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convocatoria para concurso
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UNIVERSIDAD POLITÉCNICA
DE SAN LUIS POTOSÍ
INTEGRANTES
PÈREZ ZUÑIGA FRANCISCO ALEJANDRO
ERIK AZAEL ROMERO VAZQUEZ
LUIS ALBERTO SAINZ ARREDONDO
MANUEL ASAEL RODRIGUEZ LOREDO
PROYECTO: CONCURSO DE LECTURA
FECHA DE ENTREGA: 25 DE AGOSTO 2014
MATERIA: CURSO DE NUCLEO GENERAL 1
PROFESOR(A): GUADALUPE DEL SOCORRO PALMER DE LOS
SANTOS
Convocatoria de lectura
Se convoca a los alumnos del grupo A14-375 a llevar acabo la siguiente
dinámica de lectura.
*Formaran 7 equipos de 4 alumnos.
*Se realizara el turno aleatoriamente con papelitos y el equipo que pase
primero tendrá que:
1.- Pasaran al frente del salón con un mesa banco, se les entregara impresa
una lectura breve trataran de leerla lo más rápido que puedan, tratando de
comprender la lectura, tendrán un límite de tiempo de 6 minutos.
2.- A los alumnos que pasaron a leer se les realizara un pequeño cuestionario
sobre la lectura para sabes cuál fue su grado de comprensión lectora.
Rescatando ideas principales, teniendo un límite de tiempo de 3 minutos.
3.-Al término de que los 4 alumnos hayan terminado su turno pasaran a la parte
trasera del salón a realizar algunas actividades.
Aplicación previamente descargada en su Smartphone 4 IMÁGENES 1
PALABRA (para esta actividad solo es necesario un dispositivo por equipo en
caso de no conseguir la aplicación el equipo organizador les proporcionara la
aplicación) además de Sopas de letras (proporcionadas por el equipo
organizador.) , Juego basta, Juego horcado
4.-Despues de que los 4 alumnos finalicen su lectura pasaran otros 4 alumnos
del equipo siguiente a leer y realizar las encuestas y así sucesivamente. Hasta
que todos los equipos realicen la misma dinámica.
Al finalizar se evaluaran las encuestas realizadas y el equipo que obtenga un
mayor número de puntos en la lectura y en los juegos que se realizaron
ganaran un suculento y delicioso chocolate.
¡¡Suerte!!
REVOLUCIÓN
Slawomir Mrozek (Polonia, 1930)
En mi habitación la cama estaba aquí, el armario allá y en medio la mesa.
Hasta que esto me aburrió. Puse entonces la cama allá y el armario aquí.
Durante un tiempo me sentí animado por la novedad. Pero el aburrimiento
acabó por volver.
Llegué a la conclusión de que el origen del aburrimiento era la mesa, o mejor
dicho, su situación central e inmutable.
Trasladé la mesa allá y la cama en medio. El resultado fue inconformista.
La novedad volvió a animarme, y mientras duró me conformé con la
incomodidad inconformista que había causado. Pues sucedió que no podía
dormir con la cara vuelta a la pared, lo que siempre había sido mi posición
preferida.
Pero al cabo de cierto tiempo la novedad dejó de ser tal y no quedo más que la
incomodidad. Así que puse la cama aquí y el armario en medio.
Esta vez el cambio fue radical. Ya que un armario en medio de una habitación
es más que inconformista. Es vanguardista.
Pero al cabo de cierto tiempo… Ah, si no fuera por ese «cierto tiempo». Para
ser breve, el armario en medio también dejó de parecerme algo nuevo y
extraordinario.
Era necesario llevar a cabo una ruptura, tomar una decisión terminante. Si
dentro de unos límites determinados no es posible ningún cambio verdadero,
entonces hay que traspasar dichos límites. Cuando el inconformismo no es
suficiente, cuando la vanguardia es ineficaz, hay que hacer una revolución.
