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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE MADRID-VARIA I. Congreso de Arqueología Ibérica: Las Necrópolis. Madrid 1991, pp. 145 a 167 LAS NECRÓPOLIS IBÉRICAS DEL ÁREA DE LEVANTE Lorenzo ABAD CASAL 1 Feliciana SALA SELLES 1 RESUMEN Este trabajo constituye una puesta al día de todo lo conocido hasta ahora respecto al mundo funerario ibérico en el área de Levante. El objetivo final no es extraer unas conclusiones definitivas aobre este tema, sino, más bien, dar una visión lo más completa posible, teniendo en cuenta el estado actual de la investigación. Pese al grave inconve- niente que supone trabajar con datos obtenidos en excavaciones antiguas o con hallazgos dispersos, se pueden describir unos rasgos generales de los que participan todas las necrópolis levantinas y que son también comunes a las del resto del territorio peninsular. Existen, sin embargo, otras características que las diferencian entre sí, sobre todo durante la fase ibé- rica Antigua, diferencias que se diluyen a partir de la fase plena, en concreto desde inicios del S.1V aC.. A partir de este momento, parece darse una mayor unidad y un ritual más complejo. RESUME Ce travail est une mise aujour de ce qu'on connait jusqu'au presen! sur le monde fuñera iré ibérique dans la región da Levani. On ne voudrait pos que l'ohjectif final soit entendu comme des conclusions definitives, maiscomme une visión le plus complete possible en sachan! que! est l'etat aduel de l'investigation. La plus parí de l'informaúon qu'on peut avoir en ce moment provient de fouilles anciennes ou de trouvailles fortuitas, malgré tout, on peut souligner quel- ques traiís généraux comuns dans toutes les nécropoles du Levant et idemiques o ceux qui existen! dans le reste du terri- toire péninsulaire. II y a d'autres ciiracterístiques qui marquen! quelques différences, surtout pendanl la période ihérique ancienne, mais ees différences disminuent á partir du moment classique, c'est ii diré, le debut du IV siécle av. J.-C. Des ce moment, il parait avoir une unité plus claire et un rituel plus complexe. 1. INTRODUCCIÓN El estudio de las necrópolis ibéricas en el área de Levante ha de enfocarse como una parte del de la cultura ibérica en general, de cuyas circunstancias y condiciones participa plena- mente. Por circunstancias que no son del caso exponer en este lugar, las noticias acerca de necró- polis ibéricas resultan más frecuentes en la bibliografía que las referentes a otro tipo de estable- Universidad de Alicante. 145

Las necrópolis ibéricas del área de Levante (1992) / Iberian necropolis of the Levant

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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE MADRID-VARIA I.Congreso de Arqueología Ibérica: Las Necrópolis.

Madrid 1991, pp. 145 a 167

LAS NECRÓPOLIS IBÉRICAS DEL ÁREA DELEVANTE

Lorenzo ABAD CASAL1

Feliciana SALA SELLES1

RESUMEN

Este trabajo constituye una puesta al día de todo lo conocido hasta ahora respecto al mundo funerarioibérico en el área de Levante. El objetivo final no es extraer unas conclusiones definitivas aobre este tema, sino, más bien,dar una visión lo más completa posible, teniendo en cuenta el estado actual de la investigación. Pese al grave inconve-niente que supone trabajar con datos obtenidos en excavaciones antiguas o con hallazgos dispersos, se pueden describirunos rasgos generales de los que participan todas las necrópolis levantinas y que son también comunes a las del resto delterritorio peninsular. Existen, sin embargo, otras características que las diferencian entre sí, sobre todo durante la fase ibé-rica Antigua, diferencias que se diluyen a partir de la fase plena, en concreto desde inicios del S.1V aC.. A partir de estemomento, parece darse una mayor unidad y un ritual más complejo.

RESUME

Ce travail est une mise aujour de ce qu'on connait jusqu'au presen! sur le monde fuñera iré ibérique dansla región da Levani. On ne voudrait pos que l'ohjectif final soit entendu comme des conclusions definitives, maiscommeune visión le plus complete possible en sachan! que! est l'etat aduel de l'investigation. La plus parí de l'informaúon qu'onpeut avoir en ce moment provient de fouilles anciennes ou de trouvailles fortuitas, malgré tout, on peut souligner quel-ques traiís généraux comuns dans toutes les nécropoles du Levant et idemiques o ceux qui existen! dans le reste du terri-toire péninsulaire. II y a d'autres ciiracterístiques qui marquen! quelques différences, surtout pendanl la période ihériqueancienne, mais ees différences disminuent á partir du moment classique, c'est ii diré, le debut du IV siécle av. J.-C. Des cemoment, il parait avoir une unité plus claire et un rituel plus complexe.

1. INTRODUCCIÓNEl estudio de las necrópolis ibéricas en el área de Levante ha de enfocarse como una

parte del de la cultura ibérica en general, de cuyas circunstancias y condiciones participa plena-mente. Por circunstancias que no son del caso exponer en este lugar, las noticias acerca de necró-polis ibéricas resultan más frecuentes en la bibliografía que las referentes a otro tipo de estable-

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cimientos, aunque también en este caso los estudios amplios y serios, desarrollados con métodosmodernos y adecuados, son muy escasos; los existentes, o bien son incompletos y parciales, o bienresultan bastante antiguos, sin que las revisiones modernas de algunos de sus materiales hayanpermitido obtener mejores conclusiones.

Como trabajos de conjunto contamos con los de Milagros Gil Mascarell sobre las pro-vincias de Castellón y Valencia y de Enrique Llobregat sobre el sur de Valencia y Alicante. A elloshay que añadir las revisiones de materiales realizadas con posterioridad, las escasas excavacionesllevadas a cabo de forma sistemática, las numerosas intervenciones puntuales para salvar una ovarias tumbas, y los estudios acerca de materiales de interés que han sido objeto de nuevas inter-pretaciones y, en ocasiones, han permitido nuevos enfoques en el ámbito de la cultura ibérica

El estudio de M. Gil Mascarell acerca de las necrópolis de Castellón y Valencia, aun-que ya algo antiguo, sigue siendo de interés (Gil Mascarell, 1973,29 ss., con la bibliografía anterior);la autora relaciona un total de 20 necrópolis o, mejor dicho, lugares donde se han documentado res-tos funerarios; de ellos, tan sólo en cuatro ocasiones puede hablarse de necrópolis documentadas:la Solivella, que proporcionó 28 tumbas, la Torre de la Sal, donde aparecieron unas 60 urnas, aun-que muy mal documentadas, el Castellar de Oliva, con 40 o 50 enterramientos excavados, aunqueno publicados, y el Bovalar, con una cantidad indeterminada pero representativa. De todo ello, y desu cotejo con otros núcleos de enterramiento más simples, deduce Gil Mascarell que todos los ente-rramientos se ubican en las proximidades de los poblados, tendiendo a ocupar las partes llanas, aun-que también pueden asentarse sobre espolones o lugares elevados; que con frecuencia un solo pobla-do presenta varias necrópolis o núcleos de enterramiento, y que en las necrópolis estudiadas la mayo-ría de las tumbas pertenecen al mismo momento, sin que pueda constatarse una evolución clara-mente definida; la fecha de la mayor parte de estos enterramientos corresponde a los siglos V y IVa.C Son todas ellas afirmaciones que en buena medida siguen siendo válidas aún hoy.

