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TRADICIÓN Y LEGADO PORTAJE 2011 Ayuntamiento de Portaje

Portaje, tradición y legado - Introducción

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TRADICIÓN Y LEGADOPORTAJE

2011Ayuntamiento de Portaje

INTRODUCCIÓN

UNA GEOGRAFÍA DE ENCINAS

Cuenta la leyenda que la Virgen del Casar escogió los campos de Tejada de Arriba para establecerse cerca de los portajeros. Y allí, en ese paisaje que es tan suyo, los portajeros erigieron la ermita a su patrona. El terreno que la rodea, sobre todo con el reverdecer de la primavera, presenta una estampa de ensueño. Y es que Portaje se encuentra inmerso en una geografía con un sistema único, casi prodigioso: la dehesa extremeña.

El extraordinario paisaje de encinas que recorre el accidentado territorio portajero, además, se relaciona de una manera intensa con el carácter, el sentir y el uso de sus habitantes: la naturaleza de la dehesa se conformó a lo largo de varios siglos, en los cuales la convivencia entre el hombre, las especies botánicas y las razas autóctonas moldearon, en completa conjunción, una geografía del bosque mediterráneo en la cual el hombre —el portajero— se vertebró íntimamente con el campo que lo circunda, viviendo tan de puertas adentro como de puertas afuera, siempre cogido de la mano del medio natural que lo rodea. El antiguo bosque ibérico es hoy la dehesa, donde la acción del hombre, que robó espacios al bosque, desforestándolo para ganar pastizales y tierras orientadas al sol, pero sin perder el equilibrio del ecosistema, dio como resul­tado esa milenaria simbiosis entre el hombre y la tierra. Y es que la zona en la que se inscribe el término municipal reúne una serie de condiciones climáticas peculiares, en una región de lluvias irregu­lares, suelos pobres, inviernos de una dureza moderada y veranos calurosos —las más propicias para la propagación del bosque me­diterráneo—, que ha de ser resistente para soportar la aridez de los largos periodos estivales.

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En su vegetación destaca, sobre todo, la presencia de la enci­na, indiscutible reina del paisaje portajero, extendiéndose como un manto irregular a lo largo de todo el término municipal. Junto a la encina conviven algunas otras especies de árboles, sobre todo el olivo, el alcornoque, el galapero y el acehúche, pero sobre todo conviven multitud de matorrales que dotan de variedad y riqueza un ecosistema de por sí poco frondoso, orientado más al pastizal: están la jara, el madroño, el brezo, la retama, el tomillo, el can­tueso… mientras que el estrato herbáceo, del que se alimenta el ganado, se compone fundamentalmente de gramíneas y legumi­nosas. El terreno es de corte bastante accidentado, con dos cursos de agua importantes que lo dotan de vida: por un lado, el río Ala­gón, al oeste, y la rivera de Fresnesdosa, que lo cruza de oeste a este y cuyas aguas se concentran en la presa de Portaje, mientras que en su escarpado y ondulado relieve destacan la sierra del Arenal y los cerros del Bodonal y la Ventosa.

En cuanto a la fauna, Portaje presenta un ecosistema sosteni­ble, de modo que junto con sus primeros consumidores —pe­queños mamíferos y todos los ganados: vacuno, ovino, capri­no, equino y porcino— conviven un am plio es pectro de depreda­dores y una importante gama de carroñeros que mantienen la con tinuidad del ciclo y la limpie­za del ecosistema. Profundizan­do, el ejemplar paisaje portajero es rico en especies: predominan los pequeños mamíferos tales como el zorro, la jineta, liebres, pequeños roedores, la nutria y el turón, junto con especies de

