53

Primeros capítulos "Los reinos de Gruhmnion. Las llamas de la rebelión"

Embed Size (px)

Citation preview

SORAYA DEL ÁNGEL MORENO

Primera edición: octubre 2015

© Derechos de edición reservados.

Editorial Círculo Rojo.

www.editorialcirculorojo.com

[email protected]

Colección Novela

© Soraya del Ángel Moreno

Edición: Editorial Círculo Rojo.

Maquetación: Juan Muñoz Céspedes.

Rev: Germán Fernández Martín.

Fotografía de cubierta: © - Fotolia.es

Diseño de portada: © Óscar Gil Raya

Producido por: Editorial Círculo Rojo.

ISBN: 978-84-9115-740-3

DEPÓSITO LEGAL: AL 1295-2015

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de

cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida

en manera alguna y por ningún medio, ya sea electrónico,

químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de

fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor. Todos

los derechos reservados. Editorial Círculo Rojo no tiene

por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con

el texto de la publicación, recordando siempre que la obra

que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o

un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y

subjetivas.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunica-

ción pública o transformación de esta obra sólo puede ser

realizada con la autorización de sus titulares, salvo excep-

ción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español

de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o esca-

near algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com;

91 702 19 70 / 93 272 04 47).»

IMPRESO EN ESPAÑA – UNIÓN EUROPEA

Dedicado a ti, querido lector,

por confiar en mí y dedicar

tu tiempo a Gruhmnion

Soraya del Ángel Moreno

–9–

Los reinos de Gruhmnion. Las llamas de la rebelión

–10–

Soraya del Ángel Moreno

–11–

–13–

PRÓLOGO

Hubo un tiempo en que hombres y criaturas mitológicas habitaron

juntos en la Tierra. Tanto hace de ello, que se ha perdido en la me-

moria.

Los niños solían adentrarse en los bosques a la caza de aventu-

ras. Sabían que allí, en lo más profundo, les esperaban todo tipo de

criaturas. En ocasiones se topaban con ninfas que jugaban alrededor

de un manantial, o bien descubrían cuevas donde los diminutos wergs

escondían sus tesoros, aunque solo los realmente afortunados podían

ver a criaturas como Pegaso, el níveo corcel alado. Los campesinos

también vivían una época magnífica. Aliados con los magos, se ser-

vían de hechizos para hacer más fértiles sus campos. Eran trueques

excelentes, magia a cambio de trigo, huevos o leche. Por su parte los

seres acuáticos ayudaban a los marineros y pescadores a defenderse de

los ataques de bestias marinas.

La relación de cordialidad y armonía entre especies, que se creía

perpetua, duró hasta que un terrible suceso hizo cambiar el curso de

la historia.

Era el año 1350 d.C., la pandemia conocida como Peste Negra de-

vastaba Asia y Europa. Algunos opinaban que se originó por una bac-

teria, aunque la mayoría de hombres sospechaba que surgió fruto de

una maldición. Su confianza en los magos, pues, se vio mermada. La

obstinación de los hombres no les dejaba ver la realidad: ninguna cria-

–14–

Los reinos de Gruhmnion. Las llamas de la rebelión

tura era culpable de la epidemia y, en consecuencia, el odio hacia ellas

aumentó con cada puesta de sol. Se cometieron auténticas barbarida-

des contra las criaturas y, pese a que éstas podían haberse defendido

por estar sobradamente capacitadas para aniquilar la especie humana,

no lo hicieron. Su nobleza les obligaba a afrontar con resignación

cualquiera que fuese su destino.

Los cinco siglos posteriores al origen de la epidemia fueron cono-

cidos como La Era de la Cacería. Los humanos, que ya no recordaban

el porqué de aquel odio, solo buscaban sus preciados trofeos: cabezas

de hidra del Amazonas para decorar su salón, el pie de un bigfoot colo-

cado a modo de mesita de noche, cenizas de brujas que servían como

cura para las quemaduras, orejas de elfo que, mezcladas con fresones,

eran un estupendo afrodisíaco…

Las criaturas fueron sucumbiendo con el paso del tiempo. Desapa-

recieron clanes enteros, razas que habitaban la Tierra desde el origen

de los tiempos.

—Escóndete aquí, cariño. Y no salgas, pase lo que pase… —la

madre Dodo acarició con el pico el plumaje de su pequeño por última

vez antes de emprender el vuelo. Intentaría despistar a los cazadores.

—Mamá, ¡yo quiero ir contigo! ¡No me dejes aquí! —le recrimina-

ba la cría.

La madre salió del pequeño hueco del árbol y comenzó a hacer

piruetas aéreas mientras se alejaba de aquella zona del bosque pero no

tardaron en detectarla. La cría, asustada, perdía cada vez más plumas

al encontrarse en estado de shock. No sabía qué ocurría ni por qué su

madre había tenido que irse de su lado. De pronto, dos disparos le

dejaron sin aliento.

—Ha salido de ese árbol, debe de tener aquí el nido —gritó uno

de los cazadores mientras señalaba el orificio donde se encontraba el

pequeño Dodo.

–15–

Soraya del Ángel Moreno

—Aves parlantes…engendros del demonio —exclamó asqueado

el batidor dirigiéndose a la apertura del árbol. Extendió su brazo y

metió la mano dentro, encontrando un pico en forma de garfio y una

criatura pequeña y rechoncha cuyo plumaje escaseaba. Agarró del

cuello a la cría y la sacó de su refugio, ocasionando que la última ima-

gen del Dodo fuera la de su madre estrangulada a manos del cazador.

La situación era devastadora. Tras siglos de sufrimiento, las cria-

turas no podían aguantar más y pidieron auxilio a sus dioses. No lo

hicieron por temor a su propia muerte, o por miedo a la aniquilación

de las especies. Lo hicieron porque rechazaban la idea de un mundo

sin magia, un lugar triste donde sus habitantes prefiriesen la guerra a

la cordialidad. No estaban dispuestos a que los supervivientes vivieran

escondidos y atemorizados, así que oraron a los dioses implorando su

ayuda para terminar con las atrocidades que sufrían a manos de los

hombres.

Hasta entonces los dioses todopoderosos, que velaban por su

pueblo desde la bóveda celeste, decidieron no tomar partido en la

convivencia entre criaturas y humanos, ya que el favoritismo hacia

unos supondría la aniquilación de los otros. Pese a que las criaturas

conocían de su existencia, los hombres no tenían claro quiénes eran.

Inventaron tantas religiones, cada una con un supuesto dios auténtico,

que lo más probable es que la verdad hubiese supuesto una guerra

teológica mundial. A los dioses no les resultó fácil encontrar una solu-

ción que satisficiera a todos. Meditaron largo y tendido y, tras años de

reflexión, finalmente decidieron tomar partido. Así fue como en 1893

descendieron para ayudar a los oprimidos.

Fueron súmamente cuidadosos respecto al lugar donde asentar-

se. Tomaron tierra de noche, en una zona forestal repleta de árboles

cuyas raíces destacaban en un suelo libre de vegetación; las copas de

los árboles bloqueaban la luz de la luna y eso hacía que la zona fuese

totalmente oscura, perfecta para su cometido.

–16–

Los reinos de Gruhmnion. Las llamas de la rebelión

Las dos primeras deidades en llegar fueron Damarcus, Dios Supre-

mo y Dana, su esposa y Señora de la Vida y la Inmortalidad. Tras ellos,

descendieron los otros tres dioses: Dahlia, llamada Madre Naturaleza;

Jan, Dios de la Luz y la Oscuridad y Afi, Señor de la Vía Láctea. Antes

de comenzar su tarea aseguraron la zona, comprobando que se en-

contraban a salvo de miradas curiosas. Los dioses incluían en su plan

a los seres más poderosos que habitaban el planeta hasta entonces: los

magos.

—Llegó la hora de la congregación —anunció Damarcus.

Este dios de aspecto similar al humano, de ojos blancos y sin ve-

llo alguno en su cuerpo moreno y musculado, era capaz de contactar

mentalmente con quien quisiera y, siendo el más poderoso de todos,

podía hacerlo con millones de seres al mismo tiempo.

Damarcus se preparó para la comunicación. Cerró los ojos y, de

inmediato, un halo de luz rodeó todo su cuerpo. Buscó las auras de

los magos, tarea nada fácil, ya que tenía que ubicarles entre billones de

ellas. Una vez localizadas, inició la comunicación.

—Magos de la Tierra, os habla Damarcus, vuestro dios —la voz

retumbaba en sus mentes como lo hace el eco en la profundidad de

una cueva—. Acudimos a este mundo tras escuchar las súplicas de las

criaturas y ver las atrocidades que ha cometido el hombre —los hechi-

ceros, desconcertados aunque albergando esperanza para su pueblo,

recibieron con entusiasmo las palabras del todopoderoso.

Damarcus les convocó en el bosque, al alba. Los cinco dioses es-

peraron pacientemente sentados en unos lechos que habían formado

agrupando las hojas caídas de los árboles.

—Ya no recordaba qué se sentía al tocar hojas —reconoció la dio-

sa Dana mientras acariciaba el lecho—, es tan agradable…

—Gracias, querida…—dijo Dahlia—. Fue difícil crear vegetación

y fauna en este planeta y, después de tanto trabajo, ¡van y se lo atri-

buyen a otro! —recriminó—. ¡Los humanos se merecen una buena

azotaina en el trasero! —dijo haciendo aspavientos con sus ramas.

–17–

Soraya del Ángel Moreno

Siempre que lo hacía tenía problemas con la corteza que envolvía su

cuerpo. Además, cuando se enfadaba, perdía parte de las hermosas

flores blancas que componían su melena.

—Ya sabessss lo influenciables que son, Madre… —apuntó Afi

siseando, como es propio en las serpientes—. Ademássss desconocen

la verdad; imagina que algún día descubriesen que yo lessss alejé de

Andrómeda… ¡el choque entre galaxiassss era ineludible! Les aturdi-

rían y sobrecogerían tantassss cosas que es mejor que sigan siendo

unos ignorantessss.

—¿Tú qué opinas, Jan? —preguntó Madre Naturaleza—. No has

abierto la boca desde que llegamos —dijo algo preocupada.

—No soy un gran orador, Dahlia —respondió el Dios de la Luz

y de la Oscuridad—. Ya conoces mi opinión… —en ese momento

batió sus alas para ponerse en pie—. Siempre te obedeceré, padre

—dijo clavando su mirada en Damarcus—, pero creo que quien debe-

ría marcharse de este planeta es el hombre, por su maldad.

Damarcus, apoyándose en su rodilla, también se puso en pie para

caminar unos pasos y acercarse a su hijo. Puso su mano en el hombro

del ángel y se dirigió a él.

—Lo acordamos en la bóveda, hijo mío —le recordó—. Lo mejor

es que todo lo mitológico quede oculto para el hombre. No saben

convivir con la magia, lo destruyen todo. No están preparados para

lo sobrenatural ni para convivir con las bestias —dijo refiriéndose a

feroces animales colosales que también habitaban en la Tierra—. Por

eso nosotros también partiremos junto a las criaturas. Cuando vaya-

mos con ellos, todo será diferente.

Damarcus, con suavidad, colocó uno de los mechones rubios de

Jan tras su oreja.

Sin apenas darse cuenta el sol comenzó a salir y, con el resplandor

de sus primeros rayos, comenzaron a llegar los hechiceros. Los dio-

ses se pusieron en pie, preparándose para recibir a los mil doscientos

convocados.

–18–

Los reinos de Gruhmnion. Las llamas de la rebelión

Los primeros en aparecer fueron los magos que dominaban los

encantamientos de transmutación y los que contaban con la ayuda de

las aves para trasladarse de un lugar a otro. Los que podían transmutar

siempre permanecían en su forma animal para pasar desapercibidos

a ojos del hombre, pero no era fácil dominar esta técnica, ya que se

necesitaba tener mucho poder y experiencia. Los hechiceros que lle-

gaban surcando los cielos no tardaron en unirse al grupo. Otros apa-

recieron a lomos de sus corceles y el resto sobre nubes, fuego o hielo

que iban formando ellos mismos con su poder.

