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La isla de la Libertad es un reino lleno de amor y felicidad, pero un día es amenazado por la entrada de los hermanos reyes Gustavo y Alejandro; egoístas y malos. La princesa Samantha con su amiga Brillitos y el duende Simoncito van en busca del Amo del tiempo para recuperar su reino.
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Betel Martínez
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La Isla de la Libertad Betel Martínez
Betel Martínez Facebook: Carnalitos Email: carnalitosmexicanos@yahoo.com
Para
Samantha
La Isla de la Libertad
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Les voy a contar una historia que sucedió hace mucho,
mucho tiempo. Es de un lugar fantástico, lleno de amor y
felicidad. Algunas personas afirman que todavía existe, pero
nadie que yo conozca ha estado allí y quienes se han
aventurado en su búsqueda no han regresado, quizá porque
prefirieron quedarse allá. ¿Saben…? no siempre fue así, en
un tiempo este reino se vio amenazado por guerras y
ambición. Ésta es la historia que voy a contarles, y así
comienza…
Betel Martínez
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La Libertad
Erase una vez un lugar extraordinario gobernado por un
par de amados soberanos; bondadosos y sabios, el rey
Antonio y la reina Irma habían procurado que no hubiera
armas entre sus ciudadanos, y que se conocieran y
ayudaran entre sí. Alojaban con ellos a las hadas y magos
de buen corazón con lo que se respiraba felicidad, amor y
libertad que crecía cada vez más, ya que acogían a
aquellos vecinos que huían de sus déspotas gobernantes:
los hermanos Gustavo y Alejandro, malvados y
codiciosos, obligaban a trabajar a la gente sólo para
enriquecerse con el fruto de su trabajo, motivo por el cual
los pobladores exigían su libertad con guerras.
El territorio de los hermanos era como una enorme
dona, la mitad gobernada por el rey Gustavo y la otra por
el rey Alejandro; en el centro de la dona estaba el reino del
rey Antonio y la reina Irma, rodeado por un gran río que
los hermanos tenían cercado con enormes muros y vigías,
siempre al asecho de que nadie cruzara. Hacia el exterior
de la dona había un desierto inmenso, del cual se contaban
dos leyendas:
La de “El guardián de la noche”, la cual afirmaba que
si alguien se atrevía a aventurarse en el desierto y lo
sorprendía la noche, el guardián que cuidaba la luna podía
lanzarse en contra suya —enamorado de ella, pasaba la
noche como una sombra buscando almas para regalárselas
a la luna en una linda caja de plata—.
Y la de “El guerrero y el viento”, ésta cuenta sobre un
guerrero que viajaba por el mundo, y un buen día vio a su
paso una flor blanca que, solitaria, florecía en medio del
desierto; cayó seducido por ella al instante. El viento,
La Isla de la Libertad
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celoso de este amor, se dirigió hacia la pequeña flor; el
guerrero quiso protegerla con sus enormes brazos, pero el
viento se lo impedía metiéndose por cualquier huequito
desprendiendo sus pétalos hasta que se desvanecieron en
la lejanía. Al ver a su pequeña Lobivia muerta, el guerrero
desenvainó su espada hacia el viento buscando derrotarlo,
y desde entonces continúa entre ambos una batalla sin fin.
Los tornados que hay alrededor del mundo son el guerrero
y el viento, que cegados por el odio destruyen todo a su
paso. Aunque se dice que en sitios lejanos sí ha habido
sobrevivientes a esta feroz pelea, nadie en estos reinos ha
conocido a alguno. A causa de estos miedos los súbditos
de los hermanos preferían enfrentarse a los vigías del río y
escapar a la isla gobernada por los reyes Antonio e Irma,
para encontrar ahí la libertad. Sabían que si lo cruzaban
serían felices, por lo que los habitantes de los dos reinos la
llamaban: La isla de la Libertad.
Los reyes Gustavo y Alejandro ocupaban su tiempo
planeando cómo entrar a la isla para gobernarla; no habían
podido hasta entonces debido a que no tenían suficientes
soldados para ir a la guerra, ni su pueblo parecía muy
interesado en derrotar a La isla de la Libertad, además, los
habitantes de ésta desprendían una energía que impedía
pasar a las personas de malos sentimientos. ¿Cómo
podrían entonces intentar siquiera la menor de las
escaramuzas, infiltrar espías o articular estrategia de
guerra alguna?
Betel Martínez
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Princesa Samantha y Brillitos
La reina Irma solía contemplar desde su balcón los
primeros rayos que el amanecer vertía sobre su reino, del
cual se sentía orgullosa pues estaba lleno de amor,
sentimiento contagioso incluso para cualquier recién
llegado. Observaba al panadero horneando el delicioso pan
dulce, a las hadas cosiendo los vestidos, a los duendes en
las cosechas, a los niños sentados alrededor del mago viejo
y sabio que siempre tenía una buena historia que contarles
o algún truco de magia con qué sorprenderlos. Se sentía
satisfecha por ver a su pueblo libre y feliz, a la vez que
triste al avistar los reinos vecinos en donde no podía
entrar, recordaba que allá la gente sufría pues había
hambre, enfermedad y muerte.
Una mañana vio que la gente corría hacia una de las
calles y miraba algo en el suelo; la reina buscó al rey quien
se encontraba en la mesa redonda, y juntos se dirigieron al
lugar, todos les abrían paso con una reverencia. Al llegar
encontraron a un hada de color negro que yacía en el
suelo.
—Yo la vi, estaba recogiendo la cosecha cuando llegó
volando muy débil, haciendo muchos esfuerzos por seguir,
hasta que se desvaneció y cayó —explicó uno de los
duendes.
La reina se acercó al hada y la levantó, los habitantes
asustados le decían:
—¡No la toque, su majestad!, no sabemos de dónde
viene, quizá está enferma.
—No se preocupen por mí, vayan por agua al pozo.
La Isla de la Libertad
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Uno de los duendes regresó con un poco de agua del
pozo adyacente al castillo, la reina dio de beber al hada
quien inmediatamente recobró su resplandor amarillo,
voló rápidamente y, sin dejar de sonreír, repartió besos a
los que estaban alrededor.
—Son muy gentiles —decía el hada mientras daba
volteretas en el aire.
El rey Antonio se dirigió a la multitud y les pidió que
regresaran a sus actividades. Los reyes invitaron al hada a
comer. Una vez que entraron los sirvientes con los
platillos el hada dio un brinco hacia el pastel y de un sólo
bocado se lo terminó, como hizo poco después con la sopa
y el guisado. La risa de los reyes la ruborizó; al instante
cambió su color a un rojo brillante.
—Adelante pequeña hada, come lo que gustes —dijo
la reina.
—Disculpen y muchas gracias, son ustedes muy
gentiles.
La reina le acercó otro plato con más pan y le preguntó
su nombre.
—Me llamo Michelle, pero todos me dicen Brillitos
porque mi brillo cambia dependiendo de mi humor; si
estoy enojada me vuelvo café rojizo; si estoy feliz,
amarilla, pero es algo que no me gusta porque no puedo
disimular ni esconder lo que siento; cuando me gusta
alguien no puedo ni siquiera verlo ni pensar en él, porque
mi color se vuelve rojo brillante, eso es muy vergonzoso
pues todos se dan cuenta y se burlan de mí —hablaba la
pequeña hada mientras comía y comía.
—¿De dónde vienes? —quiso saber el rey.
—Vengo de un lugar muy lejano, del reino de Las
luces sin fin, allí donde sólo hay hadas; se puede ver desde
cualquier punto a kilómetros de distancia debido al brillo
de todas nosotras. Éramos muy felices hasta que un día
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nos sorprendió un gnomo deslumbrante; ¿los conocen?
espero que no viva aquí ninguno de ésos, les dicen así por
el brillo que desprenden después de comer muchas hadas;
yo fui la primera en verlo, tuvimos que salir volando
apresuradamente, hasta que después de mucho tiempo me
di cuenta de que ya nadie estaba a mi lado, desde entonces
estoy buscando a las hadas del reino de Las luces sin fin.
He volado por 200 soles sin encontrarlas, cuando llegué
aquí ya estaba demasiado cansada, fue por eso que me
desvanecí, desde hace días hacía un gran esfuerzo por
mantenerme en el aire, pero la vista se me nubló, dejé de
mover las alas, palideció mi brillo y caí. ¿Qué es lo que
tiene esa agua?, porque desde que la tomé me siento
requetebién —seguía hablando mientras comía y comía—.
Ahora puedo volar más alto, soy más veloz y mi brillo es
más intenso, ¿qué es lo que me dieron de tomar?
—Es el agua del pozo mágico —respondió el rey—.
Hace 5 mil años llegaron varias hadas como tú, la menor
estaba muy enferma, mi bisabuela, que en ese tiempo era
una niña, la cuidó y curó, le llevó agua de ese pozo hasta
que el hada se recuperó.
Su mamá le dijo a mi bisabuela:
—Ustedes son muy bondadosos y buenos, con su amor
han curado a mi pequeña hada; como prueba de mi
agradecimiento el agua de este pozo estará encantada,
desde hoy cualquier ser vivo que la tome se curará de
todos sus males físicos.
—Desde entonces nunca nadie ha enfermado en este
reino —continuó el rey—, a las personas enfermas que
escapan de los alrededores les damos de beber agua del
pozo para que sanen. Es por eso que la gente aquí vive
muchos años: el mago Azur es el más viejo de todos, tiene
1,200 años; la cocinera tiene 900, aunque si le preguntas te
dirá que tiene 500.
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Brillitos soltó una carcajada y después dio un gran
bostezo.
