Cerremos el presente análisis de la reforma educativa propuesta por el
pensador de Chicago, con unos breves comentarios sobre la concepción de
sujeto que orienta la formación que, en su opinión, han de otorgar las
instituciones educativas (y del nivel superior concretamente), subrayando
algunas de sus consecuencias sobre la comprensión neoliberal de la educación.
Hemos visto, por una parte, que Friedman distingue dos dimensiones del
proceso educativo: la formación de ciudadanos y dirigentes, y la preparación
técnica y profesional. Si bien la primera no es negada para la enseñanza
superior, el hecho de que en las consideraciones del autor sobre las
instituciones terciarias la misma no tenga lugar, nos permite conjeturar que para
él la formación cívica queda completada, cerrada, en la educación básica y
media.
Recordemos, a su vez, que de un modo similar que en Hayek, la
formación ciudadana tiene para Friedman la finalidad de preservar la estabilidad
de una sociedad democrática (lo que para los neoliberales, es sinónimo de
sociedad de mercado). Pues bien, en nuestra opinión, cerrar dicha formación en
63
los niveles primario y secundario de enseñanza, equivale a sostener que los
saberes y valores que preservan la estabilidad social, no requieren de mayor
análisis o cuestionamiento por parte de los sujetos en su edad adulta; y que la
formación que éstos reciben en la adultez es supuestamente apolítica,
orientada exclusivamente hacia la incorporación al mercado laboral34.
En base a lo anterior, estimamos que la comprensión antropológica que
anima las recomendaciones de Friedman es, conforme los postulados
neoliberales que hemos revisado en el primer capítulo, la de un sujeto con una
formación moral, cívica y política que tiene como punto de referencia la
estabilidad social. Es un sujeto que no cuestiona los mecanismos de la
sociedad en que vive, y que por el contrario, es (o debe ser) educado como un
agente competitivo, proclive al funcionamiento del mercado, el que en la
perspectiva neoliberal conduce todas las esferas de acción humana a altos
niveles de excelencia. Es, en otras palabras, un sujeto definido por una
racionalidad mercantil costo-eficiente, y que ha de reproducir en todos los
ámbitos de su vida, la competencia que dinamiza al mercado.
Esta racionalidad costo-beneficio es, sin lugar a dudas, la que según el
autor orienta las decisiones de los sujetos como “usuarios” del “servicio”
educativo. Esto es patente en la educación superior: dado que ella es una 34 En otras palabras, consideramos que limitar la preparación para la vida cívica a los niveles de escolarización primaria y secundaria, es un buen indicio de lo que en estricto rigor es la “educación general del ciudadano” para Friedman (y en general para la perspectiva neoliberal). Ella parece consistir, más que en la elaboración o re-elaboración subjetiva de los conocimientos y valores que aseguran la estabilidad social, en una transmisión o traspaso de los mismos, conducente justamente a la formación de un sujeto humilde y respetuoso de la ignorancia humana y obediente, en consecuencia, al libre mercado y sus mecanismos que supuestamente regulan la vida social. En nuestra opinión, las instituciones del nivel superior, en específico las universidades, contribuyen o pueden contribuir (mediante el cultivo y la formación en ciencias sociales y humanidades, por ejemplo), a poner en entredicho los valores y conocimientos que sustentan la estabilidad social. Sólo a modo de conjetura, indicamos que considerar este hecho puede explicar por qué Friedman, en su tratamiento de la educación superior, no aborda detenidamente la universidad, cuya formación no es fácilmente reductible, en todos sus planos, a inversión en capital humano. En la Tercera Parte de nuestro trabajo, revisaremos la opinión de los críticos latinoamericanos sobre el aporte de la universidad a la formación ciudadana, y al cuestionamiento del orden social de mercado propuesto por el neoliberalismo.
64
inversión en el capital humano individual, es deber del sujeto rentabilizarla,
sacar de ella los mayores provechos. El mercado, en tanto dinamiza y da fuerza
a esta racionalidad competitiva, es la instancia idónea para mejorar el servicio.
Considerando lo precedente, si bien las reflexiones de Hayek y Friedman
sobre la enseñanza superior difieren en importantísimos aspectos, ambos
piensan la formación de las casas de estudios superiores, encaminada a la
modelación de un sujeto que, respetuoso de la estructural ignorancia humana,
se concentra en su ámbito específico de actividades, independiente de los
posibles efectos sociales de las mismas. Para Hayek, la universidad forma a un
investigador que, en cuanto emprendedor, compite con otros investigadores, y
decide por cuenta propia las líneas y los procedimientos de su trabajo. En el
caso de Friedman, las instituciones del sector forman a un agente productivo,
que cursa estudios superiores con el fin de maximizar su inversión educativa
(es decir, incrementar su capital humano), y hacerse así más competitivo y
rentable.
65
SEGUNDA PARTE
SUJETO, EDUCACIÓN Y FORMACIÓN UNIVERSITARIA
EN EL NEOLIBERALISMO EN Y PARA AMÉRICA
LATINA
En esta segunda parte de la investigación, nos ocuparemos del
“neoliberalismo en y para América Latina”, entendido básicamente como el
conjunto de propuestas de modernización de las sociedades latinoamericanas
(a nivel nacional o regional), que se inspira en o continúa la tradición neoliberal,
que en su formulación clásica hemos ilustrado en Hayek y Friedman.
Conforme los intereses del presente trabajo, prestaremos atención a la
reelaboración del pensamiento neoliberal, que ha tenido lugar en y para
América Latina, centrándonos concretamente en la apropiación de la
antropología individualista-liberal, y en el modo como ella fundamenta una
determinada interpretación de la educación, en específico de la universitaria.
Hablar de una recepción, apropiación o reelaboración de y para América
Latina, equivale a afirmar que en la región, la doctrina neoliberal y su proyecto
han sido adoptados y reformulados, con el objetivo de modernizar nuestras
naciones, entendiendo la modernización como la instauración progresiva de la
economía de libre mercado. El punto de vista aquí adoptado, se distancia de la
idea de que el neoliberalismo latinoamericano (o en, de y para América Latina),
pueda entenderse como una mera copia de una teoría y un proyecto elaborados
previamente por una serie de intelectuales e instituciones europeas y
estadounidenses.
Jorge Vergara parece suscribir dicha opinión, pues afirma que el
neoliberalismo “en América Latina, no ha producido autores ni obras
significativas”, y que su proyecto ha sido implementado al pie de la letra casi por
66
“los neoliberales latinoamericanos”, quienes han solido dirigir ministerios de
hacienda y economía, grandes empresas y medios de comunicación.
Esta aplicación calcada del proyecto descansaría, en palabras de
Vergara, en la “ilusión, creada ya en la época colonial, de la plena aplicabilidad
a nuestras sociedades de las concepciones y teorías generadas en otros
contextos culturales y sociopolíticos. Esta tendencia se ve reforzada en el caso
del neoliberalismo por su pretensión de universalidad irrestricta: se autodefine
como una teoría económica y social aplicable a toda sociedad” (Vergara, 2001,
2).
Sin embargo, en el pasaje citado Vergara identifica como una “ilusión” la
idea de que un proyecto creado en otro contexto sea del todo aplicable, sin
adaptaciones, en nuestras naciones. Por tanto, parece dar pie al entendido de
que la aplicabilidad del pensamiento y proyecto neoliberales supone,
forzosamente, una adaptación o reelaboración del mismo.
A propósito de lo anterior, José S. Méndez Morales ha indicado que más
que hablar de un modelo neoliberal en singular, conviene referirse a una
pluralidad de modelos, diversos en los distintos países en que se han impulsado
las políticas de ajuste, y que han dado pie a una multiplicidad de proyectos. En
concordancia con ello, y en referencia a su país, habla de una “política
económica neoliberal a la mexicana” (Méndez Morales, 1998, 67). Un punto de
vista similar lo encontramos en los peruanos Carlos Iván Degregori y Pablo
Sandoval, quienes refieren un “neoliberalismo a la peruana”, dotado de notas
específicas y propias (Degregori y Sandoval, 2009, 35).
Como es sabido, los intentos de reducir las esferas de incumbencia del
Estado y de incrementar las del sector privado –bajo la premisa de que la libre
iniciativa individual y la competencia son el vehículo hacia la prosperidad–
67
tienen en la región como instancia pionera, las modernizaciones implementadas
en la dictadura de Pinochet, la que adquiere por ello cierto carácter modélico35.
Marcos Roitman sostiene que las políticas liberalizadoras, impulsadas a
fines de los 70 y comienzos de los 80, serán radicalizadas durante los 90.
Prueba de ello, afirma, es que al despuntar esta década, las Constituciones de
los países latinoamericanos (con excepción de Cuba y Venezuela) serán
reformadas en términos neoliberales, haciendo de las respectivas Cartas
Magnas unos dispositivos que subordinan la democracia al proceso de
acumulación y reproducción del capital.
Señala, por otra parte, que durante su prolongada existencia en la región,
el neoliberalismo ha comprometido a gobiernos de las más diversas ideologías,
tales como democratacristianos, conservadores, progresistas, socialdemócratas
e incluso socialistas.
Roitman afirma que el “común denominador” de la sujeción a las políticas
neoliberales –tanto para gobiernos impuestos como electos– ha sido el
acatamiento de las recomendaciones del Fondo Monetario Internacional y el
Banco Mundial. Y agrega que un factor decisivo en la puesta en marcha de
tales políticas, es una redefinición de los planes y programas de estudio de
Economía en muchas universidades de la región, lo que conduce a la formación
de un conjunto de intelectuales que constituyen el núcleo teórico del
neoliberalismo latinoamericano (Roitman, 2011, 28, 32, 40, 41).
En lo que respecta a dichos autores, Eduardo Devés distingue dos
momentos principales en el proceso de formación de lo que denomina el
“neoliberalismo en/de América Latina”. Por una parte, un período inicial, que
comprende en términos generales desde comienzos de los 70 hasta mediados
de los 80. Es una etapa, según el investigador, en la que los postulados de los 35 Afirmar que el caso chileno tiene un carácter modélico no significa que la implantación de las políticas de ajuste haya tenido lugar en los distintos países por obra de gobiernos dictatoriales. Como lo señala Marcos Roitman, mientras en Chile, Argentina, Uruguay y Paraguay dicho implante conlleva la quiebra de los órdenes constitucionales, ello no sucede en Perú, Venezuela y México (Roitman, 2011, 25, 28).
68
latinoamericanos se mantienen muy apegados a las propuestas de los
neoliberales que aquí llamamos clásicos (particularmente Friedman y Hayek), y
en donde aún, a su modo de ver, no se enfocan los problemas locales en forma
autónoma.
A esta primera etapa sigue, según Devés, desde mediados de los 80 y
con fuerza creciente en los 90, un período de maduración del pensamiento
neoliberal latinoamericano. Esta fase se caracteriza, para él, por un tratamiento
de los problemas de nuestros países que circula de lo ortodoxo a lo heterodoxo,
y que implica, entre otras cosas, la detección de problemas propios y la
elaboración de nuevas categorías. Con esto, afirma, el neoliberalismo se ha ido
“latinoamericanizando”, “transformando en más latinoamericano”, a la vez que
en “posición hegemónica en numerosas escuelas de economía, Estados,
organismos internacionales privados o no” (Devés, 2003, 281; 2004, 114, 118).
Al igual que en su formulación clásica, el proyecto neoliberal en América
Latina ha tenido la pretensión de abarcar todas las instituciones sociales. Entre
éstas, las del campo educativo, en tanto que instancias formales de
socialización y modelación de subjetividades, han cumplido un importante
papel.
Esto es patente en lo que respecta a la educación superior y las
universidades. Desde la década del 80, y con fuerza decisiva en los 90, las
transformaciones sugeridas por los organismos internacionales, y que muchas
autoridades nacionales han acogido, se han correspondido fuertemente con el
discurso y proyecto neoliberal. Lo anterior ha configurado lo que Bernasconi
entiende como la “nueva economía política de la educación superior en América
Latina”, caracterizada según él por la “hegemonía ideológica del neoliberalismo”
(Bernasconi, 2008, 64).
En vista de las consideraciones precedentes, en esta segunda parte de
la investigación nos ocuparemos de una serie de documentos y autores que
69
han propuesto o apoyado reformas neoliberales para la región, concretamente
para el campo educativo, con un énfasis particular en la universidad.
En una primera instancia (Capítulo 1), trazaremos la recepción y
apropiación del pensamiento neoliberal –y particularmente su concepción
antropológica– en El otro sendero. La revolución informal, del economista y
empresario peruano Hernando de Soto, de 1986. Dicha obra no repara, salvo
pasajes aislados, en la cuestión educativa, pero es un excelente ejemplo de
reformulación de los tópicos principales del neoliberalismo y de su
interpretación del sujeto, a la luz de la coyuntura peruana a que el autor se
enfrenta.
En un segundo momento (Capítulo 2), nos detendremos en el libro
publicado en 1992 por el Centro de Estudios Públicos (CEP) como “El ladrillo”.
Bases de la política económica del gobierno militar chileno. El mismo
corresponde al documento, elaborado por un amplio equipo de economistas
liderado por Sergio de Castro y Arturo Fontaine a comienzos de los setenta, el
que se constituirá en el texto base de la política económica aplicada por la
dictadura de Pinochet.
Junto con revisar sucintamente su apropiación de la matriz neoliberal
para la situación chilena de comienzos de los setenta, nos centraremos en sus
recomendaciones para modernizar el campo educativo (específicamente la
enseñanza superior), mostrando que las mismas se fundan en una comprensión
antropológica neoliberal.
Si bien nuestra atención se dirige ante todo a las propuestas de
intelectuales y textos latinoamericanos, revisaremos además (Capítulo 3) las
recomendaciones de los organismos internacionales, los que han desempeñado
un papel decisivo en la promoción de las políticas de mercado en las
instituciones educativas de América Latina 36 . Nos detendremos en La
36 La necesidad de examinar las propuestas de tales organismos, es la que nos lleva a hablar de un neoliberalismo “en y para América Latina”, y no simplemente latinoamericano. Dado que las modernizaciones de mercado –y las del campo educativo como caso específico– son en
70
enseñanza superior. Las lecciones derivadas de la experiencia, del Banco
Mundial, de 1994; y en Educación y conocimiento: eje de la transformación
productiva con equidad, publicación conjunta de CEPAL y UNESCO, del 92.
Como en el capítulo anterior, en éste mostraremos la matriz neoliberal de
las propuestas de los organismos, destacando particularmente la presencia de
una interpretación neoliberal del sujeto, la que orienta en buena medida la
formación que según los documentos han de recibir los y las estudiantes en las
instituciones de educación superior, y concretamente en las universidades.
En último término (Capítulo 4), abordaremos el pensamiento educativo-
universitario del sociólogo chileno José Joaquín Brunner, probablemente uno de
los principales promotores –a nivel teórico y político– de la orientación de las
casas de estudio hacia el mercado en América Latina.
Dentro de la extensa producción del autor sobre educación superior y
universidad, nos centraremos en su libro Educación superior en Chile.
Instituciones, mercados y políticas gubernamentales (1967-2007), publicado el
2009. También abordaremos, aunque con menor atención, dos artículos sobre
el tema: “Educación en América Latina durante la década de 1980: la economía
política de los sistemas”, publicado originalmente en 1996; y “Transformaciones
de la universidad pública”, de 2005.
Expondremos la justificación y defensa que hace Brunner de la
liberalización del campo universitario, la que descansa según él mismo, en una
tradición teórica de análisis de los mercados universitarios, en la que él se
inscribe. Conforme las intenciones de la investigación, mostraremos que dicha
fundamentación de las reformas privatizadoras se apoya, en buena medida, en
una interpretación del sujeto de cuño individualista-liberal.
buena medida deudoras, en la globalización neoliberal, del influjo de las agencias internacionales, un panorama de la introducción, recepción y apropiación de los esquemas y categorías neoliberales en la educación superior de la región, requiere abordar tales propuestas.
71
Destaquemos muy sucintamente que en esta parte de la investigación,
cuando indicamos que las propuestas a revisar son neoliberales, ello no
significa que los autores o documentos revisados se identifiquen o inscriban
intencionadamente en la tradición neoliberal (o liberal), o que sus
planteamientos sean elaborados a la luz de una hermenéutica de los principales
intelectuales europeos o estadounidenses de la misma.
Por el contrario, para los efectos de nuestra pesquisa, serán neoliberales
en cuanto en ellas encontramos cierta identidad, coincidencia o semejanza con
la elaboración clásica de la doctrina y el proyecto, que ya hemos ilustrado en
Friedman y Hayek. Como sabemos, la clave analítica escogida para abordar
dicha doctrina y proyecto, es la comprensión antropológica presente en las
mismas.
72
Capítulo 1 Apropiación de la antropología neoliberal: El otro sendero
En el presente capítulo, como indicábamos anteriormente, revisaremos la
recepción o traducción de los marcos generales del neoliberalismo que hemos
denominado clásico, en el neoliberalismo de y para América Latina, prestando
especial atención a la presencia de la concepción antropológica de la doctrina.
Para ello nos detendremos en el libro de Hernando de Soto, El otro sendero. La
revolución informal, del 86.
El otro sendero es una obra capital de la tradición neoliberal
latinoamericana. Como lo asevera Marcos Roitman, la “construcción más
elaborada” de dicha tradición se da, entre las décadas del 80 y el 90, en Perú,
en los libros de De Soto37; y en México, en los escritos de René Villarreal,
Enrique Krause y Luis Aguilar Villanueva (Roitman, 2011, 28). Por su parte,
Eduardo Devés indica que este libro representa “la obra más importante del
neoliberalismo latinoamericano”, la que dada su índole heterodoxa y por tanto
renovadora, podría incluso poner en duda su legítima inclusión en la tradición
neoliberal (Devés, 2004, 117).
Antes de ingresar en los lineamientos principales del texto, indiquemos
que De Soto ha destacado a la vez que como uno de los principales
empresarios del Perú, como un reputado teórico del libre mercado. Una muestra
de su promoción del ideario neoliberal en su país, es la fundación del Instituto
Libertad y Democracia (ILD) en 1980. Dicha promoción le ha otorgado
renombre internacional, prueba de lo cual es haber sido reconocido
públicamente por importantes personalidades del espectro político neoliberal,
como Margaret Thatcher y Milton Friedman38.
37 Junto al libro del que nos ocuparemos, Roitman señala la importancia de De Soto (2000). 38 Entre las numerosas condecoraciones que ha recibido, cabe destacar la obtención, en 2004, del Premio Milton Friedman para el Avance de la Libertad, del Cato Institute de Estados Unidos.
73
Cabe agregar que De Soto ha estado vinculado a los principales actores
del neoliberalismo en el Perú. Tal es el caso de Mario Vargas Llosa, quien no
sólo prologa El otro sendero, sino que además, según declara el mismo De
Soto, es quien le convence a transformar sus investigaciones sobre la
economía informal en una publicación (De Soto, 1987, XXXII). También es
asesor del gobierno de Alberto Fujimori (1999-2000) en sus primeros años,
gobierno en el que se implantan las reformas neoliberales en el país.
En vistas de lo señalado, si bien el libro del que nos ocuparemos es
anterior al fujimorismo, podemos conjeturar que algunas de sus ideas son
inspiradoras del mismo. Como veremos, De Soto propone desligar las políticas
del Estado de todo proyecto de planificación social, apuntando a una
desregulación de la economía y al consiguiente fortalecimiento de la iniciativa
privada. Esto puede valer como antecedente de uno de los rasgos que
Degregori y Sandoval señalan como definitorios del neoliberalismo en el Perú:
“la inminente desaparición de cualquier referencia a la nación como elemento
del discurso o de la acción del Estado” (Degregori y Sandoval, 2009, 18).
Mercantilismo, voluntarismo centralista y desaprovechamiento del capital
humano
Las reflexiones y propuestas de De Soto, están motivadas por un
diagnóstico, por la evaluación de un estado de cosas que se estima nefasto. Es
por ello que, tal como lo señala, la obra contiene “en buena cuenta, un mensaje
político personal”, orientado a la superación de lo establecido (De Soto, 1987,
XXXV). El sentido de dicho mensaje se encuentra de algún modo expresado en
Señalemos además que De Soto se identifica expresamente con el neoliberalismo. Discutiendo con la derecha y la izquierda democráticas peruanas –las que afirma se dicen liberales pero que estiman necesaria la intervención estatal de la economía en el país, por lo que las considera reaccionarias–, sostiene que “el neo-liberalismo (‘neo-conservatism’) ni siquiera está representado en el espectro político local y que su influencia en la intelligentzia peruana resulta prácticamente nula” (De Soto, 1987, 295).
74
el título de la obra: el “otro sendero” se opone a la acción terrorista que asola a
su país desde comienzos de los 80, encabezaba particularmente por el Partido
Comunista del Perú-Sendero Luminoso (PCP-SL).
Para nuestro autor, la violencia terrorista es la consecuencia extrema de
una crisis estructural que atraviesa a la sociedad peruana. Dicha crisis hunde
sus raíces en el sistema económico, político y legal que han adoptado el Perú y
las naciones latinoamericanas desde el arribo de los conquistadores europeos,
y que en opinión de De Soto, en el caso de su país no ha sido modificado en lo
sustantivo.
Dicho régimen es denominado por el autor como “mercantilismo”. Explica
que en estricto rigor, el término mercantilismo corresponde al sistema de
políticas económicas que predominó en Europa entre los siglos XV y XIX, previo
a la adopción del libre mercado; y que se puede aplicar, paralelamente o por
analogía, a la situación peruana del siglo XX39.
El vocablo, como lo indica el intelectual peruano, hace referencia al
enorme poder que tuvieron en aquellos tiempos, los grupos de mercaderes ante
los gobiernos europeos que concentraban parte importante –si no la totalidad–
de las decisiones económicas. Dada la aglutinación de tales decisiones en el
gobierno, explica De Soto, las diversas agrupaciones de comerciantes
competían por granjearse el beneplácito de la autoridad. Esto llevó a que
muchas veces en la práctica, fueran estos grupos los que, utilizando a su favor
el aparato del Estado, dictaran las políticas económicas y legales.
Apunta el autor: “la influencia de los mercaderes fue la que terminó
dándole el nombre de ‘mercantilismo’ a la política llevada a cabo por los
gobernantes de entonces. Así pues, el mercantilismo europeo se caracterizó
39 Nótese que ya en el diagnóstico del autor, Europa (Inglaterra específicamente) comparece como modelo o patrón del desarrollo histórico de América Latina: ésta debe seguir los pasos de aquélla, es decir, transitar desde el mercantilismo a la economía de libre mercado. Vale la pena indicar además que, como lo sostiene Devés, De Soto toma el término mercantilismo del pensamiento económico clásico, particularmente de Adam Smith (Devés, 2003, 286).
75
por las amarras tendidas entre un Estado ubicuo y un poder empresarial
privilegiado y excluyente”. Y en otro pasaje señala: “Esencialmente, el
mercantilismo significaba una economía políticamente administrada, cuyos
agentes económicos estaban sometidos a una reglamentación específica y
detallada. El Estado mercantilista no permitía que los consumidores decidieran
lo que se debía producir” (De Soto, 1987, 253, 252).
Para De Soto, lo que la Europa de entonces y el Perú y los países
latinoamericanos de la segunda mitad del siglo XX tienen en común, es una
excesiva incumbencia del Estado en la actividad económica, lo que en opinión
de Vargas Llosa ha derivado en una “elefantiásica burocracia estatal” (Vargas
Llosa, 1987, XXIII). Esto provoca, para el autor de El otro sendero, que al igual
que como sucede con los mercaderes de antaño, diversos sectores de la
población se organicen con el cometido principal de obtener privilegios del
Estado. A dichos grupos organizados los denomina “coaliciones redistributivas”.
Estas coaliciones, para De Soto, tienen entre sus principales cometidos,
amoldar el derecho en pos de su propio beneficio. El principal mecanismo para
ello, según el autor, es demandar una redistribución de los ingresos, la que
siempre tiene por finalidad favorecer los intereses económicos particulares de
los grupos demandantes. De Soto llama “tradición redistributiva” a la presencia
constante de estas demandas, y afirma: “entre quienes formulan la ley en
nuestro país existe una tradición de utilizar el Derecho como un instrumento
para redistribuir la riqueza y no para facilitar su creación” (De Soto, 1987, 239).
Consecuencia de lo anterior, para nuestro autor, es que la actividad
económica no funcione regida por el mercado sino por la política, y que el
acceso a la misma quede restringido a los grupos que obtienen los favores del
gobierno. Junto con ello, más que preocuparse por la creación de la riqueza, los
agentes económicos deben emplear sus esfuerzos en obtener los beneficios del
Estado. Esto hace que el Perú genere menos riqueza de la que podría, y que
76
las empresas peruanas no sean competitivas internacionalmente, lo que
produce pobreza en amplios sectores de la población.
La proliferación de coaliciones redistributivas, como efecto de la
concentración de las decisiones económicas en el gobierno, tiene para De Soto
importantes consecuencias. No sólo se desata una “guerra política entre
coaliciones redistributivas”, sino que una vez en el poder, ellas tienden a
volverse corruptas. Además, dado que los diversos sectores de la población
desean granjearse los favores del gobierno, se produce una “politización
general de nuestra sociedad”. Y lo que es más grave: algunos grupos,
desesperados por no verse favorecidos, se radicalizan y promueven la “lucha
de clases” y la consiguiente destrucción total, mediante la violencia, de la
institucionalidad vigente, lo que tiene su manifestación extrema en el terrorismo
(De Soto, 1987, 240, 241, 243, 312).
De Soto indica que la pervivencia del mercantilismo en su país se debe,
a la vez que a la conveniencia de los grupos privilegiados por mantener un
estado de cosas que los favorece, a una creencia o ilusión que denomina
“voluntarismo centralista”. Éste, según nuestro autor, consiste en la presunción,
común a muchos gobernantes, de que basta con su voluntad para llevar a cabo
los cambios que estiman convenientes; y en la creencia consiguiente de que
para mejorar las cosas, es suficiente con la elección de políticos hábiles y bien
intencionados.
El peruano puntualiza que dicha creencia constituye “un inmenso error
conceptual”, el que tiene su basamento ideológico en una incorrecta
comprensión del derecho, según la cual las instituciones de la sociedad son
producto de las decisiones de quienes detentan el poder. Sobre el particular
afirma: “Esto, por supuesto, es una ilusión. Ningún ser humano o gobernante
77
puede comprehender todo el proceso de evolución social; menos aun en una
sociedad en pleno cambio, como la nuestra” (De Soto, 1987, 290)40.
El gran problema del Perú, en opinión de De Soto, es que con la
pervivencia del mercantilismo y su creencia en la posibilidad de conducir
racional y centralizadamente la economía, se invisibiliza el potencial del que
considera “el cambio más profundo” que ha experimentado el país en su historia
republicana.
Dicho gran cambio hace relación al proceso de inmigración campo-
ciudad, el que viene aconteciendo desde la década del 60, por parte de
enormes masas campesinas que, movidas por el deseo de superar las
condiciones de pobreza de la vida rural, se han trasladado a las grandes
ciudades del país (principalmente Lima). Al verse marginados de la actividad
económica legal –controlada por el Estado y por los grupos que éste favorece–
los migrantes han optado o bien por la abolición violenta del orden que los
excluye; o por establecer sus negocios al margen de la legalidad, en la
informalidad.
Para De Soto, son justamente los empresarios informales los que han
iniciado “la revolución informal” indicada en el subtítulo del libro41. No obstante
la potencia y profundidad de esta insurrección pacífica contra el orden
establecido, el Estado mercantilista, al no incorporar a los migrantes-informales
40 En esta crítica al voluntarismo centralista, se evidencia la concordancia de De Soto con la tesis de la limitación del conocimiento humano, la que en nuestra interpretación es central en el pensamiento neoliberal. Como mostramos en la Primera Parte, en base a dicha tesis, Hayek y Friedman niegan la posibilidad de una planificación de la economía y de lo social en general, afirmando por el contrario la espontaneidad de los procesos sociales. En esto coincide el peruano: “las reglas que producen los hombres espontáneamente nacen de la experiencia, de la constatación del éxito y del perfeccionamiento de la práctica, y no del razonamiento en un cenáculo cerrado” (De Soto, 1987, 308). 41 En sus numerosas reimpresiones, la obra ha aparecido con diversos subtítulos, tales como Una respuesta económica a la violencia, La respuesta económica al terrorismo y La revolución informal (éste corresponde a la edición colombiana de 1987 que estamos trabajando). Al terrorismo y la violencia señalados, se erige una respuesta económica, coincidente con la revolución informal a la que nos referimos.
78
al Perú legal, desaprovecha el principal recurso de que dispone el país: el
capital humano de estos emprendedores.
En sus palabras: “Quizás la más grave distorsión que ha producido el
enfoque mercantilista de la realidad es haber impedido ver el enorme capital
humano y el potencial de desarrollo que han traído consigo los migrantes (…)
migrante que abre su negocio y cobra, negociando sus precios según los
dictados del mercado”. A ellos, en gran parte, dedica De Soto su libro: “A los
trabajadores y empresarios competitivos de América Latina, formales e
informales, que con su esfuerzo están trazando el otro sendero” (De Soto, 1987,
295-296, Dedicatoria).
Tan grande es el capital humano que en su parecer portan los informales
(y que es desaprovechado por la institucionalidad mercantilista), que el autor
los presenta como modelo de lo que todo sujeto debe ser, lo que se manifiesta
en un elogio rayano en la exaltación42.
Señala, por ejemplo, que la migración es “un producto de la valoración
racional de posibilidades hecha por los campesinos”, quienes “adoptaron esas
decisiones convencidos de que estarían favorecidos por comparación con lo
que hasta ese momento había sido su mundo y su aspiración”. El informal es un
emprendedor, que desde que migra a las ciudades, se torna en un “competidor
potencial de quienes ya la habitan”. Emprendedor que descubre que “la única
garantía para su libertad y prosperidad estaba, finalmente, en sus propias
manos”, y que reconoce la necesidad de “competir; pero, no sólo contra
personas sino también contra el sistema” (De Soto, 1987, 10, 11, 12).
Para De Soto, los empresarios informales constituyen “una nueva
cultura”. No sólo por sus enormes capacidades competitivas y por no tener
42 Esta exaltación ha sido catalogada por Eduardo Devés como el “mito del buen informal” o del “buen inmigrante”, figura mítica que según él encarnaría una renovación latinoamericana del espíritu del capitalismo. Las notas características de este modelo de sujeto son, de acuerdo con el investigador chileno, su enorme creatividad, su capacidad de anteponer su “libertad y emancipatorio afán de superación, frente a un Estado mercantilista y por ello opresivo” (Devés, 2003, 287).
79
miedo al fracaso (su “capacidad de arriesgar y calcular”), sino también por su
flexibilidad, su apertura a la “adaptación social”, que para nuestro autor significa
adecuación a la sociedad de mercado a la que el Perú transita de la mano
justamente de los migrantes emprendedores.
He aquí, pues, la antropología neoliberal, reformulada, traducida en sus
ejes centrales para una coyuntura específica: las capacidades de competir, de
emprender, de velar por la propia libertad mediante un cálculo racional que se
identifica con una atención a los dictados del mercado, es lo que caracteriza a
los migrantes informales de De Soto, los que han de liderar el camino hacia el
progreso económico y la paz social.
Mercado y bien común
Como vemos, para De Soto la gran transformación que anuncian los
empresarios informales, es la instauración de la economía de mercado, único
medio según él, para que el Perú conquiste el desarrollo y la prosperidad, y se
diluyan los graves conflictos sociales.
Conforme con la matriz neoliberal que inspira a nuestro autor, la
adopción del libre mercado es presentada como la modalidad realista por
excelencia, en oposición a la presunción de que la actividad económica, y en
general lo social, sea objeto de conocimiento y por tanto de planificación43. A su
vez, esta superación realista del mercantilismo es para De Soto la única
respetuosa de la libertad y conducente a una sociedad libre, a diferencia de lo
43 Vargas Llosa indica que la propuesta de De Soto “se mueve siempre en lo concreto”, y que a diferencia de la ilusión supuesta en la planificación centralizada de la economía, la revolución social que anuncia “no tiene nada de utópico”. Señala que de hecho el cambio proclamado ya está en curso, precedido por la iniciativa de los empresarios informales. Consecuencia de esto, para Vargas Llosa, es que El otro sendero rinda exitosamente “el examen decisivo para cualquier programa político: el de la realidad” (Vargas Llosa, 1987, XVII, XXIX, XXVII -XXVIII).
80
que sucede con la abolición violenta del orden, promovida por los grupos
terroristas44.
Por otro parte –y siempre mostrando una concordancia con el
neoliberalismo clásico– el intelectual peruano afirma que este tránsito hacia la
sociedad de mercado no es sólo deseable, sino incluso inevitable y necesario.
De hecho, el paso del mercantilismo al libre mercado ya está en curso, aunque
incipientemente, en la rebelión de los informales ante la normatividad que los
excluye de la legalidad y la actividad económica. Por tanto, lo que en opinión de
De Soto el Perú debe hacer para modernizarse, conquistar el desarrollo y la paz
social, es transformar el aparato burocrático mercantilista, en uno que
incorporando a los informales a la legalidad, aproveche su capital humano, y
permita a cada individuo ser –como ya son los migrantes– un empresario
competitivo.
