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INTRODUCCIÓN
MATTHEWGUTMANN
EL ÁNIMO RECTOR DE LOS TRES excelentes estudios de este libro sobre varones y masculinidades en tres países de América Latina -Colombia, Chile y Perú- es el de documentar y promover las cambiantes relaciones de género basadas en una diversidad de formas de desigualdad. Por medio de detalladas investigaciones entre determinados sectores de la población en cada uno de estos países, Hombres e identidades de género. Investigaciones desde América Latina examina cómo y por qué razón las relaciones de género entre hombres y mujeres y entre los hombres mismos están sufriendo hondas transformaciones.
Este volumen conduce al lector por el intrincado laberinto de los más recientes trabajos teóricos sobre masculinidad y virilidad y sus opuestos conceptuales y prácticos. Los ensayos se valen hábilmente de la idea ampliamente aceptada de la masculinidad hege-mónica para dar una mayor profundidad a este modelo y nuevos modos posibles de aplicarlo en contextos culturales específicos de América Latina. Tras cimentar la discusión periódica sobre las masculinidades hegemónicas y subordinadas en las realidades de las vidas de hombres y mujeres de Colombia, Chile y Perú, Mará Viveros, José Olavarría y Norma Fuller consiguen igualmente captar la compleja interacción entre los aspectos normativos y prácticos de la masculinidad en esos marcos sociales e ilustrar la manera como recientemente se han visto desafiados y transformados por mujeres y hombres de todo el continente.
Un rasgo sobresaliente que se aprecia por igual en los tres estudios es la habilidad de cada autor para enfocar su investigación en los varones sin por ello dejar de incorporar el saber y experiencias de las mujeres con respecto a los hombres en sus vidas. El logro no es cosa de poca monta: en muchos, si no en la mayoría de los últimos estudios especializados sobre varones y masculinidad, es sorprendente la poca atención que se presta a los puntos de vista de las mujeres y a su conocimiento práctico acerca de los hombres.
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Aunque todavía estamos en una etapa intelectual que encuentra necesarios y útiles los estudios centrados en los varones (y mujeres), Viveros, Olavarría y Fuller preparan el terreno, tanto a este respecto como a muchos otros, para futuros investigadores en el campo de los estudios de género en su sentido más amplio.
Ya sea en el examen detallado de la violencia doméstica y, al menos en forma implícita, en la crítica de las teorías de la transferencia existentes según las cuales los hombres maltratan a las mujeres porque ellos mismos se sienten oprimidos por otros en el trabajo y otras áreas de la sociedad, ya sea diseccionando las intrincadas circunstancias de la homosocialidad -espacios de amistad y unión masculinas-, estos autores no cejan en su empeño de ir más allá de los estereotipos manidos y las más difundidas evidencias sobre los varones, el machismo y las proclividades masculinas. En estos textos, el de la dominación no es un concepto establecido sino uno que se cuestiona y somete a minuciosos escrutinios. Como señala Olavarría, "ser independiente es no ser apatronado ni depender de un jefe, generalmente otro hombre, y por lo tanto no estar bajo su dominio". Aquí tenemos, en pocas palabras, algunos aspectos de los conflictos que experimentan tantos varones: dominar y ser dominado, buscar la propia independencia y restringir la independencia de los demás, no depender de nadie, pero hacer que otros dependan de uno mismo. Éste es, en cierto sentido, el enigma central del estudio de los varones y la masculinidad: por qué, siendo que existe un cúmulo de investigaciones centradas en los varones y lo que hacen y piensan, hasta hace muy poco -la década de 1990 para América Latina- ha habido tan contadas investigaciones sobre los varones en cuanto tales; es decir, sobre los hombres en sus aspectos masculinizados o masculinizadores. Fundamentadas en marcos conceptuales que se basan o en una teoría sociológica clásica o en paradigmas psicoanalíticos, las mejores obras acerca de los varones y la masculinidad se rehusan a
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perpetuar los conocimientos preexistentes sobre el tema y buscan
por el contrario nuevas aproximaciones a esta área de estudio tan
bien explorada en apariencia.