Decidí dormir en el armario. Cualquiera que haya intentado dormir en un
armario, de pie, sabrá que semejante incomodidad no permite dormir en
absoluto, por no hablar de la hinchazón de pies y de los dolores de columna.
Sí, esa era la decisión correcta. Un éxito, una victoria total. Ya que esta vez
«cierto tiempo» también se mostró impotente. Al cabo de cierto tiempo, pues,
no sólo no llegué a acostumbrarme al cambio—es decir, el cambio seguía
Siendo un cambio—, sino que, al contrario, cada vez era más consciente de
ese cambio, pues el dolor aumentaba a medida que pasaba el tiempo.
De modo que todo habría ido perfectamente a no ser por mi capacidad de
resistencia física, que resultó tener sus límites. Una noche no aguanté más.
Salí del armario y me metí en la cama.
Dormí tres días y tres noches de un tirón. Después puse el armario junto a la
pared y la mesa en medio, porque el armario en medio me molestaba.
Ahora la cama está de nuevo aquí, el armario allá y la mesa en medio. Y
cuando me consume el aburrimiento, recuerdo los tiempos en que fui
revolucionario.
EL OTRO YO
Mario Benedetti (Uruguay, 1920-2009)
Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban
rodilleras, leía historietas, hacía ruido cuando comía, se metía los dedos a la
nariz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando Corriente en todo menos en
una cosa: tenía Otro Yo.
El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices,
mentía cautelosamente, se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le
preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía sentirse incómodo frente a sus
amigos. Por otra parte el Otro Yo era melancólico, y debido a ello, Armando no
podía ser tan vulgar como era su deseo.
Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió
lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba
Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con
desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo que hacer, pero
después se rehízo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada,
pero a la mañana siguiente se había suicidado.
Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando,
pero enseguida pensó que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese
pensamiento lo reconfortó.
Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió la calle con el propósito de lucir su
nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos.
Eso le lleno de felicidad e inmediatamente estalló en risotadas . Sin embargo,
cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia. Para peor de males,
el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: “Pobre Armando. Y pensar
que parecía tan fuerte y saludable”.
El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a
la altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no
pudo sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado
el Otro Yo.
EL HÉROE
Rabindranath T. Tagore
Madre, figúrate que vamos de viaje, que atravesamos un país extraño y
peligroso.
Yo monto un caballo rubio al lado de tu palanquín.
El sol se pone; anochece. El desierto de Joradoghi, gris y desolado, se
extiende ante nosotros.
El miedo se apodera de ti y piensas: ‘¿Dónde estamos?’
Pero yo te digo: ‘No temas, madre’.
La tierra está erizada de cardos y la cruza un estrecho sendero.
Todos los rebaños han vuelto ya a los establos de los pueblos y en la vasta
extensión no se ve ningún ser viviente.
La oscuridad crece, el campo y el cielo se borran y ya no podemos distinguir
nuestro camino.
De pronto, me llamas y me dices al oído: ‘¿Qué es aquella luz, allí, junto a la
orilla?’ Se oye entonces un terrible alarido y las sombras se acercan corriendo
hacia nosotros.
Tú te acurrucas en tu palanquín e invocas a los dioses.
Los portadores, temblando de espanto, se esconden en las zarzas.
Pero yo te grito: ‘¡No tengas miedo, madre, que yo estoy aquí!’ Armados con
largos bastones, los cabellos al viento, los bandidos se acercan.
Yo les advierto: ‘¡Deténganse, malvados! ¡Un paso más y son muertos!’
Sus alaridos arrecian y se lanzan sobre nosotros.
Tú coges mis manos y me dices: ‘¡Hijo mío, te lo suplico, escapa de ellos!’
Y yo contesto: ‘Madre, vas a ver lo que hago’.
Entonces espoleo a mi caballo y lo lanzo al galope. Mi espada y mi escudo
entrechocan ruidosamente.
