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El humanismo áulico valenciano del temprano quinientos: En los lÃ-mites canónicos del humanismo hispano Óscar Perea Rodríguez La corónica: A Journal of Medieval Hispanic Languages, Literatures, and Cultures, Volume 37, Issue 1, Fall 2008, pp. 245-272 (Article) Published by La corónica: A Journal of Medieval Hispanic Languages, Literatures, and Cultures DOI: 10.1353/cor.0.0008 For additional information about this article Access Provided by your local institution at 02/21/13 8:03PM GMT http://muse.jhu.edu/journals/cor/summary/v037/37.1.rodriguez.html

El humanismo áulico valenciano del temprano quinientos: En los límites canónicos del humanismo hispano

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El humanismo áulico valenciano del temprano quinientos: Enlos lÃ-mites canónicos del humanismo hispano

Óscar Perea Rodríguez

La corónica: A Journal of Medieval Hispanic Languages, Literatures,and Cultures, Volume 37, Issue 1, Fall 2008, pp. 245-272 (Article)

Published by La corónica: A Journal of Medieval Hispanic Languages, Literatures,and CulturesDOI: 10.1353/cor.0.0008

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LA CORÓNICA 37.1 FALL 2008 245-72

Aunque fuese únicamente por haber albergado en su seno los primeros pasos de Juan Luis Vives, viventem perpetuo en la alabanza de Decio (citado por Rico, El sueño del humanismo 182), el Reino de Valencia merecería un lugar de primer orden no sólo en la historia del humanismo hispano, sino en la del europeo. En términos socioculturales, estaríamos engañándonos si considerásemos al gran maestro valenciano, íntimo amigo de Erasmo y de amplísima influencia posterior, como una figura de surgimiento espontáneo en el entorno geográfico y cultural que lo vio nacer. Quizá no Vives como ser humano –cuyas andanzas, bien es cierto, se alejan del Levante peninsular– pero sí el Vives humanista, erudito y literato, aparece como una figurada, si bien extraordinaria, equivalencia en el ámbito de los studia humanitatis del esplendor vivido por el Reino de Valencia en los años que hacen imaginaria bisagra entre el Cuatrocientos y el Quinientos.1 Este auge económico y social,

1 Aun con las reticencias a esta denominación mostradas por Miquel Batllori, “Joan-Lluís Vives en l’Europa d’avui” 33-39.

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Óscar Perea RodríguezUNIVERSIT Y OF COLORAD O, B OULDER

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pese a toda la amplia gama de matices que se pueden operar sobre él, era evidente sobre todo en los aspectos más cotidianos de la vida, o quizá precisamente con mayor intensidad en éstos.2

Así, al mismo tiempo que fluían los intercambios comerciales entre Italia y los territorios ibéricos de la Corona de Aragón (Igual Luis), en la metrópoli levantina se estaba abonando “un mejor campo de cultivo que en Castilla para que prendiera y germinara la simiente del movimiento humanístico” (Gil Fernández, Formas y tendencias 16-17). No era, pues, de extrañar que viajeros europeos del siglo XV, como von Popplan,3 o del XVI, como Claude de Bronseval,4 se declarasen absortos ante el cúmulo de bondades de Valencia, alabanzas confirmadas y compartidas por el genealogista madrileño Gonzalo Fernández de Oviedo, cuyo testimonio es meridianamente esclarecedor de la admiración que la urbe mediterránea despertaba entre sus coetáneos:

Yo tengo entendido para mí que es la çibdad de Valençia del Çid una de las muy acompañadas de noble vezindad que ay en nuestra España, de señores e cavalleros de título bien eredados, e de ricos çibdadanos, e de todas las maneras de ofiçiales artesanos que a una insigne e muy bien ordenada república son nesçesarios; e aun para poder proveer a otras çibdades. E demás de ser la çibdad rica en sí por el tracto de la mar e de la tierra, es la gente del mundo más bien ataviada, e los ombres prinçipales e cavalleros biven e se tractan en sus casas e fuera dellas con tan ordinario exerçiçio de nobleza, que es otra segunda corte ver aquella república. (Batallas y Quinquagenas 1: 355)

En ese privilegiado núcleo urbano abierto al mar, en esa ciudad de fiestas y espectáculos, de galanes y damas, de certámenes literarios (Ferrando Francés, Els certàmens poétics valencians) y de variadas actividades líricas y culturales, florecía también una próspera imprenta (Berger), que no sólo suministraba material al recién nacido Estudi General universitario (Teixidor i Trilles; Felipo Orts), al que pronto veremos convertido en principal vehículo de transmisión

2 Ver los trabajos de Earl J. Hamilton, y de Álvaro Santamaría, así como los matices de Ernest Belenguer Cebriá. Una reciente valoración, en Paulino Iradiel, Germán Navarro y David Igual.3 “València és molt millor i està més suptuàriament que qualsevol altra ciutat del rei d’Aragó en tots els seus estats” (citado por Sanchís Guarner 140).4 “Ita est in loco plano voluptatis regione fertillisima, calidissima, ad mediam leucam maris australis.... Intra vero merces quamplurimas per vicos et plateas. Populosa supramodum est urbs” (Bronseval 59).

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del humanismo (Trinkaus), sino que también obtenía suculentos dividendos merced a la producción de todo tipo de obras literarias. No en vano, el primer libro poético impreso en la península ibérica, Les trobes en lahors de la Verge Maria (ca. 1474), muestra a la vez el auge de la lírica de certámenes y el desarrollo de la industria libraria en otros aspectos que no fueran libros de carácter técnico, es decir, puramente litúrgico. La gran culminación de este binomio poesía/imprenta llegaría en 1511 con la publicación del Cancionero general de Hernando del Castillo, en el que además de la gran mayoría de poetas castellanos del siglo XV, también se encontraban representados algunos importantes trobadores valencianos de entre siglos.

En todo este bullicioso entorno sociocultural, ávido de experimentación y de nuevas sensaciones literarias, en el interior de este receptáculo de todo tipo de influjos humanistas que se remontaba a la época de la conquista de Nápoles en tiempos de Alfonso el Magnánimo, fue donde surgió la figura de Juan Luis Vives, quien, a pesar de haber vivido la mayor parte de su vida fuera de su lugar natal,5 es aclamado, con justicia, como la culminación de todo este proceso de absorción de cultura e ideología humanista acontecido en el Reino de Valencia entre los siglos XV y XVI.