Una vez los dioses tuvieron delante al gremio de magos al com-

pleto, se dieron cuenta de lo que habían evolucionado sus creaciones,

sintiéndose orgullosos.

Entre los miles de magos, distinguieron al fundador del gremio,

el venerado Viejo Cuervo, a los prestigiosos Tupak y Lenam, de as-

pecto reptil; Dahon, el más joven de ellos; Român, Liv y Skip, con

características de ave o Aiko, la hechicera cíclope. Todos se saludaban

entusiasmados. La mayoría estuvieron ocultos durante mucho y no

habían visto a otro camarada del gremio en años, así que se creó un

gran alboroto por aquel feliz reencuentro.

Pronto Damarcus dio un paso adelante y extendió sus brazos para

que los convocados guardasen silencio. No había tiempo que perder.

—Magos venidos desde los confines de la Tierra, os halláis aquí

para cumplir la voluntad de vuestros dioses —Damarcus, conocedor

de todas las lenguas del mundo, se dirigía a ellos en korüm, la lengua

oficial del gremio—. Sabed que el sufrimiento de nuestro pueblo aca-

bará hoy, en este momento y en este lugar.

Los magos permanecían en silencio, nadie quería interrumpir al

supremo.

—Os hemos reunido a todos para que, con vuestro poder, nos

ayudéis a crear un nuevo mundo, lejos del hombre. En él convivire-

mos como antaño, en armonía, apartados de toda barbarie.

Los magos aplaudieron enérgicamente, no podían estar más de

acuerdo. Damarcus volvió a levantar los brazos para hacerles ver que

–19–

Soraya del Ángel Moreno

no había terminado su discurso ya que su responsabilidad era expli-

carles los detalles. Todos volvieron a guardar silencio.

—Los dioses desplazaremos a todos al nuevo mundo cuando esté

listo, pero necesitamos de vuestra magia para obrar un portal, un paso

entre los dos mundos por donde hacer la conexión y el traslado —los

hechiceros escuchaban con atención, nadie se atrevía siquiera a mo-

verse—. Para ello, —continuó Damarcus—, los dioses canalizaremos

vuestra magia y lo construiremos. Lo más difícil será establecer el es-

pacio vacío, la nada que habrá al otro lado para después abastecerla de

todo lo necesario para la vida.

En ese momento, el dios se acercó a su esposa, le cogió la mano y

besó el dorsal tiernamente antes de seguir su discurso.

—Todos conocéis la potestad de Dana —continuó Damarcus apa-

ciguando su voz—. Nació con un poder único, el de devolver la vida

a los muertos otorgándoles la inmortalidad si lo merecen. En esta

ceremonia, como sabéis, mi esposa ofrece su propia sangre al difunto

convirtiéndolo en ángel y pudiendo vivir como ser inmortal —Da-

marcus tomó aire antes de seguir—. Para poder abastecer la nada y

permitir a nuestro pueblo vivir en ella, Dana tendrá que hacer justo lo

inverso. Necesita del poder que contiene vuestra sangre para obtener

la fuerza suficiente para tal cometido.

Los magos comenzaron a entender que la diosa, al hacer su ritual

de forma inversa, les extraería la sangre a todos. Probablemente termi-

narían convertidos en entes incorpóreos y, por tanto, a Dana le sería

del todo imposible darles la inmortalidad como ángeles… su sacrificio

les llevaría a una muerte segura.

—Tened fe, hijos míos, esa que nunca os ha abandonado —les

pidió el todopoderoso—. No os asustéis ante la idea de la muerte,

porque nosotros estaremos a vuestro lado. Este sacrificio y vuestra

gesta acompañarán a nuestro pueblo hasta el fin de los días, permi-

tiendo que otros disfruten de una nueva vida en el mundo que nacerá

hoy… —Damarcus giró su cuerpo, dando la espalda a los magos—.

¡Aquí! —y señaló con su dedo índice hacia delante.

–20–

Los reinos de Gruhmnion. Las llamas de la rebelión

Del dedo de Damarcus surgió un agujero negro que iba brotando

como mana el agua de una fuente. El agujero permaneció suspendido

en el aire, y entonces gritó: —¡Aquí emergerá el portal!

Los magos, a pesar del estupor inicial, se concentraron en su mi-

sión. Conocían los detalles del plan y ahora les tocaba actuar para

ayudar a las criaturas. El primer paso era el de lanzar su hechizo más

poderoso para que los dioses lo canalizasen, dieran forma al portal y

se hiciese la nada.

Todos se prepararon, cerraron sus ojos y se concentraron. En me-

dio de aquel silencio sobrecogedor, alguien clamó Eo in Librä!!1, el

grito de la libertad. De inmediato, todo el gremio lo repitió alzando

los puños, mostrando el honor de los magos. Mientras, los dioses se

alinearon delante del agujero negro listos para recibir el impacto de los

hechizos que iban a lanzarles los magos.

Pese al sol resplandeciente, la concentración de los magos hizo que

la zona del bosque se volviese oscura. La noche parecía haber llegado

de nuevo, quedando todo oscuro, en silencio. El tremendo poder que

estaba a punto de liberarse hizo temblar la tierra con tanta intensidad

que los árboles se desestabilizaron y comenzaron a caer, arrancados

de raíz. Trozos de montañas cercanas explotaron, haciendo saltar por

los aires rocas del tamaño de viviendas.

De pronto la oscuridad comenzó a disiparse gracias a los destellos

de colores que causaban los hechizos a medida que los magos los

lazaban. Esferas de fuego chocaban contra el pecho de Damarcus;

rayos de escarcha eran absorbidos por la diosa Dana; huracanes eran

atraídos por el cuerpo de Jan; rocas del tamaño de montañas aparecían

de la nada y eran arrojadas hacia el dios Afi; nubes tóxicas empapaban

a Madre Naturaleza… Las divinidades atraían los hechizos hacia ellos

y, de esa magia, emanó el poder para que el portal tomase forma. El

pequeño agujero negro creció rápidamente hasta formar la estructura

de un enorme pórtico. En el interior del arco, tras una pantalla acuosa,

se apreciaba una luz blanca y cegadora: era el otro lado, la nada.

1 En la lengua Korüm, utilizada por los miembros del gremio de magos, se traduce como: ¡Por la libertad!

–21–

Soraya del Ángel Moreno

El primer paso para crear un nuevo mundo había concluido.

Damarcus percibió como muchos de los magos ya no desprendían

aura. Sus cuerpos habían ido desapareciendo a medida que perdían

su poder. Examinó a los que quedaban en pie, tal vez unos cien, y se

acercó a ellos.

—Valientes magos de la Tierra, los dioses hemos comprobado la

magnificencia de vuestro poder —admiró el supremo—. ¡Gracias a

vosotros el portal y la nada son una realidad!

Los magos supervivientes estaban agotados. Tras desprenderse de

casi todo su poder quedaron tan extenuados que ni los propios sana-

dores pudieron curarse. Pese a todo, no suponía un problema porque

lo que la diosa necesitaba para su cometido no era la magia de los

hechiceros, sino su sangre.

Hubo un leve murmullo entre los magos cuando vieron que Dana

se aproximaba a ellos, señal de que su muerte se acercaba.

La diosa era realmente bella. Sus grandes ojos verdes destacaban

entre su cabello largo y rizado, rojo, del mismo color que sus labios.

Su cuerpo esbelto de piel lechosa brillaba, y su toga color mármol la

hacía parecer una de aquellas mujeres romanas que tanto le divertían

cuando el Imperio aún existía.

—Valerosos magos —dijo apaciblemente Dana—, aquí nos en-

contramos, ante uno de los sucesos más importante de nuestra histo-

ria. Cuando dé comienzo el ritual solo oiréis mi voz. Vendrá a vuestra

mente el momento más feliz que hayáis vivido en la Tierra y quedaréis

dormidos en un sueño bello y placentero, sin sentir ningún dolor.

La Diosa de la Vida y la Inmortalidad alzó las manos con delicade-

za. Los magos no sintieron miedo, en realidad les envolvió una sensa-

ción muy agradable antes de sentir como sus ojos se cerraban. Un leve

cosquilleo, similar a una caricia, recorrió sus espaldas y les sumió en

un sueño muy profundo. Cada mago soñaba con el momento en que

había sido más feliz. Unos pensaban en sus hijos y cónyuges, otros

en la primera vez que levitaron y los más jóvenes se acordaban de las

–22–

Los reinos de Gruhmnion. Las llamas de la rebelión

aventuras que vivieron junto a sus amigos más queridos. Así fue como

la diosa fue absorbiendo la sangre hasta que aquella parte del bosque

quedó plagada de los cuerpos inertes de los magos, convertidos en

sacos de piel.

Las manos de Dana obtuvieron la energía que emanaba la sangre

de mago; había quedado envuelta en un aura de color carmesí tan

intenso que toda ella parecía bañada en la misma sangre que había ab-

sorbido minutos antes. Levitó unos metros sobre el suelo y, dirigiendo

su mano hacia el portal, disparó una onda de energía hacia la nada. Así,

la luz blanca y cegadora que había en ese espacio desapareció.

Damarcus cruzó al otro lado del portal atravesando la pantalla

acuosa y, con la ayuda de las diosas, fueron transformando el blanco

en un espacio repleto de agua de la que brotaron seis vastas superficies

de diversas magnitudes. Dos islas se definieron al oeste mientras un

continente central, la más grande extensión de territorio del nuevo

mundo, surgía de las aguas junto a otra isla al noroeste; el último en

aparecer fue el continente oriental con una pequeña isla al norte. Así

es como surgieron los territorios que más tarde darían vida a los rei-

nos.

Hicieron que de la tierra seca naciera abundante vegetación, fauna,

ríos, montañas, desiertos… todo lo necesario para que las criaturas

pudiesen retomar sus vidas con notables mejorías.

Cuando la tierra fue creada, Dana, hasta entonces envuelta en un

halo rojo, retornó a su antiguo aspecto. Agotadas, ambas diosas se

desplomaron en el suelo del bosque y el supremo se apresuró a ir en

su ayuda y comprobar que estaban bien tras perder gran parte de su

energía.

Damarcus, a continuación, ordenó a Jan y a Afi que cruzasen tam-

bién el pórtico. Afi entró primero en el nuevo mundo y, reptando, se

alejó de la entrada unos metros. Comenzó a espirar y de su aliento

nació una suave brisa que poco a poco se fue aferrando por todo

aquel espacio.

–23–

Soraya del Ángel Moreno

El dios Jan, en plena armonía con Afi, voló y comenzó a girar

sobre sí mismo a enorme velocidad. De su cuerpo apareció una luz

intensa, dando paso al primero de los días. Como una pareja de baile

bien acompasada, Afi usó el día para crear un astro solar que guiase

a los futuros habitantes, y por su parte, Jan ondeó su cuerpo creando

así la oscuridad y dos lunas que brillasen en la noche y orientasen a

las criaturas nocturnas. También nacieron estrellas que ayudarían a los

navegantes en sus largas noches en alta mar.

Con el trabajo concluido, las dos divinidades volvieron al mundo

humano, atravesando de nuevo el portal. Afi, agotado, inclinó su cabe-

za para confirmar al supremo que su cometido se había llevado a cabo

exitosamente y Damarcus devolvió el gesto agradecido.

—Mi Señor, ¿no habría forma de usar mi poder para resucitarles?

—preguntó Dana volviendo en sí.

—Ya conoces las leyes divinas —le recordó—. Los difuntos incor-

póreos, o con el cuerpo en tan mal estado, no pueden someterse a tu

juicio. En estos momentos deben estar ya en la Ciudad de los Difun-

tos —le explicó su esposo.