—Pobrecita, estás muy cansada —dijo la reina; se
puso de pie, la tomó entre sus manos y la llevó al cuarto de
huéspedes.
Al abrir la puerta el hada voló rápidamente hacia la
cama.
—¡Una cama!, ¡una cama!... Hace muchísimo tiempo
que no dormía en una cama, creo que hoy es el día más
feliz de mi vida, ¡podré dormir en una cama!
Brillitos voló hacia la reina, le dio un beso en la mejilla
y le dijo:
—Muchas gracias, ustedes son unas personas muy
gentiles; como prueba de mi agradecimiento les daré un
regalo.
—No te molestes, nosotros somos muy felices, no nos
hace falta nada, guarda tu obsequio para dárselo a alguien
que lo necesite; en la vida te puedes encontrar a gente
buena que en verdad lo aproveche.
—Esto se los quiero dar de corazón, no había conocido
gente como ustedes que se preocupara tanto por los demás.
Dentro de nueve meses se darán cuenta de mi obsequio,
les aseguro que estarán más felices que ahora, es lo único
que puedo darles que les haga falta.
Y así fue, en nueve meses nació una bella niña a la que
nombraron Samantha, los reyes estaban jubilosos y los
habitantes del reino compartían su dicha.
Como muestra de su agradecimiento alojaron a
Michelle en una casita en la habitación de Samantha, y la
nombraron el hada oficial de la princesa.
La princesa Samantha creció con la inquietud que
muestra cualquier niño: todo el tiempo corría, trepaba
árboles, jugaba en las canoas del río y hacía travesuras.
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Los reyes sonreían cuando se enteraban que la tela de las
hadas estaba pintada, o escuchaban los gritos del panadero
porque sus pasteles estaban salados, o que el carpintero no
encontraba el hacha por ningún lado. Todos en el reino
sabían que la princesa Samantha era la autora, pero nadie se
molestaba, sólo reían; buscaban una tela limpia, hacían más
pasteles, hallaban por fin el hacha y seguían trabajando de
buena gana. Todo el reino la amaba, llenándola de
bendiciones, regalos y buenos deseos.
Brillitos estaba siempre con ella; en lugar de ser su
nana era su cómplice. Cuando la princesa quería hacer
alguna travesura se escondía, no le gustaba que Brillitos se
enterara porque cuando tenía algo que ocultar su brillo
cambiaba a color violeta.
Cada mañana, cuando la reina se encontraba en su
balcón, la princesa se acercaba, observaba al igual que su
madre que más allá del río había guerras, hambre,
enfermedades y muerte. Samantha soñaba despierta en ir a
hablar con los reyes Gustavo y Alejandro para decirles que
podían hacer de su reino uno lleno de amor y felicidad, no
creía a nadie tan malo como para provocar eso; pensaba
que sólo era cuestión de hacerles ver lo que estaban
haciendo, y que ella podía cambiar la suerte de los
pobladores vecinos y liberarlos.
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Entrada al reino
El día que la princesa Samantha cumplió 10 años
estrenó un hermoso vestido amarillo para la fiesta; al verse
al espejo pensó que ya era mayor para tomar sus propias
decisiones e ir a hablar con los reyes Gustavo y Alejandro.
En la fiesta había música y mucha comida; el pueblo
cantaba y bailaba. La princesa se dirigió al río cuando vio
que todos estaban distraídos; se detuvo a mitad del camino
y volteó un instante hacia atrás: «Sólo me ausentaré un
momento… ni cuenta se darán de que no estoy», pensó.
Tomó la canoa del pescador y cruzó el río hacia el reino de
los hermanos. Al llegar al otro lado, un muro con alambres
de púas en lo alto la detuvo, lanzó una cuerda por encima
de él, amarró una punta a su cintura y se fue jalando con la
otra mitad para escalar por la enorme pared. Del otro lado
estaban los vigías del muro.
—¡Niña!, ¿qué haces aquí?, ¿vienes de la Libertad?
—Sí… soy la princesa Samantha, vine a hablar con sus
reyes.
Los guardias voltearon a verse con risa maliciosa.
—Discúlpenos su majestad, nosotros no sabíamos que
era la princesa de la Libertad, la llevaremos con ellos.
En el trayecto la princesa Samantha miraba con horror
lo que sucedía: había gente con las ropas rotas durmiendo
en la calle; las casas negras por los incendios que los
guardias provocaban para hacerse obedecer; la gente,
enferma, sucia, muy delgada; se escuchaban ruidos y
gritos por doquier. La niña cada vez tenía más miedo, pero
trataba de contenerse; tenía un propósito: hablar con los
reyes y tratar de liberar a sus habitantes, hacerles ver que
podían gobernar para el bien, que su reino podía ser feliz.
Recorrieron varias calles hasta el castillo. Éste era enorme,
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abarcaba desde el muro que acababa de saltar hasta el
desierto, llegaron a una muralla con un portón, en la
entrada un puñado de vigías resguardaba el castillo;
asombrada, la niña observaba a esos hombres tratando de
no asustarse y salir corriendo. Al pasar uno de ellos jaló
una palanca que dejó caer con lentitud un puente que
permitía atravesar un río de lava; cuando por fin llegaron a
la puerta del castillo uno de los guardias tocó, se escuchó
un cerrojo y alguien se asomó por una pequeña ventana.
—¿Qué se les ofrece caballeros?
—Se encuentra aquí la princesa Samantha de la isla de
la Libertad, quiere hablar con los reyes.
La persona del otro lado se asomó y miró a la princesa
de arriba abajo mientras una sonrisa malévola se comenzó
a dibujar en su rostro.
—Bienvenida a este castillo —dijo al abrir la puerta y
hacer una reverencia.
Caminaron entre arcos con grandes columnas doradas
que sostenían en el techo bóvedas pintadas con oro; al
final de aquel pasillo se encontraba el trono del rey
Gustavo.
La princesa pensó que no se veía tan malo.
—Su majestad, disculpe por molestarlo, en la pared
que da a la Libertad encontramos a esta niña, es la
princesa Samantha, pretende hablar con usted —dijo uno
de los guardias.
—¡Qué grata sorpresa! —contestó el rey Gustavo
levantándose de su trono—. Llámenle al rey Alejandro,
que venga rápido.
Los guardias montaron sus caballos y salieron a galope,
el soberano observó a la princesa por varios minutos.
—¿A qué debemos su visita pequeña princesita?
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—Disculpe, vengo rápido porque me están esperando,
hoy cumplo diez años y quisiera hablar con ustedes
respecto a su reino.
—¿Nuestro reino?, ¿qué es lo que tiene nuestro reino?
—No sé si se ha dado cuenta, la gente sufre mucho
aquí, ustedes pueden reinar bien y lograr que la gente esté
feliz, pueden crear un reino en donde todos se amen y
ayuden.
—¿Tú crees eso pequeña princesa?
—Claro que sí.
—¿Tú nos ayudarías a hacerlo?
—Sí… si ustedes lo permiten.
—Está aquí el rey Alejandro —anunció un sirviente.
—¿Qué es lo que pasa hermano?, ¿por qué tanta prisa?
—¡Mira a quien tenemos aquí!, la princesa de la
Libertad vino a hablar con nosotros.
El rey Alejandro la miró asombrado y le preguntó:
—¿Tus padres saben que estás aquí?
—No, ellos están en la fiesta, si les hubiera dicho no
me hubieran permitido venir.
—Pues tienen razón —dijo el rey Gustavo—,
¡captúrenla!
Dos guardias la tomaron de los brazos; la niña los
miraba asustada, gritaba y se sacudía tratando de zafarse;
el rey Gustavo se acercó a ella, le agarró la barbilla y le
dijo sonriendo:
—Por el momento nos sirves viva para entrar a la
Libertad, pero cuando sea de nosotros ¡te mataremos!
—¡Llévenla al pozo! —ordenó el rey Alejandro,
señalando con la mano.
—Hoy es nuestra noche —decían los hermanos
mientras reían satisfechos.
La llevaron a un pozo seco, donde la aventaron;
empezó a gritar, pero nadie la escuchaba, intentó subir la
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pared de ladrillos, pero era inútil, se resbalaba
lastimándose las manos.
Los hermanos pidieron que todos los guardias se
presentaran en el castillo para anunciar:
—Tenemos capturada a la princesa Samantha, la hija
de los reyes Antonio e Irma, hoy es nuestra noche, la
Libertad es nuestra. Prepárense todos para la batalla: ¡hoy
es el día!
Los hermanos y los guardias se enfilaron a orillas del
reino, cruzaron el río y rodearon la isla de la Libertad.
—¡Rey Antonio!, ¡reina Irma! —gritaron los
hermanos.
La música dejó de sonar, todos dejaron de bailar y
orientados por las voces se dirigieron al río para darse
cuenta que los hermanos y sus guardias los rodeaban.
—¿Qué es esto?, ¿qué es lo que están haciendo aquí?
—preguntó el rey Antonio.
—Sólo estamos entrando a la Libertad porque hoy será
de nosotros —contestó el rey Gustavo.
—¿Qué es lo que estás diciendo?
Los habitantes cerraban los ojos; concentrándose,
intentaban llenarse de la energía que había impedido antes
que los hermanos y sus guardias entraran.
—Dile a todos que dejen de hacer eso, tenemos
capturada a la princesa Samantha —ordenó el rey
Alejandro.
—¡Samantha! —gritó la reina con horror.
—Sí, como lo escucharon tenemos capturada a su
princesita, si no hacen lo que les decimos no volverán a
verla jamás.
Todos sorprendidos y asustados abrieron los ojos.
