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JUAN PÀEZ ÀVILA
DOS
GUITARRAS
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Primera Edición:
Fondo Editorial FUNDARTE
Caracas 1988
Colección Rescate. No. 22
ISBN: 980-253-351-3
Segunda Edición:
Publicaciones de la Dirección de Cultura de la
Universidad Centroccidental “Lisandro Alvarado”.
Barquisimeto, Venezuela.
Tercera Edición:
MALTIEMPO EDITORES 2010
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“Sólo hay una cosa más bella
que una guitarra: Dos guitarras”
Federico Chopin
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PRÓLOGO
Alirio y Rodrigo en la vida de un músico caroreño.
Siempre sentí ser producto de la transición vacía de una Carora equidistante
entre dos riquísimos períodos culturales. Esa que a mí y a otros caroreños de
mi generación nos preservó el recuerdo y la obra de un gran prócer cultural,
don Chío Zubillaga, quien permaneció vivo en la llama tenue pero firme
plantada por él en el alma de sus discípulos y admiradores, para más tarde ser
rescatados por la obra cultural de un caroreño por adopción venido de otros
lares a enseñarnos cuales eran los ejemplos a seguir. Me refiero, por supuesto,
al Dr. Juan Martínez Herrera, un “obrero de la cultura”, como se definía a sí
mismo.
La mencionada llama de Don Chío permaneció encendida para nosotros
en la visión ofrecida por los hombres que de una u otra manera habían estado
en contacto con ese extraordinario, excéntrico y solitario pensador, el señor de
la boina, orientador de sus vocaciones. Ese hombre culto les mostraba a estos
fascinados oyentes una ventana al mundo que vibraba más allá de La Toñona,
el Morere con su dique, el Torrellas y Barrio Nuevo con su Cerrito de la Cruz,
límites de esa lánguida Carora de 20.000 habitantes que nos vio crecer ávidos
de guía intelectual y palabra esperanzadora.
El nuevo maestro, reclamado por nuestros adormecidos subconscientes,
nos llegó en plena adolescencia, en la edad en la cual se definen nuestras
ansias y se orientan nuestras esperanzas hacia los caminos que nos presenta la
vida. Ese regalo que nos trajo Teresita Yépez Gutiérrez en 1963 fue su esposo,
odontólogo como ella, pero también imbuido de inquietudes y experiencias
inconclusas en el mundo de la cultura. Hijo de un gran escritor, diplomático y
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docente, y a quien una noche, frente a dos frías “media jarras” servidas por el
cordial “Negro” Urriola en el Club Torres, fue convencido por mi padre, el
pianista y ex miembro fundador del Orfeón Lamas Don Eduardo Izcaray
Muñoz, sobre la necesidad de fundar en Carora un orfeón. “Yo por mi sordera
no puedo enfrentar ese reto, pero usted es el hombre para esa tarea”, le explicó
con sinceridad, totalmente desprendido de falsas modestias.
El resto de la historia es harto conocido. A parir de esa conversación
nació el Orfeón Carora y con él la Casa de la Cultura. Poco después desfiló
ante nuestros crecientes anhelos culturales, una comparsa de éxitos artísticos
como la escuela de Teatro, la Escuela de Artes Plásticas, la Orquesta Sinfónica
Infantil y el magnífico Teatro que lleva el nombre de uno de los dos
protagonistas de esta estupenda novela de mi amigo y coterráneo escritor Juan
Páez Ávila.
Una de las cosas que más le agradezco a Juan Martínez, es el habernos
inculcado a los más jóvenes de los fundadores del Orfeón Carora el respeto y
la admiración por los verdaderos valores de esa Carora humanista del pasado y
qué debíamos admirar en esos hombres. Ya no eran solo tres las alternativas
que nos ofrecía nuestro terruño. En mi fuero interno sentía que tenía que haber
otros entretenimientos y experiencias además del béisbol (en mi caso el
Torrellas de “La Meca” Ramos, Cesarito Castillo y Pastor Franco), del
aguardiente (El “1º. De Mayo”, la “Chimpolera”, el “Pequeño Pedro” y el
“Oasis”), más otras “recreaciones” en la vida de un joven, sólo que no sabía
por dónde empezar a buscar.
Juan Martínez, mientras nos enseñaba a cantar y a la vez aprendía a
dirigir a sus orfeonistas como buen autodidacta, nos decía que éramos un
pueblo con mucha suerte, porque teníamos a Luis Beltrán Guerrero, a
Guillermo Morón, a Héctor Mujica, a Cheíto Herrera, a Nano Yépez, a
Homero Álvarez Perera y a otros insignes pensadores y hacedores en sus
respectivas profesiones. Pero sobre todo a nosotros que hacíamos música, Juan
nos recalcaba que teníamos a Alirio y a Rodrigo, que éramos unos
privilegiados por poder disfrutar sus conciertos cada vez que ellos venían a
Carora, mientras que en otros países la gente agotaba las entradas para los
recitales de ambos artistas con meses de anticipación.
Han pasado ya muchos años desde aquellas inquietudes que nos alborotó
Juan Martínez, pero la admiración y el respeto por la trayectoria de Alirio
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Díaz y Rodrigo Riera no han hecho sino acrecentarse con el correr del tiempo.
He rechazado siempre los banales intentos de comparación que se han hecho
sobre nuestros dos maestros: que si uno era mejor que el otro, que si uno
tocaba muy bien pero el otro era más simpático, que si tenían diferencias y
enfrentamientos personales, y otra serie de comentarios más propios de
nuestra mitología aldeana que de juicios serios y objetivos.
Alirio y Rodrigo fueron, son y serán siempre entrañables amigos.
Cuando en contadas ocasiones se sentaban juntos a tocar en algún escenario,
por ejemplo en el Cine “Estelar” o la Casa de la Cultura, nos hacían delirar
con esa unidad férrea que conformaban sus diferencias. Alirio podía tocar un
vals “Natalia” de Antonio Lauro con su sólido virtuosismo, mientras Rodrigo
jugueteaba a su alrededor con ese don improvisatorio y con contravoces
deslumbrantes que hicieron exclamar en alguna oportunidad al Maestro Lauro:
“caramba, ese Rodrigo enriqueció mi humilde vals, qué bárbaro”.
He sido muy afortunado al haber podido disfrutar del aprecio y la
amistad de estos dos grandes caroreños. Rodrigo, además de consumado
intérprete y refinado compositor, siempre fue un corazón abierto. Un ser
humano generoso y accesible que desparramaba su arte donde quiera que
estuviese, bien en un gran auditorio o en el hogar de alguno de sus cientos de
amigos. En sus recitales se tomaba el tiempo de explicar la diferencia entre los
estilos y el por qué en ciertas piezas el colocar la mano derecha cerca o lejos
del puente, o el tipo de vibrato que se usara, permitían evocar correctamente
las características de determinada época o compositor. Estar en una reunión
social con Rodrigo era una excepcional ocasión para escuchar sus propias
composiciones o las de otros grandes maestros. Si a alguien entre los presentes
se le ocurría cantar un bolero, un vals, una zamba o un tango, podía decir
luego con orgullo que un extraordinario artista universal “se le pegó atrás” y
comenzó a acompañarlo sin que nadie se lo pidiera. Rodrigo no se hacía rogar.
Por el contrario, él derrochaba generoso ese “guacal” de notas contenidas en
su guitarra y nos las obsequiaba en genuino y espontáneo brindis. Su
presencia, su proverbial sonrisa, su vasta cultura y su sempiterno buen humor
son añorados por gente de todos los estratos sociales de Carora, de Venezuela
y del mundo.
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Alirio Díaz y Rodrigo Riera tocando juntos en la Casa de la Cultura de Carora,
Septiembre de 1969
Fotografia de Felipe Izcaray
Alirio Díaz fue cómplice en mi decisión de escoger la música como
profesión definitiva. Corría el año 1969 y mis estudios universitarios en la
Escuela de Sociología de la UCV estaban interrumpidos a causa del proceso
de renovación académica que sacudía los cimientos ucevistas y mantenía
inactivas sus aulas. Si bien me parecía muy interesante la profesión de
sociólogo, en mi fuero interno me sentía músico, aspirante a director de coro o
de orquesta. Pero las condiciones que el país le ofrecía a un joven provinciano
aspirante a músico, no habían variado mucho desde los años en que Alirio y
Rodrigo se habían trasladado a la capital a estudiar. Peor aún, no existían
estudios formales de dirección de coro o de orquesta en ninguno de los
conservatorios oficiales o privados.
Fue luego de un concierto que dirigí en la Casa de la Cultura de Carora,
con un grupo de miembros del Orfeón de la UCV y que bauticé con el nombre
de “Coro de Cámara de Caracas”, cuando recibí la visita del admirado Alirio
Díaz detrás del escenario quien me dijo: “¿Y qué haces tú estudiando
sociología? ¡Tú eres un músico nato y te debes dedicar a eso!”. Pasado mi
inicial estupor me dije a mí mismo: “si el Maestro Alirio opina que yo debo
ser músico, pues músico seré”. Esa decisión me ayudó a encaminar mis
gestiones posteriores para lograr los medios y trasladarme al exterior y
orientar mi vida hacia la profesión musical.
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Era la época de oro de Alirio Díaz, considerado entonces como uno de
los mejores, si no el mejor, de los guitarristas del mundo. En mis años de
estudiante en los Estados Unidos adquirí un disco de Alirio Díaz, grabado por
la afamada compañía EMI, que decía en su carátula “Alirio Díaz, considered
by many to be the best guitarrist alive” (Alirio Díaz, considerado por muchos
el mejor guitarrista viviente). El orgullo caroreño casi hizo que mi pecho
estallara ante ese merecido elogio a nuestro artista universal.
Soy testigo de la admiración que genera el maestro Díaz en muchos
países. Recuerdo cuando en 1981 coincidimos en un viaje a Italia, su segunda
patria. Mientras yo esperaba en el aeropuerto de Roma la conexión para viajar
a Sicilia con la Orquesta Municipal de Caracas, Alirio me pidió que lo ayudara
a cargar su pesado equipaje y pasarlo por la aduana. Llevaba su acostumbrado
cargamento de quinchonchos y plátanos verdes para hacer tostones. Para mi
sorpresa, Alirio fue recibido con aplausos por los agentes aduanales italianos,
quienes le saludaban amablemente con admiración “prego, avanti Maestro”.
La generosidad de Alirio Díaz hacia mi persona no terminó con la
orientación vocacional antes mencionada. El 30 de noviembre de 1976 dirigí
mi primer concierto orquestal con la Orquesta del Centro Simón Bolívar y le
solicité a Alirio Díaz que actuara como solista en ese concierto. El maestro
aceptó gustoso en darle ese gran espaldarazo a un joven director caroreño
prácticamente desconocido en esa área. Las tres mil butacas del Aula Magna
de la UCV fueron totalmente ocupadas por sus fieles seguidores y la presencia
del maestro ayudó a darme a conocer como conductor de orquesta.
Alirio Díaz interpretando el Concierto en La Mayor de Mauro Giuliani con la
Orquesta de Cámara del CSB, dirigida por Felipe Izcaray en el Aula Magna de
la UCV, 30 de noviembre de 1976.
Este gigante de la guitarra, el mismo que tocó en Julio de 1975 para el
más numeroso público jamás visto en el Aula Magna de la UCV, cuando más
de 4000 personas escucharon deslumbrados su recital en butacas y pasillos
totalmente llenos, dejando apenas un pequeño círculo para que el maestro, sin
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micrófono, vistiera de gala la música de los grandes, siempre ha estado
dispuesto a apoyar a músicos jóvenes, sean guitarristas, directores de orquesta,
cantantes o instrumentistas de otra especialidad en sus respectivas carreras.
En la década de los años 60 y 70 acudían jóvenes guitarristas de todo el
mundo a los cursos internacionales dictados por el maestro en la UCV, los
cuales eran coronados por un concurso que ha derivado en el ya arraigado
“Concurso Alirio Díaz” que se celebra actualmente en su querida Carora.
Como músico profesional, muchos años después de esa recordada
recomendación vocacional de 1969, he compartido escenario con el Maestro
Díaz en diversas ocasiones. En 1979 tuve el honor de ser acompañado por un
emocionado Alirio Diaz en una memorable gira con las orquestas juveniles de
Barquisimeto y Carora por varias ciudades de Venezuela. También grabamos
juntos en 1980, la primera versión en estudio del Concierto para Guitara de
Antonio Lauro con la Sinfónica Simón Bolívar y actuamos juntos con distintas
orquestas a través de los años. Debo decir que siempre ha sido el mismo
Alirio, el hombre sencillo, tranquilo y reservado que, para nuestro deleite, se
acrecienta cada vez que se posesiona y domina con su singular virtuosismo las
seis cuerdas de su lira ancestral.
Termino este recuento con una anécdota memorable de la que fui testigo.
En Mayo de 1980 dirigí la Orquesta Simón Bolívar en Ciudad Bolívar. El
solista del concierto fue Alirio Díaz y estaba también presente el maestro
Antonio Lauro. Nos habían alojado en un hotel con vista al río Orinoco. Horas
después cuando descansaba en mi habitación, escuché unas voces cantando
acompañadas de guitarras. Bajé curioso, atravesé la calle y allí estaban
sentados en un pequeño muro los dos maestros, Antonio Lauro y Alirio Díaz
con dos guitarras “…cantándole canciones a nuestro gran río”. Como músico
venezolano y gran admirador de nuestra música, me sentí testigo mudo y
privilegiado de poder disfrutar de ese momento tan especial. Sentí que Carora,
una vez más, estaba presente en un lugar mágico, en las manos de un gran
intérprete, al lado de otro gran maestro.
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Celebro este libro de Juan Páez Ávila y tengo la esperanza que la lectura
de esta entretenida biografía novelada, podrá contribuir a ayudarnos a conocer
más a estos próceres musicales caroreños que han hecho grande a nuestra
Venezuela.
Felipe Izcaray Yépez
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INTRODUCCIÓN
La decisión de escribir una biografía novelada de la vida y la obra de Alirio
Díaz y Rodrigo Riera, la tomé después de agotada la edición de una simple y
modesta biografía que me editó FUNDARTE, Caracas, Venezuela, 1988,
después de oírlos tocar juntos en el Aula Magna de la Universidad Central de
Venezuela (UCV) invitados por el Rector Carlos Moros Ghersi, con motivo
del sexagésimo aniversario del nacimiento de ambos guitarristas; en el Museo
de Barquisimeto, en un tal vez inmerecido homenaje al lanzamiento de mi
candidatura al Senado de la República, y en ¨El Farol de los Gauchos¨ cuando
se conoció mi elección como Senador, a cuyo gesto indefectiblemente
caroreño, se incorporó a tocar y cantar el pintor Jesús Soto, quien frecuentaba
el bar restaurant con Rodrigo, pero en ese momento, sinceramente, ajeno a la
distinción de que yo era objeto por parte de mis paisanos y amigos guitarristas.
La realidad dio paso a la imaginación y comencé a verlos transitar,
desde muy niños, por una ruta cargada de obstáculos que tenían que vencer
para poder alcanzar los más importantes escenarios del arte guitarrístico,
impulsados por una pasión irrefrenable por la música y la orientación de dos
grandes maestros de la cultura caroreña, Cecilio (Chío) Zubillaga Perera y
José (Ché) Herrera Oropeza. Conocí La Candelaria, el villorrio donde nació
Alirio, su soledad y su aislamiento del mundo moderno donde se producían
cambios y avances científicos, tecnológicos y culturales sin que los
candelarenses pudieran percibirlos, menos asimilarlos e incorporarlos a su
posible evolución. Todo allí permanece estancado, la emigración de sus
jóvenes compelidos por las carencias materiales para la subsistencia, no la
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detiene ni la armonía del canto de los pájaros, ni el esfuerzo de los mayores
que se arraigan a la tierra, abrazados a una guitarra o un cuatro para sucumbir
con el tiempo a la morada final, dejando en el camino una estela de sonidos.
Me imaginé a un niño inocente atrapado en un pequeño mundo de
soledades, tristeza y melodías quejumbrosas, tratando de ocultar los deseos de
viajar a otras realidades. Ese panorama humano y social yo lo había visto muy
cerca de La Candelaria, en otro villorrio llamado San Francisco, cuando
todavía era un niño y supe que ya Alirio había ingresado a la Escuela Superior
de Música José Ángel Lamas, y sin embargo todo me parecía normal,
rutinario, hasta que ya adolescente me enteré que Alí Lameda, poeta, y
Gustavo Leal y Carlos Sisirucá, médicos, famosos ambos, también habían
emigrado del pueblo. Lo que no podía saber en ese entonces, hasta que los
conocí en Caracas, era que con ellos también habían emigrado cerebros
privilegiados, muchos de los cuales percibí en la escuela primaria, pero que al
no poder romper el cerco que la pobreza le tiende a la mayoría de los niños
campesinos, como a Lorenzo Barquero el personaje de Rómulo Gallegos, se
los tragó la llanura. Conocedor de esa realidad, cuando Alirio Díaz trajo a mi
apartamento en Caracas a Alí Lameda, recién salido de un campo de
concentración en Corea del Norte, donde estuvo durante de 7 años sometido al
secuestro y la tortura, después de leer La Otra Banda, mi primera novela en la
que aparece una familia Lameda que emigra de San francisco, y la biografía
de Chío Zubillaga Caroreño Universal, su gran maestro, fue cuando percibí
el genio de ambos emigrantes de La Otra Banda. Alirio tocó en su guitarra
arreglos suyos, composiciones de Rodrigo Riera y de otros grandes
compositores del Repertorio Universal de la Guitarra Clásica. Luego, para
sorpresa de todos, tocó cuatro, y finalmente acompañó a mi hija Valentina a
tocar en el piano. Alí recitó algunos de sus poemas, me regaló El Corazón de
Venezuela y nos habló de lo humano y lo divino que le había acontecido en la
vida. A la hora de la despedida les comuniqué que yo escribiría sobre la vida
de ambos si, 10 años menor que ellos, los sobrevivía. Alí, con la voz tronante
de su maestro Chío Zubillaga me dijo:
-¡Claro que nos sobrevirás! Sobre todo a mí que vivo de vaina, gracias
a que los Presidentes Chocescou de Rumania, Caldera y Carlos Andrés Pérez
y el Partido Comunista de Venezuela lograron me liberaran de una muerte
segura en pocos días si no me trasladan a un hospital de Rumania.
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Todos celebramos el regreso de Alí y Alirio, éste nos invitó a
encontrarnos en Barquisimeto con Rodrigo Riera.
Conocí Barrio Nuevo y recorrí la calle que conduce desde la casa donde
nació Rodrigo, pasando por una quebrada inmunda, hasta la sede de El Diario
de Carora y el Cuarto-Biblioteca de Chío Zubillaga, y me imaginaba a un
niño pobre y chueco, Rodrigo, haciendo la misma ruta todos los días para
realizar un trabajo marginal, impropio de su edad y de su condición humana.
Conocí a muchos niños, jóvenes y adultos aficionados a la música, con un
cuatro o una guitarra en las manos, con un violín o un clarinete, preservando
la sonoridad de la barriada y disfrutando del prestigio internacional alcanzado
por Rodrigo, quien salió de barrio sin guitarra y sin dinero a converger,
primero, con Aliro en una pequeña ciudad para darle vida a la noche cuando
comenzaba a desaparecer en las ventanas de toda las casas donde se escondía
la belleza de la mujer caroreña, y segundo, a buscar un camino sin rumbo
cierto hacia la eternidad, encontrada en Siena, una ciudad musical italiana de
la que nadie había oído hablar en Carora.
El oído y la intuición de Chío Zubillaga y José Herrera Oropeza lo
llevarían en un itinerario paralelo con Alirio, a un recorrido por las principales
escuelas de formación musical conocidas para entonces, y a los grandes
teatros o auditorios que han sido receptáculo de la obra y del espíritu de los
más famosos artistas del mundo.
¿Cómo se produjo esa metamorfosis artística, estética, de dos niños
nacidos, uno en un desierto que avanza hacia la destrucción de la vida, y otro
en un barrio donde la miseria económica y social anula el potencial y la
voluntad de los más pobres? Para darle respuesta a esta interrogante, pensé, no
era suficiente narrar los hechos fundamentales que conformaban la vida de dos
niños que atravesaron serias dificultades para coronar exitosamente sus
aspiraciones. La vida de ambos estuvo rodeada de ciertos enigmas humanos,
misterios de la naturaleza y circunstancias sociales e intelectuales que crearon
un contexto que ellos mismos iban asimilando y modificando en la medida de
su genialidad; personajes con vida propia e independiente, con quienes ambos
guitarristas dialogaron, dispuestos a oír y a aprender; escenarios montados
para otros tiempos y para otros artistas, sobre los cuales Alirio y Rodrigo se
presentaron para darles vigencia en su propio devenir, fueron moldeando sus
vidas como los personajes principales de una novela esencialmente realista,
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pero que no podía obviar la leyenda, la mitología, la invención, el misterio que
envuelve a todos los grandes artistas del universo.
Recrear sus vidas paralelas, el tiempo que les tocó vivir, sus relaciones
amistosas, amorosas y fraternales, sus estudios y sus éxitos, me exigieron
realizar como narrador el recorrido que ellos hicieron como amantes y
estudiosos de la guitarra, desde La Candelaria, Barrio Nuevo, Carora, Trujillo,
Barquisimeto, Caracas, Madrid y Siena donde coronaron sus estudios; y luego
los principales teatros de Roma, Berlín, Paris, Londres, Nueva York. Buenos
Aires, Sao Paulo y Lima, para luego retornar a Carora al Teatro Alirio Díaz, al
Festival Latinoamericano de la Guitarra que lleva su nombre y al Festival
Latinoamericano de Composición para Guitarra Rodrigo Riera.
Juan Páez Ávila
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EL CINE COMO ESCUELA DE MÚSICA
CUANDO RODRIGO –después de limpiarle los zapatos a José Herrera
Oropeza, Director del Diario de Carora- se disponía abandonar la Sala de
Redacción del periódico, vio una guitarra colgada en la parte alta de la pared,
recordó que la noche anterior había oído tocar en el cine Salamanca, un vals
titulado “Bajo los Puentes del Viejo París”, y pensó que podía tocarlo de
memoria. Emocionado se dirigió al periodista que siempre le daba un
tratamiento paternalista y amigable:
-Don José. ¿Esa guitarra está afinada?
-No creo. Esa guitarra es de Josefina, mi hija, que decidió hacerse
monja e ingresó al Convento del Santísimo de la Trinidad. Tiene mucho
tiempo colgada en esa pared, como un gran recuerdo de la familia. Cuando
veo la guitarra, me viene a la mente su imagen, tratando de alegrar nuestra
casa tocando y cantando canciones que aprendía en la Iglesia. La música sacra
y la fe en Dios se la llevaron. Nadie ha vuelto a tocar su guitarra.
-Empréstemela, don José.
-¿Y tú sabes tocar guitarra?
-Sí, don José.
Ché Herrera dudó, pero luego pensó que alguien podría por lo menos
rasgar sus cuerdas, si no afinarla; la descolgó y la puso en manos de Rodrigo.
La duda le había surgido, porque Rodrigo era un niño muy pequeño, que todos
los días caminaba con dificultad desde Barrio Nuevo hasta el centro de la
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ciudad. Tenía siete años y la punta de los pies metida hacia adentro. Un pie
tenía que pasar por encima del otro. De su mano derecha colgaba un cajoncito
de madera, en cuyo interior llevaba dos cajas de pintura o betún para limpiar
zapatos, una negra y una marrón, un viejo cepillo dental y una tira de trapo
pintada de negro por un lado y marrón por el otro.
Ese día, cuando llegaba a las primeras casas de la Calle San Juan oyó el
ruido de las máquinas que imprimían El Diario de Carora, periódico fundado
por José Herrera Oropeza, periodista y poeta, quien cuando alcanzò cierta
solvencia económica en el comercio, con Cecilio Zubillaga Perera como
editorialista, creó una escuela para estimular y orientar a todos aquellos
jóvenes que se acercaban a la Sala de Redacción o al “Cuarto-biblioteca” de
don Chío, y revelaban algunos rasgos incipientes de inteligencia, en esa
pequeña ciudad. Rodrigo se sacudió las alpargatas y entró a un zaguán con
piso de granito, tocó el anteportón y el propio Ché Herrera lo vio por una
ventanilla, le abrió la puerta y lo hizo pasar al interior de su casa, a una
pequeña habitación donde se redactaba y corregía el periódico. Le colocó la
mano derecha en el hombro y le dijo:
-Esta es tu casa, pero límpiame bien los zapatos, hoy te voy a pagar 2
bolívares.
Una cantidad de dinero nunca vista por Rodrigo, quien cobraba por
cada limpiada de zapatos una locha, equivalente a 12,5 centavos de bolívar.
Mientras Rodrigo le pulía los zapatos, Ché Herrera leía la última página de
galera correspondiente a la próxima edición de El Diario.
-Don José, se puede mirar en los zapatos como si fuera en un espejo –le
expresó Rodrigo, plenamente satisfecho al final de su jornada infantil, que lo
enaltecía y lo convertía en un productor de dinero para su modesta, pero digna
familia.
José Herrera Oropeza sonrió y le extendió los 2 bolívares. Fue en ese
preciso momento cuando Rodrigo volteó y vio la guitarra. Hijo del sonido y
del amor, hijo de Juancho Querales, Director de la Escuela de Música que
existía en Barrio Nuevo, miembro de la Banda Lara y otras agrupaciones
musicales de Carora, nunca recibió clases de su padre, pero educó su oído al
ritmo de los sonidos de la naturaleza que lo rodeaba y de las cuerdas de las
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guitarras, con los que diferentes músicos populares inundaban la atmósfera y
las calles de la barriada. A la Escuela de su padre asistían casi todos los niños
de su barrio que tenían alguna inclinación por la música, incluso algunos
jóvenes de otros sectores de la ciudad, excepto el niño Rodrigo quien tenía que
recorrer las calles de Carora vendiendo empanadas, limpiando zapatos y
pregonando periódicos como el que dirigía Ché Herrera, para contribuir con el
módico presupuesto familiar Su contacto con la cultura musical lo lograba el
niño trabajador, cuando podía comprar una entrada al cine Salamanca, donde
oía tocar a muchos artistas de reconocida fama internacional. No conocía la
diferencia entre una y otra nota musical, ni el significado de las mismas. No
había recibido lección alguna de Teoría y Solfeo, cuando tuvo en sus manos la
guitarra de Josefina Herrera y comenzó a tocar el vals en do mayor titulado
“Bajo los Puentes del Viejo París”, un arreglo para orquesta y no para guitarra,
que produjo una extraordinaria conmoción espiritual en el poeta José Herrera
Oropeza, quien puso de lado las galeras que corregía e hizo llamar a Cecilio
Zubillaga Perera.
-Manuel, dile a Chío que venga inmediatamente para que oiga tocar a
un niño prodigio de Barrio Nuevo –le pidió a su hijo.
Manuel Herrera Oropeza era también un niño, aunque un poco mayor
que Rodrigo, aficionado a la guitarra y a la bohemia, en lo cual haría carrera
infinita al lado del niño virtuoso del barrio musical de Carora, se sumó al
grupo.
Después de tocar y cantar con Manuel Herrera varias canciones
populares y románticas, en medio de la estupefacción de los presentes,
Rodrigo agarró su cajón de betunero y se dispuso a dirigirse hacia Barrio
Nuevo. La guitarra de una monja que decidió entregar su vida al servicio de
los pobres por mandato divino de su Ser Supremo, sería por mucho tiempo el
único instrumento musical al cual podría abrazarse y rasgar sus cuerdas para
alegría de la familia Herrera Oropeza, durante su infancia, y del mundo
cultural que recorrería a lo largo de su carrera artística. Antes de abandonar la
redacción del periódico, Ché Herrera se le acercó y le dijo:
-Estás invitado para el próximo domingo y para todos los domingos,
mientras yo viva, a almorzar y a tocar en esta casa.
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Mientras la diminuta figura de Rodrigo se dirigía hacia la quebrada que
divide a Carora de Barrio Nuevo, por una calle de tierra que lo internaba en su
mundo sonoro y aleccionador, Chío Zubillaga le comentó a Ché Herrera:
-Afortunadamente han cesado las guerras civiles que no sólo
destruyeron nuestra riqueza material, si no que también frustraron grandes y
precoces inteligencias de numerosos hombres y mujeres de Venezuela,
incluyendo niños como Rodrigo. Barrio Nuevo que fue el refugio de los
caudillos del Partido Liberal Amarillo, ahora es una barriada musical. Los
caudillos liberales lo abandonaron, sus simpatizantes se mantienen fieles a sus
ideas y a los pocos principios, que a través del tiempo pregonaron sus más
destacados representantes, pero su acción está quebrantada, al extremo de
reducirlo todo a los pasos silenciosos del vecindario, al murmullo protegido
por las paredes de barro, por la prudencia de los gestos, por la combinación
artística de los sonidos.
-El recuerdo de otros tiempos –respondió Ché Herrera- cuando los
cohetes anunciaban la disposición de los jefes liberales de atravesar la
quebrada que los dividía de la ciudad, si no podemos olvidarlo, debemos
rescatarlo como la gran tragedia humana que nos retrasó por más de un siglo
de civilización, lo cual nos obliga a educar a nuestros menores en las artes de
la paz y no de la guerra.
Chío Zubillaga y Ché Herrera dialogaban con frecuencia sobre el
contexto socio-cultural que les tocó vivir. Encontraron en el periodismo
cultural la vía para eludir la represión de la tiranía del General Juan Vicente
Gómez y la forma de expresar su solidaridad con la inteligencia de su pequeña
ciudad. La precocidad artística de un niño como Rodrigo les impresionaba y
tratarían por diferentes medios de contribuir a su educación e impulsarlos a
salir de una pequeña ciudad cuyos valores culturales estaban cercados por la
ignorancia de los jefes civiles de la satrapía.
-Pero es que ni siquiera hay formas de educarse –mi querido Ché. El
último mensaje Anual de Presidente, del Malhechor Juan Vicente Gómez,
habla de todo menos de educación y cultura. Ese muchacho –Rodrigo- si
quiere ser algo en este mundo tendrá que irse de este pueblo, de este país.
Vamos a tratar de estimularlo y ayudarlo a que alcance una mejor formación.
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La tertulia política y literaria que Chío Zubillaga y Ché Herrera
realizaban casi a diario en la Redacción del periódico o en el “Cuarto-
biblioteca” del primero, era frecuentada por un pequeño número de jóvenes
con inquietudes intelectuales, que buscaban orientación y apoyo de quienes
eran considerados grandes maestros de su tiempo. A esa tertulia asistiría el
niño Rodrigo, no a participar en el intercambio de ideas, sino a oír, a aprender
y al final de la misma a deleitar con su genio musical a los únicos personajes
de la ciudad capaces de comprenderlo.
-En ese Mensaje –comentó Ché Herrera- se destaca el reino de la paz
interna como consecuencia de la eliminación de los caudillos y la clausura de
los partidos políticos, pero no se informa que los principales líderes políticos
del país están encarcelados, que se han instaurado cámaras de tortura y que se
ha asesinado a los más intransigentes y heroicos en el enfrentamiento a la
dictadura.
-Yo pienso que en un país en el que el 80% de la población es
analfabeta –expresó finalmente Chío- un muchacho como Rodrigo está casi
condenado a pasar toda su vida tocando en los bailes y francachelas, que ahora
montan tanto los godos como los liberales ricos. Como su padre, Juancho
Querales, que vive de lo poco que cobra por los bailes que ameniza su
conjunto musical, de las colaboraciones de algunos amigos, a quienes enseña
y acompaña en serenatas y actos festivos de Carora y sus alrededores.
-Sin embargo –interrumpió Ché Herrera- músico por los cuatro
costados, conquistó todas las mujeres bellas que se detuvieron a oírlo y
admirarlo.
Las privaciones económicas de Juancho Querales sólo eran superadas
por una entrega total al arte musical y a la acumulación de una gran riqueza
espiritual, extraída de la conversación periódica con el periodista Cecilio
Zubillaga Perera, quien le visitaba todos los días. Lo oía hablar de historia,
filosofía, política, literatura y de música, especialmente de Beethoven, a
quien el humanista caroreño estudiaba y escuchaba unas tras otra sus
sinfonías, durante horas. Melómano exquisito iba también a oír tocar a
Juancho Querales, maestro de la guitarra y cantor popular por excelencia de su
barrio, cuya casa era el centro cultural de la barriada. En la casa No. 14-10 de
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la calle San Francisco se detuvo durante amaneceres infinitos, a cantarle al pie
de la ventana a una muchacha encantadora del barrio, a Paula Riera, quien
sería la madre de Rodrigo y de cinco vástagos más, hijos del amor juvenil y de
una excepcional combinación de sonidos de las cuerdas de su guitarra.
Rodrigo no pudo asistir a la escuela de música ni a la escuela primaria.
A la primera, porque el peso de una cultura semi-feudal que caracterizaba las
relaciones de la familia de la época, no permitió que entre el padre y el hijo se
estableciera una diálogo estimulante y creador que abriera cauce al proceso
enseñanza-aprendizaje, y tal vez porque Rodrigo tuvo que trabajar desde muy
niño y evadió someterse a una doble autoridad paterna. Y a la segunda no
asistió porque sencillamente no existía en el barrio. Nacido con un defecto
físico en los pies, que aparentemente le dificultaba desplazarse con normalidad
de un lugar a otro, cuando salió a jugar con compañeros de la barriada y
algunos de éstos trataron de aprovecharse de su supuesta debilidad, fueron
rápidamente persuadidos de sus erróneas apreciaciones, por la fuerza muscular
de los brazos e incluso de las piernas del pequeño guitarrista. Sus primeros
juguetes, los trompos, se los hizo él mismo, como lo tenían que hacer todos
los niños pobres de la ciudad. Un día, muy temprano, antes de que el sol
comenzara a sofocar la atmósfera de la mañana caroreña, sus compañeritos se
sorprendieron cuando lo vieron clavetear varias tablas para construirse un
cajoncito que le serviría de instrumento de trabajo, para dedicarse a limpiar
zapatos.
-Rodrigo, vamos a jugar –lo invitó uno de sus amiguitos.
-No puedo, porque voy a trabajar.
Todos sus compañeritos se rieron al no comprender por qué Rodrigo
abandonaba a muy temprana edad los lugares donde todos se divertían con sus
juegos infantiles. Lo saludaban con mucho afecto y hasta respeto, cuando lo
veían pasar con el cajoncito en la mano y atravesar la quebrada que lo
conducía hacia el centro de la ciudad, a realizar una jornada de trabajo,
también prematura para su edad, pero necesaria para contribuir al sustento de
su familia.
Cuando regresaba con 2 bolívares en el bolsillo, que le había pagado
Ché Herrera, pensaba en la fiesta que realizarían en su casa para celebrar el
21
triunfo de su mano de obra infantil, en el lecho de la quebrada se le atravesó
el guapo del barrio y lo increpó:
-¿Cuánto ganaste hoy, Rodrigo?
-2 bolívares -le contestó con franqueza y dispuesto a enfrentarlo.
-¡Dámelos o te caigo a coñazos!
Rodrigo largó el cajoncito de limpiabotas, se le fue encima y derribó a
golpes a su contrincante. Cuando levantó el brazo derecho para rematarlo en el
suelo, se lo agarró Vale Cayayo, un cantor popular que alegraba las noches del
barrio con su voz y su cuatro.
-¡Déjalo, Rodrigo, que ya aprenderá a respetarte!
El guapo del barrio se levantó y se retiró cabizbajo. Rodrigo caminó
con Vale Cayayo hacia su casa, donde fueron recibidos con vítores al niño que
peleaba como un boxeador y al trasnochador y artífice del cuatro más oído en
las noches insomnes de la barriada. Paula, su madre, tocó y cantó. Rubén, su
hermano mayor, también tocó y cantó. Sus hermanas cantaron. Vale Cayayo
tocó y cantó hasta emborracharse. Rodrigo lo oía con suma atención. Cuando
aquél se retiró, tambaleando por la calle principal, pero aferrado a su cuatro,
del cual extraía melancólicas composiciones populares, Rodrigo lo siguió a
prudente distancia, para continuar oyéndolo tocar, hasta que llegó al frente de
la Escuela de Juancho Querales y se detuvo a oír a los alumnos de su padre.
Después de varias horas siguiendo el ritmo de una música que se perdía en los
callejones de la barriada, regresó a su casa donde todos continuaban tocando y
cantando, hasta que comenzó a ausentarse la noche.
La otra mañana Rodrigo sorprendió nuevamente a sus amigos que
jugaban en las afueras de sus casas, cuando lo descubrieron claveteando otra
tabla. Se le acercaron y uno de ellos le preguntó:
-¿Qué haces, Rodrigo?
-Una guitarra –respondió.
Todos volvieron a reír a carcajadas, pero no se retiraron. Rodrigo
colocó un clavo en cada extremo de la tabla y templó una cuerda de alambre
muy fino, entre uno y otro clavo. Sus compañeritos lo miraban absortos,
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pensando en la imposibilidad de que pudiera extraerle algún sonido musical,
menos una melodía. Rodrigo comenzó a tocar “Cachito Cachumba”, con
algunas dificultades pero con indiscutible maestría. Sus compañeritos gritaron:
-¡Viva a Rodrigo! ¡Viva Rodrigo! -y éste se retiró satisfecho hacia su
casa, para hacer oír entre sus familiares, los sonidos de su improvisado
invento. Cuando su hermano mayor, Rubén, lo oyó, le dijo:
-¡Deja la bulla, Rodrigo! La vibración de esa cuerda es un simple ruido.
-No es un ruido, sino que no se puede afinar. Suena como tu guitarra,
que también está desafinada. Pásamela que yo te la afino –le respondió
Rodrigo.
En medio de la sorpresa de todos y las dudas de Rubén, que era
guitarrista reconocido en el barrio, éste le extendió la guitarra y Rodrigo,
después de precisar los ritmos musicales de sus cuerdas, se la devolvió
afinada.
-De hoy en adelante serás el afinador oficial de mi guitarra –le expresó
Rubén, quien decidió invitarlo a las fiestas y a las serenatas que armonizaba
con su guitarra y un pequeño conjunto musical que constituyó a los pocos
meses, para que afinara su lira en el menor tiempo y con la mayor precisión
posibles.
En un barrio de músicos, no dejó de llamar la atención que un niño que
no había asistido a la escuela, que no tenía maestro particular, pudiera afinar
una guitarra con la rapidez y la exactitud de un verdadero artista. Veían como
más natural que un niño aprendiera a nadar en la zona inundada del barrio y
luego atravesara a nado el río Morere, que en época de lluvias rompía el dique
de contención, anegaba las casas de Barrio Nuevo y de gran parte de Carora, y
formaba grandes lagunas en las que Rodrigo también se destacaba
chapaleando en el agua y ayudando a las familias afectadas a salvar sus
utensilios y animales domésticos.
Rodrigo formó parte de un grupo de muchachos que se reunían en la
esquina denominada Japón, a tocar improvisadamente algunas composiciones
que oían y aprendían de los mayores, que en otra esquina revelaban sus
conocimientos adquiridos en la Escuela de Juancho Querales. Sus compañeros
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le pedían que les afinara sus guitarras y comenzaron a aprender música
internacional que Rodrigo tocaba, después de ir al cine Salamanca a ver las
películas del momento. En una de esas reuniones se le acercó su padre y le
dijo:
-Afíname ese cuatro.
Rodrigo armonizó los sonidos de sus cuerdas e hilvanó algunos acordes
musicales y le regresó el cuatro afinado.
-Tienes oído musical –le expresó Juancho Querales y se marchó.
Rodrigo también se marchó. Al otro día fue a El Diario a buscar 100
ejemplares para venderlos. Antes de salir a realizar su nuevo trabajo, José
Herrera Oropeza se le acercó con la guitarra en las manos, rodeado de toda
familia y de los trabajadores del periódico. Rodrigo entendió y tocó todas las
composiciones populares que había oído la noche anterior en las calle de
Barrio Nuevo. Luego salió a recorrer las calles principales de Carora gritando
el titular de primera página:
-¡Homenaje al maestro Ramón Pompilio Oropeza!
-¡Vendo edición especial de El Diario!
Tocaba las puertas de las viviendas donde siempre le compraban el
periódico, cualesquiera de los que generalmente vendía. Cuando entró en el
jardín de la casa de doña Carolina de Herrera y tocó el timbre, por la puerta
lateral, reservada para la entrada del servicio doméstico, le salió un inmenso
perro “San Bernardo”, cuyos ladridos le hizo soltar los periódicos y subirse
hasta la parte alta de una ventana de hierro. Ante los ladridos del perro
guardián, doña Carolina se asomó por la ventana y observó que Rodrigo
estaba sobre su cabeza, en la parte superior de la reja que la protegía. Lo miró
y le dijo:
-Pero Rodrigo, no te preocupes, que ese perro es capao!
-¡Perdone doña Carolina. Agarre su perro, que yo no le temo a sus
cojones .sino a que me muerda!
Entre risas y gritos al perro para que se retirara al interior de la casa,
salió doña Carolina, bajó Rodrigo y entre ambos recogieron los periódicos
24
diseminados por el suelo. Doña Carolina había leído en una edición anterior
de El Diario que su pregonero era un prodigio de la guitarra, le dijo que ella
no entendía mucho de música, pero su marido era un aficionado al violín y
que le gustaría que lo oyera. El niño portento de la guitarra entró y fue
recibido por don Flavio Herrera en el momento en que ejecutaba un solo de
violín de un compositor desconocido. El novel guitarrista lo observó y oyó
hasta el final. Don Flavio le preguntó qué le parecía su ejecución.
-Usted es un gran violinista. Présteme una guitarra y yo le toco lo que
acabo de oír.
Don Flavio buscó su guitarra y se la entregó. Rodrigo tocó exactamente
lo que improvisaba su nuevo anfitrión y luego ejecutó y cantó nuevas
composiciones de su repertorio popular. Felicitado y aplaudido fue invitado a
visitarlo cada vez que tuviera tiempo para cenar juntos y ensayar algunas
composiciones para violín y guitarra. Rodrigo le contestó que volvería
después de ir al cine y oír nuevas canciones.
-Toma Rodrigo, el pago de la suscripción del mes. Y deja los periódicos
entre los barrotes de la reja, pero no dejes de venir a tocar con Flavio –le
expresó doña Carolina.
Le extendió varias monedas y lo despidió con afecto, que expresaba un
sentido maternal. Rodrigo siguió su marcha hasta vender todos los periódicos.
Por la tarde salió a vender empanadas. En la puerta del cine Salamanca se
encontró con el dueño del local y le dijo:
-Don Gonzalo, le cambio esta empanada, la última que me queda, por
una entrada al cine.
-Entra a ver la película y cómete tu empanada –le respondió Gonzalo
González.
En el Patio del cine se encontró con Manuel Herrera y juntos vieron la
película, en la que cantaba y tocaba guitarra Tito Guizar. Lo oyeron en
completo silencio. Cuando salieron a la calle le manifestó a Manuel:
-Vamos a tu casa, que quiero tocar en la guitarra de Josefina, lo que
estaba tocando Tito Guizar.
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Caminaron por la calle Bolívar hasta la Sala de Redacción de El Diario,
recorrido que repetirían muchas veces, para hacer del cine una escuela y la
Redacción del periódico una sala de ensayo musical. La casa estaba sola, la
edición de El Diario había sido cerrada. Bajo la dirección de Rodrigo, los dos
jóvenes tocaron y cantaron “Cielito Lindo”, “Méjico Lindo y Querido” y otras
canciones del repertorio mejicano. Al terminar, Manuel le expresó a Rodrigo:
-Mañana volvemos al cine.
-Mañana no puedo, el dinero que gané hoy y el que me gane mañana se
lo daré a mi mamá – le respondió Rodrigo.
-Yo te invito mañana y tú me enseñas a tocar la guitarra.
Rodrigo aceptó la proposición y se dispuso a retirarse. Manuel le
acompañó hasta el portón de salida. En el camino, Rodrigo pensaba lo que
tendría qué hacer para ir al cine todos los días, su única y verdadera escuela de
música y de lenguaje, a través de grandes artistas internacionales. Le gustaría
ser un hombre como Ché Herrera o Chío Zubillaga. Le gustaría viajar por el
mundo que aparece en las películas. Tenía que trabajar y estudiar. Al llegar a
su casa le expresó a su hermana mayor:
-Carmen, quiero estudiar. Mañana vamos a la casa de Vicenta Pérez,
para que me inscribas en su escuela. Yo venderé más periódicos, más
empanadas y haré cualquier otro trabajo que buscaré pronto, para pagarle mis
estudios.
Vicenta Pérez no era maestra, no tenía ninguna escuela formal. Era una
humilde señora del barrio, preocupada por la religión Católica, Apostólica y
Romana y por las primeras letras, que enseñaba a leer y escribir a los niños y
jóvenes pobres de Barrio Nuevo. En esa escuela fue inscrito Rodrigo. Por la
mañana, antes de ir ala escuela, tenía que buscar ocho latas de agua en una
pileta cercana al barrio, para el consumo familiar. El primer día de clase y
durante todo el tiempo que estuvo asistiendo a su escuela, la maestra le
ordenaba que moliera doce máquinas de maíz, antes de comenzar a enseñarle
el alfabeto. Luego recibiría las primeras lecciones en el libro de Alejandro
Fuenmayor y después en un segundo libro de Historia de Venezuela, hasta que
compelido por la urgencia de realizar un trabajo más productivo, una vez
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dominadas las bases fundamentales de la lectura y la escritura, decidió hacerse
zapatero, un oficio que aprendían los adultos de Carora, pero que él tendría
que aprender y aprendió a los quince años.
EL CANTO DE LOS PÁJAROS AFINAN EL OÍDO
27
ALIRIO tenía 12 años cuando comenzó a explorar la vía de escape hacia el
más allá y abrirse paso en un complejo mundo de sueños infantiles, frente a
una dura realidad que le tocó vivir, con una guitarra a cuestas, desde La
Candelaria, aldea de La Otra Banda, invadida por el viento que levantaba
oleadas de polvo y obligaba a sus moradores a encerrarse en sus casas o
emigrar hacia el Lago de Maracaibo, donde comenzaba la explotación
petrolera, con una mejor oferta para el trabajo, para la vida y para la muerte.
Otros buscaban conquistar el centro de la política y de la cultura, vía Carora y
de allí al universo.
A pie y calzando alpargatas, arreando un burro cargado con pieles de
chivo para las curtiembres de Carora, con apenas 12 años de edad, después de
atravesar 30 kilómetros que separan a su aldea nativa de aquella ciudad, bajo
un sol estallante que calcina las piedras y los árboles en el semidesierto del
Playón de Plumilla, arribó por primera vez al mundo cultural que promovían
Cecilio Zubillaga Perera y José Herrera Oropeza. “Impresionado y azorado -
por lo que veía por primera vez y sobre la que escribió años más tarde- conocí
lo que era una ciudad de calles rectas y limpias, un río con su puente y una
hermosa plaza urbana”. Se sintió en otra realidad, en otra dimensión humana,
que lo atrapó en el momento, pero que le gustaría enfrentar, no sólo con la
audacia de su imaginación, sino también con el coraje de un joven campesino
dispuesto a formar parte de lo que aparecía ante sus ojos como el símbolo de
una civilización desconocida, pero cuya imagen se la habían revelado algunos
periódicos que esporádicamente llegaban a sus manos.
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Después de vender los cueros de chivo, embriagado por la ciudad
decidió quedarse en la casa de su hermano Fulvio, donde conoció ese mismo
día a Clímaco Chávez, luchador revolucionario, guitarrista y cantante popular,
con quien estrecharía nexos de amistad entrañables y para toda la vida. Esa
misma noche se fueron de serenatas, en las que Chávez, por su edad y por el
dominio que ejercía sobre su guitarra, llevaba la primera voz y la primera
opción entre las muchachas bellas de las barriadas de Carora. Alirio aprendía y
se sentía, cada hora que pasaba, más atraído por la ciudad y sus circunstancias.
Clímaco Chávez le habló, además, de la revolución en la Unión Soviética, de
Chío Zubillaga y de su condición de obrero, que lo identificaba con el
proletariado internacional. Alirio le manifestó:
-Me gustaría conocer a Chío Zubillaga.
-Quédate un día más, después de mi jornada de trabajo en la Tipografía
de El Diario vamos a conocerlo. Es un gran revolucionario y amante de la
música. Estoy seguro que le va gustar oírte, porque eres muy joven para lo
bien que tocas –le contestó Chávez, cuando se despedían en la madrugada.
-Sí, me quedaré y esperaré a que salgas de tu trabajo.
Alirio contaba con la solidaridad absoluta de su hermano Fulvio, quien
al conocer su decisión de quedarse para conocer a Chío Zubillaga le expresó
su respaldo y su disposición a acompañarlo.
-Mi vocación periodística y política se la debo a Chío Zubillaga. Soy un
gran admirador de su pluma y de su combatividad –le dijo muy entusiasta,
Fulvio, quien contribuiría mucho con su apoyo a decidir que Alirio regresara a
Carora.
