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Rodríguez, Simón. 2015. Biografía.
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Simón Rodríguez
http://www.biografiasyvidas.com/biografia/r/
rodriguez_simon.htm
(Simón Narciso Jesús Rodríguez; Caracas, Venezuela, 1769 -
Amotape, Perú, 1854) Pedagogo y escritor venezolano. Jamás
la historia de la América independentista ha sido tan injusta
con uno de sus grandes personajes como lo fue con la obra
del insigne educador y gran pensador americano don Simón
Rodríguez. El relato de su vida, atrapado en el sobrenombre
de El Maestro del Libertador, se destacó en la historia por el
mérito de haber forjado el espíritu y las ideas de Bolívar,
reduciendo a pasividad lo que fue realmente una activa
relación de reciprocidad.
Simón Rodríguez
Pero Simón Rodríguez no nació para hacer de Bolívar el futuro
Libertador de América; se hizo a sí mismo, más bien, para
convertir en verdaderas repúblicas a los territorios
conquistados por la libertad. El proyecto diseñado por Simón
Rodríguez, basado en la colonización del continente por sus
propios habitantes y en la formación de ciudadanos por medio
del saber, lo dibuja como un gran pensador americano a
quien, en virtud de su incesante lucha en favor de la
educación popular, sería más justo recordar como el gran
maestro de muchos. La originalidad de sus pensamientos, su
sentido estricto de la honestidad, la trascendencia renovadora
de sus ideas pedagógicas y sociales y la heterodoxia y
excentricidad de sus métodos hablan de un hombre con
sentido propio, ajeno al contexto de su época.
Biografía
Los historiadores suelen ubicarlo en la borrosa frontera que
separa la genialidad de la locura; y no sin razón, ya que la
vida de Simón Narciso Jesús Rodríguez se encuentra minada
de anécdotas que no cesan de sugerir la interrogante. Nació
en Caracas el 28 de octubre de 1769 (aunque también se
afirma que fue en 1771); se dice que era hijo natural de
Rosalía Rodríguez y de un hombre desconocido, de apellido
Carreño.
Las imprecisiones en torno a su procedencia han animado la
fábula: abandonado en las puertas de un monasterio, se crió
en la casa de un clérigo de nombre Alejandro Carreño, quien
se presume que era su padre, junto a su hermano Cayetano
Carreño, que se convertiría en un famoso músico de la ciudad.
Era alto y fornido, y su extravagante forma de vestir
provocaba la risa de muchos.
Ninguna de estas referencias, sin embargo, cifra la existencia
de Simón Rodríguez: viajero incansable, fue un cosmopolita
en el sentido literal del término, a quien poco importaba el
arraigo a cualquier vínculo familiar, cultural o territorial.
El ethos de su vida fue siempre educar, y para ello recorrió el
mundo entero, en busca de un lugar en el cual pudiera "hacer
algo" y poner en práctica sus ideas. Ésta fue su verdadera
patria.
El joven maestro
La larga carrera de Simón Rodríguez como educador, si es que
así puede etiquetarse su incesante labor de "formar
ciudadanos por medio del saber", se inicia oficialmente
cuando el Cabildo de Caracas le otorga, en 1791, el permiso
para ejercer de maestro de escuela de primeras letras en la
única escuela pública de esa ciudad. Claro está que la
formación autodidacta emprendida por Rodríguez desde muy
joven habla de un inicio más temprano en su carrera y de un
encuentro prematuro con la vocación del saber, la reflexión y
el pensamiento.
A los veinte años de edad, según se dice, Simón Rodríguez ya
había leído a Jean-Jacques Rousseau, particularmente
el Emilio, y una traducción de la Declaración de los Derechos
del Hombre y del Ciudadano. Como muestra del ímpetu y la
avidez de sus reflexiones, siempre originales y a contrapelo
del medio, presentó al ayuntamiento de Caracas, en 1794, un
estudio titulado Reflexiones sobre los efectos que vician la
escuela de primeras letras de Caracas y medio de lograr su
reforma por un nuevo establecimiento.