Los empresarios informales constituyen para De Soto la “vanguardia” del
cambio; señalan “el nuevo ritmo de la historia”: la superación de “la sociedad
tradicional” por la “economía de mercado moderna, que hasta ahora es la única
receta conocida para lograr el desarrollo en base a un empresariado difundido”
(De Soto, 1987, 297).
Como es de esperar, en De Soto la propuesta de adoptar la economía de
mercado, no tiene por finalidad únicamente hacer de la competencia el
mecanismo regulador de la actividad económica, sino de todas las actividades
humanas. Esto se pone de manifiesto, por ejemplo, en su recomendación de
instaurar una descentralización política, conducente al igual que en el ámbito
económico, a incrementar la competencia. En sus palabras: “la
44 Sobre este abrir “el paso en el camino hacia la liberación”, ya hemos indicado que el sendero del que habla el autor, se opone a la revolución violenta propulsada por Sendero Luminoso. La oposición dicotómica de caminos (en este caso, violencia/libre mercado), se engarza con el neoliberalismo clásico, el que según mostrábamos, contrapone socialismo y mercado, como vías que conducen respectivamente a la servidumbre y a la libertad. La idea de trayectos irreconciliables, se encuentra de hecho en el título de Hayek Camino de servidumbre, indicando la senda del socialismo y el totalitarismo, que debe ser superada por el mercado y la emancipación.
81
descentralización puede desempeñar un papel complementario muy importante
en una agenda de cambio, porque permite a la ciudadanía hacer competir a sus
gobernantes locales y apreciar la diferencia de resultados entre los que facilitan
la vida productiva y los que no lo hacen” (De Soto, 1987, 303).
Lo anterior nos permite concluir que, al igual que en Friedman y Hayek,
la propuesta del intelectual peruano, de instaurar la competencia en todos los
ámbitos de la vida social, tiene por cometido hacer que la sociedad misma se
rija competitivamente, al modo de una empresa o un sistema de empresas. De
acuerdo con la matriz neoliberal, dicho sistema funcionará mejor, tenderá mejor
a la excelencia y al bien común, según más competencia haya en su interior. En
dicho sistema, además, los individuos competitivos, que leen adecuadamente
los dictados del mercado, se adaptan y son la vanguardia del cambio, quedando
rezagados aquellos que no desarrollan sus dotes empresariales.
82
Capítulo 2 Educación y formación universitaria en El ladrillo
En este capítulo nos ocuparemos de “El ladrillo”. Bases de la política
económica del gobierno militar chileno, obra escrita poco antes del golpe en
Chile, y publicada recién el 92. Como su subtítulo lo indica, constituye el
documento guía en la reestructuración de la política económica emprendida por
la dictadura, específicamente en la década del 80. Esta reestructuración, como
sabemos, es la instancia pionera en la implantación de reformas neoliberales a
nivel mundial45.
Sobre la importancia del documento, cabe especificar que éste no es
sólo una obra representativa del primer período del neoliberalismo
latinoamericano, según la cronología propuesta por Devés, sino que constituye
el hito fundacional en la traducción de los principios y el proyecto neoliberal
para nuestras sociedades. El investigador chileno, por ejemplo, indica que El
ladrillo constituye el primer “manifiesto” o “primer programa neoliberal”
latinoamericano (Devés, 2003, 276); y Roitman sostiene que su influjo ha sido
tal, que se le ha llegado a considerar “el vademécum del neoliberalismo”
(Roitman, 2011, 35).
Según apuntábamos, El ladrillo se comienza a escribir a comienzos de la
década del 70 y es terminado poco antes del golpe. Es publicado recién el 92
45 Como lo señala José Santos Herceg, “Chile fue literalmente el laboratorio (...) donde se probó el funcionamiento del sistema neoliberal” (Santos Herceg, 2006, 2); y puede entenderse, por tanto, según indicáramos más arriba, como el modelo o referente para los diversos países que han orientado sus políticas hacia el mercado. Entre los numerosos sucesos que conducen a la realización del experimento neoliberal en nuestro país, cabe indicar como antecedente, la relación que se establece entre las Escuelas de Economía de Chicago y de la Pontificia Universidad Católica desde mediados de los 50, que referiremos prontamente. También debe tenerse presente que Hayek y Friedman visitan el país durante la dictadura, y tienen una influencia directa sobre los economistas del régimen. Prueba de esto último es que Hayek será designado Presidente Honorario del Centro de Estudios Públicos (CEP), organismo intelectual promotor de las reformas neoliberales, y que publicará El ladrillo el año 92.
83
por el Centro de Estudios Públicos, con un Prólogo de quien es uno de sus
principales gestores, Sergio De Castro.
En el Prólogo, De Castro indica que los antecedentes del documento se
remontan al año 55, cuando se firma un Convenio entre la Escuela de
Economía de la Universidad de Chicago y la Escuela de Economía y de
Administración de Negocios de la Pontifica Universidad Católica de Chile. El
Convenio tiene por finalidad modernizar la enseñanza y la investigación en
Economía en la Universidad Católica. El medio dispuesto para ello, según lo
explica De Castro, es la dotación de becas para que estudiantes y egresados
tanto de esta universidad como de la Universidad de Chile cursen estudios de
postgrado en Economía en Chicago46.
Entre los frutos del Convenio, De Castro destaca el importante número
de economistas formados en la universidad estadounidense (los comúnmente
denominados Chicago boys), que en su opinión han aportado con sus
conocimientos a la modernización del país. Otro de los rendimientos que
menciona, es la realización de un curso de Economía diseñado especialmente
para empresarios en la Universidad Católica en 1967 y 1968, y al que asisten
los principales actores del sector empresarial. Señala que de ese provechoso
encuentro, surge la iniciativa de hacer un programa social y político para el
entonces candidato presidencial Jorge Alessandri Palma.
Ante la victoria de Allende, cuenta el prologuista, el grupo redactor del
programa se dispersa, pero se reúne nuevamente en 1973, con la finalidad de
revisar el documento anterior, y actualizarlo como programa alternativo al
gobierno de la Unidad Popular. De entre los numerosos intelectuales que
participan en dichas reuniones (celebradas en la actual sede del Partido Unión
Demócrata Independiente, UDI), cabe destacar la presencia de Arturo Fontaine,
46 El 2007, con ocasión de los 50 años del mencionado Convenio, un grupo de ex-becarios de Chicago publica un libro conmemorativo, cuyo prologuista es nuevamente De Castro. Cf. Rosende (ed.) 2007.
84
Jaime Guzmán Errázuriz47, y de otros muchos actores que serán importantes
colaboradores de la dictadura y gestores del orden social por ella impuesto.
De Castro relata que el 11 de septiembre, día del golpe militar, el
programa ya se encontraba en poder de los altos mandos de la Armada
Nacional, y que la recién instaurada Junta de Gobierno consideraba seriamente
su implementación (De Castro, 1992).
El libre mercado y el potencial creador del individuo
En el Prólogo que venimos comentando, De Castro establece que El
ladrillo es una reacción ante un estado de crisis. Se trata, según él, del enorme
daño que ha provocado el “régimen marxista” de Allende en la convivencia
nacional (De Castro, 1992, 9, 11,12). Por su parte, en el documento se señala
que esta situación crítica tiene su origen en las políticas económicas que ha
adoptado el país desde la gran crisis económica mundial de la década del 30, y
que el gobierno de la Unidad Popular ha extremado y radicalizado (CEP, 1992,
19).
El documento censura las políticas económicas inspiradas en el
liberalismo keynesiano, en torno a las cuales los gobiernos latinoamericanos
asumen un rol directivo de la actividad productiva. Para los autores de El
ladrillo, estas políticas (ejemplificadas en el modelo de industrialización por
sustitución de importaciones), dan cuenta de un crecimiento monstruoso del
Estado, conducente a un “estatismo creciente y asfixiante” (CEP, 1992, 29).
Los resultados de la desproporcionada presencia del gobierno son, en
opinión de los autores, altamente nocivos: las políticas económicas adoptadas
no han conducido únicamente a niveles crecientes de inflación, sino a un
rezago del país respecto del desarrollo económico mundial y del avance
47 Sobre la influencia del neoliberalismo (particularmente de Hayek), mixturado con otros referentes teóricos, sobre Guzmán, y el modo como la misma se expresa en la Constitución de 1980 –probablemente el mayor legado del autor–, cf. Cristi (2011).
85
tecnológico, lo que lo hace poco competitivo en el cada vez más exigente
mercado global.
Los bajos rendimientos de nuestra economía, por su parte, conducen a la
“excesiva politización de nuestra sociedad”. Esto se debe a que, en opinión de
los autores, la ciudadanía circula por el espectro político, en búsqueda de
soluciones a los problemas que la política económica no es capaz de resolver, y
se organiza en grupos que persiguen usar los recursos del Estado en su propio
beneficio (al modo de las “coaliciones redistributivas” descritas por De Soto).
Como consecuencia extrema de esta situación, los autores señalan la
utilización del malestar social por los sectores que “predican la lucha de clases”,
y que proclaman el odio y el resentimiento (CEP, 1992, 28, 30, 36).
Sumado a lo anterior, los redactores de El ladrillo indican que la
estructura productiva del país, poco diversificada y bajamente competitiva,
provoca una escasez de empleos productivos, en los que los individuos puedan
desarrollar plena y libremente sus capacidades para producir. Dichas
capacidades son presentadas como un “verdadero potencial creador”, que el
sujeto es capaz de poner en acto únicamente en el trabajo productivo
(entendido como aquel que ayuda a satisfacer las necesidades crecientes de la
población, mediante una utilización eficiente de los recursos, por definición
escasos, logrando de ellos el máximo de producto posible).
Por lo tanto, la gran crisis que en opinión de los autores atraviesa la
sociedad chilena, tiene como una de sus principales aristas el
desaprovechamiento del “factor humano, sin duda el recurso productivo más
importante de cualquier país”. Esto se manifiesta, por ejemplo, en la inequitativa
distribución del “capital humano”; dispar distribución que según los autores es
una de las principales fuentes de la desigualdad económica y su consecuencia
extrema: los altos índices de pobreza en que viven buena parte de los chilenos
(CEP, 1992, 46, 139-140).
86
Con una mirada retrospectiva, y ya en los comienzos de la denominada
transición democrática, De Castro en su Prólogo habla “de la desesperanza y
de la pobreza generalizada en que nos estaba envolviendo y encarcelando el
régimen de la Unidad Popular” (De Castro, 1992, 9). Por tanto, si el gobierno de
Allende representa un estado de cosas que aprisiona a los sujetos y al país en
su conjunto, la tarea consistirá en liberarlos.
En consonancia con ello, De Castro señala que el documento persigue
“ideales libertarios”. El “programa libertario” presentado por los autores, consiste
en la adopción del único sistema de política económica que en su opinión, por
su sola aplicación resolverá los agudos problemas por los que atraviesa la
convivencia nacional. Se trata, pues, de adoptar una economía moderna,
descentralizada y regida por la competencia: el libre mercado48.
Los autores no escatiman elogios al sistema de economía de mercado.
En primer lugar, afirman que, en oposición al fracaso al que están destinados
todos los proyectos de índole socialista, las medidas de reestructuración de la
actividad económica en base al libre funcionamiento del mercado, representan
la adopción de “soluciones realistas a los problemas fundamentales del
desarrollo económico nacional” (CEP, 1992, 17)49.
48 De Castro sostiene que el mérito de haber llevado a cabo el programa emancipatorio propuesto, corresponde por completo a los altos mandos de las Fuerzas Armadas, concretamente a Pinochet, ante los cuales los redactores del documento son sólo colaboradores (De Castro, 1992, 12). Esto se condice, según establece Roitman, con una característica central de la implantación del neoliberalismo en algunos países latinoamericanos, en los que siguiendo el modelo chileno, la misma ha estado asociada a la quiebra de los órdenes constitucionales. En estos casos, señala el autor, los propios ideólogos neoliberales “presentan a las fuerzas armadas como instituciones comprometidas con la modernización neoliberal, concebida como ‘proyecto libertario’ ” (Roitman, 2001, 25). 49 Como sabemos, la idea de que la instauración del mercado es la medida realista por excelencia –en oposición a la utopía presente en todo proyecto de planificación– es central en el pensamiento neoliberal, y descansa en buena medida en la tesis de la limitación del conocimiento humano. Una reformulación matizada de dicha tesis la encontramos en el siguiente pasaje: “a pesar de los avances teóricos que la ciencia económica ha realizado en modelos de planificación, estos modelos son de limitada aplicación práctica y (…) la cantidad de información que se requiere, así como la oportunidad y precisión de ella, impiden que la utilización de estas técnicas
87
Junto con ello, señalan que la economía de mercado posibilita que los
miembros de la sociedad actualicen sus potenciales creativo-productivos, en
tanto el libre mercado es la única instancia que permite el libre desarrollo de la
iniciativa individual. La adecuada y expedita utilización del gran “recurso
productivo” presente en los sujetos, por su parte, posibilita el correcto uso de los
factores productivos, condición indispensable para que el país supere la
postración económica en que vive, y se pueda insertar exitosamente en el
competitivo mercado mundial.
A su vez, los autores indican que la superación del rezago económico
permitirá la reducción de los niveles de desigualdad, con lo que aportará a la
disminución de los índices de pobreza en que viven amplios sectores de la
población. Esto, por su parte, contribuirá a diluir el malestar generalizado que
atraviesa el país.
Cabe destacar también que El ladrillo presenta al régimen de economía
de mercado como un sistema profundamente democrático. Este régimen, se
señala, no sólo permite a todos acceder a la actividad económica,
históricamente monopolizada por el gobierno y los sectores por él favorecidos.
Sienta a su vez las bases para que todos los ciudadanos expresen sus
preferencias como consumidores, al tiempo que asegura una mayor repartición
del poder político.
Así lo establece el documento: “la política de descentralización
diseminará y repartirá el poder político derivado del estatismo pasado; abrirá
caminos a una efectiva participación de la comunidad y contribuirá a igualar las
oportunidades y posibilidades de acceso de los ciudadanos a las diversas
actividades de la vida nacional” (CEP, 1992, 53-54). Más adelante se afirma:
“La descentralización posibilitará el rol arbitral del Estado en los conflictos
económico-sociales, facilitando la despolitización de numerosas actividades y
sustituya al mercado en la compatibilización de flujos de insumos y productos entre las diversas unidades productivas y entre éstas y los consumidores” (CEP, 1992, 67).
88
colocará los conflictos ideológicos y políticos en el plano que les corresponde,
evitando su interferencia en la vida cotidiana” (CEP, 1992, 54).
El régimen de economía de mercado representa, en la óptica de los
autores, una solución total de los problemas que aquejan al país. Permite
incluso, como dejan ver los pasajes recién citados, la disolución de los
conflictos políticos e ideológicos. Esto se puede interpretar como parte de la
promoción de un sujeto despolitizado, indiferente de lo público; sujeto que en
tanto disciplinado por el mercado, se define ante todo como un productor
(también como un consumidor), que en cuanto más actualiza sus potenciales
creativos en la producción, más aporta al deseado desarrollo nacional.
Pues bien, es en el contexto de los referidos diagnóstico y propuesta de
reestructuración del sistema económico y social –y de la interpretación
antropológica en juego– que se inscriben las recomendaciones de política
educativa de El ladrillo. En efecto, el sector educación representa sólo una de
las áreas de reforma presentadas en el documento, junto con la política de
descentralización, de comercio exterior, de precios, monetaria y fiscal, de
redistribución del ingreso, para el área social, industrial, entre otras.
Las orientaciones de reforma educacional del documento, a nuestro
parecer, se pueden considerar como uno de los tantos antecedentes de las
políticas educativas que implementará la dictadura en Chile, y cuya vigencia es
notoria hasta el día de hoy. Sobre los cimientos teóricos de tales políticas, tal
como serán aplicadas desde la década del 80, Carlos Ruiz propone buscarlos
en el proyecto de hacer que la educación se rija por una racionalidad
económica, y en las nociones de mercado y de privatización (Ruiz, 2010, 97)50.
50 Ruiz rastrea los fundamentos de las políticas educacionales de la dictadura, en Alfredo Prieto (1983), Ministro de Educación del régimen, y en Gerardo Jofré (1988), Asesor del Ministerio de Hacienda. Los textos de estos autores son escritos en referencia al proceso de reformas en curso. Estimamos que las propuestas de El ladrillo son un importante precedente del mismo.
89
En vistas de esta sugerencia de Ruiz, procuraremos mostrar el intento de
imponer la racionalidad económica y la lógica del mercado a la educación, en el
plan de reforma educativa de El ladrillo, prestando especial atención a la
concepción de sujeto promovida por los autores.
Crítica al centralismo educativo
Un primer acercamiento a lo buscado, lo constituye el problema del rol
del Estado en la educación, tópico clave en la articulación de las propuestas
educacionales neoliberales.
Como veíamos, al igual que en Hayek, Friedman y De Soto, los autores
de El ladrillo critican la excesiva centralización del sistema político y económico,
consecuencia de lo que consideran una desmedida intervención del gobierno.
El centralismo, según ellos, aqueja a diversas áreas de la vida nacional, entre
ellas la educación.
Su reprobación a la conducción del sistema educacional por parte del
gobierno es severa. Así lo establece el documento: “Uno de los sectores más
ineficientes del sector público es el área de la educación donde, aparte del
extremo burocratismo, no existen mecanismos para que el usuario del servicio
(padres y alumnos) pueda controlar la calidad y el tipo de educación que se
está implantando” (CEP, 1992, 148).
Nos encontramos con una crítica muy cercana a la de Friedman: el
servicio educativo público es deficitario, entre otras cosas, por las numerosas
restricciones y regulaciones que supone la dirección centralizada del mismo. Al
igual que para el intelectual de Chicago, los autores sostienen que una de las
áreas donde se ponen de manifiesto dichas trabas, es en las dificultades que
presenta un servicio educativo centralizado, para que padres e hijos, en tanto
que “usuarios del servicio” (los “clientes” o “consumidores” de Friedman) tengan
injerencia en el tipo y calidad de la educación que reciben los educandos.
90
Junto al diagnóstico de la ineficiencia de la educación pública por el
burocratismo y la poca incidencia de los usuarios en las decisiones del campo,
los autores critican la exigua contribución de la educación al crecimiento
económico, y a la disminución de la pobreza que según ellos dicho crecimiento
comporta. Sostienen, en efecto, que entre las atribuciones del Estado se
encuentra la de velar por una distribución del ingreso que apunte a una mayor
equidad. Es el estatismo excesivo, en su opinión, el que ha conducido a los
grandes índices de desigualdad de la época, cuyo principal motivo es la
inequitativa distribución del capital humano.
Respecto de la relación entre capital humano –mejorado en la óptica
neoliberal principalmente por los procesos educativos– y la desigualdad
económica, los autores señalan que las diferencias de ingresos se deben en
buena medida a “la educación y su consecuente impacto en la productividad de
las personas” (CEP, 1992, 140).
En concordancia con lo anterior, los intelectuales detrás de El ladrillo
reprueban que la enseñanza primaria y secundaria, financiada y administrada
por el gobierno, sea “excesivamente humanista y enciclopédica”, y que incluya
poco “contenido práctico y técnico”. La consecuencia nefasta de esto, en su
opinión, es que se desvincula a la educación de la modernización que requiere
el país. Otro efecto señalado es que se gesta y difunde la creencia de que la
educación es inútil “como instrumento de productividad”, creencia que dificulta
el acceso de amplios sectores de la población a los servicios educacionales que
podrían ayudarles a incrementar sus capacidades para producir (CEP, 1992,
46).
Como es evidente, en esta comprensión de la educación como
“instrumento de productividad”, se observa la matriz teórica, que según Ruiz,
guiará a las políticas educacionales implementadas en dictadura, caracterizada
–dicha matriz– entre otras cosas por el intento de imponer una racionalidad
económica a la educación.
91
Si ésta tiende preferentemente a un incremento de la productividad de
los sujetos, éstos son entendidos básicamente como agentes productivos. Lo
mismo, para mayor claridad, se puede decir a la inversa: puesto que los sujetos
son antes que nada agentes productivos, que actualizan su potencial creador
en la generación de riquezas, la educación apunta (o debe apuntar) a
acrecentar sus capacidades para la producción. Así se establece en el
documento: “El factor humano, sin duda el recurso productivo más importante
de cualquier país, progresa en calidad a través, fundamentalmente, de los
procesos educacionales” (CEP, 1992, 46).
En total sintonía con esta comprensión de la educación, los autores
señalan una relación directa entre cantidad de años de escolaridad y los
ingresos percibidos, de lo que concluyen que los grupos económicamente
favorecidos corresponden a los que han realizado estudios superiores, ya sea
técnicos o académicos (CEP, 1992, 140).
Consecuencia de lo anterior, es que si se pretende una distribución más
equitativa de la riqueza, debe comenzarse por una igualdad mayor en lo que
respecta al ingreso y permanencia de los diversos grupos socio-económicos en
los distintos niveles del sistema educativo, incluyendo el superior. Es el Estado,
en el parecer de los autores, el que debe sentar las bases de política
educacional para que esto ocurra, mediante un sistema de becas y préstamos
que obedece a la misma lógica que los vales de Friedman.
La educación, entre ciudadanía y productividad
En el proyecto educativo del neoliberalismo, tal como lo reseñáramos
brevemente en Friedman, el problema de la función del gobierno en la
educación es relativo a la distinción entre dos modalidades de la enseñanza
impartida en las instituciones educativas: lo que el estadounidense denomina la
“formación general del ciudadano” y la “enseñanza profesional y técnica”.
92
Encontramos la misma distinción en El ladrillo. A la consideración,
revisada en el apartado anterior, de la educación como instancia que
incrementa la productividad del sujeto (lo que Friedman caracteriza como
“inversión en capital humano”), se suma la comprensión de una función cívica
del proceso educativo. Éstas son las palabras de los autores: “La política
educacional debe garantizar niveles mínimos de educación en forma gratuita,
pues a través de ellos se alcanza la formación básica ciudadana que permite la
participación seria y responsable, en la vida social y política de un país” (CEP,
1992, 145).
Como podemos ver, al igual que en Friedman, en El ladrillo se acepta la
existencia de una determinada formación a que los sujetos deben acceder en
forma gratuita, y de la que el Estado debe encargarse (si acaso no en su
administración, al menos en su financiamiento). Dichos “niveles mínimos de
educación” son, como esclarecen los autores, aquellos en que los sujetos
reciben su formación ciudadana, es decir, aquellas herramientas que les
permiten participar conciente y consecuentemente en el ámbito público.
La pregunta que corresponde hacerse, por tanto, es cómo entienden los
autores dicha formación ciudadana, la que estiman debe ser asegurada a todos
por el gobierno.
Sin embargo, y en completa sintonía con la presunta desvinculación de lo
político e ideológico promovida por el neoliberalismo, El ladrillo no ofrece
ninguna referencia respecto de los contenidos, valores, aptitudes, etc., que
pudieran estar en juego en dicha formación.
Junto con ello, de los lineamientos de política educacional propuestos, se
infiere que la formación para la ciudadanía corresponde, al igual que para
Friedman, a los niveles primario y secundario de enseñanza. Los autores
establecen que “es necesario garantizar la gratuidad efectiva” en estos
segmentos, y no en la enseñanza superior, en cuyo tratamiento, como veremos,
critican la gratuidad (CEP, 1992, 146). Veremos, al mismo tiempo, que al
93
abordar la educación superior, no hacen referencia alguna al rol que le pudiera
competer en la preparación de los sujetos como ciudadanos que participan de
lo público.
¿Cómo interpretar entonces la formación ciudadana, la que según los
autores es suficientemente impartida en los niveles primario y secundario de
enseñanza? ¿Cómo entender la participación seria y responsable de los sujetos
en la vida pública, que esta formación debe promover?
Dado que, como hemos expuesto, los autores entienden al sujeto como
un agente productivo, y afirman que la adopción del libre mercado es la única
medida realista y coherente con la imposibilidad humana de planificar lo
económico, lo social, etc., podemos conjeturar que cuando hablan de una
educación para la participación responsable en la vida pública, dicha
preparación se resume en la incorporación del sujeto al ámbito productivo. En
éste, y en la adopción creciente de una economía de mercado, los autores ven
la solución a la crisis económica, política y social que atraviesa el país.
La participación responsable del sujeto en lo público, por tanto, se
traduce en el cumplimiento de su rol de productor, consumidor o cliente en la
sociedad de mercado, cuestión que bien puede conseguirse –tal parece ser la
apuesta neoliberal– con la formación otorgada en la enseñanza básica y media.
La enseñanza superior como inversión en capital humano
En lo que respecta a la educación superior (identificada en el documento
como enseñanza “técnica y profesional”51), los autores de El ladrillo estiman
que ésta en el país es de notable calidad. Afirman, sin embargo, que a pesar de
que el servicio es otorgado en forma gratuita por algunas instituciones, el
51 Nótese que en la designación de la educación superior como enseñanza técnica y profesional –orientada por tanto a la inserción y actualización laboral–, ya se excluyen otras posibles dimensiones de la misma, no vinculadas directamente con la incorporación al trabajo, como es la formación para la ciudadanía.
94
acceso al mismo es muy reducido, dado que para cursar tales estudios, los
sujetos deben permanecer improductivos durante un largo período de tiempo.
Indican que este costo indirecto, relativo al mencionado período de
improductividad, se torna insoportable para los sectores desfavorecidos
económicamente. Como consecuencia de este diagnóstico, y en aras de
fomentar una mayor equidad de ingresos, promueven un cambio en la
distribución del gasto público en educación, el que hasta el momento es
bastante alto en el nivel superior (CEP, 1992, 46).
Proponen, en consecuencia, una reducción del gasto fiscal en la
enseñanza superior, y la elevación del costo directo de la misma. Esto ha de
llevarse a cabo, según indica el texto, mediante un mayor autofinanciamiento de
las instituciones, particularmente por el cobro de aranceles a los usuarios del
servicio. Para quienes no pueden costear el mismo, y en vistas de una mayor
igualdad de oportunidades educativas, recomiendan la instauración de un
programa de becas y préstamos, muy similar en sus principios y efectos al
sistema de bales o bonos de Friedman, al que volveremos más adelante (CEP,
1992, 140, 146-147).
Los motivos que los autores aducen para la reducción de la inversión
pública y el correspondiente incremento del gasto de las familias en la
enseñanza superior, son los mismos presentados por el economista de
Chicago: la formación superior que los sujetos reciben es una inversión en
capital humano, entendida como un medio de hacerlos más productivos y
percibir mejores ingresos a futuro. En esta lógica, los beneficios de la formación
superior (en ella la universitaria) son recibidos totalmente en forma privada, por
lo que no se justifica el gasto público en el sector.
En oposición a la gratuidad, en El ladrillo se recomienda el cobro del
“valor real” de la educación terciaria a los usuarios de la misma, agregando que
ello traerá consigo una serie de ventajas.
95
El primer beneficio que según los autores se deriva del cobro del “valor
real” de la formación superior, es que al mejorar el financiamiento, mejorará la
calidad de la enseñanza (CEP, 1992, 146). Una vez más, se hace evidente la
coincidencia con el pensamiento educacional de Friedman. Al igual que en éste,
para los autores del documento, el autofinanciamiento conducirá a que las
instituciones sean más responsables de la calidad del servicio que entregan.
Aun cuando no se enuncie explícitamente, la elevación del costo directo de la
educación superior supone instaurar la competencia entre las diversas
instituciones, las que deben mejorar la calidad del servicio que ofrecen, para
retener a los usuarios (en tanto consumidores o clientes).
De no agradarles el servicio ofrecido, los educandos y sus familias
pueden escoger una institución que más se acomode a sus gustos y
preferencias. Estos gustos y preferencias, por tanto, se convierten, en una
proporción considerable, en la medida de la calidad del servicio educativo, y
dinamizan al sector de la educación superior, al hacerlo más competitivo, lo cual
conduce –en la óptica neoliberal– a un incremento de la calidad general del
sistema.
La segunda ventaja que según los autores conlleva el cobro del servicio
a los usuarios, corresponde a una optimización de los esfuerzos y los tiempos
que los sujetos dedican a sus estudios. Dice el documento: “Dado el costo de la
educación, los educandos desplegarían al máximo su esfuerzo para
aprovecharla; de esta manera dejarían de existir los alumnos eternos y los que
van a las universidades a ilustrar su holgazanería” (CEP, 1992, 146-147). Como
podemos ver, el estudiante propuesto por los autores, es un sujeto disciplinado
por el mercado; sujeto que dado que paga por su educación, es un
administrador racional económico de sí mismo, y que utiliza con eficiencia su
fuerza y su tiempo.
Carlos Ruiz ha llamado la atención sobre el contenido disciplinario
supuesto en el cese, operado por la dictadura chilena, del carácter gratuito de la
96
educación superior y el consiguiente aumento de los pagos por parte de los
estudiantes y sus familias. Inscribe dicho cese en el intento de desarticular los
movimientos políticos estudiantiles opuestos al régimen al interior de las
universidades públicas52. Según Ruiz, dicho contenido disciplinario es intrínseco
al proyecto político del neoliberalismo, tendiente a anular la economía política
del Estado benefactor, y en consecuencia, a frustrar todo intento de resistencia
a la implementación del mercado (Ruiz, 2010, 103, 120).
Mencionábamos más arriba que, en aras de asegurar una mayor
igualdad de oportunidades educativas en el nivel superior (la que en la óptica de
El ladrillo tendría la ventaja de, mediante una mejor distribución del capital
humano, incrementar los ingresos de la gente y con ello apuntar a la
disminución de la pobreza), los autores proponen un sistema de becas o
créditos, que en sus principios y efectos coincide con la modalidad de bonos o
vales educativos de Friedman.
En los niveles primario y secundario, veíamos que el estadounidense
admite la posibilidad de que la cantidad de dinero otorgada por el gobierno a las
familias de bajos recursos no sea reembolsada. Sin embargo, observábamos
que es severo al señalar que las dotaciones de dinero para el nivel superior,
deben ser devueltas –y con intereses crecientes según los ingresos a percibir
en el futuro–, pues gracias a dicha suma se lleva a cabo la inversión en capital
humano, de la que el sujeto formado en la enseñanza superior obtendrá mayor
holgura económica en lo porvenir.
La misma lógica se encuentra en El ladrillo. Como la enseñanza del nivel
superior es un medio para preparar al sujeto para el ámbito laboral, y por 52 Para Ruiz, el contenido disciplinario de la lógica del mercado en la educación superior, no se expresa únicamente en el cobro del servicio a los usuarios; al nivel de éstos se manifiesta también en el agravamiento de los castigos por la actividad política. En lo que respecta a los docentes, señala que convertirlos en empleados que venden enseñanza en el mundo privado, y cuyas remuneraciones son determinadas por el mercado, también los disciplina, dado que se van reduciendo las esferas de acción de los sindicatos y gremios que anteriormente los congregaban.
97
consiguiente para obtener mayores remuneraciones futuras, los estudiantes que
pueden costearla deben hacerlo. Los que no, reciben una ayuda del Estado,
aunque a condición de devolverla, y con intereses, dado que gracias a la
enseñanza superior que reciben, incrementan sus posibilidades de ingresos
económicos.
Al igual que en Friedman, bajo esta lógica, los frutos de la enseñanza
superior son percibidos exclusivamente por el sujeto. Por tanto, se procura
desvincular a la enseñanza superior de la formación ciudadana, que según los
autores debe ser asegurada en forma gratuita por el Estado; y desvincularla, en
general, de lo público.
El sujeto formado en las instituciones de enseñanza superior (entre ellas
las universidades), además de disciplinado por el mercado, debe tener como
preocupación principal el incremento de sus propios ingresos (lo que se
consigue desarrollando al máximo su potencial creativo, orientado a la
producción), el resguardo de su ámbito personal y familiar, acompañados de un
distanciamiento (o indiferencia) respecto de lo político o lo colectivo.
98
Capítulo 3 Educación y formación universitaria en los organismos
internacionales: Banco Mundial, CEPAL y UNESCO
El presente capítulo estará dedicado a las propuestas de tres organismos
internacionales (El Banco Mundial, la CEPAL y la UNESCO) para la reforma de
la educación superior en la década del 90, y que han tenido fuerte influencia en
los países latinoamericanos. Nos detendremos en dos documentos: La
enseñanza superior. Las lecciones derivadas de la experiencia, del Banco
Mundial, de 1994; y Educación y conocimiento: eje de la transformación
productiva con equidad, de CEPAL y UNESCO, de 1992.
Nuestra intención es revisar estas propuestas en el marco de la
promoción de políticas neoliberales para América Latina, proceso en el que los
organismos internacionales han desempeñado un importante papel. Conforme
los intereses de la investigación, nuestra atención recaerá en las
recomendaciones para la educación superior y universitaria, cuyo sentido nos
parece se evidencia a la luz de la comprensión antropológica presente en las
mismas.
La influencia de las agencias internacionales en las políticas educativas
de la región es anterior a las décadas de los 80 y 90, período en el que, como
veremos, diagnostican una aguda crisis de calidad, y recomiendan la adopción
de modalidades de tipo mercado para su superación. El influjo de los mismos se
remonta a la década del 60, momento desde el cual las decisiones de política
educativa de nuestros países se inspirarán en los lineamientos del “campo
educacional internacional” (Ruiz, 2010, 85).
El origen de este campo se encuentra en los acuerdos que tienen lugar al
finalizar la Segunda Guerra Mundial, y que conducen al establecimiento de
diversas entidades internacionales lideradas por la ONU, siendo el Banco
99
Mundial y el Fondo Monetario Internacional las principales agencias de política
económica53.