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caza mayor como el jabalí y el ciervo, y asimismo anfibios como la salamandra o el sapo común. Pero, sobre todo, destacan las aves, muchas de ellas beneficiadas en su tránsito migratorio de la gene­rosa geografía portajera y extremeña en general: con la cigüeña o la golondrina, que hacen su casa junto a todos los portajeros, están la perdiz, el buitre negro y el leonado, la avutarda, el aguilucho cenizo y el sisón, distintos tipos de águila: la imperial ibérica, la culebrera, la real, la perdicera, la calzada, también halcones abeje­ros, cernícalos primillas, alimoches, búhos reales, cárabos, rabilar­gos, abejarucos, urracas, garzas reales, garzas imperiales, gangas, ortegas, alcaravanes, vencejos reales, abubillas, aviones comunes y roqueros, etc. Por último, en lo que se refiere al agua, han sido es­pecies típicas de la zona el barbo, la boga, la tenca, y actualmente, sin ser autóctonos, se han introducido distintos tipos de carpa, de blackbass y de cangrejo americano.

Portaje es, dentro de la comarca de la Vega del Alagón, en la cual se inscribe, el segundo municipio con el término municipal más extenso, tras Zarza la Mayor, y limita con varios municipios: Coria al norte, Torrejoncillo al este, Portezuelo al sureste, Acehú­che al suroeste, Pescueza al oeste y Casillas de Coria al noroeste. El pueblo, que se introduce en el ecosistema de manera equilibrada, es un núcleo de población integrado dentro de la dehesa, situado en lo alto y conformado por pequeñas casas construidas a lo largo del tiempo de manera gradual y pegadas una junto a la otra, dando con un callejero desordenado y apretado donde se diferencian dos concentraciones, situada una «arriba», alrededor de la torre del re­loj, y otro a una altura menor, la zona de la antigua laguna, la de los «laguneros». La organización del terrazgo, que durante mucho tiempo atendió a una economía de subsistencia de la población general, hizo que en torno al núcleo poblacional se concentre un redondel de huertos y pequeñas parcelas, donde se cultivan fruta­les y hortalizas, y que se aprovechaba de la red de fuentes y pozos que jalonan el pueblo. Como lugares de culto, además de la iglesia parroquial, que está consagrada al patrón de Portaje, San Miguel

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Arcángel, la patrona, la Virgen del Casar, tiene su ermita en Tejada de Arriba, y se encuentran otras dos ermitas, ambas próximas al pueblo pero fuera del núcleo urbano, consagradas a San Sebastián y al Cristo del Humilladero.

RETAZOS DE HISTORIA PARA UN PUEBLO

Portaje, o al menos el territorio que hoy es Portaje, hunde sus raíces más allá de donde pervive la memoria y se ha registrado la historia. Pero de manera estric­ta, la referencia temporal más antigua a la cual podemos aten­der nos lleva a 1479, fecha de la que se conservan en el Archivo

Histórico Provincial de Cáceres unos papeles referidos al deslinde de una cañada entre Portaje y Pescueza.1 Parece razonable situar, por tanto, el nacimiento del pueblo entre la última década del si­glo xiv y las primeras del xv;2 pero que los primeros habitantes de

1 Archivo Histórico Provincial de Cáceres, Ayuntamiento de Coria, sección 6ª, legajo 106, nº 2, 1479, octubre: «Deslinde y amojonamiento de una cañada linde entre las poblaciones de Portaje y Pescueza: [...] dixeron que por quanto avian division e contienda entre los dichos conçejos sobre çi­erta cañada que el dicho conçejo e buenos hombres de Portaje habian demandado e quitaron? junto con la su dehesa de los bueyes e con la dehesa del duque nuestro señot para que podyesen yr con sus ganados a paçer las yervas e beber las aguas por los baldios de lo qual se [...] en el dicho conçejo e buenos hombres se la Pescueza e asi mesme el conceçjo e omes buenos de la Cachorrilla disiendo que ellos tenian fechos barvechos ally e que rescibirian grand daño sy la dicha cañada se oviese por alli […].» Posterior a esta fecha se encuentran igualmente, en el mismo Archivo, otros documentos referidos a nuevos amojonamientos entre Portaje, Pescueza y Cachorrilla, de los años 1497 y 1527. Trae estos documentos Francisco José Casillas Antúnez, en «Dos topónimos oscuros: Cachorrilla y Pescueza», Alcántara: revista del Seminario de Estudios Cacereños, 66 (2007), pp. 29­37.

