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Política y Sociedad La disciplina de la historia y el público en general: notas para comenzar un diálogo [1] Escrito por Rafael Acevedo-Cruz ~A Fernando Picó y a Delisa, por su puesto~ The architecture of this work is rooted in the temporal. Every human problem must be considered from the standpoint of [its] time. Frantz Fanon, Black Skin, White Masks

“La disciplina de la historia y el público en general: notas para comenzar un diálogo”

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Política y Sociedad

La disciplina de la historia y el público en general: notas para comenzar un

diálogo [1]

Escrito por

Rafael Acevedo-Cruz

~A Fernando Picó y a Delisa, por su puesto~

The architecture of this work is rooted in the temporal. Every human problem must be considered from the

standpoint of [its] time.

—Frantz Fanon, Black Skin, White Masks

I

Se espera que los profesionales egresados de la Universidad pongan su conocimiento al servicio

de la comunidad. Basado entonces en esta premisa: ¿qué papel desempeña el historiador y la

historiadora cuando parece que al profesionalizarse la disciplina su conocimiento se hizo

exclusivo? Esta preocupación no es nueva. En la década de los ochenta en Estados Unidos se dio

un debate que giró alrededor de esto. ¿Cuáles fueron los puntos medulares que se discutieron?

¿Habrá alguna relación con la disciplina de la historia practicada en Departamento de Historia de

la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras? ¿Qué propongo?

II

Para el 1912, James Harvey Robinson

publicó su libro The New History. En este

clásico de la historiografía estadounidense,

el autor dejó claro sus ideas acerca de la

disciplina de la historia. La nueva historia,

como le llamaba, debía ser

interdisciplinaria; un estudio del pasado, con

un particular interés por los conflictos,

dirigido a las preocupaciones presentes de

los lectores no especialistas. Para la década

del 50 entró en escena la “Escuela del

Consenso” negando importancia a los

conflictos socio-políticos del pasado

estadounidense. Surgida durante la Guerra Fría esta Escuela buscaba presentar la Historia como

un frente nacional. Ante la amenaza comunista había que reivindicar ‘lo americano’, es decir,

todo aquello que exaltara a los estadounidenses. Los sesenta provocaron una ruptura. El

redescubrimiento de la pobreza y del racismo, el compromiso con los derechos para los negros,

la crítica de las intervenciones en Cuba y en Vietnam, empujó a los intelectuales estadounidenses

a reevaluar su pasado. Se dio una fragmentación historiográfica producida principalmente desde

la historia social.[2]

Grupos y temas ignorados, de pronto se hicieron visibles, clamando por

inclusión en un marco histórico que en un momento dado no tuvo un lugar para ellos. Tiempo

después, Thomas Bender, señaló el lado menos simpático de la situación: la fragmentación

dentro de la disciplina desarrolló grupos especializados que se comunicaban solo entre ellos

mismos, y por consiguiente, la disciplina dejaba de ser accesible al público no especializado.

Frente a esto abogó por un retorno a los principios establecidos por la Nueva Historia de

Robinson.[3]

Para el historiador Eric Monkkonen la fragmentación historiográfica era el avance del

conocimiento. La investigación empírica, metodológica y experta proveía trabajos que podían

servirle a otros profesionales. Esto había que celebrarlo, en vez de perturbarse por ello. De

hecho, el que la disciplina perdiera contacto con el público no era responsabilidad de los

historiadores. Siguiendo a otro historiador, John Higham, añadía: “este culpó la poca popularidad

de los historiadores en su audiencia, no en ellos. Los profesionales comenzaban a llegar a las

audiencias sofisticadas e interesadas que tanto merecen”.[4]

Un debate como este pudiera no tener fin. Yo no creo que el problema sea la fragmentación.

Incluso, veo con buenos ojos la gran cantidad de investigaciones que ha generado la nueva

historia social, notablemente en la vida de los inmigrantes, las mujeres, los negros y los

trabajadores. Para mí el problema radica en la disciplina misma. Ésta, según se ha ido

profesionalizando se ha encerrado cada vez más en las paredes universitarias. Su lenguaje teórico

la hace menos accesible al público no especializado. Y me pregunto: ¿no será que de la misma

manera que la historia tradicional marginó a ciertos sujetos de la escritura de la historia, los

historiadores profesionales han segregado al público en general?

III

Si los historiadores desean justificar los recursos que la sociedad destina a su tema de estudio, por modestos que

sean, no deberían escribir exclusivamente para otros historiadores.