Por la tarde se presentaron al “Cuarto-biblioteca” de Chío Zubillaga. En
principio, éste no se sorprendió, conocía a Clímaco Chávez como un luchador
social que difundía entre trabajadores de la ciudad y del campo su
pensamiento revolucionario, que el propio Chío estimulaba entre los más
jóvenes y combativos muchachos que le visitaban o leían. La primera
impresión de Alirio frente a Chío Zubillaga fue de anonadamiento. Humilde
como todo campesino y deseoso de aprender como toda gran inteligencia
humana, fue sorprendido por un hombre corpulento, gesticulando y hablando
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con una gran precisión sobre los más diversos temas del momento, hasta
descender a una conversación sencilla, para satisfacción y orientación de un
joven de La otra Banda, que buscaba y necesitaba precisamente eso: la voz y
el pensamiento de un maestro que lo estimulara a ser partícipe de una sociedad
civilizada.
-El ascenso de Adolfo Hitler al poder en Alemania es un gran peligro
para la humanidad. Podemos estar cerca y ser víctimas de una de las más
terribles y criminales dictaduras que hayan azotado a Europa y amenacen a
todo el globo –fue el comentario final que hizo Chío Zubillaga, después de oír
una información por radio acerca del triunfo electoral del jefe del nazismo.
Luego se dirigió a Clímaco Chávez y le expresó:
-Tú debes ser familia de José Chávez, herrero y flautista de Barrio
Nuevo, de quien escribí hace algún tiempo una nota que les voy a leer: Como
flautista formaba parte de la Banda Filarmónica de Zacarías Gallardo. (En esa
época había en Carora si no más afición, mayor interés por la música, capitel
celeste de las bellas artes). No estábamos tocados entonces de excesiva abulia
o de superficialidad, hasta el momento en que cayera nuestra música en el
caso regresivo, que ha hecho notar nuestro compañero Isaías Ávila en las
columnas de “El Yunque”.
Al terminar la lectura, miró a los asistentes y preguntó:
-¿Quién de ustedes va a tocar?
-¡Alirio! –afirmó con voz ronca y categórica, Clímaco Chávez.
Chío fijó su vista en el muchacho campesino, quien buscaba
acomodarse en una silla de cuero para poder abarcar con sus brazos la guitarra
de Clímaco Chávez. Una vez posesionado de su instrumento, tocó
“Conticinio”, un vals de Laudelino Mejías y varias composiciones románticas
que había aprendido entre sus familiares en La Candelaria. Chío captó su vena
artística e hizo llamar a Ché Herrera para que lo oyera. Alirio volvió a tocar
todo lo que constituía su repertorio de música popular, que provocaron el
comentario entusiasta de Chío Zubillaga:
-Ché, este es otro joven que debe salir de Carora.
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-Primero, de La Candelaria, porque Alirio se regresa mañana. Aunque a
él lo que más le gusta es escribir –se adelantó Clímaco Chávez.
-Escriba para El Diario -le dijo José Herrera Oropeza.
-Está bien, Ché, pero este muchacho será un gran guitarrista si
logramos que salga a estudiar a otra parte, donde haya una buena escuela de
música. Tù y yo podemos y debemos hacer algo por Rodrigo y Alirio.
-De acuerdo contigo, Chío, haremos todo lo que esté a nuestro alcance.
Por ahora Alirio puede enviarte algún artículo, se lo corriges y se lo
publicamos en nuestro periódico.
Alirio y su compañero se despidieron y esa misma noche le llevaron
una serenata a la novia de Clímaco Chávez. Carora y su entorno ejercían un
poder de fascinación en la mente de Alirio. No quería regresar a La
Candelaria, pero el mandato de su padre le resultaba imperioso:
-Regresa pronto, hay que cuidar las huertas y los animales. Tú eres el
único que me queda en La Candelaria y quien puede ocuparse de mis
negocios, que serán tuyos cuando yo muera o no pueda atenderlos.
Desde muy niño Alirio hacía los mandados de la casa, acompañaba a
las niñas y hasta a las mujeres a los lugares cercanos, llevaba los burros a los
bebederos y trabajaba en un conuco. Sembraba maíz y pasto, construía y
reparaba cercas de alambre y de broza, limpiaba la maleza a punta de machete
y peinilla, excavaba estanques con pico y barretones, escardillas y palas. Al
terminar estas jornadas cumplía algunas obligaciones domésticas, que en
cierto modo consideraba menos agotadoras, aunque no propias para el
descanso: buscaba agua en los estanques, cortaba y cargaba leña para el fogón
de la cocina, jopeaba chivos y limpiaba los corrales, sabaneaba el ganado en
lugares lejanos y si tenía tiempo cuidaba la pulpería de su padre.
-Alirio, vamos a jugar –le gritaban varios niños de su edad, cuando lo
veían regresar de la lejanía.
A Alirio le gustaba jugar con los niños de La Candelaria, pero prefería
oír música cuando tenía algún tiempo libre. Había espacio para correr, gritar y
saltar, pero le faltaba tiempo par oír música. Los niños no deberían trabajar,
pensaba Alirio. Es la única manera de hacerse hombre, pensaba su padre.
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-No te vayas, Alirio. Vamos a jugar.
Niños y niñas jugaban Las Flores, Los Mosquitos,, El Ramito, la
Tapara, El Retrato, El Barco, Goyana, El Monigote. Los varones se separaban
de las hembras para jugar La Cuadrilla, El Cedazo, El Oso, El Gavilán, La
Gallina Clueca, La Cebolla, el Pilón y El Enigma. También se separaban para
cazar a los zorros que mataban las gallinas, y sobre todo para ver cómo hacían
el amor los animales.
Antes de salir del “Cuarto-biblioteca” de Chío Zubillaga, la mirada de
Alirio se extendió por las paredes cubiertas de libros y de letreros con frases
de hombres y mujeres famosos del mundo. Cuando leía una frase de Víctor
Hugo, que decía:
“Modelar una estatua y darle vida
es hermoso; modelar una inteligencia
y brindarle la verdad es más hermoso aún”
Chío se le acercó y le preguntó:
-¿Te gustaría leer Los Miserables?
-Sí, don Chío. Muchas gracias.
Salió con un libro en las manos y el pensamiento en las nebulosas, a
serenatear con Clímaco Chávez.
Chío Zubillaga y José Herrera Oropeza continuaron dialogando.
-Ese muchacho también se perderá si no lo sacamos de La Candelaria,
en ese desierto el sol es tan destructivo como las guerras civiles del siglo XIX,
ha calcinado gran parte de la vida, y aunque el hombre se ha hecho más
resistente a la soledad, la naturaleza se ha tornado más triste –expresó Chío
Zubillaga en su afán de estimular la conversación con su colega y amigo, de la
cual generalmente extraían temas y motivos para sus trabajos periodísticos.
-No exageres, Chío, en La Candelaria desaparecieron las voces de
mando de los caudillos liberales y conservadores que armaban y levantaban la
peonada, saqueaban los pueblos y obligaban a los ricos a entregar
contribuciones de guerra o enterrar sus morocotas.
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-Nada de exageraciones, mi querido Ché, en esas playas no quedará
nadie, excepto los muertos, cada día es mayor la emigración de jóvenes
absorbidos por el pulpo petrolero del Lago de Maracaibo, fascinados por el
señuelo del oro negro, del nuevo Dorado; y los pocos que quedan tienen que
enfrentar los rigores de un desierto que crece empujado por el verano y el
hacha que liquida los árboles y las flores.
Mientras Alirio se detenía a oír el canto de los pájaros y se sentía
acompañado, observaba simultáneamente con impotencia y con envidia, la
marcha de muchos jóvenes. Las casas abandonadas eran ocupadas por
fantasmas que las sujetaban para evitar su desplome total. La tierra se iba
quedando sin los brazos para la siembra y sus óvulos fertilizantes
desaparecían. Los chivos se fueron reduciendo a los pocos sobrevivientes de la
pradera circundante, que lentamente se reducía a la presencia vital de cardones
y tunas. La trágica erosión de La Otra Banda, que constataba todos los días en
su relación directa con la tierra que estaba obligado a trabajar, se le convertía
en una lengua de fuego que lo impulsaba a seguir los pasos de los emigrantes,
cuando leía los artículos de Chío Zubillaga en el periódico de dirigía José
Herrera Oropeza, en los que denunciaba la miseria del campesino y el
abandono en que lo mantenían las autoridades obligadas por ley a protegerlo.
-Los candelareños tendrán que vivir de la mezquindad del desierto, si
son capaces de utilizar los pocos brazos que les quedan para construir lagunas
y represar las pocas aguas que caen durante las pocas lluvias que alivian la
aridez de la tierra, antes de escurrirse por quebradas tortuosas hacia el río
Morere y luego hacia el Mar Caribe.
Chío Zubillaga y Ché Herrera continuaban platicando por largas horas,
hasta que decidían volcar en las páginas de El Diario las conclusiones de sus
debates. Desde la Sala de Redacción del periódico y desde el “Cuarto-
Biblioteca” del primero establecían hilos comunicantes con los barrios de
Carora y con los caseríos circundantes.
-Ya se han adaptado –Chío- a la metamorfosis de la tierra. Mientras el
ganado vacuno se reduce a unos cuantas cabezas, en las pocas huertas de los
pequeños propietarios que ven desaparecer sus modestas fortunas, emergen
rebaños de chivos para alimentar a los más pobres, que cada día serán más,
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hasta que todos sucumban ante la adversidad de la naturaleza y la incapacidad
de los habitantes para incorporar nuevas técnicas para el cultivo de la tierra, y
la incuria de los gobiernos frente a la tragedia humana, que por siglos los
azota.
-Sí, ya lo sé, incluso lo he visto. Sólo una que otra mula, uno que otro
burro, una que otra vaca quedan pastando en los alrededores de La Candelaria
como demostración de un pasado, no sólo pleno de prosperidad, sino también
saturado de una evidente fuerza impulsora de paz y de guerra, que generaban
los hombres y las cabalgaduras que imponían el orden en una sociedad
conmocionada por la violencia de los más intransigentes.
-Todo se ha ido tornando más tranquilo, terriblemente solitario. Pero
todos se salvarán. No te olvides, Chío, que tienen varias vías de escape.
Carora que no sólo es el camino hacia la cultura en el centro del país, sino
también hacia cualquier otra nación del Caribe y del mundo; la zona petrolera
del Lago de Maracaibo que los conducirá a un mejor nivel de vida; y
finalmente, la música los unirá a través de los sonidos, al universo de un
lenguaje común.
Cuando Alirio emprendió el regreso atravesó el puente sobre el río
Morere en dirección a La Candelaria, miró hacia atrás y volvió a ver la ciudad
por la cual se sintió fuertemente atraído y la que no desaparecerá de su
imaginación ni de sus sueños de emigración. Volveré muy pronto, pensó, y se
internó en el mundo del cual todavía se sentía formando parte, el que
abandonaría muy pronto, pero del que no se desligaría jamás, aun cuando
volviese a Carora y los sonidos que extraía de su guitarra lo llevasen a recorrer
los principales teatros de las grandes ciudades del universo. No olvidaría el
canto de los pájaros, sus grandes maestros de su oído musical. Así los
recordará, cuando varios años después regrese a la aldea que lo vio nacer.
“No hubo amanecer sin que al saludar al alba y a la vida no nos
despertase con la delicia de sus entonaciones de júbilo, de esperanza, de
tristeza, con aquella profusión de ritmos, melodías y armonías que jamás
orquesta alguna soñó interpretar... los olímpicos silbidos del turpial, los dejos
de la perdiz, siempre triste y perdida como su nombre; y los loritos, siempre
alegres; la guacoa con su agorero fa-mi; la presencia melódica de la paraulata,
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de las palomas burreritas y del san antoñito; la actuación solitaria del cardenal;
la actuación percuciente del carpintero y del chemeque, despertadores
matutinos con sus redoblantes sobre troncos de cardón; el tímido canto del
juangil para el presagio o súplica de la lluvia. Y como conclusión triunfal del
concierto, teníamos las parrandas de las cotorras, que al igual que los canarios
eran los únicos pájaros que solían darse cita colectiva, para romper con sus
trinos a los cuatro vientos desde las copas más elevadas de los árboles”.
A ese ambiente natural se sumaba el familiar y comunitario. Todos los
miembros de su familia tocaban y cantaban para hacer desaparecer por breves
momentos la tristeza que traía la proximidad de la noche. Incluso su padre,
Pompilio Díaz, un hombre recio, de espíritu feudal con relación al trabajo, era
profundamente sensible a la combinación armónica de los sonidos. Y en la
mayoría de las casas de La Candelaria se rendía culto a la lira, al cuatro y al
canto popular. La música acompañaba el quehacer diario de hombres y
mujeres que, después de una jornada rutinaria de trabajo decidían alegrar la
vida y alejar los espantos.
Alirio se detenía a oír las cantilenas que generalmente las madres
campesinas cantaban para dormir a los niños. Muy cerca de la cocina oía el
ritmo perfecto que lograban las piloneras de maíz y el preciso palmoteo de las
amasadoras de arepas. En las fiestas patronales de La Candelaria, mientras la
mayoría de los niños se divertía jugando y viendo uno que otro payaso, Alirio
–durante los 3 días que duraban dichas fiestas- se extasiaba escuchando la
Banda de Música “Lara” interpretar diversas composiciones musicales,
especialmente el valse venezolano “El Ausente”. En la retreta que se
presentaba en la plaza del villorrio, en los bailes que se realizaban en
diferentes casas de familia y hasta en la pulpería de su padre, estaba atento al
ritmo que tocaba la orquesta popular. Después de oír por largo rato a la Banda
“Lara” se dirigió a la habitación de su hermano Atanasio, quien descansaba en
un chinchorro, y le expresó:
-¡Préstame tu cuatro, Atanasio!
-Si lo sabes tocar, bájalo.
Tomó el cuatro que colgaba en la pared y tocó el valse “El Ausente”,
que había oído tocar a la banda “Lara”. En esos momentos no sabía que el
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cuatro era un instrumento acompañante y no melódico. Tampoco lo sabía su
hermano Atanasio, pero éste se levantó y gritó a todo pulmón:
-¡Alirio será el mejor cuatrista de La Candelaria y de La Otra Banda!
Pronto nos acompañará a tocar en los bailes y en las fiestas del pueblo.
Todo lo que su hermano Atanasio y Chepel Riera –el Esopo de su
infancia- tocaban en el cuatro, Alirio lo imitaba. Pero lo que más le llamó la
atención fue la guitarra de su hermana Ángela. Cuando la oía tocar se
concentraba al máximo, tratando de aprenderse de memoria lo que ella
ejecutaba. Cuando consideró que podría hacerlo tal como Ángela lo realizaba,
la abordó:
-Ángela, préstame tu guitarra.
-Cuando aprendas a tocar bien el cuatro.
-Yo sé tocar el cuatro y también la guitarra.
-Dale para ver si es verdad –le dijo la hermana y le extendió la guitarra.
Cuando hizo sonar las cuerdas de la guitarra, constató que muchos
acordes tenían posiciones idénticas a las del cuatro. Todo el cordaje
guitarrístico lo aprendió observando a sus familiares y amigos, con la
excepción del de la dominante de mí, para cuyo aprendizaje solicitó el auxilio
técnico de Alba Julia, una de sus primas que tenía un alto dominio de la
guitarra. Después de tocar y cantar varias canciones populares con su hermana
y otros familiares aficionados a la música, algunos amigos del vecindario se
acercaron para oírlo. Al final, Ángela expresó:
-¡Alirio será el mejor de todos nosotros!
Entusiasmado por el éxito económico y amoroso de los serenateros
románticos de La Candelaria, La Otra Banda y Carora, formó varios duetos y
conjuntos musicales con jóvenes de su edad, entre quienes destacaron Braulio
Urquiola Mosquera y su hermana Dorotea, Juan Pablo y Ángel Verde, Jesús y
Mario Leal.
Su pasión por la guitarra le permitió superar o por lo menos mitigar la
dureza de algunos trabajos, especialmente cuando hacía de mandadero para
Muñoz, villorrio cercano, donde además de poder contemplar y cantarle a las
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mujeres más bellas de La Otra Banda, existía una excelente y reconocida
afición por la guitarra. En esos viajes visitaba a las Zambrano, en La Reforma,
y tocaba y cantaba con ellas y para ellas. En la casa de don Isaías Mosquera,
en la pulpería de Silvino Mendoza y en la casa de don Antonio Vicente
Nieves, en el Rosario, pasaba largos ratos tocando y cantando con sus amigos
y amigas aficionadas a la guitarra en particular y a la música en general.
Impresionado por los avances que experimentaba en el manejo de la
guitarra, su padre decidió enviarlo a la escuela primaria que funcionaba
precisamente en el caserío Muñoz, donde fue inscrito para estudiar primer
grado. Al ingresar dio rápidas e inteligentes demostraciones de fácil
aprendizaje. Había aprendido a leer y escribir con su tío Juan Bautista Verde,
quien lo distinguió de manera especial por su afición a la guitarra.
Durante sus estudios en Muñoz, cuando predominaba la violencia
contra los niños como método de enseñanza, el maestro le llamó la atención
porque estaba entonando una canción en el aula. Ante su insistencia por el
tarareo de algunas canciones, el maestro se encolerizó tanto que decidió
castigarlo, propinándole diez palmetazos en las palmas de las manos.
-¡Ponga las manos con las palmas hacia arriba! –le gritó enfurecido.
Alirio colocó sus manos en la posición indicada. El maestro observó
que tenía las uñas largas y mal limadas.
-¿Por qué tiene las uñas así? –le preguntó, bajando el tono de la voz.
-Para poder tocar guitarra –respondió Alirio, sin salir todavía de la
consternación que le producía la violencia verbal del maestro.
Este, que era guitarrista y bohemio empedernido, bajó la palmeta y le
expresó:
-Pórtate bien, para que toquemos más tarde.
Alirio respiró profundo y se retiró hacia su pequeña silla que le servía
de pupitre y oyó con atención la voz del maestro hasta el final de la clase.
Cuando el docente anunció que había finalizado la actividad en el aula, Alirio
se dirigió a la Iglesia a oír una misa cantada y el órgano que tocaba Mamerto
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Mendoza. Al terminar la misa caminó hasta la casa de don Antonio Vicente
Nieves, donde le presentaron al Padre Juan José Bernal.
-Este es Alirio, un niño prodigio de la guitarra –le expresó Nieves al
sacerdote.
-Vamos a tocar y cantar, le dijo el cura –y empezó:
-Solamente una vez se ama en la vida.
Alirio lo acompañó con la guitarra. Cantaron también las hermanas
Nieves, Silvino Mendoza y otros trovadores populares de La Otra Banda.
Durante su regreso a La Candelaria volvió a oír el canto de los pájaros y pensó
que lo estaban despidiendo. Recordó a Chío Zubillaga y a José Herrera
Oropeza, reafirmó su voluntad de abandonar el desierto sobre el cual
caminaba y se imaginó que volaba hacia las estrellas. Sin embargo, al tropezar
con una tuna espinosa retornó a su realidad de adolescente campesino. Siguió
su marcha y al atardecer arribó a su aldea natal.
UNA GUITARRA Y UN LIBRO PRESTADOS
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RODRIGO pasó frente a El Diario, pero no se detuvo a limpiarle los zapatos a
José Herrera Oropeza ni a tocar guitarra, había decidido realizar otro trabajo y
aspiraba llegar rápido a la fábrica de zapatos de Paulino Aldazoro. Eran las 7 y
30 de la mañana cuando llegó a la zapatería. Esperó hasta las 8 a.m. y cuando
un empleado abrió la puerta principal, entró y preguntó:
-¿Don Paulino vendrá pronto?
-Sí. Está en su casa, pero ya viene. ¿En qué podemos servirle? –
preguntó a su vez el ayudante de zapatero.
-Necesito me enseñe a fabricar zapatos. Necesito hacerme zapatero y
producir algo más de lo que gano como limpiabotas y vendedor de periódicos
y empanadas. Quiero ayudar a mi familia y hacer algunos ahorros para
comprar una guitarra.
-Eso es posible, pero la primera lección que usted debe aprender es
pasar todos los días por debajo de esa mesa, para luego comenzar como
aprendiz de zapatero. Si don Paulino lo contrata, yo le enseñaré cómo se hace
un zapato.
-Eso de pasar por debajo de la mesa no puede ser la primera lección
para hacerse zapatero. Yo puedo pasar por debajo o por encima la mesa, pero
eso no puede ser la manera de comenzar para aprender zapatería.
Paulino Aldazoro llegó en ese momento e intervino para rectificar la
actitud de su ayudante.
-Pase adelante. Hoy mismo empieza, me gusta el espíritu de trabajo de
los jóvenes que necesitan abrirse paso en la vida. Yo lo he visto trabajar a
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usted limpiando zapatos y vendiendo empanadas y periódicos. Estoy seguro
que aprenderá muy pronto.
Rodrigo recibió las primeras instrucciones del dueño de la zapatería y
trabajó en su nuevo oficio hasta las 6 de la tarde. Se despidió y corrió hasta el
cine Salamanca, llegó antes de que empezara la película “Pajarillo
Manzanero” en la que participaban varios artistas mexicanos. Al finalizar la
película se dirigió a la Redacción de El Diario y se encontró con su amigo
Manuel Herrera Oropeza, quien no había concurrido esa noche al cine, por
tener que ayudar a su padre en la corrección de algunas páginas de galera, para
la edición del día siguiente.
-Manuel, préstame la guitarra de Josefina y te enseño por un bolívar, la
introducción de “Pajarillo Manzanero”.
-De acuerdo –le respondió Manuel y le entregó la guitarra de su
hermana. –Vamos. ¿Cómo empieza?
Rodrigo tocó varias veces la introducción de la canción y luego le pasó
la guitarra a Manuel Herrera. Este también la tocó con toda la precisión del
caso. Se sintió satisfecho y ambos se dedicaron a ensayar las canciones que
tocarían y cantarían esa madrugada en las ventanas de las casas de varias
muchachas de Barrio Nuevo. Antes de separarse, Manuel le comunicó que le
tenía otro trabajo relacionado con la música.
-El Conjunto Pentagrama va a tocar mañana por la noche en el Club
Torres y le falta un músico, porque se enfermó el cuatrista. Vamos a preguntar
cuánto te pagan y si te quieren oír tocar el cuatro antes de que te contraten.
Salieron de la Sala de Redacción de El Diario y juntos se dirigieron a la
sede del principal club de la ciudad. Manuel Herrera lo presentó como un
fenómeno del cuatro, para que los dejaran entrar. Una vez en el interior de la
sala de baile, caminaron hacia donde estaba el Director del Conjunto, lo
abordaron y éste preguntó:
-¿Has ensayado bastante?
-Tenemos varias horas ensayando –contestó Manuel.
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Le entregaron un cuatro y sin previo ensayo, Rodrigo se incorporó al
Conjunto Pentagrama y tocó hasta altas horas de la noche. Recibió 2 bolívares
como pago por su actuación. Desde esa noche – y después de confesar que no
había ensayado- Rodrigo quedó consagrado como el sustituto de todos
aquellos músicos que faltaban por una u otra razón a participar en cualquier
orquesta de la ciudad. Entre los músicos se le conoció como el único que no
necesitaba ensayar para tocar cualquier composición musical. Sólo necesitaba
que alguien arrancara o comenzara a tocar, para luego él acoplarse con
maestría al ritmo en ejecución.
Pero el trabajo en una orquesta popular no se realizaba todos los días y
Rodrigo se vio obligado a continuar en la zapatería, hasta que un día su
hermana mayor le informó que en las cercanías de Barrio Nuevo estaban
explotando una cantera de piedra, en la que pagaban más que en la zapatería.
-Lo que ganas, ya no alcanza para todos. Somos muchos, Rodrigo, y
tienes que ganar un poquito más.
En las horas libres que le dejaba su oficio de aprendiz de zapatero, iba a
la cantera a picar piedra, para el concreto de algunas de las calles que en ese
momento se estaban arreglando en Carora. En esta jornada ganaba más, pero
era más dura. Con el primer salario de este último trabajo compró sus
primeros pantalones largos.
Cuando volvió a la zapatería, Paulino Aldazoro le comunicó:
-He decidido instalar la fábrica de zapatos en Barquisimeto, una ciudad
más grande, donde posiblemente aumente las ventas y le pueda aumentar su
salario, si decide irse conmigo. Piénselo bien y me avisa.
-Lo pensaré, don Paulino.
Rodrigo pensó que debería consultar con su madre y con sus hermanos
mayores, aunque a los 15 años se sentía totalmente independiente. Pero salir
de Carora para otra ciudad era un acontecimiento de cierta trascendencia, por
tener que alejarse de una familia a la cual estaba estrechamente unido por
tradición y por necesidad. También creyó conveniente la consulta familiar
porque la mayoría de la familia dependía de su trabajo.
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Cuando salió de la zapatería y caminaba para su casa, frente a la plaza
Bolívar lo abordó Tino Carrasco, famoso músico de la ciudad que dirigía un
conjunto musical muy popular y de mucho prestigio en Carora y sus
alrededores.
-Necesito que me acompañes esta noche a tocar en el Centro “Lara” y
vamos el viernes a inaugurar Radio Coro.
Rodrigo se sintió verdaderamente complacido, aunque pensó que quizás
no ganaría lo suficiente como poder cambiar de trabajo, pero se podría abrir
un porvenir musical y era lo que ya comenzaba a concebir, no sólo como un
medio de subsistencia, sino también -y era lo fundamental- como parte
integral de su vida.
-Muy bien, don Tino. Tocaremos esta noche y el viernes viajaremos a
Coro. En el libro de Fuenmayor leí que cerca de Coro había unos médanos,
grandes cúmulos de arena. ¿Usted los conoce, don Tino?
Tino Carrasco no conocía a Coro, pero para no quedar mal frente a un
muchacho a quien consideraba su discípulo, sonrió, lo tomó por el brazo y le
expresó:
-Te llevaré a conocer todo lo que quieras.
Esa noche Rodrigo tocó la guitarra con el Conjunto Musical de Tino
Carrasco, sin previo ensayo. Cuando llegó a su casa no podía conciliar el
sueño pensando cómo sería Coro, cómo sería Barquisimeto. Carrasco lo
invitaba a conocer la primera ciudad, y Aldazoro lo invitaba a conocer la
segunda. El día siguiente lo tendría libre en la zapatería porque estaban
preparando la mudanza. Lo aprovechó para despedirse de su amigo, guía y
protector, José Herrera Oropeza y se dirigió a la casa de El Diario. Esta vez no
llevaba el cajoncito de betunero, ni pediría periódicos para vender. Ya había
cambiado de oficio.
Ché Herrera lo recibió con el afecto de siempre. Apenas lo hizo esperar
algunos minutos, mientras corregía una página de la próxima edición de su
periódico. Rodrigo lo vio inclinado sobre la mesa de trabajo, lo vio muy gordo
y sintió que la respiración se le dificultaba. Pensó que también le gustaría ser
periodista y dirigir un periódico. Ver su nombre estampado en primera página
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y entregárselo a los muchachos de su barrio para que lo vendieran en las calles
de Carora. El Director de El Diario se le acercó sonriente y le dijo:
-Ya no vendes mi periódico ni las empanadas de tu mamá, no eres
limpiabotas, pero lo que haces tampoco es tu verdadera vocación. Tienes que
dedicarte a la música y tratar de estudiar en una escuela calificada.
Bajó la guitarra de su hija y le pidió que como despedida tocara todo lo
que había aprendido en el cine durante las últimas semanas. La Sala de
redacción de El diario fue nuevamente inundada por los sonidos y la armonía
de la guitarra que esperaba y siempre esperaría por su temperamento musical.
Al agotar su repertorio se dirigió a su protector y amigo.
-Mañana me voy a tocar en la inauguración de Radio Coro.
Acompañaré a don Tino Carrasco. Vine a despedirme de usted y a darle las
gracias por lo mucho que me ha enseñado. Esta es mi segunda casa y mi
verdadera escuela.
-Te felicito por tu viaje a Coro y por la oportunidad de participar en la
inauguración de la radio de esa ciudad. Ojalá aprendas bastante, pero tienes
que buscar la forma de irte a Barquisimeto a trabajar y a estudiar guitarra.
Todavía no había terminado de hablar Ché Herrera, cuando entró a la
Sala de Redacción, Chío Zubillaga con el editorial para el siguiente día. Y
aunque apenas pudo oír la última frase, expresó con fuerte voz:
-Para Barquisimeto no, de una manera definitiva, sino como paso para
Caracas, donde existe una Escuela Superior de Música. A esa escuela tienen
que ir tanto Rodrigo como Alirio.
Rodrigo oyó por primera vez el nombre de Alirio. Pensó que podría ser
un familiar de Chío Zubillaga o de Ché Herrera, pero no hizo comentario
alguno. Quería informarles que se iría a Barquisimeto a trabajar como
ayudante de zapatería, grado que ya había alcanzado en su nuevo oficio, pero
prefirió callarse y continuar oyendo a los dos principales personajes del
periodismo y de la cultura caroreños, frente a quienes se sentía cohibido, pero
seguro de estar ante dos auténticos maestros, que desde un periódico y una
biblioteca marcaban el rumbo de la ciudad y de los jóvenes con algunas
inquietudes intelectuales.
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-Tal como hablamos ayer –expresó Chío- el editorial para mañana es
sobre la creación del Salón de Lectura “Riera Aguinagalde”. Con él
cumplimos dos objetivos. Primero, le ofrecemos a Carora y a los caroreños un
lugar para el cultivo de la inteligencia, con la lectura de los mejores libros que
podamos adquirir. ¡Por fin tenemos un centro para la cultura en una ciudad en
la que impera el atraso más espantoso del siglo, con las excepciones que
conocemos! Y segundo, rendimos homenaje a uno de nuestros más
importantes intelectuales del siglo XIX. Haremos conocer a Ildefonso Riera
Aguinagalde, por sus ideas liberales, por su dignidad y honestidad personales.
-Jóvenes como Ud., Rodrigo, encontrarán una luz más en el camino
hacia la inmortalidad.
-Cuando el hombre adquiere un alto nivel de conocimiento y de
conciencia humanística, puede contribuir a la liberación y al progreso de los
pueblos –intervino José Herrera Oropeza.
-Este país sigue atado a las dictaduras, mi querido Ché. Simón Bolívar
encontró con quiénes independizarlo, pero no encontró con quiénes construir
una república de ciudadanos.
Chío Zubillaga y Ché Herrera, cuando estaban frente a algún joven
preocupado por la cultura, encendían la tertulia sobre política, historia y
periodismo. En algunos casos discutían sobre arte y literatura. Muchos jóvenes
acudían a oírlos, extasiados y perplejos frente a dos grandes soñadores de la
libertad, la democracia y la cultura como los valores fundamentales del ser
humano. Rodrigo oía en estos momentos sin entender todo lo expresado por
ellos, pero interesado es descifrar por lo menos una parte de lo que discutían.
No encontraba la forma de despedirse, aunque tampoco sentía deseos de
levantarse y retirarse. Esperó, hasta que el Director de El Diario se levantó y
se le acercó.
-Cuando regreses de Coro te esperamos, para que nos cuentes lo que
puede ser una rica experiencia, un gran aprendizaje para un joven como tú. Si
quieres te llevas la guitarra de Josefina.
Rodrigo miró a Ché Herrera, miró a Chío Zubillaga y cuando ya no
encontraba qué hacer, miró la guitarra. El Director de El Diario tomó la lira de
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su hija y se la puso en sus manos. Entusiasmado dio unos pasos para salir de la
Sala de Redacción del periódico, pero Chío Zubillaga lo detuvo por un
instante, sacó del bolsillo de su blusa un pequeño libro y le dijo:
-Si tiene tiempo en el camino o en su casa, lea esta novela de Rómulo
Gallegos, en la que revela estados de postergación nacional, que se dibujan
como verdaderos problemas por resolver en el campo moral, de lo que hoy o
mañana, con las nuevas ideas que bullen en el universo, se aprestan a crear
una nueva vida para Venezuela. Esas ideas dejan traslucir un grito de
reivindicaciones, que al capital absorbente le lanzan con amenazadora
vehemencia, las huestes del trabajo.
Rodrigo salió con una guitarra y un libro, Doña Bárbara, prestados. La
guitarra debía regresarla, era un recuerdo de la hija de Ché Herrera que
únicamente a él se la daban prestada. El libro también debía regresarlo, era
una condición que establecía Chío Zubillaga, excepto que se lo hubiese
traspasado a otro lector conocido y amigo, preocupado por el acontecer socio-
cultural del país.
En un camión de estacas, propiedad de un comerciante y violinista de la
ciudad, Antonio Crespo Meléndez, viajó a Coro a participar por primera vez
en un medio radioeléctrico que se inauguraba en aquella ciudad. Por una
carretera de tierra fueron ascendiendo por la Sierra de Coro, deteniéndose en
las principales bodegas y posadas que encontraban a la orilla de la misma,
para vender alpargatas, jabones, velas y otros víveres que no se descomponían
con el pasar de los días y las condiciones de la intemperie. Donde los
alcanzaba la noche se detenían a pernoctar, tocaban y cantaban para los
campesinos de la montaña coriana. Después de varios días de deambular por
valles y serranías, buscando atajos para que el camión pudiera avanzar, y
cantándole a mujeres que huían de la noche y esperaban la madrugada para
abrirle los brazos, llegaron a la capital del Estado Falcón.
En la inauguración de Radio Coro estuvieron presentes representantes
de la cultura y la incipiente farándula falconianas. La pequeña ciudad estuvo
atenta al primer espectáculo musical e informativo en general que se
transmitía por ondas hertzianas. El conjunto popular de Tino Carrasco tocó en
especial música caroreña. “Mirando al Mar” era una debilidad de Carrasco, tal
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vez porque lo había conocido cuando ya era adulto y le había producido la
impresión de que estaba unido al cielo. Rodrigo participó como acompañante
y cantante. Después de la actuación se le acercó un joven de la ciudad y le
expresó:
-Necesito que me acompañe esta noche para llevarle una serenata a mi
novia. Le pagaré con todo lo que pueda, con lo que tenga, porque estoy
dispuesto a entregar la vida por esa mujer y yo sé que usted con su guitarra y
su voz le penetrará el alma. Pero... no me la vaya a enamorar.
Rodrigo se rió y aceptó entusiasmado, no pensando en cuánto podría
ganar ni en conquistarle la novia al joven coriano, sino en la posibilidad de
que otra muchacha, entre las muy bellas que habían asistido a la inauguración
de Radio Coro, pudiese estar presente y oírle en la primera noche de su
consagración como guitarrista y cantante popular. Pero sólo una dama se
asomó a la ventana y saludó con efusión al novio. Este, muy emocionado, al
final de la serenata se le acercó a Rodrigo y le dijo:
-¡Gracias hermano! Yo no tengo plata, pero le regalo esta caja de balas
para revólver calibre 38.
Rodrigo volvió a reír frente al joven enamorado. Le recibió la caja de
balas y en ese momento constató que el joven coriano portaba un revólver en
la cintura. Menos mal, pensó, que no se me ocurrió enamorarle la novia.
Regresó cargado de balas y de ilusiones para irse a Barquisimeto. Las balas
eran 200 y las vendió a bolívar cada una. Con 200 bolívares en el bolsillo creía
que podía enfrentar cualquier dificultad económica en una ciudad más
avanzada musicalmente y más cerca de Caracas, donde existía la Escuela
Superior de Música, la meta que le señalaban Chío Zubillaga y Ché Herrera.
Al llegar a su casa se enteró de la muerte del Director de El Diario de Carora.
Sintió que se le había muerto su padre o un ser tan querido como un
progenitor que lo ayudaba con su palabra y con la guitarra de su hija. De
inmediato se dirigió a la casa de José Herrera Oropeza a entregar la guitarra de
Josefina y a compartir la pena con su familia. Manuel Herrera le informó que
había muerto de un infarto al miocardio. En el abrazo con su amigo se le
presentó la última imagen que se había grabado en la mente de Ché Herrera,
muy gordo y jadeante al respirar. Juntos lloraron a un gran maestro. La
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guitarra quedó en poder de Manuel. Al despedirse caminó hacia el “Cuarto-
biblioteca” de Chío Zubillaga a entregar el libro.
-Don Chío, muchas gracias, aquí está su libro. He aprendido tanto en su
lectura, como oyéndolo a usted y a don Ché Herrera, a quien lamentablemente
no podré oír más. Mañana me voy para Barquisimeto.
-Pásaselo a Tino Carrasco y le dices que después que lo lea me lo
devuelva. Te felicito por tu viaje a Barquisimeto, pero te reitero que en
Caracas está la mejor escuela de música y por lo tanto tu futuro, como el de
Alirio, a quien te tengo que presentar, porque ustedes dos pueden ser grandes
maestros de la guitarra.
Rodrigo salió de la casa de Chío Zubillaga pensando en las últimas
palabras que le había oído a éste. ¿Será Caracas como Ciudad de México o
Buenos Aires, las ciudades más grandes que he visto en el cine Salamanca?
Trató de devolverse para preguntárselo a su maestro, pero continuó caminando
hacia Barrio Nuevo recordando las lecciones que había recibido de los más
grandes pensadores que había conocido y a quienes deseaba parecerse en el
futuro. Se le hacían presente las imágenes de la Sala de Redacción de El
Diario, del “Cuarto-Biblioteca” y de la casa de su padre Juancho Querales, en
la que Chío Zubillaga aparecía presidiendo una tertulia literaria y política, a la
que asistían parroquianos liberales, poetas y músicos de la barriada. A cada
momento oía su voz: usted tiene que irse a estudiar guitarra a Caracas o donde
haya una escuela superior de música.
Los artistas que recordaba tocando guitarra en la pantalla del cine
Salamanca, le parecían muy distantes. ¿Cómo harían para aprender tanto?
¿Empezarían como yo, imitando lo que oigo en el cine?
-Don Chío –recordaba- me invitaron a tocar en el cine Salamanca.
Escríbame la presentación.
-Aquí la tienes.
-Muy largo, don Chío. Imposible aprendérmela de memoria.
-Bueno, para que no tengas que usar la memoria, sino la inteligencia,
tienes que estudiar y leer mucho. Empieza por el periódico, la introducción a
los mejores libros de la tierra. Léelo antes de venderlo. Pregona los titulares y
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lee el contenido. Y cuando toques una canción de estilo ajeno, trata de que te
conmueva de gozo, el alma popular venezolana.
SERENATA DE SCHUBERT EN LA CANDELARIA
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ALIRIO se encontraba en la pulpería de su padre cuando oyó la corneta de un
autobús, que todos los días hacía la ruta Carora-La Candelaria-San Francisco-
La Mamita, principales caseríos, para entonces, de La Otra Banda, zona rural
semidesértica poblada por unas pocas familias que resistían con estoicismo los
avatares del tiempo, en espera de un cambio para horadar la tierra. Se asomó a
la puerta principal en el momento en que el autobús reducía la velocidad.
Desde el interior del viejo bus, Inés Rodríguez, el ayudante del conductor, le
gritó:
-¡Ahí están sus gargueros! -y le lanzó a los pies un pequeño rollo de
papeles.
Alirio lo recogió, consciente de que se trataba de varios ejemplares de
El Diario de Carora. Mientras los arreglaba para leer su contenido, observó
que el autobús se detuvo frente a la casa de su padrino Juan Bautista Verde y
bajaban con mucho cuidado una caja de madera. Pensó ir hasta allá, pero
prefirió leer el periódico. Se encontró con la infausta noticia de la muerte del
Director de El Diario, José Herrera Oropeza. En editorial, escrito por Chío
Zubillaga, leyó:
“Periodista de nacimiento, a su personalidad concurrieron todas las
dotes necesarias para forjar el triunfo que representan 20 años de vida
dedicados íntegramente al diario cultivo de la moral, la cultura, la
civilización en una palabra, desde la tribuna noble y amplia de la buena
prensa, ensalzando virtudes y condenando vicios. Enérgico aquí y
condescendiente allá: siempre en la lucha valerosa contra la adversidad del
ambiente”.
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En el mismo ejemplar de El diario leyó que había muerto el General
Juan Vicente Gómez, después de 27 años de tiranía. Leyó todo el contenido de
las páginas del periódico y luego caminó hacia la casa de su padrino. Al llegar
descubrió que de la caja que había visto bajar del autobús habían extraído una
ortofónica y varios discos. Atento a todo sonido armonioso, se dedicó por
varias horas a oír la Serenata de Schubert, tocada por una banda italiana y dos
solos de guitarra, interpretada por el artista español Guillermo Gómez.
Después de oírla varias veces, se dirigió al exquisito melómano que era Juan
Bautista Verde.
-Padrino, présteme su guitarra.
Tocó por fantasía la Serenata de Schubert que había oído varias veces.
En medio del asombro y del aplauso de familiares y amigos parroquianos que
lo escuchaban, la tocaba y la volvía a tocar, hasta que Juan Bautista Verde se
levantó y lo abrazó:
-Ahijado, usted será el guitarrista más grande de La Candelaria. Venga
mañana para que toquemos juntos y para que me enseñe todo lo que ha
aprendido de oído.
Alirio se despidió y al llegar a su casa encontró a su madre muy
entusiasmada por lo que había oído tocar en la casa de su compadre, le dijo:
-Ven acá –y extrajo de un viejo baúl, un viejo libro. Ve a ver si te sirve
de algo, porque aquí nadie lo ha podido usar.
Alirio leyó:
“Método de Guitarra” de Ferdinando Carrulli, edición 1839.
Le agradeció el gesto amoroso de la madre y se retiró a leerlo. Después
de varias lecturas lo guardó, sin poder comprenderlo. Volvió a sus tareas
rutinarias del campo y por la noche regresó a la casa de su padrino. Este lo
recibió con gran alborozo.
-Mira, lo que te guardé –le expresó y le extendió un “Método de
Violín” de Delfín Alard.
-Muchas gracias, padrino. Lo leeré esta misma noche, cuando llegue a
mi casa. Me gustaría oír algunos discos en su ortofónica.
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Después de escuchar casi todas las composiciones que Juan Bautista
Verde había traído con su famoso tocadiscos y practicar con la guitarra de su
padrino, retornó a su casa y se dispuso a leer el “Método de Violín”. Después
de varias lecturas tampoco lo entendió. Sabía oír música pero no sabía leerla.
Vivía como refugiado en un mundo de sonidos y movimientos rítmicos
populares. La Candelaria era una aldea sonora, y para combatir la soledad, la
pobreza y la emigración de sus habitantes, se produjo en los pocos que se
arraigaban a la tierra, una reacción espiritual que los vinculaba estrechamente
a la música. El cuatro, la guitarra, el bandolín y cualquier otro instrumento
musical posible de obtener, eran acompañantes solitarios que preservaban la
alegría en los hogares.
Después de muerto el tirano Juan Vicente Gómez llegó la primera
escuela a La Candelaria, frente a la cual nombraron como maestra a una joven
del villorrio, Adela Virginia Riera, quien había estudiado hasta sexto grado en
una escuela privada en Carora, y fue la encargada de darle la información al
padre de Alirio.
-Don Pompilio, vamos a abrir la primera escuela estadal “Primero de
Mayo”. Yo seré la maestra y creo que sería muy conveniente que mande a
Alirio para hacerle un examen y determinar en qué grado lo inscribimos.
-Muy bien, mañana mismo te lo mando. Ahora no tendrá que continuar
yendo a la escuela de Muñoz.
Alirio aprobó el examen y fue inscrito en tercer grado, para darle
continuidad a sus estudios hasta sexto grado. La asistencia a la escuela no
eliminó el trabajo que venía realizando desde muy niño, pero lo redujo en el
tiempo. Mientras él avanzaba en sus estudios, para la mayor parte de la
población el tiempo transcurría imperceptible. Mientras llegaba una noticia o
una carta de los familiares que habían emigrado, los que esperaban, sobre todo
en horas de la noche cuando a la tristeza y la soledad se les sumaba el silencio
que traía aparejado el acercamiento de la oscuridad, tocaban y cantaban hasta
el amanecer. Las piloneras, las amasadoras de arepas cumplían sus tareas
tarareando melodías populares. Las pocas vacas que quedaban en la pradera
semidesértica, eran recogidas y ordeñadas por alguien que también cantaba, en
la creencia de que la música las hacía más dóciles y productivas. El jopeador
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de chivos hacía resonar el eco de su voz hasta perderse en la infinidad, para
atraer a su rebaño.
La escuela despertó en Alirio la inclinación a oírle a Florencia Leal –
cual Zherezada rural de La Candelaria- contar pasajes de “Las Mil y una
Noches”, “La Bella y la Fiera”, “Pinocho”, “Blancanieves” y algunos
capítulos de la Biblia. Pero lo que más disfrutaba era la lectura que hacía al
lado de Florencia Leal, de los libros como “Bertoldo, Bertoldino y Cacaseno”,
“Aura o las Violetas” de J. M. Vargas Vila, y “Los Amantes de Teruel”.
La lectura se le convirtió en un hábito permanente y hasta en un placer,
que lo impulsaba a leer incluso en plena clase.
-¿Qué estás leyendo, Alirio? –le preguntó una mañana su maestra Adela
Virginia Riera, en el aula.
No pudo esconder el libro de Mantilla –único manual escolar de la
época, que Alirio leía todos los días.
-Este libro, maestra –lo levantó ante la vista de la docente.
-Muy bueno que lo leas, pero hazlo en tu casa. En la clase presta
atención, para que comprendas mejor el contenido de ese libro.
Alirio guardó el libro. Lo terminaría por la noche, pensó, y luego
comenzaría a leer “Ante los Bárbaros”, del mismo autor.
Como todos los niños de La Candelaria, Alirio había aprendido primero
a tocar que a leer. En su villorrio pasaba algo similar a lo de Barrio Nuevo en
Carora. En cada casa había un cuatro, una guitarra, un músico, un maestro
improvisado, suficientemente estimulante al oído de los menores, quienes los
consideraban guías y ejemplos. Salveros, serenateros, bohemios, profesionales
de la música popular, verdaderos maestros del buen vivir, alegraban la vida
para ganarle horas al tedio cotidiano y prolongado. Mientras se oía rasgar una
guitarra, mientras se oía la voz de un cantor popular, mientras se bailaba en la
noche sabatina, se alejaba el temor a los espantos. Estos aparecían cuando se
extinguían los sonidos, por lo que era preferible cantar y tocar todas las horas
posibles del día y en especial de la noche. La música era lo único que
arraigaba a unos pocos a la tierra, y como en el Barrio Nuevo de Rodrigo
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hacía más grata su permanencia en La Candelaria, acercó más los corazones
del hombre y la mujer, y la vida se multiplicó y prolongó indefinidamente.
Alirio continuó sus viajes con más frecuencia a Carora a vender pieles
de chivo y a comprar víveres para la pulpería de su padre. En todos los viajes
visitaba la casa de Chío Zubillaga, le oía su prédica permanente en defensa de
los campesinos y de las libertades públicas; revisaba la biblioteca particular
del humanista caroreño y leí los letreros que éste escribía o hacía escribir en
las paredes, de grandes pensadores universales. Cuando se hacía acompañar
por Clímaco Chávez ambos tocaban para deleite de su maestro y luego daban
paso a una breve tertulia sobre temas musicales, políticos y culturales en
general. Después de oírlos Chío le informó que habían inaugurado una
biblioteca pública en Carora.
-Aproveche sus viajes –le decía –vaya al Salón de Lectura “Riera
Aguinagalde” y lea la novela Cantaclaro, de Rómulo Gallegos, en la que usted
encontrará retratada el alma y la problemática social venezolana. Dígale al
bibliotecario que le dé prestado, bajo mi responsabilidad, todos los que libros
que usted quiera llevarse.
-Muchas gracias, don Chío. Me llevaré, por lo menos uno, hasta que me
pueda venir a estudiar a Carora.
-Tiene que venirse lo antes posible. Usted tiene un gran porvenir en la
música, pero no tocando bailes y fiestas en La Otra Banda. No sólo tiene que
venirse para Carora, sino que de aquí también tiene que irse a estudiar a una
verdadera escuela de música.
-Todos los días pienso en venirme para Carora. Tal vez me quede
definitivamente en el próximo viaje. Voy al Salón de Lectura a leer Cantaclaro
y a ver qué libro importante me pueden dar prestado.
En la Biblioteca de la ciudad, Alirio se sentía en contacto con un
mundo distinto al de su aldea nativa. Lo invadía una ansiedad irrefrenable por
la lectura, por adquirir nuevos conocimientos. Le gustaría quedarse por
muchas horas revisando y leyendo libros y periódicos, pero tenía que regresar
a La Candelaria. Una vez en su villorrio, leía alumbrándose con una vela,
hasta altas horas de la noche.
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-Alirio, ya es muy tarde. Tienes que dormir, ya va a llegar la hora de
ordeñar las cabras y comenzar un nuevo día de trabajo –le decía su padre
cuando observaba que se acercaba el alba.