La lucha es tan terrible, madre, que morirías de terror si pudieras verla desde tu
palanquín.
Muchos huyen, muchos más son despedazados.
Tú, inmóvil y sola, piensas sin duda: ‘Mi hijo habrá muerto ya’.
Pero yo llego, bañado en sangre, y te digo: ‘Madre, la lucha ha terminado’.
Tú desciendes del palanquín, me besas, y estrechándome contra tu corazón
me dices: ‘¿Qué habría sido de mí si mi hijo no me hubiera escoltado?’
Cada día suceden mil cosas inútiles. ¿Por qué no ha de ser posible que ocurra
una aventura semejante? Sería como un cuento de los libros.
Mi hermano diría: ‘¿Es posible? ¡Siempre lo tuve por tan poca cosa!’
Y la gente del pueblo proclamaría: ‘¡Qué suerte la de la madre al tener a su hijo
a su lado!
OLOR A CEBOLLA
Camilo José Cela
Estaba enfermo y sin un real, pero se suicidó porque olía a cebolla.
-Huele a cebolla que apesta, huele un horror a cebolla.
-Cállate, hombre, yo no huelo nada, ¿quieres que abra ventana?
-No, me es igual. El olor no se iría, son las paredes las que huelen a cebolla,
las manos me huelen a cebolla.
La mujer era la imagen de la paciencia.
-¿Quieres lavarte las manos?
-No, no quiero, el corazón también me huele a cebolla.
-Tranquilízate.
-No puedo, huele a cebolla.
-Anda, procura dormir un poco.
-No podría, todo me huele a cebolla.
-Oye,¿ quieres un vaso de leche?
-No quiero un vaso de leche. Quisiera morirme, nada más que morirme muy de
prisa, cada vez huele más a cebolla.
-No digas tonterías.
-¡Digo lo que me da la gana! ¡Huele a cebolla!
El hombre se echó a llorar.
-¡Huele a cebolla!
-Bueno, hombre, bueno, huele a cebolla.
-¡Claro que huele a cebolla! ¡Una peste!
La mujer abrió la ventana. El hombre, con los ojos llenos de lágrimas, empezó
a gritar.
-¡Cierra la ventana! ¡No quiero que se vaya el olor a cebolla!
-Como quieras.
La mujer cerró la ventana.
-Oye, quiero agua en una taza; en un vaso, no.
La mujer fue a la cocina, a prepararle una taza de agua a su marido.
La mujer estaba lavando la taza cuando se oyó un berrido infernal, como si a
un hombre se le hubieran roto los dos pulmones de repente.
El golpe del cuerpo contra las losetas del patio, la mujer no lo oyó. En vez sintió
un dolor en las sienes, un dolor frío y agudo como el de un pinchazo con una
aguja muy larga.
-¡Ay!
El grito de la mujer salió por la ventana abierta; nadie le contestó, la cama
estaba vacía.
Algunos vecinos se asomaron a las ventanas del patio. -¿Qué pasa?
La mujer no podía hablar. De haber podido hacerlo, hubiera dicho:
-Nada, que olía un poco a cebolla.
LOS BÁRBAROS
Pedro Ugarte (España, 1963)
Nosotros, los bárbaros, vivíamos en las montañas, en cuevas húmedas y
oscuras, comiendo bayas, robando huevos de los nidos y apretándonos los
unos contra los otros cuando la noche se hacía insufrible.
Era cierto que, a veces, un trémolo sordo nos llamaba. Temerosos,
descendíamos por el bosque hasta ver el camino que habían construido los
hombres del poblado, y veíamos las caravanas, los ricos carruajes, los
soldados de brillantes corazas. Y era tanto el odio y la envidia y la rabia, que
precipitábamos sobre ellos gruesas piedras (eran nuestra única arma) y
escapábamos antes de que nos alcanzaran sus dardos.
