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Editorial Biblos Investigaciones y ensayos Paula Bruno (coordinadora) Visitas culturales en la Argentina (1898-1936) Rosa Aboy Martín Albornoz Martín Bergel Paula Bruno Alejandro Dujovne Maximiliano Fuentes Codera Alejandro Gangui Carlos Miguel Herrera Violeta Nuviala Eduardo L. Ortiz Gustavo H. Prado Miguel Rodríguez Ayçaguer Sylvia Saítta José A. Zanca

Einstein y la comunidad judía argentina

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Editorial BiblosInvestigaciones y ensayos

Paula Bruno (coordinadora)

Visitas culturales en la Argentina

(1898-1936)

Rosa AboyMartín Albornoz

Martín BergelPaula Bruno

Alejandro DujovneMaximiliano Fuentes Codera

Alejandro GanguiCarlos Miguel Herrera

Violeta NuvialaEduardo L. Ortiz

Gustavo H. PradoMiguel Rodríguez Ayçaguer

Sylvia SaíttaJosé A. Zanca

Ilustración de tapa: Gabriela Spector, Estrategias del mundo, oleo sobre mapa entelado, 220 x 140 cm, 2005.www.gabrielaspector.com

Este libro fue �nanciado con fondos del Proyecto PICT 2010-2086 (FONCYT, Agencia Nacional de Promoción Cientí�ca y Tecnológica), dirigido por Paula Bruno.Las contribuciones aquí reunidas fueron evaluadas y su publicación ha sido recomendada por especialistas en la temática.

Diseño de tapa: Luciano TirabassiArmado: Sofía Vizza

© Los autores, 2014© Editorial Biblos, 2014Pasaje José M. Giuffra 318, C1064ADD Buenos [email protected] / www.editorialbiblos.comHecho el depósito que dispone la Ley 11.723

No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446.

Esta primera edición fue impresa en Imprenta Dorrego,Avenida Dorrego 1102, Buenos Aires, República Argentina,en octubre de 2014.

Bruno, PaulaVisitas culturales en la Argentina 1898-1936 / Paula Bruno; coordinado por Paula Bruno.- 1a ed.- Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Biblos, 2014.307 p.; 14x20 cm.- (Investigaciones y ensayos)

ISBN 978-987-691-293-8

1. Historia de la Cultura. I. Bruno, Paula, coord. II. Título CDD 306

Índice

Presentación. Libro de visitasPaula Bruno .........................................................................................9

Capítulo 1Pietro Gori en la Argentina (1898-1902): anarquismo y culturaMartín Albornoz .................................................................................23

Capítulo 2Rafael Altamira y su visita a la Argentina Gustavo H. Prado ...............................................................................49

Capítulo 3Georges Clemenceau en la Buenos Aires de 1910Paula Bruno .......................................................................................71

Capítulo 4Jean Jaurès y Léon Duguit en Buenos Aires: el político, el cientí�co, lo social Carlos Miguel Herrera .......................................................................97

Capítulo 5José Ortega y Gasset y Eugenio d’Ors: las primeras visitas a la Argentina y sus proyeccionesMaximiliano Fuentes Codera ..........................................................121

Capítulo 6Rabindranath Tagore: avatares de un cosmopolita periférico en el Río de la PlataMartín Bergel ...................................................................................143

Capítulo 7Albert Einstein en la Argentina: el impacto cientí�co de su visitaAlejandro Gangui y Eduardo L. Ortiz ............................................167

Capítulo 8Einstein y la comunidad judía argentinaAlejandro Dujovne ............................................................................191

Capítulo 9Filippo Marinetti en la ArgentinaSylvia Saítta .....................................................................................215

Capítulo 10Le Corbusier y Buenos Aires, relato de un encuentroRosa Aboy y Violeta Nuviala ...........................................................231

Capítulo 11Waldo Frank y su primera visita a la Argentina Miguel Rodríguez Ayçaguer .............................................................255

Capítulo 12Jacques Maritain en Buenos Aires: la cita envenenadaJosé A. Zanca ...................................................................................277

Las autoras y los autores ............................................................ 301

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CAPÍTULO 8

Einstein y la comunidad judía argentina

Alejandro Dujovne

Introducción

Pocas visitas culturales, y ciertamente ninguna otra cientí�ca, concitaron la atención y despertaron la imaginación de la opinión pública argentina como la que realizó Albert Einstein (1879-1955) a inicios de 1925.1 Así lo atestigua una nota publicada poco antes de su llegada en el semanario en castellano Mundo Israelita, ligado al sector que promovió el viaje de Einstein: “la visita a la Argentina del hombre más genial de nuestro tiempo, según la expresión de Bran-des, constituye un acontecimiento de extraordinaria importancia, y cuanto se diga al respecto no será nunca una exageración” (Mundo Israelita –en adelante MI–, 7 de marzo de 1925).

Esta expectativa no resultaba casual: entre 1919, cuando se con�rmó por primera vez su teoría general de la relatividad, y 1921, momento de su celebrado viaje de dos meses a Estados Unidos, Eins-tein dejó atrás las inexpugnables fronteras de la física y la matemá-tica para convertirse en una �gura mundialmente famosa. De este modo, al arribar el 25 de marzo de 1925 al puerto de Buenos Aires, hacía ya algunos años que su teoría, más enunciada que explicada, y su nombre, convertido en sinónimo de inteligencia y sabiduría, cir-culaban en periódicos y revistas populares.

La invitación, �nanciamiento y organización de la visita del fí-sico al país fue resultado de la convergencia de distintos sectores: una fracción de la comunidad judía local, las autoridades de la Uni-versidad de Buenos Aires y, en menor medida, una organización de

1. Ver el capítulo de Alejandro Gangui y Eduardo L. Ortiz sobre el impacto cientí�co de la visita de Einstein.

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la comunidad alemana en Argentina. Si bien todos coincidían en la importancia histórica de la �gura de Einstein, a cada uno le intere-saba un aspecto particular de su biografía, pensamiento o produc-ción cientí�ca. El examen del papel jugado por estos sectores y de los modos en que fue interpretada y disputada la presencia de Einstein permite observar los diferentes efectos culturales de su visita, así como acercarse desde otro ángulo a cada uno de esos espacios socia-les. En este caso se analizará la experiencia particular de la comu-nidad judía, a partir del punto de vista de la fracción que impulsó, organizó y �nanció gran parte del viaje y la estadía del físico.

La visita de Einstein se organizó en un programa formal de doce conferencias sobre temas cientí�cos en ámbitos académicos, a las que se añadieron algunas otras presentaciones sobre otros temas en otros ámbitos. Los periódicos y revistas nacionales que cubrieron su estadía concentraron la mayor parte de su atención en el plano cientí�co, en su inteligencia superlativa, en su imagen afable y en su actividad diaria. Pero una visita distinta emerge a la luz de la comunidad judía: periódicos, revistas, instituciones, corrientes po-líticas y referentes judíos colocaron en un lejano segundo plano a la dimensión cientí�ca. Antes que su aporte decisivo a la ciencia, o las repercusiones �losó�cas de sus postulados, en las notas de perió-dicos de la colectividad aparecía un Einstein comprometido con el destino del pueblo judío. Ahora bien, ¿qué signi�caban exactamente esta referencia identitaria y este compromiso? ¿Qué representaba Einstein para la comunidad judía de Buenos Aires? ¿Se trataba de una única imagen compartida por todos los sectores?