LAS INVESTIGACIONES Y sus AUTORES
Autora de importantes estudios sobre varones y masculinidades
del Perú, Norma Fuller se vale de la combinación de sus sólidos
intereses y conocimientos en antropología cultural y psicología pa
ra ofrecer los perfiles finamente pormenorizados de 120 hombres
de tres ciudades de tres diferentes regiones del Perú. Trabajando
dentro de un marco general teórico que hace hincapié en la aten
ción que L. Irigaray pone en el falocentrismo, Fuller se afana por
mostrar no sólo varios tipos de masculinidad según pautas de cla
se, regionales, étnicas y generacionales, sino también, seguramen
te debido en gran medida a su formación psicológica, las variacio
nes dentro de los propios individuos. De tal manera, un mismo
hombre puede experimentar y sin duda alguna experimenta muy
diversos y contradictorios sentimientos sobre el hecho de ser va
rón. La investigación de Fuller se centra en Lima, corazón cultu
ral, económico y demográfico del país, en Cuzco, en la cordillera
andina, y en Iquitos, en los límites de la región amazónica del Pe
rú. Mediante una entrevista semidirectiva propuesta a 120 hom
bres de estas tres ciudades, divididos en dos grupos de edad (entre
23 y 30 años y entre 40 y 55) y dos estratos sociales amplios (popu
lar y de clase media), la autora busca dilucidar factores que sea
posible asociar de modo general a la masculinidad en el Perú, así
como atributos, creencias y experiencias que puedan diferir pro
fundamente entre este o aquel grupo de varones. A partir del exa
men de cuestiones tales como las prácticas sexuales, las relaciones
entre pares, el trabajo, el matrimonio o la paternidad, Fuller se
encuentra en capacidad de comparar "los varones concretos" con
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"la carencia y la imposibilidad de cumplir con los imperativos de la masculinidad" que en mayor o menor medida aquejan a los varones a lo largo y ancho del Perú.
José Olavarría ha coeditado algunas de las mejores colecciones sobre el tema de la masculinidad en América Latina y realizado varias investigaciones empíricas sobre varones chilenos, entre ellas algunos trabajos precursores sobre adolescentes de ese país. En su ensayo de este libro, Olavarría utiliza el juego entre la invi-sibilidad y el poder como la idea recurrente que le permite describir las características que no son obvias en las vidas de los varones, y sus aspiraciones, temores y vergüenzas. En particular se interesa en comparar los sistemas normativos de valores con las actividades prácticas de los hombres en el Santiago de Chile contemporáneo.
Olavarría logra su cometido mediante reiteradas referencias a las vidas de docenas de hombres que entrevistó en Santiago. Interesado de manera especial en los períodos de transición en las vidas de estos hombres, les pregunta por ejemplo por qué algunos varones terminan siendo heterosexuales y otros no, a fin de explorar más ampliamente las dimensiones de la subjetividad y la sexualidad masculinas, las posibilidades de experimentación que se les presentan y las presiones que mencionan y que contribuyen a llevarlos a una o a otra forma de sexualidad hegemónica o subordinada.
En su contribución a este libro, Mará Viveros hace varios aportes originales. Conocida por sus trabajos pioneros sobre varones y masculinidad en Colombia, así como por sus investigaciones previas sobre salud reproductiva y mujeres profesionales de su país, en este escrito Viveros avanza en la exploración de las marcadas diferencias regionales que en Colombia cobran formas de clase y en especial étnico-raciales con respecto a los valores, presentación de sí mismos y responsabilidades de los hombres y, cosa que
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tiene una significación más amplia, con respecto a los cuerpos ra-
cializados de los varones.