La segunda obra de síntesis, la de E. Llobregat (1972, con bibliografía anterior), refierepara el territorio de lo que él identifica con la Contestania, entre diez y quince yacimientos que pue-dan identificarse con necrópolis o al menos con lugares de enterramiento; como mejor conocidas, citala necrópolis de Oliva, de los siglos III a I a.C., la del Tossal de la Cala de Benidorm, excavada y expo-liada sin que se tenga noticia fidedigna alguna, la de La Albufereta, que proporcionó un amplio con-junto de tumbas fechado entre los siglos IV y III a.C., pero cuya excavación y publicación adolece degraves carencias que trabajos posteriores (vid. Rubio, 1986) no han llegado a superar; algo similar pue-de decirse de la necrópolis de El Molar, publicada de manera muy completa para la época de su exca-vación, pero de la que necesitaríamos hoy conocer datos que entonces pasaron inadvertidos. Esta necró-polis ha sido objeto de un reestudio por parte de M. Monraval que aún permanece inédito.

Con posterioridad a estos trabajos, hay que reseñar, para el territorio estudiado porGil Mascarell, el de A. Oliver sobre cremaciones (1981) y el de los materiales de la necrópolis deOrleyl (Lázaro, Mesado, Aranegui y Fletcher, 1981), éste último no tanto porque aporte sustan-ciales novedades al panorama expuesto como por la riqueza de sus materiales y porque presentaun conjunto de materiales de amplia filiación cronológica que permite a uno de sus excavadores

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establecer tres horizontes, que irían desde el siglo VI al I a.C. (Lázaro et alii, 1981). Para laContestania, las excavaciones sistemáticas de la necrópolis del Cabezo Lucero y de La Serretade Alcoy, ambas en curso de publicación en estos momentos. Estos últimos trabajos han venidoa matizar una de las afirmaciones de Gil Mascarell; es posible documentar hoy necrópolis cuyoperíodo de utilización es bastante más largo de lo que en su momento se supuso.

Una interpretación global de las necrópolis del Levante no resulta por tanto tareafácil en el estado actual de nuestros conocimientos. Tendrían que existir registros más amplios ymás dignos de confianza, sobre todo de aquellos datos que nos pudieran ilustrar sobre el com-portamiento de los miembros de una comunidad ante sus difuntos. Por ello, en nuestra ponenciacentraremos nuestra atención en tres aspectos principales: la topografía y organización del espa-cio funerario, los ritos y tipos de sepulturas y los ajuares funerarios.

2. TOPOGRAFÍA Y ORGANIZACIÓN DE LAS NECRÓPOLIS.

En la Antigüedad Clásica, las necrópolis suelen situarse fuera del recinto de ciudadesy poblados, tal y como atestiguan la arqueología y los autores antiguos; al describir una necrópolis,Luciano de Samosala hace mención de que siempre se hallan enfrente de las ciudades (Charon, 22),e incluso el mismo Platón lo indica de manera indirecta al prohibir que se establezcan necrópolis enzonas cultivables (Las Leyes, XII958). Estas noticias permiten suponer que, al fundar un habitat,en la organización y división de los espacios públicos y privados se tomaría en consideración tam-bién la elección del terreno donde se ubicaría la necrópolis. Este hecho se plantea con claridad enel mundo de las colonias griegas de Occidente {Pelagatti y Vallet, 1980,359), pero creemos que nose limitaría únicamente a este ámbito, sino que es posible que otros pueblos con un urbanismo desa-rrollado actuaran de la misma forma. En los casos conocidos, las necrópolis se sitúan en torno a lasmurallas de las ciudades y junto a los ejes viarios que parten de ellas; así ocurre en la Magna Greciay Sicilia, como atestiguan los ejemplos de Megara Hyblea (Gras, 1975,38-39), Locri Epizefiri (Barra,1984,55-56), Posidonia (Greco, 1979,31), Lentini —junto a la puerta de la que partía la vía haciaSiracusa— (Rizza, 1984-85,847), Camarina o la misma Siracusa (Pelagatti y Vallet, 1980,359-360).

Si hacemos extensiva esta reflexión a las necrópolis ibéricas levantinas, encontramosque éstas también se localizan en el exterior de los poblados y muy próximas a ellos; ocupan o bienlas zonas llanas de los alrededores, como la mayoría de las de Valencia y Castellón (Gil Mascarell,1973,39), o bien espolones del cerro donde se levanta el poblado, como ocurre en las de S. Miguelde Liria y Sagunto en Valencia y en un gran número de las de Alicante; aquí, sin embargo, cuando setrata de poblados costeros, las necrópolis pueden situarse en llano, tal corno ocurre en La Albufereta,El Molar y quizá también en Cabezo Lucero. Parece evidente, por tanto, que en la ubicación de lasnecrópolis debieron jugar un papel principal las condiciones geográficas y topográficas del entorno.Carecemos también de datos que nos confirmen la localización concreta junto a las vías de comuni-cación, pero es algo que parece desprenderse de la ubicación de algunas junto a las puertas de lospoblados, como ocurre en Cabezo Lucero y La Serreta (Llobregat et alii, 1990); muy posiblementees también el caso de El Puntal (Salinas) (Soler, 1990) y Sagunto (Gil Mascarell, 1973,39), cuyas necró-

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polis se hallan en la cima, pero en el lugar donde el poblado resulta más fácilmente accesible; la úni-ca referencia concreta que conocemos a este respecto es la del excavador de El Molar, quien asegu-ra que la antigua vía —en la que aún pueden observarse las carriladas— atravesaba la necrópolis(Senent, 1930,5). Y tenemos que recordar, por último, que la necrópolis de Corral de Saus (Mugente)se emplazó junto a la Vía Heraklca (Pía, 1977; Fletcher y Pía, 1977; Aparicio, 1984).

Otra cuestión que se plantea es la existencia de una organización del espacio funera-rio. Dado que las excavaciones publicadas son antiguas y que las más recientes o bien se reducen aunos cuantos enterramientos (Aranegui, 1981; Mata, 1978) o bien se hallan aún inéditas, resulta bás-tanle difícil extraer algún dato al respecto. Los excavadores de la necrópolis del Cabezo Lucero indi-can que las tumbas se disponen sin un orden aparente, aunque en este caso puede observarse quelas estructuras de piedra están orientadas en dos ejes: N-S y E-O (Rouillard etalii, 1990,540). Algosimilar ocurre en la necrópolis de La Albufereta, donde ya se señaló una orientación este-oeste paraun grupo de enterramientos (Figueras. 1952,182), y otra en dirección sureste, que se interpretó comouna variación debida al cambio de la trayectoria solar durante el año (Nordstrom, 1973,31). Peronos preguntamos si no podría deberse a la existencia de ejes secundarios, de una especie de deam-bulatorios internos para acceder a las tumbas alejadas de la vía principal. Ejemplos de este tipo seconocen en la Antigüedad en necrópolis como la de Rifriscolaro en Camarina (Pelagatti y Vallet,1980, 360), y la de Megara Hyblaea, donde se constatan de forma más clara calles secundarias deorientación NO-SE que parlen de la vía "principal", orientada de norte a sur (Gras. 1975,38-39).

tOtros dos aspectos importantes de la organización del espacio funerario sólo se han

constatado, hasta el momenlo, en la necrópolis de El Molar. El primero es la supuesla existenciade un muro de grandes piedras que cerraba el conjunto de los enterramientos y estaba coronadopor la escultura de un toro (Lafuente, 1929, 618); el segundo es el hallazgo de una zanja excava-da en la roca que ha sido interpretada como un buslutn (Monraval y López, 1984), aunque los mis-mos argumentos que conducen a esta interpretación resultan válidos también para pensar quepodría tratarse de una zanja de ofrendas, tan usuales por ejemplo en el Cerámico de Atenas des-de fines del s. VIII a.C. (Kurtz y Boardman, 1971,146). En algunas necrópolis griegas del Sur deItalia —Siracusa, Megara—, se han hallado también zanjas similares excavadas en la roca, quehan sido interpretadas como simples canales de plantaciones posleriores. Pero no hay que olvi-dar que ambas necrópolis se hallaban también delimitadas por un muro de cierre en un momen-to que se fecha en el s. VI a.C. (Pelagatti y Vallet, 1980,360-361).