A veces, en lo más sombrío e intrincado del bosque, aparecían hombres del
poblado que gritaban y agitaban los brazos. Se acercaban y nos ofrecían
inútiles objetos. Acariciaban a los niños y, con gestos, trataban de enseñarnos
alguna cosa, pero eso nos ofendía, y bastaba que uno de los nuestros gruñera
para que todos nos abalanzáramos sobre ellos y destrozáramos sus artilugios y
los despedazáramos. Los hombres que venían a nuestro encuentro no eran,
además, como los soldados; eran infelices que se dejaban atropellar, que
lloraban si rompíamos sus cajas de finas hojas llenas de signos apretados. De
los soldados salíamos huyendo, pero a aquellos viejos que venían en son de
paz podíamos atarlos a los árboles y torturarlos sin peligro. Babeando,
danzábamos delante de ellos, les aplicábamos brasas candentes, los
ofrecíamos al hambre de nuestras mujeres y de los niños que colgaban de sus
pechos.
Sin embargo, a veces, disciplinados ejércitos de soldados avanzaban
geométricamente sobre el bosque. Nosotros chillábamos, les lanzábamos
piedras, les mostrábamos las bocas desdentadas con el gesto de amenaza que
veíamos poner a los perros, pero ellos se desplegaban, y capturaban a
algunos de los nuestros, y los lanceaban, y los demás sólo podíamos
retroceder, adentrarnos más en el bosque, ocultarnos en lo más espeso, en lo
más inhóspito de sus profundidades.
Ahora ya casi todo el bosque es suyo. Rebeldes, rabiosos, ascendemos por las
montañas mientras ellos extienden sus poblados, sus caminos empedrados,
sus obedientes animales. Debemos retirarnos cada vez más, hasta aterirnos de
frío en estas cumbres de nieve donde nada vive, donde nada hay que les
pueda ser útil. Aquí nos apretamos, diezmados, cada vez más hambrientos,
incapaces de comprender cómo son tan hábiles para aplicarse sobre el cuerpo
finas pieles, de dónde sacan sus afiladas armas.
En las montañas, luchamos por sobrevivir frente a los osos y la lluvia. Vagamos
en busca de comida, aunque cada vez es más difícil evitar a los hombres del
poblado, los hombres sabios, los que tanto odiamos.
Ellos creen que no pensamos, pero se equivocan. Bastaría que vieran nuestras
uñas rotas de escarbar la tierra, nuestra mirada agria e intolerante, nuestra
rabia; bastaría eso para que al fin se dieran cuenta de que también sabemos
preguntarnos por qué la victoria ha de ser suya.
FIESTA DE DISFRACES
Woody Allen
Les voy a contar una historia que les parecerá increíble. Una vez cacé un alce.
Me fuí de cacería a los bosques de Nueva York y cacé un alce.
Así que lo aseguré sobre el parachoques de mi automóvil y emprendí el
regreso a casa por la carretera oeste. Pero lo que yo no sabía era que la bala
no le había penetrado en la cabeza; sólo le había rozado el cráneo y lo había
dejado inconsciente.
Justo cuando estaba cruzando el túnel el alce se despertó. Así que estaba
conduciendo con un alce vivo en el parachoques, y el alce hizo señal de girar.
Y en el estado de New York hay una ley que prohíbe llevar un alce vivo en el
parachoques los martes, jueves y sábados. Me entró un miedo tremendo…
De pronto recordé que unos amigos celebraban una fiesta de disfraces. Iré allí,
me dije. Llevaré el alce y me desprenderé de él en la fiesta. Ya no sería
responsabilidad mía. Así que me dirigí a la casa de la fiesta y llamé a la puerta.
El alce estaba tranquilo a mi lado. Cuando el anfitrión abrió lo saludé: “Hola, ya
conoces a los Solomon”. Entramos. El alce se incorporó a la fiesta. Le fue muy
bien. Ligó y todo. Otro tipo se pasó hora y media tratando de venderle un
seguro.