Einstein judío

Albert Einstein nació en el seno de una familia judía que, al igual que gran parte de los judíos alemanes del período, había buscado y en alguna medida logrado la asimilación a la cultura y la sociedad ale-manas. El judaísmo no parece haber guardado un lugar signi�cativo en los intereses y preocupaciones públicas de Einstein hasta 1919-1920, cuando, de regreso en Alemania tras un largo período en Sui-za, se enfrentó a diversas circunstancias. Por una parte, observó con pesar el modo en que sus teorías eran vehementemente rechazadas por un amplio e in�uyente sector de la comunidad cientí�ca alema-na en virtud de su origen judío. Con igual dolor, advirtió el creciente

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antisemitismo en las universidades alemanas, particularmente ha-cia los estudiantes judíos de Europa oriental (Einstein, 1931: 38-40). Este clima adverso se tornó aún más preocupante con el asesinato, en 1922, del ministro de Relaciones Exteriores de la República de Wei-mar, el empresario judío Walter Rathenau, a manos de una banda na-cionalista que, se decía, había incluido a Einstein entre sus próximos blancos. Frente a estas experiencias, el físico tomó una activa y cada vez más de�nida posición pública acerca de lo judío, que expresó en escritos, conferencias, entrevistas y adhesiones políticas.

Por otra parte, Einstein adoptó una postura fuertemente críti-ca con la actitud “asimilacionista” que caracterizaba a buena parte del judaísmo alemán y que muy bien podría haber de�nido a su pro-pia familia. Por contraste con los judíos de Europa oriental, quienes, en parte debido al clima político hostil en el que vivían, sostenían una idea nacional y resguardaban un modo de pensar claramente diferenciado, desde su punto de vista los judíos alemanes poseían una “mentalidad de esclavo” y carecían de dignidad y autorrespeto como judíos. En tal sentido, Einstein rechazaba enfáticamente la categoría de “alemanes de fe mosaica”, utilizada por buena parte del judaísmo alemán para de�nir su identidad. A través de ella, soste-nía, el judaísmo se veía reducido a una mera expresión religiosa, se negaba su carácter nacional y por ende se deshacía la solidaridad con el resto de los judíos, en especial con sus hermanos pobres de Europa oriental, cuyo crecimiento se hacía notar en la Berlín de los primeros años de la década de 1920. El modo de enfrentar el cada vez más pronunciado antisemitismo alemán no era, según su modo de ver, el “asimilacionismo”, sino la a�rmación nacional, cuya expre-sión era para él el sionismo. Sin embargo, no adhería de igual modo a todos los postulados que enarbolaba la Organización Sionista, cuyo propósito principal era alcanzar el reconocimiento internacio-nal del Estado judío y promover la inmigración y colonización judía de Palestina. Sin oponerse a estos objetivos, Einstein se encontraba más cerca del sionismo cultural de Ajad Haam y Martín Buber, para quienes un Estado judío serviría no como hogar de todos los judíos del mundo, sino como centro espiritual y moral de la diáspora judía, como fuerza que contribuiría a sostener una identidad basada en lazos de solidaridad y en un horizonte común.

Esa a�rmación nacional no implicaba, sin embargo, renegar de sus creencias universalistas y cosmopolitas. En distintas opor-tunidades, Einstein subrayó que su visión cultural del sionismo y la

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particular situación de los judíos en distintas partes del mundo dis-taban de la clase de nacionalismo “intenso y quizá exagerado” que regía en Europa. En consonancia con esta posición, su compromiso más activo con el sionismo durante esta etapa estuvo ligado a la fun-dación de un centro académico en Palestina, la Universidad Hebrea de Jerusalén, fundada o�cialmente el 1 de abril de 1925, cuando Einstein se encontraba en la Argentina. Además de contarse entre los prestigiosos nombres que apoyaron la creación de esta universi-dad –como Sigmund Freud y Martin Buber–, Einstein participó de una delegación sionista que visitó Estados Unidos en 1921 con el ob-jeto de recaudar fondos para la institución. Este pasaje de dos meses por Estados Unidos fue decisivo en la difusión pública de su imagen tal como la conocemos hoy, aunque Missner sugiere que la populari-dad alcanzada por el físico durante su recorrido se debió en parte a un malentendido. Según este historiador, la delegación sionista fue recibida en el puerto de Nueva York por una gran masa de personas cuya presencia fue interpretada por diarios como The New York Ti-mes como la aclamación popular del sabio alemán, mientras que, por contrapartida, los diarios idish hablaban de inmigrantes judíos de Europa oriental de que se agolparon en espera de la llegada de Jaim Weizmann –presidente de la Organización Sionista y uno de los ar-tí�ces de la Declaración Balfour en 1917, por la cual el gobierno bri-tánico le reconocía a los judíos su derecho sobre la “Tierra de Israel” y se declaraba favorable a un futuro estado judío– (Missner, 1985).

Pese a su difusión, las opiniones y acciones de Einstein en tor-no a lo judío no eran demasiado conocidas por la opinión pública argentina al momento de su arribo. Durante los primeros años de la década de 1920, los periódicos y revistas locales se hacían eco de los aplausos, de las discusiones o de los intentos de hacer compren-sibles sus teorías cientí�cas, destacaban su afabilidad y su sencillo modo de vestir, extraños para la representación más extendida del cientí�co, insistían en su incomparable inteligencia y, de tanto en tanto, destacaban algunas de sus opiniones políticas, donde no siem-pre lo judío ocupaba el primer plano. Por contraste, las publicaciones periódicas judías de Buenos Aires, sin dejar de exaltar en ningún momento la inteligencia y sabiduría de Einstein, informaban con regularidad (y con los matices e interpretaciones propios de cada publicación) sobre las opiniones que vertía en conferencias o artí-culos publicados en Europa sobre algún tópico judío. Así, si bien su fama mundial resultaba condición excluyente para considerar su

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invitación al país, fue su preocupación por la situación de los judíos europeos lo que motivó a un sector de la comunidad judía de Buenos Aires a invertir tiempo y movilizar recursos en pos de su visita. En los días en que se estaban dando los primeros pasos de la invitación, Mundo Israelita a�rmaba:

La visita de Einstein a la Argentina tiene en estos momentos, para la civilización y para el judaísmo, que siempre van unidos, un signi�cado de la mayor importan-cia. El ilustre sabio, que ha tenido la desgracia de nacer en la patria de Hitler, es el blanco de la reacción alemana y está expuesto a pagar con su vida el crimen de haber naci-do judío [...] Para el judaísmo, Einstein tiene una signi�ca-ción mucho más vasta que la de pertenecer accidentalmen-te también él a la raza: Einstein es judío deliberadamente, pues es militante del nacionalismo hebreo. (MI, 17 de no-viembre de 1923)

La unanimidad con que la prensa judía destacaba el costado ju-dío de Einstein no se correspondía, sin embargo, con un acuerdo acer-ca de los términos que de�nían sus convicciones. Son precisamente estas discrepancias, por momentos muy apasionadas, las que permi-ten explorar las razones que motivaron la invitación y las disputas por capitalizar la presencia del físico. También constituyen un lugar privilegiado desde el cual observar los clivajes que organizaban la vida judía porteña en aquellos años. Pero antes de avanzar sobre las disputas dentro de la comunidad judía en torno a la �gura de Einstein, cabe recorrer los pasos que condujeron a la visita e indagar acerca de la institución y los hombres que estuvieron tras esta empresa.