Siendo el valenciano un humanismo de eminente raigambre italiana,6 como lo había sido el castellano del siglo XV (Gómez Moreno 36-49), y como en general, fue casi todo el impulso humanista en territorios ibéricos, nos detendremos a lo largo de las siguientes páginas en uno de esos particularismos que presenta su expansión por el Reino de Valencia, especialmente el sesgo áulico del humanismo valenciano que ya fue puesto de relieve por el profesor Gil Fernández.7 Intentaremos mostrar cómo este matiz cortesano del Humanismo en Valencia fue provocado por el auge del mecenazgo nobiliario visible en las cortes literarias existentes ya antes del conflicto de las Germanías. Además,

5 Posiblemente, este éxodo se debió a su origen converso (Ventura 163-200; Gil Fernández, Panorama social del humanismo español 432-34).6 Gil Fernández lo considera similar al humanismo napolitano en tiempos del rey Ferrante (1458-1494) (Formas y tendencias 157).7 “El movimiento humanístico valenciano en sus orígenes, aunque estrechamente vinculado con la Universidad, es de carácter literario y tiene cierta tendencia a hacerse palaciego y cortesano” (Gil Fernández, Formas y tendencias 157).

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tanto este levantamiento como (y quizá sobre todo) la subsiguiente respuesta armada de la nobleza del reino actuaron a modo de galvanizadores culturales para que, al contrario de lo ocurrido en Castilla, los humanistas valencianos no se lanzasen a alabar por doquier el ideal imperialista de Carlos V, sino que prefirieron concentrar sus esfuerzos laudatorios en un ámbito más cotidiano y cercano, como era el de su propio entorno cultural. Ahora bien: para la correcta comprensión de esta “cortesanización” del humanismo valenciano, tendremos que situarlo ciertamente en los márgenes del mismo concepto historiográfico de Humanismo y estudiarlo de manera amplia, incluyendo parámetros que se alejan de la literatura neolatina. Pero en nuestra modesta opinión, precisamente en esta amplitud de miras en el análisis se halla la clave para una más rica y global interpretación del desarrollo del humanismo en el Reino de Valencia de inicios del siglo XVI.

El conde de Oliva y el marqués de Cenete

Sin contar aquellos que tenían relación directa de consanguinidad con la familia real aragonesa, el primero y más importante de los nobles valencianos era el conde de Oliva, cuyo título concedió Alfonso V en 1449 a Francesc Gilabert de Centelles. Don Francesc Gilabert fue progenitor de nuestro conde, Serafín de Centelles, y de su hermano bastardo, el canónigo Jordi Centelles, tan conocido literato como pendenciero impenitente (Pons Fuster, “Les inquietudes literàries de la família Centelles Riu-Sec” 18). Serafín de Centelles y Urrea sucedió a su padre al frente de los estados señoriales aproximadamente en el año 1481, guiando al condado de Oliva a su época de mayor esplendor hasta su fallecimiento en 1536. Este segundo conde de Oliva, al igual que ya hiciera su padre, se reveló como uno de los mejores colaboradores de la monarquía Trastámara en el Reino de Valencia, especialmente durante el reinado de Fernando el Católico, a quien acompañó en las campañas de Granada de los años 1487 y 1489. En el tránsito de los siglos XV a XVI, no sólo fue don Serafín un conspicuo participante en todo tipo de eventos lúdicos y festivos celebrados en Valencia, sino que su palacete señorial (aún hoy situado en la calle Caballeros) fue lugar de acogida de personajes ligados a la casa real aragonesa, como el infante don Enrique en 1494 y la futura virreina Germana

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de Foix en 1525. El conde de Oliva mantuvo algunas pugnas con el Consell de la ciudad en 1484, llegando incluso, dentro de su elevado sentido caballeresco de la vida, a retar a duelo singular a uno de sus enemigos, Miquel de Vilanova, en 1493, aunque finalmente no se celebró ningún combate (Perea Rodríguez, “Las cortes literarias hispánicas del siglo XV” xxiv-xxxiv). Hasta el final de su vida representó el prototipo de noble culto e ilustrado, con aficiones librarias y poéticas que lo convirtieron en el gran mecenas nobiliario del Reino de Valencia (Pons Fuster, “Les inquietudes literàries” 18-24), en ese conde letrado, como era popularmente conocido.8

El segundo noble del que nos ocuparemos en este trabajo es el marqués de Cenete, Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza, de quien hay que destacar, en principio, que su vida estuvo marcada por esa “aureola de aventura y de pasión” con que Huizinga describió el espíritu de “príncipes y pueblos” del otoño medieval (28-29), convirtiendo su devenir en un prototipo del caballero osado que caracterizaba en la literatura de la época a los galanes de las novelas.9

Hijo del gran cardenal Mendoza y criado en la corte de Isabel la Católica junto a sus hermanos (los bellos pecados de mi cardenal, como supuestamente los llamaba la propia reina), empezó a ganar fama de impetuoso guerrero, de “travieso e mal sesado” (Fernández de Oviedo, Batallas y Quinquagenas, ed. Avalle Arce 396), en las campañas de Granada del año 1489. A través de la inmejorable posición de su padre en el reino, don Rodrigo comenzó a labrarse un patrimonio político y económico a la par que prestigioso, concretado en el año 1491, cuando fue nombrado por los Reyes Católicos conde del Cid y marqués de Cenete, cuya focalización territorial, aunque situada en el reino de Granada, hizo que el nuevo marqués comenzase a residir con cierta frecuencia en la ciudad de Valencia (Perea Rodríguez, “Las

8 Lo explica Juan Bautista Anyés (1480-1553), también conocido con el latinizado apellido de Agnesius o Agnesio: “Nec enim a primatibus Hispanis uulgo nisi comes litteratus adpellabatur” (Agnesius 18r; Anyés 152).9 Valga como ejemplo el elogio de Fernández de Oviedo: “Fue uno de los más gentiles ombres de dispusición de su perssona que en su tiempo ovo en España, e que mejor hazía qualquier cosa que a cavallero competiese a pie o a cavallo, y el que mejor e más agraciadamente se vestía. Excelente latino e bivo e sotil e presto ingenio, afábil e muy enseñado en todas armas, muy animoso e valiente cavallero” (Avalle-Arce 2: 513).

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cortes literarias hispánicas del siglo XV” 89-102; Estudio biográfico 70-86).