3. RITOS Y TIPOS DE SEPULTURAS.

De pocas necrópolis podemos obtener datos firmes acerca del proceso ritual y de lostipos de sepulturas. Aquellas excavadas y publicadas, caso de El Molar, La Albufereta, o El Castellarde Oliva, lo fueron en una época en que se prestaba poca atención a estos temas, siendo la recupe-ración de los objetos del ajuar el objetivo principal de las excavaciones. Otras, excavadas parcialmenteen fechas más próximas, sólo se conocen por informes preliminares que en el momento de redactareste estudio se hallan en prensa; nos referimos a las de La Serreta (Alcoy) y El Puntal de Salinas.

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3.1. Cremación e inhumación.

En todas las áreas ibéricas, el rito practicado es el de la cremación, ya sea primaria,ya sea secundaria. La adopción de esta práctica se remonta a la fase final de la Edad del Bronce,como se atestigua en sustratos indígenas a partir de los que se desarrolla la Cultura Ibérica; sinembargo, los datos arqueológicos conocidos plantean interrogantes aún no resueltos sobre el pro-ceso de dicha adopción y los elementos —exógenos o endógenos— que pudieran influir en ello.Lo cierto es que en el mundo ibérico en general, y por supuesto en el área de Levante, la crema-ción aparece desde el primer momento como un rito consolidado y generalizado. La única excep-ción es una inhumación de adulto en la necrópolis de El Molar (San Fulgencio, Alicante) (Senent,1930,7)-, noticia que Lafuente completa con la indicación de que poseía un escarabeo como ajuar(Lafuente, 1929,621).

Otra cuestión es la que se refiere a las inhumaciones infantiles, de la que existen algu-nos casos en esta zonas3. Estos enterramientos, normalmente de neonatos, tienen lugar en ámbi-tos domésticos y suelen aparecer bajo los pavimentos e incluso, en algún caso, en las refaccionesde ciertas estructuras destinadas a tareas domésticas (Guerin eí alii, 1989), hecho que ha dado piea interpretar estos enterramientos como actos de purificación o consagración de dicho lugar; otrosautores proponen en cambio que responden simplemente al deseo de los familiares de retener alpequeño difunto cerca del hogar. En las necrópolis aparecen enterramientos infantiles, pero enestos casos se trata siempre de cremaciones. Los que se documentan en Cabezo Lucero, única necró-polis donde se han realizado hasta el momento exámenes antropológicos, son siempre mayoresde dos años; en la tumba n° 47 aparece un posible feto junto a una mujer que los excavadores inter-pretan como el enterramiento de una madre junto a su hijo (Rouillard eí alii, 1990,548).

Ante estas evidencias, ambas hipótesis pueden considerarse válidas, y es posible quehasta cierto punto se complementen, pero sospechamos que el diferente tratamiento de niños y adul-tos pueda deberse a algo más profundo, hoy por hoy difícilmente aprehensible4. En algunas necró-polis griegas, tanto en las metrópolis como en las colonias de la Magna Grecia, estas diferencias a lasque ahora nos referimos parecen documentarse arqueológicamente en el rito funerario; así por ejem-

En el informe de las excavaciones realizado por Lafuenle, se alude a la existencia de una inhumación (1929,621),realizada en "una caja de seis grandes piedras"; Nordstrom, más adelante, habla de dos inhumaciones {1973,13), lasegunda de las cuales debe corresponder a una estructura compleja, a la que también se refiere Lafuente, que esta-ba formada por una especie de cámara funeraria y un corredor, aunque él no llegó a verla personalmente, pues habíasido desmontada por los agricultores. El carácter de inhumación lo deduce Lafuente de que las piedras que se con-servaban aún ¡H situ eran similares a las de la inhumación que él sí pudo observar. Esta construcción debe ser la queSenent describe como una posible tumba familiar cubierta por un túmulo de tierra y piedra (Senent, 1930,7).

Véase el n." 14de larevista Cuadernos de Prehistoria y Arqueología Castellonense, dedicado con carácter monográficoa los enterramientos infantiles del área mediterránea peninsular desde los ss. VII a. C. al II d. C. Las inhumacionesinfantiles en habitat son menos frecuentes en la provincia de Alicante donde, hasta este momento, sólo se conoceun enterramiento en el poblado de Santa Pola, todavía inédito y en fase de estudio.

Los textos griegos aluden al hecho de que un niño no entraba a formar parte de la sociedad hasta que no alcanzabauna edad determinada, momento en el que se le ofrecían unos regalos específicos cun los que se le confería su iden-tidad como integrante de la comunidad; estas son las ceremonias de la Amphidromia, entre el quinto y el décimodía después del nacimiento, y la Anthesieria, al cumplir los tres años (Qucsada, 1990,82-83).

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pío, en algunas necrópolis de cremación se reserva la inhumación para los niños, tal y como ocurre enEretria o en Gela (Pelagatti y Vallet, 1980,366,369), y se reserva para los recién nacidos el uso de losenchytrismóh En Megara Hyblea, la inhumación reservada para niños y adolescentes, junto con otrosrasgos diferenciadores —tamaño del sarcófago, riqueza del ajuar, presencia de conchas, etc.— indu-cen a sus excavadores a pensar que éstos podrían disfrutar de una personalidad jurídica y religiosa dis-tinta a la del adulto (Gras, 1975,49). ¿No podría pensarse en algo similar para la sociedad ibérica?.

En el área de Levante, la cremación puede ser primaria o secundaria. En el primercaso, el difunto se entierra en el mismo lugar donde han sido quemados sus restos junto con elajuar, mientras que en el segundo, las cenizas y el ajuar se depositan en otro lugar distinto, en diver-sos tipos de loculi de cuya variedad hablaremos más adelante.

En las necrópolis antiguas mejor conocidas, El Molar, Altea la Vella, La Solivella, lascremaciones son secundarias; las cenizas se suelen depositar en urnas, con el ajuar en el exterior, y todoello en hoyos practicados en el suelo. En El Molar conocemos mejor cómo eran estos loculi: peque-ños hoyos de forma rectangular, cuadrada o circular, cavados en la tierra; algunos se revisten con pie-dra o cal o tienen las paredes de barro endurecido por el fuego5. Hasta ahora no hay ninguna eviden-cia de enterramientos in situ en estas necrópolis datadas entre el final del s. VI a.C. y la primera mitadde la centuria posterior. Sólo podemos citar una excepción, a nuestro juicio dudosa, en El Molar, don-de se interpreta como bustum una zanja de bastantes metros de longitud rellena de cenizas, abundan-te fauna y vasos cerámicos de todo tipo muy fragmentados (Monraval y López, 1984,150).

A partir de estas fechas, y sobre todo en el s. IV a.G, parecen desarrollarse las cre-maciones primarias, coexistiendo con los enterramientos en urna o en el suelo, que nunca se aban-donan. Los excavadores de Cabezo Lucero documentan este hecho en la necrópolis y aseguran quees una práctica dedicada exclusivamente a hombres adultos, reservando la deposición en urna paramujeres y niños (Rouillard et alii, 1990,544). Por otro lado, en La Albufereta se atestigua asimis-mo la práctica de la cremación in silu, que es también la mayoritaria, según recoge F. Rubio en comen-tarios a las publicaciones de Figueras (Rubio, 1986,26); no tenemos constancia de que ello tuvie-ra lugar en las mismas fechas constatadas en Cabezo Lucero, si bien resulta bastante probable, yaque el mayor porcentaje de enterramientos corresponde a la primera mitad del s. IV a.C.