De modo similar a Fuller, Viveros realizó investigaciones en
tre varones colombianos de diferentes edades, en su caso grupos
de entre 20-35 Y entre 45-60 años de edad, para captar además los
cambios generacionales en las representaciones y prácticas asocia
das a la masculinidad. Sus dos terrenos de estudio los componen
Quibdó, una ciudad situada en una zona pobre y relativamente
aislada, como es la costa pacífica de Colombia que alberga un
gran número de afrocolombianos, y Armenia, una ciudad ubica
da en una región del país predominantemente blanco-mestiza (o,
como dice Viveros, una región "que se autodefme por su reducida
presencia negra"), conocida por su producción cafetera y su rela
tiva prosperidad económica en comparación con otras partes de
Colombia.
Entornos todos estos que son claves para los varones y la mas
culinidad en Chile, Colombia y Perú. Pese a que debemos aceptar
como un axioma el hecho de que la situación social y político-
económica en conjunto ayuda a proporcionar el contexto que nos
permite la comprensión de fenómenos tales como los cambios en
las identidades y prácticas masculinas, hay que decir que por des
gracia este principio no siempre se aplica con rigor. Somos, por
tanto, unos privilegiados por tener en los trabajos de Olavarría,
Fuller y Viveros una aguda captación del panorama, los antece
dentes y el contexto de los últimos desarrollos que en América
Latina han incidido en los cambios en las relaciones de género.
Para el caso de Chile, por ejemplo, Olavarría encuadra la situa
ción señalando de entrada la importancia que para los estudios
sobre varones y masculinidad en ese país tienen la dictadura mili
tar (1973-1990), el gobierno militar, el papel de la Iglesia católica
en Chile, el del Estado, etcétera. Trae el testimonio de un hombre
que participó en movimientos políticos de izquierda, quien esta-
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blece una conexión directa entre su activismo e ideas izquierdistas
con las contradicciones de que se sintió presa al llegar a la adultez
masculina, puesto que las normas predominantes estaban en con
tradicción con lo que él sentía que debía pensar y hacer.
Sin reducirlos a unas dicotomías rígidas, Mará Viveros resalta
los contrastes entre Quibdó y Armenia en relación con los niveles
de pobreza y estabilidad económica relativa, las características ét-
nico-raciales, el grado de aislamiento regional e integración so
cio-cultural en la comunidad nacional, así como las diferencias
sexualizadas entre los quebradores del Chocó y los cumplidores
paisas.
Con todo, por más cuidado que cada autor ponga en el análi
sis de datos provenientes de contextos culturales específicos en co
yunturas históricas particulares, no cabe duda de que otros que
viven o han realizado investigaciones en América Latina podrán
encontrar detalles que no concuerdan con sus propias percepcio
nes. Por ejemplo, en la colonia popular de Ciudad de México,
donde he vivido y conducido mis investigaciones desde 1992, me
sorprendería oír a alguien decir sin más precisiones que las calles
son "el ámbito privilegiado de acción de los jóvenes". De hecho, los
cambios que ocurren a lo largo del día con relación a quién ocupa
o controla las calles son patentes. Por las mañanas y a primeras
horas de la tarde lo más correcto sería decir que las mujeres (y los
niños, especialmente los fines de semana) predominan. Al caer la
tarde y comienzos de la noche se ven cantidad de hombres y jóve
nes que regresan del trabajo o el colegio, se reúnen en pequeños
corrillos o salen por algún recado. Tarde en la noche los jóvenes de
ambos sexos son ciertamente los privilegiados, hasta eso de la me
dianoche, a partir de la cual los miembros de las pandillas, los
borrachínes y quienes tienen la mala fortuna de trabajar en tur
nos irregulares se encuentran en las calles. Éste no es un argumen
to contra ninguna conclusión en concreto, sino que más bien se
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adelanta para reforzar una de las conclusiones centrales de las exploraciones de Hombres e identidades de género. Investigaciones desde América Latina. En la sola América Latina, la diversidad de significados y experiencias contenidas bajo el término de "masculinidad" es asombrosa.