Al día siguiente volvía al duro y rutinario trabajo del campo, pero se las
arreglaba para ganarle tiempo a esa actividad y dedicarse a leer. La colección
de almanaques de Ross y de Bristol le permitió informarse de importantes
hechos históricos, geográficos, artísticos y culturales en general. En ellos vio
por primera vez un mapa de Europa, de cuyas naciones y ciudades principales
se formó una idea muy vaga, muy difusa, pero lo suficientemente excitante
para viajar con el pensamiento. Atravesar el puente sobre el río Morere en
dirección a Carora le producía una gran alegría. Hacerlo en dirección contraria
y enfrentar la soledad no sólo le generaba una gran tristeza, sino también
profundas reflexiones adolescentes. ¿Por qué algunos nacerán en estas playas,
en estos caseríos desolados y otros nacen en grandes ciudades? ¿Cómo irse de
aquí sin afectar a la familia? No sé, pero tengo que irme. Regresaré cuando sea
un hombre independiente y sobre todo un músico, a visitar a mi familia y a
tocar con todos los músicos de La Candelaria y La Otra Banda. ¿Podrá uno,
nacido en estos montes, llegar a ser con don Chío Zubillaga?
Cuando todo parecía indicar que sus reflexiones, a los 14 años de edad,
lo llevarían a tomar la decisión de abandonar su aldea nativa, fue atacado por
un fuerte dolor de oído, que lo afectaba tanto material como espiritualmente.
El dolor físico y el trauma de no poder oír música eran inseparables. Su
familia acudió a todas las curas caseras: agua tibia, agua bendita o “divina”,
manteca de iguana, de gallina y de alcaraván, pero todo resultó inútil, hasta
que llegó Modesta Rodríguez, vecina y amiga de los Díaz, que recién había
dado a luz un niño, cuyo llanto adquiría por momentos el sonido de una
canción incomprensible.
-Yo tengo la cura. Unas cuantas gotas de leche de uno de mis pechos en
el oído de Alirio –expresó.
Alirio fue sujetado como con una camisa de fuerza y colocado en las
piernas de Modesta Rodríguez. Ésta apretó su pezón izquierdo con una gran
ternura, cantando “Duérmete mi Niño” y vertió varias gotas de su leche en el
oído que lo atormentaba. Cuando sintió que un líquido tibio caía en su oído,
54
gritó con todas sus fuerzas y trató de escaparse, pero fue controlado por sus
padres y hermanos mayores que lo agarraban por los brazos y las piernas. No
había transcurrido un minuto cuando dejó de gritar y todos notaron que su
rostro cambiaba notablemente, como quien experimenta un placentero y
esperado alivio. Cuando volvió el silencio a todos los rincones de la casa y la
alegría a toda la familia, Alirio se sentó en las piernas de Modesta, feliz y
contento. Ésta guardó su seno robusto, todavía cargado de leche y luego
comentó:
-Recuerden que mi hermana Alejandrina amamantó a Alirio cuando su
madre no podía hacerlo. Por la leche de las hermanas Rodríguez, Alirio vivirá
muchos años y no será raquítico ni sordo.
Todos celebraron la ocurrencia de Modesta Rodríguez. Alirio volvió a
tocar la guitarra, a las labranzas del conuco de su padre y a cuidar los animales
domésticos que alimentaban de leche y carne a la familia. También volvieron
sus cavilaciones. Si vuelvo a sufrir de mis oídos a lo mejor no puedo estudiar
música. Y si me quedo aquí no podré nunca ser como don Chío Zubillaga. Si
todos mis hermanos se han marchado, ¿por qué me voy a quedar yo? Mi padre
estimuló a todos mis hermanos para que salieran de La Candelaria, ¿por qué a
mí no me ha dicho nada? Yo tengo que tomar mi propia decisión.
Le comunicó a todos sus compañeros, a sus familiares más cercanos y a
su maestra Adela Virginia Riera, el estado espiritual que confrontaba. Su
resolución de abandonar la aldea, la incertidumbre que le creaba la conducta
de su padre con relación a sus otros hermanos y su condición de menor de
edad.
-Tienes que irte, Alirio, a continuar tus estudios en Carora y abrirte un
provenir en tu futuro –le expresó su maestra.
Todos los familiares y amigos a quienes consultó, lo exhortaban para
que se fuera para Carora, pero faltaba la opinión de sus padres. Le escribió a
su hermano Fulvio, para que éste se lo planteara a su padre.
Fulvio le escribió:
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-Estudia la posibilidad de enviar a Alirio a estudiar a Carora, porque en
el futuro puede convertirse en un hombre útil para los suyos, para la Patria y
para sí mismo.
El padre de Alirio no le contestó a Fulvio y asumió una actitud
indiferente. Los días transcurrían interminables, hasta que comenzó a planear
cómo fugarse. Tenía 15 años. Para no sorprender ni afectar sentimentalmente a
su madre, resolvió comunicárselo.
-Mamá, todos mis hermanos mayores están en Carora, yo estoy
dispuesto a irme a estudiar y necesito que me ayudes.
-Díselo a Pompilio.
Alirio se creyó perdido en sus planes. Sin embargo, ni su madre ni él le
comunicaron la decisión al padre, más por temor que por convicción de que
don Pompilio Díaz se opusiera a la independencia del último hijo varón que
no había abandonado el hogar, tal como era la costumbre, porque tarde o
temprano ello resultaba inevitable.
Alirio leyó en El Diario de Carora un anuncio oficial en el que se
informaba que la Presidencia del Estado Lara estaba otorgando becas de
estudios para niños y jóvenes pobres. En ese anuncio, pensó, estaba la
solución de su problema económico, para proseguir estudios.
En la madrugada salió sigilosamente de su casa, con una caja de cartón
en el hombro, en la que llevaba sus pocos útiles personales. Cuando había
caminado aproximadamente un kilómetro lo alcanzó un autobús conducido
por Ezequiel Nieves, a quien conocía desde muy pequeño porque hacía la ruta
diaria, esta vez a la inversa, La Mamita-San Francisco-La Candelaria- Carora.
Nieves lo invitó a subir a su vehículo, lo llevó hasta Carora y no le cobró. Ese
día, pensó, había saltado la talanquera.
UNA PROMESA NACIONAL E INTERNACIONAL
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Antonio Lauro.
RODRIGO fue a despedirse de Manuel Herrera, a quien consideraba su mejor
amigo, compañero de inquietudes musicales y de románticas serenatas en las
barriadas caroreñas. Cuando le notificó su decisión de viajar a Barquisimeto,
Manuel lo felicitó y le preguntó:
-¿Cuándo te vas?
-Hoy mismo –respondió Rodrigo.
-No te puedes ir hoy, te necesito esta noche. Tienes mucho tiempo para
hacerte un guitarrista famoso y a lo mejor no puedes volver pronto a Carora.
Me tienes que acompañar esta noche a llevarle una serenata a una muchacha
muy linda, que me tiene trastornado, como dicen, con la empalizada en el
suelo.
Rodrigo pensó en la situación económica que atravesaba y en la
urgencia de trabajar para ayudar a su familia. Pero imposible abandonar a su
mejor amigo, a quien por primera vez lo veía locamente enamorado.
-De acuerdo, Manuel. Te acompaño esta noche y con eso aprovecho
para despedirme de una amiga mía, que no es mi novia, pero estoy seguro de
que si me quedara, reventaría mis cuerdas vocales y las cuerdas de tu guitarra
al pie de su ventana, hasta conquistarla. Me iré mañana muy temprano.
Esa noche cantaron hasta el amanecer. Rodrigo percibió que realmente
su amigo estaba atrapado. Para que no me pase lo mismo, mejor me voy para
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Barquisimeto, pensó. Además, limpio y desempleado, lo urgente es conseguir
trabajo y después buscar la novia.
-Hasta aquí te acompaño, Manuel –le expresó a eso de las 5 de la
mañana.
Juntos caminaron a buscar la maleta, un pequeño bolso, con unos pocos
útiles personales, para un viaje sin retorno inmediato. Frente a la casa donde
se editaba El Diario, se abrazaron y se despidieron. Rodrigo caminó hacia las
afueras de Carora, a esperar un autobús que cada 2 ó 3 días venía de
Maracaibo, la ciudad más importante del occidente del país, que se dirigía
hacia Caracas, la capital, vía Barquisimeto. Cuando apareció a su vista,
Rodrigo le hizo señas para que se detuviera. “Expresos de Occidente”, leyó en
la parte alta del autobús. El viaje duró 2 días, el bus se atascaba en pantanos y
quebradas que servían de carretera y los pasajeros tenían que salir a empujarlo
y sacarlo del atascadero. La creciente peligrosa de una quebrada obligó al
conductor a pernoctar una noche en la orilla norte, muy cerca de una casona
campesina, con su corral de chivos, habitada por una familia amabilísima que
les ofrecía café y algunos panes caseros. En el corredor de entrada colgaba una
guitarra que apenas se veía iluminada por una pequeña vela. Rodrigo tocó
hasta que amainó la corriente y el conductor gritó:
-Todos al autobús, que ya nos vamos.
En Barquisimeto se encontró con la mala noticia de que Paulino
Aldazoro había decidido regresarse a Carora y estaba empacando sus útiles de
trabajo; no había encontrado condiciones favorables para su negocio. Cuando
Rodrigo lo visitó lo invitó para que se regresaran.
-Esta ciudad es intolerable. Nada como Carora, Rodrigo. Mejor es que
nos regresemos. Piénsalo bien y mañana mismo nos regresamos.
-Yo no me regreso, don Paulino.
-Está bien. Te deseo suerte. Tú eres un muchacho y a lo mejor
encuentras un buen camino hacia el éxito.
Si don Paulino viene de fracasar en Carora y también naufraga en
Barquisimeto, pensó Rodrigo, cuando regrese a Carora lo más probable es que
se arruine. Por eso y porque aquí tengo otras oportunidades, debo quedarme.
58
Deambuló por varias calles de Barquisimeto trabajando a destajo en
varias zapaterías y conociendo la ciudad. En esas caminatas llegó hasta Radio
Barquisimeto y oyó que estaban transmitiendo un programa denominado “La
Hora de los Aficionados”. Entró al estudio y al observar que una guitarra
estaba sobre una silla de cuero, le hizo señas al locutor como indicándole que
él sabía tocarla. El locutor expresó de inmediato:
-Y ahora una nueva sorpresa. Como todos los días en este programa
descubrimos potenciales artistas. Pase adelante, joven.
Rodrigo tomó la guitarra en sus manos y la afinó en segundos. Caminó
hacia donde estaba el locutor y éste le preguntó:
-¿Cómo se llama usted?
-Rodrigo.
-Bienvenido, Rodrigo a éste, el mejor programa que se transmite por la
radio en todo el occidente del país. ¿Y sabe tocar?
-Sí, señor.
-Vamos a tener el honor de oír a un nuevo descubrimiento de la música
popular. ¿Y usted, señorita, qué va a cantar?
-Yo voy a cantar “Tristezas”
-Muy bien. Pero primero díganos su nombre, señorita.
-María Angelina.
-Muy bien, María Angelina. Vamos a oír la voz de una futura estrella
de la radio y de la canción romántica. “Tristezas”, “Tristezas”, un vals del
maestro Fortunato Castellano. Le acompaña, Rodrigo. Esto es música de
autores larenses, música de esta tierra. Adelante, estudios. El micrófono es
suyo, señorita.
Rodrigo acompañó a María Angelina y al finalizar recibieron grandes y
prolongados aplausos. Cuando se retiraban y se acercaban otros aficionados a
cantar, el locutor le dijo:
-No se retire, Rodrigo. ¿Usted es capaz de acompañar al próximo
aficionado, a esta bella muchacha que nos acerca?
59
-Sí. A todos los que usted quiera –respondió Rodrigo.
-Magnífico, Rodrigo.
Acompañó a varios aficionados que se presentaron y al final le pagaron
2 bolívares.
El locutor se le volvió a acercar, lo tomó por un brazo y le expresó:
-Quedas contratado para mis próximos programas.
Al salir de los estudios de Radio Barquisimeto, se le presentaron Rubén
Riera y Teódulo Alvarado, quienes formaban un dueto denominado “Los
Hermanos Riera” e impresionados por la maestría de Rodrigo en el manejo de
la guitarra, lo invitaron a que se incorporara y formaran un trío.
-Desde hoy mismo cuenten conmigo, aunque yo no tengo guitarra –
respondió Rodrigo.
-No importa, te conseguiremos una prestada –le dijo Rubén.
-¿Y cómo lo llamaremos? –preguntó Rodrigo.
-El Trío los Hermanos Riera.
Rodrigo comenzó a tocar con el nuevo Trío en la radio La Voz de Lara,
la más importante de la época en la ciudad, sin dejar de asistir a Radio
Barquisimeto a acompañar a algunos aficionados que se presentaban,
buscando escalar al estrellato de la canción popular. Se encontró nuevamente
con María Angelina y le pidió al director del programa que le diera una nueva
oportunidad. La acompañó con la guitarra y cuando volvió a cantar
“Tristezas” le hizo el dúo. A la salida de la radio le expresó:
-Si me das tu dirección te llevo una serenata esta noche.
-Me encantaría recibirte en mi casa, mi familia está de viaje y
cantaremos tú y yo, sólo para nosotros, no para el público.
Rodrigo buscó a los a los otros miembros del Trío los Hermanos Riera
y los conminó a que lo acompañaran. “Hoy por mí y mañana por ti” era el
lenguaje clave de los serenateros del momento. A las 5 de la mañana el Trío
de guitarristas y cantores populares armonizaban sus voces al pie de la ventana
del primer amor juvenil del niño prodigio de Barrio Nuevo que se había
60
propuesto conquistar los más importantes escenarios de la farándula radial.
María Angelina oyó con pasión y devoción al acompañante de sus canciones
románticas y luego lo invitó a pasar al interior de su vivienda. Los otros dos
integrantes del Trío entendieron que hoy era la noche de Rodrigo, tocaron y
cantaron “Despedida” una canción con letra de uno de ellos y música del otro,
con la seguridad de que a Rodrigo le correspondería cantarla y tocarla cuando
alguno de ellos tentara el corazón de alguna aficionada.
En Radio Barquisimeto conoció a los hermanos Hermógenes y Rafael
Gómez, quienes formaban un dueto famoso de la radio y la canción romántica.
Con ellos alternó en diversas oportunidades, que le permitieron ir conociendo
el medio musical barquisimetano. También alternaría con ellos en la vida
bohemia de la juventud larense.
Atento a todas las actividades artísticas que se realizaban en
Barquisimeto, leyó en el periódico El Impulso que en el Cine Arenas se
realizaría un concurso de tangos en homenaje a Carlos Gardel, al que podían
presentarse todos los aficionados que lo quisieran, frente a un jurado que
otorgaría un premio metálico al que mejor interpretase con la guitarra y
cantase un tango.
-Rubén, préstame tu guitarra que voy a participar en este concurso –le
dijo a su compañero del Trío los Hermanos Riera, mostrándole el aviso
publicado en el periódico.
-Mi guitarra es tuya, Rodrigo, y que tengas suerte.
Rodrigo se dirigió al Cine Arenas y se incorporó a una larga cola de
aficionados que esperan su turno. Cuando le tocó a él, quien hacía de
animador del concurso, le preguntó:
-¿Qué va a cantar, usted?
-“Golondrina”.
-¿Y quién lo acompañará?
-Yo mismo.
Al finalizar su improvisada interpretación, recibió grandes y
prolongados aplausos que lo emocionaron profundamente. Esperaba el
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veredicto con un gran interés, sobre todo por el valor económico del premio,
por la difícil que era obtener regulares ingresos tocando y cantando en la
radio.
Cuando cantó el último de los aficionados, el animador anunció que el
jurado se iba a reunir para emitir el veredicto. El silencio se apoderó de la sala
del Cine Arenas. A los pocos minutos apareció el monitor del evento y
expresó:
-Señoras y señores, el jurado ha decidido por unanimidad otorgar el
primer premio a Rodrigo Riera, quien tocó y cantó el tango “Golondrina”. El
premio consiste en 5 bolívares en efectivo y un ticket por un mes para entrada
gratis al Cine Arenas.
Rodrigo continuó interviniendo como acompañante de la mayoría de
los aficionados que se presentaban en Radio Barquisimeto, hasta que la
directiva de la propia emisora lo contrató como acompañante de todos los
profesionales de la canción popular, nacional e internacional, invitados para
actuar en programas especiales de dicha radio. En el tiempo que estuvo
contratado como la guitarra oficial de la emisora, acompañó a artistas como
Lorenzo Herrera, Tito Guizar, El Charro Gil, Lorenzo Barcelata y Pedro Salas.
Entre los más famosos de América Latina, conoció y acompañó a Libertad
Lamarque.
Con la presencia de Rodrigo, el Trío Hermanos Riera adquirió muy
rápidamente fama nacional. A los pocos meses de estar actuando en La Voz de
Lara, fue invitado para participar en numerosas radios y teatros improvisados
del país. El prestigio alcanzado en poco tiempo los colocó en la cúspide de la
farándula radial venezolana. Ángel J. Fuguet, poeta y músico popular de
renombre en ese medio artístico de la nación, después de oírlos actuar, se
convirtió en promotor de dicho Trío y los invitó a presentarse en Radio
Caracas, la primera y principal de Venezuela.
En Caracas conoció Antonio Lauro, concertista de la guitarra y
compositor, profesor de la Escuela Superior de Música “José Ángel Lamas”,
quien al oírlo tocar, consideró que estaba en presencia de un potencial
guitarrista clásico, si realizaba estudios especializados.
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-Usted debe estudiar en la Escuela Superior de Música. Creo que usted
tiene un oído absoluto, lo cual le garantiza éxito en los estudios de la guitarra
clásica –le expresó al terminar un programa de música popular en Radio
Caracas, con la participación del Trío de los Hermanos Riera.
-Muchas gracias, maestro, pero tengo un contrato para participar en un
programa en Ondas del Lago de Maracaibo y debo viajar muy pronto a esa
ciudad.
El Director de la emisora Ondas del Lago había oído tocar al Trío y les
hizo una oferta bastante halagüeña en comparación con lo que ganaban en
Caracas. Rodrigo no le informó a Lauro que la verdadera causa para irse para
Maracaibo era el apremio económico que atravesaban todos, porque los éxitos
que obtenían en Radio Caracas y en otras emisoras en las que él actuaba como
acompañante o como cantante, no se correspondían con sus ingresos.
-De todas maneras, tome esta tarjeta para el Profesor Raúl Borges,
quien dicta la cátedra de guitarra. Cuando usted lo decida se la presenta, le
aseguro que lo atenderá muy bien –le expresó Antonio Lauro, antes de
despedirse muy bien impresionado por el virtuosismo de Rodrigo en la
ejecución de la guitarra.
-De nuevo, maestro, muchas gracias, cuando termine el contrato en
Maracaibo me vendré a estudiar con el Profesor Borges –le contestó Rodrigó y
tomó la tarjeta y la guardó en uno de los bolsillos de su paltó.
Deambuló algunos días por las calles de Caracas, conociéndola y
tratando de desentrañar las características de la ciudad. No le encontró
parecido alguno con Buenos Aires o Ciudad de México, tal como se la había
imaginado, cuando estas últimas aparecían en la pantalla del cine Salamanca
en su ciudad natal. Apenas los nuevos edificios de la Urbanización El Silencio
le dieron una cercana idea de gran metrópoli. Las calles de Caracas le
parecieron mejor cuidadas que las de Carora, pero no encontró las amplias
avenidas que exhibían en el cine las grandes capitales de Argentina y de
México. Cuando caminaba por los alrededores de El Silencio, una joven
escotada hasta la mitad de los senos, desde la ventana de una antigua casona le
hizo señas para que se detuviera y entrara al prostíbulo. Rodrigo concibió la
63
conducta de una prostituta, y pensó: Tantas muchachas bellas que van a la
radio no pueden ser cambiadas por una prostituta. Y siguió su camino.
Al día siguiente viajó a Maracaibo con sus compañeros del Trío Los
Hermanos Riera. En la radio Ondas del Lago tuvieron un éxito total, tocando
pasillos larenses y música venezolana en general. Después de varios meses de
actuación, recibiendo todos los aplausos posibles de un público popular
delirante, Rodrigo percibió que el repertorio de canciones populares que
ejecutaban, aunque recibían el respaldo del pueblo marabino, se hacía
repetitivo y consideraba necesario introducir algunas modificaciones. Invitó a
sus compañeros a analizar el momento que atravesaban y les planteó:
-Creo que es necesario ensayar nuevas composiciones, noto que no
progresamos, que la calidad artística disminuye y requerimos un mayor nivel
de actuación.
-Yo creo que la música que tocamos le gusta a la mayoría que nos
escucha –respondió Rubén Riera.
-Yo pienso igual que Rubén. Si hemos triunfado ¿para qué vamos a
cambiar? –expuso Teódulo Alvarado.
No satisfecho con las limitaciones del repertorio y, aunque consciente
del éxito momentáneo y de las posibilidades de continuar ganando lo
suficiente para sobrevivir, Rodrigo buscaba otros horizontes y les explicó:
-Respeto la apreciación que ustedes tienen acerca de nuestros triunfos y
de nuestro futuro, pero no la comparto. Espero que no se molesten si yo me
separo del Trío, porque ustedes como dúo, pueden salir adelante. Yo quiero
abrirme paso tal vez en otra dirección.
-No hay problema, somos amigos y paisanos y por separado también
podemos triunfar –dijo Rubén.
-Yo, sigo de acuerdo con Rubén. Todos somos ya profesionales de la
música popular y podemos seguir actuando. Valoro la presencia de Rodrigo y
espero que todos tengamos nuevos éxitos –remató Alvarado.
Rodrigo fue nombrado guitarrista oficial de la radio Ondas del Lago.
Tocaba en programas especiales y acompañaba a los artistas invitados por la
64
emisora. Ahora no cantaba, pero su entrega total a la guitarra y arte musical lo
llevó a participar los sábados en los programas para aficionados,
acompañando a éstos y en cierto modo ayudándolos con sus orientaciones y
consejos. La cacería de nuevos valores del canto entre los jóvenes,
generalmente desempleados, pero con evidentes inclinaciones por la música,
la facilitaba Rodrigo por su temprana vocación docente, que lo llevaba a
ejercer una función de maestro prematuro, diciéndole a los aspirantes a futuros
cantores populares, cuál era el tono o el ritmo que debían imprimirle a su
melodía.
El Charro Gil y sus Caporales, Eva Garza, Carlos Garés, Rafael Deyón,
Magdalena Sánchez y Lorenzo Herrera fueron algunos de los artistas
importantes de la época, que en su recorrido por Venezuela y parte de
América Latina, se presentaron en Ondas del Lago y fueron acompañados por
Rodrigo como guitarrista. Todos expresaban de alguna manera su sorpresa,
porque se presentaban sin haber ensayado sus canciones con el acompañante.
Rodrigo no sólo acompañaba con exactitud a los cantantes, sino que a veces se
salía del ritmo que llevaban, hacía maravillas con la guitarra y volvía a
acoplarse a la melodía.
Aun sin escuela y sin maestros especializados, comienza a estudiar
algunas lecciones de música, por su propia cuenta. Consulta un manual de
guitarra clásica que le regaló Eva Garza, pero no lo entiende. Siente una
inmensa necesidad de superar los niveles que ha alcanzado, percibe que no
tiene mucho que aprender en el ambiente artístico que le rodea. Su larga y
dura experiencia, aprendiendo y tocando de oído lo mantiene en el mismo
horizonte, en la misma línea de flotación. La improvisación seguía siendo su
manifestación excepcional que todos admiraban. Después de oír varias veces
una obra de Albeniz, denominada “Sevilla”, de una gran complejidad, llegó a
tocarla sin utilizar las técnicas requeridas para su comprensión y dominio.
Pero no se sentía plenamente satisfecho. Entró en un prolongado período de
reflexiones acerca de su futuro. Y aunque confrontaba dudas y a veces miedo
para abandonar lo que venía haciendo, pensaba que tenía que irse para
Caracas.
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En la misma Radio entró en contacto con otro mundo, muy agitado y a
veces contrapuesto a su vocación artística, muy distante de la música. Al
terminar su programa, inmediatamente comenzaba “El Noticiero del Aire”, en
el que participaban varios jóvenes políticos, que denunciaban limitaciones a la
libertad de expresión del pensamiento y la persecución de que eran víctimas
algunos líderes de la oposición al régimen presidido por el General Eleazar
López Contreras. Los promotores del noticiero, que era más un programa de
opinión que de información, Alberto Carnevali, Luis Hurtado Higuera, Felipe
Hernández, Luis Vera Gómez y Juan Rincón Barboza se hicieron sus amigos y
lo invitaron a que participara en la lucha por un cambio democrático y
nacionalista. Rodrigo no entendía mucho de política, aunque le llamaba la
atención la actuación de aquellos jóvenes pidiendo cambios o la
transformación de la sociedad que vivían. Recordó a Chío Zubillaga hablar de
música y luego de política. ¿Cuál será la relación –pensó- entre una y otra?
¿Chío Zubillaga y estos jóvenes buscarán lo mismo? En Carora no hay radio,
pero el periódico Cantaclaro, que dirigía Isaías Ávila y del que era editorialista
don Chío, y que yo pregonaba por las calles, denunciaba lo mismo que estos
jóvenes dicen en su programa radial. ¿Qué estará pasando en Venezuela y en
el mundo? ¿En qué podrá ayudar la música para resolver los problemas que
denuncian?. Chío está más viejo, pero piensa igual que Carnevali y sus
compañeros. Si los pobres de Carora y de Maracaibo se unieran para luchar
por sus derechos constitucionales, se formaría un gran peo político. ¿Qué
pasaría con la música? ¿Se iría a la mierda? No creo.
Rodrigo se incorporó al movimiento político que dirigían los jóvenes de
“El Noticiero del Aire”. Repartía volantes y hojas sueltas impresos en
multígrafos. Pero a los pocos días los dirigentes del noticiero desaparecieron,
sin decirle nada y todas las preguntas que hizo se las contestaban con evasivas.
“El Noticiero del Aire” dejó de oírse y sus autores pasaron a la actividad
política clandestina.
¿Estará Chío Zubillaga en la clandestinidad? Se preguntaba a sí mismo.
La cultura y la lucha política y social son inseparables en la vida de ese gran
maestro. La última vez que lo visité me reiteró su permanente planteamiento:
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-Aquí estás ahogado. Tienes que irte a estudiar. Aquí no hay ambiente
ni condiciones socio-culturales para la formación que tú necesitas. Tienes que
buscarte un maestro, tienes que romper este alambrado.
Cuando le informé que estaba aprendiendo algunos signos musicales, se
emocionó y me dijo:
-Esa es la vía de tu éxito. Pero si te quedas en esta ciudad inhóspita, que
podrían cercarla para encerrar a todos los locos que habitamos en ella, seguirás
siendo un bohemio, un simple serenatero.
Rodrigo estaba convencido de que tenía que ingresar a una escuela de
música. El empirismo no le satisfacía. Por lo contrario, le comenzó a producir
disgusto, sobre todo cuando le decían que era un gran guitarrista y él intuía
que era un gran ignorante. Las introducciones, las improvisaciones que tocaba,
que maravillaban a sus amigos y al público en general, le parecían parte de
una rutina que tenía que violentar, para no sentirse atrapado en la pequeñez de
una práctica sin teoría. Continúa su proceso de cavilaciones, de lucha interior
contra un personaje que vincula a la farándula, cuya actuación le produce
satisfacciones superficiales. Cree que ha pasado ya mucho tiempo entre Carora
y Maracaibo, para continuar sintiendo y viendo pasivamente, que el tedio lo
estrangula espiritualmente.
En el trayecto desde la emisora “Ondas del Lago” hasta la pensión
donde residía, en un viejo bus en el que viajaba, sacó del bolsillo de su paltó,
una tarjeta bastante deteriorada por el tiempo que tenía guardada, en la que
leyó:
Profesor
Raúl Borges
Escuela Superior de Música “José Ángel Lamas”
Caracas.
Distinguido colega y amigo:
Le presento al portador, el joven Rodrigo Riera, guitarrista popular de
un oído excepcional, quien desea ingresar a la Escuela Superior de Música a
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estudiar guitarra. Creo que este joven merece una atención especial por sus
dotes naturales, porque sin conocer el significado de las notas musicales es
capaz de improvisar cualquier composición musical, popular o clásica.
Con la convicción de que estamos frente a una promesa nacional e
internacional de la guitarra, le agradezco su gentil atención para su ingreso a
nuestra escuela.
Sin otro particular, su amigo
Antonio Lauro.
De inmediato se dispuso a realizar todos los trámites requeridos para su
despedida de la emisora Ondas del Lago y aumentar sus menguados ahorros
que le permitieran enfrentar la nueva aventura de su vida, su traslado a
Caracas, sin empleo seguro, sin respaldo económico de alguna institución de
la cultura, sólo confiando en su capacidad creadora y en su aguante frente a la
penuria humana. Pensaba que podría despedirse de la ciudad como guitarrista
oficial de la radio, porque como guitarrista popular todavía no se podía
licenciar y a lo mejor no lo haría nunca. Intuía que la faltaba una jornada dura
y difícil, pero estaba dispuesto a afrontarla. La voz de Chío Zubillaga resonaba
en sus oídos. La voluntad de triunfar le daba fuerza a su espíritu. Había
conquistado el corazón de la segunda ciudad de Venezuela. Caracas era el
siguiente desafío, más tarde tendría que enfrentar los escollos que le
presentaría otra realidad, determinada por su ambición de conquistar el
mundo.
Maracaibo quedaría atrás. Como Carora formaría parte de su itinerario
futuro, cuando ya consagrado como concertista y compositor de la guitarra
clásica, decidiera recorrer todo el territorio venezolano.
Decidió despedirse de Barrio Nuevo, de Chío Zubillaga y se dirigió a
Carora.
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CONTRAPUNTEO EN LA GUITARRA
ALIRIO llegó a la casa de su hermano Fulvio, quien le prestó toda clase de
apoyo y de estímulo, lo hizo sentirse confiado en el porvenir, sin estar muy
seguro hacia dónde dirigirse. Volvió a leer el aviso publicado en El Diario
sobre la oferta de becas para estudiantes sin recursos económicos, por parte
del Presidente del Estado Lara. Pero no tenía dinero para viajar a
Barquisimeto. Apeló a una estratagema que lo vinculaba con su anterior
trabajo. Le escribió una carta en nombre de su padre al comerciante Domingo
Matute, a quien conocía desde hacía varios años, le vendía los cueros de chivo
que traía de La Candelaria y le compraba los víveres para la pulpería de su
progenitor.
Mi muy apreciado amigo Matute:
Le molesto para agradecerle de entregue a Alirio, mi hijo, la cantidad
de 40 bolívares en efectivo, porque debe trasladarse a Barquisimeto a realizar
una diligencia en la Presidencia del Estado, con relación a los estudios que
debe continuar en Carora o en aquella ciudad de Barquisimeto.
Espero viajar a Carora a finales del presente mes y le cancelaré todas
mis cuentas pendientes.
Atentamente
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Pompilio Díaz.
Con su correspondencia en las manos se dirigió al negocio de Matute y
se la entregó a él directamente. Después de leerla, el cliente y proveedor de su
padre le entregó los 40 bolívares y le expresó:
-Te felicito, Alirio, el porvenir de los jóvenes de hoy está en los
estudios. Hace muy bien Pompilio en preocuparse en tu futuro. Aquí estoy a
tus órdenes para cualquier otra necesidad que se te presente. No necesitas
ninguna carta de Pompilio, te conozco a ti y a tu papá como gente trabajadora
y honrada.
-Muchas gracias, don Domingo. Mi papá le pagará cuando venga a
Carora o cuando yo vaya a La Candelaria y le traigo una carga de cueros.
-No te preocupes, muchacho, Pompilio tiene en esta casa todo el crédito
que quiera.
Alirio salió disparado a tomar un autobús para Barquisimeto, pasó por
la casa de su hermano y le informó lo que había hecho en nombre de su padre.
Fulvio se rió y le dijo:
-Anda rápido para Barquisimeto, no te vaya a dejar el autobús. Si es
necesario yo hablo con mi papá.
El conductor del autobús lo dejó frente al Palacio de Gobierno, sede la
Presidencia del Estado. Se sacudió un poco el polvo que cubría la camisa y se
presentó al policía que malencarado hacía guardia en la puerta principal.
-Yo vengo de La Candelaria a solicitar una beca para estudiar.
-Aquí no hay becas para nadie –le contestó el guardián del Palacio
Presidencial.
-Pero, señor, aquí tengo el aviso que salió en El Diario de Carora, en el
que se anuncia que darán becas a estudiantes pobres y dice que hay que
presentarse en la Presidencia del Estado.
-Pase y hable con esa señora que está a la entrada de la puerta de la
oficina del Secretario General de Gobierno.
70
Alirio respiró profundo y pensó que había superado el primer obstáculo
y avanzó con cierto aire de satisfacción en el rostro.
-Señora, por favor, yo vengo de La Candelaria a solicitar una beca para
continuar mis estudios.
-Ay mijo, llegaste tarde, las becas ya se repartieron.
Miró a su alrededor y observó que varios policías lo miraban a su vez a
él, como diciéndole: Usted no tiene ya nada qué hacer aquí. Tuvo tiempo de
contemplar el piso de mármol y los fuertes pilares que sostenían un edificio
nunca visto y las escaleras que no pudo subir. Le pareció que el Presidente del
Estado debería estar muy lejos, inalcanzable, revisando los papeles que
exigían para otorgar las becas. ¿Por qué llegaría tan tarde? Si alguien le
pudiera avisar al Presidente que él estaba allí, con todos los méritos para
recibir una beca. Sintió la represión policial en la mirada de un gendarme que
se le acercaba y decidió caminar hacia donde le dijo el conductor que estaría el
autobús, que lo regresaría a Carora. Dando saltos en el bus, por una carretera
de tierra, huecos y curvas peligrosas, se negaba a aceptar la posibilidad de
regresar a La Candelaria. Trabajaría y estudiaría en Carora. ¿Qué dirá mi
padre cuando se entere que yo falsifiqué su firma para quitarle prestados 40
bolívares a don Domingo Matute? Yo estaba seguro que conseguiría la beca y
así justificaría mi conducta, incluso podría pagarlos con la cantidad que me
otorgaran por la misma beca. Por ahora tendré que trabajar para pagarle a don
Domingo.
Con el pelo, las cejas, las pestañas, la cara y casi todo el cuerpo
cubierto por el polvo se bajó cerca de la casa de su hermano y le narró lo
sucedido.
-No te preocupes –le expresó Fulvio. –Yo seré tu representante y
mañana te inscribo en la Escuela Federal “Egidio Montesinos”, que dirige el
maestro Ernesto Salcedo, reconocido como un gran ductor. Además recibirás
clases de Olga Oropeza de Gallardo, Juan Bautista (don Tita) Franco y
Agustín Ramón Álvarez. Cuando papá se entere que estás estudiando, le
pagará con mucho gusto a don Domingo Matute y te ayudará, hasta que por lo
menos apruebes sexto grado.
71
Su hermano lo introdujo en un círculo de periodistas políticos y de
inquietudes intelectuales en general, estimulados por Chío Zubillaga. En
algunas tenidas literarias que se realizaban en la Biblioteca “Riera
Aguinagalde”, Zubillaga exaltaba los valores de los mejores artistas
nacionales e internacionales. Alirio asistía a todas esas tertulias y allí se
informó de la existencia de un mundo musical más refinado que el de La
Candelaria y de un universo de hombres y mujeres que cultivaban las bellas
artes. Iba a la escuela y tocaba entre amigos y amantes de la música romántica
y popular. Acompañaba a su paisano y amigo Clímaco Chávez en todas
aquellas madrugadas que dedicaban a despertar del sueño crepuscular a las
muchachas de las barriadas caroreñas, y a las discusiones políticas en el
“Cuarto-biblioteca” de Chío Zubillaga. Todo marchaba al nivel de las
aspiraciones juveniles de un guitarrista popular, de un soñador de amaneceres
románticos e incluso de un aprendiz del quehacer político e intelectual, hasta
que constató sus apremios económicos, la necesidad de afrontar la vida
independiente. Así se lo hizo conocer a su amigo y compañero de farras,
Clímaco Chávez:
-Yo me vine de La Candelaria sin el consentimiento de mi padre,
dispuesto a estudiar y trabajar. No quiero ser una carga económica para él ni
para mi hermano Fulvio, en cuya casa vivo, como y duermo. Necesito trabajar.
-Yo tengo dos trabajos: Tipógrafo de El Diario y portero del cine
Salamanca. Como tú no sabes tipografía, yo renuncio como portero y tú te
encargues de ese otro trabajo. Es muy sencillo y no te quita mucho tiempo
para tus estudios. Podemos seguir asistiendo a las reuniones en la biblioteca de
don Chío y dando serenatas a las muchachas por las noches.
Alirio consideró que Clímaco Chávez era su nuevo hermano y así lo
trataría hasta que éste, mayor en edad, falleciera muchos años después en
Carora. Posesionado de su flamante trabajo de portero, veía gratis las
películas, cobraba una pequeña cantidad de dinero y colaboraba con los gastos
de la casa de su hermano. Se sentía triunfante en sus primeros pasos en una
ciudad que comenzaba a conocer y que le abriría el camino hacia un futuro
desconocido, pero que estaba dispuesto a transitar por encima de cualesquiera
dificultades.
72
En algunas noches libres se deleitaba oyendo al Trío de los Hermanos
Riera, con especial atención a Rodrigo, a quien escuchó por primera vez
cuando éste tocaba en Radio Barquisimeto acompañando a los aficionados que
se presentaban a cantar en los concursos de música popular. Impresionado por
las armonías, por los adornos musicales que Rodrigo lograba en la guitarra,
por las introducciones de las canciones, de los pasillos y de los boleros que le
conmovían su espíritu artístico, se interesó no sólo en oírle sino también en
conocerle.
A través de dos amigos comunes, Manuel Herrera Oropeza y Elisio
Giménez Sierra, quienes tenían referencias de sus inquietudes por la guitarra,
por la música en general e incluso por la bohemia se estableció el primer
contacto entre ambos jóvenes guitarristas. Rodrigo acababa de regresar a
Carora proveniente de Maracaibo y de paso para Caracas, Alirio se enteró de
su presencia en la ciudad, en la casa de Chío Zubillaga a través de Manuel
Herrera, a quien le pidió que se lo presentara. La cita la acordaron en la casa
del guitarrista Pastor Gómez, que vivía en Barrio Nuevo, muy cerca de la casa
donde nació Rodrigo y gozaba del aprecio de todos los músicos,
especialmente aficionados a la guitarra. Cuando llegó a la hora de la cita, ya
Rodrigo se encontraba en la casa de su amigo Gómez. Estaba con el dorso
desnudo, dejando al descubierto una fuerte musculatura, lo cual le produjo a
Alirio la impresión de estar frente a un atleta. Se abrazaron como si fueran
grandes amigos y con el correr de los años consolidaron una amistad que duró
la vida de ambos.
-Rodrigo, toca “El Arpa de Oro”, un solo de guitarra que te oí tocar
varias veces por Radio Barquisimeto y que siempre me ha causado una gran
emoción –le expresó Alirio.
Éste percibió directamente el talento musical de Rodrigo y la magia de
sus manos frente a las cuerdas de la guitarra.
-¿Y qué vas a tocar tú? Porque es la primera vez que te voy a oír,
aunque Manuel siempre me ha hablado de tus virtudes con la guitarra –le
planteó Rodrigo al finalizar de tocar “El Arpa de Oro” y después de recibir el
aplauso, la aquiescencia de los presentes.
73
Tocaré “Una Guajira”, una pieza española de estilo flamenco, que
aprendí a tocar después de oírla varias veces en el ortofónica de mi padrino
Juan Bautista Verde, en La Candelaria.
Rodrigo tocó de inmediato “Bajos los Puentes del Viejo París” y Alirio
tocó la “Serenata de Schubert”. El contrapunteo en la guitarra los acercó
mucho, los hermanó para siempre. Es posible que en algún momento, en el
fuero interno de cada uno, haya aparecido el espíritu de competencia, pero
sellado en la vida de ambos, por una gran admiración y un aprecio mutuos.
Los encuentros en Carora no fueron muchos, ambos tuvieron que salir
a estudiar y trabajar a otras ciudades de Venezuela y del mundo, donde se
verían con más frecuencia en las aulas de clase y en los principales teatros de
Europa y América. Sin embargo, cuando se encontraban en Carora se reunían
entre amigos para tocar e intercambiar experiencias en el estilo y en la técnica
de manejar la guitarra.
En el “Cuarto-biblioteca” de Chío Zubillaga se oyeron las más
avanzadas armonías extraídas de las guitarras de ambos. El periodista y
luchador social que marcó la historia política y cultural de Carora durante la
primera mitad del siglo XX, era un filarmónico exquisito. El único, tal vez,
capaz de comprender el potencial artístico que dos muchachos del pueblo
podrían desarrollar hasta una dimensión universal, si encontraban una escuela
que sistematizara el aprendizaje y les permitiera a la vez pensar, reflexionar y
crear, con sus propias fuerzas artísticas y vitales. En esa biblioteca encontraron
Rodrigo y Alirio el estímulo y el apoyo espiritual para romper el cascarón,
para salir de la tradición romántica de la música y buscar la escuela de la
técnica guitarrística.
-Ud. tiene que volverse a ir –le dijo a Rodrigo cuando éste llegó a
Carora procedente de Maracaibo y fue contratado por el dueño del cine
Salamanca para acompañar a una cantante famosa en dicho teatro.
-Yo vine a despedirme de mi familia y de usted, don Chío, y me
encontré con la presencia de Magdalena Sánchez en Carora y el señor Gonzalo
González me contrató. Pero me iré en los próximos días.
74
-Trate de ingresar a una escuela de música. Usted tiene condiciones
para ser un gran artista de la guitarra, reconocido nacionalmente.
-Voy para Caracas y llevo una recomendación del maestro Antonio
Lauro, para el Profesor Raúl Borges, de la Escuela Superior de Música “José
Ángel Lamas”.
-Lo felicito. Esa carta de presentación es suficiente para que usted se
abra camino hacia el éxito.
Chío Zubillaga disfrutaba, como muy pocos, oyendo a aquellos dos
jóvenes guitarristas que sobresalían entre muchos de sus compañeros, porque
su vocación por la música era total, mientras otros, tan talentosos como ellos,
se dejaban arrastrar por la bohemia y la vida rutinaria en la ciudad y sus
alrededores. En Barrio Nuevo y en La Candelaria existía un vivero de
muchachos amantes de la música, tocaban y cantaban durante horas y noches
que los envolvían en románticas pasiones, satisfacían su ego y ganaban a
veces pequeñas cantidades de dinero suficientes para continuar hasta el final.
-Y usted, Alirio, olvídese de estudiar bachillerato, lo suyo es la música
–le expresó cuando éste le mostró el certificado de sexto grado que acababa de
aprobar y le solicitó ayuda para conseguir una beca y continuar estudios en el
liceo.
-Muchas gracias, maestro. Volveré para que hablemos acerca de mis
estudios de música.
-Venezuela está llena de doctores sin ciencia y sin sabiduría. Usted
puede llegar a ser una guitarrista de fama nacional.
Después de un prolongado contrapunteo con sus respectivas guitarras –
la que tocaba Rodrigo era propiedad de una de las hermanas de Chío,
aficionada a la música, que disfrutaba también de la presencia de los ya
promisores y destacados jóvenes guitarristas- éstos se retiraron. Rodrigo
estaba contratado para tocar en el cine Salamanca, y Alirio cumpliría con su
trabajo de portero de dicho teatro. En la plaza Torres, frente a la entrada del
cine se encontraron con el padre de Alirio.
75
-Papá, te presento a Rodrigo, un gran guitarrista, amigo mío que esta
noche va a acompañar a Magdalena Sánchez, que dentro de pocos minutos se
presentará en el cine.
-Mucho gusto –le expresó Rodrigo a la vez que le extendía la mano.
-Ayús carajo, a éste lo conozco yo mucho. Usted me limpiaba los
zapatos en la plaza Bolívar. Lo felicito por sus éxitos. En La Candelaria
también lo oímos en radio Barquisimeto. Yo oía su nombre, pero no sabía que
era usted, el mejor limpiabotas que había en Carora hace varios años, cuando
usted era un muchachito.
Todos rieron y entraron al cine. Rodrigo a tocar, Alirio a cuidar la
puerta y don Pompilio Díaz a ver la actuación de su antiguo limpiabotas.
Rodrigo salió primero al escenario y recibió un prolongado aplauso. Entre los
que más aplaudían estaba el padre de Alirio, y éste desde la portería.
Magdalena Sánchez fue ovacionada. Rodrigo también fue ovacionado.
Alirio y Rodrigo continuaron viéndose y tocando juntos en Carora,
aunque esporádicamente porque ambos saldrían de la ciudad en direcciones
distintas: Uno para Trujillo y el otro para Caracas. Pero cuando coincidían en
su regreso a Carora, el encuentro era insoslayable. Sus amigos comunes se
encargaban de prepararlo, empezando por el “Cuarto-biblioteca” de Chío
Zubillaga.
La música, la política y la literatura se entrecruzaban en la casa del
viejo maestro de juventudes. Alí Lameda, Guillermo Morón, Isaías y Víctor
Julio Ávila, Ramón Gudiño, Gustavo Leal y Luis Oropeza Vásquez discutían
y escribían artículos sobre diversos temas políticos, estimulados y corregidos
por Chío Zubillaga. Alirio comenzó a participar como articulista. También a
oír recitales de Alí Lameda, Segundo Ignacio Ramos, Elisio Giménez Sierra,
Naty González Sierralta y Domingo Amado Rojas, poetas regionales que se
levantaban al lado y bajo la protección intelectual de Zubillaga, algunos de los
cuales tendrían destacada figuración nacional e incluso internacional, como
fue el caso de Alí Lameda. Alirio presenciaba el surgimiento de un
movimiento cultural y socialista, vinculado a una habitación y a una biblioteca
donde dormía, leía, oía emisoras de radio nacionales e internacionales y
escribía para varios periódicos y revistas, un hombre que le seguía el pulso a
76
los acontecimientos del país y del mundo en una época de guerras y
convulsiones políticas. Sobre la guerra civil de España comentaba con
entusiasmo y evidente simpatía la resistencia del Ejército Republicano... ¡No
pasarán! Escribió en la pared de su habitación. Cuando se produjo el triunfo de
Francisco Franco, escribió debajo de la frase anterior: ¡Cayó la República...
Pero volverá!
Entusiasmado, Alirio le entregó a aquél, un artículo sobre la vida y
labor de un maestro caroreño, Salvador Perera Oropeza, cuya conducta ética e
intelectual consideró necesario resaltar. Chío lo corrigió y lo envió a El Diario
para su publicación, con la siguiente presentación:
“Siempre ha querido tener El Diario un estímulo para los que entre
nosotros se inician en las letras. No andamos, en este caso, detrás de otro
interés que no sea el que la cultura tenga su más holgado ejercicio, en el
terreno donde hacen pininos los que posiblemente puedan ser mañana
expresiones valederas en la jerarquía del pensamiento. A veces se ha
censurado a El Diario su apadrinamiento de los que empiezan, pero El Diario
pasa sin hacerle caso a esas voces. ¡A veces, mezquinas voces! Porque nos
resultaría mucho peor el balance, si por darle oído a esa censura del momento,
mañana uno de estos principiantes que pudiésemos desdeñar, nos saliera en la
historia, ya en planos superados su entusiasmo de iniciación, enjuiciando
nuestra actitud de amortiguadores que le pusimos trabas en su inicio, al vuelo,
algunas veces sorpresivo, de las dos alas del talento”.
Alirio leyó el artículo el otro día por la mañana y fue a agradecérselo.
-Muchas gracias, don Chío.
El viejo Chío, que ya comenzaba a sufrir los embates de sus antiguas
dolencias, lo abrazó y le entregó tres cartas, a la vez que le expresó:
-Usted será músico. Váyase a Trujillo, que en esa ciudad debe haber
una escuela de música. Yo tengo varios amigos allá. Esta primera carta se la
entrega al maestro Laudelino Mejías, Director de la Banda del Estado. Si
quiere puede leerla.
-Este muchacho tiene muy clara vocación musical, pero no sabe una
letra de música. Como aquí no hay escuela ni quien enseñe el divino arte, sale
77
con el propósito de aprender. Y yo creo que usted puede enseñarle bastante, en
la forma que pueda, y así se lo suplico encarecidamente. Podría también entrar
a la Escuela de Música, que supongo allá exista. Alirio es muy pobre, pero
piensa que tocando y cantando en la Radio, puede ganar algo para comer. Este
muchacho ejecuta muy bien la guitarra. Óigalo, júzguelo y me da su opinión.
Cuando Alirio terminó de leer la carta para Laudelino Mejías, Chío
Zubillaga le extendió otra y le dijo:
-Esta segunda carta es para Luis Beltrán Guerrero, abogado y poeta y
sobre todo amigo mío y asiduo participante en todas las tertulias políticas y
literarias que realizamos en esta biblioteca, cuando estudiaba en Carora.
Actualmente es Secretario Privado del Presidente del Estado Trujillo. También
puede leerla.
Alirio leyó apresuradamente:
-Alirio promete mucho. Aunque no sabe nada de arte técnicamente,
ejecuta por fantasía la guitarra y hace en este instrumento unos solos, que creo
se podrían presentar en cualquier concierto. Póngalo a tocar y verá que estoy
en lo cierto.
