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LA NECRÓPOLIS MEDIEVAL DE EL CAMPO (SAN MIGUEL DE AGUAYO, CANTABRIA) 241

Serie PaleoantroPología nº35.Bizkaiko Foru aldundia-diPutación Foral de Bizkaia.

año 2016-2017. BilBao. iSSn 0214-7971 kobi

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koBie Serie PaleoantroPología, nº 35: 241-262Bizkaiko Foru Aldundia-Diputación Foral de BizkaiaBilbao - 2016-2017ISSN 0214-7971

LA NECRÓPOLIS MEDIEVAL DE EL CAMPO (SAN MIGUEL DE AGUAYO, CANTABRIA)

The medieval cemetery of El Campo (San Miguel de Aguayo, Cantabria)

Enrique Gutiérrez Cuenca1

José Ángel Hierro Gárate2

Recibido: 10-07-2017Aceptado: 12-09-2017

Palabras clave: Alta Edad Media. Cantabria. Necrópolis medieval. Sepultura. Tumbas de lajas.Keywords: Early Middle Ages. Cantabria. Medieval cemetery. Burial. Long-cist graves.Funtsezko hitzak: Goi Erdi Aroa. Kantabria. Erdi Aroko nekropolia. Hilobia. Lauzazko hilobiak.

RESUMEN

En este trabajo se presentan los resultados de la excavación realizada en la necrópolis medieval de El Campo (San Miguel de Aguayo, Cantabria). Recoge la descripción de las estructuras documentadas y los materiales recuperados, así como su interpretación y su relación con el contexto regional. Se ha constatado que el sector conservado de la necrópolis, ubicado al N del edificio religioso en torno al que se orde-naba, estaba en uso en el siglo X y presentaba las características propias de los cementerios cristianos altomedievales.

ABSTRACT

In this paper we present the results of the excavation in the medieval cementery of El Campo (San Miguel de Aguayo, Cantabria). It puts together the description of documented structures and recovered materials, as well as its interpretation and its relationship with the regional context. It was confirmed that the preserved part of the cementery, located north of the religious building around which it was ordered, was in use in the 10th century and had the typical characteristics of early medieval Christian cemeteries.

LABURPENA

Lan honetan El Campoko (San Miguel de Aguayo, Kantabria) Erdi Aroko nekropolian egindako indusketaren emaitzak aurkezten dira. Egitura dokumentatuen deskribapena eta berreskuratutako materialak jasotzen ditu. Halaber, interpretatu eta eskualdearen testuinguruare-kin harremana zehazten du. Egiaztatutakoaren arabera, nekropolitik kontserbatu den sektorea, antolatzeko erabiltzen zen eraikin erlijio-soaren iparraldean kokatua, X. mendean erabiltzen ari zen eta Goi Erdi Aroko hilerri kristauen berezko ezaugarriak zituen.

1 Proyecto Mauranus. <egcuenca@gmail.com>. Eulogio Fernández Barros 7, 3º A, 39600, Maliaño (Cantabria).

2 Proyecto Mauranus. <jahierrogarate@gmail.com>. Grupo Tetuán-Las Canteras 1, 1º B, 39004, Santander (Cantabria).

Web http://www.bizkaia.eus/kobie

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más de documentar y certificar el carácter religioso de lo que parece la fábrica original, realizaron una excavación de urgencia en su interior que dio como resultado el hallazgo de una inhumación en fosa simple que consideraron de cronología bajomedieval (Marcos Martínez y García Alonso 2003 y 2010).

En noviembre de 2010 se realizaron nuevas obras de rehabili-tación en el edificio del centro cultural que dejaron al descubierto varias tumbas de lajas. Los trabajos, que contaban con el precepti-vo seguimiento arqueológico, se detuvieron y dejaron paso a una excavación de urgencia. En este trabajo se presentan los resultados de dicha excavación4, que afectó a una pequeña parcela situada junto al muro norte del edificio.

2. INTERVENCIÓN ARQUEOLÓGICA

La excavación arqueológica5, realizada por encargo del Ayuntamiento de San Miguel de Aguayo, se llevó a cabo en los meses de diciembre de 2010 y enero de 2011 y estuvo condiciona-da por una climatología particularmente adversa, con fuertes y sucesivas nevadas que impidieron un desarrollo normal y continua-

4 Una primera descripción y contextualización de esta necrópolis se recoge en la tesis doctoral Génesis y evolución del cementerio medieval en Cantabria, defendida por E. Gutiérrez Cuenca el 28/9/2015 en la Universidad de Cantabria (España) y dirigida por la profesora C. Díez Herrera (UC) [DOI: hdl.handle.net/10803/311798].

5 La intervención fue dirigida por J. A. Hierro Gárate. El equipo de excavación estuvo formado por E. Gutiérrez Cuenca y S. Gómez Arce. También colaboraron en los trabajos H. Paredes Courtot y R. Bolado del Castillo.

1. INTRODUCCIÓN

La existencia de una necrópolis medieval en el lugar llamado El Campo era conocida desde la década de 1990, cuando M. García Alonso señaló la presencia de restos de tumbas de lajas en el encla-ve que se estudia. Se ubica en el núcleo rural de San Miguel de Aguayo (Cantabria), en un valle interior formado por el río Hirvienza en el sector central de la Cordillera Cantábrica (fig. 1) Además, ese mismo arqueólogo recuperó una estela funeraria de cronología medieval –la supone de los siglos XII o XIII– en un monte cercano, reutilizada como hito delimitador de fincas y que, probablemente, procedía del mismo lugar de El Campo (García Alonso 1992 y 2001). Los restos conservados en esa pequeña porción de terreno son, seguramente, el último vestigio de un cementerio mucho mayor que se habría extendido alrededor del edificio del actual centro cultural de la localidad3. Conocido como la Casa del Toro, fue en tiempos una iglesia con advocación a San Cristóbal, aunque ha tenido diversos usos a lo largo de los siglos, entre otros el de escuela y el de sede del ayuntamiento. Algunos años después de esa primera mención que hemos mencionado, el propio M. García Alonso y J. Marcos Martínez realizaron el seguimiento arqueológico de las obras de acondiciona-miento del edificio como centro cultural. Ambos arqueólogos, ade-

3 M. García Alonso menciona informaciones orales, ofrecidas por algunos vecinos, sobre la aparición de tumbas de lajas en el transcurso de obras antiguas en el entorno del edificio. Aunque una parte considerable del yacimiento, situado en pleno casco urbano de la localidad, pudo ser destruida en el transcurso de esas obras, es posible que aún se conserve alguna zona más o menos intacta, al sur del centro cultural.

Figura 1. Ubicación de la necrópolis de El Campo (San Miguel de Aguayo).

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- Estrato B: tierra arcillosa de color marrón en la que se en-globa alguna piedra suelta. En algunas zonas aparecen lentejones arcillosos de tono amarillento. Ha servido como matriz en la que se excavaron las fosas de las tumbas. Cubre parcialmente la cimenta-ción del edificio.

- Estrato C: sustrato geológico formado por caliza margosa de color negro. Aparece como una capa continua que se extiende bajo toda la superficie del yacimiento y buza ligeramente en senti-do S-N. Sirve de apoyo a la cimentación del edificio y también a las losas verticales que conforman la caja de la mayor parte de las tumbas de lajas. En algunos casos este sustrato calizo ha sido ligeramente regularizado para compensar el buzamiento y dotar a las tumbas de una superficie plana sobre la que colocar el cadáver.

El relleno de las tumbas estaba constituido por una tierra arci-llosa, menos compacta que la del Estrato B, pero con similar textu-ra y coloración. Los procesos edáficos han provocado que, sobre todo en las tumbas de fosa simple, sea prácticamente imposible diferenciar entre el relleno de la fosa y la matriz en la que fue excavada. Las tumbas de lajas, incluso las que conservaban la cubierta en mejores condiciones, estaban colmatadas por comple-to, aunque algunos detalles observados en la posición de los esqueletos permiten suponer que se han rellenado con posteriori-dad a su uso y que originariamente la descomposición de los cuerpos se produjo en un espacio vacío.

No se aprecia ningún caso de superposición estratigráfica de estructuras y todas las tumbas documentadas se disponen en un solo nivel. Únicamente en el caso de la Tumba 6-7 es posible que

do de los trabajos, que se realizaron, en gran parte, a temperaturas bajo cero.

Una vez despejada la capa más superficial de la parcela con medios mecánicos, se comprobó que los restos se concentraban en la zona S, en la más próxima al edificio, y que la zona N había sido afectada por diversos usos. En total la superficie excavada fue de 55m2 y se individualizaron 18 estructuras interpretadas como tum-bas (fig. 2), que fueron numeradas de forma correlativa en sentido W-E. En el caso de la Tumba 6-7, la existencia de una zona de la caja en una cota más baja y una morfología diferente hicieron suponer que se trataba de dos tumbas superpuestas o, como se comprobó más tarde, de una tumba modificada en un segundo uso.

2.1. Estratigrafía

La estratigrafía documentada en el yacimiento es bastante sencilla, ya que únicamente se diferencian tres estratos con un único nivel de sepulturas, además del relleno individualizado de cada una de las estructuras delimitadas (fig. 3). La secuencia estra-tigráfica es la que se recoge a continuación:

- Estrato A: depósito superficial formado por tierra suelta y material de relleno, incluidos restos constructivos, sobre el que se ha asentado una cubierta vegetal poco desarrollada. Este estrato estaba muy alterado por las actividades llevadas a cabo en el solar en las últimas décadas, usado como estercolero y zona de almace-naje de materiales. Cubre todas las sepulturas y la cimentación del edificio.

