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¿POR QUÉ ES NECESARIO UN NUEVO ACUERDO DE PAZ
EN COLOMBIA?
Por Miguel Chajín Flórez. Sociólogo.
RESUMEN
Un nuevo acuerdo de paz para la gobernabilidad del país, que hoy se encuentra en su peor
momento de vida republicana, requiere construir un enfoque integral de desarrollo social y
humano, en la cual se articulen dialógicamente perspectivas epistemológicas y disciplinares,
al igual que actores sociales, como la academia, el Estado, la empresa y la sociedad civil
organizada, con el propósito de generar procesos inclusivos en lo psicosocial, sociocultural,
sociopolítico y socioeconómico. El problema que da origen a esta propuesta está asociado al
fracaso de los acuerdos de La Habana, para forjar la reconstrucción o construcción de un
proyecto de nación.
PALABRAS CLAVE: Gobernabilidad, inclusión social, enfoque dialógico,
EL PROBLEMA
El conflicto no debe percibirse como un problema político, de actores armados, partidos
políticos, poder del Estado, centralismo político, legitimidad, entre otros, ni como el producto
de factores económicos, como concentración de la tierra, pobreza, neoliberalismo,
explotación económica, etc. El conflicto es ante todo de naturaleza social; cuando se dice
social es que todos los habitantes, no importa que condición política y económica tengan,
incluso étnica y cultural, todos estamos inmersos en éste; todos lo producimos y/o
reproducimos, de alguna manera. Si esta afirmación fuese correcta, entonces serían
incorrectas las formas de abordar el conflicto armado como problema político y económico,
pues dejaría afuera lo más importante y estructural: La nación, los ciudadanos, las
comunidades, la familia, las organizaciones de la sociedad civil, las representaciones
sociales, los valores, creencias, saberes, modo de ser, etc.
Obviamente, pensar en el conflicto como algo político, no solamente reduce su naturaleza,
sino que delimita el problema a un nivel manejable, como por ejemplo otorgar indultos,
reinsertar grupos al margen de la ley, conceder status político, abrir canales de participación
democrática, entre otros; o bien en el plano económico, plantear una reforma agraria, limitar
la injerencia de trasnacionales sobre los recursos del país, incentivar a los pequeños
productores, promover la responsabilidad social empresarial, formalizar la economía,
ampliar los subsidios y en general garantizar unos mínimos de bienestar social, entre otros
factores.
Quizá se pudiera avanzar en los factores políticos y económicos señalados y el llamado
postconflicto que es una entelequia o ficción macondiana, del cual pronto se verá como una
nueva frustración; para entonces se alzarían las voces, que todas estas negociaciones fueron
artimañas políticas. En otras palabras, las negociaciones de paz, no tienen o pueden tener el
alcance de poder garantizar cambios estructurales y sí convertirse en una telenovela de
realismo mágico, que pretende solucionar el problema a partir de propaganda política y unos
cuantos programas y proyectos políticos, económicos y sociales. El problema no se termina
con un cese al fuego, ni con un nuevo partido político.
Las dimensiones del conflicto que no se negocian y que no se perciben son los que de alguna
manera lo harían brotar nuevamente y quizá más fuerte en lo que se han empeñado en llamar
post-conflicto. ¿Acaso percibimos el conflicto como un problema ético y moral de la
sociedad? ¿La corrupción, por ejemplo, en todos los ámbitos de la vida social no subyace al
conflicto? ¿Hay garantía de que se minimice al extremo? ¿Las normas sociales cobrarán
realidad y tendrán más fuerza que el aparataje jurídico y coercitivo para impedir y/o controlar
las transgresiones o violaciones de derechos? ¿Qué hará que mejoren los niveles de
autonomía personal y colectiva para que las personas materialicen sus proyectos de vida, sin
tener que pasar por encima de los otros? ¿Qué puede garantizar el empoderamiento social, la
solidaridad y la cooperación, para impedir la falsa tolerancia, la indiferencia social, la
indolencia y la impunidad?
Se nos olvida que la corrupción, el narcotráfico, entre otros factores, por ejemplo, no son
creados o fomentados exclusivamente por las élites políticas y económicas, sino por el resto
de la sociedad que se margina y la deja crecer hasta convertirse en víctima de estas ¿La
delincuencia común, se sienta en las mesas de negociación? ¿Pero si algunos dicen que no
tienen por qué sentarse, pues no son actores del conflicto, por qué otros actores, como los
medios de comunicación o los cuerpos de seguridad del Estado tildaban de delincuentes a las
Farc hace sólo pocos años y no hacían separación entre un antisocial y un guerrillero? ¿Nadie
recuerda que los llamaban bandoleros? ¿No es acaso esto un reconocimiento tácito que la
base del conflicto es social? ¿Para seguir con el ejemplo, cuando se escuchan los relatos de
quienes desertan de los grupos guerrilleros e incluso de los paramilitares, no salen a la luz
dramas familiares y sociales? No se está diciendo aquí que el victimario también fue víctima
y por eso no tiene responsabilidad por sus crímenes.
No les faltaba razón a nuestros padres que decían que en el fondo la insurgencia se alimenta
más de la desigualdad y resentimiento social que de planteamientos sustentados en la ciencia
o experiencia, de tal manera que muchos de sus militantes inicialmente son víctimas de
discursos populistas, alimentada por la esperanza de la reivindicación social.
Gran parte del problema es que jugamos a una falsa dicotomía, por cierto, una de las más
simples y antiguas de la humanidad: Creer que de un lado están los buenos y del otro lado
los malos. Que también los ricos son malos y los pobres, buenos; y así con los conservadores
y liberales, etc; pero la estructura social que subyace al poder del Estado no se somete a
juicio, e incluso el establecimiento escapa de la reflexión. Las instituciones esconden a las
personas y a los grupos políticos y económicos que externalizan el conflicto a dimensiones
manejables. La legitimidad del Estado, que tambalea con tantos escándalos difíciles de
ocultar ante la mirada internacional y un creciente grupo de colombianos, encuentra una
puerta de escape en el tema del post conflicto, más retórico que realidad, pues no existe ni
podrá existir postconflicto, ya que el conflicto es inevitable, así algún día se firme un legítimo
acuerdo de paz; otra cosa es la forma cómo se maneja. La misma teoría marxista es llamada
sociológicamente como teoría del conflicto, así que es una falacia pensar que este puede
desaparecer. Es un engaño a todos, pero con la fuerza de oxigenar la gobernabilidad
temporalmente, “remiendo de paño nuevo en vestido viejo”, como dice Jesucristo (Mateo
9:16). La ilusión de un postconflicto le hace pensar con el deseo a mucha gente, como si se
tratase de un truco de neurolingüística.
Cuando luego de un mensaje populista se asume una política asistencialista nada más
contundente que eso para quienes no tienen la capacidad de pensar que alguien tiene que
pagar por los recursos que recibe y la sostenibilidad de estos en el tiempo; así que cuando lo
quieran saber ya es demasiado tarde, pues la élite en el poder estará enquistada, y entonces
viene el cobro de factura; eso lo saben bastante bien en Venezuela en los últimos años, que
ahora vive la época de las vacas flacas.
El Estado no es ni bueno ni malo, y ha traído miseria y muerte, aunque también lo puede
evitar o mitigar. Si pudiera suprimirse el Estado, no desaparecerían los factores que lo
convierte en no deseable, pese a eso no quiere decir que no puedan generarse cambios
significativos, hasta dimensiones de gobernabilidad y bienestar.
¿Constituye la inclusión social una estrategia de construcción de paz para la gobernabilidad?
Esta pregunta pudiera generar otra sobre qué o quién define si la inclusión social es o no una
estrategia exitosa de búsqueda de la paz para la gobernabilidad; en tal sentido habría que
pensar si sólo sea plausible pero no probable en términos de ser propositiva, pues los
resultados pudieran estar en el futuro, en tanto se constituyan políticas públicas para la paz;
el otro acercamiento a la validez o más bien corrección de la propuesta es a través de las
representaciones sociales favorables que genere el desarrollo de un programa de inclusión
social. No se trata de que la opinión favorable o no mida la gobernabilidad, ni la situación o
condición del conflicto, pues sería tanto como creer que lo que da valor a las cosas es la forma
cómo se la representan, con independencia de las condiciones objetivas de lo que se valora,
percibe y aspira. En tal caso, la representación sólo indica qué tanto se piensa que el enfoque
propuesto es la vía para generar procesos de transformación social, pues un Programa de
inclusión social implica investigar y desarrollar cambios sociales, y en la medida que esto
ocurre en el marco de la integración de los componentes y fundamentos propuestos. Si se
quiere que la sociedad civil sea actor del Programa, se requiere que ésta juzgue el posible
impacto que debe tener una estrategia de construcción de paz, aparte de participar en su
desarrollo.
JUSTIFICACIÓN
El solo hecho que un mayor número de colombianos refuerce su falta de confianza en las
iniciativas de los gobiernos frente a la paz, es tan negativo como continuar la locura de la
violencia en todas sus dimensiones. La falta de legitimidad del Estado es la otra cara de la
violencia, por lo que la gobernabilidad no depende de sentarse a la mesa de negociaciones
con actores del conflicto, sino contar con la participación directa e indirecta de la sociedad
civil.
No es fácil entender que se pueda estar avanzando en un proceso de paz, cuando por un lado
se dice negociar y se hacen gestos de paz y de otra parte se continúan los actos violentos de
parte y parte; por parte del Estado colombiano porque ha negociado un acuerdo con las Farc,
por encima de la justicia y la voluntad popular, y de otra parte las Farc realmente no se han
desmovilizado y siguen en su proyecto de combinación de todas las formas de lucha para
implantar el socialismo. De otro lado, la sociedad civil no quiere caer de nuevo en la trampa
de lo que se presenta como derecha, que son responsables de la gran desigualdad que vive
Colombia. Así que cada vez más el colombiano sabe que derecha e izquierda es lo mismo,
juzgando desde sus actores.
Lo que ha generado los acuerdos de La Habana es que la sociedad civil se polarice aún más,
y ve cómo se está bajo un nuevo engaño, más grave que el anterior, de la llamada oligarquía
criolla, pues no se trataba de la inclusión de las Farc a la vida política sino de entregarle el
país en sus manos.
Aunque los acuerdos de La Habana son ilegítimos y por tanto inválidos, desconocer esa
realidad llevaría a un recrudecimiento de la violencia, en tanto una mayor victimización de
la sociedad civil de manos del mismo Estado, que protegerá a las Farc, así que parece que se
estuviera frente a dos alternativas: Desconocer el poder popular y meterse en una guerra civil,
esta vez contra las Farc y sus aliados de la falsa oposición, o bien crear las condiciones para
que se dé un nuevo diálogo, general, bajo una opción de restablecimiento de la democracia,
y quizá para la búsqueda de la axiocracia.
No debe abandonarse los diálogos, así el conflicto armado se arrecie a escala insospechada,
pues por lo menos el primer paso para la paz es sentarse hablar de ésta. Lo que hace que los
acuerdos de La Habana hayan sido un fracaso es haber excluido a la sociedad civil de esta,
pues si esto no hubiese ocurrido no se estaría abriendo una nueva y quizá mayor
conflictividad. No es de subestimar la legítima protesta social contra los líderes de las Farc,
que no van a parar, igual que el rechazo popular de lo que se cree que representa la oposición,
o ultraderecha, encarnada en el ex Presidente Uribe.
Obviamente los problemas y enfoques dependen de quien o quienes se los formulen, y esto
ha generado que varios actores se excluyan voluntariamente, o bien otros le nieguen su
participación; el conflicto social en Colombia, no importa si se es o no protagonista, víctima
o actor, afecta a todos, por lo que también debe abrirse horizontes de participación, que lleva
a que cada vez más se incluyan en su solución.
La parte no visible del conflicto es la cara de la moneda de la negociación que queda contra
el piso, esa parte es donde se encuentra la sociedad civil, sus acciones y representaciones
sobre el proceso de paz. Es la dimensión donde se genera o no la legitimidad del Estado y su
gobernabilidad. Esta es la parte de la que se debe ocupar un nuevo proceso de paz.
Todos los actores del conflicto no estaban en La Habana, ni tampoco puede negociarse con
cada uno de éstos por separado, que intentarán reclamar el todo, como ocurre con las Farc, y
seguramente también lo hará el ELN. El conflicto es estructural y por esto se encuentra en la
familia, la educación, la empresa y en todos los escenarios sociales que lo producen,
alimentan y reproducen.
El mensaje que se le está dando al colombiano que todavía no entra al conflicto armado es
que es buen negocio masacrar, torturar, violar y ejecutar cuanto delito exista, pues es la forma
de obtener lo que se quiere; por eso el ELN por estos días ha declarado un paro armado, bajo
el supuesto que eso es argumento para que le terminen de entregar el país a los violentos.
Nunca la sociedad civil se ha enfrentado a los insurgentes, pero como persista la entrega del
país a éstos, la sociedad civil tendrá entre sus opciones: aceptar la servidumbre a los “nuevos”
dueños del país; enfrentarlos o exiliarse.