—Su pequeña se encuentra oculta en nuestro castillo,
si no nos entregan la Libertad la mataremos.
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Brillitos se asustó mucho y cambió su brillo a color
negro; voló al castillo del rey Gustavo tratando de que
nadie la viera, le resultó fácil ya que por su color se perdía
en la oscuridad de la noche. Al llegar escuchó los gritos de
la princesa Samantha:
—¡Ayúdenme! ¡Sáquenme de aquí!
Dos guardias la vigilaban, el hada pasó cerca de ellos
sin que la descubrieran, se acercó al tablón que habían
puesto para cubrir el pozo, trató de quitarlo, pero era
demasiado pesado para ella, vio un orificio y entró por ahí,
encontró a Samantha asustada y gritando. Brillitos se
acercó a ella y la abrazó.
De repente se escuchó un ruido y empezaron a ver el
resplandor de la luna, asustadas dieron unos pasos hacia
atrás abrazándose, alguien les arrojó una cuerda.
—¡Salgan ya!
La princesa tomó la cuerda y subió poco a poco.
Cuando salieron, los guardias estaban inconscientes en el
piso y frente a ellas varias personas que nunca habían
visto.
—¿Quiénes son ustedes? —quiso saber la princesa.
—Habitantes de este reino —respondió uno de ellos—
No somos malos, sabemos que eres la princesa de la isla
de la Libertad, ustedes reciben a las personas que huyen de
aquí, por lo tanto, todos los queremos aunque no los
conozcamos, cuando supimos de tu captura venimos a
ayudarte.
—¿Qué es lo que están haciendo ustedes aquí?
—interrumpió un guardia, tras de él venían varios más.
—¡Corre niña, huye de aquí!, los malvados hermanos
ya entraron a la Libertad, si te capturan te matarán
—gritaban las personas que la sacaron del pozo.
La princesa escapó junto a Brillitos, quien volaba a
baja altura pendiente de la princesa; espada en mano, un
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guardia las persiguió durante varias calles; la princesa
corría sin parar con el guardia detrás hasta que llegaron al
desierto, el guardia detuvo su persecución y las dejó ir
creyendo que no sobrevivirían. El cansancio las detuvo,
voltearon hacia atrás y sólo vieron oscuridad.
—¿En dónde estamos? —preguntaba Samantha
mientras miraba a su alrededor.
—En el desierto —contestó Brillitos asustada.
—¿Qué hacemos? Corrimos mucho, hay que regresar
y rescatar a mis padres, no pueden capturarlos.
Caminaron de regreso, apenas habían dado unos pasos
cuando vieron pasar una gran sombra.
—¿Qué fue eso Brillitos?, ¿lo viste?
—Sí, claro que lo vi, tenemos que irnos de aquí.
Brillitos acababa de completar la frase cuando salió una
gran sombra de casi tres metros.
—¿Quién se atreve a despertarme? —preguntó la
sombra desvaneciéndose.
—Disculpe por molestarlo, vamos de regreso a nuestro
reino, no se enoje, no lo estorbaremos más —respondió
Samantha mientras daba unos pasos hacia atrás.
—¿Molestarme? Creo que ya me han molestado,
interrumpieron mi sueño y nadie debe hacer eso.
La sombra seguía hablando; conforme se les acercaba
se hacía más grande, y ellas retrocedían.
—Hoy mi bella luna tendrá dos lindos regalos.
—¡Es el guardián de la noche! —exclamó Samantha.
—¡Corre! —gritó Brillitos.
La princesa corrió lo más que pudo, Brillitos volaba a
su lado mientras que la sombra las perseguía a lo largo del
desierto.
—No van a escapar de mí, hace mucho que no le doy
un regalo a mi preciosa luna.
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La princesa corrió y corrió hasta que comenzó a volar
dando giros sin control alguno, seguida muy de cerca por
Brillitos.
—¡Mira eso! —señaló la princesa dando vueltas y
vueltas—. En la tierra un guerrero con su espada peleaba
solo.
—Estoy muy mareada —dijo Brillitos.
—Yo también.
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En busca del Amo del tiempo
—¡Niña despierta! ¡Despierta!
Samantha abrió los ojos en un bosque: frente a ella se
encontraba un duendecillo de ojos azules que miraban en
diferente dirección; tenía grandes alas e iba vestido con un
gran sombrero y pantalones azules terminados en picos,
los cuales le llegaban abajo de las rodillas.
—Hola niña, ¿estás bien?, soy Simón —dijo el
duende.
—No lo sé, me duele la cabeza, no sé donde estoy.
¡Brillitos! ¡Brillitos! ¿Dónde estás? —gritaba la princesa
confundida.
—Creo que ella es Brillitos —decía Simón mientras
señalaba al hada que se encontraba en el suelo.
—¡Brillitos!, ¡Brillitos!, ¡despierta!, ¿estás bien?
—preguntó Samantha moviéndola con cuidado.
El hada abrió lentamente los ojos.
—Estoy bien... ¿Dónde estamos? —preguntó mientras
se levantó del suelo lentamente intentando aletear.
Las dos observaron a su alrededor, había grandes
árboles por doquier, no era su reino, tampoco el de los
hermanos Gustavo y Alejandro.
—Están en el reino del Amo del tiempo —respondió el
duende.
—¿Y tú quién eres? —preguntó Brillitos.
—Soy Simón, puedes llamarme Simoncito, yo vivo
aquí, ésa era mi casa —contestó señalando una pequeña
flor que se encontraba en el suelo—. Ustedes cayeron de
repente como una bala de cañón y la aplastaron.
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—Perdónanos, lo sentimos mucho, no fue nuestra
intención —decía la princesa y ambas miraban
preocupadas la casita del duende.
—No hay problema, puedo vivir en otro lugar.
Brillitos se acordó del reino de Las luces sin fin, tenía
mucho tiempo que dejó de buscarlo y pensó que a lo mejor
podría estar cerca de allí.
—¿No has visto por aquí a algunas hadas como yo?
¿Conoces el reino de Las luces sin fin? —preguntó
Brillitos emocionada y con tono amarrillo brillante.
—No, he vivido aquí toda mi vida y no había visto a
alguien como tú, pero eres muy bonita.
Brillitos sonrió y cambió su color a rojo.
—¿Y el del rey Antonio y la reina Irma? algunos lo
llaman la isla de la Libertad —preguntó la princesa.
—No, no conozco ninguno de esos reinos, nunca he
oído hablar de ellos.
—¿Qué haremos Brillitos?, ¿cómo regresaremos si ni
siquiera sabemos en dónde estamos?, ¿qué les habrá
pasado a mis papás y al reino?
—No lo sé princesa —decía Brillitos mientras se
sentaba en una hoja.
—¿Eres una princesa?, entonces sí puedo ayudarlas en
lo que sea, estoy a sus órdenes —dijo el duende.
—No creo que puedas ayudarnos, muchas gracias
—respondió Samantha.
—Cuéntenme lo que les pasa y a lo mejor se me
ocurrirá algo.
La princesa se sentó al lado de Brillitos, quien le contó
al duende Simoncito lo que les pasó a ellas y a su reino.
—No lo sé, ¿cómo podré ayudarlas?... Tengo que
pensar, pensar, pensar —decía el duende; de pronto se
comenzó a levantar la punta de su sombrero—. ¡Ya sé!, les
dije que éste es el reino del Amo del tiempo, pasando esas
Betel Martínez
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montañas que se ven a lo lejos está él; puede ver el pasado
y el futuro, retroceder el tiempo y cambiar la historia,
muchas personas recurren a él, no es nada fácil
convencerlo, pero dicen que ha cambiado cosas para bien;
cuando le cuenten su historia estoy seguro que les ayudará.
La princesa Samantha y Brillitos se miraron sonrientes,
se levantaron rápidamente y se pusieron en marcha.
—¡Esperen! quiero ir con ustedes.
—¿Estás seguro? —dijo la princesa.
—¿No quieres quedarte con tu familia? —preguntó
Brillitos.
—No tengo a nadie, he estado aquí desde que tengo
memoria y siempre he estado solo.
—Si quieres acompañarnos está bien, serás bienvenido
—dijo Samantha.
Los tres emprendieron el viaje, caminaron el resto del
día y la noche entera, sólo se sentaban en el pasto para
descansar y dormir un poco, comían fruta de los diferentes
árboles que había por doquier.
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La lámpara
En el camino escucharon voces y unos ruidos cuyo
origen no alcanzaban a distinguir, fueron hacia ellos,
detrás de unos arbustos vieron a unas personas con rasgos
de jabalí: todo el cuerpo lleno de vello, ojos chiquitos, una
pequeña trompa y las patas un poco curvadas, ellas salían
de unas minas cargando cubetas y picos de metal.
—¿Qué hacen aquí?
Voltearon con rapidez hacia donde escucharon la
tronante voz y se percataron que había una de esas
criaturas detrás de ellos; al verlo, retrocedieron asustados.
—¿Quiénes son ustedes? ¿Qué hacen aquí? —insistía
aquel ser.
Los tres se quedaron inmóviles, sin decir palabra
alguna.
—¿Qué es lo que buscan? ¿Están perdidos?
—Va-a-a-mos hacia donde e-e-e-stá el Amo del
tiempo, e-e-escuchamos voces y venimos aquí pa-a-a-ara
saber lo que era ese ruido —dijo la niña con miedo.
—¿Qué pasa aquí? —se escuchó otra voz.
—Van a ver al Amo del tiempo, su majestad Esmeralda
—respondió la criatura.