A partir de la muerte de su padre en 1495, su relación con los Reyes Católicos comenzó a ser más tibia, enfriándose definitivamente en 1499 cuando el marqués, viudo de su primer enlace, insistió a toda costa en casarse en segundas nupcias con María de Fonseca, hija del señor de Coca y Alaejos, Fernando de Fonseca, dama que, al parecer, había quedado prendada de las dotes caballerescas del marqués. Ante la negativa de la familia Fonseca a tratar el matrimonio, don Rodrigo raptó a su enamorada y se casó en secreto con ella en 1502, lo que le supuso estar encarcelado casi un año, hasta que fue puesto en libertad en 1504 tras la muerte de la Reina Católica. Por si fuera poco, en 1506, aprovechando la confusión subsiguiente a la muerte de Felipe el Hermoso, el marqués volvió a raptar a doña María para vivir definitivamente con ella, lo que le valió la eterna animadversión del Rey Católico en la tortuosa segunda etapa de éste al frente de los destinos de Castilla. Tal vez para evitar cualquier reclamación jurídica o legal sobre su matrimonio, don Rodrigo vivió de forma estable entre Áyora y Valencia, ciudad de la que, por ejemplo, no quiso marchar en 1519, a pesar del brote de peste que acechaba.10

Las cortes literarias valencianas y el impacto de las Germanías

Tanto el conde de Oliva como el marqués de Cenete fueron sin duda los dos elementos de mayor fulgor en el entorno cultural nobiliario del Reino de Valencia. Especialmente el caso de Serafín de Centelles es notabilísimo, por haber sido anfitrión y protector de un círculo literario de primer orden, donde tenían cabida traductores como Bernardí Vallmanya, secretario del conde y engrandecedor de su biblioteca, sea como traductor de obras, sea como comprador de libros (Pons Fuster, Erasmistas, mecenas y humanistas 26), o bien el ya citado Hernando del Castillo, un afanoso amante de la lírica que fue editor y recolector del Cancionero general, cuyas dos primeras ediciones vieron la luz en Valencia en los años 1511 y 1514.11 Es allí donde encontramos

10 Esta permanencia supuso un aldabonazo de prestigio para él justo al inicio de las Germanías, tal como sugiere Ricardo García Cárcel (Las Germanías de Valencia 92).11 Castillo justifica la dedicatoria al conde escribiendo que le “parescía cometer crimen de ingratitud si obra alguna de mis manos saliesse, que soy obra y hechura de las de Vuestra Señoría,

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poemas del propio conde de Oliva y donde hallamos las andanzas palaciegas en clave lírica de casi toda la nobleza valenciana de la época, incluidos no sólo el marqués don Rodrigo, sino también sus dos hermanos, Juan de Mendoza y Diego Hurtado de Mendoza, además de una peculiar obra de Quirós sobre los ya vistos amoríos de los marqueses de Cenete (Perea Rodríguez, “Valencia en el Cancionero general” 230-43).

Sin embargo, aun con toda su importancia cuantitativa y cualitativa, haríamos mal en considerar que en el Cancionero general sólo está reflejado el ambiente nobiliario y, por consiguiente, la lírica cortesana y amorosa. La Valencia de los certámenes literarios como el de 1474 (Ferrando Francés, Els certàmens poétics valencians), de los participantes en las tertulias de Isabel Suaris (Ferrando Francés, “Un precedent del bilingüisme literari valencià”), de Berenguer Mercader (Guía 217-21) o de Bernat Fenollar (Riquer 4: 181-224), así como el posible círculo de los Fenollet en Játiva (Perea Rodríguez, “Valencia en el Cancionero general” 243-48; Estudio biográfico 284-300), están igualmente representados. Todos estos entornos, herederos de la tradición cultural de la época de Alfonso el Magnánimo, configuraron, en palabras del profesor Berger, “el siglo de oro de la literatura valenciana” (1: 307). Naturalmente, este brillante panorama literario se detuvo de forma brusca con el estallido de las Germanías en 1519. Dejando al margen las consideraciones políticas y económicas del conflicto, es bien conocido que toda la nobleza del Reino de Valencia apoyó sin reservas la acción militar contra los sublevados. Tomando como ejemplos al conde de Oliva y al marqués de Cenete, ambos participaron en el frente bélico, aunque bien es cierto que con diferente grado de protagonismo.

Seguramente por lo avanzado de su edad, Serafín de Centelles se mantuvo en un discreto segundo plano y su apoyo más bien fue de tipo financiero (García Cárcel, Las germanías 145),12 aunque sí encabezó sus tropas señoriales en la batalla de Gandía (23 de julio de 1521), en la que los agermanats, dirigidos

que a aquél no fuesse intitulada a cuyo servicio yo, después que soy en este reino, estoy dedicado y ofrescido” (1: 1v).12 Por las cantidades prestadas podemos observar que las finanzas del conde de Oliva parecían ser ciertamente holgadas y boyantes.

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por Vicent Peris, derrotaron al ejército del virrey, Diego Hurtado de Mendoza (García Cárcel, Las germanías 121). En cambio, el marqués de Cenete, hermano del virrey, se convirtió en uno de los principales protagonistas del conflicto desde su inicio, cuando, sorprendentemente, el emperador Carlos, en carta escrita en Gante el 11 de junio de 1520, ordenó su destierro debido a que don Rodrigo “aconseja y favoresce al pueblo en cosas que poco cumplen a nuestro servicio” (García Cárcel, Las germanías 109). Aunque en ocasiones se ha interpretado este gesto como muestra de la actitud ambigua que mantuvo el marqués ante el conflicto de las Germanías, es posible que se tratase simplemente de un golpe de efecto de Carlos V, ante el temor de que don Rodrigo, merced a su popularidad, pudiese hipotéticamente ponerse al frente de los insurrectos. Conjeturas al margen, lo que es evidente es que al marqués no le ayudaron mucho sus antecedentes rebeldes y que el emperador había heredado la fundada desconfianza que su abuelo, el Rey Católico, siempre le había tenido.

En cualquier caso, el destierro no se cumplió, ignoramos si porque el vacío de poder impidió la ejecución de la orden imperial, o porque de nuevo el marqués hizo buena su díscola fama de “travieso e mal sesado caballero”. De lo que apenas cabe duda es de que su fidelidad al bando realista fue ejemplar, sobre todo a partir de 1521, cuando, con su hermano el virrey fuera del reino, aceptó el ofrecimiento que le hizo la Junta de los Trece, órgano rector de los agermanats, para ocupar el cargo de gobernador de Valencia (García Cárcel, Las germanías 126). Su mediación, aunque le costó ser apresado durante una temporada en el castillo de Játiva por los rebeldes, fue clave para derrotar a Vicent Peris y acabar con la revuelta, tal como narra, entre otras fuentes, Fernández de Oviedo en sus Memorias:

E por causa del Marqués no fue saqueada aquella cibdad [i.e., Valencia] e totalmente destruýda.... En la qual jornada el Marqués mostró bien el gran valor de su perssona e esfuerço. (Avalle Arce 2: 513)

La valoración política más frecuente de las Germanías es que la derrota de los agermanats puso punto final a la hasta entonces amplia autonomía municipal que el Consell de Valencia había tenido en cuestiones políticas y económicas relacionadas con el gobierno de la ciudad. Pero la respuesta de la cultura

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valenciana después de la revuelta, al menos desde la perspectiva de la literatura neolatina, creo que merece cuando menos el calificativo de sorprendente, pues se muestra muy alejada, por ejemplo, de la ofrecida en el vecino reino de Castilla. Si el humanismo castellano ya había sido predominantemente favorable a los intereses monárquicos y autoritarios de los Trastámara durante el siglo XV –tesis mantenida por Di Camillo–, tras el fin de la rebelión comunera en 1521 se convirtió en la punta de lanza cultural de la idea imperial de Carlos V.13 El humanismo valenciano, en cambio, se tornó palaciego en los primeros momentos de haber escampado la tormenta de las Germanías, yendo a parar las alabanzas a aquellos caballeros que, a modo de los antiguos romanos, habían participado en el fragor de la batalla y, por tanto, debían ser admirados. Por supuesto, entre esos caballeros destinatarios y protagonistas del humanismo áulico posterior a las Germanías estaban el marqués de Cenete y el conde de Oliva, como veremos a continuación.

