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DE UTOPÍAS «TRIUNFANTES», FRACASAS Y ¿VENIDERAS? Pedro José MARIBLANCA CORRALES Universidad de Granada [email protected] De todas las utopías que se han configurado en la Edad Contemporánea son tres, desde nuestro punto de vista, las que más han destacado a la hora de constituir una realidad socio-económico-cultural-filosófica: la del capitalismo, la del comunismo marxista y la del anarquismo. El propósito de este trabajo es analizar y revisar críticamente cada una de ellas a través de algunos de sus principales postulados. Si hablamos de utopías triunfantes, fracasadas y venideras es porque consideramos que el capitalismo se ha consolidado como el sistema imperante y con más apoyo desde su nacimiento hasta la actualidad; el comunismo de la doctrina marxista (con todos los ismos que queramos ponerle detrás) ha sido un proyecto con carta de naturaleza en diferentes países durante cierto período de tiempo que, por su política, ha tenido muchos problemas para lograr su permanencia y expansión; y el anarquismo, que, si bien es cierto que ha gozado de fuerza en el período de finales del siglo XIX y primera mitad del siglo XX en algunos puntos geográficos, todavía no ha sido un proyecto que haya tenido la oportunidad de desarrollar profundamente todos los estatutos que lo definen. MAQUIAVELO Y SU RELACIÓN CON LA UTOPÍA TRIUNFANTE ¿Por qué Maquiavelo a la hora de hablar de la utopía del capitalismo si su trabajo no es de la Edad Contemporánea? ¿Por qué lo elegimos si, como Louis Althusser y Antonio Gramsci hicieron a través de una relectura de sus trabajos, podemos vislumbrar en él un enfoque totalmente distinto al que siempre se ha hecho, por ejemplo, de su obra El Príncipe? Precisamente por ello, porque la lectura que siempre se ha hecho de Maquiavelo (la lectura que ha dominado sobre el autor florentino) es la que ha servido, junto a las teorías de otros autores, para establecer y justificar el capitalismo como mejor sistema a la hora de controlar y organizar todos los Estados-nación que aparecieron en el siglo XIX, época en la que, a causa de todos los cambios del contexto, se dice que arranca la Edad Contemporánea. Sin embargo, antes de hablar del Maquiavelo «capitalista», me gustaría destacar ciertas ideas del materialismo en Maquiavelo. El Maquiavelo materialista Si, siguiendo las reflexiones de Louis Althusser y Antonio Gramsci sobre Maquiavelo, indagamos profunda y detenidamente en los trabajos del autor florentino podemos observar en él una posición totalmente diferente a la que las interpretaciones posteriores han mostrado de él, interpretaciones que se han dedicado intencionadamente a establecer y encumbrar al Poder. Ambos autores, con sus correspondientes diferencias interpretativas, plantean que lo que busca Maquiavelo no es un Estado autoritario (como siempre se ha dicho) sino un Estado cuyo Príncipe si bien es cierto que tiene que ser fortísimo en todos los sentidostrabaje por y para su pueblo, que a fin de cuentas es la gran base sobre la que los Estados se asientan. Lo que Althusser y Gramsci en mayor

DE UTOPÍAS «TRIUNFANTES», FRACASADAS Y ¿VENIDERAS?

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DE UTOPÍAS «TRIUNFANTES», FRACASAS Y ¿VENIDERAS?

Pedro José MARIBLANCA CORRALES

Universidad de Granada

[email protected]

De todas las utopías que se han configurado en la Edad Contemporánea son tres,

desde nuestro punto de vista, las que más han destacado a la hora de constituir una

realidad socio-económico-cultural-filosófica: la del capitalismo, la del comunismo

marxista y la del anarquismo.

El propósito de este trabajo es analizar y revisar críticamente cada una de ellas a

través de algunos de sus principales postulados.

Si hablamos de utopías triunfantes, fracasadas y venideras es porque

consideramos que el capitalismo se ha consolidado como el sistema imperante y con

más apoyo desde su nacimiento hasta la actualidad; el comunismo de la doctrina

marxista (con todos los –ismos que queramos ponerle detrás) ha sido un proyecto con

carta de naturaleza en diferentes países durante cierto período de tiempo que, por su

política, ha tenido muchos problemas para lograr su permanencia y expansión; y el

anarquismo, que, si bien es cierto que ha gozado de fuerza en el período de finales del

siglo XIX y primera mitad del siglo XX en algunos puntos geográficos, todavía no ha

sido un proyecto que haya tenido la oportunidad de desarrollar profundamente todos los

estatutos que lo definen.

MAQUIAVELO Y SU RELACIÓN CON LA UTOPÍA TRIUNFANTE

¿Por qué Maquiavelo a la hora de hablar de la utopía del capitalismo si su

trabajo no es de la Edad Contemporánea? ¿Por qué lo elegimos si, como Louis

Althusser y Antonio Gramsci hicieron a través de una relectura de sus trabajos,

podemos vislumbrar en él un enfoque totalmente distinto al que siempre se ha hecho,

por ejemplo, de su obra El Príncipe? Precisamente por ello, porque la lectura que

siempre se ha hecho de Maquiavelo (la lectura que ha dominado sobre el autor

florentino) es la que ha servido, junto a las teorías de otros autores, para establecer y

justificar el capitalismo como mejor sistema a la hora de controlar y organizar todos los

Estados-nación que aparecieron en el siglo XIX, época en la que, a causa de todos los

cambios del contexto, se dice que arranca la Edad Contemporánea.

Sin embargo, antes de hablar del Maquiavelo «capitalista», me gustaría destacar

ciertas ideas del materialismo en Maquiavelo.

El Maquiavelo materialista

Si, siguiendo las reflexiones de Louis Althusser y Antonio Gramsci sobre

Maquiavelo, indagamos profunda y detenidamente en los trabajos del autor florentino

podemos observar en él una posición totalmente diferente a la que las interpretaciones

posteriores han mostrado de él, interpretaciones que se han dedicado intencionadamente

a establecer y encumbrar al Poder. Ambos autores, con sus correspondientes diferencias

interpretativas, plantean que lo que busca Maquiavelo no es un Estado autoritario (como

siempre se ha dicho) sino un Estado cuyo Príncipe –si bien es cierto que tiene que ser

fortísimo en todos los sentidos– trabaje por y para su pueblo, que a fin de cuentas es la

gran base sobre la que los Estados se asientan. Lo que Althusser y Gramsci –en mayor

grado– consideran es que Maquiavelo abogaba más por el materialismo que por el

absolutismo.