Dieron las doce de la noche y empezaron a repartir los premios a los mejores
disfraces. El primer premio fue para los Berkowitz, un matrimonio disfrazado de
alce. El alce quedó segundo. ¡Eso le sentó fatal! El alce y los Berkowitz
cruzaron sus astas en la sala de estar y quedaron todos inconscientes. Yo me
dije: Ésta es la mía. Me llevé al alce, lo até sobre el parachoques y salí
rápidamente hacia el bosque. Pero… me había llevado a los Berkowitz. Así que
estaba conduciendo con una pareja de judíos en el parachoques. Y en el
estado de Nueva York hay una ley que los martes, los jueves y muy
especialmente los sábados…
A la mañana siguiente, los Berkowitz despertaron en medio del bosque
disfrazados de alce. Al señor Berkowitz lo cazaron, lo disecaron y lo colocaron
como trofeo en el Jockey club de Nueva York. Pero les salió el tiro por la culata,
porque es un club en donde no se admiten judíos.
Regreso solo a casa. Son las dos de la madrugada y la oscuridad es total. En
la mitad del vestíbulo de mi edificio me encuentro con un hombre de
Neanderthal. Con el arco superciliar y los nudillos velludos. Creo que aprendió
a andar erguido aquella misma mañana. Había acudido a mi domicilio en busca
del secreto del fuego. Un morador de los árboles a las dos de la mañana en mi
vestíbulo.
Me quité el reloj y lo hice pendular ante sus ojos: los objetos brillantes los
apaciguan. Se lo comió. Se me acercó y comenzó un zapateado sobre mi
tráquea. Rápidamente, recurrí a un viejo truco de los indios navajos que
consiste en suplicar y chillar.
EL NIÑO AL QUE SE LE MURIÓ EL AMIGO
Ana María Matute (España, 1926)
Una mañana se levantó y fue a buscar al amigo, al otro lado de la valla. Pero el
amigo no estaba, y, cuando volvió, le dijo la madre: “el amigo se murió. Niño,
no pienses más en él y busca otros para jugar”.
El niño se sentó en el quicio de la puerta, con la cara entre las manos y los
codos en las rodillas. “Él volverá”, pensó. Porque no podía ser que allí
estuviesen las canicas, el camión y la pistola de hojalata, y el reloj aquel que ya
no andaba, y el amigo no viniese a buscarlos. Vino la noche, con una estrella
muy grande, y el niño no quería entrar a cenar. “Entra, niño, que llega el frío”,
dijo la madre. Pero, en lugar de entrar, el niño se levantó del quicio y se fue en
busca del amigo, con las canicas, el camión, la pistola de hojalata y el reloj que
no andaba.
Al llegar a la cerca, la voz del amigo no le llamó, ni le oyó en el árbol, ni en el
pozo. Pasó buscándole toda la noche. Y fue una larga noche casi blanca, que
le llenó de polvo el traje y los zapatos. Cuando llegó el sol, el niño, que tenía
sueño y sed,
estiró los brazos, y pensó: “qué tontos y pequeños son esos juguetes. Y ese
reloj que no anda, no sirve para nada”. Lo tiró todo al pozo, y volvió a la casa,
con mucha hambre. La madre le abrió la puerta, y le dijo: “cuánto ha crecido
este niño, Dios mío, cuánto ha crecido”. Y le compró un traje de hombre,
porque el que llevaba le venía muy corto.
EL NIÑO LADRÓN Y SU MADRE
Esopo
Un niño robaba en la escuela los libros de sus compañeros y, como si tal cosa
fuese buena, se los llevaba a su madre, quien, en vez de corregirlo, aprobaba
su mala acción.
En otra ocasión robó un reloj que asimismo entregó a su madre. Ella también
aceptó el robo. Así pasaron los años y el joven se transformó en un ladrón
peligroso.
Mas un día, cogido en el momento de robar, le esposaron las manos a la
espalda y lo condujeron a la cárcel, mientras su madre lo seguía, golpeándose
el pecho. El ladrón llamó a su madre para decirle algo al oído, pero al
acercarse el hijo, de un mordisco, le arrancó el lóbulo de la oreja.