La Asociación Hebraica, Mundo Israelita y la gestión de la invitación

A �nes de 1923, poco tiempo después de su fundación, la Aso-ciación Hebraica comenzó a explorar la posibilidad de concretar una visita de Einstein a la Argentina. Si bien la Universidad de Buenos Aires había realizado un intento un año antes, fue a partir de esta nueva iniciativa que el viaje �nalmente pudo llevarse a cabo.

La génesis de la Asociación Hebraica se ubica en 1909, con la fundación del Centro Juventud Israelita Argentina. La mayor

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parte de los jóvenes que participaron de esta organización habían vivido su infancia en las colonias agrícolas de la Jewish Coloniza-tion Association y habían emigrado a la capital del país en busca del ascenso social y económico y de la integración cultural que pa-recían garantizar la universidad y, en segundo lugar, el comercio. Este grupo publicó la revista en lengua castellana Juventud (1911-1917), en cuyas páginas desplegó sus aspiraciones y concepciones del mundo y del judaísmo. La revista sostenía un ideal juvenilista inspirado en el Ariel de José Enrique Rodó y reivindicaba un secula-rismo positivista expresado en la defensa de la ciencia y en la crítica acérrima a cualquier expresión religiosa. Al poco tiempo, emergió una tendencia expresamente “asimilacionista” dentro de la Comi-sión Directiva, que fue recusada por la mayoría de los miembros en favor de una defensa de lo judío en clave ilustrada, según la cual la historia devenía en portadora del ser judío (Juventud, 1 de mayo de 1913). El Centro Juventud Israelita Argentina dejó paso en 1915 a la Asociación Juventud Israelita Argentina y en 1923 se constituyó una entidad similar, la Asociación Hebraica, algunos de cuyos pri-meros integrantes habían participado del Centro Juventud Israelita Argentina. Sin embargo, la precaria situación económica en que se encontraban estas dos entidades hacia 1926 las condujo a concertar su fusión en una institución mayor, la Sociedad Hebraica Argentina, a la que rápidamente se sumó el Ateneo Estudiantil Israelita.

Entre los diecisiete hombres que participaron de la fundación de la Asociación Hebraica se encontraban: el director general local de la Jewish Colonization Association, con base en Londres; tres abogados, uno de ellos profesor de literatura y de economía política y secretario de la Universidad de Buenos Aires; cinco periodistas, escritores y editores; un profesor de �losofía y otro de psicología ex-perimental, también de la Universidad de Buenos Aires; un médico (“el primer médico judío de la República Argentina”, Suárez, 2002); un comerciante de granos; cuatro artistas (dos pintores, uno de ellos muy reconocido, un escultor y un músico y director de una orquesta �larmónica). Por contraste con el conjunto del colectivo judío de Bue-nos Aires, compuesto en su mayor parte por trabajadores manuales y pequeños comerciantes, muchos de los cuales apenas hablaban castellano, los impulsores de la Asociación Hebraica conformaban un grupo social y cultural claramente diferenciado.

Esta elite constituyó lo que puede llamarse, parafraseando a Patricia Willson, la “constelación Hebraica”. Esta autora parte de la

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noción de “formación cultural” provista por Raymond Williams para delimitar a un conjunto de individuos que participaron de diferentes proyectos editoriales (Willson, 2004). En el caso de la “constelación Hebraica”, se trató de un grupo de escritores, intelectuales, empren-dedores culturales, empresarios, etcétera, cuyo centro social y sim-bólico estuvo conformado por las revistas Juventud y Vida Nuestra (1917-1923) y por la Asociación Hebraica primero y la Sociedad He-braica Argentina después. No todos tuvieron un vínculo estable e in-variable con este centro, pues de hecho podían distanciarse e incluso tener con�ictos con él, pero participaban de una misma red de so-ciabilidad judía y compartían una matriz ideológica cultural común. En efecto, la idea de cultura que promovían tenía un sentido distinto a la de otras organizaciones de la creciente colectividad, tales como los espacios culturales de habla idish, ya que abogaban por el libe-ralismo, el secularismo y el castellano como divisas de integración cultural al país (Senkman, 2007). Esta postura, en términos gene-rales, se inscribe en lo que el historiador Ezra Mendelsohn de�ne en su análisis de la política judía moderna europea y norteamericana como “integracionista”. Según este autor, el campo integracionista se de�ne por su voluntad de participar como ciudadanos y miembros plenos de la nación en que habitan y se funda en una concepción li-beral de la sociedad, la política, la religión y el Estado (Mendelsohn, 1993). Efectivamente, los objetivos de la Asociación Hebraica expre-sados su carta orgánica eran de carácter cultural y social, y dejaban de lado expresamente cualquier referencia política y religiosa: “a) Promover la cultura judía y general; b) Fomentar el espíritu de so-ciabilidad intelectual; c) Formar una biblioteca de estudios judíos; d) Desarrollar una acción sistemática de vinculación de la colectividad con el ambiente intelectual del país” (MI, 31 de mayo de 1924).

Las páginas de Mundo Israelita proporcionan un punto de vis-ta clave para seguir de cerca los pasos que condujeron al arribo de Einstein al país, así como sus contactos y visitas a instituciones judías. Pero también ofrecen un acceso único a las opiniones de la

“constelación Hebraica”. Esto se debe a que el periódico no fue un observador imparcial de la realidad judía argentina: desde su fun-dación en 1923 hasta por lo menos �nes de la década de 1930, estu-vo estrechamente ligado a la Asociación Hebraica y a su sucesora, la Sociedad Hebraica Argentina. De hecho, los nombres de quienes impulsaron la creación de ambas iniciativas y de quienes las condu-jeron se repiten y durante los primeros años institución y periódico

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compartieron un mismo domicilio. El primer directorio de Mundo Israelita estaba compuesto por Marcos Satanowsky, Max Glück-smann, Jacobo Saslavsky, Isaac Starkmeth y Marcos Bronstein, y dirigido por Salomón Resnick y Salvador Kibrick. En agosto de 1923 la Comisión Ejecutiva de la Asociación Hebraica quedó conformada por Sansón Rascovsky, León Dujovne, Gregorio Fingerman, León Kibrick (hermano de Salvador) y Manuel Bronstein (probablemente hermano de Marcos); el Consejo Directivo lo integraban Max Glück-smann, Carlos Grünberg y Naum Enquin.