La gobernabilidad es sólo un referente de la administración del Estado; los escenarios de ésta
son diversos; de otra parte, los enfoques de la gobernabilidad están asociados a estructuras
organizativas del Estado y los estilos de liderazgo que se promueven y prevalecen. La
gobernabilidad es tanto causa y efecto de estructuras sociales, en lo político, económico y
cultural; es necesario entonces pensar desde otros referentes y actores, como el académico,
para que no solamente realice procesos de investigación y pedagogía, sino que emprenda o
promueva procesos de transformación social, a partir de enfoques integradores en lo
epistemológico, disciplinar y actores sociales.
Una nación débil engendra un Estado débil, y una nación débil no solamente es generadora
de violencia, sino que a su vez a través del Estado débil la reproduce, pues se cree que no le
queda otra alternativa que mantener el orden, y paradójicamente la paz, con el imperio de las
armas y la represión, contando además con el apoyo de algunos medios masivos de
comunicación y aparatos educativos ciegos y serviles, que poco a poco minan la
gobernabilidad y se benefician de la guerra; y después se responsabiliza a la nación por la
abstención política, o por la indiferencia e indolencia frente a las violaciones de derechos
humanos, etc., así que se trata de una círculo vicioso, de causas que generan efectos, que a
su vez son causas de los mismos fenómenos.
Si la nación se sustrae o no participa no es porque sea indolente por naturaleza, sino porque
no cree que pueda hacer algo para solucionar el problema y, paradójicamente, eso les concede
a las minorías de la guerra (que son los actores más beligerantes del conflicto), el poder para
hacer lo que quieren, sin que nadie se los impida. Pero la desesperanza de la sociedad civil
alimenta la guerra y genera indiferencia e indolencia, pues teniendo el poder para impedir o
frenar las cosas, asume la condición de víctima, que lo hace más víctima del conflicto. Por
paradójico que parezca, lo que genera más violencia es que las mayorías no hayan sido
capaces de entrar al escenario de la guerra como protagonistas, lo que es utilizado por las
minorías para hacerlos más víctimas; esta hipótesis no parece plausible, teniendo en cuenta
las masacres y desplazamientos forzosos, pero no se trata de culpar a la víctima, para encubrir
la crueldad de la gente mala, y hacer más cruel su situación, pero el silencio de los buenos ha
permitido que la violencia no pueda ser controlada por nadie, como hubiese dicho Martin
Luther king.
El gobierno Santos ni ningún otro resistiría una decena de marchas como las del 10 de agosto
de 2016, sin necesidad de tirar una sola piedra; pero el problema es que muchos están
esperando que otros marchen por ellos, o que las marchas y los paros no resuelven nada, entre
tantas creencias erróneas que sin querer le hacen el juego a los más violentos.
Es evidente que la indolencia es también una forma de violencia, no solamente contra sus
ciudadanos sino contra sí mismo, que algún día la sufrirá en carne propia.
De los muchos ejemplos que pueden darse sobre la indolencia de la sociedad civil frente a lo
que ocurre, los miles de niños que fueron secuestrados, abusados sexualmente y asesinados
por las Farc, no es cosa que mueva a la mayoría de colombianos a realizar protestas frente a
los organismos internacionales y a las instituciones públicas relacionadas con el asunto, así
que tal crueldad de los “buenos” se revierte cuando en algún momento también se es víctima
de estas minorías.
¿Qué es la sociedad civil? ¿Cuáles son los indicadores de su existencia? ¿Son las ONGs
suficiente evidencia de su existencia? Si no es así, se trata de un actor a medias, o un actor
en construcción, lo que implica que la nación es también un ente nebuloso. Así que el fracaso
de los diálogos de La Habana es directamente proporcional a la debilidad de la sociedad civil.
Se requiere entonces avanzar hacia acuerdos que trascienden los diálogos de paz de La
Habana, pues los actuales actores de conflicto no tienen la capacidad de representar a la
sociedad colombiana. Era evidente el fracaso de tales diálogos, que se debe a que el gobierno,
representa más a las Farc que a la nación, así que es necesario poner en el centro de un proceso
de gobernabilidad la inclusión de todos los actores del conflicto, especialmente a sus
víctimas. Es un proceso de abajo hacia arriba, más que de arriba hacia abajo, para que la
Nación y el Estado sean dos dimensiones de una misma cosa.
Las transformaciones necesarias apuntan a la construcción de una sociedad incluyente,
basada en la axiocracia, en vez de la democracia restringida en la que vivimos.
La democracia ha dejado de ser una posibilidad, ´ya que la sociedad ha perdido la capacidad
de diferenciar lo bueno de lo malo, y sin valores ninguna sociedad es viable.
OBJETIVOS
El propósito central de un nuevo proceso de paz es diseñar un programa de inclusión social
para la gobernabilidad de Colombia, a través de un enfoque dialógico que integre escenarios
de estudio e intervención, acorde con los componentes de un modelo de desarrollo integral
con sus actores, para la creación y gestión colectiva de estrategias de paz, bienestar y
desarrollo del país, validado con su aplicación, con el propósito de promover
representaciones sociales favorables a la reconstrucción o construcción de un proyecto de
nación.
Para conseguir este propósito es necesario realizar los siguientes objetivos:
Construir un enfoque integral de inclusión sociopolítica, a través de un modelo
dialógico de diagnóstico y negociación de conflictos, para la diversidad de escenarios
y actores del conflicto social en Colombia.
Diseñar un modelo de inclusión socieconómica, a través de estructuras
organizacionales de carácter dialógica, para el fomento de la Economía del bien
común y la empresa social.
Promover la inclusión psicosocial, a través del diseño e implementación de procesos
formativos del talento humano, para la generación de la autonomía personal y el
liderazgo en todos los escenarios sociales.
Gestionar procesos de inclusión sociocultural, a través de la creación de modelos de
pedagogía social, para la convivencia y la vida ciudadanía.
Promover procesos de inclusión social, a través del diseño de diversas estrategias de
un programa de construcción de paz para la gobernabilidad, como por ejemplos: 1)
Festivales de la inclusión social, 2) Red de la inclusión social, 3) Cátedra de la
inclusión social, 4) Postgrados en inclusión social, 5) Laboratorio en inclusión social,
6) Observatorio de inclusión social,7) Programas y proyectos de inclusión social, 8)
Filosofía de la inclusión social.
Establecer las representaciones sociales sobre un Programa de inclusión social como
estrategia de construcción de paz para la gobernabilidad, a través de las valoraciones,
perspectivas y aspiraciones sobre sus actores, a fin de decidir sobre la conveniencia
de ésta para la formulación de políticas públicas.
MARCOS DE REFERENCIA
El Programa de inclusión que se propone descansa sobre dos referentes fundamentales, el
conceptual y el contextual. El referente conceptual está integrado por tres elementos: La
Administración dialógica, los cuatro componentes de la inclusión social y las
representaciones sociales como herramienta para valorar la gobernabilidad.
El referente contextual, a su vez, tiene como elementos: El fondo del conflicto armado y la
gobernabilidad, la inclusión social como base de la gobernabilidad y los escenarios de
estudio, alcances y actores del Programa.
MARCO CONCEPTUAL
La Administración dialógica.
El Estado es una macro-organización, siendo el gobierno una instancia directiva desde donde
se promueven las políticas, objetivos y estrategias para garantizar la satisfacción de las
necesidades de sus actores, los derechos y deberes, que permitan la justicia, la paz y el orden.
Desde el enfoque del Programa, la Administración Dialógica no sólo permite los elementos
anteriores, sino entender la emergencia de diversidad de conflictos; de otra parte, se plantea
que las dimensiones de la inclusión social permiten entender la cohesión de la sociedad civil,
que de una u otra forma se expresa en las representaciones sociales, sobre la relación entre el
Estado y los diversos actores de la sociedad, lo que es una forma de valorar la gobernabilidad.
La Administración dialógica emerge de un enfoque metateórico de las organizaciones,
similar como en el campo de la Sociología surgió la propuesta integrada de Ritzer (1993).
No se trata de un ejercicio ecléctico, es poder integrar dialógicamente teorías
organizacionales, tales como la teoría sistémica, teoría de las relaciones humanas, teoría
burocrática y teoría científica de la Administración, y a partir de allí construir una nueva.
La propuesta metateórica de Ritzer en Sociología, se realizó a través de la elaboración de
unas categorías que permitiera la integración de las teorías sociológicas por distantes que
fuesen en lo epistemológico y conceptual; esta perspectiva constituye un recurso sistémico
para la construcción transdiciplinar, como también medio para la generación de nuevos
paradigmas y enfoques científicos, como es el caso de la Administración dialógica. Las
categorías centrales de este nuevo enfoque de la Administración son: Talento, conocimiento,
organización, servicio o gestión e integración. Para el caso de articular dimensiones
administrativas y económicas, a partir de estas categorías, se han propuesto algunos autores
que aportan conceptos necesarios para la construcción de una teoría de la inclusión social.
De otra parte, la Administración dialógica es producto de un enfoque alternativo de la
Economía, especialmente de no desvincular la Economía de la Administración, como lo ha
expresado Omar Aktouf (2009).
En tercer lugar, la Administración Dialógica surge de una integración de racioanalidades
científicas, partiendo de una lectura amplia del trabajo epistemológico de Mario Bunge
(1985).
Referentes teóricos de la Administración dialógica.
Categoría 1: TALENTO: Esta categoría nos permite repensar la Administración; para la cual
se proponen diversos autores como Omar Aktouf (2009), en el sentido que se requiere un
marco ético para volver a pensar la Administración, teniendo en cuenta que la base de la
Administración son las personas. Otro autor dentro de esta perspectiva es Reinhard Mohn
(1988), quien expresa que la identidad del trabajador con la empresa es su principal fuerza
creativa y la cooperación es la clave del éxito empresarial; también se encuentra dentro de esta
categoría Max Weber (2004), quien señala que el marco ideológico de la actividad laboral es
un factor fundamental para el emprendimiento. Este referente teórico de la Administración
dialógica es un soporte para pensar en la inclusión psicosocial.
No podemos pensar en un Estado desarrollado excluyendo a los individuos, y esto es
precisamente lo que ocurre en Colombia, donde impera una democracia restringida, que es un
Estado con ciudadanos de papel, con niveles altos de heteronomía, en la que minorías sociales,
económicas, políticas y culturales deciden por toda la sociedad. Sin desarrollo de la autonomía
personal, tampoco puede esperarse el desarrollo de los talentos de las personas y el
responsabilismo, como marco ideológico de la participación política.
Categoría 2: CONOCIMIENTO: Esta categoría es otra columna de una nueva construcción
científica de la Administración. Dentro de ésta es fundamental lo planteado por Orlando Fals
Borda y Carlos Rodrigues Bradao sobre la Investigación Acción Participativa (1987), en
cuanto conciliar el conocimiento cotidiano y los saberes científicos, como fuentes de nuevas
visiones de desarrollo; el conocimiento debe estar ligado a la participación y transformación
social. Polan Lacky (2009) señala que la pobreza rural no se explica solamente por los factores
externos a los procesos productivos, sino a las formas ineficientes de trabajo del campesino.
En esa misma línea, se propone a Oscar Lewis (1967), en cuanto a la cultura de la pobreza,
como un concepto que emerge de la historia de vida individual y familiar en la forma de
afrontar la pobreza; por tanto, se trata del estilo de vida particular, que sólo puede
comprenderse desde sus mismas condiciones; en este sentido la pobreza no debe entenderse
solamente en un marco de necesidades básicas insatisfechas, ni como producto de relaciones
económico-sociales de explotación, sino como un fenómeno cultural. También dentro de la
categoría conocimiento se puede incluir a Paulo Freire (1975), en lo referente a la educación
dialógica, que debe estar pensada para la emancipación y requiere superar el carácter bancario
de la pedagogía tradicional, en la medida que se asuma el desarrollo de la autonomía personal.
Esta categoría es un soporte para pensar en la inclusión sociocultural.
Una pobre educación es una educación para pobres; el principal mecanismo de castración
mental del colombiano está en su educación, que no promueve el pensamiento crítico, la
capacidad de resolver problemas, la contextualización de los saberes, la innovación y el
emprendimiento. Las instituciones educativas se rigen por un currículo oculto para formar
gente egoísta, conformistas con la sociedad de consumo, ciudadanos con mentalidad
caudillistas, a expensas de discursos populistas de derecha e izquierda; profesionales con
mentalidad de empleados, con muy baja valoración de la lectura y de la ciencia.
Categoría 3: ORGANIZACIÓN: Esta categoría es fundamental para repensar la pobreza. En
esta categoría se incluye a Abhijit Banerjee, y Esther Duflo (2013), investigadores de la
pobreza en 14 países del mundo, que propone que se requiere una mirada macro y micro de la
pobreza; y no centrarse solamente en la renta, sino en múltiples factores, como la cultura,
salud, educación, medio ambiente, etc. Señalan que pequeños impulsos o ayudas a los pobres
pueden generar grandes resultados en el largo plazo. Esta categoría es un soporte para la
inclusión sociopolítica.
La organización es un concepto clave y poco valorado para entender la dinámica empresarial
y especialmente en el contexto macro-sociológico y económico; se tiende a ligar organización
como un componente de la administración empresarial, pero debido a diseños
organizacionales donde prima la propiedad individual, y en otros casos las grandes
corporaciones, de manejo impersonal, no se le reconoce las capacidades que encierran. Sólo
cuando se ven las organizaciones en un marco más amplio de cooperación empresarial y de
economías con fuerte componente territorial, entonces aparecen las bondades de crear
sinergias y diversas formas asociativas y de cooperación económica.