El trabajo es claramente el rasgo central y definitorio de la masculinidad para muchos hombres (y mujeres) en diferentes partes de las Américas, aunque debido a una multiplicidad de razones. Olavarría, que dedica la mitad de su escrito al tema de los hombres y el trabajo, cita en alguna parte a José, un hombre de 30 años de edad perteneciente a la clase media alta: "Para mí, trabajar es como lo primordial". Por otro lado, para Carlos, un trabajador mayor con varios años más de experiencia, "al principio me gustaba [trabajar], pero después es una necesidad". Aunque no se muestra precisamente romántico frente a los encantos del trabajo, José al menos lo liga a algo esencial y fundamental en su vida sobre lo cual él no tiene dominio alguno, mientras que Carlos parece aceptarlo simplemente como una parte necesaria de la vida a la que no hay que celebrar pero con la que el hombre se debe reconciliar, ejecutando las labores del día. Fuller trata el tema del trabajo en forma parecida, llamándolo "el eje fundamental de la identidad masculina" y Viveros lo señala como un requisito necesario para acceder a la identidad masculina adulta.
En una fascinante digresión, Olavarría señala el lugar especial que el trabajo puede ocupar desde el punto de vista ideológico en los hogares regidos por mujeres, ya que para muchos de esos hombres el abandono que sus padres hicieron de los deberes tradicionales masculinos fue precisamente lo que les grabó la mayor impresión en la juventud. En México, por ejemplo, ha surgido una categoría intermedia de padres, situada entre los que están presentes y participan en la crianza de los hijos y los que dejan a sus familias sin que se vuelva a saber nada de ellos. A estos padres de
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estatus intermedio se los conoce popularmente como los "padres de cheque", pues son hombres cuya paternidad se define y sostiene primariamente a través de sus remesas periódicas a esos hogares donde desde hace tiempo dejaron de vivir.
Además del trabajo, cada uno de los ensayos de este libro se adentra en el examen de otros asuntos centrales para el estudio de los varones y la masculinidad en variados contextos culturales, temas como los de la sexualidad, las relaciones entre pares, el matrimonio y la paternidad. En cuanto a las representaciones de la masculinidad, Viveros establece, como se dijo, una útil distinción entre las imágenes ideales de los varones como quebradores o como cumplidores, construidas en torno a sus competencias sexuales o de trabajo. Mientras en Quibdó, el término "quebrador" se aplica al hombre conocido por su habilidad para conquistar mujeres y para estar pasando de una a otra, en Armenia se hace constante referencia al "cumplidor", el hombre que cumple sus responsabilidades, el buen trabajador y sostén de la mujer y los hijos. Los varones de ambas ciudades tratan de utilizar estas dos imágenes predominantes en cada una de ellas para orientar sus actitudes y puestas en acción de la masculinidad en distintos ámbitos.
Bajo algunos de los comentarios de los varones citados en estas investigaciones subyace lo que algunos estudiosos del tema de los varones y la masculinidad consideran que es el rasgo determinante de ciertas clases de masculinidad hegemónica inscritas en un contexto más global: la tendencia de los heterosexuales a definirse como varoniles mediante el expediente de denigrar de otros hombres que tienen sexo con hombres. A veces esto es explícito, y otras implícito, en los comentarios de los hombres que hablaron con Olavarría, Fuller y Viveros sobre asuntos como el de quién toma la iniciativa en los encuentros sexuales, la relación entre prostitución y masturbación y el lugar que la sexualidad ocupa en los matrimonios de muchos años.