Pues bien, ante la depresión de los 70 –y la consiguiente crisis de la
deuda externa de los países latinoamericanos en los 80– las agencias
financieras ponen en tela de juicio la política económica de inspiración
keynesiana, y su promoción de la intervención estatal en la economía. En
consecuencia, proponen modernizar los Estados de la región, para lo cual
ofrecen una serie de préstamos y créditos, bajo determinadas condiciones,
entre las que destaca la reducción del gasto fiscal y la privatización de diversas
áreas. Dichas recomendaciones apuntan, como señalan Lora y Recéndez, a
imponer un proyecto de desarrollo, que toma la forma de un “recetario
universal” (Lora y Recéndez, 2009, 60).
Sabemos que la pretensión de universalidad es central en el
pensamiento y proyecto neoliberal, el que confía en la economía de mercado
como solución suficiente y única a los problemas sociales, económicos y
culturales de todas las comunidades del planeta. No es de extrañar, por tanto,
que dentro del recetario de las agencias internacionales, nos encontremos con
una serie de directivas para el campo educativo que, como indica José Luis
Coraggio para el caso específico del Banco Mundial, son presentadas como un
cuerpo de doctrina cierto –científicamente comprobado– aplicable a todos los
países del planeta, y que sienta las pautas de una “reforma educativa universal”
(Coraggio, 1999, 42)54.
53 Jorge Lora y María Recéndez comentan que los organismos internacionales son creados con la finalidad de asegurar y mantener la dominación y hegemonía de Estados Unidos a nivel planetario (no por nada la ONU tiene su principal sede en Nueva York, y el Banco y el FMI en Washington). En el parecer de los autores, los organismos han establecido, entre otras cosas, el patrón de desarrollo occidental-estadounidense como norma, de lo que se deriva su promoción de la ciencia, la tecnología y la educación bajo el modelo de la potencia del norte (Lora y Recéndez, 2009, 30-31). 54 A propósito de esta pretensión de universalidad en las propuestas educacionales del Banco, Rosa María Torres indica que en las últimas décadas éste se ha constituido en el “organismo con mayor visibilidad en el panorama educativo mundial”, cumpliendo en gran medida el rol antes atribuido a la UNESCO (Torres, 1992, 75). Esto nos permite conjeturar que la misma
100
La influencia de los organismos es de tal magnitud, que Lora y Recéndez
indican que ellos constituyen el primer “circuito de poder” en la difusión del
proyecto neoliberal y su implementación en la educación superior55 . Cabe
recalcar, pues, que la intervención de los organismos en la educación es ante
todo de orientación y asesoramiento. A propósito del Banco, por ejemplo,
Coraggio indica que si bien éste otorga créditos y préstamos para la reforma
educativa, su principal misión es la de orientar, mediante la exposición de ideas,
las políticas que serán adoptadas por los diversos gobiernos (Coraggio, 1999,
12).
La crisis de la educación superior y el mercado
Los documentos que comentamos, comparten un diagnóstico sobre la
educación en los países en desarrollo: una generalizada crisis de la calidad en
todos los niveles del sistema.
Sobre la situación latinoamericana, la publicación conjunta de CEPAL y
UNESCO critica la “Deficiente calidad de la formación impartida” en todos los
niveles de la educación formal. Acusa la “poca importancia otorgada a la
educación por el sistema productivo”, lo cual señala ha conducido a la
intención universalista se puede encontrar en las recomendaciones para el campo educativo de los restantes organismos. Cabe agregar que si bien las agencias pueden discrepar en sus propuestas educacionales, hay también en ellas importantes puntos de encuentro y la voluntad de trabajo conjunto. Un ejemplo de esto lo constituye la Conferencia Mundial sobre Educación para Todos (Jomtien, Tailandia, 1990), y la correspondiente Declaración Mundial sobre Educación para Todos, del mismo año, firmada conjuntamente por el Banco Mundial, UNESCO, UNICEF y PNUD. 55 Según la caracterización de los autores, son cuatro los “circuitos de poder” en que se promueve y actualiza la orientación de las casas de estudios superiores hacia el mercado. Al primero, conformado por las agencias internacionales, sigue uno constituido por los Estados y sus instituciones (Ministerios de Educación, Economía, etc.). El tercer circuito está integrado por las autoridades de administración de las universidades. El cuarto y último corresponde a los académicos. Evidentemente, el fomento de las políticas neoliberales es distinto en estos cuatro niveles distinguidos: mientras en los tres primeros es más bien de orden legal y administrativo, en el cuarto hace sobre todo relación a la reproducción de determinadas prácticas y valores (Lora y Recéndez, 2009).
101
instauración de programas rígidos, poco atingentes al trabajo, empobreciendo la
“oferta pedagógica”.
Este juicio se replica en su consideración de la enseñanza superior. El
documento establece que a este nivel la crisis de la calidad es gravísima, la que
se manifiesta en la “pérdida del prestigio y del valor económico de los
certificados educacionales que expiden las instituciones”, pérdida que guarda
relación con la precaria preparación que otorgan las mismas para enfrentar las
exigencias del ámbito productivo (CEPAL/UNESCO, 1992, 44-45, 48).
El Banco es también tajante al respecto. Proclama una crisis planetaria
de la enseñanza superior, censurando la fuerte intervención gubernamental en
el sector. Para los países en desarrollo (dentro de los que se ubican a su juicio
los latinoamericanos), afirma que la alta participación del Estado ha excedido de
lo económicamente eficiente, provocando un crecimiento de la matrícula
insostenible fiscalmente, e insuficiente en términos generales. Junto con ello,
estima que los elevados subsidios otorgados a estudiantes de universidades
públicas, constituyen un “gasto social regresivo”, pues favorecen a los jóvenes
provenientes de los sectores acomodados, lo que tiene efectos adversos en la
distribución de ingresos (Banco Mundial, 1995, 1-3, 62).
Como es de esperar, si el déficit de calidad identificado es en una
proporción considerable relativo a la intervención gubernamental –dado que el
Estado no se encontraría capacitado para otorgar el servicio a todos los jóvenes
dispuestos a recibirlo, y no daría abasto para preparar a quienes cursan
estudios superiores para las exigencias de la economía mundial–, la solución de
los organismos apuntará a una disminución de dicha intervención.
Dentro de las propuestas de las agencias, se encuentra por tanto la
reducción de los gastos fiscales, y la de alcanzar –a pesar de ello, o más bien a
causa de ello– mayores niveles de calidad, eficiencia y equidad 56 . Como
56 Las “lecciones derivadas de la experiencia”, referidas en el subtítulo del documento del Banco, apuntan justamente a las estrategias adoptadas, ya en países desarrollados como en vías de desarrollo, conducentes a reducir gastos fiscales, y a incrementar la calidad. No es
102
podemos ver, la reforma que según los organismos requiere la enseñanza
superior, es en gran medida entendida como una reestructuración de las vías
de financiamiento, bajo el supuesto de que ésta conducirá al deseado
incremento de la calidad. Esto es expresado claramente en Educación y
conocimiento, donde se sostiene que “la transformación educativa” no consiste
ya en inyectar mayores recursos al sector, sino en cambiar el uso que se da a
los recursos disponibles (CEPAL/UNESCO, 1992, 90).
Cabe agregar que, en la óptica de las agencias internacionales, la
reforma de la enseñanza superior se inscribe en el proceso más amplio de
adopción de la economía de mercado, presentada como única opción viable
para las comunidades que quieran estar al día. Este proceso, en su parecer,
conduce a la instauración, necesaria e inevitable, de la sociedad de mercado57.
Para los organismos, el libre mercado representa el único modelo de desarrollo
que puede hacer frente al agotamiento del patrón adoptado en América Latina
desde la segunda postguerra, el que asignaba al gobierno la regulación de la
actividad económica, y mediante ella, la conquista del progreso material y
social.
En los textos revisados, el tránsito hacia una sociedad regida por el
mercado, supone el establecimiento de una nueva relación entre productividad
y conocimiento, bajo el entendido de que en la economía globalizada, el
desarrollo económico será cada vez más dependiente de la capacidad de los
sujetos para adoptar conocimientos (científicos y tecnológicos, por supuesto) a
casual que uno de los casos nacionales más comentados en el libro sea el chileno, pionero en la orientación de las instituciones educacionales al mercado. 57 La confianza neoliberal en el mercado –como instancia que ha de coordinar todas las esferas de acción humana, incluida la educación– descansa, como hemos señalado en numerosas ocasiones, en una determinada toma de posición ante el conocimiento humano y su limitación. Si bien en Educación y conocimiento y en La enseñanza superior no encontramos desarrollada dicha tesis, la creencia en el mercado y sus mecanismos es inequívoca. A modo de ejemplo, en el último libro mencionado, a propósito de la enseñanza superior, se afirma: “Los gobiernos no deben interferir en los mecanismos del mercado ni en las prioridades institucionales, a menos que la necesidad de intervención estatal sea apremiante y se justifique en el plano económico” (Banco Mundial, 1995, 68).
103
las necesidades cambiantes de la economía. Este nuevo vínculo, implica a su
vez una exigencia para la educación en todos sus niveles: ella será la instancia
socializadora de los saberes pertinentes, y del uso eficiente de los mismos 58.
Como se indica claramente en el libro de CEPAL y UNESCO (cuyo título
es justamente Educación y conocimiento: eje de la transformación productiva
con equidad), la tarea es asegurar, ya desde los primeros años de escolaridad,
la “formación de recursos humanos calificados y susceptibles de ser entrenados
varias veces durante su vida productiva”. Y para ello, se estima que lo mejor es
establecer, desde los niveles básico y medio, “puentes entre la vida activa y el
sistema educativo”, lo cual se logra, señala el documento, “incorporando
realidad” en los procesos de enseñanza-aprendizaje (CEPAL/UNESCO, 1992,
31, 145, 154).
Como es de esperar, para los organismos el paso hacia la nueva
sociedad requiere una redefinición profunda de las tareas del gobierno. Éste
deberá posibilitar el libre funcionamiento del mercado y la competencia. En lo
concerniente al ámbito educativo, habrá de abandonar su función de
administrador y proveedor, para asumirse como evaluador, incentivador y
generador de políticas. Según se afirma en el texto que estamos comentando,
su labor consistirá en sentar las bases para el correcto funcionamiento de la
“empresa educacional”, con el fin de hacer del ámbito educativo un “mercado
atractivo para los consumidores y para los oferentes de estos servicios”
(CEPAL/UNESCO, 1992, 53, 121, 219).
58 En el documento de UNESCO y CEPAL, se asume la idea de que el planeta vive una época de revolución científica y tecnológica, marcada por la centralidad de la información, y que conduce a la sociedad del conocimiento, caracterizada por la interrelación creciente entre el desarrollo científico, los avances tecnológicos y su aplicación al ámbito de la producción, distribución y consumo de bienes y servicios. Vale la pena indicar que esta idea es tomada de Peter Drucker, quien sostiene –según el texto– que la revolución científica, cultural y educativa que desemboca en la sociedad del conocimiento, comienza en Estados Unidos (CEPAL/UNESCO, 1992, 206).
104
La educación, entre formación ciudadana y formación profesional
Hemos visto que los organismos internacionales diagnostican una aguda
crisis de calidad de la educación superior, relacionada con su poca vinculación
a lo productivo y con la fuerte presencia del Estado. Como respuesta a este
diagnóstico, establecen la necesidad de que la educación vincule a los sujetos
con las necesidades de la producción.
Cabe preguntarnos, entonces, si su comprensión de la educación se
agota en esta preparación para el trabajo, que hace al sujeto más competitivo
en el mercado; o si incluye además una orientación cívica o ciudadana que lo
induzca a enfrentar reflexiva y críticamente su participación como miembros de
una comunidad. Y en caso de que los organismos establezcan esta distinción,
corresponderá preguntarnos por la comprensión que tienen de las instituciones
de educación superior (en concreto de las universidades) en la dotación de una
u otra –o ambas– dimensiones del proceso educativo.
Del mismo modo que en Friedman y El ladrillo, en los documentos que
estamos comentando encontramos efectivamente la presencia de las dos
mencionadas aristas. El libro de UNESCO y CEPAL afirma que la educación, en
todos los niveles del sistema, posee esta doble orientación –formación
ciudadana y formación profesional–, e indica la existencia de importantes
tensiones entre ellas, no obstante lo cual, los esfuerzos de la publicación se
concentran en resaltar los puntos de encuentro y complementariedad de las
mismas.
Educación y conocimiento sostiene que dicha complementariedad se
garantiza mediante el aseguramiento del “acceso universal a los códigos de la
modernidad”, acceso que tiene lugar, según se afirma, por obra del proceso
educativo. Tales códigos son definidos como el conjunto de conocimientos y
habilidades indispensables tanto para la participación en la vida pública, como
en el ámbito productivo (CEPAL/UNESCO, 1992, 19, nota). De esto se
105
concluye, en un primer análisis, que buen ciudadano y buen productor tienden a
ser términos si no equivalentes, al menos íntimamente ligados.
CEPAL y UNESCO reconocen que es deber del Estado “asegurar un
núcleo formativo mínimo” a todos los miembros de la comunidad, relativo a las
materias que aseguran el acceso y uso de los mentados códigos culturales.
Puntualizan que este núcleo formativo debe asegurarse para la enseñanza
primaria y secundaria, razón por la cual es razonable que el gobierno invierta
recursos en estos niveles de la enseñanza. Afirman, por el contrario, que la
educación superior es selectiva, y de ella se favorecen los grupos sociales más
acomodados; en consecuencia, los gastos fiscales en este sector no se
justifican, pues tienden a reproducir la desigualdad social (CEPAL/UNESCO,
1992, 142, 150, 188).
Como podemos ver, en Educación y conocimiento, la enseñanza primaria
y secundaria constituyen los lugares idóneos en los que se prepara a los
sujetos para su participación como ciudadanos, por lo que es deber del Estado
encargarse de que todos accedan a estos niveles de educación. Sin embargo, y
en total consecuencia con su impronta neoliberal, el documento no trata en lo
más mínimo los contenidos, valores, etc., que pudieran estar en juego en la
formación ciudadana, a no ser que se confundan con las habilidades que
preparan a los sujetos para desempeñarse apropiadamente en el ámbito
laboral59.
59 Esta indistinción entre lo concerniente a la formación ciudadana y aquella orientada a la producción, se hace manifiesta en los planteamientos de reforma para la enseñanza primaria, nivel del sistema educativo en que según Educación y conocimiento mejor se justifican los gastos públicos. El texto promueve que desde los primeros años de escolaridad, se instruya a los educandos en los “conocimientos socialmente significativos”, entendiendo por ellos los vinculados con el “crecimiento económico”. De hecho, estimula “la incorporación de una materia de iniciación al mundo productivo, que incluyera visitas o prácticas cortas en empresas”, cuya finalidad es desarrollar no tanto destrezas específicas en los estudiantes, sino más bien aptitudes generales para el trabajo (CEPAL/UNESCO, 1992, 90, 154).
106
Revisemos a continuación qué nos dice la publicación del Banco
respecto de las dos dimensiones señaladas del proceso educativo, y del papel
que le cabe a las instituciones de educación superior (concretamente a la
universidad) respecto de las mismas.
A diferencia del texto de CEPAL y UNESCO –el que aborda las
relaciones entre educación, conocimiento y productividad en todos los niveles
del sistema–, el del Banco se centra en las recomendaciones para el
incremento de la calidad en la enseñanza superior. Respecto de ésta, reconoce
que la formación que otorgan las universidades comprende las dos dimensiones
referidas: “Las universidades educan a los futuros dirigentes y preparan las
capacidades técnicas de alto nivel que constituyen la base del crecimiento
económico” (Banco Mundial, 1995, vii).
Sin embargo, al igual que Educación y conocimiento no nos explica en lo
más mínimo en qué consiste la formación ciudadana comprometida en el
proceso educativo, en La enseñanza superior encontramos numerosos pasajes
sobre la preparación de alto nivel técnico, fundamento del desarrollo
económico, presente en la educación universitaria, pero nada se nos dice
respecto de lo que implica formación de los futuros dirigentes.
Para una adecuada comprensión de las propuestas educacionales del
Banco, conviene tener en cuenta el sentido de sus recomendaciones para el
ámbito educativo en general, y para la enseñanza superior en particular. Como
el mismo Banco afirma, su “objetivo supremo” es contribuir a la reducción de la
pobreza en los países en vías de desarrollo. Por tanto, sus consejos de política
y sus prestaciones de dinero para inversiones en educación, tienen por finalidad
aportar al crecimiento económico, pues éste, a su parecer, es la medida idónea
para sacar a amplios sectores de la población de la miseria y la marginalidad
(Banco Mundial, 1995, 13, 14).
El Banco considera que en aras de conseguir éste su objetivo supremo,
conviene apoyar más que a la educación superior, a los niveles primario y
107
secundario. Las inversiones en estos segmentos –y concretamente en la
enseñanza básica–, tienen para el Banco “tasas de rentabilidad social” más
altas que en el nivel superior, pues equiparando los ingresos, tienden a
contribuir a la reducción de la pobreza (Banco Mundial, 1995, 14).
Por el contrario, el Banco afirma que no existe justificación alguna para
que el gobierno destine mayores recursos a la educación superior que a la
primaria y secundaria en los países en desarrollo, sobre todo en aquellos en los
que aún no se han conquistado grados adecuados de acceso, equidad y calidad
en estos niveles. Esto se debe a que, a diferencia de la enseñanza primaria y
secundaria –cuya rentabilidad es para el Banco primordialmente social–, la
superior-universitaria tiene un rendimiento ante todo o exclusivamente
económico.
Esto debe quedar claro: la rentabilidad social que según el Banco
conlleva la educación en los niveles primario y secundario, consiste en que
aportando a la igualación de los ingresos futuros de los sujetos, contribuye a
reducir la pobreza60. Por el contrario, para el Banco la educación superior-
universitaria tiene como principal cometido, permitir a quienes acceden a ella,
“prever ingresos considerablemente mayores en el curso de sus vidas como
resultado de haber recibido enseñanza superior” (Banco Mundial, 1995, 7).
Como podemos ver, en este documento el Banco comparte la misma
comprensión de la enseñanza superior de Friedman y El ladrillo. Dicha
educación es entendida básicamente como una inversión en capital humano:
ella incrementa la productividad del sujeto, por lo que implica una ganancia
principal o exclusivamente individual, consistente en la expectativa de mayores
remuneraciones a futuro y sus bienes aparejados (mayor estatus, acceso a un
consumo más sofisticado y variado, etc.). Como inversión que favorece 60 Nótese que en el tratamiento de la “rentabilidad social” de la enseñanza primaria y secundaria, el texto no incluye la formación de futuros dirigentes. La ausencia de esta dimensión cívica del proceso educativo –aludida en el libro concretamente para la universidad, pero no explicitada en sus contenidos–, nos permite inferir que la rentabilidad mencionada se refiere principal o únicamente a la disminución de la estrechez económica.
108
prioritariamente al sujeto, es éste, o su familia, quien debe costearla61. Dicha
educación, por tanto, lo prepara para la productividad y la competitividad, pero
ninguna relación guarda con la formación para la ciudadanía o, en general, para
la vida pública.
Educación superior: mercado, competencia y libertad de elección
Tal como lo hemos señalado anteriormente, y consecuentes con las
consideraciones ya referidas –la crisis de la educación administrada
principalmente por el Estado, y la formación universitaria como inversión
individual–, las agencias internacionales indican que la mejora de la educación
superior en los países en desarrollo depende de la instauración de los
mecanismos del mercado.
Este pronóstico, apuntábamos, supone un replanteamiento del rol del
gobierno en la educación. Educación y conocimiento, por ejemplo, recomienda
que la autoridad central deje de ser el principal financiador de las instituciones,
dado que concibe a la “transformación educativa” como una reforma en el uso
de los recursos con que dispone el sector.
En concordancia con ello, propone la adopción de mecanismos
competitivos para la asignación de recursos. Esto conduce, en palabras del
documento, a la instauración de una “ética competitiva”, la que dando lugar a
una “competencia fundada en valores académicos y ejercida a través de
61 El documento establece que se justifican préstamos del propio Banco y fondos gubernamentales para la enseñanza superior, en la medida en que promueven “inversiones basadas en necesidades justificadas y específicas de recursos humanos”, y en cuanto “aumentan la productividad y los ingresos de las personas” (Banco Mundial, 1995, 13, 14). No obstante ello, en la perspectiva del Banco, la inversión en recursos humanos es aprovechada sobre todo por los individuos, por lo que recomienda que la inversión sea costeada en forma privada, destinando los recursos disponibles a los niveles primario y secundario.
109
proyectos intelectuales”, es el vehículo idóneo para el mejoramiento del servicio
(CEPAL/UNESCO, 1992, 179, 189)62.
Entre las modalidades sugeridas para instalar la competencia como
instancia coordinadora de las instituciones de enseñanza superior, cabe
destacar primero, la recomendación de que las remuneraciones de los docentes
sean fijadas por cada institución; y para el caso específico de las universidades,
la promoción de los incentivos a la calidad de su trabajo mediante
bonificaciones por “productividad”, medida por mecanismos de evaluación.
Resultado de esto, según Educación y conocimiento, es la instauración de la
competencia no sólo entre los académicos, sino entre las universidades
mismas, las que pugnan –mediante los puntajes de sus docentes-
investigadores– por ubicarse a la cabeza de los rankings (CEPAL/UNESCO,
1992, 185, 49).
Una segunda opción propuesta para el funcionamiento competitivo de la
enseñanza superior, es el estrechamiento de los lazos de la universidad con las
empresas privadas, bajo el entendido de que el sector empresarial tiene un
importante rol educativo, que debe ser potenciado por el gobierno.
El Banco aconseja el fortalecimiento de este vínculo tanto para las
instituciones públicas como para las privadas, sugiriendo entre otras cosas:
propiciar la relación universidad-empresa en la investigación, para lo cual
recalca la conveniencia de establecer programas competitivos para su
financiamiento; que profesionales del sector privado desempeñen labores
académicas de tiempo parcial en las instituciones, participando además en los
consejos administrativos de las mismas; y que la duración de los programas de
estudio sea determinada no por criterios establecidos desde la academia, sino
por los requerimientos del mundo laboral (Banco Mundial, 1995, 79, 80, 84).
62 Esta promoción de una “ética competitiva” en la educación superior, nos recuerda a la “moral comercial” o a la “ética capitalista” fomentada por Hayek y Friedman respectivamente.
110
En concordancia con la idea de CEPAL y UNESCO de que la
“transformación educativa” en los 90 pasa por un cambio en la utilización de los
recursos disponibles, cabe señalar que para las agencias, la modalidad
principal para la instauración de la ética competitiva, y en consecuencia para el
mejoramiento de la calidad en la educación superior, hace relación a las
propuestas de financiamiento.
En primer término, y en total sintonía con el pensamiento de Friedman,
los organismos recomiendan cortar con la subvención pública preferencial a las
universidades estatales, sentando condiciones igualitarias entre éstas y las
privadas. Para ello proponen, junto con el cobro de aranceles para quienes
pueden costear el servicio, la dotación de recursos fiscales a las instituciones
en forma indirecta mediante mecanismos competitivos63.
Como es de esperar, el mecanismo competitivo escogido es el de la
subvención a la demanda, y que en la exposición de las agencias no se aleja en
lo sustantivo de la formulación de Friedman. Según las obras que estamos
comentando, dicho sistema no sólo tiene la virtud de permitir acceso a los
estudios superiores a sectores tradicionalmente excluidos de éstos, sino
también –y acaso ante todo– la de mejorar la calidad de la formación impartida
por las instituciones.
Consiste el mismo en una serie de préstamos o créditos subsidiados por
el gobierno, de bancos comerciales privados, para que los educandos los
ocupen en la institución, ya sea pública o privada (incluso con fines de lucro,
según el Banco), en la que desean cursar sus estudios (Banco Mundial, 1995,
52; CEPAL/UNESCO, 1992, 193). La única condición es que los estudiantes, 63 En La enseñanza superior, no sólo se promueve esta equiparación de las instituciones educativas superiores en base a la competencia, sino que además se vaticina que en los países en desarrollo, serán las privadas las que llevarán la delantera. Para el Banco, éstas presentan la ventaja de responder en forma flexible y eficiente a los cambios de la demanda educacional, y dan la posibilidad a más personas de seguir estudios superiores, sin ningún costo extra para el Estado. Este pronóstico, según consta en el texto, tiene como punto de referencia a algunos países desarrollados, y entre los latinoamericanos, se mencionan ante todo las virtudes de la transformación chilena, seguida de la brasileña.
111
una vez titulados, devuelvan al gobierno (o al banco privado que otorga el
préstamo) el dinero que les ha permitido realizar su enseñanza superior, en
forma proporcional a los ingresos previstos por la formación recibida.
Es justamente en este punto, donde los organismos vaticinan que el
régimen de financiamiento propuesto, contribuirá al mejoramiento de la calidad
de la formación otorgada por cada institución, y por ende del sistema de
educación superior en su conjunto.
Esto se debe a que, dado que los futuros profesionales deberán devolver
el dinero gracias al cual han podido cursar estudios superiores –por lo que, al
igual que en Friedman, se considera el paso por la institución educacional como
una inversión que como tal debe ser rentable–, habrán de hacer “selecciones
racionales” respecto de la carrera a estudiar y del establecimiento en que lo
harán, considerando para ello, entre otros factores, las posibilidades de empleo
existentes en el mercado laboral para los egresados de las diversas áreas.
Por su parte, las mencionadas elecciones racionales conducirán, según
el pronóstico de los documentos, a que los educandos encaren
responsablemente sus estudios, y “reduzcan al mínimo el tiempo que pasan en
la universidad”, constituyéndose en “estudiantes universitarios de mentalidad
emprendedora” (Banco Mundial, 1995, 49, 69; CEPAL/UNESCO, 1992, 173)64.
Tal como se señala en Educación y conocimiento, este régimen de
financiamiento tiene por finalidad potenciar la “libertad de elegir” de los
64 Este fomento del estudiante emprendedor –sujeto que toma elecciones racionales, en el sentido de maximizar su inversión, minimizando para ello el tiempo en que concluye sus estudios–, sintoniza con Friedman y los autores de El ladrillo, para los cuales el pago de la educación superior implica mayor compromiso personal con la misma. La promoción de este tipo de estudiante se puede interpretar, como lo hemos indicado siguiendo a Carlos Ruiz, como la modelación de un sujeto disciplinado por el mercado. El contenido disciplinario de la instauración del mercado, se conecta con la censura, presente en La enseñanza superior, al “considerable activismo de los estudiantes”, que el Banco considera tiene lugar preferentemente en los países en que el acceso a la educación superior –o a buena parte de ella– es gratuito. En los países con “sistemas débiles de gobierno”, asegura el documento, los estudiantes con reivindicaciones –las cuales reconoce como inevitables si se reducen los “subsidios y privilegios”– representan una seria amenaza para la estabilidad política y para la implementación de las reformas propuestas (Banco Mundial, 1995, 28, 29).
112
estudiantes (CEPAL/UNESCO, 1992, 190). El fortalecimiento de la misma,
obliga a las instituciones a competir por mejorar la formación que ofrecen;
mejora que se entiende, por cierto, como el establecimiento de programas que
se ajustan a las expectativas de los educandos –que en la óptica de los
organismos coinciden como mecánicamente con los requerimientos de las
empresas–, conduciendo con ello a un avance general del sistema de
educación superior.
Como podemos ver, los consejos de las agencias internacionales se
inscriben a cabalidad en la comprensión neoliberal de la educación. Según la
misma, mediante la mayor libertad de elección de los sujetos como usuarios,
consumidores o clientes –los que compiten en su educación superior como
inversión personal–, y la competencia de las instituciones por captar
estudiantes, se produce una excelencia de la formación ofrecida por cada
institución, lo que repercute en una mejora del sistema de educación superior
de un país.
113
Capítulo 4 Educación y formación universitaria en José Joaquín Brunner
En este cuarto y último capítulo, abordaremos el pensamiento educativo-
universitario del sociólogo chileno José Joaquín Brunner. Conviene explicar por
qué cerrar esta revisión de la cuestión del sujeto, la educación y la formación
universitaria en el neoliberalismo de y para América Latina, en este único autor.
Jorge Lora y María Recéndez identifican a Brunner como “el teórico
neoliberal de la educación” (Lora y Recéndez, 2009, 174). Aun cuando no
justifican dicha aseveración (no explicitan los parámetros en base a los cuales
hacen su declaración, y sólo dedican un breve pasaje a las ideas del autor), nos
parece que la misma se puede inscribir en su caracterización de los “circuitos
de poder” en la promoción e instauración de las políticas neoliberales en la
educación superior, referida anteriormente. Sin lugar a dudas, Brunner ha
circulado por los cuatro circuitos señalados65.
Junto con ello, cabe recordar el carácter experimental de la orientación
hacia el mercado del sistema de educación superior chileno –comenzada en la
dictadura militar y continuada por los gobiernos posteriores–, la que como
hemos referido, podemos considerar como ejemplar o paradigmática. Tal como
lo señala Simón Schwartzmann, Brunner no sólo ha investigado
minuciosamente esta transformación, sino que ha sido un partícipe activo de la
misma (Schwartzmann, 2009, 15). Esto nos lleva a reputarlo como uno de los
principales promotores del modelo universitario del país, cuyo tránsito desde un
65 Respecto del primero –las agencias internacionales–, ha sido consultor de políticas educativas para organizaciones como el Banco Mundial, el PNUD y la CEPAL. Sobre el segundo circuito –los gobiernos nacionales–, en Chile ha presidido la Comisión de Estudios de la Educación Superior (1990), la Comisión Nacional de Acreditación de Programas de Pregrado, ha sido Vicepresidente del Consejo Superior de Educación, y miembro del Consejo de Ciencias de FONDECYT. Y en lo que dice relación al tercer y cuarto circuitos –los órganos y autoridades universitarias y los docentes-investigadores–, baste señalar que se ha posicionado como un académico de reconocida trayectoria, a nivel de grado y postgrado, en Chile y en el extranjero (ha sido, por ejemplo, director de la FLACSO), impartiendo docencia y publicando, entre otros, sobre el tema que es probablemente su especialidad: los sistemas de educación superior.
114
acento público hacia uno privado, en sus palabras, “acompaña y expresa el
surgimiento de una sociedad democrática de mercado” (Brunner, 2009, 394).
De la vastísima bibliografía del autor sobre educación superior y
universidad, nos detendremos preferentemente en Educación superior en Chile.
Instituciones, mercados y políticas gubernamentales (1967-2007), de 2009.
Esta obra recoge investigaciones desarrolladas desde la década del 80, y es
una versión abreviada de su tesis para el Doctorado en Sociología por la
Universidad de Leiden, en 2008.
El énfasis en la misma se debe, entre otras cosas, a que en ella Brunner
da cuenta y desarrolla en extenso lo que denomina el “dominio de análisis de
los mercados universitarios”, tradición teórica dentro de la que
intencionadamente se inscribe, y de la que se identifica como un destacado
representante. Desde este acervo teórico, como veremos, toma posición para
promover al mercado como entidad reguladora del sistema de enseñanza
superior para los países latinoamericanos, y en general para todos los que
deseen tener un sistema de educación superior acorde a los tiempos en curso.
El dominio de análisis de los mercados universitarios
Comencemos reseñando brevemente la presentación que hace nuestro
autor del dominio de análisis de las universidades en contextos de mercado. El
mismo, según Brunner, se remonta a la segunda mitad del siglo XVIII en Adam
Smith, y tiene un desarrollo maduro en la segunda mitad del XX, y con decidida
fuerza desde la década del 80, bajo el influjo del sociólogo estadounidense
Burton Clark. Evidentemente, este desarrollo es correlativo a la progresiva
instauración del mercado como ente coordinador de las instituciones de
educación superior que tiene lugar en dichos años66.
66 En la exposición de Brunner, son cuatro los intelectuales que han sentado las bases analíticas y categoriales del campo de estudios: a Smith y Clark –quienes presentan una posición favorable al mercado como entidad reguladora del funcionamiento de las instituciones–
115
En tanto que campo (o sub-campo) disciplinar, el dominio se articula en
referencia a un conjunto de preguntas y problemas, que son los que a su vez
orientan la investigación de Educación superior en Chile. En términos
generales, dichas preguntas apuntan al surgimiento, desarrollo y
funcionamiento de los mercados de enseñanza superior en diversos países
(Chile por ejemplo), prestando una atención especial a las políticas que los han
hecho posibles.
Dado que Brunner coincide con la idea de que el principal mecanismo del
mercado es la competencia, puntualiza que uno de los desafíos del dominio es
determinar las notas particulares que ésta adquiere en los mercados
universitarios, y los efectos que provoca en las instituciones y en la sociedad. El
sociólogo puntualiza que de las respuestas a estas preguntas, depende la
comprensión del estado presente del sistema de educación superior en nuestro
país, el cual presenta en sus palabras, “una suerte de laboratorio experimental
para el análisis y la evaluación de las políticas de educación superior en un
entorno de mercados” (Brunner, 2009, 22).