2 Casillas Antúnez, en el artículo ya citado anteriormente, hace notar, por una parte, que el Libro de la montería, escrito hacia 1345, no aporta indicio de que existieran poblaciones rurales en las cercanías de Coria por aquel entonces. Asimismo, entre 1385 y 1386, Juan I, con un ejército portu­gués a sus órdenes, sitia la ciudad de Coria en el marco de la Guerra de Sucesión de Portugal, y tala los campos circundantes. Portaje, de haber existido entonces, hubiera sido arrasado —y Pescueza y Cachorrilla—, hecho que sin embargo no recoge ninguna crónica. Sería después de la guerra de Portugal, por tanto, cuando los colonos empezaran a repoblar estas tierras.

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la zona existieron desde mucho antes no admite duda: junto al río Ala gón, en un pequeño promontorio, se encuentra el rastro de un antiguo castro, conocido como castro «El Zamarril», y que data aproximadamente del siglo ii. a. de C., a tenor de las características de un ajuar funerario que se encontró en la zona. Así, vetones, ro­manos y árabes caminaron por las tierras que hoy son Portaje, has­ta que los cristianos conquistan Coria, y es la repoblación cristiana de la reconquista la que trae consigo sin duda alguna el estableci­miento de Portaje tal y como hoy lo conocemos. El propio nombre del pueblo, «Portaje», es un indicio del origen colono del asenta­miento: aunque algunos han querido ver en el origen del nombre de Portaje un derivado de «Puerta del Ángel», otra teoría, más razonable, sugiere que el nombre viene derivado de «Portazgo»; sea como sea, el Diccionario de Autoridades reconoce la voz ‘portaje’ como derivado de la voz latina portus, es decir, ‘puerto’, lo cual cobra sentido si pensamos que el repoblamiento de los colonos se realizó en búsqueda de los pasos naturales en alineamiento hacia Alcántara con el fin de vadear el río Tajo y Alconétar.

Años después, de 1577 es la fecha en la cual el artista Juan de Ribera firma las pinturas que adornan las bóvedas de la Iglesia parroquial «San Miguel Arcángel», el principal y más añejo vesti­gio arquitectónico que se encuentra en Portaje, dejando bien a las

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claras que en torno a un siglo y medio después de su fundación Portaje es un enclave con una población consolidada.

Más allá de estas fechas oscuras, los avatares del emplazamiento han sido estudiados por Félix Corrales,3 que desde el siglo xvii, ofre­ce unos pocos datos extraídos de distintas fuentes para estudiar la evolución de la población portajera, así como algunos datos sobre el municipio a lo largo de su historia. Sintetizando, sus primeras fuentes documentales arrancan de 1633, en que los libros parro­quiales conservados —hoy en el Archivo Diocesano de la Diócesis de Coria­Cáceres— ofrecen una relación de bautismos, desposorios y defunciones, así como el inventario de la cofradía de la Virgen del Casar, que empieza a registrarse a partir de 1637. De 1790 data un interrogatorio de 57 preguntas promovido por la Real Audiencia de Extremadura, con sede en Cáceres, creado el mismo año por Pragmática de Carlos IV y que se hizo con el cometido de conse­guir el mayor número de informes que sirvieran para conocer el territorio donde la Real Audiencia ejerce su jurisdicción; gracias a este documento podemos saber, entre otros datos, el número de vecinos en aquel entonces, clasificados por su trabajo (no se in­cluyen, por tanto, mujeres, niños ni hombres sin ocupación), que era de 93; que el pueblo vivía fundamentalmente de la dehesa boyal,

de la que extraían toda su producción, siendo las únicas cosechas de trigo; se mencionan las dehesas del Cuarti­co, la de Zalgaventi­llo, las de Tejada de Arriba y Tejada de Abajo, la de Barbe­llido de Hayo, la de

3 Félix Corrales Díaz, Portaje. Visión histórica. Tradición y folklore, Cáceres, Diputación Provincial de Cáceres ­ Institución Cultural «El Brocense», 2001.

