Artigas

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PACHO

O'DON

NELL

ARTIGA

S

LA

VERSIÓ

N

POPUL

AR DE

LA

RUVOLI

XIÓN

DE

MAYO

Artigas

La

versión

popular

de la

Revoluci

ón de

Mayo

Pacho

O'Donn

ell

AGUILA

R

A mis

colegas

del

revisioni

smo

nacional

, popular

y

federalis

ta.

Fue el

represe

ntante

más

vigoroso

de un

proyecto

de

organiza

ción

federal,

popular

y

latinoam

ericanist

a para

las

Provinci

as

Unidas

del Río

de la

Plata,

que en

tiempos

de Mayo

incluía

no solo

a la

Argentin

a, sino

también

los

actuales

territorio

s de

Uruguay

, Bolivia

y

Paragua

y. Su

inflexible

elección

política

lo

enfrentó

con el

elitista y

extranjer

izante

unitaris

mo

porteño,

que

abogaba

por la

hegemo

nía del

puerto

sobre

las

provinci

as.

Férreo

defensor

del

sufragio

universa

l para

decidir

los

hechos

cruciale

s

durante

su

liderazg

o

cuando

ninguna

socieda

d del

planeta

practica

ba el

voto

popular,

llevó a

cabo la

primera

reforma

agraria

de toda

Latinoa

mérica.

La

historia

ha

denomin

ado

"Revolu

ción " a

las

jornadas

de Mayo

de 1810,

aunque

no fue

en

verdad

una

revoluci

ón

porque

le faltó

el

protago

nismo

del

pueblo.

En sus

inicios

fue

antes

que

nada un

putsch

de los

criollos

de la

clase

"decent

e", en

acuerdo

con los

comerci

antes

español

es que

apostab

an a la

caída

del

virrey

para

romper

el

monopol

io

comerci

al con

una

metrópol

i colonial

desvenc

ijada y

ocupada

por

fuerzas

extranjer

as. Las

fases

decisiva

s de la

insurrec

ción, es

verdad,

solo

lograron

resolver

se

gracias

a la

participa

ción de

la

"chusma

"

armada

de las

milicias

que se

negaron

a

defende

r a

Cisnero

s y que

abortaro

n el

intento

de la

junta del

24; los

"infernal

es"

orilleros

de

French y

Beruti,

quienes

impidier

on el

acceso

de los

partidari

os del

virrey al

Cabildo

del 22 y

de ese

modo

decidier

on el

resultad

o de la

votación

, que

derribar

on la

puerta

de la

Sala

Capitula

r y

forzaron

, el 24,

la

constitu

ción de

la Junta

de

Mayo.

Pero

aún

faltaba

pueblo

para

llenarla

de

contenid

o, para

imprimirl

e

sentido,

pues un

movimie

nto sin

pueblo

no es

una

verdade

ra

revoluci

ón. El

pueblo

irrumpe

en 1811,

conmovi

do,

turbulent

o, junto

a José

Gervasi

o de

Artigas,

"el

primer

revoluci

onario

del

Plata"

según la

acertada

caracteri

zación

de José

María

Rosa

(1960).

En el

apogeo

de su

trayector

ia, los

pueblos

que

habitaba

n los

territorio

s que en

el

presente

ocupan

la

Repúblic

a

Oriental

del

Uruguay

,

Misione

s, Entre

Ríos,

Corrient

es,

Santa

Fe y

parte de

Córdoba

se

unieron

bajo el

nombre

de

"Pueblo

s Libres"

y

designar

on

"Protect

or " a

Artigas

para

enfrenta

r al

despotis

mo de

Buenos

Aires, la

invasión

portugu

esa

desde el

Brasil y

los

intentos

español

es de

recuper

ar las

colonias

perdidas

. Detrás

de ese

abanico

de

tenaces

enemigo

s

asediab

a la

poderos

a Gran

Bretaña

de la

cual

Portugal

era un

imperio

subalter

no;

detrás

medrab

a la gran

potencia

asociad

a a la

oligarquí

a

rioplaten

se;

detrás

lucraba

el

imperio

británico

aliado

con

España,

en

guerra

contra

Napoleó

n. En

efecto,

la

emboza

da e

intermed

iada

Inglaterr

a era el

principal

obstácul

o para la

verdade

ra

indepen

dencia

de

territorio

s que se

despega

ban de

la

coloniza

ción

hispánic

a para

caer

bajo el

dominio

de un

nuevo

imperio

que

para

ejercer

su

hegemo

nía

procura

ba

despeda

zar los

primitivo

s

virreinat

os y

capitaní

as y

fomenta

ba

conflicto

s

internos

que

pronto

derivaro

n en

anarquí

a y en

pérdida

de

concien

cia

sobre la

necesid

ad de la

unión

continen

tal.

A ese

ambicio

so y

eficaz

imperio

y a sus

aliados

combati

ó el

caudillo

oriental,

en

diversos

frentes,

en

inferiorid

ad de

condicio

nes casi

siempre,

injuriado

,

traiciona

do,

siempre

de pie,

inquebra

ntable.

BANDID

O,

REVOL

UCIONA

RIO Y

FEDER

AL

Los

inicios

El

escenari

o de las

correría

s

juveniles

de José

Gervasi

o de

Artigas,

la

Banda

Oriental,

recibió

su

nombre

durante

el

período

colonial

por su

ubicació

n al este

del río

Uruguay

. Era un

territorio

cuya

soberaní

a estaba

en

perman

ente

litigio

por las

reiterad

as

pretensi

ones

portugu

esas de

expandir

su

imperio

al

sur del

Río

Grande.

El 30 de

enero

de 1726

el

goberna

dor de

Buenos

Aires

Bruno

Zabala

fundó

Montevi

deo. La

Goberna

ción del

Río de

la Plata

intentab

a de ese

modo

contener

el

expansi

onismo

lusitano,

que se

había

concreta

do en

1680,

cuando

una

expedici

ón al

mando

de

Manuel

Lobo

fundó,

con

apoyo

inglés,

Colonia

del

Sacram

ento, un

enclave

que

buscaría

competir

política

y

económi

camente

con

Buenos

Aires.

En 1776

el

territorio

de la

Banda

—y la

recuper

ada

Colonia

del

Sacram

ento—

pasó a

formar

parte del

virreinat

o del

Río de

la Plata,

creado

por Real

Cédula

del

monarca

del

imperio

español,

Carlos

III de

Borbón.

Luego

Montevi

deo fue

base de

los

intentos

británico

s de

invasión

en el

Río de

la Plata

durante

1806 y

1807.

Poco

después

, tras los

sucesos

de Mayo

de 1810,

depuest

o el

virrey

Cisnero

s, el

goberna

dor de

Montevi

deo

Francisc

o Javier

de Elío

fue

proclam

ado

desde

España

nuevo

virrey, y

Montevi

deo

capital

del

virreinat

o.

A

Artigas

le tocó

vivir y

ser

protago

nista de

la

historia

en esos

tumultuo

sos

días,

cuando

las

diferenci

as entre

ambas

márgen

es del

Plata

eran tan

anchas

como el

río

amarron

ado que

las

separab

a.

El futuro

caudillo

era nieto

de Juan

Antonio

Artigas

—natura

l de

Zaragoz

a —,

uno de

los

fundado

res de

Montevi

deo

según

indica el

primer

padrón

de sus

poblador

es

realizad

o en

1726. El

abuelo

Juan

Antonio

integró

el primer

Cabildo

de la

ciudad y

fue

capitán

de

milicias.

De su

matrimo

nio con

Ignacia

Javiera

Carrasc

o

nacieron

cuatro

hijas

además

de

Martín

José,

padre

de José

Gervasi

o.

Los

Artigas

descend

ían de

hidalgos

aragone

ses

cuyos

primeros

rastros

se

remonta

n al siglo

XIV. Por

su parte

los

Pascual

Arnal

—la

familia

del

caudillo

por

rama

materna

habían

participa

do en

las

luchas

iniciadas

por

Pelayo y

García

Jiménez

contra

los

invasore

s

musulm

anes de

la

penínsul

a

Ibérica.

Francisc

a,

madre

del

futuro

jefe

oriental,

aportab

a

además

aboleng

o

indígena

, pues

su

abuela

materna

descend

ía de la

princesa

incaica

Beatriz

Tupac

Yupanki.

José

Gervasi

o nació

en

Montevi

deo el

19 de

junio de

1764, en

la casa

paterna,

lindera a

la de

sus

abuelos

materno

s, en los

terrenos

de las

calles

Colón

1486-14

90 y

Cerrito

306, 308

y 310.

Era el

tercero

de los

hijos del

matrimo

nio de

Martín

José

Artigas y

Francisc

a

Antonia

Pascual

Arnal:

Martina

Antonia,

José

Nicolás,

Manuel

Francisc

o y los

prematu

ramente

fallecido

s Pedro

Ángel y

Cornelio

Cipriano

fueron

sus

herman

os.

Tres

días

después

de su

nacimie

nto

Artigas

fue

bautizad

o en la

Iglesia

Matriz.

Se

conserv

a la

partida

de

bautism

o, que

dice:

"Día 19

de junio

de 1764,

nació

José

Gervasi

o, hijo

legítimo

de D.

Martín

José

Artigas y

de Doña

Francisc

a

Antoña

Arnal,

vecinos

de esta

ciudad

de

Montevi

deo; y

yo el Dr.

Pedro

García

lo

bauticé

en la

iglesia

parroqui

al de

dicha

ciudad

el 21 del

expresa

do mes

y año.

Fue su

padrino

D.

Nicolás

Zamora"

.

Artigas

pasó los

primeros

años de

su vida

en la

ciudad y

en la

chacra

familiar,

sobre la

margen

occident

al del

arroyo

Carrasc

o.

Estudió

Letras

en la

escuela

del

Convent

o de

San

Bernardi

no —a

cargo de

padres

francisc

anos—,

pero a

los

catorce

años

abandon

ó sus

estudios

y se

internó

en la

campañ

a. Había

aprendid

o a leer,

aunque

no tanto

a

escribir,

carencia

que

seguram

ente

explica

que no

se haya

encontra

do un

solo

docume

nto de

su puño

y letra,

lo que

subsana

ba

dictando

a

secretari

os.

Su

alejamie

nto de la

ciudad

quebran

tó la

disposici

ón

testame

ntaria

del

abuelo

materno

Felipe

Pascual

Arnal,

quien

había

instituid

o una

capellan

ía en la

que

nombra

ba "por

primer

capellán

de ella a

mi nieto

José

Gervasi

o

Artigas".

Don

Felipe

buscaba

asegura

rle de

ese

modo

una vida

sin

contratie

mpos

económi

cos,

además

de que

en

aquella

época

toda

familia

procura

ba

contar

con

pariente

s en los

cuartele

s y en

las

iglesias.

Josefa

Ravia,

sobrina

del

caudillo,

cuenta

que "Tío

Pepe

iba a las

estancia

s por vía

de

paseo,

en las

cuales

adquirió

relación

con la

familia

de los

Latorres

de

Santa

Lucía y

los

Pérez

del Valle

de

Aiguá.

Frecuen

tó esas

visitas a

la

campañ

a, y le

fue

tomando

afición a

las

faenas

de

campo;

pero

como no

tuviera

en las

estancia

s de su

padre

una

colocaci

ón fija

se ponía

de

acuerdo

con los

Latorres

, con los

Torgues

es, D.

Doming

o Lema

y D.

Francisc

o Ravía,

y salía a

los

campos

de D.

Melchor

de

Viana

por

autoriza

ción de

este y

del

Goberna

dor de

Montevi

deo a

hacer

cueread

as".

Durante

algunos

años se

dedicó a

aprende

r y

perfecci

onar las

tumultuo

sas

destreza

s de la

vida

rural:

arrear,

enlazar,

bolear,

domar

potros,

cruzar a

nado

arroyos

y ríos,

usar el

cuchillo.

Pero en

la

estancia

adquirió

además

un

conocim

iento

fundame

ntal para

el

ejercicio

del

papel

que la

historia

rioplaten

se le

tenía

reservad

o: se

mimetiz

ó allí

con

gauchos

e indios,

conoció

a fondo

la

personal

idad de

unos y

otros,

comenz

ó a

cimentar

entre

ellos su

prestigio

. Precisa

Washing

ton

Reyes

Abadie

(1996)

que "Su

agilidad

y

destreza

en el

manejo

de las

armas y

el

caballo,

su

activida

d en los

trabajos

de

campo

unidas a

su

fuerza

corporal,

le dieron

un gran

ascendi

ente

sobre

sus

peones

y

compañ

eros".

La

docume

ntación

conserv

ada

prueba

que

Artigas

participó

en

faenas

clandest

inas y

en el

trajín del

contraba

ndo en

la zona

norte de

la

Banda,

una

práctica

habitual

entre los

morador

es de

las

pradera

s

orientale

s.

"Se

habían

pasado

cosa de

dieciséis

a

diecioch

o años,

cuando

después

abrazó

su

carrera

de vida

suelta,

lo vi por

primera

vez en

una

estancia

a orillas

del

Bacacay

,

circunda

do de

muchos

mozos

alucinad

os que

acababa

n de

llegar

con una

crecida

porción

de

animale

s a

vender.

Esto fue

a

principio

s del

año '93,

en la

estancia

de un

hacenda

do rico,

llamado

el

capitán

Sebastiá

n",

recuerd

a el

general

Nicolás

de

Vedia,

compañ

ero de

escuela

de

Artigas.

Entre

1794 y

1796

hay

noticias

de sus

andanza

s por los

territorio

s del

norte del

río

Negro y

en

zonas

limítrofe

s con el

Brasil,

haciend

o

campam

ento en

el

Cuareim

en

compañí

a de

otros

"changa

dores",

o

desperta

ndo la

prevenci

ón del

propio

goberna

dor de

Montevi

deo,

Antonio

de

Olaguer

y Feliú,

quien en

la

capital

había

recibido

"positiva

s

noticias"

de que

estaba

por

partir

"de la

Barra de

Arapey

Grande

con el

Arapey

Chico"

una

crecida

tropa

con

destino

"a la

Estancia

de

Pintos

que está

enfrente

a la

guardia

de

Batoví y

que

igual

camino

lleva

otro

llamado

Pepe

Artigas,

contraba

ndista

vecino

de esta

ciudad,

conduci

endo

también

dos mil

animale

s".

En esas

planicies

fértiles

apenas

ondulad

as por

cuchillas

, Artigas

contraba

ndeaba

ganado

entre la

Banda

Oriental

y Rio

Grande

do Sul.

Sus

correría

s se

comenta

ban en

un vasto

territorio

.

Historias

que se

volvían

leyenda

s, como

la que

contaba

el

general

Guillerm

o Miller

en sus

Memoria

s

(1829),

cuando,

arrincon

ado por

los

hombres

del

gobierno

colonial,

Artigas

ordenó

matar

los

caballos

y,

parapet

ado

junto a

los

suyos

detrás

de los

cuerpos

de los

animale

s,

resistier

on hasta

que se

hizo

noche y

consigui

eron

escapar.

Esteban

Hernánd

ez,

subtenie

nte de

una

partida

de

blanden

gues,

atestigu

a otro

episodio

de las

activida

des

ilícitas

de

Artigas.

Comuni

caba a

su

superior

que el

futuro

caudillo

iba

"conduci

endo

más de

cuatro

mil

animale

s y al

mismo

tiempo

cogiend

o

ganado,

traía

ochenta

y tantos

hombres

de

armas,

la más

aportug

uesada"

.

Hernánd

ez pedía

refuerzo

s

"porque

de otro

modo no

me

dispong

o a

esperar

a

Artigas y

sus

compañ

eros,

porque

a más

de ser

muchos

traen

mucho

interés

tanto de

haciend

as como

de

efectos

de carga

y estos

precisa

mente

han de

echar

hasta el

último

aliento a

defende

r sus

cosas"

(Reyes

Abadie,

1974).

De

contraba

ndista a

blanden

gue

En

aquellos

tiempos,

el

carismát

ico

joven

reunía

las

caracterí

sticas

de un

arquetip

o que

Eric

Hobsba

wm

(1976)

definió

como

"bandid

o

social",

es decir,

un líder

natural

que se

sustrae

a la ley

para

ejercer,

a través

del

delito,

una

pragmáti

ca

justicia

popular

que

favorece

a los

pobres.

Es el

estilo

universa

lizado

por

Robin

Hood,

que

roba a

los ricos

para

distribuir

el botín

entre los

más

necesita

dos.

Prueba

su

marginal

idad el

hecho

de que

—como

sucedía

con los

gauchos

e indios

de las

cuchillas

uruguay

as—

durante

diecinue

ve años

su

nombre

no figura

en

censo

poblacio

nal

alguno.

Según

la

caracteri

zación

de

Hobsba

wm,

cuando

el

bandido

social se

vuelve

demasia

do

molesto,

cuando

la

autorida

d

constitui

da no

logra

eliminarl

o, trata

de

neutraliz

arlo

incorpor

ándolo a

su

servicio.

De ese

modo

actuó el

recién

designa

do virrey

Olaguer

y Feliú

al sumar

a José

Gervasi

o al

Cuerpo

de

Blanden

gues de

la

Frontera

de

Montevi

deo, que

así se

denomin

aba

porque

cuando

desfilab

an sus

hombres

blandían

las

armas,

gallardo

s y

amenaz

adores.

Era una

fuerza

militar

creada

para

mantene

r a raya

a los

indios,

contraba

ndistas

y

salteado

res que

asolaba

n el

norte de

la

Banda

Oriental.

Artigas

los

conocía

bien, de

hecho,

había

sido uno

de ellos.

Además

mantení

a una

vigorosa

relación

con los

charrúas

, que

conserv

ó y

ahondó

a lo

largo de

su vida

como

jefe

oriental.

El 10 de

marzo

de 1797,

con

algunos

compañ

eros de

aventura

s,

Artigas

se

incorpor

a como

soldado

al

Cuerpo

de

Blanden

gues.

Se

acogía

así a los

benefici

os de un

indulto

de

Olaguer

y Feliú

que

específi

camente

incluía

el delito

de

tráfico

ilegal de

mercade

ría para

procurar

atraer a

hombres

que,

como

habían

sido

contraba

ndistas,

conocía

n los

secretos

de su

funciona

miento y

las

formas

de

reprimirl

o. Eran,

además,

jinetes

diestros

y

duchos

en el

uso de

las

armas.

Cuenta

Juan

Pivel

Devoto

(1950)

que

"Artigas

contaba

entonce

s treinta

y tres

años a

los que

una vida

intensa

había

dado

madurez

y

experien

cia. En

sus

correría

s por los

campos

de la

Banda

Oriental,

en los

que el

desierto

era

interrum

pido por

una que

otra

població

n, o el

rancherí

o de una

estancia

, había

llegado

a

dominar

la

realidad

geográfi

ca que

formaba

n las

dilatada

s

extensio

nes de

suaves

colinas

con

abundan

tes

pastos,

las

serranía

s y

grandes

cuchillas

que

servían

de

rumbo a

los

baquean

os, a

reconoc

er los

pasos y

picadas

para

vadear

los ríos

y

arroyos,

los

sendero

s que

daban

acceso

a los

montes

que

servían

de

refugio a

los

bandoler

os.

Persigui

endo

ganado

alzado

para

hacer

tropas,

parando

rodeo

en las

estancia

s o

haciend

o

corambr

es en

compañí

a de

hombres

de rudo

aspecto

y alma

simple,

había

penetra

do en

los

secretos

del

gaucho,

del

changad

or y del

indio, en

la

solidarid

ad que

crea el

peligro y

las

fatigas,

en las

charlas

y

confiden

cias del

fogón.

Su

espíritu

inquieto

habíase

saciado

ya con

la

aventura

de esa

existenci

a libre,

en la

que el

duro

trajín de

correr

campos

y faenar

ganados

se

matizab

a

boleand

o potros

y

avestruc

es,

matando

perros

cimarron

es o

descubri

endo la

guarida

de un

tigre. La

existenci

a en un

medio

de

costumb

res tan

primitiva

s no

había

dejado

en su

alma

sedimen

tos

innobles

".

Algunos

meses

después

, en

agosto

de 1797,

como

consecu

encia de

sus ya

evidente

s

condicio

nes de

líder, fue

comisio

nado al

frente

de una

partida

de

treinta

hombres

para

contener

las

incursio

nes

fronteriz

as de

portugu

eses y

charrúas

. Al

regreso

de esa

misión,

en

enero

de 1798,

lo

designar

on

capitán

del

Regimie

nto de

Milicias

de

Caballer

ía. Ese

nombra

miento

no

impidió

que

continua

ra

revistan

do en el

Cuerpo

de

Blanden

gues,

donde

desde el

2 de

marzo

de 1798

se

desemp

eñó

como

ayudant

e mayor

con el

grado

de

teniente,

grado

confirma

do por el

rey en

enero

de 1799.

En ese

punto se

verifica

una

detenció

n en su

carrera

de

ascenso

s, hasta

el 5 de

setiembr

e de

1810,

fecha en

la cual

alcanzó

el grado

de

capitán.

Cuando

las

autorida

des

colonial

es

aprobar

on el

plan de

don

Félix de

Azara

de

fundar

poblacio

nes en

la

frontera

de la

Banda

con el

Brasil,

Artigas

fue

nombra

do

ayudant

e del

geógraf

o

español

"por su

mucha

práctica

de los

terrenos

y

conocim

ientos

de la

campañ

a",

según

palabras

del

subinsp

ector

general

y futuro

virrey,

Rafael

de

Sobrem

onte.

Azara le

encargó

la

demarca

ción y

distribuc

ión de

los

solares

en el

recién

fundado

pueblo

San

Gabriel

de

Batoví.

Aprovec

haría la

experien

cia

adquirid

a en ese

período

años

más

tarde,

cuando

proclam

ó y

ejecutó

su

reforma

agraria.

En

1801,

declarad

a la

guerra

entre los

reinos

de

Portugal

y

España,

dicha

tarea

administ

rativa se

tornó

beligera

nte

cuando

las

fuerzas

de Río

Grande

del Sur

invadier

on

territorio

español

para

apodera

rse de

Santa

Tecla,

Batoví,

Melo y

varios

pueblos

de las

Misione

s.

Artigas

se

destacó

en

aquellas

accione

s

militares

, que se

extendie

ron

hasta la

firma de

la paz

entre

ambas

potencia

s

ibéricas

en

Badajoz.

En

marzo

de 1803

José

Gervasi

o

regresó

enfermo

a

Montevi

deo.

Perman

eció en

reserva

hasta

que a

fines de

abril de

1804

Pascual

Ruiz

Huidobr

o,

goberna

dor de

Montevi

deo,

dispuso

que

tomara

el

mando

de una

partida

de

cincuent

a

hombres

para

contener

los

malones

indios

que

asolaba

n las

estancia

s al

norte del

río

Negro.

El futuro

caudillo

no había

olvidado

su

vínculo

con los

charrúas

, de

modo tal

que

cuando

el

coronel

Rocamo

ra

encabez

ó una

campañ

a para

extermin

arlos, se

las

ingenió

para

que las

operacio

nes

fracasar

an. El

mismo

resultad

o, y por

los

mismos

motivos,

alcanzar

ía una

nueva

expedici

ón al

mando

de

Javier

de

Viana.