Figura 2. La necrópolis de El Campo (San Miguel de Aguayo) durante la excavación, vista desde el W.

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Se han individualizado 18 tumbas, de las que únicamente se han excavado 16, ya que lo que en principio se identificó como tumba 3 no ha sido considerado finalmente como tal; y la tumba 18 sólo se ha documentado parcialmente porque se encontraba casi com-pletamente destruida y estaba prácticamente colgada en un talud muy inestable.

2.2.1. Tumba 1

Fosa simple con cubierta monolítica, con unas dimensiones de fosa de 130x50 cm y de cubierta de 134x46 cm, orientada hacia el E/EbS (95º). La cubierta es una losa de arenisca de grano grueso de unos 8 cm de grosor, colocada sobre una fosa en la que no se distingue el contorno de la matriz arcillosa en la que ha sido exca-vada. Únicamente se pudo identificar con precisión el fondo de la fosa, a unos 30 cm. de profundidad, ya que el esqueleto aparecía sobre la caliza margosa de color negro del sustrato, que había sido ligeramente regularizada.

En el interior aparecieron los restos óseos mal conservados de un individuo en conexión anatómica, dispuesto en decúbito supino. Sólo se conservaban parcialmente los fémures, los húmeros, parte del cráneo, algunas vértebras cervicales y algunos dientes. No se pudo conocer con precisión la posición de los brazos, aunque es probable que estuviesen colocados con las manos sobre la pelvis. Se ha podido determinar su edad, unos 35 años, a partir de la dentadura, pero no su sexo. Formando parte del relleno de la tumba aparecieron una afiladera de arenisca rota, dos fragmentos de teja de pequeño tamaño y otros dos de cerámica, uno de ellos el borde de una jarra u olla.

de la necrópolis medieval de El Campo (San Miguel de Aguayo) realizado en 2011 por la forense y antropóloga S. Carnicero Cáceres.

se haya producido una modificación de una estructura existente para instalar o acondicionar otra más reciente. En el resto de la zona excavada no hay indicios de estratificación vertical. Tampoco existen demasiados datos que permitan analizar la “estratigrafía horizontal”, que en el estudio de los cementerios medievales se utiliza como alternativa para reconstruir el desarrollo y el creci-miento del uso del espacio con un criterio topo-cronológico. Únicamente se aprecia una yuxtaposición de estructuras que puede ser entendida como una relación de antero-posterioridad: la que existe entre las tumbas 11 y 14. La Tumba 11 aprovecha como laja de cierre por los pies la laja de cabecera de la Tumba 14, de lo que podemos deducir que la primera es posterior a esta última.

Tampoco se ha podido determinar con precisión la relación estratigráfica existente entre las tumbas y la cimentación del edifi-cio contiguo al cementerio. Se ha comprobado que el sustrato de caliza margosa ha servido de límite inferior tanto para las estructu-ras funerarias como para los cimientos, y que en ninguno de los dos casos se han realizado transformaciones sustanciales en su super-ficie. También se ha podido observar que la cimentación del edifi-cio, al menos en el tramo que ha sido afectado por las remociones de tierra contempladas dentro de esta actuación arqueológica, no ha destruido ninguna tumba o, al menos, no ha dejado evidencias de esa destrucción; ni apoya sobre ninguna sepultura. Esta obser-vación nos induce a pensar que la cimentación del muro puede ser tan antigua como el cementerio existente a sus pies.

2.2. Estructuras

A continuación se ofrece una descripción detallada6 de cada una de las estructuras documentadas durante la excavación (fig. 4).

6 Los datos referidos a los restos óseos recogidos en las descripciones que se realizan a continuación están tomados del informe Estudio antropológico

Figura 3. Sección N-S de las tumbas 1 y 2 de la necrópolis de El Campo (San Miguel de Aguayo), con indicación de la secuencia estratigráfica.

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brazo izquierdo tenía cúbito y radio bajo la pala iliaca y en el brazo derecho únicamente el radio, lo que indica que los antebrazos y las manos estaban pegados al cuerpo o casi por debajo del mismo en el caso del lado izquierdo. Posiblemente la ligera inclinación hacia el norte del fondo de la fosa contribuyó a que esos huesos se hubieran colocado así durante el proceso de descomposición. Se trataba de un individuo de sexo femenino, de entre 25 y 35 años de edad. Una muestra de hueso humano perteneciente a este esqueleto ha sido datada por radiocarbono con el resultado Poz-41640: 1085±30 BP, equivalente a 894-1016 cal AD (95,4% prob.). Formando parte del relleno de de la tumba aparecieron tres fragmentos de cerámica, dos de ellos con estriado.

2.2.3. Tumba 3

Varias piedras sueltas contorneando el lateral sur y la cabecera de una posible tumba de tipología indeterminada. Tampoco se

2.2.2. Tumba 2

Tumba de lajas con caja de 163x54 cm y cubierta de 196x60 cm, orientada hacia el E/EbS (95º).

La cubierta es monolítica, de arenisca rojiza de grano fino de unos 4 cm de grosor, aunque está fragmentada y levemente vencida hacia el interior en la parte superior (fig. 5). Caja rectangular con una laja en la cabecera, otra en los pies y dos en cada lateral, también de arenisca rojiza de grano fino. En el lateral sur las lajas tenían peque-ños calces. La matriz arcillosa se había excavado hasta la caliza margosa de color negro del sustrato, que había sido ligeramente regularizada para servir de base sobre la que apoyar el esqueleto.

En su interior aparecen los restos óseos medianamente bien conservados de un individuo en conexión anatómica, dispuesto en decúbito supino (fig. 6). Es el único caso en el que la representa-ción anatómica era casi completa. La cabeza estaba girada hacia el norte y los brazos colocados en paralelo a lo largo del cuerpo. El

Figura 4. Plano general de la necrópolis de El Campo (San Miguel de Aguayo): cubiertas (arriba) y cajas (abajo).

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rre, lo que podría estar indicando que se trataba de una reutiliza-ción. No obstante, no se localizaron restos óseos de otros indivi-duos. Se trataba de un individuo juvenil del que no se pudo determinar el sexo. En cuanto a su edad, ésta oscilaría entre los 14 y los 16 años, dependiendo de si fuese de sexo femenino o mascu-lino. El cráneo presentaba cribra orbitalia, un tipo de patología que se relaciona con déficits carenciales.

2.2.5. Tumba 5

Fosa simple con cubierta monolítica, con fosa de 126x66 cm y cubierta de 128x70 cm, orientada hacia el EbN (80º). La cubierta es una losa de arenisca de grano fino de unos 8 cm. de grosor. La fosa no se distinguía de la matriz arcillosa en la que estaba exca-vada. A unos 20 cm de profundidad bajo la cubierta de piedra, en la zona de los pies, se conservaban restos de madera aparentemen-te carbonizada o conservada por humedad (fig. 9) y un posible clavo de hierro (vid. fig. 14). Estos restos formaban parte de una plancha de madera colocada sobre el difundo a modo de cubierta. No hay más trazas de madera ni clavos y el esqueleto descansaba directamente sobre la arcilla, de modo que no parece que se hubie-se utilizado un ataúd.

Aparecen los restos óseos deteriorados de un individuo, segu-ramente dispuesto en decúbito supino. Sólo se conservaba el crá-

pudieron determinar las dimensiones precisas, mientras que la orientación probablemente era hacia el EbN (80º).

2.2.4. Tumba 4

Tumba de lajas con caja de 166x42 cm y cubierta de 192x58 cm, orientada hacia el EbN (80º). La cubierta compuesta por cinco lajas, de las cuales la central estaba fragmentada y vencida hacia el interior (fig. 7). Se trataba de losas de arenisca de grano fino de unos 6 cm. de grosor. La caja era rectangular, con una laja en la cabecera, otra en los pies que sobresalía por encima de la cubierta y tres en cada lateral. El fondo de la tumba alcanzaba en algunas zonas la caliza margosa de color negro del sustrato, aunque bajo la mayor parte del esqueleto aún había arcilla de la matriz arcillosa en la que fue excavada la fosa. La laja central del lateral sur estaba ligeramente vencida hacia el exterior y la más próxima a los pies del norte hacia el interior.

Contenía los restos óseos medianamente bien conservados de un individuo en conexión anatómica, dispuesto en decúbito supino (fig. 8). Conservaba huesos de los brazos, de las piernas, del cráneo y de la pelvis. La cabeza estaba ligeramente girada hacia el sureste y tenía los brazos flexionados a la altura del codo, con las manos sobre la pelvis. El esqueleto no ocupaba todo el espacio de la tumba, quedando libres unos 20 cm entre los pies y la laja de cie-

Figura 5. Cubierta monolítica fracturada de la Tumba 2 de la necrópolis de El Campo (San Miguel de Aguayo).

Figura 6. Caja de la Tumba 2 de la necrópolis de El Campo (San Miguel de Aguayo), con el esqueleto en conexión anatómica de un individuo adulto.

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neo, bastante degradado, y un hueso de la pierna izquierda, una tibia o fémur. La dentición permitió establecer la edad del individuo entre los 25 y los 35 años, mientras que el sexo no se pudo deter-minar. Formando parte del relleno de la tumba aparecieron cinco fragmentos de cerámica entre los que destacan un asa de cinta y el borde de una olla o jarra.