Las ideas vertidas en este ensayo parten de la necesidad de
formalizar la educación pública por medio de la creación de
nuevas escuelas y la formación de buenos profesores; de esta
forma, argumentaba, se promovería la incorporación de más
alumnos (incluyendo a los niños pardos y negros) y la
disminución progresiva de la enseñanza particular; se
requería además buenos salarios.
Fue en esa época cuando, en la escuela de primeras letras del
Cabildo de Caracas, tuvo entre sus alumnos, hasta los catorce
años, al entonces travieso Simón Bolívar. Simón Rodríguez,
que además de maestro era también amanuense del tutor de
Bolívar, había sido recomendado para encargarse de la
educación del futuro Libertador de América.
Simón Rodríguez
Alguna contingencia de vital importancia para la vida del
maestro lo animaría a abandonar el país. La fecha de su
éxodo es dudosa, tanto como la naturaleza de los
acontecimientos que lo propiciaron. Es un lugar común el que
afirma que Simón Rodríguez formaba parte de la famosa
conspiración de Gual y España, descubierta el 13 de julio de
1797, y que tuvo que huir despavorido hacia La Guaira para
embarcarse en un galeón con destino a Jamaica.
Hay quien asegura, sin embargo, que su partida ocurrió en
fecha anterior a noviembre de 1795, y que fue motivada por
su descontento con el régimen español: "Mal avenido con la
tiranía que lo agobiaba bajo el sistema colonial (en palabras
de O'Leary), resolvió buscar en otra parte la libertad de
pensamiento y de acción que no se toleraba en su país
natal". Jamaica le esperaba como puerto de inicio de una
aventura de más de veinte años en el exilio.
El exilio
La vocación que mostraba Simón Rodríguez hacia la
educación se manifiesta también en la atención que prestaba
a los nuevos conocimientos; se encontraba sediento por
aprender, al tiempo que diseñaba y ensayaba a su paso
nuevos métodos de enseñanza. Una vez en Kingston,
Rodríguez utilizó sus ahorros para aprender inglés en una
escuela de niños; mientras lo hacía, se divertía enseñando
castellano a los párvulos. Su método era curioso: "Al salir a la
calle los alumnos lanzan sus sombreros al aire, y yo hago lo
mismo que ellos".
Su siguiente destino sería Estados Unidos. En Baltimore se
empleó como cajista de imprenta, oficio que le permitiría, más
tarde, componer él mismo los moldes de imprenta de sus
obras. Tres años después viajó a Bayona, en Francia, donde se
registró bajo el nombre de Samuel Robinson "para no tener
constantemente en la memoria (según dijo él mismo) el
recuerdo de la servidumbre". Más tarde, en la ciudad de París,
se empadronaría en el registro de españoles de la manera
siguiente: "Samuel Robinson, hombre de letras, nacido en
Filadelfia, de treinta y un años"; y esta identidad la
mantendría los siguientes veinte años de su vida en el viejo
continente.
En París conoció a Fray Servando Teresa de Mier, un
sacerdote revolucionario de origen mexicano, y lo convenció
para que juntos abrieran una escuela de lengua española.
Para acreditar sus conocimientos, Rodríguez tradujo al
castellano la novela Atala de Chateaubriand; Mier se atribuyó
la traducción. También estudió física y química, y se convirtió
en el expositor de orden de las investigaciones del laboratorio
para el cual trabajaba.
Bolívar se encontraba en París desde 1803, y Simón Rodríguez
formaba parte de sus amistades más cercanas. Ambos
disfrutaban de largas tertulias, a veces solos y otras
acompañados de Fernando Toro o de algún otro personaje. En
1805 emprendieron una larga travesía hasta Italia, cruzando a
pie los Alpes. Fueron de Chambéry a Milán, luego a Verona y
Venecia, Padua, Ferrara, Florencia y Perusa.
