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Julia Cruz Ramírez Hna. María Cristina García Fonseca, HJD Sara Gabriela Gómez Gudiño Hna. Maribel González Villegas, HJD Hno. Jesús Herrera Anaya, HJD Angélica Juárez Vázquez Gloria Elizabeth Loo Almaguer Hna. Mónica del Refugio Sánchez Cortés, HJD Margarita Ramírez Albarrán Roberto Netzahualcóyotl Tapia Ocampo

El mensaje de Guadalupe, Evangelio de la vida para la familia humana

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Julia Cruz Ramírez

Hna. María Cristina García Fonseca, HJD

Sara Gabriela Gómez Gudiño

Hna. Maribel González Villegas, HJD

Hno. Jesús Herrera Anaya, HJD

Angélica Juárez Vázquez

Gloria Elizabeth Loo Almaguer

Hna. Mónica del Refugio Sánchez Cortés, HJD

Margarita Ramírez Albarrán

Roberto Netzahualcóyotl Tapia Ocampo

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RESUMEN

El mensaje de Guadalupe ha sido revisado y profundizado desde muchos ángulos. Este trabajo quiere hacerlo ahora dentro de la llamada que, como Iglesia, hemos de hacer al corazón y al rostro de los hombres de nuestro tiempo. A través de los distintos caminos por los que se manifestó el Amor de Dios en el hecho guadalupano, trataremos de encontrar las líneas kerigmáticas perfectamente inculturadas a las que respondió el pueblo de Juan Diego y que propiciaron una de las conversiones más grandes en la historia del cristianismo. Proponemos la vigencia y aliento de este mensaje como una respuesta a la compleja situación que como familia humana vivimos.

ABSTRACT

The message of Guadalupe has been studied and pondered from many angles. This little study wishes to respond to our call as Church to take into account the human face and human heart of today´s society. Reflecting on the different ways by which God manifested His love in the history of the Guadalupe event, we will try to find the threads of the Gospel kerygma enculturated perfectly in the people of Juan Diego´s time. They responded to that so whole heartedly that the message of Guadalupe led to one of the most massive conversions in the history of Christianity. We propose the relevance and life-giving freshness of this message as a response to the complex situation we live today as a human family.

INTRODUCCIÓN

El encuentro con un Dios vivo que se revela en su Evangelio. El amor de Dios ha estado siempre presente, dirigiendo la historia de la familia humana, sosteniendo toda forma de vida, revelándose al hombre y entregándole, como un tesoro, la fe. Como católicos, compartimos la visión del Papa Francisco:

“La primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser salvados por Él que nos mueve a amarlo siempre más (…). Redescubrir cada día que somos depositarios de un bien que humaniza, que ayuda a llevar una vida nueva. No hay nada mejor para transmitir a los demás.” (EG 264)

En nuestro Continente, María de Guadalupe nos dio un ejemplo de perfecta evangelización. Ella es “la gran misionera (…) Ella, así como dio a luz al Salvador del mundo, trajo el Evangelio a nuestra América. En el acontecimiento guadalupano, presidió, junto al humilde Juan Diego, el Pentecostés que nos abrió a los dones del Espíritu (…). En nuestras comunidades, su fuerte presencia ha enriquecido y seguirá enriqueciendo la dimensión materna de la Iglesia y su actitud acogedora, que la convierte en ‘casa y escuela de comunión’ y en espacio espiritual que prepara para la misión.” (Aparecida 269 y 272).

El cambio de época en la cultura y la sociedad. Esta realidad de un Dios vivo que se inserta en la historia humana, de las constantes manifestaciones de su presencia entre los que sufren, se ha tornado indiferente para muchos en las nuevas generaciones. Hoy más que nunca hay cambios vertiginosos en la cultura, las estructuras sociales y familiares. Somos resultado de una fascinación por la tecnología, la ciencia y el entretenimiento donde el silencio, la verdadera

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cercanía, las relaciones significativas y el encuentro con Dios no tienen mucho espacio. “Es más, hay el peligro de que el hombre, confiado con exceso en los inventos actuales, crea que se basta a sí mismo y deje de buscar ya cosas más altas.” (GS 57).

Por otro lado, este culto a lo inmediato, a lo efímero, deja al ser humano sin posibilidad de buscar trascendencia. Si la vida es producto de la casualidad, se percibe como carente de sentido; para verla como caos, no como misterio.

