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Palabras para un tiempo castellano La presencia de Soria y Segovia en la trayectoria biográfica y literaria de Antonio Machado AMELINA CORREA RAMÓN Universidad de Granada «Ni mármol duro y eterno, / ni música ni pintura, / sino palabra en el tiempo» 1 (CLXIV, XVI). Así definiría Antonio Machado la realidad poética en su serie de Nuevas canciones, datadas en el amplio periodo comprendido entre 1917 y 1930. Así, las tierras y emociones de Soria, primero, y de Segovia, unos años después, acabarían convirtiéndose, exactamente, en palabra en el tiempo dentro de la obra machadiana. En un tiempo que había comenzado a escribirse a finales del mes de abril de 1907, cuando el poeta viaje en tren a la ciudad de Soria con el objeto de tomar posesión de su recién obtenida cátedra de Lengua Francesa en el Instituto General y Técnico de la capital 2 y comience así una larga y sin duda fecunda estancia castellana. 1 . Las referencias de la obra poética de Machado se citarán mencionando en el propio texto la numeración convencional en romanos, procediendo todas de la edición crítica de sus Poesías completas a cargo de Oreste Macrì (Madrid, Espasa- Calpe/Fundación Antonio Machado, 1989). 2 . Cf. Ian Gibson, Ligero de equipaje. La vida de Antonio Machado, Madrid, Aguilar, 2006, pág. 174.

Palabras para un tiempo castellano (Machado)

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Palabras para un tiempo castellano

La presencia de Soria y Segovia en la trayectoria

biográfica y literaria de Antonio Machado

AMELINA CORREA RAMÓN

Universidad de Granada

«Ni mármol duro y eterno, / ni música ni pintura, / sino

palabra en el tiempo»1 (CLXIV, XVI). Así definiría Antonio

Machado la realidad poética en su serie de Nuevas canciones,

datadas en el amplio periodo comprendido entre 1917 y 1930.

Así, las tierras y emociones de Soria, primero, y de

Segovia, unos años después, acabarían convirtiéndose,

exactamente, en palabra en el tiempo dentro de la obra

machadiana.

En un tiempo que había comenzado a escribirse a finales del

mes de abril de 1907, cuando el poeta viaje en tren a la

ciudad de Soria con el objeto de tomar posesión de su

recién obtenida cátedra de Lengua Francesa en el Instituto

General y Técnico de la capital2 y comience así una larga y

sin duda fecunda estancia castellana.

1. Las referencias de la obra poética de Machado se citarán mencionando enel propio texto la numeración convencional en romanos, procediendo todas de laedición crítica de sus Poesías completas a cargo de Oreste Macrì (Madrid, Espasa-Calpe/Fundación Antonio Machado, 1989).2. Cf. Ian Gibson, Ligero de equipaje. La vida de Antonio Machado, Madrid, Aguilar,2006, pág. 174.

Sin ser, inicialmente al menos, demasiado consciente de

ello, le precedían en su vinculación con esa ciudad

«mística y guerrera» (CXIII, VII) dos profundas raíces de

diferente índole. La primera, anecdótica hasta el punto de

parecer casi premonitoria, hace alusión a su bisabuelo

paterno, padre de su abuela Cipriana Álvarez Durán, quien

en 1836 había sido nombrado gobernador civil precisamente

de Soria, tras su regreso de un exilio de varios años en

Francia durante la Década Ominosa.3 Sin embargo, tras un

periodo inferior a siete meses, dimitiría para consagrarse

a la escritura de una obra de inspiración metafísica, con

una vocación heterodoxa que lo llevaría a ser denostado por

Marcelino Menéndez Pelayo, y que, con el correr de los

años, heredaría su bisnieto Antonio. Se trata de un libro

«filantrópico y conciliador, deísta y roussoniano, con

múltiples puntos de contacto no sólo con el armonicismo

krausista sino, algo más allá, con el socialismo utópico».4

La segunda raíz que parecería de alguna manera anticipar la

conexión emocional de Antonio Machado con Soria viene dada

por la intensa relación que, décadas atrás, había mantenido

con esta tierra castellana su paisano Gustavo Adolfo

Bécquer. En efecto, casado con Casta Esteban, hija de un

médico soriano, Bécquer pasará frecuentes temporadas en la

capital y sus alrededores, convirtiendo a Soria en

escenario de su obra literaria. Así, por ejemplo, sus

3. Cf. Jordi Doménech, ed. y notas, en Antonio Machado, Prosas dispersas (1893-1936), Madrid, Páginas de Espuma, 2001, pág. 380, nota nº 8.4. Enrique Baltanás, Los Machado, Una familia, dos siglos de cultura española, Sevilla,Fundación José Manuel Lara, 2006, pág. 31.

leyendas «La promesa» y «Los ojos verdes» están ambientadas

en pueblos como Gómara y Almenar de Soria, mientras que en

«El monte de las Ánimas» o «El rayo de luna» adquieren

especial importancia lugares cercanos a la capital, como el

monasterio templario de San Polo. Andando el tiempo,

Antonio Machado convertiría en uno de sus lugares

predilectos el hermoso paseo bordeado de álamos que conduce

desde dicho monasterio hasta la ermita de San Saturio,

recorrido en deleitosos paseos junto al río, que para

siempre asociará ya en su memoria con la figura de su amada

Leonor:

He vuelto a ver los álamos dorados,

álamos del camino en la ribera

del Duero, entre San Polo y San Saturio,

tras las murallas viejas

de Soria […]

¡Álamos del amor que ayer tuvisteis

de ruiseñores vuestras ramas llenas; […]

álamos del amor cerca del agua

que corre y pasa y sueña,

álamos de las márgenes del Duero,

conmigo vais, mi corazón os lleva! (CXIII, VIII)

Por último, Bécquer sitúa su leyenda «La corza blanca» en

las frondosas faldas del Moncayo, cuyas altas cumbres

evocará tiempo después con tanta intensidad Machado en sus

versos, asociada también su nevada silueta con la amada

encontrada y tan pronto perdida:

¿No ves, Leonor, los álamos del río

con sus ramajes yertos?

Mira el Moncayo azul y blanco; dame

tu mano y paseemos. (CXXI)

La primera estancia de Antonio Machado en Soria durará

apenas unos días. Los necesarios para la toma de posesión

de su puesto docente y para adquirir un primer conocimiento

de la ciudad que le servirá de hogar durante cinco años.

Pero también para concebir un poema escrito en esas fechas,

titulado «Orillas del Duero», que «no sólo tiene tono

optimista sino que anticipa la inspiración castellana que

va a caracterizar ahora su estro»:5

Pasados los verdes pinos,

casi azules, primavera

se ve brotar en los finos

chopos de la carretera

y del río. El Duero corre, terso y mudo, mansamente.

El campo parece, más que joven, adolescente. (IX)

En efecto, la tierra castellana constituirá, a partir de

ahora, una de las más poderosas fuentes de inspiración del

poeta sevillano, que la va a considerar, en línea con una

importante corriente castellanista del momento -

representada por la que recibirá durante mucho tiempo el

nombre de generación literaria del 98-, como una suerte de

esencia del alma española. Hasta el punto de que su5. Ian Gibson, op. cit., pág. 176.

siguiente libro recibirá el título de Campos de Castilla.

Dicho poemario aparece encabezado por una significativa

composición escrita en versos alejandrinos que habría que

situar dentro del subgénero del autorretrato confesional

modernista. Así, el «Retrato» machadiano constituye un

análisis introspectivo similar en intención y tono a los

que por esas fechas escribirán su hermano Manuel

(«Adelfos»), Francisco Villaespesa («Autorretrato» y «Ego

sum»), Pedro Luis de Gálvez («Ecce homo») o Alejandro Sawa

([«Yo soy el otro»]), por citar tan sólo algunos ejemplos.6

El poema de Antonio Machado se publicó por primera vez en

el diario madrileño El Liberal el 1 de febrero de 1908, cuando

llevaba ya varios meses residiendo en Soria.

Dicha estancia, que inaugura la que será ciertamente su

etapa castellana (aunque con el paréntesis andaluz que

significan sus siete años en Baeza), supondrá para el poeta

una serie de cambios fundamentales, que se podrían resumir,

básicamente, en tres ámbitos distintos pero

interrelacionados.

1. «A mi trabajo acudo, con mi dinero pago / el traje que me cubre y la

mansión que habito…»

6. Cf. Amelina Correa Ramón, «Antonio Machado en el ámbito del modernismoandaluz», en Jordi Doménech (coord.), Hoy es siempre todavía. Curso Internacional sobreAntonio Machado, Sevilla, Renacimiento/Ayuntamiento de Córdoba, 2006, págs. 123-125.

El fallecimiento en agosto de 1904 de la abuela de los

Machado, Cipriana Álvarez Durán, va a suponer para la

familia la agudización de una situación económica bastante

precaria, situación que describiría con mordacidad

telegráfica el, por otro lado, sincero admirador de la obra

machadiana, Juan Ramón Jiménez:

Madrid. Abuela queda viuda y regala la casa. Madre,

inútil. Todos viven pequeña renta abuela. Casa

desmantelada. Familia empeña muebles. No trabajan, ya

hombres. Casa de la picaresca, venta de libros viejos.

Muere la abuela, a los treinta y cinco o cuarenta años

empieza a trabajar Antonio Machado.7

Si bien Juan Ramón Jiménez exagera lo referente a la edad,

puesto que Machado aún no ha cumplido los treinta años, sí

es cierto que a lo largo de su ya bien entrada edad adulta

no ha conocido más que trabajos ocasionales y de escasa

entidad. La acuciante situación doméstica lo obligará a

tomar la decisión de procurarse un empleo y unos

consiguientes ingresos estables. Así, tras sopesar diversas

posibilidades, y animado al parecer por su admirado

Francisco Giner de los Ríos, el poeta decidirá probar

suerte en las oposiciones a cátedra de Lengua Francesa en

Institutos de Segunda Enseñanza, ya que posee los

requisitos necesarios: título de Bachiller y dominio del

idioma. Después de un largo proceso que se prolongará por

espacio de varios meses (casi un año), finalmente Antonio7. Juan Ramón Jiménez, El modernismo. Apuntes de un curso, ed. de Jorge Urrutia,Madrid, Visor, 1999, págs. 149-150.