Damarcus guardó silencio. Abrazaba a su esposa con fuerza mien-

tras observaba el bosque cuando, de pronto, algo llamó su atención;

detectó movimiento. Dejó a las diosas recostadas mientras los demás

permanecían inmóviles, contemplando como el supremo se dirigía

hacia los despojos. Apartó varios sacos de piel y vio con claridad la

garra escamada de Lenam. Cerró sus ojos y se concentró, logrando

detectar nueve auras, ¡nueve supervivientes!

—Dioses, ¡aquí! —atendieron a los nueve magos que sobrevivie-

ron al enorme desgaste de poder.

Los supervivientes estaban muy desmejorados. Habían perdido

mucho peso, parecían esqueletos; aun así la fortuna quiso que el dios

los encontrase con vida. Usó su poder para sanarles pero el desgaste

sufrido había sido tan tremendo que los magos seguían inconscientes.

–24–

Los reinos de Gruhmnion. Las llamas de la rebelión

Quedaban pocas horas para anochecer y Damarcus, aprovechando

que los magos dormían, decidió honrar a los fallecidos con un ritual

del propio gremio. Las demás divinidades lo observaron con atención

mientras descansaban, no tenían fuerza ni poder suficiente como para

unirse al supremo.

—Hoy dejará de existir la magia en el mundo del hombre…

—dijo—. Huirá cualquier ápice de magia, ilusión y fantasía de sus

corazones. Lo que tanto amamos una vez lo ha destrozado en su in-

mensa crueldad. Finaliza la Era en la que hombre, criatura y bestia

conviven juntos —apenado, comenzó el ritual.

Sus ojos blancos apuntaron al cielo y los cuerpos ascendieron hasta

las estrellas. En ellas arderían, transformándose en parte del cosmos y

cerrándose así un ciclo.

Ya había amanecido y los magos despertaron. Se sentían confu-

sos, extraños y muy cansados. Aun así, no tardaron en recordar todo

lo sucedido el día anterior. Parecía mentira que, en solo unas horas,

la vida les hubiera cambiado tanto. Damarcus, viéndoles abatidos, se

acercó a ellos.

—Sabemos que ha sido duro, hijos míos. Pero lo habéis logra-

do. Ya solo queda abandonar este mundo. El momento de la travesía

ha llegado —les anunció—. Los dioses queremos proclamaros, a los

nueve, nuestros portavoces. Seréis conocidos como Altos Magos en

el nuevo mundo y os encargaréis de que nuestras leyes se respeten

en los ocho reinos. La maldad del hombre no traspasará este portal.

Todo está listo para la travesía de nuestro pueblo… —expuso—,…

les ubicaré muy lejos del pórtico para que nunca, nadie sepa dónde se

encuentra, salvo nosotros.

Ambos mundos estarían conectados durante el tiempo que durase

la travesía y, como había anunciado Damarcus, el paradero del portal

permanecería oculto. Una vez estuviesen todos al otro lado, se cerraría

para siempre.

–25–

Soraya del Ángel Moreno

Damarcus ordenó a los Altos Magos ser los primeros en cruzar

por el pórtico; todos salvo el mago Lenam. Los dioses le pidieron que

se quedara para ayudarles a sellar el portal por ambos extremos ya que

ellos también habían perdido gran parte de su poder durante la crea-

ción. Con todos los cabos atados, el momento de anunciar la travesía

a las criaturas había llegado.

Damarcus usó una vez más la telepatía, tal y como había hecho

para convocar a los magos. Su poder era de tal magnitud que, pese

a estar también exhausto, hizo que cada criatura le escuchase en su

propia lengua, siendo una comunicación multilingüe.

—Criaturas de la Tierra, os habla vuestro dios Damarcus. Hemos

oído vuestras súplicas y me hallo junto al resto de deidades ante un

nuevo mundo creado para vosotros. Los magos de la Tierra os han

dado un hogar y una nueva vida aunque, lamentablemente, solo nueve

han sobrevivido; los nueve que os guiarán en esta nueva era.

Las criaturas escuchaban al dios desde sus escondites y sintieron

consuelo por primera vez en mucho tiempo.

—Usaremos nuestro poder para transportaros lejos del hombre

y de su persecución. Os acompañaremos y volveremos a observaros

desde los cielos. Al acabar de pronunciar estas palabras sentiréis frío

y un leve mareo causado por la teletransportación. Dormiréis durante

el viaje y, cuando despertéis, lo haréis en el nuevo mundo: ¡Gruhmnion!

Las palabras de Damarcus fueron como un bálsamo para los opri-

midos y el supremo lo percibió.

Los dioses formaron un círculo, unieron sus manos y el éxodo

de las criaturas dio comienzo. Paulatinamente cada ser fue desvane-

ciéndose para, más tarde, volver a emerger al otro lado del portal en

el lugar elegido por las divinidades. Esta localización era enorme, del

tamaño de media Europa, ya que serían decenas de millones las cria-

turas situadas allí. Reunieron a las feroces bestias en el oeste para que

no hubiese problemas con ellas durante el periodo de adaptación. Una

vez en Gruhmnion, los Altos Magos les ayudarían a encontrar a cada

cual su lugar idóneo o bien localizar a sus familiares.

–26–

Los reinos de Gruhmnion. Las llamas de la rebelión

Damarcus terminó su cometido habiendo perdido su poder, ape-

nas le quedaban fuerzas para mantenerse en pie pero no importaba.

Era su turno para cruzar el portal y allí, en el nuevo mundo, recupe-

rarían sus fuerzas.

Mientras, en Gruhmnion, los Altos Magos aguardaban junto al

pórtico a que aparecieran el resto de creadores. Escucharon un es-

truendo, sin duda se trataba del cierre del otro lado del portal. De

inmediato avistaron una silueta que salía de la capa acuosa. La figura,

de unos dos metros de altura, vestía una túnica de un blanco inmacu-

lado, con una capucha del mismo color. La túnica, que cubría casi por

completo su cuerpo y sus facciones, apenas dejaba visibles los cuatro

dedos escamados que tenía en cada garra, de colores marrón grisáceo.

Al alzar un poco la cabeza, pudieron verse los dos destellos amarillos

que proyectaban sus ojos y, a medida que se acercaba más, despuntaba

una larga lengua cobriza que sacaba repetidamente de su boca. No

había duda, era el mago Lenam, que sujetaba con ambas garras un

bastón hecho de madera, cuyo mango negro representaba una cabeza

de unicornio. Nadie le seguía.

Los magos intercambiaron miradas de estupefacción, no espera-

ban verle aparecer solo.

El saurio se dispuso a cerrar el portal sin prestar atención a sus ca-

maradas. Cogió el bastón con una garra y comenzó un encantamiento

pronunciado en la lengua del gremio, desconocido por todos hasta ese

momento:

Daeh Maestre in sumestra

Vitala ye aös relat in maxium Oda

Sa lönmuro a vu, paso

Carub til layo clepsidra

Daeh sa gurjor2

2 En la lengua Korüm se traduce como: “Yo, maestro de la magia, bendecido con el poder del Dios

Supremo, te ordeno a ti, puerta, cerrarte hasta el fin de los tiempos. Yo te lo ordeno.”

–27–

Soraya del Ángel Moreno

Lenam pronunció la última palabra y del bastón surgió un remo-

lino de viento que lo envolvió completamente y le hizo quedar en el

centro del ciclón. Agarró fuertemente la vara de madera y con ella

apuntó hacia el pórtico, recitando:

—Por la autoridad que me han otorgado los grandes dioses de la

Tierra y de Gruhmnion, yo, Lenam, ¡cierro este pasaje eternamente!

Tras una breve sacudida, el remolino le liberó, creándose un fuerte

tifón que salió disparado hacia el portal. Apareció entonces una luz

brillante y cegadora que obligó a todos los presentes a cerrar los ojos.

Para cuando consiguieron abrirlos, el enorme pórtico era una simple

construcción arqueada, hueca.

—Hermanos… —dijo Lenam acercándose a los demás—, ya no

debemos temer, el portal ya está sellado —la lengua amarillenta salía

de sus fauces a toda velocidad. Sabía que sus compañeros estaban

deseosos de saber qué había ocurrido durante su ausencia, así que no

les hizo esperar—. Los dioses, tras meditarlo una vez más, han deci-

dido permanecer en el otro mundo y velar por el hombre. Albergan

la esperanza de advertir cambios en él —explicó apenado—. Me han

dado esta vara con parte de su poder para sellar el portal desde este

extremo.

Los magos comenzaron a bisbisear, pero Lenam aún no había ter-

minado.

—Entiendo vuestra sorpresa —declaró el mago acercándose aún

más a sus camaradas—, pero debemos respetar su voluntad. Este bas-

tón representa la confianza que han depositado en nosotros para diri-

gir Gruhmnion en su nombre. No podemos fallarles.

—Pero ¿qué sucederá en un mundo sin dioses, Lenam? —le inte-

rrumpió Dahon, el más joven de los magos y de aspecto humano—.

Me preocupa que no estemos preparados para esta tarea. Solo hace

unas horas que somos Altos Magos, ¡por los dioses! ¿A vosotros os

han dado instrucciones? —preguntó nervioso mirando a cada uno de

sus compañeros—, porque a mí no.

–28–

Los reinos de Gruhmnion. Las llamas de la rebelión

—Tranquilízate, Dahon —Lenam posó su garra en la cabeza lam-

piña del joven—,…y déjame terminar —le regañó—. No os lo he

contado todo. Al haber perdido tanta sangre, se nos ha arrebatado

gran parte de nuestro poder. Dana me lo confesó antes de despedir-

nos.

Los magos estaban confusos tras escuchar las palabras de Lenam,

y más cuando el saurio les propuso ocultar el paradero de los dioses

con el fin de evitar que los devotos más radicales entrasen en estado

de pánico.

—Por último —dijo Lenam—, debemos concluir la importante

tarea que nos ha sido encomendada por Damarcus. Pitia, ¿tienes el

pergamino de los dioses?

—Aquí está —respondió.

—Nos han entregado este manuscrito… —apoyó el bastón en una

roca para desplegar el rollo de papel—,…cuyo asunto marcará el futu-

ro de toda criatura viviente. Aquí están los nombres de los monarcas

designados para ocupar los tronos de los reinos de Gruhmnion.

Una vez corroborado por todos, lo enrolló de nuevo y lo guardó

en su túnica.

Era el momento de comenzar a ayudar a los recién llegados. Como

portavoces, los Altos Magos ampararon a las criaturas y les ayudaron

a buscar las localizaciones que mejor se adaptaban a la naturaleza de

cada uno de ellos, tal y como los todopoderosos habían querido. Con

el paso de los años, los habitantes de Gruhmnion fueron encontrando

su lugar y a sus familias, indagando en los reinos, construyendo sus

ciudades y aldeas, elaborando caminos y medios de transporte hasta

quedar cada cual en su espacio predilecto.

…Y al otro lado del portal, los humanos fueron perdiendo el rastro

de las especies legendarias que habían convivido desde el origen de

los tiempos junto a ellos: hadas, ninfas, unicornios y dragones, entre

muchas otras.

La Era Gruhmniana daba comienzo.

–29–

E

CAPÍTULO UNO

l primer rayo de luz dio paso al amanecer y la claridad de la ma-

ñana fue bañando Gruhmnion desde el reino Decódeon, situado

al oeste, hasta el oriental reino de Nodral.

Era la primera vez que se celebraba una festividad ecuménica. Los

habitantes organizaban, excitados, los preparativos de esta fiesta en

todos los reinos; no era para menos ya que en unos días se conmemo-

raría algo muy especial: el Centenario de la Creación de Gruhmnion.

La Edad de la Transición, como la llamaban los propios gruhmnianos,

estaba siendo una época pacífica, de adaptación y, agradecidos a sus

dioses, las criaturas les rendían homenaje con la festividad.