Nunca había oído y menos leído juicios tan elogiosos sobre su
capacidad, con la excepción de lo que expresaban sus familiares en La
Candelaria, que él los valoraba como producto de la ingenuidad artística. Lo
que acababa de leer escrito por Chío Zubillaga le parecía, estaba seguro, que
era una apreciación, si no técnica, por lo menos producto del pensamiento de
un hombre superior, tal como lo valoró siempre, incluso después de
consagrado como una de las primeras guitarras de Europa y del Mundo.
La tercera carta iba dirigida a Pedro J. Torres, dueño y Director de la
emisora Radio “Trujillo”, y en la misma le solicita un trabajo para Alirio. Y
aunque le reitera que el joven no sabe nada de música desde un punto de vista
técnico, le pide que lo oiga para que compruebe su sensibilidad musical y la
destreza en el manejo de la guitarra.
Al primero que visitó fue a Luis Beltrán Guerrero, quien lo recibió
como a un paisano y amigo, enviado por su maestro Chío Zubillaga.
Inmediatamente pensó en la Imprenta donde se editaba el semanario cultural
78
denominado “Presente”, que él mismo dirigía. Antes de hablar de trabajo le
expresó:
-En mi semanario puedes escribir sobre música o sobre cualquier otro
tema de la cultura nacional y local.
Le entregó el último ejemplar del periódico y esperó su respuesta.
-Cuando tenga resuelto mi problema económico y tenga algunas horas
libres, trataré de escribir algo para su periódico. Muchas gracias, Dr. Guerrero.
A mí me gusta escribir y lo haré cuando pueda.
-Como a usted le gusta estudiar, le voy a hacer una gestión en la
Imprenta donde edito “Presente”, para ver si lo pueden emplear como
corrector de pruebas o como tipógrafo.
Alirio le reiteró las gracias y se despidió. Fue a visitar a Pedro Torres,
Director de Radio “Trujillo”. Al entrar al estudio quedó gratamente
impresionado. Nunca había estado en un estudio de radio, pero recordó a
Rodrigo cuando lo oía tocar por Radio “Barquisimeto”. Torres leyó la carta de
Chío Zubillaga y le dijo:
-Venga mañana a un ensayo. Creo en todo lo que me dice don Chío en
su carta y espero que se quede con nosotros.
Ese mismo día fue a visitar a Laudelino Mejías en la sede de la Banda
Musical del Estado, una vieja casona en la que el maestro trujillano ensayaba
con todos los componentes de su orquesta.
-Si Chío lo recomienda, usted tiene el triunfo asegurado: Mañana
mismo comenzamos las primeras clases.
Comenzó con Laudelino Mejías, quien le enseñó los elementos
fundamentales de la música. Con él aprende tocar el saxofón y el clarinete y a
los pocos días pasó formar parte de la Banda “Sucre” del Estado Trujillo,
como ejecutor del saxofón. Cuando estudió Teoría y Solfeo fue cuando pudo
comprender y valorar el Método de Guitarra de Fernando Carrulli, que una vez
su madre lo puso en sus manos, con un inocente gesto de proporcionarle un
instrumento y una guía para su formación, cuando comenzaba a tocar en su
aldea natal de La Candelaria.
79
Después de tocar las retretas en la Plaza Bolívar de Trujillo, decidió
reseñarlas y llevárselas a Luis Beltrán Guerrero, para su publicación en el
semanario “Presente”. Guerrero leyó la primera reseña y ordenó su
publicación. En ese mismo periódico publicó también varias reseñas que
escribió sobre algunos ensayos que realizaba el maestro Laudelino Mejías
sobre algunas composiciones importantes. Sobre una instrumentación que hizo
el maestro Mejías y su Banda sobre un fragmento del “Parsifal” de Wagner,
escribió un artículo para el semanario “Presente” y le envió copia a Chío
Zubillaga.
Después de leerlo, su maestro caroreño le contestó:
-Demuestras tener ya conocimiento profundo y sensación por la gran
música. Eso me entusiasma, pues debes recordar cómo pretendí guiarte por
esa senda del arte musical puro y selecto, de la que hay tanta incomprensión
en estos medios, no digamos que por sordos, pero sí indiferentes ante lo que
yo he considerado capitel incomparable de las bellas artes.
Cuando Alirio comprendió por primera vez una explicación sobre el
sentido de una nota musical, creyó que estaba entrando en un nuevo mundo
sonoro. Pensó que estaba encontrando un camino, tantas veces señalado por
Chío Zubillaga, hacia Caracas y hacia la gloria. A los pocos días se sintió que
era músico, no un gran músico, pero sí un guitarrista superior a lo que hasta
ese momento había sido. La cátedra impartida por Laudelino Mejías lo
acercaba a un mundo desconocido, pero ansiado, buscado con una gran
pasión, aún sin saber exactamente cómo era.
En principio había sentido miedo por el estudio de la música, porque
algunos amigos en Carora le habían dicho que lo que él tocaba en la guitarra,
no se podía escribir, no se podría leer nunca. En cierto modo llegó a sentir
alguna aversión por la teoría de la música. Pero en muy poco tiempo
comprendió que estaba en el mejor camino de su aprendizaje.
Al poco tiempo de estar bajo la dirección del maestro Laudelino
Mejías, de haber agotado el repertorio de Radio “Trujillo”, su espíritu inquieto
comenzó a experimentar los efectos de la estrechez pedagógica y artística de
la provincia. Había estudiado teoría y solfeo, pero intuía que le faltaba algo
esencial, no sabía si era la armonía, el contrapunto, la fuga o la historia de la
80
música, estética o formas musicales. De todo esto había oído hablar
vagamente, pero no lo podía captar y menos profundizar con precisión
artística.
El maestro Mejías lo trataba con especial distinción, por los adelantos
alcanzados por él en poco tiempo. Un día lo llamó para felicitarlo por su
progreso en los estudios y le entregó un pergamino en forma de rollo y le
expresó:
-Te has graduado de saxofonista. En todo el tiempo que tengo al frente
de la Dirección de la Banda “Sucre” eres el mejor alumno que he tenido.
-Muchas gracias, maestro –le expresó Alirio emocionado y se abrazó a
su querido ductor.
Ese mismo día le escribió a Chío Zubillaga:
-Mi querido maestro.
Hoy recibí de manos del maestro Laudelino Mejías el diploma de
saxofonista.
Creo que no le he quedado mal por su recomendación. Trabajo mucho.
Siento que he cumplido una jornada importante, pero sigo pensando en el
futuro, en el estudio de la guitarra.
Chío Zubillaga, que le hacía seguimiento oyendo sus actuaciones en
Radio “Trujillo”, le contestó:
-Ahora te toca concretarte, y trata de economizar lo más que puedas
para pensar en el traslado a Caracas, a continuar tu especialidad de guitarrista.
Por allí puedes llegar a muy alto; y pienso que no será dudoso que te oiga,
como a otro Gómez, ejecutar con su misma o mayor habilidad las cuerdas de
tu amado aparato musical, por la famosa cadena de las Américas.
Alirio continuó moviéndose entre la imprenta, la Radio “Trujillo” y la
Banda “Sucre” del Estado, pero la música lo va absorbiendo totalmente. Si
abandona los otros dos trabajos podría vivir decentemente en Trujillo, pero
cuando piensa en el traslado a Caracas las cuentas no le cuadran. No tiene
seguridad de un trabajo o de una beca para ingresar a estudiar a la Escuela
Superior de Música, que dirige para entonces el maestro Vicente Emilio Sojo,
81
y donde dictan cátedra de guitarra, profesores de altísima calificación
profesional. Para procurarse un trabajo en Caracas, decidió estudiar
mecanografía e inglés en Trujillo. El trabajo y la distribución del tiempo lo
agobian. Aumenta el trabajo, el estudio y el ahorro, sigue soñando, no ya
como un muchacho campesino abrasado por el desierto, sino como un músico
de una Banda de Estado, que sigue buscando un camino para más allá y
continúa enfrentando dificultades para avanzar.
La Escuela de Música del maestro Laudelino Mejías le había
proporcionado extraordinarios conocimientos del manejo técnico del saxofón
y del clarinete, pero no así de la guitarra. Con ésta seguía improvisando por las
noches en Radio “Trujillo”. Mejías era un gran maestro, conocía los artificios
técnicos de todos los instrumentos musicales, excepto la guitarra. La Banda
“Sucre” del Estado Trujillo era considerada una verdadera filarmónica,
dirigida por un virtuoso del arte musical, pero Alirio aspiraba estudiar
guitarra. Los avances que había experimentado en la guitarra eran producto de
su talento, de su intuición, extraídos del conocimiento que había adquirido en
el manejo de otros instrumentos y de la música en general. Incluso, en su
pasantía por Trujillo había aprendido la técnica de la tipografía, pero no de la
guitarra. Su primera verdadera profesión, según sus propias palabras, fue la de
tipógrafo. Trujillo se le fue reduciendo a un mundo en el que no cabía su
guitarra.
-No se desespere –le dijo Laudelino Mejías, cuando observó que Alirio
no se concentraba como al principio y le había manifestado varias veces su
aspiración de irse a Caracas.
Se sentía comprometido con su maestro de música, tanto por el trato
como por el respaldo económico que recibía, pero continuaba planeando su
ingreso a una Escuela de Guitarra.
-Comprendo, maestro. Espero que usted también me comprenda a mí.
-Tú tienes un puesto seguro en la Banda del Estado. Deja para más
adelante tu viaje a Caracas.
Alirio tenía asegurada su forma de vida. Podía satisfacer todas las
necesidades de un miembro de la Banda “Sucre”, pero cada día que pasaba se
82
sentía más impulsado a buscar otro rumbo. Para salirse de Trujillo decidió ir a
Carora y a La Candelaria donde tenía su familia. Un nuevo encuentro con
Chío Zubillaga sería definitivo. Así lo intuía y así sería. Cuando le comunicó
su decisión al maestro Mejías, que tomaría unas vacaciones para viajar a
Carora, éste le manifestó:
-Muy bien que vayas a ver a tu familia. Cuando regreses tendrás puesto
en la Banda del Estado-
-Maestro, yo pienso definitivamente irme a Caracas, a estudiar guitarra.
Estoy altamente agradecido por sus atenciones, por sus enseñanzas, que me
han producido una nueva visión de la música y de la vida. No creo que pueda
regresar, por ahora.
Convencido Mejías de la firmeza de Alirio para viajar a Caracas,
asumió su papel de auténtico maestro y lo tomó por el brazo.
-Espera. Te daré una tarjeta de presentación para el maestro Pedro Elías
Gutiérrez, Director de la Banda Musical del Distrito Federal.
Lo condujo a un pequeño escritorio que tenía en la sede de su trabajo,
tomó una pluma de tinta y escribió:
Querido Pedro Elías:
Te presento al portador, Alirio, un joven músico que aprendió en mi
escuela a tocar casi todos los instrumentos musicales, menos la guitarra,
porque aquí no tenemos profesor de esa materia.
Prueba sus conocimientos y estoy seguro que lo incorporarás a tu
Banda Musical. En el futuro será un gran maestro.
Te saluda tu amigo de siempre
Laudelino Mejías
83
EN LA ESCUELA SUPERIOR DE MÚSICA
RODRIGO Y ALIRIO salieron de Carora, sin ponerse de acuerdo, buscando
un camino común, con el mismo objetivo, hacia una misma meta, con los
mismos sueños, impulsados por la palabra terminante de Chío Zubillaga y por
sus inmensos deseos juveniles de triunfar.
Rodrigo iría primero a Maracaibo a cobrar parte de sus emolumentos
que le adeudaba la emisora de radio Ondas del Lago. Se encontrarían en
Caracas en la antesala de la Escuela Superior de Música “José Ángel Lamas”.
Alirio se fue directamente a Caracas. Llegó a una pensión de Rosario a
Curamichate, donde se hospedaban varios caroreños, entre quienes estaban los
hermanos Ignacio y Napoleón Ramos, hijos del poeta Segundo Ignacio Ramos
a quien había oído hablar de la revolución democrática, y recitar sus poemas
en la biblioteca de Chío Zubillaga. Los hermanos Ramos serían sus amigos
solidarios y guías en la ciudad capital.
En Carora, Alirio recibió de Chío Zubillaga dos tarjetas de
presentación. En una de ellas afirma:
-Alirio es un joven caroreño de brillante conducta y va a Caracas con el
propósito de ingresar a la Escuela Superior de Música dirigida por el maestro
Sojo. Alirio ha trabajado en Trujillo bajo la dirección del maestro Laudelino
Mejías, pero desea perfeccionarse en la escuela caraqueña mencionada, en la
ejecución del saxofón y la guitarra... representa una esperanza en el divino
arte de la música.
84
Al día siguiente de llegar a Caracas fue a visitar al maestro Vicente
Emilio Sojo, Director de la Escuela Superior de Música, a quien encontró a la
entrada de la misma, se le presentó y le entregó la tarjeta de Chío Zubillaga.
Sin moverse del lugar, Sojo la leyó al terminar le preguntó:
-¿Qué edad tiene usted?
-22 años –contestó Alirio.
El maestro Sojo lo miró inquisitorialmente, de pies a cabeza, levantó la
voz y expresó:
-Viejo no aprende música –le regresó la tarjeta, le dio la espalda y se
dirigió hacia su despacho.
El joven provinciano, que por primera vez visitaba la capital de
Venezuela y se dirigía al más alto representativo de la academia de la música
venezolana, salió de la Escuela Superior de Música abatido y pensando qué
hacer para no regresar todavía a Carora. En la calle recordó que tenía una carta
de Chío Zubillaga para el Dr. Francisco Manuel Mármol, Secretario General
de la Gobernación del Distrito Federal y caminó hacia el viejo edificio de
gobierno frente a la plaza Bolívar. Al llegar a la oficina del alto funcionario
gubernamental, le entregó la carta al portero y le pidió que le preguntara al Dr.
Mármol si lo podía recibir. El portero ingresó al Despacho, a los pocos
minutos regresó y le dijo:
-Se puede sentar que el Dr., dentro de pocos minutos, lo va atender.
Alirio se sentó a esperar con la humildad y paciencia del campesino que
ve pasar el tiempo del verano, hasta que Dios quiera. El portero entraba y salía
del Despacho oficial. Varias personas llegaron, entraban y salían conducidos
por el portero.
Después de abrirles la puerta a varias personas, que decían que el Dr.
Mármol los estaba esperando, el portero se le acercó y le expresó:
-El Dr. salió un momentico, pero ya regresa.
Alirio miró su reloj, adquirido con sus ahorros en una modesta relojería
de Trujillo. A las 12 m. pensó que el Secretario General de Gobierno habría
salido a almorzar, pero él no tenía hambre. Lo que tenía eran deseos de
85
quedarse en Caracas. Le aterraba pensar en el regreso, en la derrota. Las horas
pasaban y algunas se hacían interminables. Deben ser muy importantes –
pensaba-las personas que entraban y salían, de la Secretaría de Gobierno, sin
hacer antesala.
Respiró con cierto alivio cuando el portero se le acercó y le comunicó:
-Ya el Dr. se va a desocupar.
Miró nuevamente el reloj, pero se prometió no mirarlo más, porque
pensó que antes de la 6 p.m. debería recibirlo el Dr. Mármol. Cuando el reloj
de la Catedral sonó seis veces, observó que salían secretarias y otras personas,
aparentemente empleados de la Secretaría de Gobierno. El último en salir fue
el portero arreglándose la corbata. Se le acercó y le dijo:
-El Dr. se acaba de ir. Vuelva mañana. Vamos a cerrar.
Salió a la calle cuando ya comenzaba a oscurecer. Trató de atravesar
presuroso la Plaza Bolívar, por temor a la noche. Debería llegar temprano a la
pensión. Sin embargo, se detuvo algunos minutos a contemplar la estatua de
Simón Bolívar y se acordó de su profesor de Historia de Venezuela, allá en
Carora. El hombre más grande del continente y uno de los más preclaros del
mundo. Uno de los pocos, si no el único, de los políticos y guerreros que nació
rico y murió pobre, después de liberar y gobernar varios países. Pensó otra vez
en el regreso. Para quitarse la idea de la mente, le atribuyó mucha importancia
a las personas que había ido a visitar, tanta que no tenían tiempo para recibir a
un joven provinciano que aspiraba ingresar a una Escuela Superior de Música.
¿Les pasaría lo mismo a los generales caroreños Jacinto Lara y Pedro León
Torres, cuando se presentaron decididos a luchar por la independencia? Tal
vez no, porque venían armados, traían caballos, mulas y soldados reclutados
en sus fincas de La Otra Banda. Seguía caminando por la misma calle por
donde lo había hecho para llegar a la Escuela de Música, pero en dirección
contraria. Cuando llegó a la pensión encontró a Ignacio Ramos tocando y
cantando “Noches Larenses”. Al lado, una botella de cocuy.
-Alirio, vamos a tocar un rato música de nuestra tierra –expresó.
-Creo que tengo cerca de 20 años tocando y cantando todos los días,
pero hoy no puedo hacer ninguna de las dos cosas.
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-¿Por qué, te ocurre algo?
-No me siento bien.
Ignacio Ramos, joven guitarrista, también caroreño, de excepcional
talento para la música, insistió:
-Pero, Alirio, tenemos tiempo que no tocamos juntos.
Alirio le explicó lo que le había sucedido en la Escuela Superior de
Música y en la Gobernación del Distrito Federal. Ignacio comprendió la
situación difícil que estaba atravesando su amigo y le expresó:
-Tienes razón, tocamos otro día, pero no te preocupes, mañana Rodrigo
y yo tenemos una entrevista con el Profesor Raúl Borges, que es el que da
clases de guitarra. Podemos ir juntos.
-Muchas gracias, Mano Pecho. Mañana iremos juntos.
Alirio se sintió parcialmente aliviado. Le volvió el alma al cuerpo.
Después de agradecerle la invitación se retiró a su habitación. Durante algunos
minutos u horas oyó tocar a Ignacio Ramos música larense, lo cual lo
trasladaba mentalmente a Carora, a La Candelaria, a Muñoz, y /o alejaba del
sueño. Cerró los ojos y se sentía tocando y cantando en diferentes ventanas de
Carora y La Otra Banda. Pensó que definitivamente había regresado a su
tierra. Pero cuando Ignacio Ramos consumió la botella de cocuy, no oyó más
la guitarra ni el canto. Daba vueltas en la cama, se arropaba la cara tratando de
dormir, pero la interrogante de qué pasará mañana lo mantenía despierto.
Cuando recordó que Ignacio Ramos lo había invitado a ir juntos con Rodrigo a
ver al maestro Raúl Borges, se quedó dormido. Muy rápido, muy temprano en
la mañana sintió que Ramos se levantó. Cuando éste entró al baño, él salió de
su cama. En pocos minutos los dos estaban vestidos y dispuestos a salir.
Después del desayuno se dirigieron a la Escuela Superior de Música, donde
encontraron a Rodrigo.
Rodrigo había llegado a una pensión en la esquina de Puente
Restaurador. De allí salió a buscar a su amigo Ovelio Riera, guitarrista,
cantante y compositor popular, autor del valse “No me Olvides”. Ovelio Riera
era otro de esos jóvenes talentosos, producto de ese medio musical caroreño
que invadía toda la trama espiritual de la sociedad, deambuló por muchas
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emisoras de radio, con mucho éxito. Rodrigo lo conocía desde niño. Separados
por múltiples razones, especialmente económicas, se volvieron a encontrar en
el medio que los dos estaban obligados a frecuentar como forma de vida.
Ovelio Riera le presentó a Luis Raimond, quien tenía un programa musical en
Radio “Libertador” e hizo que lo contrataran para tocar con los cantantes
oficiales de dicha radio, que requerían acompañamiento de guitarra.
En Radio “Libertador” conoció a Luis Ortega, con quien formó un
dueto de guitarra y comenzaron a trabajar en la Radio la Voz de la Patria. La
experiencia adquirida en Radio Barquisimeto y Ondas del Lago, y su maestría
en la improvisación que le permitía acompañar a los más famosos y diversos
artistas venezolanos y extranjeros, sin previo ensayo, lo hizo también famoso
en el medio artístico radial de entonces. Cuando algún cantante llegaba a una
de las emisoras de radio caraqueñas y no tenía acompañante, inmediatamente
llamaban a Rodrigo. En Radiodifusora Venezuela conoció a “Pepe” Torres,
productor de un programa de radio, con quien logró trabajar a destajo y por
horas, durante varios meses. Para poder participar en este programa, tenía que
dormir en los locales de la emisora. En esta misma emisora conoció a Ángel
Sauce y otros importantes músicos venezolanos con quienes participó en
diferentes programas de música popular. Superados todos los escollos que la
radio podía presentarle a cualquier guitarrista, no se sentía totalmente
satisfecho, seguía pensando en ingresar a la Escuela Superior de Música. A
los pocos meses de estar en Caracas, actuando con el mayor de los éxitos
populares a que pudiera aspirar un joven provinciano, decidió utilizar la tarjeta
de presentación que le había dado Antonio Lauro para el Profesor Raúl
Borges. Así se lo hizo conocer a Ignacio Ramos, paisano y colega de la
guitarra y de muchas farras, a quien invitó para que se presentara, y quien a su
vez se lo comunicó a Alirio.
Tres guitarristas populares, que vienen de Carora, deciden tocar las
puertas de la única escuela de música que comenzaba a darle importancia a los
estudios de la guitarra, ante la indiferencia e incluso la resistencia del
Ministerio de Educación, cuyos técnicos en la materia consideraban que la
guitarra era un instrumento popular, que no podía alcanzar los niveles clásicos
de la música, como para ser estudiado en una escuela superior. Fue el maestro
Raúl Borges quien logró a través de la cátedra de Arpa, que se estableciera una
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pequeña asignación de 500 bolívares mensuales, para la enseñanza de la
guitarra.
Cuando los maestros Raúl Borges y Antonio Lauro engtraron a la
Escuela Superior de Música, se encontraron con tres guitarristas populares y
dos guitarras, también populares. Rodrigo todavía no tenía guitarra. Lauro,
que conocía Rodrigo, le reiteró a Borges:
-Este es Rodrigo, de quien le he hablado varias veces. Lo he oído en
diversas oportunidades y creo que será un gran guitarrista. Aspira ingresar a
esta Escuela a estudiar guitarra.
Rodrigo presentó a Alirio y a Ignacio Ramos.
-Estos son, maestro, dos grandes guitarristas populares que aspiran
igualmente ingresar a la Escuela a perfeccionar sus conocimientos, que es
también mi aspiración.
Cuando terminaba la presentación, entró Vicente Emilio Sojo, Director
de la Escuela, quien saludó secamente a los presentes y dirigiéndose al
Profesor Raúl Borges, le dijo:
-Raúl, tómale una lección a este señor, para ver si tiene condiciones
para estudiar en la Escuela –señaló a Alirio y continuó hacia su Despacho.
Ignacio Ramos fue también invitado a pasar a la Sala de Ensayos.
Mientras caminaban, Raúl Borges le comentó a Rodrigo las dificultades que
tienen los músicos en Venezuela para subsistir.
-El arte tiene pocos amigos, como la cultura en general. Muy pocos
valoran la música y menos la guitarra.
Rodrigo quedó anonadado, muy confundido. Pensó que la situación que
él había vivido como músico popular, podría ser la misma de un guitarrista
egresado de la Escuela Superior de Música. Recordó las penurias que había
atravesado, los salarios miserables que había devengado, lo difícil que había
sido salir de Carora, la voz tronante de Chío Zubillaga: Se tiene que ir a
estudiar a una escuela de música. Unos inmensos deseos de triunfar lo inducen
a mantenerse firme en la idea de continuar sus pasos hacia la Sala de Ensayos.
Se ubicaron en sus respectivas sillas. Borges le preguntó a Alirio:
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-¿Qué va a tocar usted?
-La Serenata de Schubert –contestó el joven de La Candelaria.
-Déjeme buscarle el pentagrama. Espérese un momento –le expresó el
maestro Borges a la vez que caminaba hacia un viejo archivo colocado sobre
un armario de madera. Cuando regresó, le extendió el pentagrama a Alirio.
-Yo no sé leer el pentagrama. Yo toco de oído –le contestó.
Borges se sorprendió, pero trató de actuar con absoluta normalidad.
-Muy bien. Vamos, puede empezar –le dijo, mientras extendía el
pentagrama delante de Antonio Lauro, colocado a la altura de su vista con la
finalidad de que ambos pudieran leerlo.
Alirio tocó La Serenata de Schubert, sin equivocación alguna. Al
finalizar Borges expresó:
-Lo felicito. Una maravilla. ¿Tú qué opinas Antonio?
-Igual que usted, maestro. Yo no había oído a Alirio, pero sí a Rodrigo,
que maneja con mucha maestría la guitarra.
-¿Y tú, Rodrigo, qué vas a tocar?
-El Arpa de Oro.
-¿También sin pentagrama?
-Sí, maestro. Yo tampoco sé leer el pentagrama.
Mientras Raúl Borges y Antonio leían el pentagrama, Rodrigo tocó El
Arpa de Oro, un solo de guitarra.
-Extraordinario, Rodrigo. Eres un virtuoso de la guitarra –exclamó
Borges en medio del aplauso de todos.
-¿Y tú, Ramos, que vas a tocar?
-También un solo de guitarra, sin pentagrama.
Al finalizar Ignacio Ramos, también fue felicitado y aplaudido por los
maestros y sus compañeros aspirantes a ingresar a la Escuela Superior de
Música.
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-¡Cómo pueden tocar estos muchachos, composiciones clásicas, no sólo
sin pentagrama sino también con estas chatarras –refiriéndose a las guitarras.
¡Qué talento! ¡Qué temperamento! –comentó Raúl Borges al terminar de oír
aquellas guitarras con cuerdas de alambre, combinar los sonidos en una
armonía perfecta, de composiciones muy complejas y difíciles de tocar sin
haber realizado estudios académicos sistemáticos.
-Vamos a buscar al Maestro Sojo –le dijo Lauro a Raúl Borges –y
salieron juntos hacia el Despacho del Director– para que oiga las maravillas
que nosotros acabamos de escuchar.
Los jóvenes guitarristas de Carora esperaron en la Sala de Ensayos,
henchidos de orgullo por las palabras que habían oído expresar a sus
profesores.
En el Despacho de Vicente Emilio Sojo, el maestro Antonio Lauro
expresó:
-Estamos en presencia de unos jóvenes guitarristas que prometen ser
unos grandes concertistas en el futuro muy cercano.
-Estos son unos fenómenos de la guitarra, de la improvisación y lo
serán del concierto. Tiene que oírlos, Director –dijo Raúl Borges.
Los tres profesores se dirigieron a la Sala de Ensayos. Vicente Emilio
Sojo tomó en sus manos el pentagrama correspondiente a lo que cada uno de
los jóvenes aspirantes a ingresar a la Escuela Superior de Música, había
tocado y volvería a tocar. Después de oírlos, manifestó también su admiración
por la intuición y la condición musical innata de los guitarristas caroreños.
-Habrá que hacer una excepción. A la escuela se ingresa hasta la edad
de quince años. A ustedes se les pasó la edad. Inscríbales en el primer año de
guitarra –le dijo al Profesor Raúl Borges.
Los tres caroreños sintieron que habían comenzado a conquistar la
capital de la República y salieron a celebrar su ingreso a la Escuela Superior
de Música “José Ángel Lamas”. Tocaron, cantaron y bebieron hasta la
madrugada. Alirio se retiró a su habitación más temprano, pues había dormido
muy poco la noche anterior y era poco afecto a la bebida. Vueltos a la realidad
el otro día, tenían que enfrentar el pago de la pensión: vivienda y comida, y
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los gastos mínimos de estudiantes de música, que no contaban con ingresos de
ninguna naturaleza.
Alirio fue a visitar al maestro Pedro Elías Gutiérrez, a quien le entregó
la carta de Laudelino Mejías y la tarjeta de Chío Zubillaga. Después de leerlas,
el maestro Gutiérrez le expresó:
-¡En hora buena!. Estamos necesitando un clarinetista.
-Maestro, yo domino mejor el saxofón –le contestó Alirio.
-No se preocupe que más adelante tocará el saxofón. Por ahora nosotros
lo necesitamos como clarinetista -y le colocó en las manos un viejo clarinete.
Usted será nuestro clarinetista V.
Alirio sintió un gran alivio cuando el maestro Gutiérrez le comunicó
que sería colocado como clarinete V, que tocaba una nota “una vez por
cuaresma”. Como el sueldo era muy bajo, le pidió a su paisano caroreño y
amigo, Napoleón Ramos, que le ayudara a conseguir un nuevo trabajo, para
completar los ingresos necesarios para cubrir sus gastos. Ramos lo ubicó como
cobrador en una empresa de alfarería, en la que él trabajaba como contabilista.
Entusiasmado, al otro día le escribió a Chío Zubillaga:
Querido Maestro:
Para su inmensa satisfacción le comunico que aprobé el examen de
ingreso a la Escuela Superior de Música. También lo aprobaron Rodrigo e
Ignacio Ramos. Hemos alcanzado un objetivo muy importante, pero tengo que
trabajar muy duro. El maestro Pedro Elías Gutiérrez me colocó como
clarinetista V en la Banda Marcial, no obstante que le insistí en que yo
manejaba mejor el saxofón. El sueldo es muy bajo, pero nuestro paisano
Napoleón Ramos me consiguió otro trabajo y creo que saldré bien. Espero no
defraudarle.
Su amigo
Alirio
92
Chío Zubillaga le contestó a los pocos días:
Apreciado Alirio:
Por fortuna las noticias que me das son tan buenas, que he anotado tu
triunfo como uno de los que gana el propio esfuerzo. Si algo contribuyó mi
tarjeta certificando tus virtudes y tus capacidades, dámele un estrecho abrazo
al admirado Capitán en Jefe de la música nacional, don Pedro Elías, por
haberla tomado en cuenta. Sé que llegarás a la cumbre, porque conozco tus
capacidades técnicas para la guitarra y he medido el gusto apasionado por ese
instrumento. Me reafirmo ahora en mi presunción de oírtelo ejecutando desde
la National Broaskasting de New York.
Tu amigo de siempre
Chío
Rodrigo recorrió todas las emisoras de Caracas e incluso participó en la
inauguración de algunas de ellas. Trabajaba a destajo acompañando algunos
artistas que sí tenían contrato fijo con las emisoras. Los días transcurrían y la
situación personal se le hacía angustiante, no sólo por las limitaciones
económicas, sino también por la inseguridad en el trabajo. Improvisaba la
guitarra e improvisaba la vida. Cuando no podía pagar la pensión dormía en el
billar del Bar La Crema, gracias a la generosidad de un amigo que le permitía
pasar la noche sobre la piedra del billar. Otras veces dormía en los bancos del
Teatro Nacional, hasta que un día se presentó a solicitarle trabajo fijo a Jesús
Sanoja, Director de la Orquesta que llevaba su nombre: La Orquesta de
“Chucho” Sanoja. Cuando le expuso su necesidad y sus deseos de trabajar en
su orquesta, Sanoja le dijo:
-Necesito alguien que toque el contrabajo.
93
-Yo lo toco –le respondió Rodrigo.
Antes de iniciarse como profesional del contrabajo, lo escuchó tocar
durante horas seguidas, hasta que se lo aprendió de oído. Emocionado por sus
avances, le escribió a su amigo Manuel Herrera Oropeza:
Querido Hermano:
No te había escrito porque, no obstante haber aprobado sobresaliente el
examen para ingresar a la Escuela Superior de Música “José Ángel Lamas”, he
tenido que trabajar en diversas emisoras de radio, como un negro esclavo.
Pero he salido adelante y ya tengo un trabajo fijo, como contrabajista de la
Orquesta de “Chucho Sanoja”. Para aprender a tocar el contrabajo recordé
cuando íbamos al cine Salamanca, oíamos a los artistas cinematográficos que
tocaban composiciones de guitarra y me las aprendía de oído. He recordado la
guitarra de Josefina, tu hermana, la primera guitarra que toqué cuando era un
niño, porque antes de ir al cine, sólo había oído tocar a Valle Cayayo y a
algunos guitarristas populares de Barrio Nuevo.
Si aprendo a tocar bien el contrabajo no regresaré todavía a Carora,
porque tendré que cumplir con los contratos de la Orquesta. Pero cuando tenga
unos días libres me iré a acompañarte en las excitantes madrugadas de
nuestras serenatas.
Estoy seguro que voy a triunfar en esta ciudad. Hoy mi situación
personal se ha hecho más estable.
Te saluda tu amigo y hermano
Rodrigo
Los estudios de guitarra en la Escuela “José Ángel Lamas” los
compartirán hasta el final de los mismos, con el trabajo en la radio y
acompañando orquestas populares como único medio de subsistencia. El
maestro Raúl Borges les enseña todo el alfabeto artístico técnico de la guitarra
y la expresión musical. Y aunque no había propiamente una programación
sistemática para aprender la guitarra, Rodrigo y Alirio entraron en un
94
escenario sonoro técnico y universal. Al lado de la experimentación que hacía
Raúl Borges para enseñar todo lo que sabía acerca de la guitarra, lo cual a
juicio posterior de sus discípulos era excepcional, otros profesores como
Vicente Emilio Sojo, Juan Bautista Plaza, Pedro Antonio Ramos,
complementaron la formación integral que requería un estudiante de este
nivel. En la Escuela recibieron clases de Teoría y Solfeo, Armonía,
Contrapunto, Composición Musical y Estética de la Música.
Alirio se caracterizó desde un principio por la disciplina en la lectura de
los ritmos musicales, por la capacidad de asimilación y el rigor en el estudio y
en el trabajo. Igualmente Rodrigo, con la excepción en la lectura de los ritmos
musicales, lo cual quedaba ampliamente superado por su capacidad para la
improvisación. No leía con rapidez, pero al escucharlo se aprendía de oído
cualquier ritmo musical. Fueron muchos los exámenes, que por tener que
atender a su trabajo, Rodrigo los presentó sin haber estudiado y los aprobó
sobresaliente. Antes de entrar a presentar el examen, buscaba la manera de oír
la obra respectiva, se la aprendía de oído y se presentaba ante el jurado.
Ignacio Ramos fue igualmente un alumno aventajado y pudo haber sido un
gran concertista universal, pero fue lentamente tragado por la bohemia. Se
hizo profesor de guitarra e impartió enseñanza en varias escuelas y a
numerosos alumnos. Su maestría, su virtuosismo frente a la guitarra no
desaparecieron, pero su camino, su rumbo a la conquista de un escenario
mundial, fue obstaculizado por un irrefrenable apego a embriaguez del
espíritu. Como a Lorenzo Barquero se lo tragó la llanura, a Ignacio Ramos se
lo tragó la noche.
Al salir de la Escuela Superior de Música se dirigían a sus trabajos,
cada uno por su lado. Las limitaciones por los bajos ingresos fueron comunes
a todos, aunque Alirio logró cierta estabilidad en el trabajo. Cuando se cansó
de tocar una nota –de vez en cuando- como clarinetista V en la Banda Marcial
que dirigía Pedro Elías Gutiérrez, se fue a Radio Tropical a tocar con la
Orquesta de César Viera, con un sueldo apropiado a sus necesidades más
elementales y satisfaciendo sus inclinaciones por el saxofón, la guitarra o el
clarinete.
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Superadas las penurias económicas, tuvieron que luchar con las
limitaciones del tiempo para estudiar. Después de tocar en algunas fiestas,
dormían algunas horas y luego salían para la Escuela Superior de Música.
Tocar en bailes, serenatas y en la radio acompañando artistas, les permitió
comprender los vínculos, los vasos comunicantes entre la música popular que
ellos dominaban desde niños y la música clásica que estudiaban en la Escuela
“José Ángel Lamas”. Mientras más estudiaban música clásica más enriquecían
su repertorio popular. Mientras más tocaban música popular, más facilidades
tenían para estudiar música clásica. En un intercambio de opiniones entre
Alirio y Rodrigo, caminando por las calles de Caracas, en dirección a la
Escuela, éste le expresó:
-La música clásica que no es popular no es clásica; y la música popular
que no es folklórica no es popular.
Alirio pensó que en Carora y en La Candelaria había muchos músicos
populares que podrían ser clásicos. Decenas de grandes guitarristas vegetan en
La Otra Banda, porque no han podido salir más allá del río Morere, que divide
a esa zona rural de la ciudad de Carora. Si pudiéramos traérnoslos a todos para
la Escuela Superior de Música, llenaríamos el mundo con nuestros mejores
concertistas y compositores. Pero, imposible, la mayoría se tiene que quedar
porque no encuentra caminos que conduzcan al mundo de la técnica, del
estudio organizado. Ni siquiera han podido llegar al “Cuarto-biblioteca” de
Chío Zubillaga, a oír la palabra encendida y ductora de un hombre que
combina el mensaje social, el estímulo a la lucha por el progreso del ser
humano, con la reverencia ante los bienes culturales de la humanidad.
-Creo, Rodrigo, que ya hemos alcanzado algunos peldaños que nos
permitirán continuar avanzando. A lo mejor no terminamos nunca de estudiar
y de aprender –respondió emocionado Alirio, cuando estaban llegando a la
Escuela de Música.
Día a día percibían que los estudios les resultaban imprescindibles para
internarse en las profundidades y grandeza de la música. La Escuela los puso
en contacto con los grandes guitarristas del mundo. Mientras cursaban
estudios superiores tuvieron dos oportunidades para oír al maestro español
Andrés Segovia, durante dos visitas que realizara a Caracas.
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La primera vez no comprendieron nada de lo que Andrés Segovia tocó,
pero quedaron gratamente impresionados por la superioridad, por el
virtuosismo con que el maestro español manejaba la guitarra.
-Yo puedo improvisar algunas de esas composiciones que el maestro
Segovia acaba de tocar –le expresó Rodrigo a Alirio. –Pero te juro que no
entendí cómo lo hacía el más grande guitarrista del mundo. ¿Será que
improvisa, como me he acostumbrado yo a hacerlo?
-No creo –respondió Alirio. –Debe ser pura técnica. Feliz tú que lo
puedes improvisar, yo tendría que ensayar varios días cualquiera de las
composiciones que tocó el maestro Segovia, para poder acercarme a su exacta
dimensión. Espero que algún día podamos recibir clases de ese genial
guitarrista.
El diálogo entre Rodrigo y Alirio era frecuente acerca del mundo
contradictorio que les tocó vivir juntos desde muy jóvenes. Luchar en un
universo de inmensa ignorancia musical, tratando de alcanzar los más altos
niveles de la técnica guitarrista, no era sencillo ni fácil de comprender. Para
conquistar el mundo de la cultura musical siempre encontraban obstáculos en
el camino, los cuales los obligaba a reflexionar y dialogar sobre el mismo
tema, hasta que avanzaron en los estudios superiores y adquirieron una visión
universal de la cultura que había creado el hombre a lo largo de los siglos, con
especial referencia a la música.
La segunda vez que oyeron tocar a Andrés Segovia ya habían penetrado
y dominado si no total, por lo menos parcialmente el arte de la guitarra.
Pudieron apreciar y valorar todo lo que el maestro español tocó en el concierto
que ofreció a los caraqueños en el Teatro Nacional, y al siguiente día tocaron
para que Segovia los oyera y en cierto modo los calificara. El pintor Pedro
Centeno Vallenilla lo invitó a su casa con el especial propósito de agasajarlo y
para que oyera a Rodrigo y Alirio. También fueron invitados con la misma
finalidad los guitarristas Antonio Lauro y Manuel Enrique Pérez Díaz.
Alirio tocó una obra de Haendel, para guitarra. Andrés Segovia se
levantó y lo felicitó e incluso le hizo una observación de digitación. Luego le
preguntó:
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-¿De España qué puedes tocar?
-Recuerdos de la Alambra –respondió Alirio, persuadido y seguro de
que podría ejecutarla con precisión, pues la había ensayado recientemente,
varias veces.
Después de ser aplaudido por el primer guitarrista del mundo y por los
asistentes, un público especializado, finalizó su intervención tocando un
Preludio de Juan Sebastián Bach.
Rodrigo observaba la serenidad de Alirio y la técnica guitarrista
desplegada por su paisano y amigo. Percibió que sus manos le temblaban un
poco, pero se sintió seguro de sí mismo. Pensó que estaba como un árbol que
se le mueven las ramas, pero el tronco se conserva muy firme. Para impactar
al maestro Segovia pensó en la fuerza propia. Luchar con fuerza propia es
como se puede hacer algo por el país. Tomó la guitarra y tocó música
venezolana, una composición de Eduardo Serrano e improvisó una
composición suya. Segovia se levantó y en medio de grandes aplausos lo
felicitó.
-Extraordinario. Pocas veces puede oír uno a gente tan joven con tan
excelentes cualidades.
-Maestro, nosotros estamos terminando nuestra carrera aquí. Cuando
finalice yo lo seguiré aunque sea nadando.
Todos rieron y al final intervino Alirio:
-Nuestra mayor aspiración es llegar a ser sus discípulos. Terminar de
perfeccionar nuestros conocimientos bajo su batuta.
-Yo estoy actualmente radicado en Córdoba, Argentina. Ya no doy
clases, excepto en cursos superiores, en el postgrado. Allá los espero.
La reunión se hizo más sociable y amigable. Compartían los maestros
de la guitarra clásica con dos jóvenes estudiantes de Carora. Al final, Alirio y
Rodrigo regresaron a la pensión familiar donde vivían, de Boyacá a Mariño en
el barrio El Conde. En el trayecto comentaron:
-Estaremos agradecidos de Pedro Centeno Vallenilla, por toda la vida –
afirmó Alirio.
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-Si existieran varios anfitriones como Centeno Vallenilla, centenares de
músicos venezolanos tendrían la oportunidad de tocar para los grandes
concertistas y compositores del mundo –respondió Rodrigo.
La gentileza de Pedro Centeno Vallenilla y la importancia de la
reunión, para quienes el maestro Segovia representaba la cúspide de la guitarra
universal, constituía un acontecimiento excepcional. Alirio pensaba en Nardo
Espinoza, Campo Elías Pérez y los Trovadores caroreños, quienes iban con
frecuencia a La Candelaria a llevar serenatas a las muchachas de su aldea
natal, cuando él era un niño. Y como los veía muy superiores a él, se los
imaginaba en la Escuela Superior de Música. Seguramente tocarían como
nosotros, si hubieran recibido lecciones de los profesores Raúl Borges y
Antonio Lauro. Rodrigo recordaba la Escuela de Música de su padre Juancho
Querales, a la cual él no asistió, pero desde la ventana oía rasgar las cuerdas de
cuatros y guitarras a distinguidos muchachos de Barrio Nuevo. ¿Cuántos
guitarristas de mi barrio podrían tocar para Andrés Segovia? Vale Cayayo, que
tocaba cuatro y guitarra, con los cuales encantaba a los niños de la barriada, si
no tomara tanto cocuy y se hubiera venido para la Escuela Superior de
Música, hubiera conocido al maestro Segovia, y tocado para él en medio de su
asombro y admiración, con la humildad del genio que lo caracteriza.
-Cuando terminemos los estudios en la Escuela Superior de Música
deberíamos irnos a la Argentina. Allá nos ingeniaríamos para asistir a algún
curso superior dictado por el maestro Segovia –expresó Alirio.
-Aprovecharíamos para visitar la casa de Carlos Gardel y conocer a
fondo las cualidades de la guitarra argentina –respondió Rodrigo, recordando
el concurso en homenaje al gran cantante de tangos argentino, que se había
ganado en el cine Arenas de Barquisimeto. Si Josefina no se hubiera ido al
Convento, si no fuera monja, podría estar aquí con nosotros. Hubiera sido la
primera mujer venezolana en tocar para el maestro Segovia, y yo hubiera
vuelto a tocar con su guitarra.
-También la hubiéramos invitado para Argentina –le dijo Alirio,
mientras avanzaban hacia el barrio El Conde.
Como todavía era temprano en la noche, cuando se acercaban a la casa
de la pensión, Rodrigo decidió no entrar todavía a la misma, por temor a que
99
el dueño estuviera despierto y lo conminara a pagar varios meses atrasados de
su hospedaje. Alirio, un poco más ordenado, pagaba al día, no fumaba, no
bebía y se iba alejando de las serenatas.
-No voy a entrar –le dijo Rodrigo. Voy a caminar por la ciudad, porque
me gusta la noche, me envuelve de tal manera, que siento como si fuera una
mujer hermosa, que estimula mis sentidos.
Alirio ingresó a su habitación y estuvo ensayando durante varias horas
hasta que sintió que el dueño cerraba con llave el anteportón, en señal de que
ya iría a dormir.
Rodrigo estuvo en el bar El Billar, se tomó unas copas y tocó y cantó
para una bella muchacha que frecuentaba la radio y el lugar, con el nombre
artístico de “La Chompa de Puerto Rico”, rompiendo la tradición de que sólo
los hombres asistían a los billares y a los botiquines. Cuando decidió regresar
a la pensión ya apuntaba la madrugada. Durmió 2 ó 3 horas. Lo despertó
Alirio y juntos volvieron a la Escuela de Música. En el trayecto se encontraron
con Clemente Pimentel, hermana del gran humorista venezolano Job Pim
amante de la música y de la bohemia, quien los oía con frecuencia tocar en la
radio y esporádicamente en la Escuela “José Ángel Lamas”, a la cual acudía
algunas tardes a disfrutar el torrente de sonidos musicales que circulaban por
diversas habitaciones convertidas en aulas.
-Ustedes parecen hermanos, se les ve juntos con mucha frecuencia y
tocan muy parecido –les dijo.
-Somos paisanos y amigos. Estamos terminando los estudios en la
Escuela Superior de Música y pensamos crear un dueto, para tocar en Caracas
y recorrer las principales ciudades del país –le respondió Rodrigo.
-Aspiramos ganar una cantidad de dinero suficiente para hacer algunos
ahorros y poder viajar al exterior a continuar estudios superiores de guitarra –
agregó Alirio.
Como Clemente Pimentel quería oírlos por lo menos ensayar todos los
días, les ofreció su casa como pensión.
-He inaugurado una pensión familiar. En mi casa estarán como en la de
ustedes y pagarán cuando puedan –les expresó.
100
Entusiasmados aceptaron la proposición y se mudaron a la casa de
Clemente Pimentel. Durante varios meses, hasta que terminaron los estudios
en la Escuela Superior de Música, vivieron en el hogar de una anfitriona, que
resultó ser una exquisita melómana y no una inquilina que perturbara sus
sueños de estudiantes de música, los quince y último de cada mes. Ensayaron
varios pasillos, tales como “Paloma del Ensueño” y “Lamparilla”, ante la
presencia expectante y evidentemente placentera de su hospitalaria
admiradora. Rodrigo era la estrella de la canción. Alirio hacía la segunda voz.
Nunca se presentaron en público, otras circunstancias favorecieron la salida
del país. Clemente Pimentel fue la único testigo y por lo tanto el oído
privilegiado que pudo captar la armonía que emanaba de las guitarras y las
voces del dueto inédito de Rodrigo y Alirio.
101
CONCIERTOS POR TODA VENEZUELA
RODRIGO Y ALIRIO egresaron de la Escuela Superior de Música con las
más altas calificaciones otorgadas por esa institución, y comenzaron a batallar
como concertistas de la guitarra clásica en un país en el que no sólo imperaba
el gusto y las costumbres por la música popular, sino también en el que apenas
un pequeño círculo de aficionados y estudiosos de la música clásica asistían a
los conciertos.
Alirio tocó su primer concierto de guitarra clásica en la Biblioteca
Nacional, donde fue largamente ovacionado. Varios críticos de música
destacaron las virtudes del novel concertista caroreño. En un segundo
concierto colectivo en el que participaron los mejores estudiantes venezolanos,
músicos instrumentistas de la Escuela Superior de Música, Alirio tocó “La
Chacona” de Juan Sebastián Bach. En el mismo concierto participaron
Evencio Castellanos, la pianista Isabel Crema y otros estudiantes que
finalizaban su carrera con excepcionales perspectivas.
Alirio obtuvo su primer gran triunfo como concertista. El público lo
aplaudió hasta el cansancio y la crítica musical le volvió a ser altamente
favorable. Eduardo Lira Espejo, conocido como de los más ilustres críticos
musicales del momento, escribió sobre el concierto y la actuación del
guitarrista de La Candelaria.
-Estamos en presencia de uno de los grandes concertistas de la guitarra
clásica de Venezuela y del mundo. El dominio de una técnica excepcional,
unida a una sensibilidad especial y a un oído absoluto, hacen de Alirio uno de
102
los artistas de mayor relieve musical de nuestro tiempo. Este joven debe
continuar perfeccionando sus conocimientos en España.
Lira Espejo habló con Raúl Borges.
-Maestro, es necesario que promovamos un gran movimiento
intelectual en Caracas, para respaldar a Alirio y lograr los medios para que
viaje a Europa a perfeccionar sus estudios en un conservatorio de larga
experiencia y tradición en la enseñanza de la guitarra.
-Si es necesario lo haremos en toda Venezuela y otros países del
mundo, amantes de la música y en particular de la guitarra –le respondió
Borges–. Vamos a aprovechar que está en Caracas Regino Sainz de la Maza,
un maestro de prestigio internacional, para consultarle y pedirle su opinión.
Estoy seguro de que todo lo que hagamos para ayudar a que Alirio vaya al
exterior, no sólo nos los agradecerá el propio Alirio, sino todo el sector
musical y el país en general.