Sin embargo, ante estos cambios culturales la iglesia “al vivir durante el transcurso de la historia en variedad de circunstancias, ha empleado los hallazgos de las diversas culturas para difundir y explicar el mensaje de Cristo en su predicación a todas las gentes, para investigarlo y comprenderlo con mayor profundidad, para expresarlo mejor en la celebración litúrgica y en la vida de la multiforme comunidad de los fieles.” (GS 58). Creemos que en la actual situación también se pueden encontrar líneas que hagan posible la evangelización en las sociedades secularizadas de consumo.

El acontecimiento guadalupano, que marcó un hito en la primera evangelización del Nuevo Mundo, puede ser la respuesta para este momento de nuestra historia.

Guadalupe, Evangelio de la vida para la familia humana. Varios de los integrantes de este equipo hemos tenido la experiencia de comunicar la Buena noticia a familias, comunidades o personas en situaciones vulnerables: pobreza, enfermedad, violencia familiar o social. Y también la de compartir el mensaje de Guadalupe como camino para recuperar la esperanza en un Dios que nos salva. Por ello nuestra preocupación pastoral está enfocando el presente trabajo a describir, como diría san Ireneo, la pedagogía de Dios en el acontecimiento guadalupano.

Queremos recuperar el asombro ante la eficacia del mensaje de la Virgen de Guadalupe para un pueblo que había perdido el sentido de vivir. Lo haremos siguiendo las líneas del primer anuncio, lo que conocemos como kerigma, confrontando el plan de Dios con nuestra realidad humana. Finalmente propondremos cómo el mensaje de Guadalupe inserta este anuncio en la cultura de san Juan Diego y cómo puede ser un instrumento de evangelización eficaz en nuestra realidad humana actual.

EL ANUNCIO DEL EVANGELIO Y SU APLICACIÓN EN LA VIDA DEL CRISTIANO

El Kerigma es la definición más esencial del contenido de la fe cristiana y a la vez es el anuncio fundamental que promueve la conversión. Es una formulación esencial del misterio de Cristo para ser proclamada (Cfr. Lavaniegos, Barrón, El kerigma vocacional, pp. 3-4) y este mensaje de vida invita a dar una respuesta concreta en nuestra realidad personal.

El kerigma es un anuncio que realiza en el presente el acontecimiento de la salvación por el poder de Dios (Lavaniegos, p. 22), es la misión de los discípulos de Jesús, en la que tienen la

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certeza de que el mismo Señor actúa con ellos. El punto central de la proclamación es el Reino de Dios que se acerca, que ya es una realidad entre nosotros. Este anuncio se dirige especialmente a los pobres y a los pequeños que están necesitados de esta buena noticia.

La proclamación del Reino fue hacia quienes estaban “en las periferias existenciales”, como dice hoy el Papa: pecadores, publicanos, enfermos, pobres. Realidades que eran interpretadas como maldición o castigo de Dios. Y precisamente Jesús se dirigió a esas personas porque estaban más abiertas al desconcertante don de Dios. Porque su Evangelio tocaba la realidad de todos ellos y era capaz de restaurar su vida y su fe.

Por eso decimos que el kerigma consiste más en un acontecimiento que en un anuncio. Se proclama una experiencia que ilumina la vida y le da sentido. El kerigma se ofrece entonces para conseguir una respuesta de fe hacia la persona y la obra de Jesús, que nos salva y que actúa en nuestra historia. Esto genera un cambio en la manera de comprender la vida y convivir con los demás, pues a partir de la Verdad que se nos ha comunicado, es como se ilumina el misterio de nuestra vida, y vamos descubriendo el camino y la grandeza a los que Dios nos llama.

Así comenzó a extenderse nuestra fe, así comenzó la Iglesia y así también se dio el “conocimiento del dador de vida, del verdadero Dios” (NM 2) en México.

GUADALUPE, EVANGELIZACIÓN PERFECTAMENTE INCULTURADA

Los Obispos de América han reconocido «en el rostro mestizo de la Virgen del Tepeyac, [...] en Santa María de Guadalupe, [...] un gran ejemplo de evangelización perfectamente inculturada» (EA,11).

Ella llega como emisaria de la Buena Noticia de Jesucristo, su Hijo. Por lo tanto, misionera del único Evangelio de la vida. María de Guadalupe transmite la verdad y la hermosura de la fe católica de una manera enteramente inculturada.