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Montesordo, la del Arenalejo, la de Mediomínguez, la de los Gala­pagares y por último la boyal, así como los baldíos de Zagalvientos, Arenales, Peña Blanca y la Buados; la existencia de tres cofradías consagradas al Santísimo Sacramento, a la Santa Veracruz y a Nuestra Señora del Rosario, así como las tres ermitas consagradas a la Virgen del Casar, a San Sebastián y a Nuestro Señor Jesucristo; y finalmente la presencia de una escuela de niños y niñas para las primeras letras a cargo de uno de los vecinos. Años más tarde, To­más López, a instancias de la realización de un Diccionario Histórico y Geográfico dispuesto por la Real Academia de la Historia, reali­za en 1798 un nuevo cuestionario. Entre otros datos, menciona la raíz etimológica de Portaje, ya anotada, que sugiere que por tradi­ción se supone viene derivado de llamarse antiguamente «Puerta del Ángel», después «Portángel» y finalmente «Portaje». Entrados ya en el siglo xix, el Diccionario geográfico-histórico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar, publicado en 1840, expresa que «la producción es de trigo, cebada, centeno, habas y algunas legumbres; se mantiene ganado lanar, cabrío, vacuno y de cerda, y se cría caza menuda y la pesca del río. En industria y comercio dispone de una aceña y un batán; se extrae algún ganado de cerda, importándose los artículos necesarios de las poblaciones inmedia­tas». Para aquel entonces, el pueblo había duplicado su población respecto a 1790, puesto que el Diccionario recoge, en Portaje, «200 vecinos y 1.090 almas». Finalmente, para el siglo xx, se recogen los datos de 1.230 habitantes al comienzo del siglo, aumentando has­ta un pico de 1.428 en la década de los 50, produciéndose entre la década de los 60 y los 70 el éxodo que llevó la población de los áreas rurales hacia la gran ciudad, dejando a Portaje con los 416 ve­cinos que posee actualmente en 2011. Esta inmigración, que atacó sobremanera a un pueblo como Portaje, muy dependiente de la ex­plotación de la dehesa y sin industria, ha hecho que sean multitud los portajeros que campean a lo largo y ancho de España, concen­trándose especialmente en Madrid, Barcelona y el País Vasco y, en menor medida, en otras zonas de España.

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UN HABLA, UNA TRADICIÓN, UN PUEBLO

Pero si las crónicas y documentos que hagan referencia a Portaje son pacatas y casi insignificantes, el rastro de la huella que contie­ne en sí la memoria del pueblo ha pervivido hasta nuestros días a través de algo vivo. Portaje abunda en tradiciones folclóricas, y con ellas, y con el habla portajera, tan característica, la memoria de los ancestros pervive y se perpetua en sus herederos, en los actuales habitantes del pueblo. Portaje, pese a su modestia, y como se pre­tende reflejar en las páginas que siguen a esta introducción, posee un conjunto de tradiciones y de canciones que muestran bien a la claras el riquísimo patrimonio popular que se posee. En ese sustra­to popular se encuentra el alma de Portaje, un pueblo humilde y crecido cara a la dehesa, pero mucho más apegado a sus orígenes y a su esencia de lo que se podría creer únicamente con los viejos documentos a la vista.

Centrándonos en el habla portajera, esta nos muestra cuán hundidas se encuentran las raíces de Portaje en sus gentes. En ella podemos encontrar la herencia de los primeros pobladores que, allá por los siglos xii y xiii, se instalaron con la Reconquista por estas tierras. En aquel entonces, hacia el siglo xii, la Transierra —es decir, el norte de la provincia de Cáceres— fue dividida en dos zonas, separadas por la ruta de la Plata, el gran nexo de comuni­cación que vertebra la provincia. Si bien la parte oriental cayó bajo el influjo castellano, la occidental cayó bajo el leonés. Durante gran parte del siglo xiii se avanzó en la repoblación y a partir de la reunificación de Castilla y León la reconquista y repoblación de Extremadura dejó de obedecer a repartos geográficos fijos entre los dos antiguos reinos, de modo que los repobladores establecidos procedían de diversas zonas, mezclándose con frecuencia. Esto, junto con la temprana castellanización del dialecto leonés y la fuer­za de la norma toledana hace bastante difícil establecer un origen para el habla extremeña. Portaje, sin embargo, no padece de esa dificultad, sino que presenta una marcada huella leonesa, la que