La invitación a Einstein comenzó a tomar forma en octubre de 1923 con la designación de una comisión especial compuesta por Mau-ricio Nirenstein, Max Glücksmann e Isaac Starkmeth y el envío de un telegrama al físico. Aún antes de obtener una respuesta de Einstein, el periódico informaba que a dos días de puesta en funcionamiento la comisión se obtuvieron “las siguientes donaciones: Max Glücksmann, $1000; Alfredo Hirsch, $1000; Jacobi, $500; Marx, $500; Luciano Metzger, $500; Adolfo Gutman, $500.”, lo que, señalaba, constituía

“(l)a prueba más evidente de que la iniciativa tiene probabilidades de ser llevada a la práctica” (MI, 6 de octubre de 1923). Un par de breves referencias biográ�cas bastan para destacar la importancia de la con�uencia de distintas clases de capitales (cultural, social y económico) en la creación de las condiciones de posibilidad para la concreción de la visita. Mauricio Nirenstein (Egipto, 1877-Buenos Ai-res, 1935), presidente de la Asociación Hebraica durante los primeros meses de su existencia, era un abogado de reconocida tarea en la Uni-versidad de Buenos Aires, tanto en su calidad de secretario como de profesor, al frente de los cursos de economía política en la Facultad de Ciencias Económicas y de literatura castellana y literatura de Euro-pa septentrional en la Facultad de Filosofía y Letras. Su doble papel como miembro de la Asociación Hebraica y funcionario y docente de la Universidad fue fundamental para articular ambas instancias. Isaac Starkmeth (nacido en el Imperio Ruso) ocupó el cargo de presidente de la Asociación entre 1923 y 1924, luego de Nirenstein, y era el Di-rector General en Buenos Aires de la Jewish Colonization Association. Por su parte, Max Glücksmann (Chernovitz, Rumania, 1875-Buenos Aires, 1946) era un importante empresario, pionero de las industrias del cine y la música en el país. Por ese entonces era presidente de la primera (y elitista) institución judía del país, la Congregación Is-raelita de la República Argentina, e integraba la primera comisión directiva de Mundo Israelita. Por último, Alfredo Hirsch (Mannheim,

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Alemania, 1872-Buenos Aires, 1956) fue una pieza clave en la direc-ción, diversi�cación y expansión regional de las operaciones de la po-derosa �rma cerealera Bunge & Born.

Luego de una primera invitación de la Universidad de Buenos Aires en 1922, que Einstein había declinado (Gangui y Ortiz, 2005) y en parte por su rechazo a verse envuelto en un juego de intereses y usos políticos tal como le había sucedido en Estados Unidos, el físico solicitó a sus interlocutores de la Asociación Hebraica que gestiona-sen una nueva invitación de la Universidad. El 21 de diciembre de 1922, la dirección de la institución judía elevó entonces una nota al rector, José Arce, donde explicaba que la asociación se había compro-metido a otorgar 4.000 dólares de honorarios a Einstein y el pago de los pasajes y que, en vistas de la participación de la universidad, le entregaba a esta un cheque por 1.500 dólares para que completara el aporte. Además, sugería no demorar la concreción de la invitación para esperar la con�rmación del aporte de otras universidades del país posiblemente interesadas. Tras informar que en octubre de ese año ya se había votado la resolución de invitar a Einstein a dictar conferencias, la Universidad se comprometió rápidamente a estable-cer un fondo de 2500 dólares que, sumado al aporte de la Asociación Hebraica, permitía alcanzar los 4 .000 dólares. Pese a no depender de su aporte, se mantuvo la invitación a otras universidades a par-ticipar con una suma que aumentara los honorarios de Einstein. De cualquier modo, la nota señalaba que “el señor rector hizo notar que tenía conocimiento de que el doctor Einstein no hacía absolutamen-te ninguna cuestión de dinero”. Pero en diciembre de 1923, Einstein envió una misiva a la Asociación Hebraica para informar que, por razones de índole cientí�ca, no podía cumplir el viaje en 1924. Soli-citaba allí mismo a las autoridades de esta institución y de la Uni-versidad que consideraran sostener la iniciativa para un momento cercano y él se comprometía a no aceptar otra invitación antes que la argentina (MI, 28 de marzo de 1925).

La invitación contó también con el interés y el respaldo material de la Institución Cultural Argentino-Germana. Esta entidad, creada en 1922, tenía como objetivo primordial fortalecer los lazos académi-cos y culturales entre Alemania y Argentina. Sus autoridades tam-bién enviaron una invitación a Einstein en 1923, antes de la formu-lada por la Asociación Hebraica, que fue rechazada por el físico. Tras la negativa, se decidió trasladar la idea a la universidad para que avanzara con el proyecto (Tolmasquim, 2012). Aunque �nalmente no

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se dio ningún paso concreto, fue la aprobación de esta moción –que incluía la recaudación de fondos correspondientes– por parte de las autoridades de la Universidad lo que facilitó la rápida aceptación de la propuesta de la Asociación Hebraica. Cuando esta llegó, a �nes de ese año, se plegó la institución de la comunidad alemana de la mano del doctor Ricardo Seeber, consejero universitario y presidente de di-cha entidad. Esta asociación aportó 1.500 pesos, que se sumaron a las contribución de 4.500 pesos de las Universidades de Córdoba, La Plata y Tucumán y que sumaron 2.000 dólares más de lo inicialmen-te previsto.

El caso de la Institución Cultural Argentino-Germana revis-te importancia además en relación a las tensiones y desacuerdos que podía despertar Einstein en esta comunidad. En efecto, al igual que en el caso judío, aunque en una clave muy distinta, Einstein se convirtió en un vector en el que se proyectaron las diferencias ideológicas existentes. El ala académica de la comunidad alemana debió enfrentar la negativa de un amplio sector que guardaba una visión nacionalista de derecha. Según este sector, no había lugar para Einstein o, si lo había, era en calidad de traidor: el físico no sólo había adoptado la nacionalidad suiza y era judío, sino que, además, aborrecía públicamente del nacionalismo reaccionario presente en la cultura alemana y había osado �rmar en 1914 un mani�esto con-tra la guerra junto a otros tres cientí�cos, conocido como “Contrama-ni�esto” por su oposición al documento �rmado por noventa y tres intelectuales que avalaban la deriva militarista alemana y justi�ca-ban la invasión a Bélgica. El rechazo a su �gura encontró un nuevo argumento con la publicación en el diario La Prensa, un día antes de su arribo, del artículo “Pan-Europa”, en el que Einstein abogaba por una unidad europea que trascendiera los rígidos nacionalismos. Así, a diferencia de la entusiasta recepción por parte de la comunidad judía, la alemana no le ofreció ninguna acogida especial. De hecho, muy pocos miembros de esta comunidad participaron del agasajo que realizó el embajador alemán en el país en honor a Einstein du-rante el último tramo de la visita (Tolmasquim, 2012: 126).