Un año

más

tarde

Artigas

solicitó y

logró la

concesi

ón de

ciento

cinco mil

hectárea

s a los

charrúas

en la

zona de

Arerung

uá. El

reconoci

miento

de aquel

territorio

, en

donde

los

charrúas

podían

satisfac

er

pacífica

mente

sus

necesid

ades

vitales,

volvió

inneces

arios los

malones

.

Poco

después

, Artigas

elevó el

pedido

de retiro

por

razones

de

salud,

"con el

goce de

fuero

militar y

uso de

uniforme

de

retirado,

en

premio

de sus

útiles

servicios

".

El 23 de

diciembr

e de

1805 se

casó

con su

prima

Rosalía

Rafaela

Villagrán

Artigas.

Debió

invocar

una

dispens

a

eclesiást

ica por

la

consang

uinidad,

y adujo

que la

elegía

como

esposa

por "el

deseo

de sacar

de la

especie

de

orfanda

d y

pobreza

en que

se halla

la

expresa

da prima

siendo

hija de

una

madre

viuda

sin

haberes

ni auxilio

seguros

para su

subsiste

ncia [...]

y que

teniendo

casi al

cumplir

treinta

años de

edad, es

ya muy

difícil

que

halle

marido

que la

manteng

a en los

términos

que el

suplican

te es

capaz

por su

bienesta

r".

Al año

siguient

e nació

su hijo

José

María, y

luego

dos

niñas,

Francisc

a Eulalia

en

noviemb

re de

1807, y

Petronil

a en

diciembr

e de

1809.

Ambas

fallecier

on a los

pocos

meses

de vida.

Como

consecu

encia de

aquella

tragedia,

Rosalía

padeció

desequil

ibrios

mentale

s que

derivaro

n en una

definitiv

a

enajena

ción

hasta su

muerte

en el

Hospital

de

Caridad

de

Montevi

deo, en

circunst

ancias

de

extrema

pobreza,

el 10 de

febrero

de 1824.

El

caudillo

tuvo

otros

hijos,

antes y

después

de la

relación

formal

con su

prima.

En 1797

había

nacido

su

primogé

nito,

Manuel,

con

quien

mantuvo

una

estrecha

relación

a lo

largo de

toda su

vida.

Con la

madre

de

Manuel,

Isabel

Velázqu

ez,

concebir

ía tres

niñas:

María

Clemen

cia,

María

Agustina

y María

Vicenta.

Las dos

primeras

,

cumplie

ndo con

lo que

parecía

un sino

fatal,

muriero

n

cuando

eran

aún muy

pequeña

s. En

1813,

durante

el

segundo

sitio a

Montevi

deo,

nació

Roberto,

fruto de

la

relación

de

Artigas

con

Matilde

Borda.

Santiag

o y

María,

sus

últimos

hijos

conocid

os,

nacieron

en

Purificac

ión entre

1817 y

1819.

Su

madre

era la

paragua

ya

Melchor

a

Cuenca

(Caula,

1999).

Invasion

es

Inglesas

Artigas

no

acompa

ñó la

expedici

ón

organiza

da en

Montevi

deo

para

coopera

r con la

defensa

de

Buenos

Aires

ante la

invasión

inglesa,

pues se

ordenó

al

Cuerpo

de

Blanden

gues

guarece

r varios

puntos

de la

campañ

a

oriental.

Pero

poco

después

el

goberna

dor

colonial

Ruiz

Huidobr

o lo

comisio

nó con

pliegos

para

Santiag

o de

Liniers,

al que

alcanzó

en los

Corrales

de

Miserere

, a

tiempo

para

participa

r en las

accione

s del

Retiro y

de la

Plaza de

la

Victoria.

Liniers

le confió

el parte

del

triunfo

obtenido

sobre

los

ingleses

. Pero al

cruzar el

Río de

la Plata

en

direcció

n a la

Colonia,

la

embarca

ción en

que

viajaba

se

hundió.

Perdió

su

equipaje

y sus

efectos

personal

es,

aunque

logró

alcanzar

la costa

a nado.

"Durant

e la

segunda

invasión

inglesa

volvió a

actuar a

las

órdenes

del viejo

Comand

ante del

Regimie

nto de

Blanden

gues,

Cayetan

o

Ramírez

de

Arellano

,

merecie

ndo su

expresa

citación

por

haberse

comport

ado

—con

otros

oficiales

del

Cuerpo

— 'con

el mayor

enardeci

miento,

sin

perdona

r

instante

de

fatiga,

animand

o a la

tropa,

sin

embarg

o de que

no lo

necesita

ba, por

el ardor

con que

se arroja

al fuego

de los

enemigo

s'"

(Reyes

Abadie,

1974).

En esos

días,

hacia

agosto

de 1807,

ocupó la

plaza de

comand

ante

interino

de la

Colonia

del

Sacram

ento.

Cuando

se

produjo

la

ruptura

de

relacion

es entre

Montevi

deo y

Buenos

Aires en

1810,

como

consecu

encia de

los

hechos

de

Mayo, el

entonce

s

goberna

dor

Francisc

o Javier

de Elío,

nombra

do poco

después

virrey

del Río

de la

Plata

con

sede en

Montevi

deo, leal

a

España,

envió a

José

Gervasi

o a

Entre

Ríos

para

sofocar

los

brotes

revoluci

onarios,

favorabl

es a la

Junta de

Mayo.

Artigas

fue

rechaza

do por

las

fuerzas

locales,

por lo

cual se

retiró a

Colonia

con su

compañí

a de

blanden

gues.

El 15 de

febrero

de 1811

abandon

ó el

bando

contrario

a la

insurrec

ción

patriota

junto

con el

teniente

Rafael

Hortigue

ra, seis

de sus

hombres

y el cura

párroco

de

Colonia,

José

María

Enríque

z Peña.

ya en

Buenos

Aires

ofreció

los

servicios

al

gobierno

de la

Junta

Grande

que,

luego de

la Junta

inicial,

tras la

incorpor

ación de

delegad

os

provinci

ales,

lograba

una

amplia

represe

ntativida

d.

"El

Comand

ante

Salazar,

en

informe

elevado

al

Ministro

de

Marina

de la

Regenci

a,

narraría

las

circunst

ancias

que

rodearo

n el

pasaje

de

Artigas

al

'juntism

o' y

señalarí

a, en

toda su

importan

cia, la

significa

ción del

mismo

en la

promoci

ón

revoluci

onaria

de la

campañ

a: 'El

Señor

virrey

separó

de la

Comand

ancia de

la

colonia

al

benemé

rito

Coronel

Don

Ramón

del Pino;

para

reempla

zar a

Pino se

nombró

al

Brigadie

r Dn.

Vicente

María

de

Muesas

a quien

Dios no

le ha

concedi

do el

don del

mando;

pronto

se

empezar

on a

desertar

Oficiales

y

Soldado

s de la

Colonia;

por

último,

un día

llamó al

Capitán

de

Blanden

gues

Don

José de

Artigas y

si sobre

algunos

de sus

soldado

s habían

entrado

en un

huerto y

comido

alguna

fruta, le

dijo

tantas

cosas

amenaz

ándole

con que

le

pondría

preso,

que lo

sofocó,

y Artigas

salió

volando

vomitan

do

venganz

as;

Artigas

era el

coquito

de toda

la

campañ

a, el

niño

mimado

de los

Jefes,

porque

para

todo

apuro lo

llamaba

n y se

estaba

seguro

del buen

éxito,

por que

tiene un

extraordi

nario

conocim

iento de

la

campañ

a como

nacido y

criado

en ella,

en

continua

s

comisio

nes

contra

Ladrone

s,

Portugu

eses,

etc.;

además,

está

muy

empare

ntado, y

en

suma,

en

diciendo

Artigas

en la

campañ

a todos

tiemblan

; este

hombre

insultad

o y

agraviad

o sale

vomitan

do

furias,

desapar

ece y

cada

pueblo

por

donde

pasaba

lo iba

dejando

en

complet

a

subleva

ción'"

(Reyes

Abadie,

1974).

La

revoluci

ón

indepen

dentista

Artigas

cruzó el

río

anchísi

mo para

ponerse

a las

órdenes

de los

patriotas

de

Buenos

Aires.

Los

porteños

conocía

n sus

méritos

combati

vos,

tanto

que el

"Plan de

Operaci

ones"

redactad

o por

Mariano

Moreno

con la

colabora

ción de

Manuel

Belgran

o

expresa

ba el

deseo

de

contar

"con el

capitán

de

Blanden

gues

José

Gervasi

o de

Artigas

[también

con el

capitán

de

Dragone

s José

Rondea

u] por

cualquie

r interés

o

promesa

". El

Plan los

describe

como

"person

as de

talento,

opinión,

concept

o y

respeto"

. Muy

distinta

sería,

años

después

, la

opinión

de los

"decent

es"

porteños

sobre el

caudillo

oriental..

.

Artigas

era ya

un

hombre

maduro

de

cuarenta

y siete

años de

edad, y

por su

personal

idad y

experien

cia era

mucho

lo que

podía

aportar

al

tránsito

del viejo

régimen

hispánic

o al

nuevo

orden

de la

libertad,

en su

versión

popular

y

america

nista,

confront

ada con

la

oligárqui

ca y

extranjer

izante,

que es

la que a

la larga

se

impondrí

a a favor

de sus

mayores

recursos

y del

apoyo

internaci

onal.

El

general

Nicolás

de

Vedia lo

recuerd

a como

un

hombre

"de

regular

estatura,

algo

recio y

ancho

de

pecho.

Su

rostro es

agradabl

e; su

convers

ación

afable y

siempre

decente;

come

parcame

nte,

bebe a

sorbos,

jamás

empina

los

vasos.

No tiene

modales

agaucha

dos, sin

embarg

o de

haber

vivido

siempre

en el

campo".

El

presbíte

ro e

intelectu

al

montevi

deano

Dámaso

Antonio

Larraña

ga

describe

al

caudillo

luego de

entrevist

arlo en

Paysand

ú, en

plena

guerra,

en junio

de 1815:

"En

nada

parecía

un

general.

Su traje

era de

paisano

y muy

sencillo:

pantalón

y

chaquet

a azul,

sin vivos

ni

vueltas,

y

zapatos

y

medias

blancos

y un

capote

de

bayetón

eran

todas

sus

galas, y

aun todo

esto

pobre y

viejo. Es

hombre

de una

estatura

regular y

robusta,

de color

bastante

blanco,

de muy

buenas

faccione

s, con la

nariz

aguileña

, pelo

negro y

con

pocas

canas;

aparent

a tener

unos

cuarenta

y ocho

años, su

convers

ación

tiene

atractivo

s, habla

quedo y

pausado

; no es

fácil

sorpren

derlo

con

largos

razonam

ientos,

pues

reduce

la

dificulta

d a

pocas

palabras

y lleno

de

mucha

experien

cia,

tiene

una

previsió

n y un

tino

extraordi

narios.

Conoce

mucho

el

corazón

humano,

principal

mente el

de

nuestros

paisano

s y así

no hay

quien le

iguale

en el

arte de

manejarl

os.

Todos lo

rodean y

todos lo

siguen

con

amor,

no

obstante

que

viven

desnudo

s y

llenos

de

miseria

a su

lado".

El

propio

Bartolo

Mitre,

quien

contribu

decisiva

mente a

imponer

la

leyenda

negra

sobre el

jefe

oriental,

dejó en

Montevi

deo un

manuscr

ito,

inédito,

redactad

o en

1841:

"Artigas

era

verdade

ramente

un

hombre

de

hierro.

Cuando

concebí

a un

proyecto

no había

nada

que lo

detuvier

a en su

ejecució

n, su

voluntad

poderos

a era del

temple

de su

alma y

el que

posee

esta

palanca

puede

reposar

tranquilo

sobre el

logro de

sus

empresa

s.

Original,

en sus

pensami

entos

como en

sus

maneras

, su

individu

alidad

marcada

hería de

un modo

profund

o la

mente

del

pueblo.

Activo

pero

silencios

o,

hablaba

muy

poco y

sus

órdenes

más

terminan

tes se

expresa

ban por

el

lenguaje

mudo

que

pedía la

vida o la

muerte

de los

gladiado

res.

Sereno

y

fecundo

en

arbitrios,

siempre

se

mostró

superior

al

peligro".

La

primera

proclam

a

La Junta

ordenó

al

caudillo

oriental

reunir

milicias

gauchas

y

colabora

r con

sus

ejércitos

regulare

s en el

sitio de

Montevi

deo

donde, a

las

órdenes

de

Francisc

o de

Elío, los

realistas

resistían

el

asedio

patriota.

El ahora

virrey

por

decisión

de la

Regenci

a

hispánic

a

conocía

bien los

puntos

que

calzaba

Artigas y

el

peligro

de

tenerlo

como

enemigo

, y

entonce

s intentó

soborna

rlo.

Envió

como

intermed

iario a

su

suegro

Manuel

Villagrán

con

tentador

as

ofertas,

pero el

jefe

oriental

las

rechazó,

por

consider

arlas "un

insulto

que se

hace a

mi

persona

".

Gracias

a su

convicci

ón y su

carisma

pronto

consigui

ó reunir

una

consider

able

fuerza

gaucha

e

indígena

que se

sumó a

las

tropas

porteñas

para

cumplir

con las

instrucci

ones

recibida

s de

Buenos

Aires.

Antes

de partir

desde el

cuartel

de

Mercede

s, el 11

de abril

de 1811

dirige a

los

suyos

una

proclam

a que ya

anuncia

algunos

de los

ejes que

lo

proyecta

rían

hacia

una vida

de

penurias

e

ingratitu

des,

pero

también

a la

gloria de

la

posterid

ad:

"Leales

y

esforzad

os

compatri

otas de

la

Banda

Oriental

del Río

de la

Plata:

vuestro

heroico

entusias

mado

patriotis

mo

ocupa el

primer

lugar en

las

elevada

s

atencion

es de la

Exma.

Junta de

Buenos

Aires,

que tan

digname

nte nos

regente

a. Esta,

movida

del alto

concept

o de

vuestra

felicidad

, os

dirige

todos

los

auxilios

necesari

os para

perfecci

onar la

grande

obra

que

habéis

empeza

do; y

que

continua

ndo con

la

heroicid

ad, que

es

análoga

a

vuestros

honrado

s

sentimie

ntos,

extermin

éis a

esos

genios

díscolos

opresor

es de

nuestro

suelo, y

refractar

ios de

los

derecho

s de

nuestra

respetab

le

socieda

d.

Dineros,

municio

nes y

tres mil

patriotas

aguerrid

os son

los

primeros

socorros

con que

la Exma.

Junta os

da una

prueba

nada

equívoc

a del

interés

que

toma en

vuestra

prosperi

dad:

esto lo

tenéis a

la vista,

desminti

endo las

fabulosa

s

expresio

nes con

que os

habla el

fatuo

Elío, en

su

proclam

a del 20

de

Marzo.

"Nada

más

doloroso

a su

vista, y a

la de

todos

sus

faccioso

s, que el

ver

marchar

con

pasos

majestu

osos

esta

legión

de

valiente

s

patriotas

, que

acompa

ñados

de

vosotros

van a

disipar

sus

ambicio

sos

proyecto

s; y a

sacar a

sus

herman

os de la

opresión

en que

gimen,

bajo la

tiranía

de su

despótic

o

gobierno

.

"Para

consegu

ir el feliz

éxito, y

la

deseada

felicidad

a que

aspiram

os, os

recomie

ndo a

nombre

de la

Exma.

Junta

vuestra

protecto

ra, y en

el de

nuestro

amado

jefe, una

unión

fraternal

, y ciego

obedeci

miento a

las

superior

es

órdenes

de los

jefes,

que os

vienen a

preparar

laureles

inmortal

es.

Unión,

caros

compatri

otas, y

estad

seguros

de la

victoria.

He

convoca

do a

todos

los

compatri

otas

caracteri

zados

de la

campañ

a; y

todos,

todos se

ofrecen

con sus

persona

s y

bienes a

contribui

r a la

defensa

de

nuestra

justa

causa.

"¡A la

empresa

,

compatri

otas!

Que el

triunfo

es

nuestro:

vencer o

morir

sea

nuestra

cifra; y

tiemblen

esos

tiranos

de

haber

excitado

vuestro

enojo,

sin

advertir

que los

america

nos del

Sur

están

dispuest

os a

defende

r su

patria; y

a morir

antes

con

honor,

que vivir

con

ignomini

a en

afrentos

o

cautiveri

o".

Caudillo

y jefe

eran

términos

peyorati

vos en

el

lenguaje

de los

porteños

"decent

es",

como se

denomin

aban a

mismo

los

funciona

rios, los

comerci

antes y

los

terrateni

entes.

Ni

caudillos

ni jefes

son

figuras

que

contemp

len los

manuale

s de

derecho

constitu

cional

compara

do,

"porque

han sido

escritos

para

sistema

s donde

gobierna

y

detenta

los

privilegi

os una

sola

clase de

la

població

n.

Gobiern

an

consejo

s o

asamble

a en

público,

y logias

en

secreto.

No hay

jefes, no

puede

haberlos

: el 'jefe'

es la

negació

n de los

interese

s

particula

res. Y

Artigas

es un

'caudillo'

, un 'jefe'

porque

su

gobierno

es

popular:

la sola

manera

que

tienen

los

pueblos

de

goberna

r. El

caudillo

es la

multitud

misma,

por ella

habla y

gesticul

a el

pueblo:

lo

'represe

nta'

porque

sabe

interpret

arlo, lo

conduce

porque

tiene

sensibili

dad

para

compren

derlo"

(Rosa,

1960).

Imbuido

del

espíritu

america

nista

que lo

caracteri

zaba

desde

entonce

s, y que

sería

uno de

los ejes

vertebral

es del

artiguis

mo, en

su

precoz

"Procla

ma de

Mercede

s" el

caudillo

no

invoca a

los

orientale

s, sino a

"los

america

nos del

Sur".

Pocas

semana

s antes,

el 22 de

febrero,

algunos

patriotas

se

habían

reunido

junto al

Arroyo

Asencio

para

proclam

ar el

inicio de

la lucha

por la

indepen

dencia

de la

Banda

Oriental

del yugo

español.

Sus

líderes

eran

Pedro

José

Viera y

Venanci

o

Benavid

es,

quienes

en la

madrug

ada del

28

ocuparo

n la

població

n de

Mercede

s. Esa

misma

tarde,

Viera

tomó el

control

de la

villa de

Santo

Doming

o de

Soriano.

Convoc

ados por

el

caudillo,

seguido

s por

trescient

os

gauchos

de la

zona, se

unieron

a las

fuerzas

de

Artigas.

Según

José

María

Rosa

(1964),

Artigas

"es el

primer

caudillo

rioplaten

se en el

orden

del

tiempo.

Es

también

el padre

generad

or de

todo

aquello

que

llamamo

s

espíritu

argentin

o,

indepen

dencia

absoluta

,

federalis

mo,

gobierno

s

populare

s. Todo

aquello

que

hicieron

triunfar y

supieron

mantene

r los

grandes

caudillos

de la

nacional

idad:

Güemes

,

Quiroga,

Rosas.

Un

caudillo

es la

multitud

hecha

símbolo

y hecha

acción.

Por su

voz se

expresa

el

pueblo,

en sus

ademan

es

gesticul

a el

país. Es

el

caudillo

porque

sabe

interpret

ar a los

suyos;

dice y

hace

aquello

deseado

por la

comunid

ad; el

conduct

or es el

primer

conduci

do. José

Gervasi

o de

Artigas,

oscuro

oficial

de

Blanden

gues,

podía

jactarse

de ser el

jefe de

los

orientale

s porque

nadie

conocía

e

interpret

aba a

sus

paisano

s como

él. Al

frente

de su

montone

ra, el

caudillo

es la

patria

misma.

Eso no

lo

atinaron

o no lo

quisiero

n

compren

der los

doctores

de la

ciudad,

atiborra

dos de

libros.

No era,

seguro,

la

repúblic

a que

soñaban

con sus

libros de

Rousse

au o

Montesq

uieu;

pero era

la patria

nativa

por la

cual se

vive y se

muere.

Los

doctores

se

estrellar

on

contra

esa

realidad

que su

inteligen

cia no

les

permitía

compren

der. Ese

continuo

estrellar

se

contra la

realidad,

esa

lucha de

liberales

,

extranjer

izantes,

monárq

uicos y

unitarios

contra

algo que

se

obstinab

a en ser

nacional

ista,

popular,

republic

ano y

federal,

es lo

que se

llaman

'guerras

civiles'

en

nuestra

Historia"

.

El

Combat

e de Las

Piedras

Para

cortar el

avance

patriota,

el virrey

De Elío

dispone

que una

fuerza al

mando

del

capitán

José

Posadas

intercept

e a las

tropas

artiguist

as en

Las

Piedras.

El 18 de

mayo de

1811, la

estrategi

a y el

coraje

de los

gauchos

e indios

orientale

s

derrotan

a los

realistas

.

Los

siguient

es

fragmen

tos del

parte

del

combate

—con

su grafía

original

—,

dirigido

a José

Rondea

u,

permiten

percibir

la

admirabl

e

astucia

y don de

mando

de

Artigas,

que

suplían

con

creces

su falta

de

formació

n militar:

"Habien

dome

acampa

do en la

villa de

Canelon

es con

el objeto

de

molestar

a los

enemigo

s, que

se

hallaban

cituados

en las

Piedras

y

privarles

las

introduc

ciones

de

Ganado

s y

demas

comesti

bles

para

Montevi

deo; y

advirtien

do ser

insuficie

ntes

todas

las

providen

cias y

vigilanci

a de las

Partidas

, que

continua

mente

destaca

ba á

este fin;

dispuse

con

anúenci

a de los

S.S.

Capitan

es, el

atacarlo

s, en

atención

á que

aun

quando

las

fuerzas

enemiga

s

ascendi

an al

número

de 600

hombres

, según

las mas

noticias

que por

algunos

pasados

havía

adquirid

o.

Contaba

con

mucha

parte

adicta á

nosotros

. [...] El

tiempo

mejoró y

mis

Partidas

de

descubi

erta

empezar

on sus

guerrilla

s, con

dos

columna

s que en

el mejor

orden

marchab

an para

mi

campam

ento. Al

instante

destaqu

é una

Partida

de 200

hombres

montado

s, de la

Gente

Patriota

voluntari

a, para

que los

fueran

sacando

de su

campam

ento; y

mandé

que la

Tropa

tomara

caballos

para

salir á

batirlos.

Los

enemigo

s

abanzar

on sobre

los de

cavalleri

a y Yo

con el

resto del

Exto.

marché

sobre

ellos. De

la Gente

armada

de

cavalleri

a, sáqué

150

hombres

para

reforzar

la

Infanterí

a; y

ordené

dos

columna

s de

cavalleri

a, una al

mando

de Don

Antonio

Pérez

que

ocu(pa)

ba la

derecha

con la

demas

Gente

de mi

herman

o Don

Manuel

forme

otra

columna

(como

de 250

hombres

) con el

objeto,

de

cortar la

retirada

á los

enemigo

s. [...]

Esta

aparent

e

retirada,

la

hizieron

con el

interez

de

cituarse

en una

loma,

lugar

dominan

te á

todos

quatro

frentes

de su

posicion

; y en

este

presenta

ron la

Batalla.