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le correspondía al situarse en la margen izquierda de la Ruta de la Plata, distinguiéndose de otras zonas, a menudo muy próximas, que presentan una mayor vacilación de fenómenos dialectales. El habla portajera es quizás, por tanto, y quitando los restos del cas­tro «el Zamarril», la más antigua y señera marca de identidad en Portaje, pues conserva con gran viveza su origen leonés. Este habla, que no presenta en los aspectos morfosintácticos demasiada va­riación con respecto al habla castellana común, sí presenta, sobre todo en el aspecto fonético y en el léxico, una serie de rasgos muy característicos, casi todos presentes en otras zonas, pero que suma­dos conforman ejemplarmente el decir portajero.

Primeramente y entrando en materia,4 en lo que atañe al vo­calismo es un fenómeno muy extendido el cierre de las vocales átonas postónicas /o/ en /u/ y /e/ en /i/ (güertu por huerto, cafri por cafre), quizás el rasgo más característico del habla portajera, algo compartido con el leonés. Junto al cierre de las átonas, se en­cuentran varios fenómenos vocálicos más entre los que se pueden destacar la de saparición de la diptongación (pos por pues, pacencia por paciencia), proclisis (mu por muy), metátesis (naidi por nadie), asimilaciones de vocales (idil por decir), disimilaciones (semos por somos), generación de ­n paragógica (asín por así) o la desaparición de /e/ y /a/ inicial (tati quietu por estate quieto, bujeru por agujero).

Por su lado, en el consonantismo hay otra serie de fenómenos bastante destacados. Están la terminación generalizada de la ­r fi­nal etimológica en ­l (abril, cerral por abrir, cerrar), la neutralización de /l/ y /r/ en posición implosiva (almario por armario), aspiración de la ­f inicial latina (jadel por hacer), mantenimiento de antiguas aspiraciones ante ­ue (güele por huele, güeno por bueno), la metátesis de ­rl­ en ­lr­ (palrar por parlar) y de ­dr­ en ­ir­ (mairi por madre), la ausencia de yeísmo (distinguiéndose pollo de poyo), la peculiar conservación de la antiguas sibilantes sonoras medievales, adop­tando en ocasiones para una de ellas, la dorsodental /ŝ/, el fonema

4 La mayoría de los fenómenos presentados a continuación los recoge Manuel Alvar (Manueal de dialectología hispánica, Ariel, 2004) en las partes correspondientes al extremeño y el leonés.

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castellano más afín, /d/ (idil por decir o jadel por hacer), y finalmen­te, aunque ya más característico del habla vulgar y no tanto un fenómeno arcaico como los anteriores, la pérdida de ­d­ intervocá­lica (sembrao por sembrado).

En el plano morfosintáctico, por su parte, encontramos otra serie de rasgos también conocidos en otras zonas, que tienen ge­neralmente la consideración de vulgarismos, con otros casos de leonensismos. Están, por ejemplo, el empleo del artículo con el po­sesivo (el mi corral), vulgarismos en los pronombres personales (me se rompió), el uso partitivo del antiguo genitivo latino (unos cuantus de muchachus, unus pocus de caballus), las formas fuertes de la tercera persona del plural del pretérito indefinido (dijun por dijeron), el em­pleo en ocasiones de la preposición de con algunos verbos (mandó de avisal), formas arcaicas de algunos adverbios (entovía por toda-vía), uso abundante del adverbio de lugar pahí en lugar de por ahí, contracción de la terminación ­iera en ­iá (siquiá por siquiera) o el uso muy abundante y versátil de formas presentativas (velaquí el hombri por he aquí el hombre). Y, finalmente, es muy característico el uso de los diminutivos terminados en ­ino, ­ina (muchachino, mu-chachina), y muy llamativo el uso del verbo caer con los valores de ‘tirar’ (esi árbol lo van a cael).