La situación general en nuestra tierra era compleja y dolorosa: a diez años de la Conquista, el pueblo mexicano vivía la opresión de haberle sido arrebatada su libertad, tanto en su territorio como en aquello en que creía. Recordamos la cosmovisión indígena dominante: ellos eran un pueblo con misión; el sentido de su vida estaba en “cosechar corazones” para dar vida a los dioses en la guerra florida. Cuando los españoles presencian los sacrificios rituales, terminan con aquel culto y así da inicio la pérdida del sentido, de la verdad creída para los conquistados.

Con un futuro incierto, el pueblo sufría hambre y carencias además de la tristeza de haber perdido su identidad. los jóvenes no querían casarse para engendrar hijos, ni forjar una nueva civilización. Los conquistadores, que en nombre de la fe católica, acumulaban poderes y encomiendas, no daban esperanzas para un bien común. El mismo obispo electo, fray Juan de Zumárraga escribió en 1529 al Rey de España: “si Dios no provee con remedio de su mano,

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está la tierra en punto de perderse totalmente”. (Cfr. Eduardo Chávez, La verdad de Guadalupe, Ediciones Ruz, 2008, p. 171).

En respuesta a todo esto, la Virgen de Guadalupe llegó como portadora de un mensaje Cristocéntrico, retomando los auténticos valores culturales indígenas. Transmite en su mensaje el infinito Amor de Dios en una “tierra fértil”, que había recibido ya lo que el Concilio Vaticano II llama las “semillas de la Palabra” (AG, 11), aquello que de bueno, santo y verdadero los preparaba para recibir a Jesucristo.

Es lo mismo que hizo su Hijo: encarnándose en un pueblo con unas tradiciones religiosas y culturales, las asume, las purifica, las “redime”, llevándolas a su plenitud en el misterio de su muerte y resurrección, la Pascua; y con el don del Espíritu Santo, en Pentecostés, el Verbo encarnado anuncia la Buena Nueva de salvación en todas las lenguas del mundo.

El impulso misionero de Jesús se ve en el mensaje de Guadalupe con toda su dinámica de redención. Podemos adentrarnos en el entramado de esta singular evangelización recordando algunas premisas:

1. La historicidad del hecho de Guadalupe se registra primero, como es lógico, a través de la tradición oral. Sabemos que, después de ciertos años y terminándose los testigos que escucharon por boca de san Juan Diego y sus contemporáneos el mensaje, fue necesario dejar constancia de este “paso de Dios”, a través de escritos y testimonios, como el Nican Mopohua, el relato de las apariciones consignado por Antonio Valeriano (1548), o el Nican Motecpana de Fernando de Alva Ixtlixochitl, en 1590. Otra importante fuente resulta las Informaciones Jurídicas de 1666, donde varios indios ya mayores dan cuenta de la vida santa de este mensajero de la Virgen. Sin embargo, estos escritos son resultado de una transmisión oral constante que les antecedió.

2. La imagen misma de la Virgen de Guadalupe, plasmada en la tilma de Juan Diego como un Evangelio que los indígenas podían leer. Así como María se dirigió a su mensajero en lengua náhuatl, familiarizada con la cultura de esta tierra, así también habla al corazón del pueblo nuevo que recibe el códice de Jesucristo en la simbología del ayate, tan significativo en la vida de nuestros ancestros.

3. Como todo tiempo de Dios en la historia humana, al evento guadalupano también le precedieron y prepararon hechos, fechas, tradiciones y figuras que dieron una resonancia especialísima al Evangelio que la Virgen portaba. Es lo que Mons. Eduardo Chávez Sánchez, ha dado en llamar “los signos de los tiempos”. Descifrarlos es descubrir la delicadeza y profundidad con la que Dios quiso entrar en esta cultura justo en el momento oportuno.

4. Finalmente no debemos dejar de mencionar la incuestionable identificación cristiana que Dios establece en este mensaje, en perfecto seguimiento con la tradición viva de las Escrituras y de la Iglesia, presentando la imagen y el anuncio como un

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acontecimiento inscrito en la Historia de salvación, que acoge, reconcilia y llama por igual a españoles, indígenas y a todos los pueblos, a la Vida abundante en Cristo.

EL KERIGMA EN EL MENSAJE GUADALUPANO

Vamos a compartir ahora seis momentos del kerigma que están presentes en el evento guadalupano. La invitación es a dejarnos admirar por la sabiduría de un Dios que llama desde nuestra realidad concreta, extendiendo su mensaje a los hombres de todos los tiempos.