La

fuerza

enemiga

constari

a de 400

á 500

hombres

de

Infanteri

a con

quatro

piezas

de

Artilleria

dos

obuces

de á 32,

y dos

cañones

de á 4,

con 64

artilleros

buenos:

de á 16

hombres

de

dotacion

en

cada

cañon, y

459 qye

componí

an la

Cavalleri

a. La

fuerza

de mi

divicion,

se

componi

a de 600

hombres

de

cavalleri

a (mal

armados

), y 400

infantes,

con los

dos

cañoncit

os de á

2. El

combate

empezó

á las

onze y

media

de la

mañana

y

terminó

á las 4

de la

tarde.

Los

enemigo

s se

recistier

on

vigorosa

mente

en este

punto;

tanto

que fue

necesari

a toda la

constan

cia de

nuestra

heroyca

Tropa,

para

echarlos

de alli;

de

donde

salieron

retirand

ose con

el mejor

orden.

La

Tropa

cargó

vigorosa

mente

sobre

ellos, y

aqui se

les tomó

un

cañón;

pero

como

los

fuegos

de

Artilleria

superab

an á los

nuestros

contenia

n

sumame

nte á

nuestra

Tropa,

que solo

su

mucho

valor

podia

recistirlo

s. Con

su

retirada,

consegu

í

cituarme

en mejor

terreno,

y de

aquí

hize

abanzar

á la

columna

de

cavalleri

a de la

derecha,

y mi

Ayudant

e mayor

á la

izquierd

a,

mandan

do

entrar

para la

retaguar

dia

enemiga

á la

columna

que

mandab

a mi

herman

o Don

Manuel

Francisc

o

Artigas.

Aquí fue

bastante

activo el

fuego.

Que

duraria

mas de

una

hora; y

con la

energia

que

disputab

a la

accion

nuestra

Tropa,

se

intimidar

on los

enemigo

s, y

pusieron

bandera

Paralem

enta á

que yó

mismo

en

persona

contexté

se

rindieran

a

discrecci

on,

librando

vidas de

todos,

con lo

que se

rindieron

, y

quedó

por

nosotros

la

victoria,

y todo el

campo

de

batalla,

que era

á

distanci

a de un

quarto

de legua

de la

Capilla

de las

Piedras.

[...]

Combie

ne pues

que VS.,

en vista

de lo

expuest

o,

acelere

sus

marchas

, y me

mande

tropa á

la mayor

breveda

d, entre

la qual,

es

indispen

sable

venga

una

dotación

suficient

e de

Artilleros

, para el

manejo

de las 5

piezas

de

artilleria

que hé

tomado

á los

enemigo

s:

mandan

dome

bastante

s

piedras

de

chispa,

que las

necesito

mucho,

y no las

havia en

el

Parque

enemigo

. La

pérdida,

que

hemos

tenido

en esta

gloriosa

accion,

será

como

unos

diez y

ocho ó

veinte

hombres

muertos,

y unos

14

heridos.

No

tengo

entero

conocim

iento de

esto,

hasta

despues

que

noticiaré

á VS

con mas

propieda

d. Los

enemigo

s

muertos

seran

como

30, y

según el

primer

conocim

iento

que

tengo de

los

heridos

asciend

en á 46

ó 50, y

prisioner

os como

420,

inclusos

22

oficiales,

con el

Comand

ante

Gral.

Don

José

Posadas

. No

puedo

ocultar á

VS.

quan

dignos

son

todos

los SS

oficiales

que he

tenido el

honor

de tener

á mis

ordenes,

en tan

gloriosa

accion;

por que

todos,

todos se

han

portado

con todo

el honor

y

entusias

mo que

los

caracteri

sa, y

hace

digname

nte

acreedo

res á la

alta

consider

ación de

la

Excma.

Junta, y

á la

eterna

gratitud

de sus

compatri

otas.

Las

Tropas

todas

me

merecen

igual

atencion

, y estoy

seguram

ente

persuadi

do que á

no

ser tanto

su valor,

no era

capaz

de

haverse

concegu

ido una

accion

con

tantas

ventajas

para los

enemigo

s; tan

heroyca

para sus

triunfado

res y

que en

todas

sus

partes

justifica

el honor

de las

armas

de

nuestra

Patria.

[...]

Todo

está

pronosti

cando el

inmediat

o

extrago

y ruyna

de los

Tiranos,

y la alta

gloria de

nuestra

dulce

Patria,

que se

hara

eterna la

memoria

de sus

dignos

hijos.

"Dios

guarde

a

vuestra

Señoría

muchos

años

"Campa

mento

de las

Piedras

19 de

Mayo de

1811.

José

Artigas".

En la

batalla

murió

Manuel

Artigas,

quien

debería

ser

honrado

por ser

el

primer

oficial

que

perdió

su vida

en las

guerras

de la

indepen

dencia

rioplaten

se.

El sitio

de

Montevi

deo

La

victoria

en Las

Piedras

fue

recibida

con

tanto

entusias

mo en

Buenos

Aires

que la

versión

original

del

Himno

Nacional

la

recoge

junto a

otros

triunfos:

"San

José,

San

Lorenzo,

Suipach

a./

Ambas

Piedras,

Salta y

Tucumá

n,/ la

Colonia

y las

mismas

murallas

/ del

tirano en

la

Banda

Oriental.

..".

El 20 de

mayo

Artigas

inició el

sitio de

Montevi

deo, al

que el

1° de

julio se

sumó

Rondea

u con

las

fuerzas

porteñas

. A

través

de los

oficios

de Peter

Heywoo

d, jefe

de la

Estación

Naval

Británica

en el

Río de

la Plata,

De Elío

logra el

apoyo

de

Diego

de

Souza,

capitán

general

de Río

Grande,

Portugal

, quien

el 19 de

julio

invade

la

Banda

Oriental

con un

fuerte

continge

nte de

cinco mil

hombres

.

Es

evidente

que

Gran

Bretaña

ya había

diagnost

icado

quiénes

serían

sus

aliados

y

quiénes

sus

enemigo

s en las

contiend

as que

sobreve

ndrían

en las

regiones

del

Plata.

Sus

espías

ya

habían

informad

o sobre

ese

caudillo

que

soliviant

aba a la

plebe y

sabido

es que,

cuando

las

masas

populare

s se

ponen

en

marcha,

el poder

de los

imperios

y de sus

socios

interiore

s se

pone en

riesgo.

Es la

tierra

profund

a, el

apego

de sus

mayoría

s, que

reaccion

a ante el

cuerpo

extraño

de los

proyecto

s de la

antipatri

a.

En esos

días

llegaron

a

Buenos

Aires

noticias

que

agravab

an la ya

complej

a

situació

n de los

revoluci

onarios:

el

Ejército

del

Norte,

comand

ado por

Juan

José

Castelli,

había

sido

derrotad

o por las

fuerzas

realistas

.

Los

conflicto

s de la

oligarquí

a

porteña

Mariano

Moreno,

secretari

o de la

Junta de

Mayo

pero

verdade

ro

hombre

fuerte

del

movimie

nto,

redactó

el

"Decreto

de

Supresi

ón de

Honores

"

alegand

o que

"privada

la

multitud

de luces

necesari

as para

dar su

verdade

ro valor

a todas

las

cosas,

reducida

por la

condició

n de sus

tareas a

no

extender

sus

meditaci

ones

más allá

de sus

primeras

necesid

ades [...]

confund

e los

incident

es y

homenaj

es con

la

autorida

d, y

jamás

se

detiene

a buscar

al jefe

por los

títulos

que le

constitu

yen,

sino por

el voto y

las

condeco

raciones

con que

lo ha

visto

distingui

do".

Este

texto de

Moreno,

dirigido

en

primer

término

contra el

presiden

te de la

Junta

Cornelio

Saavedr

a,

despunt

a el

tufillo

elitista

que

animaba

a

algunos

de los

hombres

de

Mayo,

aun a

los más

progresi

stas,

quienes

se

consider

aban

una

vanguar

dia

esclarec

ida que

se

arrogab

a la

interpret

ación de

los

interese

s de las

mayoría

s.

Estaban

convenc

idos, no

sin

razón,

de que

el

opresor

español

había

dedicad

o siglos

a

embrute

cer a

sus

coloniza

dos

sumergi

éndolos

en la

ignoranc

ia,

"privánd

olos de

luces".

Por

esos

prejuicio

s Mayo

habría

sido

antes

que

nada un

putsch

que no

convocó

al

pueblo a

participa

r de las

accione

s ni las

negocia

ciones.

En esa

reticenci

a

coincidie

ron

tanto los

comerci

antes

español

es

compro

metidos

en la

asonada

con el

propósit

o de

forzar la

libertad

de

comerci

o, como

los

criollos

revoluci

onarios

que

anhelab

an la

indepen

dencia

pero

también

la

posibilid

ad de

acceder

a cargos

y

posicion

es

reservad

as hasta

entonce

s a los

nacidos

del otro

lado del

mar.

Pero

cuando

el 24 de

mayo

Saavedr

a y Juan

José

Castelli

insólita

mente

aceptaro

n

integrar

una

junta

presidid

a por

Cisnero

s, le

bastó a

Juan

Manuel

Beruti

amenaz

ar con

tañer la

campan

a que

convoca

ba al

pueblo

para

que la

alarma

de todos

los allí

reunidos

los

obligara

a

revocar

aquella

primera

decisión

.

Derrotad

o

política

mente

cuando

por

gestión

de

Saavedr

a y del

deán

Gregorio

Funes

se

constitu

yó la

Junta

Grande

que

incorpor

aba a

los

represe

ntantes

provinci

ales,

Mariano

Moreno

murió en

viaje a

Londres

luego de

una

horrible

agonía

de tres

días.

Era el

amanec

er del

4 de

marzo

de 1811.

Tenía

treinta y

dos

años.

Fue

arrojado

al mar

envuelto

en la

bandera

inglesa,

por la

nacional

idad del

navío

que lo

transpor

taba

pero

también

como

una

ironía

del

destino,

pues no

es

improba

ble que

la

corona

británica

haya

ordenad

o su

muerte

debido a

que

Moreno

había

dejado

de ser

confiabl

e al

encabez

ar un

patriótic

o

impulso

indepen

dentista

que

contrade

cía la

estrategi

a del

Foreign

Office

para las

colonias

. Fue

una

muerte

anuncia

da. Es

evidente

en el

contrato

que la

Junta

firmó

con un

traficant

e

internaci

onal, un

tal

míster

Curtis.

El

artículo

11 de

tan

llamativ

o

docume

nto

establec

e que "si

el señor

doctor

don

Mariano

Moreno

hubiere

fallecido

, o por

algún

accident

e

imprevis

to no se

hallare

en

Inglaterr

a,

deberá

entende

rse Mr.

Curtis

con don

Aniceto

Padilla

en los

mismos

términos

que lo

habría

hecho el

doctor

Moreno"

.

Mariano

Moreno

hijo le

contó al

historiad

or

Adolfo

Saldías

que

pocas

horas

después

de la

partida

de su

padre,

su

madre

recibió

un

pequeño

cofre en

cuyo

interior

encontró

un

abanico

de luto

con una

nota

anónima

que le

advertía

que

pronto

debería

usarlo.

Aun

muerto

su

mentor,

el

ideario

de

Moreno

seguía

vivo en

un

grupo

de

jóvenes

"alumbr

ados" de

Buenos

Aires.

Los

represe

ntantes

más

próximo

s al

pensami

ento de

Moreno

en la

Junta

Grande

eran los

vocales

Nicolás

Rodrígu

ez Peña

e

Hipólito

Vieytes,

algo

más

tibiamen

te

Miguel

de

Azcuéna

ga y

Juan

Larrea.

Era

crucial

seguir

sostenie

ndo y

defendie

ndo las

ideas de

Moreno

porque

lo que

estaba

en juego

en

aquellos

días era

el

espíritu

que

guiaría a

la

revoluci

ón en

peligro,

a punto

de

capotar

en

tiempos

dramátic

os en

que la

expedici

ón al

Paragua

y

conduci

da por

Manuel

Belgran

o había

terminad

o en

fracaso,

en que

los

pocos

buques

patriotas

habían

sido

hundido

s por la

armada

de De

Elío y en

que la

carencia

de

fondos

impedía

materiali

zar los

proyecto

s

militares

indispen

sables

para

garantiz

ar su

continui

dad.

Dos

posicion

es

encontra

das

enardecí

an los

ánimos

de la

clase

"decent

e"

porteña.

Algunos

pensaba

n que lo

aconsej

able era

actuar

con

cautela

acompa

ñando el

desarroll

o de los

hechos;

otros

proponí

an la

profundi

zación y

apresur

amiento

del

cambio

por

medios

radicaliz

ados,

como

los que

enuncia

ba el

"Plan de

Operaci

ones" de

Moreno.

En

marzo

de 1811

los

morenist

as

decidier

on

fundar la

Socieda

d

Patriótic

a. A

oídos de

Saavedr

a y los

suyos

llegó el

rumor,

que

circulab

a

velozme

nte en

los

corrillos

ciudada

nos: se

convoca

ba en el

Café de

Marcos

a una

reunión

de gente

armada,

opuesta

al

gobierno

de

Saavedr

a. Los

asistent

es se

identific

arían

por una

escarap

ela azul

y

blanca,

bajo la

ardoros

a

protecci

ón del

Regimie

nto de la

Estrella

comand

ado por

el

brigadier

Doming

o

French

y, más

prudent

emente,

por el de

Granade

ros de

Fernand

o VII al

mando

del

coronel

Florenci

o

Terrada.

Los

diputado

s leales

al

gobierno

, entre

los que

se

destaca

ban el

deán

Funes y

los

doctores

Molina y

Cossio,

autorizar

on a

Saavedr

a a

tomar

medidas

extraordi

narias a

pesar de

las

protesta

s de

Rodrígu

ez Peña

y

Vieytes.

Se

impartió

entonce

s la

orden

de

detener

a

quienes

se tenía

por

conspira

dores y

a

cualquie

ra que

portase

escarap

elas con

los

colores

azul y

blanco.

Algo

menos

de cien

jóvenes,

todos

menores

de

veinticin

co años

y de

elevada

posición

social,

fueron

encerra

dos en

la

fortaleza

. Allí los

interrog

ó con

livianda

d

Azcuéna

ga,

quien

simpatiz

aba con

las

ideas de

la

Socieda

d

Patriótic

a.

Rápida

mente

fueron

liberado

s, con el

encargo

de no

perturba

r el

orden.

Tan leve

castigo

no hizo

más que

envalent

onar a

los

díscolos

.

Nuevam

ente

reunidos

en el

Café de

Marcos

bebieron

aguardie

nte

francés

hasta

emborra

charse y

estrenar

on la

canción

de la

Socieda

d, "La

América

toda se

mueve

al fin".

En las

noches

siguient

es las

reunione

s

continua

ron,

cada

vez más

concurri

das y

con un

entusias

mo

desbord

ante que

inquietó

aún más

al

gobierno

y a los

español

es, pues

había

corrido

la

especie

de que

los

revoltos

os

proponí

an la

incautac

ión de

todos

sus

bienes y

el

destierro

de no

pocos

de ellos.

Se

comenta

ban

abiertam

ente en

las

casas y

calles

de

Buenos

Aires los

rumores

de una

inminent

e

asonada

en

contra

de

Saavedr

a y la

Junta

Grande,

y hasta

circularo

n los

nombres

de

quienes

ocuparía

n los

más

altos

cargos.

El

capitán

del

Regimie

nto de

Arribeño

s Juan

Bautista

Bustos,

posterior

mente

jefe de

Estado

Mayor

del

Ejército

del

Norte y

encomia

ble

goberna

dor

federalis

ta de

Córdoba

, solicitó

autoriza

ción,

prudent

emente

no

concedi

da, para

disolver

la

Socieda

d

Patriótic

a a

balazos.

Ignacio

Núñez,

miembro

de la

Socieda

d y

participa

nte en

sus

reunione

s,

cuenta

que: "En

cuanto

se leía y

en

cuanto

se

hablaba,

resaltab

a el

candor y

la

efervesc

encia

tan

propias

de la

primera

edad [...]

Se

sostenía

que el

pueblo

tenía

derecho

para

darse la

constitu

ción que

mejor

asegura

se su

existenci

a, y que

la mejor

constitu

ción era

la que

garantiz

a a

todos

los

ciudada

nos, sin

excepci

ón, sus

derecho

s de

libertad,

de

igualdad

y de

propieda

d,

invocán

dose en

apoyo el

contrato

Social

del

ginebrin

o

Rousse

au, el

sentido

común

del

inglés

Paine, la

cavilació

n

solitaria

del

francés

Volney;

en

cuanto a

forma

de

gobierno

, se

examina

ban las

divisione

s

principal

es

conocid

as,

monárq

uica,

aristocrá

tica,

democrá

tica, así

como la

que de

ellas

conducí

a a la

libertad

o a la

esclavitu

d, a la

repúblic

a o al

despotis

mo.

Cuando

se

citaban

ejemplo

s en

apoyo

de las

doctrina

s,

siempre

era

Grecia y

Roma

donde

se

encontra

ban:

Catón

en

cuanto a

la moral,

Bruto en

el

coraje,

Foción

en el

amor a

la patria;

se

nombra

ban

como

maestro

s de la

elocuen

cia a

Demóst

enes y

Cicerón;

como

legislad

ores a

Solón y

Licurgo;

a Nerón

y Tiberio

como

tiranos"

(Núñez,

1825).

Resulta

sencillo

imaginar

la

extrañez

a de

criollos,

gauchos

,

orilleros,

mulatos

e indios

ante

estas

elucubra

ciones

que,

cuanto

menos,

les

resultarí

an

ajenas y

por lo

tanto

sospech

osas.

Clarame

nte los

exaltado

s

morenist

as no se

esforzab

an

demasia

do por

ganarse

a la

plebe,

que se

sentía

más

próxima

a

Saavedr

a,

nacido

en

Potosí

de

familia

humilde,

a quien

respetab

a por su

valentía

durante

los días

de Mayo

y con

quien

compartí

a su

apego a

las

tradicion

es

hispánic

as y

cristiana

s

—parte

ya

indisolu

ble de

su

identida

d— y

que,

según

había

trascend

ido, eran

escarne

cidamen

te

vitupera

das en

las

tenidas

de la

Socieda

d.

La

pueblad

a del 5 y

6 de

abril

Sorpresi

vamente

, en la

mediano

che del

5 al 6 de

abril de

1811, la

ciudad

asistió

atónita

al

espectá

culo de

riadas

de

gauchos

, indios,

mulatos,

orilleros

que

llegaban

desde la

campañ

a y de

los

suburbio

s

plebeyo

s a

ocupar

la Plaza

de la

Victoria

en

apoyo

de

Saavedr

a y los

suyos.

Don

Cornelio

, en su

cuestion

able

Memoria

autógraf

a,

escrita

para

disculpa

rse de

las más

elogiabl

es

accione

s de su

vida,

asegura

que la

moviliza

ción se

produjo

"sin mi

noticia

ni

conocim

iento; yo

sabía,

es

verdad,

y

esperab

a se

realizas

e lo que

mis

contrario

s

intentab

an por

medio

del

coronel

del

regimien

to de la

Estrella,

mas

nunca

se me

ocurrió

la idea

de

prevenirl

a con

formar

otra en

contra".

Según

José

María

Rosa

(1974)

fue una

reacción

espontá

nea del

pueblo

humilde,

allí

"donde

se

mantení

a el

verdade

ro

patriotis

mo, sin

artificios

de

retórica

ni

imitacio

nes de

la

convenc

ión

francesa

", contra

las

"gentes

de

posibles

" y los

jóvenes

"alumbr

ados"

de la

Socieda

d

Patriótic

a por

consider

ar que

pretendí

an dar a

la

Revoluci

ón un

sesgo

elitista y

extranjer

izante

que no

compren

dían ni

compartí

an.

La

pueblad

a

anticipa

ba el

inminent

e y

similar

arremoli

namient

o de la

plebe en

torno a

Artigas.

Dichos

pronunci

amiento

s

populare

s no

expresa

ban otro

sentimie

nto que

el deseo

de los

sectores

plebeyo

s por

protago

nizar los

sucesos

de su

tiempo.

El

propósit

o de la

moviliza

ción de

la

"chusma

"

porteña

era

sustituir

la Junta

por el

gobierno

"único"

de

Saavedr

a, en

quien

confiaba

n. Sus

portavoc

es

fueron

Tomás

Grigera,

alcalde

de las

quintas,

y el

verdade

ro

cabecilla

, el

doctor

Joaquín

Campan

a,

abogado

en las

orillas.

El

apellido

de este

hijo de

irlandes

es era

Campbe

ll,

españoli

zado

como

Campan

a. Se

graduó

en la

Universi

dad de

Córdoba

y

contrajo

nupcias

con una

sobrina

del deán

Funes,

Francisc

a Pérez.

Su

primera

interven

ción

pública

se

verifica

luego de

la

primera

invasión

inglesa,

cuando

su

vocació

n

popular

y

patriótic

a se

exalta

en el

cabildo

del 14

de

agosto

de 1806

para

exigir la

renuncia

del

virrey

Sobrem

onte. En

su

comunic

ación a

la corte

español

a,

Sobrem

onte

escribirá

que "el

abogado

Campan

a y dos

o tres

mozuelo

s

despreci

ables

que le

siguiero

n [...]

tomaron

la voz

en tal

congres

o

general

y con

una furia

escanda

losa

intentaro

n probar

que el

pueblo

tenía

autorida

d para

elegir a

quien le

mandas

e, a

pretexto

de

asegura

r su

defensa

". No es

difícil

vislumbr

ar en

Campan

a al

líder,

cinco

años

más

tarde,

de la

moviliza

ción

popular

del 5 de

abril.

Los

cabecilla

s de la

pueblad

a son

convoca

dos al

fuerte.

Concurr

e

Grigera,

a quien

los

vocales

morenist

as de la

Junta

—apoya

dos por

los

cabildan

tes y los

jefes

militares

que

simpatiz

aban

con la

Socieda

d

Patriótic

a—

someten

a un

áspero

interrog

atorio.

Veían

peligrar

el golpe

inminent

e que

los

llevaría

al poder,

mientras

el

pueblo

continua

ba

confluye

ndo y

aglomer

ándose

en la

plaza. El

entusias

mo

popular

aumentó

cuando

algunos

regimien

tos,

entre

ellos los

Húsares

conduci

dos por

Martín

Rodrígu

ez, se

sumaron

y

formaro

n en la

plaza en

posición

de

combate

, en

solidarid

ad con

el

revuelo

plebeyo.

Vicente

Fidel

López

(1883),

uno de

los

padres

de la

historiog

rafía

liberal,

caracteri

zó a los

protago

nistas

de la

pueblad

a: "Eran

pequeño

s

propieta

rios,

poseían

caballo

y sus

tareas

habitual

es eran

el

faenami

ento de

reses o

el

pastoreo

de

pequeña

s

cantidad

es de

ganado;

tenían

un amor

exagera

do a su

tierra y a

su

libertad"

. "Amor

exagera

do" que

no

sentían

ni

sentirían

muchos

de los

"notable

s" de

aquellos

años

decisivo

s.

Impacie

nte por

noticias

del

maltrato

a que

era

sometid

o

Grigera,

indignad

a por

una

escena

violenta

que su

portavoz

había

sostenid

o con el

vocal

Hipólito

Vieytes,

la turba,

a cuyo

frente

iba

Campan

a,

derribó

el portón

del

fuerte.