En cuanto al léxico, del que se ofrecerá un pequeño diccionario también a continuación, hay que destacar la presencia de muchos vocablos de procedencia leonesa, de vulgarismos y de lo que, en general, se podrían llamar occidentalismos, así como algunos tér­minos de procedencia gallego­portuguesa, como sucede con afechal o acordalse (este último en el sentido de despertarse).

Todos estos fenómenos, pese a todo, no se prodigan con una re­gularidad exacta, materializándose también junto a ellos algunos otros más, de carácter esporádico y vacilante.

En su mayor parte, este habla portajera coincide con el que el conocido poeta Gabriel y Galán retrató ejemplarmente tras encon­trar en Guijo de Granadilla el sosiego necesario para engendrar su

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poesía, y no tanto con el extremeño de Chamizo, más dado a los usos meridionales del sur de Extremadura:

¡Señol jues: que nenguno sea osao de tocali a esa cama ni un pelo, porque aquí lo jinco delanti usté mesmo! Lleváisoslo todu, todu, menus eso, que esas mantas tienin suol de su cuerpo... ¡y me güelin, me güelin a ella ca ves que las güelo!...

PORTAJE, LEGADO Y TRADICIÓN

El libro que ahora tenéis en vuestras manos se ha concebi­do con el objetivo de recoger, en todo lo posible, la tradición que ha legado Portaje a sus ge­neraciones más jóvenes.

Hay que tener en cuenta que esta tradición no es fija ni está estancada, sino que es va­riable, fluctuante, y como tal es este libro. El decir portajero, por ejemplo, aunque aquí se ha tratado de sintetizar y reco­ger en sus características más definitorias, no es una habla que se mantenga inmutable. Hay hablantes que no presen­

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tan algunos de los rasgos señalados, mientras otros tienen algunos de ellos de manera mucho más acusada. Esto se puede observar muy bien en la gente joven: aunque algunos rasgos, como el cierre de las vocales tónicas postónicas suelen seguirse mucho todavía, y con las mozas aún se enredan los mozus, otros se están perdiendo definitivamente. Pensemos, por poner un ejemplo, en la diferencia­ción de pollo y poyo, o la aspiración de la f ­inicial latina: hoy quizás oigamos entre los jóvenes hacel, pero difícilmente jadel. Y hay ras­gos que son comunes al resto del país: la pérdida de la ­d­ intervo­cálica, aunque muy característica aquí, no es un rasgo genuino. Es natural: hoy, más que nunca, Portaje no es una isla, sino que está en contacto permantente con el resto de España y del mundo, y la lengua, como el resto de manifestaciones culturales, tiende a uni­formarse.

Este trasvase se ha dado siempre, y el legado cultural de Portaje, por tanto, no es solamente Portaje, sino también Extremadura y España. Las páginas que se ofrecen a continuación, en este senti­do, recogen bastantes palabras, expresiones y cantares que, si bien pertenecen enteramente a la tradición que aquí se ha destilado, no tienen que ser genuinamente portajeras, conviviendo con las que sí lo son. Entre los cantares infantiles, por ejemplo, junto a cancion­cillas que han nacido aquí se encuentran otras que igualmente se han cantado por toda nuestra zona, e incluso por toda la penínsu­la. Pero tanto unas como otras pertenecen a nuestra tradición, y ambas sacarán la misma sonrisa a nuestros mayores, al recordarles su infancia. Pretende este libro, por tanto, más que recoger todo aquello que nos es propio a la par que nos diferencia de los demás, acoger en sí todos los usos portajeros, de manera que quede un legado, rico, que permita conservar, impreso y seguro, lo que era y es Portaje. Que sirva para retraer a los mayores y espolear a los jóvenes.

Carlos Cruz González