Al margen de los preparativos, los Altos Magos tenían responsabi-

lidades que atender. Cada dos estaciones se reunían en el reino Bosque

Colossus para debatir sobre la conducta de los gruhmnianos. Com-

probaban que prevaleciera el orden en los reinos y se cercioraban de

que todos viviesen acorde a las expectativas generadas por los dioses;

al fin y al cabo ellos eran sus portavoces. En aquella ocasión, además,

coincidía con su cometido de tribunal en La Academia, la escuela de

magos más importante de los ocho reinos, donde su función era la de

evaluar a los alumnos que aspiraban a Maestre Mago.

El Bosque Colossus estaba dividido en distintos sectores con ve-

getación y clima independientes, que permitían la formación de miles

–30–

Los reinos de Gruhmnion. Las llamas de la rebelión

de ecosistemas distintos dentro del mismo reino. Millones de árboles

poblaban aquel espacio verde tan precioso, tan perfecto. Dentro del

descomunal territorio, solo existía una pequeña zona donde la natura-

leza no era tan copiosa: el Castillo de Edicto, lugar en el que se cele-

braban las asambleas del gremio de magos y donde se encontraba La

Academia. Cuando Gruhmnion fue creado, los aspirantes a los tronos

aceptaron sus nombramientos en este castillo y decretaron, junto a los

Altos Magos, las leyes de los reinos. Así quedó plasmado en el primer

manuscrito de esta Edad, El Real Pergamino Blanco:

Preámbulo:

Los líderes de Gruhmnion en el presente pacto,

Considerando que se tendrá por base el reconocimiento de la dignidad

inherente a todos los habitantes de Gruhmnion y de sus derechos iguales e

inalienables dentro del Bosque Colossus,

Reconociendo que estos derechos se derivan de la honorabilidad de todas

las razas existentes,

Considerando que el Real Pergamino Blanco impone a los reinos la

obligación de promover el respeto de las libertades dentro de Gruhmnion en

su totalidad,

Comprendiendo que está prohibida la magia dentro del Bosque Colos-

sus y/o acciones cuyos fines sean maléficos y perjudiciales para el resto de

seres presentes en el sagrado reino,

Concediendo a Lenam, el mago, el privilegio de poder utilizar la magia

dentro del Bosque Colossus por su cargo de líder de los Altos Magos,

Concediendo a La Academia, el privilegio de ser el único lugar en el

Bosque Colossus donde se podrá hacer uso de la magia, siempre y cuando

sea para instruir y se realice Bajo la supervisión de sus profesores, o Altos

Magos,

Asignando a Odaka como vigía, defensor y ejecutor de las leyes aquí

expuestas,

Convienen en los artículos siguientes:

–31–

Soraya del Ángel Moreno

PRIMERO: Se respetará la libertad de todo ser que pise tierra del

Bosque Colossus, a excepción de aquellos quienes incumplan los mandatos

expuestos en el Real Pergamino Blanco

SEGUNDO: Siempre que se requiera de una asamblea para tratar

temas que afecten a cualquiera de los reinos, ésta será dirigida por los Altos

Magos y se llevará a cabo en el Castillo de Edicto

TERCERO: En una asamblea con temas globales a tratar, se elegirá a

un representante de cada reino implicado, que ejercerá de portavoz. Todos tienen

derecho a parlamentar por turnos que establecerá el líder de los Altos Magos

CUARTO: Los habitantes de Gruhmnion respetarán lo que se dic-

tamine en cada asamblea aunque se pueden presentar objeciones que serán

estudiadas por los Altos Magos

QUINTO: El objetivo de la creación de Gruhmnion y del Bosque

Colossus es salvaguardar al mundo de cualquier acción que incite a la

destrucción de la paz

SEXTO: Cada reino de Gruhmnion tendrá sus propias leyes y man-

datos, siempre supervisados por su rey o reina y/o una asamblea real.

El Real Pergamino Blanco reflejaba lo que habían decidido los dio-

ses, un reino neutral, donde no existiera violencia y todas las criaturas

respetasen. Por esto, los gruhmnianos se referían a este reino como el

reino sagrado.

En esta ocasión, la reunión que pretendían celebrar los magos al

llegar al Castillo de Edicto no era como las anteriores. Rumores apun-

taban a que se estaban produciendo una serie de altercados al oeste,

en el reino de Decódeon, y los Altos Magos debían debatir sobre qué

hacer. Lenam, líder del gremio y gobernante de uno de los reinos,

propuso al resto citarse al amanecer en la entrada sur del Bosque Co-

lossus. Como siempre ocurría, llegó el primero.

El mago nació durante la Era Humana, en Indonesia. Sus padres,

igual que él, eran reptors, una raza descendiente de los saurios que evo-

lucionó formando seres con aspecto humanoide, pero con rasgos de

–32–

Los reinos de Gruhmnion. Las llamas de la rebelión

reptil. Esta raza aglomeraba gran cantidad de subespecies: los había

con aspecto de salamandra, otros tenían un semblante camaleónico,

existían reptors con cara de serpiente y entre otros tantos, estaban los

de semblante de dragón de Komodo, como Lenam y sus padres.

No tuvo demasiados problemas para ocultarse de los humanos du-

rante su vida en la Tierra, ya que su hábitat no había sido descubierto

por los bárbaros. Su hogar permanecía virgen, intacto. La única com-

pañía que tenía su familia era la de tres dragones de Komodo que,

quizá por similitud, se acercaban de vez en cuando al lecho del río

donde construyeron su morada. Rehivo, el padre de Lenam, le regaló

un libro de alquimia cuando éste era solo una cría: Recital mágico para

principiantes, libro que se convirtió en una pieza clave en la educación

del pequeño. A medida que fue creciendo, comenzó a darse cuenta

que aquella satisfacción que alcanzaba cada vez que conseguía domi-

nar un encantamiento era plena y eso le incitaba a seguir estudiando

más sobre aquella disciplina. Recital mágico para principiantes le permitió

comprender el siguiente volumen, La ciencia oculta en la oración, lo que

dio paso a multitud de lecturas más. En ocasiones Lenam pasaba se-

manas sin comer, solamente leía, practicaba, aprendía. Así fue como,

con el paso del tiempo, el reptor acabó convirtiéndose en un profun-

do conocedor de la magia, centrándose especialmente en la blanca,

cuyos hechizos curativos dominaba a la perfección y le proporciona-

ron los conocimientos para poder entrar en el gremio de magos a la

temprana edad de quince años.

Dado que en la Era Humana todas las criaturas intentaban ocultar-

se del hombre, no había una escuela o un espacio donde recibir lec-

ciones con un maestro, así que los primeros sabios, líderes del gremio,

viajaban por todos los rincones del mundo buscando nuevos adeptos.

Uno de los más importantes, conocido como Viejo Cuervo, llegó a

Indonesia. Buscó al joven Lenam, de quien ya había oído hablar, y

pasó junto a él y su familia varias estaciones, mostrándole así el arte de

la magia. Lenam aprendió rápido de su maestro y, cuando consiguió

la destreza suficiente para dominar la magia blanca, viajó tal y como

hacían los grandes magos de la Tierra, mostrando sus conocimientos

y alcanzando nuevos retos.

–33–

Soraya del Ángel Moreno

Los años pasaron y el mago se convirtió en uno de los más sabios.

Ciento veinte años dedicó al estudio de las diversas formas de vida

del planeta, incluyendo a los seres humanos, de los que se hizo un

analista experto. A sus cuatrocientos treinta y nueve años logró al

fin lo que tanto anhelaba: elaborar el hechizo de la creación de vida.

Este nuevo encantamiento aportó al gremio el poder de crear vida a

través de entes inanimados, tales como piedras, barro, agua o fuego.

Aunque no todos los magos disponían del poder suficiente para do-

minar esta técnica, este gran acontecimiento proporcionó al reptor

una gran popularidad entre los no humanos y posibilitó el nacimiento

de las criaturas llamadas interplanares así como de las gárgolas. Por

este gran descubrimiento, el saurio recibió el anillo que le consagraba

como Maestre Mago.

Según lo acordado, al amanecer, los nueve hechiceros estaban lis-

tos para entrar en el Bosque Colossus. Los dos guardianes de la en-

trada les dejaron pasar sin impedimento, ¡se trataba de los creadores!

Entraron e, impresionados, contemplaron aquel lugar majestuoso.

Por muchas veces que se adentraran, el reino no les dejaba de sorpren-

der. Unos tenues rayos de luz penetraban por el follaje de las altísimas

sequoias rojas que los rodeaban. En su viaje les acompañaba un aire

húmedo que no apreciaron hasta llevar varias horas caminando y es

que aquel bosque parecía no tener fin. El grupo distinguió una zona

despejada a pocos metros y se dirigió a ella para descansar unos minu-

tos. Desde allí Lenam vio a unos diez metros una charca embarrada y,

sin pensarlo dos veces, decidió acercarse a lavar sus escamas sucias de

polvo y tierra seca. Al agacharse y contemplar su reflejo, su gesto se

tornó pensativo. Recogió con ambas garras un puñado de barro, cerró

sus ojos amarillentos y, siendo el único que podía utilizar la magia en

aquel territorio, recitó:

Fangöe prehstir tsona convertor3

En ese momento el barro se licuó y, a los pocos segundos, se con-

centró de nuevo transformándose en una preciosa vasija de loza, con

3 En lengua Korüm se traduce como: “Barro, convierte en utensilio tu forma.”

–34–

Los reinos de Gruhmnion. Las llamas de la rebelión

un asa a cada lado. La llenó del agua de la charca y, tras pasar su garra

por la abertura del recipiente, el agua se convirtió en rica aguamiel. La

compartió con el resto del grupo, que le vitorearon alegremente. Una

vez descansados retomaron la marcha.

Viajaron por el bosque de sequoias durante cinco horas más hasta

llegar a orillas del río Péenor, de aguas cristalinas y corriente impetuo-

sa que separaba dos sectores del reino: el bosque y la gran selva. Solo

podían llegar a la jungla cruzando por el puente de madera de roble

que se alzaba ante ellos.

—Si pudiera usar la magia, cruzaría volando —refunfuñó Frost,

especializado en hechizos gélidos y último de los elfos.

—Ya conoces las leyes, refrigerador andante —bromeó Dahon, el

más joven de los Altos Magos—. Nada de magia en el reino sagrado…

—Nadie ha pedido tu opinión, ¡calvorotas! —respondió Frost,

mofándose.

Lenam se rascó las escamas de su cabeza mientras su lengua salía

despedida en todas direcciones; ya no sabía qué hacer con aquellos

dos y lo único que se le ocurrió fue invitarles a seguir adelante. Lle-

garon a la orilla de la selva, donde se quedaron boquiabiertos por el

brusco cambio climático que sintieron sus cuerpos. Pese a seguir en

un ambiente húmedo, notaron el calor aplastante que brotaba a su

alrededor, ni siquiera sofocado por las pequeñas gotas de lluvia que

comenzaban a caer.

—La Selva del Pacto… nunca me acostumbro a estos cambios de

clima —reconoció Lenam moderando el ritmo de su paso.

Continuaron la marcha cada vez más fatigados por la humedad y la

lluvia, que comenzó a caer a borbotones. El diluvio les obligó a dete-

nerse de nuevo ya que era imposible avanzar. Por experiencia, sabían

que el monzón no duraría demasiado, pero aun así corrían el peligro

de ser arrollados por la lluvia y el viento y, sin su magia, no podrían

hacer gran cosa en esa situación. Buscaron refugio en la planicie de

una de las cumbres cercanas y allí esperaron pacientemente a que ce-

–35–

Soraya del Ángel Moreno

sara la lluvia. Los magos, empapados, miraban con resignación a su

camarada Valdo, el único de ellos incorpóreo; un espíritu que al tacto

parecía vaporoso y que, al parecer, se lo estaba pasando en grande.

Valdo volaba por encima de los demás, revoloteaba como una mari-

posa en busca de alimento. Cada vez que caía un relámpago, el mago

etéreo transformaba su cuerpo nebuloso en distintas formas geomé-

tricas para diversión del resto; ahora un círculo, ahora un cuadrado...