Para comprobar las tesis de Althusser y Gramsci es necesario observar si la obra

más conocida de Maquiavelo, El Príncipe, puede ser considerada o no un manifiesto

político revolucionario. Como mostró Althusser, en esta apreciación es necesario definir

la «forma manifiesto» en tanto género específico de texto, por lo que habrá que llevar a

cabo la comparativa de las características de El Príncipe con las del manifiesto político

paradigmático que es el Manifiesto del Partido Comunista de Marx y Engels. En ambos

trabajos podremos observar una descripción de lo real en la que no se marcha

verticalmente desde un arriba hacia un abajo, «desde la cumbre a la base, del Estado y

del centro capitalista a la sociedad y a los círculos de producción, sino como una

superficie de la que nosotros aferramos un centro, una circunferencia compacta y,

finalmente, los márgenes que se amplían más allá de ésta»1. En ese centro, donde se

concentran el Estado, los partidos políticos y los embaucadores del ser, lo que hay es un

espacio vacío, alrededor del cual se encuentra la sociedad, situada al margen, un margen

en el que «se abren movimientos libres de reconstrucción cultural más allá de la

explotación y de la opresión política, momentos de existencia colectiva comunista»2.

Así, en ambos trabajos, el todo del ser regresaría al pueblo para construir nuevos sujetos

y luchar contra el vacío del centro, lo político sería un movimiento de la multitud y no

de un centro, y el objetivo estaría representado por la auto-producción del sujeto.

Según Althusser, en Maquiavelo, no es tanto el proyecto del Principado lo que

cuenta como el carácter radical que su pensamiento expresa, pensamiento de lo nuevo.

Ese pensamiento nuevo lo que busca y desea es un Estado unitario con un Príncipe

nuevo que esté ontológicamente presente en las masas. En Maquiavelo, el centro vacío

del que hablábamos más arriba debe ser ocupado por una figura ya existente como es el

Príncipe, pero con nuevas características, actitudes y cualidades. El Príncipe es

necesario para forjar la unidad, reunir los elementos reales o potenciales, defender la

unidad realizada y extender las fronteras. Sin embargo, la unidad estatal bajo un

Príncipe «no asegura sus funciones militares de unificación, de defensa y de conquista

si no asegura al mismo tiempo las políticas, jurídicas, económicas e ideológicas»3. El

Príncipe es el futuro en el seno del pasado y del presente, un soberano absoluto al que la

historia «confía una tarea» decisiva: «dar forma» a una «materia» ya existente pero que

busca una nueva constitución.

¿Por qué recomienda Maquiavelo al Príncipe que él define como lo mejor que

puede ocurrirle a un territorio? Ante las adversidades coyunturales a las que Italia se

enfrentaba en el contexto histórico del florentino (división, fragmentación, miseria,

guerras, injerencias externas), Maquiavelo observa un problema que está objetiva e

históricamente planteado por el caso de la coyuntura, buscándole solución. Esa

solución, como hemos señalado, es el Príncipe, un individuo de excepción, dotado de

virtú, el cual, partiendo de la nada o de algo, podrá modificar las fuerzas propicias para

unificar la nación italiana bajo su dirección. Pero Maquiavelo no sólo establece esta

solución para Italia, sino que advierte que para que otros Estados no pasen por la misma

situación lo más recomendable es su Príncipe. Una vez descrito el problema y

encontrada la solución, una vez fijado el objetivo y la forma política de su realización –

el Príncipe–, lo que hace Maquiavelo es «definir la práctica política que éste necesita

para tener éxito: las formas, los medios y los procedimientos de su práctica»4. Ahora

1 Louis, ALTHUSSER. Maquiavelo y nosotros. Madrid: Akal, 2004, p. 26.

2 Ibid. p. 26

3 Ibid. p. 51

4 Ibid. p. 57

bien, en el proyecto de Maquiavelo «hay una distancia ineluctable entre el sujeto (la

multitud) y el objeto (el Príncipe y el Estado libre)»5, distancia que implica que el

Príncipe sea un aparato democrático destinado a unir sujeto con objeto. Maquiavelo

definirá y hablará del objeto, pero «se sitúa en el punto de vista del pueblo»6, es decir,

en torno al sujeto, por lo que el Príncipe debe ser un Príncipe popular, un actor que

llene el vacío para satisfacer al pueblo con el que está ligado, pueblo que ve en él a la

persona que llevará a cabo la unificación y traerá la prosperidad. En este sentido, el

Príncipe se deberá al pueblo y todo lo que un buen Príncipe tiene que hacer ha de

resultar en beneficio del pueblo. De esta forma, lo idóneo es la llegada del Príncipe,

elemento que el pueblo deseará debido a que supondrá una fuerza política, un motor

nuevo, capaz de producir un acontecimiento en pro de la población.

Así, lo mejor para un Estado es la fuerte dirección de un centro, en este caso un

Príncipe, pero su práctica «es ininteligible si no se sabe que ese Estado es un Estado

enraizado en el pueblo, un Estado popular. La naturaleza popular del Estado determina

la práctica política del Príncipe»7. El Príncipe es un aparato de Estado, detentador del

poder de Estado, pero su actividad se restringe únicamente a lo político, no a la

organización social de un pueblo en todas sus manifestaciones. Y aunque es cierto que

la máquina de este Estado maquiaveliano descansa en dos elementos como son la fuerza

–representada por el ejército– y el aparato político-jurídico –representado por el sistema

de leyes–, existe un tercer elemento no menos importante como es el consentimiento del

pueblo. Aquí, se desbroza finalmente la terminología que anticipa –según Louis

Althusser, Antonio Gramsci o Toni Negri–, la teoría marxista. «Ser un Príncipe (según

las propuestas novedosas que establece Maquiavelo) es saber forjar estos instrumentos

de poder de Estado o hacerse cargo de ellos y saber ponerlos en práctica para realizar

una política popular»8

Las tesis de la utopía capitalista basadas en Maquiavelo

Aunque en Maquiavelo tiene gran peso el materialismo, sin embargo sus escritos

han sido mayoritariamente interpretados de otra forma y con unos objetivos diferentes a

los suyos, como son el establecimiento y la permanencia del capitalismo

independientemente de cuál sea su apellido (liberal, neoliberal, colonialista o

imperialista), para ejercer un fortísimo control sobre el territorio donde éste se asiente

sin importar las personas, sino el poder. Quizás esto se deba a una mala lectura del

«Maquiavelo materialista» o a una lectura intencionada.

Ahora bien, hay que hacer varias aclaraciones, pues en el capitalismo no hay un

Príncipe como tal a la cabeza del sistema, pero sí podemos ver ese Príncipe

representado en el ente que comúnmente conocemos por «Poder», donde tienen cabida

tanto los elementos más fuertes –en todos los sentidos– en los organigramas territoriales

(bancos, corporaciones, empresas privadas, holdings, multinacionales, etc.), así como

los Estados que se deben a esos poderes.