—Eric Hobsbawm

Esto me recuerda las palabras de Theodore Hammerow en el foro de la American Historical

Review de 1989 el cual exploraba la exclusión de los ‘amateurs’ de los círculos profesionales y la

marginación del lector ‘no profesional’ en la conformación de la profesión.[5]

Por más de doscientos años la investigación histórica, más que cualquier otro campo del saber,

había sido conducida por amateurs auto-didactas. No poseían pericia técnica, ni metodología,

pero sí entusiasmo y curiosidad por el pasado. Su escritura estaba informada por su participación

en la política o en la guerra, en el periodismo o en la literatura. Estas mismas fortalezas eran

también sus debilidades. La historia que escribían era una elitista, además de que había muy poca

participación de las mujeres. Pero atraía público. Durante el siglo XIX era común que los

principales científicos, economistas, filósofos, lingüistas e historiadores dieran conferencias

frente a grandes audiencias especialistas y no especialistas. Esto fue cambiando como resultado

de la profesionalización de las disciplinas, amplio proceso cultural por el cual el saber se fue

burocratizando en el curso del siglo XX. En el caso de la historia, se introdujo un estricto

programa de capacitación, el cual consistía de un periodo prolongado de estudios en una

institución de alta educación, exigiendo su finalización como requisito para ser admitido en la

profesión. Una creciente distinción se iría desarrollando entre profesionales y aficionados.

Eventualmente, los aficionados fueron desplazados por no poseer los credenciales adecuados.

Otro resultado de la especialización fue la burocratización del conocimiento lo cual llevó al

distanciamiento cada vez mayor entre el público en general y el mundo académico. Creció un

interés en escribir para otros historiadores. Dentro de las paredes de los campus universitarios, la

disciplina se redujo a estar sólo pendiente de los discursos de otros académicos y de ver qué

colega tendrá el próximo nombramiento importante, la próxima cátedra o el siguiente premio de

distinción.[6]

IV

¿Qué relación pudieran tener las palabras de Hammerow con la disciplina de la historia

practicada en el Departamento de Historia de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río

Piedras? No sería correcto pensar que la experiencia estadounidense fue la que se vivió en Puerto

Rico. De hecho, tomar esta narrativa como una representación universal de la profesionalización

de la disciplina sería hacer lo mismo que hizo la crítica posmoderna en Puerto Rico en la década

de los 90, la cual dio por sentado que el levantamiento de la disciplina histórica a estatuto de

ciencia durante el siglo XIX fue un proceso homogéneo. En Río Piedras, por ejemplo, se enseña

cómo Leopoldo Von Ranke y la Escuela Alemana contribuyeron en la formación de la historia

como disciplina; o acerca de cómo Marc Bloch y la Escuela de los Annales reformularon algunos

planteamientos de Ranke. Pero esta experiencia europea acerca del desarrollo de la disciplina se

ha tomado como metonimia sin considerar que los fundadores del Departamento de Historia en

este recinto, aunque influenciados por éstas y otras escuelas, respondían a otro tiempo y a otro

espacio.Haría falta una historia de la profesionalización de la disciplina en la isla. No estoy

hablando de trabajos como el de doña Isabel Gutiérrez del Arroyo, María de los Ángeles Castro

y Arcadio Díaz Quiñones.[7]

Éstos logran hacer una excelente labor de organización del saber,

destacándose mayormente los esfuerzos por desarrollar y mantener una disciplina de la historia

en Puerto Rico.

Pero no se pasa juicio crítico sobre cómo y de qué maneras la profesionalización de la disciplina

y la burocratización del saber se desvinculan de escribir historias que alcancen al público

general. A pesar de esto, vale la pena comenzar este diálogo pues, como señala Pablo Samuel

Torres, “si el conocimiento histórico no sale de las aulas y pasillos académicos, de seguro

terminará en la irrelevancia social”.[8]

Una humilde alternativa a este problema puede estar en el

ejemplo de Fernando Picó. Este historiador profesional no escatimó en acercarse a su

comunidad. Picó ha sabido producir para la academia, pero supo salir del ensimismamiento de

los historiadores que tienden a hablar demasiado entre ellos mismos, interesados más en disputar

los puntos finos entre sí que el abordar las preocupaciones más grandes que comparten —como

ciudadanos— con sus estudiantes y el público. No se trata de reclamar el privilegio de

‘expertise’, sino de reconocer que de las variadas maneras de diálogos que existen sobre la faz de

la tierra, la historia es solo una.