Recriminando la madre su acción, le dijo:
–¡No conforme con tus delitos, terminas por herir a tu propia madre!
A lo cual el hijo replicó:
–Si la primera vez que te llevé los libros que robé en la escuela me hubieras
corregido, hoy no me encontraría en esta lamentable situación.
EL PRIMER DÍA…
Juan Sternberg (Bélgica, 1929)
El primer día, Dios se creó a sí mismo. Ha de haber un comienzo para todo.
Luego creó el vacío. Encontró que le había quedado muy grande, y se sintió
impresionado.
El tercer día imaginó las galaxias, los planetas y los soles. No se sintió
excesivamente satisfecho, sin saber exactamente por qué.
El cuarto día hizo un poco de jardinería: decoró algunos planetas elegidos con
un verdadero sentido artístico, y se sintió feliz al probarse a sí mismo que era
un dios con gusto, destilando a través del universo una sutil perfección.
El quinto día, sin embargo, para relajarse de los esfuerzos de la víspera,
decidió divertirse un poco: imaginó un mundo que no era más que una flagrante
falta de gusto, lo atiborró con horribles colores, y lo pobló de una gran cantidad
de repugnantes monstruos. Luego llamó a aquel mundo la Tierra.
SUEÑO MARINO
Sam Shepard (Estados Unidos, 1943)
La cama era para él un océano, incluso cuando estaba despierto. Las mantas
se ondulaban como las olas. Las sábanas espumeaban como las rompientes.
Las gaviotas caían en picado y pescaban a lo largo de su espalda. Hacía
bastantes días que no se levantaba y todo el mundo estaba preocupado. No
quería hablar ni comer.
Sólo dormir y despertarse y volver a dormirse. Cuando fue a verlo el médico, se
le meó encima. Cuando fue a verlo el psiquiatra, le lanzó un escupitajo. Cuando
fue a verlo un cura, le vomitó. Finalmente lo dejaron en paz y se limitaron a
pasarle zanahorias y lechuga por debajo de la puerta. Era lo único que quería
comer. Los demás habitantes de la casa bromeaban diciendo que tenían un
conejito, y él les oyó.
Cada vez se le aguzaba más el oído. De modo que dejó de comer. Empujó la
cama hasta ponerla contra la puerta, para que nadie pudiera entrar, y luego se
durmió. Por la noche los demás habitantes de la casa oían el silbido de los
huracanes al otro lado de la puerta. Y truenos y relámpagos y sirenas de
barcos en una noche de niebla.
Aporrearon la puerta. Intentaron derribarla, sin conseguirlo. Aplicaron la oreja a
la puerta y oyeron gorgoteos subacuáticos. En la cara exterior de las paredes
de esa habitación empezaron a crecer algas y percebes. Comenzaron a
asustarse. Decidieron encerrarlo en un manicomio. Pero cuando salieron por el
coche descubrieron que toda la casa estaba rodeada por un océano que se
extendía hasta donde alcanzaba su vista. Océano y nada más que océano. La
casa se balanceaba y cabeceaba toda la noche. Ellos se quedaron apretujados
en el sótano. Desde la habitación cerrada les llegó un prolongado gemido y la
casa entera se sumergió en el mar.
EL SALVAJE
Juan Gracia Armendáriz (España, 1965)
El día había sido intenso: asaltó el campamento enemigo, y a pesar de que el
balazo en el hombro le ardía como una moneda candente, cumplió con éxito la
misión que sus superiores le encomendaran. Aquella misma mañana fue
condecorada por su valor.
A media tarde lanzó un conjuro a la vecina del quinto transformándola en un
horrible gusarapo. Luego, ya atardeciendo, inventó el fuego en el zaguán, luchó
con las panteras que duermen en la espesura del parque y ahuyentó peligrosas
aves. Ya de regreso a casa, volvió a descubrir la familiar caricia del agua, y la
sombra que inverna en el espejo le habló de la noche y de los seres que
guardarían su sueño.