Si un país fuese concebido como una gran empresa, afloraría la importancia de la organización
de todos los procesos económicos, desde la producción hasta el consumo. Organizar la
producción sería una de las ventajas competitivas del país.
Categoría 4: SERVICIO/ GESTIÓN. Con esta categoría se puede pensar de nuevo la
empresa, pues Muhammad Yunus (2010) señala que la empresa social supera el conflicto
entre propietarios y no propietarios. En esta misma línea señala Karl Albrecht (1992), que el
cliente es el centro de la organización. No solamente implica la calidad del servicio, sino que
impacta positivamente los resultados corporativos. Es importante esta categoría para pensar
la inclusión socioeconómica.
Crear una sociedad de servicio, es poder conciliar el beneficio individual con el colectivo; se
trata de pasar de un gana- pierde, a un gana-gana. La idea no es que el rico se enriquezca
sobre la base de la explotación del pobre, ni que el pobre se apropie de los recursos del rico;
ni el capitalismo, ni el socialismo han sido pensados en un marco de filosofía del servicio.
Servir va más allá de la ganancia, y de la distribución de la riqueza; se sirve porque es la
mejor manera de agregar valor en una economía; tanto el capitalismo como el socialismo,
funcionan como mecanismos excluyentes; la ganancia excesiva y la distribución forzada de
capital son destructoras de valor. Tarde o temprano la ambición de unos pocos traen el
empobrecimiento de todos; de igual forma, la distribución igualitaria del socialismo, también
destruye la iniciativa individual, el desperdicio del talento y el empobrecimiento de la
sociedad.
Una sociedad de servicio es aquella que hace del Estado una gran empresa social, gracias a
la alianza de las organizaciones de la sociedad civil, el Estado y las empresas, que es lo que
busca la propuesta asociativista, donde todos los actores sociales cooperan, se asocian y
emprenden, respetando la propiedad privada, en un marco amplio de “empresa país”.
Categoría 5: INTEGRACIÓN: Esta categoría facilita repensar el desarrollo. Uno de los autores
más destacados en este punto es Amartya Sen (2012), que expresa que el desarrollo debe verse
como expansión de la libertad de los individuos, asociada a la capacidad de desarrollo del
potencial humano; están en esta línea de pensamiento otros autores, como Manfred Max Neef.
Elizalde, Hoppenhagn (1993), que plantean que siempre hay posibilidad de elección o decisión
sobre la forma de satisfacción de las necesidades humanas; también, se destaca los aportes de
Larissa Adler de Lomnitz (2003) a través del estudio de las condiciones de vida de los
marginados, que los llevan a aprovechar ciertos recursos sociales y constituir redes sociales
para la ayuda mutua y formas económicas paralela a la economía de mercado. Esta categoría
sugiere un método y enfoque de desarrollo: El método dialógico, que integra todas las
dimensiones de la inclusión social, y un enfoque teórico que permita el desarrollo de las
potencialidades, desde lo individual, familiar, comunitario, educativo, empresarial, hasta el
Estado.
Los autores planteados, nos invitan a establecer una mayor articulación entre economía y
administración, de tal manera que no pueda pensarse una sin la otra. No se pudiera hablar de
inclusión social sin esta conexión, que no solamente se limita a la inclusión socioeconómica.
No podemos hablar de inclusión socieconómica con modelos empresariales que funcionan
exprimiendo el talento humano, antes que, aprovechándolo para mejorar la productividad, la
innovación y el emprendimiento. La economía como un todo refleja lo que ocurre en el seno
de la persona, la familia y la empresa; de esta forma, integrar dialógicamente la empresa y la
economía es uno de los retos de un nuevo modelo de desarrollo económico y social.
Desde Aristóteles hasta hoy, así no se quiera reconocer, la familia es un eje transversal de la
economía; es la célula económica de la sociedad, y subyace a todo proceso económico, desde
la producción hasta el consumo. Hacer visible la importancia económica de la familia, lleva al
fortalecimiento de ésta, con enormes efectos sinérgicos para la sociedad. Así como el Estado
es el referente macro de la economía, la familia es el componente micro de ésta; así que el reto
de una perspectiva dialógica de la Economía es la integración micro- macro.
Una de las cosas que Latinoamérica debe superar para afrontar una tarea que para muchos es
imposible, es retar la imaginación, la baja autoestima y la conformidad con las teorías del
desarrollo que hasta hoy prevalecen.
José Consuegra Higgins, uno de los tantos soñadores del desarrollo latinoamericano trata de
animarnos a esta tarea, reivindicando algunas figuras sobresalientes de la Región. Expresa:
Simón Bolívar, exclamó. “Nuestra Patria es América”, para referirse a lo que se conoce hoy
como América Latina. Andrés Bello, sentenció: “América tiene un camino: su propio
camino”. Pablo Neruda, el poeta del siglo XX, predijo: “La libertad de América Latina, será
hija de nuestros hechos y de nuestro pensamiento” (Consuegra J, 1998, p. 81). Y en el último
párrafo de su libro “El compromiso de una teoría económica propia” señala que la superación
del subdesarrollo y la dependencia, es tarea ineludible del científico social latinoamericano”
(Consuegra J, 1998, p.82).
Sin embargo, para lograrlo también hay que recomponer la relación disciplinar entre
Economía y Administración, que muchas veces se piensa como si lo uno y lo otro no fueran
lados diferentes de una misma cosa.
La visión ingenua o simple de estas disciplinas hace pensar que la Economía tiene un área de
estudio macro, a nivel de entes territoriales, que van de un país o región al ámbito mundial o
global; los límites de su accionar lo sitúan en el mercado, en sus diferentes sectores y
territorios, y se da por sentado que todo cabe en este espacio, de tal manera que la
Administración resulta ser un campo específico y micro.
De otra parte, en las representaciones sociales sobre la Administración, es común encerrarla
en el campo de pequeñas organizaciones, con límites en las paredes que separan a éstas de
sus clientes. No encuentran objetivo ocuparse del plano macro, a no ser que se piense en la
manera de afectar o ser afectado por éste, a través de competidores y el mercado. Las otras
empresas son concebidas como proveedoras o competidoras, y el Estado como una instancia
que frena o facilita su operación, planes y propósitos.
El resultado de este desconocimiento mutuo es que desde la Economía no se percibe la
necesidad de una Administración, pues sería ponerle límites a la acción de los sujetos
económicos que concurren en el mercado, y, de otra parte, el Estado tampoco es muy bien
visto como administrador, pues frena las pretensiones expansionistas o de crecimiento de sus
actores.
Por su parte la Administración le deja al azar su lugar en el mercado; así que lo que pasa por
fuera de la empresa, no es de su incumbencia, como si mágicamente el sistema pudiera
garantizar su existencia y crecimiento ilimitado, a partir de una mano invisible; hace un
divorcio o desvinculación entre las necesidades sociales y la utilidad o ganancias, o
beneficios, de la empresa, suponiendo que así como los salarios que pagan a sus empleados
es suficiente para que éstos satisfagan sus necesidades, las otras empresas haciendo lo mismo
llevan a que el sistema total funcione adecuadamente; o bien el Estado se encargará de alguna
manera de atender lo que haga falta, o los desajustes que genera el libre juego económico.
¿Pero cómo se financia el Estado, no es precisamente un ente que requiere ser sostenido por
todos?
No se concibe la empresa como responsable de las necesidades de la sociedad, pues piensa
que utilidad y necesidades sociales son incompatibles, pues de hacerlo se constituye en
beneficencia, lo que la haría quebrar; así que debe ser el Estado quien se ocupe de las
necesidades sociales, pues para eso pagan impuestos. Lo curioso es que el gran peso tributario
cae sobre lo que menos tienen, lo que profundiza la desigualdad social.
De manera similar como la crisis actual del medio ambiente es producto de un intercambio
desigual entre el hombre y la naturaleza, en la cual esta última comienza a pasar las cuentas
de cobro por la depredación de sus recursos, el capitalismo ciego genera crisis económicas,
como cuentas de cobro en las que los empresarios se ven afectados por la irracionalidad del
sistema; obviamente, esto genera más pobreza, mientras se recompone el sistema después
de un tiempo, para entrar en una nueva espiral de crecimiento de un lado y pobreza y
destrucción del otro.
Cuando la desigualdad social lleva al empobrecimiento de gran parte de la sociedad, lo ricos
están poniendo límites a su expansión, y esto no parece afectarlos, hasta que llega una
transnacional que es capaz de imponer precios por debajo del mercado, entonces el pez
grande se come el chico, o se apropia de su alimento, sacándolo de circulación. Esto es el
capitalismo salvaje, donde hay una pirámide social en la que algún día toda la economía
estará gobernada por un grupo de individuos. El nuevo orden mundial, no es otra cosa, que
la dictadura de una élite esclavizando al resto de la humanidad; y no estamos muy lejos de
eso.
La relación macro- micro se construye sobre la falacia de que la creación y crecimiento de
las empresas absorbe mano de obra, y genera un efecto de goteo que beneficia a los otros
actores económicos, incluyendo al Estado mismo. Pero desafortunadamente el sistema está
montado sobre la base de que el actor económico es el individuo o los intereses privados, que
se contraponen a los otros actores económicos. No se concibe el actor económico como
interdependiente de otros, sino como una relación entre desiguales; y pensar en un actor
económico colectivo o comunitario parece una lógica que no funciona para el mundo
empresarial, sino para las ONG sin ánimo de lucro.
El enfoque asociativista no intenta imponer la igualdad, pero tampoco promueve la
desigualdad. Las diferencias es otra cosa, y estas son naturales, individuales y culturales;
antes que constituir una limitación para el desarrollo social, la sociedad como un sistema, es
una organización o gran red de elementos diferentes unos a otros, que se complementan. Las
limitaciones de la libertad sólo pueden ser justificables para contener individuos
depredadores de la riqueza social, pues esto constituye un cáncer; no se trata de quitarle a
unos para darles a otros, pero tampoco se puede permitir que en nombre de la libertad la
sociedad no limite la antropofagia económica y destrucción de todo el sistema; así que la
sociedad debe adoptar mecanismos de autoprotección, para impedir que una minoría
convierta a los demás en sus esclavos; esto obviamente no es suprimir a los ricos, sino
establecer las mínimas condiciones para la supervivencia de toda la sociedad. El índice de
GINI puede ser utilizado para medir el mínimo de desigualdad tolerable para que la sociedad
funcione. Y por cierto en el caso de Colombia este índice muestra que no es viable el sistema
económico; por eso no es casualidad que muchos colombianos estén cayendo preso del
populismo de izquierda, pero como decía Marx, mucha gente piensa que no tiene nada que
perder sino sus cadenas; eso pasa cuando a la gente se le cierran todos los canales de
movilidad social, y no hay “derecho a prosperar”.
Antes, se pensaba que la educación era el mecanismo de movilidad social por excelencia, y
en términos generales es así para la mayor parte de las sociedades; así que, entre más
escolaridad, mejoran las oportunidades de trabajo y los ingresos, disminuyendo la
desigualdad, y ampliando la clase media; pero ¿cómo se entiende que la concentración de la
riqueza se mantenga en medidas vergonzosas frente al resto del mundo, cuando por otro lado
el país mejora su crecimiento académico? La respuesta es que la educación no es suficiente
por sí misma para generar movilidad social, en tanto la sociedad es excluyente; no es casual
que aparte del alto GINI también Colombia tenga índices bajo de democracia.
La competencia empresarial obliga a bajar los salarios o buscar territorios donde estos sean
bajos, para poder sobrevivir en el mercado; es bien chistoso que el gobierno hable de atraer
inversión extrajera cuando las mismas empresas colombianas trasladan sus fábricas para
China. Tampoco genera efectos distributivos incentivar la gran empresa y cortarles las alas a
las pequeñas y medianas.
La lógica empresarial imperante es crecer sobre la base de la plusvalía, antes que apostar a
procesos de investigación y desarrollo, además de la búsqueda de diseños organizacionales
que mejoren la competitividad.
Lo curioso es que bajo la lógica de sálvese quien pueda también se recurra a mecanismos de
concertación con otras empresas, para generar o complementar la cadena de valor, a través
de alianzas, fusiones y clúster; así que inconscientemente el funcionamiento empresarial
reconoce la naturaleza social de la economía.
Esta dinámica aparentemente contradictoria del capitalismo, lleva a oscilar entre el lucro y la
cooperación, y es lo que da vida a justificar una economía del bien común, como lo propone
Chistian Felber (2014); también otros autores tienen un acercamiento a esta idea, como la
propuesta de Empresa social de Yunus (2010), y el nuevo modelo de desarrollo de Silva
Colmenares (2013). El análisis de la desigualdad que da origen a la crisis del sistema puede
ser en gran parte estudiada en Stiglitz (2016 a, 2016b).