2.2.6. Tumba 6-7

Tumba de lajas con una caja de 182x62 cm y cubierta parcial-mente desaparecida, orientada hacia el ENE/EbN (75º). La cubierta sólo se conservaba en la mitad superior de la tumba y se trataba de parte de una losa de arenisca de grano fino, de unos 7 cm de grosor. La caja era ligeramente trapezoidal, con una laja de cabe-cera, otra en los pies y dos en cada lateral. Las del lateral norte tenían apenas 5 cm de grosor, mientras que las del lado sur eran más gruesas, con la más próxima a los pies vencida al interior. En esta zona inferior de la tumba había dos lajas que no parece que formasen parte de la caja descrita y posiblemente pertenecieran a la configuración original de otra tumba que fue remodelada o destruida parcialmente en la construcción de la Tumba 6. Hemos identificado estos restos constructivos como Tumba 7, con una fosa algo más ancha que la Tumba 6 y de planta rectangular.

En el interior aparecieron restos óseos mal conservados de dos individuos, uno en posición primaria, dispuesto en decúbito supino; y otro en posición secundaria, cuyo esqueleto había sido objeto de una reducción (fig. 10). Los huesos de este segundo individuo

Figura 7. Cubierta compuesta por múltiples lajas de la Tumba 4 de la necrópolis de El Campo (San Miguel de Aguayo).

Figura 9. Tumba 5 de la necrópolis de El Campo (San Miguel de Aguayo), con indicación de los restos de madera identificados.

Figura 8. Caja de la Tumba 4 de la necrópolis de El Campo (San Miguel de Aguayo), con el esqueleto en conexión anatómica de un individuo juvenil.

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aparecían junto a la cabeza del primero, colocados en la esquina suroeste de la tumba (fig. 11). Del primer individuo se conservaban el cráneo, los fémures y parte de una tibia. No se pudo determinar ni sexo ni edad, aunque la apariencia grácil de los huesos hace pensar en un individuo joven. Del segundo individuo se conserva-ban el cráneo, aparentemente vuelto del revés, los fémures y restos de otros huesos largos colocados encima. Se trata posiblemente de un varón de entre 25 y 35 años de edad. Formando parte del relle-no de la tumba apareció un único fragmento de cerámica, el borde de una jarra u olla.

2.2.7. Tumba 8

Tumba de lajas con caja parcialmente destruida de 88x52 cm, orientada hacia el EbN/E (85º). Sólo se conservaba parte de la caja en la zona de la cabecera y no había restos de la cubierta. Presentaba una laja de cierre en la cabecera, otra en el lado sur y restos de una tercera en el lado norte, todas ellas de arenisca. A unos 70 cm de la cabecera había dos bloques, aunque no está claro si formaban o no parte de la estructura. La fosa seguramente se excavó hasta la caliza margosa de color negro del sustrato, que en este caso aparecía a unos 30 cm de profundidad. No se conserva-ban restos óseos.

2.2.8. Tumba 9

Tumba de lajas parcialmente destruida, con restos conservados de un lateral de la caja de 135 cm de longitud, orientada hacia el EbN/E (85º). Prácticamente desaparecida, muy alterada por los usos

Figura 10. Caja de la Tumba 6-7 de la necrópolis de El Campo (San Miguel de Aguayo), con los restos óseos de dos individuos.

Figura 11. Detalle de la reutilización de la Tumba 6-7 de la necrópolis de El Campo (San Miguel de Aguayo).

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resto del esqueleto sólo aparecían el cúbito o radio del brazo izquierdo y el fémur de ese mismo lado. La posición del brazo izquierdo parece indicar que tenía las manos sobre la pelvis. Se trataba de un individuo infantil, de unos 8 años de edad.

2.2.10. Tumba 11

Tumba de lajas con caja de 194x55 cm orientada hacia el EbN (80º). De la cubierta, de arenisca rojiza de grano fino de unos 5 cm. de grosor, no se conservaban más que algunos pequeños fragmen-tos dispersos. La caja era de forma ligeramente trapezoidal, con una laja de cabecera y cuatro en cada lateral, todas ellas de arenis-ca fina y entre 10 y 5 cm. de grosor. Como cierre en la zona de los pies aprovechaba la laja de cabecera de la tumba 14. En la zona inferior las losas verticales habían perdido parte de su alzado como consecuencia de la acción de las raíces de la vegetación asentada sobre el lugar. En la cabecera había una piedra suelta, colocada en la parte izquierda de la cabeza del difunto, que podría ser interpre-tada como una orejera.

Contenía los restos óseos mal conservados de un individuo, probablemente dispuesto en decúbito supino. Aparecían varios fragmentos de cráneo, algunas piezas dentales, la epífisis proximal de los dos fémures y restos de la tibia izquierda. La erosión de los dientes ha permitido estimar una edad en torno a los 35 años, sin que haya sido posible determinar el sexo del individuo.

2.2.11. Tumba 12

Tumba de lajas con caja parcialmente destruida de 125x54 cm conservados, orientada hacia el ENE/EbN (75º). No conservaba la cubierta y la caja estaba incompleta, muy alterada por los usos posteriores del lugar. Sólo estaban en su posición original dos lajas del lateral sur de ésta, rotas en su parte superior, que proporciona-ron un alzado máximo de apenas 15 cm. En el lateral norte había restos de una laja y algunos bloques de piedra que definían una forma ligeramente trapezoidal. La fosa estaba excavada hasta el sustrato de caliza margosa de color negro. No se conservaban restos óseos. En el relleno de la tumba apareció un fragmento de cerámica.

2.2.12. Tumba 13

Fosa simple con cubierta de lajas, con fosa de117x50 cm y cubierta de 119x56 cm, orientada hacia el EbN (80º). La cubierta estaba formada por tres losas de arenisca de grano fino de entre 5 y 10 cm de grosor y la laja de la cabecera estaba incompleta. La fosa no se distinguía de la matriz en la que fue excavada, que en esta zona es más arcillosa y de color anaranjado. Seguramente se excavó hasta el sustrato de caliza margosa de color negro, que aparece a unos 40 cm de profundidad. No se conservaban restos óseos. En el relleno de la tumba apareció un fragmento de cerámica.

2.2.13. Tumba 14

Tumba de lajas con caja parcialmente destruida de 140x56 cm conservados, orientada hacia el EbN/E (85º). La cubierta estaba muy alterada y sólo se conservaba parte de una losa en la zona de

posteriores del lugar. Sólo aparecía parte de la caja, sin restos de la cubierta. Se conservaba la parte inferior de tres lajas verticales del lateral norte, de arenisca de grano fino y unos 5 cm de grosor.

Aparecían restos óseos muy mal conservados de un individuo en decúbito supino. Únicamente se apreciaban, en conexión ana-tómica, parte del fémur y de la tibia de la pierna izquierda de un individuo de sexo y edad indeterminados.

2.2.9. Tumba 10

Tumba de lajas con caja de 105x43 cm y cubierta de 107x36 cm, orientada hacia el EbN (80º).

La cubierta está formada por dos losas de caliza margosa de color negro, seguramente extraídas del propio terreno sobre el que se asienta el cementerio (fig. 12). Es un material frágil, por lo que están bastante deterioradas. La caja estaba formada por una laja de cabecera, dos en el lateral sur y tres en el norte. No se conser-vaban ni la laja de cierre de los pies, ni las de la zona baja del lateral sur, si es que realmente las tuvo en origen. A diferencia de la mayor parte de las tumbas, que empleaban losas tabulares de arenisca, en este caso se trataba de bloques más o menos planos y sólo ligeramente desbastados.

Contenía los restos óseos mal conservados de un individuo en decúbito supino. Conservaba en buenas condiciones el cráneo y del

Figura 12. Cubierta de la Tumba 10 de la necrópolis de El Campo (San Miguel de Aguayo), conformada con losas de caliza negra extraídas del Estrato C del yacimiento.

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2.2.17. Tumba 18

Tumba de lajas parcialmente destruida con caja conservada de110x60 cm, orientada aparentemente hacia el EbN (80º). Únicamente se conservaba en su posición original la laja de cabe-cera y la del lateral sur, ambas de arenisca de grano fino y unos 7 cm. de grosor. El resto de la caja había desparecido como conse-cuencia de las remociones de terreno que habían conformado el talud que delimitaba el cementerio en su zona este en el momento de llevar a cabo la excavación. En ese mismo talud se observaba alguna laja suelta perteneciente a ésta u a otras tumbas. Fue docu-mentada durante el seguimiento pero no fue objeto de excavación.

Contenía escasos restos óseos mal conservados, correspon-dientes al cráneo, de un individuo del que no se pudo determinar sexo ni edad.

2.3. Materiales

Los hallazgos de material mueble realizados durante la excava-ción, al margen de los restos óseos humanos, fueron escasos y poco significativos. En la mayor parte de los casos se trata de fragmentos pequeños y alterados de cerámica. Se ha diferenciado entre el Estrato A o relleno superficial, donde los hallazgos fueron más numerosos pero corresponden en su mayor parte a época reciente y no guardan relación con el momento de uso del cemen-terio; y los materiales encontrados formando parte del relleno de las tumbas. No apareció ningún elemento asociado a las tumbas que pueda ser identificado como un depósito intencional, un ele-mento de ajuar o parte de la indumentaria del enterrado.