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En el examen de la paternidad, estos estudios le ponen la mor
taja a un cliché muy difundido sobre América Latina: el de que
para los varones de las Américas el significado y el valor principa
les de tener hijos es poder dar prueba de la propia virilidad me
diante la engendración de una numerosa prole, particularmente
de varoncitos. Los debates sobre la procreación y otros temas afi
nes como el aborto se siguen dando en los albores del siglo xxi a lo
largo de todo el continente. La doctrina de la Iglesia católica sigue
ejerciendo un control hegemónico sobre la legislación en la mayo
ría de los países del hemisferio, y las voces pro-natalidad retum
ban a todo dar y tienen mucho eco en los medios de comunica
ción. La negación de los gobiernos a legalizar el aborto es aún uno
de los principales métodos para controlar las opciones reproduc
tivas de las mujeres, especialmente las de las mujeres pobres, y mu
chos hombres son cuando menos cómplices de esta situación.
Sin embargo, como se documenta a fondo en estos ensayos,
para muchos varones, si no para todos, ser padre implica mucho
más que proveer la semilla de los futuros sucesores. Ya sea en el
sentido estrecho de la responsabilidad económica, o en el más ca
bal de involucrar la participación activa de los hombres en las
vidas de sus hijos y en tantos aspectos de esas vidas como sea posi
ble, estos y otros estudios nos suministran pruebas abundantes
del papel primordial que el concepto de la paternidad en el senti
do lato desempeña en las vidas de los hombres de diversas regiones
de América Latina.
CLASE, GENERACIÓN, RAZA Y REGIÓN
Sin duda alguna, la variable capital que se analiza en este libro es
la de clase, bien sea en el acceso que los varones (y mujeres) de clase
media del Perú tienen a las vías legales para dirimir los problemas
relacionados con los conflictos de género que Norma Fuller men-
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ciona, o las diferencias que José Olavarría analiza con respecto a representaciones del trabajo hechas por hombres de los sectores populares y medio de la sociedad chilena. Como escribe Olavarría, "los varones populares representaban al mundo del trabajo como independiente de sus voluntades". Si es verdad que el trabajo tiene una clara relación con la confianza y satisfacción personales en todos los estratos de clase, el hecho de que las perspectivas de movilidad social de un varón sean inmensamente más grandes para ciertos sectores en determinadas épocas históricas incidirá a su vez sobre los destinos de los varones y la masculinidad. Es decir, si por ejemplo los varones de los sectores populares piensan que hay cierta futilidad en recibir más educación y adiestramiento puesto que ven limitadas en lo esencial sus posibilidades de ascenso por más calificados que estén, entonces es seguro que van a concebir pocas oportunidades de convertirse en unos proveedores, más adecuados en el sentido tradicional, de la familia. Por otra parte, como nos lo revelan Norma Fuller y Mará Viveros, si bien es de importancia primordial, el análisis de clase debe integrarse con otros calificativos sociales tales como los de generación y raza para poder obtener una correcta comprensión de las mutuas influencias de todos y cada uno de los cambios que se están dando en los varones y las identidades masculinas en las Américas. En el estudio de Viveros, en el contexto de la altamente racializada sociedad colombiana, se hace una clara exposición de la confluencia de clase, raza y región, a fin de comprender aspectos de la somatización de las desigualdades sociales en ese país, como también de trazar un cuadro de las transformaciones reales que han ocurrido allí en los últimos años. En sus respectivos escritos los autores demuestran la inutilidad de definir en abstracto qué significa ser varón y la importancia de anclar incluso este concepto básico en otras categorías sociales. Por ejemplo, en cierto momento Fuller trae el testimonio de "Conejo", un peruano de edad mediana, quien dice
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que "hasta los 19 todos son niños". No obstante, para Alex, un joven cuyas palabras cita Olavarría, "un varón yo llamo a un tipo de 35". La cuestión del grupo etáreo y la generación es capital para las definiciones, y para las definiciones mutables y contradictorias de la masculinidad debidas en parte a las cambiantes relaciones de los hombres con el trabajo, pero también con el matrimonio, la paternidad y las actividades recreativas.