Pero tanto la solidaridad entre los ricos o propietarios en economías de aglomeración, como
el funcionamiento de las empresas de manera independiente, crean pobreza, pues el sistema
está montado sobre la competencia y no sobre la cooperación y/o mutuo beneficio. Al
ampliarse la base de la pobreza, teniendo en cuenta que la creencia básica es que sólo se
puede ser rico empobreciendo al otro, este otro pasa, sin ser consciente de esto, su cuenta de
cobro, pues el resultado general es que ellos tienen un límite en su consumo. Como el sistema
tiende a paralizarse en su producción, debe lograr que otros compren como sea, así que se
trata de estimular el consumo de muchas formas, desde el marketing, los bajos precios,
innovaciones, obsolescencia programada o poca perdurabilidad de los productos, préstamos,
créditos, entre otras estrategias, a fin de mantenerse en el sistema económico, que crean
burbujas que revientan de vez en cuando.
El resultado de esto no sólo lo sufren los pobres, sino el medio ambiente. Desde esta
perspectiva, no es difícil entender que grandes economías del mundo, como la de Estados
Unidos, tengan un índice de Gini muy alto, además de los daños ecológicos de dimensiones
globales, y por esto, crecimiento y desarrollo son dos conceptos que no siempre van de la
mano.
El libre mercado ha mostrado su irracionalidad latente, ya que sólo otorga beneficios
transitorios o de corto plazo, y las crisis económicas o colapsos son las cuentas de cobro, del
funcionamiento empresarial ciego, por una economía sin administración (pues no existe la
mano invisible), y de una administración ajena a la economía.
Así que la economía mundial y en particular la latinoamericana debe ser pensada desde la
administración, y el neoliberalismo es la negación de esa necesidad, como el desarrollo social
sostenible es su posibilidad, en un marco de asociativismo y de axiocracia cristiana, ya que
el crecimiento económico debe ir de la mano de la distribución de la riqueza, desde su fuente,
es decir, desde la empresa asociativa, para que el sistema funcione con cierto equilibrio. Para
lograr ese gana- gana, que concilia crecimiento con desarrollo, debe haber un acuerdo entre
la empresa, el Estado y la sociedad, y eso lleva a pensar en la necesidad de crear otros
modelos empresariales, como la “empresa social” (Yunus, 2010, p. 205).
La nueva empresa, debe articular las personas, con las cosas y las tareas; el beneficio con el
bienestar; la utilidad con las necesidades sociales; el talento con la organización; la
producción con el consumo; la empresa con su entorno; la riqueza con la calidad de vida,
entre otros aspectos; el modelo económico y administrativo que lo hace posible lo hemos
llamado Economía y Administración dialógica.
La Economía y Administración dialógica son inclusivas; esto no implica que se superen todos
los conflictos, pero sí crean un escenario propicio para la negociación. Un cuadro
comparativo entre la economía tradicional y una de carácter dialógica o inclusiva, puede
ilustrarse de la siguiente manera:
Racionalidades, paradigma económico tradicional y paradigma económico dialógico.
Los paradigmas económicos pueden diferenciarse a partir de las racionalidades, en un marco
metatéorico. Para los propósitos del programa de inclusión social hacia la gobernabilidad y
la paz, es necesario sustentarlo desde un paradigma dialógico de la Economía.
Racionalidad Conceptual: El paradigma económico tradicional tiene como objeto problema
la creación de riqueza, por lo que Aktouf (2009), señala que eso es confundir la crematística
con la Economía, pensando en Aristóteles. Si la Economía tradicional es excluyente, entonces
una Economía alternativa o dialógica centraría su objeto en la superación de la pobreza, como
satisfacción de las necesidades fundamentales de la familia. La superación de la pobreza no
es compatible con un modelo económico excluyente, así que centrarse en la pobreza como
problema a superar lleva a generar una nueva manera de pensar la Economía.
La racionalidad lógica: En el paradigma económico tradicional los factores determinantes
de la riqueza son tierra, trabajo y capital; es decir, le dan más importancia a los recursos
físicos, sobre los intangibles; esto significa que en última instancia hay una base material de
la sociedad que determina su estructura económica; sin embargo, quienes piensan que lo más
importante no son los medios de producción, fuerza de trabajo, fuerzas e instrumentos de
producción, modo de producción, etc., sino el actor económico individual, con motivaciones
egoístas, no están tan lejos de los materialistas, pues subyace un enfoque que contrapone el
individuo a la sociedad.
A diferencia de estos paradigmas están quienes piensan que lo determinante son los recursos
intangibles, como los valores, talentos, autonomía, emprendimiento, innovación,
conocimiento, organización, etc. Este paradigma señala que los factores materiales son
necesarios, pero no suficientes para entender la dinámica económica. Señalan que hay
poblaciones pobres en zonas de mucha riqueza natural, y poblaciones ricas sin muchos
recursos materiales, por tanto, los recursos no explican por sí mismos la Economía, aunque
de todas maneras las personas juegan un papel importante en ésta; así que hay una interacción
dialógica entre lo individual y lo social, lo subjetivo y lo objetivo, lo inmaterial y material en
los hechos económicos.
Racionalidad metodológica: El paradigma económico tradicional trata de demostrar que es
necesario producir o transformar, extraer, dinamizar la actividad material de la sociedad, lo
que asegura la supervivencia económica; la naturaleza y el hombre mismo son explotados
por el hombre y sin esta explotación, se cree, que es imposible sobrevivir; es un enfoque
darwinista, donde se piensa que sobreviven los más fuertes, y lo natural es el conflicto entre
actores económicos. Pero el modelo dialógico se basa en la sinergia y la adaptación, pues los
recursos materiales se agotan, y los oprimidos se rebelan, además que hay suficientes
recursos para todos los seres humanos, si se conserva un equilibrio con la naturaleza y la
sociedad; no se estimula el consumismo, más bien el disfrute de los bienes naturales y la
inclusión económica.
Racionalidad gnoseológica: El paradigma económico tradicional tiene un enfoque lineal,
explicativo; por ejemplo, el aumento de la demanda determina el crecimiento de la oferta,
entre más producción más consumo, que sin darse cuenta incurren en razonamientos
circulares que impiden ver otros factores, pues la demanda en sí misma no determina la
oferta, ni la mayor producción asegura un mayor consumo.
Pero el enfoque dialógico es sistémico-comprensivo, permite establecer una visión integral
de la Economía, por ejemplo relaciona la inclusión psicosocial, sociocultural y sociopolítica
con la Economía, por tanto las mejoras en la educación, las pautas culturales y la
participación política impactan favorablemente la Economía; pero no se incurre en la
explicación causal, dentro de un razonamiento circular, se trata de un equilibrio de factores
económicos, políticos, culturales y económicos que interactúan; cuando se ignora el impacto
de la carencia de inclusión social se genera crisis, desequilibrios, conflictos, pérdida,
rupturas, opresión, subversión, anomia, informalidad, aculturación, depresión, falta de
legitimidad, ingobernabilidad, desempleo, etc.
Racionalidad ontológica: En la economía tradicional se establece una relación entre el
mercado y el territorio, desde lo local a lo global; se piensa que lo que está “fuera” del
mercado no es de interés económico; que las cosas sirven si tienen valor en el mercado,
incluyendo a las personas. Por ejemplo, desde este enfoque, la investigación científica tiene
valor en tanto responda a intereses o necesidades del mercado, pues sería una estupidez que
una empresa funcionara a pérdidas o no tuviera rentabilidad, sin embargo no todo lo que es
rentable para una empresa lo es para el territorio y los consumidores; desde esa perspectiva,
el territorio es enajenado por el mercado; y los ríos, mares, selva, fauna, flora, comunidades
indígenas y pueblos, tienen valor si contribuyen a los intereses de los particulares; por eso
las empresas contaminan y desvían los ríos, deforestan, hacen explosiones en el subsuelo, y
tantas otras prácticas que generan daños a comunidades, a la biodiversidad y al planeta en su
conjunto, y todo se reduce a valor de cambio.
Por su parte, la Economía dialógica establece una relación entre la calidad de vida y el
territorio; el territorio no es visto como un espacio de producción y/o consumo, es un lugar
de disfrute, y lo que más importa es la calidad de vida, lo que, en varios países como Bolivia
y Ecuador, con fuerte población indígena, han llamado el buen vivir; es desde esta
perspectiva territorial de la economía, que reivindica a las comunidades, la flora, la fauna y
los recursos naturales, como contexto de la economía, lo que hace que en la economía
dialógica el desarrollo sostenible sea un referente obligado del desarrollo. No tiene sentido
saquear el planeta hoy frente a sus consecuencias para las generaciones futuras.
Racionalidad evaluativa: En el paradigma económico tradicional hay un predomino de la
productividad y competitividad sobre el bienestar de las personas. En últimas se olvidan de
las personas, pues su interés está en las cosas, y aun las personas son tratadas como cosas,
así sea irracional hacerlo; por ejemplo, se cree que financiar doctorados a adultos no es una
buena inversión, pues no se recupera la inversión, o la rentabilidad de ésta es menor que si
se financia un joven; sin embargo, puede observarse que regularmente quienes más hacen
aportes a la ciencia son los adultos, de tal manera que sería más racional invertir en ellos.
En el paradigma económico dialógico lo más importante es el bienestar de las personas,
incluye estar en armonía con el medio ambiente. El bien-estar de la mayoría es lo más
importante y la economía debe garantizarlo; en el fondo y a largo plazo la inversión en bien-
estar es rentable y no hacerlo es el peor negocio de todos. La sociedad más próspera es aquella
con mejor calidad de vida, y no la que tiene un mayor PIB.
Racionalidad práctica: La Economía tradicional privilegia el tener sobre el ser, por eso en
el centro del interés económico se encuentra la propiedad; parece que expresara que quien no
es propietario o no tiene nada, nada es. La piedad como estilo de vida no cabe en este
paradigma, no parece racional que alguien no quiera tener una casa, por ejemplo, y la vida
económica gira alrededor de las cosas, pretendiendo que éstas bastan para suplir las
necesidades; pero por ejemplo, una buena cama no garantiza el sueño, y para cubrir la
desnudez no es indispensable un vestido de marca prestigiosa, como lo diría Manfred Max
Neef (1993); pero tampoco lo inverso es correcto, pensando en Anthony de Mello, pues
requerimos de las cosas para vivir; y sí es necesario tener para ser, aunque tener no es
suficiente; hay formas de tener y estas dependen casi siempre de las formas de ser.
El paradigma económico dialógico invierte la relación, pues apunta al predominio del ser
sobre el tener; no es la propiedad sino el servicio lo que mueve la Economía,
infortunadamente en la economía tradicional pesa más la propiedad sobre el servicio, de tal
manera que son las minorías quienes más se benefician de la economía, en la lógica de que
para ganar unos deben perder otros. La Economía del servicio implica que todos ganen, y
para que ganen todos los procesos económicos deben ser sostenibles, para revertir el proceso
entrópico del empobrecimiento de la sociedad, que favorece a una élite de clase mundial.
En un marco normativo, desde la axiocracia cristiana, una economía inclusiva debe garantizar
el derecho de prosperar, que no es otra cosa que favorecer la movilidad social, no desde la
perspectiva tradicional de ver el crecimiento económico como una pirámide, sino como el
desarrollo de los talentos de la sociedad. En una Economía de servicio gran parte del valor
medido en dinero pierde sentido, pues lo que asegura el desarrollo social es el desarrollo
humano.
Racionalidad trascendente: En la Economía tradicional hay una oposición entre lo
individual y lo colectivo, y esta oposición no solo se expresa en lo teórico sino en lo práctico;
gran parte de las razones por la que el socialismo real no ha podido generar desarrollo social
ni significativo crecimiento económico es por imponerle límites al individuo, que termina de
alguna forma haciendo poco productivo el sistema económico.
El paradigma económico dialógico, por su parte, apunta a la convergencia entre lo individual
y lo colectivo, así que los intereses son recíprocos, pues su fundamento es la inclusión social.
Ni el capitalismo ni el socialismo pueden garantizar la inclusión social, pues ambos son
sistemas opresores de las personas; por lo que la axiocracia cristiana crea todos los puentes
necesarios para que el crecimiento económico vaya de la mano con el desarrollo social y
humano.
La propiedad privada no es la causa de la desigualdad social, sino la carencia de un sistema
social en la que pueda conciliarse lo individual con lo colectivo, y esto es lo que precisamente
busca la Economía dialógica, con la construcción de un Estado asociativo.
Las cuatro dimensiones de la inclusión social.
La inclusión social hace referencia a la búsqueda de estrategias para que las personas o
poblaciones que no hacen parte de una organización determinada, desde lo micro a lo macro-
sociológico, ya sea en lo inmaterial o material, puedan ingresar o participar en procesos de
desarrollo en lo psicosocial, sociocultural, sociopolítico y socioeconómico.
Si una persona es excluida, se niega o se aleja de conformar organizaciones, lo primero que
hay que analizar es el tipo, clase, naturaleza de éstas, para entender la racionalidad que
subyace en cada uno de los actores, quien excluye y quien es excluido.
- Desde una dimensión psicosocial el distanciamiento entre una persona y sus grupos de
referencia hacen evidente que existen serios conflictos, donde el excluido o marginado
sufre desarraigo u opresión. Esto no incluye la exclusión por razones morales, que es
obviamente justificada para cualquier organización, así que el excluido no podrá verse
como una víctima.
Hay dos formas generales de exclusión: La oposición y la contradicción; en la primera, la
persona o grupo se distancia del contexto de la que debe o quiere hacer parte, en la segunda
el sujeto choca con el otro, o contexto, que lo excluye o margina. Ambas formas generan
situaciones de estrés y vulnerabilidad de derechos de los actores, según el ángulo desde donde
se perciba el conflicto.