Al fin dejó de llover y pudieron descender del monte hacia la orilla

del río, que había crecido tras el monzón. Continuaron su camino

acompañados por el olor a tierra mojada, por el crujir de las cortezas

de los árboles, por el ruido de las hojas meciéndose a su alrededor y

por la calma que queda tras la tempestad.

Siguieron el río y pronto escucharon la pequeña cascada que lleva-

ba directamente a la senda que conducía al castillo. Los magos cono-

cían una forma de bajar por el acantilado y evitar dar un rodeo así que,

con cautela, se acercaron al borde del precipicio para situarse sobre

unos escalones ocultos que formaban las rocas. Con cuidado de no

resbalar, fueron bajando por las rocas hasta llegar a la caída de la cata-

rata, en la que se formaba un enorme lago; de paso aprovecharon para

reponer fuerzas y saciar su sed bebiendo del agua pura y cristalina.

—Ya falta poco, hermanos —intentó animar Lenam mientras ca-

minaba apoyándose en su bastón.

Continuaron, dejando atrás el enorme lago, y muy pronto notaron

en sus cuerpos el frío gélido de la nueva zona del reino, que se hacía

más intenso con cada paso. Estaban muy cerca del Castillo de Edicto.

El joven Dahon se adelantó al grupo para ser el primero en disfrutar

de las vistas, apartó con su mano unas ramas de cedro que impedían

ver lo que ocultaban y, al hacerlo, el mago quedó boquiabierto. Lo ha-

bía visto muchas veces, pero la belleza del lugar era impactante. Desde

su posición podía ver el Castillo, las montañas nevadas y, a lo lejos, el

pico Minrid, donde estaba la cueva de Odaka, el guardián del reino.

Millones de abetos nevados rodeaban la fortaleza. La nieve se pre-

cipitaba sin cesar, cubriendo con un manto blanco todo lo que toca-

–36–

Los reinos de Gruhmnion. Las llamas de la rebelión

ba, lo que hacía difícil ver la senda que conducía hacia la entrada del

castillo. El viento era fuerte aunque no llegaba a crear vendavales. En

otras circunstancias Frost habría podido controlar la nieve y les habría

despejado el paso pero allí, en el lugar donde la magia estaba prohibi-

da, no hubo más remedio que seguir caminando.

—Podrías aprender alguno de mis hechizos gélidos, Lenam —ani-

mó al saurio.

—Ya soy un poco mayor para cambiar mi magia, ¿no crees? —res-

pondió—. Si es por usarla en este reino, tendría que aprender todos

los tipos de magia que existen para contentaros a todos —Lenam

puso su garra sobre el hombro de Frost y siguieron adelante.

Avanzaron entre los abetos hasta encontrar la senda, por suerte co-

nocían el camino de memoria… El castillo había sido construido con

piedra caliza blanca. Destacaba el azul de los tejados cónicos de las to-

rres y las bellas atalayas que abrazaban el enorme edificio situado en el

extremo posterior de la fortaleza. Los magos se apresuraron a cruzar

el puente de tres arcos que les conducía a la barbacana del castillo para

así entrar en el patio exterior del recinto. Miraron hacia arriba, más allá

de la muralla que tenían frente a sus ojos, y vieron el gran torreón con

Oleandro, el viejo guarda, saludándoles desde la almena.

Oleandro hizo una señal con su pata derecha y, de inmediato, la

puerta principal comenzó a abrirse. El pórtico en arco era precioso;

a cada lado de la entrada estaban colocados los estandartes del reino,

cuyo símbolo era un cerezo en flor rosa. El vigía pidió a uno de los

guardas que cubrieran su puesto. Descendió por las escaleras circula-

res del torreón a toda prisa para saludar a los magos, que ya habían

entrado al patio principal.

Oleandro era de raza ursus, humanoides con aspecto de oso y, en

su caso, perteneciente al clan de los panda. Apareció sonriente. Su

cara achatada, redonda y con marcas de pelo negro en sus orejas y

alrededor de los ojos le delataba; no podía negarse de qué especie

era. Abrió sus brazos y agarró a Lenam fuertemente levantándole del

suelo en un abrazo brutal.

–37–

Soraya del Ángel Moreno

—¡Lenam! ¡Al fin has vuelto! —gritó Oleandro entusiasmado—.

¡Me aburría mucho sin ti! Además, dejamos nuestra partida a medias,

¿lo recuerdas?

El mago le miraba con cariño, ya que se conocieron un siglo atrás,

en el año uno de la Edad de la Transición y se había forjado una amis-

tad inquebrantable entre ellos.

—Suéltame, panda, o me partirás por la mitad… —dijo Lenam

mientras la lengua amarillenta hacía de las suyas—. Retomaremos la

partida. Te lo prometo, amigo mío, pero antes los magos debemos

atender unos asuntos.

—Entiendo —dijo el ursus—, pero los exámenes no son hasta

mañana, así que no hay excusas para no cenar todos juntos y reírnos

un rato.

Al nombrar la cena, los magos miraron al cielo; ni se habían perca-

tado de que estaba anocheciendo. Desde el patio del castillo, donde se

encontraban, admiraron el enorme edificio que les quedaba en frente,

La Academia. En esta construcción de ocho plantas se instruía a los

jóvenes que querían ser magos, ya que por muy longevos que fuesen

Lenam y el resto, solo los ángeles eran inmortales. El gremio debía

seguir creciendo, por ello magos y reyes de Gruhmnion decretaron en

el Real Pergamino Blanco que La Academia fuese el único lugar del

reino sagrado donde poder practicar la magia, siempre y cuando fuese

para instruir y los estudiantes estuviesen bajo la supervisión de los

Maestres asignados, uno para cada disciplina. Así crecería el número

de aprendices de hechicero a la vez que permanecían a salvo dentro

del bosque.

—Luego saludaremos a los estudiantes —dijo Lenam—. Ahora

descansemos un poco. Mañana nos espera el bloque negro.

Todos miraron hacia la izquierda, donde se hallaba un extraño edi-

ficio, un bloque negro, carente de ventanas y de puerta de entrada,

hecho de un cristal muy resistente llamado polium que brillaba bajo

la luz del sol.

–38–

Los reinos de Gruhmnion. Las llamas de la rebelión

Los magos, guiados por Oleandro, entraron a otro edificio, situado

a la derecha del patio. En él se albergaban las dependencias reales y

las habitaciones de los magos. La planta baja estaba destinada a invi-

tados y a los trabajadores del castillo, como era el caso del vigía. En la

primera planta se encontraban las habitaciones de los magos: nueve

estancias individuales, cada una hecha a conformidad de su huésped

y, finalmente, la última planta estaba destinada a acoger a los reyes y

reinas que visitaban periódicamente el Castillo de Edicto.

—Cuando estéis listos, id al mesón de La Academia. Creo que el

bueno de Gordon ha preparado delicias de abejorro y pudin de man-

zana —Oleandro se relamió—. Yo iré a asearme un poco, ¡creo que

tengo nieve hasta en el pandero! —dijo intentando meter su garra en

una apertura de la armadura.

Al cabo de una hora todos se encontraron en El Mesón del Erudi-

to, la enorme taberna donde se servían las comidas del castillo. Era un

lugar divertido; los cientos de estudiantes se sentaban con sus amigos,

intercambiaban experiencias y los expertos narraban historias a los

principiantes para ver sus reacciones.

Oleandro entró y todos le saludaron cordialmente, era muy queri-

do allí. Vio al final de la taberna la mesa donde se habían sentado los

Altos Magos acompañados por los profesores, y se puso en marcha.

—¿Aprendiste ya a convertirte en buey? —preguntó el panda a un

alumno de tercer curso—. Y tú, ¿ya podrías defenderte de un ataque

de grado tres? —le dijo a otro de segundo.

Oleandro quería mucho a “sus muchachos”, como solía llamar a

todos los estudiantes.

—Son buenos chicos —dijo al llegar a la mesa.

El vigía se sentó al lado de su amigo dragón de komodo y levantó

su gran y peludo brazo para hacer un gesto de agradecimiento al me-

tre, que había preparado aquella mesa con especial esmero.

—¡Desde luego Gordon se ha portado esta vez! —dijo Dahon, al

ver los manjares que había preparado el cocinero. Si hubiese sido por

–39–

Soraya del Ángel Moreno

él, ya estaría comiendo como si no existiera el mañana, pero debía

comportarse lo mejor posible y más teniendo a la encantadora Pitia a

su lado, así que cogió un buñuelo y lo comenzó a masticar intentando

no hacer ruido.

—¿Te apetecen unos buñuelos de salmón? —preguntó Dahon con

la boca llena mientras le acercaba el plato a la hechicera—. ¡Están muy

buenos!

—Gracias Dahon, probaré uno —respondió Pitia, sonriente—.

¡Mmm! ¡Delicioso!

Dahon, que no se había tragado la bola de comida, la miraba em-

belesado. Se conocieron un siglo atrás, el día de la creación de Gruhm-

nion. El mago se enamoró de ella en el mismo instante en que la vio,

pero nunca le había dicho nada por temor al rechazo y porque eran

los Altos Magos, figuras que debían hacer siempre lo correcto, como

velar por los gruhmnianos y dejarse de amoríos.

—¿Cuándo vas a lanzarte a por Pitia, Dahon? —el joven Dahon,

avergonzado, se puso a temblar al pensar que todo el mundo lo había

escuchado. Para su tranquilidad, se percató de que era Fyodor, el úni-

co de los magos que podía comunicarse mentalmente.

—Aquí sí podemos usar nuestros poderes, estamos dentro de La

Academia…—le recordó el mago telequinésico.

—Déjame en paz, lobo, ya sabes la vergüenza que me da hablar de

estas cosas… —Dahon se puso del color de las cerezas maduras, se

acaloraba por momentos y eso que, pese a la chimenea, las estancias

del castillo eran más bien frías ya que allí nunca paraba de nevar.

La cena siguió en un ambiente agradable. A medida que oscurecía,

el metre fue encendiendo las luces de baj de la estancia, llamadas así

por su inventor, el señor Larry Baj, creador de un hechizo capaz de

ser utilizado por cualquier gruhmniano, conocedor o no del arte de

la magia. Así, cualquier habitante de cualquier reino disponía de luz

siempre que quisiera con solo con un chasquido de dedos.

–40–

Los reinos de Gruhmnion. Las llamas de la rebelión

Los profesores explicaban anécdotas divertidas para entretener a

los magos, la mayoría sobre disparates de los alumnos. Las más gra-

ciosas provocaban las carcajadas de Oleandro, que se escuchaban

hasta en el torreón cercano a la entrada. Comieron y bebieron hasta

tarde, no pararon hasta quedar saciados. No se dieron cuenta de que

los estudiantes ya hacía rato que habían marchado a sus habitaciones,

sabían que el descanso era muy importante para su concentración en

las distintas materias, más siendo el día siguiente tan importante.

—Creo que es hora de que nosotros también vayamos a descansar

—dijo Lenam—. Ya no tenemos tanto aguante como antes y mañana

hay que examinar a los alumnos que han pasado al quinto curso, ade-

más de debatir sobre los altercados del reino Decódeon. —¿Cuántos

estudiantes han logrado acceder al examen este año, profesor Galvan?

—preguntó el saurio.

—Este año hemos batido récord, Lenam. Serán tres los que se

examinen para la titulación de Maestre —contestó el profesor de la

disciplina de Dominio de los Elementos y Fuerzas Naturales.

—Estupendo, espero que tengamos tiempo para examinarles y

para celebrar nuestra asamblea el mismo día —Lenam se levantó de la

mesa, siendo el primero en salir del Mesón del Erudito. Poco después,

lo hicieron los demás con la excepción del profesor de Magia Negra,

Anubis, y el mago Elger.

—Creo que esta vez lo lograrán, Elger —dijo Anubis esperanzado.

—¿Crees que por fin tendremos otro Maestre en Magia Oscura?