Mientras que Olavarría desarrolló su proyecto en una sola ciudad, Santiago (aunque entre los diferentes estratos de clase del lugar), Viveros puso las diferencias regionales de Colombia en el punto central de su estudio, al igual que Fuller, quien compara en su trabajo información proveniente de tres ciudades peruanas, Lima, Cuzco e Iquitos. Para el caso de este último país, Fuller da a conocer conclusiones como la de que en Lima la idea religiosa sobre la masculinidad que asocia la sexualidad con el pecado ha decaído bastante, sobre todo entre los jóvenes, en tanto que en Iquitos prácticamente no existe y en Cuzco continúa teniendo algún peso.
Los resultados más fructíferos de estos y otros estudios similares sobre varones y masculinidad en América Latina tienen varios elementos en común: uno, que hacen de los puntos de vista y experiencias de las mujeres con los hombres un elemento central de la investigación. Como escribe Fuller acerca de algunos, si no todos los varones de su estudio, "el reconocimiento de la esposa es crucial en la constitución de la masculinidad, porque es ella quien, en última instancia, confirma la virilidad de un varón".
En segundo lugar, consiguen integrar cuestiones de clase, raza, generación y región en el propio tejido de sus interrogantes y conclusiones esenciales. En el caso de estudios como el de Viveros es claro que la necesidad de abrir nuevos horizontes conceptuales se hace evidente no sólo en puntos que tocan a la masculinidad, sino también en otros asuntos atinentes a las poblaciones africanas de
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las Américas sobre las que hay todavía una relativa escasez de estudios.
Tercero, sorprende que la distinción entre los valores normativos y las prácticas no sea recalcada en muchos, demasiados, de los estudios sobre masculinidad, razón de más para apreciar mejor el repetido énfasis que hace Fuller en los "varones concretos", como también el contraste que establece Viveros entre imágenes y comportamientos. Esta confusión es en parte inevitable en investigaciones de ciencias sociales que por necesidad se apoyan en el testimonio personal: sin una observación crítica y la confirmación de las creencias que dicen sostener los informantes, es poca la información que puede presentarse. Y esto no se reduce tan sólo a un problema de ocultación y subterfugios. Algunos hombres y mujeres de la clase media, cuando menos, pueden pasar años en el diván del analista tratando de ahondar sobre lo que ocurrió realmente en un momento dado de sus vidas, sobre sus motivaciones y sobre sus deseos. Es mucho lo que podemos aprender en entrevistas relativamente rápidas a desconocidos, pero mientras más podamos evaluar de modo crítico la veracidad de las afirmaciones así recopiladas, con mayor precisión podremos determinar qué significa ser varón (o mujer) en lugares y tiempos particulares.
Es curioso, tal vez, que una de las conclusiones tácitas de estos tres estudios parezca ser lo opuesto de un viejo paradigma feminista que asociaba a los hombres más con la cultura y a las mujeres más con la naturaleza. Mientras que otros intérpretes han llegado al punto de sostener que las mujeres pueden producir "naturalmente" hijos varones, pero que los hombres son los únicos que pueden convertir a estos niños en hombres gracias al poder de la inducción cultural, a lo largo de estas tres investigaciones más bien parece traslucirse que los hombres tienden a ser asociados con un comportamiento más instintivo y que, a la larga al menos, se espera, y se cumple, que las mujeres tengan un mayor dominio
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de las situaciones. Como dice Fuller, esto depende en parte de hasta dónde se crea que los varones son, en potencia o con el tiempo, domesticables o no. Y en las mentes de muchos de los varones entrevistados en estas investigaciones dicha posibilidad está relacionada indirectamente con cuestiones de sexualidad, más en concreto con los "inevitables" impulsos sexuales de los hombres que pueden desfogarse tanto con mujeres como con otros hombres.