3.2. Tipos de tumbas.

Salvo estos dos ejemplos, no se conocen otras necrópolis donde existan cremaciones insitu. Lo usual son las cremaciones secundarias, rasgo que unifica las necrópolis del Levante. Pero encambio, lo que sí varía son los loculi donde se depositan los enterramientos. Si se efectúa una rela-ción de los tipos de tumbas, teniendo en cuenta la ubicación de las necrópolis en las distintas comar-cas geográficas, y en especial las mejor conocidas de la provincia de Alicante, se percibe una posible

Senent señala, además, e! uso como urna de una "caja toda de piedra" (1930,8; lám. XV, 3). que constituye un casoúnico entre las necrópolis levantinas y, a nuestro entender, se debe relacionar con las cajas funerarias ibéricas de laAlta Andalucía (Almagro. 1982).

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diferenciación entre la montaña alicantina y las comarcas meridionales costeras, si bien la informa-ción con que contamos sigue siendo demasiado escasa como para superar la mera hipótesis. Tenemosnoticias de que en la necrópolis de la ladera de San Antón (Orihuela) las cremaciones eran en urna,pero desconocemos cómo era la fosa donde se depositaban (Llobregat, 1972,93-95); hacia el norte,en Cabezo Lucero las urnas se colocan en fosas, a veces calzadas con piedras, pero también puedendepositarse directamente las cenizas sobre el suelo más o menos acondicionado (Rouillard el alü, 1990,540); en La Albufereta (Alicante), donde ya señalamos que las cremaciones in situ son mayoritarias,las deposiciones en urna son por el contrario escasas (Figueras, 1952,184), y lo habitual es la coloca-ción directa de cenizas y ajuar en hoyos de forma cuadrada, circular u ovalada con las paredes recu-biertas de una capa de 'adobes' *, siendo raro el uso de la cal (Nordstrom, 1973,31).

En la montaña alicantina, la necrópolis de La Serreta (Alcoy) presenta un perfil dis-tinto: los enterramientos, tanto en urna como sin ella, se realizan aprovechando los huecos de la rocamadre, sin más preparación que algunas piedras calzando las urnas o contorneando la mancha decenizas (Llobregat et alii, 1990). Idéntica disposición presentan las tumbas de El Puntal (Salinas),aunque su excavador menciona también "fosas rectangulares cavadas en la roca y remontadas conmuretes de piedra alrededor de la boca" (Soler, 1990); este yacimiento está situado en el MedioVinalopó pero en el nudo de enlace entre la cuenca de este río y el corredor que procede de los vallesinteriores de la montaña de Alicante, lo que lo pone en directa relación con el anterior. Muy cercade éste, la necrópolis del Peñón del Rey (Villena) presenta también las cenizas de los enterramien-tos depositadas directamente en los huecos de la roca, tapadas con platos de pasta gris cuya tipo-logía remonta la cronología a la primera mitad del s. V a.C. (Soler, 1952; Hernández, 1990). Al pare-cer, en Cabezo Lucero existen asimismo enterramientos en los huecos de la roca, pero este hechono es suficiente para alejarnos de la idea que queremos destacar: el aire general de austeridad deestas tres necrópolis, frente a la mayor complejidad de las tumbas en las demás citadas.

En las provincias de Castellón y Valencia, el conocimiento que se tiene de este aspec-to es bastante menor, pues las circunstancias de los hallazgos no permiten recabar informaciónprecisa. Se conocen mejor las necrópolis de Oliva, también con enterramientos en los huecos dela roca (Colominas, 1944,156), y la de Las Peñas, en el valle de Ayora (Valencia), la infraestruc-tura de cuyas tumbas, excepto en dos casos, consiste en simples hoyos circulares, rectangulares ocuadrados cavados en la tierra, en los que se deposita la urna con las cenizas y el ajuar; sólo dostumbas presentan un alineamiento de pequeñas piedras en un lateral (Martínez García, 1989).

3.3. Señalización de las tumbas.

En las necrópolis antiguas, lo poco que se conoce es que algunas tumbas estaban tapa-das por una losa. Este hecho se constata en las necrópolis de Altea la Vella (Altea) (Moróte, 1981),y El Bovalar (Benicarló) (Esteve, 1966), pero no sabemos a ciencia cierta si esa losa es, como pare-

Figueras relaciona la presencia de adobes en varias tumbas, aunque sin indicar la función que desempeñaban;Nordstrom (loe. di.), por su parte, habla de 'paredes revestidas de adobe', aunque parece probable que se refiera enrealidad a un revoco de arcilla.

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ce probable, la tapadera de la urna, como se refleja en la estratigrafía reconstruida a posteríoñ deAltea la Vella o, por el contrario, se hallaban en la superficie señalando el enterramiento. La necró-polis de El Molar aporta más información sobre este aspecto; _su excavador señalaba la existen-cia de dos tipos de tumbas: el primero —que definió como ustrina— se hallaba recubierto por unpavimento de conchas7, ejemplo único hasta el momento en el área de Levante, en tanto que elsegundo se definía como loculi tapados con losas o con capas de ocre (Senent,\193Q¡ 7-9); en lasepultura n° 15, las cenizas se cubrían con "una lechada de yeso", aunque es bastante probableque se tratara en realidad de una lechada de caí (Senent, 1930,9). No obstante, la posible funciónde estos elementos de cubrición como indicadores de las tumbas se refleja de forma ambigua enla publicación, ya que el excavador, aunque así lo indica, insiste en que las tumbas estarían total-mente cubiertas por tierra, sin señal exterior alguna (Senent, 1930,9-10).

Para las necrópolis de cronología posterior, ya de época Plena, tampoco se conocencon precisión los cierres de los enterramientos. Figueras menciona expresamente la carencia deseñales que indiquen la tumba en la necrópolis de La Albufereta (Alicante), pero refiere comoexcepción algunos enterramientos bajo losa o conteniendo los restos del difunto en un pequeñomonumento de piedra y barro (Figueras, 1952,183; Rubio, 1986,24). La publicación de CabezoLucero nos informará ampliamente sobre los tipos de cubrición y su encuadre cronológico, si esque varían a lo largo de los casi dos siglos que abarca dicha necrópolis. De momento, debemosceñirnos a las noticias preliminares dadas a conocer, y a través de ellas, sabemos que una de lastumbas más antiguas, la n° 75, está cubierta por un montículo de piedras, mientras que las demás,y pensamos que posteriores, se recubren de una capa de barro pisado o de un pavimento (Rouillardetalü, 1990,548).

En las necrópolis de El Puntal (Salinas) y La Serreta (Alcoy), ambas, como ya se haindicado, en comarcas interiores de la provincia de Alicante bien comunicadas entre sí, la mayorparte de los enterramientos no se hallan señalizados; tan sólo existen en algunos casos varias pie-dras con las que se ha querido delimitar, y en pocos casos las cenizas se recubren con un amonto-namiento de piedras y tierra, de forma y construcción irregular, que sería visible en superficie (Soler,1990; Llobregat et alii, 1990). No tenemos en nuestras manos documentación gráfica de cómo esel "montículo de piedras" de la sepultura n° 75 de Cabezo Lucero, ni de cómo fue el "pequeñomonumento de piedras y barro" de La Albufereta, y sí, en cambio, de los ejemplos de las dos necró-polis arriba citadas, de características idénticas y fechados en la primera mitad del s. IV a.C.. Pesea no contar con elementos de comparación, y conscientes del riesgo que entraña cualquier inten-to de reconstrucción, suponemos que el montículo de Cabezo Lucero, del primer tercio del s. Va.C, podría relacionarse con los de las necrópolis del interior, que perpetuarían esta forma de cie-rre hasta el s. IV, y que el "monumento" de La Albufereta sería similar a éstos, y no un monu-mento de tipo tumular como ha sido interpretado en alguna ocasión. Esta sería una forma bas-tante frecuente de sellar el enterramiento, y lo podemos ver también en una tumba ibérica aisla-da cerca de La Bastida (Mogente) (Aparicio, 1988, fig. 5), y en las tumbas de Corral de Saus corres-

La utilización de conchas para realizar umbrales o canales de desagüe está documentada en El Oral, poblado al quecorresponde esta necrópolis (Abad y Sala, en prensa).