Exigiero

n y

lograron

que

todos,

vecinos

y

autorida

des, se

reuniese

n en el

Ayunta

miento

en

cuyos

balcone

s se

leyeron

los

reclamo

s del

pueblo.

Era un

pliego

de

diecioch

o puntos

que

comenz

aban,

todos,

con la

frase "El

pueblo

quiere".

El

petitorio

argume

ntaba:

"El

pueblo

de

Buenos

Aires

desenga

ñado a

vista de

repetido

s

ejemplo

s de que

no sólo

se han

usurpad

o sus

derecho

s, sino

que se

trata de

hacerlos

heredita

rios en

cierta

porción

de

individu

os, que

formand

o una

facción

de

intriga y

cábala

quieren

disponer

de la

suerte

de las

Provinci

as

Unidas,

esclaviz

ando a

las

ambicio

nes de

sus

interese

s

particula

res la

suerte y

la

libertad

de sus

compatri

otas, ha

resuelto

con la

energía

propia

de su

carácter

propone

r a VE.

las

siguient

es

condicio

nes para

que,

desbarat

ando el

partido

sospech

oso, se

restituya

al

pueblo

injustam

ente

despoja

do".

Clara

exposici

ón de la

rebelión

de la

clase

menos

favoreci

da en

contra

de la

privilegi

ada,

aunque

la

historiog

rafía

oficial,

enmasc

arada

hoy

como

"historia

social",

la haya

definido

como

"tumulto

" o

sosteng

a que

fue

convoca

da por

las

autorida

des con

promesa

s y

engaños

.

De

acuerdo

con el

proyecto

de los

levantisc

os,

Cornelio

Saavedr

a —a

cuyas

órdenes

había

servido

Campan

a en el

Regimie

nto de

Patricios

reuniría

en su

persona

el

mando

político

y militar,

por ser

"el

depósito

del

Poder

Ejecutiv

o en

muchas

persona

s

inconve

niente".

Pero

entonce

s don

Cornelio

, tal

como

había

actuado

en los

primeros

tramos

de Mayo

de 1810,

se negó

en

redondo

e intentó

retirarse

de toda

función

pública:

"Pedí,

supliqué

y

renuncié

todos

mis

cargos,

incluso

el

grado

de

Brigadie

r,

fundánd

ome en

que la

gran

causa

de

nuestra

libertad

no debía

deteners

e por

personal

idades

ni

particula

res

atencion

es [...]

que la

presiden

cia del

gobierno

y mando

de las

armas

no las

creía

conveni

entes,

que yo

quedaba

justame

nte

satisfec

ho con

el

concept

o que

acababa

n de

manifest

ar a mi

favor.

Nada

fue

bastante

",

escribió

más

tarde a

Viamont

e.

Se

alcanzó

un

acuerdo,

sin duda

sugerido

por el

deán

Funes:

no se

disolverí

a la

Junta,

Saavedr

a

mantend

ría su

cargo

como

presiden

te y el

mando

de las

armas,

que

podía

delegar

en

persona

s de su

confianz

a. Los

revoluci

onarios

debieron

resignar

se

aunque

exigiero

n la

disolució

n del

Regimie

nto de la

Estrella

cuyo

jefe era

el

morenist

a

Doming

o

French,

la

separaci

ón de

los

juntistas

Vieytes,

Azcuéna

ga,

Larrea y

Rodrígu

ez

Peña,

reempla

zados

por

Felician

o

Chiclana

— que

estaba

ausente

y no

aceptarí

a—,

Atanasio

Gutiérre

z, Juan

Alagón y

Joaquín

Campan

a, y el

destierro

de

French,

Beruti,

Azcuéna

ga,

Vieytes,

Agustín

Donado

y

Gervasi

o

Posadas

.

El

espíritu

democrá

tico que

animó el

reclamo

popular

obligaba

a que a

partir de

entonce

s se

consider

ara la

opinión

de las

mayoría

s en

desmedr

o de las

habitual

es

decision

es de la

elite

criolla.

En lo

sucesivo

no se

designar

ían

vocales

de Junta

ni se

modifica

ría la

forma

de

gobierno

"sin que

ocurra

con voto

expreso

del

pueblo".

Se

establec

ía, como

pronto

instaurar

ía

Artigas,

el voto

popular.

El tono

de las

relacion

es con

los

ingleses

también

cambiarí

a

radicalm

ente,

acorde

con el

espíritu

nacional

que

alentaba

a los

plebeyo

s en el

poder.

En nota

del 18

de mayo

de 1811,

Campan

a —que

es quien

en

realidad

gobierna

rechaza

el

ofrecimi

ento de

mediaci

ón

británica

porque

"quiere

darnos

como

favor

mucho

menos

de lo

que se

nos

debe

por

justicia"

y exige

que se

reconoz

ca la

indepen

dencia

de las

Provinci

as

Unidas

del Río

de la

Plata.

El 21 de

junio la

Junta

rebelde

golpeó a

los

ingleses

donde

más les

dolía, es

decir, en

sus

interese

s

mercanti

les: para

proteger

las

industria

s de

provinci

a

prohibió

la

remisión

de

géneros

ingleses

al

interior,

derogan

do la

disposici

ón de

Moreno

que lo

permitía.

No fue

todo:

como

los

importad

ores

ingleses

acostum

braban

a

poster

gar

indefinid

amente

el pago

de

impuest

os hasta

haber

vendido

sus

mercade

rías, el

25 de

junio se

ordenó

que

dichas

deudas

con la

Aduana

pagaría

n un

interés

del ocho

por

ciento

"sin

perjuicio

de los

apremio

s y

ejecucio

nes que

el

administ

rador de

la

Aduana

estimara

conveni

entes".

También

se

dictaron

disposici

ones

progresi

stas

como

una ley

de

libertad

de

imprenta

, y se

suprimió

el tributo

que

pagaban

los

indios,

"nuestro

s

primogé

nitos en

América

", como

afirmaba

el

decreto

respecti

vo.

Se

trataba

de un

vigoroso

aunque

anárquic

o intento

de las

mayoría

s

populare

s a

orillas

del Plata

de

arrebata

r la

conducc

ión del

movimie

nto de

Mayo a

la

oligarquí

a

porteña,

librecam

bista y

europeiz

ada.

Oligarca

s eran

quienes

se

consider

aban

integrant

es de

una

clase

privilegi

ada por

sus

bienes y

prestigio

que los

diferenci

aba de

las

mayoría

s

populare

s.

Pensab

an que

tal

condició

n les

daba

derecho

a

conducir

los

destinos

de su

país,

aunque

en

verdad

defendía

n sus

propios

interese

s

disfraza

dos

como

accione

s a favor

del

progres

o, de la

civilizaci

ón, de la

libertad,

términos

abstract

os e

importad

os que

pretendí

an

imponer

a las

mayoría

s

plebeya

s, de

buena o

mala fe,

para

que no

se

percatar

an de

los

perjuicio

s que

les

infligían.

Para

ello

contaba

n con la

complici

dad de

intelectu

ales

imbuido

s de

paradig

mas

culturale

s que

suponía

n pensar

la

realidad

america

na

según

modelos

cuajado

s en los

imperios

.

Siempre

han sido

instrume

ntos de

proyecto

s

ajenos,

que

hacen

propios

en

nombre

de una

supuest

a cultura

superior

a la

nacional

.

Es

evidente

que en

cada

circunst

ancia

histórica

en que

logró

disputarl

es el

poder, el

pueblo

propuso

formas

culturale

s más

cercana

s a la

identida

d

nacional

y

popular,

como

fue y es

el caso

del

revisioni

smo

histórico

en su

colisión

con la

historia

oficial o

social.

Porque

el

pueblo

es la

reserva

de la

nacional

idad.

En ese

sentido,

"Artigas

[y

Campan

a, y

Grigera]

es lo

vernácul

o contra

lo

foráneo,

la

realidad

contra el

artificio,

la Patria

contra la

colonia:

lo

nuestro,

lo

america

no, lo

auténtic

o, en

pugna

contra lo

ajeno, lo

importad

o, lo

europeo

. No

bastaba

con

llamarse

'revoluci

onario'

para

serlo,

como

ocurría

en los

triunvirat

os y

directori

os de

Buenos

Aires de

mentalid

ad

colonial

e

ideales

purame

nte

formales

. Ellos

no se

llamaba

n

'colonial

es' ni se

sentían

así: para

ellos lo

colonial

era lo

español,

y creían

que

dejaban

de ser

colonia

al

hacerse

afrances

ados o

anglófilo

s.

Porque

no

sentían

lo

nuestro.

Su

actitud

era

terriblem

ente

colonial

porque

hasta

arrasab

a con

esa

innegabl

e raíz

español

a que

estaba

en el

fondo de

las

cosas

criollas"

(Rosa,

1960).

Pulsione

s

populare

s,

nacional

es,

abiertas

al

latinoam

ericanis

mo,

federalis

tas,

protago

nizadas

en

aquellos

tiempos

iniciales

de la

patria

por

Artigas,

Manuel

Dorrego,

Martín

Miguel

de

Güemes

, José

de San

Martín,

Facundo

Quiroga,

Estanisl

ao

López,

Felipe

Varela,

Juan

Bautista

Bustos,

Juan

Manuel

de

Rosas y

otros,

todos

ellos,

como no

podía

ser de

otra

manera

por las

circunst

ancias

en que

se

desenvo

lvieron,

de

finales

trágicos.

Disputas

en el

Ejército

del

Norte

El

combate

de

Huaqui,

librado a

muchos

kilómetr

os del

sitio de

Montevi

deo,

ejerció

sin

embarg

o una

decisiva

influenci

a sobre

el cerco

de la

ciudad

oriental.

El

análisis

de los

hechos

que

rodearo

n la

derrota

permite

develar

los

conflicto

s que

dividían

a las

filas

patriotas

y la

compleji

dad del

tiempo

político

en que

se

desemp

eñaba el

caudillo

oriental.

Mientras

el

ejército

patriota

acampa

ba a

orillas

del

Desagu

adero

hasta

que se

cumplie

se la

insensat

a tregua

conveni

da por

su

comand

ante en

jefe

Juan

José

Castelli

con el

jefe

realista

Goyene

che,

noticias

tendenci

osas

que

llegaban

de

Buenos

Aires

asegura

ban que

Saavedr

a y los

complot

ados de

abril

trabajab

an para

la

infanta

Carlota

—herma

na del

rey

Fernand

o VII,

preso de

Napoleó

n—,

quien

reivindic

aba su

derecho

a

sustituirl

o en la

dominac

ión

colonial,

y

que por

esa

razón

habían

desterra

do a los

cuatro

vocales

afines a

la

Socieda

d

Patriótic

a y

desarma

do el

regimien

to de

French.

Los

oficiales

morenist

as del

Ejército

del

Norte se

presenta

ron ante

Castelli

para

plantearl

e que

les

resultab

a

intolerab

le que

se

maltrata

ra "a los

hombres

que

habían

dado los

primeros

pasos

de

nuestra

felicidad

".

Castelli,

autor de

la

maravill

osa

arenga

que

reconocí

a los

derecho

s de los

indígena

s en

Tiahuan

aco,

confirma

ría

entonce

s la

conocid

a

confusió

n en que

caen

aquellos

que

están a

favor del

"pueblo"

que

habita

los

libros, el

pueblo

abstract

o que

Castelli

"conocía

" por sus

lecturas

del

iluminis

mo

francés

o de los

neotomi

stas

jesuítico

s en la

Universi

dad de

Chuquis

aca,

pero

que

poco y

nada

tenía

que ver

con el

pueblo

real de

la

campañ

a y de

los

suburbio

s,

gauchos

mal

entrazad

os e

indios

sudoros

os,

orilleros

retobon

es y

payador

es

desafian

tes que

habían

encontra

do un

lugar en

la

socieda

d que

siempre

los

rechazó

a partir

de la

noche

del 5 de

abril.

Castelli

prometió

a sus

oficiales

de la

Socieda

d

Patriótic

a que

recibiría

con

honores

en el

Alto

Perú a

los

vocales

de la

Junta

castigad

os, y les

confió,

imprude

ntement

e, que

luego de

derrotar

al jefe

realista

Goyene

che, el

ejército

patriota

bajaría a

Buenos

Aires

para

desaloja

r a

Saavedr

a y a los

demás

levantisc

os del

gobierno

en

Buenos

Aires.

El 10 de

mayo

Juan

José

Viamont

e,

comand

ante del

ejército

patriota,

le

escribió

a su

amigo

Saavedr

a para

quejarse

por la

separaci

ón de

los

cuatro

vocales

y

comunic

arle

"que no

se

cuente

con el

Ejército

del Perú

si las

ideas

del

gobierno

son

aquellas

[el

carlotis

mo]"

Saavedr

a le

contestó

entre

dolorido

y airado:

"Miente

n

quienes

digan

que en

las

tropas,

oficiales

y

habitant

es de

esta

capital

hay

partido

por la

Carlota

ni se

quiere

tener

Rey. [...]

¿Ha

creído

usted

que el

señor

Vieytes,

Azcuéna

ga y

Larrea

tienen

más

interés

que

nosotros

por la

causa

de la

libertad?

¿Qué

pruebas

han

dado

para

este

juicio de

preferen

cia?

¿Larrea

no fue

uno de

los

corifeos

del 19

de

enero

de

1809?

¿Vieytes

no

estuvo

también

complic

ado en

esta

célebre

causa, o

al

menos

no fue

uno de

los

censore

s de

nuestras

operacio

nes

aquel

día?

¡Azcuén

aga!

¿Qué ha

hecho

toda su

vida con

respecto

a

nuestra

libertad?

¡Peña!

Hablem

os claro

y

despren

didos de

toda

pasión.

¿Dónde

estaba?

¿Ha

hecho

más

acto

público

que

permitir

en su

casa la

reunión

del 25

de mayo

y

prestarn

os 4.500

pesos

para

socorrer

a

nuestros

soldado

s

acuartel

ados?

Lo

primero,

señor,

bayonet

as le

asegura

ban de

toda

tropelía,

y lo

segundo

, aunque

digno de

agradeci

miento,

¿es una

prueba

decisiva

para

preferirl

o a

todos

los

habitant

es de

Buenos

Aires?

[...] Mi

amigo,

¿hay

cabeza

para

creer de

buena fe

que

todos

los

individu

os del

gobierno

, todos

los jefes

y

oficiales

de los

cuerpos

excepto

el de

French y

algunos

oficiales

conocid

os por lo

pestilent

e de sus

vicios, y

más de

4.000

persona

s que en

la noche

del

citado 5

de abril

se

juntaron

en la

plaza y

causaro

n la feliz

mutació

n de

cosas,

tienen

menos

interés

en la

causa

que los

cuatro

arriba

mencion

ados?".

Dámaso

Uriburu,

contemp

oráneo

de

los

hechos,

describe

en sus

Memoria

s (1827)

detalles

de una

batalla

que

debió

ganarse,

pero

que por

obtusas

y

complej

as

razones

políticas

el

ejército

patriota

nunca

estuvo

en

condicio

nes de

ganar:

"Antes

de

expirar

el

tiempo

de su

duración

[del

armistici

o] y sin

que se

denunci

ara el

rompimi

ento de

las

hostilida

des, el

ejército

español

pasó

este río

[el

Desagu

adero] el

día 20

de junio,

y atacó

súbitam

ente los

puestos

del

ejército

expedici

onario

de

Buenos

Aires,

que

todos

fueron

sucesiva

mente

arrollado

s,

acusand

o una

derrota

complet

a y

general

en este

ejército,

que se

dispersó

enteram

ente en

aquella

memora

ble

jornada.

Todos

los

partes,

relacion

es y

detalles

de ella

que

circularo

n en

aquel

tiempo

comprue

ban que

el

ejército

expedici

onario

de

Buenos

Aires

tuvo

muy mal

situadas

sus

divisione

s, que, o

no

pudieron

recíproc

amente

auxiliars

e en la

batalla,

siendo

atacado

s

sucesiva

mente

por

superior

es

fuerzas

enemiga

s, o por

un

efecto

de la

indiscipli

na que

reinaba

en este

ejército

los jefes

no

quisiero

n

ayudars

e

mutuam

ente en

la pelea.

El

cuartel

general

que

existía

en el

punto de

Huaqui

fue

atacado

en

persona

por el

general

Goyene

che y

derrotad

o sin

mayor

resisten

cia,

ínterin

que la

división

que

mandab

a el

coronel

Viamont

e estaba

con el

arma al

brazo

sin

moverse

de su

puesto,

y sin

auxiliar

este

punto ni

el que

bizarram

ente

defendió

el

coronel

don

Eustaqui

o Díaz

Vélez,

que en

esta

batalla,

como en

otras

muchas

se

distingui

ó por un

valor e

intrepide

z que ya

rayaba

en

temerida

d".

Por su

parte,

Ignacio

Núñez

escribe

en sus

Noticias

histórica

s

(1825):

"El

general

Balcarce

no

contaba

al

anochec

er sino

con una

pérdida

de

quinient

os

hombres

entre

muertos,

heridos,

prisioner

os y

disperso

s;

tampoco

lo había

preocup

ado la

conduct

a del

mayor

general

Viamont

e y del

jefe de

los

cochaba

mbinos;

los

cuerpos

imitando

su noble

ejemplo

se

mantení

an

firmes

en la

línea y

de

ningún

modo

desfalle

cidos

por el

contrast

e del

día,

contribu

yendo a

fortificarl

os

mayorm

ente la

falta de

resoluci

ón que

notaban

en los

español

es. El

general

aun se

propuso

sacar un

gran

partido

de este

conflicto

: todas

sus

disposici

ones

tendían

a

preparar

se en la

noche

para

amanec

er al día

siguient

e

rompien

do el

fuego

sobre

los

enemigo

s,

cuando

repentin

amente

se

encontró

asaltado

con

repetido

s avisos

de que

los

cuerpos

del

ejército

se

desband

aban en

diferente

s

direccio

nes, sin

que se

supiese

la causa

ni los

oficiales

pudiese

n

contener

los; no

había

acabado

de

volver

de su

sorpresa

cuando

el

mismo

general

se

encontró

arrebata

do por el

torrente;

cada

uno

tomó el

rumbo

que

pudo,

aterrado

con el

suceso

y la

oscurida

d de la

noche,

sin que

entretan

to se

oyese

un solo

tiro, ni

se

sintiese

el menor

movimie

nto que

indicase

la

aproxim

ación

del

ejército

enemigo

; y cosa

bien

singular,

sólo el

mayor

general

Viamont

e

amaneci

ó en el

campo

en que

había

anochec

ido el

ejército

y pudo

retirarse

libremen

te a La

Paz,

reunido

y a la

vista de

los

enemigo

s, con

más de

trescient

os

hombres

".

¿Qué

había

sucedid

o? Se

trataba

de

impedir

la

promesa

de

Castelli

de, una

vez

derrotad

os los

realistas

, bajar a

Buenos

Aires

para

derribar

a los

protago

nistas

de la

pueblad

a del 5 y

6

de abril,

que

contaba

n con el

apoyo

de

Viamont

e,

evidente

mente

convenc

ido por

las

explicaci

ones de

Saavedr

a. Esa

convicci

ón

explicarí

a el

deslucid

o y

sospech

able

desemp

eño de

tal

comand

ante en

el

combate

y su

respons

abilidad

en la

derrota.

Para

empeor

ar aún

más las

cosas,

la

división

de

Cochab

amba, al

mando

de

Francisc

o

Rivero,

se retiró

intacta,

sin

entrar

en

combate

. Las

razones

de tan

inexplica

ble

conduct

a se

dilucidar

on

pocos

días

después

cuando

su jefe,

con no

pocos

oficiales

y

soldado

s, se

pasó al

ejército

español

con el

grado y

el

salario

de

coronel.

El

resultad

o final

fue,

inevitabl

emente,

una

derrota

complet

a que

proporci

onó a

los

español

es un

espléndi

do

triunfo,

casi sin

efusión

de

sangre,

y que

difícilme

nte

habrían

logrado

si no

hubieran

incidido

los

conflicto

s

políticos

en las

filas

patriotas

,

empeor

ados por

motivos

personal

es como

la

envidia,

el rencor

o el

amor

propio,

con

segurida

d

azuzado

s por los

agentes

británico

s que

pululaba

n en las

Provinci

as

Unidas.

Mientras

tanto, en

Buenos

Aires,

las

medidas

populare

s

granjear

on a la

nueva

Junta

poderos

os

enemigo

s, tanto

en el

extranjer

o como

entre

lugareño

s que

veían

afectado

s sus

interese

s, acoso

agravad

o por la

pusilani

midad

de

Saavedr

a, que

encontró

en la

derrota

de

Huaqui

un

adecuad

o

pretexto

para

abandon

ar su

función

de

presiden

te de la

Junta y

partir a

hacerse

cargo

del

mando

del

ejército,

función

para la

que no

estaba

capacita

do y que

nunca

llegó a

cumplir,

pues fue

apresad

o en el

camino

por los

nuevos

goberna

ntes.

La

situació

n volvió

"a la

normalid

ad" el 17

de

septiem

bre de

1811,

cuando

una

batahola

de

jóvenes,

que otra

vez

habían

prendido

los

distintivo

s azules

y

blancos

en sus

solapas,

irrumpió

en el

Cabildo

para

exigir el

encarcel

amiento

de

Campan

a,

Grigera

y otros

cabecilla

s de la

rebelión.

Llegaba

n

respalda

dos por

los

regimien

tos de

Patricios

y

Arribeño

s, que

habían

quedado

bajo las

órdenes

de

Romero

y Ortiz

de

Ocampo

,

simpatiz

antes de

la

Socieda

d

Patriótic

a. Esa

misma

noche

Campan

a fue

encerra

do y

traslada

do con

grillos al

Fortín

de

Areco,

donde

perman

eció

diez

años en

aislamie

nto para

desemp

eñar

luego

algunos

cargos

de poca

monta.

Murió en

1847,

olvidado

para

siempre

por la

historiog

rafía

oficial.

El fin de

la

revuelta

era

previsibl

e:

cuando

Azcuéna

ga,

desterra

do en

Mendoz

a, se

quejó

ante el

también

castigad

o

Gervasi

o

Posadas

por

haber

perdido

su grado

militar,

recibió

por

respuest

a: "Calle

usted,

hombre

de mil

demonio

s, que

algún

día yo le

haré

Brigadie

r".

Efectiva

mente,

cuando

en 1814

lo

ungieron

Director

Suprem

o,

Posadas

devolvió

a

Azcuéna

ga sus

perdidos

galones.

EL

ESTADI

STA

GAUCH

O

ENFRE

NTA A

LA

OLIGAR

QUÍA

PORTE

ÑA

La

Redota

Las

nuevas

autorida

des

porteñas

—el

Triunvira

to—,

azorada

s por la

derrota

en

Huaqui

que

dejaba

abierto

el

camino

a los

realistas

hasta el

Río de

la Plata,

temeros

as por la

invasión

portugu

esa a la

Banda

Oriental

que

amenaz

aba con

extender

se a las

provinci

as

litorales

y aun a

Buenos

Aires, y

apocada

s porque

la

escuadr

a

montevi

deana

había

bombar

deado

sus

costas

el 15 de

julio de

1811,

sitiado

el puerto

y

cortado

la

navegac

ión por

los ríos

Paraná

y

Uruguay

,

decidier

on

retrogra

dar a

Colonia

y a

Buenos

Aires,

para su

defensa,

las

fuerzas

que

ponían

cerco a

Montevi

deo.