TEMAS Y APORTES FINALES
El principal aporte de estos tres estudios es el énfasis y el desarrollo que se hace sobre la cuestión del cambio. Sin propender por una versión hueca de la masculinidad transformada, llamada con frecuencia "una nueva masculinidad", estos ensayos desarrollan el tema de los cambios recientes, abordando de frente cuestiones referentes a las disparidades sociales básicas entre varones y mujeres, varones de diferentes grupos étnicos, varones de diferentes orientaciones sexuales y varones de diferentes clases. Sin detenerse de manera excesiva en los modelos conceptuales, cada autor encuentra que el concepto general de la masculinidad hegemónica en sus lincamientos más amplios es útil para comprender las relaciones desiguales de poder entre mujeres y varones y entre los varones mismos en Colombia, Chile y Perú. Olavarría parece apuntar a una evolución de la teoría de la masculinidad hegemónica en su análisis de lo que podríamos llamar la "masculinidad discontinua", dando mayor detalle a los grandes brochazos con que se delineaba el anterior concepto. Viveros trae ciertamente una con-ceptuación original en lo que hace a la significación de lo regional para la masculinidad hegemónica, en apropiado contrapunto a la idea desde hace tiempo implícita de que en cierta manera la dominación de todo tipo asume inevitablemente expresiones nacionales únicas en el mundo contemporáneo.
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Una de las pocas referencias que echo de menos con respecto a las influencias sociales que compelen al cambio en el campo de los varones y la masculinidad, es la del feminismo y las formas en que en éste puede o no haber incidido en la transformación de percepciones y actividades que se asocian en América Latina con los varones y la masculinidad. Éste podría ser un tema interesante para futuros estudios.
Que los varones de la región enfrentan pruebas de diferente tipo en distintas etapas de la vida para confirmar su identidad de género es algo que no admite duda. Pero que también las mujeres las enfrentan, es más discutible. Algunos teóricos de la masculinidad sostienen que, comparativamente con los varones, muchas más mujeres nacen ya en calidad de mujeres, mientras los varones en términos generales se tienen que poner constantemente a prueba entre ellos mismos y frente a las mujeres para adquirir y conservar la identidad masculina. Para una mayor precisión de los límites dentro de los cuales los varones pueden funcionar verdaderamente como "hombres" se requerirían ulteriores investigaciones, máxime si se tiene en cuenta que esos límites cambian de continuo y son muy poco estables. La competitividad cunde entre los varones, y muchos hombres (e investigadores) pueden pensar que esta actitud es inherente a la hombría. Sin embargo, de nuevo nos convendría involucrar en el estudio de los varones y la competitividad las ideas y experiencias de las mujeres, y no simplemente con relación a los hombres. Esto tiene conexión con el actual debate sobre si lo masculino se debe definir estrictamente como cualquier cosa que hagan los varones (así también la hagan las mujeres) o si en nuestros marcos teóricos debemos dar razón de la desigualdad social en vez de contribuir simplemente a su perpetuación en el terreno conceptual.
Palabras como competitividad, orgullo, responsabilidad y sacrificio no se deben asociar de manera casual o exclusiva a los va-
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roñes. Difícil es, si no imposible, no aplicar estos mismos términos, aunque claro está, según sus propias significaciones y situaciones, también a las mujeres. Ésta es una parte crucial de la distinción vital entre las normas y la práctica. Mi ejemplo preferido de entre estos tres estudios proviene, por extraño que parezca, de una publicación reciente del ejército de Chile, y es expuesto someramente por Olavarría. Aunque por lo general se lo relaciona únicamente con las formas más brutales de la masculinidad hegemónica, Olavarría trae aquí a colación el documento para subrayar el hecho de que a los oficiales se les entrena para que muestren "más que nada serenidad ante los cambios de situación" y para que destaquen por su "ecuanimidad", "sobriedad", "dominio de sí mismo" y, por supuesto, a través de su "amor al servicio". Sin pretender exagerar las cualidades femeninas estereotipadas que resalta este documento del ejército chileno, como mínimo vale la pena observar que estos rasgos son parecidos o idénticos a los que se suelen asociar con las mujeres: dominio de sí, serenidad, sacrificio, humildad, etcétera. La coincidencia de cualidades similares no niega de modo alguno las divisiones de género ni mucho menos las desigualdades de género, pero sí suministra una contrapartida abyecta a ciertas dicotomías simplistas (y populares) que bien pueden ser más endebles de lo que se demuestra mediante el análisis del discurso.