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pendientes al tipo C (Aparicio, 1984,182, fig. 20)..

Monumentos tumulares.

Y puesto que hemos citado los monumentos de tipo tumular, procedamos a referirlos existentes en el área de Levante. Dentro de lo que son los límites administrativos de la regiónobjeto de nuestro estudio, sólo existen tres necrópolis donde se den estas estructuras funerarias:Corral de Saus y Las Peñas, en la provincia de Valencia, y Cabezo Lucero, en la de Alicante. Laprimera es célebre por las ricas piezas escultóricas reutilizadas en la construcción de los monu-mentos tumulares (Almagro, 1987; Aparicio, 1984) fechados a partir del s. IV a.C, sin que se hayadeterminado aún su fecha exacta. Cabezo Lucero es conocida desde antiguo por los hallazgos escul-tóricos, pero el descubrimiento de las estructuras tumulares no tuvo lugar hasta que se iniciaronlas excavaciones regulares en el año 1980. En Cabezo Lucero los monumentos tumulares no sonen realidad cubriciones de tumbas, sino plataformas soporte de estatuas de un metro aproxima-damente de alto, coronada por una moldura —gola egipcia— y una estatua de toro o león sobreella; en algún caso, pudo existir una segunda grada, retranqueada con respecto a la primera, y coro-nadas por un cimacio con ovas, sobre la que se elevaría la estatua (Llobregat 1989,98). Estos monu-mentos se destruyen dentro del s. V a.C,, posiblemente a finales de este siglo, de manera que aprincipios de la centuria siguiente se hallan ya arruinados y los enterramientos se depositan enhoyos o invaden los restos de los monumentos (Rouillard et alii, 1990, 540); en Corral de Saus,dichas estructuras se construyen en el s. IV a.C. aprovechando unos elementos escultóricos y arqui-tectónicos procedentes de otros monumentos del tipo pilar-estela, que debieron ser destruidos enuna fecha similar a la de los anteriores.

V

Otra cuestión es la de la distribución geográfica de las necrópolis tumulares. Hastaahora, la mayoría de estas necrópolis se hallan en Albacete, siempre en relación con el traza-do de la Vía Herakíea, que desde Saitabi se dirige a la zona minera de la Andalucía Occidental;los ejemplos de la provincia de Murcia se ubican junto a los cauces de los ríos que facilitan lacomunicación con esa misma zona (Blánquez, 1988). También las necrópolis tumulares deValencia se relacionan geográficamente con el trazado de esta misma vía, por lo que creemosque pueden englobarse entre las necrópolis íumulares albaceteñas. Por el contrario, la delCabezo Lucero, que no acaba de encajar en este esquema, puede considerarse hoy como uncaso aislado en lo que parece ser la tónica en el mundo funerario ibérico de la provincia deAlicante.

Otros monumentos.

Los datos procedentes de excavaciones sistemáticas son muy escasos, pero no obs-tante, algunos descubrimientos recientes, y el reestudio y la reinterpretación de materiales ya cono-cidos, hacen posible reconstruir en parte el aspecto exterior de las necrópolis ibéricas, aunque parasu correcto entendimiento tengamos que acudir en ocasiones a necrópolis y monumentos ubica-dos más allá de los límites concretos de nuestro estudio.

En las necrópolis ibéricas de la región levantina tenemos documentados como rema-

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Las Necrópolis ibéricas del área de Levante

te de las tumbas, además de los túmulos ya comentados, monumentos turriformes, pilares-estela yestelas epigráficas, estas últimas bastante tardías. Todos ellos se caracterizan por presentar una fuer-te imbricación con la escultura ibérica, por lo que su estudio se encuentra íntimamente unido al deéstas, y los temas que durante mucho tiempo han venido siendo propios de ellas pueden hacerseextensivos también a los propios monumentos que decoraron o sobre los que se asentaron.

La escultura ibérica como tal aparece documentada por primera vez en las necró-polis antiguas, como decoración de monumentos turriformes (Pozomoro), como remate de pila-res-estela (Monforte, Corral de Saus, Coy, Los Nietos) o como culminación de túmulos diversos(Los Villares, Cabezo Lucero). Estas últimas necrópolis han venido a hacer ver que no todas lasesculturas tienen que ser remate de pilares-estela, como pudo llegar a pensarse en un determi-nado momento a consecuencia de la revalorización de estos monumentos. Otro ejemplo podría-mos tenerlo en el toro del Molar que Lafuente ubica encima de un muro que delimitaba la necró-polis (Lafuente, 1929,618), aunque es éste un dato que debe ser contemplado con reservas

Otras esculturas, como las Damas de Guardamar y de Elche debieron tener también un carác-ter funerario, constatado en el caso de la primera, que apareció en la necrópolis del Cabezo Lucero, aunque lascircunstancias exactas de su hallazgo aún no han sido publicadas en detalle (Llobregat, 1989,95 ss), y sólo pre-sumible en el de la segunda, encontrada al parecer en un escondrijo dentro de la dudad. Las demás esculturasde La Alcudia de Elche plantean también problemas a este respecto; algunas de ellas son tan similares a las dePorcuna que podrán corresponder, como aquellas, a la tumba de un personaje importante. Pero lo extraño esque algunas de estas figuras aparezcan reutilizadas no en la necrópolis, sino en el propio poblado, por lo quehay que pensar que o bien proceden de un edificio urbano o bien fueron trasladadas desde la necrópolis des-truida, para ser utilizadas como simple material de construcción; de ser éste el caso, tendríamos que convenirque estas figuras habían perdido ya totalmente el valor simbólico o religioso que en su momento tuvieron.

El monumento mejor representado en las necrópolis valencianas es el pilar-estela. Elmás septentrional, de Corral de Saus (Valencia), corresponde a un pilar-estela formado por un pilarcuadrado que descansaba sobre una base escalonada y remataba en una gola decorada con figurashumanas sobre la que se colocó la figura de una sirena, reaprovechada ella misma en otro monumentode la necrópolis. Se trataría de un tipo de pilar-estela un tanto diferente del tradicional y que se carac-teriza, entre otros detalles, por la inclusión en su gola de figuras yacentes; su área de dispersión seconcentra en el triángulo Mula-Murcia-Jumilla, siendo éste de Corral de Saus su ejemplo más sep-tentrional, en relación con la Vía Heraklea que comunicaba la costa valenciana con el Corredor deAlmansa. Almagro destaca el carácter antiguo de este monumento, y especialmente el de sus figurasfemeninas, asignándole una cronología anterior en todo caso a finales del siglo VI a.C. {Almagro,1987,199 ss.). Por desgracia, la tumba que contenía las figuras femeninas llamadas "damitas", del tipodefinido por Cuadrado como "túmulo principesco", no es susceptible de una datación precisa*.

Más frecuente es otro tipo de pilar-estela, menos complejo, existente en las necró-

Las dataciones propuestas corresponden a los siglos IV y III (Pía, 1977,272 ss), y los siglos V y IV (Aparicio, 1977,30, siglo V; 1984,197, siglo IV), aunque el argumento esgrimido para esta última datación —un gran fragmento deuna crátera de figuras rojas de esta fecha, encontrada junto a la tumba— no parece ser de mucho peso, ya que larelación entre ambos no parece comprobada.