Por último, llegaron a Roma. Aquí fue donde subieron al Monte
Sacro y se produjo el famoso juramento de Bolívar de libertar
América: "Juro delante de usted (así describe Rodríguez el
juramento de Bolívar), juro por el Dios de mis padres, juro por
ellos, juro por mi honor, y juro por la patria, que no daré
descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma, hasta que haya
roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder
español".
El juramento del Monte Sacro
En la ciudad de Nápoles sus trayectorias se separaron: Bolívar
regresó a América; Simón Rodríguez volvió a París y de ahí
marchó a Alemania, y luego a Prusia, Polonia, Rusia e
Inglaterra. Según su propio relato, trabajó en un laboratorio
de química, participó en juntas secretas de carácter socialista,
estudió literatura y lenguas y regentó una escuela de
primeras letras en un pueblecito de Rusia.
Posteriormente, en Londres, se desempeñó como educador e
inventó un novedoso sistema de enseñanza con varios
tópicos, de los cuales uno estaba destinado al buen manejo de
la escritura: colocaba a sus alumnos con los brazos en
triángulo y los dedos atados, quedando en libertad el índice,
el medio y el pulgar. Y los ejercitaba en seguir sobre el papel,
situado oblicuamente, los contornos de una plancha de metal
donde se había trazado un óvalo. De esta figura formaba
todas las letras. "Nada más ingenioso (diría Andrés Bello),
nada más lógico, nada más atractivo que su método; es en
este sentido otro Pestalozzi, que tiene, como éste, la pasión y
el genio de la enseñanza".
Y es que Simón Rodríguez era un apasionado de la escritura.
Veía en ella unas capacidades expresivas que, desde su punto
de vista, no estaban reflejadas en la gramática española. Solía
escribir utilizando al máximo signos de puntuación,
admiración y exclamación, mayúsculas y subrayados, y
esquemas de fórmulas, símbolos, paréntesis y llaves, de
forma tal que le resultara posible transmitir el espíritu y la
complejidad de sus pensamientos. Quería una letra viva. Y así
la habría de practicar a lo largo de todos sus escritos en
Europa y una vez retornado al nuevo continente.
Retorno a América
Animado por las noticias que le llegaban de América, Simón
Rodríguez emprendió viaje de regreso en 1823. En su largo
exilio había madurado cada vez más sus ideas en torno a la
educación y la política, nutriéndose, fundamentalmente, del
pensamiento de Montesquieu. Es cierto que Rodríguez acogió
las ideas de la Ilustración, pero las utilizó como referencia
para la construcción de un proyecto muy original.
En realidad, no podía ser de otra forma, pues el legado de
Montesquieu acerca del determinismo geográfico y cultural no
invitaba a nada distinto. Así lo expresó Simón Rodríguez: "Las
leyes deben ser adecuadas al pueblo para el que fueron
dictadas, [...] deben adaptarse a los caracteres físicos del
país, [...] deben adaptarse al grado de libertad que permita la
Constitución, a la religión de sus habitantes, a sus
inclinaciones, a su riqueza, a su número, a su comercio, a sus
costumbres y a sus maneras".
De ahí que su obsesión fuera, hasta el momento de su
muerte, la de promover la "conquista de América por medio
de las ideas"; era preciso formar ciudadanos allí donde no los
había, y sólo así se lograría fundar verdaderas repúblicas que
no fuesen una mera imitación de las europeas. La América
española poseía su propia identidad, y había de poseer sus
propias instituciones y gobiernos: "O inventamos o
erramos". Su pensamiento, aunque original, chocaba con el
ideario que imperaba en los albores de la Independencia
americana. Quizá por ello nunca fue del todo comprendido,
aun cuando su lucha por ser escuchado y por fundar escuelas
públicas a diestro y siniestro no cesó sino en el instante de su
muerte.