Los humanistas áulicos del Reino de Valencia

En 1522 Juan de Molina (1485-ca. 1550) editó los Triumphos de Apiano en las prensas de Joan Jofré. Natural de Ciudad Real, era el bachiller de Molina “el mejor de los prosistas castellanos que por aquellos años escribía en Valencia” (Menéndez Pelayo 4: 44), ciudad en la que se había establecido algunos años atrás al servicio de la casa ducal de Gandía.14 En la ciudad del Turia se convirtió en “proveedor habitual de la imprenta local”, por recuperar la simpática (al menos eso queremos creer) expresión del profesor Joan Fuster para aseverar la fecundidad de los trabajos del bachiller manchego (171). Los Triumphos de Juan de Molina suponen un hito del humanismo valenciano, y por extensión del peninsular, ya que se trata de la primera traducción del reputado autor griego en España, y su importancia ni siquiera se ve rebajada por el hecho de que esté tomada de la traducción latina que Pier Cándido Decembrio realizó sobre el texto original griego.15 Dejando de lado aspectos formales,

13 Para la poesía en castellano, en cambio, sí es muy destacable la pugna entre garcilasistas y tradicionalistas y sus implicaciones políticas con la idea imperial, todo ello analizado por José Ramón Jouve Martín.14 Para su biografía, véase Pons Fuster (Erasmistas 77-88).15 Más información en Antonio Bravo García, y Alejandro Coroleu, “A Preliminary Survey”.

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lo que nos interesa destacar de esta obra capital es la extensa Epístola que acompaña a la edición a modo de proemio, dedicada al marqués de Cenete y en la que el bachiller Juan de Molina no duda en alabar vigorosamente la participación de don Rodrigo en las Germanías, equiparándolo con aquellos grandes generales que, en la narración de Apiano, habían tomado parte en las guerras civiles de Roma (Gil Fernández, Formas y tendencias 54). Este camino, el de la alabanza de los varones ilustres, se convirtió en la principal vía que, a imitación de los modelos italianos (Batllori, A través de la història i la cultura 96-100), siguieron los humanistas valencianos del Renacimiento para loar a los grandes mecenas del reino.

Como nos informa la crónica de Viciana, el marqués de Cenete falleció en Valencia el 23 de febrero de 1523. Pocos meses después fue publicado un elegante planto neolatino titulado De Roderico Mendozio Zenetano Marchione Illustrissimo Elegia,16 escrito por Juan Ángel González y dedicado, mediante epigrama inicial, al hermano del fallecido marqués, el virrey Mendoza. Era Juan Ángel González otro destacado miembro de la Valencia humanista del temprano Quinientos, cuyas excelencias líricas, como poeta y como docente, lo habían hecho merecedor de la cátedra de Poesía en el Estudi General, que ocupó desde 1516 hasta su muerte treinta y un años más tarde (Gil Fernández, Formas y tendencias 110-11). Admirador de Angelo Poliziano (Coroleu, “Humanismo en España”), González se reveló además como un buen cultivador de esa actividad tan querida por los humanistas como las praelectiones, esto es, las lecturas para la apertura del curso. Rico, con fundadas sospechas (El sueño del humanismo 178), ya apuntó que posiblemente su De origine et laudibus Poeseos sylva, cuya primera impresión fue antes de 1525 en Valencia, podría haber sido una praelectio. Aun así, está dedicada a Juan de Borja, duque de Gandía (Alcina Rovira, Juan Ángel González y la “Sylva de laudibus poeseos”). Ambos datos nos interesan para comprobar cómo la innegable presencia de Juan Ángez González en el ámbito universitario no estuvo reñida con la vanagloria de nobles y mecenas, especialmente del marqués don Rodrigo, a quien se presenta como un Julio César redivivo.

16 Juan F. Alcina Rovira, Repertorio de la poesía latina 27. Se encuentra encuadernado, junto a otras dos obras del autor, en el ejemplar único de la Biblioteca Nacional de Madrid, R-19833.

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La relación de González con los Mendoza establecidos en Valencia no se acaba aquí. En 1524, un año después de la muerte del marqués, el poeta valenciano publicó en su ciudad natal el Tragitriumpho del muy esclarecido S. Marqués don Rodrigo de Mendoça. Como puede adivinarse, se trata de una traducción al castellano de su Elegia latina, con glosas y varios añadidos, en la que el autor vuelve a insistir en los tópicos antes mencionados, aunque matizados con un barniz lírico bastante distinto al canon habitual del humanismo neolatino (Gil Fernández, Formas y tendencias 111). Para concretar aún más su relación con los Mendoza, téngase también en cuenta que, en 1540, la destinataria de una de sus silvas fue la “illustrissimam iuxta ac munificentessimam dominam D. Menciam Mendoziam, Zeneti clarissimam Marchionam”, es decir, la hija de su alabado don Rodrigo (Alcina Rovira, Repertorio de la poesía latina 27-28 nº 24).

Pero si hay un autor que suponga la cumbre de este humanismo áulico y cortesano es, desde luego, Juan Bautista Anyés (1480-1553), también conocido con el apellido latinizado de Agnesius. Hay bastantes dudas sobre si nació en Valencia o en Italia; a él le gustaba alardear de ascendencia italiana (Llin Cháfer 18), aunque no podemos saber si tal cosa era real o si, por el contrario, se trataba de añadir la tan querida por los humanistas (y por este motivo a veces ficticia) muesca genealógica transalpina. Estudió Teología en la Universidad de Valencia, donde tuvo por maestros a Juan Bayarri y a Juan Boix, antes de comenzar a redactar gran cantidad de poesía religiosa que fue publicada con bastante asiduidad en las prensas valencianas del siglo XVI (Alcina Rovira, Repertorio de la poesía latina 33-38 nº 45). De toda su producción poética, dejando de lado algunas obras teatrales representadas en la corte de los duques de Calabria (Ferrer Valls), nos interesa destacar sus Apologiae, editadas por Joan Mey en 1543,17 y cuya organización parece responder a un esquema tripartito. En primer lugar aparece la Apologia in defensionem virorum illustrium equestrium bonorumque civium Valentinorum, in civilem Valentini

17 Hemos utilizado para las notas de este trabajo los ejemplares localizados en la Biblioteca Nacional de Madrid (R–2211 y R–12226). Hay otro ejemplar en la Biblioteca Serrano Morales del Archivo Municipal de Valencia (A-116 / 19) y un cuarto, incompleto, en la Biblioteca de Cataluña (8-6-29). El texto cuenta con una moderna edición bilingüe (latín/catalán) a cargo de Martí Durán i Mateu (Anyés).