Me complacería tener un discípulo. Espero que esta vez lo hayamos

encontrado —respondió Elger, escondido en una túnica negra cuya

capucha ocultaba su rostro. Su particular voz grave y algo distorsiona-

da era temida por los niños gruhmnianos.

Ambos se despidieron y se retiraron a sus habitaciones, dejando la

mesa llena de platos y copas vacías tras ellos.

–41–

L

CAPÍTULO DOS

a nieve caía sin cesar sobre el Castillo de Edicto, formando el

mismo manto blanco que cubría toda aquella zona del reino. Los

estudiantes que se examinaban habían pasado la noche en vela, y no

era para menos. Había demasiado en juego, tener el rango más alto del

gremio o seguir siendo magos... expertos, sí, pero magos comunes al

fin y al cabo.

Aquel año tres alumnos habían logrado acceder al examen a Maes-

tre, todo un acontecimiento, ya que en todo ese siglo solo dos alum-

nos habían conseguido la titulación.

La Academia era un edificio de ocho pisos. La planta más baja al-

bergaba la recepción, donde la señora Twinkles atendía a los alumnos

desde su mostrador, una mesa semicircular violeta. La adorable recep-

cionista era una âmphios, criaturas que evolucionaron de los anfibios,

del tamaño de un humano y, como ocurría con otras razas, también

agrupados en subespecies. La señora Twinkles, por ejemplo, era de

tipo rana. En su juventud había gozado de una piel espléndida y llama-

tiva color amarillo chillón, pero con el paso de los siglos, su amarillo

se había apagado. Siempre llevaba unas gafas rojas cuadradas y una

rebeca para resguardar su cuerpo del frío del castillo.

Tras el mostrador, un pasillo conducía a dos grandes salas: a la

izquierda estaba el despacho de Anne Bernadette, directora del cen-

–42–

Los reinos de Gruhmnion. Las llamas de la rebelión

tro, y a la derecha la sala de profesores. En el extremo izquierdo de

la estancia unas escaleras subían a la primera planta del edificio. Los

escalones, hechos con vidrio azul celeste, eran flotantes y aunque sus-

pendidos, permanecían inmóviles al pisarlos, ni siquiera un huracán

podría haberlos movido. Para que las escaleras no fueran una zona de

paso sin ningún encanto, su pared era en realidad un recinto acuático

donde vivían miles de especies que fueron rescatadas de la Era Huma-

na: ballenas azules, tiburones cebra, baijis, rayas marinas, telescopios

negros… peces de agua dulce, salada, cálida y fría nadaban en armonía

en aquel espacio mágico e infinito.

Cada sala de La Academia estaba reforzada con hechizos de mutis-

mo y blindaje. Con ello se aseguraban de que quedasen insonorizadas

y protegidas ante ataques o explosiones causados por hechizos de los

alumnos en prácticas.

En la primera planta estaban las aulas de Alquimia, Pociones y Ar-

tilugios, asignaturas que se empezaban a impartir en el primer curso.

En el segundo piso se encontraban las aulas de Teoría de la Herbolo-

gía, Ilusionismo y Predicción, y en la tercera se hallaba la sala donde

los alumnos de cursos avanzados practicaban exclusivamente hechi-

zos de magia negra, siempre bajo la supervisión del profesor Anubis.

La cuarta planta abarcaba el escenario en el que se examinaba a los

alumnos que aspiraban a convertirse en Maestres y que habían supera-

do los cuatro cursos anteriores. La quinta planta del edificio albergaba

la descomunal biblioteca, un espacio repleto de sabiduría gruhmnia-

na e incluso con reproducciones de libros de la Era Humana. En la

planta seis estaban las instalaciones deportivas y la piscina y, en lo más

alto del edificio, se encontraba el Mesón del Erudito, lugar en el que

se servían las comidas en el castillo y también donde se celebraban

divertidas fiestas de estudiantes cada vez que terminaban un curso,

como ocurriría al día siguiente. Finalmente, a las afueras del castillo

se encontraba el Jardín Botánico en el que se realizaban las prácticas

de la disciplina de Herbología, así como la construcción de una enor-

me arena de combate en la que se practicaban las especialidades de

–43–

Soraya del Ángel Moreno

Transmutación y de Dominio de los Elementos y Fuerzas Naturales

(DEFN), ya que se necesitaba un espacio abierto para ejecutar este

tipo de magia.

Las normas de La Academia fueron regladas por los Altos Magos

durante las primeras semanas de la Era de la Transición. Fueron ase-

sorados por Anne Bernadette, conocida por todos gracias a su erudi-

ción en asuntos de enseñanza de artes mágicas en jóvenes y adultos.

La directora era una misifuz, humanoides de aspecto gatuno. Su

morro y sus orejas blancas destacaban entre su suave pelaje atigrado

color naranja. Su ojo derecho era azul celeste mientras que el izquierdo

era verde oliva, lo que le otorgaba una mirada cuanto menos inquie-

tante. Esta especie evolucionó de los gatos y con ello sus sentidos del

olfato y oído, motivo por el que la directora era tan buena en su tra-

bajo. Escuchaba desde su despacho los bisbiseos de alumnos que, en

el Mesón del Erudito, planeaban intercambiarse apuntes durante los

exámenes. Siempre los cazaba. Vestía elegante y colorida; combinaba

a la perfección los accesorios con sus vestidos e incluso con la carpeta

que siempre llevaba consigo, cogida por una garra, en la que estaban

planificados los horarios de las clases, las aulas correspondientes y los

alumnos que estudiaban cada disciplina. Los Altos Magos confiaron

en Anne Bernadette para dirigir La Academia y no era para menos, el

mismísimo dios Damarcus la recomendó para el puesto.

Anne organizó La Academia en cinco cursos. En el Primer Curso

de Principiantes se enseñaban cinco disciplinas en sus semblantes más

básicos: Alquimia, Pociones, Herbología, Artilugios y Dominio de los

Elementos y Fuerzas Naturales (DEFN). Los estudiantes que aproba-

sen los exámenes de estas materias, ascendían al Segundo Curso de Prin-

cipiantes, con las mismas disciplinas en modo avanzado a excepción de

Artilugios que se cambiaba por Magia de Guerra en un nivel básico.

Los cursos de modalidad principiante tenían una duración de un año

cada uno y los exámenes eran, en mayor parte, teóricos con alguna

práctica de carácter simple. Los aprobados pasaban al tercer curso,

el Curso de Aprendiz, de tres años de duración. En él se incorporaban

–44–

Los reinos de Gruhmnion. Las llamas de la rebelión

a las disciplinas anteriores las clases de Ilusionismo y Control Men-

tal, Predicción y Futurología, Transmutación Básica y Magia Negra.

Este tercer curso se consideraba el más duro, ya que combinaba ma-

gia avanzada con los hechizos más complicados de entender: Trans-

mutación y Magia Negra. Muchos estudiantes no lograban superar

este curso aunque, por norma de La Academia, un estudiante podía

acceder al examen a Maestre teniendo, como máximo, una asignatura

suspendida. A pesar de la dificultad había algunos que lograban llegar

al cuarto curso: Curso de Mago Experto, de un año de permanencia, en

el que se daban todas las disciplinas estudiadas hasta el momento a un

nivel superior. Pocos magos habían logrado pasar al quinto, el Curso

de Maestre, que consistía únicamente en la realización del examen de

la modalidad escogida para convertirse en Maestre. Solo dos magos

habían superado el examen en toda la historia de La Academia. Tres

se examinaban aquel día, algo fuera de lo común que generaba una

altísima expectación por parte de todos; incluso profesores y los Altos

Magos estaban entusiasmados porque llegasen las pruebas.

Faltaban solo un par de horas para el inicio de los exámenes cuan-

do el tribunal ascendió por las escaleras flotantes del edificio, piso por

piso, hasta llegar al cuarto, donde estaba la Sala del Reconocimiento.

El primero en entrar fue Lenam, que abrió las enormes puertas

de mármol negro y entró en la sala. Las luces de baj se encendían a

medida que el mago iba descendiendo por el hueco existente entre las

gradas. La claridad exhibía la bella estancia circular con un enorme

escenario en medio que permitía a los asistentes poder contemplar el

espectáculo desde todos los ángulos. Cual anfiteatro romano, la sala

permitía la entrada de público, por si los familiares de los magos que-

rían asistir a sus pruebas. El escenario tocaba la zona inferior de los

graderíos, sector prohibido para el público por riesgo a sufrir heridas

graves durante los ejercicios. La sala también incluía cinco palcos si-

tuados alrededor de la estancia para contemplar desde las alturas a los

examinados.

Lenam y los demás magos bajaron por el anfiteatro hasta el esce-

nario. Al llegar, se colocaron en el centro de la arena y se alinearon

–45–

Soraya del Ángel Moreno

mirando hacia las gradas que daban a la puerta de entrada, lugar desde

el que hablarían al público.

El suelo del escenario se componía de pequeñas teselas de cerá-

mica que formaban un mosaico con el árbol de cerezo en flor rosa

dibujado, símbolo del reino. De él aparecieron nueve estrados, emer-

giendo del suelo como lo haría una flor de loto en medio del fango.

Cada mago disponía de su propio asiento independiente; les servirían

para elevarse y permitirles moverse libremente por el gran escenario

durante el examen. Planearon con sus estrados hasta colocarse en la

gradería inferior, de cara al escenario. El examen comenzaría ensegui-

da y querían estar listos para cuando comenzase a entrar el público.

Cuando les fue permitido, los asistentes entraron y ocuparon to-

dos los asientos de las gradas medias y altas, así como los palcos. De

pronto, las luces de baj bajaron de intensidad, solo las que enfocaban

al escenario continuaban con su máxima potencia, señal inequívoca de

que las pruebas estaban a punto de comenzar.

La Sala del Reconocimiento quedó llena de familiares y amigos

de los estudiantes, que vitoreaban los nombres para darles ánimos.

Pronto aparecieron en el escenario dos seres y en aquel instante todo

el público guardó silencio.

—Profesor Wade —dijo Lenam—, por favor, presente a su can-

didato.

El profesor se adelantó unos pasos en el escenario y se acercó al

borde para presentar a su aspirante. Wade era un crock, humanoide

con rostro de caimán, corpulento y muy fuerte. Hacía medio siglo que

aceptó formar parte del claustro de profesores de La Academia y era

experto en la disciplina de Magia de Guerra, la que había elegido el

primer examinado.

—Os presento a Ronnie, procedente de Arsaryen, capital del reino

de Adronis —expuso—. El aspirante a Maestre en Magia de Guerra

tiene la nota más alta de los tres candidatos, por ello será examinado

en primer lugar. Como todos los que han pasado por este escenario

–46–

Los reinos de Gruhmnion. Las llamas de la rebelión

hasta el momento, la única disciplina no superada es la de Magia Ne-

gra —Wade inclinó la cabeza en señal de despedida y se retiró del

escenario, dejando al aspirante ensimismado escuchando los aplausos

del auditorio.

La pequeña figura antes escondida tras el profesor Wade, fue hacia

adelante y levantó sus cortos brazos para provocar vítores aún más

fuertes. Todos gritaban su nombre, Ronnie se sentía tan motivado que

se creía capaz de todo en aquel momento. Este kaeru, un joven con

aspecto de caracol, del tamaño de un bebé y cuya concha era tan dura

como el diamante, tenía un aspecto algo cómico, por sus ojos tenta-

culares y por el hecho tener unas piernas y brazos tan pequeños que

costaba verlos. Pero como dicen los gruhmnianos, nunca te fíes de la

apariencia de un kaeru…

Aiko, una de las hechiceras, hizo girar su estrado mientras el resto

permanecía inmóvil, quedando cara al público y mirándoles atenta-

mente con su ojo de cíclope. Levantó los dedos pulgar, índice y cora-

zón de su mano derecha y comenzó a moverlos haciendo un espiral

que dio vida a una brisa aromática e hizo que un olor a pasto recién

cortado se dirigiera a todos los espectadores. Lo que Aiko hacía era

crear un hechizo de protección que impidiera salir del escenario a

cualquier ser u objeto no deseado por la maga, algo muy necesario

cuando alguien se examinaba de Magia de Guerra; nunca se sabía lo

que podía ocurrir… Aiko volvió a su posición original, quedando de

nuevo alineada con los demás miembros del tribunal.