El reencuentro con Bolívar
Una vez enterado de la estancia de Rodríguez en Colombia,
Bolívar le escribió una carta en la cual lo invitaba a
encontrarse con él en el sur, donde se hallaba en plena
campaña. En Bogotá, primer lugar de estancia a su regreso,
sus primeros pasos se encaminaron a instalar una "Casa de
Industria Pública". Deseaba, más que nada, dotar a los
alumnos de conocimientos directos y habilitar maestros de
todos los oficios.
El proyecto fracasó por falta de recursos y el maestro se
dirigió hacia el sur. En Guayaquil presentó al gobierno un plan
de colonización para el oriente de Ecuador. Finalmente, se
encontró con Bolívar en Lima: Simón Rodríguez le presentó
sus planes pedagógicos, que habrían de ser implantados en
América, en las escuelas que el Libertador ya trataba de
fundar y que pondría bajo la dirección del educador. Simón
Rodríguez quedó incorporado a su equipo de colaboradores.
A mediados de abril de 1825 inició, junto con Bolívar, un
recorrido por Perú y Bolivia. En Arequipa organizó una casa de
estudios; después subió al Cuzco, donde fundó un colegio
para varones, otro para niñas, un hospicio y una casa de
refugio para los desvalidos. En el departamento de Puno hizo
otro tanto. En septiembre, ya acompañados del
general Antonio José de Sucre, presidente de Bolivia, entraron
ambos en La Paz, antes de dirigirse a Oruro y a Potosí.
Simón Rodríguez
Y en Chuquisaca, en noviembre de 1825, tuvo que detener la
marcha, pues el proyecto educativo de Simón Rodríguez había
de comenzar en esa ciudad. Bolívar lo nombró entonces
director de Enseñanza Pública, Ciencias Físicas, Matemáticas y
Artes, y director general de Minas, Agricultura y Caminos
Públicos de la República Boliviana. El primer día del año 1826
comenzaría a funcionar la llamada Escuela Modelo, que en el
cuarto mes de su andadura tenía ya doscientos alumnos.
El plan de enseñanza era muy original: se agrupaba a los
alumnos y se concertaban los métodos educativos,
mezclándose la técnica y el espíritu. Los niños, entregados por
entero a las tareas de aprendizaje, aun durante los ratos de
diversión, eran observados individualmente por personal
facultativo para identificar las inclinaciones de cada alumno.
En palabras de muchos entendidos, la originalidad de estos
proyectos se parecía a la aplicada en los famosos falansterios
de Charles Fourier; sin embargo, Simón Rodríguez nunca
había tenido contacto con aquella obra.
Con independencia de cuál fuera la filosofía implicada en el
desarrollo de este proyecto, estuvo claro que no tenía encaje
alguno en la sociedad de entonces; la gente no comprendía
aquello y le parecía excesiva la inversión que demandaban las
escuelas. El mariscal Sucre se vio influido por la crítica del
medio, y escribió al Libertador para mostrarle su descontento
con la obra de Robinson, como lo solía llamar. Después de
enemistarse con todos, Simón Rodríguez renunció finalmente
a su cargo. Con profunda rabia y decepción escribió una carta
al Libertador, en la que se quejó amargamente de la
incomprensión que había padecido.
Últimos años
Decepcionado por cuanto no le habían dejado hacer por la
libertad de América, y arruinado y endeudado por cuanto
había puesto de su bolsillo para el funcionamiento de las
escuelas, se marchó al Perú. En Arequipa montó una fábrica
de velas, de la cual esperaba obtener fondos para su
manutención; las velas representaban también una muestra
sarcástica de aquello que en su opinión había significado el
"siglo de las luces" para América.
El éxito de su negocio, sin embargo, estuvo en su retorno a
las actividades de maestro: los padres acudían masivamente
a la tienda para que se encargara de la educación de sus
hijos; y fue así como Simón Rodríguez pidió nuevamente
licencia para ser maestro. En 1828 publicó su primera obra,
titulada Sociedades americanas en 1828; cómo son y cómo
deberían ser en los siglos venideros. Se trataba, en realidad,
del prólogo de la obra, en el cual se defiende el derecho de
cada persona a recibir educación, señalándose la importancia
que ésta tiene para el desarrollo político y social de los nuevos
estados americanos.