Por otro lado, cabe destacar que la acción de la Asociación He-braica fue más allá de la promoción inicial de la invitación y de la contribución �nanciera. Algunas semanas antes del arribo, el Con-sejo Directivo de la institución formó una nueva comisión que se en-cargaría de todo lo relacionado con la estadía del físico. Entre los integrantes se encontraba Mauricio Nirenstein quien actuó como

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compañía y guía cotidiana de Einstein en Buenos Aires, desde su llegada al puerto de Montevideo antes del arribo a la Argentina, hasta sus últimos días en la capital del país. Pocos días después esta misma asociación convocó y albergó en su sede una reunión de instituciones judías para intercambiar ideas y formar un comité que llevaría adelante el acto de homenaje.

La Asociación Hebraica había decidido asumir un papel exclu-yente en la organización de la llegada y estadía de Einstein y, si bien podía convocar a otras instituciones de la colectividad para colabo-rar, sus autoridades no estaban dispuestas a que otro sector pusiera en duda su papel o capitalizara para sí la presencia del cientí�co. A dos años de su fundación, la asociación buscaba mostrarse y a�an-zarse, a través de su gestión, en el centro de la vida cultural judía porteña. Pocos días antes del arribo, Mundo Israelita sostenía:

Una sola excepción ha hecho el sabio en lo que se re-�ere a su actuación fuera de los centros cientí�cos, y esa excepción es para la Hebraica. [...] esa sola actitud prueba de la manera más patente que quien consiguió su venida a la Argentina es la Hebraica, pese a la duda interesada de cierta prensa israelita. (MI, 14 de marzo de 1925)

Con todo, los miembros de Asociación Hebraica no pudieron li-mitar la voluntad de otros sectores de la comunidad judía de mostrar a Einstein cerca de sus propias instituciones y, en algunos casos, afín a sus posiciones ideológicas. Einstein no ciñó sus relaciones con la comunidad judía a esta institución, sino que, entre las activida-des que desarrolló de manera paralela al programa formal de con-ferencias, se destacan las visitas a distintas instituciones judías y reuniones con referentes de esta colectividad. Einstein recorrió el Asilo Argentino de Huérfanas Israelitas, fue invitado a visitar la comunidad judía marroquí, visitó el Hospital Israelita, participó de la celebración de la inauguración de la Universidad Hebrea de Jeru-salén, mantuvo un encuentro con parte del liderazgo sionista local, con dos representantes de periódicos judíos y con un emisario sionis-ta extranjero, visitó la Federación Sionista Argentina, la redacción de uno de los periódicos idish, dictó una conferencia sobre temática judía en el acto homenaje organizado por el comité de recepción y sostuvo encuentros con diferentes activistas comunitarios. Nueva-mente, las páginas de Mundo Israelita actuaron como voceras de la Asociación Hebraica, defendiendo el punto de vista integracionista

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liberal y atacando con vehemencia las críticas de las distintas frac-ciones de la “calle judía” porteña.

Einstein en disputa

Las disputas por la apropiación de las opiniones y la �gura de Einstein por parte de la comunidad judía pueden encontrar dos tipos de explicaciones. En primer lugar, las diferencias entre el contex-to argentino y aquel en el cual Einstein desarrolló su pensamiento acerca de lo judío tuvieron efectos sobre las interpretaciones de sus ideas. Cuando Einstein se refería al mundo judío en sus escritos y conferencias de los primeros años de la década de 1920, tenía en mente la experiencia del judaísmo alemán. Aun cuando las posicio-nes y oposiciones que organizaban a las comunidades judías alema-na y argentina podían ser en principio análogas, lo cierto es que las diferencias de contextos dotaban a esas posiciones de signi�cados distintos. La fuerza de la tradición iluminista en el curso cultural adoptado por la mayor parte de los judíos alemanes, el lento y frágil proceso de emancipación, el creciente antisemitismo y las radicales diferencias sociales y de integración entre judíos alemanes y judíos orientales marcaban la irreductible singularidad del contexto ale-mán. De modo que, incluso cuando Einstein y los actores judíos de Buenos Aires utilizaran iguales términos (“sionismo”, “asimilacio-nismo”, “judíos orientales”, “antisemitismo”, etc.) y con ellos remitie-ran a sectores y circunstancias análogas, los signi�cados y valora-ciones no eran exactamente coincidentes. Esta diferencia permitía que hubiera usos de las posturas de Einstein que no se correspon-dían necesariamente con sus sentidos originales.

En segundo lugar, las diferencias en torno a las apropiaciones de la �gura de Einstein también se explican por los enfrentamien-tos que atravesaban a la comunidad judía de Buenos Aires. Pese a la arraigada imagen externa de unidad, lo cierto es que a lo largo del siglo XX la comunidad judía se caracterizó por intensos comba-tes ideológicos, políticos, étnicos, idiomáticos, culturales y sociales. Dentro de esta larga cadena de confrontaciones, la década de 1920 constituyó una etapa especialmente rica. A la par de las expresiones políticas y culturales de habla castellana, gracias a la signi�cati-va a�uencia de inmigrantes judíos polacos iniciada tras el �n de la guerra, se a�anzaron las distintas vertientes políticas judías, creció

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la prensa en idish y se multiplicaron los centros culturales y biblio-tecas en esta lengua. La década de 1920 presentaba un escenario abierto, donde pareciera que todas las expresiones políticas y cul-turales tenían iguales chances de imponerse o al menos de coexis-tir. Por contraste, en la década de 1930, el ascenso del nazismo en Alemania y la irrupción del antisemitismo en la escena pública ar-gentina socavaron los fundamentos de la versión más optimista del discurso integracionista liberal y contribuyeron al fortalecimiento del discurso nacional sionista. Luego, con el Holocausto primero y con la creación del Estado de Israel después, el sionismo lograría a�rmarse como la fuerza ideológica dominante en la vida institucio-nal judía argentina y desplazaría también a otras vertientes como el bundismo y la fracción comunista judía.