Además

de

ordenar

el retiro

de las

fuerzas

sitiadora

s, el 20

de

octubre

pactaron

con los

realistas

la

suspens

ión de

hostilida

des, el

reconoci

miento

de la

monarq

uía

hispánic

a y el

derecho

del

virrey

De Elío

sobre la

Banda

Oriental.

"Ambos

contendi

entes",

decía el

acuerdo,

"no

reconoc

en ni

reconoc

erán

jamás

otro

soberan

o que el

señor

don

Fernand

o

VII".

El virrey,

a su

vez,

extendía

sus

dominio

s hasta

las

orillas

del

Paraná,

recuper

ando

Gualegu

ay y

Gualegu

aychú.

El

gobierno

porteño

se

compro

metía

"gustosí

simo" a

enviar

recursos

pecuniar

ios a

España

para

sostener

la

guerra

contra el

invasor

francés.

Los

demás

artículos

establec

ían

pautas

para la

devoluci

ón de

prisioner

os, de

bienes y

esclavos

,

además

de

permitir

arribos y

partidas

de toda

nave

nacional

o

extranjer

a en

ambos

puertos

del

Plata. El

bloqueo

quedaba

levantad

o, de

ese

modo

Buenos

Aires

recuper

aba el

dominio

comerci

al de las

Provinci

as

Unidas.

Artigas

compren

dió que

la única

preocup

ación de

los

doctores

porteños

era y

siempre

sería la

preserva

ción de

sus

interese

s.

Indignad

o por

aquellas

decision

es y

porque

jamás lo

consulta

ron al

respecto

,

dispuso

el

repliegu

e de sus

milicias

con el

propósit

o de

reforzar

se y

continua

r la

lucha en

soledad.

Se inició

entonce

s uno de

los

hechos

más

asombro

sos de

la

historia

america

na: la

larga

marcha

de los

orientale

s detrás

de quien

ya

reconocí

an como

quien

podía

guiarlos

hacia un

mejor

futuro,

quien

los

defende

ría de

las

eventual

es

represali

as de

los

crueles

defensor

es de la

monarq

uía.

Patricia

Pasquali

rescató

el

nombre

que

entonce

s se dio

al

masivo

desplaz

amiento:

la

"redota",

deforma

ción de

"derrota"

,

rebautiz

ada

luego

por la

historiog

rafía

uruguay

a con el

término

épico y

bíblico

de

"Éxodo

Oriental"

.

El

caudillo

vadeó el

Río

Uruguay

hasta

Ayuí,

provinci

a de

Entre

Ríos,

seguido

por una

multitud

de

dieciséis

mil

hombres

,

mujeres

y niños.

"Todo

individu

o que

quiera

seguirm

e hágalo

uniéndo

se a

usted

para

pasar a

Paysand

ú, luego

que yo

me

aproxim

e a este

punto.

No

quiero

que

persona

alguna

venga

forzada,

todos

voluntari

amente

deben

empeña

rse en

su

libertad;

quién no

lo

quiera,

deseará

perman

ecer

esclavo.

En

cuanto a

sus

familias,

siento

infinito

no se

hallen

los

medios

de

poderlas

contener

en sus

casas.

Un

mundo

entero

me

sigue,

retarda

mis

marchas

. Yo me

veré

cada día

más

lleno de

los

obstácul

os para

obrar.

Ellas,

las

familias,

me han

venido a

encontra

r. De

otro

modo yo

no las

habría

admitido

. Por

estos

motivos

encargo

a usted

se

empeñe

en que

no salga

familia

alguna.

Aconséj

eles

usted

que les

será

imposibl

e

seguirno

s; que

llegarán

casos

en que

nos

veremos

precisad

os a no

poderlas

escoltar,

y será

muy

peor

verse

desamp

aradas

en unos

parajes

porque

nadie

podrá

valerlas.

Por si no

se

convenc

en con

estas

razones,

déjelas

usted

que

obren

como

gusten",

escribió

Artigas

a

Manuel

Vega el

3 de

noviemb

re de

1811

(carta

hallada

por el

historiad

or

uruguay

o

Ariosto

Gonzále

z en el

Archivo

General

de

Indias,

Sevilla).

Un mes

más

tarde, ya

en pleno

éxodo,

escribió

a la

Junta de

Gobiern

o

paragua

ya,

presidid

a por

Fulgenci

o

Yegros,

con

quien

había

establec

ido una

estrecha

amistad

durante

las

invasion

es

inglesas

al Río

de la

Plata:

"Cada

día veo

con más

admiraci

ón sus

rasgos

singular

es de

heroicid

ad y

constan

cia [se

refiere al

pueblo

oriental].

Unos,

queman

do sus

casas y

los

muebles

que no

podían

conducir

; otros,

caminan

do

leguas y

leguas a

pie por

falta de

auxilios

o por

haber

consumi

do sus

cabalga

duras en

el

servicio.

Mujeres

anciana

s, viejos

decrépit

os,

párvulos

inocente

s,

acompa

ñan esta

marcha,

manifest

ando

todos la

mayor

energía

y

resignac

ión en

medio

de todas

las

privacio

nes. yo

llegaré

muy en

breve a

mi

destino

con este

pueblo

de

héroes y

al frente

de seis

mil de

ellos

que

obrando

como

soldado

s de la

patria,

sabrán

conserv

ar sus

glorias

en

cualquie

ra parte,

dando

continuo

s

triunfos

a su

libertad:

allí

esperar

é

nuevas

órdenes

y

auxilios

de

vestuari

os y

dineros

y

trabajar

é

gustoso

en

propend

er a la

realizaci

ón de

sus

grandes

votos".

La clara

visión

america

nista del

caudillo

no se

dejaba

aprision

ar por

frontera

s ni

argume

ntos que

predicab

an que

la

idiosincr

asia y

las

caracterí

sticas

de cada

nueva

nación

no eran

asimilabl

es, y

que por

lo tanto

debían

acentuar

se sus

pretendi

dos

rasgos

diferenci

ales, un

falso

nacional

ismo

que

contrade

cía la

realidad

de que

todas

ellas

conform

aban la

gran

nación

america

na, a la

larga

balcaniz

ada por

los

interese

s de

dominac

ión de

los

imperios

y sus

socios

vernácul

os

recompe

nsados

con

riquezas

y

prestigio

. Artigas

sostuvo

su

vocació

n

america

nista

hasta el

fin de

sus

días,

evidente

en los

constant

es

intentos

de

alianza

con

Paragua

y a lo

largo de

los años

de

lucha,

más aún

por su

disgusto

cuando

su

amada

Banda

Oriental,

por

presión

británica

y con la

complici

dad de

Bernardi

no

Rivadavi

a y

Manuel

J.

García,

se

indepen

dizó de

las

Provinci

as

Unidas

en 1828.

El

vigoroso

liderazg

o

popular

de

Artigas,

probado

en la

Redota,

no fue

una

buena

noticia

para los

criollos

"decent

es", ni

siquiera

para los

más

compro

metidos

con la

separaci

ón de

España.

Ciertam

ente el

magneti

smo

popular

del

oriental

ponía en

riesgo el

poder

de

aquellos

porteños

, basado

en

vectores

elitistas

y

liberales

, o que

procura

ban

preserva

r de los

excesivo

s

cambios

sociales

provoca

dos por

las

convulsi

ones

revoluci

onarias.

Sus

expectat

ivas

eran

mucho

más

limitada

s:

reempla

zar a la

cúpula

"decent

e"

hispánic

a por

una

similar,

pero

esta vez

criolla.

Lo

expresa

ba con

toda

claridad

Vicente

Fidel

López

(1883)

al

referirse

a los

caudillos

y sus

montone

ras:

"Conmo

vidos

por la

profund

a

perturba

ción de

los

cimiento

s del

régimen

tradicion

al,

trastorn

ado el

orden

público

en tan

violenta

transició

n, esas

masas

informes

y

groseras

,

brutales

por

hábito y

por

instinto,

venían

pues

fatalmen

te

prepara

das a

tomar

parte

propia

en el

movimie

nto de la

insurrec

ción y su

primer

arranqu

e fue la

repulsió

n a las

autorida

des

políticas

que no

fueran

análoga

s a su

índole,

para

echarse

en la

anarquí

a y el

salteo,

único

estado

de

libertad

e

indepen

dencia

que en

su

ignoranc

ia y su

miseria

podían

compren

der y

apreciar

como

derecho

político

y

natural".

No

pensaba

igual

Juan

Bautista

Alberdi

(1879)

luego de

su

conversi

ón

ideológi

ca,

primero

como

principal

vocero

de la

burguesí

a

porteña

—junto

a

Sarmien

to— en

contra

de la

Confede

ración

rosista,

luego

encendi

do

defensor

—litigan

do con

el

sanjuani

no —

del

proyecto

de la

Confede

ración

provinci

al de

Urquiza

opuesto

al

Buenos

Aires

liberal

de

Bartolo

Mitre:

"Artigas,

López,

Güemes

,

Quiroga,

Rosas,

Peñalos

a, como

jefes,

como

cabezas

y

autorida

des, son

obra del

pueblo,

su

personifi

cación

más

espontá

nea y

genuina.

Sin más

título

que ese,

sin

finanzas

, sin

recursos

, ellos

han

arrastra

do o

guiado

al

pueblo

con más

poder

que los

gobierno

s.

Aparece

n con la

revoluci

ón: son

sus

primeros

soldado

s".

La

Precisió

n del Yi

El 4 de

mayo de

1812 se

firmó un

tratado

entre el

delegad

o del

regente

portugu

és en el

Brasil,

teniente

coronel

Juan

Radema

ker, y el

sacerdot

e

Nicolás

Herrera,

represe

ntante

del

Triunvira

to

porteño,

que

establec

ía el

retiro de

las

tropas

portugu

esas y

patriotas

de la

Banda

Oriental.

Ambas

partes

fueron

luego

renuent

es a

cumplir

el pacto,

hasta

que la

enérgica

interven

ción de

lord

Ponsom

by,

embajad

or

británico

, obligó

al rey

Juan de

Portugal

a

cumplir

unilatera

lmente

con las

disposici

ones del

acuerdo.

Ambos

imperios

eran

aliados,

pero

Gran

Bretaña

no veía

con

buenos

ojos que

su socio

subalter

no

Portugal

se

extendie

ra más

allá de

su

territorio

colonial:

la región

del Plata

era zona

de

exclusiv

a

codicia

de

Londres.

Además

,

España,

perjudic

ada por

el

interven

cionism

o

portugu

és en el

conflicto

con sus

colonias

, era

aliada

de Gran

Bretaña

en su

guerra

contra

Napoleó

n, y no

convení

a poner

en

riesgo

dicha

socieda

d.

En

octubre,

San

Martín

—todaví

a

obedient

e a la

estrategi

a de la

Logia

Lautaro

— y

Carlos

María

de

Alvear

ocuparo

n con

sus

tropas la

Plaza de

la

Victoria

—actual

Plaza de

Mayo—,

acción

que se

consider

a el

primer

golpe

militar

en la

historia

argentin

a, que

derribó

a

Rivadavi

a y el

gobierno

del

Primer

Triunvira

to.

Pocos

días

antes

habían

llegado

a

Buenos

Aires las

noticias

de la

victoria

del

Ejército

del

Norte

sobre

las

tropas

realistas

en

Tucumá

n.

Como

consecu

encia de

ese

triunfo

— que

deja

disponib

les las

tropas

asentad

as en

Buenos

Aires—,

los

"decent

es"

porteños

retoman

la

iniciativa

, se

envalent

onan

ante el

retiro de

las

fuerzas

lusitana

s, por lo

cual

artiguist

as y

porteños

volvería

n a

comparti

r el

asedio a

Montevi

deo. Sin

embarg

o la

conflictiv

a

relación

entre

orientale

s y

porteños

se

agravab

a en

tanto en

Buenos

Aires

crecía la

desconfi

anza por

ese

caudillo

que ya

no

aceptab

a

órdenes

ni

instrucci

ones de

las

autorida

des de

Buenos

Aires,

mientras

aumenta

ban su

influenci

a y su

predica

mento

entre los

humilde

s del

puerto y

del

litoral.

Entonce

s

redoblar

on su

hostiga

miento

al jefe

oriental,

le

retacear

on la

provisió

n de

fondos,

parque y

bastime

ntos

prometid

os, que

se

reservab

an para

el

ejército

sitiador

porteño.

Las

órdenes

de

Manuel

de

Sarratea

,

nombra

do al

frente

de las

fuerzas

porteñas

, eran

controlar

a

Artigas.

A fines

de

diciembr

e de

1812, un

Artigas

indignad

o se

apoderó

de una

caravan

a de

carretas

con

armas y

municio

nes para

las

tropas a

las

órdenes

del

coronel

Doming

o

French.

Además

les robó

las

caballad

as. Si

Buenos

Aires lo

rechaza

como

amigo,

lo tendrá

como

enemigo

. Está

decidido

a seguir

la

guerra

contra

los

realistas

solo con

la ayuda

del

pueblo

oriental

que lo

idolatra.

Entre el

disgusto

y la

pesadu

mbre,

desde

su

campam

ento en

las

márgen

es

del río

Yi, el 25

de

diciembr

e de

1812 le

envió a

Manuel

de

Sarratea

,

"represe

ntante

General

en Jefe

del

Ejército

Auxiliad

or", un

docume

nto

conocid

o como

"Precisi

ón del

Yi".

Calificar

como

"Ejército

Auxiliad

or" a las

tropas

de

Sarratea

revela

que la

disputa

también

era

semánti

ca, ya

que el

general

argentin

o

consider

aba que

sus

fuerzas

eran las

principal

es y las

artiguist

as las

auxiliare

s.

Mientras

conspira

ba

abiertam

ente en

contra

de

Artigas,

Sarratea

pretendi

ó

descono

cer los

méritos

del

oriental

y

ponerlo

bajo sus

órdenes,

ofendien

do la

autorida

d del

caudillo

sobre

las

fuerzas

uruguay

as.

Artigas

se

defiende

, precisa

sus

argume

ntos,

rechaza

las

insidias

e intima

a

Sarratea

.

"Excele

ntísimo

señor.

Nada

hay para

mí más

sensible

que

haber

llegado

las

circunst

ancias

hasta el

extremo

de tener

que

expresar

me y

sentir

del

modo

que

ahora.

Yo sin

acrimina

r a

persona

puedo

concluir

que la

intriga

es el

gran

resorte

que se

gira

sobre

mí.

Aquel

supremo

gobierno

comisio

nó cerca

de mí al

Sargent

o Mayor

de

granade

ros

montado

s don

Carlos

Alvear.

"Este

jamás

trató

conmigo

y

regresó

a

Buenos

Aires.

Cuanto

allí se

expuso

contra

mí todo

era

autoriza

do con

la firma

de

usted,

como

también

el papel

en que

los

comand

antes de

mis

divisione

s y yo

negába

mos la

obedien

cia al

supremo

gobierno

y a

usted

proscribi

endo

toda

compasi

ón.

"Yo me

escanda

lizo

cuando

examino

este

cúmulo

de

intrigas

que

hace tan

poco

honor a

la

verdad y

forma

un

premio

indigno

de mi

moderac

ión

excesiva

.

Cualqui

era que

quiera

analizar

mi

comport

amiento

por

principio

s de

equidad

y

justicia,

no

hallará

en mí

más que

un

hombre

que

decidido

por el

sistema

de los

pueblos

supo

siempre

prescind

ir de

cualesq

uiera

errores

(que

creyese

tales) en

el modo

de los

goberna

ntes por

plantarlo

,

concilian

do

siempre

su

opinión

con el

interés

común y

llevando

tan al

término

esta

delicade

za, que

al llegar

el lance

último

supo

prescind

ir de sí

mismo y

de los

derecho

s de los

pueblos

que

defendía

sólo por

acomod

arse a

unas

circunst

ancias

en que

la

oposició

n de la

opinión

esencial

entre

nosotros

y los

europeo

s

prevalec

ería

entonce

s en

favor de

éstos

por

nuestro

modo de

opinar".

Artigas

afirmaba

defende

r "los

derecho

s de los

pueblos"

y no el

"progres

o", la

"civilizac

ión" y

otras

abstracc

iones

liberales

que

atiborra

ban los

comunic

ados de

sus

adversar

ios

rioplaten

ses.

"Tal fue

mi

conduct

a en el

Ayuí

cuando

las

órdenes

de usted

vulnerar

on el

derecho

sagrado

de mis

compañ

eros y

tal fue,

en

honor a

mi

sincerid

ad, la

que

ostenté

al hacer

marchar

al Salto

al

Regimie

nto

Oriental,

los

Blanden

gues.

"La

cuestión

es sólo

entre la

libertad

y el

despotis

mo:

nuestros

opresor

es, no

por su

patria,

sólo por

serlo

forman

el objeto

de

nuestro

odio. La

guerra

actual

ha

llegado

a

apoyars

e en los

nombres

criollo y

europeo

, y en la

ambició

n

inacaba

ble de

los

mandon

es de la

regencia

español

a, creí

de

necesid

ad no se

demoras

e el

extermin

io de

éstos,

no

faltando

después

tiempo

para

declama

r delante

de

nuestra

asamble

a

nacional

contra

una

conduct

a que en

mi

interior

pude

disculpa

r por

aquellos

instante

s.

"En el

exceso

de mi

moderac

ión

quise

yo solo

hacer el

sacrificio

despren

diéndom

e del

gran

parque y

contenie

ndo mi

influjo

sobre

las

tropas,

limitand

o la

muestra

de mi

opinión

a sólo

desente

nderme

de

afanarm

e más y

anhelar

por

premio

la

tranquili

dad de

mi

hogar,

después

de

reponer

en los

suyos a

los

héroes

inmortal

es que

conserv

aron su

país

contra

una

invasión

extranjer

a a

expensa

s de

cuanto

poseían.

En vista

de esto

¿qué

puede

exigir la

Patria

de mí?

¿Qué

tiene

que

acrimina

rme?

Puede

ser un

crimen

haber

abandon

ado mi

fortuna,

presentá

ndome

en

Buenos

Aires.

"Sin

embarg

o,

estaba

escrito

en el

libro de

la

injusticia

que los

orientale

s habían

de

gustar

otro

acíbar

mucho

más

amargo.

Era

preciso

que

después

de

haber

despreci

ado su

mérito

se les

pusiese

en el rol

de los

crímene

s y que

sean

declarad

os por

enemigo

s unos

hombres

que

cubierto

s de la

gloria

han

entrado

los

primeros

en la

inmortali

dad de

la

América

. Era

preciso

jurar su

extermin

io,

confundi

rlos y

perderlo

s. No,

señor

excelent

ísimo; la

grandez

a de

estos

hombres

es

hecha a

prueba

del

sufrimie

nto;

también

es

preciso

que

hagan

ver no

era una

vileza lo

que fue

moderac

ión. Bajo

este

concept

o, cese

ya usted

de

impartir

me sus

órdenes,

adoptan

do

consigui

entemen

te un

plan

nuevo

para el

lleno de

sus

operacio

nes. No

cuenta

ya usted

con

alguno

de

nosotros

, por que

sabemo

s muy

bien que

nuestra

obedien

cia hará

precisa

mente el

triunfo

de la

intriga.

"Si

nuestros

servicios

sólo han

producid

o el

deseo

de

decapita

rnos,

aquí

sabremo

s

sostener

nos. Mi

constan

cia y mi

inocenci

a me

presenta

rán

delante

del

mundo

con toda

la

grandez

a y

justicia

deseabl

es.

"El

pueblo

de

Buenos

Aires es

y será

siempre

nuestro

herman

o, pero

nunca

su

gobierno

actual.

Las

tropas

que se

hallan

bajo las

órdenes

de usted

serán

siempre

el objeto

de

nuestras

consider

aciones,

pero de

ningún

modo

usted.

Yo

prescind

o de los

males

que

puedan

resultar

de esta

declarac

ión

hecha

delante

de

Montevi

deo

pero yo

no soy

el

agresor

ni

tampoco

el

respons

able.

Mis

lágrimas

son

sofocad

as por la

precisió

n en que

usted

mismo

me ha

puesto...

"¿Y qué

debo

hacer en

vista de

esta

circunst

ancia

sino

reunir

todos

mis

resentim

ientos,

entregar

me a

ellos y

ya que

la

sangre

ha de

escribir

las

últimas

páginas

de

nuestra

historia

gloriosa

hacerla

servir a

nuestra

venganz

a

delante

del

cuadro

de

nuestros

trabajos

? Si

usted,

sensible

a la

Justicia

de

nuestra

irritación

, quiere

eludir

sus

efectos

proporci

onando

a la

Patria la

ventaja

de

reducir a

Montevi

deo,

repase

usted el

Paraná

dejándo

me

todos

los

auxilios

suficient

es. Sus

tropas,

si usted

gusta,

pueden

igualme

nte

hacer

esa

marcha

retrógra

da. Si

solos

continua

mos

nuestros

afanes

no nos

lisonjear

emos

con la

prontitud

en

coronarl

os, pero

al

menos

gustare

mos la

ventaja

de no

ser

tiranizad

os

cuando

los

prodiga

mos en

odio de

la

opresión

.

"Dios

guarde

a usted

muchos

años.

"Costa

del Yi.

25 de

diciembr

e de

1812.

José

Artigas".

Hay que

matar a

Artigas

El

gobierno

de

Buenos

Aires

consider

a

inconve

niente

ahondar

el

conflicto

, de

modo tal

que el 8

de

enero

de 1813

se firma

el

Conveni

o del Yi:

José

Rondea

u, que

acababa

de

vencer a

los

godos

en la

Batalla

del

Cerrito

el 31 de

diciembr

e de

1812,

reempla

za a

Sarratea

; el

docume

nto

denomin

a

"ejército

" a las

fuerzas

orientale

s y

"auxiliar

es" a las

tropas

porteñas

.

Durante

su

marcha

de

regreso

a

Buenos

Aires, el

intrigant

e

Sarratea

se ha

puesto

en

contacto

con

Fernand

o

Otorgué

s,

pariente

de

Artigas y

uno de

sus

oficiales

de

mayor

confianz

a. Le

ofrece el

gobierno

de la

Banda

Oriental

si

traiciona

y

elimina

a su

jefe. Ha

logrado

soborna

r a

Viera,

Valdene

gro y

otros

caudillos

artiguist

as de la

primera

hora, y

deduce

que

también

tendrá

éxito

con

Otorgué

s,

primitivo

y

ambicio

so, a

quien

como

anticipo

de

futuras

recompe

nsas le

obsequi

a dos

pistolas

modern

as.

Seguro

del éxito

de la

conspira

ción que

ha

urdido,

el 2 de

febrero,

desde el

Cerrito,

Sarratea

dicta un

bando

en el

cual

califica a

Artigas

como

"traidor

a la

Patria",

"bárbara

y

sedicios

a" su

conduct

a, e

"indulta

y

perdona

" a

quienes

eventual

mente lo

eliminen

.