La indicación del carácter experimental del caso chileno, es clave en la
conformación del dominio tal como lo presenta Brunner, y en la comprensión
que tiene de sí como especialista. Señala, pues, que el objeto de estudio del
campo (los mercados universitarios) es abordado desde dos lugares: la
academia y las políticas públicas. Puntualiza que la baja delimitación entre
ambos –y la consiguiente comunicación entre expertos académicos y quienes
, se suman John Stuart Mill y Thorstein Veblen, críticos al sometimiento de las universidades a la lógica mercantil, y defensores del rol protagónico del gobierno ante las mismas. Para el sociólogo, las propuestas y perspectivas de estos cuatro autores son de suma actualidad, y parecen completar el ámbito de problemas del dominio, el que en la actualidad se desarrolla en el norte, principalmente en Estados Unidos. Es interesante constatar la casi total ausencia de intelectuales latinoamericanos en la presentación que hace Brunner del mismo, sobre todo de quienes se han mostrado críticos a las reformas neoliberales. En el último apartado de este capítulo, comentaremos la opinión del autor sobre lo que denomina el “modelo latinoamericano de universidad” y los autores que lo defienden.
116
tienen a su cargo la toma de decisiones políticas– es una de las principales
virtudes del ámbito disciplinar (Brunner, 2009, 140, 142)67.
Esta virtud se traduce, concretamente, en que del conocimiento del
funcionamiento de los mercados universitarios, surge según Brunner, todo un
entramado conceptual para la comprensión de los fenómenos que los definen,
lo que permite actuar sobre ellos, con el fin de conducirlos a la consecución de
bien social. Dicho conocimiento, como podemos ver, está para Brunner
íntimamente ligado a la implantación o intervención en dichos mercados; es
pues, un saber indisociable de la acción.
Tal como lo presenta el autor, el dominio analítico, a la vez que se
articula en torno a una serie de preguntas y problemas, reposa en un conjunto
de supuestos.
Uno de ellos –acaso el principal– es que el mercado (y la competencia,
considerada su principal mecanismo de funcionamiento), como ente regulador
de las acciones e instituciones humanas –y lo que interesa acá, de las casas de
estudios superiores– es un hecho inevitable68. Al anterior se agrega un segundo
supuesto, según el cual el mercado es un generador de bien social, por lo que
debemos aprender a sacar de él el mayor provecho posible.
En base a dichos supuestos –y siguiendo de cerca el “enfoque
organizacional” de las universidades en contextos de mercado de Clark–,
Brunner señala que es siempre el Estado el que otorga su fisonomía a un
sistema de educación superior, pues incluso en un contexto en que éste es
67 Según lo comentado al comienzo del capítulo, el propio Brunner transita ambos lugares. 68 Si bien este primer supuesto, según Brunner, es sentado por Smith en la segunda mitad del siglo XVIII, señala que desde su creación en el siglo XII, las universidades han tenido cierta orientación hacia el mercado, entendiendo que la condición para que haya mercado universitario, es que la enseñanza otorgada sea provista por dinero. En sus palabras, las universidades han estado siempre “en inmediato contacto con las realidades elementales de la economía”, y tenido que “lidiar con las fuerzas de la oferta y la demanda” (Brunner, 2009, 46, 48, 397).
117
regido fuertemente por el mercado (como el caso chileno), es debido a las
políticas dispuestas por el gobierno.
Según Brunner, una vez instaurado el mercado como patrón de
coordinación de las casas de estudios superiores (es decir, una vez que la
autoridad pública ha dispuesto las condiciones para su funcionamiento), “un
sistema de mercado produce y reproduce continuamente un orden espontáneo,
el cual resulta de la presión de fuerzas que operan a espaldas de los agentes,
sobre la base de múltiples decisiones fragmentadas y descentralizadas y, por
tanto, con una suerte de automatismo cuya operación suele identificarse con la
acción de una mano invisible” (Brunner, 2009, 61).
El texto citado evidencia la confianza depositada por nuestro autor en el
mercado, la que se muestra a su vez en su descripción (tomada también de
Clark) de las “universidades emprendedoras”: las casas de estudios que han
sido exitosas en su “adaptación al nuevo entorno”, marcado por la centralidad
del mercado. Éstas se caracterizan, según nuestro autor, por la “fusión de
valores académicos y manageriales”, por la profusión de las “ideas y creencias
emprendedoras” en su interior, lo que crea una organización institucional
inédita, la que requiere de un alto “grado de riesgo” por parte de los agentes
para la adaptación señalada (Brunner, 2009, 130, 131, 133, 444; 2002, 116).
Éste es probablemente el principal punto de arranque del dominio de
análisis según la exposición de Brunner: los mercados universitarios son
siempre el producto de decisiones humanas; se instalan mediante políticas que
los posibilitan y que al mismo tiempo los regulan, por lo que son siempre
mercados regulados69. No obstante ello, una vez instauradas las condiciones
69 Señala Brunner: “En su origen, por tanto, los mercados universitarios no tienen nada de espontáneos. No surgen a la Hayek (…) como unas estructuras que se autoorganizan a lo largo de un extenso proceso evolutivo” (Brunner, 2009, 395). En todo caso, al parecer el autor no siempre ha tratado de distanciarse de una concepción evolucionista –o que apela a la espontaneidad– del nacimiento de los mercados universitarios. Por ejemplo, en su artículo “Transformaciones de la universidad pública”, en el que manifiesta su opinión de que el sistema universitario de los Estados Unidos representa un modelo a seguir, expresa que desde siempre el mismo ha estado fuertemente regido por el mercado, señalando
118
del mercado de educación superior, las universidades y los sujetos deben
adaptarse a él, pues en tanto generador de excelencia, se presenta como un
hecho que se impone al destino de la educación superior en el mundo entero.
Señalemos, para ir concluyendo esta revisión de la presentación de
Brunner del dominio de análisis de los mercados universitarios, que el mismo
tiene la ventaja de posibilitar un abordaje de los procesos de “mercadización y
“privatismo”70 de un modo complejo, en el que se reconoce la intervención de
diversos factores.
Esto implica, entre otras cosas, que la perspectiva del dominio permite
examinar los mercados universitarios, no en referencia exclusiva a las políticas
y normativas que determinan el funcionamiento de las casas de estudios. Invita,
junto con ello, a prestar atención a las dimensiones de poder, las ideas y
pugnas ideológicas que están en juego en las orientaciones del sistema, y sin
las cuales no se comprenden las tomas de posición de los agentes (gobiernos,
instituciones, académicos, estudiantes, empresarios, etc.).
En términos más sencillos, lo anterior significa que en la óptica del
dominio, el sistema universitario de un país es, como lo señala Brunner, un
“campo de fuerzas”. Dicha consideración tiene varias consecuencias
importantes, como por ejemplo, que las relaciones de mercado son, en buena
medida, relaciones de poder. Junto con ello, el autor indica que el objeto de
disputa del campo (esto vale particularmente para el caso chileno), son las
condiciones de la competencia y las orientaciones valorativas del sistema,
a sus universidades no sólo como “orientadas hacia el mercado”, sino también como “creaciones espontáneas del mercado” (Brunner, 2005, 36, 37). 70 Éstos son neologismos adoptados por el autor. El primero (que traduce marketization) apunta a poner algo en el mercado, o hacerlo operar bajo sus mecanismos. El segundo refiere a la mayor importancia de la dotación y el financiamiento privados de educación superior en la actualidad. Tales términos son preferidos por el autor a los usuales “mercantilización” y “privatización”, por parecerle que tienen una importante carga ideológica, y que por tanto no sirven como categorías analíticas. Valga esto de ejemplo de la intención de Brunner de construir un lenguaje técnico especializado para abordar los fenómenos de mercado en la educación superior.
119
indicando que estas últimas refieren a “las motivaciones ideales que debieran
inspirar la misión y el comportamiento de las instituciones y conducir al sistema
en su conjunto”; es decir, la “racionalidad de fines” del mismo.
El sociólogo puntualiza que se trata de una “batalla de ideas”, la que
hace relación “al propio concepto de universidad y los ideales o valores (como
calidad, pertinencia, efectividad, eficiencia, nacionalismo o cosmopolitismo,
pluralismo, autonomía, etc.) que han de ordenar y alinear el desarrollo del
sistema” (Brunner, 2009, 26, 27, 446, 447). En base a tales declaraciones,
intentaremos en lo que queda de este capítulo, exponer el “concepto de
universidad y los ideales y valores” universitarios defendidos por Brunner, los
que en su opinión han de orientar a todo régimen de educación superior que se
quiera a la altura de los tiempos.
Regulación pública y libertad de mercado
Como hemos señalado previamente, el mercado de la educación
superior, en tanto que se instala por determinadas decisiones políticas, es para
Brunner siempre un mercado regulado. El autor puntualiza que esta regulación
tiene por finalidad preservar las “libertades de mercado” de los “proveedores” y
“consumidores” de educación superior (es decir, de las instituciones y los
estudiantes), bajo la expectativa de que el desarrollo de las mismas conduce a
la mejora de los “servicios” del sector.
Como es de esperar, los preceptos públicos que sientan las condiciones
del mercado universitario, tienen por finalidad instaurar a la competencia como
instancia coordinadora del sistema. Para que el funcionamiento de ésta sea
expedito, Brunner indica que la autoridad debe asegurar a los competidores (las
diversas casas de estudios) una “cancha pareja” o un “campo de juego
nivelado” (Brunner, 2009, 425).
120
Esto supone, al igual que en las recomendaciones de Friedman, sentar
condiciones de igualdad entre universidades públicas y privadas. En opinión de
Brunner, que el gobierno otorgue subsidios directos a las instituciones estatales
–y que por el contrario las privadas deban captarlos en forma indirecta o
subsistir única o principalmente mediante los aranceles pagados por sus
estudiantes–, es una medida injusta, pues hace que las instituciones públicas
compitan en condiciones ventajosas con las privadas.
Tal como indicábamos, para Brunner la condición para que el Estado
propicie el funcionamiento sin trabas de la competencia en el mercado de la
educación superior, es que mediante sus regulaciones posibilite las libertades
de mercado tanto de los proveedores como de los consumidores.
En lo que respecta a los primeros, según el intelectual chileno, la
autoridad pública debe sentar las bases para el surgimiento y funcionamiento
del “mercado de productores”, asegurándoles total independencia para
determinar los productos que venderán, los precios de los mismos, y el uso de
los recursos de que disponen. Y en lo que hace relación a los consumidores, es
responsabilidad del gobierno –siempre según Brunner– garantizar a los
potenciales estudiantes la “libertad de elegir”, tanto entre distintos proveedores,
como entre los diversos “productos” ofrecidos (es decir, las diversas carreras)
(Brunner, 2009, 93).
Cabe señalar que para el analista, el aseguramiento de las libertades de
productores y consumidores no es un resultado, una consecuencia, de la
instauración del mercado universitario. Por el contrario, en tanto que hacen que
el sector funcione competitivamente, tales libertades “operan como condiciones
de posibilidad para el funcionamiento de este mercado”. Es por ello que, según
nuestro autor, es obligación del Estado posibilitarlas, al tiempo que fijarles
límites, con el objeto de que sea salvaguardada “la soberanía del consumidor”
(Brunner, 2009, 149, 402).
121
En lo tocante al resguardo de ésta, Brunner señala que las regulaciones
públicas del mercado universitario, tienen por finalidad que la oferta educativa
circule en un contexto lo suficientemente competitivo, para que los estudiantes
puedan “comprar” el servicio en la institución de mayor calidad (Brunner, 2002,
156)71.
Evidentemente, esta idea reposa, al menos en forma implícita, sobre el
supuesto de que el educando, como consumidor de enseñanza superior, es un
sujeto que toma decisiones racionales en un mercado transparente, en el que
entre otras cosas, la información sobre la calidad de la enseñanza, sobre las
posibilidades futuras de empleo, etc., circula en forma limpia y sin
distorsiones72. Y en caso de que el mercado presente fallas (como problemas
en la corrección de la información), es el Estado el encargado de secundarlo
para que cumpla su rol de coordinador del sistema de educación superior.
71 Según el autor, lo que las universidades venden es cierto prestigio, que se materializa en lo que denomina las “credenciales”, es decir, los títulos o certificados universitarios. En esta óptica, el título profesional o el grado académico operan, para el sujeto que los porta, como una “señal en el mercado laboral”. Lo que la credencial indica es, a la vez que “el nivel de capital humano” que ha adquirido el individuo mediante su formación, el estatus o reputación de la institución que lo ha formado y que avala la credencial. En base a tal consideración, Brunner sostiene que “la industria de la educación superior” funciona con una “tecnología del insumo-cliente”. Consiste ésta en que el educando, a la vez que compra el servicio de enseñanza, proporciona a la casa de estudios el principal insumo en base al cual ella vende su servicio a otros potenciales insumos-clientes: la calidad de la institución, reflejada en los mayores niveles de capital humano, en las mejores herramientas para insertarse exitosamente en el ámbito laboral por parte de sus egresados (Brunner, 2009, 101-103, 378, 382). 72 Si bien Brunner no suscribe explícitamente la idea de que el estudiante-consumidor toma decisiones racionales, de algunos pasajes suyos se puede inferir cierta cercanía a la misma. Respecto del sistema de educación superior chileno, por ejemplo, indica que “la matrícula estudiantil se distribuye entre las diferentes instituciones de acuerdo al número de vacantes que éstas ofrecen y las preferencias expresadas por los alumnos”, las que se inclinan notablemente por las universidades privadas independientes (Brunner, 2009, 432). Sin embargo, el autor no se pregunta por los factores que determinan estas “preferencias expresadas” por los estudiantes, ni si las mismas son necesariamente índice de la calidad del servicio ofrecido pos las instituciones.
122
La educación superior, entre lo público y lo privado
Del mismo modo que en las restantes propuestas educativas
neoliberales que hemos revisado, las recomendaciones de Brunner tocan el
problema de la relación de la educación superior con lo público y lo privado.
Como sabemos, una de las aristas de esta cuestión, es si la formación que
otorgan las instituciones representa exclusivamente un beneficio para el
individuo receptor, o si por el contrario supone, junto con él, un provecho para la
sociedad en su conjunto.
Brunner expone las dos posiciones contrapuestas ante este problema. La
primera la ejemplifica en Friedman (1980). La postura del economista de
Chicago es presentada por nuestro autor como ejemplo o paradigma de la
consideración de que la educación superior produce beneficios privados
(consistentes en la expectativa de mayores remuneraciones a futuro, es decir,
apropiación personal del capital humano), pero ningún rendimiento público. La
conclusión que el estadounidense saca de lo anterior –lo sabemos– es que no
existe justificación alguna para que el gobierno subsidie a las instituciones; y
que, antes bien, dicho subsidio sería injusto por favorecer únicamente a los
segmentos de la población que acceden a este nivel de formación (Brunner,
2009, 66-67)73.
La posición antagónica es, según Brunner, la que ha dominado en
América Latina, y que considera que la educación universitaria reporta, junto
con los privados, importantísimos “beneficios sociales y económicos”, por lo que
se justifica, “desde el punto de vista económico”, la inversión de recursos
públicos en el sector.
Para esta postura, como la presenta el sociólogo, los principales
“beneficios sociales y económicos” de la educación superior son: el desarrollo y
73 Brunner señala que esta consideración de lo público y lo privado, ha calado fuertemente en el Banco Mundial, en la OCDE, y en numerosos gobiernos que han reducido los aportes públicos y fomentado el cobro de aranceles con el apoyo de créditos.
123
difusión del conocimiento avanzado; su contribución al crecimiento económico,
al ascenso social, a la productividad y competitividad de la nación, a la
igualación de oportunidades; a “la formación de personas habilitadas para
conducir o participar en las ocupaciones más complejas de la sociedad; la
formación de los grupos dirigentes de la esfera política, cultural y económica y
la creación de una ciudadanía altamente educada, como parece requerir la
democracia” (Brunner, 2002, 133).
Brunner es crítico de la modalidad tradicional en América Latina, según la
cual es el Estado el que financia directamente a un número importante de
instituciones74. Por el contrario, es un entusiasta promotor de las modalidades
de financiamiento de tipo mercado; es decir, el pago de aranceles por parte de
los estudiantes, o bien la dotación de recursos fiscales mediante mecanismos
competitivos de subvención a la demanda.
Para nuestro autor, los beneficios de la educación superior son
prioritariamente privados. Entre ellos incluye no únicamente las expectativas de
mayores ingresos económicos, sino también otras ganancias que si bien no son
estrictamente económicas, se asocian directamente a ellas, como contar con
mayor información respecto de determinados bienes y servicios; mayor
estabilidad y satisfacción en lo laboral; altos índices de prestigio relacionados
con las posesiones que adquiere y los patrones de consumo a los que opta “la
persona educada” (Brunner, 2002, 140, 141).
Y en lo que respecta a los eventuales rendimientos públicos de cursar
estudios superiores, si bien no los niega del todo, indica: “para arribar a un
cálculo preciso del retorno social a la educación superior habría que computar
también los beneficios que la colectividad deriva de aquella, lo cual resulta difícil
de hacer” (Brunner, 2009, 68).
74 Entre sus reproches al “mecanismo de las asignaciones presupuestales automáticas”, destaca que en su parecer éste tiende a ser rígido y poco apto para el cambio, a generar una excesiva burocratización, y a no guardar “relación con la evolución de los ‘productos’ o la productividad de las instituciones” (Brunner, 2002, 138).
124
Conclusión de ello, es que los posibles réditos sociales a tomarse en
consideración para justificar los gastos estatales, tendrían que ser
cuantificables, expresables o traducibles en unidades de medida que permitan
la conquista de la precisión. Probablemente, la preparación de la ciudadanía, de
futuros dirigentes, el desarrollo y la difusión del conocimiento avanzado, etc. –
todos rendimientos sociales que en principio el autor no rechaza– no puedan
ser jamás objeto de tales mediciones y cálculos.
La crítica al modelo latinoamericano de universidad
La censura de Brunner a las modalidades de financiamiento
predominantes en América Latina y a los argumentos que las han avalado,
forma parte de una crítica más amplia a la universidad pública latinoamericana.
Esta crítica se traduce en un radical cuestionamiento a la idea de universidad
que el autor señala como dominante en la región: el “modelo latinoamericano de
universidad”75.
Este modelo, señala Brunner, descansa en la creencia de que el
quehacer de las universidades repercute en el bien de la colectividad, por lo que
se le asigna al gobierno el rol de apoyarlas económicamente en forma directa.
Esta representación de la casa de altos estudios, según nuestro autor, en la
práctica inhibía el surgimiento de nuevas instituciones, entorpeciendo o
imposibilitando el surgimiento de un mercado competitivo, que pudiera extender
el servicio más allá de los grupos tradicionalmente favorecidos (las capas altas
y medias de la sociedad) (Brunner, 2009, 441). 75 En un sentido similar a Brunner, Andrés Bernasconi describe y declara la obsolescencia (si bien relativa) del modelo latinoamericano de universidad. Para el autor, “modelo” (o “paradigma”) de la universidad, comprende necesariamente un elemento normativo o prescriptivo: “un modelo es un conjunto de instrucciones para la acción, un patrón para hacer cosas”. Es, añade, “una idea culturalmente asentada de la esencia, el rol y el modo de organización de la universidad, y de su relación con el estado y la sociedad en general, que ejerce una influencia normativa sobre quienes están en posición de dar forma a dicho rol, organización y relaciones”. Indica además: “Un modelo puede existir aunque ninguna universidad se ajuste perfectamente a él” (Bernasconi, 2008, 50, 51).
125
El mencionado modelo, precisa Brunner, entra en crisis hacia fines de los
70 y comienzos de los 80, bajo una serie de procesos, como la explosión
demográfica de la matrícula de enseñanza superior en nuestros países en los
60, la progresiva internacionalización de la educación superior, la imposición del
mercado y la cada vez mayor presencia de universidades privadas.
Pese a la crisis de “identidad” que asola a la universidad estatal76, el
sociólogo indica que este modelo es el que hasta la actualidad sirve de
referente de las discusiones sobre la casa de estudios superiores en el
continente, y que es a la luz de él que se mira con cautela o temor la situación
de mercado en que hoy se desenvuelven las instituciones. De hecho, nuestro
autor señala que es debido a la adscripción a este modelo, que el dominio de
análisis de los mercados universitarios carece prácticamente de desarrollo en
América Latina.
A Brunner le parece paradójico que en el continente, la mayoría de los
intelectuales que investigan y reflexionan sobre la universidad, se identifiquen
con la tradición de la universidad pública-estatal, pues por una parte muchos de
ellos se desempeñan en instituciones privadas, y por otra los procesos de
mercado han comenzado antes y calado más hondo aquí que en otras
regiones. Junto con ello, apunta que es esta identificación la que hace que en
América Latina se vean los procesos de instauración y profundización del
mercado como un objeto políticamente amenazante, al que más se le dedican
críticas que estudios serios (Brunner, 2009, 143, 144)77.
76 El autor sostiene que, en el actual escenario de centralidad del mercado, la “identidad” de las universidades estatales se halla fuertemente puesta en cuestión. Este cuestionamiento, indica, se evidencia en las críticas que todos los sectores y agentes interesados hacen a las instituciones públicas. En lo que guarda relación con los educandos y los egresados del sector, señala por ejemplo que “los estudiantes manifiestan su rechazo frente a una formación que perciben como desapegada de sus necesidades o expectativas”; y que la misma tiene una cada vez “menor rentabilidad social”, la que se origina, en buena medida, “por la inadaptación del número y tipo de graduados en relación con las evoluciones del mercado laboral” (Brunner, 2002, 130, 131). 77 Pareciera incluso que el autor considera reaccionaria la defensa de la universidad pública en la actualidad. Por ejemplo, a propósito del peso que tiene el modelo latinoamericano en las discusiones sobre el mercado, afirma: “esta memoria, la memoria de su ‘época dorada’ –que
126
Como advirtiéramos anteriormente, la defensa de la universidad estatal
con el argumento de su aporte al bien público, es inadmisible para nuestro
autor. Veíamos, pues, que considera que los rendimientos sociales de la
educación superior son difícilmente medibles. Y aun cuando esto no implica
negar la existencia de tales beneficios, indica que en el contexto actual –regido
fuertemente por el mercado– los límites tradicionales entre lo público y lo
privado se han vuelto difusos.
Entre las numerosas manifestaciones que según el autor tiene esta
difuminación de límites, cabe destacar que, en el escenario presente, sería
inadmisible aseverar que las universidades públicas brindan preferentemente
bienes sociales, mientras que las privadas, rendimientos individuales. En
opinión del sociólogo, el caso chileno desmiente contundentemente dicha
afirmación, pues en sus palabras, el de nuestro país es un “entorno donde el
bien público de la educación superior se halla sujeto al comportamiento
corporativo de las instituciones y éstas, a su vez, están forzadas a producirlo
por medio de la competencia” (Brunner, 2009, 437-438, 447)78.
Evidentemente, esta crítica a la universidad estatal engarza plenamente
con la propuesta neoliberal –que ya hemos visto desarrollada en el propio
Brunner– de sentar condiciones de igualdad para la competencia entre
instituciones públicas y privadas.
En efecto, en un artículo que lleva por título justamente
“Transformaciones de la universidad pública”, comenta que “las universidades
estatales exitosas son hoy aquellas que compiten en el mercado”; que se
caracterizó buena parte de la centuria pasada– es la que reacciona y se agita frente a las condiciones de mercado en que ahora se desenvuelve la educación superior del siglo XXI” (Brunner, 2009, 443). 78 En base a esta consideración de que los bienes públicos de la educación superior pueden ser producidos por universidades estatales o privadas, Brunner afirma que en la actualidad en Chile, las casas de estudios superiores ya no se distinguen categorialmente (por sus estructuras de propiedad, modelos de gestión, etc.), sino en forma individual. Un argumento similar ha sido recientemente desarrollado (si bien con una pretendida distancia respecto de la confianza en el mercado, como la que vemos en Brunner), por Garrido, Herrera y Svensson (2012).
127
independizan del “mecenazgo fiscal” sin renunciar a los recursos
gubernamentales; que se gestionan con procedimientos de tipo empresarial;
venden sus servicios y productos de alto conocimiento; hacen alianzas con las
empresas; acometen negocios abiertamente y “no los encubren bajo supuestos
filantrópicos”, y procuran ubicarse a la delantera de los rankings internacionales
(Brunner, 2005, 47).
128
TERCERA PARTE
SUJETO, EDUCACIÓN Y FORMACIÓN UNIVERSITARIA
EN LOS CRÍTICOS LATINOAMERICANOS
En esta tercera y última parte de la investigación, abordaremos la crítica
de algunos autores y autoras latinoamericanos a la implementación de las
políticas neoliberales en la educación superior, específicamente en la
universidad.
El trabajo discursivo que analizaremos se inscribe en la crítica que
diversos intelectuales de Nuestra América han hecho al neoliberalismo en sus
diversas dimensiones. Esta labor de denuncia y censura, señala Jorge Vergara,
se inicia en América Latina ya a fines de los 70 y comienzos de los 80, antes
que en el norte (Europa y Norte América), por ser nuestros países los primeros
(el pionero es el Chile dictatorial) en experimentar las políticas de ajuste
(Vergara, 2001)79.
En lo relativo a la educación superior y a las universidades, los
intelectuales latinoamericanos han llamado la atención respecto de los
problemas y consecuencias que, a su modo de ver, supone el sometimiento de
las instituciones educacionales a los parámetros de funcionamiento del
mercado. Cabe calificar su discurso, por lo tanto, como una de las tantas
manifestaciones de pensamiento crítico latinoamericano, considerando, como lo
hace Eduardo Grüner, que éste se halla concernido por la “voluntad de pensar
críticamente, poniendo precisamente en crisis las ideas establecidas, los
sentidos comunes” (Grüner, 2011, 10).
79 En el texto referido, Vergara indica que el análisis de los autores latinoamericanos ha apuntado básicamente a dos direcciones: a las consecuencias sociales de las modernizaciones, y a la teoría neoliberal que las sustenta, particularmente su epistemología y teoría política.
129
Como parte de la labor de censura y denuncia al neoliberalismo en sus
múltiples aristas, el enjuiciamiento a las políticas de mercado y sus
consecuencias en las universidades, ha sido desarrollado en la región por
autores pertenecientes a distintas disciplinas de las humanidades y las ciencias
sociales, y desde muy diversos acercamientos metodológicos.
Cabe señalar además que el problema del mercado se ha constituido, en
las últimas décadas, en una suerte de tema insoslayable a la hora de pensar y
escribir sobre la universidad. Tan imponente parece haber sido y ser la
pretensión de instaurar al mercado como entidad coordinadora de las casas de
estudios superiores, que la bibliografía que aborda problemáticamente la
cuestión (ya sea que tenga por cometido principal denunciar dicha instauración,
o que trate sobre la universidad en la actualidad, y en dicho tratamiento se
pronuncie sobre el mercado) es de hecho vastísima, y por ello imposible de ser
considerada en su totalidad en una sola investigación80.
Dada la magnitud y heterogeneidad de la literatura latinoamericana que
se pronuncia en contra de las reformas neoliberales en la educación superior,
nuestra revisión habrá de restringirse forzosamente a un número acotado de
autores y autoras. Si bien nuestra intención es presentar una muestra
representativa de intelectuales, ésta tendrá inevitables limitaciones, como no
incluir textos y autores de todos los países de la región.
Asumiendo además la diversidad disciplinaria y metodológica de los
acercamientos, a la vez que las distintas realidades nacionales desde las que
se ha escrito sobre la cuestión que nos convoca, nuestra lectura habrá de poner
el acento en los puntos compartidos por los autores contrarios a que las
universidades respondan a las directrices neoliberales; no obstante lo cual,
80 Cabe destacar que la presencia de las políticas neoliberales, o del mercado, como problema, no es exclusivo de la bibliografía latinoamericana sobre la universidad. Se puede traer a colación los textos de Derrida (2002) y Sousa Santos (2010), para mencionar sólo dos ejemplos de connotados intelectuales europeos contemporáneos, para los que reflexionar sobre la institución precisa abordar la cuestión del mercado.
130
indiquemos diferencias importantes en los casos que nos parezca pertinente
hacerlo.
De acuerdo con las intenciones de la investigación, nuestro abordaje se
centrará en la interpretación de los críticos latinoamericanos sobre la educación
que ofrecen las universidades operando como empresas de servicios en un
mercado competitivo. En conformidad con nuestro instrumental teórico, esto
requerirá concentrar nuestra atención en la comprensión de sujeto que, de
acuerdo a los autores, está supuesta en las recomendaciones de instauración
del mercado en la educación superior.
Trataremos de poner en evidencia que (Capítulo 1) los intelectuales
considerados coinciden, en términos generales, en que la implementación de
las políticas neoliberales en las universidades descansa en una comprensión
economicista de la educación, en la que las cuestiones educativas son
abordadas con los parámetros de la economía de mercado, lo que para ellos
supone un reduccionismo.
Mostraremos a su vez que (Capítulo 2) en opinión de los autores a
trabajar, este reduccionismo se traduce en que el sujeto sea concebido y
formado básicamente como productor, cliente o consumidor, lo que para ellos
implica una concepción y formación parcial y unilateral.
Expondremos, por último, que (Capítulo 3) como consecuencia de lo
anterior, para los intelectuales críticos, así concebida e instrumentada, esta
educación, centrada en la formación de capital humano, representa una
perversión de la educación y de la universidad como institución educativa.
Indudablemente, una crítica o enjuiciamiento se lleva a cabo siempre
desde una cierta comprensión de lo que algo (lo criticado) es o debe ser. Por lo
tanto, si los autores a trabajar coinciden, a grandes rasgos, en que la imposición
de las políticas de mercado a las casas de estudios superiores descansa en
una errada comprensión de lo educativo, del sujeto y de la universidad, este
131
juicio supone necesariamente que para tales autores la educación, el sujeto y la
universidad, son otra cosa.
Esto nos conduce a tratar de hacer patente los conceptos de educación,
sujeto y universidad desde los que los autores enjuician a las universidades
operando bajo la lógica del mercado. En consecuencia, no sólo nos
abocaremos a exponer la comprensión de sujeto y de educación universitaria
que, en su opinión, están presentes en las políticas neoliberales y en los
discursos que las han fomentado. Trataremos al mismo tiempo de poner en
evidencia que la crítica supone un posicionamiento –a veces explícito y
conciente, a veces implícito e irreflexivo– respecto de lo que el sujeto, la
educación y la universidad son o deben ser.
Mostraremos, pues, que la crítica de los autores se hace en nombre de
una comprensión de la educación, en la que ésta se piensa desde los
parámetros de lo público y lo político; perspectiva que en tanto se ocupa del
destino de la comunidad y sus integrantes, es para los autores la única que
aborda la educación adecuadamente, y no en forma reduccionista.
Junto con lo anterior, procuraremos evidenciar que para ellos, esta
perspectiva concibe al sujeto que se ha de educar de un modo integral,
comprendiendo su formación como una preparación para participar en la vida
pública (y no sólo para el trabajo, la producción o el consumo), por lo que se le
educa en el pensar crítico y dialogante, como condición de su responsabilidad.
Concluiremos que, como consecuencia de lo anterior, para nuestros
autores, bajo estas nociones de educación y de sujeto –conforme las cuales la
educación es comprendida básicamente como formación de ciudadanos,
formación en la que la universidad tiene un rol central– la educación y la
universidad se corresponden con lo que deben ser.
Como se puede entrever, el trabajo discursivo que abordaremos tiene la
pretensión de contribuir a rescatar la educación y la universidad de las lógicas
del mercado que tienden a hacerse dominantes en la globalización neoliberal.
132
Es por ello que los autores se presentan como defensores del verdadero
sentido de la educación y de la universidad (lo que en su extremo, tal como
mostraremos, se expresa en una defensa de la “esencia” o lo “esencial” de lo
educativo y de la institución).
133
Capítulo 1
Una concepción economicista de la educación
El reduccionismo economicista
Si bien no todos los autores que abordaremos formulan explícitamente
una censura al economismo presente en las propuestas de políticas educativas
neoliberales, probablemente todos coincidan en el diagnóstico general de la
misma. Quien sí desarrolla expresamente esta línea de análisis, y que nos
servirá de punto de entrada para la cuestión, es José Luis Coraggio, en su
artículo dedicado al sentido de las propuestas educacionales del Banco
Mundial.
Tales propuestas, para el economista argentino, deben ser circunscritas
en los marcos referenciales de la “utopía neoliberal” y su confianza en que
mediante sus mecanismos de funcionamiento, el libre mercado conduce la
acción competitiva de los individuos en pos de su beneficio privado, a la
consecución de bien social. Tales marcos, según Coraggio, son los que
determinan que, en sus propuestas educativas, el Banco se guíe por el
“principio filosófico irrefutable, no puesto a prueba”, de que son los mecanismos
de mercado la mejor instancia para coordinar las acciones y actividades
humanas.
De esta confianza en el mercado y sus instancias reguladoras se deduce,
en opinión del autor, el “sesgo economicista”, el “reduccionismo economicista”
que presenta el Banco en su tratamiento de la educación. Dicho sesgo y
reduccionismo consisten, en sus palabras, en que “una serie de cuestiones,
propias del ámbito de la cultura y la política, han sido planteadas y respondidas
134
usando la misma teoría y metodología con que se intenta dar cuenta de una
economía de mercado” (Coraggio, 1999, 45).
En este primer acercamiento a una determinación del economicismo, nos
encontramos con que uno de sus rasgos principales es cierta confusión de
ámbitos: en concreto el cultural y político (en el que según Coraggio se inscribe
lo educativo) y el económico (más específicamente, la economía de mercado).