Machado consigue el quinto puesto de las siete cátedras

vacantes, eligiendo en su turno correspondiente el

Instituto de Soria, donde comenzará lo que va a ser una

larga etapa como docente.

Machado llega a la capital castellana, tanto en su toma de

posesión como cuando, a comienzos del nuevo curso, se

incorpore al claustro de profesores, recurriendo a su medio

de transporte favorito: el tren, que cantará entusiasta en

sus versos:

Yo, para todo viaje

-siempre sobre la madera

de mi vagón de tercera-

voy ligero de equipaje. […]

Luego, el tren, al caminar,

siempre nos hace soñar. (CX)

No se encuentra aislado el caso de nuestro poeta en la

corriente de simpatía que claramente transparentan sus

textos hacia el ferrocarril. En realidad, como afirma Lily

Litvak, «Desde su aparición, el ferrocarril fue motivo

fecundo de inspiración en la literatura y el arte

españoles»,8 admirado como símbolo de progreso, que

facilita las difíciles comunicaciones peninsulares. Curros

Enríquez, Ramón de Campoamor y su famoso «El tren expreso»,

Clarín, Pío Baroja, o el íntimo amigo de Machado, el

8. Lily Litvak, El tiempo de los trenes. El paisaje español en el arte y la literatura del realismo(1849-1918), Barcelona, Ediciones del Serbal, 1991, pág. 188.

también poeta Antonio de Zayas, dedicaron efusivas palabras

a ese caballo de hierro nacido con el siglo XIX.

En los primeros días de octubre de 1907 Antonio Machado da

comienzo a lo que será el primero de sus muchos años

académicos. Formado intelectualmente en la Institución

Libre de Enseñanza, cuyo ideario de inspiración krausista

había respirado en el ambiente vital de su casa desde niño,

Machado aplica los métodos didácticos allí aprendidos, como

las lecturas comentadas o la memorización de poemas. Los

versos de Musset, Leconte de Lisle, Verlaine y los

simbolistas franceses probablemente se escucharon así por

vez primera en las aulas sorianas.

El poeta continúa, claro está, escribiendo y colaborando

con diversas revistas y diarios, pero el inicio de su vida

de profesor, metódica y ordenada, supondrá el final de lo

que había sido sin duda una demasiado larga etapa de

incertidumbre económica e indefinición profesional (aunque

a costa, eso sí, de sentir el profundo desarraigo de la

vida literaria -y familiar- madrileña):

Heme aquí ya, profesor

de lenguas vivas (ayer

maestro de gay-saber,

aprendiz de ruiseñor). (CXXVIII)

Sus alumnos, tanto los que tendrá durante el periodo

soriano (1907-1912), como los que luego conocerá entre 1919

y 1928 cuando ocupe la cátedra de francés del Instituto de

Segovia, guardarán de él toda una serie de entrañables

recuerdos. Así, por ejemplo, Mariano Granados y Aguirre

rememorará el casi reverencial silencio de la clase

mientras se escuchaba recitar al poeta, y Gervasio Manrique

de Lara destacará el «afecto admirativo» que despertaba su

bondad y las lecturas que solía hacer en clase de los

libros que recibía del extranjero.9

En cuanto a Segovia, probablemente lo más destacable dentro

de su trayectoria docente resulte su activa participación

en una iniciativa que se estaba gestando justo a su

llegada, a finales de 1919: la fundación de una Universidad

Popular, concebida para extender la instrucción pública a

las clases más desfavorecidas. Machado se implicará

personal y desinteresadamente en un proyecto que pretende

ofrecer cursillos gratuitos y nocturnos, con el loable

objetivo de elevar el nivel cultural de las clases

trabajadoras.

Además, casi desde su llegada a esta nueva capital

castellana, sus tareas docentes se vieron duplicadas al

incorporársele también la cátedra de Lengua y Literatura,

lo que debemos suponer del agrado del poeta, que puede ya

extender el campo de sus poemas y lecturas comentadas al

ámbito de su amada y bien conocida tradición literaria

propia. A pesar de que se refiriera en ocasiones a su

escasa vocación pedagógica, no resulta difícil imaginar la9. Cf. Ian Gibson, op. cit., págs. 216-217.

profunda concienciación didáctica del propio Machado tras

sus apuntes del heterónimo Juan de Mairena:

Se dice que vivimos en un país de autodidactos.