En el Estrato A o relleno superficial se identificaron diversos fragmentos de material constructivo y de cerámica vidriada post-medieval. Únicamente una parte de la cerámica recogida muestra características propias de época medieval. Se trata de cuatro fragmentos de cerámica a torno con paredes oxidantes y alma gris, correspondiente al fondo, la vertedera y el borde de diferentes vasijas de tipo olla o jarra (fig. 13).

Como ya se ha detallado en cada caso en el apartado dedicado a la estructuras, englobados en el relleno de de las tumbas 1, 2, 5, 6, 12, 13, 14 y 15 se recuperaron algunos materiales muy fragmen-tados (fig. 13). En total se han recogido 24 fragmentos de cerámi-ca a torno con paredes oxidantes y alma gris, similar a los identifi-cados en el Estrato A. Son sobre todo fragmentos de galbo lisos o con decoración de estriado fino, algunos fragmentos de cuello y borde de vasijas tipo olla o jarra y dos asas de cinta. Además, aparecieron algunos fragmentos de teja. Por lo que respecta al material lítico, aparecieron una posible afiladera y una laminilla de sílex (fig. 14). En la tumba 4, en relación con restos de madera, se conservó un fragmento de clavo de hierro (fig. 14).

El material más significativo del yacimiento es la cerámica, aunque ni siquiera los pequeños fragmentos integrados en el relle-no de las tumbas no parece que se correspondan, en ningún caso, con un depósito intencional. Desde el punto de vista tecnológico son cerámicas de pastas bien decantadas, paredes finas y que fueron sometidas a una cocción inicial reductora con final oxidante, lo que se traduce en paredes de colores anaranjados, marrones y ocres, con el alma gris. Las formas presentes son perfiles cerrados, correspondientes a ollas o jarras de boca ancha, con el fondo

la cabecera. La caja, probablemente de planta rectangular, tampo-co aparecía completa, ya que únicamente conservaba la laja de cabecera, una gran laja en el lateral sur y un fragmento suelto hacia los pies; todas ellas de arenisca rojiza de grano fino. La pri-mera servía de cierre por los pies a la tumba 11, situada al oeste. La fosa fue excavada hasta la caliza margosa de color negro del sustrato, a unos 40 cm. de profundidad.

Aparecieron restos óseos muy dispersos y mal conservados de un individuo, probablemente dispuesto en decúbito supino. Únicamente aparecían en su posición original algunos restos de las piernas. El mejor conservado era parte de la tibia izquierda y se hallaba protegido por la laja lateral vencida. Seguramente se trataba de un individuo adulto, pero no se ha podido determinar sexo ni edad. Formando parte del relleno de la tumba se recupe-raron nueve fragmentos de cerámica, un trozo de escoria de hierro y una laminilla de sílex fracturada (vid. fig. 14). Entre la cerámica destacan dos fragmentos con estriado y una posible asa de cinta.

2.2.14. Tumba 15

Restos de una posible tumba de lajas muy alterada, con caja de unos 60 cm de longitud conservados, orientada aparentemente hacia el EbN (80º). La disposición de las lajas verticales hizo pensar en un principio que se trataba de una tumba con orientación N-S, pero únicamente se conservaba en su posición original la que pudo ser laja de cabecera o pies de una tumba correctamente orientada, de la que no se pudo determinar con precisión la fosa. No se con-servaban restos óseos. En el relleno de la tumba aparecieron dos fragmentos de cerámica poco significativos.

2.2.15. Tumba 16

Fosa simple con cubierta monolítica, con fosa de 75x42 cm y cubierta 7de 6x44 cm, orientada hacia el EbN (80º).

La cubierta era una laja de arenisca rojiza de grano fino y 4 cm de grosor. La fosa no se podía distinguir con precisión de la matriz arcillosa en la que fue excavada. No se apreció ninguna estructura que pueda ser interpretada como caja, salvo quizá algún bloque suelto que pudiera delimitar el perímetro de la sepultura. En la zona que correspondería a la cabeza aparecieron varios bloques de arenisca de entre 15 y 20 cm Probablemente estuvo ocupada por un individuo infantil de muy corta edad. No se conservaban restos óseos.

2.2.16. Tumba 17

Tumba de lajas con caja de 103x65 cm y cubierta de 102x56 cm, orientada hacia el ENE/EbN (75º). La cubierta era monolítica, de arenisca y estaba fragmentada en dos partes. De la caja única-mente se conservaba la laja de cabecera, ligeramente desplazada y una losa del lateral sur algo vencida hacia el interior. La fosa no se distinguía de la matriz arcillosa en la que fue excavada. Es probable que la zona de los pies hubiera desaparecido, ya que se encontraba muy próxima al talud que delimitaba el cementerio en su zona este en el momento de llevar a cabo la excavación. No se conservaban restos óseos.

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Figura 13. Cerámica de la necrópolis de El Campo (San Miguel de Aguayo) procedente del nivel superficial (Sup.) y del relleno de las tumbas (T.).

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en las tumbas 2 y 4 se trataba individuos casi completos, aunque tras su desenterramiento el porcentaje de conservación sea bajo y la información potencial se haya visto reducida notablemente. En el resto de las tumbas la representación esquelética era parcial y en la mayor parte de los casos se trataba además de huesos incom-pletos que han llegado al laboratorio muy fragmentados.

El tipo de hueso mejor representado, debido a su dureza y resis-tencia a los agentes erosivos, han sido las piezas dentales, que han ayudado a determinar, al menos, la edad aproximada de varios de los individuos. No ha sido posible aplicar un método más apropiado para determinar la edad, como el estudio del grado de las sinóstosis cra-neales, dada la insuficiencia del material. Tampoco se han podido realizar estimaciones de estatura, ya que no se ha recuperado ningún hueso largo completo. Únicamente en el caso de la Tumba 2 ha sido posible determinar con éxito el sexo del individuo.

En lo relativo al perfil demográfico, podemos decir que se trata en todos los casos de individuos jóvenes, menores de 35 años, y es llamativa la ausencia de adultos maduros y seniles en la muestra. El pequeño tamaño de la población estudiada no permite realizar cálculos válidos sobre la esperanza de vida al nacer. La ausencia de infantiles de baja edad se puede explicar por los problemas de conservación ya señalados. De hecho, la Tumba 16 tiene unas dimensiones que únicamente servirían para un individuo en ese rango de edad.

plano. Están presentes las asas de cinta anchas. Las superficies exteriores presentan en varios casos una decoración mediante estriado, más o menos profundo y más o menos regular. No existe ningún fragmento con decoración pintada. En líneas generales, los fragmentos de cerámica recogidos muestran las características de las producciones altomedievales de la región, con rasgos que per-miten englobar buena parte de los hallazgos en momentos ante-riores al siglo XI (Peñil Mínguez et al. 1986; Bohigas Roldán et al. 1989).

2.4. Restos humanos

Los restos humanos recuperados durante la actuación arqueo-lógica fueron analizados por la forense y antropóloga S. Carnicero Cáceres y los resultados que aquí recogemos están tomados de su estudio antropológico (vid. nota 6). Conviene destacar que no fue posible contar con la presencia de la especialista durante la exca-vación y que el estudio ha sido realizado a partir de los restos recuperados por los arqueólogos. Así mismo, este estudio se ha visto enormemente limitado por el mal estado de conservación del material osteológico, muy afectado por la acidez de la matriz terro-sa en la que se ha conservado y por la humedad extrema.

Como también se ha señalado con anterioridad, sólo se con-servaban restos óseos en nueve de las 17 tumbas. Estos correspon-den a un NMI de diez, ya que en la Tumba 6-7 aparecieron huesos de dos individuos. De los nueve casos que conservaban restos, sólo

Figura 14. Industria lítica y clavo de hierro de la necrópolis de El Campo (San Miguel de Aguayo) procedente del relleno de las tumbas.

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cuatro primeras hileras próximas a los muros, en contraste con la extensión que llegan a alcanzar otros sectores, particularmente los situados al W y al S en los tres cementerios citados. Podemos asumir que el sector N es un espacio que no genera tanta deman-da como otras zonas del cementerio y pudiera ser menos relevan-te en términos de prestigio o visibilidad, pero que, al menos en los cementerios altomedievales, no queda sin ocupar.

La baja densidad de ocupación que se detecta en la parte excavada del cementerio de El Campo, donde el espacio ocupado por las tumbas es casi el mismo que el queda libre, tomando como referencia los cerca de 55 m2 afectados por la actuación arqueoló-gica –sin olvidar que la zona N ha sido afectada por usos que han podido provocar la destrucción de tumbas– puede ser indicador de la escasa demanda que existe por enterrar en esta zona. Por des-gracia, desconocemos la extensión y la densidad de otros sectores del cementerio que, o no han sido localizados o han sido destruidos hace tiempo, sobre todo al S del edificio, donde la acción humana ha sido más intensa. Sólo conocemos la organización de una par-cela concreta, lo que dificulta establecer hipótesis sobre la topo-cronología del conjunto. No podemos contrastar, por ejemplo, si la ocupación de esta zona del cementerio tiene implicaciones cronológicas, si la zona N se ocupa cuando ya se han agotado el resto de los espacios. De ser así y sabiendo que la zona excavada fue utilizada al menos desde el siglo X, debería plantearse una cronología mucho más temprana como momento de fundación del cementerio.