Esta indistinción de planos puede tener lugar en diversos lugares y registros,
entre los que cabe mencionar el de las categorías y herramientas teóricas con
que se abordan las cuestiones educativas.
Entre los numerosos autores con los que podríamos graficar la denuncia
de la confusión de tales ámbitos y de las categorías correspondientes, un
ejemplo destacado lo constituye Jorge Millas.
En un artículo de 1981 (titulado “Delenda est universitas?”), dedicado a
reflexionar sobre los alcances de la Ley General de Universidades que se
impone en Chile ese año –instancia pionera en la promoción a la apertura de
universidades privadas y de orientación de las instituciones al mercado– el
filósofo discute, entre otros aspectos, “los criterios economicistas que inspiran la
Ley, con su insistencia en lo ‘competitivo’ y en el nuevo financiamiento” (Millas,
1981, 147).
Para Millas, constituye un grave error utilizar “conceptos empresariales y
comerciales” para abordar los problemas que hacen relación a instituciones
educativas, como las universidades. En consecuencia indica que, en caso de
querer aplicarse la noción de “competencia” a las casas de estudios superiores,
debe hacerse teniendo en cuenta que en este plano, su significación es
diferente a cuando se la utiliza en un sentido económico, para designar la “lucha
por los mercados”.
Por el contrario, señala el filósofo, lo que cabría pensar como
competencia entre universidades, queda mejor expresado por el concepto de
“emulación”, entendida como “la natural pugna entre universidades” por “valores
135
espirituales y prestigio”, lo que en ningún caso es justificadamente traducible a
indicadores mercantiles (Millas, 1981, 150)81.
Por su parte, la aplicación de las categorías y los conceptos propios del
mercado a las universidades, como manifestación del tratamiento economicista
de la educación en las reformas neoliberales, se condice con otra de las
características señaladas por los críticos: el que las políticas educativas sean
diseñadas ante todo, como dicen Rosa María Torres y Carlos Ruiz
respectivamente, por “economistas o sociólogos”, “economistas, empresarios y
tecnócratas” (Torres, 1999, 95-96; Ruiz, 2010, 159). Sin lugar a dudas, los
autores y documentos trabajados en las dos primeras partes de la investigación
(Hayek, Friedman, los organismos internacionales, los intelectuales tras El
ladrillo y Brunner), son excelentes ejemplos de esto.
Señalemos, para ir cerrando esta primera aproximación a la denuncia del
economicismo por parte de los críticos latinoamericanos, que éste conduce, en
su opinión, a introducir en las universidades los valores y modos de
comportamiento que requiere el mercado para su funcionamiento.
Coraggio, por ejemplo, indica que el “modo economicista” con que el
Banco aborda la cuestión educativa, “contribuye a introyectar e institucionalizar
los valores del mercado capitalista en la esfera de la cultura”. Con la
instauración de estos valores, señala, se naturaliza el que se reduzca la calidad
de vida a indicadores de ingreso, que se promueva el individualismo, o que se
presente como una virtud incuestionable la introducción de la competencia en
educación (Coraggio, 1999, 36).
81 La imposición de las categorías de mercado a la educación superior desde la década del 80 no es, por supuesto, una exclusividad del caso chileno. Como lo sostienen Jorge Lora y María Recéndez, desde ese momento se hace ostensible, a nivel regional, la presión de los organismos internacionales por imponer “la concepción mercantilizada con un lenguaje economicista, pragmático y reduccionista propio de la filosofía neoliberal. Y empezó a generalizarse el uso de conceptos económico-empresariales, como calidad, oferta, demanda, rentabilidad, competitividad, acción racional, eficacia, eficiencia, liderazgo, excelencia, etc.; palabras que ahora dominan el discurso, razonamiento y acciones educativas” (Lora y Recéndez, 2009, 43).
136
Probablemente una de las expresiones más elocuentes de la imposición
de los valores y normas del mercado al funcionamiento de las universidades, lo
constituye el criterio de calidad con el que los organismos internacionales han
diagnosticado la crisis de los sistemas de educación superior en América
Latina, y en base al cual han promovido la privatización. Según Lora y
Recéndez, su criterio de calidad es el de las empresas (Lora y Recéndez, 2009,
191-193), por lo que una buena universidad, una universidad de calidad, es la
que funciona –como lo quisieran Friedman y Brunner entre otros– cual entidad
que vende servicios en un mercado competitivo.
Economicismo y perversión de la educación
El juicio de los autores críticos, de que las políticas educativas
neoliberales descansan en una comprensión en la que la educación es tratada
como una de las tantas instancias que constituyen una economía de mercado,
no se queda en una mera descripción del hecho, sino que apunta a indicar que
éste conduce, en su opinión, a una perversión de lo educativo.
Como ya lo señaláramos en la introducción de esta Tercera Parte, como
toda crítica, la condena al estado actual de la educación (y al modo
economicista en que es abordada), supone una toma de posición por parte de
quien hace el enjuiciamiento.
De los autores que estamos trabajando, muchos no se detienen a
explicitar la perspectiva intelectual y política desde la que se instalan. Aun
cuando no lo hacen, evidencian un acercamiento a la cuestión educativa que
denota una actitud de sospecha o desconfianza ante los sentidos instalados en
la educación, de los cuales el del mercado es probablemente el de mayor
pujanza en la actualidad.
Por su parte, entre quienes hacen manifiesta su postura, la actitud crítica
toma nombres que la especifican. José Luis Coraggio, por ejemplo, se
137
posiciona intencionadamente desde una “perspectiva utópica” (Coraggio, 1999,
32), y Marcela Mollis lo hace desde una “utopía pos-neoliberal”, en el sentido de
una apuesta de superación del neoliberalismo (Mollis, 2003a, 14).
Por su parte, Adriana Puiggrós se ubica en la tradición de “los críticos
latinoamericanos del neoconservadurismo pedagógico” (cuyo referente parece
ser Paulo Freire), la que supone según ella, una mirada crítica y utópica, a la
vez que democrático-popular, en la que la construcción de los sentidos de la
educación sea verdaderamente inclusiva (Puiggrós, 1994, 279). A su vez, Jorge
Lora y María Recéndez se instalan en “la teoría marxista”, opción teórica desde
la que, afirman, el conocimiento y la universidad deben apuntar hacia la
“liberación” (Lora y Recéndez, 2009, 104).
Si bien reconocemos el riesgo de hacer extensivas a una amplia gama
de intelectuales las declaraciones de unos pocos, creemos pertinente afirmar
(con muchos recaudos) que los críticos coinciden, en general, con la
apreciación de Lora y Recéndez. Para éstos, lo que está en juego en la
implementación de las reformas neoliberales en la educación superior, es una
disputa política, relativa a las diversas “representaciones” de la educación82.
Pues bien, para los críticos latinoamericanos, hay que denunciar el
enfoque economicista de las directrices educativas neoliberales, porque su
reduccionismo amenaza con conducir, en sus aplicaciones prácticas, a una
perversión de la educación y de la universidad como institución educativa.
82 Así lo establecen los autores: “es en el ámbito político donde hay que combatir, pues es el espacio de la lucha para imponer representaciones legítimas de ver la educación” (Lora y Recéndez, 2009, 21). Afirmamos que la idea de Lora y Recéndez se puede generalizar “con muchos recaudos” al conjunto de los autores revisados en esta Tercera Parte, pues probablemente no todos concederían que su rechazo al mercado como regulador de las universidades es de carácter político. Esta presunta apoliticidad se hace particularmente patente, en nuestra opinión, en algunos de los intelectuales cuyo enjuiciamiento se sostiene –en el decir de los mismos autores– en una comprensión o intelección de la “esencia” de la educación, la universidad o el sujeto. Según nuestro parecer, llevada a su extremo, la asunción de lo esencial de lo educativo, lo universitario o “lo humano”, supone la intención –ya más o menos conciente– de ubicarse más allá de todo punto de vista. Volveremos sobre esta cuestión en nuestras Conclusiones.
138
Una buena ilustración del diagnóstico de desconocimiento y consiguiente
perversión de lo educativo en general, se encuentra en el trabajo de Rosa María
Torres sobre las ideas y estrategias educacionales del Banco Mundial.
En su análisis, la pedagoga ecuatoriana sostiene que el Banco, en
cuanto ha concentrado sus recomendaciones e inversiones en los niveles
básicos del sistema de enseñanza, ha erigido un modelo educativo ante todo
escolar. Este modelo, según Torres, adolece de serios defectos, como
descuidar el nivel de enseñanza superior, y la relación entre los diversos
segmentos del sistema, como si fuera posible, por ejemplo, implantar mejoras
en la educación primaria descuidando la postsecundaria (que es donde
precisamente se forman los maestros primarios).
Otra falencia importante del esquema educativo del Banco, en opinión de
la autora, es que es construido por técnicos (básicamente sociólogos y
economistas) y con ausencia de los maestros y la pedagogía. Además, ha sido
establecido en relación a determinaciones observables y medibles,
desconociendo con ello –señala Torres– “los aspectos propiamente cualitativos,
es decir, aquellos difíciles de medir y que constituyen, no obstante, la esencia
de la educación. Un modelo educativo, en fin, que tiene poco de educativo”
(Torres, 1999, 96).
Como muestras de la menesterosa comprensión de la educación por
parte del Banco, Torres destaca el manejo precario y pobre de la investigación
contemporánea del campo, y el desconocimiento y consiguiente mal uso de su
terminología específica (lo que se prueba, entre otras cosas, en la confusión
entre educación y capacitación). En definitiva, para Torres el abordaje
economicista del Banco manifiesta “un desconocimiento y una falta de
sensibilidad hacia la cultura como dimensión clave e ineludible de la educación
y de la política educativa” (Torres, 1999, 110)83.
83 Coraggio coincide en que las propuestas del Banco, sustentadas en una perspectiva economicista, hacen “abstracción de aspectos esenciales de la realidad educativa”. Afirma: “Es nuestra convicción que, detrás del aparato técnico-discursivo economicista, hay una gran
139
Por su parte, un ejemplo del diagnóstico de que la perspectiva
economicista conlleva una perversión de la educación que otorgan las
universidades, lo constituye Jaime Ornelas.
El economista y urbanista mexicano reflexiona sobre la situación en que
son puestas las universidades públicas latinoamericanas (particularmente las de
su país), en el escenario de “capitalismo académico” promovido en las últimas
décadas. Entre otros aspectos de este escenario, Ornelas aborda la idea de
que determinadas carreras (particularmente de las humanidades y las ciencias
sociales) son demasiado costosas, razón por la que se recomienda
desembarazar a las universidades públicas de ofrecerlas. En su opinión, una
recomendación de este tipo descansa en un “análisis francamente economicista
[que] se usa sin considerar las múltiples dimensiones de la educación” (Ornelas,
2007).
Para Ornelas, una de las características del capitalismo académico es la
idea de que, dado el supuesto de que las universidades públicas tienen una
baja rentabilidad social, ellas deben instaurar mecanismos de
autofinanciamiento. Esto se logra, en opinión de nuestro autor, “transformando
los servicios universitarios en mercancías”, lo que “termina por pervertir la
esencia y funciones de la universidad”. Esta perversión de las casas de
estudios superiores bajo los esquemas del neoliberalismo es para Ornelas
inevitable, pues en sus palabras, “donde prevalece la ley del mercado la
educación se desnaturaliza” (Ornelas, 2007).
Como podemos ver, los críticos latinoamericanos comparten el parecer
de que las políticas neoliberales, que abordan los problemas educativos desde
una mirada excesivamente económica, son incapaces, como sostienen Lora y
Recéndez, de dar cuenta de “la verdadera educación”, la que para ellos es
“crítica necesariamente” (Lora y Recéndez, 2009, 162).
ignorancia sobre el proceso educativo, y sobre las necesidades futuras de nuestras sociedades” (Coraggio, 1999, 54-55).
140
Puiggrós llega aun más lejos, pues sostiene que bajo tales políticas, la
educación desparece. En sus palabras, “La filosofía del ajuste neoliberal es de
muy cortas miras”, muestra de lo cual es reducir los problemas educativos a
cuestiones de presupuesto. Esto, como indicamos, no conduce para la
pedagoga argentina únicamente a una corrupción de la educación, sino a su
total ausencia, pues como señala, “En tal lógica, la educación no tiene lugar
porque siempre requiere de una cuota de utopía y es una apuesta al futuro”
(Puiggrós, 298, 299).
Como lo señaláramos más arriba, el problema que los autores identifican
en el economicismo de las reformas educativas neoliberales, es la confusión de
planos, consistente en abordar las cuestiones culturales (entre ellas las
educativas) con los criterios y herramientas con los que se tratan las
económicas. Ante el problema diagnosticado, caben en términos esquemáticos
dos posturas: rechazar de plano y en todos los sentidos las reformas
neoliberales; o delimitar con la mayor exactitud posible los ámbitos del mercado
y de la cultura, para salvaguardar el adecuado funcionamiento del último.
La primera actitud es sin duda la más frecuente entre los críticos
latinoamericanos; en muchos de ellos, en efecto, la censura a las políticas
educativas forma parte de un rechazo generalizado al neoliberalismo. La
segunda posición, si bien no cuenta con tantos adeptos como la primera, nos
permite ver con claridad la distinción que cabría establecer entre la lógica de
funcionamiento del mercado y de lo cultural-educativo.
Francisco Delich ha procurado instalar dicha demarcación. En su opinión,
la globalización neoliberal es un hecho inevitable, al que difícilmente podemos
oponernos de lleno y en todos los planos. El proceso globalizador, a su parecer,
instaura la lógica del mercado, la que es por definición excluyente, pues unos
pocos se integran a la modernización, mientras las grandes mayorías quedan
fuera de la misma.
141
Para el sociólogo argentino, esta lógica de exclusión es adecuada para el
mercado; le es de hecho estructural e inevitable. Por lo tanto, el rescate de la
educación y de la universidad como institución educativa, no pasa por rechazar
dicha lógica de suyo, sino por reconocerla como nociva para la sociedad y el
Estado, estableciendo, pues, que son éstas las instancias que deben definir el
sentido de lo educativo y el funcionamiento de la universidad pública84.
Decíamos que en opinión de los críticos, el error del economicismo que
funda las políticas educativas neoliberales, radica en confundir los planos de la
economía y de la cultura. Agreguemos, para ir cerrando el presente apartado,
que los autores consideran que esta confusión ha dado pie no sólo a un
conjunto de medidas y de exigencias para el ámbito educativo, sino que ha
configurado toda una forma de entender la educación, la que se pretende
establecer como la única legítima.
A este respecto, Miguel Rojas Mix sostiene que en la actualidad son dos
los “modelos” que se enfrentan y contraponen en educación: el modelo de
“educación para el mercado” (o “modelo neoliberal de educación”) y el de
“educación en valores”. Para el intelectual chileno, dichas representaciones
generales de lo educativo se distinguen por fundarse en interpretaciones
distintas de la sociedad, del rol que le cabe a la educación en la construcción
del presente y el futuro, y en “dos antropologías sociales que difieren” (Rojas
Mix, 2006, 195).
En la presente investigación, como sabemos, nos interesa
particularmente el último punto identificado por Rojas Mix: el modo como se
84 Así lo expresa el autor: “Nadie debería criticar, digamos, a un león por comerse un ciervo; está en la naturaleza del león alimentarse así. Con el mercado pasa exactamente lo mismo. Nadie debería impresionarse porque opere la lógica del costo-beneficio; así es y así debe ser. No está allí el problema; el problema se da cuando cambiamos de plano y entonces trasladamos la lógica del mercado a otros espacios y en esto la educación y la universidad en particular son ejemplos claros” (Delich, 2002, 193). Insistamos en que esta complacencia o tolerancia ante el funcionamiento del libre mercado no es común entre los críticos. Para muchos de ellos, el gran problema es en efecto la lógica del mercado, sea en el plano que sea; la educación y la universidad, no son por tanto más que algunas de las tantas instancias en las que dicha lógica se muestra perversa y destructiva.
143
Capítulo 2 Concepción y formación reduccionistas del sujeto
La afirmación anterior nos conduce a abordar en los autores críticos, la
cuestión clave en esta investigación: su juicio de que las políticas educativas
neoliberales suponen una concepción parcial del sujeto, por lo que la formación
que ofrecen las universidades que funcionan como empresas de servicios
educativos, es limitada y unilateral. Habremos de ocuparnos, al mismo tiempo,
de esclarecer desde cuál o cuáles interpretaciones antropológicas se hace esta
acusación.
Como ha sido consignado en la Introducción, nuestra atención en la
interpretación antropológica como clave analítica para abordar los discursos
sobre educación superior revisados en esta investigación, obedece a una
apuesta teórica y hermenéutica; es, pues, el modo que hemos escogido de leer
los discursos. No obstante ello, es preciso anotar que entre los críticos
latinoamericanos, hay varios que se posicionan expresamente desde una
perspectiva que aborda intencionadamente la concepción de sujeto implicada
en las reformas universitarias neoliberales, como es el caso de Jorge Lora y
María Recéndez, Jaime Ornelas, Jorge Martínez, Carlos Ruiz y Luis Scherz,
además de Rojas Mix, referido previamente85.
Entre los autores que se ocupan explícitamente de la cuestión
antropológica, hay además algunos que centran su atención en las
consecuencias o los efectos de las propuestas educativas neoliberales en el
plano de la subjetividad.
85 A modo de ejemplo, señalemos que para Scherz los problemas de la educación, y de la universidad como institución educativa, suponen hacerse cargo de lo que es el sujeto. En sus palabras, “Inseparable de la pregunta sobre la misión y fines de la educación superior, asimismo del resto de la educación, está el planteamiento de una concepción de la persona humana” (Scherz, 2005, 211). Una perspectiva similar la encontramos en Ornelas, el que establece que “Todo sistema educativo está marcado por una doble elección: la de un proyecto de Hombre y de Sociedad” (Ornelas, 2007).
144
Esto lo podemos ver, por ejemplo, en Lora y Recéndez, quienes
partiendo del supuesto de que la universidad es “la principal fuerza educadora
de mentalidades”, exploran la influencia de la reforma universitaria neoliberal
sobre la “construcción de la subjetividad” (Lora y Recéndez, 2009, 48) 86 .
También lo encontramos en Carlos Ruiz, quien centra parte de su investigación
sobre las ideas educacionales en Chile, en esclarecer la “antropología
económica y filosófica del neoliberalismo en educación”, procurando determinar
sus rendimientos de “disciplinamiento social” (Ruiz, 2010, 13). O en Jorge
Martínez, autor que sirviéndose del instrumental teórico desarrollado por Michel
Foucault, aborda las transformaciones de la educación superior colombiana,
con el objeto de mostrar su contribución en la “producción biopolítica de la
subjetividad” (Martínez, 2011, 34).
Nuestra revisión de la discusión que establecen los autores con la
antropología neoliberal, como concepción de sujeto que orienta buena parte de
las reformas universitarias de las últimas décadas, se detendrá, primero, en su
crítica a la noción de capital humano y en la idea de que la formación
universitaria sea una inversión en dicho capital.
En segundo término, nos ocuparemos de su desaprobación al
fraccionamiento del carácter comunitario de la universidad, que en su opinión
supone la comprensión de sujeto de las políticas neoliberales, concretamente
su interpretación de los académicos y estudiantes.
En tercer lugar, nos abocaremos a identificar el tipo de educación que de
acuerdo con los críticos, dan las universidades que se comportan como
empresas competitivas: una educación que es, a fin de cuentas, una formación
para la sumisión.
86 Por nuestra parte, si bien consideramos que la universidad tiene un importante papel en la educación (o formación) “de mentalidades”, estimamos como un exceso afirmar que ella es la “principal fuerza” en este ámbito. Habría que considerar, sin lugar a dudas, instancias de formación que exceden al sistema educativo formal, como los medios de comunicación.
145
Revisaremos, en última instancia, la propuesta de nuestros autores, de
anteponer a esta formación, una educación que sea emancipadora, crítica e
integral.
El capital humano
Como lo hemos visto en las partes anteriores de la investigación, la
cuestión del capital humano y de la educación superior-universitaria como una
instancia privilegiada de inversión en el mismo, es uno de los ejes de las
propuestas de modernización educacional del neoliberalismo. No es de
extrañar, por tanto, que numerosos críticos latinoamericanos se detengan a
analizar dicha categoría y sus implicancias para la educación y la institución
universitaria.
A modo de entrada a la apreciación de los autores sobre el problema que
nos convoca, podemos mencionar que Franz Hinkelammert circunscribe las
demandas de que la universidad forme o produzca capital humano, en el
escenario mayor de la globalización, como estrategia de acumulación de
capital. Para que esta estrategia de acumulación tenga lugar, según el
economista, se precisa de la explotación no sólo del capital productivo, sino
también del especulativo, lo que hace que toda actividad y aspecto de la vida
humana (como la salud, las comunicaciones y la educación) se transformen en
ámbitos de inversión. Esto conduce, en opinión de Hinkelammert, a una
“reducción del ser humano a capital humano”, y a la instauración de “un nuevo
modelo de desarrollo basado en el capital humano”.
Según el autor, la educación y la universidad son ámbitos privilegiados
para el incremento del capital especulativo. Señala además que hay una
estrategia planetaria, encabezada por el Banco Mundial, “para reducir toda
educación, pero especialmente la universitaria, a un lugar de producción de
‘capital humano’, considerado como un medio de producción”. Entre las
146
principales características de la educación así concebida, destaca el que ella
deba seguir criterios de rentabilidad, y que se considere como cultura única o
principalmente a la que aporta a la producción o implementación de dicho
capital (Hinkelammert, 2005)87.
Jorge Martínez se ha ocupado de esclarecer la noción de capital
humano, procurando establecer su genealogía y sus consecuencias para la
educación superior colombiana en el período de las reformas neoliberales (se
ocupa concretamente del período comprendido entre 1991 y 2005). En primer
lugar, el filósofo colombiano indica que el surgimiento y sentido de la categoría
debe enmarcarse en el contexto mayor del neoliberalismo, el que –siguiendo a
Foucault– cataloga como la principal tecnología de poder que surge después de
la Segunda Guerra Mundial.
Por su parte, y siempre de la mano de Foucault, Martínez señala que la
constitución del “homo oeconomicus”, como subjetividad propia del
neoliberalismo, se inscribe dentro de la tradición liberal, la que supone una
neutralidad del sujeto: como sujeto de derecho y de deber, que se constituye
con anterioridad a las relaciones de poder, que son siempre históricas.
Esta concepción antropológica –y las normativas jurídico-políticas que
demanda: igualdad formal ante la ley, derecho de propiedad, etc.– son, en la
opinión del colombiano, la condición para que el sujeto emerja como gestor del
mercado; es decir, como alguien que tiene una relación de mercado,
87 En una aproximación cercana a la de Hinkelammert, Rosa María Torres advierte, a propósito del concepto de educación que maneja el Banco, que para éste la “calidad educativa” es el resultado de la presencia y combinación de determinados “insumos” que intervienen en los procesos de enseñanza-aprendizaje, siendo el profesor y los estudiantes insumos. Consecuencia de lo anterior, para Torres, es que en su concepción de educación, “confluyen e interactúan insumos antes que personas” (Torres, 1999, 99). Así se afirma en La enseñanza superior: “las instituciones de nivel terciario deben contar con los insumos mínimos para que su desempeño tenga éxito: egresados de la escuela secundaria bien preparados, docentes competentes y motivados, e instalaciones con equipos y materiales esenciales para la enseñanza y la investigación”. De la correcta combinación de dichos “insumos”, según el texto, depende que se logre el “producto” esperado: un número elevado de estudiantes titulados, que constituyen el “suministro de graduados” que las instituciones del sector aportan al “mercado laboral” (Banco Mundial, 1995, 57, 67, 74).
147
competitiva, no sólo con los otros, sino con su propia vida, la cual pasa a ser
concebida al modo de una empresa, un “proyecto de vida”, un “plan estratégico”
de sí (Martínez, 2011, 58-60).
Señala Martínez: “Esta subjetividad como ‘empresario de sí mismo’ es el
soporte ontológico del enunciado ‘capital humano’ ”, el cual según él proviene
de los análisis neoliberales de la década del 7088. Agrega que la noción surge
por analogía con la acumulación física de capitales, haciendo alusión al
conjunto de competencias y creatividad de que dispone un individuo. Concluye
sosteniendo: “El énfasis en este ‘capital humano’ como aspecto central del
aumento de la productividad es el responsable de la constitución de una
relación entre educación y productividad empresarial, inherente a las
propuestas de educación superior contemporáneas” (Martínez, 2011, 98, 129).
Consecuencia de esto –indica Martínez– es que formar capital humano
sea equivalente a hacer inversiones educativas. Esto conlleva, entre otras
cosas, a identificar formación con capacitación, bajo el principio incuestionado
de que todas las competencias, habilidades y destrezas (teóricas o prácticas)
de este “sujeto competente y competitivo”, se dirigen hacia la producción de
riquezas, la que a su vez es condición del desarrollo.
Según Martínez, la exigencia de que la educación se oriente a la
formación de capital humano, conduce a que la universidad funcione “como
dispositivo de producción de productores”, lo que supone a su vez constituir al
sujeto como consumidor. Dentro de estos términos, se promueve que el sujeto,
como “empresario de sí mismo” sea, en todos los aspectos de su vida –
incluyendo las diversas formaciones (carreras)– un administrador de empresas.
88 El autor no indica a qué “análisis neoliberales” se refiere. Cabe advertir, en todo caso, que la formulación explícita del capital humano –y de la educación como inversión en el mismo– se remonta por lo menos a las década del 50 en Chicago, en los trabajos de Theodor Schultz, Gary Becker y Friedman. Recordemos que el artículo “La función del Estado en la educación”, de este último, es publicado en 1955, e incorporado como capítulo a Capitalismo y libertad (primera edición de 1962).
148
Entre las muchas consecuencias que esto tiene en el plano de la
subjetividad, el filósofo habla de una “captura de la vida misma para la
producción del capital”; es decir, que en su opinión las políticas de mercado,
aplicadas en concreto a las universidades, aprisionan a la vida humana,
reduciéndola en sus posibilidades (Martínez, 2011, 142)89.
Esta idea de que las reformas educativas neoliberales descansan en y
promueven una concepción antropológica estrecha, reduccionista (centrada en
el capital humano, en el sujeto como empresario), es común a los críticos
latinoamericanos. Carlos Ruiz, por ejemplo, indica que las políticas educativas
de mercado, se han instaurado en Chile bajo el supuesto de que los sujetos en
general, y en particular en sus relaciones educativas, son “átomos” cuyo
comportamiento es mecánicamente determinable en relación a intereses,
reductibles a la lógica costo-beneficio (Ruiz, 2010, 111)90.
Por su parte, también es compartida por los autores, la denuncia de que,
operando bajo las demandas de la formación del capital humano, la educación
universitaria se vuelve instrumental, promotora del individualismo y de la
competitividad.
Esto lo podemos graficar en César Germaná. El sociólogo peruano
sostiene que en la actualidad se promueve “el uso instrumental de la enseñanza
universitaria según las exigencias de la formación del ‘capital humano’ ”.
Manifestación de este “uso instrumental”, es para Germaná que la educación, y
en particular la que otorga la universidad, sea el terreno privilegiado para
89 En otros pasajes indica: “el dispositivo analizado captura cualquier actividad y cualquier potencia para declararlo ‘competencia’ ”; “en la actualidad, la educación superior colombiana termina subordinando las posibilidades ontológicas de creación a las exigencias innovadoras y empresariales del capital global” (Martínez, 2011, 160, 163). 90 Ruiz agrega que para que la educación –y en general la existencia humana en su conjunto– opere según la lógica costo-beneficio propia de los incentivos económicos, “se necesita (...) se despoje (...) a la vida humana, de toda conexión con un tejido social de tipo comunitario con normas éticas, religiosas o jurídicas que permiten que nos tratemos como personas con derechos y no como objetos para la venta en un mercado. En términos kantianos, se requiere que el ser humano carezca de toda dignidad intrínseca y se reduzca fundamentalmente a un precio de la economía” (Ruiz, 2010, 117).
149
fomentar “una cultura individualista”, “una cultura de la competencia”, en la que
el individuo se realiza en cuanto triunfa sobre los otros. Según el autor, la
formación universitaria, en cuanto se ha centrado en potenciar la razón
instrumental, ha promovido –o se ha hecho cómplice, al menos– de “la crisis
moral por la que estamos atravesando” (Germaná, 2002, 70, 72-73).
Más adelante veremos que la queja de que bajo los esquemas de
mercado la educación universitaria se torna unilateral, estrechamente centrada
en la formación de capital humano, se acompaña en los críticos por la exigencia
de que ella otorgue una “formación integral”, la que considere al ser humano en
su multiplicidad de dimensiones.
Para cerrar este apartado, indiquemos que dicho reclamo supone la idea
de que el sujeto y la vida humana, exceden el sentido estrechamente
económico que les da el neoliberalismo. Un ejemplo destacado de esto lo
presenta Arturo Andrés Roig, quien a propósito de la globalización neoliberal y
de la concepción antropológica que ella promueve, señala: “ningún orden social
dominante y, por lo tanto, ninguna cultura dominante agotan toda la práctica
humana, toda la energía humana y toda la intención humana” (Roig, 1998, 242).
Fragmentación de la comunidad académica
Según nuestros autores, la concepción economicista de la educación
presente en las políticas neoliberales, junto con reducir la formación
universitaria a inversión en capital humano, desarticula el carácter comunitario
que corresponde a la universidad. En opinión de los intelectuales críticos, esta
fragmentación es consecuencia de la concepción antropológica que promueven
las reformas, en su aplicación a los agentes que participan en la universidad de
los procesos de enseñanza y aprendizaje: esto es, los docentes y los
estudiantes.
150
Como señaláramos al comenzar este capítulo, entre los críticos
latinoamericanos hay quienes, a la vez que centran parte de su atención en la
concepción antropológica implicada en las propuestas de mercado, se ocupan
expresamente de advertir las consecuencias o efectos de éstas en la
constitución de la subjetividad. Entre los autores que mencionábamos, se
encuentra Carlos Ruiz, del que afirmábamos intenta establecer los rendimientos
en términos de “disciplinamiento social” de la antropología neoliberal.
En su trabajo sobre las ideas educativas en Chile, Ruiz inscribe la
imposición de la “racionalidad del mercado” al interior de las universidades, en
el proyecto de la dictadura militar, de acabar con la agitación política que tenía
lugar en las mismas. Según su exposición, a un primer período de intervención
violenta de las casas de estudio (con su respectiva “depuración” de los
académicos y estudiantes considerados peligrosos), sigue uno en que se
procura disciplinar a los universitarios mediante la imposición de una lógica
económica costo-eficiente.
En lo que respecta a los docentes, el filósofo indica que dicha lógica
apunta a convertirlos en “empleados que venden habilidades y destrezas en un
mercado de bienes y servicios, en el área privada”, cuyas remuneraciones
“quedan libres y sujetas al mercado”. Esto se acompaña, indica Ruiz, con el
intento de acabar con las organizaciones de los mismos, como los sindicatos
(Ruiz, 2010, 103, 107).
Y en lo que guarda relación con los estudiantes, el intelectual chileno
señala que el disciplinamiento tiene lugar por la imposición de una “racionalidad
económica costo-beneficio”, la que se cimienta sobre el cese de la gratuidad de
los estudios, además de la penalización de la actividad política (Ruiz, 2010,
104)91. En este punto parece cumplirse el sueño de Friedman y de los autores
91 Ruiz agrega que el disciplinamiento presente en la imposición de la lógica del mercado a la educación superior es intencionado. En sus palabras: “el modelo neoliberal del mercado no incluye este contenido disciplinar por azar. Es en su núcleo significativo mismo que el
151
de El ladrillo, según el cual, con la instauración de los pagos por el “servicio
educativo”, los estudiantes valorizarán la instrucción recibida, racionalizarán sus
tiempos y sus esfuerzos, dejando de existir –en términos de El ladrillo– “los
alumnos eternos y los que van a las universidades a ilustrar su holgazanería”.
Otra investigación que pone un énfasis particular en los efectos de las
políticas neoliberales en la constitución de los sujetos al interior de las
universidades, es la de Jorge Lora y María Recéndez. Parte importante de su
trabajo se consagra al estudio de las políticas de evaluación propuestas en las
reformas, y en sus consecuencias para el trabajo docente. Según el parecer de
los autores, tales políticas son el principal mecanismo con el que los
organismos internacionales (y los gobiernos y “expertos” que siguen sus
indicaciones) procuran instaurar el modelo de mercado en las universidades.
Las evaluaciones al trabajo de los profesores, en su opinión, operan
haciendo que el mismo se ajuste a criterios cuantificables, mediante los cuales
pueda ser medido y comparado, estableciendo pautas que permiten reconocer
con determinados incentivos (como mayores remuneraciones) a los individuos
que encabezan las tablas de medición.
Para los autores, esto conduce, al nivel de los académicos, a “la
excelencia de los recursos humanos centrada en la producción y
profesionalización”; al mismo tiempo, al fomento de la competencia y el
individualismo, imponiendo un “habitus” inédito a los agentes que realizan
actividades de docencia, investigación y extensión.