Autodidacto se llama al que aprende algo sin maestro, Sin

maestro, por revelación interior o por reflexión

autoinspectiva, pudimos aprender muchas cosas, de las

cuales cada día vamos sabiendo menos. En cambio, hemos

aprendido mal muchas otras que los maestros nos hubieran

enseñado bien. Desconfiad de los autodidactos, sobre todo

cuando se jactan de serlo.10

2. «…mi juventud, veinte años en tierra de Castilla…»

La publicación de Soledades (1903) y posteriormente de

Soledades. Galerías. Otros poemas (1907) sitúa a Machado en el más

pleno ámbito del simbolismo modernista. En consonancia, la

concepción de la naturaleza que evidencia su poesía, de

origen romántico, responde a la consideración de ésta como

reflejo de los estados de ánimo interiores del poeta. Así

sus privadas galerías, así sus paisajes del alma, así sus

jardines abandonados y sus fuentes que cantan «historias

viejas de melancolía» (VI). Y es que, en efecto, y como

bien explica Pedro Cerezo, «La naturaleza nunca aparece por

sí misma, sino tan sólo como ocasión para que se revele el

espíritu, como signo o cifra del mundo interior».11

10. Antonio Machado, Prosas completas, ed. crítica de Oreste Macrì, Madrid,Espasa-Calpe/Fundación Antonio Machado, 1989, pág. 1928.11. Pedro Cerezo, Palabra en el tiempo. Poesía y filosofía en Antonio Machado, Madrid,Gredos, 1975, pág. 504.

Sin embargo, el contacto con las tierras castellanas tan

profundamente sentidas coincide con un proceso evolutivo de

la poesía machadiana, que se plasma en una visible

transformación evidenciada en los textos que conforman la

que será su próxima obra, Campos de Castilla. Ahora la

naturaleza pasa a ocupar un lugar predominante en un no

escaso número de poemas, y en no pocos poemas considerados

esenciales dentro de la obra machadiana. El lector aprecia

una clara evolución, pues se pasa de las galerías

interiores, de los paisajes del alma, al paisaje exterior,

al reconocible y contrastable paisaje castellano,

atravesado de referentes reales:

¡Oh Duero, tu agua corre

y correrá mientras las nieves blancas

de enero el sol de mayo

haga fluir por hoces y barrancas, […].

¿Y el viejo romancero

fue el sueño de un juglar junto a tu orilla?

¿Acaso como tú y por siempre, Duero,

irá corriendo hacia la mar Castilla? (CII)

La alusión en los versos finales a un género literario tan

característico de la tradición española como es el

romancero no resulta desde luego casual. Muy al contrario,

permite poner en conexión la evolución que experimenta

Machado con la que está teniendo lugar desde hace algunos

años en otros compañeros de generación, que pretenderán

buscar esa inapresable realidad que se considera el alma

del pueblo -el volkgeist romántico- en la milenaria tierra de

Castilla. Allí se encontrarán depositadas una serie de

cualidades que se van a juzgar definitorias de la más pura

raza hispana: la austeridad, el vigor, la capacidad de

esfuerzo, el misticismo. A Ramiro de Maeztu, José Ortega y

Gasset o Enrique de Mesa habría que añadir la figura

crucial de un escritor tan profundamente admirado por

Machado como Miguel de Unamuno, quien ya había desarrollado

sus meditaciones al respecto en su libro de 1905, En torno al

casticismo, donde la reflexión sobre el significado íntimo

del paisaje castellano se aúna con la formulación de un

concepto como la intrahistoria, que pretende conjugar la

sustancia última de la tradición con la posibilidad real de

progreso para el pueblo, en un sentido tan cercano al que

se puede encontrar en la obra del propio Machado y,

anteriormente, en la de su padre, Demófilo.

Siguiendo con la vinculación emocional de Campos de Castilla,

otro ejemplo representativo se halla en un libro publicado

precisamente a finales del mismo año que el poemario

machadiano, es decir, 1912. Se trata de Castilla, de José

Martínez Ruiz, que fue saludado con una composición en la

cual el poeta sevillano mostraba su claro sentimiento de

empatía, el reconocimiento de esa «alma sutil» del pueblo

hispano, titulándolo «Al maestro Azorín por su libro

Castilla»:

Con este libro de melancolía,toda Castilla a mi rincón me llega:

Castilla la gentil y la bravía,

la parda y la manchega.

¡Castilla, España de los largos ríos

que el mar no ha visto y corre hacia los mares […]!

(CXLIII)

Para estos escritores, además, en la fuerza originaria que

parece desprenderse de las entrañas de Castilla habría que

buscar también las raíces profundas de nuestra literatura,

casi telúricamente imbricadas en sus tierras, en sus montes

y en el arduo transcurrir de sus cíclicas estaciones:

¡Oh, Soria, […];

yo sé la encina roja crujiendo en tus hogares,

barriendo el cierzo helado tu campo empedernido;

y en sierras agrias sueño -¡Urbión, sobre pinares!