Frente a ellos tenían a una mujer muy hermosa, alta,
con la piel blanca, nariz respingada, con grandes ojos
verdes, el cabello largo oscuro con reflejos verdes; su
vestido era muy elegante: las orillas del escote y las
mangas estaban bordadas con piedras verdes como las que
lucía en el cuello y en cada uno de los dedos.
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—Así que quieren ir a buscar al Amo del tiempo, es un
camino largo, acompáñenme a mi castillo para que coman
algo.
La siguieron. Durante el camino vieron hileras de
criaturas que entraban y salían de una mina.
El castillo se ubicaba al pie de una montaña, la puerta
tenía columnas a los lados; al entrar, se quedaron
asombrados: decoradas con piedras verdes, las columnas
continuaban de la entrada hasta el trono de la reina, pero la
alfombra las tenía en las orillas, las que estaban en el techo
simulaban las estrellas del manto estelar; también las había
incrustadas en el gran trono, la mesa, las sillas, los platos
del comedor, no había ningún objeto en el castillo que no
tuviera alguna… ya estaba dispuesto un banquete. Los tres
se entusiasmaron, sólo habían comido fruta, Brillitos
cambio su color de negro a amarillo brillante y se abalanzó
hacia la comida.
—¿Cambiaste de color? —preguntó la reina Esmeralda
asombrada.
—Sí, cambio de color dependiendo de mi estado de
ánimo, cambio a muchos colores.
—¿Puedes cambiar también a verde?
—Claro, a todos los colores que se pueda imaginar.
—Te verás más bonita en una lámpara —murmuró la
reina Esmeralda.
—¿Qué fue lo que dijo? no la escuché —preguntó
Brillitos mientras comía y comía.
—No, nada, sólo pensaba. ¡Qué grosera! no me
presenté, soy la reina Esmeralda y, como verán, me gustan
mucho las joyas, claro, las esmeraldas son mis favoritas,
los jabals trabajan para darme estas piedras que tanto amo
—decía mientras levantaba su copa envuelta con grandes
esmeraldas.
La Isla de la Libertad
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—¿Para qué quieren ver al Amo del tiempo? Es un
camino muy largo para tres pequeños como ustedes.
—Vamos porque él es el único que puede ayudarme a
rescatar el reino de mis padres.
—Tienes razón pequeña, el Amo del tiempo lo puede
todo.
—¿Usted lo conoce? —preguntó Simoncito.
—No, nunca lo he visto, pero todos sabemos lo que
puede hacer, lo controla todo y estoy segura de que te
sacará del problema. Está anocheciendo, pueden quedarse
aquí y continuar mañana su viaje.
—Gracias reina Esmeralda, descansaremos un poco y
seguiremos nuestro camino —dijo la princesa.
—Como ustedes digan, les mostraré sus habitaciones.
Cada uno fue alojado en diferente recámara; la
princesita estaba asombrada: las habitaciones ostentaban
esmeraldas con diseños muy elegantes. Se durmieron tan
pronto como tocaron la cama, estaban tan cansados que
despertaron hasta el medio día, la princesa Samantha y
Simoncito esperaron en la entrada por varios minutos a
Brillitos; impacientes, fueron a su habitación, pero una vez
adentro se dieron cuenta de que estaba vacía. Buscaron por
todo el cuarto, pero no la encontraron en ningún lado.
—¿Buscan al hada? —preguntó la reina Esmeralda
mientras entraba en la habitación—. Se fue en la mañana,
quería ser la primera en encontrar al Amo del tiempo e
impresionarlos a ustedes, así que dense prisa, si se apuran
podrán alcanzarla —dijo dándoles dos costales llenos de
pan a cada uno—. Corran, tienen que alcanzarla, corran
niños ¡apresúrense! —exclamó mientras los empujaba
hasta la salida del castillo, cerró la puerta detrás de ellos.
—Esto está muy mal, no creo que Brillitos se fuera sin
nosotros —dijo la princesa.
—Yo tampoco lo creo.
Betel Martínez
- 24 -
Se escondieron tras unos arbustos a unos metros del
castillo, la puerta todavía permanecía cerrada.
—¿Ahora qué hacemos? —preguntó la princesa
sentándose en el pasto.
—No lo sé, hay que pensar, pensar, pensar —decía
Simoncito dando pasos de aquí para allá, su sombrero se
levantó hacia al cielo—. ¡Ya sé!, esperamos a que la reina
Esmeralda salga, seguramente todo el tiempo está afuera
supervisando que no le roben ninguna piedra; cuando abra
la puerta entramos corriendo.
Así sucedió. Sólo había dos sirvientes, pues los demás
estaban trabajando en las minas. Con pequeños pasos se
escondieron tras las columnas, hasta que llegaron a las
escaleras, buscaron a Brillitos en diez de las veinte
habitaciones, al entrar a la recámara de la reina vieron a su
amiga encerrada en una esfera de cristal; al verlos, ella
saltó cambiando su color de verde a amarrillo; agarraron la
esfera, cuando iban hacia la puerta la reina Esmeralda se
mostró de pie frente a ellos.
—¿A dónde creen que van pequeñuelos? ¡Atrápenlos!
Entraron tres jabals, uno de ellos agarró del brazo a la
princesa.
—¡Esto es mío! —dijo la reina Esmeralda
arrebatándole la esfera de cristal.
Otro jabal correteaba al duende por toda la habitación:
Simoncito volaba rápidamente, pero el tercero ya había
abierto un costal y cuando el pequeño duende se dio
cuenta ya movía sus alas en la oscuridad de su rústica
prisión.
—¡Qué malos modales!, ¿no les enseñaron a no entrar
a las casas ajenas cuando no los invitan? Yo quería ser
buena con ustedes, los hospedé en mi castillo, les di de
comer y así me pagan, robándome, metiéndose en mi
morada en mi ausencia y sin permiso. Ahora verán mi otra
La Isla de la Libertad
- 25 -
cara y les aseguro que no les agradará. ¡Llévenselos con
Jalo!, le parecerán exquisitos.
Los jabals salieron con la princesa Samantha y
Simoncito en el costal.
La reina Esmeralda colocó la esfera en el buró al lado
de su cama.
—Tú te quedarás aquí conmigo para que me alumbres
al anochecer con tu hermosa luz verde, tus amigos tendrán
un gran banquete —dijo la reina mirando fijamente a
Brillitos, después empezó a reír a carcajadas, de repente
cerró sus labios y se acercó al hada—. Tendrán un gran
banquete y ellos serán la cena —añadió, y volvió a reír,
todos los jabals que se encontraban afuera voltearon por
un momento al castillo al escuchar su estruendosa
carcajada.
Brillitos asustada la veía a través del cristal.
Los jabals le habían puesto un saco en la cabeza a la
princesa Samantha; caminaron por un rato, y cuando
comenzaron a escuchar ruidos y gemidos disminuyeron su
paso sigilosos, de pronto se detuvieron.
—Ya llegamos —dijo uno de los custodios jabal
quitándole a la niña el saco de la cabeza.
Estaban a la orilla de un gran agujero con una horrible
criatura en el fondo; al verlo, Samantha dio un grito, sintió
un empujón y cayó, los custodios se fueron cuando el
costal con Simoncito dentro terminó de dar tumbos en el
fondo del agujero. La princesa se levantó: estaba frente a
un monstruoso jabal diez veces más grande que el
promedio, la niña se quedó inmóvil, el monstruo la
observaba y dio un gruñido tan fuerte y feroz que ella
creyó que se había oído hasta el otro lado del mundo.
—¿Qué es lo que pasa? —gritó Simoncito desde
adentro del costal.
Betel Martínez
- 26 -
La criatura se dio la vuelta, vio el costal en el suelo y
alzó su gran pata para aplastarlo; al darse cuenta de lo que
éste iba a hacer, Samantha dio un brinco y se pescó de las
orejas del jabal, quien movió su pata hacia atrás y sacudió
la cabeza de un lado a otro con rapidez; Samantha se
sujetaba para no caerse y de vez en vez daba uno que otro
grito.
—¿Qué es lo que pasa? —chillaba Simoncito desde el
costal.
—Hay un jabal, estoy agarrada de su cabeza, pero creo
que ya no podré sujetarme.
—No te preocupes, yo te salvaré.
Simoncito intentaba volar con todas sus fuerzas, pero el
costal era tan pesado que apenas se levantaba del suelo, la
princesa seguía zarandeándose en la nuca del jabal que
trataba de tirarla y alzaba sus brazos intentando alcanzarla.
—¡Simoncito ayúdame!... ¡ya no puedo más!
—Ahí voy princesa, aguanta, aguanta. ¿Qué haré?
Tengo que pensar, pensar, pensar —dijo sentándose dentro
del costal, de repente la punta de su sombrero se alzó—.
¡Ya sé! —exclamó, se quitó el cinturón y con la hebilla
comenzó a frotar el costal en el mismo lugar—. Ya voy mi
pequeña princesa —decía desesperado, intentando rasgarlo
con los dientes; de pronto, un rayito de luz entró, lo que
motivó a Simoncito a jalar con más fuerza el costal, hasta
que por fin salió volando hacia la criatura y comenzó a
jalarle las orejas y picarle los ojos, el jabal movía sus
manos de un lado a otro como queriendo matar a una
mosca.
—Déjala en paz, no te atrevas a hacerle daño a la
princesa Samantha —ordenó Simoncito mientras lo
golpeaba en la cabeza con sus manitas.
Tratando de quitárselos la criatura se sacudió tan fuerte
que la princesa Samantha y Simoncito salieron volando y
La Isla de la Libertad
- 27 -
al chocar contra el suelo se dieron un gran golpe, no
obstante, afortunadamente habían quedado lejos del
alcance del gigante; se levantaron y comenzaron a caminar
con rumbo al castillo de la reina Esmeralda. Ya era de
noche, no había nadie, trataron de abrir la puerta, pero
estaba cerrada con llave.