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populi seditionem quom vulgo Germaniam olim appellarunt, en la cual Anyés pasa revista a la participación de lo más selecto de la nobleza valenciana en la revuelta de los agermanats, alabando en unos casos y justificando en otros las acciones militares efectuadas.18 Después encontramos la Secunda Apologia, in laudem Illustrissimo Magnanimique Domini Rhoderici Zenetu quondam Marchionis, donde, en la línea de los panegíricos de Juan Ángel González, el hipotético comportamiento heroico del marqués en las Germanías es alabado hasta el paroxismo a través de versos como los siguientes:

Perculit Herculei Samsonis dextra leonem, Hydra iacet Cadmi dilacerata manu;Alcidae Cacus charchesius atque triformisZeneti stratus sub pede nonne iacet?Consule te, Rhoderice, ruit Catilina cruentus, consilio tuta est patria nostra tuo.Extincta est germana tua virtute procella,extincta est dextra saeua Megaera tua.Omnis abiuit hiems, imberque recessit atroxque Mars cecidit, uictrix paxque beata redit.Marchio magnanimus uicta Rhodericus Erynne, restituit nobis nos, patriamque pater. (Agnesius 32r-32v; Anyés 232)

En tercer y último lugar figura la Apologia in venatores, pro avibus, dedicada, como algunos epigramas y ciertas epístolas iniciales de toda la obra, ad Illustrem Oliuae Comitem, que no es don Serafín, sino Francesc Gilabert de Centelles, sobrino del primero y heredero del título por faltarle descendencia directa al ilustrado conde olivense. La relación entre Anyés y el tercer conde de Oliva es de rango maestro-discípulo, pues, aproximadamente desde 1508 (Llin Cháfer 59, basándose seguramente en Ximeno 1: 113), Serafín de Centelles había solicitado los servicios de nuestro humanista para que se encargase de la enseñanza de su sobrino. Por ese motivo, el recuerdo de Anyés en su Apologia está dedicado, de nuevo, a ensalzar la preocupación del segundo conde de Oliva por la cultura, cosa que, en su opinión, debería hacerle pasar al primer lugar de importancia de entre la ilustre familia Centelles:

18 Como obra “clarament apologètiques i antiagermanades” la califica Durán i Mateu (Anyés 9).

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Seraphinus, familiae Scintillarum primas, Oliuae secundus comes, tertio ponitur loco comitatus tituli ratione, qui uirtutum omnium dotibus animis atque sapientiae bonarumque, litterarum ornamentis atque munifica liberalitate si absque omnium inuidia fieri posset, illustribus anteferendus uel certe aequandus. (Agnesius 16v-17r; Anyés 142)

El tono con que Anyés redactó su laudatio recuerda a otra obra que posiblemente hubo de conocer y acaso tomar como modelo, o cuando menos como referente. Me refiero a la Expositio sobre Pedro Hispano de Juan de Celaya (1490-1558), impresa por vez primera en París hacia 1515.19 El trabajo no sólo está dedicado al conde de Oliva (Pons Fuster, Erasmistas, mecenas y humanistas 198), sino que el futuro rector universitario hizo entonces incluir en él una original Ad eundem Olive Principem Preclarissimum Elegia cuyo tono panegírico al patrocinio cultural del conde puede observarse de forma clara apenas en los versos iniciales:

O merito venerande comes, qui maxima nostrepars anime placidit rector ouilies aue!O mihi precipuos inter venerande patronoscuius ab auspicio prospera fata fluunt! (Celaia IIr)

Las de Anyés y Celaya no son las únicas alabanzas neolatinas dedicadas al mecenas olivense, aunque sí son las únicas que se han conservado. El propio Anyés, en una de sus epístolas al tercer conde de Oliva, se lamentaba del estado de conservación de doce libros de epigramas escritos por él aproximadamente en 1518 y dedicados a don Serafín,20 diciendo que se encontraban entre los manuscritos de su casa tal vez con intención de que su interlocutor se prestase a financiar una publicación que no se produjo. A esta pérdida hemos de sumar

19 La primera edición salió de las prensas de Jean du Pré y Jacques le Messier sin data, pero acompañada de una carta del corrector de las pruebas, Juan Ribeiro, cuya fecha es 1515, con lo que la edición muy probablemente es de ese mismo año. Hay un ejemplar de esta primera edición en la Biblioteca Colombina de Sevilla (A-O6), que además perteneció a Hernando Colón (Regestrum 5.983). Con posterioridad, fue reimpresa en Valencia por Joan Jofré (1518). Nuestras notas están tomadas del ejemplar de esta segunda edición conservado en la Biblioteca de la Universidad de Valencia (Z-02 / 201).20 “Hinc enim testis fidissimus meminisse potes, anno domini 1518, quum te Oliuae puerulum sacram docerem poesim, duodecim epigrammatum exactos libros illustri patruo tuo me dicasse, nunquam tamen exhibuisse, qui domi semicorrosi tineis, cum multi aliis libelis iacent” (Agnesius 3r-v; Anyés 70).

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otra: tampoco conocemos ningún ejemplar de las obras de Juan Parthenio Tovar, el gran catedrático de Oratoria y Poesía en la Universidad de Valencia de los primeros años del siglo XVI,21 cuyas églogas y otros trabajos fueron publicados en Valencia en 1503 por Jordi Suriá. Sabemos parte de su contenido gracias a una carta recopilada por Teixidor, el gran estudioso de la historia del Estudi General valenciano, durante el siglo XVIII (Pons Fuster, Erasmistas, mecenas y humanistas 297). A través de este resumen de aquel ejemplar imposible de consultar hoy día es como tenemos constancia de que Parthenio Tovar, entre otras obras de similar calado, compuso un poema titulado In spectabilem et per magnificum Dominus Seraphinus Centellas, Oliuae Comitem, munificentissimum Iohannes Parthenii Touar Panaegyris. En el contenido de la alabanza, en dísticos elegíacos y donde se intuye la influencia de Persio (Gil Fernández, Formas y tendencias 106-07), parece lógico adivinar que Parthenio Tovar continuó con la senda abierta por Celaya y Anyés, especialmente en el elogio desaforado al papel del conde de Oliva en las Germanías, así como al loar su proverbial mecenazgo sobre arte y cultura.