El capitalismo no sitúa como fin de su utopía un Príncipe, pero sí una fuerza

potente capaz de dirigir y organizarlo todo. El capitalismo no tiene como meta satisfacer

al pueblo sobre el que se asienta sino dominarlo y anularlo. El Estado, para el

capitalismo, representa al príncipe, ya que es a través de él que se establecen

regulaciones, leyes, etc. para mantener su orden y su control. No es que el capitalismo

abogue por el sostenimiento de los Estados (si por él fuera, el control sería suyo) pero

5 Antonio, NEGRI y Michael, HARDT. Imperio. México: Paidos Ibérica, 2005, p. 55.

6 Ibid. p. 54

7 Louis, ALTHUSSER. Maquiavelo y nosotros. Madrid: Akal, 2004, p. 110

8 Ibid. p. 111

sabe de la necesidad de su existencia para que el chivo expiatorio de sus decisiones no

sea él sino los Estados-nación.

A través de una serie de citas de Maquiavelo intentaremos mostrar la

interpretación que de ellas ha podido hacer capitalismo para instalar y consumar algunos

de sus objetivos utópicos.

A los hombres hay que mantenerlos nulos, limitarles en todo9

En el capitalismo, la sociedad, en tanto en cuánto individualidad o colectividad,

sólo tiene importancia productiva. La sociedad sólo interesa como objeto para el trabajo

y no como sujeto, puesto que el capitalismo únicamente se centra en el desarrollo del

capital, la acumulación de riquezas y en las corporaciones que llevan a cabo el

movimiento y desarrollo de ambos. El Mercado lo regulará todo y ante ello sólo hay que

trabajar, nada más. La nulidad se consigue haciendo que el trabajo sea automatizado y

hecho propio, controlando la forma de pensar de las personas (a través de numerosos

dispositifs), imponiendo necesidades banales, creando una atmósfera de alienación, etc.

Todos los principados de que se guarda memoria han sido gobernados (…) o

por un príncipe que elige de entre sus siervos (...) todos los ministros que lo

ayudarán a gobernar, o por un príncipe asistido por nobles (...). Estos nobles

tienen Estados y súbditos propios (...)10

Desde el nacimiento de los Estados-nación (equiparados aquí a los principados

de los que habla Maquiavelo) también podríamos observar dos tipos de gobierno pero

contemplados en uno solo. Estos gobiernos son los que, «democráticamente» elegidos,

cuentan con un equipo de ministros y presidentes que se dedican a gobernar a dicho

pueblo. Pero a la par, estos gobiernos también representan, alegóricamente, al segundo

tipo de gobierno que Maquiavelo define, con poderes fácticos como sustitutos de los

nobles. Estos poderes fácticos no tienen Estados y súbditos propios pero sí una

autoridad informal –apoyada en un gran dispositivo económico– y una gran capacidad

de presión para influir políticamente. Como los principados que se apoyan en nobles, la

mayoría de los Estados-nación existentes en el capitalismo se deben a los poderes

fácticos, puesto que son ellos los que determinan y disponen los presupuestos, las

relaciones internacionales, el sustento, etc. de cada uno. Para conseguir sus objetivos, el

capitalismo aboga por la conjunción de ambos modelos, es decir, el Estado que,

socorrido y dirigido por ministros y poderes fácticos, controla a la sociedad.

Hay tres formas de conservar un Estado (...) antes de ser adquirido: primero,

destruirlo; después, radicarse en él; por último dejarlo regir por sus leyes11

Para alcanzar y culminar su proyecto utópico, el capitalismo desarrollará al

máximo estas palabras, si bien es verdad que con ciertas diferencias. Respecto a la

primera forma de conservación, como la historia nos muestra, el capitalismo –

principalmente a través del colonialismo y el imperialismo– ha destruido, a través de

sus diferentes órganos –con Estados-nación, ejércitos, organismos internacionales–

gobiernos (y sigue haciéndolo) mediante la intromisión económico-político-militar-

socio-cultural, a veces por la fuerza, otras mediante alienación. En cuanto a la

9 Nicolás, MAQUIAVELO. El Príncipe. Madrid: Alianza, 2010, p. 9

10 Ibid. p. 20

11 Ibid. p. 24

radicación, para conseguirla en un Estado-nación, el capitalismo puede prescindir de

destruirlo ya que puede inmiscuirse en él de muy diferentes formas, la mayoría de ellas

muy relacionadas con asuntos económicos y geopolíticos. La radicación en un Estado,

para el capitalismo, no es algo complicado de conseguir, al igual que tampoco le es

difícil mantenerla ya que el control que ejercerá sobre los gobiernos será enorme, pues

contraerán una gran deuda (da igual del tipo que sea) con él. Y acerca de la cuestión de

dejar a cada Estado-nación regir por sus leyes, el proyectó utópico capitalista no tendrá

impedimentos ya que dejará a todo gobierno que lo haga si bien es cierto que bajo sus

«consejos» y «sugerencias». El capitalismo es el que, a la sombra, impone y determina

cómo han de ser las leyes en un Estado-nación; redactarlas y establecerlas es asunto del

gobierno de turno, lo que hace que el sistema capitalista se exima de ser considerado

como el responsable de las consecuencias que tengan las leyes. Una vez logrado el

asentamiento sin problemas, la utopía se habrá alcanzado y se podrá gobernar, pero sin

hacerlo visiblemente y sin responsabilidades directas.

Otra premisa maquiaveliana en la que el capitalismo fija una gran atención será:

Los pueblos son tornadizos; (…) si es fácil convencerlos de algo, es difícil

mantenerlos fieles a esa convicción12

De cara a evitar esta dificultad, el capitalismo creará primero una «Sociedad

disciplinaria» que utilizará una serie de dispositifs y aparatos que producen y regulan las

costumbres, hábitos y prácticas productivas para asegurarse la obediencia a sus reglas y

a sus mecanismos de inclusión y/o exclusión. Estos dispositifs están representados en

las instituciones disciplinarias (prisiones, fábricas, asilos, hospitales, universidades,

escuelas, etc.) que estructuran el terreno social y presentan lógicas adecuadas a la

«razón» de la disciplina. Estas instituciones contarán con un consejo de personas

autocalificadas como «intelectuales» o «científicos» al que se le encarga la

identificación de «lo verdadero», la identificación de lo que el pueblo debe seguir. Pero

debido a la resistencia frente a la sociedad disciplinaria, el capitalismo crearía una nueva

máquina: la «Sociedad de control», administrada por lo que Michel Foucault llamó

biopouvoir (biopoder), una forma de poder que regula la vida social desde su interior,

siguiéndola, interpretándola, absorbiéndola y rearticulándola. El Poder, así, logrará un

comando efectivo sobre toda la vida de la población, infiltrando cada vez más la vida

para administrarla. «El biopoder, pues, se refiere a una situación en la cual el objetivo

del poder es la producción y reproducción de la misma vida.»13

Con el biopoder, el

Poder ya no se alza delante de la «sociedad civil» como sujeto, sino que adhiere a la

vida y la vida lo adhiere a él. Así, la fidelidad social a las convicciones establecidas es

mucho más aprehensible.