HEMOS SIDO LLAMADOS POR DIOS PARA EXISTIR. Desde el seno materno (Jer 1, 5), desde el propio nacimiento, toda vida responde a un “sí” de Dios, a una mirada creadora de él hacia el hombre y el cosmos. Esta verdad contrasta con la visión desesperada de no encontrar un sentido a estar vivo, cuando las circunstancias personales o sociales nos son adversas o no se alcanzan a comprender.

Para recuperar esta profunda dignidad, la Virgen de Guadalupe se presenta a Juan Diego en completa armonía con la creación, y lo invita a participar de ella. Aparece cuando “ya relucía el alba en la tierra” (NM 7), la preceden cantos deleitosos de aves preciosas (cfr. NM 8), cantos floridos que se ofrecen al Dueño de la tierra. El encuentro con la Virgen se marcó con la verdad expresada por “la flor y el canto”, que manifestaba la presencia misma de Dios (cfr. Eduardo Chávez, Aquí se narra, Nican Mopohua, el inmenso amor de Dios, pp. 36-37), hasta hacerle exclamar a Cuauhtlatoatzin: “¿Por ventura soy merecedor de lo que escucho? ¿Acaso estoy en la tierra de nuestros abuelos, en la tierra de las flores, de nuestra carne, acaso en la tierra celestial?” (NM 9.10 ).

La Virgen además lo llama con la partícula “tzin” que se usaba para ennoblecer a alguien entre los indígenas, lo hace con sumo cariño: “Juantzin, Juan Diegotzin” (NM 12), lo conoce por su nombre y lo llama para estar juntito a ella (cfr. NM 15). Esta doncella noble, con toda la dignidad con que se presenta, le demuestra confianza y respeto al pedirle estar cerca de ella (Chávez, p. 45) y manifestarle su “preciosa voluntad” (NM 25).

En el v. 26 del Nican Mopohua, María de Guadalupe descubre de quién es mensajera presentando a Juan Diego algunas características de Dios que el vidente podía entender, pues también así se describía en la mentalidad tolteca: dador de vida (Ipalnemohuani), creador de las personas (Teyocoyani), dueño de la cercanía y de la inmediación (Tloque nahuaque), dueño del cielo y de la tierra (Ilhuicahua Tlalticpaque), el verdaderísimo dios (In huel nelli teotl). De esta manera, ella revela un gran interés de Dios por el hombre, tan contrario a lo que ellos pensaban, a grado tal que se hace cercano “a ellos por medio de su Madre” (Chávez, 51).

La misma cercanía encontramos al avanzar en el relato, cuando Juan Diego falla en su misión y María, mientras le entrega estas palabras, le confía la dicha de ser su madre, como lo es de Jesús:

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"Escucha, ponlo en tu corazón, Hijo mío el menor, que no es nada lo que te afligió; que no se perturbe tu rostro, tu corazón; no temas esta enfermedad ni ninguna otra enfermedad, ni cosa punzante, aflictiva. ¿No estoy aquí yo, que tengo el honor y la dicha de ser tu madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa? “ (NM 118-119)

Ciertamente que ella elige la vida al mostrar las flores que se arraigan donde no había sino aridez y que serán la señal para el Obispo. Por medio de ella se dignifica la tilma del macehual con su bendita imagen, como un signo de estar presente en todo momento de su vida: nacimiento, protección, trabajo, matrimonio, mortaja. La misma figura de María de Guadalupe aparece “entre nieblas y nubes” (Mixtitlan Ayauhtitlan), difrasismo que significa alguien que viene del cielo, portando un cofre de tesoros espirituales, que es presencia, ojos, boca y oídos de Dios invisible que en Ella se hace visible (Cfr. Chávez, 124-125). Maternidad y cercanía para presentar a Dios con nosotros.

SOMOS INCONDICIONALMENTE AMADOS. Dios nos ama con un amor fiel, irrenunciable, incondicional (Os 2, 21-22). Un amor que siempre permanece en todas las situaciones, más allá del comportamiento del pueblo. Esta es la verdadera imagen de Dios: su amor manifestado. Sin embargo existen imágenes deformadas de Dios, que nos hacen verlo como un vigilante o señalador de nuestros errores. De allí la pérdida de confianza en las instituciones sociales, el ambiente de explotación mutua, y la visión de un Dios lejano y poco preocupado por el ser humano.