Una vez trazados todos los pormenores, sutilezas, calificaciones y delimitaciones sobre el tema del varón y la masculinidad, el cuerpo es el reiterado referente para determinar lo que el varón es en comparación con la mujer. Sea que esto implique cuestiones rudimentarias de fuerza (dimorfismo sexual) o edad (con la llegada de la virilidad en la pubertad, por ejemplo), sea que, como escribe Fuller, "el cuerpo es la sede donde se juegan las relaciones de raza y etnia de la sociedad peruana", o, como en el caso de Colombia, según muestra Viveros, la raza y la etnicidad estén ínti-
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mámente ligadas a cuestiones de sexo, género y clase, el cuerpo es el arbitro de esta diferencia en última instancia. Cuando Olavarría transcribe el recuento de su vida que hace un hombre de edad madura: "Yo me sentí hombre por el solo hecho de hacer el amor con una mujer y eyacular", bien podemos preguntarnos si no habrá ciertas diferencias comunes, por no decir que universales, entre hombres y mujeres en lo que atañe al sexo y la virginidad. Si una mujer pierde la virginidad o simplemente tiene una relación sexual, ¿viene por fuerza la implicación de un orgasmo? Si un hombre penetra la vagina de una mujer y no eyacula, ¿ha tenido sexo?
Además de estos últimos puntos, hay otras áreas que vienen a la mente como excelentes materias para futuras investigaciones que adelanten aún más los notables estudios contenidos en Hombres e identidades de género. Investigaciones desde América Latina. El análisis periódico que hace Fuller de las tensiones entre la familia y los amigos saca a la luz una carencia aún grande en las investigaciones sobre los varones y las masculinidades en América Latina: la amistad y la homosocialidad masculinas. ¿Cómo se agrupan los varones en las diferentes etapas de la vida y en diferentes contextos regionales, de clase y etno-raciales? ¿Y cuál es la influencia relativa en cada una de estas situaciones culturales de los amigos y la familia sobre los varones y las identidades masculinas?
¿Cómo hacer para acoplar la investigación cualitativa por medio de entrevistas a investigaciones por encuesta de cubrimiento más vasto, por un lado, y a la elaboración de perfiles psicológicos más profundos, por el otro? ¿Hasta qué punto podemos generalizar a partir de un grupo de varones en un ámbito social determinado, y cómo hacer para obtener beneficio de las comparaciones multiculturales con otros trabajos en esta área realizados en otros lugares del mundo?
Por último, dicho y hecho todo respecto de las desigualdades en gran escala por cuestiones de género, cuando hayamos docu-
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mentado y comprendido mejor lo que toca a la violencia masculina tanto en los hogares como en los espacios homosociales, cuando hayamos ahondado más en la homofobia y raspado las capas de los retratos monocromáticos de la sexualidad masculina, tendremos que cerciorarnos de no haber pasado por alto la experiencia de Negro, un hombre de 33 años de edad entrevistado por Olavarría en Santiago:
Me he deprimido mucho, y ahora entiendo lo que dice Garlitos Marx, claro, la dignidad es importantísima.
Tenemos que trabajar aún más para poder entender qué clase de dignidad tendría Negro en mente, si la dignidad tiene que ver con la masculinidad y si merece la pena conseguirse y cómo hacerlo.
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