Llamaría bien empleadas a las crueldades (si a lo malo se lo puede llamar

bueno) cuando se aplican de una sola vez, por absoluta necesidad de

asegurarse, y cuando no se insiste en ellas sino, por el contrario, se trata de que

(…) se vuelvan todo lo beneficiosas para los súbditos14

(...) es necesario que todo príncipe que quiera mantenerse aprenda a no ser

bueno15

12

Ibid. p. 29 13

Antonio, NEGRI y Michael, HARDT. Imperio. México: Paidos Ibérica, 2005, p. 25 14

Nicolás, MAQUIAVELO. El Príncipe. Madrid: Alianza, 2010, p. 46 15

Ibid. p. 79

Un príncipe no debe preocuparse porque lo acusen de cruel, siempre y cuando

su crueldad tenga por objeto el mantener unidos y fieles a los súbditos16

Aquí adquieren un rol importante la represión y el orden así como las fuerzas

encargadas de administrarlos, consideradas como algo malo pero defendidas como una

cuestión absolutamente necesaria. Aquí tienen un gran protagonismo tanto la policía

como los dispositifs disciplinarios (religión, escuelas, sociedad familiar, derecho,

partidos e ideologías políticas, asociaciones, medios de comunicación, cultura, etc.)17

; la

primera encargada de mantener el orden y ejercer la represión contra todo aquello que

se considere, por parte del Estado, como peligroso; los segundos para internalizar en las

personas qué es bueno o malo. Estos serán los medios que el Estado pondrá al servicio

de la supervivencia artificial de la ficción del Uno que él es. Toda su realidad se

condensará en esos medios, con los cuales asegurará el mantenimiento del orden, «pero

de un orden exterior, ahora público»18

. El capitalismo y sus garantes y vasallos llevarán

por bandera la máxima: «Fuera de mí, el desorden», siendo que fuera de él no está el

desorden, sino una multiplicidad de órdenes. Nada más nacer ya convivimos con todos

estos aparatos que conforman nuestras vidas y separarse de ellos será muy complicado

ya que, debido al biopoder, la alienación y sumisión a los mismos son abrumadoras.

El pueblo, cuando comprueba que no puede hacer frente a los grandes, cede su

autoridad a uno y lo hace príncipe para que lo defienda19

Éste es uno de los deseos más ansiados entre los poderes fácticos y los Estados

insertos en el capitalismo: el sometimiento y la desgana de la sociedad para hacerles

frente. Esta indiferencia de la sociedad ante el capitalismo tiene un gran ejemplo en la

actual España, donde hay: casi 6 millones de parados, una tasa del 57,7% de paro

juvenil, una media de unos 180 desahucios por día, una tasa del 29.9% en pobreza

infantil y muchísimos problemas más; y sin embargo, una elevada proporción de la

población no hace mucho por cambiar la situación pensando que «podíamos estar peor».

Esta lectura de Maquiavelo, junto a la de otras teorías económicas, políticas,

sociológicas y filosóficas, ha permitido al capitalismo posicionarse como el sistema

dominante en la Historia Contemporánea.

LA UTOPÍA FRACASADA

Hablaremos ahora del comunismo predominante en la Historia Contemporánea:

el marxista; el cual no definiremos debido a la falta de espacio y a que sus propuestas e

ideas pueden ser fácilmente rastreadas en una gran infinidad de material, tanto propio

como analítico y crítico.

Nuestro interés es explicar por qué entendemos por «fracasada» esta utopía

comunista y cuáles son los puntos más importantes en los que observamos ese fracaso.

En este tipo de comunismo, creado y teorizado primero por Karl Marx y

Friedrich Engels y desarrollado después por Vladimich Ilich Lenin y el resto de

16

Ibid. p. 83. 17

Louis, ALTHUSSER. Ideología y aparatos ideológicos del Estado. Buenos Aires: Nueva visión, 1988 18

TIQQUN. Introducción a la guerra civil. Barcelona: Melusina, 2008, p. 38 19

Nicolás, MAQUIAVELO. El Príncipe. Madrid: Alianza, 2010, p. 49

corrientes que seguirían trabajándolo, «algo se ha roto»20

. Con el transcurrir del tiempo,

desde su creación, esta doctrina del comunismo ha perdido o se ha perdido en la

filosofía práctica que busca y determina los modos para reconstruir un sujeto colectivo.

Y la rotura no sólo se debe a «los efectos perversos desplegados por el estalinismo (u

otras tendencias) sobre el movimiento obrero internacional a partir de la década de los

treinta»21

, sino que es más profunda y está inserta en el movimiento mismo, lleno de

luchas y contradicciones. En sus reflexiones acerca del problema, el filósofo marxista

Louis Althusser no temía la crisis, sino esa ruptura, que no produce efectos

constructivos sino destructivos. La destrucción es observada no sólo en el estalinismo,

sino también en el proceso de formación del pensamiento comunista, en la función

creativa y constructiva.

Los problemas aparecen desde las primeras teorizaciones, es decir, desde Marx,

quién construye «una teoría esencialmente ‘cuantitativa’ del plusvalor de la que se

deducen consecuencias políticas totalmente inapropiadas para acometer la comprensión

y la crítica de la explotación, de la función de la ideología, y de la complejidad de los

procesos de sumisión de la sociedad al capitalismo»22

. Esta teoría es también

insuficiente de cara a construir el Estado de la socialdemocracia a partir de la crítica del

Estado burgués, puesto que a esa crítica no le sigue ni la perspectiva de reconstrucción

del poder en la práctica de las masas ni la crítica preventiva de las desviaciones que

pueda tener la dictadura del proletariado, ni una hipótesis creativa sobre las prácticas

constituyentes de masas que se desarrollan entre la destrucción del Estado y la

construcción de un nuevo orden social.

Si ya el comunismo marxista nace lleno de contradicciones, si hay algo roto, la

crisis no hará sino acrecentar debido a la ortodoxia que siempre ha girado en torno a él

y, sobre todo, a la incapacidad de los diferentes partidos comunistas para trabajar por la

revolución, la cual contó en cierto momento con una práctica al servicio de la misma y

sin embargo ahora deviene en negación de esa posibilidad.

¿Qué opinan al respecto algunos marxistas? Que es necesaria y vital una

redefinición del proyecto como horizonte irreversible de la acción humana y de la

práctica teórica. Y para ello hay que desarrollar una práctica revolucionaria en ausencia

de todas las posibilidades, en el vacío de toda condición, invirtiendo la presunción de

pensar lo real23

; asumir la tarea de pensar lo nuevo sobre el vacío de todas las

condiciones y observar cómo actúa el Poder a través de todos sus aparatos ideológicos

de Estado.