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polis de la Comunidad Valenciana; de entre ellos destaca el de Monforte del Cid, reconstruidoactualmente en el Museo de Elche; corresponde a un pilar-estela decorado con una falsa puertaen cada una de sus caras y rematado por una gola que servía de soporte a una figura de toro. Delestudio de Almagro (Almagro y Ramos, 1986,45 ss.) se deduce que también en este caso se tra-ta de un monumento antiguo, que el autor data a finales del siglo VI o principios del siglo V a.C,y que debe corresponder a un tipo frecuente en las necrópolis ibéricas; es muy posible que otrasfiguras de animales, de seres fantásticos como la sirena de Agost, e incluso de palmetas, sirvierande remate de pilares de este tipo, con una cronología bastante similar. La oquedad existente en lagola de algunos de estos pilares-estela levantinos (Corral de Saus, Coy, Monforte) hace pensar aAlmagro que pudieran tratarse de verdaderas urnas cinerarias, al estilo de lo que está constata-do para la Dama de Baza y de lo que se ha supuesto para la Dama de Elche y otros monumentos;en este sentido, es interesante llamar la atención acerca de que el carácter de urna de estas escul-turas debió ser más frecuente de lo que se supone; una figura femenina de las cercanías de Alcoypresenta también una oquedad, posiblemente para las cenizas, y el toro del Parque de Elche alque nos hemos referido con anterioridad tiene su interior también hueco.

Otro tipo de monumento funerario ibérico es el turriforme, cuyo paradigma ha venidosiendo —más por su carácter de unicum y por ser el único reconstruido que por haber servido real-mente de modelo para los demás— el de Pozomoro. Según Almagro, este tipo de monumento pre-senta un carácter aislado y, a diferencia de los pilares-estela, se ubica no en necrópolis, sino en luga-res preeminentes e importantes, como cruces de caminos, y en torno a ellos ha llegado a surgir enocasiones una verdadera necrópolis. En el caso de Levante existen restos de varios de estos monu-mentos; en el museo de La Alcudia de Elche tenemos unos sillares rematados en gola que podríanconsiderarse como parte de un edificio de este tipo, aunque es posible asimismo que correspondan aun monumento urbano; la célebre esfinge del Parque, de cronología bastante antigua, pudo ser tam-bién la esquina de uno de estos monumentos, ya que aparece sin trabajar en su parte posterior, comosi hubiera estado adosada a un edificio; tal vez a él corresponden también los sillares simples y mol-durados y los otros restos escultóricos —el toro al que ya nos hemos referido, el fragmento de un tor-so masculino con una armadura del tipo de Porcuna, aunque sin fáleras, y los fragmentos de otrosanimales— encontrados en el mismo lugar, que debieron formar parte de uno o varios edificios ais-lados en este paraje y destruidos antes de fines del siglo V (Ramos, 1987,49 ss; Ídem, 1989,507 ss)''.

Otro monumento turriforme ha sido identificado por M. Almagro entre los restos dela Horta Major de Alcoy; se encontró en 1928, junto con otros materiales arqueológicos, princi-palmente romanos y sin ningún elemento ibérico; ello, y el carácter extraño a la escultura ibéricade las figuras, hizo que se la considerara como obra de época romana que en algunos detalles—vestuario, actitud, iconografía— seguía modelos ibéricos; sin embargo, la aparición de figurassimilares, en pilares-estela claramente ibéricos y bastante antiguos, permitió a Almagro suponerque nos encontrábamos ante vestigios de un monumento similar. En concreto, su interpretacióncorresponde a un monumento turriforme con una decoración de metopas separadas por anchos

Todos ellos se encuentran re aprovechados en una construcción que su excavador identifica como un edificio de carác-ter cúltico, a partir de la hipótesis de una perduración del carácter sacro de estas esculturas (Ramos, 1988,367 ss;1989,507 ss) lo que, como hemos visto, no está totalmente comprobado en otros lugares.

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filetes verticales que hacen las veces de triglifos, rematado con una gola en cuya moldura exterioraparecen las figuras yacentes; por una serie de motivos que no son del caso relacionar aquí, consi-dera que este momento debe datarse a partir de inicios del siglo IV a.C, y, en concreto, a media-dos de este siglo.

A un monumento turriforme algo posterior —mediados del siglo III a.C.— debecorresponder también, según el mismo autor, el relieve de Pino Hermoso, que presenta una esce-na en la que intervienen, entre otros animales, un caballo y una figura femenina, ambos alados(Almagro y Rubio, 1980,345 ss.).

Las estelas utilizadas como elemento de señalización de las tumbas son bastante esca-sas. La más antigua e interesante de las conocidas es la de Altea la Vella, en cuyas cuatro caras serepresenta, sin solución de continuidad, la figura de un guerrero con una espada de antenas y uncuchillo afalcatado. La estela se encontraba de pie, presidiendo un conjunto de varias urnas tapa-das con losas. Su cronología parece de fines del siglo VI o principios del V, ya que se asocia a urnasde orejetas de este momento (Moróte, 1981). Su existencia nos hace suponer que pudieron exis-tir también otras estelas, quizás anepígrafas y por lo mismo mucho más difíciles de documentar,de las que no se ha podido identificar ningún testimonio. Cuando volvemos a tenerlas documen-tadas se trata ya de estelas epigráficas de época tardía, con nombres y letras ibéricas, que corres-ponden a estelas funerarias muy próximas en contenido y formulario a las romanas, en las que sinduda se inspiraron; su área de difusión corresponde principalmente a Cataluña y el norte del PaísValenciano (De Hoz, 1983,383 ss.; Siles, 1986,41, n. 87; Arasa, 1989,91-99).

Un aspecto importante relacionado con las necrópolis es el de la destrucción de laescultura ibérica. En los últimos tiempos, nuevos trabajos han venido a confirmar que las des-trucciones responden a un fenómeno generalizado, pero no estrictamente simultáneo, que se limi-ta a las necrópolis del Sudeste (Sur de Valencia, Albacete, Murcia, Alta Andalucía) y que es rela-tivamente antiguo dentro del ámbito cultural ibérico. A las hipótesis manejadas tradicionalmen-te (agresión exterior, revuelta social) hay que sumar la expuesta por P. Rouillard (1986, 339): elrechazo de la ostentación, algo similar a lo que ocurrió en algunas ciudades griegas entre los siglosVI y IV a.C., y que conocemos tanto por las noticias de las fuentes literarias, que hablan de ver-daderos decretos contra el lujo, como por la recesión de determinados modelos artísticos y de lariqueza en las propias tumbas (Cordano, 1980,186 ss.). Fuera lo que fuese, resulta evidente quea lo largo del siglo IV se produce un fenómeno de cambio en la mentalidad ibérica, que hace quetras el paso del ciclón devastador, las nuevas necrópolis carezcan de esculturaI0.

Las excavaciones modernas han venido a precisar la fecha de estas destrucciones en luga-res próximos a nuestra área de estudio. Así, frente a las fechas globales propuestas tiempo atrás, laexcavación de El Cigarralejo ha permitido confirmar a Cuadrado que la reutilización de monumen-tos destruidos tiene lugar entre los años 425 y 350, lo que supone que poco después de la mitad del

En un artículo reciente, A. Blanco ha llamado la atención acerca de que este fenómeno no es exclusivo del mundoibérico, sino que está documentado, como consecuencia de episodios bélicos, por las fuentes literarias antiguas enotros lugares del Mediterráneo Occidental (Blanco. 1986-87).

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siglo V a.C. al menos algunos de estos monumentos habían sido ya destruidos, y que la necrópolisque los reutiliza, de empedrados tumulares, es posterior a este momento (Cuadrado, 1986); algo simi-lar ocurre en el Cabecico del Tesoro de Verdolay, donde Quesada observa que varias de las tumbasque presentan fragmentos escultóricos reutilizados corresponden a la primera mitad del siglo IV a.C.,lo que viene a indicar que la destrucción debió tener lugar en el siglo V o a comienzos del IV {Quesada,1989,19 ss.). Esta presunción es aplicable también a conjuntos más alejados de nuestras fronteras,como Porcuna (Negueruela, 1990) y Pozo Moro {Almagro, 1985), este último uno de los pocos monu-mentos que no fue destruido violentamente, tal vez porque se arruinó antes de que lo alcanzara lafuria destructora; todo ello viene a indicar que tanto las tumbas turriformes como los pilares-estelacomo los monumentos tipo heroon, debieron corresponder ya a esta primera etapa ibérica.