¡Moncayo blanco, al cielo aragonés, erguido!-

Y pienso: Primavera, como un escalofrío

irá a cruzar el alto solar del romancero,

ya verdearán de chopos las márgenes del río. (CXVI)

Esa Sierra de Urbión, entre pinares, que aparecerá con

frecuencia en la obra literaria machadiana, había sido,

como tantos otros lugares de la épica Castilla, materia

vivida antes de convertirse en materia poética. En efecto,

antes del inicio del curso 1910-1911, el escritor, que ha

heredado de su abuelo y de su padre la afición por las

largas caminatas, compartida también por la Institución

Libre de Enseñanza,12 emprende una excursión de varios días

hacia las altas cumbres del Urbión en compañía de unos

amigos. Allí conocerá la mítica Laguna Negra, lugar fecundo

en leyendas, donde situará Antonio Machado un episodio

fundamental de su largo romance «La tierra de

Alvargonzález», que comenzó a gestarse precisamente a

consecuencia de las impresiones de ese viaje:

A la vera de la fuente

quedó Alvargonzález muerto. […]

Cuenta la hazaña del campo

el agua clara corriendo,

mientras los dos asesinos

huyen hacia los hayedos.

Hasta la Laguna Negra,

bajo las fuentes del Duero,

llevan al muerto, dejando

detrás un rastro sangriento;

y en la laguna sin fondo,

que guarda bien los secretos,

con una piedra amarrada

a lo pies, tumba le dieron. (CXIV, III)

Posteriormente, durante los siete años de estancia en

Baeza, entre 1912 y 1919, el recuerdo a la vez consolador y

nostálgico del paisaje castellano volverá con insistencia a

su obra poética, asociado ya para siempre en su universo

12. Cf. Reyes Vila-Belda, «La visión institucionista del paisaje en AntonioMachado», en Jordi Doménech (coord.), Hoy es siempre todavía. Curso Internacional sobreAntonio Machado, cit., págs. 198-229.

vital con la figura de su amada prematuramente perdida,

Leonor, y con sus vivencias más profundas:

¡Oh!, sí, conmigo vais, campos de Soria,

tardes tranquilas, montes de violeta,

alamedas del río, verde sueño

del suelo gris y de la parda tierra,

agria melancolía

de la ciudad decrépita,

me habéis llegado al fondo del alma,

¿o acaso estabais en el fondo de ella? (CXIII, IX)

Cuando el 1 de diciembre de 1919 tome posesión de su nueva

cátedra, ahora en el Instituto General y Técnico de

Segovia, Antonio Machado volverá a reencontrarse

físicamente con una realidad que, de alguna manera, lo

había acompañado durante todos esos años. Sin embargo, la

presencia de la ciudad de Segovia y de sus montes, ríos y

dehesas no resultará tan frecuente como los propios

segovianos hubieran esperado y como anunciarían

alentadoramente los medios de prensa locales, que habían

saludado con entusiasmo su llegada: «Antonio Machado, el

poeta de Castilla, vuelve a Castilla. […] aquí verterá en

sus versos cadenciosos y austeros las profundas emociones

que esta ciudad hermana y este campo fraterno habrán de

despertar en el alma castellana de este poeta andaluz».13

13. Anónimo, «Antonio Machado, el poeta de Castilla, vuelve a Castilla», LaTierra de Segovia, 27 de noviembre de 1919.

En efecto, fueron muchas las expectativas que se crearon en

torno a esta llegada de Machado: «Se esperaba de él lo

imposible: que Segovia fuera una segunda Soria. Y no podía

ser porque las circunstancias eran ya otras y Machado tenía

los ojos puestos ahora, sobre todo, en Madrid».14 Además,

literariamente hablando, el poeta se encuentra desde hace

tiempo en una fase distinta de su poesía, donde, habiendo

superado por completo el simbolismo, persigue ahora la

búsqueda de una nueva objetividad, que, paradójicamente, no

excluya a un mismo tiempo la subjetividad, y que, tras una

serie de pruebas y tanteos, acabará encontrando su

expresión más lograda con los textos de sus apócrifos.

En Segovia Machado pronto se hará asiduo de una tertulia

que se reúne cada tarde en el taller del ceramista Fernando

Arranz, situado en la capilla de San Gregorio, una vieja

iglesia románica entonces abandonada y hoy, por desgracia,

desaparecida. Allí frecuentará a diversos artistas e

intelectuales, entre los que habría que destacar la figura

de Blas Zambrano, el padre de la luego filósofa y escritora

María Zambrano, quien andando el tiempo escribiría sobre la

obra machadiana.

Sin embargo, Antonio Machado tiene sus intereses puestos,

en efecto, en Madrid, a donde viaja cada semana en los

modestos vagones de un tren que tardaba cuatro horas en

alcanzar la madrileña Estación del Norte. El poeta gustaba

de disfrutar del paisaje contemplado a través de la14. Ian Gibson, op. cit., pág. 346.

ventanilla, como demostrará con la composición que leerá en

el homenaje que le tributaron un grupo de escritores,

quienes, organizados por Mauricio Bacarisse, lo visitaron

en Segovia en mayo de 1923. El poema, titulado «En tren.