Tomando como base estos datos, tal vez podríamos añadir a Juan de Celaya, a Parthenio Tovar y, sobre todo, a Anyés, destacados escritores neolatinos del Reino de Valencia, como integrantes a su manera de ese mismo entorno cultural de Serafín de Centelles que se proyecta a través del Cancionero general en la literatura vernácula. No fue la suya, evidentemente, una participación cortesana en la línea de los poetas cancioneriles, pero sí como humanistas que, al margen de la Universidad, pretendieron utilizar un recurso literario ya existente, como las cortes nobiliarias, para buscar bien una forma de financiar la publicación de sus obras,22 bien para aumentar su prestigio de cara a las imprentas en busca de una mejor situación económica.23 Por otro lado, estas alabanzas confirman la excelente opinión que del conde de Oliva

21 Para su biografía, véase Joan Salvadó Recasens.22 En la línea de los argumentos de Pons Fuster, Erasmistas, mecenas y humanistas 294-95.23 Por mal que le pareciese a Eugenio Asensio esta crematística (mas necesaria) búsqueda de los humanistas de la época, tomando como ejemplo a Juan Maldonado. Véase Eugenio Asensio y Juan F. Alcina Rovira 12-16.

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tenía el mismísimo Vives,24 quien, en la primera impresión lovaniense (1518) de su De tempore quo natus est Christus, escribía esta cálida dedicatoria para su destinatario, Seraphino Centelli, Comiti Olivae, viro clarissimo:

Mitto ad te, heros praestantissime, duo mea opuscula, tamquam ad eum qui in urbe nostra cum summa nobilitate summisque opibus summan quoque adjunxit eruditionem. (Vives 7: 19)

Años más tarde, en el diálogo Leges ludi incluido en su Linguae Latinae Exercitatio, Vives ponía en boca de su personaje Cabanyelles25 un nuevo recuerdo cariñoso al recientemente fallecido Serafín (Calero 23), haciendo que los tres personajes de este diálogo caminasen

ad vicum militarem, et aedes familiae vestrae, Scintilla, cuius parietes lugere adhuc videntur mihi heroem illum Comitem Olivanum. (Vives 1: 73)

Unas conclusiones abiertas

En su magnífico estudio sobre el humanismo del Reino de Valencia, el profesor Gil Fernández mencionaba la importancia en el plano cultural que tuvieron las Germanías, considerando que la revuelta

tuvo la paradójica consecuencia de favorecer un humanismo literario y palaciego, al asociar a la historia valenciana a los dos hijos que don Pedro González de Mendoza, el gran cardenal de España, tuvo con doña Mencía de Lemos. (Formas y tendencias 32)

En efecto, como hemos podido ver, destacados poetas neolatinos afincados en Valencia hallaron la Musa para sus escritos en la exitosa participación del marqués de Cenete durante las actividades militares de las Germanías. Y, por supuesto, la asociación al Reino de Valencia de dos de los hijos del Gran Cardenal, Diego Hurtado de Mendoza y Rodrigo Díaz de Mendoza, significó, en términos culturales, el trasvase hacia territorios mediterráneos del tradicional mecenazgo que los Mendoza habían ejercido en Castilla durante

24 Tal vez por la relación familiar que unía a Vives con uno de los secretarios de don Serafín, Miquel Dixer, como indica Pons Fuster (Erasmistas, mecenas y humanistas 297).25 Probablemente pueda ser identificado con Jerónim de Cabanyelles, batlle de Lliria, embajador del Rey Católico y capitán de su guardia personal (Perea Rodríguez, “Valencia en el Cancionero general” 239-40).

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la centuria anterior, que sirvió como punta de lanza para el humanismo castellano del siglo XV (Nader; Gómez Moreno 238-40). En el siglo XVI, aun sin minusvalorar el patronazgo artístico de la nobleza castellana (Gil Fernández, Panorama social 299-300), lo cierto es que fueron los Mendoza levantinos quienes llevaron la delantera en cuanto a mecenazgo cultural, con mención destacada a la selectísima biblioteca del marqués de Cenete, gran lector y aceptable latino, como lo demuestran las muchas obras en latín contenidas en su librería privada (Gil Fernández, Formas y tendencias 37). Ésta, que había sido iniciada por el Cardenal Mendoza (Sánchez Cantón; Solervicens Bo), todavía sería mucho más engrandecida por la hija y heredera del marqués de Cenete, Mencía de Mendoza, futura duquesa de Calabria tras su matrimonio con el titular del ducado, Fernando de Aragón (García Pérez, Mencía de Mendoza y Arte, poder y género). Hasta tal punto llegó la fama de la biblioteca que tener trato familiar con doña Mencía, o con algunas de las personas de su entorno que garantizasen el acceso a la consulta de los fondos, era buscado con ahínco por muchos humanistas valencianos, como nos delata el testimonio de Juan Lorenzo Palmireno.26 Por supuesto, en esa biblioteca, doña Mencía guardaba al menos un ejemplar de todas las obras relacionadas con su padre que hemos citado anteriormente, no sólo los poemas neolatinos de Anyés y González (Gil Fernández, Formas y tendencias 40), sino también varios ejemplares del Cancionero general de Castillo (Perea Rodríguez, Estudio biográfico 75).

Quizá la fijación de los humanistas valencianos con el marqués de Cenete tuviera algo que ver con el gusto por el estudio del hombre como microcosmos, con ese concepto de la natura universal del Hombre que tanto juego dio a los humanistas, no sólo italianos (Kristeller 13-19), sino también hispanos (Rico, El pequeño mundo del hombre). O quizá fuese una simple justificación dinástica a favor de los Mendoza, linaje que había despertado siempre las antipatías burguesas y populares desde antes de su participación en las Germanías (Joan

26 “Porque a tan gran librería como ésta que se sigue no basta mi bolsa, me paresció que tenía obligación a declarar con qué favor llegaron estos libros a mi mano. Al tiempo que vivía la duquesa de Calabria, tuve favor con mossén Vayo, maestro de sus pajes, para que de aquella gran librería me prestase cada semana algunos de historia”. El pasaje pertenece a la obra de Palmireno titulada El estudioso cortesano (Alcalá de Henares, 1587), citado por Solervicens Bo 322.

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Fuster 45-46). Téngase en cuenta además que, a partir de 1524, tras la muerte de don Rodrigo, los diputados de la Generalitat valenciana se quejaron de algunas decisiones tomadas por el marqués, al tiempo que sus deudores acechaban por el impago de cantidades económicas. Este motivo tan prosaico nos hace ver que, en efecto, en las alabanzas de los humanistas hay mucho de propaganda a favor de sus mecenas respectivos, pero no más que en cualquier otra obra de cualquier otro humanista europeo de la época: el ensalzamiento del héroe fue tema siempre querido sobre todo por los poetas neolatinos. Más interesante, en nuestra opinión, es que se adivina que humanistas como Anyés o Juan Ángel González buscaban con sus panegíricos un trato de favor ante doña Mencía, no sólo para la consulta de su espléndida biblioteca, sino también, y tal vez sobre todo, para poder beneficiarse de las muchas dádivas y fondos que la ilustre mecenas disponía para estudiantes de disciplinas humanísticas.27

Bien fuese por unos u otros motivos (o más probablemente por ambos), el marqués don Rodrigo y sus descendientes supusieron un estímulo de altísimas prestaciones en el humanismo valenciano del Quinientos, como destacaba el profesor Gil Fernández.