El pequeño kaeru aguardaba el inicio de su prueba, al fin había

llegado el momento. Su respiración se aceleraba por segundos y sus

ojos se movían nerviosos de un lado a otro en busca de cualquier mo-

vimiento sobre el escenario.

El estrado de otra de las magas, Siara, se colocó en el centro de

la hilera, quedando junto a Lenam y todos los asientos se elevaron al

mismo tiempo para que el tribunal quedase sobre el escenario. Siara

era la única hechicera de raza acuática de entre los Altos Magos. Los

branquirios eran una de las especies más respetadas en todos los reinos

–47–

Soraya del Ángel Moreno

de Gruhmnion ya que era un pueblo amable y bondadoso con todas

las criaturas. Su piel azul celeste, suave y escurridiza al tacto permane-

cía siempre húmeda gracias a la capa de agua que siempre la rodeaba

cuando permanecía fuera del mar. Disponía de arcos branquiales a

cada lado de su cuello y aletas naranjas en su cabeza, en los antebrazos

y en los muslos de sus piernas. Junto a Lenam era la única en poder

crear vida a través de entes inanimados tales como barro, piedras o

gotas de lluvia.

Siara y Lenam cerraron sus ojos y pronto todo el anfiteatro co-

menzó a temblar. El mosaico del suelo del escenario se transformó

en arena de la que emergió lentamente una enorme estatua de pie-

dra con forma de ganesh, raza de bestias con cuerpo tremendamente

musculado y cabeza de elefante, cuya fuerza hacía estremecer a toda

criatura viviente. Para desgracia de Ronnie, además de fuertes, los ga-

nesh lanzaban chorros de agua a tal presión que podían agujerear las

superficies más sólidas.

Lenam juntó la palma de su garra izquierda con la mano derecha

de Siara, que aún permanecía en el estrado de su lado. Ambos unieron

sus poderes para dar vida a la estatua del ganesh bajo la atenta mirada

del público y por supuesto, del pequeño kaeru Ronnie.

Los pétreos ojos de la estatua comenzaron a resquebrajarse dejan-

do al descubierto unos intimidantes ojos color ocre. La piedra que

envolvía la trompa del paquidermo cayó al suelo formando un gran

estruendo y dejándola libre para comenzar a moverse de un lado a

otro, cada vez más rápido, con mayor brutalidad. El torso desnudo del

ganesh también se liberó de la piedra y, en un abrir y cerrar de ojos,

lo que antes era una figura de roca ahora era un ser animado, con sus

instintos bestiales innatos y deseosos de atacar al diminuto kaeru que

tenía delante.

—¡Que empiece el combate! —gritó Lenam y, de inmediato, el

ganesh escarbó la tierra con su pata trasera y tomó impulso para salir

disparado hacia el pequeño caracol que, inmóvil, parecía esperar la

inminente colisión.

–48–

Los reinos de Gruhmnion. Las llamas de la rebelión

Mientras corría, el ganesh fue formando un puño con sus manos

para lanzarle un gancho tremendo. El pequeño caracol, que ya había

intuido el movimiento de su adversario, se escondió rápidamente en

su concha para protegerse. El choque del puño contra el caparazón

sonó como si un trueno hubiera caído en la sala e hizo vibrar todo el

anfiteatro. Una nube de tierra cubrió por unos momentos el escenario

debido a la onda expansiva del golpe; gracias al hechizo protector de

Aiko esta nube de polvo no llegó a los espectadores, que observaban

boquiabiertos aquel inicio tan espectacular. Temían por el aspirante a

Maestre.

El elefante se preparaba para su segunda embestida. Comenzó a

caminar rápidamente hacia Ronnie, que sacaba los ojos de su concha

para ver la posición de la bestia. El ganesh atacó de nuevo con otro

duro golpe en el caparazón del caracol. Esta vez, la sacudida hizo

desplazar varios metros hacia el borde del escenario a Ronnie, que

seguía oculto dentro de su coraza. Sabía que no podría seguir así por

mucho tiempo; pese a lo resistente de su armadura, los golpes la esta-

ban empezando a agrietar. Los Altos Magos se acercaron con sus es-

trados, repartiéndose en el escenario para poder ver el combate desde

distintos ángulos. A lo lejos continuaban escuchándose los gritos del

público, que no paraba de animar al kaeru.

El paquidermo se preparaba para asestar el tercer golpe. Ronnie sa-

lió veloz de su concha al ver que corría hacia él y, dirigiendo las palmas

de sus manos hacia su enemigo, creó un muro gris de luz sólida en el

que el ganesh chocó sin remedio. Era el momento de atacar. Ronnie

continuó con su hechizo aprovechando que la bestia estaba aturdida.

Creó un martillo gigante del tamaño del propio elefante, también he-

cho de luz sólida, y comenzó a atizarle en la cabeza tal repertorio de

golpes que parecía imposible que el ganesh sobreviviera. Por si fuera

poco, y para asegurarse la victoria, Ronnie hizo levitar al paquidermo

y le comprimió con todas sus fuerzas, como si le envolviera una ana-

conda gigante. La bestia quedó inconsciente.

El pequeño kaeru, levantó sus tentáculos para mirar a los Altos

Magos y sonrió tras la victoria. No pudo evitar emocionarse al acer-

–49–

Soraya del Ángel Moreno

carse hacia las gradas y escuchar su nombre en boca de los especta-

dores. ¡Lo había logrado! ¡Era el tercero en la historia en conseguirlo!

—¡Roooonie! ¡Roooonie! —gritaba un público entregado.

Ronnie se inclinó para agradecer la alabanza pero, al hacerlo, algo

le golpeó con tanta fuerza que perforó su caparazón, haciendo que un

terrible dolor llegase a su espalda. Sin poder evitarlo, fue propulsado

hacia las gradas y chocó con la barrera invisible del hechizo de Aiko,

lo que evitó que cayese encima del público. Ronnie se giró con las po-

cas fuerzas que le quedaban y, al ver de nuevo erguido al paquidermo,

pensó en lo estúpido que había sido…

“He olvidado su cañón de agua... qué mal…”, pensó. Unos segundos de

risa histérica dieron paso al desmayo del pequeño caracol.

El ganesh se preparaba para lanzar de nuevo otro chorro pero la

hechicera Siara le detuvo.

—¡Prehstir Convertor4! —gritó Siara e, ipso facto, el ganesh volvió a

recuperar su forma de piedra.

Lenam acercó su estrado a Ronnie, que yacía inconsciente. Puso su

garra en la pequeña frente y el kaeru volvió en sí. El saurio se apartó

y dirigiéndose al público exclamó:

—¡Fin de la prueba! Resultado: no apto.

El público, aunque apenado, aplaudió al joven mago puesto que

enfrentarse a un ganesh no era nada fácil, y menos aún a uno creado

por Lenam y Siara. Los magos también reconocieron el mérito del

caracol y le desearon suerte para la próxima vez ya que no dudaban

del poder de Ronnie.

El escenario volvió a su forma original, dejando ver de nuevo el

precioso mosaico del pavimento.

Los Altos Magos volvieron a alinearse en la gradería inferior, fren-

te al escenario, para dar la bienvenida al siguiente alumno.

—Profesor Anubis —llamó Lenam—, por favor, presente a su

candidato.

4 En lengua Körum se traduce como “Recupera tu forma”

–50–

Los reinos de Gruhmnion. Las llamas de la rebelión

Anubis era el profesor encargado de enseñar la Magia Negra, dis-

ciplina que había escogido el siguiente candidato para examinarse.

Quienes dominaban los hechizos de este tipo de magia podían lanzar

embrujos ideados para causar mal de ojo, enfermedades o malestar a

sus víctimas aunque, sin duda, el poder más anhelado por los adep-

tos a esta disciplina era el arte de la resurrección. Lamentablemente

ningún gruhmniano había llegado a dominarla, ni siquiera el mago

Elger o el profesor Anubis. Ellos eran Maestres ya que dominaban el

control de los espíritus, un requisito necesario para alcanzar el rango

en esta especialidad. Todos los alumnos que habían accedido a hacer

el examen de quinto curso llegaban sin superar la asignatura de Magia

Negra, precisamente porque no habían logrado controlar a los espí-

ritus.

En la Era Humana, cuando una criatura fallecía, su alma era atraí-

da hacia la Ciudad de los Difuntos. La ciudad fue conocida durante

mucho tiempo como El Limbo, un lugar donde las almas aguardaban

el veredicto de la diosa Dana, que otorgaba la forma de ángel y la

inmortalidad a las criaturas que lo merecieran. Las almas no merece-

doras de la vida eterna iban directas al mundo de los muertos, donde

permanecerían hasta el fin de los tiempos.

Anpu, vigía de la Ciudad de los Difuntos y ayudante de la diosa,

guiaba a las almas en su viaje a través del más allá hasta la llegada del

juicio de Dana. Con cabeza de chacal de pelaje negro y cuerpo huma-

no, fue representado como dios en algunas civilizaciones y, en cierto

modo, podría verse como tal ya que Dana le otorgó la inmortalidad

manteniendo su forma original, sin convertirlo en ángel. El chacal

acompañaba a las almas hasta el Templo del Retorno, asentado en la

misma Ciudad de los Difuntos. Allí la Diosa sopesaba las acciones de

la criatura cuando estaba con vida, siempre que su cuerpo no hubiese

quedado destruido al morir o se tratase de una criatura incorpórea.

Del cuerpo etéreo surgía un corazón que la deidad colocaba en su

balanza para ver hacia donde se inclinaba el peso de sus actos. Si la ba-

lanza se inclinaba a favor de los actos bondadosos, la diosa estudiaba

–51–

Soraya del Ángel Moreno

por último sus proezas, no bastaba con ser bondadoso para convertir

en inmortal a una criatura…

Cuando Gruhmnion fue creado, los dioses decidieron quedarse en

el mundo humano a pesar de su voluntad inicial; dieron instrucciones

a Lenam para que no quedasen cabos sueltos en el nuevo mundo y,

una de las más importantes, fue la de informar a Anpu sobre este im-

portante cambio.

Además de cambiar su nombre por el de Anubis, tal y como le lla-

maban los humanos, se instaló en el Castillo de Edicto para instruir a

los aprendices en el arte de la magia. Sabiendo que la diosa no estaría

en gruhmnion, debía buscar a un aprendiz para ayudarle a controlar

el nuevo más allá. Sin Dana en el Templo del Resurgimiento, no exis-

tirían juicios ni la posibilidad de la conversión a ángel. Por ello, lo que

más anhelaba aprender Anubis era el hechizo de la resurrección y po-

der continuar con la labor de su diosa. Aun así, y a pesar de su estudio

y práctica de la magia negra, ni siquiera con la ayuda del mago Elger

consiguió acercarse.

En el escenario, Anubis se adelantó unos pasos para presentar su

candidato ante los Altos Magos:

—Este es Absalon, procedente de Terabath, pueblo del sureño rei-

no de Yebon —el público aplaudió y Lenam hizo una mueca de son-

risa ya que el candidato era del reino que él gobernaba—. El aspirante

a Maestre en Magia Negra —continuó el profesor—, es el primero en

la historia de La Academia en presentarse al examen de esta disciplina.

Los aplausos se mezclaron con gritos de euforia de los especta-

dores. Jamás se había visto una prueba de magia negra y eso excitaba

a las criaturas de las gradas. Incluso la directora Bernadette asistió a

los exámenes, sin duda para estar presente ante la prueba que daría

comienzo enseguida.

—Como todos los examinados, la única disciplina no superada, es

precisamente de la que se examina el candidato: la de Magia Negra

—tras un murmullo de asombro del público, el profesor suspiró. De-

–52–

Los reinos de Gruhmnion. Las llamas de la rebelión

seaba con todas sus fuerzas que alguien más se uniera a su búsqueda

de sabiduría y veía en el joven Absalon muchísimo potencial.