MÚLTIPLES FORMAS DE HACER HISTORIA: MI PROPUESTA

Los jóvenes con los que comparto, en su mayoría, encuentran la historia aburridísima. Algunos

me comentan que no entienden lo que leen y de ahí su desinterés. Otros prefieren ver películas

como Lincoln (2012). El asunto es que se ha perdido terreno en la cultura general. El historiador

estadounidense Thomas Bender pensó que se trató de la fragmentación historiográfica. Yo alego

que ha sido más un problema de la disciplina: al profesionalizarse y jerarquizar su saber, su

conocimiento se hizo exclusivo. Esto resulta paradójico si aceptamos la premisa de que se espera

que los profesionales egresados de la Universidad pongan su conocimiento al servicio de la

comunidad. ¿Cómo se concilia la idea de expandir el conocimiento histórico con esta tendencia a

dirigirse a públicos especializados en ámbitos restringidos? Pues una cosa es la fragmentación

historiográfica que aboga por la democratización de su discurso y otra la burocratización del

conocimiento. ¿No hay una contradicción, o quizás hipocresía intelectual, cuando se aboga por

una narrativa histórica inclusiva, sensible a todas las particularidades y a lo cotidiano, mientras

se es insensible y exclusivo hacia el lector no profesional? Observo que la formación de campos

específicos del saber sirve para renovar y sostener la distinción de élites. Si no es para dialogar

con las personas ¿entonces, historia para qué?

¿Quién pudiera considerarse parte de ese público al cual el discurso historiográfico también debe

ir dirigido? Bender opina que cualquiera que esté dispuesto a escuchar o leer lo que los

historiadores construyen es público en potencia.[9]

El historiador Roy Rosenzweig pone en duda

a esta propuesta y pregunta: ¿habrá un sólo público que consuma conocimiento histórico? Y esa

tal audiencia, ¿estará buscando una sola versión del pasado o un sólo modo de representación

histórica? Este historiador apunta a que se debe considerar el desarrollo y aumento de otras

formas de presentación histórica no profesional. Las series de televisión, filmes y documentales

basados en hechos históricos, y el incremento en el número en museos son factores importantes

que no se deben descartar de la discusión.[10]

Esto me parece significativo. En vez de determinar

quién es ese tal público o justificar las posibles fugas debido al desarrollo de otras formas de

presentación histórica no profesional, la crítica de Rosenzweig abre la puerta a otra reflexión:

¿qué otro tipo de narrativas históricas se pudieran elaborar?

La Historia, como disciplina, es una manera de acercarse al pasado; una manera muy Occidental.

La forma que prefirió para comunicar su conocimiento fue la escritura. Entonces, siempre y

cuando se siga privilegiando esta manera de comunicación va a ser necesario, como alega Picó,

que se le preste atención a pulir nuestras destrezas como redactores. Sin embargo, esta manera

presenta sus límites. Por un lado, está la queja generalizada de los profesores de “que nuestros

estudiantes hagan maravillosas investigaciones, pero cuando llega el momento de redactar la

tesis de grado se estancan y tardan años en hacer los primeros borradores de sus trabajos”.[11]

Pero, ¿escribir es para todos y todas? ¿Por qué estancarse en la queja de la pobre redacción por

parte del estudiante? Al fin y al cabo, de lo que se trata es de comunicar una representación del

pasado. ¿Por qué no pensar en un performance como otra forma de comunicarlo? ¿En un

documental; una canción; un video juego; un cómic?

Yo abogo porque la destreza que tenga el o la estudiante se valore. Se debe romper con la

presunción de que los jóvenes que ingresan a estudiar historia tienen los mismos deseos. No se

les debe forzar a hacer una forma de historia: investigar, escribir, publicar, ir a congresos, dar

clases. Se les debería exhortar para que el talento que posean —pintar, hacer cine, tomar

fotografías, bailar, etc.— lo traigan a la mesa y que se utilice para comunicar su investigación.

Esto pudiera redundar en beneficio para la disciplina y el Departamento. Así, en lugar de mirar a

la disciplina como una que escribe mayormente para otros historiadores o como otra víctima

‘devorada’ por la tecnología, o incluso al Departamento como el gran herido por las políticas

neoliberales que cada vez recortan más fondos a la educación, incidiendo directamente en las

Humanidades, se puede tener otra perspectiva.

Dejar la queja y abrir el campo de

estudio a otras formas de comunicar

el pasado pudiera ser una respuesta

que enriquezca y diversifique aún

más el discurso historiográfico.

Incluso, puede acortar la brecha

entre la disciplina y el público. Digo

esto pensando que otro de los límites

de la escritura es que no toda

persona va a tomar placer de

acercarse al pasado leyendo de la

manera tradicional. Hay también

tantas formas, gustos y maneras de

acercarse al pasado como seres humanos sobre la tierra. Esto lo ha demostrado la acogida que ha

tenido la más reciente puesta en escena de Lin-Manuel Miranda. Los críticos aseveran que se

puede aprender más historia de Estados Unidos de su “Hamilton” que de libros de historia.[12]

Entonces la televisión, la radio, el internet, el cine en sus variadas formas, igual las artes y la

música son lugares otros por los cuales el público puede acercarse al conocimiento histórico.