Si se limita el crecimiento y desarrollo de las personas en sus capacidades y talentos se está
frente a una situación de exclusión; pero también la persona puede marginarse frente a sus
contextos y evadir afrontar los comportamientos que le permiten la inserción en éstos, de tal
manera que se generan desigualdades entre las personas.
Si bien es un derecho del individuo que la sociedad, el Estado y la empresa garanticen el
desarrollo de sus potencialidades, también es un deber que tales actores gestionen o
promuevan su desarrollo, en el caso que las personas o grupos se encuentren marginados, en
razón de sí mismo; es un deber del Estado, garantizar la inserción de todos los miembros de
la sociedad, lo que incluye a personas con alguna discapacidad.
El desarrollo de la autonomía personal es el elemento crucial para lograr la inserción
psicosocial de los individuos; implica autorregularse, hacer respetar su dignidad, esforzarse
por el desarrollo de sus talentos, pero también no vulnerar los límites de los demás. Gran
parte de los conflictos humanos se deben a que las personas no fijan límites claros entre las
dimensiones internas y externas en sus relaciones interpersonales.
El desarrollo de la autonomía personal y la fijación de los límites personales se realizan en
todos los escenarios sociales, especialmente en la familia y el aparato escolar;
desafortunadamente esas funciones socializadoras han estado en crisis y aún el concepto de
formación integral es una palabra hueca de los proyectos educativos institucionales.
Una familia disfuncional y un aparato educativo que no forma en la autonomía personal
constituyen mecanismos generadores de conflictos en niveles más amplios de la vida social;
obviamente, también la familia y el aparato educativo sufren procesos de constricción de los
actores externos. Si bien es cierto, que las personas y las familias, son vistas muchas veces
como víctimas, no se puede desconocer que es en el seno de la familia, desde donde brotan
las víctimas y los victimarios. Fortalecer la familia y la dimensión formativa del aparato
educativo se convierte en factores protectores frente a situaciones de riesgo; por eso la
inclusión psicosocial es una estrategia para la inclusión social y condición para la paz y la
gobernabilidad.
- De otra parte, la inclusión sociocultural es un marco más amplio de relaciones de los
actores; se relaciona con características grupales, sean éstas de organizaciones formales e
informales, de comunidades o asentamientos, territorios, clase social, etnias, ideologías,
organizaciones académicas, artísticas, etc.
La inclusión sociocultural implica que varias personas o actores generan o comparten un
grupo, adquieren una identidad, construyen o aprenden un lenguaje, un código,
representaciones comunes, que les permite tener relación y un cierto grado de cohesión.
La inclusión sociocultural, implica también que hay un afuera, un entorno o contexto; éste
contexto está formado por otros grupos con el que se puede coexistir, o que representan
amenazas reales o potenciales. Coexistir con las diferencias no significa estar excluidos, por
lo que la exclusión es un acto de violencia, de contradicción; pero también hay que tener en
cuenta que la exclusión puede ser legítima por razones morales o legales, y de esto se
encargan los organismos de justicia.
La inclusión sociocultural permite que los actores puedan moverse libremente en su contexto
sin oprimir el otro, o dejarse oprimir de éste. Se requiere un aprendizaje para la inclusión. Es
necesario adquirir unas reglas de juego o normas que permitan la convivencia y supervivencia
de todos, a pesar de las diferencias.
La educación formal no necesariamente garantiza la inclusión, pues la información o el
conocimiento no significa compartir o hacer parte de alguna comunidad; muchos territorios
como espacios poblados, no son incluyentes, pues realmente no se vive en comunidad, es
decir no hay nexos orgánicos entre quienes lo conforman, sino mecánicos e instrumentales,
así que cada uno vive su vida sin importarle la de los demás. Ni siquiera los espacios virtuales
son realmente comunidades, pues pocas veces hay identidad entre sus miembros; así que lo
que hace que algo sea una comunidad es la identidad de quienes la conforman, por lo que la
identidad es el corazón de la inclusión.
En Colombia más que en cualquier parte se requiere construir tejido social, y eso no es fácil;
se necesita Pedagogía social, ya sea por medios formales e informales.
La exclusión también se aprende en diversidad de escenarios, por lo que la cohesión social
se puede valorar como el predominio de la inclusión o exclusión en un territorio. Sólo se
debe hablar de comunidad cuando prevalece la inclusión, de otra forma sería mejor llamarlo
asentamientos humanos.
Vivir juntos no implica inclusión sociocultural. No basta ser vecinos, o compartir un espacio,
como una casa, un edificio, un barrio, una ciudad o un país; se puede vivir juntos,
desconociendo o ignorando al otro, siendo indiferente, insolidario, indolente, permisivo.
La inclusión sociocultural requiere identidad, comprensión, tolerancia, respeto. La Pedagogía
social es una pedagogía de la comunicación, pedagogía de la convivencia y pedagogía de la
comprensión.
La inclusión sociocultural es una estrategia para la paz y la gobernabilidad; requiere aprender
las ventajas, beneficios o gana-gana de la cohesión social.
-. Una tercera forma de inclusión social es la sociopolítica; muchas veces es difícil detectar
cuándo o en qué condiciones una persona o grupo se encuentra o no incluido en la esfera
política; el concepto de ciudadanía, hace referencia a la pertenencia de una persona al Estado,
como organización política.
La ciudadanía implica tener derechos y deberes dentro de una organización política; sin
embargo, hay dos tipos de ciudadanía, que pudieran expresarse con los conceptos de
ciudadanía en sí y ciudadanía para sí. El ciudadano en sí, pertenece a una organización
política, pero no asume un rol autónomo frente a ésta, es más bien un espectador, pasivo,
dependiente y está representando por otros actores, a veces sin darse cuenta; el ciudadano
para sí, es una persona consciente y responsable de sus derechos y deberes con la
organización política.
La inclusión sociopolítica es una categoría de la democracia participativa y de la axiocracia
cristiana, de la misma manera que la exclusión sociopolítica está asociada a la democracia
representativa y restringida.
La conflictividad política en Colombia puede asociarse al predominio de la democracia
representativa, que en manos de un puñado de familias gobiernan desde muchas décadas atrás
y defienden sus privilegios de cualquier forma, incluso con el exterminio de los opositores,
sean estos organizaciones políticas, como la Unión Patriótica, o líderes políticos con una alto
sentido democrático.
El magnicidio, el asesinato y el genocidio son expresiones de una sociedad excluyente, no
importa de cual ideología se haga referencia, si de extrema derecha o de extrema izquierda,
y si los cometen las fuerzas armadas del Estado, o los grupos guerrilleros y paramilitares; el
uso de las armas muestran el nivel de cohesión e inclusión de una sociedad, y la
gobernabilidad, por lo que Colombia desde hace mucho tiempo presenta evidencia de ser una
sociedad excluyente, pues los conflictos se resuelven por fuera de la ley, y en últimas se
acude a la eliminación de otro.
A esta condición de la democracia representativa se le agrega la gran abstención electoral, la
compra de votos, la manipulación de los empleos públicos y la injerencia política de los
contratistas del Estado, que deja en manos de pocos la conducción de lo público; tierra de
cultivo para los actores armados, la corrupción, la impunidad y en general todas las
manifestaciones de violencia, desde la intrafamiliar, la delincuencia común, la organizada
con fines políticos, y el narcotráfico.
Teniendo en cuenta lo planteado puede inferirse que la democracia participativa es una
condición de la gobernabilidad y la paz. Mucho más si se trata de la axiocracia cristiana, pues
en ésta el manejo de lo público está soportado en los valores cristianos.
El Estado debe ser un mediador entre los ciudadanos, a través de sus instituciones (como
aparato de Estado); no un ente distante, opresor, e indiferente, en manos de unos pocos (el
poder del Estado), o contra los demás; la falta de legitimidad del Estado y su representación
como un padre indolente con sus hijos, son expresiones de lo lejos que consideran los
ciudadanos el papel que el constituyente primario tiene en el sistema político.
Hizo carrera decir, que el Estado no existe en ciertos territorios de Colombia, donde
precisamente los niveles de desarrollo social y humano están por debajo de la media nacional
y aún internacional, vacío que es llenado algunas veces por las Fuerzas Armadas y la Policía,
o por grupos de extrema derecha y extrema izquierda. El sur del Departamento de Bolívar,
por ejemplo, parece otro país, en manos de entes distintos al Estado. No en vano se habla de
republiquetas creadas por las las Farc y otros grupos delincuenciales. Incluso en las ciudades,
hay espacios demarcados por pandillas y bandas criminales que controlan el ingreso y
movilidad, y en la que la fuerza pública tiene poco o ningún control.
La ecuación de la gobernabilidad y la paz puede resumirse en esta sencilla fórmula: Entre
más débil es el Estado, más se requiere de la fuerza pública para garantizar un mínimo de
orden, lo que conlleva a un mínimo de gobernabilidad, que estimula la violencia en todas las
direcciones; es decir, el uso de los mecanismos represivos del Estado le resta gobernabilidad,
lo que genera violencia, debido a que la organización política no puede satisfacer las
necesidades de los ciudadanos.
La falta de legitimidad del Estado y la debilidad de su gobernabilidad puede entenderse como
el uso del poder sin autoridad; pero un liderazgo fuerte, se legitima más desde la autoridad
que desde el poder. El poder es necesario, pero no suficiente para la gobernabilidad, ya que
lo que realmente sustenta el gobierno es su base política y social.
Puede decirse que hay dos caminos frente al conflicto armado y social de Colombia: Las
soluciones de poder a partir de las fuerzas represivas del Estado, o bien apuntarle al
fortalecimiento socioeconómico, gobernabilidad y legitimidad política, a través de la
autoridad; un enfoque dialógico requiere integrar ambas dimensiones.
De nada sirve creer que se puede fortalecer el Estado excluyendo a la sociedad civil. En
realidad, no hay un tal fortalecimiento desde esa perspectiva, sino debilidad, ya que no se
obtiene gobernabilidad por vía de la fuerza, sin legitimidad.
-. Un cuarto componente de la inclusión social es la inclusión socioeconómica. Otro de los
mitos de la violencia es considerar que el factor fundamental que la promueve es la pobreza
y la exclusión económica; en tal sentido, se trataría de explicar el conflicto armado en
Colombia por los atropellos cometidos contra poblaciones vulnerables, como por ejemplo las
expropiaciones de tierra por vía económica y extraeconómica, que lleva al campesino a
acudir a la violencia como un mecanismo de defensa.
Esta tesis, quizá sin pretenderlo hace doblemente víctima al campesino, pues lo convierte en
protagonista del conflicto; nada más basta ver las cifras de los cambios demográficos, de un
país que pasa de rural a urbano, al mismo tiempo que acelera este proceso por el
desplazamiento forzoso, para ver cómo es el campesino quien paga los platos rotos de toda
la sociedad, que también se convierte en víctima, debido al desabastecimiento por el
abandono del campo, teniendo que incurrir el país a la importación de productos que se
producían en abundancia.
Si la pobreza rural fuese la principal explicación de la violencia también habría que comparar
si países más pobres que Colombia, con grandes desigualdades sociales y opresión de varios
actores sociales, son más violentos, medido por los índices de homicidios, masacres,
atentados, violaciones de derechos humanos, desplazamientos, daños de infraestructura, etc.
Se le puede agregar a la fórmula diversos índices como el GINI y el IDH, pero seguramente
no se pueda sustentar por sí sola la hipótesis que la violencia es directamente proporcional a
la opresión y la pobreza.
No existen razones contundentes para pensar que la exclusión socioeconómica sea por sí
misma determinante del conflicto armado; seguramente, tampoco sea suficiente que se
establezca que la causa se encuentre en una combinación entre la exclusión política y la
económica. Lo que se plantea aquí es que los cuatro tipos de exclusión están asociados a este
flagelo de la sociedad colombiana, y el común denominador se encuentra en el vacío ético y
moral de la sociedad, que genera todo tipo de corrupción.
La exclusión socioeconómica regularmente se percibe desde un nivel macro- sociológico, lo
que impide ver lo que ocurre al nivel micro, de las empresas. ¿Establecemos regularmente
conexión entre las organizaciones autocráticas y climas organizacionales tensos? Pudiera
pensarse que allí donde la empresa oprime más se estimula la generación de sindicatos y
formas de saboteos, que van de la falta de empoderamiento al hurto, entre otras expresiones
de inconformidad.
Si bien desde la perspectiva de algunos, el conflicto en la empresa se alimenta de
organizaciones cerradas y verticales, que terminan agotando el nivel de tolerancia de los
empleados, también cabe la lectura desde la perspectiva del empresario, que argumenta que
es necesario gestar la organización autocrática, pues si no es así el trabajador termina
quebrando la empresa. Es pues un círculo vicioso, que no da lugar para pensar que pudiera
existir la posibilidad de encontrar un punto común, de beneficio mutuo, o gana-gana.
En el imaginario empresarial no hay otra lógica, que si uno gana el otro pierde; y que si se
quiere acumular es necesario hacerlo por vía de la plusvalía y no del servicio, siendo que este
último es regularmente percibido como fuente de ganancia y no de beneficio conjunto; por
tanto, conceptos como empoderamiento, gerencia social, empresa social, cooperación,
economía de aglomeración, sinergia empresarial, coopetitividad, entre otros, suenan menos
que creíble. La desconfianza es una de las tantas evidencias de la exclusión y falta de
cohesión social.