Según afirma Antonio Negri, «el comunismo (...) no se presenta como un

proyecto, sino como resistencia, como contrapoder, como singularidad, y ello acontece

en el corazón del sistema o bien al ‘margen’ del sistema: ahí donde el totalitarismo de la

subsunción capitalista de lo social aún no se ha realizado. Contra el Estado, contra el

capital, contra los partidos, es necesario contar con los movimientos de masas, con la

forma creativa de su expresión»24

, en definitiva, contar con las resistencias del cuerpo,

las resistencias spinozianas. Sin embargo, las palabras de Negri no tienen cabida en el

20

Louis, ALTHUSSER. “Intervention au Colloque de Venise sur la crise du marxisme”. Noviembre 1977 (hojas manuscritas, archivos del IMEC) También ALTHUSSER, Louis. “Enfin la crise du marxisme”, en Il Manifesto, Pouvoir et opposition dans les sociétés post-révolutionnaires. París : Le Seuil, 1978, p. 242-253 21

Louis, ALTHUSSER. Maquiavelo y nosotros. Madrid: Akal, 2004, p. 11 22

Ibid. p. 12. 23

Louis, ALTHUSSER. L’avenir dure longtemps. París: Stock/IMEC, 2007, p. 207 24

Antonio, NEGRI. «Notas sobre la evolución del pensamiento del último Althusser» en ALTHUSSER, Louis. Maquiavelo y nosotros. Madrid: Akal, 2004, p. 18

comunismo, pues antes que las resistencias spinozianas del cuerpo está el partido y,

sobre todo, antes que las masas está el Estado, que no será destruido sino reformado,

por lo que nunca podrá ser creído (Max Stirner).

El comunismo o socialismo marxista fijó una utopía teleológica con un destino

muy parecido al del capitalismo: el fin de la Historia. La Historia, como estableciera

Marx –siguiendo a Hegel–, es un desarrollo sin solución de continuidad. El sacrificio de

las organizaciones proletarias desde finales del siglo XIX, con el objetivo de contribuir

a un «desarrollo de las fuerzas productivas» para que la sociedad pasara del capitalismo

al socialismo de forma incruenta es, según Horkheimer, una «contribución al

fortalecimiento del Estado capitalista encargado de promover ese desarrollo.»25

Walter

Benjamin también lo vio y lo criticó al afirmar que la idea moderna del progreso que el

socialismo adoptó era algo suicida. Y es que este comunismo ha contribuido a conservar

la «sociedad cerrada» que defiende el capitalismo, ya que «la asimilación de las fuerzas

y de los intereses de oposición en un sistema al que se oponían en las etapas anteriores

del capitalismo, y la administración y la movilización metódicas de los instintos

humanos, lo que hace (es convertir) socialmente manejables y utilizables a elementos

explosivos y ‘antisociales’ del inconsciente»26

. Las premisas revolucionarias del

comunismo marxista se han quedado estancadas, dando lugar a una crisis que conlleva

la catástrofe del socialismo real que defienden, dejando que el poder del capitalismo se

haya reafirmado en el paso a la subsunción real de la sociedad en el capital.

Frente a aquello contra lo que pretende luchar –el capitalismo–, el comunismo

marxista ha sido absorbido por la economía y la política de éste, dando lugar a algo que

es casi totalmente parecido: el capitalismo de Estado mediante el Estado autoritario. Ha

permitido que la «sociedad de mercado» haya fomentado la conversión de los bienes en

mercancía y de los seres humanos en propietarios privados, lo que la conduce a los

extremos más altos del capitalismo. Así, ha dejado caer la sociedad de mercado en

manos del capitalismo, lo que hace a las personas perder toda libertad.

El comunismo de corte marxista busca alcanzar el Estado para reformarlo y

dirigirlo, lo que ayudaría a construir una «asociación de hombres libres», una «dictadura

del proletariado», para rescatar la vida social. Para ello, plantea llevar a cabo la

«intervención» a través de una vanguardia intelectual formada por dignatarios de

partido, encargada de organizar y dirigir a las masas, movilizadas con el objetivo de

marchar a una dirección. La libertad en él no existe como tal, ya que es administrada, lo

que hace que su realización sea nula, pues sus raíces desaparecen. Así, observamos en él

también una actitud biopolítica y que el centro vacío que criticaba continúa sin

extenderse a la sociedad que lo rodea.

Mientras el partido es todavía un grupo y no se ha vuelto ajeno a sus fines

antiautoritarios; mientras la solidaridad no ha sido sustituida por la

obediencia; mientras la dictadura del proletariado no se confunda aún con el

dominio del estratega más astuto del partido, su línea general es determinada

precisamente por aquellas disidencias de las que, una vez convertido en

camarilla dominante, sabrá desembarazarse con presteza. Mientras la

25

Max, HORKHEIMER. Estado autoritario. Madrid: ITACA, 2008. p. 9 26

Herbert, MARCUSE. The One-Dimensional Man. Studies in the Ideology of Advanced Industrial Society. Boston: Beacon Press, 1964. p. 7

vanguardia es capaz de actuar sin depuraciones periódicas vive con ella la

esperanza de la sociedad sin clases.27

Que las masas son necesarias en este comunismo para alcanzar el Estado es algo

evidente. Serán enaltecidas, serán consideradas agentes activos, recibirán promesas de

participación directa en la democracia que el comunismo instaurará, etc. Sin embargo,

en los diferentes Estados que el comunismo marxista ha alcanzado, ha ocurrido más

bien todo lo contrario, pues una vez rematada la revolución, ya no hay iguales entre los

que han luchado, sino jerarquías y autoridad. El Estado –insistimos– no se destruye, se

reforma. La reforma será profunda y con muchos cambios respecto al pasado –algunos

muy buenos– pero el ente director a la cabeza seguirá siendo el mismo: el Estado.

¿Ofrece algo diferente el comunismo marxista actual? Parece que no, puesto que el fin

sigue siendo el mismo: alcanzar el poder del Estado para adaptarlo a una nueva realidad.

Los enemigos de la autoridad estatal se han dormido, pero no por sí solos (…)

Con cada porción de planificación realizada, una porción de represión debía

resultar superflua. En vez de ello, el control de los planes ha cristalizado en una

cantidad de represión cada vez mayor (...).