En el caso de la constelación hebraica, la visita de Einstein ganó sentido a la luz de, por un lado, su voluntad de legitimar la presencia judía en el país frente a la sociedad argentina, en especial frente a la elite cultural, y, por otro, de su deseo de conquistar una mayor centralidad en el ámbito comunitario. Acorde con su visión, el judaísmo de Einstein era presentado en clave universalista, cosmo-polita y liberal. A inicios de abril de 1925, con Einstein ya en Buenos Aires, Mundo Israelita señalaba, en un artículo titulado “Einstein y sus intérpretes”:

De la posición de Einstein en la política universal y en el judaísmo se conocen algunos aspectos fundamentales, los que han servido a los interesados para atribuirle las más opuestas tendencias [...] lo que se sabe y no es poco, de las ideas generales de Einstein, es lo siguiente: es paci�s-ta e internacionalista, y profesa el liberalismo en la más amplia acepción de este término. Cada uno de sus actos de

“ciudadano del mundo” concuerda con estas convicciones, y ello explica su contramani�esto de exhortación a la frater-nidad y su llamamiento a la cooperación internacional de la inteligencia. (MI, 4 de abril de 1925)

La misma nota resaltaba su compromiso con lo judío, pero lo hacía despojándolo de su inclinación sionista: “abrazó la causa de sus hermanos de raza sin preocuparse de confeccionar un progra-ma previo” (MI, 4 de abril de 1925). De cualquier modo, pese a la decisión de resaltar la identidad judía de Einstein, esto no resultaba sencillo, dado que ni los intelectuales, ni los cientí�cos, ni la prensa

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argentina parecían estar dispuestos a enfatizar esta conexión todo lo que los promotores de la visita deseaban, como lo manifestaba un artículo titulado “Einstein y su pueblo”:

De todos los discursos que se han pronunciado con motivo de la recepción a Einstein, el único en que se hizo alusión a la raza del sabio es el que leyó el decano de la Fa-cultad de Filosofía y Letras. El doctor Alberini tuvo pala-bras de elogio para los judíos e hizo honor a nuestro pueblo, cuando, al referirse al origen del sabio, dijo que pertenecía y se preocupaba por la raza genial y sufrida.

La noble actitud del decano de Filosofía, no consti-tuye solamente un acto de amistad, que nosotros aprecia-mos en su justo valor, sino también un gesto de reparación. Porque, con ocasión de la visita del eminente físico, todos parecen haberse olvidado de la existencia de los judíos en el mundo, aun cuando muchos de los olvidadizos no cesan de recordarlo en toda circunstancia en que pueden humi-llarlos. (MI, 18 de abril de 1925)

La escasez de referencias explícitas a la identi�cación y a las opiniones de Einstein acerca de lo judío –siempre de acuerdo a las expectativas de este sector– se veía ampliamente compensada por la insistencia con que distintos grupos de la comunidad judía traba-jaban por apropiarse de la presencia e ideas del físico y, de un modo más o menos directo, por cuestionar la visión de la constelación he-braica. Una de las críticas que la Asociación Hebraica vio resurgir durante la estadía de Einstein fue la que la acusaba de “asimilacio-nista”, aprovechando la reprobación del físico a un amplio sector del judaísmo alemán. Esta acusación resultaba especialmente delicada, pues convertía a algunos de sus pilares ideológicos –la a�rmación del castellano como la lengua de los judíos argentinos, el propósito de vincularse con la alta cultura argentina no judía y su distan-cia del nacionalismo en clave sionista– en pasos que conducirían a la disolución del judaísmo. Atento a ésto, Mundo Israelita tomaba distancia en distintas notas de cualquier analogía con este sector, señalando a los “asimilacionistas” alemanes como “judíos vergon-zantes”, de cuyas �las provenía “el principal aporte de los conversos” (MI, 28 de marzo de 1925). A lo que añadía, en un artículo titula-do “¿Colaboracionismo o exclusivismo?”, que “es un empeño ridículo, cuando no mal intencionado, acusarnos de asimiladores, tan luego a nosotros que levantamos la bandera nacionalista contra los judíos

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vergonzantes” (MI, 11 de abril de 1925). Del mismo modo, Sansón Rascovsky, vicepresidente de la Asociación Hebraica, abría la con-ferencia de Einstein sobre la situación de los judíos en el Teatro Ca-pitol, dictada hacia el �nal de su visita, rea�rmando la posición de la institución dentro y fuera del mundo judío y tomando distancia de la acusación de “asimilacionismo”:

La Asociación Hebraica, cuya ideología concuerda esencialmente con el modo de pensar de Einstein sobre el problema judío y su solución, a�rma nuevamente, con la presencia en su tribuna del eminente sabio, el papel que se ha asignado dentro de la colectividad. [...] al difundir y propiciar la cultura hebrea, mantiene vivo el espíritu judío y despierta aquella parte latente y adormilada del senti-miento de la raza imperecedera, aniquilando de tal modo toda tendencia asimiladora, que rebaja la dignidad y es signo de debilidad y de renunciamiento vergonzoso. (MI, 25 de abril de 1925)

Entre los frentes de batalla abiertos por la apropiación de Eins-tein, el más ríspido fue el que opuso a la constelación hebraica al sionismo. Einstein, aun con diferencias, adhería públicamente al sionismo y los sionistas no estaban dispuestos a dejar pasar tal oportunidad de fortalecer su posición. Es preciso señalar, además, que marzo y abril de 1925 fueron meses especialmente importantes para el sionismo tanto en el plano local como en el internacional. A la par de la visita de Einstein, en ese período la comunidad judía de Buenos Aires recibió a un importante representante sionista, el doctor Bensión Mossensohn, quien, casualmente, había sido parte de la pequeña delegación sionista que integró Einstein y que viajó a Estados Unidos en 1921. La visita y las conferencias de Mossen-sohn contaron con una exhaustiva cobertura en la prensa judía de Buenos Aires. Asimismo, el 1 de abril, se produjo la apertura de la Universidad Hebrea de Jerusalén, proyecto que tenía en Eins-tein a uno de sus más reconocidos entusiastas. De hecho, los tres acontecimientos con�uyeron para dar mayor visibilidad al sionis-mo: durante su estadía, el físico, además de visitar la Federación Sionista, mantuvo un encuentro en la residencia de Wassermann con un puñado de líderes sionistas locales entre los que encontra-ba Mossensohn y asistió al acto de celebración de la inauguración de la Universidad Hebrea organizado por la Federación Sionista

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Argentina, en el que, pese a haberse opuesto de antemano a cual-quier expresión pública, hizo uso de la palabra, seguido por Alfredo Palacios y por Mossensohn.