Ante la cosmovisión indígena de un Dios lejano, ajeno a nuestro dolor, Guadalupe nos trae al “verdaderísimo Dios por quien se vive”, que nos entrega en ella a su Amor Persona, Jesucristo, para que tengamos vida en abundancia (Jn 10, 10). Es admirable cómo lo dice la misma imagen cuando nos detenemos en el medallón que María porta en el cuello y que lleva una cruz al interior (Cfr. Chávez, 134). Signo de consagración a su Hijo y testimonio de lo que ella misma vivió en el Calvario: el mayor amor que su Hijo nos entrega en el ara de la cruz y la maternidad en la que ella abrazó a todos los hombres (Jn 19, 25-27).

Este signo encuentra un eco elocuente en la fecha del 12 de diciembre de 1531, marcada para celebrar el Panquetzaliztli, fiesta ceremonial indígena en la que Motolinia ve semejanzas con la Pascua cristiana (Fray Toribio de Benavente, Motolinia, Relaciones de la Nueva España, UNAM, México 1964, p. 16). La ceremonia ocurría en el solsticio de invierno, cuando el fuego nuevo se encendía y las banderas se erguían en señal de victoria por los numerosos sacrificios ofrecidos. En 1531, o sea el año 13 caña, Tlahuizcalpa: Rumbo de la casa de la luz, que significaba algo nuevo inicia, lleno de la sabiduría de Dios, es cuando Dios se manifiesta a este pueblo enviando a Santa María de Guadalupe. Ella trae en su bendito vientre al Emmanuel, Dios encarnándose por amor al hombre, y llega en esa “pascua” indígena con el único que puede ofrecer el verdadero sacrificio, vivo y santo. Dios que no sólo se encarna, sino que viene a redimir: no son los corazones de los prisioneros los que darán vida a las fuerzas del universo,

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sino Jesucristo, Dios y hombre, que dará su Carne y su Sangre para entregar su Vida divina a la humanidad. Cristo, triunfando de la muerte alzó su propio estandarte: la resurrección, y la luz pascual alumbra la historia de los hombres hasta el triunfo final.

Cuando Juan Diego es testigo de la Mariofanía en el Tepeyac (NM 9), lo primero que registra es asombro, pues poco a poco va reafirmando su identidad, que le permite presenciar esa armonía divina, le recupera la esperanza en un paraíso para sus antepasados y le hace vislumbrar a un Dios que se muestra increíblemente cercano en la tarea que le ha dado a la Virgen Madre. Así, el amor de Dios envuelve todas las dimensiones del hombre que se ve aceptado en su realidad. Y el corazón humano experimenta gratitud por los dones recibidos de Dios.

En NM 29 a 32, la Virgen le confía a Juan Diego su misión: ella es su madre compasiva; esta maternidad la lleva con gozo, abarca a todos sus amadores y acude en auxilio de cuantos la busquen. El amor materno que María prodiga a sus hijos es extensión del Amor Fontal, incondicional del Dios por quien se vive.

NUESTRA VIDA TIENE SENTIDO. Desde el ejemplo de Cristo, que no vino para los sanos sino para los enfermos, se comprende que todo hombre es digno de ser amado por lo que es. Pero cuando no hay la capacidad de creer y de confiar, se vive en la impresión de que todo es un engaño. De allí la tendencia a evadirse para intentar una felicidad imposible.

Ante la crisis de fe, existencial y social que vivió el pueblo mexicano, el mensaje de la Virgen provee de un significado original, esperanzador y pleno de vida nueva. En la revelación de Jesucristo para nuestro pueblo, encontramos el nuevo sentido de vivir, luchar y extender la Buena noticia como otro Juan Diego.