Ambos fueron a visitar a Sainz de la Maza y le expusieron lo que
pensaban acerca del futuro de Alirio. El maestro español, que había oído tanto
a Alirio como a Rodrigo, hizo énfasis en que se fueran a España.
-Conozco muy bien el Real Conservatorio de Madrid y la importancia
que le han dado a la guitarra, como en ninguna otra parte del mundo, por lo
menos, que yo tenga conocimiento.
Eduardo Lira Espejo y Raúl Borges redactaron una carta, que fue
firmada por artistas, escritores, pintores, poetas, críticos, periodistas y otros
intelectuales nacionales y algunos internacionales que se encontraban en
Venezuela en ese momento, tales como el gran director de orquesta Sergio
Celebidache y el arpista Nicanor Zabaleta, y se la enviaron al Presidente de la
Junta Militar, Teniente Coronel Carlos Delgado Chalbaud, que gobernaba
entonces en Venezuela. Entre otras consideraciones, en la carta afirmaban:
-Venezuela tiene en el joven Alirio una de las promesas de mayor
proyección universal de la guitarra. Y como ya terminó sus estudios en el país,
quienes suscribimos solicitamos de Ud. y de la Junta de Gobierno que preside,
le sea otorgada una beca para continuar estudios superiores en el exterior.
103
La respuesta se produjo inmediatamente. El Ministerio de Educación le
otorgó una beca de 120 bolívares.
Antes de viajar a España, Alirio decidió realizar una gira artística por
las principales ciudades de Venezuela como concertista de guitarra. Era su
segunda gira, el año anterior, 1948, había estado en Carora y tocó en el
“Cuarto-biblioteca” de Chío Zubillaga, pocos meses antes de morir su mentor
intelectual. Tocó un “Minueto” de Beethoven, una “Romanza” de Schubert,
algunas composiciones del maestro Antonio Lauro y de algunos compositores
españoles, entre ellos a Isaac Albéniz.
Chío Zubillaga le reiteró lo que siempre le había manifestado acerca de
sus dotes para la música, que lo llevaría a ser un concertista de guitarra de
fama nacional e internacional.
-Yo espero no morir antes de oírlo tocar por una cadena de radio desde
la BBC de Londres, de París o de cualquier capital europea, donde usted debe
radicarse por algunos años.
-Hago esfuerzos por irme –aún no le habían otorgado la beca del
Ministerio de Educación. -Para eso estoy realizando una gira de conciertos por
varias ciudades del país, con la finalidad de hacer algunos ahorros que me
permitan viajar y radicarme en España el tiempo necesario para culminar
estudios superiores.
Alirio se despidió con la convicción de que no volvería a ver a su
maestro, a su guía espiritual. Lo observó excesivamente gordo y cansado. Le
acababan de realizar una sangría con una lanceta, para bajarle la presión
arterial. Lo observó detenidamente. Quería gravarse su imagen para toda su
vida, de aquel hombre extraordinario que había conocido en un cuarto lleno de
libros, de letreros en las paredes de los más importantes pensadores de
Venezuela y del mundo, sobre un chinchorro de sisal, dictar cartas para sus
amigos luchadores sociales en la zona campesina y artículos para periódicos y
revistas de toda la nación.
Aun cuando le vio cerrar los ojos, como buscando el sueño sobre el
chinchorro, no encontraba forma alguna de despedida. No debería morirse
104
nunca, pensó Alirio. Por lo menos mientras yo viva no morirá, le dedicaré
gran parte de mis éxitos como concertista de guitarra.
-Vamos, déjalo que duerma –le dijo Clímaco Chávez.
-Sí, vamos a La Candelaria –respondió Alirio.
Caminaron por la calle Bolívar, atravesaron la Plaza Bolívar y llegaron
al Puente Bolívar sobre el río Morere. Allí los recogió un amigo que los
llevaría a La Candelaria. Alirio recordó su primer viaje, sus muchos viajes, y
sobre todo el último, que lo conduciría al “Cuarto-biblioteca” de Chío
Zubillaga, luego a Trujillo y posteriormente a Caracas. Pronto sería a Madrid,
a Europa en general, al mundo entero. Las playas resecas de La Otra Banda
seguían ocupadas por cementerios antiguos, laceradas por zanjones, heridas
profundas que parten la sabana, y rebaños de chivos que consumen agua de
cardones y tunas. Cuando observó el humo que salía de algunas de las casas
de su aldea nativa, recordó su época dura, de muchas restricciones, que ahora
se explicaba, vinculadas a la Gran Recesión Económica Mundial. Para
colaborar con los menguados ingresos de su familia tocaba en bailes y fiestas
con un bandolín, cuyo aprendizaje no se podía explicar todavía. Su pasión por
la música, pensaba, le venía por los Leal, la rama materna, pero también se
imaginaba a su padre tocando el cuatro, la guitarra y las maracas, e incluso
bailando con un extraordinario apego al ritmo musical.
En La Candelaria lo recibieron como a un héroe, familiares y amigos
con sus instrumentos musicales afinados y dispuestos a acompañarlo en todo
lo que quisiera tocar. Atanasio Díaz con su guitarrón, Heriberto con su
bombardino y el mozo Díaz afinando sus cuerdas vocales, don Chepel Riera
con su cuatro en las manos, su prima Alba Julia con la guitarra en la cual él
había aprendido, guiado por ella, el único acorde, el de la dominante de mí,
que se le hizo difícil tocar. Todos los músicos de la aldea dejaban oír el sonido
de sus instrumentos en un intento por afinarlos todos al mismo instante. La
Candelaria se convirtió en una sala de ensayos y luego en un gran teatro para
el concierto. De todas las casas brotaban sonidos musicales, pero cuando
alguien anunció la llegada de Alirio, todos se callaron. El silencio se apoderó
momentáneamente del ambiente aldeano y caluroso. Los pájaros también
dejaron de trinar, como esperando que empezara Alirio a combinar los sonidos
105
que ellos le habían enseñado. Los perros no latieron más, como para no
interrumpir la homogeneidad del ritmo que todos querían oír.
-¡Alirio! ¡Alirio! ¡Alirio! –gritó su ex-maestra Adela Virginia Riera.
Todos los candelarenses salieron a la calle a vitorear -¡Alirio! ¡Alirio!
Los pájaros fueron los únicos que rompieron la expectación, como para
señalarle nuevamente el camino a Alirio e iniciaron sus cantos del atardecer.
La casa donde nació Alirio se llenó de gente, dejando a muchos en la calle y
haciendo imposible que pudiera tocar en ella, en su patio, previamente
arreglado para recibirlo.
-¡Que toque en la Iglesia! –gritó con su vozarrón Clímaco Chávez.
-¡Ave María Purísima! ¿Eso no será pecado? –expresó la tía mayor de
Alirio, que desde niña cuidaba la Iglesia y rezaba por el pronto retorno de su
sobrino.
-¡Vamos a la Iglesia! –ordenó Adela Virginia y dio los primeros pasos
en esa dirección. Todos siguieron la voz de la maestra, que era la voz de la
sabiduría del pueblo y plenaron la capilla.
Alirio subió al pequeño altar, adornado con el gusto sencillo del
campesino a la espera del sacerdote, que como el contrabajo que una vez tuvo
que tocar Alirio, lo hacía “una vez por cuaresma”. Desde el altar tocó La
Serenata de Schubert.
Los aplausos lo trasladaron mentalmente a la Biblioteca Nacional,
donde había tocado su primer concierto y había sido aclamado. De pronto se
oyó la voz de un parroquiano:
-¡Que cante! ¡Que cante! –varios parroquianos se sumaron al coro hasta
que todos pedían lo mismo.
Alirio llamó a Clímaco Chávez y juntos cantaron el pasillo titulado
“Lamparilla”. Todos los asistentes cantaron a dúo. Al final del concierto se
dispersaron a tocar en los bailes y a llevar serenatas. Alirio y Clímaco Chávez
fueron llevados por sus paisanos y amigos a cantar al pie de las ventanas de
todas las casas de La Candelaria.
106
-Que nadie se quede sin oír a Alirio, el orgullo de La Candelaria, de La
Otra Banda, de Carora y de toda Venezuela –expresaba la maestra Adela
Virginia, mientras caminaban de una a otra casa.
-¡La Candelaria será conocida en el mundo, por la guitarra de Alirio! –
gritaba con fuerza.
-¡La Candelaria, Carora y Venezuela viajarán en las cuerdas de la
guitarra de Alirio! –expresó Clímaco Chávez.
-No te olvides, Alirio, de esta tierra desolada, donde quedamos muy
pocos de sus habitantes viendo pasar el tedio hacia el infinito –le dijo su ex-
maestra como despedida, cuando al día siguiente tenía que regresar a Carora y
de allí partir hacia varias ciudades importantes del país, en la continuación de
su gira de conciertos.
-Cuando tenga tiempo libre, volveré. Me lo he prometido a mí mismo,
como parte de una manera de concebir la vida. Algunos de mis familiares
también se quedan y otros estarán en Carora. Yo y mi guitarra recorreremos
ese camino, el mismo que yo transité cuando aún era un niño.
Alirio tocó en el Ateneo de Valencia, en el Teatro Juares de
Barquisimeto y en el Ateneo de Trujillo, a cuyo concierto asistió su primer
maestro de música, Laudelino Mejías, quien al final se le acercó y le dijo:
-Excelente. Me siento representado en usted. Cuando toque en las
grandes capitales del mundo, recuerde que aquí en esta pequeña villa lo oye y
lo espera Laudelino Mejías.
Al finalizar el concierto lo invitó Mejías a que se hospedara en su casa
y le hablara de sus proyectos. Alirio permaneció un día más en Trujillo,
recorrió sus empinadas calles, por las cuales transitaba cuando trabajaba en la
Banda de Estado como saxofonista, en Radio Trujillo como acompañante de
artistas venezolanos y en la imprenta del semanario ¨Presente¨ como tipógrafo.
El frío de la montaña lo transportó a España. Pensó que en Madrid el frío sería
mayor, pero estaba dispuesto a soportarlo, lo enfrentaría con el vigor de su
juventud y con la pasión por conquistar los auditorios del viejo continente.
Estando en Trujillo, oyó la voz de Raúl Borges, estarás en Europa y en todas
sus ciudades tendrás mayor oportunidad para tus conciertos. Podrás tocar en
107
diferentes y prestigiosos conservatorios, en grandes salas de conciertos, una
vez que termines los estudios en España. Rodrigo también podrá hacerlo.
Rodrigo seguirá un año más en Venezuela. Las dificultades para viajar
al exterior no las había podido superar y recorría todo el país en gira artística.
También dio conciertos en las principales ciudades, pero los ingresos
obtenidos eran insuficientes para ahorrar lo necesario para sufragar los gastos
de viajes, vivienda, comida y estudios en otro país. Como concertista de
guitarra clásica tuvo una gran receptividad entre los aficionados y conocedores
de la música, pero el núcleo era pequeño, lo cual lo obligó a trabajar muy duro
visitando diversas capitales donde podía encontrar un auditorio apropiado.
Viaja a Carora y toca en el “Cuarto-biblioteca” de Chío Zubillaga ante la
admiración de su viejo ductor y de un grupo de periodistas y escritores de la
ciudad, que se reunían con mayor frecuencia en su casa, tratando de estimular
la vida que se le agotaba al maestro de la vida intelectual caroreña. Tocó
especialmente para Chío Zubillaga, quien al oír su guitarra se levantó, lo
abrazó y le dijo:
-Usted será un caroreño universal, nacido en un barrio musical que lo
prohijó para darnos un representante de la guitarra en el mundo. Vaya a
Barrio Nuevo, comparta con su gente sus éxitos de hoy y del futuro. Lléveselo
en sus cuerdas y hágalo sonar hasta su muerte.
-Gracias, maestro. Yo llevo a Barrio Nuevo y a Carora en el alma.
Quiero que oiga mi última composición, inspirada en ese personaje popular y
bohemio que usted y todos conocimos, llamado Vale Cayayo. La composición
la he titulado “Preludio Criollo”.
Al finalizar, Chío Zubillaga lo volvió a felicitar y le reiteró su viejo
consejo:
-¡Váyase a España! Siga el camino de Alirio. Usted es tan bueno, que
juntos serán superiores. Lo que queda del siglo XX será marcado, en el mundo
de la guitarra, por las melodías extraídas de las cuerdas de las de ustedes.
Manuel Herrera, que acompañaba a Rodrigo, percibió que el viejo Chío
hacía grandes esfuerzos para mantenerse despierto y de pie. Se levantó y le
dijo:
108
-Don Chío, volveremos antes de que Rodrigo se vaya a continuar su
gira de conciertos por todo el país. Marchémonos ya, deja que don Chío
duerma –le expresó a Rodrigo. –Vamos a una gira por las barriadas de Carora,
cambiamos el concierto por la serenata. Primero iremos a Barrio Nuevo.
Todos notaron que Chío Zubillaga se fatigaba en exceso. Una
taquicardia lo acosaba inexorablemente. Marcaba sus últimos días, sus últimas
horas.
-Vamos –repitió Manuel Herrera bajando al extremo la voz para no
molestarlo.
Caminaron silenciosamente por la calle Bolívar hasta la esquina de la
calle San Juan. Con la intención de romper el silencio, más que para indicar un
camino que Rodrigo había transitado por varios años desde niño, Manuel
Herrera le dijo:
-Por aquí Rodrigo –y doblaron a la derecha, hacia la quebrada de
Carora, vía Barrio Nuevo.
Rodrigo continuaba en silencio, recordando las veces que había
recorrido en diferentes direcciones la calle que unía a su barrio con la ciudad.
Otra vez El Diario, la Sala de Redacción, la guitarra de Josefina. ¿Por qué
moriría don Ché Herrera? ¿Por qué morirá don Chío Zubillaga? Cuando
llegaba a la quebrada salió del ensimismamiento. Un grupo de muchachos, de
muchachas, de jóvenes y viejos aparecieron frente a él con guitarras, cuatros,
maracas, bandolines, tambores y toda clase de instrumentos musicales que
existían en Barrio Nuevo. Se integró a la multitud, que lo empujó hasta
meterlo en la Iglesia.
-Que toque Rodrigo, primero. Por favor, quiero oír a Rodrigo –se oyó la
voz del viejo Juancho Querales, su padre, quien todavía dirigía la Escuela de
Música que había fundado en el barrio, aunque ya asistía poco, por el peso de
los años, por los achaques que lo obligaban a permanecer la mayor parte del
día, en su casa.
Rodrigo subió al altar de la Iglesia, dispuesto a tocar varias
composiciones suyas, inspiradas en personajes populares del barrio y de
Carora.
109
-El “Preludio Criollo”, en homenaje a un personaje que la mayoría de
ustedes conocieron en Barrio Nuevo, porque recorría las calles cantando y
tocando donde alguien se disponía a oírlo. El homenaje es a ustedes y a Vale
Cayayo.
Después de tocar varias composiciones suyas y algunas melodías
populares que el público pedía, en medio de fervorosos aplausos, Rodrigo le
manifestó a los asistentes que quería recorrer su barriada y visitar algunos
familiares y amigos. Todos le acompañaron en el recorrido.
Juancho Querales era tal vez el más consciente de lo que acababa de oír
y del significado del arte que Rodrigo exhibía en el manejo de la guitarra y en
la creación de las composiciones musicales propias, que tocó. Viejo ya
agotado por tantos amaneceres, más de pie frente a una ventana, que acostado
en un chinchorro, entendió el presente, pero tenía graves interrogantes para
explicarse el pasado de su relación musical con Rodrigo. ¿Por qué no le había
dado una clase de guitarra? Sería mi mejor alumno, pero no es así. Dos
lágrimas se desprendían por el rostro, curtido por los años, del viejo Juancho
Querales. No fue Dios quien me separó de Rodrigo, fue la vida, la noche, el
amanecer siempre en un lugar distinto.
Rodrigo se abrazó al viejo Juancho Querales y continuó el recorrido por
las calles de Barrio Nuevo hasta llegar a la casa de su madre. Aquí tocaron y
cantaron sus hermanos y hermanas e incluso algunos vecinos. Tocaron para él,
quien los oyó como siempre, atento para aprender del pueblo improvisador y
creativo. Recostado en un chinchorro pasó revista mental a sus años de
infancia en el barrio y en la ciudad. Sus recorridos por la ribera sur del río
Morere. La última inundación de Barrio Nuevo y de Carora por el
desbordamiento del río. Las canoas improvisadas para salvar a los niños y los
pocos enseres de las familias pobres de la barriada. El canto de los pájaros, sus
grandes aliados, a falta de una escuela de música. Los grupos de parroquianos
tocando y cantando en las esquinas de las calles del barrio. Vale Cayayo con
su cuatro, sus ritmos musicales armoniosos y su rostro hinchado por el
excesivo consumo de alcohol. Las muchachas de sonrisa ingenua y mirada
profunda, le acercaron el sueño.
110
Al día siguiente se despidió, tenía que cumplir compromisos en varias
ciudades del país y en especial en Caracas, donde además tenía una cita con
Mario Aguirre, sastre que confeccionaba trajes a varias personalidades
políticas y que se había hecho su amigo desde que lo oyó tocar en la radio,
donde se le presentó y le pidió que lo acompañara a cantar en la casa de una
amiga.
-Para que ganes dinero, hagas los ahorros que necesitas para viajar al
exterior, te invito a una fiesta en la casa del Gobernador del Distrito Federal,
que es amigo mío. Allí vas a conocer algunas personalidades importantes de la
política, que son muy ignorantes en materia de guitarra clásica, pero tocas
algunas composiciones populares y estoy seguro que te contratarán y te
pagarán muy bien. Además va a asistir la Junta Militar de Gobierno, a cuyos
miembros también les puedes tocar.
-De acuerdo. Avísame la fecha, que yo la reservo para ir a esa fiesta –le
expresó Rodrigo, compelido, como estaba, por la falta de dinero y los deseos
de viajar a España a continuar estudios de guitarra, de más alto nivel.
En la casa del Gobernador de Caracas tocó hasta las 5 de la mañana. No
le prestaron mucha atención, excepto el Director de Cultura del Ministerio de
Educación que lo había oído antes y entendía un poco de música clásica.
Nadie lo invitó a tocar música popular, porque su sastre amigo se dedicó a
tomarle las medidas a algunos subalternos, que querían vestir como los
ministros. Y aunque muy pocos lo oyeron, le pagaron muy bien, para sus
planes y el Director de Cultura lo contrató para que tocara un concierto en la
Biblioteca Nacional en homenaje al poeta Federico García Lorca, en el que
creyó que sería su último concierto en Venezuela, tocó además de algunas
composiciones suyas como el “Preludio Criollo”. Los poetas que asistían lo
vitorearon cuando tocó “Recuerdos de la Alhambra” del compositor español
Francisco Tárrega.
A la salida de la Biblioteca Nacional lo abordó Enrique Vera Fortique,
Director de la Radio Nacional.
-Excelente, maestro, lo felicito y le ofrezco un contrato, modesto en el
pago, pero muy importante para nosotros, para que toque en Radio Nacional.
Usted escoge la hora y los temas musicales.
111
Agradecido, Rodrigo pensó que podría tener resuelto definitivamente su
problema económico para viajar a España. Estuvo varios meses en Radio
Nacional e incluso viajó a algunas ciudades del interior del país a dar lo que
consideraba sus últimos conciertos en Venezuela. Cuando sacó cuentas, sus
ingresos eran insuficientes hasta para pagar el pasaje Caracas-Madrid. Al
regresar del interior, recibió una carta de Alirio en la que, entre otras cosas
importantes, le dice:
-La calidad de los estudios en el Real Conservatorio de Madrid es algo
excepcional. Debes venirte. Aquí hay un campo nuevo.
Rodrigo resolvió visitar al Director de Cultura del Ministerio de
Educación, a quien había conocido en la reunión a la que lo invitara su amigo
sastre, y quien además lo había oído en el concierto en la Biblioteca Nacional.
Sin pedir audiencia se presentó a la oficina del Director de Cultura, se hizo
anunciar y éste lo recibió por unos minutos. Hablaron muy brevemente.
-Excúseme, Director. Le molesto porque quiero seguir estudios en
España. He trabajado muy duro, dando conciertos en todas partes, para tratar
de hacer algunos ahorros e irme por mi cuenta y riesgo, pero me resulta
imposible cubrir los gastos del pasaje, menos los costos de los estudios y mi
manutención en una ciudad desconocida.
-Cuenta con una beca de 100 bolívares mensuales –le respondió el alto
funcionario, se puso de pie y le extendió la mano en demostración de
inmediata despedida.
Emocionado, salió del Ministerio de Educación a visitar su maestro
Raúl Borges, a informarle y compartir con él la mejor noticia que había
recibido en los últimos meses.
Borges reaccionó también lleno de emoción, se levantó de su escritorio,
lo abrazó y le dijo:
-Te felicito. Estoy seguro que triunfarás. Venezuela tendrá dos grandes
guitarristas en España, que después de sus éxitos en los estudios y en el
trabajo que podrán realizar como concertistas, tanto en España como en
Europa, regresarán a sustituirnos a nosotros, con mayores conocimientos y
consagrados por la aceptación de uno de los públicos más cultos del mundo.
112
-El Ministerio de Educación me acaba de otorgar, por intermedio de la
Dirección de Cultura, una beca de 100 bolívares mensuales.
Raúl Borges experimentó otra reacción. Preocupado y alarmado por lo
que acababa de oír –le expresó.
-¿Pero muchacho, tú estás loco? Tú no puedes vivir en España con esa
pequeña cantidad de dinero. Pienso que Alirio debe tener muchas limitaciones,
aunque a él le otorgaron un poco más, creo que 120 bolívares, que de todas
maneras es insuficiente para estudiar en Madrid.
Esta vez fue Rodrigo quien reaccionó de otra manera, como el hombre
que se había forjado desde niño trabajando para abrirse paso en un medio muy
atrasado, desde el punto de vista cultural, y había llegado a aprobar estudios
superiores de guitarra, en la primera escuela del país.
-Maestro, yo me voy, porque yo cuento conmigo. ¿A dónde va el buey
que no are? Estoy seguro que sobreviviré. Voy a terminar mi última gira por
todo el país, para ganarme el pasaje. Ya en Madrid estudiaré y trabajaré. No
regresaré derrotado, he aprendido a vencer obstáculos.
El maestro Borges comprendió que la decisión de Rodrigo era firme e
irreversible, recordó la sorpresa que recibieron todos cuando lo oyeron tocar
por primera vez en la Sala de Ensayos de Escuela de Música “José Ángel
Lamas”, junto con Alirio e Ignacio Ramos, y le ofreció respaldo:
-Cuenta con nosotros, con tu Escuela y en particular con lo que yo
pueda ayudarte. Sigue adelante.
Rodrigo terminó su gira de conciertos y con la ayuda de algunos
amigos, coordinados por Manuel Herrera Oropeza, compró el pasaje y se
dispuso para viajar a Madrid, donde fue recibido por Alirio.
113
EN EL REAL CONSERVATORIO DE MADRID
ALIRIO desembarcó en el Aeropuerto de Barajas, vía Madrid, con una maleta
en la que llevaba un abrigo y una bufanda que le habían regalado Raúl Borges
y el Dr. Carlos Gil Yépez, creía que en la capital y en toda España hacía frío
sólo de noche. Desde el Aeropuerto hasta el hotel donde se hospedó esa
noche, en la Gran Vía, soportó el frío más intenso que recibió en su vida,
incluso comparándolo con el que tuvo que enfrentar cuando visitó el Polo
Norte. Al llegar al hotel sintió un gran alivio. Tenía una referencia para el
dueño del mismo, quien inmediatamente lo hizo pasar a la habitación, donde
durmió arropado de pies a cabeza, toda la noche. Al levantarse preguntó dónde
quedaba el Real Conservatorio de Madrid. Después del desayuno, las
indicaciones que recibió lo condujeron a la Plaza de Isabel II, también
conocida como Plaza de la Ópera, después de caminar varias cuadras, una
distancia muy corta para la que había transitado desde La Candelaria a Carora
e incluso desde su pensión en Caracas hasta la Escuela Superior de Música,
según las comparaciones que hacía su mente y que seguiría haciendo, cuando
se encontraba con algo que le recordaba su aldea natal o Carora su ciudad
adoptiva. Al lado de la Plaza de la Ópera vio un edificio pequeño, pero
imponente por su arquitectura antigua y sobria. Y aunque no observó letrero
alguno que indicara que ese era el Conservatorio de Música, se acercó y
preguntó a un señor cargado de años, que estaba detrás de un mostrador a la
entrada:
-¿Es este el Real Conservatorio?
114
-Sí. ¿Qué desea?
-Yo soy guitarrista, venezolano, acabo de llegar de Caracas y traigo una
carta para el Director.
El viejo encorvado y lento, conocedor de las intimidades del Real
Conservatorio, lo condujo hasta la Dirección e incluso lo anunció.
-Puede pasar –le expresó.
Alirio ingresó al Despacho del Director, lo saludó y se identificó.
-Vengo de Caracas con aspiraciones de estudiar en este importante
Conservatorio. Traigo esta referencia –le dijo con cierta timidez y de
inmediato le extendió la carta que le había dado en Venezuela el Profesor
Regino Sainz de la Maza.
El Director del Conservatorio leyó la carta, cambió el rostro adusto por
uno más amigable y le expresó:
-Si lo envía Regino, bienvenido, pero para ingresar al Conservatorio
debe presentar un examen de selección. Las indicaciones se las daremos el
próximo lunes. Venga a las 10 de la mañana.
Alirio se despidió altamente satisfecho, seguro de que aprobaría el
examen de selección. Se sentó en un banco de la Plaza de la Reina Isabel II y
durante algunos minutos estuvo observando lo que pasaba a su alrededor. Más
gente que en la Plaza Bolívar de Carora, pero menos o tanta como la que
atravesaba la Plaza Bolívar de Caracas. Los que transitan por estas calles,
pensaba, se parecen mucho a los caraqueños, pero sobre todo a los caroreños
blancos y cabezones e incluso a algunos de La Candelaria, como si fuéramos
la misma gente. Don Chío Zubillaga era de origen vasco, por eso es que se
parecen tanto. ¿Serán los vascos como don Chío, luchadores sociales e
intransigentes con el adversario? Algún día voy a conocer la región vasca. Me
gustaría llevarle una boina vasca nueva. La última que le vi, estaba
decolorada. Lamentablemente ya don Chío está bajo tierra, pero sólo su
cuerpo físico, porque su imagen, su pensamiento, sus grandes ideales vivirán
en la conciencia de los hombres y mujeres que aman a nuestro país y que
luchan por el progreso y bienestar de la humanidad. Alguien tiene que escribir
su biografía. Cuántos músicos, cuántos poetas, cuántos científicos, cuántos
115
historiadores, periodistas y luchadores sociales ayudó a formar don Chío. Los
que pudimos salir de Carora regresaremos algún día y le rendiremos un gran
homenaje. Y los que no pudieron salir, también. ¿Cuántos guitarristas irían de
España para Carora? ¿Por qué la guitarra es el instrumento musical que más
nos gusta a los caroreños? ¿Cuándo vendrá Rodrigo? Recordó que tenía que
ensayar para presentar el examen de selección, abandonó la Plaza y se fue a
su hotel en la Gran Vía. Se encerró en su habitación a tocar. Sólo salió a las
horas de la comida hasta que llegó el lunes y se dirigió al Real Conservatorio.
A las 10 en punto lo hicieron pasar a la Sala de Exámenes. El jurado lo
integraban tres personas, profesores de guitarra a quienes nunca había visto.
Todos tenían una partitura en sus manos.
-¿Puede tocar alguna composición de Juan Sebastián Bach? –preguntó
uno de los miembros del jurado.
Alirio se acomodó como sobre una silla acondicionada para sentar a los
examinandos. Tocó “La Chacona”, sin leer la partitura.
-¿Puede tocar a Tárrega? –preguntó otro miembro del jurado, en medio
del asombro y entusiasmo de todos.
Alirio, más confiado que frente a la primera prueba, tocó “Recuerdos de
la Alhambra”, del compositor y guitarrista español. Luego intervino el tercer
jurado y preguntó:
-¿Conoce alguna composición de Héctor Villalobos y la puede tocar?
Por el rostro de los miembros del jurado, Alirio se sintió absolutamente
seguro de que aprobaría el examen. Tocó “La Suite Sugestiva” del compositor
brasileño.
El jurado no se retiró a deliberar. En ese mismo instante y lugar
tomaron la decisión y se la comunicaron.
-¡Brillante! Se le otorga el Primer Premio Extraordinario del Real
Conservatorio y mil pesetas en efectivo.
En medio de las felicitaciones Alirio les comunicó a los miembros del
jurado, que ese mismo día llegaba Rodrigo, de Caracas, quien se había
retrasado por razones ajenas a su voluntad y aspiraba presentar el examen.
116
-Dígale que se prepare para tocar la obra del mexicano Luis Ponce,
denominada “Tema Variado y Final”.
Rodrigo llegó también en pleno invierno, pero más protegido no sólo
por el abrigo que llevaba puesto, sino también por el recibimiento que le da
Alirio en su hotel de la Gran Vía, a pesar de que a éste no le llegaba la beca
desde hacía tres meses. Alirio le informó de los requisitos que tenía que
cumplir para poder ingresar al Real Conservatorio de Música de Madrid.
Hablaron de Venezuela y de su gente, en especial de Carora y de los planes de
inmediato y del futuro.
-Hice varias giras por el interior del país con el objeto de adelantar el
viaje cuanto antes posible, pero comprobé lo que una vez me dijo el maestro
Raúl Borges, que en Venezuela hay muy poca preocupación por la música y
menos por la guitarra –le expuso Rodrigo.
-Todo lo contrario pasa aquí en Madrid. Yo he podido comprobar en
apenas un año de residencia, que ésta es una ciudad en la que el interés por la
música e incluso por la guitarra es evidente, notorio. Aunque te parezca
exagerado, me recuerda a La Candelaria de mi infancia, donde todo el
pequeño mundo que la habitaba, tenía un instrumento musical en su casa y lo
tacaban varias personas de la familia – le respondió Alirio.
-¡Cómo en Barrio Nuevo! donde quien no tocara era visto como un
extraño, hijo del algún forastero, traído de otro confín del mundo. Hasta los
que no tuvimos profesores aprendíamos en la calle u oyendo a los mayores
improvisar diversas melodías, que ellos a su vez las habían oído y aprendido
de sus antepasados –sintetizaba su experiencia Rodrigo.
-En el Conservatorio te vas a encontrar con excelentes profesores, pero
sinceramente, y nadie mejor que tú lo podrás comprobar de entrada, tenemos
muy poco que aprender. El maestro Borges nos enseñó cosas maravillosas.
Después de esta experiencia lo valoro mucho más, es un eximio educador y un
conocedor a fondo de la música y en particular de la guitarra. Tú, que no
tienes necesidad de ensayar mucho, tendrás éxito de inmediato. Ya lo verás,
tienes fijado el examen y deberás tocar el “Tema Variado y Final” de Manuel
Ponce.
117
-Lo conozco bien –afirmó Rodrigo.
La noche transcurría lentamente, segura hacia el final y había que
levantarse temprano para conocer Madrid y parte de su gente. Los temas
pendientes eran muchos. Apenas estaban comenzando.
-Ya es tarde, muy tarde, mañana continuaremos –manifestó Alirio y el
silencio se prolongó hasta el amanecer.
En la mañana, después del desayuno, caminaron hacia la Plaza del Sol y
luego bajaron por la Calle Arenales hasta la Plaza Isabel II y entraron al Real
Conservatorio. Alirio lo presentó a sus profesores. El recibimiento fue muy
receptivo. Rodrigo se sintió profundamente satisfecho. El Director le informó
lo que ya sabía.
-Tiene un mes para preparar el “Tema Variado y Final” del mexicano
Manuel Ponce.
-Estaré aquí a la hora fijada –respondió entusiasta, le extendió la mano
al Director y ambos se despidieron.
Salieron juntos y se sentaron en un banco de la Plaza de la Ópera a
continuar la conversación de la noche anterior y a intercambiar opiniones
acerca de lo que acaban de presenciar. Rodrigo estaba absolutamente
confiado, había tocado antes, varias veces, el tema para el examen, e incluso lo
podía improvisar.
-Toda esta gente y esta ciudad misma se parecen mucho a nuestra gente
y a nuestras ciudades –fue el primer comentario que hizo Rodrigo al observar
a los transeúntes, las casas y los pequeños edificios que lo rodeaban.
-Esa fue la misma impresión que yo tuve al llegar, creo que en este
mismo banco, donde me senté un rato, más que a descansar a contemplar los
alrededores del Conservatorio. Todo esto se parece mucho a nosotros. Pero
donde vamos a encontrar las mayores similitudes es en la música. Aquí uno
comprueba que la música es verdaderamente universal. Hay una técnica, es
cierto, pero también un sentido humano, espiritual, que lo tienen los
candelarenses, los caroreños, los venezolanos, los madrileños, los españoles y
todos los seres del mundo.
118
Rodrigo oía con atención a Alirio, pero continuaba observando el paso
de las personas. Trataba de compenetrarse con una y otra realidad, establecer
la relación que existía o podía existir entre Madrid y Carora. Al finalizar
Alirio, salió de su ensimismamiento y le expresó:
-Pero además de los profesores que me presentaste, aquí debe haber
también maestros como don Chío Zubillaga y don Ché Herrera.
-Yo no lo he podido constatar, pero estoy seguro que los hay. Creo que
tenemos los mismos problemas y la misma cultura. Y no olvides que don Chío
Zubillaga es de origen vasco y don Ché Herrera de origen canario. Españoles
por los cuatros costados.
-A ti te debe pasar lo mismo que me está pasando a mí, pensando que si
no fuera por don Chío Zubillaga y don Ché Herrera nosotros no estaríamos
aquí.
-Sí, yo pienso como tú. Y aunque no conocí, como lo conociste tú, a
don Ché Herrera, le oí hablar a don Chío Zubillaga acerca de sus virtudes
intelectuales y sobre todo de su condición humana. Creo que se
complementaban, se identificaban con un ideal de progreso, de lucha por
elevar al ser humano a niveles de superación permanente. Comparto contigo la
satisfacción y hasta el privilegio, podríamos decir, de haber conocido a esos
dos grandes caroreños y haber recibido de ellos grandes lecciones que nos
trajeron hasta este viejo continente, que ya tendremos tiempo de recorrer.
El paso de las horas, la cercanía de la noche los indujo a caminar hacia
el hotel y a enfrentar una dura realidad: cómo cancelar el costo del hospedaje.
La beca de Alirio no llegaba y los ahorros de Rodrigo apenas alcanzaban para
pagar lo que se debía hasta el momento. No podían esperar que transcurriera
otro mes, por la incertidumbre en la llegada de las becas y el no poder cumplir
con sus compromisos, algo que para un provinciano honrado, educado, le
apenaba mucho y temían que sus estudios se pudieran ver afectados. Los
ahorros de Rodrigo desaparecían rápidamente. Preocupados por la crisis que
atravesaban, en una ciudad en la que conocían a muy pocas personas que
pudieran ayudarlos a encontrar un trabajo, decidieron ir a visitar a Guillermo
Morón, caroreño, profesor de Historia Universal y escritor, quien acababa de
arribar a Madrid a realizar estudios de postgrado. El encuentro fue
119
excepcionalmente fraterno. Como todos los caroreños que se encuentran fuera
de Carora, se puso de manifiesto de inmediato la solidaridad y la amistad, que
luego da lugar a un intercambio de recuerdos familiares, mitos, leyendas,
historias, chismes y hasta tragedias humanas que conforman la vida de esa
pequeña ciudad. Morón les ofreció respaldo moral y material.
-Esta casa es de ustedes. Si les llega la beca pueden ayudarme a pagar
el alquiler. Y si no les llega, pueden seguir viviendo aquí.
Agradecieron la hospitalidad de su paisano y salieron dispuestos a
mudarse. Al otro día estaban establecidos en el apartamento de Morón, situado
en la calle Antonio Acuña, lo cual les alivió la presión económica que se veían
obligados a soportar, por lo menos hasta que llegara la beca de alguno de ellos
o la contribución que Manuel Herrera buscaba entre amigos para hacérsela
llegar a Rodrigo. Por varias horas cada uno se encerraba en una habitación a
ensayar. Morón se encerraba en otra a terminar de escribir una Historia de
Venezuela o relatos sobre algunos aspectos de la antigüedad clásica greco-
latina.
Pensando en la posibilidad de que no le llegase auxilio económico
alguno desde Venezuela, Rodrigo decidió visitar al Cónsul de su país en
Madrid, Mario Pérez Arjona, quien le atendió, para sorpresa suya, con una
gran afabilidad. Después que le refirió la situación que atravesaba y le solicitó
trabajo en el Consulado, aquél le contestó:
-Aquí no hay trabajo, pero le regalo esta guitarra, con la cual usted lo
podrá encontrar para usted y para ella.
Rodrigo agradeció sinceramente la generosidad del Cónsul y recibió su
guitarra española para concierto. La acarició y la abrazó como a una amante.
Llevaba en sus manos 5.000 pesetas, según recordó haber leído el precio en
una exhibición de guitarras en un establecimiento comercial donde vendían
instrumentos musicales, en la Gran Vía.
-Muchas gracias, Cónsul –repitió varias veces. –No esperaba tanto. Con
esta guitarra sobreviviré y cuando usted me necesite, me llama por teléfono y
vendré a tocar para usted y su familia.
120
Regresó al apartamento de Guillermo Morón, con lo que consideró la
primera guitarra de su propiedad, siempre había tocado con guitarra prestada,
excepto la última que utilizó en Venezuela, que Manuel Antonio Pérez Díaz,
amigo y concertista, egresado también de la Escuela Superior de Música, le
había entregado en condiciones muy particulares, que le permitían usarla,
pagarle cuotas mensuales, de acuerdo con los ingresos que obtuviera. Pero
cuando terminó de pagarle lo que podría considerarse el precio real del
instrumento, la guitarra ya no servía, estaba totalmente arruinada, ya no poseía
consistencia de una guitarra para conciertos. Por eso nunca se había
considerado dueño de una guitarra.
Entusiasmado con su nueva guitarra para conciertos, fue a inscribirse
para presentar el examen de admisión. Cuando llegó al Real Conservatorio de
Música le informaron que la obra que debería tocar había sido cambiada, por
otra del mismo autor Manuel Ponce, la “Sonata Clásica”. Tenía que
aprenderse cuatro movimientos en un mes, para tocarlos en la fecha indicada.
Regresó al apartamento y se dedicó a ensayar la nueva composición musical y
al mes volvió a presentar el examen. Al igual que Alirio, tocaba de oído,
mientras el jurado leía la partitura. No se equivocó en momento alguno y al
finalizar el jurado dictaminó:
-Sobresaliente, Primer Premio y 1.000 pesetas.
Aprobado el examen se incorporó al primer curso. Como no existía
entre Venezuela y España algún acuerdo para equivalencia o reválida de
estudios de música, tuvieron que cursar las mismas materias que habían
aprobado en Caracas, lo cual les permitió comparar unos estudios con otros.
-Sin lugar a dudas que Raúl Borges es un maestro de altísima calidad en
la enseñanza de la guitarra –le reiteró Alirio en uno de los prolongados
diálogos, que al salir del Real Conservatorio de Música, mantenían en el
camino hacia el apartamento de Guillermo Morón.
-Y eso sin ser un virtuoso de la guitarra o un gran guitarrista –le
respondió Rodrigo.
-Pero aunque los estudios sean los mismos, aquí en Madrid
estableceremos contacto con los grandes maestros españoles, quienes, estoy
121
seguro, nos abrirán el camino hacia los grandes teatros y salas de concierto –
expresó Alirio, interesados como estaban y en cierto modo soñando con
comenzar a poner en práctica los conocimientos adquiridos en la Escuela
Superior de Música “José Ángel Lamas”, de Caracas.
-En el Real Conservatorio de Música podemos perfeccionar nuestros
estudios y robustecer nuestro repertorio –agregó Rodrigo.
En pocos meses realizaron estudios libres y como conocían el contenido
de los programas, ensayaban las materias y presentaban los exámenes,
generalmente sin leer la partitura, para asombro de muchos de sus compañeros
más jóvenes y algunos muy brillantes, que habían aprendido a tocar
utilizando las técnicas académicas y nunca se les había ocurrido tocar de oído.
En pocos meses también conocieron a los principales críticos de música
y los más importantes músicos de España e incluso directores de orquesta, con
quienes actuarían en diferentes oportunidades.
En Madrid la vida musical era algo extraordinario, había adquirido un
auge vertiginoso y la ciudad parecía impregnada de un ambiente sonoro, para
el momento en que llegan a perfeccionar sus estudios. Era un nuevo mundo
artístico, en el que decenas de orquestas tocaban decenas de conciertos en un
fin de semana.
-Esto es Barrio Nuevo convertido en una gran ciudad, con escuelas de
música y salas de concierto por todas partes –comentó Rodrigo, a quien
también se le hacía inevitable rememorar su barriada y sus músicos populares.
-La Candelaria multiplicada por cientos de miles de personas, habitada
por miles de guitarras, violines y orquestas de altísima calidad –expresó
Alirio, en cuya mente también seguía presente su aldea nativa y la
preocupación de su gente por hacer de la música un componente importante de
su forma de vida.
Impactados por el desarrollo cultural de España, en particular en lo
musical, en medio de una gran penuria económica se consideraban como unos
de los pocos y grandes privilegiados del mundo.
Aun siendo estudiantes del Real Conservatorio de Música iniciaron su
presentación en público en diferentes salas de concierto de Madrid.
122
Empezaron como todos los aspirantes a conquistar los grandes escenarios
culturales del mundo, en pequeños locales, con un público también pequeño,
pero no sólo aficionado sino también especializado, cuya reacción ante lo que
tocaban les permitía autoevaluarse y prepararse cada día con mayor
conocimiento y dominio del arte guitarrístico.
Alirio dio su primer concierto en el Círculo Cultural Medina, donde se
habían presentado guitarristas como Regino Sainz de la Maza y Narciso
Yépez. Pero el más importante de los conciertos que dio ante un público
europeo, mayoritariamente español, durante los primeros años de su
permanencia en la Península Ibérica, fue en el Teatro Español, de Madrid, uno
de los centros artísticos más calificados de esa ciudad. Ese concierto fue
posible gracias a un mecenas español, Pedro Masabeu, quien lo había oído
tocar en el Círculo Cultural Medina, y en la seguridad de que estaba frente a
un gran artista de la guitarra, resolvió financiar dicho evento. Lo relevante del
primer concierto en el Teatro Español, no fue sólo la asistencia plena de un
público europeo culto, sino también la presencia de la crítica musical. Los
críticos españoles destacaron al otro día en los principales periódicos de la
capital de España, los valores artísticos de un joven extranjero,
latinoamericano. El diario El País resaltó en una nota:
-Los amantes de la música clásica presenciamos anoche el debut de un
joven guitarrista venezolano, que por su maestría no sólo recordamos los
grandes momentos de Andrés Segovia, sino que también nos hizo rememorar
la grandeza del legado cultural español allende los mares.
El ABC publicó una reseña cultural en la que destacó:
-España recibe con entusiasmo y con orgullo a un joven guitarrista
venezolano, que por el dominio que exhibió del concierto para guitarra clásica,
está llamado a relevar a nuestros más grandes maestros en este difícil arte.
La restitución de la beca de Alirio, por gestiones de Guillermo Morón,
normalizó la vida del primer guitarrista venezolano que se aventura a
conquistar el corazón artístico de España, lo cual unido a algunos todavía
pequeños ingresos por sus primeros conciertos, le permitieron un nivel de
subsistencia más holgado.
123
Rodrigo entra en un período muy crítico, porque los 100 bolívares de la
beca del Ministerio de Educación son insuficientes para sus gastos mínimos,
hasta que un mecenas y amigo entrañable de la serenata caroreña, Manuel
Herrera Oropeza, le hace llegar 500 bolívares que había recogido entre amigos
y admiradores del arte guitarrístico, de quien habían conocido trabajando duro
para subsistir y rasgando con impresionante maestría cualquier vieja guitarra
que caía en sus manos.
-Para que continúes tus estudios. Aquí nadie cree que tú puedas
fracasar. Todos esperamos que regreses convertido en una gloria de la guitarra
venezolana y mundial, para conocer tus nuevos adelantos en la música clásica,
sin dejar de disfrutar en los amaneceres de Carora las mejores creaciones de tu
genio popular –le dice Manuel Herrera en una breve carta que le adjunta con
la remesa de pesetas.
Durante los primeros años de estudios de Rodrigo en el Real
Conservatorio de Música, Manuel Herrera le envía entre 400 y 500 bolívares
cada dos o tres meses, en demostración no sólo de la amistad que los unía
desde muy jóvenes, sino también por la valoración que éste hacía de su
esfuerzo en el estudio y de su capacidad para aprender los más exigentes
niveles de la música. Herrera Oropeza era uno de los pocos aficionados a la
guitarra y la canción, que le había oído a Rodrigo, siendo todavía niños,
tararear sus propias composiciones, algo que haría posteriormente con
dominio de la técnica respectiva, que lo llevaría a formar parte del Repertorio
Internacional de la Guitarra Clásica.
Sin la colaboración de Manuel Herrera, tal vez Rodrigo no hubiera
fracasado como artista de la guitarra, porque estaba dotado intelectualmente
para alcanzar los más altos niveles del conocimiento, de la ejecución y la
composición de música para ese bello instrumento, pero no hubiera podido
aprobar en tres años, lo que debía hacer en doce, que exigía toda la carrera
musical, tal como lo logró en el Real Conservatorio de Música de Madrid.
Pero la incertidumbre que le creaba la irregularidad en la llegada de la
beca y de la ayuda de Manuel, lo impulsaba a buscar trabajo, incluso pensando
en hacerse independiente del Estado venezolano y no molestar a su gran
amigo. Informado por la prensa de la llegada de un nuevo Cónsul de
124
Venezuela en Madrid, resolvió visitarlo. Lo recibió el Dr. Pedro Linárez
Pérez, quien después de su planteamiento acerca de la urgencia de obtener un
trabajo, le dijo:
-Yo le voy a dar una trabajito que le permitirá recibir un pequeño
sueldo y continuar sus estudios. Véngase todos los días bien temprano para
que ordene esta correspondencia y me la despache para Venezuela. Y de vez
en cuando viene por la tarde o por la noche para que echemos una tocaíta y
una cantadita.
-Muchas gracias, doctor Linárez. ¿Puedo empezar mañana?
-Sí, mañana mismo.
Rodrigo no preguntó cuánto ganaría al mes, pensó que cualquier
cantidad sería buena para afrontar la difícil situación que atravesaba. Se fue
directo al Conservatorio de Música, donde encontró a Alirio y le informó de la
conversación con el nuevo Cónsul y de la oferta de trabajo.
-Te felicito, el único que puede realizar un trabajo distinto a tocar
guitarra eres tú, que no necesitas ensayar mucho.
Terminaron de cumplir con sus obligaciones de estudiantes, rindieron
un examen y se retiraron a la nueva vivienda. Al día siguiente se presentó a su
trabajo complementario, clasificó la correspondencia que el Cónsul tenía
acumulada sobre una larga mesa y la envió para la Cancillería en Caracas.
Cuando se retiraba, el Dr. Linárez lo hizo llamar y una vez en su Despacho le
expresó:
-Mañana viernes tenemos una reunión social aquí en el Consulado.
Viene mucha gente importante del mundo de los negocios, pero al final nos
quedamos un grupito de amigos. Estás invitado y puedes llegar a la hora que
quieras, terminaremos la fiesta tocando y cantando.
Rodrigo asistió a esa y a otras reuniones sociales que finalizaban en una
tertulia y una parranda entre venezolanos y españoles aficionados a la música
y a la bohemia. Antes de despedirse, el Cónsul se le acercó y le dijo:
-Para el próximo viernes, tráigase a Alirio, para que echemos una buena
tocada y una buena cantada.
125
Rodrigo, que sabía que Alirio no bebía alcohol ni era muy afecto a las
parrandas, no le dijo nada, pero lo excusó.
-Alirio tiene contrato para un concierto mañana sábado y tiene que
ensayar varias horas. Siempre se la pasa muy ocupado –le comunicó al Dr.
Linárez Pérez cuando se presentó solo al Consulado, muy extrañado porque no
vio vehículos afuera ni personas adentro.
-Esta noche vamos a llevarle una serenata a una amiga, a quien le
prometí que tú tocarías y cantarías. Pero le puse una condición, que no se vaya
a entusiasmar demasiado con tu guitarra ni con tu voz, porque termina en tus
brazos. Y tú no me la vayas a estar atacando. Le dije que tú eres el mejor
guitarrista y el mejor cantante de música popular de Venezuela, que si no te
vienes para España, estuvieras rico allá en Caracas.
Esa noche el jolgorio se prolongó hasta la madrugada. Rodrigo se
quedó dormido hasta las 10 de la mañana. Marchó apresurado hasta el
Consulado y entró al Despacho del Cónsul, quien estaba sentado detrás de su
escritorio, y como no esperaba encontrarlo le expresó:
-Creí que usted estaba durmiendo.
-No olvides, Rodrigo, que el Cónsul soy yo.