Oscurecía cuando el niño, agotado, se acurrucó bajo las mantas.
LA TRISTEZA
Rosario Barros Peña (España, 1935)
El profe me ha dado una nota para mi madre. La he leído. Dice que necesita
hablar con ella porque yo estoy mal. Se la he puesto en la mesilla, debajo del
tazón lleno de leche que le dejé por la mañana.
He metido en el microondas la tortilla congelada que compré en el
supermercado y me he comido la mitad. La otra mitad la puse en un plato en la
mesilla, al lado del tazón de leche. Mi madre sigue igual, con los ojos rojos que
miran sin ver y el pelo, que ya no brilla, desparramado sobre la almohada.
Huele a sudor la habitación, pero cuando abrí la persiana ella me gritó. Dice
que si no se ve el sol es como si no corriesen los días, pero eso no es cierto.
Yo sé que los días corren porque la lavadora está llena de ropa sucia y en el
lavavajillas no cabe nada más, pero sobre todo lo sé por la tristeza que está
encima de los muebles.
La tristeza es un polvo blanco que lo llena todo. Al principio es divertida. Se
puede escribir sobre ella, “tonto el que lo lea”, pero, al día siguiente, las
palabras no se ven porque hay más tristeza sobre ellas. El profesor dice que
estoy mal porque en clase me distraigo y es que no puedo dejar de pensar que
un día ese polvo blanco cubrirá del todo a mi madre y lo hará conmigo. Y
cuando mi padre vuelva, la tristeza habrá borrado el “te quiero” que le escribo
cada noche sobre la mesa del comedor
JUEGO BASTA
-Se le dara un nombre de un libro, conforme al nombre que se les de deben
completar cual es su autor, genero y su país.
AUTOR GENERO PAIS TOTAL
CRUCIGRAMA
VERTICAL:
1.-Libro que trata de un joven mago
2.- Escritor y novelista originario de Colombia
HORIZONTAL:
1.- Libro que trata de un asesino que podía percibir diferentes olores
2.- Libro que trata de dos jóvenes enamorados, que se oponían sus familias
que estuvieran juntos.
. 1.
2.
1.
2.
SOPA DE LETRAS
-Encuentra los nombres de 5 libros.
B I B L I O R A N C H I T Y S Y W U O D S
B A L E N S S F G O H J H J H F H Y U I O
B D T C S O L A R O C A A M I G O S X D X
S A R A T Y N E L P E R R O Y E L G A T O
H O L A L E P U E N T E S E R T Y U E I O
L Z N H E L T U N E L O T E S D E M A I T
A D G I E O A R Q U I M I D E S U A F G L
G Y G S L S N S M E S I S G H F J N J D A
R B B T A O Y B E R E E R H R T G U G F H
A S B O L D I A E N Y D R E T U G E B N I
N P I R Q R P S T I E O P U Y T E L W Q S
J G G I U A E A D A V L G A V A W A N H T
A E W A I M P I Y B E F D A N A T S A E O
E R G S M E I N G A G S S E V D B T N D R
H R D Z I T T Z Z X S C V B S A S T W D I
H E G H S S E L M A G O S R H I G S C F S
C T H R T I T A N C O Y Z W M L E A V W D
D G B F A S I N T E N A T E O L A R S T I
H O W A R E Y O S D F H L M G A N V T E A
T H H G S A V R V W W E L B I L Y Q S O G
AHORCADO
Poeta de origen inglés conocido en ocasiones como el Bardo de Avon, uno de
sus libros conocidos fue el de Romero y Julieta.
L M S S R
CROQUIS
Área de Lectura
Equipo 1
Equipo 2
Equipo 7
Equipo 6
Equipo 5 Equipo 4 Equipo 3
Escritorio
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