En una

carta

fechada

el

mismo

día,

autoriza

a

Otorgué

s "a

nombre

del

Superior

Gobiern

o, para

que

proceda

en bien

general

del

Estado

a

castigar

al

rebelde

enemigo

de la

patria

José

Artigas,

a quien

declaro

traidor a

ella",

compro

metiénd

ose a

"que la

carrera

de sus

dignos

servicios

[de

Otorgué

s] será

atendida

,

aumenta

da y

consider

ada". Le

asegura

que "va

a

llenarse

de gloria

y

aumenta

r los

timbres

de la

patria

derriban

do con

empeño

el

obstácul

o que se

opone a

nuestra

libertad"

(Rosa,

1974).

Con un

optimis

mo

fundado

en la

ignoranc

ia del

poder

del

sentimie

nto

patriótic

o y del

significa

do del

concept

o

lealtad,

dos días

más

tarde,

Sarratea

informa

a

Buenos

Aires

que

"Artigas

no

puede

adquirir

consiste

ncia: su

ignoranc

ia para

la

guerra,

la falta

de

oficiales,

el mal

estado

de su

armame

nto y

otras

circunst

ancias

lo hacen

despreci

able en

todo

sentido.

[...] Muy

pocos

fusilazos

bastarán

para

lanzar a

este

caudillo

más allá

de las

márgen

es del

Cuareim

[frontera

con Río

Grande]

".

Pero

Otorgué

s se

arrepien

te, o

quizá

ha sido

él quien

tendió

una

celada

al

porteño.

Lo cierto

es que

informa

a

Artigas

los

detalles

de la

conspira

ción y le

entrega

su

correspo

ndencia

con

Sarratea

. La

indignac

ión del

caudillo

oriental

es

ostensib

le en la

carta

que el

11 de

febrero

le

escribe:

"He

leído por

conduct

o del

comand

ante

Otorgué

s, a

quien

VE. se

lisonjeó

seducir,

el papel

en que

VE. me

declara

traidor a

la

Patria...

¡yo

declarad

o

traidor!

¡Retíres

e VE. en

el

moment

o de

esta

Banda!".

También

el 14 se

quejará

a

Buenos

Aires:

"¡Ah! Si

[Sarrate

a]

hubiera

emplead

o a favor

de la

Patria

una

milésim

a parte

de la

política

que

tuerce a

sus

deprava

das y

ambicio

sas

miras".

Señala

que

para el

jefe

porteño

"el

pueblo

oriental

es de un

orden

inferior

al resto

de los

hombres

", lo

llama

"seudo

apóstol"

de la

Libertad,

y

apremia

a

Buenos

Aires:

"Ya

nada

espera

el

pueblo

oriental

para

hacerse

justicia:

a VE.

toca

dársela

si fuera

de su

Superior

agrado"

(Rosa,

1974).

Bartolo

mé Mitre

y

Vicente

Fidel

López,

figuras

políticas

fundacio

nales de

la

historiog

rafía

argentin

a,

libraron

varias

disputas

públicas

relacion

adas

con sus

criterios

de

investig

ación y

difusión.

No

obstante

, en

secreto

coincidí

an en

condena

r a

Artigas,

el líder

popular

rebelde,

a los

designio

s de la

burguesí

a

comerci

al

porteña:

"Los

dos,

usted y

yo,

hemos

tenido

las

mismas

repulsio

nes

contra

los

bárbaro

s

desorga

nizadore

s como

Artigas,

a

quienes

hemos

enterr

ado

histórica

mente",

le

escribe

Mitre a

su

colega.

Para

enterrar

histórica

mente al

jefe

oriental

han

procura

do

convenc

er a los

argentin

os de

que

Artigas

era un

caudillo

uruguay

o —sólo

uruguay

o— que

luchó

por

indepen

dizar a

su patria

de la

Argentin

a.

Thomas

Hobbes

ya había

reflexion

ado y

denunci

ado los

artilugio

s y las

mentiras

que son

capaces

de

esgrimir

los

poderos

os

cuando

su poder

es

cuestion

ado. Se

lee en el

capítulo

XI de

Leviatán

:

"Porque

no dudo

de que

si

perjudic

ara el

interés

de

los

hombres

que

tienen

dominio

que los

tres

ángulos

de un

triángulo

sean

iguales

a dos

ángulos

de un

cuadrad

o, esa

doctrina

habría

sido, si

no

discutid

a,

suprimid

a

mediant

e la

quema

de todos

los

libros de

geometr

ía, en la

medida

en que

ello

fuese

posible

para los

interesa

dos".

El

Congres

o de

Tres

Cruces

Por

invitació

n de

Rondea

u, quien

demostr

ó mayor

tacto

que

Sarratea

, Artigas

envió

delegad

os a la

Asamble

a del

Año XIII,

convoca

da

originari

amente

con el

objetivo

de dictar

una

constitu

ción y

proclam

ar la

indepen

dencia

de las

Provinci

as

Unidas

del Río

de la

Plata,

propósit

o que no

se

cumplió

por la

oposició

n

británica

,

conform

e con la

ya

lograda

libertad

de

comerci

o con la

colonia

insurrect

a y en

cambio

reticente

al

indepen

dentism

o,

porque

era un

imperio

colonial,

y porque

España

era su

aliada

contra

Napoleó

n. Fue la

anglófila

Logia

Lautaro,

a la que

pertenec

ía la

mayoría

de los

asamble

ístas, la

encarga

da de

desmont

ar el

proyecto

original.

Los

artiguist

as, que

ignoraba

n tales

tramoya

s,

habían

recibido

con

entusias

mo la

primitiva

idea

constitu

cional y

emancip

adora,

como lo

demuest

ra el

discurso

que

Artigas

pronunci

ó en

Tres

Cruces,

donde

fue

convoca

da una

asamble

a

popular

para

discutir

y decidir

las

propuest

as que

los

pueblos

de la

Provinci

a

Oriental

llevarían

a

Buenos

Aires.

El

llamado

Congres

o de

Tres

Cruces

—o

Congres

o de

Abril—

fue de

capital

importan

cia en el

desarroll

o del

artiguis

mo, ya

que

sentó

las

bases

de las

ideas

federalis

tas y

republic

anas de

su líder.

Sesionó

entre el

5 y el 21

de abril

de 1813

en la

quinta

de

Manuel

José

Sáinz de

Cavia,

en el

paraje

de Tres

Cruces,

hoy

barrio

de

Montevi

deo.

La

asamble

a

popular

debió

comenz

ar a

debatir

el 3 de

abril, sin

embarg

o la

reunión

se

pospuso

hasta el

5 debido

a las

malas

condicio

nes

climática

s. Se

descono

ce el

número

exacto

de

asamble

ístas, y

apenas

han

llegado

hasta el

presente

restos

de la

nómina

original.

El acta

levantad

a el día

del inicio

de las

sesione

s decía

que se

encontra

ban

reunidos

"los

diputado

s de

cada

uno de

los

pueblos

de la

Banda

Oriental

del

Uruguay

". Se

celebrar

on dos

plenario

s, uno el

5 de

abril y

otro el

21, al

inicio y

al cierre.

El día de

la

apertura

del

Congres

o,

Artigas

leyó la

dramátic

a

"Oración

Inaugur

al"

dictada

a Miguel

Barreiro,

secretari

o y

consejer

o del

caudillo.

El texto

refleja

fielment

e la

fuerza

del

pensami

ento de

Artigas,

plasmad

o y

recorda

do para

siempre

en,

quizá, la

frase

más

célebre

del jefe

de los

orientale

s: "Mi

autorida

d emana

de

vosotros

y ella

cesa

ante

vuestra

presenci

a

soberan

a.

Vosotro

s estáis

en el

pleno

goce de

vuestros

derecho

s: ved

ahí el

fruto de

mis

ansias y

desvelo

s, y ved

ahí

también

todo el

premio

de mi

afán.

Ahora

en

vosotros

está el

conserv

arlo".

Es decir

que el

caudillo

define

su

autorida

d como

una

delegaci

ón del

pueblo,

y que al

estar el

pueblo

reunido

su

autorida

d

cesaba

de modo

que las

decision

es

soberan

as

serían

dispuest

as por

votación

de los

presente

s. A él le

correspo

ndería el

deber

de

acatarla

s y

procurar

materiali

zarlas.

Luego

somete

a

consider

ación

del

cónclav

e su

lugar de

jefe, que

solo

conserv

aría "si

gustáis

hacerlo

estable".

Sorpren

dentes y

admirabl

es

convicci

ones

democrá

ticas

anticipa

das a

los

tiempos

no solo

del Río

de la

Plata,

sino de

todo el

planeta.

La

Oración

decía:

"Ciudad

anos: El

resultad

o de la

campañ

a

pasada

me puso

al frente

de

vosotros

por el

voto

sagrado

de

vuestra

voluntad

general.

Hemos

corrido

diecisiet

e meses

cubierto

s de la

gloria y

la

miseria,

y tengo

la honra

de

volver a

hablaros

en la

segunda

vez que

hacéis

uso de

vuestra

Soberan

ía. En

ese

período,

yo creo

que el

resultad

o

correspo

ndió a

vuestros

designio

s

grandes.

Él

formará

la

admiraci

ón de

las

edades.

Los

portugu

eses no

son los

Señores

de

nuestro

territorio

. De

nada

habrían

servido

nuestros

trabajos,

si con

ser

marcado

s con la

energía

y

constan

cia no

tuviesen

por guía

los

principio

s

inviolabl

es del

Sistema

que hizo

su

objeto.

Mi

autorida

d emana

de

vosotros

y ella

cesa por

vuestra

presenci

a

Soberan

a.

Vosotro

s estáis

en el

pleno

goce de

vuestros

derecho

s: ved

ahí el

fruto de

mis

ansias y

desvelo

s, y ved

ahí

también

todo el

premio

de mi

afán.

Ahora

en

vosotros

está el

conserv

arlo. Yo

tengo la

satisfacc

ión

honrosa

de

presenta

ros de

nuevo

mis

sacrificio

s y

desvelo

s, si

gustáis

hacerlo

estable.

"Nuestra

historia

es la de

los

héroes.

El

carácter

constant

e y

sostenid

o que

habéis

ostentad

o en los

diferente

s lances

que

ocurrier

on,

anunció

al

mundo

la época

de la

grandez

a. Sus

monume

ntos

majestu

osos se

hacen

conocer

desde

los

muros

de

nuestra

ciudad

hasta

las

márgen

es del

Paraná.

Cenizas

y ruina,

sangre y

desolaci

ón, he

ahí el

cuadro

de la

Banda

Oriental

y el

precio

costoso

de su

regener

ación.

Pero

ella es

Pueblo

Libre.

"La

Asamble

a

general

tantas

veces

anuncia

da,

empezó

ya sus

funcione

s en

Buenos

Aires.

Su

reconoci

miento

nos ha

sido

ordenad

o.

Resolve

r sobre

ese

particula

r ha

dado

motivo a

esta

congreg

ación,

porque

yo

ofenderí

a

altament

e

vuestro

carácter

y el mío,

vulnerarí

a

enorme

mente

vuestros

derecho

s

sagrado

s, si

pasase

a

resolver

por mí

una

materia

reservad

a solo a

vosotros

. Bajo

este

concept

o yo

tengo la

honra

de

propone

ros los

tres

puntos

que

ahora

deben

hacer el

objeto

de

vuestra

expresió

n

Soberan

a.

"1° Si

debemo

s

procede

r al

reconoci

miento

de la

Asamble

a

General

antes

del

allanami

ento de

nuestras

pretensi

ones

encome

ndadas

a

nuestro

Diputad

o D.

Thomas

García

de

Zúñiga.

"2°

Proveer

de

mayor

número

de

Diputad

os que

sufrague

n por

este

Territori

o en la

Asamble

a.

"3°

Instalar

aquí una

autorida

d que

restable

zca la

economí

a del

País.

"Para

facilitar

el

acierto

de la

resoluci

ón del

primer

punto,

es

preciso

observar

que

aquellas

pretensi

ones

fueron

hechas

consulta

ndo

nuestra

segurida

d

ulterior.

Las

circunst

ancias

tristes a

que nos

vimos

reducido

s por el

expulso

de

Sarratea

,

después

de sus

violacion

es en el

Ayuí,

eran un

reproch

e

tristísim

o a

nuestra

confianz

a

desmedi

da; y

nosotros

,

cubierto

s de

Laureles

y de

Glorias,

retornáb

amos a

nuestro

hogar,

llenos

de

execraci

ón de

nuestros

herman

os,

después

de

haber

quedado

miserabl

es y

haber

prodigad

o en

obsequi

o de

todos

quince

meses

de

Sacrifici

os.

"[...]

Ciudada

nos: Los

Pueblos

deben

ser

Libres.

Ese

carácter

debe ser

su único

objeto y

formar

el

motivo

de su

celo.

Por

desgraci

a, va a

contar

tres

años

nuestra

revoluci

ón, y

aún falta

una

salvagu

ardia

general

al

derecho

popular.

Estamos

aún bajo

la fe de

los

hombres

, y no

aparece

n las

segurida

des del

contrato.

Todo

extremo

envuelv

e

fatalidad

, por

eso, una

desconfi

anza

desmedi

da

sofocarí

a los

mejores

planes,

¿pero

es

acaso

menos

temible

un

exceso

de

confianz

a? Toda

clase de

precauci

ón debe

prodigar

se

cuando

se trata

de fijar

nuestro

destino.

"Es muy

veleidos

a la

probidad

de los

hombres

; solo el

freno de

la

Constitu

ción

puede

afirmarla

.

Mientras

ella [no

exista],

es

preciso

adoptar

las

medidas

que

equivalg

an a

garantía

preciosa

que ella

ofrece.

Yo

opinaré

siempre,

que sin

allanar

las

pretensi

ones

pendient

es, no

debe

ostentar

se el

reconoci

miento y

jura que

se

exigen.

Ellas

son

consigui

entes

del

sistema

que

defende

mos, y

cuando

el

Ejército

las

propuso,

no hizo

más que

decir:

'Quiero

ser

libre'.

Oriental

es: sean

cuales

fueren

los

cálculos

que se

formen,

todo es

menos

temible

que un

paso de

la

degrada

ción;

debe

impedirs

e hasta

el que

aparezc

a su

sombra.

"Ciudad

anos: la

energía

es el

recurso

de las

armas

grandes.

Ella nos

ha

hecho

hijos de

la

victoria,

y

plantado

para

siempre

el Laurel

en

nuestro

Suelo; si

somos

Libres,

si no

queréis

deshonr

ar

vuestros

afanes

cuasi

Divinos,

y si

respetái

s la

memoria

de

vuestros

sacrificio

s,

examina

d si

debéis

reconoc

er la

Asamble

a por

obedeci

miento o

por

pacto.

No hay

un solo

motivo

de

conveni

encia

para el

primer

caso

que no

sea

contrast

able en

el

segundo

, y al fin

reportar

éis la

ventaja

de

haberlo

conciliad

o todo

con

vuestra

Libertad

inviolabl

e. Esto,

ni por

asomos,

se

acerca a

una

separaci

ón

nacional

:

garantir

las

consecu

encias

del

reconoci

miento,

y bajo

todo

principio

, nunca

será

compati

ble un

reproch

e a

vuestra

conduct

a, en tal

caso,

con las

miras

Liberale

s, y

fundame

ntos que

autoriza

n, hasta

la

misma

instalaci

ón de la

Asamble

a.

Vuestro

temor la

ultrajaría

altament

e; y si

no hay

un

motivo

para

creer

que ella

vulnere

nuestros

derecho

s, es

consigui

ente que

tampoco

debemo

s tenerle

para

atrevern

os a

pensar

que ella

increpe

nuestra

precauci

ón.

"[...]

Ciudada

nos,

hacerno

s

respetab

les es la

garantía

indestru

ctible de

vuestros

afanes

ulteriore

s por

conserv

arla".

El texto

finalmen

te

aprobad

o por el

Congres

o de

Tres

Cruces

contenía

ocho

cláusula

s que

debían

cumplir

las

autorida

des

constitu

yentes

porteñas

. En lo

esencial

era un

conjunto

de

aspiraci

ones

orientale

s,

encome

ndadas

por el

caudillo

a Tomás

García

de

Zúñiga,

y que

nunca

fueron

atendida

s en

Buenos

Aires: el

desagra

vio a

Artigas y

al

pueblo

oriental

por las

ofensas

de

Manuel

de

Sarratea

; un aval

para

continua

r el

asedio a

Montevi

deo y el

envío de

pertrech

os

bélicos

para la

prosecu

ción de

la lucha,

y la

devoluci

ón, por

parte de

Sarratea

, de las

armas

que

había

robado

al

Cuerpo

de

Blanden

gues.

Las

disposici

ones

sexta y

séptima

desarroll

an los

aspecto

s

centrale

s del

mandato

:

"Disposi

ción

Sexta:

Será

reconoci

da la

confeder

ación

defensiv

o

ofensiva

de esta

Banda

con el

resto de

las

Provinci

as

Unidas,

renuncia

ndo

cualquie

ra de

ellas a la

subyuga

ción a

que se

ha dado

lugar

por la

conduct

a de

este

anterior

gobierno

.

"Disposi

ción

Séptima

: En

consecu

encia de

dicha

confeder

ación se

dejará a

esta

Banda

en la

plena

libertad

que ha

adquirid

o como

provinci

a

compue

sta de

pueblos

libres;

pero

queda

desde

ahora

sujeta a

la

Constitu

ción que

emane y

resulte

del

Soberan

o

Congres

o de la

Nación".

Es decir

que el

artiguis

mo

obviaba

el

maltrato

de las

autorida

des

porteñas

y

acudía

al

cónclav

e con la

esperan

za de

articular

accione

s

políticas

y

militares

conjunta

s.

Instrucci

ones

para la

Asamble

a del

Año XIII

Fueron

redactad

as por

Artigas,

secunda

do por el

canónig

o

Larraña

ga y

Miguel

Barreiro.

Merecen

ser

leídas

con

cuidado

e

inevitabl

e

emoción

, pues

auspicia

n la

consolid

ación de

una

identida

d y una

organiza

ción

nacional

para el

Río de

la Plata

y

también

para la

Patria

Grande

america

na que

no

pudieron

ser:

"Primera

mente

pedirá la

declarac

ión de la

indepen

dencia

absoluta

de estas

colonias

, que

ellas

están

absuelta

s de

toda

obligaci

ón de

fidelidad

a la

corona

de

España

y familia

de los

Borbone

s, y que

toda

conexió

n

política

entre

ellas y el

Estado

de

España

deber

ser

totalmen

te

disuelta.

"Artículo

1° La

Provinci

a

Oriental

del

Uruguay

entra en

el rol de

las

demás

Provinci

as

Unidas.

Ella es

una

parte

integrant

e del

Estado

denomin

ado

Provinci

as

Unidas

del Río

de la

Plata.

Su

pacto

con las

demás

provinci

as es el

de una

estrecha

e

indisolu

ble

Confede

ración

ofensiva

y

defensiv

a. Todas

las

provinci

as

tienen

igual

dignidad

, iguales

privilegi

os y

toda

conexió

n

política

entre

ellas y el

Estado

de la

España

es, y

debe

ser,

totalmen

te

disuelta.

"Artículo

2° No

admitirá

otro

sistema

que el

de

confeder

ación

para el

pacto

recíproc

o con

las

provinci

as que

forman

nuestro

Estado.

"Artículo

Promov

erá la

libertad

civil y

religiosa

en toda

su

extensió

n

imagina

ble.

"Artículo

4° Como

el objeto

y el fin

del

gobierno

debe ser

conserv

ar la

igualdad

, libertad

y

segurida

d de los

ciudada

nos y los

pueblos,

cada

provinci

a

formará

su

gobierno

bajo

esas

bases,

además

del

gobierno

supremo

de la

Nación.

"Artículo

5° Así,

este

como

aquel se

dividirán

en

poder

legislativ

o,

ejecutiv

o y

judicial.

"Artículo

6° Estos

tres

resortes

jamás

podrán

estar

unidos

entre sí,

y serán

indepen

dientes

en sus

facultad

es.

"Artículo

7° El

gobierno

supremo

entende

solamen

te en los

negocio

s

generale

s del

Estado.

El resto

es

peculiar

al

gobierno

de cada

provinci

a.

"Artículo

8° El

territorio

que

ocupan

estos

pueblos

desde la

costa

oriental

del

Uruguay

hasta la

fortaleza

de

Santa

Teresa

forma

una sola

provinci

a,

denomin

ándose:

La

Provinci

a

Oriental.

"Artículo

9° Que

los siete

pueblos

de

Misione

s, los de

Batoví,

Santa

Tecla,

San

Rafael y

Tacuare

mbó,

que hoy

ocupan

injustam

ente los

portugu

eses, y

a su

tiempo

deben

reclamar

se,

serán en

todo

tiempo

territorio

de esta

Provinci

a.

"Artículo

10° Que

esta

Provinci

a por la

presente

entra

separad

amente

en una

firme

liga de

amistad

con

cada

una de

las otras

para su

defensa

común,

segurida

d de su

libertad

y para

mutua y

general

felicidad

,

obligánd

ose a

asistir a

cada

una de

las otras

contra

toda

violencia

o

ataques

hechos

sobre

ellas, o

sobre

alguna

de ellas

por

motivo

de

religión,

soberaní

a, tráfico

o algún

otro

pretexto

cualquie

ra que

sea.

"Artículo

11° Que

esta

provinci

a retiene

su

soberaní

a,

libertad

e

indepen

dencia,

todo

poder,

jurisdicci

ón y

derecho

que no

es

delegad

o

expresa

mente

por la

confeder

ación a

las

Provinci

as

Unidas

juntas

en

congres

o.

"Artículo

12° Que

el puerto

de

Maldona

do sea

libre

para

todos

los

buques

que

concurra

n a la

introduc

ción de

efectos

y

exportac

ión de

frutos,

poniénd

ose la

correspo

ndiente

aduana

en aquel

pueblo;

pidiendo

al efecto

se oficie

al

comand

ante de

las

fuerzas

de S. M.

Británica

sobre la

apertura

de aquel

puerto

para

que

proteja

la

navegac

ión o

comerci

o de su

nación.

"Artículo

13° Que

el puerto

de la

Colonia

sea

igualme

nte

habilitad

o en los

términos

prescript

os en el

artículo

anterior.

"Artículo

14° Que

ninguna

tasa o

derecho

se

imponga

sobre

artículos

exportad

os de

una

provinci

a a otra;

ni que

ninguna

preferen

cia se

dé por

cualquie

ra

regulaci

ón de

comerci

o o renta

a los

puertos

de una

provinci

a sobre

de los

de otra;

ni los

barcos

destinad

os de

esta

Provinci

a a otra

serán

obligado

s a

entrar,

anclar o

pagar

derecho

en otra.

"Artículo

15° No

permita

se haga

ley para

esta

Provinci

a sobre

bienes

de

extranjer

os que

mueren

intestad

os,

sobre

multas y

confisca

ciones

que se

aplicaba

n antes

al rey, y

sobre

territorio

s de

este,

mientras

ella no

forme su

reglame

nto y

determin

e a qué

fondos

deben

aplicars

e, como

única al

derecho

de

hacerlo

en lo

económi

co de su

jurisdicci

ón.

"Artículo

16° Que

esta

Provinci

a tendrá

su

constitu

ción

territorial

; y que

ella

tiene el

derecho

de

sancion

ar la

general

de las

Provinci

as

Unidas

que

forme la

Asamble

a

Constitu

yente.