Buscaron un lugar en el bosque para dormir lo
suficientemente lejos para que nadie los viera.
La noche era realmente hermosa, con una gran luna, el
cielo estaba lleno de estrellas, Samantha lo veía y pensaba
en sus padres, en lo tonta que fue al enfrentar a los reyes
Gustavo y Alejando, en lo que había provocado a su reino;
miraba las estrellas convencida de que en ese momento
sus papás también las observaban; así, a pesar de la
distancia estaban con ella, los extrañaba, una lágrima rodó
por su mejilla, se volteó para que Simoncito no la viera.
Ya habían pasado tres días desde que salió de su reino,
recapacitó. Pensaba una y otra vez que habría pasado sino
hubiera ido con los hermanos reyes, hasta que el sueño
llegó y la abrigó en sus brazos.
A las pocas horas los despertó con sobresalto el sonido
de los jabals trabajando; se levantaron rápidamente. Sin
hacer ruido, se les fueron acercando poco a poco. Se
escondieron tras unos arbustos para vigilarlos, buscando
algún modo para poder entrar al castillo, llegaron a donde
se enfilaban los carros grises que usaban para sacar las
piedras de las minas, esperaron hasta que no hubiera jabals
ahí, y corrieron hacia uno de los carritos, se taparon con el
forro del vestido de la princesa, que también era gris,
adentro sólo escuchaban el ruido que producían los picos
clavándose en la piedra, sintieron varios golpes y el carrito
comenzó a moverse. Después de unos segundos se detuvo,
escucharon el ruido de una cerradura, unas pisadas
alejándose y sólo el silencio…
Betel Martínez
- 28 -
—Creo que estamos solos —dijo Simoncito.
Esperaron un rato y salieron; se vieron en un salón
enorme entre montañas verdes de piedras preciosas.
—Tenemos que salir de aquí, estamos dentro del
castillo —dijo la princesa.
Se acercaron a la puerta y dieron vuelta al cerrojo, para
su sorpresa no tenía seguro, subieron lentamente por las
escaleras hasta el cuarto de la reina Esmeralda, entraron de
puntitas, se escuchaba la voz de la reina cantando —estaba
tomando un baño—, se acercaron al buró y tomaron la
lámpara en donde se encontraba Brillitos; al reconocerlos,
comenzó a aletear cambiando de verde a amarillo, la
princesa abrazó la lámpara y se dirigieron hacia la salida.
Una vez lejos del castillo, se sentaron en el bosque para
tratar de abrir la cerradura de la esfera de cristal.
—No se puede, ¡es imposible! —exclamó la princesa.
—Tenemos que romperla, quédate en el otro extremo
—le ordenó Simoncito a Brillitos y de una gran patada
hizo rodar la esfera—: auch, que gran golpe me di.
La lámpara ni siquiera estaba rayada, luego la pateó la
princesa, la aventó contra el suelo y ésta seguía intacta.
—¿Qué hacemos? ¿La llevamos así todo el camino?
—preguntó Samantha.
—Tengo que pensar, pensar, pensar. ¡Ya sé!
—exclamó Simoncito mientras que su sombrero daba un
giro hacia el cielo; dio un gran salto hacia la lámpara, se
quitó el cinturón, metió la hebilla en la cerradura y
empezó a moverla de un lado a otro.
La princesa Samantha y Brillitos estaban atentas a lo
que hacía Simoncito, después de una hora cantaron, luego
de otra el sueño llegó y las arrulló un rato, despertaron,
comieron, jugaron de nuevo, hasta que se escuchó un clic.
—¡Ya está! —gritó Simoncito.
La Isla de la Libertad
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Por fin Brillitos salió revoloteando; ya era de noche y
buscaron un sitio para dormir. Los tres observaban el
paisaje, aquellas noches en el reino del Amo del tiempo
eran las más hermosas que podía haber en el mundo,
siempre con una gran luna y el desfile de estrellas fugaces
reflejándose en los ríos, se quedaron disfrutándola sin
decir nada hasta que el sueño los atrapó. Apenas
alcanzaron a escuchar el grito que dio la reina Esmeralda
al descubrir que su preciosa lámpara de luz verde había
desaparecido: abrieron los ojos lentamente por unos
segundos y volvieron a dormir.
Betel Martínez
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Mujer de agua
Caminaron dos días más. A lo largo del camino
improvisaron juegos; Brillitos y Simoncito hacían
competencias para ver quién volaba más rápido o más alto.
Se detuvieron a orillas de un río. La princesa se quitó el
vestido y quedó en un hermoso fondo de seda, comenzó a
nadar. Brillitos y Simoncito volaban sobre ella con las
manos hacia arriba cargando el vestido, estaban
empezando a atravesarlo cuando una gran ola salió y los
regresó a tierra.
—¿Quiénes son ustedes? ¿Quién se atreve a cruzar mi
río?
La ola se transformó en la figura de una mujer de agua,
Simoncito se acercó a su cara.
—Disculpe usted, nosotros sól… —No acabó de decir
la frase cuando la mujer de agua volteó hacia él y lo
salpicó con las enormes gotas de sus cabellos para
derrumbarlo contra el suelo.
—Voy a preguntar una última vez: ¿quiénes son
ustedes?, ¿por qué quieren cruzar mi río?
—Disculpe, no fue nuestra intención molestarla, yo
soy la princesa Samantha, vamos en busca del Amo del
tiempo que es el único que puede salvar mi Reino.
—¿Tu reino?
—Es el reino de los reyes Antonio e Irma, ellos son
mis padres, algunos lo conocen como la isla de la
Libertad.
La mujer la observó pensativa.
—Así que tú eres la princesa que huyó, todos creen
que estás muerta.
La Isla de la Libertad
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Samantha se sorprendió al escuchar eso.
—¿Todos?, ¿a qué se refiere?, ¿conoce mi reino?
—Sí, lo conozco, estoy al tanto de lo que sucede en los
alrededores que hay en mis ríos, sé lo que ha pasado; las
personas que gobiernan ahora están dejando secar mi río
de la Libertad: yo soy Acecec, cuido todos los ríos que
están en las cercanías, conozco a tus padres, son buenas
personas —dijo la mujer de agua, hizo después una pausa
y prosiguió—. ¿Por qué no te reconocí? eres igual a tu
madre; esperen, los cruzaré del otro lado.
Cerró los ojos y empezó a entonar una melodía sin
letra; su voz era tan dulce que llegaba al corazón del ser
más cruel y malo, por un instante el viento se detuvo y los
árboles dejaron de moverse, como también la corriente del
río, cualquier criatura viva, aún la más diminuta, quedaba
inmóvil escuchándola.
—¡Acecec! ¿Me llamabas? —interrumpió una canoa
acercándose.
La canoa era muy bella: diferentes tonos de azul
recorrían su superficie; de la proa salía la figura del torso
de un hombre.
—Gracias por venir, lleva a la princesa Samantha del
otro lado del río.
—Lo que tú ordenes.
Los tres subieron a la canoa.
—Ten cuidado princesa, si necesitas ayuda sólo
acércate a algún río, mucha suerte. Ustedes tres son muy
valientes —afirmó Acecec mientras los veía alejándose.
—Muchas gracias —gritó la princesa a lo lejos.
Simoncito volaba frente a la canoa observándola, la
canoa empezó a reír.
—¿Qué es lo que sucede?
—Perdón, lo que pasa es que nunca había visto algo
como… usted.
Betel Martínez
- 32 -
—Ni nosotras tampoco —decían la princesa Samantha
y Brillitos al mismo tiempo.
—Es una obra muy bonita —repetía Simoncito.
Brillitos y Simoncito volaban alrededor, admirándola.
—Es una creación muy bonita, pero no tanto como tú
—le dijo Simoncito a Brillitos.
Brillitos automáticamente cambió su color a rojo
brillante; la princesa y la canoa se sonrieron. Al llegar a la
otra orilla agradecieron a la canoa y continuaron el viaje.
Caminaron varias horas hasta que se encontraron en la
falda de una montaña, la miraron dando un gran suspiro y
comenzaron a subir; a ratos escalaban a ratos caminaban.
Mientras ascendían, Brillitos y Simoncito volaban de
espaldas a la princesa, temían que fuera a caer, su vestido
no le ayudaba, se tardaba el doble porque siempre se le
enredaba, después de muchos esfuerzos llegaron a la cima.
La Isla de la Libertad
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Ciudad de arena
Caminaron y volaron durante varios días, Brillitos y
Simoncito apenas podían mover sus alas, volaban casi a
ras de suelo; la princesa arrastraba los pies para caminar,
de pronto intentó dar un paso, pero sintió que pisaba arena.
Cuando los tres subieron la vista los sorprendió una ciudad
de arena, siguieron el camino, asombrados. Un hombre
sentado, una mujer con su hijo tomados de las manos, el
niño en horizontal suspendido en el aire; eran estatuas de
arena, había muchas. Parecía un pueblo abandonado, las
casas estaban sucias, algunas tenían las ventanas rotas y
las puertas tiradas o a punto de caerse; entraron en una de
ellas y encontraron a una familia, el niño agarraba con las
dos manos su plato para beber la sopa, la madre tomaba
agua, el padre partía la carne, salieron de la casa. Por toda
la ciudad se encontraron figuras de arena detenidas en el
tiempo.
—Esto es muy tenebroso. Siento que todas me
observan —dijo Brillitos. Pasaban entre las estatuas
mientras éstas los seguían con los ojos.