Por su parte, las políticas de evaluación se imponen, en las diversas
universidades y al interior de las distintas formaciones y disciplinas, de un modo
homogéneo y vertical, lo que obliga a los académicos, en opinión de Lora y
Recéndez, a adaptarse a las mismas. En sus palabras, “los
neoliberalismo es una política (...) que apunta precisamente a desmantelar (...) la economía política del Estado de bienestar” (Ruiz, 2010, 120).
152
docentes/investigadores deben adaptarse para competir entre ellos por
recursos; para alcanzarlos deben ser emprendedores, gestores, buscadores de
oportunidades, tomadores de decisiones, todas estas acciones les garantizarán
vía evaluación/estímulos el incremento de su salario” (Lora y Recéndez, 2009,
51)92.
Las políticas de mercado y en particular los mecanismos de evaluación, a
la vez que producen una precarización del trabajo de los académicos (dada la
inestabilidad laboral que supone verse como el vendedor de un servicio, sin
condiciones laborales seguras), reposan, en opinión de Lora y Recéndez, en
una errónea comprensión de la labor de los mismos y de la importancia que
ésta reporta para la sociedad. Indican que, bajo los requerimientos de las
evaluaciones, se origina una “alienación de los intelectuales”, dado que para
prosperar en el escenario actual, como veíamos, deben amoldarse a las
condiciones imperantes. Los docentes, según los autores, tienden a volverse
acríticos, con lo que la sociedad pierde el aporte de los mismos a la discusión y
reflexión sobre temas de interés público.
Para Lora y Recéndez, una de las áreas donde mejor se manifiestan los
problemas de concepción de las políticas de evaluación y sus correspondientes
consecuencias, es la enseñanza, la que según ellos es descuidada por las
exigencias burocráticas de las evaluaciones, como la de otorgar rendimientos
mensurables en una labor que, según ellos, trasciende toda medición. Así lo
expresan: “La docencia es una actividad que produce bienes simbólicos de
carácter cualitativo que no se materializan en un producto inmediato. Al situarse
en el campo de lo simbólico, la formación de un sujeto social no tiene resultados
concretos” (Lora y Recéndez, 2009, 236).
92 Nos encontramos aquí con otro sueño de la educación neoliberal, el que veíamos expresado por Hayek: que el trabajo docente opere como una instancia competitiva, bajo el entendido de que la competencia entre académicos es el camino idóneo para la conquista de nuevos conocimientos.
153
Como hemos visto hasta acá, en opinión de los autores críticos, la
implantación de la lógica del mercado a las universidades, supone una
redefinición de los roles de estudiantes y profesores: los primeros pasan a ser
consumidores que acceden a un servicio que, como todo bien, debe ser
pagado; los segundos se constituyen en eventuales prestadores de servicios
académicos, en condiciones laborales precarias y bajo normativas que tienden
a homogeneizar sus labores, y a hacerlas responder a criterios de
mensurabilidad.
Esta representación de lo que son los educandos y los académicos, y de
las relaciones que cabe esperar entre ellos, es fuertemente rechazada por los
críticos latinoamericanos. Una de las aristas de esta desaprobación –
justamente a la que queríamos llegar en este apartado– es que al alero de
dicha representación, la universidad pierde el carácter de comunidad que le es
propio. Así lo establece Jorge Secada: “La universidad es una comunidad
académica, una comunidad de alumnos y profesores. Los profesores no son
meros empleados y los alumnos no son principalmente clientes” (Secada, 2002,
53).
Entender a la universidad como una institución comunitaria, es uno de los
puntos compartidos desde donde los críticos enjuician la imposición del modelo
de mercado93. Por una parte, éste identifica al estudiante con un comprador,
concernido por la obtención de un título que lo habilite para triunfar en el
mercado (un diploma que dé cuenta de su capital humano acumulado); con
93 Este carácter comunitario es formulado por muchos de los autores aquí consignados. Para Luis Scherz, por ejemplo, la universidad debe ser una “comunidad fraterna”, en la que no tienen lugar relaciones de sumisión a la autoridad, y donde por el contrario, entre profesores y estudiantes sólo hay diferencias dúctiles y graduales; y en la cual todos sus miembros, en cuanto participan de la realización de una labor común, son educandos (Scherz, 2005, 194-195, 215). La índole comunitaria de la institución también es señalada por Jorge Millas, quien criticó las políticas de mercado, en base a lo que denominó ya en 1962 (en un artículo titulado “La Universidad: su esencia y su reforma”) la “idea” (o “idea absoluta”) de la universidad: “Lo que la universidad no puede dejar de ser como tal, es una comunidad de maestros y de discípulos destinada a la transmisión y al progreso del saber superior” (Millas, 1981, 27).
154
alguien, por tanto, ligado a muy corto plazo con la casa de estudios. El docente,
a su vez, es visto como un vendedor esporádico de servicios educativos, que
además debe subordinarse a la conducción de administradores o gerentes que
hacen funcionar a la institución competitivamente.
Contra esto, Roque Carrión señala que los profesores y los estudiantes
deben entenderse como los protagonistas de la “comunidad universitaria”, y no
como agentes ligados accidentalmente a la misma (Carrión, 2002, 46).
Y en lo que respecta a la precarización de la labor docente promovida
por las reformas, Jorge Secada apunta que se requiere que la universidad sea
conducida por los académicos, los que se pueden servir para este menester del
aporte de administradores y empresarios. El filósofo peruano indica además
que se debe frenar la tendencia de pagar a los profesores por dictar tal o cual
curso (profesor hora), argumentando que la separación entre docencia e
investigación conduce inevitablemente a un empobrecimiento de la enseñanza
y de la universidad como institución educativa (Secada, 2002, 51, 53).
El alegato de los intelectuales críticos se puede resumir en la demanda
expresada por Lora y Recéndez, de valorar el trabajo docente, mejorando las
condiciones laborales de los académicos mediante las contrataciones vitalicias,
el incremento de las jornadas completas y una asignación de cursos que
permita a los profesores investigar (Lora y Recéndez, 2009, 256, 260).
Educación para la sumisión
Para los críticos latinoamericanos, la concepción economicista de la
educación que subyace a las reformas neoliberales, a la vez que reduce el paso
por la universidad a una inversión en capital humano –centrándose por tanto en
la preparación para las profesiones– y desintegra el carácter comunitario de la
institución, hace que la formación que ella ofrece sea sumamente estrecha.
Esta estrechez, en opinión de los autores, conduce a que la formación
155
universitaria fomente disposiciones de adaptación a la sociedad de mercado,
obstaculizando o inhibiendo la capacidad de criticar o disentir ante la misma.
Lora y Recéndez, por ejemplo, sostienen que en la actualidad la
universidad se funcionaliza en torno a la formación de un “nuevo sujeto
universitario”, al cual califican de diversas maneras en su investigación: “homo
economicus”, “hombre máquina”, “comprador de diplomas” (designación tomada
de Marcela Mollis), entre otras. Indican, a la vez, que la formación que compete
a esta nueva modulación de la subjetividad es, más que una verdadera
educación, una “domesticación mecánica”, de la que el educando no es tanto
sujeto como objeto94.
Un enjuiciamiento similar lo encontramos en Marcela Mollis. Para la
pedagoga argentina, las reformas neoliberales han provocado una
“desnaturalización” de los saberes universitarios, los que se convierten en
“conocimientos mercantilizados”. Esta alteración en el orden epistémico es
correlativa, en opinión de la autora, con la transformación del “ethos” que
orienta la preparación para las profesiones que, según ella, corresponde a la
“idea” o “identidad” de la universidad pública latinoamericana, tal como se ha
constituido con anterioridad a las denominadas modernizaciones.
Dicho cambio de “ethos”, sostiene Mollis, se caracteriza por el tránsito
desde una formación profesional de orientación pública –que tiene por referente
el bienestar de la nación– hacia la configuración de un “ethos” corporativo,
delineado por los requisitos del mercado, y por la necesidad consiguiente de
formar en la “racionalidad instrumental y eficiente para el desempeño de las
profesiones en las corporaciones privadas” (Mollis, 2003b, 204, 207).
En la misma perspectiva se encuentra el parecer de Rojas Mix frente a la
“universidad-empresa”, modalidad institucional que según él corresponde al
94 Respecto de las modernizaciones neoliberales en la universidad, afirman: “Lo que se tiene con la aplicación de estas políticas, es el desplazamiento y el desvío de la educación, de una formación humanística integral a la domesticación mecánica denigrando a la persona como valor esencial” (Lora y Recéndez, 2009, 84).
156
modelo educativo neoliberal. Para quienes defienden esta representación de lo
educativo, afirma el autor, el campo de la enseñanza superior debe regirse por
los criterios de la competitividad, los que dan una nueva orientación a los
programas y planes de estudio.
Consecuencia de la imposición de tales pautas, para Rojas Mix, es que
se promueva el “profesionalismo competitivo”. Éste supone no sólo considerar
al alumno como un cliente y a las universidades como “escuelas profesionales”,
sino a su vez dejar de lado el carácter humanístico y social de la formación
universitaria, su papel democratizador y cultural, y su contribución a la
construcción del país. Se trata, pues, de una preparación profesional que, en
tanto que dota al individuo de las herramientas para triunfar en la competencia
contra los demás, “rompe las pasarelas de la solidaridad y puede conducir a la
formación de conductas depredadoras” (Rojas Mix, 2006, 202)95.
Para los críticos latinoamericanos, la formación de este nuevo sujeto
universitario –la que, veíamos, se corresponde para ellos más con la
domesticación que con la educación, se guía por criterios de competitividad,
configurando a un profesional indolente– tiene como complemento la
instauración de una nueva modalidad de docente y de la relación de
enseñanza-aprendizaje que se establece entre éste y el educando.
Esto es desarrollado por Roque Carrión, quien propone la distinción entre
el “profesor” y el “burócrata enseñante”. Éste, para el filósofo peruano, es el
docente propio de las entidades que se hacen llamar universidades, pero que
en estricto rigor son “escuelas profesionales”, que se han expandido y
masificado en su país y en América Latina como “empresas educativas con
95 Luis Scherz coincide con la opinión de que, operando bajo los valores de “el individualismo y la competición”, la “universidad-empresa” predispone al sujeto a cierta indiferencia frente a lo que sucede con los demás. En sus palabras, dicha universidad “forma instrumentos humanos o recursos humanos al servicio del poder”; y aun más, se constituye en “la formadora de expertos neutrales frente a la miseria humana” (Scherz, 2005, 59, 145).
157
fines de lucro”; instituciones, en su parecer, no comprometidas con la sociedad
y sujetas a las exigencias y vaivenes del mercado.
La diferencia entre ambos tipos de educadores, sostiene Carrión, tiene
lugar por el posicionamiento que establecen respecto del conocimiento a ser
enseñado, y por la relación que en el ejercicio de enseñanza entablan con el
educando. En sus palabras: “Mientras que el primero [el burócrata enseñante]
reduce su acción a una transmisión del conocimiento reiterativa, consolidada
como un dato positivo y acrítico desarrollada en el contexto de una relación
humana plana y artificialmente jerarquizada, el profesor despliega una actividad
crítica, renovadora y sometiendo siempre a prueba sus propias certezas,
enseñando, de esta forma, a pensar” (Carrión, 2002, 40).
Si bien en el texto referido Carrión no refiere a Paulo Freire, en la
distinción que instala se encuentran las notas principales con las que el
pedagogo brasileño distingue las concepciones “bancaria” y “problematizadora”
de la educación.
La primera, para Freire, consiste, como la labor del “burócrata
enseñante”, en una transmisión jerárquica y vertical de contenidos acabados,
ante la que al educando le cabe una recepción pasiva y acrítica de los mismos.
Por el contrario, la concepción problematizadora (que para Freire es la
propiamente educativa, la que se condice con la exigencia de la educación
como práctica de la libertad), supone a un educador que, al modo del “profesor”
de Carrión, relativiza sus propias certezas, contribuyendo a que el educando –
en un proceso de colaboración con sus pares y con el docente– construya o
encuentre su verdad (Freire, 2007, Capítulo II).
La sospecha de que la reforma neoliberal supone la instauración o el
fortalecimiento de determinadas modalidades de enseñanza-aprendizaje, que
158
creemos se pueden inscribir en las prácticas de la concepción bancaria de la
educación descrita por Freire, se encuentra también en Rosa María Torres 96.
Como hemos indicado al referir el artículo de la pedagoga ecuatoriana
dedicado a las estrategias educativas del Banco Mundial, Torres se detiene en
las recomendaciones del mismo para la enseñanza básica, pues el supuesto
del Banco es que la reforma a este nivel asegura la contribución de la
educación a la superación de la pobreza en los países en desarrollo. Por ello es
que, según Torres, el modelo educativo del Banco es sobre todo escolar, lo que
podemos interpretar como que sus recomendaciones para el sector primario
son extrapolables o transferibles –si bien con las debidas precauciones– al nivel
secundario y superior.
Pues bien, refiriendo las recomendaciones del Banco para la enseñanza
básica, la autora afirma: “La reducción de educación a contenidos (la
enseñanza como información a transmitirse y el aprendizaje como información a
asimilarse) es la que subyace a la concepción tradicional, transmisiva y
‘bancaria’ de la educación, y es coherente con la noción de ‘calidad de la
educación’ como ‘rendimiento escolar’ ” (Torres, 1999, 100).
Como podemos ver, la denuncia que hace Torres respecto del ideario
educativo del Banco, es coherente con el juicio de Carrión, según el cual las
reformas neoliberales en la universidad han conducido a la instauración de
determinadas prácticas docentes, en las que lo importante es la transmisión y
asimilación de contenidos, y no la discusión abierta y crítica de los mismos.
96 Por la familiaridad de las expresiones de Carrión y Torres con las de Freire (a quien por cierto no mencionan), nos ha parecido oportuno vincular sus puntos de vista con los de éste. Podríamos, evidentemente, asociarlos a otros autores, por ejemplo Jacques Rancière. Éste contrapone la enseñanza tradicional (basada en la explicación y la transmisión, en la que la comprensión del estudiante se da por la asimilación de lo transmitido) y la enseñanza emancipatoria (en la que el estudiante aprende por la fuerza de su propia voluntad e inteligencia, sin maestro explicador). A la primera, Rancière la denomina también “embrutecimiento”, la que es obrada por un “maestro embrutecedor”, cuya lección es que para aprender, el estudiante depende de su explicación. A la segunda le da el nombre “emancipación”; aquí el “maestro emancipador” enseña al estudiante que no tiene nada que enseñarle, salvo que él puede aprender por sí mismo (Rancière, 2007).
159
Dichas modalidades de enseñanza-aprendizaje son –tal parece ser la opinión
del filósofo peruano– las que corresponden a las universidades (que él prefiere
llamar “escuelas profesionales”) que han proliferado en las últimas décadas en
la región, y que forman a individuos competitivos, emprendedores, funcionales
al mercado.
Otro aspecto digno de mención del diagnóstico de la educación que
otorgan las universidades funcionando según las leyes del mercado en los
críticos latinoamericanos, hace relación a la perpetuación y consolidación de la
desigualdad social tan presente en nuestros países; desigualdad que se
expresa con claridad en la calidad y tipos de formación a los que acceden los
sujetos según su condición económica de base.
A este respecto, Carlos Iván Degregori y Pablo Sandoval sostienen que,
tal como han sido aplicadas las reformas neoliberales en el Perú –es decir,
sobre un sistema de dominación de clases que cruza toda la historia nacional–,
lo que han logrado es reforzar la brecha de la calidad educativa según los
recursos económicos que poseen los estudiantes y sus familias97.
Evidentemente, el juicio de que la instauración del mercado como ente
coordinador de las instituciones educativas, profundiza la desigualdad social (la
que se sustenta, además, en la diferencia de las formaciones que reciben los
sujetos en base a su situación económica), se encuentra en las antípodas de la
predicción neoliberal.
Para ésta, tal como la formula Friedman, el único modo de superar la
desigualdad educativa y económica que supone un régimen universitario
financiado públicamente –del que sólo se favorecen los sectores sociales
privilegiados– es la instauración de un sistema competitivo y pagado en buena 97 Así lo declaran los antropólogos peruanos: “En suma, el neoliberalismo aplicado ‘a la peruana’, lo que en realidad logró fue potenciar (y de cierta manera institucionalizar) un sistema de dominación y desigualdad educativa ya existente en el que los que más recursos tienen son los que reciben una mejor preparación universitaria, claro está, en el circuito de las universidades privadas” (Degregori y Sandoval, 2009, 48-49).
160
medida por los estudiantes. El supuesto de este pronóstico, como sabemos, es
que la competencia elevará la calidad del sector en su conjunto, y por lo tanto
de la formación que otorgan las instituciones individualmente, mejorando y
equiparando con ello el capital humano de los individuos.
Las opiniones de Adriana Puiggrós nos pueden servir para cerrar esta
revisión del parecer de los intelectuales críticos sobre los efectos de las
reformas neoliberales en el plano de la formación que otorgan las casas de
estudios superiores.
Según la autora argentina, el proyecto educativo del neoliberalismo
consiste, a la par que en una “reducción economicista de la educación”, en un
programa profundamente conservador, destinado al fortalecimiento del discurso
educativo dominante, dictado por los organismos internacionales a los países
latinoamericanos.
La consolidación de dicho discurso apunta, a los ojos de Puiggrós, entre
otras cosas, a perpetuar determinadas modalidades de la subjetividad, e
impedir el surgimiento de nuevos sujetos, con mayor capacidad de criticar y
transformar lo dado. Como lo sostiene la autora, esto contribuye a “garantizar
nuestra incapacidad futura”, impidiendo la emergencia, en América Latina, de
“una masa crítica de hombres y mujeres educados para generar una sociedad y
una cultura productivas y realmente autónomas”98.
La consecuencia imperiosa de este estado de cosas, para Puiggrós, es la
preservación de la dominación de las potencias –concretamente Estados
Unidos– que, secundadas por los organismos financieros internacionales,
98 Conviene citar completo el pasaje comentado, el que da cuenta de las graves consecuencias que para la pedagoga tienen las políticas educativas neoliberales en el plano de la subjetividad: “La población latinoamericana fue colocada a la zaga de la historia, expoliada no sólo económica sino también culturalmente. La política de destrucción del sistema de educación pública (incluidas las universidades nacionales) es una forma de garantizar nuestra incapacidad futura. Una mirada prospectiva podría asegurar que, por muchas décadas, América latina carecerá de una masa crítica de hombres y mujeres educados para generar una sociedad y una cultura productivas y realmente autónomas, pues la mayoría de los ciudadanos carecerá de la más elemental posibilidad de participación en la producción y uso de la cultura en la cual vivirá” (Puiggrós, 1994, 285).
161
lideran el proceso globalizador, consagrándose la subordinación de nuestros
pueblos a las directrices económicas y políticas de aquéllas (Puiggrós, 1994,
279, 281).
Al rescate de una educación emancipadora, crítica e integral
La evaluación de los perjuicios relativos a la implementación de las
políticas neoliberales en las universidades latinoamericanas, va acompañada en
nuestros autores, por una defensa de lo que, según ellos, es (o debe ser) la
formación que ofrecen las instituciones.
Así, si el diagnóstico es que bajo una consideración de la educación
estrechamente economicista, se restringe la educación universitaria a inversión
en capital humano –generando la desarticulación de la comunidad académica y
preparando a los sujetos para una inserción acomodaticia en la sociedad de
mercado–, la propuesta consistirá en que la universidad se aboque a una
formación que considere al sujeto en su multiplicidad de dimensiones, que sea
crítica y tendiente a promover la construcción de una comunidad inclusiva,
plural y democrática.
Ciertamente, una apuesta teórica de este tipo supone un posicionamiento
por parte de los intelectuales críticos. Como lo señala César Germaná, se trata
de abogar por las “exigencias normativas que van más allá del orden
actualmente imperante”. Por lo tanto, si bajo los parámetros del mercado la
universidad se centra en una formación que restringe la libertad y las
posibilidades de edificar un orden social justo, ella, como lo señala el sociólogo
peruano, “tiene que plantearse como meta posibilitar que la ciencia y la
tecnología contribuyan a esa real liberación” (Germaná, 2002, 77).
El planteamiento de que a la universidad le compete un rol emancipatorio
está presente también en Jaime Ornelas, para quien el nivel universitario
constituye una “contracultura que resiste a la dominación”, resistencia que tiene
162
lugar cuando la universidad se constituye en la “conciencia crítica de la
sociedad” (Ornelas, 2007).
Un punto de vista similar lo encontramos en Luis Scherz. Éste afirma que
la institución tiene una tarea de “liberación de las energías espirituales y
creativas del hombre”, por lo que le cabe desempeñar un “papel paradigmático”
en los procesos de emancipación humana, contribuyendo a su realización
mediante la crítica de los poderes que enajenan nuestra vida (Scherz, 2005,
197, 223).
El rol emancipatorio que según los autores cabe a las casas de estudios
superiores, se resume en la exigencia, expresada por Jorge Martínez, de
superar la “domesticación” que tiene lugar en una educación para la obediencia
y la productividad. Se trata, en términos del colombiano, de “formar para la
libertad”, tarea que precisa, en sus palabras, el planteo de “una alternativa para
hacer posible un nuevo modo de la subjetividad, desde una comprensión
distinta del sujeto y de su formación para la vida” (Martínez, 2011, 156).
Según lo veíamos en el apartado anterior, para algunos de los críticos, la
formación ofrecida por las universidades operando como empresas compitiendo
en un mercado, tiene como una de sus notas características, la adopción de
determinadas relaciones de enseñanza-aprendizaje. Éstas se caracterizan,
acorde señalamos, por la transmisión de contenidos, en un vínculo pedagógico
vertical, en el que el profesor sabe y enseña, y el estudiante, quien prescinde de
conocimientos, los recibe ya elaborados por el docente.
Indicábamos también que semejantes modalidades pedagógicas
tenderían –tal nos pareció la interpretación de Roque Carrión– a formar sujetos
aptos para el triunfo competitivo en el mercado, pero precariamente capacitados
en sus posibilidades de criticar la sociedad y el sistema de mercado.
Las mencionadas prácticas de enseñanza-aprendizaje, para el peruano,
son propias de instituciones que más que universidades, cabe denominar
163
“escuelas profesionales”, en las que el educador opera como un “burócrata
enseñante”.
Contra ello, Carrión afirma que la docencia estrictamente universitaria “es
un aprendizaje desquiciador que descentra el mundo del estudiante que
desvela y cuestiona todas las certezas transmitidas y asumidas acríticamente”.
Dada la radicalidad y profundidad de dicho cuestionamiento, en opinión del
filósofo, la instrucción universitaria “altera el ritmo de la vida misma”, por lo que
la difícil y lenta tarea de aprender y enseñar, requiere un ambiente apropiado,
de respeto y encuentro entre estudiantes y profesores, es decir, una comunidad
(Carrión, 2002, 38).
Este “aprendizaje desquiciador” del que habla Carrión, se emparenta con
la “sabiduría de la duda” que según Rojas Mix, debe tener por cometido la
formación universitaria99. Dicha sabiduría, señala el autor, es el resultado del
ejercicio del pensamiento crítico, el que conduce al sujeto a cuestionar “la
soberbia del individualismo”, a dudar “que él sea la medida de todas las cosas”.
Estos cuestionamientos, en opinión de Rojas Mix, fungen de condición para el
reconocimiento y encuentro con el otro, el respeto por la democracia, la
solidaridad ciudadana, los derechos humanos, la multiculturalidad, y el medio
ambiente (Rojas Mix, 2006, 204).
De lo señalado previamente, queda claro que para nuestros autores, lo
opuesto a la enseñanza vertical, transmisiva y repetitiva de la universidad-
empresa, es una formación que tenga como centro la crítica.
Esto es formulado por Arturo Andrés Roig, quien sostiene que ante los
desafíos de la globalización neoliberal, las universidades latinoamericanas
deben seguir velando por “la salud moral de la nación”. Indica que una de las
prácticas que contribuyen a ello es precisamente la crítica. Ésta, según el
filósofo, es requisito indispensable para que la casa de altos estudios sea una
99 También lo podemos vincular con la indicación de Germaná, de que la universidad eduque “para la autonomía. No se trata sólo de proporcionar información a los alumnos, sino de trabajar con ellos para que puedan reflexionar por sí mismos” (Germaná, 2002, 73).
164
“institución moral”, en la que la “formación de ciudadanos” supere la estrechez
de la “moral del egoísmo racional” promovida por el neoliberalismo. Sólo así,
apunta Roig, la universidad podrá continuar haciendo un aporte significativo en
“la construcción y proyección de ideas reguladoras” (Roig, 1998, 248-249, 251).
La exigencia de que la universidad supere lo limitado de una educación
ajustada a los requerimientos del capital humano, se traduce, en los
intelectuales críticos, en la demanda por una formación que, considerando al
sujeto de una manera compleja e integral, lo posibilite como un agente
socialmente responsable.
Jorge Secada, por ejemplo, expresa esto como la necesidad de que la
universidad contribuya a la “formación intelectual y moral” de los educandos. En
sus palabras: “facilitar el tránsito a la madurez ciudadana, o, en otros términos,
formar agentes morales, mentes críticas y responsables, es parte crucial de la
educación universitaria” (Secada, 2012, 50).
Un llamado análogo lo vemos en Jorge Lora y María Recéndez, quienes
oponen al modelo universitario neoliberal, y a sus limitaciones y defectos, uno
emancipador. Un componente importante de este modelo, según los autores, es
que en el proceso educativo correspondiente al nivel superior, se dignifique a
las personas y se impulse el desarrollo de todas sus potencialidades, para lo
cual es necesario, como indican, “contemplar todas las acciones humanas:
individual, social, política y económica” (Lora y Recéndez, 2009, 256).
La exigencia de una formación universitaria integral, que supere las
limitaciones de la educación individualista promovida por las políticas
neoliberales, implica, a su vez que un posicionamiento –como señaláramos más
arriba– por lo que debe ser dicha formación y su contribución a los procesos de
emancipación, un pronunciamiento respecto de lo que es el sujeto en general, y
específicamente el que accede al nivel universitario. O para decirlo de otro
modo, si los autores sostienen que la educación universitaria debe emancipar o
165
dignificar al sujeto, ello supone una comprensión previa de lo que éste es, y de
lo que lo dignifica y lo libera.
Por cierto que sería un despropósito identificar a todos los autores aquí
comentados con la misma interpretación antropológica. En efecto, en los textos
revisados, dicha interpretación no se encuentra siempre explícita o tematizada,
por lo que en muchos casos debemos inferirla. Por su parte, entre los
intelectuales que sí se expresan al respecto, hay uno que se detiene
intencionada y extensamente a señalar y describir la comprensión de sujeto
desde la que critica la formación universitaria relativa a las modernizaciones del
mercado: Luis Scherz.
El sociólogo, según indicáramos con anterioridad, afirma la estrecha
relación entre lo que se espera de la educación en sus diversos niveles y el
“planteamiento de una concepción de la persona humana”, y se posiciona
desde lo que denomina “una idea clásica del ser humano”. En dicha
representación, dice Scherz, lo propio y característico del “ser humano” es
construirse a sí mismo, desarrollarse y actuar en pos de su realización.
Conforme a esta concepción de sujeto, la educación es, para nuestro autor, el
proceso de “sacar de la materia prima humana la perfección que en ella se
esconde. Es actualizar potencias”.
Esta actualización de potencias, que en la óptica de Scherz define a la
educación, no se cumple para él a espaldas o con prescindencia de la
comunidad humana en que la vida del individuo tiene lugar, pues éste, más que
un átomo ligado accidentalmente a los demás, es un “zoon politikon”, un “animal
político” que, mediante el lenguaje y la razón, construye junto a otros la
sociedad en que vive. Ésta, a su vez, debe tender a realizarse como una
comunidad política de personas iguales y libres, asociadas por las aspiraciones
de una vida buena. Sólo en una vida común de este tipo –tal parece indicar el
autor– se logra el despliegue pleno del individuo (Scherz, 2005, 211-212).
166
En base a la referida interpretación antropológica y del proceso educativo
en general, Scherz sostiene que la formación universitaria es un bien que la
sociedad debe al sujeto, y que la misma –más que constituir un lujo accesible a
unos pocos, o una inversión personal para la obtención de mayores recursos
económicos– representa “el derecho a la educación hasta su máximo nivel”.
Este conducir la educación hasta su máxima altura, no consiste para el
intelectual chileno únicamente en la actualización de la autoconstrucción
personal, sino que corresponde al derecho de “la humanidad” a forjarse a sí
misma, que es, según Scherz, el sentido o finalidad de la vida humana, para el
cual los recursos económicos no son más que medios. Dicha autoconstrucción,
además, se da en un proceso indeterminado y siempre abierto, en el que se
expresa la libertad (Scherz, 2005, 59,61).
La universidad es para Scherz, por tanto, “el centro mismo de la
humanización sistemática del hombre”; y dado que éste es una realidad
compleja, abierta y libre, la formación que ella otorga debe considerarlo en la
multiplicidad de sus dimensiones.
Así lo expresa nuestro autor: “En este plano superior de formación no se
desea que la persona sea arrastrada por un adiestramiento profesional sin
contrapeso que la lleve a estructurarse de manera unilateral. No se busca sólo
un hombre teorético, ni económico, ni técnico (...) No se requiere un hombre
que sea solo una parte de sus potencialidades. Se apunta a una persona
integral, donde la especialidad se integre en un contexto amplio y humano”.
Únicamente de este modo, concluye, se logrará conmover su sensibilidad, para
que éste sea generoso, agente activo de una cultura comunitaria (Scherz, 2005,
213, 214).
La exhortación de Scherz a recuperar o hacer que tenga lugar una
formación universitaria que, reparando en la complejidad que define al sujeto, lo
predisponga a actuar como agente activo en la construcción de lo social, se
167
corresponde con la propuesta de Marcela Mollis, de superar la situación
universitaria que en la región han generado las reformas neoliberales.
En su opinión, las transformaciones de las últimas décadas han tenido
como referente de la educación superior, al “homo economicus” y al “comprador
de diplomas”; es decir, a un sujeto que, concernido por una preparación para
triunfar en el mercado laboral, consume “conocimientos mercantilizados”. El
resultado de esto, para Mollis, es que se descuidan aspectos fundamentales de
la formación universitaria, como disponer a las generaciones jóvenes a la
construcción de la democracia, la justicia y la equidad.
A este “reinado del cortoplacismo”, la intelectual argentina opone una
“utopía pos-neoliberal”, una proyección de lo que han de ser las “universidades
que sobrevivan” a la extinción que a su juicio es llevada a cabo por las
modernizaciones. Dicha supervivencia requiere, entre otras cosas, la adopción
de currículos integrados e interdisciplinarios, que fomenten en los educandos
cierta sensibilidad hacia la pluralidad y el “otro”.
Un aspecto complementario, que Mollis considera indispensable para la
pervivencia de las universidades, es la superación del concepto de calidad que
ha justificado la imposición de las lógicas de mercado; es decir, una calidad que
tiene por parámetro el funcionamiento de las empresas privadas, y como
criterio, las categorías de costo y beneficio. Contra ello, estima necesario
“recuperar el significado social, ético y humanista de la calidad educativa”.
Dicha recuperación, concluye, es el requisito para que la universidad
restablezca su rol de preparación de ciudadanos y reactualice su función crítica,
tareas que según ella han sido negadas por el mercado (Mollis, 2003a, 14;
2003b, 212).
Para completar esta revisión panorámica de las propuestas de los
críticos latinoamericanos, de rescatar la formación universitaria frente al
angostamiento de las prescripciones del mercado, indiquemos que, pese a lo
168
que pudiera parecernos en una primera aproximación, los autores no niegan la
importancia de la formación profesional que otorgan las casas de estudios
superiores, sino que discuten que la enseñanza universitaria se reduzca a la
misma.
Franz Hinkelammert constituye una buena ejemplificación de este punto.
En oposición a las demandas de reducir la educación (particularmente la
universitaria) a producción de capital humano –lo que indica va aparejado al
proyecto de considerar como cultura únicamente a lo que contribuye al
perfeccionamiento de dicho capital–, afirma la necesidad de recuperar el rol
cultural de la institución, consistente en formular y desarrollar nuestra cultura.
En lo que hace relación con los desafíos de la actual globalización
neoliberal, el autor afirma que dicha tarea se traduce en “la promoción de una
cultura de la responsabilidad, basada en una cultura de la esperanza”.
Responsabilidad y esperanza son, a juicio de Hinkelammert, las respuestas
necesarias para hacer frente a la irresponsabilidad que supone la globalización,
como estrategia de acumulación de capital, la que requiere que incluso la vida
humana y la naturaleza –condición de posibilidad de aquélla– se conviertan en
ámbitos de inversión.
Sobre el propósito de acumulación irrestricta de capital como proyecto
irresponsable, sostiene: “esta estrategia de la irresponsabilidad necesita seres
humanos tan irresponsables como la propia estrategia lo es. En el grado, en el
cual logra reducir al ser humano a capital humano, logra inculcar al ser humano
esta irresponsabilidad necesaria para poder seguir con la estrategia”
(Hinkelammert, 2005).
Para Hinkelammert, de triunfar el proyecto de la globalización –el que en
su interpretación implica convertir al sujeto en un agente preocupado
exclusivamente de su incremento económico personal, a expensas de los
demás y de la naturaleza– nos encontraríamos ad portas de la destrucción no
sólo de la cultura occidental, sino de la vida humana misma. Esta destrucción
169
tendría lugar, por una parte, por la pérdida de sentido de nuestra vida en el
“crecimiento económico sin destino”100; y por otra, en la acepción más elemental
de hacerse inviable su reproducción.