La organización interna del sector del cementerio que estamos estudiando no sigue una pauta definida o, al menos, no podemos identificar con seguridad si la tuvo. Es una cuestión común a los cementerios cristianos altomedievales, en los que difícilmente se aprecia una planificación intencionada del espacio o un patrón de crecimiento concreto; ni se distinguen las zonas de circulación, a diferencia de lo que sucede, por ejemplo, en necrópolis de etapas más avanzadas del medievo en las que se aprecia una ordenación en “calles” (Sarasola y Moraza 2011: 136-150). Si tomamos como referencia el eje E-W, se pueden distinguir cinco franjas paralelas al edificio: la primera está formada por las tumbas 1, 4, 10 y 16; la segunda por las tumbas 2, 5, 15 y 17; la tercera por las tumbas 6-7, 8 y 13; la cuarta por las tumbas 11 y 14; y la quinta, la más aleja-da, la ocupan las tumbas 9 y 12. No se trata, en cualquier caso, de hileras ordenadas y organizadas ni podemos afirmar que su dispo-sición sea intencional.

En el caso de que esté fuese el patrón preferente de ordena-ción del cementerio, podemos suponer que este sector crece en dirección N, ocupándose primero los espacios más próximos al muro del edificio religioso, y alejándose del mismo a medida que aumenta el número de tumbas. No obstante, no contamos con suficientes argumentos para sostener que este modelo de creci-miento y de organización del cementerio sea el correcto. El único indicio que puede relacionarse con una organización en hileras E-W es la yuxtaposición, siguiendo este eje, de las tumbas 11 y 14. Por otro lado, se aprecian algunos casos en los que el eje de orde-nación N-S también pudo tenerse en cuenta para colocar las tum-bas de una forma mínimamente ordenada. Así lo constatamos en las tumbas 1 y 2, paralelas, que comparten orientación y están alineadas por la cabecera, y con algo menos de claridad en el conjunto que forman las tumbas 4, 5 y 6-7.

El mal estado de los huesos recuperados ha dificultado la identificación de posibles patologías sufridas por los individuos. La observación realizada de las cinco vértebras cervicales conservadas en la Tumba 1 y de las articulaciones temporomandibulares de la mandíbula del individuo de la Tumba 2 no ha puesto de manifiesto ningún signo de patología artrósica.

Ninguno de los dientes de adultos recuperados presenta líneas de hipoplasia del esmalte, ni caries, si bien el depósito de sarro es común y el grado de atrición de todas las denticiones, tanto deci-duales como definitivas, es bastante importante. Sí se han identifi-cado en otros individuos signos que habitualmente se relacionan con déficits carenciales: una lesión compatible con cribra orbitalia en los restos craneales de la Tumba 4 y líneas de hipoplasia del esmalte en los dientes de la Tumba 10. Significativamente, son los individuos más jóvenes, de unos 14-16 años en el primer caso y 8 años en el segundo, lo que podría indicar que su muerte temprana pudo estar en relación con una salud deteriorada. En cualquier caso, la escasez de restos no permite ofrecer conclusiones más concretas sobre la salud de la población enterrada en este cemen-terio.

3. INTERPRETACIÓN DE LOS RESULTADOS

3.1. El cementerio

El sector del cementerio documentado durante esta actua-ción arqueológica se ubica al N del edificio identificado como emplazamiento de la antigua iglesia de San Cristóbal, ubicada en una suave ladera que desciende sobre el río Hirvienza. Consideramos que es bastante probable que el solar del actual edificio del centro cultural, transformado en forma y función a lo largo de los siglos, estuviera ocupado por una iglesia o monaste-rio en la época en la que se estableció en su entorno el cemen-terio, tal y como es habitual durante la Edad Media. Si esto es correcto, las tumbas excavadas ocuparían una zona que, por lo general, ha sido considerada como marginal en los espacios cementeriales. Incluso se ha llegado a considera que las zonas septentrionales quedan libres de tumbas en la mayoría de los casos (Casa Martínez 1995). No obstante, no debe entenderse esta pauta general como una norma rígida, ya que el espacio utilizado como cementerio en época altomedieval se define como un entorno en el que no se excluye ninguna zona de forma explí-cita; y en el mismo sentido apuntan los datos que aportan las excavaciones en extensión de algunos cementerios cristianos en los que se ha podido comprobar la relación entre el edificio reli-gioso y las tumbas que lo circundan. Encontramos algunos ejem-plos para ilustrar esta ocupación de la zona septentrional del cementerio tanto en Cantabria como en las regiones limítrofes. En lugares como Respalacios (Morlote Expósito et al. 2005) o El Conventón de Rebolledo (Van den Eynde Ceruti 2002) existen tumbas en el lado N de la iglesia, y lo mismo sucede en Palacios de la Sierra (Andrio Gonzalo 1997), por ejemplo. En ninguno de estos tres casos ni la extensión ni la densidad del sector septen-trional del cementerio son destacables. Como sucede en la necró-polis que estamos tratando, únicamente se ocupan las tres o

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2002), lugares en los que se observa esta variabilidad en la orien-tación y en los que también el edificio religioso que ordenaría el cementerio marca la pauta para la orientación de un número sig-nificativo de tumbas. No resulta fácil explicar qué motiva la varia-bilidad apreciada en la orientación, aunque en ocasiones, como sucedía con la organización de las tumbas, es la topografía lo que condiciona que se disponga una orientación diferente, mantenien-do siempre la referencia del E como punto cardinal hacia el que miran, en sentido amplio, los difuntos. No parece que exista, en términos generales, una relación clara entre cronología y variacio-nes de orientación, al menos en este tipo de cementerios extensi-vos. Sí es cierto, en contraposición, que en algunos casos de cementerios con mayor desarrollo estratigráfico vertical se detecta una variación en la orientación que afecta de forma general a las diferentes fases, como sucede en Santa María de Bareyo (Marcos Martínez et al. 2005), donde cada una de las tres grandes fases diferenciadas tiene una pauta de orientación específica, no siempre coincidente con la del edificio religioso con el que se asocia o en San Vicente de Serrapio, donde las dos fases identificadas tienen diferente orientación (Requejo Pagés 1995). A nuestro entender, tampoco tiene mucho sentido buscar una interpretación estacional que relacione la orientación exacta de la tumba con el momento del año en el que fue excavada, ya que no parece que en la actua-lidad se puedan seguir sosteniendo ese tipo de hipótesis (Meire y Graham-Campbell 2007).

3.2. Las sepulturas

Las sepulturas documentadas en el cementerio de El Campo emplean dos tipos de contenedores: tumbas de lajas, el tipo más habitual, empleado en 12 de los 18 casos; y tumbas de fosa simple con cubierta monolítica o de lajas, de las que únicamente han aparecido cuatro ejemplares. En dos casos no se ha podido deter-minar con precisión el tipo de contenedor empleado.

Las tumbas de lajas que aparecen en este cementerio son fosas excavadas en el suelo con los laterales recubiertos con losas planas de piedra y cerradas en su parte superior por una cubierta plana de losas que apoya sobre las lajas verticales. El fondo, como es habi-tual en este tipo de tumbas, no tiene lajas y el cadáver se deposi-taba directamente sobre el fondo de la fosa, que como ya hemos mencionado más arriba, en ocasiones alcanza el sustrato de caliza margosa. Las tumbas son de planta rectangular o ligeramente trapezoidal. La tendencia general en época altomedieval es emplear el número mínimo de lajas posible en la construcción de cada tumba, aunque este esquema suele estar condicionado por las características de la materia prima utilizada para conformar la estructura. En nuestro caso la pauta general es emplear una laja para la cabecera, otra para el cierre por los pies y dos en cada lateral de la caja. La cubierta puede ser monolítica, como segura-mente lo fue la de la Tumba 2 y quizá la de la Tumba 6-7; o emplear varias lajas, hasta cinco en la Tumba 4, la mejor conservada de este tipo.

La materia prima utilizada en la construcción es arenisca tabu-lar de grano fino, de color rojizo, procedente, según nos informaron algunos vecinos del pueblo, del paraje de Peña Lanchera, a unos 4’5 km en línea recta desde el yacimiento. Es un material de buena calidad que permite obtener losas de buen tamaño y poco grosor,

Si comparamos los aparentes patrones de ordenación de este sector del cementerio de El Campo con otros ejemplos próximos nos encontramos con pautas similares, con espacios en los que se definen retículas irregulares con predominio del eje E-W o del N-S, en función de factores diversos. Por ejemplo, en Respalacios (Morlote Expósito et al. 2005) se distinguen hileras en dirección E-W que implican a más de media docena de tumbas, al mismo tiempo que en otras zonas las tumbas se ordenan escalonadas, siguiendo un eje N-S, para adaptarse a la pendiente del terreno sobre el que se instaló el cementerio. En El Conventón de Rebolledo (Van den Eynde Ceruti 2002) algunos sectores del cementerio están perfectamente organizados en retícula, como sucede con la cuadrícula C1 del sector 2, al occidente de la iglesia, donde apare-cen nueve tumbas perfectamente ordenadas en ambos ejes. Podemos entender, por lo tanto, que existe una cierta tendencia general al orden en los cementerios, pero que está sujeta a condi-cionantes diversos: topografía, modelo de crecimiento, espacios con mayor o menor densidad, etc. Lo realmente complicado es identificar esas pautas y hacerlas corresponder con una motivación concreta. En nuestro caso es plausible que exista una ordenación que sea consecuencia de un modelo de crecimiento concreto, con-céntrico a partir del muro del edificio, pero no contamos con datos suficientes para afirmarlo con rotundidad; sobre todo porque no debemos olvidar que estamos, seguramente, ante una porción reducida de un espacio cementerial que en origen fue mucho más extenso.