Las masas de seguidores representan ya hoy para el estado autoritario un

peligro no menor que el de los trabajadores libres para el liberalismo (...). El

socialismo no ha funcionado sin la sensación de contar con un gran partido, con

un líder venerado (...). La entrega a las masas que avanzan, la inserción

animosa en la colectividad, todo el sueño de los filisteos que tanto despreciaba

Nietzsche resucita alegremente en las asociaciones juveniles del estado

autoritario. La revolución (…) ha conducido aquí a la cárcel, allá a Siberia.28

La colectivización que se promete durante la revolución se cumple a medias

puesto que no es establecida por los trabajadores, sino por el nuevo Estado, encargado

de administrar las propiedades, la producción y el pensamiento. Se vislumbra así un

nuevo Príncipe, éste comunista, representado también por el Estado y rodeado por

poderes fácticos. Este Príncipe, representado por el gran partido, no tendrá más remedio

que mantenerse al lado de poderes fácticos también –independientemente de que sean

externos o internos al Estado mismo– para garantizar su continuidad. Y las masas de

seguidores, sometidas y aceptado su rol de obediencia, tendrán como tarea expandir la

«Buena Nueva» a sus contemporáneos, si bien es cierto que su participación

democrática será más amplia que en el capitalismo.

Así, el Estado seguirá siendo definido como los Estados-nación modernos, un

teatro de operación de una ficción bífida, donde existiría algo así como neutralidad y

centralidad. Este Estado, que quiere la inmutabilidad escondida tras una serie de

«reformas» sólo buscará, como en el capitalismo, sobrevivir, seguir mostrando esa

ficción. Este Estado, como sus hermanos mayores: el estado absolutista y el estado

liberal, se ve llevado a asediar la totalidad de la actividad social para hacerse cargo a su

vez de la totalidad de la existencia de la humanidad biopolíticamente. Este tipo de

Estado, llamado por Tiqqun como «Estado benefactor» da lugar a una situación en la

cual «el concepto del Estado al servicio del individuo saludable se sustituye por el

concepto del individuo saludable al servicio del Estado»29

, lo que demuestra una vez

más que el centro vacío continúa.

27

Max, HORKHEIMER. Estado autoritario. Madrid: ITACA, 2008. p. 7 28

Ibid. p. 11 29

Michel, FOUCAULT. Estrategias de poder. Obras esenciales, vol II. Buenos Aires: Paidós Ibérica. p. 344

Este comunismo fracasa también en un hecho muy importante: obviar el ciclo de

los gobiernos, su eterno retorno y su degeneración, la dialéctica entre las costumbres y

las leyes, entre las leyes y las instituciones, la constancia de la naturaleza humano y los

efectos de su deseo. No ha atendido a las características propias de los pueblos, sólo

tiene como pretensión que todos funcionen como el primer estado socialista: la Unión

Soviética. Y ahí olvida algo muy importante del materialismo maquiaveliano (pensar lo

nuevo en función de la necesidad) y del materialismo spinoziano (los cuerpos) pues, al

actuar así, deja de lado la realidad presente de cada territorio, la naturaleza de las cosas,

y se fundamenta en lo imaginario, creando un discurso sin sujeto, sólo con objeto, y por

tanto sin destinatario. Esto es algo que podemos observar perfectamente ya que, según

los marxistas, el sujeto (el proletariado), a través de una creciente organización,

conlleva la creación del objeto (el partido y el sistema comunistas), lo que hace que

sobre el sujeto recaiga la formación de la utopía comunista y su posterior obediencia a

ella, nada más.

ET BIEN, L’ANARCHIE

Cerramos nuestro trabajo con la última de las tres utopías que nos proponíamos

estudiar: la anarquía, la única cuyo proyecto no ha sido llevado a cabo con la misma

intensidad y dimensión que las otras; utopía de la que se habla mucho pero de la que, en

general, se sabe o se conoce más bien poco.

Una aproximación a ella requiere de la atención a sus principales postulados a

través de los autores y los movimientos anarquistas clásicos, así como de una reflexión

acerca de lo que se ha teorizado sobre ella en el mundo contemporáneo actual.

La anarquista es, de las tres utopías aquí tratadas, la única en la que se persigue

la democracia directa y la participación completamente activa del pueblo, de abajo a

arriba; la única donde sujeto y objeto son idénticos, ya que la sociedad como sujeto,

tiene un objeto que es idéntico a ella, sólo que liberado: la sociedad civil libre sin amos,

sin patrones, sin represión; la única donde «cada ser humano pueda poseer los medios

materiales y morales para desarrollar así su humanidad.»30

La utopía del anarquismo es

la de la libertad, la justicia y la paz sin esclavos, sin desposeídos, sin terratenientes, sin

yugos. Para alcanzar esa libertad es necesaria la emancipación de las personas; para

alcanzar esa justicia es necesaria la «justicia estricta», que no es «ni jurídica ni teológica

ni metafísica, sino justicia simplemente humana»; y para alcanzar esa paz debe ser

eliminado todo aquello que se llama poder político, «pues mientras que el poder político

exista, habrá gobernantes y gobernados, amos y esclavos, explotadores y explotados»31

,

lo que plantea una gran lucha constante por la existencia. Así, en la anarquía, la

población está por encima de cualquier otra cosa y su supremacía es innegociable.

Otra máxima del pensamiento libertario es la construcción de espacios de

autonomía donde no hay reglas impuestas, donde se intenta contestar al capital desde la

autogestión y la desmercantilización –sin ánimo de competencia–. Y esto es así porque,

como dijo Landauer, «nosotros somos el Estado, y seguiremos siéndolo en tanto no

hayamos creado instituciones que formen una verdadera comunidad.»32

Las

cooperativas autogestionadas, sin proyectos individualistas y particularistas, aparte de

30

Mijail, BAKUNIN. Socialismo sin Estado: Anarquismo. Nueva York: The Free Press, 1953. p. 2 31

Ibid. p. 4 32

Gustav, LANDAUER. Schwache Stattsmänner, Schwächere Volk!. Alemania: Der Sozialist. 15 de Junio, 1910.

combatir y contestar activamente al capital y al Estado, nacen y se hacen por solidaridad

entre compañeros y entre la comunidad. Además, y muy importante, los espacios

autogestionados tratan de acabar con la división del trabajo, con el obrero-masa víctima

de trabajos repetitivos y con las consecuencias negativas de la mecanización para

revalorizar el trabajo, resucitar la dimensión colectiva y de colaboración, y restaurar el

trabajo autónomo sin jerarquías.33

En un sistema anarquista las decisiones no vendrán de arriba, sino que serán

tomadas desde abajo y de forma colectiva. No habrá estructuras institucionales a través

de las cuales el poder despliegue su fuerza. La asamblea será el principal medio de

organización en las diferentes comunidades, coordinadas a través de diferentes consejos

administrativos, regionales y confederales. Evitando la centralización es cierto que

puede parecer que aparezca una gran desorganización; sin embargo, la descentralización

supone la creación de comunidades políticas más reducidas, menos burocratizadas y

más cercanas a la gente.

Evidentemente, en el anarquismo, la economía es un tema vital. ¿Qué plantea?