El profesor inclinó la cabeza, tal y como dictaba el protocolo, y

se retiró del escenario. Absalon cerró sus ojos e intentó concentrarse

para la prueba, quedándose totalmente aislado, sin prestar atención a

las gradas. Solo se concentró en el escenario.

El segundo examinado era un katzer, seres altos y fuertes con cuer-

po humano y rostro felino, en su caso, del clan pantera. Todo su cuer-

po estaba cubierto por pelaje negro y su mirada verde tan penetrante

e intensa hacía perder la noción del tiempo. Normalmente esta raza

solo se vestía con pantalones, pero como en esa zona del reino sagra-

do siempre nevaba, Absalon vestía siempre con la túnica marrón de

estudiante que le cubría todo su cuerpo.

De pronto el estrado del mago Elger viró y, clavando su mirada en

los espectadores, advirtió:

—Apreciado público... La siguiente prueba puede causar cierta

conmoción. Sugerimos a los más sensibles que abandonen la Sala del

Reconocimiento.

Mientras algunos espectadores, siguiendo las recomendaciones, sa-

lían temporalmente de la sala, el estrado de Elger volvió a girarse y

abandonó la hilera del tribunal para ir hacia la gradería más cercana al

escenario, en la que Anubis le esperaba.

Elger vestía cubierto en su totalidad por una túnica negra cuya

capucha no dejaba ver su rostro, solo se veían sus rasgos semblantes a

los humanos: boca y manos. Nadie conocía su procedencia, ni siquiera

Lenam, su maestro, que le encontró y enseñó todo lo que sabía so-

bre magia blanca. Sin embargo, él escogió el estudio de hechizos más

mortíferos.

El asiento de Elger se posó en el suelo de la grada. Salió de su es-

trado para colocarse al lado del profesor Anubis; si algo salía mal en la

prueba, ellos deberían actuar rápidamente. Todos los presentes guar-

daron silencio, un silencio sobrecogedor. Una sensación perturbadora

–53–

Soraya del Ángel Moreno

recorrió la sala, como si todos intuyeran que algo malo estaba a punto

de ocurrir. Tal y como marcaba el protocolo, los miembros del tribu-

nal, a excepción de Elger, ascendieron en sus estrados, quedando de

nuevo encima del escenario.

—Tu misión es la de traer ante nosotros un espíritu de la Ciudad

de los Difuntos, en el mundo de los muertos, controlarlo a tu voluntad

y hacerle regresar al más allá —expuso Lenam con decisión—. ¡Que

comience la prueba!

Absalon había suspendido la asignatura de Magia Negra por no

controlar bien a los espíritus, aun así había logrado moverlos, cosa

que ningún estudiante más podía decir. Estaba decidido a dominar el

hechizo supremo, la resurrección, ya que perdió a su familia en la Era

Humana y no quería que otros pasasen por su misma situación.

El katzer sabía que lo primero que tenía que hacer para traer un

espíritu del más allá era recitar el sortilegio sagrado del Libro de los

Muertos que les enseñó Anubis durante las lecciones. Para que el he-

chizo tuviese efecto, el conjurador debía tener un poder enorme, tan-

to mágico como mental. Su alma debía adentrarse en los confines del

otro mundo, buscar un espíritu y recitar la oración para llevarlo con-

sigo al mundo de los vivos, y más concretamente, al escenario donde

se encontraba.

De pronto, Absalon rompió el silencio de la sala al comenzar la

oración:

—¡Oh, corazón de mi madre! Ven hacia mí, ese es tu destino. Le-

vántate de la tierra oscura puesto que yo soy el león que viene avan-

zando, soy el ojo abierto de Horus y te digo que has alcanzado el rio,

ven en paz.

Del escenario surgieron grandes nubes oscuras acompañadas por

vientos huracanados y relámpagos que caían sobre el precioso mosai-

co del árbol de cerezo en flor. Absalon permanecía inmóvil, concen-

trado. Todos los músculos de su cuerpo estaban relajados, sin tensión,

mientras recitaba una y otra vez el hechizo. Un huracán se abrió paso

–54–

Los reinos de Gruhmnion. Las llamas de la rebelión

y, de no ser por el conjuro de Aiko, la sala hubiese quedado totalmente

destruida. Elger seguía junto a Anubis, ambos muy atentos a los actos

del prometedor aspirante a Maestre.

Del examinado surgió una onda apenas visible, sutil y vaporosa, y

el mago entró en trance. Levitó varios metros y los terribles vientos

que azotaban el escenario se comprimieron arrancando de lo más pro-

fundo de sus entrañas una esencia incorpórea, un alma venida desde

el mundo de los muertos, un gas colocado en la sala, sin capacidad

de entender, sin posibilidad alguna de sentir. Elger y Anubis inter-

cambiaron miradas de aprobación, expectantes de que el katser, aquel

alumno, lograse superar el examen.

Absalon, aún en trance, hizo que la tormenta huracanada se apa-

ciguase y volviera la calma al escenario. Una calma tenebrosa, con

forma de bola de gas que permanecía inmóvil en medio del escenario.

El katzer abrió sus ojos. El primer ejercicio del examen estaba

superado, pero el felino sabía que aún quedaba lo más duro. Había

suspendido la disciplina, aunque había dedicado un año de perfeccio-

namiento del control de los espíritus, había estado entrenado mucho

para ese día y se sentía preparado para superar la prueba.

—Procedo a controlar al espíritu —anunció Absalon para que el

auditorio supiera qué es lo que pretendía hacer con el espectro—. Lo

dirigiré hacia el borde del escenario, lo alzaré hasta los estrados del

tribunal y después le haré venir hacia mí para devolverlo de nuevo al

más allá.

Absalon miró fijamente a la forma gaseosa que había en la arena.

Se concentró en ella, en su esencia. No sabía quién era, ni pretendía

saberlo, solo era vapor. El katzer comenzó a notar que su visión se

nublaba. Todo a su alrededor parecía empequeñecerse y el espíritu

asemejaba acercarse cada vez más a él aunque en realidad no se había

movido un milímetro de su posición. En aquel momento Absalon

perdió la noción del tiempo; se encontró en un espacio distinto, don-

de el tiempo no existía, donde el aire podía verse y en el que el espíritu

gaseoso ya no era tal. Lo veía, veía como el vapor del espectro se tor-

–55–

Soraya del Ángel Moreno

naba piel, como los poros se abrían y brotaba vello. De las cuencas de

los ojos aparecieron dos esferas blancas que, de inmediato, quedaron

manchadas con el negro del iris. Absalon estaba viendo a un ser des-

nudo, una criatura frágil de mirada perdida, mientras que en la Sala del

Reconocimiento los espectadores continuaban viendo al espíritu en su

forma gaseosa. Absalon de pronto alzó un poco su hocico. Olfatea-

ba aromas desconocidos para él hasta entonces. No lograba descifrar

los primeros olores, pero enseguida le vinieron a la mente imágenes

de bizcochos de limón recién hechos, olor de libro nuevo, de cerillas

recién apagadas, aroma a grano de café y a vainilla… no podía tratarse

de otra cosa, aquel espíritu era de un humano.

Volvió en sí y se sobresaltó al advertir los ojos negros del espíritu

clavados en él, mirándole con malicia. El espíritu sonreía pérfidamen-

te, quizá sabía que no estaba en el mundo de los muertos o quizá

murió con aquel gesto y lo recuperó al volver su forma corpórea. El

katzer intentó tranquilizarse y recuperar la calma. No era momento de

hacer el tonto, ¡no más despistes!

“Como no te centres, lo fastidiarás todo… ”, se decía el felino.

El auditorio continuaba en silencio, a la espera de que el examinado

hiciese mover la forma gaseosa del escenario. Hacía pocos segundos

que Absalon había explicado los pasos que daría, y todos prestaban

gran atención.

Absalon, que continuaba viendo al espíritu del humano, se preparó

para usar todo su poder y dar las órdenes de movimiento.

Ante la expectación del público, y bajo la atenta supervisión de El-

ger y Anubis, el espíritu incorpóreo se movió. Tal y como anunció la

pantera, primero se dirigió al borde del escenario, lentamente. A conti-

nuación levitó hasta quedar a la altura de los estrados del tribunal, que

no lograba salir de su asombro.

Absalon, desde su posición, continuaba percibiendo la mirada per-

turbadora del espíritu que, incluso estando elevado, seguía mirándole

con ojos diabólicos. El resto del público continuaba viendo la bola de

gas, todos excepto Anubis.

–56–

Los reinos de Gruhmnion. Las llamas de la rebelión

El espíritu descendió según lo previsto y, muy despacio, Absalon

lo fue atrayendo hacia él. Los Altos Magos también hicieron bajar sus

estrados para apreciar mejor el poder del estudiante.

El espíritu estaba ya a pocos centímetros del katzer, que seguía

concentrado en su labor. “Un poco más, un poco más…”, pensaba. Detu-

vo al espíritu y, por primera vez, dejó de mirarle a los ojos. Ahora toca-

ba lo más complicado, devolverlo al lugar de donde procedía. Absalon

comenzó a canalizar su poder y, cuando volvió a dirigir su mirada al

espíritu, no estaba. Un terrible sentimiento de pavor le dejó inmóvil.

No sabía qué hacer.

Vio a Anubis encima del escenario, agarrando por el cuello al es-

píritu humano, que se movía como lo hizo en vida. El profesor lo

aturdía para intentar inmovilizarlo, pero el espíritu no se lo ponía fá-

cil. La escena resultó tan desconcertante para Absalon que dejó el

espacio donde su percepción era más potente, sintiendo como todo

a su alrededor se movía, giraba y mezclaba sus colores. Así fue como

recuperó de nuevo la noción del tiempo y la realidad. Miró de nuevo el

escenario, a los magos y a Anubis sujetando sin saber cómo a la forma

gaseosa. Ya no veía su cuerpo, ni sus ojos, ni percibía al espíritu, lo

veía como los demás espectadores.

Del cuerpo del profesor surgieron llamas que se desprendieron de

él como si tuviesen vida propia. Las ascuas formaron un círculo per-

fecto en el suelo, a pocos metros de distancia, ante la atenta mirada de

Absalon. El círculo de llamas le serviría como fuente de invocación

para su sortilegio.

—¡Todo me pertenece! ¡Todo me ha sido dado! —gritaba Anubis

mientras sujetaba al espectro vaporoso—. Entré como un halcón y

salgo como un Fénix. Astro de la mañana, ¡abre de nuevo el camino

para que pueda entrar en paz! Despéjale el camino para que así pueda

adorar a Dana, ¡Señora de la Vida y la Inmortalidad!

El espíritu fue absorbido por el círculo en llamas y desapareció del

escenario sin más.

–57–

Soraya del Ángel Moreno

—¡Fin de la prueba! Resultado: no apto —anunció Lenam.

Absalon quedó decepcionado. Todo había ocurrido tan deprisa

que apenas entendía que había ocurrido. El mago Elger subió al esce-

nario por las escaleras laterales y se acercó al alumno.

—Lo has hecho muy bien —dijo Elger con su peculiar voz grave y

tenebrosa—. Realmente bien…

—Pero Maestre, no he sido capaz de devolverlo al más allá…

—respondió el katzer afligido.

—Yo te enseñaré cómo. He oído que mañana partes hacia a Tera-

bath; retomaremos esta conversación más adelante, ¿te parece bien?

—Será un honor, señor.

Absalon y Anubis bajaron a las gradas mientras el público les ova-

cionaba. Elger se dirigió a su estrado y volvió a elevarse, colocándose

de nuevo en la hilera del tribunal, frente al escenario. Dos vigías abrie-

ron las puertas para dejar entrar al público que había abandonado

anteriormente la sala y el escenario volvió a la normalidad. Ya solo

quedaba una prueba…