Rodrigo realizó su trabajo de rutina y se retiró cuando ya el Cónsul se
había ido, más temprano que de costumbre, tal vez porque era sábado. En el
trayecto a su apartamento pensó que no podía continuar en un trabajo distinto
al de tocar y tampoco podía seguir en una farra permanente con el Dr. Pérez
Linárez y sus amigos, porque le limitaba su proceso de formación como
guitarrista de concierto. Se dedicó de lleno a buscar la oportunidad de dar su
primer concierto ante un público de la calificación artística del que asistía a los
teatros españoles. Como premisa previa se dedicó a preparar un buen
repertorio, a leer y a estudiar buena música.
Cuando consideró que su programa estaba completo decidió gestionar
su presentación en el Teatro de la Comedia, uno de los más importantes para
el momento. Se presentó ante el administrador del Teatro con la finalidad de
informarse, cuánto costaba el alquiler.
126
-10.000 pesetas –le contestó el gerente del mismo. –Debe cancelarlas
una semana antes de la presentación, tiempo suficiente para que usted realice
la publicidad necesaria y pueda lograr una buena asistencia, aunque aquí
tenemos un público cautivo, que sabe que nosotros sólo presentamos buenos
espectáculos artísticos. Pero como usted es nuevo, hay que hacer alguna
propaganda.
-Buscaré el dinero y cuando lo tenga regreso y firmamos el contrato, en
el que se haga constar que además de pagar con anterioridad, los ingresos por
concepto de entradas, me corresponden como auto-patrocinante.
-Vuelva cuando usted quiera. Esas son las condiciones.
Rodrigo fue a visitar al Embajador de Venezuela en España, Dr. Simón
Becerra. Después de la presentación de rigor, tras una larga espera, le expuso:
-Yo he realizado estudios de guitarra en Venezuela en la Escuela
Superior de Música “José Ángel Lamas” y aquí en Madrid en el Real
Conservatorio de Música, como becario del Ministerio de Educación. He
preparado un concierto para presentarme en el Teatro de la Comedia y
necesito el respaldo de la Embajada para alquilar la Sala de Conciertos, con la
condición de que un representante cultural de la propia Embajada propicie el
concierto y una vez cobradas las entradas le regreso el dinero.
-No le pregunto cuánto dinero necesita, porque la Embajada no tiene
partida para esos menesteres –le respondió el Embajador.
-Perdone la molestia, Embajador. Vine porque creí que la Embajada
tendría alguna representación cultural, que podría estar interesada en
contribuir a promover a un guitarrista venezolano, que ha realizado estudios
superiores.
-Creo que van a mandar un Consejero Cultural, pero lo lamento, porque
no tenemos partida para nada de eso.
Rodrigo pensó que a lo mejor el gobierno venezolano no propiciaba
actividades culturales y se retiró. Se dirigió a la casa del abogado español
Pedro Calderón de la Barca, quien lo había oído tocar en el Conservatorio de
Música, lo había felicitado varias veces y manifestado su disposición a
ayudarlo.
127
-Considéreme entre sus amigos –le expresaba cada vez que lo veía.
Al llegar a su casa y anunciarse, el propio Dr. Pedro Calderón de la
Barca salió a recibirlo.
-Por fin lo veo en mi casa –fue lo primero que le dijo, lo abrazó y lo
condujo hasta el interior de su vivienda, una gran sala comedor en la que
sobresalía un piano de cola y en las paredes colgaban varios instrumentos
musicales, entre ellos dos guitarras de factura clásica española.
Le informó el proyecto que tenía de presentarse en el Teatro de la
Comedia, de la preparación del concierto y de la frustrada entrevista con el
Embajador de Venezuela en España.
-Vengo a molestarlo a usted, necesito un préstamo de 10.000 pesetas
para alquilar el Teatro y tocar mi primer concierto importante en Madrid. Al
final del concierto se las pagaré.
-No se preocupe, ahora mismo le entrego las 10.000 pesetas, lo
acompaño para que el dueño o gerente del Teatro tenga también una fianza
moral con mi presencia, somos amigos desde hace tiempo.
Calderón de la Barca puso en sus manos las 10.000 pesetas y lo
acompañó hasta las oficinas del Teatro. Rememorando cuando vendía
empanadas frente al cine Salamanca en Carora, Rodrigo vendió los tickets a la
entrada del Teatro hasta una hora antes de comenzar el concierto. El éxito fue
total, el público lo aplaudió con insistencia, los ingresos por venta de entradas
le permitió cancelar las 10.000 pesetas, obtener una ganancia de más de 500 y
recibir la exaltación de la crítica, al día siguiente, en los principales diarios de
Madrid. El diario El País publicó una nota en la que afirmaba:
-Anoche oímos y aplaudimos con gran complacencia a un nuevo
guitarrista venezolano que, como Alirio su coterráneo, sigue los pasos de
Regino Sainz de la Maza y de Andrés Segovia.
El diario ABC publicó una reseña en la que describe el ambiente de
aceptación en el que se desarrolló el concierto.
128
-Un público lleno de euforia aplaudió anoche a un gran guitarrista
venezolano, quien además de tocar a los grandes compositores de música para
guitarra, ejecutó composiciones suyas, de extraordinario valor artístico.
Alirio y Rodrigo tocaron en todos los teatros y salas de concierto
importantes de Madrid y de toda España. Tocaron y difundieron entre los
españoles y posteriormente entre los europeos en general a los compositores
venezolanos Raúl Borges y Antonio Lauro, sus profesores en la Escuela
Superior de Música “José Ángel Lamas” de Caracas. Sus nombres se hicieron
presentes con mucha frecuencia en las páginas de arte de los principales
periódicos y revistas de España, reseñados como extraordinarios concertistas
de la guitarra clásica. El Embajador de Venezuela en España, impresionado
por la opinión de los críticos de Madrid, los invitó a tocar en la Embajada, con
la asistencia no sólo del personal diplomático venezolano, sino también de
gente culta de otras representaciones diplomáticas y del mundo de la cultura
española. Por primera vez los dos guitarristas caroreños tocaron juntos. Alirio
podía iniciar cualquier composición que había ensayado durante días y
Rodrigo se acoplaba de inmediato al ritmo que tocara.
El Embajador, Simón Becerra, que se había negado a promover a
Rodrigo como guitarrista venezolano, consiguiéndole un préstamo que sería
cancelado la misma noche de su presentación en el Teatro de la Comedia,
resolvió presentarlos en sede diplomática. Con ciertas dificultades en la voz,
expresó:
-Estos venezolanos... que vamos a oír esta noche... gozan de mucho
aprecio en Venezuela... como yo sé que ante un auditorio tan selecto como el
que ustedes constituyen, no es necesario mayores explicaciones, vamos a oír
música venezolana.
Alirio y Rodrigo tocaron el “Vals Venezolano” del compositor Raúl
Borges. Dos composiciones del también venezolano Antonio Lauro y varias
de compositores españoles. Recibieron el reconocimiento de los asistentes y la
promesa del Embajador de hacer que la Embajada, a través del Agregado
Cultural, contribuiría a promover su presencia en España, algo que nunca hizo
y que por lo demás ya los guitarristas caroreños no lo necesitaban, habían
conquistado la aquiescencia del público español amante de la guitarra.
129
Días después se presentaron también juntos en el Círculo Cultural
Medina, con el objetivo fundamental de hacer conocer la música venezolana.
Y de aquí en adelante, comenzaron a transitar un camino de éxitos en varias
ciudades europeas y posteriormente en América, cada uno por su lado y en
algunas oportunidades juntos. Pero antes cursarían un postgrado con Andrés
Segovia en Siena, Italia. Alirio tenía tres años en Madrid y en ese tiempo
terminó la carrera que debería cursar en doce. Igual tiempo empleó Rodrigo,
pero como había llegado un año después, tuvo que permanecer otro año en el
Real Conservatorio de Música, después que Alirio salió para Siena.
Rodrigo trabajó con más intensidad como concertista e incluso
participó como guitarrista en la película “Cuerda de Presos”, con resultados
altamente favorables. La improvisación que hacía de la música en su guitarra y
ahora el cine lo elevaron a la fama ante sus pares, pero también lo envolvió la
vida bohemia con mayor riesgo para su carrera artística. Soltero y famoso no
sólo como concertista de guitarra clásica, sino también de música popular y de
la canción romántica, se convirtió también en, joven aún, atractivo para que
algunas mujeres amantes de la noche, lo persiguieran y le sustrajeran cierto
tiempo importante para su consolidación de concertista y compositor de
música para guitarra. Consciente de que tenía que normalizar sus estudios y su
trabajo, para una vida más sosegada y ganada para el arte musical, pensó que
debería casarse, pero fuera del medio que frecuentaba. Pasaba más tiempo
entre el Conservatorio Musical y su apartamento, gastando con sentido del
ahorro los pocos ingresos que percibía. Una tarde cuando regresaba a su
vivienda en la calle Antonio Acuña, a la entrada se encontró con una joven
muy elegante y de aspecto sencillo y familiar, que bajaba de visitar a su
madre, que trabajaba en la casa de Morón, donde él todavía estaba
residenciado. No la había visto antes e impresionado por su belleza juvenil, se
le acercó y le dijo:
-Señorita, me gustaría casarme con usted.
La joven se sorprendió y se quedó como paralizada, ante una
proposición inesperada de alguien a quien nunca había visto y de quien sólo
sabía que tocaba la guitarra, porque su madre se lo había comentado, cuando
130
lo oyó tocar encerrado en su habitación. No contestó, pero tampoco protestó.
Rodrigo insistió:
-¿Le gusta la música?
-Muchísimo. Varias veces lo he oído a usted tocar la guitarra, cuando
he venido a visitar a mi madre. A usted o al señor Alirio, según la opinión de
mi madre que dice que los distingue.
-La última vez debe ser a mí a quien oyó, porque Alirio se fue hace
algunos días para Siena. La invito al teatro Fontalva. Mañana se presenta el
maestro Arturo Rubinstein.
-De acuerdo. Mi nombre es Julia, mañana nos veremos aquí mismo,
tengo que venir a visitar nuevamente a mi madre.
-Magnífico. Mi nombre es Rodrigo.
En el Teatro Fontalva oyeron a Arturo Rubinstein interpretar a Federico
Chopin y a Beethoven. Identificados por la afición a la música visitaron varias
salas de concierto y estrecharon sus relaciones personales y espirituales. Julia
se hizo asidua del teatro y en varias presentaciones de Rodrigo estuvo
presente. No habían pasado más de tres de meses asistiendo a diferentes
conciertos e incluso varias películas, cuando Rodrigo le planteó:
-Julia, quiero que nos casemos, quiero enseriarme, he andado muy solo,
demasiado suelto. Desde que te conocí y hemos andado juntos he reducido el
tiempo que le dedicaba a la bohemia.
-Yo también quiero que nos casemos.
El matrimonio se realizó en un ambiente de sobriedad, entre la familia
de Julia, la de Rodrigo vivía en Carora.
El matrimonio le proporcionó mayor estabilidad emocional y social,
pero aumentaron sus responsabilidades económicas y tuvo que intensificar su
trabajo. Aun en España un concertista de guitarra no podía obtener de su
trabajo los ingresos suficientes para alimentar y educar a una familia que se
reprodujo de inmediato. Antes del año, cuando finalizó los estudios en el Real
Conservatorio de Música, nació Josefina, su primera hija e inmediatamente
tendría que viajar a Siena a realizar un postgrado que dictaba Andrés Segovia.
131
EN LA ACADEMIA MUSICAL CHIGIANA DE SIENA
ATRAÌDOS por la significación universal de Andrés Segovia, Alirio fue el
primero en arribar a Siena, cuyo contexto artístico la convertía en una ciudad
musical por los cuatro puntos cardinales, le impactó gratamente, casi al
paroxismo espiritual. En cada casa veía un busto de un músico famoso, de
algún familiar que se destacó en la música, cuya imagen no sólo no querían
que desapareciera de sus mentes, sino que también servía de presentación para
el visitante. Las calles de la ciudad y las plazas estaban adornadas con obras
de arte. Con la presencia de Andrés Segovia se convertía en la Meca de
estudiantes y profesores de guitarra de toda Europa e incluso de otros
continentes. Alirio recordó La Candelaria, Carora, el Barrio Nuevo de
Rodrigo, impregnados por todas partes por la música popular. ¿Podrían llegar
a ser algo parecido a Siena? Tal vez La Candelaria no, la rodea el desierto, la
calcina el sol y la desampara la soledad, que la convierte en un museo de
espantos. Pero Carora sí, incorporando a Barrio Nuevo, una isla de la cultura
conectada con Madrid, con París y con el mundo por el pensamiento y la obra
de don Chío Zubillaga. Aunque muerto don Chío, alguno de sus discípulos
podría promover la construcción de varios teatros, de una escuela superior de
música, varios orfeones, un paseo de sus hijos ilustres, varias catedrales, una
nueva ciudad en la que centenares o miles de jóvenes vivan tocando y
cantando.
Deslumbrado por lo que veía caminó lentamente hacia la Academia
Musical Chigiana. Al llegar a la entrada de la misma, con su guitarra en la
mano, varios estudiantes y profesores que dialogaban en el portal, le dieron la
bienvenida como si lo conocieran y lo integraron al grupo. Cuando preguntó
por el maestro Segovia lo condujeron hasta el salón donde se encontraba.
Andrés Segovia reconoció en él a uno de los jóvenes estudiantes de la Escuela
132
Superior de Música “José Ángel Lamas” de Caracas, que había tocado para él
en el estudio de la casa de Pedro Centeno Vallenilla. Se levantó y le dio la
bienvenida.
-Le repito lo que le dije en Caracas. Usted tiene grandes cualidades para
el concierto de guitarra. Espero que sea mi sucesor.
Alirio pensó que eso era casi imposible. Segovia gozaba de un prestigio
internacional único, por su genio guitarrístico. -No pudo ocultar la emoción
reflejada en su rostro, pero reaccionó con humildad.
-Muchas gracias, maestro. Yo vengo a aprender de usted, quiero ser
alumno del más grande guitarrista del mundo.
Andrés Segovia ordenó que lo inscribieran en el curso de verano.
Después que lo volvió a oír tocar, le dispensó una atención especial, primero
como su alumno y después como su asistente, para lo cual lo hizo nombrar al
finalizar el curso.
Maravillado por lo que estaba aprendiendo y ante la posibilidad de que
el maestro Segovia tuviera que regresar a la Argentina y Rodrigo no pudiera
tenerlo como profesor, le escribió una carta a este último a Madrid.
-Vente antes de que se vaya el maestro Andrés Segovia. Esto es algo
excepcional, nunca visto por nosotros. Recuerda lo extraordinario que nos
pareció cuando lo oímos en Caracas, creo que hoy supera todas las
expectativas artísticas. Estamos frente a un verdadero genio de la guitarra.
Rodrigo apresuró su viaje. Antes de llegar a Siena participó en un
concurso para una beca de 1.000 liras diarias, del Conde Chi Ciaricini. La
ganó y con ese ingreso pudo quedarse en Italia durante siete años, estudiando
y trabajando como concertista para poder enviarle una pequeña cantidad de
dinero a la familia que dejó en Madrid. Siena le produjo la misma impresión
que experimentó Alirio. Se consustanció rápidamente con la ciudad y su
entorno sonoro y artístico. También evocó su Barrio Nuevo natal, Carora su
ciudad, la de Ché Herrera y Chío Zubillaga.
Andrés Segovia lo recibió con el mismo afecto y distinción que le
prodigó a Alirio. Reconoció al otro estudiante de la Escuela Superior de
133
Música “José Ángel Lamas” de Caracas, que había participado en el homenaje
que le rindieron en la capital de Venezuela.
-Bienvenido a esta nueva escuela y a su curso de postgrado. Ud. tiene
un porvenir asegurado con su talento y su guitarra.
Rodrigo decidió conocer más a fondo la pequeña ciudad de Siena, cuyo
nombre y resonancia la convertían entre las más prestigiosas de la academia y
de cultura musical de Europa. En la Plaza del Campo, donde Dante terminó
uno de los últimos capítulos de “La Divina Comedia”, recibió la sensación de
estar en una ciudad ideal, construida para albergar todas las artes y todos los
artistas del universo que hasta ese momento él conocía y se imaginaba que
pudiera existir. ¿Cuántos años de historia de la cultura lo rodeaban? ¿Podrían
los músicos de Carora vivir algún día, cómo los músicos de Siena? No. Aquí
debe existir una mano o una conciencia mágica que estimula la vocación y el
quehacer artístico, y una protección especial, porque no se ve pobreza ni
desesperanza. Todos caminan como si estuvieran seguros de dónde vienen y
hacia dónde van. Se mueven como los músicos de una orquesta, cada quien
hace lo que debe hacer. Si en Carora hubiera existido una Escuela Superior de
Música, yo no estuviera aquí y posiblemente el maestro Segovia estaría allá
dictando su postgrado. Aunque Carora se parece más a Madrid, tal vez porque
los españoles que llegaron con don Juan de Trejo y Juan de Salamanca, eran
músicos y combinaron su arte con los ritmos de los indios Ajaguas, que no
eran guerreros sino hombres de paz, en cuya concordia encontraban el mejor
ambiente para la música, excepto que fuera música marcial, para la guerra.
Como la que inventaron Bolívar y Miranda, Boves y Páez, quienes también
eran de origen español.
Al día siguiente se incorporó al primer curso y tocó en todos los
conciertos que se dieron en el mismo.
La Academia Chigiana de Siena durante el período en que Alirio y
Rodrigo cursaban estudios de postgrado de guitarra, Zubín Meta y Daniel
Beremboy estudiaban dirección de orquesta. El venezolano Gonzalo
Castellanos había estudiado en esa Academia con el maestro Sergio
Celebidache, dirección de orquesta. Entre los estudiantes de violín de esa
época, estuvo Acardo, famoso violinista mundial. Entre los guitarristas,
134
además de Alirio y Rodrigo, estuvieron John Williams, también famoso en el
mundo del concierto de la guitarra, y la venezolana Flaminia Montenegro,
quien murió muy joven, antes de llegar a la meta, a la que según sus
profesores, debería alcanzar con todo éxito.
Cuando el maestro Andrés Segovia no pudo asistir a uno de sus cursos
de verano, llamó a Alirio y le participó que lo nombraba su asistente y le pidió
que asumiera la dirección de dicho curso.
-Tengo la convicción artística y profesional que usted lo hará tan bien o
mejor que yo. Ya mi edad no me permite una movilización con frecuencia a
tan larga distancia, sin resentirse. Trataré de venir al próximo curso de verano,
pero éste, asúmalo usted, con la absoluta confianza de quien le considera su
digno sucesor.
Alirio le contestó:
-Muchas gracias, maestro, por los conceptos emitidos sobre mi persona.
Asumiré el curso con la convicción de que usted es insustituible. Me esmeraré
por hacerlo bien. Creo que nunca a la altura de su genio guitarrístico, creador
y docente.
Ese verano asumió el curso y tuvo entre sus alumnos a Rodrigo, que
tenía algunos meses de haber ingresado a la Academia y a John Williams,
quienes conocían todas las técnicas de la guitarra, por lo cual se eximía de
enseñárselas. Les enseñaba nuevos repertorios que había estudiado con Andrés
Segovia, el estilo de las nuevas obras, sus características técnicas y defectos.
Rodrigo no sólo asistió a los cursos que dictó Segovia y a los que luego
le correspondió dictar a Alirio, sino también a todas aquellas clases que daban
grandes maestros de la música. Asistió a las clases de Chelo que en un verano
dictó Pablo Casals. Allí conoció al maestro Guido Agosti y asistió a sus clases
de piano; a Andrés Navarra, Chelista; a Ricardo Brengola, Director del
Quinteto Chigiano y Jefe de la Cátedra de Música de Cámara y a otros
importantes maestros de música, que encontraban en la Academia de Siena el
lugar apropiado para la enseñanza y el intercambio de conocimientos
musicales.
135
Su permanencia en la Academia de Siena fue aprovechada por Rodrigo
para estudiar también Música de Cámara, que aunque no estaba vinculada a
los estudios de guitarra, le permitió acumular un bagaje musical y cultural que
al final convergerá en una formación intelectual más integral. De los
conciertos que oía todas las noches en la Academia, aprendió que éstos deben
tener un carácter pedagógico, una guía, que explique quiénes son los
concertistas y qué significado o valor tienen las obras que tocan. Esa
experiencia la aplicará más tarde, cuando residenciado en New York, Estados
Unidos, durante 8 años, se dedica a dar clases de guitarra y más tarde, cuando
funde una verdadera escuela de guitarra en la Universidad Centrooccidental
“Lisandro Alvarado” (UCLA) en Barquisimeto, a su regreso a Venezuela.
Los estudios de postgrado en la Academia Chigiana de Siena fueron la
culminación de una carrera en la que alcanzaron los más altos conocimientos
guitarrísticos conocidos hasta el momento a escala universal. Pero además, fue
una experiencia única que les permitió también conocer la grandeza espiritual
de una ciudad concebida y desarrollada para estimular el estudio y la
capacidad creadora del ser humano. La Academia Chigiana y la ciudad se
integraban en una unidad cultural, en la que dos jóvenes caroreños, nacidos
ciertamente en un medio musical en el que predominaba la intuición y el oído,
perfeccionaron en el aula, en la calle y en los principales escenarios para el
concierto las técnicas y el repertorio de la guitarra clásica. Los espera transitar
un largo camino artístico, toda una vida en la que no se puede dejar de estudiar
y en la que hay que enfrentar un auditorio con distintos niveles, desde el
especializado hasta el popular.
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CONCERTISTAS POR EL MUNDO
AL FINALIZAR el curso de verano, Alirio viajó a Roma y se hospedó en un
pequeño hotel en el centro de la ciudad, donde creía que estaba mejor ubicado
para establecer los contactos necesarios con los hombres y las instituciones de
la cultura, que le ayudarían y permitirìan iniciar la conquista del mundo de la
guitarra. En la habitación del hotel ensayaba todos los días, para un concierto
que todavía no sabía dónde y cuándo lo daría. Los primeros interesados en
oírlo fueron los miembros de una familia que vivía al lado, quienes gustaban
de la música y al escuchar a un joven guitarrista tocar durante horas, se
trasladaban todos al hotel. Alirio se esmeraba tanto como si estuviera dando
un concierto para un público selecto en un teatro o sala internacional de
música. Una bella muchacha, integrante de la familia, con el encanto de una
personalidad altamente sensible a la música, como lo podría comprobar
posteriormente, se le acercó y le dijo:
-¿Podría tocar alguna composición suya?
Sorprendido no sólo por el impacto emocional que le produjo la
presencia de la joven, sino también el contenido de la pregunta que envolvía
una curiosidad artística, aunque tuviera la intención de provocar cierto
acercamiento, Alirio le respondió:
-Muy bien, dedico a usted un arreglo que yo mismo hice de un valse-
canción del compositor R. M. López, titulado “Así te Soñé”.
137
En medio de grandes aplausos y risas Alirio tocó y comenzó la
conquista del corazón de Consolina Risi, primera habitante de Roma que le
expresó con espontaneidad su admiración por el arte de la guitarra y por el
guitarrista. El hotel se convirtió en una sala de conciertos y la familia Risi en
el primer auditorio romano, al que Alirio le tocaba con el virtuosismo de un
maestro egresado de la Academia Chigiana de Siena, dispuesto a ganarse el
corazón y la conciencia artística de toda Italia y del continente europeo, como
primer paso hacia el universo.
En Roma dio sus primeros conciertos en varios teatros importantes de
la ciudad, un poco distanciado uno del otro. Lo que era continuo, de todos los
días, eran sus ensayos y la presencia de Consolina hasta el mutuo
enamoramiento. A los pocos meses se casaron y entre un ir y venir a y de las
principales salas de concierto de Roma y de los teatros de las ciudades
cercanas, en la capital de Italia nacieron sus cuatro hijos, Senio Alirio, quien
también será guitarrista; María Isabel, periodista; Beatrice Tibisay,
restauradora de libros antiguos; y Josefa, Flautista. Entre las artes y el
periodismo la familia vivirá insertada en un contenido espiritual creado por
una guitarra itinerante. Estando sus hijos muy pequeños, Alirio tuvo que
separarse de la familia, para dar conciertos en otras ciudades europeas y
posteriormente en todo el mundo. Consolina admitió la dura y expectante
realidad y Alirio alcanzó la estabilidad espiritual requerida, como condición
vital para continuar su carrera hacia la gloria musical.
La guitarra de Rodrigo también llegó a Roma y a otras ciudades
italianas. En los días en que Alirio hacía sonar su guitarra en las principales
salas de concierto de Roma, llegó Rodrigo contratado para tocar en Orvieto,
en la Radio de Roma y en Florencia.
De Siena Rodrigo viajó varias veces a Madrid a ver y atender a su
familia, por períodos cortos y especialmente en vacaciones. Al terminar los
estudios regresó a Madrid y se residenció por varios años en esta ciudad.
Viajaba con frecuencia a otros países, disfrutando de un buen transporte, pero
con serias dificultades con las autoridades fronterizas de España, que no lo
dejaban entrar como residente español si no cancelaba una cantidad
determinada de dinero, que generalmente no tenía. Para sortear este difícil
138
obstáculo tenía que usar la visa de turista, que también poseía. En Madrid y en
las principales ciudades de España dio conciertos y clases de guitarra. Tuvo
una acogida excepcional, pero los ingresos por su trabajo artístico y docente
seguían siendo insuficientes para atender los requerimientos de una familia
que crecía periódicamente. Madrid fue una ciudad acogedora hasta para sus
más profundas reflexiones artísticas y humanas. Barrio Nuevo, Carora y
Caracas pasaban por su mente continuamente. Pensaba que podría regresar a
Carora y a su barrio natal. ¿Pero qué hacer en esa pequeña ciudad, en la que
para su mayor desesperanza habían muerto Ché Herrera y Chío Zubillaga? Si
decidiera dar un concierto es posible que tuviera un público relativamente
numeroso y entusiasta, pero dos conciertos, tres conciertos o más, uno
semanal por ejemplo, posiblemente no tendría oídos, tal vez una mirada
condescendiente. Un concierto diario, ni en sueño. Me moriría de hambre,
sería peor para mi familia. Si Julia comprendiera, pensaba, porque mis hijos
están muy pequeños, me iría a recorrer el mundo, donde una guitarra valga
tanto como un violín, como un piano. Donde por cada nota, por cada sonido,
por cada ritmo musical encuentra una compensación la vida de un hijo, de un
hogar que se multiplica. ¿Por qué Andrés Segovia no vive en Madrid? ¿Será
por divergencias con el régimen dictatorial de Francisco Franco? ¿Tendré que
irme a la Argentina o a los Estados Unidos?
Rodrigo vivió una larga etapa de desasosiego e incertidumbre. Quería a
Madrid como a Julia y a sus hijos. No se sentía extranjero, sino como en la
Madre Patria. Pero vivir de la guitarra se le hacía tan difícil, que resolvió irse a
residenciar en New York e inició los preparativos que durarían algunos meses,
tampoco era sencillo dejar la familia y aventurarse a conquistar el auditorio
artístico de esa gran ciudad.
Alirio se radicó en Roma, ciudad que lo acogió entre sus mejores hijos
y artistas. Se dedicó a conquistar el corazón, la conciencia artística, primero de
los romanos y luego de los italianos en general. De Roma viajó, contratado
para dar conciertos, a Nápoles, Florencia, Milán, Turín. Posteriormente lo hizo
a Venecia y a otras ciudades en las que fue aplaudido y reconocido por la
crítica musical como la primera guitarra de Italia. Fue consustanciándose
lentamente con el alma italiana, sin desvincularse de Venezuela, Carora y La
Candelaria. Recién llegado a Roma conoció el Embajador de Venezuela
139
acreditado en Italia, Alberto Arvelo Torrealba; y al Embajador en la Santa
Sede, Juan Vicente Lecuna, quienes estaban estrechamente vinculados no sólo
por ser embajadores del mismo país, sino también por sus inquietudes
intelectuales. Juan Vicente Lecuna era un extraordinario músico, reconocido
en los círculos culturales de Venezuela; y Alberto Arvelo Torrealba era poeta
y escritor. Con ambos, Alirio pudo establecer una grata y fecunda relación
intelectual.
El Embajador Lecuna le informó:
-Mañana llega a Roma Juan Bautista Plaza, músico a quien debes
conocer. Si no lo conoces te invito a que lo recibamos juntos aquí en la
Embajada cuando venga a visitarme. Creo que llega por el Puerto de Nápoles.
-Esa es la mejor noticia que usted me puede dar en estos días,
Embajador. El Dr. Juan Bautista Plaza fue mi maestro en la Escuela Superior
de Música, en Caracas. Yo mismo lo voy a recibir al Puerto de Nápoles.
El encuentro en Nápoles fue por demás efusivo y lleno de recuerdos del
maestro y del alumno que por primera vez se veían, desde que Alirio había
abandonado la Escuela de Música y el país.
-Muchas gracias por venir a recibirme. He leído en la prensa
venezolana algunas informaciones acerca de tus éxitos en Italia. Borges, Lauro
y yo siempre comentábamos sobre tus inmensas posibilidades de consagrarte
como concertista internacional de guitarra.
-En en Real Conservatorio de Madrid y sobre todo en el postgrado
dictado por el maestro Andrés Segovia en Siena, aprendí algunas cosas
importantes de la técnica guitarrística y en particular del nuevo repertorio que
existe en Europa, pero lo fundamental lo aprendí con ustedes en La Escuela
Superior de Música “José Ángel Lamas”.
El Dr. Plaza se sintió realmente halagado, pero respondió con la
humildad de su sabiduría.
-Nosotros hacemos lo que podemos con los pocos recursos que
tenemos, en un país en el que como tú sabes no se le presta mayor atención a
la cultura y menos a la guitarra.
140
-Rodrigo y yo siempre comentamos, cada vez que nos encontramos,
que ustedes son unos grandes maestros.
-Muchas gracias, por lo que a mí respecta. Pero creo sinceramente que
los mayores méritos corresponden al maestro Vicente Emilio Sojo, que lleva
la máxima responsabilidad en la dirección de la Escuela y al maestro Borges
en lo relacionado con la enseñanza de la guitarra.
Maestro y discípulo caminaron juntos hasta la casa del Embajador de
Venezuela en la Santa Sede. En el trayecto habló todo el tiempo el Profesor
Plaza, quien repitió las expectativas que había entre los profesores de la
Escuela Superior de Música, acerca de sus progresos como concertista de
guitarra.
-Todos esperamos tu resonante triunfo en Europa y en el mundo. Ya
consagrado creo que debes regresar a Venezuela, si no a vivir allá, por lo
menos a tocar durante algunos meses.
-Ese es uno de mis objetivos en el corto y mediano plazo. Por ahora
tengo que cumplir todavía algunos compromisos y estudiar algunas ofertas
para tocar en varias ciudades europeas. Antes de cumplir con éstos, será
imposible.
-Bien, esperemos, pero me gustaría oírte, si no en una sala de conciertos
por lo menos en la casa del Embajador –le expresó finalmente el Dr. Plaza,
cuando estaban arribando a residencia del diplomático.
Alirio tocó para su maestro y los invitados composiciones de músicos
venezolanos, latinoamericanos y europeos. Aclamado por la asistencia se
convirtió en un asiduo invitado del Embajador a diversas actividades en la
sede diplomática, donde conoció a muchos artistas italianos y europeos, que
con alguna frecuencia los invitaba el Embajador.
El primer gran concierto de Alirio fue en el Aula Magna de la
Universidad de Roma, plena de estudiantes, profesores y público en general
amantes de la música y en especial de la guitarra. Su éxito en Roma y en las
principales ciudades italianas repercutió en toda Europa y particularmente en
América. Un grupo de amigos y amantes de la guitarra, de Turín, que
valoraron su calidad artística decidieron promover su participación en otros
141
países e hicieron todas gestiones requeridas para que se presentara en la Sala
Gaveau, de París. El éxito fue total pero seguía dependiendo de quienes le
conocían. El encumbramiento de un artista, hasta que no adquiere fama
universal, pasa por un lento proceso de consolidación en escenarios de
diversos niveles.
De Francia pasó a Alemania donde tuvo cuatro actuaciones importantes
en Berlín Occidental, incluyendo una en la radio. Luego estuvo en Hannover
donde dio dos conciertos y recibió el espaldarazo de un público entusiasta y
una crítica musical exigente, cuya repercusión llegó hasta Estocolmo, Suecia,
desde donde fue llamado para que actuara en el Teatro Real y diera un recital
en la radio.
Confiando en su dedicación y virtuosismo, y respaldado por la gestión
que el maestro Andrés Segovia realizaba en los Estados Unidos, para que se
presentara en los principales centros culturales de ese país, destacando su
labor como su asistente en Siena y luego su sustituto durante 3 años en el
postgrado en la Academia Musical Chigiana, Alirio viajó al país del norte,
invitado para dar varios conciertos en diferentes ciudades. Su primer concierto
fue en el Tow Hall de New York, donde quedó consagrado como uno de los
grandes guitarristas de su tiempo, según la aquiescencia del público y el juicio
de la crítica, aunque todavía seguía dependiendo un poco de la magnificencia
de su maestro Andrés Segovia. De New York viajó a Washington, luego a
Filadelfia y a otras ciudades de tradición musical.
Su actuación en los Estados Unidos tuvo una favorable repercusión
tanto en el público que lo oía y aplaudía, la crítica musical que resaltó sus
valores artísticos, como los empresarios de la difusión y el negocio cultural,
quienes lo contrataron para actuar en ese país durante cinco años consecutivos.
Un contrato de esa dimensión sólo se le ofrecía y se le otorgaba a un artista
universal, excepto que fuera norteamericano de nacimiento y que hubiera
alcanzado los más altos niveles de aceptación por parte del público asistente y
de la crítica especializada.
Al finalizar su primera actuación en los Estados Unidos, el Consejero
Cultural de la Embajada de la Unión Soviética, con sede en Washington, lo
invitó para que diera una serie de recitales en varias ciudades soviéticas. Antes
142
que Alirio visitara la Unión Soviética, el único gran concertista de guitarra del
mundo occidental que había actuado en sus centros culturales, era el español
Andrés Segovia. A Alirio lo invitaron a tocar en los mismos escenarios donde
había actuado su maestro. Percibió una gran sensibilidad entre los soviéticos
por la guitarra, no obstante que son otros instrumentos los que tienen mayor
tradición en Rusia y en cualquier otro país miembro de la Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas. Constató un pueblo eminentemente musical
y con una gran preocupación por la música latinoamericana. De los programas
que Alirio envió con anterioridad a su viaje, escogieron aquellos en los cuales
predominaba la música de América Latina. Dio dos recitales en Moscú en la
Sala Tchaikovsky, dos en Leningrado, dos en Riga y dos en Talin, con un
lleno total en todos, que le reafirmaron el lenguaje universal de la música. El
público le oyó en medio de un gran silencio, para al final levantarse y
aplaudirlo estruendosamente. Fue objeto de grandes homenajes,
reconocimientos, regalos, que lo conmovieron espiritualmente, como en
ninguna otra parte donde había actuado y recibido la receptividad del público.
Y si como el mundo cultural estuviera tras su pista, en Moscú recibió
una invitación para participar en varios recitales en Londres, donde también
fue objeto de un recibimiento excepcional. Le pidieron que repitiera varias de
las obras de algunos compositores latinoamericanos, que había tocado y
recibido varias interrupciones por los aplausos. Cuando terminó el concierto, a
altas horas de la noche, muchos asistentes no tuvieron tiempo para tomar el
último tren del metro de la ciudad.
De Londres voló a Tokio y a Hong Kong a enfrentar un público asiático
que dio demostraciones de conocer y disfrutar la guitarra. Satisfecho por la
reacción del auditorio, después de un periplo que le había permitido girar por
las principales ciudades del mundo y de que había conquistado un escenario
para su guitarra, regresó a Roma, donde estuvo unos meses con su familia,
para luego viajar a Venezuela. Consagrado como uno de los artistas de la
guitarra universal, decidió recorrer el territorio de su país, empezando por La
Candelaria, su aldea natal. Sus paisanos, sus amigos, sus familiares, sus
compañeros de juegos infantiles, le oyeron con mística reverencia, luego con
emoción desbordante, para finalmente expresar, en medio de aplausos y
congratulaciones, la inmensa satisfacción de tener entre los suyos un genio de
143
la guitarra, un hijo ilustre de La Candelaria. Los viajes a su villorrio natal se
convertirán en un ritual de todos los años. Muchas veces llegará de Roma al
Aeropuerto Internacional de Maiquetía, hará trasbordo a otro avión que lo
lleve al Aeropuerto Internacional de Barquisimeto, donde generalmente lo
recibe un amigo en un vehículo particular y lo conduce directamente a La
Candelaria, pasando por Carora a saludar por tiempo breve a algún familiar.
Cuando contó que había tocado en el Teatro Nacional de Madrid, como en las
grandes salas de concierto de las principales metrópolis del mundo, su maestra
de educación primaria, Adela Virginia Riera se le acercó y le dijo al oído:
-Alirio, tienes una guitarra mágica.
Antes de viajar a New York, Rodrigo hizo un recorrido por las más
importantes ciudades de España, en un esfuerzo final por hacer de la profesión
de guitarrista de concierto, una actividad productiva, que le permitiera vivir en
aquel país al lado de su familia. Además de tocar en Madrid, lo hizo en
Valencia. Tocó en el Teatro Maeztu, donde recibió una de las manifestaciones
de apoyo más exitosas de su recién comenzada carrera artística. La crítica
musical destacó sus cualidades de concertista de guitarra y le dio tratamiento
como a un hijo de España, que se encumbra para gloria de la hispanidad.
Participó en recitales de guitarra en otras ciudades, con igual éxito. Pero para
una segunda gira, con la finalidad de hacer permanente su participación en la
vida cultural de la Península, los contratos se fueron distanciando uno del otro,
mientras los hijos crecían y creaban nuevas y perentorias necesidades. Su
permanencia en Madrid se hizo insostenible y decidió viajar primero a
Venezuela, para estudiar la posibilidad de radicarse en su país.
En Caracas la prensa informó que había regresado otro Embajador de la
cultura venezolana en el mundo de la música, que prestigiaba al país en todas
las naciones donde se hacía oír su guitarra. Dio varios conciertos en Caracas y
en otras ciudades del interior. Estuvo desde luego en Carora. Fue declarado
Hijo Ilustre de la ciudad por decisión de la Municipalidad. Tocó en el Teatro
Salamanca, donde una vez, siendo un niño no pudo entrar para oír al famoso
guitarrista Mangoré, no tenía dinero para pagar el valor de la entrada. El
auditorio de su pueblo también lo aplaudió y lo rodeó de afecto y solidaridad
humana, que se prolongaría hasta el fin de su vida. Fue a Barrio Nuevo y
144
visitó la casa donde había nacido y tocó para sus familiares y compañeros de
infancia. Un viejo amigo, pasado de tragos, a quien largos años, los mismos
que tenía Rodrigo fuera del Barrio, dedicados a la bohemia y alcohol le
habían desgarrado la vida interior, se le acercó, cuando terminaba de tocar una
composición para guitarra de Juan Sebastián Bach, y le expresó:
-¡Rodrigo, te echaste a perder! ¡Ahora tocas más maluco! ¡Toca ahora
una vainita buena!
Todos rieron la ocurrencia del viejo cantor de la barriada, convertido ya
en una ruina humana. Rodrigo tocó “El Diablo Suelto” y continuó hasta la
hora de la serenata. Antes del amanecer volvió a tocar y cantar en las ventanas
de Barrio Nuevo. Al día siguiente viajó hasta Barquisimeto, para tocar en el
Teatro Juares. Aquí también recibió el aplauso del público y la exaltación de
la crítica. Al finalizar el concierto fue con sus amigos a tocar al “Farol de los
Gauchos”, bar restaurant de comida y cantantes populares. Entre sus amigos
estuvo Amorfiel Martínez, rico comerciante de la ciudad y compañero de
farras de su época de estrella popular en la radio barquisimetana. Al
despedirse, Martínez le dijo:
-Te visitaré en Madrid, para que continuemos celebrando tu
consagración como guitarrista universal y tu indeclinable vocación para hacer
amigos y ganarte el afecto de tu pueblo.
Rodrigo viajó a Caracas a realizar todas las gestiones a su alcance para
encontrar un trabajo estable, que le permitiera traerse su familia y subsistir
mediante el ejercicio de su profesión de concertista de guitarra, pero todo
resultó inútil. Las posibilidades eran mínimas. Las ofertas se reducían a uno
que otro concierto, lo cual hacía imposible ejercer en Venezuela.
Sin otra alternativa regresó a Madrid dispuesto a realizar un nuevo
intento para permanecer en España, pero sus aspiraciones se estrellaron contra
una dura realidad que tenía que enfrentar como artista. Los posibles ingresos
por un determinado número de conciertos que le ofrecían los empresarios de la
cultura musical, resultaban insuficientes para estabilizar su vida familiar. Se
dedica a dar clases de guitarra, pero los ingresos siguen siendo deficitarios con
relación a las necesidades familiares. La salida se le plantea inminente. Relee
una carta que le había enviado Cony Méndez, venezolana residenciada en
145
New York, amiga que hizo de la promoción cultural la actividad fundamental
de su vida. Le había escrito varias cartas para informarle que había conseguido
que diera un concierto en el Jackson Hall, una sala pequeña de New York,
pero de cierta importancia cultural, lo cual podría ser el primer paso para
conquistar el mundo musical, especialmente guitarrístico, de los Estados
Unidos. Y aunque Rodrigo tenía entre sus planes futuros, desde la época de
estudiante del Real Conservatorio, viajar a Norteamérica, no había podido
atender la invitación, no sólo por tener que ocuparse de sus estudios y
compromisos en España, sino también por razones económicas, las cuales hizo
conocer a su amiga.
-Estoy tanto o más interesado que tú por viajar a los Estados Unidos.
Conozco la importancia que ese país le asigna a las bellas artes y en especial a
la música. Estoy convencido de lo que significa la adhesión y el aplauso de un
mundo civilizado, Excúsame que te haya quedado mal por tantos anuncios de
viaje frustrados. Pero me iré muy pronto.
Cony Méndez le envió dos veces el valor del pasaje Madrid-New York,
pero apremiado por la crisis económica que generalmente atravesaba, gastó el
dinero en algunas urgencias del momento. A ese recurso no podía acudir
nuevamente. Sin embargo, Cony Méndez insistió en reiteradas cartas acerca
de lo conveniente para su futuro artístico, su presencia en los Estados Unidos.
Rodrigo vivió momentos muy conflictivos. Cuando tomó la decisión de
viajar a los Estados Unidos no tenía el dinero necesario para comprar el
pasaje, hasta que una noche a la salida de una sala de conciertos, se encontró
con su amigo venezolano, Amorfiel Martínez, a quien conocía desde su
juventud serenatera y bohemia de Barquisimeto. La presencia de Martínez lo
sorprendió, porque no le había anunciado su viaje a Madrid. Guiado por un
aviso en la prensa madrileña en el que se anunciaba que Rodrigo daría un
concierto de guitarra en el Teatro Nacional de Madrid, fue a oírlo a y
saludarlo.
-¿Recuerdas que yo te dije en Barquisimeto que seguiríamos la
parranda en Madrid? –
-Claro que lo recuerdo, pero creí que era parte de tu buen humor.
146
-Pues, aquí me tienes. Oí todo tu concierto y creo que estás consagrado
en España y en el mundo.
-Me falta tocar en los Estados Unidos y constatar la reacción del
público y de la crítica musical de ese país, para concluir que he llegado a la
consagración mundial de concertista de guitarra.
-¿Y cuándo piensas ir a Estados Unidos?.
-He pospuesto el viaje varias veces por razones económicas, no
obstante tener invitación para participar en un primer concierto.
Le informó a su amigo Amorfiel Martínez acerca de la existencia de su
amiga Cony Méndez y de las gestiones que hacía para que se presentara en
New York, y hasta de su colaboración para que viajara y de cómo había tenido
que gastar el dinero que le había enviado para el pasaje.
-No te preocupes, que colaboraré con tu viaje a los Estados Unidos.
Con eso podré sentirme orgulloso de haber contribuido a tu éxito en el
universo.
Esa noche rememoraron sus momentos felices de la época juvenil en
Barquisimeto. Rodrigo le refirió la difícil situación que confrontaba como
concertista de guitarra en una ciudad, por demás importante desde el punto de
vista cultural, como Madrid.
-Gano más que cuando tocaba en Radio Barquisimeto, pero no lo
suficiente para atender con holgura a mi familia. Como decía el maestro Raúl
Borges, la música y la cultura en general no tienen el respaldo que reciben
otras actividades humanas. A veces pienso que Andrés Segovia tampoco
podría vivir en su patria, dependiendo exclusivamente de su guitarra.
-Aquí tienes el dinero para que viajes a los Estados –le dijo cuando se
despedían y le extendió una cantidad superior al valor del pasaje. –Espero que
me pagues cuando llegues a la cúspide de la gloria, con una serenata en
Barquisimeto. Aunque sea una irreverencia, me gustan tanto como un
concierto.
Rodrigo viajó inmediatamente a New York donde ya tenía lugar y fecha
fijados para tocar su primer concierto. En la búsqueda, no ya de un rumbo
147
definitivo sino de un público masivo capaz de comprender lo que hasta ahora
había estado reducido a pequeños grupos afectos a la música y a la cultura. En
la calle Malasaña de Madrid quedó toda la familia esperando el triunfo de
Rodrigo en los Estados Unidos y la transferencia de unos cuantos dólares para
sobrevivir decentemente hasta que se pudiera trasladar a Norteamérica.
A New York llegó con 5 dólares, sin saber inglés y con la dirección,
anotada en un pequeño papel, del guitarrista mexicano Francisco López quien
había estado en la Academia Chigiana de Siena estudiando un postgrado con
el maestro Andrés Segovia, y con quien había establecido excelentes
relaciones amistosas y profesionales. Al finalizar los estudios y días antes de
viajar a los Estados Unidos buscó a Rodrigo y le dijo:
-Aquí tienes mi dirección en New York, llega a mi casa cuando decidas
ir al país de las grandes oportunidades para todos los profesionales con
condiciones para el éxito.
Rodrigo le agradeció el gesto y guardó el papelito con la dirección,
tanto o más tiempo que el que tuvo conservando en el bolsillo de su paltó la
tarjeta de Antonio Lauro para el maestro Raúl Borges.
Cuando tomó taxi en el Aeropuerto de New York le entregó el papelito
con la dirección al taxista y éste lo condujo hasta el frente al edificio donde
vivía su colega y compadre Gustavo López, quien lo recibió fraternalmente.
-Esta es su casa, compadre. Un tequila no nos cae mal. Además hoy no
vamos a ensayar. Yo no tengo concierto que dar esta semana. Y usted,
compadre, lo puede improvisar si se presenta la posibilidad de dar uno en los
próximos días. Aquí también es difícil empezar, aunque uno haya realizado
estudios superiores. Pero quédese tranquilo, New York es una ciudad-nación.
Miles hacen o ven deporte, miles oyen música, miles van al teatro. Aquí hay
para todos. Lo que necesitamos es que nos den un escenario para que nos
conozcan.
Rodrigo oía con atención y pensaba en Carora donde nadie paga por la
música. Los sonidos y los ritmos musicales pertenecen a toda la ciudad. En
cada casa hay un instrumento musical y un músico. Hombres, mujeres y niños
se oyen entre sí y a sí mismo. Por lo que dice mi compadre, New York no es
148
así. Menos mal porque de no ser como él afirma, tendría que lanzar la guitarra
al aire.
-Compadre, le agradezco su hospitalidad. Pienso como usted, en esta
ciudad se puede triunfar y ganar lo suficiente para hacer del guitarrista una
verdadera profesión, de una de las bellas artes y de uno de los instrumentos
menos conocidos en el mundo, como apto para el concierto.
-Si usted tiene oportunidad de subir a un escenario, compadre, frente al
cual esté un público calificado y si hay críticos de música, mejor, usted
triunfará en esta ciudad y en todas las ciudades importantes de los Estados
Unidos.
Estimulado por su compadre y seguro de sí mismo sonrió complacido,
agradado por lo que consideraba un exceso de fraternidad humana.
-Muchas gracias, compadre, por lo que piensa de mí. Vamos a empezar
mañana visitando a Cony Méndez, una amiga venezolana, altruista como
usted, que ha gestionado con los administradores del Jackson Hall para que dé
allí mi primer concierto.
-Éxito seguro, compadre. Déme la dirección que yo lo acompaño
mañana hasta la casa de esa señora, a quien me gustaría conocer por su afición
a la música y por el gesto para con usted.
La conversación fue pasando de un tema a otro por el interés que tenía
Rodrigo de conocer la ciudad de New York y las características culturales de
su población y de los Estados Unidos en general. La noche también avanzaba.
López se levantó de la silla del comedor y le dijo:
-Compadre, vamos a dormir, descanse un poco –lo condujo a una
pequeña habitación y comenzó a disfrutar de un increíble silencio en la ciudad
capital del mundo.
Al día siguiente Gustavo López le mostró una pequeña parte de la
ciudad y lo llevó a la casa de Cony Méndez.
-¡Por fin en New York! –le expresó su amiga y se abrazaron
fraternalmente.