—¡Miren esto! —dijo Simoncito señalando una espiral
dibujada en la arena. La princesa Samantha la desvaneció
con el pie hasta que la deshizo, después apareció un punto
y a partir del centro la espiral se formó nuevamente.
—Está muy raro todo esto —dijo la princesa
Samantha.
—¡Fíjense!, hay muchas espirales —señaló Brillitos
con su mano.
Siguieron las espirales hasta que se toparon con una
gran estatua, era un hermoso caballo con grandes alas y un
cuerno en la frente, al lado de él una de un hombre joven.
Betel Martínez
- 34 -
Asombrados observaban al caballo detenidamente,
Brillitos se acercó a su cara mirando cada detalle, la nariz,
las cejas, el cuerno; cuando llegó a los ojos, éstos se
abrieron de pronto, Brillitos dio un enorme grito y voló
rápidamente, la princesa Samantha corrió y Simoncito
volaba tras ella.
—¿Qué es este escándalo? —se escuchó una voz.
A lo lejos salió un viejo regordete de una casa.
—¿Qué son estos gritos? —volvió a preguntar.
Brillitos se detuvo frente a él seguida de la princesa
Samantha y Simoncito.
—¡El… caballo, abrió… los ojos! yo… lo vi —decía
Brillitos jadeando.
—¿Y por eso tanto escándalo?
—Abrió los ojos, yo lo vi, es en serio lo que digo, en
verdad vi que los abrió.
—Tú también los tienes abiertos y yo no estoy
haciendo un escándalo por eso.
—Pero él es de arena y yo no.
—¡Bah! tonterías —dijo el viejo, les dio la espalda
para entrar a su casa, azotó la puerta detrás de él.
Se quedaron parados afuera mirando la puerta, al dar la
vuelta todas las estatuas de arena estaban a su alrededor
mirándolos, los tres dieron un salto y un enorme grito,
después de un parpadeo se habían dispersado regresado a
su pose original.
—Esto está muy feo —decían acercándose uno al otro.
Empezaba a oscurecer.
—¿Qué haremos? —peguntó Brillitos.
—No lo sé, esto asusta —contestó la princesa
Samantha.
Tocaron la puerta del viejo desesperados.
—¿Qué es lo que quieren? —preguntó enojado
mientras abría la puerta.
La Isla de la Libertad
- 35 -
—Perdone, ¿podría hospedarnos en su casa esta
noche? —pidió la princesa.
—Aquí no se cuidan niños.
—Está oscureciendo, esas estatuas se mueven y parece
como si estuvieran vivas, nos da mucho miedo —decía
Brillitos mientras volaba alrededor del viejo.
—¿A usted no? —preguntó Simoncito
El viejo dio un gran suspiro y dijo:
—Está bien, podrán quedarse, pero sólo por esta
noche.
Pasaron a la casa, chiquita, muy acogedora, con todo en
su sitio, extrañamente adentro no había polvo en ningún
lado a pesar de la arena del exterior.
—¿Quieren una taza de té? —preguntó el viejo.
—Sí, claro —respondieron los tres.
El viejo puso una olla de agua en la chimenea y se
sentó en el sillón; la princesa a un lado, Brillitos y
Simoncito en sus piernas; observaban el fuego sin hablar,
cuando el silencio fue abruptamente interrumpido con el
tronar de cascos de caballos y voces provenientes de fuera.
—¿Escucharon? —preguntó Brillitos escondiéndose
atrás de la princesa.
—Voy a ver lo que sucede —dijo Simoncito rumbo a
la puerta con las piernas temblorosas.
—¡No! ¡No abran, quédense aquí!, ¡no salgas ni abras
esa puerta! —ordenó el viejo exaltado, interponiéndose.
—¿Por qué?, ¿qué es lo que pasa? —preguntó la
princesa.
El viejo se paró al lado de la ventana y echó un vistazo
tras la cortina, con la voz cascada les dijo:
—Ellos quieren asustarme.
—¿Ellos?, ¿de qué habla? —preguntaban uno a uno.
—Ellos, todos ellos me vigilan, me asustan, quieren
hacerme daño.
Betel Martínez
- 36 -
El viejo se sentó en el sillón llevándose las manos a la
cara; empezó a llorar, los tres se le acercaron.
—No llore. ¿Qué es lo que le pasa?, ¿por qué dice que
quieren lastimarlo?
El viejo se levantó, sacó una figura del pequeño cofre
que estaba sobre la chimenea y comenzó a hablar:
—Yo tenía un hermano gemelo, mi madre murió al
darnos a luz, nunca supimos de mi padre, así que sólo nos
teníamos el uno al otro, pero hace cuarenta inviernos
decidió salir al bosque sin mí, al regresar llegó con varios
caballos alados con un cuerno en la frente, nunca supe de
dónde vinieron, todas las personas fueron hacia él
admirándolos; había uno en especial que era realmente
hermoso, tenía un símbolo debajo del cuello. Mi hermano
dejó de pasar tiempo conmigo por estar con él, no se
separaban, los seguí por varios días. Una tarde, mientras
mi hermano se vestía después de nadar en el río, el caballo
fue a tomar agua, como estaba solo lo empujé con todas
mis fuerzas, el caballo comenzó a relinchar tratando de
salir, pero no podía, se sumergía y salía a flote; no supe
qué hacer, quise sacarlo desde la orilla, varias veces toqué
sus patas pero era muy pesado, yo intentaba sostenerlo,
pero él se movía mucho, no podía meterme al río porque
me hundía con él, trataba de sujetarlo, pero no lo
aguantaba, en una de las muchas veces lo agarré del
símbolo que tenía en el pecho y me quedé con el círculo
en las manos, escuché la voz de mi hermano que le
gritaba, salí huyendo de allí. Llegué a la casa y me encerré
el resto del día; mi hermano no regresó, pensé que él sabía
lo que yo había hecho. A la mañana siguiente, cuando salí,
todo estaba lleno de arena, las personas eran estatuas, la de
mi hermano y el caballo estaban a la entrada del pueblo; a
los demás caballos no los volví a ver, siempre he pensado
que fueron a traer a alguien para que viera lo que le hice al
La Isla de la Libertad
- 37 -
caballo y me hiciera daño, pero ninguno de ellos regresó.
Desde ese día todas las estatuas de arena me vigilan, lo
siento cuando paso entre ellas, en las noches escucho que
rodean mi casa, poco a poco dejé de salir —continuó
hablando mientras se limpiaba las lágrimas con las
mangas—. Ya basta de lloriqueos, no les pregunté cuando
llegaron quiénes son ustedes y cómo fue que llegaron aquí.
La princesa le contó su historia. El viejo la escuchaba
muy atento, en tanto se olvidaban de los ruidos exteriores,
al final dijo:
—No se preocupen, ya están por llegar, mañana
cuando se quite la neblina, desde aquí podrán ver el
castillo del Amo del tiempo.
La princesa Samantha, Brillitos y Simoncito
intercambiaron sonrisas.
Al día siguiente se levantaron cuando amanecía; la
princesa, el hada y el duende agradecieron al viejo
haberlos hospedado. Los acompañó hasta la división de la
arena con el pasto donde las figuras de su hermano y el
caballo se postraron enfrente de él.
—Ustedes sigan, es a mí a quien no dejan salir, tengan
cuidado y, por favor, si pueden hablar con el Amo del
tiempo pregúntenle si puede ayudarme —gritaba el viejo
detrás de las estatuas.
Betel Martínez
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Amo del Tiempo
Prosiguieron su trayecto. Estaban muy felices:
cantaban, corrían y jugaban. Llegaron a un paseo que
conducía al castillo; de un lado, el sol iluminaba cualquier
diminuto lugar coloreándolo de anaranjado; del otro, la
luna como una gran pelota de diferentes tonos azules. Las
dos luces dividían con una raya el camino. Los tres
observaban felices el gran castillo que sería su salvación.
Brillitos con su brillo amarillo, la princesa Samantha y
Simoncito con una gran sonrisa se dirigieron a la entrada,
al llegar se abrió la puerta y vieron imágenes de su vida
proyectándose en el aire, los tres pasaron siguiéndolas.
—¿A qué han venido a mi castillo? —se escuchó una
voz que tronó como si fuera un eco.
En medio de tantas imágenes ninguno de los tres podía
distinguir de dónde provenía la voz; se encontraron juntos
uno al lado del otro.
—Perdone señor, venimos a pedir su ayuda —dijo la
princesa.
—¿Por qué creen que necesitan mi ayuda? —preguntó
la voz.
Simoncito voló al frente y le respondió:
—Señor, creo que usted es el único que puede…
—Ayudarnos —continúo la princesa Samantha,
interrumpiéndolo—, es el Amo del tiempo, usted lo puede
retroceder para que no capturen a mis padres y mi reino
esté a salvo, por mi culpa está en peligro y usted es el
único que puede ayudarme. —gimió y unas pequeñas
lágrimas brotaron hacia las mejillas de la niña.
La Isla de la Libertad
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—Lo siento pequeña, yo no puedo hacer eso. Sólo
ustedes pueden rescatar tu reino, han recorrido un gran
camino hasta aquí, y este esfuerzo no ha sido en vano
porque han enfrentado situaciones y conocido personajes
que nunca se imaginaron. ¿Ven todas esas imágenes?
forman parte de sus años de vida, miren aquellas: los
últimos días que han vivido; las ven, las recuerdan, pueden
sentirlas, pero no pueden volver hacia ellas, ni yo ni nadie
puede hacerlo. Están allí para recordar cómo hemos
vivido, para aprender de ellas. —Los tres observaban las
imágenes que habían ensamblado sus vidas.