Las estructuras organizacionales pueden ser vistas desde la inclinación hacia la exclusión o
la inclusión; en este sentido las organizaciones de servicio o dialógicas son las más orientadas
a la inclusión socioeconómica; regularmente los focos de atención de los otros tipos de
organizaciones no están en las personas y en los valores, sino en las tareas, los procesos, las
cosas o productos, el lucro, competidores, etc.
Por último, es necesario medir de otra manera el desarrollo, no sólo desde lo tangible, sino
intangible; en tal caso las representaciones sobre los cuatro tipos de inclusión se constituyen
en una medida del proceso mismo de avance e impacto de la transformación. El desarrollo
no sólo se percibe desde al ángulo del tener, sino del ser, así que no se reduce a la satisfacción
material, sino que incluye lo inmaterial; no son las condiciones materiales de vida las que
determinan la conciencia, como lo propuso Marx, pues de igual forma, el nivel de conciencia
determina las condiciones de vida; así que la integración dialógica entre ser y tener se
encuentra en la base para entender la paz y la gobernabilidad.
MARCO CONTEXTUAL
Desde la perspectiva del contexto del Programa que se propone hay tres referentes
conceptuales: 1) En primer lugar la idea de que el conflicto armado se alimenta de bases
sociales, que regularmente no son percibidas cuando se formulan los problemas de la
gobernabilidad y el conflicto armado; 2) teniendo en cuenta el punto anterior es necesario
construir la gobernabilidad desde la inclusión social en todas sus dimensiones, como lo
psicosocial, sociocultural, sociopolítico y socioeconómico; 3) Si al problema de la
gobernabilidad y el conflicto le subyace diversidad de escenarios sociales y actores, entonces
los alcances de un nuevo acuerdo de paz deben apuntar a la búsqueda de estrategias
inclusivas.
El fondo del conflicto armado y la gobernabilidad.
Esta propuesta no construye un marco interpretativo a partir de la guerra, por lo tanto, de las
víctimas y victimarios, ni las razones por las cuales surgen una diversidad de enfrentamientos
armados con considerables impactos en algunas regiones, y la respuesta política militar que
eso genera. Lo que se ha considerado guerra, no es otra cosa que una consecuencia de los
problemas estructurales no resueltos de la sociedad colombiana, así que nada ayuda poner el
foco de atención en los efectos, desconociendo los factores generadores de éstos, como es la
exclusión social en todas sus dimensiones.
Quizá el argumento más contundente de todos sobre la etiología de la guerra es el vacío de
Estado, allí donde emergen conflictos que han podido contenerse, como también es válido la
tesis de la corrupción política y la concentración de la riqueza, que impide que el Estado
pueda cumplir con su función de garantizar la paz y el desarrollo social.
Ese vacío de Estado no se expresa solamente en aquellos lugares donde el conflicto armado
arrecia, generando muerte y destrucción, sino que también impide ver que ni en los escenarios
de la guerra, ni en cualquier otro espacio social el Estado es una construcción política de la
sociedad con capacidad de organizarla y conducirla; por eso la gobernabilidad se percibe
como un fenómeno político, pero detrás de eso están los actores de carne y hueso que lo
legitiman o no; por eso esta propuesta tiene como soporte el problema de la exclusión social.
Quizá en el escenario urbano, de las capitales, no se perciba el conflicto armado como algo
cotidiano; sin embargo, el hecho que el habitante de la ciudad se muestra indolente frente a
lo que ocurre a sus compatriotas en las áreas rurales refuerza la debilidad del Estado al
asociarse con el conflicto desde los escenarios de masacres y violaciones de derechos
humanos en las zonas rurales y provincias. Es cierto que la presencia de población desplazada
en las ciudades afecta el imaginario social sobre el conflicto, como en la época de los
secuestros masivos en las llamadas pescas milagrosas de las carreteras, y el boleteo y vacunas
que existen o persisten en las ciudades, aún con los pequeños negocios.
La interpretación o explicación de la etiología del conflicto armado que emerge de los medios
de comunicación, el gobierno o la academia termina minando la gobernabilidad y con ello la
legitimidad del Estado, aún sin quererlo. Ni siquiera el uribismo, que logró vender a muchos
la idea de que las armas son la solución, pudo sostenerse en pie y avanzar hacia un consenso
que soportara la gobernabilidad, no porque no se les propiciara golpes a diario a la
insurgencia, sino porque por lo menos la otra mitad de la sociedad civil y actores políticos
no consiente con la idea de que el fin justifique los medios, pues la gobernabilidad sobre la
base de las armas no es compatible con la democracia.
Quizá el uribismo debe su éxito a la hipótesis de haberle hecho creer a un gran número de
colombianos que el imperio de las armas y la gobernabilidad están conectados; siendo que la
lectura inversa es también plausible, pues gobernar sobre la base de la intimidación es un
claro signo de debilidad, a menos que no se esté pensando en la democracia. Un Estado
democrático, por doctrina depende más de un consciente o inconsciente contrato social que
del imperio de las armas.
Desde la perspectiva electoral como termómetro del clima político pudiera decirse que la
contienda Santos-Uribe fue un debate sobre las apuestas de éstos sobre la paz o la guerra
como estrategia de gobernabilidad; esa poca diferencia de votación entre uno y otro dice que
hay una polarización entre los colombianos en ese tema, y que levemente hay una inclinación
hacia los que apuestan por la paz, aunque ese discurso de la paz ha sido manipulado por el
Presidente Santos, para entregarles el país a las Farc. Del resto de los colombianos, por lo
menos no se sabe qué posición tengan frente a una u otra opción de vida ciudadana.
Obviamente, la sociedad colombiana fue engañada por Santos, pues no se consigue la paz,
entregándose al enemigo; y Uribe, que parecía ser el representante de la ultraderecha, está
paradójicamente más cerca de la izquierda que lo que se pudiera imaginar, pues él traicionó
el resultado del plebiscito del 2 de octubre de 2016, que no refrendó los acuerdos de La
Habana.
Ni siquiera puede decirse que las marchas de paz puedan ser interpretadas como tales, pues
la lectura de muchos es que casi siempre es contra uno de los actores del conflicto,
regularmente de los insurgentes. Y si además es fuerte la opinión de que un dialogo de paz
no debe propiciar la impunidad, entonces se está frente a un diálogo de sordos. No pudiera
esperarse un desenlace feliz.
Desde el marco conceptual de esta propuesta se afirma que la debilidad de la sociedad civil
se correlaciona con el vació de gobernabilidad y con la debilidad del Estado. Cuando las
minorías imponen su “ley”, el Estado pierde legitimidad, y el ciudadano no cree o no está
dispuesto a hacerla valer.
Con las historias de vida y relatos de la guerra, por ejemplo, sobre algunos protagonistas del
paramilitarismo, no es posible tener claridad si se trata de un tema de delincuencia común o
de una organización político-militar, y esa misma reflexión aplica para la guerrilla. De otra
parte, así como desde hace mucho tiempo el ingreso a las fuerzas armadas se hacía como una
estrategia de las familias para paliar la pobreza, que se tipificaba con la palabra “regalarse al
ejército”, también los grupos armados por fuera de la ley se alimentan de lo mismo, por los
salarios que reciben a cambio de sus servicios, así que son ejércitos de mercenarios, y algunos
ingresan por la sed de venganza, de otros actores de conflicto, entre otros motivos; incluso
en el relato de los niños secuestrados por las Farc, algunos dicen que se les amenazó con
matar a sus familiares si no hacían parte de este grupo terrorista.
El carácter social del conflicto no se puede ignorar, pues este es el punto crítico desde donde
se construye la guerra y la paz.
Pensar en el conflicto armado como fenómeno social permite hacer una lectura más profunda
e integral de éste. Por ejemplo, la masacre de El Salado o Salao, Bolívar, en febrero del 2000,
donde los paramilitares jugaron futbol con las cabezas de los decapitados, entre otras
atrocidades cometidas con personas de todas las edades, obliga a pensar lo político, o bien
por fuera de su acostumbrado objeto de estudio, o entenderlo desde lo multidimensional de
lo social; habría que pensar sobre el tipo de familia, región, cultura, que produce personas
tan monstruosas.
Hoy están saliendo a la luz las prácticas criminales de los miembros de las Farc, entre los que
se encuentran varios de los que pretenden ser congresistas; y sus relatos corresponden a
personas que perdieron la condición humana, y a las que debería aplicarse la pena de muerte,
de llegarse a aprobar en Colombia.
El sólo hecho que la sociedad colombiana tolere que entre los candidatos a la Presidencia y
miembros del Congreso de la República haya representantes del terrorismo, es una clara
evidencia que el país muestra toda su fealdad como una sociedad altamente violenta y
corrupta.
Una vez que El Estado, e incluso las organizaciones de la sociedad civil identifica una
víctima, también la atención que ésta recibe se concibe en un marco muy reducido; por
ejemplo, lo que primero es visible en un desplazado es proporcionarle atención humanitaria,
pero no por eso logra éste adaptarse o incluirse en los nuevos contextos sociales, aún para
quienes desde hace 15 años tuvieron que abandonar de alguna forma sus lugares de
residencia; de tal manera que las víctimas permanecen indefinidamente en esa situación, y,
las poblaciones y ciudades que lo reciben alimentan una bomba de tiempo. No se trata de
negarle la atención de necesidades básicas a los desplazados y de los trastornos de estrés
postraumático, el problema tiene otras implicaciones, como las posibilidades de resiliencia,
de convivencia y construcción de tejido social, de insertarse en el mundo del trabajo y de
ejercer la ciudadanía, entre otros aspectos.
Pero el escenario y naturaleza del conflicto armado oscila entre lo local (como los hechos
señalados), a lo internacional, pues no puede separarse del tema de gobernabilidad y conflicto
armado, el de sus actores externos, como por ejemplo el papel de Venezuela, Cuba y Estados
Unidos en éste; sin embargo, no por eso la violencia política deja de ser un problema
básicamente social, pues si no fuese así la nación no pudiera decidir sobre su fin o
continuidad.
Es cierto que cualquier fenómeno social tiene una etiología diversa, que no se puede reducir
a una o más variables en relación de causalidad. Precisamente la multidimensionalidad de lo
social impide ver claramente el pasado, el presente y poco qué decir del futuro; pero la
relación de diversos factores lleva a que una propuesta de paz deba realizarse en un marco
inter y/o transdisciplinario.
Sin dejar de pensar que la concentración de la tierra, la economía de enclave, la pobreza, el
narcotráfico, los cultivos ilícitos, el neoliberalismo, la falta de pluralismo político, y hasta la
herencia española, pueden relacionarse con el conflicto armado, también entre las ruinas y el
dolor debe gestarse o fortalecerse un proyecto de nación desde su pluralidad de actores,
escenarios y alcances.
Lo que actualmente está viviendo Colombia es el derrumbe del sistema social imperante,
pero muchos insisten en creer que el sistema sigue en pie, cuando todas sus instituciones se
encuentran en escombros. Colombia ha muerto, pero de sus escombros puede nacer una
nueva, mejor o peor que la anterior.
Valga la aclaración, que un sistema social es algo distinto a la sociedad, pues la sociedad
como interacción o relación de individuos puede perdurar por siglos y milenios, con sistemas
sociales que emergen, crecen y mueren, como por ejemplo, que a partir de la conquista
española y la revolución de independencia, nacieron y murieron en un mismo territorio varios
sistemas sociales, que es lo mismo que ocurre con las familias, que no dejan de existir a pesar
del nacimiento, reproducción y muerte de sus miembros.
El actual proceso electoral puede dar origen a las siguientes situaciones: Un nuevo acuerdo
social entre la élite y sus actores, en la que caben también los carteles de la droga; armar una
versión castrochavista de sociedad, que es peor que lo que tenemos y de la primera opción;
o construir la axiocracia cristiana, como un nuevo sistema social.
La inclusión social como base de la gobernabilidad.
La paz y la libertad son ideales de la humanidad y sólo es real un mínimo de éstas, desde una
perspectiva natural, como sus opuestos, de conflicto, guerra, opresión y enajenación; estas
opciones equivalen a los frutos buenos y malos del árbol de la ciencia del bien y del mal en
el terreno político. No por eso es infructuoso construir la paz y buscar la libertad, como no
es deseable y conveniente en un plano psicológico dejarle el control del ser al “ello”, por
utilizar un concepto del psicoanálisis, pues siguiendo con la metáfora, no es posible “volver
bueno al ello”, pero no menos cierto es que se puede fortalecer el “superyó”, para tener el
“ello” bajo control, aunque la solución cristiana es la muerte del yo y el nacimiento de un
nuevo hombre.
Dicho de otra forma, los conflictos nunca van a desaparecer debajo del cielo, y lo único que
puede hacerse es mantener un mínimo de cohesión social, que desde hace mucho tiempo no
existe en Colombia.
Desde la dimensión macro social, el conflicto es tan natural como la búsqueda de la paz; en
toda sociedad existe esa dualidad y prevale alguna de éstas, pero eso no justifica la violencia
en ninguna de sus manifestaciones; el mismo Marx reconocía que el Estado tiene un papel
controlador frente a la violencia como producto de las contradicciones de clase.