La orientación sigue la norma habitual en los cementerios cristianos medievales, donde las tumbas están orientadas hacia el E. En nuestro caso concreto, todas las tumbas se disponen en orientaciones repartidas en un arco entre 75º y 95º con respecto del N geográfico7, siendo la orientación predominante 80º en casi el 50% de los casos en los que se ha podido determinar con pre-cisión. Esta orientación predominante es coincidente con la que tiene el muro del edificio contiguo, lo que puede ser otro indicio de que existía un edificio religioso ocupando el mismo solar en el momento en que se estableció el cementerio medieval. En los cementerios con escaso desarrollo estratigráfico vertical y modelo de gestión del espacio extensivo8 excavados en extensión es habi-tual que exista cierta variabilidad en la orientación de las tumbas, equiparable a grandes rasgos a la que se aprecia en nuestro caso. De nuevo tomamos como ejemplo Respalacios (Morlote Expósito et al. 2005) y El Conventón de Rebolledo (Van den Eynde Ceruti

7 Hemos tomado como referencia este valor a partir de la orientación del edificio del centro cultural y antigua iglesia de San Cristóbal, teniendo en cuenta que la declinación magnética actual en las coordenadas de San Miguel de Aguayo (Cantabria) es menor de 2º, y se ha calculado la orientación de las tumbas en una escala de ±5º.

8 Entendemos como cementerios de “modelo extensivo” aquellos en los que apenas existe un desarrollo estratigráfico vertical, con ausencia casi total de superposiciones de sepulturas, dentro de fases o niveles de uso amplios que duren al menos uno o dos siglos. Empleamos este concepto por oposición a los cementerios “intensivos”, con importantes desarrollos estratigráficos, en los que se determinan dos o más fases o niveles de ocupación y son frecuentes las superposiciones. En Cantabria encontramos buenos ejemplos de ambos modelos: Respalacios, con más de 200 tumbas y ninguna superposición es el mejor modelo de cementerio no estratificado, mientras que Santa María de Bareyo o San Martín de Elines se encontrarían en el extremo opuesto, con secuencias estratigráficas muy complejas (vid. Gutiérrez Cuenca 2015: 469-477).

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hemos comentado más arriba, fue prácticamente imposible delimi-tar la fosa, ya que los procesos postdeposicionales habían provo-cado que no se distinguiese con claridad entre la matriz en la que fue excavada y el relleno. Este fenómeno y las dificultades que ofrece para la interpretación de los cementerios ha sido ya adverti-do en otros yacimientos cantábricos, como en Santa María la Real de Zarautz (Ibáñez Etxeberria y Sarasola Etxegoien 2009). No se ha podido determinar, por lo tanto, ni la forma de la fosa ni su profun-didad. Únicamente en los casos en los que se ha alcanzado el sustrato de caliza margosa sabemos sobre qué superficie fue depo-sitado el difunto y que el fondo es plano, como sucede en las tumbas de lajas que también fueron excavadas hasta esta cota.

Para la cubierta se utiliza en la mayor parte de los casos una sola losa, aunque en la Tumba 13 se emplearon al menos dos. Son de la misma arenisca de grano fino y color rojizo empleada para las tumbas de lajas, excepto en la Tumba 1, cuya cubierta es una losa de mayor grosor que el resto, de una arenisca amarillenta, menos compacta y de grano grueso. En algunos casos existe una cierta desproporción entre el tamaño del individuo inhumado –y segura-mente también entre el tamaño de la fosa, cuya longitud en la mayor parte de las tumbas ha sido determinada de forma estima-tiva–, y el de la cubierta. Esto sucede en las tumbas 1 y 5, en las que se inhumaron individuos adultos y las cubiertas sólo tienen 130 y 136 cm de longitud respectivamente, tamaño insuficiente para cubrir toda la fosa que tuvo que tener más de 140 cm de longitud.

La Tumba 5, de fosa simple con cubierta monolítica, presenta una solución constructiva poco habitual. Unos 20 cm por debajo de la cubierta de piedra y justo por encima de los escasos restos con-servados del esqueleto aparecen unos restos de madera que hemos interpretado como una plancha colocada a modo de protección o cubierta sobre el cadáver. Este tipo de cubiertas de madera está documentado en cementerios medievales franceses como Vilarnau (Passarrius et al. 2008), donde están presentes en sepulturas data-das por 14C entre los siglos X y XII, o el de la basílica de Saint-Denis (Gallien y Langlois 1996), donde aparecen también en momentos atribuidos a esos mismos siglos. El empleo de dobles cubiertas se conoce en otros cementerios de Cantabria, pero siempre en tum-bas de lajas y empleando losas de piedra. Es el caso de Respalacios, en el que 25 de las 155 tumbas excavadas presentaban doble cubierta de una o varias losas de arenisca, separadas en profundi-dad unos 30-40 cm (Morlote Expósito et al. 2005).

El tipo de tumba de fosa con cubierta de lajas es muy poco habitual en Cantabria, donde únicamente disponemos de algunas noticias sobre su uso en Santillán (Cabuérniga), San Andrés de Cos y San Pedro de Ruiloba (Bohigas Roldán 1986); aunque ninguno de esos tres cementerios ha sido objeto de excavación arqueológica. Sí tenemos buenos ejemplos de este tipo de tumba en Vizcaya, donde es muy frecuente su utilización en época altomedieval. El caso más significativo lo encontramos en Elgezua (García Camino 2002), cementerio en el que la fosa con cubierta de una o varias losas es el único tipo utilizado en las cerca de 30 tumbas excava-das. Tres de ellas han sido datadas por radiocarbono y han propor-cionado fechas en torno a los siglo IX y X (GrN-17723: 1165±30 BP, 772-968 cal AD; Ua-10334: 1105±60 BP, 775-1023 cal AD; Ua-10335: 1065±65 BP, 776-1151). En otros lugares como Finaga, Mendraka o Garai encontramos de nuevo este tipo de

muy apropiadas para la construcción de tumbas de lajas. La bús-queda y utilización de este tipo de material de buena calidad para la construcción de tumbas es frecuente en la Alta Edad Media, momento al que corresponden yacimientos en los que la selección de materias primas y las características constructivas de las tumbas son similares a las que observamos en El Campo, como Respalacios (Morlote Expósito et al. 2005), El Conventón de Rebolledo (Van den Eynde Ceruti 2002) o El Convento de Santa Olalla (Iglesias Gil y Pérez Sánchez 2002). En momentos más tardíos parece que la selección de materiales se vuelve menos exigente y el modelo constructivo de las tumbas tiende a emplear más losas y de formas más irregulares, como se observa en San Pedro de Escobedo (Muñoz Fernández et al. 1997) o en San Juan de Maliaño (San Miguel Llamosas et al. 2003). Aunque es cierto que en estos dos últimos casos, ubicados en el entorno de la bahía de Santander y en zonas de sustrato calizo, es más difícil aprovisionarse de mate-riales de calidad como los utilizados en el centro y el S de Cantabria, podemos observar que en otros lugares como San Julián de Liendo (Bohigas Roldán 1992), también en zona costera y con condicionantes similares para obtener losas de gran tamaño y poco grosor, la única tumba documentada –fechada en torno a media-dos del siglo X (GrN-16956: 1060±45 BP, 881-117 cal AD)– utiliza cubierta monolítica y lajas finas de gran tamaño en las paredes de la caja. Este ejemplo puede estar poniendo de manifiesto que realmente el factor cronológico influye en esta cuestión, aunque creemos que tienen más importancia las limitaciones de acceso a la materia prima para explicar los cambios en la morfología de las tumbas que se observan en algunos cementerios medievales de la región.

En una tumba del cementerio de El Campo el material emplea-do para la construcción se aleja de la pauta general. Se trata de la Tumba 10, en la que se han utilizado para la cubierta dos losas de caliza margosa de color negro, conformadas a partir del material del sustrato rocoso sobre el que se asienta el cementerio, mientras que las lajas verticales son bloques más o menos planos de arenis-ca, alguno procedente sin duda del lecho de un río.

Las cajas no presentan ningún tipo de acondicionamiento para la sujeción de la cabeza. En la Tumba 11 apareció una piedra colo-cada a la izquierda de la posición que ocupaba el cráneo que pudo haber servido como “orejera”, pero no se puede determinar con seguridad que fuese esa su función.

Esa misma Tumba 11 es la única en la que se observa una yuxtaposición con una tumba contigua. Aprovecha como laja de cierre por los pies la laja de cabecera de la Tumba 14. El empleo de tumbas ya construidas como apoyo para la delimitación de nuevas tumbas no es raro en otros cementerios de la región. Puede ser un recurso constructivo ocasional, como se observa en La Ermita de Heras (Santamaría et al. 2010) o haber sido empleado de forma sistemática, como sucede en San Vicente de Lloreda, donde 10 de las 14 tumbas del sector R1/1975 comparten lajas (Van den Eynde Ceruti y Ramil González 1985).

El otro tipo que aparece en El Campo son las tumbas de fosa simple con cubierta monolítica o de lajas. Se componen de una fosa excavada en el suelo sin ningún tipo de acondicionamiento estructural de la caja, ni en las paredes ni en el fondo, que se cubre con una o varias losas apoyadas en el borde superior de la fosa. En la mayoría de los casos la laja de cubierta es monolítica. Como

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rados y paralelos a lo largo del cuerpo, o ligeramente flexionados y con las manos sobre la pelvis y el abdomen. En líneas generales, se trata de las posturas más frecuentes en época altomedieval.