La primera parte fue reimpresa en El Mercurio Peruano al año
siguiente, y continuada en El Mercurio de Valparaíso en
noviembre y diciembre de 1829. También publicó en la
imprenta pública una obra en defensa de Bolívar, titulada El
Libertador del Mediodía de América y sus compañeros de
armas, defendidos por un amigo de la causa social. Otras
obras suyas fueron publicadas, entre las que figura un
proyecto de ingeniería e hidrología en torno al terreno de
Vincoaya. Había muerto el Libertador y el proyecto de la Gran
Colombia había quedado deshecho.
Simón Rodríguez
Después de publicar parte de la obra Sociedades Americanas,
se marchó a Concepción (Chile), invitado por el intendente de
la ciudad para que "llevara a cabo el mejor plan posible de
educación científica" en el Instituto Libertario de Concepción.
Aplicó a la enseñanza el sistema diseñado en Arequipa, a
propósito del proyecto hidrográfico, valiéndose de cuadros
sinópticos. El primer cuadro era "fisionómico", y alcanzaba
sólo a las nociones; el segundo era "fisiográfico", destinado a
proporcionar el conocimiento; el tercero era "fisiológico" o de
la ciencia, y el cuarto representaba lo "económico", es decir,
la filosofía.
En 1834 publicó Luces y virtudes sociales, obra acabada de su
gran proyecto de instrucción. Desgraciadamente, su suerte se
vio teñida una vez más por la fatalidad: el terremoto de
Concepción de 1835 acabó con todo, incluyendo la estancia
de Simón Rodríguez en esa ciudad; "en América no sirvo para
nada", exclamaría. Se marchó a Santiago de Chile y
protagonizó un maravilloso encuentro con Andrés Bello, del
cual brotaría parte del impulso de la universidad fundada por
el insigne humanista.
Partió luego a Valparaíso, ciudad en la cual también se dedicó
a la enseñanza, utilizando un método bastante original para la
época: en la clase de anatomía, se desnudaba y caminaba por
el salón para que los alumnos "tuvieran una idea del cuerpo
humano". Por supuesto, esta didáctica no tuvo larga vida. La
sociedad comenzó a rechazarlo; la población de alumnos
descendería rápidamente y él acabaría en la más absoluta
miseria.
Así lo encontró el viajero francés Louis-Antoine Vendel-Heyl, a
quien diría, casi llorando, que "ni siquiera podía tener el
consuelo de publicar el fruto de sus meditaciones y sus
estudios". Como muestra del resquemor que sentía hacia la
sociedad que frustró sus proyectos, en la puerta de la casa de
Simón Rodríguez podía leerse un letrero que decía: "Luces y
virtudes americanas, esto es: velas de sebo, paciencia, jabón,
resignación, cola fuerte, amor al trabajo".
Sufriendo el temor de que su obra se perdiera, alrededor de
1842 escribió: "La experiencia y el estudio me suministran
luces, pero necesito un candelero donde colocarlas: ese
candelero es la imprenta. Ando paseando mis manuscritos
como los italianos sus Titirimundis. Soy viejo y, aunque
robusto, temo dejar, de un día para otro, un baúl lleno de
ideas para pasto de un gacetillero que no las entienda. Si
muriera, yo habría perdido un poco de gloria, pero los
americanos habrían perdido algo más".
Reeditó la obra Sociedades americanas y, sin más, marchó
rumbo al Ecuador. En el camino se detuvo en Paita y visitó a
la amante de Bolívar, Manuela Sáenz, que se encontraba
retirada en esa ciudad. En Latacunga fue acogido por un
sacerdote, el doctor Vésquez, quien se empeñaba en que don
Simón fuera maestro en el Colegio de San Vicente. A pesar de
la insistencia del maestro en dedicarse a la agricultura,
terminó siendo profesor de botánica de esa institución.