El Nican Mopohua nos dice que han pasado diez años de conquistada el agua, el monte (in atl in tepetl, difrasismo que significa civilización), que las flechas y los escudos se han depuesto y sólo queda la paz de la muerte (v. 1-2). En el panorama desolador del México de 1531 viene a irrumpir la Buena Noticia de Guadalupe. Ella se presenta a Juan Diego en una profusión de “perfección y grandeza” que parece modificar el paisaje en paraíso, lo que significa una presencia celestial, del mismo Dios (Chávez, 46). Cuando Juan Diego sugiere a la Virgen que mande a otro más digno, ella lo reivindica para ser precisamente él quien cumpla su llamado (NM 57-62). En el momento de encontrar las preciosas flores en el cerrillo, señal de la verdad y la vida divina (NM 128-133), Juan Diego recoge para su pueblo, la certeza de que una nueva vida surja donde las condiciones son tan contrarias (Cfr. Chávez, 92-94). Una mención aparte merece lo que Juan Bernardino vivió, el anciano tío a quien María de Guadalupe entregó su nombre y lo sanó (NM, 202-208). Es signo de cómo Dios quiere sanar la historia, la identidad, lo verdadero y sabio de un pueblo, mirado en el anciano a quien ella se entrega para hacer posible una nueva civilización arraigada en la verdad, en la vida, en el amor (Chávez, 109). La señal que el obispo Fray Juan de Zumárraga pidió a Juan Diego, finalmente, se convirtió en

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una Imagen a la que muchos acudieron para leer el mensaje de salvación (NM 212-217) perfectamente inculturada. Así condujo a millones de nuevos cristianos a la vida abundante en Cristo.

La imagen de Guadalupe tiene un signo central: ella viene encinta, como las mujeres embarazadas que entonces llevaban una tira arriba de su vientre. Debajo de esta cinta, porta una flor de cuatro pétalos, la flor solar que muestra en equis, o sea en movimiento perpetuo, los cuatro rumbos del universo: es el Nahui Ollin, que en su centro contiene al quinto sol. Las épocas que ha pasado la cultura mexica y que terminarían en cataclismos, se convierten en el mensaje esperanzador de nueva vida: María trae al verdadero Sol que nace de lo alto (Lc 2, 78), que ha de visitar y redimir a su pueblo. Así Dios se revela totalmente cercano, dispuesto a entregar todo su amor en la “casita sagrada” que pide la Virgen.

UN DON QUE SE ORDENA A LOS DEMÁS Y QUE SE HA DE DESARROLLAR. Nuestra vida es un don recibido que debe ser entregado, porque lo mejor que tenemos nos ha sido dado para beneficio de los demás. (Mt 13, 44). Jesús siempre se dispuso a cumplir el proyecto del Padre (Jn 4, 34). Este contacto con la voluntad de Dios y el amor que nos hace ser para los demás, nos ayuda a formarnos como verdaderos discípulos del Señor.

En contraste, a menudo se privilegia el desarrollo de las aptitudes como realización personal, sin orientarse al servicio. Se forma una manera de vivir que se deja llevar por estados de ánimo o egoísmo, donde no hay lugar para los otros, ni para vivir desde los valores.

Juan Diego desarrolla su misión como mensajero de la Virgen reconociendo en ella la voluntad de Dios, pone todo su empeño en cumplirla con libertad y con una actitud discipular y misionera. Vemos en el Nican Mopohua un desarrollo de la misión que parte de cumplir puntualmente lo que la Virgen le pide, en total comunión con la Iglesia y el obispo (NM 33), para también afrontar el no ser creído en su mensaje (NM 63-65). Sólo con la convicción que brota de su fe y el valor que le da María (NM 118-119) es como puede llevar a término el venerable aliento de la Reina del cielo. La señal que pide el Obispo es para todos un signo de vida: flores exquisitas en un terreno estéril, en una época fría (NM 124-132), señal de la que no duda Juan Diego porque para Dios nada es imposible (cfr. Lc 1, 37).

En el evento guadalupano, la Virgen de Guadalupe se presenta como sierva de Dios, embajadora de su mensaje, que a la vez, comparte a Juan Diego y a “sus demás amadores”. La imagen de Guadalupe es muy fascinante en este punto. Ya hablamos del difrasismo agua- cerro, que en la tilma también se representa por las hojas doradas que se despliegan de su túnica y que sugieren una nueva civilización que brota en el Tepeyac y a la vez está arraigada en el cielo. Pero también estamos ante otro significado pues, miradas de cabeza, simbolizan corazón y sangre, aquello que le pertenece al Dios que da la vida. Todavía al interior de esta flor-cerro-templo-corazón encontramos otro símbolo: el rostro que se forma en el corazón humano, es lo que los sabios tenían por encomienda: “es capaz de poner un rostro humano

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en el corazón ajeno”, hacer sabios los rostros y firmes los corazones es decir, formar a una persona en el amor o darle, como dicen las Escrituras un corazón nuevo, de carne (Cfr. Ez 11, 19-20). Así, María describe en glifos que sólo desde Jesús, a quien lleva en su seno, puede comenzar el nuevo “pueblo, lleno de la verdad de Dios, enraizada en el cielo; un pueblo (…) lleno de la sabiduría divina que humaniza los corazones (…), un pueblo con misión de amar” (Chávez, 131-132).