Al momento de cali�car el pensamiento de Einstein, los redac-tores de Mundo Israelita optaron, bien por subrayar que lo impor-tante era que se trataba de un buen judío que amaba a su pueblo, sin precisar su posición ideológica, o bien por matizar de algún modo su �liación resaltando las diferencias con el programa seguido por la Federación Sionista Argentina. A tal �n, apelaban a términos como

“sionismo condicional”, “sionismo de etiqueta” o “�losionismo”:

Lo cierto es que no es partidario ni adversario del sio-nismo en el sentido vulgar y corriente de la palabra. Como todo buen judío, tiene marcada simpatía por la obra reali-zada por los sionistas, especialmente en lo que concierne a la faz cultural [...] Einstein sabe que el sionismo no resol-verá la cuestión judía, y así lo expresa con sinceridad, sin que esto haya sido un óbice para que hiciera propaganda a favor de la Universidad de Jerusalem. Este criterio de ele-vada tolerancia no lo comprenden, desgraciadamente, los paladines profesionales del nacionalismo judío, y han tra-tado de explotar el nombre del sabio para �nes partidistas. (MI, 28 de marzo de 1925)

Tan preocupante como la identi�cación de Einstein con el sio-nismo resultaba que así lo mostraran los sionistas a la opinión pú-blica argentina: “lo hacen aparecer preocupado exclusivamente del sionismo y como si juzgara al país y a todas sus instituciones a través de las relaciones que existen entre ellos y la colectividad ju-día” (MI, 4 de abril de 1925). Para la “constelación Hebraica”, Eins-tein constituía un emblema de sus propias aspiraciones frente a la sociedad general y la reducción de Einstein al sionismo ponía en riesgo toda su iniciativa. Pero esta identi�cación de Einstein con el sionismo no partía únicamente de las proclamas de los activistas sionistas: fue el propio físico quien en distintas oportunidades se encargó de rea�rmar su adhesión a esta causa y si Mundo Israelita pretendía seguir de cerca sus actividades y palabras, no podía si-lenciar esas opiniones. Ese fue el caso de la conferencia “Algunas re�exiones sobre la cuestión judía”, que Einstein ofreció en el acto de homenaje realizado por la comunidad judía pocos días antes de su partida. Allí, como parte de una argumentación más extensa

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sobre la historia judía moderna europea y sobre los problemas que debían enfrentar los judíos europeos hacia la tercera década del siglo XX, Einstein señalaba:

En lugar de la vieja unidad que suponía la comuni-dad, en vez del quebrantado lazo religioso, es menester crear una nueva base para nuestra unidad nacional. [...] La renovación nacional que ha traído el sionismo es de la mayor importancia para la conservación del judaísmo: La nueva generación ya se ha digni�cado: la juventud israeli-ta posee ya su ambiente propio. No debe mendigar ni estar cabizbaja delante de puertas extrañas [...] La centraliza-ción sionista de nuestro pueblo en Palestina renovará esa tradición cultural. Nos hallamos todavía en el comienzo de la restauración del antiguo espíritu judío. La Universidad Hebrea representa el primer paso en el cambio que debe-mos seguir para ser dignos de nuestro glorioso pasado. (MI, 25 de abril de 1925)

Las tensiones con el sionismo alrededor de la �gura de Eins-tein estuvieron lejos de suavizarse tras la partida del físico. Más aún, pareciera que la distancia del visitante, al posibilitar atribuir-le expresiones que muy probablemente nunca manifestó, resultó especialmente propicia para saldar cuentas pendientes entre estos sectores. Mauricio Nirenstein –ya señalado como un actor clave en la gestación del proyecto y en el acompañamiento de Einstein durante su travesía– publicó en la revista Verbum del Centro de Estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires una crónica titulada “Einstein en Buenos Aires”, luego reproducida en agosto de ese año por Mundo Israelita y en 1935 por el número dedicado a Einstein de la revista Trapalanda, dirigida por Samuel Glusberg. Nirenstein recapitulaba allí distin-tos acontecimientos para describir la actividad del cientí�co en el país. Pero el texto, no necesariamente verídico, se valía de la voz de Einstein para atacar con dureza a distintos actores, así como para encumbrar a sus cercanos. La división era clara: periodistas, sionistas, representantes de periódicos idish, por un lado, y la elite cultural y universitaria por el otro.

Con implacable ironía, Nirenstein relataba una anécdota que ponía en ridículo a la dirigencia sionista. Allí describía el modo en que una turba de periodistas se introdujo en el camarote del físico

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apenas amarró el barco en Montevideo, camino a la Argentina, para atosigarlo con preguntas que, por razones de idioma, Eins-tein no podía responder. Junto a él se hallaban los representantes universitarios que “refrenamos nuestra impaciencia de conversar” y delegaciones sionistas. La muchedumbre y el calor, resaltaba Ni-renstein, hicieron que Einstein acudiera a uno de los representan-tes sionistas para que, con su mediación, pudiesen continuar las entrevistas en un lugar más abierto. Pero el delegado sionista solo ofreció su ayuda para hablar sobre Jerusalén, tema que uno de los

“reporters” había traído a colación:

–Acaba de decirme, agrega con voz estentórea, que la reconstrucción de Israel es el hecho más importante de la historia contemporánea (Veinte reporters escriben afanosa-mente.)

–Por favor, dice Einstein, me ahogo.–Con la ayuda de Inglaterra, en breve Sión llegará a

ser el centro de la cultura mundial. (Los periodistas conti-núan escribiendo.)

–Dígales que en Buenos Aires, agrega Einstein, con más tiempo y comodidad, explicaré los motivos que me mue-ven a colaborar en la obra sionista.

–Israel, poderoso como en los tiempos de David, será el honor de la raza humana y el escudo contra la injusticia.

Y así prosigue imperturbable nuestro improvisado Isaías, hasta envidar el resto del discurso que se traía pre-parado.

Nuestro sabio, guiado por Butty –para estos casos son los ingenieros– logra salir del brete, sin que lo noten los diaristas. Desde lejos escuchamos aún la voz de Isaías:

–Miel, leche y vino correrán de nuevo, y la desventura secular se habrá borrado para siempre… (Verbum, 1925: 170).

Sin embargo, el énfasis en la oposición entre el sector inte-gracionista liberal y el sionismo no debe llevar a suponer que las confrontaciones quedaban acotadas a estos polos, pues el escenario era más complejo. El resto de los sectores sostenían entre sí agrios combates que excedían por mucho a la �gura de Einstein, pero que encontraban en el físico un objeto especialmente signi�cativo de disputa. Por caso, al igual que la constelación hebraica, la izquierda �locomunista de habla idish se hallaba igualmente interesada en

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minimizar la adhesión sionista de Einstein, tal como queda ma-nifestado, por ejemplo, en un artículo como “Nuestra charla con Albert Einstein” (Di Presse, 27 de marzo de 1925). Asimismo, la presencia de Einstein despertó o actualizó diferencias entre la cons-telación hebraica y otros sectores, tales como el arco de periódicos e instituciones culturales de lengua idish y una fracción importante de la comunidad sefaradí, aunque frente a ellos la identi�cación de puntos de vista entre Einstein y la constelación hebraica no corría igual riesgo que en la disputa con los sionistas. Frente a estos sec-tores se trataba ante todo de defender el papel desempeñado en la visita por la Asociación Hebraica y su pretensión de conquistar un lugar de centralidad en la comunidad judía. Mundo Israelita ape-laba entonces, no a una discusión política e ideológica, sino a la descali�cación cultural y social de esos grupos, para resaltar por contraste el carácter de elite de la constelación.