En el País Valenciano no son muchos los datos arqueológicos que podemos aportara la cronología de estas destrucciones y rcutilizadones. Puede descartarse ya definitivamente lacronología baja propuesta en su día por A. Ramos a partir de las excavaciones de la Alcudia deElche, tan importante en su momento para establecer una fecha ante quem para la existencia dela escultura ibérica, pero que hoy debe ser revisada al alza. Tal y como se ha indicado en el eslu-dio de los diferentes monumentos, los únicos datos cronológicos son la reulilización de materia-les escultóricos en Cabezo Lucero y Parque de Elche, a comienzos del siglo IV, y en una fechaindeterminada en Corral de Saus. El momento de las destrucciones sería por lo tanto coinciden-te grosso modo con las propuestas para áreas próximas.

3.4. Riios.

Poco es lo que conocemos acerca del ritual del enterramiento y de las ceremonias cele-bradas durante el acto del sepelio, puesto que a la pobreza de los datos arqueológicos hay que aña-dir la inexistencia de una información tan útil como la que aportan las fuentes antiguas o las repre-sentaciones cerámicas o escultóricas en el mundo griego. Para el mundo colonial de Occidente, laúnica pero importante documentación que permite vislumbrar, en parte, cuál era el tratamientoofrecido al difunto, son las decoraciones pintadas de las tumbas de Paestum, que por lo pronto sefechan en el s. IV a.C. (Greco y Rouveret, 1977). En la Cultura Ibérica nos vemos obligados a limi-tarnos prácticamente al registro arqueológico, y deberemos tener bien presente que, como recuer-dan Kurtz y Boardman, la Arqueología sirve de poca ayuda para saber qué pensaban los griegossobre la muerte, pero nos dice mucho acerca de lo que hacían (Kurtz y Boardman, 1971,17).

Imaginamos que el pueblo ibérico llevaría a cabo ritos preparatorios paralelizables alaprof/ies/s o la ekphora griegos, e incluso ritos deposicionales y posteriores al acto del enterramiento,pero poco sabemos claramente de ello, ya que tan sólo existen las noticias de Apiano y Diodororeferidas a los funerales de Viriato; el cadáver, preparado con su mejor atuendo y armamento, fuequemado en una pira mientras se realizaban danzas y cánticos a la gloria del héroe, y, posteriormente,tuvieron lugar combates de púgiles por parejas hasta un número de doscientos (Apiano, 71; Diodoro,33,21; cf. Rafel, 1985,19-20). Sin embargo, por razones evidentes, se trata de un enterramiento espe-cial cuyos ritos no pueden extrapolarse ni compararse con los del resto de la población.

Por lo que respecta al modo en que se realizó la cremación y a la existencia de algún

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tipo de rito deposicional en las necrópolis del área levantina, bien poco es lo que puede decirsepor el momento. No podemos asegurar si se procedió realmente a la lavado, o si por el contrariolos restos se recogieron de forma más o menos descuidada. Sí parece que se realizaron libaciones,como se observa en las cremaciones in situ de Cabezo Lucero, sobre cuyas cenizas aparecen vasosgriegos rotos y quemados (Rouillard et alü, 1990,540, 550). También en la propia necrópolis deCabezo Lucero se describe la deposición del armamento envuelto en una tela y atado con unafíbula (Rouillard e/a/ií, 1990,550), lo que puede ser quizá parte de un rito deposicional cuyo sig-nificado se nos escapa. En La Albufereta, Figueras señala el hallazgo de restos de tejidos en diver-sas tumbas (Figueras, 1956,61), pero desconocemos si envolvieron el ajuar o los restos del difun-to, como se ha afirmado en alguna ocasión (Rafel, 1985,22).

Una vez depositado y cerrado el conjunto, se procedería a la celebración de ritos post-deposicionales de los que tampoco tenemos una información clara. Lo único asignable a esta par-te del ritual serían los restos de hogueras que aparecen diseminados por la superficie de las necró-polis, como sucede en La Albufereta, Cabezo Lucero o El Puntal de Salinas. Más indicativas toda-vía, por cuanto podrían expresar un acto de ofrenda ritual, son aquellas en las que existen restosde fauna acompañados de cerámica fragmentada de casi todos los tipos ibéricos: cocina, común,pintada —sobre todo platos_- y ánforas; esto se atestigua en la necrópolis de la ladera de San Antón(Orihuela) (Llobregat, 1972, 94), en El Zaricejo (Villena) (Soler, 1952), y en La Gualeja(Monforte), situada muy cerca del arenero donde aparecieron las esculturas y el célebre pilar-este-la; todas ellas se datan en el s. IV a.C''.

Nos queda hablar del bustum de El Molar al que ya nos referimos en el capítulo dela organización de las necrópolis. Está constituido por una zanja rellena de cenizas, excavada enla roca y con un piso de arcilla endurecido por el fuego en la base (Monraval y López, 1984, fig.2-3). Junto a la zanja, y en la superficie de uso, aparecen restos de una hoguera que sus excava-doras interpretan como un silicernium. Sin embargo, la excavación de ambas estructuras dio elmismo conjunto material, idéntico a su vez a los restos de las hogueras de los yacimientos men-cionados anteriormente: abundante fauna, cerámica de cocina, común y pintada, y bastantes frag-mentos de ánfora, así como dos kylikes de barniz negro que fechan los conjuntos en el último ter-cio del s. V a.C.. Las fuentes antiguas nos indican que el banquete funerario se celebraba en lacasa familiar (Quesada, 1990,52), pero en las proximidades de la tumba, y en un momento inme-diato al enterramiento, se realizaban ofrendas al difunto que consistían en alimentos quemadosin situ que no eran consumidos por los vivos (Kurtz y Boardman, 1971,146). Prueba de esle actoson los depósitos y zanjas de ofrendas repletas de abundante cerámica quemada y restos de ani-males, que desde fines del s. VIII a.C. aparecen en el Cerámico de Atenas (Quesada, 1990,51);

11 Este último yacimiento, actualmente en estudio, resulta de particular interés, porque corresponde al área de apari-ción del pilar-estela ya referido, actualmente en el museo de Elche. Durante el desmonte de una viña apareció unenlosado de 7x4 m., bastante alterado, que corresponde a una estructura tumular, y resto de varias hogueras a sualrededor; aunque buena parte del conjunto había sido removida por los tractores, pudo observarse que por deba-jo del enlosado no existía enterramiento alguno, sino tan sólo un pequeño conjunto de fragmentos cerámicos finosy con decoración geométrica, agrupados en la zona central; sobre eí enlosado, fragmentos cerámicos similares a éstos,junto con algunos huesos de animales. En las hogueras de alrededor, alguna de las cuales conservaba aún vestigiosdel círculo de piedras que las delimitó, aparecieron también materiales cerámicos y huesos de animales, mostrandouna amplitud cronológica entre los siglos V y TI a.C. (Abad y Alberola, 1990,74-77).

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también en la entrada de la necrópolis de Buffa. en Sclinunte (Sicilia), existe una gran "fosa voti-va" en la que se hallaron estatuillas y vasos cerámicos rotos que contenían restos óseos de ovinoy de otros animales (Pelagatti y Vallet, 1980,367). Creemos, por tanto, que en el supuesto silicer-nium de El Molar los animales sacrificados no fueron consumidos in situ, y pensamos que el posi-ble bustum podría tratarse simplemente de una fosa votiva del estilo de las arriba citadas.