"Artículo

17° Que

esta

Provinci

a tiene

derecho

para

levantar

los

regimien

tos que

necesite

,

nombrar

los

oficiales

de

compañí

a, reglar

la milicia

de ella

para la

segurida

d de su

libertad,

por lo

que no

podrá

violarse

el

derecho

de los

pueblos

para

guardar

y tener

armas.

"Artículo

18° El

despotis

mo

militar

será

precisa

mente

aniquila

do con

trabas

constitu

cionales

que

asegure

n

inviolabl

e la

soberaní

a de los

pueblos.

"Artículo

19° Que

precisa

e

indispen

sableme

nte sea

fuera de

Buenos

Aires

donde

resida el

sitio del

gobierno

de las

Provinci

as

Unidas.

"Artículo

20° La

Constitu

ción

garantir

á a las

Provinci

as

Unidas

una

forma

de

gobierno

republic

ana y

que

asegure

a cada

una de

ellas de

las

violencia

s

domésti

cas,

usurpaci

ón de

sus

derecho

s,

libertad

y

segurida

d de su

soberaní

a, que

con la

fuerza

armada

intente

alguna

de ellas

sofocar

los

principio

s

proclam

ados. Y

asimism

o

prestará

toda su

atención

, honor,

fidelidad

y

religiosi

dad a

todo

cuanto

crea o

juzgue

necesari

o para

preserva

r a esta

Provinci

a las

ventajas

de la

libertad,

y

mantene

r un

gobierno

libre, de

piedad,

justicia,

moderac

ión e

industria

.

Delante

de

Montevi

deo, 13

de abril

de 1813.

Es

copia,

Artigas".

¿Podían

los

doctores

de

Buenos

Aires

aceptar

esas

propuest

as?

Que la

indepen

dencia

de las

Provinci

as

Unidas

fuera

declarad

a sin

dilacion

es,

como

pedía

—urgía

— el

general

José de

San

Martín,

cuando

en

Buenos

Aires se

discutía

si valía

la pena

resistir a

la

reacción

hispánic

a y, en

el mejor

de los

casos, a

qué

príncipe

europeo

entroniz

ar en el

Plata.

Que

todas

las

provinci

as

tuvieran

los

mismos

derecho

s y

obligaci

ones,

herejía

insolent

e que

equipara

ba a la

culta

Buenos

Aires

con las

demás,

donde

pocos

habían

leído a

Rousse

au o a

los

enciclop

edistas

francese

s.

Que la

nueva

nación

se

organiza

ra de

acuerdo

al

sistema

federalis

ta y que

las

rentas

de la

aduana

se

reparties

en

equitativ

amente,

cuando

la

oligarquí

a

porteña

consider

aba que

después

del 25

de Mayo

el

usufruct

o de las

rentas

del

puerto,

únicos

ingresos

significat

ivos de

la nueva

nación,

correspo

ndían

solo a

Buenos

Aires.

Que en

una

població

n

marcada

a fuego

por la

religiosi

dad de

conquist

adores y

coloniza

dores, y

donde la

Iglesia

había

sido y

seguía

siendo

un factor

decisivo

del

poder

terrenal,

se osara

preconiz

ar la

libertad

civil y

religiosa

.

Que

exigiera

n que la

Provinci

a

Oriental

—como

habían

dado en

llamarse

los

artiguist

as— y

las

demás

provinci

as

eligieran

sus

propias

autorida

des

ejecutiv

as,

legislativ

as y

judiciale

s,

cuando

hasta

entonce

s era

Buenos

Aires la

que

designa

ba a

esos

funciona

rios,

casi

siempre

porteños

y solo

excepci

onalmen

te algún

aliado

provinci

al.

Que

terminar

a la

hegemo

nía

exclusivi

sta del

puerto

de

Buenos

Aires a

través

del

comerci

o en los

puertos

de

Maldona

do y

Colonia,

prohibie

ndo al

mismo

tiempo

el

benefici

o

económi

co que

los

comerci

antes

porteños

obtenían

del

cobro de

impuest

os al

tránsito

de

mercade

ría del

resto de

las

provinci

as.

Que se

autorizar

a a cada

provinci

a a

armar

sus

propios

ejércitos

y

milicias,

medida

que

obstacul

izaría el

dominio

militar

de

Buenos

Aires.

Que

como

supina

muestra

de

intenden

cia

intelectu

al —que

los

doctores

porteños

consider

aban

ignoranc

ia—

propusie

ran

apelar a

la

"atenció

n,

honor,

fidelidad

y

religiosi

dad, a

todo

cuanto

crea o

juzgue

necesari

o para

preserva

r a esta

Provinci

a las

ventajas

de la

libertad,

y

mantene

r un

gobierno

libre, de

piedad,

justicia,

moderac

ión e

industria

",

obviand

o

mencion

ar

progres

o,

civilizaci

ón,

liberalis

mo, es

decir, la

cantinel

a liberal

que

consenti

ría

tantas

tropelías

sangrien

tas y

que

progresi

vamente

distanci

aría a la

patria de

sus

verdade

ras

raíces y

reivindic

aciones.

Y por

fin, para

colmo

de los

colmos,

¡que la

capital

del país

por

organiza

r no

fuera

Buenos

Aires!

Dichos

postulad

os eran

inacepta

bles

para los

porteños

, y por

esa

razón

los

delegad

os

orientale

s fueron

rechaza

dos con

pretexto

s

falaces

y

reglame

ntaristas

—que

no se

aplicaro

n a los

delegad

os de

otras

provinci

as—, a

pesar de

que su

represe

ntativida

d era

iniguala

ble pues

emanab

a de

multitudi

narias

asamble

as

populare

s en las

que

todos

tenían

derecho

a votar.

René

Orsi

(1991)

sostiene

que "El

motivo

realment

e

determin

ante del

rechazo

de la

delegaci

ón

oriental

debemo

s

encontra

rlo, más

que en

las

disensio

nes

internas

del

organis

mo, en

el

propósit

o de los

oficialist

as de

ahogar

desde

los

primeros

pasos

cualquie

r planteo

de

emancip

ación

definitiv

a,

organiza

ción

institucio

nal

confeder

ativa y

copartici

pación

en los

resultad

os

económi

cos del

Estado".

Además

, según

Orsi, el

bando

alvearist

a —que

se

imponía

en

número

al

sanmarti

niano en

la Logia,

y que

por lo

tanto

controla

ba la

Asamble

a—

temía

una

alianza

de los

artiguist

as con

sus

adversar

ios

internos.

Porteñis

mo

versus

artiguis

mo

Las

intencio

nes

porteñas

resultan

prístinas

en una

carta

que

Nicolás

Herrera,

delegad

o de

Alvear

ante

Artigas,

dirigió a

Rondea

u: "El

vértigo

del

federalis

mo abrió

enteram

ente las

puertas

a la

anarquí

a y a la

guerra

civil.

Todos

los

pueblos

empezar

on a

hacerse

soberan

os y la

necesid

ad de

parar

este

furor

democrá

tico, que

dejaba

sin

efecto

los

premedit

ados

designio

s del

gobierno

de

Buenos

Aires,

hizo

correr la

sangre

de los

herman

os de la

Banda

Oriental"

.

Dice al

respecto

José

María

Rosa:

"La

Revoluci

ón

nacional

ista y

espontá

nea del

25 de

mayo de

1810

había

sido

sustituid

a por el

gobierno

de los

doctores

,

empeña

dos en

interpret

ar con

'las

ideas

del siglo'

el hecho

revoluci

onario.

A la

eclosión

popular

y

argentin

a había

seguido

la fase

obstinad

amente

porteña

y

tontame

nte

liberal

del

Primer

Triunvira

to. Tres

porteños

formaba

n el

gobierno

, pero el

nervio

estaba

en el

secretari

o,

Bernardi

no

Rivadavi

a,

ejemplo

de

mentalid

ad

ascuosa

(sic).

Una

llamada

asamble

a,

formada

solamen

te por

porteños

de 'clase

decente'

,

complet

aba el

cuadro

de

autorida

des. A la

Revoluci

ón (con

erre

mayúsc

ula) por

la

indepen

dencia,

había

sustituid

o la

revoluci

oncita

ideológi

ca de

Rivadavi

a, el

mayo

liberal y

minoritar

io que

quieren

festejar

como si

fuera el

auténtic

o.

Detrás

de este

se

encubría

el

predomi

nio de

una

clase de

nativos:

la

oligarquí

a —la

'gente

principal

y sana'

o 'gente

decente'

— del

puerto.

La

revoluci

ón

consistí

a para

ellos en

cambiar

el

gobierno

de

funciona

rios

español

es por la

hegemo

nía de

'decente

s'

porteños

. Lo

demás

provinci

as,

pueblo,

indepen

dencia

— no

contaba;

todo con

música

de

'libertad'

, para

engañar

a los

incautos

" (Rosa,

1964).

El

estatuto

aprobad

o por la

Asamble

a de

Buenos

Aires

preveía

un

proceso

especial

para la

Banda

Oriental

en

materia

de

designa

ción de

diputado

s, en

tanto

descono

cía su

condició

n de

provinci

a: podía

presenta

r solo

dos

represe

ntantes,

uno por

Montevi

deo y

otro por

Maldona

do. Sin

embarg

o, el

Congres

o de

Tres

Cruces

descono

ció

estas

disposici

ones y

se

sustentó

en otras,

basadas

en el

antiguo

derecho

colonial.

Fueron

elegidos

Mateo

Vidal y

Dámaso

Antonio

Larraña

ga por

Montevi

deo;

Felipe

Santiag

o

Cardoso

por

Guadalu

pe de

los

Canelon

es y

Dámaso

Gómez

Fonseca

por

Maldona

do;

Francisc

o Bruno

Rivarola

por

Santo

Doming

o de

Soriano,

y un

único

represe

ntante

por San

José de

Mayo y

San

Juan

Bautista:

Marcos

Salcedo.

Los

diputado

s

portaba

n las

célebres

"Instrucc

iones

para la

Asamble

a del

Año

XIII",

pero la

delegaci

ón fue

rechaza

da con

el

pretexto

de que

la

Banda

Oriental

no había

respetad

o las

medidas

establec

idas por

la

Asamble

a. En

verdad,

la razón

última

de la

impugna

ción de

los

orientale

s eran

los

incómod

os

postulad

os

artiguist

as sobre

federalis

mo,

indepen

dentism

o y

descentr

alización

. De

hecho,

fueron

aceptad

os

delegad

os de

otras

provinci

as que

tampoco

habían

obedeci

do al pie

de la

letra el

reglame

nto.

Un

editorial

publicad

o en la

Gazeta

de

Buenos

Aires el

15 de

diciembr

e de

1819

evidenci

aba que

políticos

,

terrateni

entes y

comerci

antes

porteños

rechaza

ban los

reclamo

s de los

seguidor

es del

futuro

Protecto

r de los

Pueblos

Libres

por

consider

arlos

inferiore

s,

disolven

tes,

anarquis

tas,

bárbaro

s:

"¿Por

qué

pelean

los

anarquis

tas?

¿quiéne

s son

ellos?

[...] Los

federalis

tas

quieren

no solo

que

Buenos

Aires no

sea

la

capital,

sino que

como

pertenec

iente a

todos

los

pueblos

divida

con

ellos el

armame

nto, los

derecho

s de

aduana

y demás

rentas

generale

s: en

una

palabra,

que se

establez

ca una

igualdad

física

entre

Buenos

Aires y

las

demás

provinci

as,

corrigien

do los

consejo

s de la

naturale

za que

nos ha

dado un

puerto y

unos

campos,

un clima

y otras

circunst

ancias

que le

han

hecho

físicame

nte

superior

a otros

pueblos.

[...] El

perezos

o quiere

tener

iguales

riquezas

que el

hombre

industrio

so, el

que no

sabe

leer

optar

por los

mismos

empleos

que los

que se

han

formado

estudian

do, el

vicioso

disfrutar

del

mismo

aprecio

que el

hombre

honrado

.

[...] No

negamo

s que la

federaci

ón

absoluta

mente

consider

ada sea

buena;

pero los

que

sostiene

n que

relativa

mente a

nuestras

provinci

as es

adoptabl

e, y sin

inconve

nientes,

deben

manifest

arnos

los

element

os con

que

cuentan

para la

realizaci

ón de su

proyecto

".

En ese

contexto

, el

caudillo

oriental

ordenó

al

diputado

Felipe

Santiag

o

Cardoso

denunci

ar la

actitud

de la

Asamble

a. El

estricto

cumplim

iento de

la

directiva

del

caudillo

derivó

en la

detenció

n y

posterior

confina

miento

del

diputado

, por

orden

del

gobierno

.

Larraña

ga

procuró

en

cambio

suavizar

las cada

vez más

tirantes

relacion

es entre

Buenos

Aires y

Artigas.

Finalme

nte logró

convenc

er al jefe

oriental

de que

aceptara

la

convoca

toria a

una

nueva

asamble

a que

regulariz

ara el

sistema

de

designa

ción de

diputado

s

—Asam

blea de

Capilla

Maciel—

,

mientras

los

constitu

yentes

porteños

finalmen

te

accedier

on a

concede

r a la

Banda

Oriental

el envío

de hasta

cuatro

diputado

s.

Pese a

la

intensa

labor

diplomát

ica de

Larraña

ga, era

evidente

que la

converg

encia

entre las

partes

no sería

sencilla.

Al

contrario

, las

diferenci

as

aumenta

ron con

el

devenir

de los

hechos.

Es que

una

orilla y

otra del

Río de

la Plata

expresa

ban

puntos

de vista

diametra

lmente

opuesto

s:

mientras

que

para el

gobierno

bonaere

nse

Artigas

era un

mero

jefe

militar

díscolo,

el

pueblo

oriental

lo

consider

aba el

Protecto

r de una

provinci

a

soberan

a e

integrad

a a una

América

español

a

indepen

diente.

La toma

de

Montevi

deo

La

enconad

a y

tumultuo

sa

relación

entre las

fuerzas

porteñas

y las

milicias

artiguist

as que

sitiaban

Montevi

deo por

segunda

vez

continuó

sin

remedio.

Finalme

nte,

furioso

porque

Buenos

Aires se

obstinab

a en

negar

reconoci

miento a

su

importan

cia

militar y

política

—y sus

consigui

entes

derecho

s—, el

20 de

enero

de 1814

Artigas

abandon

a el sitio

enarbola

ndo su

propia

bandera

para

hacer

aún más

ostensib

le el

desplant

e: la

azul y

blanca

de las

Provinci

as

Unidas

cruzada

en

diagonal

por la

banda

punzó

del

federalis

mo.

Aunque

la plaza

estaba a

punto de

caer en

manos

de los

sitiadore

s, la

mayor

parte de

las

tropas

orientale

s siguió

a su

jefe,

conduci

das por

Otorgué

s, mano

derecha

del

caudillo.

En

cuanto a

las que

perman

ecieron

—muy

reducida

s,

informa

Rondea

u a su

gobierno

—, "no

puede

contarse

con

confianz

a

porque

a pesar

de su

disimulo

se

advierte

una

disposici

ón a

seguir el

partido

de aquel

jefe".

Buenos

Aires

reaccion

ó:

Gervasi

o

Posadas

,

nombra

do

Director

Suprem

o por la

Logia

—aunqu

e el

poder

en las

sombras

era su

sobrino

Carlos

de

Alvear—

, el 11

de

febrero

de 1814

declara

a José

Gervasi

o de

Artigas

"infame,

privado

de su

empleo,

fuera de

la ley y

enemigo

de la

Patria".

Conside

ra

crimen

de alta

traición

brindarle

"cualqui

er clase

de

auxilio"

y fija

una

recompe

nsa de

seis mil

pesos

"al que

entregu

e su

persona,

vivo o

muerto".

Pero no

resultarí

a tan

fácil

deshace

rse del

caudillo

oriental.

"Rondea

u

renuncia

, French

y usted

renuncia

n

—escribi

ría

Posadas

al

coronel

Soler

días

más

tarde—,

Artigas

renunció

y nos

arrancó

quinient

os

hombres

. Los

oficiales

que ha

hecho

prisioner

os me

escriben

que los

he

sacrifica

do

inocente

mente

porque

la causa

de

Artigas

es justa.

Belgran

o

renunció

y está

enojado.

San

Martín

dice que

a su

mayor

enemigo

no le

desea

aquel

puesto.

Díaz

Vélez ha

renuncia

do y

está

enojado.

¿No es

cosa de

locos?

¿Se

puede

así

marchar

a

ninguna

empresa

?".

Mientras

tanto,

había

moviliza

do

fuerzas

militares

para

debilitar

a

Artigas y

a sus

aliados,

quizá en

acuerdo

con el

imperio

luso-bra

sileño.

El barón

de

Holmber

g

avanzó

con

quinient

os

hombres

sobre

Entre

Ríos,

convenc

ido de

un

triunfo

fácil e

inevitabl

e. No

calculó

que iba

a

atravesa

r

pueblos

que le

eran

hostiles,

que le

negaban

vituallas,

que

callaban

la

posición

de los

artiguist

as.

Hasta

que

cerca de

Gualegu

ay,

sobre el

arroyo

Espinillo

, los

hombres

de

Otorgué

s

sorpren

dieron al

barón y

diezmar

on sus

fuerzas.

El 22 de

febrero

de 1814,

preso de

Artigas,

Holmber

g

informab

a a

Buenos

Aires la

pérdida

de

cuatroci

entos

hombres

, más de

trescient

as

armas,

diez mil

cartucho

s y dos

cañones

. A eso

debía

agregar

se una

importan

te suma

de

dinero.

Según

Omar

López

Mato

(2011),

el barón

"contab

a que

debió

entregar

en

manos

de las

fuerzas

enemiga

s al

mayor

Pintos,

acusado

de violar

a dos

mujeres

y

perpetra

r robos y

desman

es en

Gualegu

ay. Los

artiguist

as se lo

habían

pedido

buenam

ente,

mostrán

dole

pruebas

y

testigos.

Los

oficiales

de

Holmber

g

decidier

on

entregar

lo, por

consider

ar justo

lo que

pedían.

Termina

ba su

carta

anuncia

ndo que

los

rebeldes

lo

estaban

tratando

bien,

pero le

recrimin

aba a

Posadas

'que lo

había

mandad

o a

sacrifica

r

inútilme

nte

porque

Artigas

tiene

razón'".

El 25 de

mayo de

1814

—como

si no

hubiera

encontra

do mejor

fecha—,

interpret

ando el

sentir y

la

opinión

de

muchos

"decent

es"

porteños

, Manuel

de

Sarratea

envió a

Femand

o VII —

nuevam

ente en

el

trono—

una

carta

sumisa,

obsecue

nte,

convenc

ido de la

imposibil

idad de

oponer

resisten

cia a la

segura

retaliaci

ón de la

corona

hispánic

a al

intentar

recuper

ar las

colonias

america

nas

perdidas

:

"vasallo

de su

Majesta

d y

diputado

del

gobierno

de

Buenos

Aires

para la

conciliac

ión,

imbuido

de

sentimie

ntos de

amor a

su real

persona.

[...] Si el

cielo no

hubiera

permitid

o la

ausenci

a de

vuestra

Majesta

d, jamás

se

hubiera

oído ni

el eco

de la

insubord

inación

en

aquellos

países.

[...] No

es

extraño

que

aquellos

pueblos,

al verse

acometi

dos

cruelme

nte y sin

oírlos en

nombre

del Rey

más

amado y

benigno

que ha

subido

al trono

de

España

de

vuestra

Majesta

d, a los

que tan

mal

imitaban

su

paternal

carácter

[...]

cuando

se

protegía

n en la

Penínsul

a

doctrina

s

preñada

s de

anarquí

a,

hallasen

ocasión

algunos

espíritus

turbulent

os para

hacerlas

resonar

en

América

".

En

cualquie

r caso,

el

general

español

Vigodet

tuvo que

rendir la

plaza.

Solicitó,

entre

sus

condicio

nes para

la

capitula

ción,

entregar

la llave

de

Montevi

deo a

los

orientale

s

artiguist

as y no

a los

porteños

. Carlos

de

Alvear,

quien

por la

influenci

a que

ejercía

sobre su

tío

Posadas

había

relevado

a

Rondea

u de la

jefatura

del

ejército

regular

para

apropiar

se de la

gloria

del

triunfo,

le

comunic

ó a

Otorgué

s, aliado

en la

guerra

contra

los

realistas

, la

condició

n del

general

español:

"Mi

estimad

o

paisano

y amigo.

Nada

me será

más

satisfact

orio que

ver la

plaza de

Montevi

deo en

poder

de mis

paisano

s y no

de los

godos".

Alvear

revelaría

en sus

Narracio

nes que

invitó a

Artigas

"pero no

vino, lo

cual fue

un

suceso

feliz

porque

a él no

hubiera

sido fácil

alucinarl

o". Es

decir,

engañarl

o.

Otorgué

s sí cayó

en la

trampa.

Acampó

en Las

Piedras,

cerca de

Montevi

deo. El

23 de

junio

Alvear

entró a

la

ciudad,

violando

los

acuerdo

s, para

evitar

que el

armame

nto

español

cayera

en

manos

de los

artiguist

as. La

tarde del

24 salió

al

encuentr

o del

oriental

con el

pretexto

de

saludarl

o y

coordina

r el

ingreso

a

Montevi

deo,

pero su

verdade

ro

objetivo

era

comprob

ar

personal

mente el

poderío

de las

fuerzas

orientale

s. Luego

regresó

a

Montevi

deo,

encarcel

ó a los

delegad

os de

Otorgué

s que lo

acompa

ñaban

—el

doctor

Revuelt

a y

Antonio

Suanes

—, los

sometió

a un

simulacr

o de

fusilami

ento y a

las

nueve

de la

noche

avanzó

sobre

Las

Piedras

con una

importan

te fuerza

militar:

atacó el

campam

ento por

sorpresa

y mató a

varios

centenar

es de

sus

desprev

enidos

aliados.

Como

premio,

el

obedient

e

Posadas

creó

para su

sobrino

el grado

de

Brigadie

r

General

y fue

honrado

como

"Benem

érito de

la Patria

en

Grado

Heroico"

.

Al día

siguient

e de la

matanza

Alvear

comunic

ó a su

tío que

solo

pudo

apodera

rse de

"ollas,

calderas

y chinas

[recipien

tes de

loza]

con que

esta

chusma

está

siempre

cargada

". Sus

palabras

expresa

n sin

ambigüe

dad

alguna

el

despreci

o de la

oligarquí

a

comerci

al de

Buenos

Aires

por el

gauchaj

e,

sentimie

nto que

predomi

nará a lo

largo de

los

largos

años de

sangrien

tos

conflicto

s con los

caudillos

federale

s,

prejuicio

que

servirá

además

para

justificar

la

"inevitab

ilidad"

del

predomi

nio

económi

co y

político

del

puerto

sobre

las

provinci

as

habitada

s por

"esa

chusma

cargada

de ollas,

calderas

y

chinas".

Los

argume

ntos

para el

menospr

ecio

eran

ideológi

cos pero

también

estético

s, según

se lee

en el

testimon

io de

Manuel

Mantilla,

un

"decent

e"

porteño

de

entonce

s:

"Aquel

era un

conjunto

aterrado

r y

repugna

nte, una

indiada

poco

menos

que

desnuda

, sucia y

fea de

aspecto

y de

corazón

".