Puede decirse que en Colombia estamos tocando fondo con la violencia en todos los ámbitos
de la vida social, por lo que es necesario que hoy más que nunca se promuevan estrategias
para la paz, la convivencia y vida ciudadana.
Los actores del conflicto están latentes en toda sociedad y no dejarán de existir; así que no
existe post-conflicto, sino la emergencia de un acuerdo social creciente sobre la conveniencia
de la paz.
Si no se proponen transformaciones en la sociedad civil y se visibiliza como actor de
negociación del conflicto interno, seguirá concibiéndose como víctima y espectador, de tal
manera que quienes se sientan en la mesa de negociaciones no solamente la ignoran, sino que
la engañan y mancillan. No se trata de llevar a la mesa a una ONG o representantes de
organizaciones de la sociedad civil, como portavoces de ciertos grupos reducidos o minorías
sociales, pues esto también es una forma de engaño; se trata más bien de crear las condiciones
de largo plazo para salir de los niveles intolerables de conflicto que vive la sociedad
colombiana, que lleva a pensar a muchas personas que sería mejor irse a vivir a otro país si
se tuviera la oportunidad de hacerlo. Un programa de inclusión social como estrategia para
la paz es como engendrar un nuevo ser, que debe alimentarse y crecer; o para usar una
metáfora bíblica es cambiar el traje viejo por uno nuevo; la otra opción, es resocializar a un
ser viejo y torcido, que equivale a poner remiendo de paño viejo en vestido viejo. Cuando se
habla de reconstruir o construir nación, es porque hay suficiente evidencia que hay serios
conflictos que la minan.
La nación no debe engendrarse desde la represión del Estado para mantener el orden y la
convivencia en contravía de fuerzas que la polarizan; la mejor lectura es que la nación
construye el Estado, como un ente territorial que administra los intereses comunes. El Estado
así pensado es la empresa social más amplia e inclusiva. Por eso el concepto clave, idea
fuerza o categoría central de un enfoque integrado del conflicto es la inclusión.
La inclusión en este marco no significa invitar a la mesa de negociaciones a la sociedad civil,
que por más que se quiera siempre quedaría en parte excluida de los grandes acuerdos. La
sociedad civil debería ser quien convoque, promueva o lidere un proceso de paz, no otro
invitado. Y si bien no es así, entonces hay que empoderarla, para que se convierta en el
principal actor de paz.
La inclusión es hacer consciencia de los problemas de fondo de la sociedad colombiana y a
partir de allí construir procesos de paz, cohesión social, emprendimiento social, económico,
político, cultural, educativo, científico, ambiental, etc.; generar bienestar, crear instituciones,
suprimir o modificar otras, entre otros aspectos.
El alcance de una negociación de paz es directamente proporcional a la creencia que de allí
se resuelvan los problemas del conflicto, que se agenda en una mesa de negociaciones. Para
crear un proceso de paz inclusivo, tendría que surgir de la sociedad civil, como un
movimiento social, tal como está ocurriendo hoy con los cristianos en la política; también
debe haber una propuesta clara del tipo de sociedad que se pretende construir, como lo está
haciendo el equipo de transformando a Colombia (desde hace más de un año), que quedará
consignado en un libro; y por último, debe crearse las condiciones para que haya una real
interlocución de actores en una mesa de negociación. Como puede observarse nada de eso
ocurrió con el llamado acuerdo de paz de La Habana; por eso su fracaso, cuya prueba es el
robo de los resultados del plebiscito del 2 de octubre de 2016, y otra evidencia de su fracaso
es lo que ha ocurrido en la campaña política de las Farc, en la que grupos de opositores les
gritan asesinos, tiran piedras y huevos, lo que indica que para apagar la protesta social el
Estado la judicialice y peor aún arremeta con la fuerza pública contra los manifestantes, como
ocurre en Venezuela, donde se masacra y se cometen crímenes selectivos.
El nivel de atención, confianza y entusiasmo que requiere el proceso de paz no debe ser
menor que el de los hinchas de la Selección colombiana de futbol, así este obtenga pobres
resultados. Se requiere fe, confianza, optimismo, no desesperanza e incredulidad. Si no se
cree en la conveniencia de procesos de paz, será extremadamente difícil tomar el camino
adecuado, hay que creer que se puede, para poder lo que se quiere.
Se requiere inclusión psicosocial, sociocultural, sociopolítica y socioeconómica.
Lamentablemente muchos colombianos no perciben la conexión entre las diversas
dimensiones de lo social; incluso desde el marco de las Ciencias Sociales se tiende a ignorar
tales conexiones. Esto lleva a abordar los problemas de manera reducida; por ejemplo,
cuando se quieren realizar programas y proyectos alrededor de los conflictos con los grupos
armados, no se piensa en el ciudadano común, en su cultura, en sus condiciones de vida, en
la manera como se representan el Estado y el desarrollo social, cómo trabaja, cómo se educa,
etc., así que lo que se hace es una abstracción, en la que se despoja de alma y espíritu a
algunos actores del conflicto y sólo queda el cuerpo de las víctimas, victimarios y de los
representantes de las instituciones políticas y del Estado; es decir, el conflicto se aborda en
un vacío sociológico.
Los medios de comunicación se aprovechan del terror de la guerra, convirtiéndolos en
mensajes explícitos; así que el mensaje es la muerte, la violación, el insulto, la extorsión, etc.,
reemplazando el contenido por la forma, para evitar que se llegue al fondo del asunto; y eso
genera desesperanza, y peor aún alimentan el síndrome de Estocolmo, que promueve el
Presidente Santos con el mensaje que es mejor que la sociedad colombiana se rinda ante las
Farc, que se traslade la guerra del campo a la ciudad.
No se perciben las conexiones entre el que no respeta normas de tránsito, ni las colas en los
bancos, ni los precios sugeridos en la venta de un producto, el no hacer trampas en exámenes
escolares, con otros elementos, como la impunidad, la falta de legitimidad del Estado, la poca
credibilidad de la policía nacional, o del sistema de justicia. Los medios masivos de
comunicación son expertos en editar la realidad, de tal manera que siempre se ve una realidad
a medias, una realidad construida, a veces una realidad etérea, un falso positivo, pues sólo
muestra una parte de los hechos, no los hechos en sí mismos, con sus contextos.
Se requiere una construcción social objetiva (parece redundante), de la realidad del conflicto
armado, pues el conflicto muchas veces parece que no existiera, o existe como noticia, o
problema de otros; no se trata que unos sean más o menos víctimas y las representaciones del
conflicto esté asociado a la situación o condición de cada quien; pues es obvio que no será lo
mismo para un campesino, soldado, policía, desplazado, guerrillero, y las víctimas o
población bajo dominio de los grupos guerrilleros, y paramilitares, etc., que para un obrero
de construcción, un profesor universitario, un médico de una IPS, etc. El problema es que,
aun percibiéndose, no se cree que de alguna forma se promueve o mitiga, y que se puede
hacer muchas cosas para neutralizarlo y revertirlo; así que la inclusión social y la
representación social están en el mismo ámbito del conflicto.
Quizá muchos colombianos perciban la realidad del conflicto cuando esté en la condición de
los venezolanos de hoy, y para entonces el Estado en manos de las Farc, ya habrán ganado
mucho terreno.
Que el conflicto armado nos afecta a todos es una verdad de apuño, pero separar la realidad
del conflicto con su representación no es un problema académico, es un problema socio
político, socioeconómico, psicosocial y sociocultural. Aunque sigue existiendo a pesar de
querer ignorarlo, la posición que se asume frente a este lo recrudece o debilita.
Cuando la mayoría de los colombianos sienta que es parte del conflicto en todos los ámbitos
sociales y se reconozca como actor, entonces como parte de la sociedad civil, puede hacer
algo que favorezca o promueva la gobernabilidad, que requiere la democracia y el bienestar
social.
La acidez de algunos analistas llega el punto de pensar como hipótesis que el día en que toda
la sociedad colombiana le de miedo salir a la calle y deba hacer las colas para comprar
alimentos como en Venezuela, entonces, tal vez, la gente asuma la realidad, si no es que
prefirieren escarbar de en las basuras y agolparse en las fronteras de los otros países. Mientras
tanto, la gente estará disfrutando de carnavales, campeonatos de futbol, corridas de toro,
telenovelas, conciertos de música popular, y cuanta cosa que pueda servir de narcótico
ideológico, pues ya gran parte del pueblo se ha acostumbrado a vivir de pan y circo.
El voto en blanco pudiera ser un termómetro de la indignación del país frente al caos en la
que vive; pero tampoco ha logrado ser una proporción que refleje la necesidad de un cambio
estructural o transformación de Colombia. Se llegó a una situación crítica, pero mucha gente
no siente que ha tocado fondo, así que hasta que se perciba la realidad tal cual es no hay
esperanza de cambio.
La gobernabilidad es proporcional a la inclusión social. Entre menos inclusión social en todos
los niveles señalados, menos gobernabilidad. No se puede gobernar bien si los gobernantes
y gobernados sufren de los mismos vicios que se quieren suprimir. Nadie se salva. Es toda la
sociedad la que debe convertirse en un hogar de rehabilitación, reeducación o resocialización,
para que todos sus actores puedan incluirse de nuevo en la sociedad.
La creciente participación de cristianos en la política precisamente se debe a la conciencia de
todo lo que subyace al conflicto armado, que está en el terreno de lo espiritual, de los valores,
de la familia, de la cultura, educación, etc.
La gobernabilidad no nace en La Habana, o en cualquier otro lugar; ni existe el post-conflicto,
como si se pudiera decir borrón y cuenta nueva al levantarse de la mesa de negociaciones; de
esta forma, sería un producto de marketing político o simple propaganda. También, decir
post-conflicto, es pensar con el deseo o un acto de fe; Las Farc, y los medios de comunicación
hacen de la palabra post conflicto una ficción macondiana, con el efecto populista, de engañar
a la sociedad civil, que en gran parte ignora que lo que se ha negociado no es el cese al fuego
sino la entrega del país al castrochavismo. Pretenden con la palabra postconflicto crear un
efecto Pigmalión, como una profecía que se auto-cumple. El proceso de paz con las Farc es
un falso positivo, y, como toda mentira, tarde o temprano la sociedad verá la cruda realidad,
aunque puede ser demasiado tarde para reversar todo.
ANÁLISIS SITUACIONAL
Hay diversidad de enfoques que resaltan los aspectos económicos y políticos, otros que de
alguna manera tocan el tema cultural; y en menor proporción los que hacen referencia a los
aspectos psicosociales, a menos que se trate de la literatura sobre víctimas, más que sobre
victimarios.
En esta parte se citan algunos ejemplos de tales enfoques y no con la idea de pretender ser
un sustento teórico, sino por resaltar la necesidad de articularlos.
Un ejemplo de enfoque que articula elementos culturales, políticos y económicos es el de
Eduardo Pizarro (2004), quien señalaba como causa del conflicto la cultura política de la
violencia, la debilidad del Estado, la limitada participación política y los problemas de la
explotación agraria y los recursos naturales.
Maurico Archila (2003) es otro autor que se mueve en esa línea de articulación de factores,
sobre la base de la investigación de las motivaciones de las protestas sociales en Colombia
entre 1958 a 1990; señala que el 23.9% se relacionaron con la tierra, el 16% por condiciones
laborales, el 14% por violación de acuerdos, el 11% por servicios públicos y el 8% por
derechos humanos.
Pero la naturaleza pluridimensional del conflicto es expresada explícitamente por Socorro
Ramírez (2006), cuando reconoce que el conflicto armado tiene un trasfondo de exclusiones
sociales, culturales, políticas y económicas, que deben tratarse, si se busca una paz duradera.
Vale la pena hacer el ejercicio de comparar los actos de violencia social o cotidiana, con la
que ocupa la atención del escenario político, y más que compararlas, establecer sus
correlaciones.
Teniendo en cuenta lo anterior, pudiera decirse que el conflicto armado es como un iceberg
y lo que queda descubierto no permite percibir otros factores, igual de importantes, de la
naturaleza del problema.
Desde la perspectiva de esta propuesta hay cuatro enfoques del problema que es necesario
tener en cuenta y a partir de allí construir un programa de inclusión.
La primera hipótesis, quizá la más popular, es la socioeconómica. Se asocia el conflicto
armado a diversos factores de naturaleza económica, como la tenencia y concentración de la
tierra, la pobreza de grandes territorios del país, las explotaciones mineras y el narcotráfico,
entre otros.
En el marco de los factores socioeconómicos del conflicto puede citarse a Robert Castel
(1997), quien se plantea la exclusión social como la carencia de medios para participar en la
vida económica, social, política y cultural de la sociedad, enfoque que está en la base de los
programas de transferencias monetarias y asistencia social para poblaciones vulnerables, para
la búsqueda de la reinserción e integración laboral y social.
Otro ejemplo de enfoque económico del conflicto es lo planteado por el profesor José Luis
Ramos, de la Universidad del Norte de Barranquilla (2013) en la que afirma que hay una
relación inversa entre crecimiento económico y conflicto armado, por lo que describe el
impacto que éste ha tenido en la Región Caribe colombiana.