La propiedad será colectiva y descentralizada, es decir, de todos los ciudadanos,

trabajadores y consumidores; la remuneración se verá reflejada en el esfuerzo realizado,

el tiempo invertido y los sacrificios asumidos. La actual división del trabajo será

rechazada, al igual que la jerarquización y las tareas repetitivas. Y la igualdad primará

por encima de todo. Además, en el entramado económico anarquista, tendrán un papel

relevante métodos como el decrecimiento, la desurbanización, la destecnologización y

la descomplejización.34

Podemos comprobar así que la descentralización, la democracia participativa

constante, la desaparición de líderes, la negativa a las jerarquías o la solidaridad tienen

un importante rol en el anarquismo.

Aunque el proyecto anarquista no se ha visto consumado a gran escala sí ha

gozado de experimentos que, en diferentes períodos de la historia contemporánea, lo

han hecho soñar con su culminación (véanse para ello la España y la Italia de finales del

siglo XIX y primera mitad del siglo XX). Pero que la anarquía no haya visto cómo su

utopía se cumplía a gran escala en un territorio lo suficientemente amplio como para

tener eco a una dimensión mundial no quiere decir que haya hecho aportaciones

relevantes, aportaciones que pueden rastrearse en las más diversas disciplinas:

pedagogía (Ivan Illich, Alexander S. Neill), la geografía (Elisée Reclus, Kropotkin), la

epistemología (Paul K. Feyerabend, la antropología (Sahlins y Clastres), la psiquiatría

(David Cooper, Ronald Laing), la crítica de la tecnología (Lewis Mumford, John

Zerzan), etc.; así como en diferentes movimientos como son el pacifismo y el

antimilitarismo, la lucha contra el etnocentrismo, las luchas contra el machismo, la

lucha contra el maltrato animal, el vegetarianismo y el veganismo, la contracultura, el

situacionismo, el ecologismo, etc.35

, todos ellos cargados de una profunda carga

ideológica libertaria.

Sin embargo, la utopía anarquista también puede ser objeto de críticas y la más

importante de ellas es que, como las dos anteriores, plantea una linealidad, un fin de la

Historia en el que la llegada a la sociedad libertaria es lo mejor que puede ocurrirle a la

humanidad. Esto supone una creencia idealista en la victoria final que puede provocar la

relajación teórica y práctica.

33

Carlos, TAIBO. Repensar la Anarquía. Madrid: Asociación Los libros de la catarata, 2013. p. 97 34

Ibid. p 142 35

Ibid. pp. 30-32

Otra crítica importante va contra el hecho de retrotraerse al anarquismo

tradicional a la hora de teorizar y plantear la praxis en el movimiento libertario. Esto

supone un error bastante grave ya que el enemigo ha cambiado mucho su forma de

actuar desde que apareciera el primer anarquismo. La esencia y los objetivos del

enemigo, es cierto, siguen siendo los mismos, pero sus formas de actuación y su manera

de manifestarse han avanzado enormemente. Por tanto, actuar y teorizar siguiendo las

líneas de los clásicos –Kropotkin, Bakunin, Malatesta, Stirner, Godwin etc.–, si bien es

algo necesario, no es lo que el libertarismo tendría que hacer únicamente. Los actos de

creación, reformulación, reinterpretación, etc. son aquí una cuestión vital. Igual que el

capitalismo ha pasado por diferentes fases con sus diferentes estrategias cada una, el

anarquismo debe hacer lo mismo para responderle y generar una alternativa. Así no

caerá en el estatismo en el que se encuentra el comunismo marxista.

Así, la simple crítica al Estado debe acompañarse con fundamentos y plantear

verdaderas alternativas, porque el Estado es más que una institución particular en un

período histórico. El Estado es un principio abstracto de poder y autoridad que siempre

ha existido en diferentes formas. El Estado no es sólo una serie de instituciones y

prácticas políticas, sino que también se compone de una multiplicidad de normas,

tecnologías, discursos, prácticas, formas de pensamiento y estructuras lingüísticas con

las que manejarlo todo. Mediante el Estado, el Poder lo ha penetrado todo. El Poder rige

a través de los Estados, que a su vez gobiernan mediante pequeñas instituciones y

prácticas de dominación. Puesto que el Poder busca convertirse al «estado gaseoso» a

través del biopoder, atacar solamente a sus elementos más visibles no es lo único que

hay que hacer.

Contra el estatismo, el anarquismo debe abandonar las posturas positivistas de

los anarquistas clásicos acerca de las relaciones sociales englobadas en el núcleo de la

verdad racional. Para Bakunin, esta verdad racional podría encontrarse en las leyes

naturales y los procesos materiales inmutables que han sido históricamente

determinados y científicamente observables; para Kropotkin, esta verdad podría ser

descubierta biológicamente en el instinto social a través de la ayuda mutua y la

cooperación que hemos heredado del mundo animal como un principio de la

supervivencia evolucionaria; para Godwin, está verdad podría detectarse en el racional y

moral entendimiento progresivo de la humanidad.36

A diferencia de ellos, creemos que

la afirmación de la existencia de una Verdad con mayúsculas es un elemento más de

poder, puesto que ésta constantemente está administrada por el consejo de

«intelectuales» encargados de administrar lo «verdadero». La inmersión en la

problemática de las metanarrativas de verdad supone para los individuos la implicación

en relaciones de poder, constituidas a través de los «regímenes de verdad». En estos

regímenes, el sujeto desaparece como elemento central del discurso, del lenguaje, de las

estructuras, etc. porque todo se le impondrá a él.

Como, según nuestro parecer, el anarquismo es el único de los tres sistemas

teórico-prácticos en el que las personas priman por encima de cualquier otra cuestión,

para conseguir la consecución del movimiento de abajo a arriba y la primacía de la

multitud son necesarios varios elementos, destacando entre ellos el de la «creación», es

decir, el intento de construir continuamente un nuevo cuerpo, una nueva vida en el

sentido del Vogelfrei marxiano, el Bloom tiqquniano y el pasaje de la «Barbarie» de

Walter Benjamin. La barbarie es el acto de comenzar de nuevo, desde el principio,

36

Saul, NEWMAN. Postanarchism and power. Journal of Power. Vol. 3, No. 2, August 2010, p. 265.

porque el nuevo bárbaro «a nada considera permanente» y por eso mismo «halla

caminos en todos lados», ya que es su camino lo que le interesa.37

Y es la barbarie

positiva lo que establece la anarquía, pues busca crear lo nuevo, sin hacer reformas de lo

antiguo.