En casi todos los casos las sepulturas conservaban restos de un solo individuo. Únicamente se ha registrado un caso de reutiliza-ción en una de las tumbas de lajas, la Tumba 6-7, en la que se observaron restos de dos individuos. Los restos del ocupante origi-nal de la tumba habían sido retirados y se había efectuado una reducción, depositada en la zona de la cabecera, en la que única-mente se han conservado algunos huesos largos –al menos los dos fémures– y el cráneo, colocados junto a la cabeza y sobre el hom-bro derecho del nuevo ocupante. El individuo que se conserva en conexión anatómica no llega a ocupar todo el espacio de la tumba, seguramente porque era de inferior talla que el anterior ocupante, y deja libre buena parte del tercio inferior de la estructura.

La presencia de tumbas reutilizadas no es extraña en los cementerios medievales excavados en el entorno geográfico más próximo, aunque no puede considerarse una práctica habitual. Existen ejemplos de esta práctica en San Pedro de Solía (Carballo 1909), San Vicente de Lloreda (Van den Eynde Ceruti y Ramil González 1985), Santa María la Real de Las Henestrosas (Bohigas Roldán et al. 1992), San Pedro de Escobedo (Muñoz Fernández et al. 1997), Santa María de Piasca (Bohigas y Campuzano 2003), San Juan de Maliaño (San Miguel Llamosas et al. 2003), San Martín de Elines (Domínguez Bolaños 2004) y Santa María de Bareyo (Marcos Martínez et al. 2005). La conservación de huesos largos y del cráneo correspondientes a los ocupantes anteriores, desplazados tanto a la zona de la cabecera como a la zona de los pies, es la pauta más frecuente en las reutilizaciones documenta-das en otros cementerios medievales de Cantabria, aunque no es un tema al que se le haya prestado demasiada atención y está pendiente de una sistematización en el ámbito regional.

El hecho de que habitualmente sea el cráneo la parte conser-vada del esqueleto desplazado en una tumba reutilizada, como sucede en el cementerio de El Campo, puede estar en relación con la creencia recogida en el siglo XIII por el liturgista G. Durandus9, según la cual se considera que la sepultura cristiana –en caso de que el cuerpo haya perdido su integridad– es el lugar en el que está la cabeza. La reutilización de tumbas para acoger sucesivas sepulturas está relacionada, sin lugar a dudas, con un uso de tipo familiar (Paya 2005) y no debe ser entendida como una profana-ción o una costumbre al margen de los dictámenes de la iglesia, sino como un hábito de gestión del espacio del cementerio cristia-no (Gleize 2010), habitual durante toda la Edad Media. De hecho, si durante la Alta Edad Media lo más frecuente es que se reutilicen las propias estructuras, sobre todo las tumbas de lajas, muy apro-piadas para tal efecto, cuando se generalice el uso de ataúdes y fosas simples en la Baja Edad Media ya no se empleará el mismo contenedor, pero sí el mismo espacio, la “fosa”, para enterrar a miembros de una misma familia.

La poca incidencia de las reutilizaciones en este sector del cementerio de El Campo puede tener que ver con el escaso interés

9 “Religiosa sunt ubi cadaver hominis integrum, vel etiam caput tantum sepelitur quia nemo potest duas sepulturas habere. Corpus vero vel aliquod aliud membrum absque capite sepultum, non facit locum religiosum”, Rationale divinorum officiorum, Lib. I, Cap. V, 3.

tumba, en contextos con cronologías radiocarbónicas similares, en torno al siglo X, asociadas en estos casos a tumbas de lajas (García Camino, 2002). En el cementerio de El Campo todo parece indicar que tumbas de fosa con cubierta de lajas y tumbas de lajas fueron empleadas al mismo tiempo, en un momento próximo al que ofre-cen los paralelos vizcaínos, tomando como referencia la datación en torno al siglo X que nos ofrece la Tumba 2.

La escasa representación de este tipo de tumbas en el entorno más próximo puede estar relacionada en cierta medida con una lectura defectuosa del registro arqueológico condicionada por dos factores. Uno es de naturaleza propiamente historiográfica, en el sentido de que durante décadas se ha entendido casi como norma que los cementerios medievales –y sobremanera los altomedieva-les– eran cementerios de tumbas de lajas donde eso es lo que se ha buscado y, por lo tanto, eso es lo que se ha encontrado. El otro está relacionado con las dificultades para detectar fosas debido a los procesos postdeposicionales que hemos aducido más arriba refiriéndonos al caso concreto de El Campo, pero seguramente extensibles a buena parte de los cementerios de la región. Este último fenómeno se combina en ocasiones con la degradación de los huesos humanos producida por la acción de suelos ácidos, que llega a descomponer por completo los restos, lo que motiva que las fosas queden enmascaradas y sean muy difíciles de detectar.

Revisando algunos casos concretos de excavaciones en las que el registro de la información ha sido más o menos riguroso, nos encontramos con ejemplos en los que es probable que existiesen ese tipo de tumbas, pero no pudieron ser detectadas sobre el terreno. Así, en San Vicente de Esles apareció una cubierta monolí-tica que se supuso desplazada, al no encontrar debajo ni lajas ni huesos (Van den Eynde Ceruti, y Ramil González 1985); pero sólo se levantó y no se profundizó para comprobar si podía tener fosa sin lajas. En Respalacios se identificaron varios casos en los que sólo aparecía la cubierta, descritos como “tumbas de lajas incom-pletas” (Morlote Expósito et al. 2005),en un cementerio en el que, si bien en ocasiones se podía diferenciar por textura y coloración el relleno de las tumbas de la matriz, la acidez del suelo había hecho desaparecer por completo los restos óseos. En cualquier caso, la constatación en El Campo de este tipo de tumbas, detectadas no sin dificultad, debe llamar la atención sobre su presencia en otras zonas de Cantabria y es probable que en adelante se identifiquen en más cementerios.

En el interior de las tumbas el cadáver del difunto se colocaba en decúbito supino. La superficie sobre la que descansaba, apoya-do sobre la espalda, era plana, aprovechando en algunos casos el sustrato de caliza margosa, mínimamente acondicionado para regularizarlo. Una vez colocado el cadáver, la tumba, fuese de lajas o de fosa, se cerraba con la cubierta, de manera que la descompo-sición comenzaba en espacio vacío. Hay indicios de este proceso en la Tumba 2, donde la leve inclinación del fondo de la fosa provocó una ligera rotación del cuerpo durante la esqueletización. En el resto de los casos no se han podido realizar apreciaciones de este tipo, por la deficiente conservación. Tanto en las tumbas de lajas como en las de fosa el vano original se fue rellenando tras la colo-cación de la cubierta y es probable que algunos cadáveres hayan terminado de descomponerse en un medio colmatado.

La posición de los brazos, en los casos en que se ha podido determinar, presentaba pocas variantes: o estaban colocados esti-

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Hay otros indicios que son a grandes rasgos coincidentes con esa estimación: la cronología de la escasa cerámica englobada en el relleno de las tumbas y los paralelos formales que hemos expuesto más arriba, sobre todo para las tumbas de fosa con cubierta de lajas. Por lo que se refiere a la cerámica, se puede caracterizar en conjunto como altomedieval, con características que permiten pensar en un momento antiguo dentro del contexto regional. Está ausente la decoración pintada, un tipo que se hace más habitual a partir del siglo XI (Peñil Mínguez et al. 1986; Bohigas Roldán et al. 1989), aunque hay ejemplares datados en torno a fines del siglo X (Bohigas Roldán 2002); y sí hay, sin embar-go, presencia de fragmentos con decoración estriada, considerada algo anterior y con ejemplares datados por TL en torno al siglo IX (vid. Gutiérrez Cuenca y Hierro Gárate 2016). Por tanto, la cronolo-gía de la cerámica sería, a grandes rasgos, coincidente con la que aporta la datación de la tumba 2. Por lo que respecta a los parale-los formales de las estructuras documentadas, siempre teniendo en cuenta que es un dato de valor relativo, hemos llamado la atención sobre la presencia de tumbas de fosa con cubierta de lajas en necrópolis vizcaínas como Elgezua, Finaga, Mendraka o Garai, datadas por radiocarbono en torno al siglo X (García Camino 2002).