4. LOS AJUARES.

En el estudio de la composición y distribución de los ajuares funerarios hay que teneren cuenta, como recuerdan Kurtz y Boardman (1971, 206). varios aspectos: la propiedad de losobjetos, el afecto que el difunto pudiera sentir por ellos en vida, su posible necesidad en el MásAllá, y por último, la obligación de amortizar los instrumentos utilizados en la celebración del ritofunerario. Son éstos los apartados a partir de los cuales plantearemos nuestro estudio.

Las posesiones personales del difunto constituyen la casi totalidad de los ajuares enlas necrópolis levantinas, sobre todo en las antiguas; nos encontramos con joyas, fíbulas y hebi-llas que formarían parte de la indumentaria personal, así como con las armas que llevarían en vida.En toda el área del Levante, las hebillas que aparecen son las de garfios, de una a cuatro púas,asociadas a fíbulas anulares hispánicas de muelle y a fíbulas de resorte bilateral y pie levantado.Pero, dentro de esta similitud básica, puede establecerse una distinción entre las necrópolis cas-telloncnscs y las más meridionales: en las primeras, las fíbulas más representativas son las de resor-te bilateral y pie levantado del tipo Golfo de León (Oliver, 1981, 221), mientras que las anularesaparecen de forma puntual, como las tres halladas en La Solivella (Fletcher, 1965,47) o las de ElPuig (Oliver, 1981, 221). Entre los adornos personales, se encuentran pendientes de oro, plata eincluso de bronce, sí bien no son objetos que podamos considerar frecuentes; también aparecenotros elementos de bronce, como brazaletes abiertos y cadenillas, algunas de ellas pendiendo defiguritas zoomorfas, que caracterizan exclusivamente las necrópolis antiguas castellonenses y pare-cen relacionarse con la tradición de los Campos de Urnas (Oliver, 1981,226-227,234).

Una distinción similar puede observarse también en el armamento. El arma ibéricapor excelencia en esta fase antigua es la lanza, mientras que la espada ocupa, en cambio, un segun-do lugar; aparecen tanto la espada de filo recto como la fálcala, aunque esta última, que es el tipomás abundante en El Molar (Alicante), escasea al norte de Sagunto (Oliver, 1981, 228), dondeson mayoritarias las espadas rectas.

Si de alguna forma tenemos que calificar los ajuares de cronología antigua, cabríaconsiderarlos como de una cierta austeridad: son los objetos personales los que acompañan losrestos del difunto de forma casi exclusiva. No encontramos otros que posean un valor funerarioen sí mismos, y que pudieran indicarnos por tanto una mayor riqueza conceptual del rito funera-rio; tan sólo en la necrópolis de El Molar (San Fulgencio, Alicante) aparecen un lekythos de figu-ras negras y un aríbalos de pasta vitrea que tal vez sean consecuencia del empleo de aceites y per-fumes, al menos en los enterramientos de los que formaban parte; algo muy usual en el mundo

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funerario griego y púnico y, hasta ahora, no valorado en las necrópolis ibéricas. Otro dato queinteresa señalar es que, frente a la ausencia total de cerámica importada en las necrópolis sep-tentrionales de este momento, en El Molar y en los yacimientos cercanos (El Oral, Cabezo Lucero)encontramos las primeras importaciones de cerámica griega (Sala, 1991).

En la época ibérica Plena resulta más difícil diferenciar los ajuares, ya que las necró-polis suelen abarcar cronologías amplias —desde el último cuarto del s. V a.C. hasta los siglos III-II a.C. en algunas de ellas— y los objetos nos han llegado, por lo general, fuera de contexto. Comomuestra de estas circunstancias tenemos el ejemplo de la necrópolis de Orleyl (Valí d'Uxó,Castellón) en la que la cerámica de importación ofrece una cronología entre la segunda mitad dels. VI y la primera del s. III a.C. (Lázaro el ala, 1981). Esta necrópolis presenta un rico conjuntoformado por objetos personales, fíbulas, hebillas, broches, pinzas, joyas, y otros como lanzas, úti-les domésticos, campanillas o remaches; algunos de ellos se pueden adscribir a enterramientos decronología antigua (broches de garfios, fíbulas anulares de resorte de muelle, cadenillas de bron-ce), pero de los restantes tan sólo podemos afirmar que pertenecen a un contexto cultural poste-rior. Pese a ello, de la observación de los conjuntos funerarios más completos pueden deducirseciertas consideraciones que habrá que comprobar en su momento con los resultados de excava-ciones más recientes.

Parece estar claro que el ajuar sigue formado fundamentalmente por los objetos per-sonales, en especial el armamento y las fíbulas, que a partir de ahora son anulares de resorte. Enla panoplia ibérica de estas fechas, a la punta de lanza, todavía un elemento importante, hay queañadir el soliferreum y sobre todo la falcata, que desplaza a los otros tipos de espada, al tiempoque hacen su aparición los bocados de caballo. Otro elemento que se generaliza en todas las necró-polis es la cerámica ática de barniz negro y de figuras rojas, hecho que bastantes autores asociana la aceptación del ritual de la libación del vino y del valor de las imágenes entre los íberos (Olmos,1982; 1984).

Sin pretender entrar en cuestiones de esta índole, cuyo planteamiento necesitaría unestudio específico, queremos hacer una observación que quizá pudiera estar relacionada con laadopción de otros matices religiosos, y por lo tanto, funerarios. A partir del s. IV a.C. aparecenen los ajuares determinados objetos que poseen un valor funerario en sí, o al menos, que parecenadoptar este valor al formar parte de un enterramiento. Un repertorio rico y diverso de objetosde este tipo lo ofrecen los ajuares de la necrópolis de La Albufereta (Alicante): pebeteros concabeza femenina, estatuillas de Horus, terracotas que representan a la Diosa Madre, fragmentosde huevos de avestruz,... Aparecen también un considerable número de ungüéntanos asociadosa distintos ajuares, cuya presencia podría explicarse por una mayor frecuencia en el empleo deaceites y perfumes durante los actos de la ceremonia funeraria. Todos estos elementos configu-ran, a nuestro entender, una tradición funeraria que no se perfilaba hasta estas fechas. En partetambién, esta distinción se constata cuando se compara con Cabezo Lucero (Guardamar, Alicante),necrópolis situada tan sólo a una veintena de kilómetros y con muy fácil comunicación, cuyos ajua-res están formados principalmente por objetos personales, armamento y vasos áticos para beber(Rouillard et alii, 1990,550). Sin embargo la necrópolis de La Serreta (Alcoy, Alicante), situada

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en las comarcas montañosas del interior, sí presenta algunos objetos de este tipo: terracotas de laDiosa Madre, pequeñas estatuillas de enanos pathecos y una píxide de cerámica que imita unagranada (Llobregat el alü, 1990).

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Figura 1. Situación de los yacimientos citados en el texto: I. La Solivella, 2. Torre la Sal, 3. El Bovalar,4. Orleyl, 5. El Puig, 6. El Castellar, 7. San Miguel de Liria, 8. Sagunto, 9. Corral de Saus, 10. Las Peñas,11. Cami del Bosquel, 12. Tossai de la Cala, 13. La Albufereta, 14, El Molar, 15. Cabezo Lucero, 16. La Serreta,17. El Puntal, 18. Altéala Vella, 19. San Antón, 20. Peñón del Rey, 21. Monforte, 22. La A]cudia,,23. Parque deElche, 24. Pino Hermoso, 25, El Zaricejo, 26. La Gualeja,

165

CROOVÍS DE LA PARCELA EXCAVADA

Figura 2. Croquis de los hallazgos de tumbas de la necrópolis de El Molar (Senent, 1930).

166

LA ALBUFERETA

Figura 3. Croquis de los hallazgos de tumbas en la necrópolis de La Albufereta (Llobrcgal, 1972,69).

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