En esta creación juega un papel muy importante el modelo rizomático de

Deleuze y Guattari, un modelo que rehúye de las esencias, las unidades y la lógica

binaria, tratando de localizar las multiplicidades, las pluralidades y el devenir. El rizoma

es una imagen del pensamiento alternativa y no autoritaria basada en la metáfora de la

hierba, la cual crece al azar e imperceptiblemente, a diferencia del crecimiento

sistemático-reduccionista en el que todo surgiría de una raíz unificada (centro) de la

cual sería transmitido todo lo demás al exterior (periferia). El propósito del rizoma es

permitir la idea de sacudir el modelo centralista, «hacer crecer la hierba» que se

correspondería con los márgenes. El rizoma, en este sentido, desafía la idea de un único

modelo: es un infinito aleatorio y caótico con una multiplicidad de conexiones, las

cuales no son dominadas por un simple centro, sino que están descentralizadas y son

plurales. Esto abarca la conexión, la heterogeneidad, la multiplicidad y la ruptura. A

diferencia de lo que ocurre en el capitalismo y el marxismo, el rizoma, anarquista en

sentido, rechaza las divisiones binarias y las jerarquías y no está gobernado por ninguna

creciente lógica dialéctica.38

Frente a las divisiones, existen diversificaciones y en esta

heterogeneidad, cualquier punto del rizoma puede ser vinculado con cualquier otro

punto. Por tanto, lo múltiple deja de subsumir lo heterogéneo bajo el abrigo de lo uno,

dejando espacio a la fuga, la deterritorialización, la aparición de nuevos espacios.

Para llevar a cabo la creación no hay nada más necesario que la guerra, que «no

consiste solamente en la batalla o el acto de luchar sino en una extensión del tiempo en

el que la voluntad de enfrentarse en batallas está suficientemente patente»39

. La guerra,

en este sentido, es el libre juego de las formas de vida. En esta guerra tiene un rol

importantísimo la sociedad primitiva, la multiplicidad de comunidades indivisas, motor

de la máquina social. Si seguimos a Hobbes, pero alterando levemente sus postulados,

observamos que la guerra y el Poder –él habla del Estado– son términos contradictorios

que no pueden existir juntos, pues cada uno implica la negación del otro. El rizoma crea

máquinas y una de ellas es la guerra, máquina abstracta opuesta a la máquina del Poder

que, sabiendo de la peligrosidad que ésta supone para su existencia, buscará

neutralizarla.

Toda forma-de-vida tiende a constituirse en comunidad, y de comunidad en

mundo (…)40

El ser humano nunca ha sido individuo, sino comunidad. La organización

cooperativa a través de comunas supone el encuentro directo entre personas, lo que

permitirá el entendimiento y la decisión conjunta. La comuna es la expresión máxima de

la comunidad, y es a través de ella que se podrá contestar a la dominación.

Constantemente necesitamos de las personas, por lo que la tesis del individualismo que

defiende el capitalismo es fetichista, ambigua y para nada desinteresada, ya que busca

limitar la fuerza de la voluntad de vivir, criterio fundamental del poder según

37

Walter, BENJAMIN. «Experiencia y pobreza» en Obras completas. Madrid: Abada, 2013. 38

Saul, NEWMAN. War on the State: Stirner and Deleuze’s Anarchism. The Anarchist Library. p. 7-8 Disponible Web: <http://www.theanarchistlibrary.org/library/saul-newman-war-on-the-state-stirner-and-deleuze-s-anarchism> 39

Thomas, HOBBES. El Leviatán. Argentina: Losada, 2003 40

TiQQUN. Introducción a la guerra civil. Barcelona: Melusina, 2008, p. 174

Schopenhauer. La comunidad, como totalidad, es la única sede del poder porque lo

Común es lo que hace ser. Las comunas vendrán a sustituir las tradicionales

instituciones sociales para definir a las personas como colectivos y llevar a cabo una

forma diferente de hacer circular el conocimiento y la práctica, anulando la jerarquía,

igualándolo todo y horizontalizando la comunicación para acabar con las hegemonías.

La creación de comunas es efectiva porque éstas suponen unidades elementales de

resistencia al Espectáculo que esta realidad.41

Sobran las razones para concluir que la propuesta libertaria tiene hoy más peso

y sentido que nunca. A los ojos de cada vez más personas parece hacerse

manifiesto que tenemos que contestar todos los poderes (…). Debemos hacerlo

(…) desde la perspectiva de organizaciones en las que, sin líderes, primen la

autogestión y la acción directa, colocando al tiempo en primer plano los

derechos de las mujeres, los de los integrantes de las generaciones venideras y

los de los castigados habitantes de los países del Sur. A la lógica del beneficio

privado y de la acumulación debemos contraponer la de la solidaridad, el apoyo

mutuo y la autocontención, en un escenario marcado por una doble conciencia:

la de las limitaciones que arrastramos, por un lado, y la de que formamos parte

del sistema que queremos echar abajo, por el otro. 42

El anarquismo tiene más peso que nunca porque la sociedad se organiza y

resiste, muchas veces sin darse cuenta, mediante planteamientos libertarios. Y la

propuesta libertaria tiene también más sentido que nunca porque sus dos grandes

enemigos (capitalismo y comunismo marxista) no han resultado ser buenos para una

gran parte del mundo: el capitalismo, entre otras cosas, por su enorme explotación y

destrucción; el comunismo marxista por no haber sabido ser una alternativa al

capitalismo, cayendo a veces en sus mismos planteamientos. Cansada, al verse

engañada por lo que se le vendió que iba a ser la solución a sus males, una parte

considerable de la sociedad ha dado un paso adelante, luchando y apreciando el

verdadero poder que tiene, un poder que el Poder quiere anular, desprestigiar, alienar o

desalentar;. Sin embargo, la alienación, el juego del Espectáculo y la sumisión

continúan desarrollándose y reformulándose constante y fuertemente.

La consumación de la anarquía como sistema en los pueblos contará con muchos

problemas ya que la maquinaria del Poder buscará evitarla a toda costa, tachándola de

barbarie negativa, criminalizándola, considerándola como la negación del Bien e

intentando desituarla, es decir, sacarla fuera del orden ficticio que él ha inventado. A

todo elemento que se levante o que reaccione se le intentará llevar al ostracismo

mediante los dispositifs de la sociedad de control o la sociedad disciplinaria. Pero

problemas no significa imposibilidad. Por lo que la anarquía, en vistas de la falta de

expectativas para solucionar las consecuencias del Mal, es el único medio conocido para

reducirlas y eliminarlas, ya que es la única que plantea un Comunismo de verdad, en

tanto en cuanto su base está en la comunidad y nada más que en la comunidad. La

anarquía es Nosotros (y no Yo) contra Ellos, es el Afuera de este falso Adentro que el

Poder ha creado, y parece que sólo con ella se puede abrir un nuevo camino.

41

COMITÉ INVISIBLE. L’insurrection qui vient. París: La fabrique editions, 2007. 42

Carlos, TAIBO. Repensar la anarquía. Madrid: Asociación Los libros de la catarata, 2013. p. 173