Pero aun con toda su importancia, si este humanismo tendió a hacerse palaciego no fue únicamente por la presencia de los Mendoza, sino también porque esos entramados cortesanos, esas cortes literarias de la nobleza, ya existían con anterioridad, desde los años finales del siglo XV, ejemplificadas en la del conde de Oliva, otro de los grandes alabados por los humanistas neolatinos tras el fin de las Germanías. En el microcosmos de Valencia durante el temprano siglo XVI, la nobleza del reino tomó para el humanismo valenciano un papel similar al que la acaudalada burguesía italiana había tenido en el surgimiento del humanismo italiano, constituyendo este papel, a nuestro juicio, un originalísimo ingrediente en la historia de la cultura del Reino de Valencia, que, al menos en estas etapas iniciales, lo distingue del camino seguido por otros humanismos peninsulares y aun europeos. Obsérvese también que en Castilla el humanismo culto, neolatino y universitario, tendió enseguida a unirse a la idea imperial de Carlos V. En Valencia, tal vez como reticencia a la política del emperador con respecto a las Germanías, los humanistas no idealizaron tanto

27 Ampliamente estudiadas por Marcel Bataillon.

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al Imperio, y cuando lo hicieron la retórica mesiánica y los adornos superfluos superaban con creces al mérito literario o artístico, como es el caso del trabajo de Joan Lluis Cervelló, Opus pene diuinum a Sacra Historia emunctum et diuo Caesari Carolo Imperatori Faustissimo dicatum, publicado en Valencia en 1535 (Joan Fuster 59-60; Ximeno 1: 84).

De la misma forma, también es interesante mencionar que Anyés y González quizá mantuviesen esa cierta distancia con la universidad en la línea crítica de su admirado Vives (González González 13-16), dando la razón a quienes opinan que, en términos estrictamente relacionados con los studia humanitatis, la enseñanza en la Universidad de Valencia no fue demasiado boyante en sus primeros años (García Cárcel, Las germanías 72). Da la impresión de que al menos hasta bien entrado el siglo XVI, y dentro de esa mutua desconfianza inicial entre humanistas y universidades (Kristeller), el otro espacio que contrapesó al universitario para la extensión del ideal humanista en el Reino de Valencia fue el de las cortes literarias de la nobleza, sobre todo en los años en que algunas corrientes intelectuales y filosóficas, como el lulismo y el neonominalismo (García Martínez 118-19), derivaron en enfrentamientos académicos, cuyo máximo exponente fue la condena del erasmismo hecha por el rector Celaya (Joan Fuster 88-89). En el caso concreto del Estudi General, los sucesos posteriores a las Germanías no están del todo bien definidos, y los escándalos acontecidos con la política de nombramientos y de cátedras, como han sospechado algunos investigadores (Gallego Salvadores 165-74), quizá podrían esconder una pugna sorda por el poder en el entorno universitario, para imponer un modelo de organización más laico y dominado por los intereses de la burguesía urbana y de la pequeña hidalgía local, representado por el Consell, y el modelo eclesiástico representado por la catedral de Valencia, omnipresente y todopoderoso en cuestiones relacionadas con los contenidos docentes desde la preeminencia de Juan de Celaya y la continuación en el siglo XVI de la labor de Juan de Ribera (Rausell Gillot 37-38). A partir de entonces, el Estudi General fue pareciéndose “cada vez más a sus hermanas del resto de España” (Gil Fernández, Formas y tendencias 29), quedando convertido en el lugar donde se fraguará un humanismo paneuropeo ya desprovisto de cualquier particularidad local.

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Pero hasta entonces, las cortes literarias nobiliarias, ya existentes desde el siglo XV, y el mecenazgo cultural de los notables del reino, proporcionaron a los humanistas valencianos una inmejorable plataforma cultural sobre la que proyectarse. La lógica contrapartida, al igual que en otros territorios europeos, fue el ensalzamiento literario de todos aquellos que posibilitaron la creación de obras literarias de mayor o menor calado humanista.

Otro factor interesantísimo que quizá merezca un análisis más pormenorizado es el hecho de que esas cortes literarias estuviesen caracterizadas por un bilingüismo entre catalán y castellano aceptado con naturalidad por la sociedad valenciana de la época (Gil Fernández, Formas y tendencias 45), como se demuestra en la obra de muchos de los poetas presentes en el Cancionero general (Pérez Bosch). A este bilingüismo se le unió el latín humanista, como el caso ejemplar de Juan Ángel González, que además muestra que la senda lingüística podía recorrerse en ambos sentidos (Alcina Rovira, “Entre latín y romance” 7-9). Así, cuando su original composición en latín a la muerte del marqués fue traducida por él mismo al castellano, el resultado de esta transformación de Elegia en Tragitriumpho conllevó la utilización del vocabulario de la poesía de cancionero para adaptarlo a la elegía humanística, con lo que “la pesada cortina de la lengua cancioneril se levanta y deja ver el juego de equivalencias que normalmente tapa” (Alcina Rovira, “La elegía neolatina” 33-34). A este respecto, sería muy interesante analizar las similitudes, y no sólo en el título, que el Tragitriumpho de Juan Ángel González dedicado al marqués de Cenete tiene con el Triunfo de Diego de Burgos, dedicado al abuelo de don Rodrigo, el ínclito marqués de Santillana don Íñigo López de Mendoza, recogido en la primera edición del Cancionero general (Dutton ID 1710; Castillo 1: 52r-63v), un largo poema que acaso pudo conocer el humanista valenciano y servirse de él para componer el suyo.

Sin embargo, la existencia de tres lenguas literarias en la Valencia de la Baja Edad Media y temprano Renacimiento ha supuesto en ciertas ocasiones un grave escollo para la completa observación del desarrollo del primigenio humanismo en el Reino de Valencia, principalmente cuando se ha presentado como un elemento de oposición y enfrentamiento, sobre todo haciendo recaer en la penetración del castellano causas y culpas de la decadencia del catalán

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como lengua literaria (Oleza Simó 63-64).28 En otras ocasiones, han sido los hasta cierto punto lógicos criterios estrictamente académicos los que han impedido el análisis completo, al convertir los estudios de literatura de las lenguas vernáculas, catalán y castellano, en algo no ya distinto per se, sino radicalmente opuesto a lo realizado en latín por los humanistas. A estos criterios de tipo lingüístico se les ha unido en ocasiones un argumento que podríamos denominar como «clasista», convirtiendo a la nobleza valenciana en un estamento castellanizado y culturalmente opresor del aún nonato Tercer Estado burgués y popular valenciano, defensor de la lengua materna, que mostraba su predisposición al catalán como lengua literaria en cuantos certámenes se celebraban en la capital del Turia, en contra del uso del castellano en las celebraciones poéticas de la nobleza (Ferrando Francés, Els certàmens poétics valencians; Anyés, “Introducció” de Eulalia Durán i Grau). Estas tesis han llegado incluso a crear algunas exageraciones, como hacer a la Inquisición el instrumento de la españolización y castellanización de Valencia (Ventura), o considerar a la funesta alianza entre el latín de los humanistas y el castellano como causante del declive del catalán (Joan Fuster 84-91).