Es a la luz de estos desafíos que se precisa, para el economista,
recuperar la “tradición de la universidad humanista occidental”, la que en su
opinión ha sido socavada por los requerimientos de la formación del capital
humano. Dicho rescate es la condición, señala Hinkelammert, para que la
institución de enseñanza superior ejerza su papel de creadora de una cultura,
que en la hora actual, además de la esperanza y la responsabilidad, debe serlo
de la crítica y la resistencia, ante los poderes que dirigen la globalización
neoliberal.
Es en el contexto de la universidad así entendida, que el autor inscribe el
sentido de la formación profesional que le compete otorgar. No se trata, pues,
de una preparación para que el sujeto triunfe en la competitividad, sino de una
que le permita ejercer una profesión responsablemente, reconociéndose como
miembro integrante y creador comprometido de la cultura en que vive
(Hinkelammert, 2005)101.
También Jorge Secada ha discutido el papel que le compete a las casas
de estudios superiores frente a la formación profesional. En su abordaje de la 100 Respecto del potencial triunfo de este acrecentamiento económico abandonado a su propia suerte y de la crisis de sentido aparejada, nuestro autor señala: “Aparece entonces el problema de la pérdida del sentido de la vida, que no tiene solución por el simple hecho de que la vida del capital humano no tiene sentido, el sentido de la vida es vivirla, pero el capital humano no vive su vida. Vive la vida del capital, que carece por sí de un sentido propio”. 101 En términos de Hinkelammert: “la universidad tiene que formar profesionales capaces de desempeñarse en sus profesiones respectivas. Pero esta formación la universidad debe insertarla en una participación en la creación de una cultura, cuyo sentido va más allá de la capacitación para el ejercicio de una función, y tiene que ser una formación a partir de la creación de esta cultura”. Puntos de vista similares los encontramos en Miguel Rojas Mix y en Marcela Mollis. El primero sostiene que, como resultado de la formación integral que ha de otorgar la universidad, el profesional no sólo debe “ejercer una profesión competentemente”, sino también “sentir los compromisos de solidaridad con la sociedad en que vive” (Rojas Mix, 2006, 205, 207). Mollis, por su parte, estima que es responsabilidad de la universidad “Formar profesionales independientes y creativos como ciudadanos activos y futura dirigencia, ayudar a construir el disenso epistemológico, convertir al pensamiento único en una pluralidad de pensamientos”, etc. (Mollis, 2003b, 211).
170
universidad como institución educativa, sostiene que ella “educa y capacita” a
los estudiantes incorporándolos a los procesos creativos tanto intelectuales
como profesionales. Sin embargo, sostiene que la finalidad de la educación
universitaria no puede ser la capacitación profesional, y que considerarla así es
tremendamente perjudicial, pues conduce a la “destrucción” de la universidad, y
al deterioro cultural e intelectual de la sociedad.
A su modo de ver, la capacitación es tarea propia de los centros
laborales y de las empresas, los que deben otorgar las debidas herramientas
técnicas en la fase inicial del trabajo. Por el contrario, para el filósofo peruano la
universidad asegura, como consecuencia de su formación, que los sujetos sean
“capacitables laboralmente”. La universidad es, según indica, una “institución
formativa de personas instruidas, de inteligencia cultivada, con capacidad
crítica, disciplina intelectual y moral, y hábitos de concentración y trabajo,
personas que rendirán productivamente en la vida del país y en cualquier
empresa” (Secada, 2002, 51, 54, 55).
Es sugerente la perspectiva de Secada, la que se puede interpretar como
una disquisición respecto de los fines de la formación universitaria: si ésta tiene
por objeto principal o único la empleabilidad, se desvirtúa, poniendo en riesgo la
pervivencia de la universidad, y restando a la comunidad el aporte crítico de la
misma. Por el contrario, si su cometido primordial es una formación de carácter
cultural, dará como un subproducto –acaso espontáneamente– gente óptima
para el trabajo.
171
Capítulo 3 La universidad en peligro
La destrucción de la universidad
Revisaremos ahora la consecuencia última que, en opinión de los críticos
latinoamericanos, tiene la implantación de las lógicas de mercado en el campo
de la educación superior; esto es, que fundándose en una concepción
economicista –para la cual el paso por la universidad tiene por finalidad
incrementar el capital humano individual, otorgando una formación estrecha que
pervierte la “verdadera” educación– las políticas neoliberales conducen a las
universidades a una situación de riesgo.
Recordemos, pues, que los autores aquí trabajados coinciden en general
en que la interpretación economicista de la educación, que define a las
propuestas neoliberales, desconoce lo propiamente educativo, o como lo
sostiene Coraggio, los “aspectos esenciales de la realidad educativa” (Coraggio,
1999, 45).
En lo que respecta a las casas de estudios superiores, las políticas de
mercado, según afirman Jorge Lora y María Recéndez, han logrado instaurar un
“nuevo proyecto de universidad”. Dentro de las características de éste, los
autores mencionan, como veíamos páginas atrás, cambios en los “habitus”
universitarios, los que, a su parecer, han acontecido “por encima de los ideales
genuinos” de las actividades de docencia e investigación, las que para ellos
deben tener en miras el bien de la nación.
Junto a esta alteración en los “habitus”, Lora y Recéndez mencionan que
la universidad pasa a formar sujetos concernidos por la maximización racional
de utilidades, con lo que el sentido de la institución queda fijado por las
necesidades del mercado laboral, lo que produce “una refundación y
redefinición ideológica de la educación” (Lora y Recéndez, 2009, 28, 97, 103).
172
Este viraje en la orientación de la formación universitaria, es también
acusado por Roque Carrión, quien como sabemos, indica que una cosa son las
universidades, y otra muy distinta las “escuelas profesionales”. Estas últimas,
además de ser empresas que ofrecen servicios educativos con fines de lucro –y
por tanto, en su opinión, sujetas a las exigencias del mercado– se caracterizan
porque en ellas no trabajan “profesores” propiamente dichos, sino “burócratas
enseñantes” (Carrión, 2002, 40)102.
Los cambios sufridos por las universidades latinoamericanas a causa de
los requerimientos de la modernización neoliberal, son en opinión de los autores
de tal magnitud, que producen –tal es la interpretación de Marcela Mollis– una
alteración en la “identidad” de las instituciones (Mollis, 2003b, 207). Como lo
formula Jaime Ornelas: dichos cambios han terminado por “pervertir la esencia
y funciones de la universidad”. Prueba de ello es, en el parecer del mexicano,
que las casas de estudios se ven obligadas a implementar y diversificar
determinadas “actividades lucrativas que poco o nada tienen que ver con el
desarrollo de la academia”, sino que más bien la instrumentalizan en función del
rendimiento económico (Ornelas, 2007).
Como podemos observar, lo que en opinión de los intelectuales críticos
está en juego en las modificaciones que el neoliberalismo impone a la
universidad, es, en última instancia, su “esencia” o “identidad”.
Entre los autores abordados, probablemente sea Jorge Millas el que con
mayor fuerza ha expresado el riesgo de la puesta en jaque de dicha esencia.
102 Conviene tener presente que, a diferencia de lo que sucede en otros países como Chile, en el Perú la ley permite expresamente el lucro en los diversos niveles del sistema educativo. Así lo establece el D.L.N° 882 “Ley de Promoción de la Inversión en la Educación”, art. 2.9.11, aprobado el 9 de noviembre de 1996, en el gobierno de Alberto Fujimori: “Toda persona natural o jurídica tiene el derecho a la libre iniciativa privada, para realizar actividades en educación. Este derecho comprende los de fundar, promover, conducir y gestionar Instituciones Educativas Privadas con o sin finalidad lucrativa” (citado por Carrión, 2002, 37). La distinción entre universidades y las instituciones que han surgido al alero del mercado, se encuentra asimismo en Jorge Secada –también peruano–, quien sostiene que los “negocios universitarios”, creados en el Perú al amparo del D.L.N° 882, son “sociedades mercantiles cuya finalidad es el lucro y cuyo rubro de actividad comercial es la venta de educación superior” (Secada, 2002, 58).
173
Nuestro filósofo sostiene que el problema de la esencia o de la identidad de la
universidad –de lo que le es esencial y de lo que no– se vuelve importante
justamente cuando dicha esencia o identidad corre peligro. Y afirma que dicho
problema, para la situación universitaria chilena de comienzos de los 80, no es
ya el de la formulación de una universidad ideal, sino el de la posibilidad de que
la casa de estudios sobreviva como tal.
Así, comentando en 1981 (artículo “Delenda est universitas?”) las
consecuencias nefastas que a su juicio tiene la Ley General de Universidades
que se impone en Chile –y que es en América Latina la instancia precursora en
la orientación de la educación superior hacia el mercado– sostiene: “El hecho
es tan grave, que no lo presento aquí ni siquiera como conjetura. Me limito a
hacer retóricamente una pregunta, a ver si los responsables sondean la
profundidad del peligro y enmiendan rumbos. ‘¿Hay que destruir las
universidades?’ ” (Millas, 1981, 154).
La defensa de la “verdadera” universidad
Ante el trance en que se encuentran las casas de estudios bajo las
lógicas del libre mercado –el que, en la interpretación de los intelectuales
críticos, amenaza con destruir las instituciones– los autores proponen una
recuperación de la “verdadera” universidad. Para ello, se posicionan (como
viéramos señala César Germaná) desde determinadas “exigencias normativas”,
que apuntan a superar la situación en que han sido puestas las universidades
como empresas competitivas en un mercado.
Esta defensa de lo que la institución propiamente es (o de lo que
propiamente debe ser), tiene distintas modulaciones en los diversos autores.
Luis Scherz, por ejemplo, hace un llamado a recuperar la “auténtica
universidad”, para lo que trae a colación lo que denomina como la “universidad
ideal” o la “esencia de la universidad”. Este ideal, según el sociólogo, reposa en
174
los “grandes valores universitarios”, los que señala han sido forjados por una
larga tradición de luchas.
La “auténtica universidad”, para Scherz, no puede ser una asociación
sujeta a normas dictadas en forma heterónoma, como las leyes del mercado,
sino que su dirección debe estar en manos de quienes trabajan y estudian en
ella. Dicha conducción autónoma es el requisito para que la universidad
restablezca su condición de “ciudad paradigmática”, “taller de democracia”,
“casa de la utopía”; es decir, el lugar ejemplar en el que, por medio del estudio y
el diálogo siempre abierto, se otorgue a la sociedad el componente crítico que
necesita para perfeccionarse y contribuir al despliegue de las potencialidades
humanas.
Este desarrollo de potencialidades, como viéramos anteriormente, es
para Scherz el significado profundo de la educación y el sentido de la vida
humana misma. Dado que la universidad representa para él la instancia donde
dicho despliegue se lleva hasta su máximo nivel, ella debe ser pública, en el
sentido de estar abierta a todos los sujetos capacitados intelectual y
moralmente, independiente de su condición económica. Es, por tanto, un
derecho que la sociedad debe asegurar a sus miembros (Scherz, 2005, 59).
La perspectiva de Scherz se engarza con la de Roque Carrión, quien,
como hemos indicado en numerosas oportunidades, afirma que al alero del
mercado, más que universidades, proliferan “escuelas de profesionales”. Éstas
se caracterizan –también lo hemos señalado en anteriores ocasiones– por la
presencia no de “profesores”, sino de “burócratas enseñantes”, y porque los
estudiantes son concebidos como clientes concernidos por obtener calificación
para el trabajo.
En oposición a ello, el filósofo peruano afirma que la “esencia” o
“naturaleza” de la universidad (y de las relaciones intersubjetivas que requiere)
es incompatible con el mercado. Sostiene, por consiguiente, que si la
universidad del siglo XXI (se refiere particularmente al caso peruano) quiere
175
realizar su “naturaleza”, “debe recuperar el rol protagónico de sus profesores y
estudiantes”, es decir, su carácter comunitario. Para ello precisa, además,
fortalecer el ejercicio del pensar, la reflexión crítica, la búsqueda dialogante de
la propia comprensión del mundo, pues en sus palabras: “Todos estos rasgos
definen, en su esencia, a la universidad” (Carrión, 2002, 40, 41).
También Marcela Mollis aboga por un rescate de la universidad ante las
demandas del neoliberalismo. Señalábamos que para la autora, la
modernización neoliberal ha trastocado el “ethos” público que caracterizaba la
formación profesional de las universidades latinoamericanas, dando paso a un
“ethos” corporativo, configurado por las necesidades del mercado laboral, y las
consiguientes exigencias de una formación en la “racionalidad instrumental y
eficiente” para el ejercicio de una profesión en las empresas privadas.
El rendimiento de este estado de cosas, para Mollis, es que las
universidades latinoamericanas tengan “alterada su identidad púbica”, por lo
que su propuesta consiste en “reconstruir” su “identidad perdida”. Para este fin,
la autora recurre a la “idea de universidad pública latinoamericana”, tal como
cristalizó durante el siglo XX103.
Dicha idea, afirma la pedagoga argentina, implica la exigencia de la
calidad del trabajo científico (en un sentido amplio que incluye a las ciencias
sociales y las humanidades), relevancia social, pertinencia y contribución a la
conquista de la equidad. En lo que respecta a la calidad, Mollis puntualiza que,
a diferencia de entenderla en términos empresariales, el concepto de calidad de
103 Recordemos que Brunner reprueba la crítica a la situación de mercado –inevitable para él– en que operan muchas casas de estudios actualmente en la región, en base al recurso al “modelo latinoamericano de universidad”. Conviene señalar que la propuesta de Mollis, de que la universidad latinoamericana reconstruya su identidad pública, no debe entenderse necesariamente como una apuesta por un regreso a un pasado idealizado. Puede interpretarse también como la instauración de una nueva “identidad”, la que consiste probablemente en una reactualización crítica de la misma, a la luz de los desafíos presentes. Aunque en los textos trabajados la autora no suscribe explícitamente esta opinión, nos parece que la misma es consecuente con la perspectiva utópica por ella asumida.
176
la universidad pública latinoamericana, hace relación a la preparación de los
ciudadanos para el encuentro y reconocimiento del “otro”.
Inspirada en estos principios –siempre según Mollis– “la universidad
latinoamericana democrática” contribuyó a predisponer positivamente a las
distintas generaciones a la “diversidad” de los intereses que movilizaron y
ampliaron la ciudadanía y la democracia (Mollis, 2003b, 207, 211, 212).
Como hemos visto, la defensa de lo que los autores consideran como la
“verdadera” universidad –amenazada, a su parecer, por el proyecto educativo
del neoliberalismo– se expresa en un llamado a recuperar o poner al día su
carácter público.
Un ejemplo de este llamado lo encontramos en Lora y Recéndez,
quienes sostienen que en la actualidad, la excelencia y la calidad universitarias
se miden por la productividad, y por la satisfacción del estudiante-cliente y de
las empresas. De esto deriva, según los autores, que se privilegie el modelo de
la universidad privada, siendo que –a su juicio– el “paradigma” de todas las
casas de estudios superiores debe ser la pública.
Ello se debe a que las labores de ésta, según afirman, se orientan hacia
el bien público, contribuyendo mediante el conocimiento, la cultura y la
tecnología, a la puesta en marcha de un proyecto nacional; cosa que no sucede
en las universidades privadas, las que a su modo de ver funcionalizan sus
actividades hacia los negocios (Lora y Recéndez, 2009, 159).
Esta defensa de la universidad pública –y el eventual rechazo
consiguiente a las corporaciones privadas– nos pone ante un problema que ha
atravesado la presente investigación: el de los límites entre lo público y lo
privado. Dicha cuestión se traduce, para nosotros, en la pregunta de si la
formación universitaria es un bien de carácter público o privado, de cuya
determinación dependen, en buena medida, las modalidades de financiamiento
177
propuestas por los diversos autores. Y nos conduce, en este momento, a
revisar la postura de los intelectuales críticos ante las universidades privadas.
A grandes rasgos, en este punto nos encontramos con dos posiciones
contrapuestas. Por un lado, para algunos autores, la defensa de la universidad
pública implica un rechazo a todas las universidades privadas, y una
homologación de universidad pública con universidad estatal (o nacional).
Un buen ejemplo de esta perspectiva lo representa Jaime Ornelas.
Según ya hemos señalado, para el intelectual mexicano, las reformas
neoliberales han conducido a una perversión de lo educativo y a una
desnaturalización de la esencia y fines de la universidad. En su opinión, las
universidades públicas “forman hombres y mujeres libres”, capacitados para
producir conocimientos, transmitirlos y difundirlos en provecho de los intereses
de la comunidad “y no sólo los del capital”.
Por el contrario, esta formación de sujetos libres que aportan al interés
general, no tiene lugar para Ornelas en las corporaciones privadas. En sus
palabras: “en las universidades privadas desde su aparición se forman,
exclusivamente, los profesionales y técnicos capaces de reproducir la ideología
y la economía dominantes”. En base a dicha consideración, nuestro autor
rechaza en bloque –y acaso por una cuestión de principios– a toda universidad
privada existente y posible, como institución comprometida con las elites
empresariales y la mercantilización de la educación (Ornelas, 2007).
La postura contrapuesta la podemos ilustrar en Marcela Mollis. La
investigadora argentina, como sabemos, indica que ante la pérdida de identidad
pública de las universidades latinoamericanas, se precisa recuperar o
reconstruir su identidad. Para ello, conforme hemos visto, recurre a la “idea de
universidad pública latinoamericana”, la que según ella cristaliza y madura
durante el siglo XX, y que entre las notas características de la formación que
ofrece, se encuentra el preparar a la ciudadanía para el encuentro y
reconocimiento del “otro” y la diversidad.
178
Mollis señala claramente que la idea de universidad pública
latinoamericana, tal como se desarrolló en el siglo XX antes de las reformas
neoliberales –y a la que recurre como contrapeso para el modelo universitario
de mercado– podía en los hechos ser de gestión pública o privada; y pone
como ejemplo de esta última a las corporaciones de las congregaciones
religiosas (Mollis, 2003b, 211). En esta óptica, lo público no hace relación a la
administración o a la propiedad de la casa de estudios, sino antes bien a la
educación que ofrece y a la investigación que desarrolla: en cuanto apunten
éstas a la formación ciudadana, y con ello a una construcción crítica, plural e
inclusiva de lo común, la institución es ya pública.
Una perspectiva a tener en consideración –y que de algún modo
complementa la de Mollis– es la de Jorge Secada, quien no se preocupa tanto
de distinguir entre las universidades públicas y las privadas, como de establecer
la separación entre las verdaderas universidades y los “negocios universitarios”.
Éstos últimos, para el filósofo, son sociedades mercantiles que buscan el
lucro, mediante la venta de servicios educacionales superiores. Por el contrario,
define a las universidades como instituciones educativas que forman intelectual,
moralmente y con sentido crítico, y que para ello requieren de un ambiente
apropiado –la comunidad académica– en el que se puedan dar relaciones
adecuadas de enseñanza-aprendizaje. Tales instituciones, para el peruano,
representan un beneficio para la sociedad.
Secada puntualiza que las verdaderas universidades pueden ser públicas
o privadas. No obstante ello, procura demarcar la línea divisoria entre los dos
tipos de instituciones. Con esta finalidad, indica que no es el financiamiento el
punto decisivo, pues ambas pueden recibir fondos estatales o privados. De
hecho, señala que todas las verdaderas universidades son “empresas
179
subsidiadas” sin finalidad de lucro, que dada la complejidad de sus labores,
requieren aportes fiscales104.
La distinción tiene lugar, para el autor, en el hecho de que las públicas
asumen su labor formativa en la sociedad, en vistas del bien común
comprendido pública y universalmente; es decir, no representando o
dirigiéndose a un sector social en específico, como sucede con las
universidades religiosas. Agrega como nota distintiva, que a diferencia de las
privadas, las públicas deben estar abiertas a todos los jóvenes capaces
intelectualmente, independiente de su condición social.
De esto se deriva, en opinión de Secada, la necesidad de la gratuidad o
de subvención para quienes pueden costear sus estudios sólo parcialmente. En
conclusión, para el autor, si bien tanto las privadas como las públicas, bajo
determinadas condiciones (como reinvertir sus excedentes en la propia
institución) son verdaderas universidades, las últimas requieren de un trato
preferencial por parte del Estado (Secada, 2002, 59-63).
La “esencia” de la universidad
Retomando lo revisado en esta Tercera Parte, hemos visto que los
críticos latinoamericanos comparten la opinión de que la implementación de las
políticas neoliberales en la educación universitaria, descansa en una
aproximación economicista a la educación, la que es defectuosa entre otras
cosas, por concebir al sujeto de un modo parcial y unilateral. De esto deriva,
conforme señaláramos, que para los intelectuales revisados, bajo las directrices
neoliberales la institución otorga una formación defectuosa, que prepara al
104 El autor pone como ejemplo de institución, privada en su gestión y en su financiamiento (al menos parcialmente), pero pública respecto de la índole de sus labores, a la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) antes del D.L.N° 882 de 1996. Hasta ese momento, señala, gracias a los subsidios gubernamentales que recibía, dicha casa de estudios aseguraba la matrícula a quienes no podían costearla, situación que se quiebra al ser eliminada la subvención por la normativa instaurada.
180
sujeto únicamente para triunfar competitivamente en el mercado, pero que no lo
capacita para la participación ciudadana o el ejercicio del pensamiento crítico.
Esto conduce a los autores –tal como lo hemos mostrado en el presente
capítulo– a sostener que la universidad se encuentra en una situación de
peligro que, de no ser atajada, puede desembocar en la destrucción de la
institución. La reacción de nuestros pensadores ante este trance –también lo
hemos visto– es abogar por el rescate de lo que consideran la verdadera
universidad, lo que tiene una de sus manifestaciones más expresivas en el
llamado a recuperar la “esencia”, “naturaleza” o “identidad” de la misma.
Evidentemente, en el rechazo a la situación de las casas de estudios en
el mercado, la “esencia” (“naturaleza”, “identidad”) de la universidad a la que se
recurre comparece como una idea reguladora: como el parámetro ideal
respecto del cual se enjuicia lo dado, y se postula su mejoramiento en vistas de
alcanzar un estado de cosas señalado como deseable o necesario para la
institución.
Por cierto que no todos los autores considerados se pronuncian sobre la
esencia (naturaleza o identidad) de la universidad (o en general de la
educación); y entre los que sí lo hacen, encontramos una importante gama de
matices. De una manera muy esquemática, presentaremos dos perspectivas
que en nuestra opinión constituyen formas opuestas de posicionarse ante la
cuestión de la esencia de la universidad, entre medio de las cuales creemos
podrían ubicarse las posturas de los diversos intelectuales que apelan a la
misma105.
La primera posición la ilustraremos en Jorge Secada. El artículo que
hemos trabajado se titula “La naturaleza de la universidad en el siglo XXI”. El 105 Queda fuera de los alcances de esta investigación, el intento de mostrar cómo los posicionamientos de los diversos críticos latinoamericanos que se pronuncian sobre la esencia universitaria, se podrían ubicar en los diversos puntos de la línea que media las posturas que presentamos como opuestas. Dicho examen minucioso nos alejaría de la caracterización –inevitablemente tosca– que queremos presentar.
181
nombre del texto deja entrever que lo que le preocupa al filósofo peruano no es
la “naturaleza” de la universidad por sí sola o en abstracto, sino en relación a la
hora presente.
Secada identifica la “esencia” o “naturaleza” de la universidad con su
finalidad, la que es determinada por los seres humanos, en algún momento de
la historia. Así lo declara: “La universidad es un ente artificial, una institución
social creada por seres humanos. Como en el caso de todo artefacto, su
naturaleza es su uso o finalidad. Es decir, la universidad no posee una esencia
distinta de la función para la que fue hecha”.
La cita precedente muestra que la finalidad de la universidad, para el
autor, coincide con la función para la que ha sido creada. Recordando, como
afirmábamos recién, que la preocupación de Secada es la “naturaleza” de la
universidad en la actualidad, tenemos que según su punto de vista, la función
presente de este “artefacto”, es la misma con la que fue fundada en la Edad
Media, aunque –claro está– actualizada por las condiciones y exigencias en
curso.
El filósofo refiere tres funciones “esenciales” de las casas de estudios:
educar y capacitar, socializar a la juventud, y crear ciencia, tecnología y alta
cultura. Las dos primeras, afirma, se funden en las labores de docencia,
mientras que la tercera en la investigación. Para Secada, una universidad que
descuida la investigación para concentrarse prioritariamente en la enseñanza
(como sucede con muchas instituciones que han surgido al alero del mercado)
no se realiza plenamente como tal. En sus palabras: “Idealmente no es posible
desligar las dos funciones, pues, en la medida en que se haga la universidad
estará negando su esencia”.
Sostiene, además, que estas funciones esenciales –resumidas en las
labores de docencia e investigación, y que aportan para él un componente
crítico-articulador indispensable para la sociedad– son incompatibles con las
182
políticas de mercado, las que exigen a las instituciones generar dinero y
riquezas.
De ahí que, como anotáramos, para el peruano no son verdaderas
universidades las instituciones que denomina “negocios universitarios”. Éstos,
como hemos señalado, son en su opinión corporaciones que lucran con la venta
de servicios educacionales; desarticuladas en su condición de comunidad
académica (integradas por estudiantes-clientes y por profesores que venden un
servicio eventual, y dirigidas por administradores no académicos); y centradas
unilateralmente en otorgar entrenamiento laboral (Secada, 2002, 49-53).
Retomando, para Secada la “esencia” o “naturaleza” de este “ente
artificial” que llamamos universidad, se corresponde con aquello para lo que fue
hecho siglos atrás, actualizado, como indicáramos, a los desafíos presentes.
Procurando llevar el postulado del autor hasta sus últimas
consecuencias, digamos que la universidad, como toda creación humana,
responde a determinadas decisiones y aspiraciones formuladas históricamente
por sujetos históricos. La universidad, por tanto, podría de hecho no existir, por
lo que su defensa reviste la forma de la contingencia. En otras palabras, su
“esencia” o “naturaleza” –que expresa lo que ella debe ser– no es más que una
convención, un acuerdo; y su defensa depende, por tanto, de asumir la
contingencia y finitud no solamente de aquello que defendemos, sino también
del ejercicio mismo de defenderla.
Por su parte, nos parece que Jorge Millas es un representante idóneo de
la disposición contraria respecto de la esencia de la institución de enseñanza
superior. Su Idea y defensa de la universidad, de 1981, recoge artículos y
discursos escritos entre 1961 y el año de la publicación. Al igual que en el texto
de Secada, el título de la obra dice bastante de la intención de su autor:
exponer una “idea” de la universidad, en base a la cual se lleva a cabo su
“defensa” ante las situaciones que ponen en peligro su realización, como es el
183
caso de las demandas para que las casas de estudios operen como empresas
autofinanciadas y competitivas.
La “idea” de universidad con la que reprueba las políticas de mercado
que durante la dictadura militar se van implantando en Chile (y que cristalizan
en la Ley General de Universidades del 81), es elaborada por el filósofo desde
la década del 60. En un artículo de 1969, cuyo título es “Universidad y
sociedad”, afirma: “Pocos se han resuelto a buscar en su radicalidad de sentido
la idea universitaria. Los más la dan por presupuesta” (Millas, 1981, 80).
Millas no sólo se atribuye la realización de la búsqueda, sino también
haber dado con la idea en cuestión. En un texto previo de 1962 (y que lleva el
esclarecedor título de “La universidad: su esencia y su reforma”), aborda el
problema de la función que compete a la institución en la sociedad
contemporánea. El autor indica que la adecuada solución a esta interrogante,
depende del esclarecimiento previo de lo que es la universidad; en otros
términos, que la posibilidad de que la institución de enseñanza superior sea
para un determinado contexto, reposa en el hecho de que ella sea universidad
en general, independiente de cómo se realiza en tal o cual medio.
Esto conduce al filósofo a distinguir entre la “idea absoluta de la
universidad” (o “idea de la situación absoluta de la universidad”) y su “idea
relativa”. Mientras la segunda corresponde a la especificación de lo que la casa
de estudios es en relación a un contexto, la “idea absoluta” señala lo que ella es
de por sí independiente de cualquier mediación, identificándose para Millas con
su “esencia”.
Por su parte, la comprensión o captación de dicha esencia, supone para
el autor la intelección de la esencia humana, o de algo esencial en lo humano.
Sostiene, pues, que una condición previa para la comprensión de la “idea
relativa”, es la “idea de la universidad en cuanto determinada por la índole de la
cultura espiritual del hombre en cuanto tal”. Y en otro pasaje apunta: “invito a
184
pensar a la universidad en su esencia como función de la condición humana en
lo que ella tiene de esencial”.
Para el autor, lo propio –o digamos esencial– del sujeto, como agente
racional, es su finitud y su carácter procesual, tender a su autorrealización en
una comunidad que posibilite el reconocimiento intersubjetivo y con él, la
realización de todos sus miembros. En este proceso, a la educación en sus
diversos niveles le corresponde una importante labor, particularmente a la
universidad como instancia en que la sociedad, mediante la formación
intelectual y moral de sus elites, define y redefine sus proyectos.
Para cumplir esta tarea, la universidad debe ser una instancia
comunitaria, de encuentro entre estudiantes y profesores, abocados al cultivo
del saber más avanzado de su tiempo. Así reza la definición de Millas: “Lo que
la universidad no puede dejar de ser como tal, es una comunidad de maestros y
de discípulos destinada a la transmisión y al progreso del saber superior”
(Millas, 1981, 26, 27).
Ésta es, como lo hemos señalado, la “idea” universitaria con la que
reprueba las políticas de mercado que impone progresivamente la dictadura
militar. Un ejemplo de esta reprobación lo encontramos en el texto “Imperativo
de confianza en la universidad chilena”, de 1976, donde nuestro filósofo
censura el proyecto de hacer de las universidades empresas competitivas,
autofinanciadas y reguladas por la libre competencia. Tal proyecto, en su
opinión, pone en peligro el rol social de la universidad, consistente en ser la
principal instancia crítica y reflexiva de la comunidad. Ante dicho peligro que
asola a la institución, señala la necesidad de “conservarla y fortalecerla en su
esencia” (Millas, 1981, 87).
Si intentamos conducir la propuesta de Millas hasta su extremo,
podemos concluir que a diferencia de Secada –para quien la esencia de la
universidad es una convención, relativa a su finalidad–, el intelectual chileno
tiende a pensarla como una identidad probablemente inalterable y ahistórica,
185
relativa a lo que hay de esencial en la vida humana, lo que probablemente
también se encuentra ajeno al cambio.
En esta perspectiva, la universidad es una institución tan necesaria como
lo son las características esenciales de lo humano. Así, independiente de
determinadas variaciones históricas accidentales (e incluso, de haber surgido
en un momento histórico determinado), la universidad existe con cierta
necesidad.
Por tanto, mientras que en Secada el rescate de la universidad de los
mecanismos del mercado supone un reconocimiento de la contingencia de lo
defendido y del mismo ejercicio de defensa, en el caso de Millas dicho rescate
se reviste de necesidad: se defiende algo esencial (absoluto), que no depende
tanto de decisiones o convenciones formuladas históricamente, como del
reconocimiento de algo también esencial en la humana condición; y es también
una defensa necesaria, pues no se trata de apoyar un punto de vista, sino algo
que de por sí, esencialmente, es de determinada manera.
Aun cuando la postura de Millas respecto de la esencia universitaria –
fundada como vemos en un recurso a lo esencial de lo humano– nos pueda
resultar excesiva, conviene señalar que ella no es ajena al planteamiento de
algunos autores que hemos revisado, y que parecen alejarse de un
acercamiento en términos de esencia a la universidad y a la formación que ella
da.
Un ejemplo notable de esto lo representa Jorge Martínez. Uno de los ejes
principales de su investigación sobre la configuración de la educación superior
colombiana en el período 1991-2005, es el poner en tela de juicio la concepción
antropológica del neoliberalismo, como un sujeto neutro y anterior a las
relaciones sociales (a las pugnas económicas, políticas, jurídicas, etc.). Contra
ello –y siguiendo como en todo su estudio a Foucault– Martínez indica que el
sujeto es radicalmente histórico, y que es constituido por relaciones de poder.
186
Esta perspectiva supone, al menos en principio, alejarse de cualquier
comprensión esencial respecto de lo que es el sujeto (o de la educación que le
corresponde) para criticar las políticas neoliberales en la educación superior.
Sin embargo, determinados pasajes de su texto dan cuenta de una clara
posición respecto de lo que el sujeto es, y de los perjuicios de la formación
universitaria bajo los parámetros del mercado.
Así, comentando los efectos del actual modelo universitario sobre la
constitución de la subjetividad, sostiene: “El sujeto moral que se constituye en
este discurso, es decir, la insistencia en que la vida del individuo es una gestión
de orden empresarial llamada ‘proyecto de vida’, implica la captura de la vida
misma para la producción del capital”. Y en otro pasaje: “en la actualidad, la
educación superior colombiana termina subordinando las posibilidades
ontológicas de creación a las exigencias innovadoras y empresariales del
capital global”. Consecuencia de esto, para Martínez, es que la educación
universitaria se oriente a la “obediencia” y la “productividad”, constituyéndose
más que en una formación para la libertad, en “domesticación” (Martínez, 2011,
142, 163, 164).