EL SENTIDO NUEVO DE NUESTRA LIBERTAD. Como discípulos de Jesús, tenemos que ejercer una libertad desde la verdad a la que nos llamó el Señor (Jn 8, 31-32). La verdad nos hace libres cuando, como Jesús, conocemos nuestros límites, los aceptamos y ponemos en juego toda nuestra voluntad: Él se hizo pobre para enriquecernos (2 Cor 8, 9) y así resultó una fuente de liberación para otros.

En la sociedad de consumo vivimos relaciones conflictivas, de dominio o de explotación; de exclusión y desigualdad. La “libertad” es confundida con experiencias de vértigo, dominio y excesos.

Juan Diego se reconoce como un servidor digno de confianza, colabora y sabe la importancia de su misión y sacrifica su tiempo, su credibilidad, su esfuerzo, con toda libertad, transparencia y fe viva para cumplir la voluntad de Dios expresada en la voz de María (NM 34-37). Conoce el límite de no ser digno de crédito al descubrir la encomienda (NM 44-45), la pena de atender a su tío moribundo y seguir con su misión (NM 111-116), la gracia de ser portador de una señal extraordinaria con las rosas que custodia en su tilma (NM 143-157). Al aceptar en continua disposición el mandato que María le revelaba, Juan Diego aprendió a ser libre para extender el Reino de Dios en nuestra tierra desde el humilde servicio.

En la imagen de Guadalupe, encontramos un gesto por demás interesante a propósito de esta libertad. Aparece en actitud orante, que para los indígenas implica movimiento, danza en intercesión ante Dios. Cerca de sus manos está un cerro-corazón, es decir, presenta nuestros corazones ante el verdadero Dios.

La "Tradición oral de San Miguel Zozocolco, Veracruz", recogida por el P. Ismael Casas en 1995, en la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos, Archivo para la Causa de Canonización de Juan Diego, es un valioso ejemplo de esta acción: “Apareció en el cerro del Anáhuac una señal del mismo cielo: una Mujer con gran importancia, más que los mismos emperadores, que, a pesar de ser mujer, su poderío es tal que se para frente al sol, nuestro dador de vida y pisa la luna que es nuestra guía en la lucha por la luz y se viste con las estrellas, que son las que rigen nuestra existencia y nos dicen cuándo debemos sembrar, doblar o cosechar. Es importante esta mujer porque se para frente al sol, pisa la luna y se viste con las estrellas, pero su rostro nos dice que hay alguien mayor que ella, porque está inclinada en signo de respeto. Nuestros mayores ofrecían corazones a Dios para que hubiera armonía en la vida. Esta mujer dice que sin arrancarlos, le pongamos los nuestros entre sus manos para

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que ella los presente al verdadero Dios [...] su rostro no es el de nuestros dominadores ni el de nosotros, sino de ambos. En su túnica se pinta todo el valle del Anáhuac y centra la atención en el vientre de esta mujer, que con la alegría de la fiesta, danza, porque nos dará a su hijo, para que con la armonía del ángel que sostiene el cielo y la tierra (manto y túnica) se prolongue una vida nueva.”

Estamos ante una interpretación totalmente vigente: sólo Dios puede detentar la armonía del universo, puede convertir nuestros corazones. María de Guadalupe, como Juan Diego, es mensajera de este Evangelio de la vida, ella nos trae al Salvador, Jesús, quien asume y purifica todo lo bueno de esta cultura para presentar su Buena Nueva como historia de salvación que se concreta en la vida de cada uno. Por ello, el mensaje de Guadalupe puede seguir dando vida nueva a cuantas personas lo reciban. Su pedagogía empata con vivas realidades, las toca y les da un significado en Jesucristo. La sed del ser humano, que es capaz de Dios, no puede saciarse con nada de este mundo. Es el amor de un Dios cercano el que le permite caminar en medio de sus pruebas, el que le enseña a crecer a través de la fe, el que sostiene su vida con la Vida plena que encontramos en Jesucristo, pan de vida. Todo esto contiene el mensaje guadalupano. Este trabajo es un inicio de ha de seguir profundizándose en la vida de cada uno de nosotros.

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

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