Flor de verbasco», fue inspirado por las vistas de la

Sierra de Guadarrama contempladas desde el ferrocarril:

Por donde el tren avanza, sierra augusta,

yo te sé peña a peña y rama a rama;

conozco el agrio olor de tu romero,

vi la amarilla flor de tu retama;

los cantuesos morados, los jarales

blancos de primavera; muchos soles

incendiar tus desnudos berrocales,

reverberar en tus macizas moles. (CLXIV, XI)

La presencia de Segovia alcanzará a atisbarse algunas

ocasiones en su obra poética, como sucede en «El milagro»,

un texto atribuido a su heterónimo Andrés Santallana: «En

Segovia, una tarde, de paseo / por la alameda que el Eresma

baña […]» (S. LIX [11]).

Igualmente se evocará en algún fragmento en prosa, como el

significativo «Niñas en la Catedral. El escultor de

Segovia», donde en unas pocas palabras actualiza el clásico

debate acerca de la preeminencia entre naturaleza y

cultura, entre vida y arte, decantándose sin duda por los

primeros términos de los pares binarios:

En estas viejas ciudades de Castilla, abrumadas por la

tradición, con una catedral gótica y veinte iglesias

románicas, donde apenas encontráis rincón sin leyenda ni

una casa sin escudo, lo bello es siempre y no obstante -

¡oh, poetas, hermanos míos!- lo vivo actual, lo que no

está escrito ni ha de escribirse nunca en piedra: desde

los niños que juegan en las calles -niños del pueblo, dos

veces infantiles- y las golondrinas que vuelan en torno de

las torres, hasta las hierbas de las plazas y los musgos

de los tejados.15

Y es que para que la antigua ciudad, con sus iglesias

medievales y sus venerables piedras romanas, adquiera

verdaderamente entidad emocional para el poeta hará falta

la intercesión de una nueva y deslumbrante vivencia.

Después de tantos años de derramar lágrimas por Leonor y de

llorar su corazón vacío, por fin Antonio Machado alcanzará

a conocer otra vez el amor. Y la protagonista de este

renacimiento será una viajera madrileña que ha venido a

Segovia casi exclusivamente para conocerlo: la poetisa

Pilar de Valderrama. Tras presentarse a comienzos de junio

de 1928 en el vestíbulo del Hotel Comercio, quedarán al día

siguiente para cenar. Después de la cena, ambos pasearán

deleitosamente hasta el hermoso Alcázar, iluminado por la

luz de la luna, mientras escuchan el melodioso acorde de

las aguas de los ríos Eresma y Clamores. En la mente del

poeta quedará para siempre imborrable este recuerdo,

asociado nuevamente el amor con la belleza del paisaje

castellano.15. Antonio Machado, Prosas completas, cit., pág. 1607.

3. «…mas recibí la flecha que me asignó Cupido…»

En efecto, para el poeta siempre permanecerán asociadas la

Naturaleza y las ciudades de Castilla con la pura vivencia

del amor, una experiencia gozosa y otorgadora de plenitud

que lo redime por fin de sus largos años de angustia y

frustración amorosa.

Así, los primeros poemas de Machado ya abundaban en

expresiones que evidenciaban dicha tristeza erótica, la

imposibilidad de alcanzar el conocimiento de la pasión que

arrastraría durante adolescencia, juventud y primera

madurez. De este modo, el poeta parece tener a veces la

sensación de no haber llegado nunca realmente a vivir la

juventud, dado que para él transcurrió ese periodo de su

vida marcado por un carácter reflexivo y excesivamente

caviloso, en todo alejado del hedonismo característico de

su hermano Manuel:

Bajo ese almendro florido,

todo cargado de flor,

-recordé-, yo he maldecido

mi juventud sin amor.

Hoy en mitad de la vida,

me he parado a meditar…

¡Juventud nunca vivida,

quién te volviera a soñar! (LXXXV)

Como bien ha analizado J. M. Aguirre, la poesía de Antonio

Machado, y muy en especial, hasta Soledades. Galerías. Otros

poemas, demuestra una marcada preferencia hacia un tipo

femenino muy cercano a la imagen de la mujer-ángel, una

belleza anhelada y no poseída que se identificaría en su

poesía con la primavera, la adolescencia y la pureza

virginal, y que connota la promesa de una nubilidad nunca

traspasada.16 Esa mujer, que suele constituirse en musa

inspiradora de los primeros modernistas, refleja, a partir

de una indudable filiación romántica, el anhelo de fusión

del poeta con un prototipo de mujer ideal, una de las dos

caras de la imagen dual femenina que canonizó el arte y la

literatura del periodo finisecular (mujer ideal/mujer

fatal).

Y dicha imagen de la mujer ideal, aniñada y pura, cobraría

material encarnación para gozo del poeta en la figura real

de la primogénita de sus caseros sorianos, Leonor Izquierdo

Cuevas, una pálida adolescente, de profundos ojos oscuros,

que había nacido el 12 de junio de 1894 en el castillo de

Almenar de Soria. Un lugar a la vez histórico y literario,

puesto que Gustavo Adolfo Bécquer lo había convertido

décadas atrás en el noble solar del protagonista de su

leyenda «Los ojos verdes».