En el contexto regional existen varios cementerios medievales en los que se han obtenido dataciones absolutas radiocarbónicas coincidentes con la de la Tumba 2 de El Campo. Sin embargo, la información que nos pueden ofrecer estos yacimientos es limitada, ya que en la mayor parte de los casos las actuaciones arqueológi-cas realizadas han afectado a una superficie muy exigua de los cementerios. Tal es el caso de San Julian de Liendo (GrN-16956: 1060±45 BP, 881-1117 cal AD) (Bohigas Roldán 1992) y de San Vicente de Argüeso (GrN-16712: 1090±30 BP, 892-1014 cal AD) (Vega de la Torre y Vega de la Torre 1993),que ofrecen dataciones en torno a mediados del siglo X próximas a la de El Campo, pero en los que únicamente se ha excavado la tumba que ha sido obje-to de datación, en ambos ejemplos una tumba de lajas sin orejeras y de buena construcción. En el caso de San Julián de Liendo los restos del cementerio medieval se encuentran en el entorno de una iglesia de estilo gótico construida en el siglo XIII, aunque no sabe-mos si existió un edificio religioso anterior; y tampoco si el espacio cementerial tuvo continuidad desde el siglo X al siglo XIII y momentos posteriores. Sucede algo similar a lo que observamos en El Campo, donde también existió un edificio religioso de tradición gótica (Marcos Martínez y García Alonso 2003) que plantea los mismos interrogantes en su relación con el cementerio medieval documentado. En Argüeso el espacio ocupado por el cementerio y la iglesia en torno a la que se articulaba cambió radicalmente de función en la Baja Edad Media, momento en el que la loma en la que se asienta fue ocupada por un castillo. La cronología absoluta nos confirma que otros cementerios de la región también estuvie-ron en funcionamiento durante el siglo X, como sucede en el Convento de Santa Olalla de Celada Marlantes (GrN-15634: 1135±20 BP, 778-982 cal AD) (Iglesias Gil y Pérez Sánchez 2002), en el antiguo monasterio de San Martín de Tobía (Poz-7514: 1100±30 BP, 887-1013 cal AD y Poz-7513: 1035±30 BP, 901-1036 cal AD) (Mantecón Callejo 2004) y, seguramente, en San Vicente de Potes (Poz-4631: 1020±30 BP, 969-1046 cal AD 90,30% prob.) (Vega Maeso et al. 2008).En Santa María de Hito

existente en la época por ocupar una zona que probablemente era un espacio de interés menor, como apuntan otros indicios tratados más arriba. No podemos establecer cuánto tiempo pasó entre la construcción y el primer uso de la Tumba 6-7 y su reutilización, como tampoco podemos conocer si se ocupó y reocupó este espacio en un momento temprano o tardío dentro del periodo de uso del cemente-rio, que seguramente fue de varios siglos. Parece que tanto la escasez de reutilizaciones como la baja densidad de tumbas que se aprecia en este espacio pueden ponerse en relación con un modelo de ges-tión que ejerció poca presión sobre este sector del cementerio. Si hubo zonas más empleadas en uno y otro sentido, con mayor densi-dad y un uso repetido de las mismas estructuras y los mismos espa-cios para acoger nuevas sepulturas, seguramente estuvieron en la parte S del edificio religioso, tal y como se puede deducir a partir de lo que se observa en otros cementerios de la región.

Los difuntos recibieron sepultura, seguramente, envueltos en un simple sudario, del que no ha quedado ninguna evidencia, y sin ningún tipo de objeto de adorno personal, ajuar o depósito que les acompañase en su último tránsito. Los materiales recuperados en el interior de las tumbas, fundamentalmente fragmentos de cerá-mica rodados y de pequeño tamaño, estaban englobados en el relleno de las mismas y en ningún caso se puede hablar de un depósito intencional. El único objeto que podría ser interpretado como un amuleto o filacteria que acompañaba al difunto es la laminilla de sílex aparecida en la Tumba 14, aunque también for-maba parte del relleno de la caja y no estaba asociada directamen-te con los restos humanos. Aparecen ocasionalmente objetos de sílex con esta función tanto en cementerios altomedievales (Azkarate Garai-Olaun y García Camino 1989) como en cemente-rios de época tardoantigua (Azkarate Garai-Olaun 1999; Gutiérrez Cuenca y Hierro Gárate 2007) del norte de la península Ibérica. En nuestro caso, la posición estratigráfica no permite sostener la intencionalidad del depósito, a pesar de que no han aparecido en el lugar otros indicios de que hubiese un yacimiento prehistórico en el espacio del cementerio que ofreciese una explicación alternativa a la presencia de ese objeto.

3.3. Cronología y contexto histórico

Establecer una cronología precisa para los cementerios medieva-les suele ser una cuestión compleja, más aún cuando no existe, como en nuestro caso, una secuencia estratigráfica que ayude a distinguir fases dentro del yacimiento, ni se pueden relacionar las sepulturas con el edificio religioso adyacente, ni existen elementos depositados en el interior de las tumbas que proporcionen una mínima indicación temporal. El dato más sólido con el que contamos para proponer una cronología para la porción de cementerio que ha sido objeto de excavación arqueológica es la datación radiocarbónica obtenida para los restos humanos de la Tumba 2. Esta datación de 14C (Poz-41640: 1085±30 BP) ofrece un rango 894-1016 cal AD (95,4% prob.), con una mayor probabilidad (64,9%) para el lapso 937-1016 cal AD, lo que permite determinar que este sector septentrional del cementerio de El Campo estuvo en uso en torno al siglo X. Sin embargo, esta determinación corresponde a un solo episodio y no permite determi-nar con precisión en qué momento se comienza a enterrar y en qué momento se abandona el área objeto de estudio ni el espacio cementerial en su conjunto.

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Miguel como parroquia con cementerio de la aldea y San Cristóbal como ermita sin derechos como lugar de sepultura.

4. CONCLUSIONES

La excavación de urgencia llevada a cabo en la parcela situada inmediatamente al N del edificio del centro cultural de San Miguel de Aguayo puso al descubierto una parte del cementerio medieval de El Campo. Su existencia era conocida desde la década de 1990, aunque no había sido objeto de ninguna intervención arqueológi-ca, más allá del seguimiento de las obras llevadas a cabo en la Casa del Toro en el año 2000. Se han excavado 16 tumbas de lajas y de fosa simple con cubierta monolítica o de lajas, que han pro-porcionado información acerca de la población enterrada en la necrópolis y, sobre todo, sobre la organización y cronología del espacio funerario del que formaban parte. La datación absoluta obtenida de los restos humanos de una de las tumbas ha permitido establecer que esta zona del recinto funerario estaba en uso en torno a mediados del siglo X, respondiendo al modelo de cemen-terio extensivo altomedieval. Este dato constituye, además, la evi-dencia más antigua documentada hasta la fecha de la ocupación del valle de Aguayo en la Edad Media.

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se han obtenido dataciones del siglo VIII y del siglo XI (Gutiérrez Cuenca 2002), lo que permite suponer que también estuvo en funcionamiento durante el siglo X. En todos los casos son cemen-terios asociados a edificios religiosos –aunque no se conozca la planta de los templos contemporáneos y pese a que las construc-ciones que han llegado hasta nosotros sean bastante más recien-tes– en los que se utilizan tumbas de lajas de manera casi exclusi-va y que responden al modelo que hemos denominado “extensivo” más arriba, sin un desarrollo estratigráfico vertical importante para esta época y momentos posteriores. Al menos en dos de estos lugares, San Vicente de Potes (Mantecón Callejo y Gutiérrez Cuenca 2006) y Santa María de Hito (Gutiérrez Cuenca 2015: 335-372), sabemos con seguridad que existió un largo periodo de utili-zación del espacio cementerial que alcanza hasta la Baja Edad Media.

En cuanto a la historia de Aguayo, la fecha de la Tumba 2 de El Campo permite retrasar al siglo X la existencia de poblamiento medieval en el núcleo de San Miguel y, por extensión, en el resto del valle. Hasta ahora y a falta de evidencias arqueológicas claras10, la referencia más antigua se situaba en el siglo XII, en un documen-to en el que se menciona la existencia de un monasterio en la localidad. Monasterio que vuelve a aparecer, con su iglesia con advocación a San Miguel, a mediados del siglo XIII en una confir-mación de privilegios hecha por Fernando III (García Alonso 2001). Hay que tener en cuenta que la datación obtenida en la necrópolis únicamente nos está señalando un momento de uso del cemente-rio, no el de su fundación. Si, como parece, la parcela excavada se corresponde con la zona septentrional, periférica, de un cementerio altomedieval y éste tuvo una extensión mucho mayor hacia el S y el E del actual centro cultural, es probable que su momento inicial sea más antiguo. En cualquier caso, la excavación de los años 2010-2011 ha permitido confirmar las impresiones obtenidas por M. García Alonso y J. Marcos Martínez durante la intervención del año 2000: la existencia de un cementerio altomedieval anterior a la iglesia –bajomedieval o moderna– de San Cristóbal y que pudo haber estado asociado a un pequeño templo anterior localizado en el mismo lugar (Marcos Martínez y García Alonso 2010).

Quedaría por resolver el interrogante que plantea la identidad del monasterio de San Miguel mencionado por la documentación escrita y su relación con esta hipotética iglesia altomedieval dedi-cada a San Cristóbal. La antigua iglesia de San Cristóbal y la actual iglesia de San Miguel están separadas por el río Hirvienza, pero apenas distan 200 m entre la una y la otra. En ambos enclaves hay indicios –más firmes en el caso de San Cristóbal, como hemos visto en este trabajo– de la presencia de sepulturas altomedievales, por lo que es probable que el monasterio de la documentación fuese la actual iglesia de San Miguel y que los dos cementerios estuviesen funcionando simultáneamente en algún momento, a pesar de su cercanía, algo que no sería excepcional en la Cantabria de la época. Con la delimitación y ordenación de los territorios parro-quiales que se produce en torno al siglo XIII en la región muchas de estas situaciones se corrigen quedando, en este caso, San

10 M. García Alonso (2001) señala la existencia de más tumbas de lajas en las inmediaciones de la iglesia de Santa Olalla, en la vecina localidad de Santa Olalla de Aguayo, así como en la zona del cementerio de San Miguel de Aguayo, aunque ninguno de los dos lugares ha sido objeto de intervención arqueológica.

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