—No se preocupen, son unas personitas muy valientes,
únicamente ustedes sabrán lo que tienen que hacer; el
pasado es algo que nunca puede volver y no lo podemos
componer ni cambiar, pero el presente sí y, por
consiguiente, el futuro; pueden enmendar errores, vivir
cosas nuevas y conseguir lo que quieran, ustedes saben lo
que deben de hacer, sólo ustedes podrán rescatar su reino,
nadie puede enmendar tus errores pequeña, sólo tú puedes
hacerlo, han llegado hasta aquí ustedes solos, eso es
muestra de valentía. Recuérdenlo, si realmente quieren
salvar su reino, ustedes encontrarán la manera de hacerlo,
tienen la fuerza y el corazón…
Al terminar de escuchar esa frase se vieron de pronto
en medio del bosque: el castillo había desaparecido.
Regresaron a la ciudad de arena cabizbajos, sin decir una
palabra.
—Al parecer no les fue bien —dijo el viejo—. Pasen y
descansen un poco.
—Él no nos puede ayudar —habló Brillitos con la
mirada y las alas hacia abajo.
—Venimos hasta aquí para que nos salga con que no
nos puede ayudar —continuó diciendo Simoncito
cruzando los brazos.
Betel Martínez
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—Ya, descansen un poco y mañana me platican lo que
pasó.
Los arropó en su cama, después se sentó en el sillón y
quedó profundamente dormido.
Cuando los tres despertaron al día siguiente, el
desayuno ya estaba servido sobre la mesa.
—Me alegra tenerlos de compañía, no había hablado
con nadie en mucho tiempo, sé que regresarán a su reino,
pero les agradezco que estén aquí.
—Al contrario, nosotros le damos las gracias por
recibirnos en su casa y darnos de comer —agradeció
Samantha.
—Es un placer tenerlos aquí, salgan un rato mientras
limpio la casa.
La Isla de la Libertad
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El símbolo
Afuera, Simoncito volaba de aquí para allá observando
todas las estatuas de arena, la princesa Samantha y
Brillitos, sentadas en la entrada de la casa, observaban a lo
lejos el castillo del Amo del tiempo.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Brillitos.
—No lo sé —suspiró la princesa Samantha.
—¡Vengan! ¡Miren esto! —gritó Simoncito.
—¿Qué es lo que pasa? —preguntó la princesa.
—Vean el símbolo.
El caballo del que les había contado el viejo, tenía en el
pecho un símbolo en forma de espiral, la princesa alzó sus
brazos para tocarlo.
—Está sumido, a lo mejor marcaban a los caballos así
para distinguirlos entre sí.
Simoncito lo miraba detenidamente, cuando su
sombrero se movió apuntando al cielo.
—¡Ya sé lo que es! —gritaba volando hacia la casa.
—Espera Simoncito, no vayas tan rápido —decían la
princesa y Brillitos detrás de él.
Simoncito entró azotando la puerta, abrió rápidamente
el cofre de arriba de la chimenea y sacó una figura
circular; al escuchar ruido el viejo salió de la cocina, vio el
cofre, la puerta abierta y salió corriendo tras el duende.
—¿Qué haces? ¡Deja eso y vuelve aquí
inmediatamente! —le gritaba el viejo mientras lo
perseguía.
Simoncito con esfuerzos la sujetaba y volaba lo más
rápido que podía.
—¡Deja eso!, no ves que puede ser peligroso, con eso
no se juega —continuaba gritando el viejo.
Betel Martínez
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Simoncito se detuvo en la estatua del hombre y el
caballo, sujetaba fuertemente la figura tratando de meterla
en el pecho del caballo.
—¡Deja eso! ¡No sabes lo que haces! ¡Puede ser
peligroso! —seguía el viejo gritándole mientras corría.
La princesa y Brillitos llegaron a donde estaba el
caballo, Simoncito volteó a ver a la princesa.
—¡Ayúdame a meterlo!
Samantha intentó embonar la figura, hasta que se
escuchó un clic. Dieron unos pasos hacia atrás al oír un
silbido a lo lejos, que cada vez era más fuerte, un
ventarrón entró agresivo al pueblo, a su paso se llevaba la
arena de las estatuas dejándolos como los humanos que
eran antes, las espirales que estaban dibujadas en la arena
empezaron primero a tomar cuerpo saliendo cuernos de la
tierra y posteriormente; hermosos caballos a galope. El
viejo se quedó inmóvil en medio del pueblo observando
que el aire seguía levantando la arena de todo el pueblo,
los caballos volaban, las personas sonreían abrazándose,
generando un ambiente de amor y armonía, la arena que
antes cubría el pueblo se fue empujada por el vendaval
descubriendo un bosque hermoso con ríos y flores por
doquier.
El caballo del símbolo en el pecho voló hacia el viejo
que intentaba huir.
Personas y caballos rodearon a la niña, al hada y al
duende, que se abrazaban temblando de miedo.
—Muchas gracias por hacer esto —dijo un hombre
parecido al viejo, pero más joven—, ya no somos estatuas
gracias a ustedes, durante mucho tiempo estuvimos debajo
de la arena que nos envolvía, hoy podemos ser como
antes; no tenemos nada que obsequiarles, todas nuestras
pertenencias desaparecieron hace mucho tiempo, como
La Isla de la Libertad
- 43 -
agradecimiento, por mi nombre que es Pablo y por el de
cada uno de nosotros, les serviremos siempre.
—No hace falta —dijo la princesa.
El caballo del símbolo con su cuerno empujó al viejo a
donde se encontraban los demás, el hombre que
anteriormente habló le dijo al viejo:
—Tú, mi hermano has traído la desgracia a este
pueblo, por tus absurdos celos.
—Perdóname, no sabía lo que hacía, perdónenme,
estoy muy arrepentido, todos estos años he estado sólo con
el remordimiento de lo que hice, estoy muy contento de
que estén bien —suplicó el viejo llorando, cayendo al
suelo de rodillas con las manos en la cara.
Pablo se acerco al viejo tendiéndole la mano.
—No te aflijas. He visto que has sufrido al igual que
nosotros, pero ahora estamos aquí para recuperar el tiempo
perdido.
—Estoy muy arrepentido —dijo nuevamente el viejo
dándole un fuerte abrazo.
Pablo sonrío en los brazos de su hermano, después se
dirigió a todos diciéndoles:
—Creo que después de tantos años necesitamos comer
un poco.
—Yo los invito —dijo el viejo con gran alegría rumbo
a su casa.
El viejo estaba muy contento cantaba y reía mientras
cocinaba, Samantha, Brillitos y Simoncito le ayudaron
recolectando fruta de los árboles. Afuera de la casa
sentados en el pasto todos comían, platicaban y reían.
Dentro, la princesa, Brillitos, Simoncito, el viejo y Pablo
también estaban comiendo, Pablo los miro y les dijo:
—Nuevamente les agradezco el habernos quitado este
hechizo.
—No hay problema —intervino Brillitos mientras comía.
Betel Martínez
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—¿De dónde son ustedes? —preguntó Pablo.
—Del reino de los reyes Antonio e Irma —contestó
Brillitos mientras seguía comiendo—. Ella es su hija la
princesa Samantha. —Entre bocado y bocado le contó
todo lo que les había sucedido.
Pablo escuchaba atento la historia de los tres personajes
que los habían vuelto a la vida, Brillitos terminó, Pablo se
quedó pensativo por unos momentos.
—Nosotros les prometimos que les serviríamos
siempre y así será, les ayudaremos a recuperar su reino;
nosotros sabemos lo que es carecer de libertad y gracias a
ustedes la tenemos.
—No, muchas gracias, no hace falta —contestó
Samantha.
Brillitos y Simoncito voltearon asombrados.
—Pero princesa, claro que nos hace falta —decía
Simoncito poniéndose enfrente de ella.
—Por favor princesa acepte nuestros servicios —dijo
Pablo.
Samantha volteo a ver a Brillitos y a Simoncito que le
decían que aceptara moviendo sus cabecitas de arriba
hacia abajo.
—Está bien, tienen razón —aceptó la princesa con una
gran sonrisa.
—No se diga más —dijo Pablo rumbo a la puerta.
Se dirigió a los que estaban sentados en el pasto:
—Hoy marcharemos al reino de los reyes Antonio e
Irma, las personas que nos salvaron necesitan de nuestra
ayuda, su reino fue capturado por dos hermanos que tienen
el corazón lleno de ambición y de odio. Ellas nos liberaron
de seguir siendo estatuas de arena, ahora nos corresponde
ayudarlas, así que prepárense para partir.
Todos montaron los caballos y emprendieron el vuelo.
La Isla de la Libertad
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De regreso al reino
Estaban felices, del viento que pegaba en sus rostros
respiraban esperanza, desde las nubes se veía el río de
Acecec, la balsa humana los saludaba, ellos a su vez desde
lo alto sacudían las manos. Pasaron sobre las minas de la
reina Esmeralda, los jabals gruñían y brincaban queriendo
alcanzarlos. La reina Esmeralda dio un gran grito al ver y
recordar a su hada que daba luz verde. Brillitos dio un
salto y se escondió atrás de Samantha, la princesa y
Simoncito se reían desde lo alto. La gran caravana de
caballos voladores, hacían un paisaje hermoso.
La princesa Samantha se sentía feliz y por primera vez
se sintió capaz de salvar a su reino, aunque temía que ya
fuera muy tarde, que sus papás ya no estuvieran vivos; ese
amargo pensamiento lo escondía atrás de la alegría de
encontrar personas que ayudaban a que la isla volviera a
ser un pueblo libre.