Antonio Machado se enamoró perdidamente de su amada niña,

quien lo correspondió a pesar de la gran diferencia de edad16. Cf. J. M. Aguirre, Antonio Machado, poeta simbolista, Madrid, Taurus, 1973.

existente entre ambos. Los novios esperaron a que ella

cumpliera los quince años, edad legal para contraer

matrimonio, mientras que el poeta alcanzaba ya treinta y

cuatro. La ceremonia de la boda se celebró en la iglesia de

Santa María la Mayor de la capital soriana, en la mañana

del 30 de julio de 1909. La joven novia iba ataviada con un

clásico velo blanco, prendido al pelo con un ramo de

azahar, símbolo de virginidad y como tal evocado con

frecuencia en epitalamios y cantos de boda de la lírica

tradicional.

Así, su inocente musa se convertirá en el ángel tutelar que

parece otorgar, por fin, un sentido a su vida. Por ella,

amará a Soria y sus austeros campos castellanos; por ella

será capaz de abandonar el habitual tono melancólico de su

poesía:

Mirad: el arco de la vida traza

el iris sobre el campo que verdea.

Buscad vuestros amores, doncellitas,

donde brota la fuente de la piedra.

En donde el agua ríe y sueña y pasa,

allí el romance del amor se cuenta. (CXII)

Pero, por desgracia, el romance del primigenio amor

machadiano se contaría en bien poco tiempo: tan sólo algo

más de tres años. La historia es de sobra conocida, con el

repentino descubrimiento durante un largo viaje a París del

padecimiento por parte de Leonor de la entonces

prácticamente incurable tuberculosis, el regreso apresurado

a Soria con la ayuda de Rubén Darío y su compañera

Francisca Sánchez, y la consagración del poeta al cuidado y

atención de su frágil amada. Pese a toda su dedicación y

amoroso empeño, Leonor empeora a ojos vista, hasta acabar

falleciendo el 1 de agosto de 1912:

Una noche de verano

-estaba abierto el balcón

y la puerta de mi casa-

la muerte en mi casa entró.

Se fue acercando a su lecho

-ni siquiera me miró-

con unos dedos muy finos,

algo muy tenue rompió. […]

Mi niña quedó tranquila,

dolido mi corazón. (CXXIII)

Convierte así Machado en realidad vivida lo que había sido

hasta el momento tema literario, al igual que le sucedería

a otros escritores contemporáneos y amigos, como Francisco

Villaespesa, que sufrió también la temprana pérdida de su

esposa Elisa. En efecto, ese motivo finisecular de la amada

muerta en plena juventud resultará muy frecuente en la

literatura de la época, puesto que consagra la radical

imposibilidad de que su belleza se marchite y que el amor

que inspira acabe desidealizándose por el desgaste

cotidiano. Así, la imagen se perpetúa para siempre como un

hermoso y nostálgico recuerdo que no puede alcanzar ni

destruir el paso del tiempo.

De este modo Machado atesorará el recuerdo de su amada

Leonor como un bien inmarchitable, como una eterna niña

cuya presencia inmaterial acompaña al poeta y lo une ya

para siempre con lazos invisibles a Soria. Por eso, su

patria estuvo «donde corre el Duero» (CXXV). Y por eso en

la distancia de Baeza escribirá a su amigo José María

Palacio el precioso poema donde evoca la tímida primavera

soriana con profunda emoción, recordando la sepultura de su

esposa:

Con los primeros lirios

y las primeras rosas de las huertas,

en una tarde azul, sube al Espino,

al alto Espino donde está su tierra. (CXXVI)

Será en Baeza también donde reciba el libro de su apreciado

Narciso Alonso Cortés, Árbol añoso (1914), que encabeza un

poema suyo muy elogioso, donde denomina estos versos «regio

presente en arcas de rica taracea, / que guardan, entre

ramos de castellano espliego, / narcisos de Citeres y

lirios de Judea» (CXLIX). Junto con el poemario, Alonso

Cortés publicó Cantares de Castilla (1914), en el que se recogen

varios miles de estrofas y coplas del folklore popular

castellano, materia tan cercana espiritualmente a Machado,

que resulta difícil pensar que no se estremeciera

íntimamente con la lectura de algunos de ellos:

En el campo de los muertos

ayer recé por tu alma.

Cantaban los ruiseñores

y pensé que me llamabas.17

Muchos años después, como ya se ha adelantado, el corazón

de Antonio Machado volverá a sentirse renacer. Pero el amor

que sentirá por Pilar de Valderrama, la Guiomar de su obra

literaria, será de una naturaleza completamente distinta.

El poeta cuenta ya con casi cincuenta y tres años e,

independientemente de la edad, se siente cansado y

envejecido. Frente a su aniñada Leonor, Pilar es una mujer

de treinta y nueve años, culta y refinada, madre de tres

hijos nacidos de un matrimonio infeliz, pero mantenido

debido a sus fuertes convicciones religiosas y sociales,

todo lo cual le otorga una experiencia de la vida que había

desconocido la muchachita soriana. El acendrado catolicismo

de Pilar de Valderrama, que ha renunciado resueltamente al

amor físico y sólo persigue amor espiritual en el poeta,

condicionará profundamente la relación entre ambos. Antonio

Machado la amará con pasión denodada, persiguiendo una

imposible plenitud amorosa, y su Guiomar le dará sólo con

cuentagotas las muestras de un cariño siempre contenido.