Paralelamente, y en forma coherente con su visión de las
cosas, fundó en esa ciudad una fábrica de pólvora y al mismo
tiempo publicó un folleto sobre la Fabricación de pólvora y
armas con otras enseñanzas generales, en cuyo preámbulo se
puede leer: "la pólvora es aquí el pretexto para tratar de la
educación del pueblo".Posteriormente partió a Quito y fundó
otra fábrica de velas; luego marchó a Ibarra, a Colombia, y
regresó nuevamente a Quito en el año 1853.
Tenía 82 años y conservaba aún un aspecto atlético. Dictó
una conferencia que sorprendió al público por sus
experiencias y por sus amores tórridos e hijos dejados por el
mundo, al igual que por sus ideas. Finalmente, en 1853, a
pesar de haber manifestado su intención de volver a Europa
con la ilusión de que allí todavía se podía "hacer algo", se
trasladó a Amotate, ciudad peruana en la que falleció el 28 de
febrero de 1854, a los 83 años de edad.
La obra de Simón Rodríguez
Guiado por la idea de que sólo a través de la educación
popular se garantizaría la verdadera fortaleza y prosperidad
de las nuevas repúblicas, Simón Rodríguez trazó un proyecto
pedagógico de una originalidad indiscutible. En Rodríguez se
fundían de manera extraordinaria el educador, el hombre de
ideas y el escritor. Sus páginas son fascinantes no sólo por la
consistencia de sus ideas y la alta temperatura pasional que
les imprime, sino también por el indiscutible y original acento
de novedad de su escritura. Ello se manifiesta en la particular
vivacidad (rasgo inocultablemente americano) que insufla al
castellano, un tanto envarado por siglos de retórica colonial, y
en las innovaciones que introdujo en materia tipográfica.
Pedagogo influido por Rousseau y Saint-Simon, Simón
Rodríguez fue un reformador intuitivo. Maestro de Simón
Bolívar, sus inquietudes e ideas reformadoras influyeron
poderosamente en la formación de El Libertador, según él
mismo reconoció. Después del triunfo de Bolívar, Rodríguez
fue director e inspector general de Instrucción Pública y
Beneficencia y organizó escuelas, pero su inquietud y su
carácter no lo dejaron nunca asentar, mal que se agravó tras
la muerte de Bolívar; el maestro fue rodando hasta su
avanzada ancianidad por Chile, Ecuador, Colombia y Perú.
Simón Rodríguez fue el primero que quiso aplicar en
Sudamérica los audaces métodos educativos que empezaban
a utilizarse a comienzos del siglo XIX en Europa, y por todos
los medios trató de imponer en las atrasadas provincias de
Bolivia y Colombia las novedosas y revolucionarias teorías
sobre la educación de la infancia. Nutrido en las ideas de los
grandes filósofos franceses del siglo XVIII, fue un espíritu
inconforme y radical. Sus principales textos son El Libertador
del Mediodía de América y sus compañeros de armas,
defendidos por un amigo de la causa social (1830), Luces y
virtudes sociales (1834) y Sociedades americanas en 1828;
cómo son y cómo deberían ser en los siglos venideros (1828,
última edición en 1842).
En El Libertador del Mediodía de América hizo una defensa
vigorosa de la figura de Bolívar y de su actuación en la guerra
de Independencia, exponiendo al mismo tiempo muchas de
sus propias ideas sobre la cultura y el destino de los pueblos
hispanoamericanos. Aunque esta obra es muy desigual, y por
la premura en que fue escrita y el temperamento mismo del
autor no guarda mucha unidad, resaltan en ella admirables y
audaces pensamientos que hacen de la misma uno de los
estudios más interesantes de la cultura americana del siglo
pasado. Otros escritos suyos sonEl suelo y sus
habitantes, Extracto sucinto sobre la educación
republicana, Consejos de amigo dados al Colegio de
Latacunga y Crítica de las providencias del gobierno.
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