-Este es mi compadre y amigo, también guitarrista, Gustavo López.
149
-Mucho gusto. Por favor siéntense.
Recibí tus cartas y tus mensajes, pero se me hacía muy difícil viajar
teniendo una ya numerosa familia en España. Nunca olvidaré tu gran
generosidad –le expresó Rodrigo altamente agradecido.
-Olvídalo todo. Lo importante es que ya estás en New York y
comienzas a dar tus primeros pasos para conquistar el corazón artístico de esta
gran ciudad. Espero que le llegues más al corazón que a la conciencia de su
población y de toda la norteamericana. El próximo sábado tocas en el Jackson
Hall.
Rodrigo le volvió a dar las gracias y departieron un largo rato en su
residencia. Cony Méndez sirvió café venezolano que le llevaban sus amigos
que viajaban con frecuencia a New York. Se despidieron porque López quería
mostrarle otra parte de la ciudad a Rodrigo y con la excusa de que iría a
ensayar las composiciones musicales que tocaría en el concierto. Después de
un buen recorrido por las principales avenidas, regresaron al apartamento.
Ambos ensayaron por varias horas y recordaron su época de la Academia
Chigiana de Siena.
El sábado se presentó Rodrigo en el Jackson Hall. Tocó composiciones
de músicos españoles y latinoamericanos. El éxito fue total. A la salida del
concierto se le acercaron varias personas para que les firmara un autógrafo. Al
regresar al apartamento, Rodrigo tenía en su poder 150 dólares. Le envió 100
dólares a su familia a Madrid, colaboró con el mercado de la semana de su
compadre y al otro día le planteó:
-Necesito tocar un nuevo concierto, pero como no sé inglés no puedo ir
a ninguna parte a investigar qué posibilidades existen. En una ciudad tan
grande como ésta, le agradezco, compadre, me haga alguna gestión.
-Compadre, esto no es fácil en lo inmediato para alguien todavía
desconocido. Aquí hay oportunidad para todo, pero hay que esperar, tener
paciencia y ser muy insistente. Yo comprendo su situación familiar y la
barrera del idioma. Como su traductor lo voy a gestionar, por mi experiencia
sé que no será posible en pocos días.
150
Gustavo López estaba dedicado a la docencia y tenía numerosos niños y
jóvenes norteamericanos como alumnos, lo cual le permitía subsistir
decentemente. Rodrigo no tenía programado ser profesor de guitarra cuando
todavía ni siquiera hablaba inglés. Cony Méndez también se movilizó entre
sus amistades para conseguirle otro concierto, pero la mejor temporada
musical estaba pasando. Los días sin producir algunos dólares también
pasaban y aumentaba su preocupación por no tener algo sustancial que
enviarle a su familia. Entre el apartamento de López y la casa de Cony
Méndez transcurrían los días. Al mes no había más alternativa que dar clases
de guitarra a alguno de los numerosos alumnos de su compadre. Se presentó
un nuevo aspirante a estudiar guitarra y López se lo asignó, con la excusa de
los muchos alumnos que debía atender y la confianza en la calidad
profesional del nuevo docente.
Rodrigo debutó como profesor de guitarra en New York a través del
idioma que hablaba su guitarra y cobrando 3 dólares por hora-clase. Descubrió
en la práctica que la música es un idioma universal, a través del cual se pueden
comunicar los seres humanos de los más distintos países y de diferentes
lenguas. El tocaba una nota musical, un sonido determinado, un ritmo y el
alumno debía repetirlo en su guitarra. Cuando el alumno se equivocaba le
quitaba la guitarra, repetía la lección y le regresaba el instrumento. El proceso
se repetía hasta que el alumno aprendía a tocar correctamente. Su número de
alumnos aumentó muy rápidamente, muchos manifestaban sus deseos de
estudiar con el profesor chueco y “mudo”, porque aprendían en pocas horas. A
los 6 meses tenía resuelto el problema económico, suficiente para cubrir sus
gastos personales y enviarle una parte de sus ingresos a su familia, pero
insuficientes para trasladar toda su numerosa prole de Madrid a New York.
Continuó trabajando para tratar de hacer algunos ahorros y mandar a buscar su
familia, pero el presupuesto a la hora de los cálculos, seguía siendo deficitario.
Un buen día tomó la de decisión de mudarse al otro extremo de la ciudad y se
lo comunicó a su anfitrión.
-¿Por qué compadre? –le planteó Gustavo López.
-Porque quiero aprender inglés y mientras permanezca en su casa, que
es como la mía, colmado de atenciones por ustedes, no lo aprenderé, porque
151
con los alumnos me comunico a través de los sonidos de la guitarra y con
usted y la comadre a través del castellano y del italiano.
Gustavo López comprendió las razones de Rodrigo y le reiteró el
respaldo que le venía dando.
-Entiendo, compadre. Espero que continuemos en contacto y vuelva
cuando lo considere conveniente.
Rodrigo se residenció al oeste de la ciudad de New York, en la calle
Broadway. Publica un aviso en el New York Time, en el que ofrece sus
servicios como profesor de guitarra clásica y establece los contactos
requeridos para dar un concierto en el Tow Hall. Inicia los preparativos para
conformar un programa de música latinoamericana y europea para su debut en
tan importante sala de conciertos. Toma un curso de inglés por
correspondencia, compra un televisor y una radio para ver y oír diversos
programas en inglés. Entre los alumnos que le mandó su compadre Gustavo
López y los que atendieron el llamado del aviso en la prensa neoyorkina, logró
constituir un curso numeroso y estable.
Lo primero que aprendió en el curso de inglés fue la terminología
referida a la música y en especial a la guitarra, su más urgente necesidad de
comunicación tanto con sus alumnos como con el ejercicio de su profesión de
guitarrista. Para desvincularse por algún tiempo del idioma español clausuró el
canal 47 de la TV que transmitía en aquel idioma.
Paralelo a la docencia realiza una intensa actividad para publicitar su
próxima presentación en New York. En abril de 1968 se convirtió en el
segundo venezolano concertista de guitarra que tocaría en el Tow Hall, con el
mayor de los éxitos esperados. La crítica especializada destacó sus valores
artísticos y desde ese momento se abrieron las posibilidades de tocar en los
más importantes centros culturales de los Estados Unidos.
El “New York Time” reseñó:
“Un extraordinario concertista de la guitarra clásica debutó anoche en el
Tow Hall de esta ciudad. El dominio de la técnica de tan difícil instrumento y
la originalidad en la creación del artista venezolano, hicieron que el público lo
interrumpiera varias veces con calurosos aplausos. Por la reacción del público
152
culto de New York que asistió al concierto, podemos decir que estamos frente
a un guitarrista capaz de obtener los mayores triunfos posibles en nuestra
ciudad y en nuestro país”.
Rodrigo vivió uno de los mejores momentos de su carrera artística. Se
sintió aplaudido y aclamado en la capital del mundo. Justificó la existencia de
Chío Zubillaga y Ché Herrera en su vida. Le hubiera gustado tenerlos al frente
y dedicarles el concierto. Los vio muy cerca y conversó con ellos. Don Chío,
yo siempre tuve confianza en mí, me sentía guiado por sus consejos y los de
don Ché Herrera, por su fuerza espiritual, por su impulso vital frente a la
adversidad. Detrás de Chío Zubillaga vio y leyó un letrero escrito en la pared
de su “Cuarto-biblioteca”, que decía:
El hombre superior se desarrolla elevándose,
el hombre inferior se desarrolla hundiéndose.
Confucio
A Ché Herrera lo vio entrar al “Cuarto-biblioteca” de Chío Zubillaga
con una página de El Diario en sus manos, para preguntarle si sería cierto que
habían encontrado los restos de Simón Rodríguez, el maestro del Libertador
Simón Bolívar.
-No, mí querido poeta. Si fueran los restos de cualquier ignorante y
bárbaro, investido de poder por la violencia, hubieran aparecido. No publique
esa noticia, porque es falsa.
Rodrigo vio detrás de Ché Herrera otro letrero escrito en la pared, que
decía:
Modelar una estatua y darle vida
es hermoso, modelar una inteligencia
153
y brindarle la verdad es más hermoso aún.
Víctor Hugo
La imagen de estos dos hombres interviniendo la rutina social de una
pequeña ciudad, con la palabra en un periódico, en una carta, en una pared o
vociferada con energía para que el viento no la desvíe de los oídos de la
juventud, se hacía presente con alguna frecuencia en su vida. Los aplausos lo
volvían a la realidad circundante.
Rodrigo contrató un manager que cobraba el 30% de los ingresos de
cada recital y comenzó a recorrer el país. En los primeros meses de su
recorrido por las principales de concierto en los Estados Unidos, Carol Warel,
bella discípula y amiga suya, le sirvió como tal. Los unía la música, la
amistad, el deseo de triunfar y su admiración por el maestro. Juntos
recorrieron gran parte de la geografía norteamericana. Rodrigo perfeccionaba
el inglés hablando con Carol de las virtudes espirituales de la música y de
otras bellas artes, que convertían la vida en la tierra muy cerca del paraíso.
Carol perfeccionaba sus conocimientos de música oyendo a Rodrigo ensayar y
tocar en diferentes salas de concierto de las principales ciudades que visitaban.
El arte y una concepción única de la vida los identificaba y les abría el camino
hacia el éxito, pero expresas disposiciones de la Ley del Trabajo, que en ese
país se cumplen en un altísimo porcentaje, cortó la relación contractual,
aunque permanecería por mucho tiempo la identidad artística y espiritual, y
para toda la vida el recuerdo de una amistad imperecedera. Carol era
estudiante de música y amiga de Rodrigo, no un manager calificado, con
permiso para realizar ese trabajo profesional. En cumplimiento de lo dispuesto
en la Ley del Trabajo, nombró un manager, cuando regresó a New York y las
autoridades laborales le hicieron la observación. Carol le había acompañado
las dos veces que tocó en el Tow Hall, en el Central Park, donde tocó para el
Robert Joffry Ballet y a diferentes colegios de New York. Luego a
Washington donde dio un recital en el Hall de las Américas. El recorrido
comprendió posteriormente a Boston, Chicago, Pensilvania y otras ciudades
154
importantes de los Estados Unidos, con reconocido éxito para Rodrigo como
concertista y para Carol como estudiante de guitarra.
Al regresar a New York de su gira triunfante por los Estados Unidos se
encontró en esta ciudad con Alirio, quien realizaba uno de sus periódicos
viajes como concertista a ese país. Ya habían alcanzado un renombre
universal. Triunfar en Europa y en los Estados Unidos en cierto modo los
consagraba entre los primeros concertistas del mundo occidental, y no
quedaba duda de que eran los más grandes de Venezuela, que recorrían las
principales salas de concierto de las principales ciudades del globo. Las
dificultades que posiblemente todo profesional de las bellas artes ha
experimentado, las tuvieron al comienzo de la carrera, para poder encontrar un
contrato que les permitiera subir a un escenario y ser oídos por un público
calificado. Juntos visitaron la Sociedad de Guitarra Clásica de New York,
donde fueron invitados a tocar juntos. Lo hicieron con el virtuosismo que ya
habían adquirido y fueron objeto de toda clase de homenajes y
reconocimientos.
Al día siguiente Rodrigo participó en un espectáculo excepcional de
guitarra. La Sociedad de Guitarra Clásica invitó a varios estudiantes y
profesionales de la guitarra, para que tocaran lo que estudiaban o sabían y
luego lo oyeran a él improvisar todo lo que habían tocado. Tocaron
composiciones de Mozart, Haendel y Bach.
Rodrigo subió al estrado y sin leer partitura alguna, provocó la
conmoción del público al tocar todo lo que había oído. Para los especialistas,
incluso para el propio Alirio que lo estaba escuchando, resultaba insólito que
alguien pudiera hacer magia con la guitarra.
-Eres un genio de la guitarra –le expresó Alirio, quien ya había
alcanzado la plenitud de su carrera, como gesto y reconocimiento sincero,
fraterno para su paisano y colega profesional.
-Esta “especialidad” la aprendí oyendo música en el cine Salamanca de
Carora, cuando todavía vivía don Ché Herrera. Yo salía del cine y me iba a su
casa a tocar y enseñársela a Manuel Herrera, en la guitarra de su hermana
Josefina.
155
Carora, Barrio Nuevo y La Candelaria proyectados por sus hijos más
ilustres, juntos en New York. Chío Zubillaga y Ché Herrera nuevamente
presentes en la memoria de dos de sus más grandes discípulos. Cuando Alirio
vio y oyó tocar a Rodrigo, improvisando todo lo que habían tocado varios
estudiantes y profesores de la guitarra, sobre composiciones tan complejas, le
pareció que acababa de conocerlo, que Rodrigo había nacido y estudiado en
New York, que había disfrutado los privilegios del niño genial descubierto por
su maestro en el pre-escolar y que lo habían modelado en las mejores escuelas
de música para niños excepcionales.
Los aplausos continuaban y Rodrigo pensó que eran también para Chío
Zubillaga y Ché Herrera. Le hubiera gustado ver al lado de éstos, a Juancho
Querales. Pensó que algún día, un empresario caroreño construiría un teatro
como el Tow Hall y en él tocaría junto con Alirio.
La Sociedad de Guitarra Clásica de New York le abrió las puertas a los
dos caroreños, pero especialmente a Rodrigo, quien estaba residenciado en esa
ciudad. A través de esta institución sin fines de lucro logró todos los permisos
legales para permanecer en los Estados Unidos, hasta que consiguió que lo
admitieran como residente.
Cuando adquiere conciencia que ha alcanzado los más altos niveles de
la profesión de guitarrista de concierto, cuando ha incursionado en el campo
de la composición para guitarra, y ya algunos de sus alumnos comienzan a
destacarse como concertistas, empieza a pensar, no en llevarse la familia para
New York, sino en regresar y residenciarse con ella en Venezuela. En New
York estrenó el “Preludio Criollo”, una de sus primeras y exitosas
composiciones para guitarra, inspirada en Vale Cayayo, el personaje popular
de Barrio Nuevo, cuyo cuatro, tocaba con gran maestría, alegró su infancia,
despertó su curiosidad por la música, por los ritmos que salían
armoniosamente del pequeño instrumento musical, que acompañó hasta la
muerte a tan singular personaje. En New York compuso “Monotonía” y el
Preludio “El Orix”, que formarán parte con centenares de composiciones
suyas posteriores, del Repertorio Internacional de la Guitarra Clásica. En esta
ciudad consolida su vocación vital de compositor, intérprete, docente y
estudioso de la guitarra. Cuando comienza a producir intelectualmente,
156
cuando percibe que su profesión se proyecta con algún beneficio pedagógico
para la sociedad y la cultura del ser humano, revive en su mente el arraigo a la
tierra de su nacimiento, infancia y juventud. Ahora puede regresar no a pedir
una beca o una ayuda para continuar sus estudios. Se siente en capacidad de
darle a Venezuela, a los venezolanos con vocación musical, todo un cúmulo
de conocimientos adquiridos en las mejores escuelas de música para guitarra
en el mundo, enfrentando todas las dificultades que significó imponer en las
élites de la cultura mundial, el valor clásico de ese instrumento. Su vida
estaba ligada al triunfo de la guitarra, pero también al alma de su país.
Todo lo que hará desde este momento estará relacionado, condicionado
con su regreso a Venezuela, a Carora, a Barrio Nuevo. Soñaba con fundar una
cátedra de guitarra e incluso una escuela de música, desde la cual impartir sus
conocimientos a todos los venezolanos que tocaran su puerta, porque había
comprobado que todo el que revela interés por la música, puede aprenderla.
En New York, pensaba, he aprendido a convivir con la gente, como en
la capital del mundo. Conocí el verdadero hombre americano, distinto al
explorador y explotador de los campos petroleros que conocí, cuando era
guitarrista oficial de Radio Ondas del Lago y algunos maracuchos me
invitaban a dar serenatas en Cabimas y Lagunilla. Conocí al hombre que hace
cola tres meses y hasta duerme en una acera para poder comprar una entrada
para el teatro, donde se escenifica una ópera como “La Bohemia”. Una ciudad
llena de museos, librerías y una población de múltiples nacionalidades con las
que uno tropieza en las calles. Una ciudad que alberga, por un lado, las más
grandes manifestaciones del humanismo posible, y por otro, una pérdida
infinita de afecto. Viví ocho años en un apartamento y el señor que vivía al
lado jamás me saludó. Yo tampoco. Cuando sentí que yo corría el riesgo de
deshumanizarme, apresuré el regreso definitivo. “La Vuelta a la Patria”como
un llamado a la conciencia y el amor a la tierra que nos vio nacer, después de
dejarla por muchos años, tal como lo sintió y escribió Pérez Bonalde, más la
necesidad de encontrarme con mi familia, abandonada en el viejo continente,
me compelieron a cumplir con una responsabilidad de compartir
definitivamente con Julia y mis hijos mi vida de artista, marido y padre.
También cumplía con mis maestros Chío Zubillaga y Ché Herrera tratando de
ayudar a centenares de jóvenes, que por falta de una escuela de música se
157
perdían y aún se pierden en la improvisación y la bohemia. Todo esto junto,
mi país, mi familia y la juventud venezolana requerida de un magisterio de la
guitarra fueron factores determinantes para mi regreso, cuando muchos años
fuera de nuestras fronteras en una nación altamente desarrollada desde todo
punto de vista científico y tecnológico, y en particular guitarrístico, te crean un
nuevo arraigo humano. Me despedí de una gran ciudad y de su gente, con la
entereza de un venezolano que aprendió a amar a su tierra en el dolor de la
infancia, en la aventura de la juventud y en el más alto nivel de su espíritu de
superación. Me desprendí de todo sin olvidar su hospitalidad cultural, sobre
todo a Carol Warel y mis alumnos que llenaron de ternura mi esencia de
maestro e hicieron posible mis sueños de un romántico caroreño que intentó
conquistar el mundo del arte de la guitarra.
158
DIFUSIÓN DE LA MÚSICA VENEZOLANA
ALIRIO Y RODIRIGO agregaron al contexto socio cultural en el que vivieron
la infancia y la juventud, la intuición musical, los estudios superiores que
realizaron en Venezuela, España e Italia y el contacto con los grandes
maestros y artistas del mundo, para comprender el valor de la música
venezolana. Lo que antes estaba sembrado en el corazón de dos niños, de dos
jóvenes caroreños, se desarrolló y consolidó en la conciencia de dos grandes
guitarristas universales. Lo primero que hicieron fue seleccionar un amplio
repertorio para difundir en diferentes partes del globo, las más importantes
melodías compuestas y tocadas por músicos venezolanos.
El diálogo entre ambos se hizo más consistente, para explicarse el
mundo que les había tocado vivir.
-El proceso que ambos vivimos o experimentamos para establecer la
relación entre los valores de la música venezolana y lo que estudiamos, fue
más o menos rápido, porque al llegar a Europa nos encontramos con un
ambiente favorable, para la difusión de la música latinoamericana –le comentó
Alirio en uno de sus encuentros en Carora.
-De acuerdo –respondió Rodrigo. –Después de la Segunda Guerra
Mundial, los europeos, tal vez como una manera de repudiar la violencia,
abrieron los oídos, el corazón y la conciencia a las bellas artes. Se restauraron
los museos, las iglesias, todos los edificios históricos y artísticos que habían
sido destruidos parcial o totalmente por los bombardeos. Se crearon los
ministerios de la cultura y en general se hizo más venerable el pasado
espiritual de la humanidad.
159
-La visita de artistas y conjuntos musicales latinoamericanos,
especialmente folklóricos y populares se hizo frecuente y tuvo una
extraordinaria acogida entre un público deseoso de abrazar la belleza –expresó
Alirio.
Hacían alusión a un momento inmediatamente anterior a la llegada de
ellos a Europa y en algunos casos, a hechos artísticos que ellos pudieron ver y
disfrutar en el viejo continente.
-El Ballet Argentino y el Ballet Mexicano que expresaban en lo
esencial los ritmos característicos de la danza fundamental de esos países,
crearon en el mundo artístico europeo una gran preocupación por el arte
latinoamericano –afirmó Rodrigo, quien había acompañado con su guitarra al
Ballet Argentino. –Y en cuanto a la guitarra, el gran virtuoso Mangoré estuvo
de gira durante dos oportunidades por toda Europa, dejando una excepcional
impresión en el público más exigente del momento y en los especialistas de la
crítica musical.
El éxito de Alirio y de Rodrigo se debió también a que cuando
comenzaron a tocar música venezolana, técnicamente bien compuesta para
guitarra, por lo inesperado para muchos, produjeron un impacto
impresionante. La originalidad de la música compuesta por maestros como
Antonio Lauro y Evencio Castellanos conmovió al público europeo. A estos se
agregaron las primeras transcripciones, arreglos, que hizo Alirio de la música
de Vicente Emilio Sojo.
Otro encuentro y otro diálogo entre Rodrigo y Alirio se produjeron en
París, cuando coincidieron en esa ciudad después de una gira por varias
capitales europeas, dando recitales en las principales salas de concierto.
-Tenemos una oferta para grabar un disco de música venezolana –le
comunicó Alirio. Hay una empresa francesa interesada en difundir música
venezolana.
-Magnífico –le respondió Rodrigo. Vamos a grabar algunas
armonizaciones tuyas y algunas composiciones mías.
-Yo tengo preparadas, ensayadas, algunas armonizaciones de
compositores venezolanos le informó Alirio.
160
-Y yo tengo varias composiciones inspiradas en personajes populares
caroreños, algunos de los cuales tú conoces.
Después de grabar arreglos y composiciones de cada uno, ante la
sorpresa de empresarios y especialistas en crítica musical, grabaron también
composiciones de los maestros venezolanos Antonio Lauro, Raúl Borges,
Evencio Castellanos y Vicente Emilio Sojo.
Rodrigo ya se sentía inclinado por la composición musical para
guitarra, si no como su actividad fundamental y la más trascendente en su vida
y en la historia de la música venezolana en su especialidad, sí como uno de sus
quehaceres artísticos de mayor proyección universal.
Alirio se dedicará por algún tiempo a la investigación de la música y de
algunos músicos venezolanos. Desde muy joven manifestó sus inclinaciones
por la investigación, que comenzó con una crónica acerca del origen,
fundación y evolución de su aldea natal, La Candelaria. Toda esa inquietud
había quedado relegada a un segundo lugar, para dedicarse al estudio de la
guitarra. Consagrado como guitarrista universal, estimulado por el
conocimiento y el dominio que había adquirido de arte musical, aprovechando
sus periódicos viajes a Venezuela, se internó en archivos y bibliotecas tras el
pasado creador de algunos músicos venezolanos general e injustamente
olvidados.
Después de oír y tocar infinidad de veces el vals venezolano titulado
“El Diablo Suelto”, hizo un arreglo para guitarra, lo cual le permitió
divulgarlo por todo el mundo, con la inmensa satisfacción de percibir la
receptividad de críticos y aficionados en todas las salas de concierto donde lo
pudo ejecutar. La autoría de “El Diablo Suelto” se le atribuía a varios músicos
venezolanos e incluso se llegó a afirmar que era originario de Curazao, una
isla, del Mar Caribe, cercana a Venezuela.
-Fue oyendo –expresa Alirio- una grabación de la pieza, interpretada al
piano con un arte magistral por Evencio Castellanos, como concebimos la idea
y el interés en hacer una búsqueda histórica en cuanto a su origen, y sobre
todo acerca de su verdadero autor y del resto de su obra artística. La
investigación fue estimulada al escucharle nuevamente al Maestro Castellanos
otra bella composición del autor zuliano –se refiere a Heraclio Fernández- el
161
valse “Ecos del Corazón”, lo que nos llevó a observar de inmediato no sólo la
singular personalidad de un compositor, a quien se le recordaba apenas como
un probable autor del primero de esos valses, sino que nos llamó la atención el
marcado contraste que hay entre ellos, tanto por características de expresión,
como por una propia inspiración nacional.
La investigación lo condujo a determinar con absoluta precisión que el
autor del Vals es Heraclio Fernández y que fue publicado en un periódico
semanario del mismo nombre: El Diablo Suelto, el 19 de marzo de 1878, un
vals para piano, como homenaje a las lectoras y dedicado a los redactores del
semanario.
Requerido por Rodrigo, acerca de las características de expresión del
mencionado vals, Alirio afirma:
-Aunque no son desdeñables algunos arreglos hechos posteriormente
por diversos conjuntos populares –estudiantinas, bandas militares, orquestas
de baile, y añado también mi propio arreglo para guitarra sola- sin embargo,
hay algunos detalles en la versión primitiva de “El Diablo Suelto” que
consideramos artísticamente válidos y muy originales. Por ejemplo, mientras
en las inscripciones populares las dos primeras partes van precedidas de una
anacruza de cinco corcheas, en su versión el autor siempre la omite.
Rodrigo abandona New York, no sin algunas desgarraduras espirituales.
Tenía un numeroso grupo de alumnos y ex-alumnos que lo consideraban su
gran maestro y lo trataban con especial deferencia. Y si a eso agregamos el
reconocimiento que la élite cultural de la ciudad le dispensaba, la despedida
era definitiva porque lo llamaba su conciencia nacional para servir a sus
compatriotas, pero no podía ser sencilla e indiferente. Sus amigos, sus
alumnos y ex –alumnos decidieron brindarle un concierto de despedida, para
demostrarle lo mucho que habían aprendido de su magisterio y de su ejemplo
como guitarrista. Todos tocaron lo mejor de lo que habían aprendido en su
cátedra de guitarra. Carol tocó “El Preludio Criollo”, que por estar inspirado
en un personaje popular de Barrio Nuevo, fue lo que más lo conmovió. La
abrazó y se despidió, dispuesto a trasladar su cátedra a Carora o Barquisimeto.
Fue en esta última ciudad donde se residenció y asumió la cátedra de guitarra
en la Universidad Centrooccidental “Lisandro Alvarado” (UCLA), sin
162
contrato previo, con la firme voluntad de triunfar en lo que podría ser su
última aventura, después de haber consolidado una altísima jerarquía en el
mundo de la guitarra. Tal vez porque nunca se desarraigó de su tierra, de las
costumbres, de la forma de vida y de la relación con su propia gente, Rodrigo
relegó a un segundo plano su profesión de concertista universal de la guitarra,
para dedicarse a la docencia y a la composición, profesiones que podía ejercer
en una ciudad como Barquisimeto. Para seguir siendo en lo fundamental
concertista de guitarra, tendría que seguir viviendo en los Estados Unidos o
residenciarse en Europa. Así que el cambio de residencia estuvo condicionado
al cambio de actividad, aunque Rodrigo nunca dejó de ser músico.
Cuando llegó a Caracas visitó la Escuela Superior de Música “José
Ángel Lamas”, con la finalidad de saludar a sus antiguos profesores y conocer
la situación general en que se encontraba la primera gran escuela que había
tenido en su vida. El Director, todavía Vicente Emilio Sojo, lo recibió con
especial deferencia y le manifestó:
-Nos gustaría que se incorporara al cuerpo docente de la Escuela, como
profesor de guitarra. Ya algunos de nosotros tenemos que ir pensando en el
retiro. Usted puede ser uno de nuestros sucesores-
-Muchas gracias, maestro. A mi regreso de Carora le doy mi respuesta.
Voy a visitar a mi familia y quiero descansar algunos días.
Rodrigo no quiso rechazar la oferta, por el aprecio que le tenía al
maestro Sojo y por la valoración que hacía de su escuela, pero estaba decidido
a explorar la posibilidad de quedarse en Barquisimeto, descartada Carora, su
ciudad natal, por las restricciones musicales existentes para el momento. Al
llegar a Barquisimeto estableció contacto con el Profesor Daniel Andueza,
Director de Cultura de la Universidad Centrooccidental “Lisandro Alvarado”,
quien al conocer su propósito de residenciarse en Barquisimeto, le manifestó:
-Creo que sería extraordinario para la Universidad y para la ciudad, que
ingreses como profesor de la misma. Tendrías que fundar una cátedra de
guitarra, que no existe.
-Tengo elaborado un programa completo para fundar una escuela de
guitarra, aunque podemos empezar por una cátedra.
163
-De acuerdo, Rodrigo, pero antes de plantearle a las autoridades la
conveniencia y la importancia que tiene para la Universidad la creación de una
cátedra de guitarra, creo que debes dar un concierto, porque estoy seguro que
un hombre culto, como el Rector Argimiro Bracamonte percibiría de
inmediato la trascendencia cultural que tiene tu proyecto.
El Director de Cultura lo contrató para que diera un concierto en el
Auditorio “Ambrosio Oropeza”. Rodrigo tocó el “Preludio Criollo” y otras
composiciones suyas y de otros compositores venezolanos y extranjeros. Al
finalizar el público lo aclamó de pie. El Rector Bracamonte también se
levantó, lo felicitó y le manifestó que estudiaría la posibilidad de abrir un
curso de guitarra, para que lo dictara en la Universidad. Lo citó para el día
siguiente a su Despacho.
Rodrigo llegó a la hora convenida y le presentó un programa más o
menos elemental, pero que comprendía los aspectos básicos de un curso de
guitarra, ajustado a las normas técnicas, clásicas.
El Rector Bracamonte lo leyó detenidamente, sabía leer música y
comprendía los valores de un programa.
-Totalmente de acuerdo, maestro. Póngase en contacto con el Director
de Cultura, para que empiece cuanto antes.
Daniel Andueza se encargó de crear todas las condiciones materiales de
oficina, aula e inscripciones, las cuales se extendieron hasta músicos
informales a quienes Rodrigo consideraba aptos para un aprendizaje técnico.
A estos últimos comenzó por enseñarles a resolver problemas de digitación y a
conocer las escalas daltónicas. La mayoría de los estudiantes fueron
bachilleres con conocimiento o manifiesta vocación musical. El primer curso
constituyó un éxito total y el Consejo Universitario a proposición del Rector,
nombró a Rodrigo docente de la Universidad.
Alirio continuó en la investigación. Trata de indagar acerca de los
valores musicales del joropo “Marisela”, del compositor y pianista Sebastián
Díaz Peña, del contexto histórico cultural en el que se crea y se publica, y de
la estructura de la obra. Para intercambiar opiniones visita a Rodrigo y le
plantea:
164
-¿Recuerdas que en París elaboramos juntos una transcripción para dos
guitarras del joropo “Marisela” y lo grabamos con otras composiciones de
músicos venezolanos?
-Sí, contestó Rodrigo. –Y recuerdo también la emoción expresada por
un público fundamentalmente francés.
-Actualmente yo preparo una versión de “Marisela” para una sola
guitarra.
-¿A qué se debe tu interés para preparar una versión de esa naturaleza?
-Pienso que siendo semejantes ciertas sonoridades del arpa y la guitarra,
a muchos efectos instrumentales de la obra podríamos sacarle buen partido,
dentro de los recursos guitarrísticos.
El joropo de Sebastián Díaz Peña era considerado como una obra,
producto de lo que podríamos denominar la primera etapa del nacionalismo
musical venezolano. Producida en 1877, su autor se la dedica al Presidente de
la República, General Francisco Linárez Alcántara, quien gobernaba en un
ambiente de evidente respaldo a la cultura, propiciado por la personalidad de
Antonio Guzmán Blanco, quien cuando ejerció la Primera Magistratura
impulsó la educación gratuita y estimuló todo un movimiento cultural. Desde
una posición influyente durante varios años, desde 1870 hasta 1890 ejecutó
programas excepcionales, tanto en lo material como en lo espiritual y
especialmente cultural.
-Yo he sido nombrado profesor de guitarra de la Universidad
Centrooccidental “Lisandro Alvarado”. Aspiro fundar una escuela de guitarra,
para facilitarle a la juventud su acceso a los estudios académicos, algo que
nosotros no tuvimos en Barrio Nuevo ni en La Candelaria.
-Te felicito. Barquisimeto ha sido durante muchos años una ciudad
musical, debido a la imaginación y al oído de su gente. Si a toda la
espontaneidad que ha existido, para que muchos jóvenes se empeñen
empíricamente en aprender música, lo reforzamos con la técnica y los estudios
sistemáticos, tú puedes cumplir en el campo de la guitarra, una labor al nivel
de la Escuela Superior de Música de Caracas, del Real Conservatorio de
Madrid e incluso de la Academia Musical Chigiana de Siena.
165
-Tal vez no tanto, se requiere además de la tradición musical, que la
tenemos, un equipo de profesores calificados que no lo tenemos todavía, y una
política cultural por parte del Estado, que tampoco la podemos ver por
ninguna parte, para alcanzar los niveles de una escuela superior de música y ni
siquiera reducida exclusivamente a la guitarra.
Alirio comprendió las razones que exponía Rodrigo, basado en una
experiencia mutua, después de recorrer las principales escuelas de música y en
particular de guitarra del mundo. Recordó la adecuación de los edificios del
Real Conservatorio de Madrid y de la Academia Musical Chigiana de Siena,
para estudiar música, y se limitó a comentar:
-Pero puedes sentar las bases para el futuro. Todo tiene un comienzo.
Recuerda lo que nos contaba el maestro Raúl Borges con relación al poco
apoyo que recibía la cultura en general y la guitarra en particular, cuando
nosotros ingresamos a la Escuela Superior de Música.
El diálogo llegaba al final y Rodrigo invitó a Alirio a que participara en
una clase de guitarra cuando regresara de su próximo viaje a Europa.
166
EN LA CASA Y MUSEO DE CHÍO ZUBILLAGA
ALIRIO viajó Europa para cumplir con los contratos que periódicamente
firmaba como concertista de guitarra. Vivir como profesional de la guitarra le
era y todavía le es imposible en Venezuela. La investigación que realizaba
sobre la historia de la música en su país tenía que ser interrumpida, para
ejercer su profesión en las principales ciudades del viejo continente. Cuando el
invierno obligaba a cerrar algunas salas de concierto y el frío se apoderaba de
las calles de las ciudades, Alirio viajaba hacia el sur con la mayoría de la
población que podía buscar un refugio en las playas del Mediterráneo. Pero
continuaba su descenso hasta Venezuela. De allí que los encuentros con
Rodrigo tenían esa frecuencia.
La cátedra de guitarra fundada por Rodrigo en la Universidad
Centrooccidental “Lisandro Alvarado” atrajo, desde el primer curso, a decenas
de jóvenes que no sólo buscaban perfeccionar sus conocimientos, sino
también seguir el camino de su creador hacia la conquista de un mundo
especializado del concierto y hasta de la composición. Algunos aficionados
que se inscribieron en el curso, manifestaron desde un principio que les
gustaría ser guitarrista, pero se consideraban absolutamente sordos.
-Eso no es cierto. Cuando usted conozca el lenguaje musical y trabaje
con disciplina y constancia, comprobará que su apreciación es absolutamente
falsa –les expresó Rodrigo, dando comienzo a una técnica de la enseñanza
basada en el estímulo y la confianza del alumno, que él mismo había
constatado en sus primeros ochos años de docencia en New York.
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La mayoría de los inscritos avanzó en sus estudios y llegaron a egresar
con notas sobresalientes y con dominio substancial de la guitarra, preparados
para ejercer como verdaderos profesionales del concierto o realizar estudios de
postgrados en las mejores escuelas de música de Venezuela y del mundo.
Algunos de ellos se dedicaron a la docencia en liceos y otras instituciones
educativas y de la cultura en Barquisimeto, Estado Lara y otras ciudades
venezolanas. Los estudios de guitarra se extendieron no sólo por la región
centro occidental de Venezuela, sino por todo el país, apuntalados por la
cátedra fundada por Rodrigo y por algunas escuelas de música que
incorporaron esos estudios.
Después de varios meses en Europa, Alirio regresa a Venezuela. No
puede residenciarse definitivamente en el país, pero pasa cuatro o cinco meses,
de cada año, entre los suyos. Siempre tuvo el sueño de quedarse en Venezuela
y ejercer su profesión. Lo animaba el arraigo a la tierra: La infancia y
adolescencia en La Candelaria; la juventud en Carora, Trujillo y Caracas; el
crepúsculo del atardecer caroreño y las serenatas al amanecer frente una
ventana, muy cerca del corazón de las vírgenes de Muñoz, el villorrio de las
muchachas bellas que le recuerdan sus correrías por La Otra Banda, zona rural
donde despertó al sonido y al amor, lo tentaron siempre al retorno definitivo.
Logró un contrato con el Consejo Nacional de la Cultura (CONAC), durante
el gobierno del Presidente Luis Herrera Campins, para tocar 6 meses todos los
años en diferentes ciudades del país, lo cual le permitió actuar los otros 6
meses en Europa. Después del segundo año el contrato no le fue renovado y
tuvo que permanecer más tiempo fuera del país, aunque sin dejar de visitar a
Venezuela, sobre todo en época de invierno en el norte.
En uno de los muchos encuentros con Rodrigo, le expone sus
inquietudes, sus anhelos y las contradicciones que enfrentar cuando analiza la
realidad que le ha tocado vivir.
-Yo desearía radicarme en Venezuela, como tú –le comenta en un viaje
que hacen juntos desde Barquisimeto a Carora, después de regresar de Europa.
–Pero la tradición musical de Europa, prolongada por varios siglos, ha creado
las condiciones óptimas para un concertista de guitarra. En nuestro país, mi
querido Rodrigo, desde la independencia y hasta muy avanzado el siglo XX,
168
cuando muere el dictador Juan Vicente Gómez, la violencia, las guerras civiles
y la ignorancia de la mayoría de los gobernantes, relegó la cultura en general y
la música en particular a un plano más que secundario.
-Comparto contigo esa apreciación. Los esfuerzos individuales o de las
instituciones privadas que se realizaron en la época que tú señalas, no fueron
suficientes como para crear una tradición musical en la sociedad, excepto en
algunas élites que desde la colonia tuvieron acceso a algunas escuelas de
música, también privadas y en algunos casos dirigidas por eximios maestros –
le respondió Rodrigo.
El diálogo sobre la cultura en Venezuela lo interrumpían, cuando los
sorprendía el paisaje y recordaban los primeros viajes que hicieron de Carora a
Barquisimeto o a Caracas, por una carretera de tierra, que en algunas partes
seguía el curso de una quebrada, en las que en época de lluvias se atascaban
los vehículos. Ahora rodaban por una moderna autopista.
-Pero en algo hemos progresado –expresó Alirio, después de unos
minutos de silencio. -Esta supercarretera sólo existe en los países altamente
desarrollados, donde también se desarrollan las bellas artes. ¿No aprecias un
gran desequilibrio entre nuestro progreso material y el espiritual?
-Eso es evidente. Pero tal vez la evolución cultural es más lenta. En
Europa data de siglos, no obstante que algunos gobernantes la impulsaron
desde el poder y algunos mecenas protegieron a grandes artistas y ambos les
crearon condiciones para realizar sus obras. Nosotros hemos fantaseado
mucho, hasta en la música. A mi cátedra se presentó hace poco un músico
larense, afirmando que él conocía todas las melodías producidas por el
hombre, pero que le gustaba tocar por oído. Le acercamos una partitura con el
nombre de “Alma Llanera” y nos dispusimos a oírlo.
-¿Y cómo lo hizo? –lo interrumpió Alirio.
-Tocó el joropo venezolano de Pedro Elías Gutiérrez y Bolívar
Coronado, con mucha elegancia y precisión.
-¿Cómo le parece, maestro? Tal como yo se dije. Yo he tocado varias
veces ese joropo.
169
-El joropo está muy bien, pero si hubiera leído correctamente la
partitura, tendría que haber tocado el “Minueto” de Beethoven. Deje la
autosuficiencia, la música se aprende, le dije con sentido pedagógico.
-Tenemos mucho que aprender de hombres sabios y modestos. En mis
investigaciones sobre la música venezolana, me encontré con que el Dr.
Adolfo Ernst, naturalista eminente, filósofo y políglota, que prestó grandes
servicios a Venezuela en las ciencias naturales, realizó importantes estudios
sobre el folklore en nuestro país y recopiló cantos populares venezolanos y los
tradujo al alemán, para revistas especializadas en Berlín, y fue un hombre
profundamente sencillo, sabio y modesto.
-Como fue modesto y sabio don Chío Zubillaga en el área humanística
y en la lucha social.
Se estaban acercando a Carora y Alirio le propuso a Rodrigo, visitar el
“Cuarto Biblioteca” de Chío Zubillaga, que ahora estaba bajo el cuido de la
Universidad Centrooccidental “Lisandro Alvarado”. La casa en su totalidad
había sido restaurada, pero no encontraron la biblioteca, ni el Archivo.
Encontraron restaurado parcialmente lo que había sido morada de su maestro,
gracias a la labor emprendida por la Profesora Blanca Andueza de Alvarez
para crear un museo y por el poeta Jesús Enrique León Rojas que realiza una
excepcional labor cultural a través de los Centros de Creaciòn Literaria en la
casa del humanista caroreño. Releyeron los letreros que Chío Zubillaga había
escrito en las paredes, para que sus alumnos y amigos conocieran las ideas de
los más grandes pensadores de la humanidad. Esos pensamientos los habían
leído cuando eran muy jóvenes y los recordaban cuando en sus viajes por el
mundo, la imaginación los retornaba a Carora. Recorrieron, en silencio, la
casa, en medio de muchas reflexiones e interrogantes, hasta que Alirio
recordó:
-La Biblioteca y el “Archivo Zubillaga” lo conserva un sobrino de don
Chío, incluso muchos de sus escritos, en especial un “Itinerario de Política
Venezolana”, en el que analiza los grandes acontecimientos que se produjeron
en nuestro país y en el mundo en la década del 40.
-La Academia Nacional de la Historia publicó las obras completas de
don Chío Zubillaga, incluyendo la biografía que sobre él escribió Juan Páez
170
Ávila, excepto el “Itinerario de Política”, al que te refieres. Hay que convencer
a Cecilio Zubillaga Herrera, su sobrino, de la conveniencia de su publicación –
comentó Rodrigo.
Ambos auscultaron el “Cuarto-biblioteca” donde recibieron las más
importantes orientaciones en cuanto al camino a seguir. Un vigilante que los
reconoce les acerca dos sillas y allí, donde un hombre luminoso, como Chío
Zubillaga, impartió durante cuarenta años una cátedra de cristiandad, de
socialismo, de cultura y de dignidad humana, continuaron su diálogo dos de
sus más prestigiosos y eminentes alumnos. Frente a lo que fue la biblioteca de
su maestro, de la cual ambos recibieron prestados varios libros de literatura,
Alirio pensó que había encontrado en la narrativa venezolana numerosas
referencias de géneros instrumentales, vocales y de danzas, que le revelaban la
existencia y la evolución de un arte musical nacional. Recordó el caso del
estudio que había hecho de la novela “Peonía” de Manuel Vicente Romero
García y le dijo a Rodrigo:
-Creo que dentro del panorama de la literatura nacional ninguna obra
ofrece la mayor cita de instrumentos, cantos, bailes y tradiciones musicales
nacionales que la conocida novela de Romero García, “Peonía”, de suyo un
vigoroso y realístico lienzo de la Venezuela de las últimas décadas del siglo
XIX.
-Y pensar que durante la primera mitad del siglo XX, desde esta
habitación don Chío Zubillaga trataba de estimular todo un movimiento
cultural, sin mayor eco en el país, salvo algunas excepciones –respondió
Rodrigo.
-Lo que se ha hecho después de la muerte de don Chío Zubillaga en
materia artística y cultural, se ha concentrado en su mayor parte en la capital
de la República y algunas otras pocas ciudades, estimuladas por la creación de
alguna universidad. Por eso tú puedes ejercer la docencia en la UCLA y
dedicarte a la composición de música para guitarra, pero todavía no puedes
ejercer el concierto como expresión fundamental de tus conocimientos.
Posesionados del espíritu cultural y ético que continuaba prevaleciendo
en el “Cuarto-Biblioteca”, convertido en el Museo del Cuarto de Chío
Zubillaga observaron el paso de los estudiantes hacia las aulas que la
171
Universidad Centrooccidental “Lisandro Alvarado” había construido en otros
espacios de la vieja casona colonial, quienes los miraban con curiosidad, tal
vez sin percatarse en toda su dimensión del sentido transcultural que proyecta
ese cuarto, esa casa, ese Museo, con la presencia de dos artistas universales,
que recibieron sus primeras y decisorias lecciones de la voz y del ejemplo de
un hombre que vivió para servirle a los jóvenes que lo visitaban.
-La preocupación que hemos podido palpar por el desarrollo de un
movimiento cultural del país, se ha expresado en la creación de algunas
instituciones públicas y privadas –continuó Alirio en su comentario sobre el
desconcierto que le producía el contraste entre lo que habían presenciado en la
evolución cultural en el mundo desarrollado y lo que observaban en
Venezuela. –Pero ello es más el esfuerzo de unos cuantos hombres y mujeres
del interior de la nación, para no dejarse asfixiar por el bombardeo permanente
de mensajes alienantes y distorsionadores que a escala universal transmiten
algunos medios de comunicación, y no el producto de una política cultural del
Estado.
-Hay progresos innegables, Alirio, pero desarticulados y desiguales. Un
ateneo, una casa de la cultura en el interior del país no puede contratar uno o
varios artistas, para que den varios conciertos al año. La mayoría de las veces
estas instituciones no tienen ni para costear el mantenimiento de sus locales,
pagar una secretaria, y algo más grave, pagar un profesor.
-Si yo viviera en Venezuela, de acuerdo con la experiencia que hemos
tenido y tomando en cuenta la capacidad económica que los entes culturales
destinan para la presentación de artistas, podría dar 8 ó 10 conciertos al año,
cantidad que puedo dar en una sola ciudad de Italia.
Desde Roma, ciudad donde Alirio residió durante décadas, podía viajar
todos los días y en pocas horas a decenas de ciudades europeas con gran
tradición cultural y desde esas mismas ciudades proyectar sus éxitos de
concertista de guitarra a todo el mundo, a través de una red intercultural, que
generalmente se genera entre diversos centros de la cultura, para programar
sus actividades e intercambiar aquellos artistas que consideren los más
calificados.
172
En el interior del Museo del Cuarto de Chío Zubillaga rememoraban la
imagen y la voz de aquel ilustre caroreño que creía en las virtudes y
capacidades de sus discípulos. Ustedes tienen que contribuir a cambiar este
país. Si le dan un vuelco a la cultura lo cambian todo. Usted, Gustavo, no sirve
para la política, porque usted es un muchacho muy generoso, que en política
es ser muy pendejo, en un país en el que los mediocres y audaces asaltan el
poder y atropellan la inteligencia. Estudie medicina. Gustavo Leal estudió
medicina y se destacó por su inteligencia, su vocación científica, generosidad
y don de gente al servicio de sus paisanos y amigos. Usted, Moroncito, estudie
historia, porque usted sabe narrar y tiene buena prosa. Guillermo Morón
estudió historia y se hizo historiador y novelista, famoso por su Historia de
Venezuela y sus novelas El Gallo de las Espuelas de Oro y Catálogo de las
Mujeres entre otras.
-Yo he preferido la docencia porque aspiro crear una escuela de guitarra
y contribuir a forjar una generación de músicos que asuman el magisterio y el
ejercicio profesional en el futuro –afirma Rodrigo. –Y para una mejor
formación del músico, hemos planteado que para ingresar a los estudios de
guitarra se exija el título de bachiller. E incluso, como consecuencia de una
especial valoración de la música, estamos discutiendo la conveniencia de una
asignatura musical obligatoria en todas las carreras que se cursan en la
Universidad, tal como se ha establecido en algunos países desarrollados.
-Ese era uno de los planteamientos fundamentales de don Chío
Zubillaga, la formación integral del hombre –le interrumpió Alirio. La
educación, la historia, la política, la lucha social, las artes y las ciencias en
general identificaban su ideario para sacar el país de atraso. A lo cual hay que
agregarle la investigación social y científica.
El descubrimiento que hizo Alirio de los valores musicales de la novela
“Peonía”, agrega un elemento más, estético, a la que algunos críticos
venezolanos consideran la novela del siglo XIX que mayor influencia ejerció
en la posterior narrativa de Venezuela.
La música popular venezolana recogida por dos oficiales ingleses en
plena guerra de independencia, entre 1817 y 1822, publicada en Inglaterra en
1831, en uno de los tres volúmenes que editaron sobre la historia y la cultura
173
de Venezuela, indujo a Alirio a investigar el contenido del volumen no
traducido al castellano. La obra atribuida al Coronel William D. Mahoney y al
Capitán Richard Longeville Vowell recoge importante información sobre la
música tradicional del país, especialmente la vinculada con cantos e
instrumentos que utilizaban los soldados y oficiales para avivar el espíritu
nacionalista del venezolano en combate. Cuando se refiere a la guitarra habla
de dos variedades: la Vihuela y el Tiple.
-A don Chío Zubillaga le hubiera gustado conocer que estos dos tipos
de guitarra, la Vihuela y el Tiple, se encontraban entre los más familiares del
llanero, considerados por el escritor como un tesoro de aquel pueblo –afirma
Alirio. –De las alusiones que hace de la Vihuela, la cual tenía poco que ver
con el antiguo instrumento español del mismo nombre, señalándola como una
especie de guitarra pequeña, podríamos deducir que se trataba del Cuatro o de
alguno de sus antepasados: el Cinco o la Guitarra... instrumentos que
acompañaron durante la campaña libertadora los cantos nacionales, las
canciones patrióticas y todo el repertorio del artista criollo.