La segunda hipótesis, más asociada a investigadores y líderes políticos, es que la violencia
es el resultado de la forma cómo se ha configurado el Estado colombiano; en esta hipótesis
se hace referencia a las constituciones y partidos políticos, el centralismo administrativo, la
emergencia de nuevas fuerzas políticas, el poder del Estado, el reordenamiento territorial.
Un ejemplo del enfoque político del conflicto armado en Colombia es la exclusión del
ciudadano de las oportunidades de desarrollo, dado la concentración de la riqueza, tal como
lo muestra el índice de Gini, de tal manera que desde la independencia de España hasta hoy
no haya sido posible construir un Estado-nación.
Otro aporte dentro de esta línea es lo plateado por Isabel Licha (2003), en la que se propone
el tránsito de la democracia representativa a la deliberativa, o la democracia participativa. Un
ejemplo, menos optimista pero no por eso evidente es el reconocimiento del fracaso de veinte
años de negociaciones con la insurgencia, lo que muestra que esta última está lejos de
desaparecer, pero también carece de la fuerza para alcanzar el poder por la vía militar
(Kurtenbach, 2005).
Debido a que la vía armada no es posible para conquistar el poder del Estado, las Farc,
intentan llegar al socialismo a través de la democracia, por lo que la paz es sólo una estrategia
para lograrlo. No abandonan las armas, pues eso es una garantía para evitar ser borrados
como actores políticos, como ya se hizo con la Unión Patriótica; no están lejos de hacerlo a
través de un gobierno de transición, con cualquiera de los candidatos de la contienda
electoral, que puede ser su ficha presidencial.
La tercera hipótesis resalta la historia con todas sus herencias e imbricaciones, de tal manera
que, desde la conquista, la colonia y la república, la conformación de la sociedad colombiana
ha estado expuesta a exterminios, esclavitud, explotación económica, dominación extranjera
y arreglos con oligarquías nacionales, discriminaciones étnicas, con conflictos no resueltos
que se superponen a nuevas dinámicas de la vida nacional.
En este marco puede ubicarse el trabajo de Historia Doble de la Costa de Orlando Fals Borda
(1981-1984), que articula la Sociología con la Historia, y con la utilización de la
Investigación Acción Participativa se constituye en un elemento práctico para lograr cambios
en lo micro y macro-sociológico, lo que desembocó en la propuesta de reordenamiento
territorial del país, que se condensó en el libro colectivo “La Insurgencia de las Provincias
(1988), en el cual también trabajó el autor de esta propuesta. El enfoque de Fals permite
avanzar de lo local a lo global, lo que posteriormente propuso como la integración de ambos
en lo glocal.
Aunque la conexión de Fals con Habermas (1999) no parezca cercana, la acción
comunicativa se constituye en un medio para la construcción de sociedades pluralistas y la
inserción de sujetos participantes, lo que conlleva a un planteamiento neofederal.
La cuarta hipótesis, quizá la menos fuerte de todas, es que la violencia tiene una naturaleza
psicosocial, Ética, moral, relacional, comunicativa; en este aspecto resaltan temas como el
vacío o fragilidad del proyecto de vida de gran parte de la población, modelos autoritarios de
comportamiento, anarquía, permisividad en las pautas de crianza, violencia intrafamiliar,
falta de formación integral de la educación, vacío ético de la sociedad, falsos modelos de
éxito personal, heteronomía personal o dejadismo. Este es un planteamiento frecuente de los
púlpitos religiosos.
El componente psicosocial se aborda regularmente en el tema del conflicto armado
relacionándolo con el stress, situación de duelo, elaboración mental de situaciones de
violencia y regularmente a los factores protectores y de riesgo, tanto personales y colectivos,
en situaciones de desplazamiento, tal como lo desarrolla Gloria Camilo, Elena Martín y
Marcela Salazar (2000), pero aún está difuso el camino de establecer las conexiones del
conflicto con la base social que lo sustenta.
Las cuatro hipótesis abren horizontes o líneas de trabajo que distancian a los investigadores;
sin embargo, lo que se busca con esta propuesta es su integración dialógica, abriendo también
una nueva lectura de la problemática de la inclusión social, en las cuatro dimensiones del
Programa, como inclusión socioecómica, sociopolítica, sociocultural y psicosocial.
Diagnóstico de la situación actual.
El proceso de paz está en crisis, pero difícilmente puede estar en mejores condiciones, pues
comenzó por lo último que debió hacerse, una mesa de negociaciones que condujera a una
paz duradera, ya que debió ser el resultado de un proceso creciente de inclusión social, que
generara el empoderamiento de actores, que les permitiera luego sentarse a negociar con
propuestas razonables.
Los muchos años de conflicto y la multidimensionalidad de éstos rebasan los problemas
planteados en La Habana; así que tarde o temprano deben emprenderse programas de
gobernabilidad, desde un nuevo enfoque de negociación, pues una cosa es que estos acuerdos
no sean válidos, y que algunos puntos no sean negociables, como los de la impunidad y la
ideología de género, entre otros aspectos, que negarse a reconocer la existencia de un actor
del conflicto armado en Colombia; así que debe continuarse las conversaciones para construir
un nuevo proceso de negociación.
No existe, ni existirá postconflicto.
Quizá no haya una contradicción más absurda para un marxista que hablar de postconflicto;
Si alguien es marxista afirma que “la violencia es la partera de la historia”, como forma de
afrontar conflictos, así que nunca podrá esperar que éste desaparezca por un acuerdo de
“paz”, mucho peor si el supuesto “postconflicto” se deriva de la violación de una decisión
soberana del pueblo colombiano, en un marco jurídico, como fue el plebiscito del 2 de
octubre del año 2016, en el que no se refrendaron los acuerdos del gobierno Santos con la
guerrilla de las Farc.
Incluso el socialismo como organización política del sistema social, está fundado en la
apología del conflicto, en tanto según ellos es imposible el cambio social sin dictadura del
proletariado, como propusieron los apóstoles del marxismo, Marx y Engels. Así, que es una
falacia populista del actual gobierno Santos y de las Farc hablar de postconflicto.
Para el materialismo histórico, mientras exista relaciones de producción en la que prevalezca
la explotación de la fuerza de trabajo, generando plusvalía, que es apropiada por un agente
económico egoísta, existirá conflicto. Sin embargo, no sirve cambiar a quien se apropie de la
plusvalía, que pase de manos del empresario miserable a un "Estado altruista", con su nueva
élite cívico-militar, para que cese el conflicto; de allí que se le llama dictadura del
proletariado al régimen en la que se suprime la propiedad privada sobre los medios de
producción.
Una consideración epistemológica del materialismo dialéctico es que la realidad existe
independientemente de que queramos o podamos conocerla, y no puede ser de otra manera
para el marxismo, pues si no fuese así entra en contradicción con su fundamento filosófico.
Así que, si existen conflictos en los intereses económicos, éstos no pueden ser ignorados, que
es la razón por la que marxistas como Louis Althusser señalaban que los aparatos ideológicos
de Estado, en manos de la burguesía, como la educación, los medios de comunicación y las
religiones, tratan de consagrar, legitimar, o reproducir ideológicamente las relaciones de
explotación capitalista, a fin de impedir la consciencia popular sobre la explotación que
realizan las élites sociales. Cualquier parecido con el papel mermelado de los medios de
comunicación, líderes religiosos y algunas universidades, que apoyan la farsa de los acuerdos
de La Habana, no es pura coincidencia.
Ni Marx, ni Althusser se equivocaban en el papel de los "aparatos ideológicos de Estado"
para impedir una consciencia política contra quienes tienen el poder del Estado. Las
ideologías tratan de suavizar la explotación y hacer que los conflictos no terminen en
confrontaciones armadas. O si existe tal confrontación ocultarla o justificarla de cualquier
forma, así sea generando mensajes contradictorios sobre la realidad. Para mucha gente en
Venezuela no pasa nada malo, y si no se puede ocultar las violaciones de derechos humanos
se acude a cualquier tipo de justificación. Aunque suene como un chiste de mal gusto, el
Presidente Maduro está clamando al Papa Francisco para que impida una intervención de
Estados Unidos frente al genocidio que está cometiendo.
Uno de los grandes logros de los mecanismos ideológicos en manos de Farc-santos es que
una parte del pueblo colombiano no sabe que ya se está viviendo en una dictadura civil, en
la que el gobierno hace lo que le da la gana, y repiten como loros que estamos en el
postconflicto.
Los comunistas, siempre justifican sus actos de violencia, como una necesidad de la historia,
ya que quienes tienen el poder no lo entregarán voluntariamente. Así sea que recluten niños
para la “guerra” y cometan genocidios, las Farc públicamente han expresado que eso hace
parte de la “dinámica de la guerra”. Pero ahora hay un “cambio de lenguaje”, pues se habla
de postconflicto, como si la sociedad colombiana haya aceptado todas las atrocidades que
han cometido, o que las Farc hayan cesado su actividad insurgente y conexión con sus
negocios ilícitos, y como si el pueblo colombiano estuviera aceptando los prevaricatos del
gobierno Santos, con la complicidad del Congreso de la República y las Cortes, y como si
los colombianos creyeran que la salvación del país es el socialismo.
Antes se esforzaban en mostrar que los grandes conflictos de la sociedad colombiana
emergen de la injusticia social, cosa que no requiere ser marxista para darle una parte de
razón, pero ahora se habla de postconflicto, borrando con una palabra la realidad de pobreza
y miseria que vive el país, la existencia de una narcodemocracia, la continuidad de
reclutamiento de niños por parte de los que llaman falsamente frentes disidentes de las Farc,
etc.
Algunos que dicen ser oposición del gobierno y las Farc, o Farcsantos, como se lee mejor,
que hablan a nombre de la democracia, del respeto a la vida y a la propiedad privada,
seguramente no se queden con los brazos cruzados cuando se les quite, lo que en gran parte
han robado a los colombianos, utilizando el poder y aparato de Estado, así que mienten
descaradamente los que hablan de postconflicto.
Esta aparente contradicción epistemológica y/o filosófica del marxismo, que quiere hacer
desaparecer por arte de magia el conflicto en Colombia, no se debe a que ignoren el
pensamiento marxista, sino a la inmoralidad de su "causa revolucionaria", que les permite
utilizar los mismos mecanismos ideológicos de persuasión que la de sus enemigos, pues de
paso, para ellos, la moral termina siendo una construcción social, que obedece a los intereses
de las oligarquías o clase dominante.
A estas inconsistencias del marxismo camaleónico, como por ejemplo la ideología de
género, que no tiene fundamento en el materialismo dialéctico, pues es una negación del
concepto objetivo de la realidad, pues el sexo es y será siempre biológico, cosa que nunca
los imaginarios de género podrán cambiar, se le está apostando por todos los medios posibles,
bajo la hipótesis santista que el colombiano es ignorante y aceptarán todas sus mentiras.
Pero quienes defienden el determinismo económico, bajo la creencia que son los conflictos
económicos los que determinan las representaciones sociales, al ver que el pueblo no
reacciona como debería ante la opresión de los ricos, obviamente antes que una desventaja
para su "causa revolucionaria" termina siendo una gran ventaja, en tanto que no se requiere
su concientización, pues basta acudir a la mentira, como arma ideológica, para manipular la
esperanza de los oprimidos, que seguramente creerán en sus promesas; que es lo que hace
todo discurso populista. Nada hay más contundente para un pobre que recibir un regalo, como
una casa, o quizá una parcela, para que decida dar la vida por eso.
En otras palabras, el mamertismo político de las Farc, sabe que la base popular de Colombia
no se moviliza por el marxismo, a pesar que casi la mitad del país vive en pobreza y miseria,
así que acude al populismo para engañarlos, como lo hacen y lo seguirán haciendo las
oligarquías que ellos supuestamente combaten. La idea que venden es que les quitarán a los
ricos para darle a los pobres, cosa que harán en su fase inicial del socialismo, pero luego le
pasarán la factura quitándole a todos, para ellos perpetuarse como nueva oligarquía
comunista, al servicio del nuevo orden mundial; no es por casualidad que personajes como
George Soros metan sus narices en Colombia.
García Márquez, tiene más mérito que Marx para describir la realidad colombiana, pues en
su realismo mágico fue que capaz de entender que en Colombia somos susceptibles de
inventarnos y creernos cualquier mentira; como, por ejemplo, la mayoría de los pobres no
creen que son pobres, muchos dicen que vivimos en democracia, cuando esto nunca ha
existido en Colombia, y que la masacre de las bananeras nunca ocurrió, etc.
En el mundo de la narcotización ideológica se trata de hacer existir las cosas repitiéndolas
hasta el cansancio, como si fuera un efecto Pigmalión; así que se espera que el colombiano
crea, contra toda realidad, que vive en el postconflicto, cuando lo que ocurre es que nunca
dejará de existir conflicto, no solamente en Colombia sino en todo país y lugar del mundo
donde haya dos seres humanos, y en esto paradójicamente marxismo y cristianismo
coinciden, aunque obviamente la explicación y solución que da cada uno a este hecho es
contraria.
No importa si el mismo Papa Francisco es quien dice que hay acuerdos de paz y postconflicto,
que cualquier católico sabrá que pensar con el deseo no cambia la realidad del conflicto, igual
o peor que antes del falso acuerdo.
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