En lo referente a la historia cultural del Reino de Valencia durante el marco cronológico marcado por el tránsito entre los siglos XV y XVI, este afán de taxonomizar categorías y de enfrentar los resultados obtenidos dificulta bastante la comprensión de un período sanamente presidido por la heterogeneidad de las influencias culturales y por la asunción sin complejos del plurilingüismo de los autores literarios (Rubió i Balaguer 11), de los humanistas que, como Anyés, pudieron utilizar indistintamente el castellano, el catalán y el latín para redactar sus obras.29 García Cárcel, en sus investigaciones sobre la cultura de los agermanats (“La cultura de los agermanados” 3:145-47; Las germanías 161-63), ya cayó en la cuenta de que, en realidad, los libros incautados a los culpados por las Germanías no diferían demasiado de las lecturas de la supuesta élite nobiliaria castellanizada, como La Celestina, La Question de Amor o el propio

28 Véase Max Cahner, donde se resumen ideas y estudios sobre esta cuestión de Jordi Rubió i Balaguer, Sanchís Guarner, o Joan Fuster.29 De algunas obras castellanas de Anyés dan noticias tanto Ximeno (1:119) como Justo Pastor Fuster (1: 95), aunque no se hacen eco de ellas ni Joan Fuster (126) ni Durán i Mateu (Anyés 8-42).

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Cancionero general. Sí se detectaba una laguna importante en cuanto a libros escritos en latín, pero es que, por encima de otras consideraciones, las obras latinas que deleitaban a los humanistas eran caras y difíciles de conseguir: ahí está el lamento de Palmireno para probarlo, y ahí también radica gran parte de la importancia de la élite nobiliaria del reino, con sus grandes bibliotecas y su no menor capacidad de atractivo patrocinio económico.

La existencia de las taxonomías a las que antes nos referíamos, y mucho más si encima se enfrentan unas con otras, suele a su vez implicar la presentación de la cultura como si las categorías de estudio fuesen puros compartimentos estancos. En el caso concreto que analizamos del Reino de Valencia, nada nos parece más lejos de la realidad: antes al contrario, la permeabilidad parece que fue la nota predominante, haciendo de la cultura valenciana del temprano Quinientos una amplia mezcla de diversos elementos de no menos diversa procedencia en constante ebullición. Por ejemplo, en la segunda edición del Cancionero general (1514), al lado de la inmensa mayoría de poesías castellanas de corte cancioneril, figuran las poesías en catalán de autores como Vicent Ferrandis, Miquel Peris o Bernat Fenollar, además del nuevo soplo de poesía de corte italianizante representado por el joven Juan Boscán y por Bertomeu Gentile, correspondiéndose en la literatura neolatina a la adopción del esquema elegíaco de Juan Ángel González y de Anyés. La misma influencia italiana que hacía a Parthenio Tovar imitar a Persio fue la que impulsó a Luis Crespí de Valldaura a crear la primera sextina en lengua castellana (Perea Rodríguez, Estudio biográfico 155-69). Coincidiendo ambos en la docencia del Estudi General durante ciertos años, parece inaudito que no hubieran compartido siquiera alguna conversación informal sobre esos mismos temas que les preocupaban, culturales y literarios, por encima de que más tarde decidieran ponerlos por escrito de distinta forma y en distintas lenguas.

Valga este ejemplo, el de Crespí de Valldaura y Parthenio Tovar, como muestra de lo que debió de ser el auténtico ambiente cultural de la primigenia Valencia renacentista. Y así, en líneas generales, podríamos continuar mucho más con el establecimiento de vínculos culturales comunes para los hombres y mujeres participantes en aquel entorno humanista, universitario, culto y novedoso

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pero palaciego, cortesano y clásico a la vez. También mujeres, decimos bien, pues a la tertulia cuatrocentista de Isabel Suárez le tomó el testigo en el siglo XVI la de Ángela Zapata, dueña de una gran biblioteca y aplicada estudiosa del latín (Durán i Mateu 415-22). Junto a ella estuvo asimismo el valenciano Francesc Carroz Pardo de la Casta, presente en el Cancionero general de 1511 y autor de la Moral consideració contra les persuassions, vicis y forces de Amor, alabado por el profesor Batllori como “el más sincero como hombre y el más elegante como prosista” (Humanismo y Renacimiento 29) de toda la literatura valenciana del Renacimiento. Su preocupación moralizante casa muy bien con las pretensiones ejemplificantes de Anyés, al igual que Pere Antoni Beuter, quien, aun sin utilizar el latín para sus obras, debería tener un sitio dentro de esta tendencia que podemos definitivamente denominar como humanista,30 aunque se halle situada bordeando por ambos lados la frontera semántica del concepto de Humanismo español.

Para concluir con respecto al humanismo en el Reino de Valencia, y tal como hemos visto a través de los ejemplos del marqués de Cenete y del conde de Oliva, creemos que la convivencia entre autores situados en distintas categorías culturales, como la lírica cortesana de cancionero en castellano y la latina de sesgo humanista, tuvo lugar en un excelente marco propio, como fueron las cortes literarias promovidas por la nobleza, que se convirtieron, al menos en los primeros años del siglo XVI, en un excelente contrapeso a la transmisión de la cultura humanista a través de la docencia en el Estudi general valenciano. Este humanismo áulico del temprano Quinientos proyectará su vertiente más palaciega y ese “dilettantismo literario” (Gil Fernández, Formas y tendencias 158) en la corte de los virreyes del reino y duques de Calabria (Oleza Simó 64-67), Fernando de Aragón y Germana de Foix (y a partir de 1536, Mencía de Mendoza, la marquesa de Cenete que tanto hemos mencionado), cuya actividad literaria, festiva y teatral es posible seguir en obras como El Cortesano, de Luis de Milá o del Milà (Sirera), y también en la selección de poemas y música existente en el Cancionero de Upsala (Mitjana), además de toda la recuperación de las tertulias y academias literarias efectuada a partir de

30 En la línea de los argumentos de Joan Fuster 103-04.

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la fundación, en 1591, de la Academia de los Nocturnos (Mas i Usó). En todo este proceso tuvo mucho que ver el humanismo áulico y cortesano del Reino de Valencia que hemos descrito, un humanismo tal vez muy sui generis, más heterodoxo que canónico si se quiere, pero de intensa y abigarrada presencia en la cultura española del Renacimiento.

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