Cuando un grupo de estudiantes sale de una de las aulas, uno de ellos se
les acerca y les informa que ellos estudian y escriben poesía bajo la dirección
de su maestro Jesús Enrique León, y luego les pregunta si todos ellos también
podrían estudiar música.
-Un estudiante universitario puede tocar un instrumento musical
cualquiera, asistido técnicamente por un profesor de música, y recibir un
número de créditos académicos, válidos para el total que requiere para
graduarse –le responde Rodrigo.
Los estudiantes se animan y otro pregunta:
-¿Qué sentido tiene el estudio de la música, para un estudiante de
Venezuela?.
-El estudio de la música ayuda al desarrollo de la inteligencia, al
razonamiento y a la comprensión de los problemas del ser humano y de la
sociedad –contesta nuevamente Rodrigo. –Los japoneses que han alcanzado
uno de los desarrollos más importantes de la segunda mitad del siglo XX, han
establecido el estudio obligatorio de la música desde el preescolar.
174
-Muchas gracias, maestro. Plantearé a mis compañeros que estudiemos
la posibilidad de inscribirnos en su próximo curso –expresó el estudiante que
se había mostrado realmente interesado. –Entre nosotros hay algunos que
tocan de oído y le cantan a las muchachas más bonitas.
-Eso mismo hacía Rodrigo cuando tenía la edad de ustedes –expresó
Alirio y todos rieron al unísono.
-Hacíamos los dos –respondió Rodrigo, en medio de la risa y
celebración juvenil.
La tarde descendía y la ciudad comenzaba a ser envuelta por los
crepúsculos que llaman la atención del visitante. Alirio y Rodrigo salieron del
Museo del Cuarto de Chío Zubillaga, al lado de decenas de estudiantes de la
Universidad. Mientras estos últimos se dirigían a sus respectivas viviendas, los
dos guitarristas, caroreños universales, identificados con el pensamiento de su
maestro, caminaban sobre las huellas que marcaron sus sandalias, durante
décadas, desde su antiguo “Cuarto-Biblioteca” hasta la Sala de Redacción del
periódico El Diario.
175
EN “EL DIARIO” DE CARORA
EN LA SALA de Redacción de El Diario tampoco estaba Ché Herrera, pero
todo indicaba que el periódico preservaba en lo fundamental el espíritu y la
política informativa que le había trazado su fundador, adaptados a una época
democrática, de mayor respeto a la libertad de expresión y a las características
de una pequeña empresa familiar. Sus nietos Jesús Antonio y Pedro Claver,
egresados de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Central de
Venezuela, habían asumido la dirección del periódico y se empeñaban en
transformarlo en un medio de comunicación moderno propio de los nuevos
tiempos. Un sueño abortado por los costos de producción y por la casi
inexistente pauta publicitaria. Rodrigo y Alirio se encontraron en el ambiente
fraternal y amistoso, que constataron en su juventud y que prevalecía cuando
regresaban consagrados en los escenarios internacionales de la guitarra
clásica.
Jesús Antonio y Pedro Claver tenían la obligación periodística de
entrevistarlos, en medio de una gran admiración por aquellos dos hombres de
pequeña estatura física y de una gigantesca estatura intelectual y artística, que
seguían representando a La Candelaria a Barrio Nuevo y a Carora; y ahora
investidos de una representación universal del arte guitarrístico. Nacidos en
los alrededores de esa imprenta, constituían el orgullo de los caroreños, a
quienes había que recibir con especial receptividad y oír con atención y
humildad, como testigos de excepción, sus recuerdos y sus reflexiones.
176
-En esa pared colgaba la primera guitarra que yo toqué -expresó
Rodrigo señalando con el dedo índice la parte alta de una de las paredes de la
Sala de Redacción del periódico.
-Era la guitarra de mi hermana –dijo Manuel Herrera Oropeza, quien
hacía su entrada a la Sala de Redacción y se incorporaba a la reunión. –
Josefina no la ha vuelto a tocar, pero la conserva como un recuerdo de su
niñez y por haber iniciado Rodrigo en ella su aprendizaje y posiblemente su
carrera artística. Sin esa guitarra, en esta casa no nos hubiésemos enterado que
tú sabías tocar desde muy niño. Yo he tratado de convencer a Josefina de que
la ponga nuevamente en tus manos. Pero ella esgrime dos argumentos para
oponerse: primero, que no es una guitarra de concierto y segundo, que la
entregará al Museo de Rodrigo cuando se cree en Carora.
-Hace muchos años, cuando era un niño precisamente, don Ché me la
dio prestada para que tocara en la inauguración de la Radio Coro –intervino
nuevamente Rodrigo. Cuando me la entregó, me manifestó que me la podía
llevar, e incluso que me podía quedar con ella, porque en la pared se
desafinaría y se deterioraría, y en mis manos estaba garantizada su existencia y
su regreso a Josefina. Fue la última vez que lo vi, porque cuando vine a
traérsela, acababa de morir y te la entregué a ti, Manuel.
-Sí, lo recuerdo perfectamente. Como también recuerdo todas las veces
que tocamos en ella, las canciones que me enseñaste y las serenatas que dimos
juntos, que nos colocaba al borde del pecado, a sabiendas de que la guitarra
era de una monja, casi de una santa.
-Me hizo mucha falta, siempre pensé que Josefina la volvería a tocar,
pero no que la guardaría como un trofeo. La imagen de esa guitarra, de don
Ché y de ti, Manuel, como el contexto de esta Sala de Redacción y el
periódico saliendo de la imprenta, siempre me acompañaron fuera del país.
Incluso, cuando presenté mi primer examen en la Escuela Superior de Música
“José Ángel Lamas”, pensé que si hubiera tocado con la guitarra de Josefina –
y no con la chatarra con que lo hice- hubiera superado a Alirio.
En medio de la risa de todos, Alirio respondió:
177
-Tú siempre fuiste sobresaliente. Con cualquier guitarra tu triunfo
estaba asegurado. ¿Recuerdas la expresión del maestro Raúl Borges? ¿Cómo
pueden tocar estos muchachos con esas cuerdas de alambre? Son una promesa
para el futuro de la guitarra.
Ambos habían triunfado como concertistas, pero Rodrigo se había
consolidado como docente en la Universidad Centrooccidental “Lisandro
Alvarado”. Varias promociones de guitarristas clásicos ya triunfaban en los
mejores teatros de Venezuela y algunos hasta en Europa. Entre los concertistas
egresados de su cátedra universitaria, se destacan su hijo Rubén, Valmore
Nieves, Roberto González, Oscar Martínez, Raúl Pérez, Guillermo Pérez,
quienes le han dado a la guitarra una categoría académica y un alto nivel
profesional. César Pacheco, otro que también se ha destacado entre muchos, y
Valmore Nieves también ejercen la docencia.
-Estamos preparando una edición especial de “El Diario” y nos gustaría
alguna información sobre las últimas actividades realizadas por ustedes y
algunos aspectos de la larga experiencia como guitarristas.
-Anota ahí para tu edición aniversaria –le expresó Alirio. Al lado de la
docencia, Rodrigo ha sentido la necesidad espiritual e intelectual de cumplir
con otras inquietudes, con otros sueños que van conformando el desiderátum
de su vida, como es la composición musical. Yo que lo conozco desde que
éramos muy jóvenes, sé que su inclinación a la composición musical ha
surgido en él con gran espontaneidad. Empezó por improvisar, por crear
melodías, acordes. A lo largo de los años, siempre vinculado a su pueblo, ha
acumulado un conjunto de vivencias relacionadas con personajes populares,
que le han servido de inspiración para sus composiciones. “El Preludio
Criollo” está inspirado en Vale Cayayo, personaje popular de Barrio Nuevo,
que le conmovió el espíritu de niño, por la espontaneidad de aquel hombre
humilde, casi convertido en un fantasma, para tocar y cantar, como para
alegrar su miseria humana.
-Pero la composición la he asumido con los años, tal vez a plena
conciencia artística e histórica –le interrumpió Rodrigo. -Me he acostumbrado
a escribir todos los días, a cualquier hora y en cualquier parte. Hasta hoy sumo
unas 150 composiciones. Aspiro llegar a unas 300.
178
-Y en cuanto a la serenata ¿qué han hecho ustedes? –intervino Manuel
Herrera, interesado en conocer el origen de algo que él había tocado toda su
vida y que había aprendido acompañando a Rodrigo en su juventud.
-Yo todavía la toco, pero quien la ha estudiado a fondo, con sentido
crítico es Alirio –respondió Rodrigo.
Como un testimonio de lo que fue la Carora romántica (la ciudad que
envuelve en su contexto histórico-cultural su aldea nativa La Candelaria),
Alirio hizo una excelente investigación en torno al auge y decadencia de la
serenata caroreña.
-El período de vigencia o de vida de la serenata caroreña fue la obra
espiritual de extraordinarios poetas y guitarristas populares, que encontraron
en el amor y en la música el binomio romántico, para acercar en la noche el
corazón del hombre y la mujer caroreña, separados durante el día por la
resolana y el tedio, que transitan en silencio por nuestras calles y dejan una
estela de soledad –respondió Alirio.
-¿Y por qué la presencia de la guitarra y no de otro instrumento?
Planteó nuevamente Manuel Herrera.
-Porque por lo general, en cuanto a la melodía consta de una, dos o tres
partes, dependiendo del desarrollo del poema –respondió Alirio. Cuando la
canción es sólo de una, es de admirar la fineza melódica del compositor, al
concebir en una miniatura lírica tanto contenido expresivo, como vemos en
“Soñando”, letra de Plinio Bracho y música de Rafael Pérez, ambos
caroreños. Para acompañar este tipo de melodía no hay un instrumento más
adecuado que la guitarra.
Los hermanos Herrera, Director y Jefe de Redacción de “El Diario”, en
medio del disfrute espiritual que les producía la conversación entre músicos y
la presencia de dos concertistas caroreños, tal vez más valorados en Europa
que en América, trataban de reportear e interpretar lo que oían, sin desviar el
sentido y orientación de la entrevista.
-¿De sus composiciones para guitarra, qué puede agregar, qué destino
han tenido? –preguntó Jesús Antonio a Rodrigo.
179
-Varias forman parte del Repertorio Internacional de la Guitarra
Clásica. Se han publicado en España, Alemania e Inglaterra. En este último
país se publicaron 3 composiciones para guitarra, tituladas “Melancolía”,
“Monotonía” y “Nostalgia”. También un vals denominado “A Nando Riera”,
en homenaje a un personaje popular de Carora, que tocaba la guitarra con la
mano izquierda, lo cual por la posición del instrumento resulta algo
extremadamente complejo y difícil, porque la parte aguda pasa a ser
acompañamiento y la parte grave pasa a ser melódico.
-¿Vive Nando Riera? ¿Podríamos entrevistarlo? Preguntó Pedro Claver.
-No. Lamentablemente ya no vive. Hubiera sido digno no sólo de una
entrevista periodística, sino también de un estudio más a fondo desde el punto
de vista musical, tal como lo que ha realizado Alirio de algunos músicos
caroreños y venezolanos en general –respondió Rodrigo. –Creo que se trataba
de un cerebro privilegiado, capaz de extraer de una guitarra, colocada al revés,
las más extraordinarias melodías populares.
-¿Has intentado tocar una guitarra con la mano izquierda? Preguntó
Jesús Antonio.
-Sí. Pero me ha resultado imposible extraer una melodía. La guitarra
como el violín es un instrumento muy expresivo, a los cuales el ejecutante se
siente estrechamente unido. Como en un juego mágico están abrazados. El
hombre o la mujer que los toca se siente muy cerca de ellos.
Pedro Claver se dirigió a Alirio, para conocer los alcances de las
investigaciones que realizaba acerca de la música y los músicos venezolanos.
-¿Qué noticias tiene sobre sus nuevas actividades?
-Acabo de terminar un estudio sobre los maestros Antonio Lauro y
Laudelino Mejías, y sobre el investigador del folklore nacional, Pedro
Montesinos, quienes constituyen una extraordinaria expresión de la capacidad
creadora de los venezolanos de distintas épocas y diferentes manifestaciones
de la cultura.
-Vamos por parte, maestro, ¿Qué es lo que más se destaca en la vida de
Antonio Lauro?
180
-En una síntesis de la vida de Antonio Lauro se puede decir que se
divide en tres etapas muy bien delimitadas. Primera, la de un músico popular
que comprende su infancia y su juventud; como nosotros, se acercó a la
guitarra para hacer de ella y de la música la razón de su existencia; y formó
parte de conjuntos musicales que tocaron en la radio de entonces, y creo que
como Rodrigo, fue un enamorado de la noche y de los amaneceres al pie de
una ventana.
-Y como tú también –lo interrumpió Rodrigo, porque en esa etapa
ningún guitarrista puede evadir la noche y la vida romántica.
-Es cierto, pero un poco menos que ustedes –respondió Alirio en medio
de la risa de todos.
-Volviendo al maestro Lauro, la segunda etapa es la de su formación
académica bajo la dirección del maestro Vicente Emilio Sojo, en la Escuela
Superior de Música “José Ángel Lamas”, donde estudia composición y
concibe sus primeros trabajos corales y breves obras instrumentales. Es la fase
en la que se dedica a la interpretación de autores clásicos, como guitarrista. Y
tercero, la etapa de la madurez, la del creador musical, con pleno
conocimiento del arte, que le permitió dar uno de los más significativos
aportes a la música venezolana-.
-¿Y cómo podría resumir la vida y obra de quien fue su primer maestro,
no en la guitarra, pero en la música en general?
Alirio había realizado un gran esfuerzo por sintetizar la vida y obra de
Antonio Lauro, y cuando le preguntó Jesús Antonio Herrera por Laudelino
Mejías, pensó en lo complicado que es reducir a unas cuantas palabras, lo que
a él le parecía una verdadera enciclopedia popular de la música.
-No es fácil resumir la vida y obra de un gran maestro. En la Banda del
Estado Trujillo estudió al vivo armonía, contrapunto, instrumentación y
dirección, disciplinas más que suficientes para satisfacer las necesidades
espirituales de su tiempo y de su ambiente, pero de las que jamás estuvo
contento el maestro, a causa de su formación autodidacta.
-Pero después que usted termina sus estudios superiores de guitarra
¿cómo lo evalúa a él y a su Banda Musical?
181
-La Banda Sucre que dirigió el maestro Laudelino Mejías alcanzó los
niveles de una sinfónica de cualquier país avanzado en materia musical. La
calidad técnica e interpretativa de la misma, la ponía de manifiesto cuando
tocaba obras de un gran virtuosismo orquestal, tales como el poema sinfónico
“Finlandia” de Sibelius, la suite “Cascanueces” de Tchaikovsky, la
“Inconclusa” de Schubert y algunos fragmentos del “Parsifal” de Wagner.
No cabe duda, pensaba Jesús Antonio, que estos dos caroreños cubren
una etapa singular en la vida cultural, especialmente musical y guitarrística,
del país. Carora se transporta en sus guitarras, en el genio que les proporcionó
esta naturaleza árida y romántica, descubrió el talento y la vocación de
servicio humanístico de Chío Zubillaga y Ché Herrera y desarrolló la
academia superior de música.
Al salir de su impresión desconcertante que le producía la presencia de
estos dos representantes de la humildad y de la inteligencia caroreña,
preguntó:
-Y en cuanto a la labor y la vida de Pedro Montesinos, que hasta hoy,
para los no especialistas resulta un desconocido ¿cuáles son los aspectos más
resaltantes que usted investigó?
-Pedro Montesinos fue un intelectual larense que dedicó gran parte de
su vida a compilar cantos populares, a estudiar la filología nacional y a exaltar
los valores de los corridos tradicionales de origen español. Legó a las
generaciones posteriores y a la cultura nacional un significativo patrimonio
artístico popular que puede y debe ser estudiado, analizado con interés
nacional.
Ya al final de la entrevista, intervino Rodrigo para proponer la
continuación de su gira.
-Vamos a Barrio Nuevo, Alirio. Nos esperan en el Rinconcito
Arrabalero, donde están congregados varios personajes populares de la
barriada.
182
EN BARRIO NUEVO Y LA CANDELARIA
EN SU BARRIADA donde Rodrigo encontró motivos especiales para sus
composiciones para guitarra, se reencontró con algo que consideraba parte
importante de su capital humano e intelectual. Para consustanciarse con esos
personajes no sólo apeló a sus recuerdos infantiles y juveniles, sino también a
una periódica visita a diferentes lugares con características similares a Barrio
Nuevo, de todas las ciudades en las cuales le tocó residir e incluso pasar una
corta temporada como consecuencia de su trabajo como concertista o simple
visitante. En Barquisimeto, por ejemplo, fue asiduo contertulio del bar-
restaurant “El Farol de los Gauchos”, archivo de una gran sensibilidad
popular, donde encontró más de un motivo para su obra creadora, donde existe
una galería de artistas encabezada por el maestro Vicente Emilio Sojo y donde
era frecuente encontrar al pintor cinético Jesús Soto y muchos autores y
ejecutantes nacionales e internacionales, que se acercaron y participaron en
sus modestos escenarios. En diversas oportunidades tocaron juntos Rodrigo,
Alirio y Jesús Soto composiciones populares y especialmente tangos.
-Esta es la ruta de El Diario a Barrio Nuevo que hice cuando niño
infinidad de veces –le comenta a Alirio cuando caminaban hacia el Rinconcito
Arrabalero. –En esta quebrada me encontraba casi todos los días con Vale
Cayayo y con muchos niños y hombres pobres que mataban el hambre y
espantaban la soledad tocando un cuatro o una guitarra. Los que no tenían un
instrumento musical silbaban o tocaban guarura, con la boca, que extraían del
183
fondo del barro después de la crecida de la quebrada o de la inundación de río
Morere.
-Cuando vayamos a La Candelaria verás lugares, hombres, mujeres y
niños similares a los que estás describiendo –le respondió Alirio. –Sólo hay
que pasar hacia la orilla norte del río. La Otra Banda es la continuación, el
comienzo o el final de Barrio Nuevo. Todo depende de hacia dónde te diriges.
-De aquí o de La Otra Banda es la mayoría de los músicos que yo
conozco e incluso, creo que no exagero si te digo que gran parte de los que
asisten a mi cátedra de guitarra en la Universidad –interrumpió Rodrigo.
Valmore Nieves, natural de Muñoz, es un muchacho excepcional frente a la
guitarra, ha sido uno de mis mejores alumnos.
Antes de entrar al Rinconcito Arrabalero, Alirio pensó que sería
importante que investigadores profesionales se dedicaran a estudiar no sólo las
causas que impulsaban a muchos niños y jóvenes caroreños a tocar y cantar,
sino también la producción de muchos directores de bandas musicales, que
han podido dejar como legado a la cultura de la región, un repertorio sinfónico
de gran valor.
Le quiso hacer el comentario a Rodrigo, pero ya estaban llegando al
lugar donde los esperaban. El escenario para tocar lo improvisaban cada vez
que invitaban a algún artista. Dos sillas de madera forradas con cuero de chivo
se las acercaban y un pequeño cajón, también de madera, para colocar el pie
derecho. La gente se agolpaba y buscaban ubicación lo mejor que podían.
Después del saludo de rigor, Gerardo Santeliz, amigo de ambos, anunció:
-Aquí están nuestros más grandes guitarristas de todos los tiempos.
Después de recorrer el mundo con extraordinario éxito, vienen hasta nosotros,
los únicos que los podemos oír gratis. Vamos a oír primero al hijo ilustre de
Barrio Nuevo, que ha hecho conocer nuestra barriada, nuestra Carora en los
confines del universo. Para completar su obra artística, nuestro paisano y
amigo se ha dedicado a la docencia y a la composición. Vamos a oírlo.
Rodrigo se acomodó lo mejor que pudo y expresó:
-Voy a tocar una composición mía, que acabo de terminar. Todavía no
tiene nombre, pero está dedicada a Tomás Camacaro, el dueño de “El Farol de
184
los Gauchos”, un hombre telúrico, que expresa el sentir y el vivir de su tierra.
Al lado de la comida criolla que nos sirve, está una guitarra a la orden del
público asistente, de quien quiera tocarla. Camacaro es un artista de la cocina
caroreña y un amante de la música romántica, que lo identifica con este barrio
y con su gente.
Los aplausos y vítores se prolongaron por varios minutos. La expresión
de los rostros desbordaba la alegría, la felicidad de un pueblo humilde,
sencillo, que ha hecho de la música un componente imprescindible de su
forma de vida.
Cuando Gerardo Santeliz observó que querían continuar oyendo a los
guitarristas, por lo que aumentaban en intensidad los aplausos, levantó los
brazos y anunció:
-Ahora le toca a Alirio, otro de los grandes valores de la guitarra
caroreña, quien ha hecho del concierto su profesión integral, y hoy,
desaparecido del escenario del concierto su maestro Andrés Segovia, es
considerado la primera guitarra de Europa. Para nosotros, debe ser la primera
guitarra del mundo. Pero no se sorprendan, también es arreglista. Vamos a
oírlo.
Alirio también se acomodó en su silla de cuero y colocó el pie derecho
sobre el cajoncito de madera.
-Inspirado en los valores musicales de La Otra Banda, yo he hecho una
armonización de un valse venezolano de E. Mosquera Flores, titulado
“Recuerdos a Muñoz”.
Los parroquianos, empíricos y expertos de la guitarra, volvieron a
aplaudir con el calor y la fogosidad de los amantes de la música. Del público
se levantaron varios guitarristas del barrio y tocaron para su gente, para Alirio
y Rodrigo como en un trance de retroalimentación musical.
Al final Rodrigo invitó a Alirio a recorrer el barrio, no sólo para
nutrirse espiritualmente del trabajo de los artistas populares, sino también para
observar, como Director de Cultura de la Universidad Centrooccidental
“Lisandro Alvarado”, la vocación de algunos jóvenes que podrían ser becados
para estudiar guitarra en su cátedra de dicha Universidad.
185
Su vida transcurría en un permanente aprender y enseñar. Está presente
en conferencias, conciertos, museos, teatros de todos los niveles del arte
musical, porque todo acto creador del ser humano le estimula la imaginación
para la composición para guitarra.
Después del recorrido por Barrio Nuevo, Alirio le expresa:
-Ahora te invito a La Candelaria, donde no hay tanta gente como aquí,
pero hay tantos músicos como en Madrid, en términos proporcionales.
-Encantado –respondió Rodrigo. –Me interesa todo contacto con gente
aficionada a la música. Antes de enterarme en Europa, de que algunos
compositores clásicos se habían inspirado en aspectos singulares de personajes
populares de sus ciudades, desde niño me sentí impresionado por la capacidad
creadora de algunos hombres del pueblo, por la forma de vida que llevaban y
por los valores espirituales que manejaban, lo cual me inclinó a escribir sobre
ellos. Siempre creí que eran muy importantes, que tenían algunas cualidades
especiales, que me producían una gran admiración.
-Te felicito por tus composiciones. En La Candelaria vas a encontrar
una gran materia prima para tu capacidad creadora.
Manuel Herrera que los acompañó hasta Barrio Nuevo, les ofreció su
vehículo para viajar hasta La Candelaria. Cuando atravesaron el río Morere a
través del Puente Bolívar y comenzaron a penetrar en La Otra Banda, el
impacto del semidesierto que siempre había estado presente en la mente de
Alirio, desató su imaginación e inició la conversación.
-Creo que tendré que restringir los viajes a estas tierras y a todo el país,
no me ha sido renovado el contrato que tenía con el Consejo Nacional de la
Cultura para dar conciertos durante 6 meses en toda Venezuela. Tendré que
volver a residenciarme en Italia todo el año, con la excepción de la proximidad
de las fiestas patronales de La Candelaria, que afortunadamente coinciden con
la época del invierno en Europa.
-Si a las restricciones que ha impuesto el Estado venezolano a las
actividades culturales, le sumamos la crisis económica que atraviesa el país y
en general el mundo contemporáneo, es posible que entremos en una etapa de
186
retroceso que nos lleve a situaciones parecidas a las que conocimos cuando
éramos apenas unos niños –comentó Rodrigo.
-Tal vez se pueda evitar echar marcha atrás –intervino Manuel Herrera.
La crisis económica puede ser transitoria y en pocos años podemos recuperar
la marcha ascendente del movimiento cultural.
-El pueblo siempre está lleno de grandezas espirituales, a pesar de su
miseria económica y social –planteó Rodrigo. Por ejemplo, el cantar es de los
pobres. Los ricos no cantan, salvo excepciones. Yo constaté en Europa,
durante los años que viví allá, que la gran música se originó en la clase media,
con algunas excepciones en la burguesía culta.
Mientras avanzaban por una carretera de tierra por la cual Alirio había
transitado en su niñez y juventud, el polvo se elevaba detrás del vehículo, las
playas mostraban su aridez, los cardones se inclinaban en un desplome lento
hacia el suelo y los chivos corrían hacia sus corrales. Todo permanecía igual al
paso de los años, incluso cuando oyeron reventar algunos cohetes para
anunciar la llegada de los ilustres visitantes, tal como si fueran a dar comienzo
a unas fiestas patronales.
Una decena de casas derruidas y dispersas, construidas como para darle
forma de cuadrilátero, para que no se escape el viento, proyectan la imagen
que dejan décadas de abandono y la huida de las personas. Sin embargo, de su
interior salen decenas de hombres, mujeres y niños para recibir a su gran
guitarrista universal, acompañado de Rodrigo, la otra guitarra del mundo. En
la casa de Alirio se improvisa el escenario para oír al hijo predilecto del
villorrio y a Rodrigo, las dos guitarras del universo. Entre saludos y abrazos
los candelarenses se apresuran a tomar asiento en la novísima sala de
conciertos.
Rodrigo lleva consigo varias hojas de papel de música y busca el
tiempo necesario para la composición, para escribir aunque sea un acorde.
Algunas personas lo miran con curiosidad, pensando que estaría leyendo.
Preocupado se le acerca a Manuel Herrera y le comenta:
-Hoy es sábado y yo tengo como norma, como hábito de trabajo,
componer música los fines de semana.
187
El Presidente de la Junta Conmemorativa de las Fiestas Patronales sube
al estrado y anuncia.
-Vamos a dar comienzo a este gran acto cultural, como parte de
nuestras fiestas cívicas. Hoy va a tocar Alirio acompañado de Rodrigo. Juntos
van a tocar “El Diablo Suelto” un arreglo de Alirio, del vals venezolano de
Heraclio Fernández. Luego los oiremos tocar “El preludio Criollo”, obra de
Rodrigo inspirada en un personaje popular de Barrio Nuevo. El concierto
comprenderá también obras de los compositores Antonio Lauro, Héctor
Villalobos y Albéniz.
Alirio y Rodrigo tocaron sincronizadamente, tal como lo habían hecho
en París, New York, Madrid y en el Aula Magna de la Universidad Central de
Venezuela, con el mismo entusiasmo e igual maestría en el arte de la guitarra
clásica y popular, una combinación que perfeccionaban con la experiencia, el
estudio y el respaldo que recibían en los grandes y prestigiosos escenarios de
la cultura mundial.
El público aplaudió hasta el final, casi ininterrumpidamente, dando
demostraciones de una gran sensibilidad musical y clara comprensión de la
calidad del concierto.
Por la noche, en el baile tradicional de las Fiestas Patronales, tocaron
los músicos locales, algunos venidos de otros villorrios de La Otra Banda y
una orquesta de Carora. Al observar el ritmo de las parejas, Rodrigo le
comentó a Manuel Herrera.
-El movimiento de las personas bailando, especialmente la danza, me
ha inspirado varias composiciones. Acabo de terminar una suite para guitarra,
en homenaje a un personaje popular que conocí en un baile, danzando, hace
varios años en Maracaibo, llamado Armando Molero.
La noche transcurrió con mayor lentitud, percibida como el reino de los
cantores populares, antes de que comenzaran a cantar los pájaros atraídos por
los crepúsculos del amanecer. Por la falta de acústica los sonidos se perdían en
el horizonte, y tras ellos los hombres que regresaban a sus trabajos.
188
En el viaje de retorno a Carora, Rodrigo reveló un viejo anhelo que no
había podido plasmar en una composición musical, pero que formaba parte de
sus reflexiones y planes futuros.
-Cuando recuerdo a don Chío Zubillaga oyendo a Beethoven en su
“Cuarto Biblioteca”, acostado en su hamaca y extasiado con los compases de
la V Sinfonía, me embarga la tentación de escribir una obra musical en
homenaje a nuestro gran maestro de las letras, de la vida y del combate social.
-¿Por qué no la has escrito? La tocaríamos juntos en Carora, en toda
Venezuela y el mundo –le expresó Alirio. –Y si tú no vuelves a viajar al
exterior, yo la tocaría en todos los teatros o salas de concierto en las que me
corresponde actuar. El año pasado toqué en Madrid y en París tu “Preludio
Criollo”, una canción también tuya, que es como una poesía extraordinaria,
casi como una serenata al estilo caroreño, llena de originalidad, gracia,
virtuosismo musical y caprichos, muy propio de tu estilo.
-No la he escrito, porque hay algo que nunca he podido hacer:
planificar mi trabajo musical. Cuando lo he intentado siempre he fracasado, no
en el trabajo sino en lo que he programado, porque en vez de componer una
determinada melodía, compongo otra. Cuando dicto clases y por asociación de
ideas me imagino parte de alguna obra, previa notificación a mis alumnos,
escribo un acorde y luego continúo la clase.
En sus labores cotidianas Rodrigo jugaba con el tiempo y con la
imaginación. Detenía el reloj y llevaba al papel la idea que se le presentaba en
la mente de una manera súbita. Para tocar, para escribir y componer necesitaba
vivir. La vida se le repartía en muchas cosas, incluso en muchas funciones
difíciles de resolver y por eso apelaba a la improvisación del arte, algo que
muy pocos pueden realizar con maestría y rigor técnico, porque les resulta
contradictorio.
La vida de un artista difícilmente puede estar sometida a la lógica de la
cotidianidad. La permanencia de Alirio en Europa, por ejemplo, siempre ha
sido objeto de opiniones diversas entre expertos en la materia e incluso entre
aficionados y amantes del arte en general y de la música en particular.
Algunos consideran importante para Venezuela, tenerlo a él y a otros artistas,
más cerca del quehacer cultural nacional, sin que ello signifique desvincularlo
189
de lo universal. Con todos los progresos que se han alcanzado en el país en las
últimas décadas, en estímulo, apoyo directo y desarrollo de un gran
movimiento cultural, hasta ahora todo parece indicar que el ejercicio de la
profesión de concertista de guitarra, sólo se puede materializar en un país de
larga tradición cultural, especialmente guitarrística.
El diálogo, las reflexiones y la experiencia vital de Alirio y Rodrigo así
lo evidencian,
-Tenemos que abrir caminos hacia Carora y hacia todo el país, para
complementar el progreso que ya comienza a observarse en las principales
ciudades, donde he conocido a jóvenes guitarristas con mucho talento, a
muchos grandes maestros de la guitarra y una plausible proliferación de
escuelas de música, aunque todo en un escenario limitado para la actuación de
los jóvenes concertistas –expresa Alirio cuando están llegando a Carora.
-Todos esos jóvenes deberían viajar al exterior, a los grandes y famosos
conservatorios de música y asistir a cursos de perfeccionamiento, porque hoy
existe una mayor competencia mundial no sólo en el campo de la guitarra,
sino también en todas las artes, lo cual les crea mayores dificultades para el
éxito no obstante los buenos profesores que hayan podido tener y las mejores
condiciones que existen actualmente para estudiar –concluye Rodrigo.
-El mejor ejemplo lo representan Rubén Riera, Senio Díaz y Luis Zea,
quienes después de realizar estudios en el exterior, ya han comenzado a
concurrir con su arte, con su maestría a algunos escenarios internacionales,
recibiendo el reconocimiento de un público culto y de una crítica exigente.
También en Venezuela han alcanzado extraordinario éxito –interviene Manuel
Herrera, testigo de excepción del largo proceso de formación de Alirio y de
Rodrigo y del surgimiento de una nueva generación de guitarristas.
-Estos jóvenes han demostrado un gran carácter para la música y un
gran deseo de superación, una aspiración inquebrantable en la búsqueda del
éxito, una indeclinable disciplina en el estudio y el trabajo, una gran humildad
frente al saber humano y una incesante e inagotable decisión de seguir
aprendiendo –concluyó Alirio.
190
EN EL TEATRO “ALIRIO DÍAZ”
AL REGRESAR a Carora participarán en lo que pueden considerarse dos
acontecimientos definitivos en sus vidas, que explican y justifican la
existencia de una conciencia crítica como la de Chío Zubillaga, quien les
señaló el camino para arrancarlos, sin abandonarla en su esencia espiritual y
humana, de una tradición folklórica para insertarlos en el mundo de una
polifonía universal y luego regresarlos a establecer los hilos que unen el
testimonio de un pasado creador como impulso natural y la fuerza viviente de
un presente generado por la técnica y la planificación armónica de los sonidos.
Tocaron juntos en la Iglesia San Juan, una pequeña catedral de Carora,
que resultó insuficiente para albergar a miles de personas que querían oírlos,
después de varias décadas de haberlos visto transitar por las calles de la
ciudad, como dos humildes jóvenes que formaban parte de la vida cotidiana de
los caroreños, y ahora regresaban precedidos de un prestigio y un
reconocimiento universales, por los altos niveles de conocimientos adquiridos
en la academia, en la teoría y en la práctica del manejo de la guitarra.
Cuando llegaron a la puerta principal de la Iglesia tuvieron que abrirse
paso entre una multitud que plenaba el recinto hasta el altar de la misma,
desde donde le rendirían homenaje a su maestro Chío Zubillaga, con motivo
del primer centenario de su nacimiento.
Primero tocó Rodrigo algunas composiciones suyas e improvisó
composiciones de otros artistas universales. El público lo escuchó con el
191
fervor o la devoción de estar en una misa y finalmente aplaudió con la
emoción de haber triunfado en un juego deportivo. Luego tocó Alirio algunas
armonizaciones personales y varias obras de compositores universales,
incluyendo a Rodrigo. La perfección de uno de los primeros guitarristas del
mundo también hizo maravillar a los asistentes, quienes después de liberar la
respiración, estallaron en vítores y aplausos.
Para quienes conocieron a Alirio y a Rodrigo cuando eran muy jóvenes
en Carora, les parecía algo milagroso, que aquellos dos muchachos,
convertidos hoy en grandes figuras de la guitarra clásica, pudieran regresar a
su ciudad a hacer vibrar con las cuerdas de sus guitarras, las naves de la
Iglesia San Juan y el corazón y los sentimientos de la muchedumbre.
Para los más jóvenes caroreños comenzaba a ser algo natural, familiar,
no sólo oír a Rodrigo y a Alirio, sino también a los hijos de éstos. Rodrigo
logró procrear cuatro hijos músicos: Josefina, cantante y guitarrista; Rubén,
guitarrista; Andrés, fagotista; y Juan José, violinista. Alirio también procreó y
formó cuatro hijos músicos: Senio Alirio, guitarrista; Josefa, flautista; Isabel,
que estudió piano, pero al final se inclinó por el periodismo; y Tibisay, quien
estudió danza y flauta dulce, para dedicarse finalmente a la restauración de
libros.
Todos los hijos de Rodrigo y Alirio se encontraron en Carora y oyeron
tocar a sus padres en el homenaje a Chío Zubillaga, estuvieron presentes e
incluso algunos participaron en la inauguración del Teatro de la ciudad, que
lleva el nombre de Alirio Díaz, construido como un homenaje a su
reconocimiento como la primera guitarra de La Candelaria, de Carora, de
Europa y del mundo, por el también caroreño Domingo Perera Riera, cuando
ejerció la Gobernación del Estado Lara.
Después del concierto en la Iglesia San Juan la multitud salió en
manifestación hacia el Teatro “Alirio Díaz”, encabezada por Rodrigo, Alirio y
sus hijos, el Gobernador Domingo Perera, el Obispo de la ciudad, Monseñor
Eduardo Herrera, el Padre Andrés Sierralta y otras personalidades de la cultura
de la ciudad. Al llegar al Teatro fueron recibidos por otra muchedumbre de
personas que pugnaba por entrar a dicha Sala de Concierto. Las 600 entradas
habían sido vendidas y por lo tanto todas las butacas estaban ocupadas. La
192
mayor parte de los caroreños que querían oírlos tocar con sus hijos, se tuvo
que quedar en las afueras y en las calles laterales.
El Gobernador Perera Riera cortó la cinta simbólica para dar por
inaugurado un Teatro moderno, con 600 butacas, aire acondicionado y
acústica perfecta. En breves palabras afirmó:
-Más que como Gobernador, como caroreño y amante de la música me
siento profundamente satisfecho de haber construido un Teatro en homenaje a
nuestro insigne concertista Alirio Díaz, inaugurarlo con su presencia, la de
Rodrigo, otro de nuestros grandes valores universales de la música y de la
guitarra en particular, de sus hijos y de esta multitud de caroreños que han
hecho de la música un complemento de sus vidas. Hago entrega del Teatro
“Alirio Díaz” a la ciudad, para que a través de alguna de las instituciones de la
cultura lo administre y lo preserve para la presente y las futuras generaciones.
-Lamento que por razones de presupuesto y porque terminaba mi
período gubernamental, no haber podido construir, atendiendo a un
planteamiento público formulado por nuestro amigo Juan Páez Ávila, una
Escuela Superior de Música, que debería llevar el nombre de Rodrigo Riera.
Espero contribuir con otros caroreños para que la construyamos en el futuro.
-Muchas gracias, y dejo en manos de la comunidad esta obra que debe
llenar de orgullo al gentilicio caroreño.
La periodista Isabel Díaz tomó en sus manos el micrófono, para hacer
la presentación de los artistas:
-Bienvenidos a la inauguración de esta excelente sala de conciertos, que
para los caroreños y para los hijos de loS caroreños constituye un regalo a la
cultura, un signo de los nuevos tiempos. Como hija de Alirio y como
venezolana expreso las gracias al Gobernador Domingo Perera Riera, y
transmito al mundo a través de Radio Carora, la manifestación del orgullo
caroreño por esta magna obra cultural. Como ustedes saben, van a tocar
Rodrigo y mi padre, y los hijos de ambos que hicieron de la música su
profesión, porque mi hermana Tibisay y yo estudiamos música, pero
ejercemos otras profesiones. Voy a empezar por mis hermanos:
193
-Senio Alirio estudió en el Instituto Benedetto Marchello, de Venecia,
Roma, donde tuvo como profesores a Angello Amatto y Carlo Cavaína. Aquí
estudió sus primeros años, aunque su primer profesor fue nuestro padre,
Alirio. Luego estudió Armonía, Contrapunto y Formas Musicales en el
Conservatorio Santa Cecilia de Roma, donde tuvo como profesores a Carlo
Cammarotta y Armando Relsi. Al culminar sus estudios obtuvo el título de
Profesor y se dedicó a la profesión de concertista de guitarra, en cuyo
ejercicio ha podido participar en recitales y conjuntos de cámara en diversos
países de Europa, en América Latina y en especial en Venezuela.
-Josefa, mi hermana menor, dedicada también a la música, hace carrera
internacional como flautista. Todos esperamos sus próximos éxitos.
-María Josefina, hija de Rodrigo, estudió 12 años en el Real
Conservatorio de Madrid y luego hizo un curso de guitarra con su padre. Se ha
dedicado fundamentalmente al canto y a la guitarra. Forma un dúo con
Bartolomé Díaz, quien toca la guitarra mientras ella canta. Como solista toca y
canta composiciones para canto y guitarra de Rodrigo, música popular
española y latinoamericana y sobre algunos poemas de Federico García Lorca.
Su voz y sus últimos estudios la indujeron a la Opera como su actividad
fundamental.
-Rubén, el guitarrista por excelencia de los hijos de Rodrigo, estudió
también en el Real Conservatorio de Música de Madrid, donde terminó un
curso de guitarra en 6 años. Egresó a los 15 años, cuando regresa Rodrigo con
su familia a Venezuela.
Perfecciona sus primeros estudios al lado de su padre, hasta que viaja a
Londres y realiza estudios de postgrado de guitarra. Estudia 5 años en el
Guidg Hall School of Music, donde tuvo como profesores a John Duarte y a
Nigel North. Realiza también estudios de música antigua y debuta como
concertista en Inglaterra, donde obtiene sus primeros éxitos, antes de radicarse
en New York. Ejerce como concertista de guitarra en las principales ciudades
de los Estados Unidos. Es también arreglista y se ha presentado en los
principales teatros y salas de concierto en el mundo.
-Andrés, el tercero de los hijos de Rodrigo, estudió Solfeo y Conjunto
Coral en Madrid. Al residenciarse su familia en Barquisimeto estudió
194
Ingeniería Electrónica en el Instituto Universitario Politécnico de esa ciudad.
Paralelo a los estudios de Ingeniería Electrónica se inscribió en la Escuela de
Música de la ciudad a cursar piano y percusión. Terminó sus estudios de Fagot
y ha sido Jefe de Instrumentos de Viento de la Orquesta Sinfónica Juvenil de
Lara.
-Juan José, el hijo menor de Rodrigo, estudió violín y actualmente es
violinista de la Orquesta Sinfónica Juvenil de Lara.
-Como es obvio, Rodrigo no necesita presentación. Aquí está Rodrigo –
expresó Isabel.
Antes de intervenir con su guitarra, Rodrigo expresó:
-Ustedes conocen bien al guitarrista. Yo quiero hablarles hoy de mi
experiencia y del mundo que he conocido a lo largo de mi carrera artística e
incluso de mi vida. Me siento proyectado en lo artístico y en lo humano en mis
hijos y en mi pueblo. Me enorgullece presumir que el ejemplo de mi trabajo,
de mis estudios e incluso de mi vida volcada hacia el quehacer artístico, pueda
haber sido percibido por mis hijos como la primera escuela. Hoy, no tengo
dudas de que hay una retroalimentación espiritual en una familia de músicos,
de estudiantes y trabajadores permanentes por el arte inagotable. Creo que el
sentido de responsabilidad que les he inculcado a mis hijos, forma parte muy
importante del contexto socio cultural que requiere el ser humano para tener
una guía y una meta sin torceduras lamentables. Todos son hijos del amor y de
la música, pero también del trabajo. En la formación integral de mis hijos
también ha jugado un papel importante, mejor dicho imprescindible, mi mujer;
Julia, compañera de toda mi vida, quien después de ver emerger a nuestros
hijos hacia el porvenir, estudió bachillerato e ingresó a la Universidad, donde
también aprobó estudios superiores. La droga que ha penetrado en nuestro
hogar es la lectura de todos los días. Julia entendió desde el primer momento
del matrimonio que la vida de un concertista de guitarra, que tenía que
recorrer el mundo, no podía ni debía sujetarla en cuatro paredes.
Comenzaron los aplausos, pero volvió a intervenir Isabel.
-Esperen un momento, por favor. De mi padre, tampoco hablaré.
Ustedes lo conocen tanto como a Rodrigo. Aquí está Alirio.
195
Antes de intervenir, Alirio también se dirigió brevemente al público
para exponerle las ideas que le llegaban a la mente y transmitirle una emoción
y una experiencia que marcaban su vida.
-Yo me siento igualmente satisfecho de haber transitado un duro
camino, desde La Candelaria, pasando por esta ciudad, a Trujillo, Caracas,
Madrid y Siena, venciendo las dificultades de una época conocida por muchos
de ustedes, para realizar el sueño de ser guitarrista y estar aquí con nuestras
familias, a recibir más que aplausos, el afecto de un pueblo que ama la música
y premia el trabajo. Encontré una compañera que ha sido vital en mi carrera y
en la formación de mis hijos. La música ha sido para nosotros no sólo una
profesión, sino algo más que le da sentido a la vida. Me siento feliz de que
Senio Alirio haya nacido con facultades excepcionales para la música,
desarrolladas y perfeccionadas hasta el virtuosismo, por su recia voluntad para
el estudio y el trabajo. Sin embargo, quiero expresarles que la época actual, en
comparación con la que nos tocó vivir a Rodrigo y a mí, con todas las
dificultades que tuvimos que enfrentar, es tanto o más compleja y difícil. No
es suficiente tener talento y alcanzar el virtuosismo en el arte musical. La
sociedad contemporánea es más competitiva y presenta obstáculos distintos,
pero de una dimensión a veces invencibles. Por eso considero que todos los
jóvenes profesionales de la guitarra requieren una naturaleza musical, el
instinto musical como facultad esencial, para luego ser sometidos a la escuela
técnica creada por la inteligencia del ser humano. En lo personal, en lo
humano, percibo la existencia de mi familia, como un gran éxito en mi tránsito
por la vida.
Volvieron los aplausos antes de comenzar el concierto y luego
aparecieron todos en el escenario. Tocaron composiciones para guitarra de
Rodrigo y arreglos de Alirio y de Rubén. El público absorto, dentro y fuera del
Teatro, oyó lo que para la mayoría, si no para la totalidad, ya resultaba
consustancial con la noche y el amanecer de los caroreños: una combinación
de sonidos, armonizados por una múltiple vocación para la música. Las
guitarras de Rodrigo y Alirio, de Senio y Rubén; la voz de Josefina, el fagot,
el violín y la flauta de Andrés, Juan José y Josefa inundaron los oídos de los
caroreños hasta el éxtasis.
196
El público exigió la repetición de cada una de las melodías que tocaban,
hasta que la noche comenzó a descender y del delirio se pasó al silencio.
Isabel llamó la atención para leer dos telegramas. Uno dirigido a Alirio que
decía:
-Le invitamos como Huésped de Honor al Concurso Latinoamericano
de Guitarra Alirio Díaz.
Consejo Nacional de la Cultura (CONAC)
El otro telegrama dirigido a Rodrigo, decía:
Le invitamos a participar como jurado especial en el Festival
Latinoamericano de Composición para Guitarra Rodrigo Riera.
Consejo Nacional de la Cultura (CONAC)
El público volvió aplaudir el concierto y la despedida. El cronista de la
ciudad, José Numa Rojas, propuso colocar a la entrada del Teatro “Alirio
Díaz”, la siguiente inscripción:
“Una tradición verdadera no es
el testimonio de un pasado transcurrido;
es una fuerza viviente que anima
e informa el presente”
Stravinsky
197
ÍNDICE Pág.
PRÓLOGO
INTRODUCCIÓN
EL CINE COMO ESCUELA DE MÚSICA
EL CANTO DE LOS PÁJAROS AFINAN EL OÍDO
UNA GUITARRA Y UN LIBRO PRESTADOS
SERENATA DE SCHUBERT EN LA CANDELARIA
UNA PROMESA NACIONAL E INTERNACIONAL
CONTRAPUNTEO EN LA GUITARRA
EN LA ESCUELA SUPERIOR DE MÚSICA
CONCIERTOS POR TODA VENEZUELA
EN EL REAL CONSERVATORIO DE MADRID
EN LA ACADEMIA DE MÚSICA CHIGIANA DE SIENA
CONCIERTOS POR EL MUNDO
DIFUSIÓN DE LA MÚSICA VENEZOLANA
EN LA CASA Y MUSEO DE CHÍO ZUBILLAGA
198
EL “EL DIARIO” DE CARORA
EN BARRIO NUEVO Y LA CANDELARIA
EN EL TEATRO “ALIRIO DÍAZ”
Juan Páez Ávila, periodista y escritor, ex parlamentario y profesor
titular de la Universidad Central de Venezuela, nació en San Antonio, zona
rural de Carora, Municipio Autónomo Torres del Estado Lara.
Ex Director de la Escuela de Comunicación Social de la UCV, ha sido
columnista de los diarios “El Nacional”, “El Universal”, “Ultimas Noticias”,
“El Impulso”, “El Diario” de Carora y algunas revistas nacionales y
extranjeras.
En 1978 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo, Mención Docencia;
en 1979 el Premio de Cuentos del diario “El Nacional”, con el cuento
199
Atarigua; en 1980 el Premio de cuentos de la Dirección de Cultura de la
Universidad Santa María, con el cuento “El Balcón de los Álvarez”; y en 1981
el Premio Municipal de Literatura del Distrito Federal con la Biografía de
“Cecilio Zubillaga Perera”.
En Julio de 1999 publicó la editorial FUNDARTE la obra “Dos
Guitarras”, ejercicio narrativo sobre la vida de Alirio Díaz y Rodrigo Riera.
La Dirección de Cultura de la Universidad Centrooccidental “Lisandro
Alvarado” publicó una segunda edición de “Dos Guitarras de Carora y del
Mundo”, ampliada y corregida, en homenaje a dos grandes concertista de la
guitarra clásica, Alirio Díaz y Rodrigo Riera, este último eximio profesor de
esta Casa de Estudios.
Ha publicado; “La Otra Banda”, novela; y “Chío Zubillaga Caroreño
Universal”, biografía; Coroneles de Carohana, novela; “Atarigua y otros
Relatos de Carohana”, libro de cuentos; Alí el Viajero Enlutado, biografía
novelada sobre la vida obra del poeta caroreño Alí Lameda; Viendo Pasar el
Siglo, novela, Hombres de Petróleo, novela. Crónica de una Utopía, novela,
Viaje a la Incertidumbre, novela; y Pasantía por el Parlamento (selección de
discursos en el Congreso de la República).
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