—¡Miren, allí está el desierto! —señaló Simoncito.
Desde lejos se alcanzaba a ver la división del pasto
verde y de la tierra seca que cubría el desierto.
Habían volado un día y una noche desde que salieron
del pueblo de estatuas, a lo lejos distinguieron el castillo
circular de la Libertad; a la princesa Samantha la
envolvían diferentes emociones: los nervios, la esperanza,
la alegría de regresar a casa, el miedo de lo que
encontraría, pero estaba decidida ante todo que salvaría a
su reino hasta que ése se volvió su único pensamiento,
Betel Martínez
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respiraba hondo y observaba como esa gran torre en donde
pasó su corta vida se acercaba.
La entrada fue espectacular jinetes y caballos
descendían desde el cielo, los habitantes del pueblo
gritaban y aplaudían, con el resplandor del sol parecían
ángeles. Los reyes Gustavo y Alejandro salieron del
castillo circular al escuchar aquella algarabía, se
detuvieron incrédulos hasta que el rey Alejandro gritó:
—¡Traigan mi espada!
Los hermanos reyes caminaron decididos a perder la
vida, con la idea de que por lo menos alguno de los dos
permaneciera en posesión de la isla de la Libertad.
Empezaba la batalla, los caballos caían sobre los
guardias aplastándolos con sus patas, mientras los
habitantes les quitaban sus espadas. Pablo estaba peleando
con uno cuando vio a los reyes que se acercaban y se
dirigió hacia ellos, pasó cerca del viejo que al observar lo
que sucedía fue tras su hermano, Pablo se detuvo enfrente
de ellos.
—Ustedes son los reyes egoístas que tienen así a este
grandiosos pueblo —dijo Pablo agarrando su espada con
las dos manos poniéndoselas enfrente—. Ahora peleen
conmigo cobardes.
El rey Alejandro sacó su espada iniciando el combate,
el rey Gustavo lo siguió dirigiéndose a Pablo, pero el viejo
se interpuso peleando con él, era un gran combate, todos
los habitantes del pueblo peleaban contra los guardias,
Simoncito volaba de un lado a otro quitándoles sus cascos
y les jalaba los bigotes.
La princesa Samantha con Brillitos recorría el reino
buscando a sus padres, preguntaba a toda persona que se
cruzaba en su camino, le contestaban que no los habían
visto desde que los hermanos entraron al reino.
La Isla de la Libertad
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—¡Mamá, papá, ya estoy aquí! —anunciaba la
princesa
—¡Rey Antonio! ¡Reina Irma! ¿En dónde están?
—voceaba Brillitos.
Los buscaban entre la batalla, entraron al castillo
circular, pero no había rastro de ellos.
—Brillitos. ¿En dónde están? Tienen que estar por
aquí —decía la princesa Samantha llorando y aventando
todo a su paso.
Afuera seguía la batalla, cada guardia y habitante
luchaba con su espada y todo el corazón.
El duelo más feroz era el del rey Alejandro con Pablo,
peleaban con una rabia que no se podía saber cuál de ellos
era el más fuerte ni quién sería el vencedor; en cambio el
del rey Gustavo y el viejo era predecible, por más que el
viejo trataba de mover su espada no conseguía tocarlo,
Gustavo era más fuerte y había estado en muchas más
batallas que él, el viejo tenía movimientos lentos, varias
veces creyó que la espada de su oponente lo atravesaría,
luchaba con el alma para no ser derrotado en esa batalla,
en la que él pensaba que dejaría su vida.
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La misteriosa voz
La princesa Samantha seguía en el castillo buscando a
sus padres, cada habitación que recorría y no los
encontraba se perdía una chispa de esperanza en su
corazón, evitaba pensar e imaginar que ya no estaban,
cada vez se entristecía más, creía que había llegado muy
tarde para salvarlos; Brillitos en cambio no perdía la
esperanza, buscaban quitando todo lo que estuviera a su
paso hasta que la princesa Samantha se detuvo.
—¿Escuchas eso Brillitos?
—¿Qué princesa?
—Ese canto, esa voz, ¿la escuchas?
—No princesa, no oigo nada.
—Es por el ruido de afuera, hay mucho, pero aun así
logro escucharla.
Samantha se dirigió a las escaleras y salió del castillo.
—¿Qué sucede? ¿Qué pasa? —preguntó Brillitos
siguiéndola.
La princesa caminaba sin voltear a ver a nadie, pasaba
entre las espadas, entre los guardias, ella mantenía la vista
al frente.
—¡Presta atención Brillitos! me está llamando —dijo
Samantha siguiendo aquella voz.
—¿Qué pasa princesa? ¿Qué tienes? —preguntó
Brillitos poniéndose enfrente de ella.
La princesa seguía su camino, ni siquiera la miraba.
—Esa voz, Brillitos, me está llamando.
Caminó al río que alguna vez fue la esperanza de todos
los hombres que vivían del otro lado, inmóvil observaba el
agua que corría. Brillitos la miraba preocupada, no sabía
lo que le sucedía, creyó que la princesa se rehusaba a
La Isla de la Libertad
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aceptar que no estaban sus padres. La princesa seguía sin
moverse con la cabeza hacia abajo. Brillitos la miraba
fijamente, cuando Samantha volteó hacía ella.
—¡Hay que irnos de aquí! Tenemos que recolectar
muchas flores de algodón, busca a Simoncito y a todas las
hadas del reino para que nos ayuden.
Brillitos voló rápidamente, Simoncito estaba jalándole
los bigotes a un guardia que peleaba con un habitante.
—¡Simoncito! tenemos que ir con la princesa
Samantha.
Los dos recorrieron el reino buscando a las hadas entre
la multitud, cuando las encontraron fueron con la princesa
que ya estaba arrancando flores de algodón y las ponía en
su vestido.
—Tengan estas flores, pónganselas a todos en los
oídos y díganles que vayan al castillo de mis padres.
—Claro que sí princesa.
Las hadas, Brillitos y Simoncito volaban entre los
combatientes diciéndoles al oído que se dirigieran al
castillo y les ponían algodones en los oídos, regresaron por
la princesa, ella misma les colocó las flores y corrieron
hacia el castillo. Los habitantes al ver a la princesa
Samantha corriendo la siguieron. En el camino subían a
los heridos a los caballos, los guardias corrían con sus
espadas tras ellos, de pronto, una hermosa voz que venía
del río los detuvo; mientras, los habitantes con los oídos
tapados llegaron al castillo, cerraron las puertas y
ventanas; el río se alzó con una gran ola formando muchas
mujeres de agua, todas entonando una preciosa melodía.
Los reyes Alejandro y Gustavo las oían, dejaron caer sus
espadas y caminaron con pasos lentos y la mirada al cielo,
veían aquellas enormes figuras cuando de repente dejaron
de cantar, los guardias regresaron del trance, observaron a
su alrededor tratando de entender lo que estaba pasando;
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de pronto las mujeres crecieron, cubrieron con su sombra
todo el reino y cayeron sobre él, los guardias asustados
miraban las figuras que se convertían en enormes manos
que se dirigían hacia ellos, todos corrieron intentando
escapar, pero los alcanzaron, trataban de soltarse, pero fue
inútil y las manos los arrastraron hacía el río. El agua poco
a poco regresó a su cauce llevándoselos y volvió a ser el
río de corriente tranquila que antes era.
La Isla de la Libertad
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Reyes Antonio e Irma
En el castillo, durante un rato sólo se escuchaba el
vaivén de las olas y los gritos de los guardias, después
nada; entonces, la gente se asomó por las ventanas, al ver
todo en calma salió.
La princesa, Simoncito y Brillitos observaron a su
alrededor.
—¡Tenía razón el Amo del tiempo! —decían
sorprendidos.
—Traigan agua del pozo encantado y denla a los
heridos —gritó la princesa Samantha—. Los demás
ayúdenme a buscar a mis padres.
—¡Yo sé en donde están! —se escuchó una voz a lo
lejos.
—¿Quién dijo eso? —gritó la princesa Samantha.
Se acercó un hombre.
—Yo trabajaba para los reyes Gustavo y Alejandro, les
hacía las armaduras. El día que entraron a la Libertad llegó
a mi casa un guardia pidiéndome unas espadas, llevaba al
rey y a la reina, enseguida entró otro guardia diciéndole
que el rey Gustavo lo llamaba, volteó a verme, agarró las
espadas, me puso una en la mano y me dijo: —Tú mataras
a los reyes, sino lo haces te mataré a ti y a tu familia—,
agarre con fuerza la espada, pero no pude hacerlo, los
escondí en el castillo del rey Alejandro, que está
abandonado.
Todos corrieron hacia allá.
—¡Están abajo! —gritó el hombre.
La princesa fue al calabozo; en las tinieblas entró a una
celda, al acercarse casi se cae a un pozo, donde había dos
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hombres asomándose, salió una mano de ahí, la princesa
se acercó, pero no era su padre. Se entristeció. Iba hacia
fuera cuando escuchó la voz de su madre, al voltear la
reina Irma estaba saliendo del pozo, Samantha corrió hacia
ella, después salió el rey Antonio, la princesa los abrazó y
los besó, los reyes la cargaron y lloraron.
—Perdónenme —dijo la princesa llorando.
—No te preocupes, estamos bien y estamos juntos de
nuevo —decían sus padres.
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Los habitantes reconstruyeron sus casas y edificaron
nuevas para los recién llegados; también cerca del río, un
lugar para los caballos lleno de flores y árboles, los
castillos de los hermanos y los muros fueron derribados,
con las piedras tendieron puentes que unieran los reinos y
la isla volvió a ser La isla de la Libertad.
Finn
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