A nuestro modo de ver, la afirmación de que la universidad de mercado
“captura” “la vida misma”, o que supedita “las posibilidades ontológicas de
creación” a las demandas del capitalismo globalizado, supone un conocimiento
de lo que es esta vida con anterioridad a dicha captura, y de las “posibilidades
ontológicas de creación” que existen y se despliegan antes de su
subordinación. Del mismo modo, la tesis de que al alero del mercado la
educación universitaria se convierte en “domesticación”, supone que el autor ya
sabe que la educación es, con antelación y como debe ser, formación para la
libertad.
Sin embargo, en ningún pasaje de su estudio nuestro autor se detiene a
explicar o justificar qué entiende por “la vida misma” o por “las posibilidades
ontológicas de creación”, las que según afirma son capturadas y subordinadas
187
por la educación de mercado. Tampoco argumenta en lo más mínimo por qué a
su parecer la educación universitaria es verdaderamente formación para la
libertad y no –como resulta del neoliberalismo– “domesticación”.
Según nuestra interpretación, si bien en el filósofo colombiano no
encontramos un pronunciamiento explícito respecto de lo que son el sujeto, la
educación y la universidad en términos de esencia, al sostener que el sujeto, la
educación y la universidad son esto o aquello, sin explicación ni justificación
alguna, se posiciona (probablemente sin quererlo) cerca de la perspectiva
esencial que hemos ejemplificado en Millas. Según lo comentado, para
Martínez hay una “vida misma”, unas “posibilidades ontológicas de creación”, un
sentido de la educación como formación para la libertad, de un modo al parecer
incuestionado, natural e intrínseco, del mismo modo que para Millas hay algo
esencial en lo humano, de cuya determinación deriva lo esencial de la
universidad.
188
CONCLUSIONES
Tal como indicábamos en la Introducción del presente trabajo, los
motivos del mismo se encuentran íntimamente relacionados al estado de cosas
que define al sistema universitario chileno, pionero en la instauración de
políticas neoliberales, y uno de los más fuertemente orientados hacia el
mercado en la actualidad. Señalábamos también que es mucho lo escrito –en
Chile, los restantes países latinoamericanos, y en otras latitudes–, ya sea a
favor o en contra de tales políticas. Junto con ello, especificamos que, dado que
consideramos (personal y subjetivamente) que el mercado tiene efectos
perjudiciales sobre las instituciones educacionales (concretamente sobre la
universidad, que es lo que nos ha ocupado en esta investigación), nuestro
interés ha recaído en el discurso crítico latinoamericano, no obstante lo cual
estimamos que un tratamiento del mismo, requería considerar la postura ante o
contra la cual él se ha constituido.
Advertimos asimismo sobre la necesidad de delimitar nuestro
acercamiento a tales posturas, el que quedó circunscrito –siguiendo la
indicación de José Santos Herceg, de que las investigaciones filosóficas tienen
por cometido la aclaración conceptual de aquellos términos que solemos
utilizar, pero de cuyo significado no damos cuenta fácilmente– en el intento de
determinar lo que entienden por “educación” tanto los autores y documentos
que han propiciado la regulación de las casas de estudios superiores por el
mercado, como los intelectuales latinoamericanos que se han opuesto a ello.
Para acotar aun más nuestra búsqueda, construimos un repertorio
interpretativo y metodológico, cuyo punto de partida fue la consideración,
tomada de Carlos Ruiz, de que las teorías educativas (y en general, todo
discurso sobre la educación) están dotadas de un componente normativo, el
que se pone de manifiesto en que ellas, más que señalar lo que son el “ser
189
humano” (el sujeto, en nuestros términos), la sociedad, el Estado, etc., apuntan
a prescribir lo que éstos deben ser.
Avanzamos un pequeño paso al señalar, inspirándonos para ello en
Paulo Freire, que en los marcos de nuestro trabajo, la cuestión antropológica
(qué es y qué debe ser el sujeto) es de capital importancia para abordar el
componente normativo de las teorías educacionales, lo que nos llevó a afirmar
que uno de los puntos clave que disputan las mismas, es justamente lo que es y
debe ser el sujeto (tanto en general, como en relación al proceso educativo).
A lo anterior agregamos –de la mano de Augusto Salazar Bondy– que la
educación y las diversas teorías y proyectos educativos, tienen un carácter
intencional, en el sentido de que las distintas prácticas y concreciones de la
educación, apuntan a un propósito, a la realización de algo que la comunidad o
un sector de la misma considera bueno para los educandos. Del filósofo
peruano rescatábamos también la reflexión sobre lo complejo y problemático de
que alguien decida lo que es bueno para otros, y que en conformidad a tal
decisión, disponga las aptitudes, contenidos, valores, que en ellos inculcará el
proceso educativo; lo que, en nuestros términos, equivale a sostener que lo que
sea bueno para los sujetos (concretamente los educandos) es siempre un punto
de disputa.
Concluíamos la construcción de nuestros supuestos teórico-
interpretativos, con la reflexión –tomada de Ernesto Mayz Vallenilla– de que es
una determinada “idea de hombre” (de sujeto, según nuestra preferencia) la que
orienta o da sentido a la “función formativa” de las universidades, indicando
además que, dado que esta “idea de hombre” es controversial, lo es también el
sentido de la formación universitaria, y de los conocimientos, valores, etc., que
la institución debe inculcar en el educando. Recogimos además la indicación del
venezolano, según la cual es una “actitud totalitaria” que la universidad deba
formar a un único y excluyente tipo de sujeto, a lo que opone una “actitud
abierta”, pluralista, consistente en que sean o bien diversas concepciones
190
antropológicas –o bien una plural e integral, que considere al sujeto en sus
diversas aristas– las que dicten el sentido de la formación universitaria.
Considerando, pues, a la educación como un campo de disputa –y
reconociendo como uno de los objetos de la controversia lo que es o ha de ser
el sujeto–, es que en el presente trabajo, la pregunta por los conceptos de
educación tanto de los promotores de las políticas educativas neoliberales
como de los críticos latinoamericanos, se tradujo en el cometido de esclarecer
las interpretaciones antropológicas que, según las posturas en juego, orientan o
deben orientar el sentido de la formación que otorgan las universidades. En la
Introducción señalábamos además que, de acuerdo con nuestros supuestos de
trabajo, la concepción antropológica de cada una de las posturas estudiadas, no
sólo prescribe lo que debe ser la formación (o educación) universitaria, sino
también lo que la misma universidad, en tanto que institución educativa, ha de
ser.
Con la finalidad de esclarecer las concepciones antropológicas que
orientan el sentido de la formación universitaria tanto en los promotores del
mercado como en los críticos latinoamericanos, en la Primera Parte de la
investigación abordamos el pensamiento neoliberal en la modulación que
llamamos clásica, por comparecer como modelo o referencia de lo que serán
las aplicaciones del neoliberalismo y su proyecto político en América Latina, en
el que se inscriben las reformas educativas.
En el Primer Capítulo de esta parte, revisamos la teoría neoliberal, tal
como la desarrollan Friedrich Hayek y Milton Friedman, teniendo como clave
interpretativa la concepción antropológica de la misma. Ahí mostramos que la
antropología neoliberal (específicamente la limitación del conocimiento humano,
y su interpretación de la libertad) es en buena medida pivote de toda la doctrina,
y de su proyecto político; esto es, la disminución de las esferas de acción del
Estado, y la instalación o expansión del libre mercado (y su principal
191
mecanismo regulador, la competencia) en la mayor cantidad posible de ámbitos
de la vida humana.
En base a ello pusimos de manifiesto que en los marcos de la doctrina, el
sujeto es concebido como un agente competitivo, concernido únicamente por
sus intereses privados (familia, negocios, etc.); un agente respetuoso de los
mecanismos impersonales del mercado, y que ha de reconocer como un
exceso toda planificación o proyecto que exceda su incumbencia personal.
En el siguiente Capítulo, nos hicimos cargo de algunas reflexiones de
Hayek sobre la instrucción pública y la investigación científica, las que, según
mostramos, son deudoras de la antropología neoliberal y del proyecto político
derivado de ella. Nos detuvimos concretamente en la crítica del austriaco a la
centralización de la educación en el gobierno, y en su recomendación de dar
impulso a la competencia, con el fin de dinamizar las labores de investigación al
interior de la universidad. Cerramos el capítulo revisando su visión sobre la
libertad académica, la que paradójicamente recomienda para la enseñanza e
investigación en las ciencias naturales, y censura para las ciencias sociales, de
lo que concluimos que el científico propuesto por el austriaco, es un
emprendedor que en su profesión reproduce la competencia del mercado, a la
vez que se ajusta acríticamente a los parámetros de funcionamiento de la
sociedad capitalista.
Finalizamos la Primera Parte, con un Capítulo dedicado al proyecto de
reestructuración del campo educativo de Friedman. Ahí expusimos que las
propuestas del estadounidense, son concordantes con la interpretación
neoliberal del sujeto, y con la recomendación de dar mayor cabida a la iniciativa
privada, en desmedro de la intervención gubernamental. Este Capítulo ha sido
de central importancia para el resto de la investigación, pues según nuestra
lectura, las políticas educativas neoliberales son recomendadas en y para
América Latina, teniendo como horizonte de comprensión, tanto los principios
teóricos presentes en Friedman, como su plan de acción.
192
Dentro de los principios teóricos, destacamos la distinción entre dos
aristas o finalidades del proceso educativo: una formación para la ciudadanía y
la vida en común, y otra para el trabajo y la productividad. Junto con poner de
manifiesto la clara preferencia de Friedman por la dimensión productiva de la
educación, expusimos su convicción de dejar a la competencia del mercado, la
solución a los problemas de una educación dirigida preferentemente por la
autoridad política, y la tarea de restaurar o instaurar el derecho que tienen los
padres para decidir sobre la educación que recibirán sus hijos.
Mostramos asimismo que, de acuerdo con su preferencia por la función
productiva de la educación, Friedman concibe a la enseñanza superior como
inversión en capital humano, como la compra de las habilidades y técnicas que
le permiten al sujeto hacerse de una profesión y, mediante ella, de mayores
ganancias económicas a futuro. De esta consideración, deduce el autor que tal
formación debe ser costeada en forma privada, por lo que propone que el
gobierno, más que financiar en forma directa a las instituciones, se constituya
en un dinamizador de la competencia, mediante la instauración de
subvenciones a la demanda educacional.
De lo trabajado en este Tercer Capítulo, sacamos en limpio que la
interpretación antropológica que anima la función formativa de las instituciones
de enseñanza superior en Friedman, hace relación a un agente competitivo,
preocupado por sus asuntos personales y privados –entre ellos, por asegurarse
un buen pasar económico–, y desvinculado de aquello que excede su esfera
privada. En otras palabras, un sujeto respetuoso y funcional a la sociedad de
mercado y sus mecanismos de funcionamiento, e inhibido en sus posibilidades
de crítica a la misma.
En la Segunda Parte de nuestro trabajo, abordamos la reelaboración y
reapropiación del pensamiento y proyecto neoliberal en y para América Latina,
prestando especial atención a la cuestión antropológica, y a las
193
recomendaciones que conforme a la misma se han hecho para la reforma de la
enseñanza superior en la región.
El Primer Capítulo de esta parte trata el libro del peruano Hernando de
Soto, El otro sendero, de 1986. Esta obra no se ocupa –salvo pasajes aislados–
de la cuestión educativa, no obstante lo cual nos ha parecido una buena
muestra de cómo se traducen los principios y categorías del pensamiento
neoliberal, en función de los problemas de la sociedad peruana de mediados de
los 80. En ella destacamos, por tanto, la crítica a la centralización de la
actividad económica en el gobierno; y el ensalzamiento de los empresarios
informales, en tanto que sujetos que, portadores de un enorme capital humano,
constituyen la vanguardia de la nueva sociedad peruana, la que tendrá en la
iniciativa privada y en la competencia del mercado, el motor de su desarrollo, y
el camino hacia el bien común.
El Capítulo siguiente, lo dedicamos a la reapropiación de las categorías y
la antropología neoliberal en El ladrillo, obra escrita por un conjunto de
intelectuales chilenos a comienzos de los 70, y que será uno de los
antecedentes de la modernización neoliberal acontecida en la dictadura militar
chilena. Nos detuvimos particularmente en su propuesta de política
educacional, mostrando las semejanzas y coincidencias con el proyecto
friedmaniano, como la crítica al centralismo educativo, el acento puesto en la
dimensión productiva de la educación, en desmedro de la formación ciudadana,
y su consideración de la enseñanza superior como una inversión privada, cuya
finalidad es la obtención de mayores ganancias económicas personales.
De tales coincidencias y semejanzas, colegimos que para los autores del
libro, la formación que otorgan las instituciones de educación superior (entre
ellas, las universidades), apunta a la formación de un sujeto productivo,
competitivo, proclive a la instauración del libre mercado, y que ha de afrontar
sus estudios superiores con una mentalidad costo-eficiente, procurando sacar
los mejores rendimientos de su inversión.
194
En el Tercer Capítulo de la Segunda Parte, nos ocupamos de las
recomendaciones de los organismos internacionales para la reforma de la
educación superior a nivel internacional, particularmente en lo concerniente a
los países en vías de desarrollo, entre los que los organismos ubican a las
naciones latinoamericanas. Abordamos, específicamente, dos documentos de
la década del 90, pertenecientes al Banco Mundial y a UNESCO y CEPAL. El
cometido de este capítulo era mostrar la reformulación de las categorías
educativas neoliberales, las que en nuestro parecer se fundan en la
interpretación neoliberal del sujeto.
Vimos que, al igual que en Friedman y en los autores de El ladrillo, los
organismos internacionales confían en el mercado como solución a los
problemas de la educación superior, en cuanto que instancia que ha de
restablecer el derecho de los padres a escoger la educación que quieren para
sus hijos. Nos encontramos, al mismo tiempo, con la distinción entre las dos
finalidades de la educación, y el acento puesto en su dimensión productiva, lo
que contrasta con la casi completa ausencia de su dimensión ciudadana. Esto
nos permitió inferir que para los documentos en cuestión, las casas de estudios
superiores deben formar a un sujeto proclive al crecimiento económico,
entendido como la receta para que los países en vías de desarrollo conquisten
el desarrollo pleno, para lo cual se puede prescindir, al parecer, de la formación
de los sujetos como ciudadanos, agentes críticos, etc.
La Segunda Parte tuvo como cierre la revisión del pensamiento y las
propuestas para la educación superior del chileno José Joaquín Brunner, a
quien hemos presentado como caso de los “expertos” o “técnicos” en
educación, que durante las últimas décadas, han promovido y celebrado las
virtudes del mercado como entidad coordinadora del funcionamiento de las
casas de estudios superiores. Al igual que en los restantes capítulos de la
Segunda Parte, en éste nos interesó poner a la vista la apropiación que hace
Brunner de la interpretación neoliberal de la educación, particularmente la
195
universitaria, la que en nuestra opinión descansa en la comprensión de lo que el
sujeto es y ha de ser.
Para ello, revisamos las consideraciones del sociólogo sobre el rol que le
cabe al Estado en un sistema de educación superior orientado hacia el
mercado; es decir –y tal como propone Friedman–, sentar las condiciones de la
competencia, para que las “libertades de mercado” tanto de las instituciones
como de los estudiantes, se expresen a cabalidad. Nos detuvimos también en
sus observaciones –que de algún modo están presentes en la matriz educativa
neoliberal revisada en la Primera y Segunda Parte– sobre lo público y lo
privado, según las cuales los tradicionales límites entre ambos se tornan difusos
en un sistema universitario regulado por la competencia.
Esto sirvió de antesala para abordar su crítica a la universidad pública
latinoamericana, crítica que se alinea con su defensa y promoción de las
instituciones privadas. Aun cuando puede ser reiterativo enunciarlo, tras las
reflexiones de Brunner vimos operar, si bien con matices, la misma
comprensión antropológica presente en las restantes recomendaciones de
políticas educativas neoliberales que hemos revisado. Esto es, que la
universidad forma o ha de formar a un sujeto competitivo, que recurre a la
universidad en busca de un título que lo habilita profesionalmente, y para quien
el sentido de su acción se concentra en lo privado, sin mayores miramientos a
lo público.
Siguiendo nuestro plan de trabajo, en la Tercera y última Parte nos
centramos en los textos de un importante número de intelectuales que, desde
diversos países latinoamericanos, han denunciado los perjuicios que en su
opinión tiene la consideración de las universidades como empresas
competitivas. De acuerdo con nuestros supuestos metodológicos, procuramos
esclarecer su crítica al concepto de educación universitaria del neoliberalismo,
lo que para nosotros implicó puntualizar su censura a que la universidad forme
un sujeto competitivo, ocupado de su esfera personal y privada, sin
196
consideración de lo que la excede. Asimismo, y con el fin de tener una
panorámica completa de la crítica de los intelectuales latinoamericanos,
pusimos de manifiesto lo que ellos entienden por educación universitaria, lo que
en los marcos del presente trabajo, significa exponer su comprensión del sujeto,
y de la formación que éste debe recibir en las universidades.
Con estos propósitos, en un Primer Capítulo abordamos su censura al
modo como es entendida la educación en general –y particularmente la
superior-universitaria– por los documentos y autores que han avalado las
reformas educativas neoliberales. Ahí mostramos que, para los críticos
latinoamericanos, tales reformas descansan en una interpretación economicista
de la educación, consistente en afrontar los problemas culturales –entre ellos
los educativos– con las herramientas y categorías analíticas con que se tratan
los factores económicos en una economía de mercado. Expusimos también
que, para los intelectuales estudiados, la aproximación economicista es
reduccionista, pues contempla lo educativo de un modo limitado y estrecho; lo
que, en sus aplicaciones prácticas, tiene como consecuencia una perversión de
la educación misma.
Ahondando en estas consideraciones, en el siguiente Capítulo vimos
que, para los intelectuales latinoamericanos estudiados, el acercamiento
economicista a los problemas de la educación, propio de los documentos y
autores promotores de las modernizaciones universitarias tipo mercado, supone
una interpretación reduccionista del sujeto. Es decir, al enfocarse sólo en
algunas dimensiones del mismo –tales como la competitividad, la productividad,
la racionalidad costo-eficiente–, dicho acercamiento, según los críticos, propone
formar al sujeto también de un modo reduccionista, que se resume en la noción
de capital humano, como la inversión educativa que el individuo hace con la
principal o única finalidad de procurarse prosperidad económica para sí y los
suyos.
197
Señalamos también que, entre las consecuencias que los críticos
latinoamericanos identifican de la interpretación y la formación reduccionistas
del sujeto características del economicismo neoliberal, destaca el
desmembramiento de la comunidad académica; esto significa que, al
presentarse al académico como el vendedor ocasional de un servicio de
enseñanza, y al estudiante como un cliente o consumidor del mismo, la
universidad pierde el carácter comunitario que requiere para ser, como lo
piensan los autores, el lugar de cultivo del pensamiento crítico y de construcción
de nuevas formas de socialización. Esto se relaciona con otro de los efectos
que según los autores tiene la concepción economicista de la educación
universitaria: que la misma educación se torna funcional a la sumisión, lo que
significa que ella tiende a reproducir en los sujetos los mecanismos de
funcionamiento de la sociedad de mercado.
Por último, en dicho capítulo indicamos que, ante el diagnóstico de la
perversión de lo educativo presente en las modernizaciones neoliberales, los
intelectuales proponen reinstaurar la verdadera educación universitaria, la que
para ellos es emancipadora, integral y crítica.
Finalizamos nuestra Tercera Parte, con un Capítulo que revisa el juicio
de los críticos latinoamericanos, según el cual, como producto de la concepción
economicista de la educación, y de la reducción de la formación universitaria a
inversión en capital humano –lo que, como señalábamos, da lugar, según los
autores, a que la educación reproduzca el libre mercado– la universidad se
encuentra ante el peligro de su destrucción. Mostramos, asimismo, que la
reacción de nuestros intelectuales ante la inminencia de esta destrucción, es
defender lo que entienden como la verdadera universidad.
Vimos que, en el límite de su expresión, dicha defensa se hace en
nombre de la “esencia” (la “naturaleza” o la “identidad”) de la universidad.
Procuramos mostrar que este gesto supone, en un extremo, que la esencia de
la universidad es el fruto de una convención –forzosamente histórica y
198
contingente– respecto de las finalidades de la institución; y que en el extremo
opuesto, dicho gesto considera que la esencia universitaria es algo que tiene
una realidad de por sí, relativa a ciertas notas esenciales de la condición
humana, con independencia de las decisiones y valoraciones de los sujetos en
la historia.
Cerremos estas Conclusiones, con una serie de reflexiones respecto de
lo conquistado en nuestro trabajo, las que son sólo unas de tantas otras
posibles, y que quedarán únicamente esbozadas en estas páginas.
Como punto de partida, recordemos una vez más, que la motivación de
la investigación radica en cierta incomodidad (personal y subjetiva, según
hemos procurado establecer) con el sistema universitario chileno, precursor de
la implementación de políticas neoliberales en América Latina, y fuertemente
regulado por el mercado en la actualidad. Esta incomodidad es la que nos
movió, en un principio, a abordar el discurso crítico latinoamericano al influjo del
neoliberalismo en la educación superior, no obstante lo cual nos pareció
necesario contemplar la postura ante o contra la cual se han pronunciado los
intelectuales de la región.
Lo desarrollado en la investigación nos ha mostrado que nos
encontramos ante dos discursos que, al menos en una primera mirada, se
presentan como heterogéneos e inconmensurables. Como hemos visto, la
postura favorable a las lógicas mercantiles en educación –que los críticos
latinoamericanos señalan como economicista–, es en buena medida la de los
denominados “expertos” y “técnicos”. Éstos plantean, a grandes rasgos, que los
problemas educativos son fácilmente traducibles, cuando no similares o incluso
iguales, a cuestiones de financiamiento y utilización de recursos. En
conformidad con ello, sostienen que una buena universidad, una universidad de
calidad, es una institución eficiente, que se gestiona como lo hacen las grandes
empresas productivas.
199
De la mano de esta equiparación de universidad y empresa, este
discurso concibe a la educación (principalmente la superior) como un bien que
se transa por dinero: un bien de consumo, una inversión a futuro que tiene por
principal finalidad el incremento de las ganancias económicas personales.
Hemos tratado de poner en evidencia, que esta interpretación de la educación
superior se condice con la antropología del neoliberalismo, la que según
nuestros supuestos interpretativos y metodológicos, da sentido a la formación
universitaria en los sistemas educativos que han adoptado las reformas
neoliberales; esto es, un sujeto competitivo e incluso egoísta, concernido por
sus intereses privados (vida personal, familia, negocios, etc.), y para quien lo
que excede su esfera privada, se encuentra más allá de su conocimiento, y por
tanto de sus preocupaciones.
A este discurso economicista se opone, según nuestra exposición, el de
los intelectuales latinoamericanos que han criticado la homologación de las
instituciones de educación superior con entidades productivas, y con el que
coincidimos a grandes rasgos. El acercamiento de estos autores a los
problemas de la educación superior, más que de “técnicos” o “expertos”, es
marcadamente humanista (lo que se pone de manifiesto, por ejemplo, en el
recurso a la categoría de “esencia”, en la defensa de lo que “esencialmente” es
o debe ser el sujeto, y la formación integral que debe recibir) y –aun cuando
algunos parezcan no reconocerlo como tal– político (en tanto que conciben a la
educación universitaria en el contexto general de las necesidades sociales,
entre las que destacan la formación de ciudadanos)106.
106 En nuestra opinión, algunos críticos parecen dar a entender que no asumen del todo el carácter político de su perspectiva, lo que se pone de manifiesto en la defensa, no tanto de un punto de vista o una opinión tomados como tales, sino de lo que la universidad (y la formación que ella otorga al sujeto) es “esencialmente”, por sí misma, más allá de todo posicionamiento o punto de vista. Esto lo hemos procurado ilustrar en Jorge Millas, el que representaría una asunción de cierto modo “esencialista” de lo que es la universidad: para el filósofo, la universidad posee una “esencia”, expresable en una “idea absoluta”, la que descansa a su vez en “la condición humana en lo que ella tiene de esencial”. Con esta indicación no queremos sugerir que la apelación a lo “esencial” carezca necesariamente de politicidad, sino únicamente que en algunos casos, dicho recurso puede dar
200
En conformidad con este enfoque humanista y político, conciben la
educación universitaria como el proceso por el que se forma integralmente al
sujeto, actualizando en él la mayor cantidad de posibilidades. Esta formación
integral, para los intelectuales estudiados, a la vez que prepara al sujeto para
insertarse en el mundo profesional, lo habilita como un ciudadano, un agente
político activo y potencialmente crítico de lo establecido.
En base a tal consideración de la educación universitaria y del sujeto
formado por la institución, para la perspectiva crítica latinoamericana, la
universidad no se parece ni ha de parecerse tanto a una empresa, como a una
asamblea pública, a la que están invitados todos los sujetos habilitados
intelectual y moralmente. Es por esto que, si bien los problemas de
financiamiento y asignación de recursos no se encuentran ausentes, en la
óptica de los autores, ellos se supeditan a la formación del sujeto como
ciudadano. Esta formación, de hecho, es entendida por ellos como un derecho
inalienable, por lo cual establecen que el gobierno –en tanto expresión de la
voluntad de una nación– debe cubrir en forma directa, si no la totalidad, al
menos parte importante de la educación superior.
Cabe señalar, sin embargo, con muchos recaudos y matices, que en
alguna medida –y probablemente en contra de las intenciones de sus
representantes–, el discurso crítico, más que constituirse en un interlocutor
considerado válido por los autores y organismos que han respaldado y
promovido las políticas neoliberales en la educación superior, se ha erigido en
un discurso paralelo, sin mayores puntos de encuentro con el de aquéllos. Para
graficarlo de un modo simple: mientras el trabajo de un crítico de la
mercantilización de la educación universitaria (tomemos, como ejemplo, a
Carlos Ruiz) sobre las ideas que sustentan nuestro actual modelo educativo,
requiere del dominio de lo que sobre la formación universitaria han escrito los
a entender que se está más allá de una posición política. Somos concientes, en todo caso, de que afirmar que esto o aquello se corresponde o no con la esencia de lo humano, lo educativo y lo universitario, es por sí, de hecho, en buena medida, un gesto político.
201
intelectuales promotores de las políticas neoliberales, éstos (pensemos, para
seguir en el caso chileno, en José Joaquín Brunner), para avalar sus posturas,
no requieren y de hecho pueden prescindir del conocimiento del trabajo de los
críticos.
Una posible conclusión de lo anterior, es que no ha habido un diálogo
abierto entre los sectores promotores de la regulación de las instituciones
educativas por el mercado, y los intelectuales críticos. Asumiendo esta
aseveración únicamente como una hipótesis, podríamos pensar, también de un
modo hipotético, que los intelectuales críticos son en parte responsables de que
dicho diálogo no haya tenido lugar. Esto se debería, entre otras cosas, a que al
reprochar la universidad y la formación que ella otorga bajo las directrices
neoliberales, desde un lenguaje marcadamente humanista y político, no han
sabido interpelar y hacerse escuchar por los autores y las entidades (tanto
nacionales como internacionales) que han decidido el rumbo de la educación
superior en las últimas décadas.
Desarrollando esta hipótesis, cabría postular que para constituirse en
agentes que dialoguen efectivamente con los defensores de las políticas
educativas neoliberales, los intelectuales críticos debieran reconocer que el
lenguaje y las categorías con que se abordan los problemas educativos en la
actual globalización neoliberal –es decir, el lenguaje y las categorías
dominantes–, son los de la economía, específicamente de la economía
neoliberal globalizada. Siendo esto así, sería pertinente afirmar que los críticos,
más que erigir un discurso paralelo y de algún modo confinado en sí mismo,
debieran –sin renunciar a la crítica y a la defensa de lo que estiman son y
deben ser el sujeto, la educación y la universidad, y justamente para que dicha
crítica y defensa se constituyan en un verdadero interlocutor de los intelectuales
y documentos pro mercado en educación– hacer suyo dicho lenguaje, discutir
en el mismo terreno que los defensores del mercado, para una vez instalados
202
en él, disputarles la interpretación respecto del sujeto, la educación y la
universidad.
Si bien la hipótesis mencionada pudiera ser en cierto sentido razonable,
nos parece que ella yerra en puntos importantes. En primer lugar, no es cierto
que todos los autores y autoras críticos a la mercantilización de la educación
universitaria, desconozcan o no hagan suyos el lenguaje y las categorías
económicas con que se establecen en la actualidad los parámetros de la
educación. En nuestra Tercera Parte, de hecho, revisamos las posturas de
varios intelectuales con formación en economía: Franz Hinkelammert, Francisco
Delich, Jaime Ornelas y José Luis Coraggio. Sólo por mencionar un ejemplo,
este último ha estudiado la política económica de la educación bajo la
hegemonía del mercado, y en tanto que economista ha confrontado –en el
terreno de la economía misma– a las políticas neoliberales en la enseñanza
superior.
Conviene señalar, por otra parte, que si bien es plausible sostener que
no ha habido un diálogo abierto y llano entre los intelectuales favorables y
opuestos a la educación universitaria bajo las demandas del neoliberalismo, no
cabe duda de que han tenido y tienen lugar importantes mediaciones, instancias
de encuentro y confrontación de posturas. Un buen ejemplo de ello es lo
acontecido en los últimos años en Chile con el llamado Movimiento Social por la
Educación, muchos de cuyos actores han confrontado las políticas educativas
del gobierno chileno en base al intercambio fecundo con intelectuales que en
los marcos de este trabajo llamamos críticos, como Carlos Ruiz y Fernando
Atria.
De la mano de lo recién indicado, debemos tener presente que en este
trabajo, nos hemos ocupado únicamente de la crítica a la universidad y su
formación por parte de académicos. Ahora bien, según nuestros supuestos
interpretativos y metodológicos, la educación (para nuestro caso, la
universitaria) es una cuestión disputada, un campo de luchas respecto del
203
sentido de la formación que deben recibir los sujetos. Si tomamos en serio
dicho supuesto, y asumimos que la disputa por los sentidos de la educación es
una lucha política, hemos de reconocer que la superación del modelo educativo
de mercado requiere, como condición de posibilidad, una acción política
concreta, que los actores políticos interesados (no únicamente los que enseñan
e investigan en las universidades) se pronuncien al respecto.
Con esto no queremos, por cierto, instalar una separación o distinción
entre los actores políticos y los académicos. Entre los autores que hemos
examinado, un excelente ejemplo de la conjunción del académico y el actor
político es Adriana Puiggrós, quien además de investigadora en temas
educativos, se ha desempeñado como Secretaria de Estado para la Ciencia, la
Tecnología y la Innovación Productiva, y como Directora General de Cultura y
Educación de la Provincia de Buenos Aires, siendo actualmente Diputada de la
Nación. Este ejemplo es en todo caso engañoso, pues puede dar a entender
que, en nuestra perspectiva, únicamente los académicos que son a su vez
“políticos profesionales” son actores políticos. Para nosotros, por el contrario, en
cuanto se pronuncian sobre determinados temas que conciernen a lo público,
como la educación, ya están en la esfera de la discusión política.
Es oportuno recordar, a propósito de esto, que en la Tercera Parte de la
investigación, vimos que muchos de los críticos asumen intencionadamente su
censura a la orientación de las instituciones educativas hacia el mercado, como
una lucha política. Teniendo esto en consideración, no es reprochable que
antepongan al lenguaje y las categorías económicas (economicistas)
dominantes, un lenguaje predominantemente humanista y político. Si la
educación es, como sostenemos en este trabajo, un ámbito de disputas, un
aspecto fundamental de la disputa hace relación justamente al lenguaje y a las
categorías con que se aborda la cuestión educativa. En esta perspectiva, uno
de los grandes aportes de los intelectuales críticos es poner en evidencia que
detrás del lenguaje y las categorías económicas, supuestamente neutras, con
204
las que abordan la educación los autores pro mercado, hay posiciones de
poder, y una serie de apuestas políticas, entre otras cosas, respecto de lo que
los sujetos son y pueden mediante la educación llegar a ser.
Para decirlo en otras palabras, consideramos que una contribución
significativa de los intelectuales críticos a la actual discusión educativo-
universitaria, consiste justamente en poner de manifiesto que cuestiones en
apariencia abstractas, “demasiado filosóficas y profundas” –como la decisión
respecto de qué sujeto queremos formar en las instituciones educativas–, son
centrales en educación, y en tanto que controversiales, deben discutirse en la
esfera política.
Recordemos, por último, que muchos de los intelectuales críticos, se
posicionan desde una perspectiva política, asumida por ellos mismos como
utópica. Si adscribimos a esta intención utópica, podemos pensar como posible
la superación de la educación regulada por el mercado, lo cual no significa, para
nosotros, que dejen de existir universidades privadas, sino que éstas sean
reguladas en su funcionamiento por la sociedad civil y el Estado, el que
comprometiéndose con la consideración de la educación como un derecho,
asegure a las instituciones estatales las condiciones para que, en vez de
competir según las lógicas del mercado, puedan otorgar formación universitaria
a todas las personas habilitadas para ella.
Creemos que esta utopía, lejos de ser una ilusión o una quimera, tiene
un importante asidero en el trabajo intelectual de los autores críticos que hemos
revisado en la Tercera Parte. Es una utopía que, por cierto, deseamos.
Esperamos que este trabajo y las posibles reflexiones que él pueda suscitar,
contribuyan de algún modo a pensar, discutir y obrar esta utopía.
205
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