Luego de manifestar su irritación por el silencio de un diario idish acerca del rol de la Asociación Hebraica en la próxima llegada de Einstein y por la poca atención prestada a este acontecimiento, Mundo Israelita señalaba en “La «unión internacional del judaísmo»”:

Si en vez de la Asociación Hebraica y en lugar del hombre más genial de nuestro tiempo, hubiese sido una biblioteca minúscula de Villa Crespo la invitante y el invi-tado fuera un oscuro garabateador de papeles polaco, ¡en qué forma no habrían ensalzado la iniciativa los intérpre-tes de la opinión pública israelita local! (MI, 21 de marzo de 1925)

El “verdadero origen de todos los con�ictos que separan a la colectividad en dos grupos irreconciliables”, insistía el periódico al-gunas ediciones después, era de “mentalidades”, ya que “la mayoría, como ya dijimos, pertenece, por ahora, a los judíos orientales; el por-venir, en cambio, es de la nueva generación, que será occidentalista o no será nada” (MI, 11 de abril de 1925).

La preocupación de Mundo Israelita respecto del mundo sefa-radí ocupaba menos lugar que el asignado al creciente y cultural-mente más próximo mundo cultural idish. Pero en el primer caso, por contrapartida, el trato revelaba un mayor desdén. El título mis-mo de la principal y prácticamente única nota publicada durante la visita de Einstein donde se criticaba al sector sefaradí vaticinaba el tono despectivo del texto: “La revista sefardiota «Samuel» aprueba

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públicamente las teorías de Einstein”. El artículo aludía con leve disimulo a la publicación periódica “Israel” de Samuel Levy, quien habría viajado también a Montevideo a recibir a Einstein en nom-bre de los judíos de origen marroquí: “mientras los hombres que llamamos cultos se complacen en testimoniar a Einstein su admira-ción [...] el sefardiota director de “Samuel” convoca a su cofrades del rito español para organizar al eximio físico un homenaje separado, esencialmente medioeval” (MI, 28 de marzo de 1925).

A �n de dar autoridad a las invectivas, la nota concluía ponien-do en boca de Einstein expresiones fuertemente descali�cadoras que con toda seguridad el físico jamás manifestó.

Consideraciones �nales

El contraste entre el seguimiento que hicieron los principales periódicos y revistas argentinas del pasaje de Einstein por el país y el punto de vista de la comunidad judía, en especial de la fracción que promovió su visita, muestra hasta qué punto su presencia se refractó en función de sectores y grupos sociales diferenciados. Si el lugar otorgado al pensamiento político de Einstein en la prensa ar-gentina fue reducido en comparación al espacio dedicado a las dis-cusiones cientí�cas y �losó�cas sobre su teoría cientí�ca (de Asúa y de Mendoza, 2006) y a sus actividades diarias (Gangui y Ortiz, 2005), las publicaciones periódicas judías muestran exactamente la cara inversa. La ciencia quedaba en este caso relegada en favor de sus opiniones y acciones políticas en relación con lo judío.

La importancia asignada a este plano de su biografía y pen-samiento era indisociable tanto de las propias posiciones públicas asumidas por Einstein en los años previos a su visita, como del inte-rés común de los actores comunitarios por resaltar que Einstein no sólo era judío, sino que era un judío comprometido con el destino de su pueblo. Fuera de este mínimo denominador común, el sentido úl-timo de su pensamiento era disputado por distintos sectores, en es-pecial el sionismo y el integracionismo liberal, aunque la izquierda también intentaba lo propio resaltando su posición antinacionalista y su interés en la experiencia de los judíos en la Rusia comunista.

Para la vertiente integracionista liberal, representada por la Asociación Hebraica y Mundo Israelita, Einstein sintetizaba el conjunto de sus aspiraciones: un judío universalista, cosmopolita,

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humanista, ilustrado, racionalista, integrado a Occidente a través de la lengua, interesado y sensible por su pueblo y que entendía al judaísmo no como religión sino como nación, como cultura. Su �gura se anudaba así a la de otros nombres como Baruj Spinoza, Heinrich Heine y Stefan Zweig. Con Einstein, la constelación hebraica pro-curaba apuntalar ante la elite social y cultural argentina una re-presentación del judío acorde a estos valores y conquistar un lugar de prestigio y reconocimiento en el seno de la vida judía de Buenos Aires. Sin el impulso dado por estos propósitos, pero tampoco sin el apoyo material de un grupo de ricos empresarios y comerciantes judíos y sin los contactos que las redes intelectuales que los unían con la Universidad, seguramente la visita no habría tenido lugar.

Con la partida de Einstein, el 23 de abril, las disputas en torno a su �gura declinaron y dieron paso a otras controversias igual de intensas. Pero no por ello su nombre perdió signi�cación: no sólo los periódicos comunitarios continuaron informando acerca de sus acciones y tomas de posición políticas y culturales sobre lo judío, sino que en marzo de 1930 se creó un instituto secundario judío con su nombre que tenía entre sus docentes a un par de importantes intelectuales de la colectividad. El peso de su �gura todavía puede encontrarse más adelante en el tiempo, en el número especial de 1935 de la revista Trapalanda dedicado a Einstein, dirigida por Samuel Glusberg, partícipe de la constelación hebraica, así como en la edición homenaje a raíz del fallecimiento del físico de la revista Davar, de la Sociedad Hebraica Argentina, en 1955. De cualquier modo, tal vez la repercusión más importante de su visita se halle menos en esta clase referencias que en el reconocimiento y adhesión del integracionismo liberal al proyecto de la Universidad Hebrea de Jerusalén. En octubre de 1925, un grupo hombres ligados a la constelación hebraica, entre los que se hallaban Alberto Gerchu-noff, León Dujovne y Samuel Glusberg, crearon el Instituto de la Universidad Hebrea de Jerusalén en Buenos Aires. Su objetivo era propiciar el intercambio cultural y académico haciendo conocer lo judío en Buenos Aires y lo argentino en Jerusalén; particularmente, buscaba apoyar “los diversos Institutos de especialización, parti-cularmente del de Física, que funciona bajo la dirección del sabio Einstein” (MI, 3 de octubre de 1925). Marcado por la impronta de la constelación hebraica, el Instituto sería presidido pocos años des-pués por Leopoldo Lugones y contaría en su direccion, entre otros, con Coriolano Alberini y Mauricio Nirenstein.

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Con el ascenso del nazismo en Alemania y la irrupción del na-cionalismo antisemita en la escena política argentina en la década de 1930, se precipitó un cambio en el sistema de referencias ideo-lógicas y en la orientación de las principales instituciones judías argentinas que dejó un lugar cada vez más estrecho a la versión más optimista del integracionismo liberal. Frente a esta deriva, la visita de Einstein revela un tiempo de la vida judía en el país y, por lo tanto, de la vida argentina en general, en que el horizonte estaba abierto para la clase de aspiraciones políticas y culturales abriga-das por la “constelación hebraica”.

Fuentes

Davar

Di Presse

Mundo Israelita

Trapalanda

Verbum

EINSTEIN, A. (1931), About Zionism. Speeches and letters, Nueva York, The Macmillan Company, pp. 38-40.

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