Sublimado el contenido erótico de la relación, Machado

sacraliza a su amada convirtiéndola en una suerte de figura

divinizada. En los fragmentos conservados del intenso17. Narciso Alonso Cortés, Cantares de Castilla (1914), Valladolid, InstituciónCultural Simancas, 1982, pág. 271.

epistolario que le dirigió desde Segovia se aprecia

claramente que vive subyugado por su imagen, la cual evoca

en los lugares donde la conociera:

Hoy he podido pasear por los alrededores de Segovia, la

alameda del Eresma, San Marcos, La Fuencisla, el Camino

nuevo. Espero que por aquí han de aparecer pronto las

cigüeñas, señal inequívoca de que el invierno se va. Sueño

con tener por aquí a mi diosa, y pasear con ella, con lo

imposible…18

La peculiar índole de una relación amorosa que niega de

entrada cualquier posibilidad de consumación física, se

reflejará en una obra literaria que el poeta escribirá en

colaboración con su hermano Manuel. Se trata de la obra

dramática La Lola se va a los puertos, estrenada en noviembre de

1929 y protagonizada por una misteriosa e inasible mujer

que parece personificar ella misma la esencia del cante

flamenco. Deseada y querida con fervor, Lola no se entrega

nunca, su posesión resulta imposible, como expresan los

versos que ella misma repite y que, al parecer, fueron

sugeridos -significativamente- por la propia Pilar de

Valderrama: «el corazón de la Lola / sólo en la copla se

entrega».19 Y es que:

Es la esencia de lo jondo,

es el alma de la copla,18. Antonio Machado, Prosas completas, cit., pág. 1688.19. Antonio y Manuel Machado, La Lola se va a los puertos, apéndice en Migueld’Ors, Manuel Machado y Ángel Barrios. Historia de una amistad, Granada, Método, 1996,pág. 99.

¡y algo que ya

no se estila en este mundo!

Vino de fuego con gotas

de moscatel.

¡Sal y pimienta, nardo y clavel! […]

Ésa es la Lola: ¡copla y mujer!20

Epílogo. «…pero mi verso brota de manantial sereno…»

La extremada importancia que Antonio Machado concede al

cante hondo en dicha obra dramática no apunta en realidad a

otra cosa que a ese «manantial sereno» de donde, en buena

medida, brota su verso. La trascendencia del folklore fue

un valor aprendido en su casa desde niño, desde ese padre

«amigo del pueblo» que emprendiera una lucha quijotesca por

recoger la esencialidad del alma popular, promoviendo y

fundando, entre otras, la Sociedad del Folklore Andaluz,

hasta su tío abuelo Agustín Durán, recopilador del fecundo

romancero hispano.

Lo que compartía su genio poético con el «alma que canta y

piensa en el pueblo» era una galería de canciones

infantiles de corro, romances campesinos, antiguas

tradiciones, coplas y cantares. Todo ello hará a su buen

amigo Antonio de Zayas dedicarle, desde su profunda

admiración, unos significativos versos:

20. Ibíd, pág. 95.

Y, noble peregrino

del Arte y la Hermosura,

en armoniosa estancia

engendras, con fragancia

de hierba agreste y de azucena pura,

la flor de un pensamiento

que arrulla el agua y fortifica el viento.21

Andalucía o Castilla, el hecho es que se podría hablar, sin

duda, de una cierta vertebración de toda la obra machadiana

por la idea del folklore popular, entendido éste en su

sentido más positivo y progresista, como cultura viva, como

la pura energía que emana del pueblo y que, por tanto,

puede encarnar la esperanza cierta de regeneración y

renacimiento. En ese sentido, conviene recordar que en una

suerte de arte poética escrita en 1920 a requerimiento de

Cipriano Rivas Cherif, Machado daba cumplida cuenta de la

íntima vinculación que con esa alma popular guardaba la

evolución experimentada por su poesía:

Yo, por ahora, no hago más que folklore, autofolklore o folklore

de mí mismo. Mi próximo libro será, en gran parte, de coplas

que no pretenden imitar la manera popular -inimitable e

insuperable, aunque otra cosa piensen los maestros de

retórica-, sino coplas donde se contiene cuanto hay en mí

de común con el alma que canta y piensa en el pueblo. Así

creo yo continuar mi camino, sin cambiar de rumbo.22

21. Antonio de Zayas, «El poeta Antonio Machado» (1912), Obra poética, ed. deAmelina Correa, Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2005, pág. 217.22. Antonio Machado, «Dos preguntas de Tolstoi: ¿Qué es el arte? ¿Quédebemos hacer?», La Internacional, núm. 48, Madrid, 17 de septiembre de 1920, pág.4. Apud Prosas dispersas, cit., pág. 449.

Un camino que le había conducido, por esas fechas, a

Segovia, la cual, junto con Soria, supuso una auténtica

guía emocional en su trayectoria biográfica y literaria.

Allí brotaron, sin duda, sus palabras para un tiempo castellano.