Esto, en vez de presentarle competencia al historiador tradicional, quien investiga solo para

publicar en formato escrito, debería presentarle un reto sobre cómo utilizar estas otras formas a

su favor. Acá dejo un ejemplo: mi versión del “Grito de Coayuco” en forma de rap.

Notas:

[1] Algunas de estas ideas fueron presentadas en la ponencia “Las partes, el todo y el público en general: fragmentación y síntesis en las

narraciones históricas” en el 1er Encuentro Nacional de Estudiantes de Historia, celebrado del 26 al 28 de septiembre de 2013 en el Centro de

Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, San Juan, Puerto Rico. Luego en una charla titulada “La profesionalización de la historia:

ventajas y límites”, para la clase de la profesora Lara Caride el 24 de febrero de 2014 en la Facultad de Humanidades, Universidad de Puerto

Rico, Río Piedras.

[2] Ver Peter Burke, ¿Qué es la historia cultural?, Barcelona: Paidós, (2006), particularmente, el Capítulo 3: “El momento de la antropología

histórica”, pp. 47-68.

[3] Thomas Bender, “Whole and Parts: The Need for Synthesis in American History”, The Journal of American History, Vol. 73, No. 1 (Jun.,

1986).

[4] Eric H. Monkkonen, “The Dangers of Synthesis”, The American Historical Review, Vol. 91, No. 5 (Dec., 1986). Traducción mía, en

Mokkonen, nota 1, Op. Cit., p. 1147.

[5] Se invita al lector a hacer la lectura de las ponencias del “AHR Forum: The Old History and the New”, en The American Historical Review,

vol. 94, No. 3 (Jun., 1989), pp, 654-698.

[6] Resumen de ponencia, para más ver: Theodore S. Hammerow, “The Bureaucratization of History”, en “AHR Forum: The Old History and the

New”, The American Historical Review, vol. 94, No. 3 (Jun., 1989), pp. 654-660.

[7] Isabel Gutiérrez del Arroyo, Historiografia puertorriquena, desde la Memoria Melgarejo (1582) hasta el Boletin historico (1914-27), San

Juan de Puerto Rico: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1957; Arcadio Díaz Quiñones, “Recordando el futuro imaginario: la escritura histórica

en la década del treinta”, Sin Nombre, San Juan de Puerto Rico, vol. xvi, núm. 3, abril-junio 1984; María de los Ángeles Castro “De Salvador

Brau hasta la “novísima” historia: un replanteamiento y una crítica”, Op. Cit., núm. 4, 1988-89.

[8] Pablo Samuel Torres, “Los opuestos se atraen: fragmentación y síntesis en las narraciones históricas”. Historia y Sociedad, Año XVI-XVII

(2005-2006). Otra historia que quedara por hacer sería cómo y de qué maneras la profesionalización de la disciplina y la burocratización del saber

en el Departamento de Historia de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras excluyó o forzó a que otros programas de Historia

dentro del mismo sistema de la UPR o fuera a que se desarrollaran bajo su sombra.

[9] Thomas Bender, “Wholes and Parts: Continuing the Conversation”, en A Round Table: Synthesis in American History. The Journal of

American History, Vol. 74, No. 1, (Jun., 1987), pp. 123-130.

[10] Roy Rosenzweig, “What Is the Matter with History?” Op. Cit., pp. 117-122.

[11] Fernando Picó, “¿Es literatura la historia?” en Vocaciones Caribeñas, SJ: Ediciones Callejón, 2013, pp. 151.

[12] Agradezco al amigo Manuel Martínez Maldonado el dato, para más ver: Ben Brantley, “Review: ‘Hamilton,’ Young Rebels Changing

History and Theater”, nytimes.com, (august 6, 2015) http://www.nytimes.com/2015/08/07/theater/review-hamilton-young-rebels-changing-

history-and-theater.html?_r=0 (accedido por última vez el 9 de febrero de 2016). La idea de las múltiples formas de acercarse al pasado la saco de

mis propias inquietudes y de la lectura del sugerente libre de James M. Banner, Being a Historian, Cambridge University Press, 2012.

Lista de imágenes:

1. Joanne Jacobs, "Why do Students—and Teachers—Hate History", 2015.

2. Jacky Fleming, del libro The Trouble with Women, 2016.

3. Tom Gauld, "Intellectual Maze", 2014.

4. Tom Gauld, "The History of Nationalism", 2015.

5. Jacky Fleming, del libro The Trouble with Women, 2016.

Publicado el 11 de abril de 2016, enlace: http://www.revistacruce.com/politica-y-sociedad/item/2449-la-

disciplina-de-la-historia-y-el-publico-en-general-notas-para-comenzar-un-dialogo-1