Hemos

heredad

o ese

despreci

o de

nuestros

blancos

"descen

dientes

de

barcos"

por los

cabecita

s negras

vernácul

os y por

los

inmigran

tes de

países

vecinos.

Esa

indiada

"sucia y

fea de

aspecto

y de

corazón

" tendrá

en jaque

a los

liberales

—como

se

bautizarí

an los

"doctore

s"

unitarios

suponié

ndose

espejos

de los

británico

s,

aunque

copiaron

el

liberalis

mo

económi

co pero

fueron

autoritari

os, a

veces

extrema

damente

, en lo

político

— hasta

la

polémic

a

derrota

de

Urquiza

en

Pavón,

el

posterior

genocidi

o de

gauchos

y el

extermin

io de los

caudillos

tardíos

como

Peñaloz

a y

Varela,

puntos

de

partida

de la

definitiv

a

Organiz

ación

Nacional

de la

Argentin

a.

No a la

indepen

dencia

de la

Banda

Oriental

Varias

provinci

as,

sometid

as a la

altanería

militar

porteña,

condena

das a la

miseria

y a la

ignoranc

ia por el

unitaris

mo

egoísta

de

Buenos

Aires,

buscan

la

protecci

ón de

Artigas.

Santa

Fe,

Corrient

es, las

misione

s, Entre

Ríos

y parte

de

Córdoba

se

constitu

yen en

"Pueblo

s Libres"

bajo la

orientaci

ón del

caudillo

oriental,

quien no

las

ocupa,

sino que

las guía

en

función

de

interese

s

provinci

ales y

populare

s

comparti

dos. Es

su

Protecto

r.

"Artigas

es el

creador

del

federalis

mo

argentin

o. Al

decir

'creador'

no

quiero

decir

que lo

inventar

a él.

Pero

tuvo el

acierto

de

encontra

rlo en el

fondo de

los

viejos

cabildos

indianos

; y lo

hizo

realidad

en la

conducc

ión

política

de la

Revoluci

ón. De

allí que

la voz

de

Artigas

habland

o de

indepen

dencia

absoluta

,

gobierno

s

populare

s y

federalis

mo, se

extendie

ra más

allá del

Uruguay

. En

Buenos

Aires

se

decían

que la

prepote

ncia o

ambició

n de

Artigas

lo

hacían

extender

su

dominio.

No lo

podían

compren

der. Era

la suya

la

verdade

ra patria

aflorand

o en el

litoral.

[...]

Artigas

hacía la

unión

por

simple

ejemplo,

sin

inmiscui

rse en

las

cosas

internas

de las

otras

provinci

as, sin

prepote

ncias

inútiles

e

incondu

centes.

'Yo,

adorado

r eterno

de la

soberaní

a de los

pueblos

—dice al

cabildo

de

Corrient

es que

le

reclama

su

protecci

ón en

1814—,

solo me

he

valido

de la

obedien

cia con

que me

han

nombra

do para

ordenarl

es que

sean

Libres.'

No les

ordena

que se

sometan

a su

autorida

d, sino

que

sean

libres.

¡Ordena

rles que

sean

Libres!

Ese es

el

lenguaje

de los

grandes

" (Rosa,

1974).

El jefe

realista

Joaquín

de la

Pezuela,

designa

do

marqués

de

Viluma

por su

triunfo

sobre

Rondea

u en

Sipe-Sip

e,

consider

ó que

había

llegado

el

moment

o de

aprovec

har las

diferenci

as del

caudillo

con el

gobierno

porteño.

Por eso

le

escribió

sobre

"los

capricho

s de un

pueblo

insensat

o como

Buenos

Aires

que han

ocasion

ado la

sangre y

desolaci

ón en

estos

dominio

s". Le

expresa

ba que

"VS., fiel

a su

monarca

, ha

sostenid

o sus

derecho

s

combati

endo

contra la

facción;

por lo

tanto

cuente

VS., sus

oficiales

y tropa,

con los

premios

a que se

han

hecho

acreedo

res".

Artigas

respondi

ó a ese

atractivo

intento

de

soborno

el 28 de

julio de

1814:

"Han

engañad

o a VS.

y

ofendido

mi

carácter

cuando

le han

informad

o que yo

defiendo

a su rey.

Si las

desaven

encias

domésti

cas han

lisonjea

do el

deseo

de los

que

claman

por

establec

er el

dominio

español

en estos

países,

yo no

soy

vendible

ni quiero

más

premio

por mi

empeño

que ver

libre mi

Nación

del

poderío

español.

Vuelva

el

enviado

de V.S.

prevenid

o de no

cometer

otro

atentado

como el

que ha

proporci

onado".

La

extensió

n de la

influenci

a de

Artigas

sobre

las

provinci

as

litorales

más allá

del río

Uruguay

agravó

el

conflicto

.

Entonce

s Alvear,

ya como

Director

Suprem

o, en

1815

instruyó

al

almirant

e

Guillerm

o Brown

para

que le

ofreciera

"la

indepen

dencia

absoluta

" de la

Banda

Oriental

a

cambio

de que

Entre

Ríos y

Corrient

es

quedara

n bajo la

hegemo

nía de

Buenos

Aires.

Pero el

jefe

oriental,

fiel a su

convicci

ón no

secesio

nista,

rechazó

la

propuest

a.

La

negativa

del

Protecto

r, tan

admirabl

emente

patriótic

a,

merecer

ía un

lamenta

ble

párrafo

de

Vicente

Fidel

López

(1883),

cuya

ciega

inquina

contra

Artigas

es bien

conocid

a: "Con

su

estúpida

terqued

ad [no

renuncia

r a la

argentini

dad]

Artigas

iba

ahora a

poner a

su país

en un

declive,

que si

no era

su

declive

natural,

era fatal

al

menos

hacia

el

predomi

nio

protecto

r y culto

del

Brasil.

[...] La

guerra

contra el

caudillo

oriental

había

dejado

de ser

una

guerra

civil [en

tanto la

Banda

Oriental

dejaba

de

formar

parte de

las

Provinci

as

Unidas],

se había

converti

do en

guerra

defensiv

a contra

un

usurpad

or

bárbaro

y

extranjer

o que

sin tener

derecho

alguno

de

nacimie

nto o de

comunid

ad

política

con los

argentin

os,

pretendí

a

mantene

r su

ingerenc

ia en

provinci

as y en

negocio

s que

por

ningún

título le

pertenec

ían".

En

cualquie

r caso,

como

sostenía

Alvear:

"Las

Provinci

as

Unidas

no

tienen

interés

de

ningún

género

en traer

a su

seno a

la

Banda

Oriental"

.

Ante el

fracaso

de la

negocia

ción,

una

nueva

fuerza

partió de

Buenos

Aires.

La

comand

aba el

joven

coronel

Manuel

Dorrego.

Con el

correr

del

tiempo

sus

posicion

es

federale

s y

populare

s se

acercarí

an hasta

casi

coincidir

con las

de

Artigas,

pero por

entonce

s

Dorrego

aún

obedecí

a a las

autorida

des

porteñas

. El 6 de

octubre

de 1814

derrotó

a

Ortogué

s en las

cercanía

s del

arroyo

Marmar

ajá, pero

luego

sus

fuerzas

son

destroza

das por

Fructuos

o

Rivera,

en

Guayab

os, el 10

de

enero

de 1815.

En la

banda

occident

al del

Río de

la Plata

se

asegura

ba que

la

insubord

inación

del

caudillo

contra la

autorida

d

porteña

favorecí

a a las

fuerzas

del rey

de

España

pues

obligaba

a

distraer

tropas y

esfuerzo

s,

además

de que

el

oriental

sembrab

a la

indiscipli

na en

las filas

patriotas

. Corrían

rumores

malinten

cionado

s de la

posible

complici

dad con

el

general

español

Joaquín

de la

Pezuela,

de los

que

muchos

se

hicieron

eco,

entre

ellos

Manuel

Belgran

o: "Hace

mucho

tiempo

que

desconfí

o de

Artigas

[...]

mucho

me temo

que la

canalla

está por

traiciona

rnos".

Su

encono

por el

jefe

oriental

fue

creciend

o:

"Nunca

se

ablandar

á, es un

agente

de los

enemigo

s y muy

eficaz".

Más

tarde

sostuvo:

"Me

confirmo

en que

Artigas

es un

traidor

complet

o oficial

general

español"

. Le

reproch

aba que

mientras

San

Martín

guerrea

ba en

Chile y

Güemes

contenía

a los

realistas

en el

norte, el

oriental

se

olvidara

"del

territorio

en que

manda y

de los

portugu

eses

que lo

tratan

de

poseer

por

hacer la

guerra

al

gobierno

de las

Provinci

as

Unidas".

Hasta el

fin de

sus días

Belgran

o creyó

que

Artigas

era un

traidor

de la

causa

patriótic

a.

El

propósit

o

expulsiv

o del

unitaris

mo

porteño

se

cumplirí

a al

cabo de

los años

con la

pérdida

del

territorio

de la

actual

Repúblic

a

Oriental

del

Uruguay

, como

consecu

encia

inevitabl

e de la

complici

dad de

los

"decent

es"

porteños

con la

invasión

luso-bra

sileña

de 1816,

que

luego

desemb

ocaría

en la

nefasta

guerra

entre la

Argentin

a y el

Brasil

indepen

dizado.

Como

Artigas

insistía

en su

propósit

o de que

la

Banda

Oriental

siguiera

formand

o parte

de las

Provinci

as

Unidas,

el

gobierno

de

Buenos

Aires

decidió

finalmen

te retirar

sus

tropas y

dejar a

Artigas

el

control

de

Montevi

deo.

Todo

indica

que ya

estaba

en

marcha

el plan

de ceder

a los

portugu

eses la

tarea de

"poner

orden"

en la

Banda

Oriental

y acabar

con el

caudillo

díscolo.

La obra

maestra

de un

escultor

francés

Una

bellísim

a

estatua

ecuestre

, obra

maestra

del gran

escultor

francés

Pierre

Bourdell

e,

represe

nta la

figura de

Carlos

María

de

Alvear.

Es

seguram

ente el

monume

nto más

valioso

del país.

Recuerd

a a uno

de los

líderes

de la

Logia

Lautaro

que

llegó a

Buenos

Aires a

bordo

de la

goleta

británica

George

Canning

junto a

José de

San

Martín.

Despué

s, la

discordi

a entre

ambos

se

ahondar

ía hasta

el fin de

sus

días.

Carlos

María

de

Alvear al

fin cayó

del

Directori

o, entre

otros

motivos,

por sus

reiterad

os

fracasos

en sus

disputas

con el

caudillo

oriental.

Nunca

logró

doblegar

lo ni

neutraliz

arlo.

Será

Artigas

quien

informe

a San

Martín el

fin del

gobierno

de

Alvear,

como

prueba

de la

buena

relación

que los

unía. Le

escribió

desde

Santa

Fe el 22

de abril

de 1815:

"Ha

terminad

o la

guerra

civil.

Celebre

mos

este

moment

o

afortuna

do como

el apoyo

de

nuestra

libertad

naciente

.

Esforcé

monos

por

consecu

encia

enlazan

do los

Pueblos

íntimam

ente y

deposita

ndo en

ellos

aquella

confianz

a que

haga

respetab

les sus

derecho

s y

virtudes"

. El

Libertad

or se

dirigió a

su vez al

Cabildo

de

Mendoz

a: "En

este

moment

o acabo

de

recibir el

adjunto

oficio

del Jefe

de los

Oriental

es para

VS.

Igualme

nte

tengo el

honor

de

acompa

ñar el

que me

ha

dirigido

el

Excelent

ísimo

Cabildo

de

Buenos

Aires

manifest

ándome

haber

sido

destruid

o el

opresor

de

nuestra

libertad

[Alvear],

y haber

reasumi

do en sí

el

mando

hasta

tanto el

pueblo

libre

nombre

a quien

lo rija;

deseo

que V.S.

no

carezca

de una

noticia

que da

el ser a

nuestra

libertad

abatida"

.

Alvear,

ex

Director

Suprem

o,

desterra

do,

escribe

al

ministro

Villalba

—repres

entante

español

ante la

corte

portugu

esa— la

siguient

e

misiva:

"Es muy

deplorab

le a un

español

[sic] que

ha

nacido

con

honor y

que

procuró

acreditar

lo entre

los

glorioso

s

defensor

es de la

nación,

presenta

rse

ahora a

vindicar

su

conduct

a en

actitud

de

delincue

nte y

con la

sombra

de

rebelde

o

enemigo

del rey.

Yo me

habría

ido lejos

de los

hombres

a ocultar

mi

vergüen

za si no

conserv

ase una

esperan

za de

hacer

disculpa

bles mis

procedi

mientos

o si

conocier

a menos

la

clemenc

ia del

soberan

o y la

indulgen

cia

de sus

ministro

s".

Sostiene

Alvear

que

buscaba

"rectifica

r las

ideas

que

alimenta

ba el

fanatism

o de la

multitud.

[...]

Agrégue

me al

partido

de los

que

eran

conocid

os por

más

veheme

ntes y

acalorad

os con

el objeto

de

adquirir

me un

crédito

elevado

de

patriota

y de

tomar

ascendi

ente

sobre

los que

suponía

más

capaces

de una

oposició

n

sostenid

a a las

ideas de

conciliac

ión".

Decía

Alvear

en su

degrada

nte carta

que

había

ocupado

el

Directori

o

Suprem

o para

dar "un

paso

decisivo

que

pusiese

término

a esta

maldita

[¿?]

revoluci

ón pero

había

quienes

no

querían

que el

país

volviese

a su

antigua

tranquili

dad, y

apoyado

s por la

conduct

a

de don

José

Artigas

en la

Banda

Oriental,

iban a

alejar

toda

esperan

za de

orden y

de

subordin

ación a

la

legítima

autorida

d, y por

eso he

caído,

por eso

he sido

víctima:

porque

mi

decidido

conato

ha sido

volver

estos

países a

la

dominac

ión de

un

soberan

o que

solamen

te puede

hacerlos

felices.

Por eso

yo, con

mi

familia,

como

otros

compañ

eros en

desgraci

a, no

trepidam

os en

presenta

rnos

voluntari

amente

a VE. y

perman

ecemos

bajo su

protecci

ón. [... ]

Espero

que

consider

ándome

como

vasallo

que

sincera

mente

reclama

la gracia

de su

soberan

o y está

dispuest

o a

merecerl

a, se

sirva

recomen

darme a

Su

Majesta

d ante

quien

me

presenta

ré,

luego

que

halle

seguro

transpor

te para

mi

persona

y mi

familia".

Como si

no

hubiera

dado

muestra

s

suficient

es de su

sumisió

n,

entrega

ba al

enemigo

informac

ión

militar

de las

Provinci

as

Unidas.

Cantida

d de

tropas,

su

ubicació

n y

capacid

ad

bélica;

armame

nto,

vestime

nta,

suminist

ro de

pólvora,

y hasta

sus

señas:

cuatro

mil

seiscient

os

infantes,

novecie

ntos

artilleros

, mil cien

hombres

de

caballerí

a, dos

mil

setecien

tos en el

cuerpo

de

chinos,

mil en la

Guardia

Nacional

. En el

Alto

Perú,

Rondea

u

disponía

de tres

mil cien

hombres

. El

Protecto

rado de

Artigas

conserv

aba

seiscient

os

hombres

al

mando

de

Otorgué

s,

quinient

os bajo

las

órdenes

de

Rivera,

quinient

os

respondí

an a

Baltasar

Ojeda,

cuatroci

entos a

Blas

Basuald

o y mil

seiscient

os

blanden

gues

acompa

ñaban a

Artigas.

Precisó

que las

tropas

orientale

s eran

"las más

entusias

tas por

la

guerra...

son

valiente

s y de

una

constan

cia

admirabl

e...

[pero]

no

tienen

disciplin

a de

ninguna

especie.

.. hacen

la

guerra

al estilo

de los

cosacos

,

devasta

ndo todo

el

terreno

que

deben

ocupar

sus

enemigo

s".

El

ministro

Villalba

reenvió

esta

carta al

rey

Fernand

o. El

monarca

repuesto

en el

trono no

se tomó

la

molestia

de

respond

erla, tal

vez para

no verse

mezclad

o con

tanta

traición

y

desverg

üenza.

Asumió

como

nuevo

Director

Suprem

o José

Rondea

u,

aunque

pronto

dejó el

cargo en

manos

de

Ignacio

Álvarez

Thomas,

quien se

propuso

iniciar

una

etapa de

mejores

relacion

es con

Artigas.

Con ese

propósit

o le

obsequi

ó un

valioso

reloj de

oro y

ordenó

quemar

ostentos

amente

en la

Plaza de

Mayo el

bando

que

había

puesto

precio a

su

cabeza

firmado

por

Posadas

. Más

aún, le

envió,

engrillad

os, a

siete

oficiales

que

habían

combati

do

contra

las

tropas

artiguist

as en

tiempos

de

Alvear:

Ventura

Vázquez

, Matías

Balbastr

o, Juan

Fernánd

ez,

Ramón

Larrea,

Antonio

Díaz,

Antonio

Paillarde

l y Juan

Zufriate

guy.

El

canónig

o

Larraña

ga,

testigo

presenci

al de los

hechos,

dejó

constan

cia de la

actitud

del

pretendi

do

"bárbaro

y

anarquis

ta".

Artigas

ordenó

que les

quitaran

los

grillos y

les dijo:

"El

gobierno

de

Buenos

Aires los

manda

para

que yo

los

fusile,

pero yo

no veo

los

motivos.

Ustedes

me han

hecho la

guerra

pero yo

sé que

ustedes

no

tienen la

culpa

sino los

que la

han

declarad

o y me

llaman

traidor

en los

bandos

y en las

gacetas

porque

defiendo

los

derecho

s de los

orientale

s y de

las otras

provinci

as que

me han

pedido

protecci

ón". Y

los dejó

en

libertad.

Para

despejar

un

malente

ndido,

en

absoluto

ingenuo,

fomenta

do por la

historia

liberal y

anticaud

illista

argentin

a, debe

insistirse

en que

Artigas

nunca

pretendi

ó la

separaci

ón de la

Banda

Oriental

de las

Provinci

as

Unidas.

El

caudillo

luchaba

por la

indepen

dencia

de

España

y contra

la

prepote

ncia de

Portugal

, nunca

por la

escisión

de las

Provinci

as

Unidas.

Aun en

las

peores

circunst

ancias

—como

cuando

Posadas

osó

declararl

o

"traidor

a la

Patria" y

ofreció

una

recompe

nsa por

el

caudillo,

vivo o

muerto

—,

Artigas

mantuvo

su

lealtad a

las

Provinci

as

Unidas.

El 9 de

julio de

1814,

desde el

Fuerte

de

Montevi

deo,

respondí

a a

Buenos

Aires:

"El

Gobiern

o

Suprem

o de las

Provinci

as

Unidas

del Río

de la

Plata

será

reconoci

do y

obedeci

do en

todas la

Provinci

a

Oriental

del

Uruguay

, como

parte

integrant

e del

Estado

que

ambas

compon

en".

Aunque

había

rechaza

do la

propuest

a

separati

sta de

Alvear,

el nuevo

Director

Suprem

o

Álvarez

Thomas

insistiría

con el

ofrecimi

ento de

separar

a la

Banda

Oriental.

Estaba

dispuest

o a

perder

ese

territorio

formidab

le con

tal de

deshace

rse del

Protecto

r de los

Pueblos

Libres.

En

mayo de

1815,

Francisc

o Bruno

de

Rivarola

y el

coronel

Blas

Pico

partiero

n de

Buenos

Aires

con

instrucci

ones de

Álvarez

Thomas.

Procurar

ían

solucion

ar las

diferenci

as entre

Artigas y

las

autorida

des

porteñas

, y para

eso

llevaban

un

"Tratado

de Paz y

Amistad

" que

reiterab

a la

propuest

a

divisioni

sta:

"1.

Buenos

Aires

reconoc

e la

indepen

dencia

de la

Banda

Oriental

del

Uruguay

,

renuncia

ndo a

los

derecho

s que

por el

anterior

régimen

le

pertenec

ían.

"2.

Habrá

paz y

amistad

eterna

entre las

provinci

as

contrata

ntes por

haber ya

desapar

ecido

los

motivos

de

discordi

a. Se

echará

un velo

sobre

todo lo

pasado

y será

un

deber

de

ambos

gobierno

s

castigar

con rigor

a los

que

quisiera

n hacer

valer

sus

venganz

as o

resentim

ientos

particula

res, ya

sean

muchos

o un

individu

o solo.

"3. Las

provinci

as de

Corrient

es y

Entre

Ríos

quedan

en

libertad

de

erigirse

o

ponerse

bajo la

protecci

ón del

gobierno

que

gusten".

El

tratado

se

discutió

el 16 y

el 17 de

junio a

bordo

de una

goleta

anclada

en el río

Uruguay

, frente a

Paysand

ú. Ante

el

estupor

de los

delegad

os,

Artigas

desesti

nuevam

ente la

posibilid

ad de la

secesió

n de la

Banda

Oriental.

En

cambio,

propuso

un

"Tratado

de

Concord

ia entre

el

Ciudada

no Jefe

de los

Oriental

es y el

Gobiern

o de

Buenos

Aires",

con

catorce

puntos

que

proclam

aban el

federalis

mo y

solicitab

an

indemni

zacione

s y

armame

nto para

la

Banda

Oriental.

Buenos

Aires

fracasab

a una

vez más

en su

propósit

o de

librarse

de ese

jefe

popular

que les

alborota

ba

varias

provinci

as con

ideas de

federalis

mo,

justicia

social y

participa

ción

popular

en la

toma de

decision

es. Es

muy

probable

que

haya

sido en

ese

moment

o

cuando

decidió

apoyar

la

invasión

portugu

esa a la

Provinci

a

Oriental

como

recurso

para

terminar

con el

caudillo,

aunque

al

mismo

tiempo

las

Provinci

as

Unidas

renuncia

ran

ominosa

mente a

un

territorio

rico y

entraña

ble.

El

Congres

o de

Oriente

El

Congres

o de

Oriente

o

Congres

o de los

Pueblos

Libres,

convoca

do por

Artigas

en 1815,

fue un

hecho

crucial

en la

historia

de la

Argentin

a, pues

fue en

su seno,

no en el

Congres

o de

Tucumá

n de

1816,

donde

se

proclam

ó por

primera

vez la

indepen

dencia

del país.

Como

tantos

otros

aconteci

mientos,

ese

cónclav

e ha

sido

ignorado

por la

historiog

rafía

consagr

ada

para

retacearl

e

méritos

al jefe

oriental

y a los

caudillos

y a la

chusma

que

acudiero

n al

Congres

o.

Cabe

señalar

que,

salvo la

escuálid

a

represe

ntación

enviada

por

Córdoba

— que

enarboló

ideas

federalis

tas—,

ninguna

de las

provinci

as que

conform

aban la

Liga de

los

Pueblos

Libres

concurri

ó al

Congres

o de

Tucumá

n en

1816,

por lo

cual

sigue

siendo

motivo

de

debate

cuál de

las dos

asamble

as

alcanz

ó mayor

represe

ntativida

d.

Mientras

tanto,

Buenos

Aires

continua

ba

analizan

do

proyecto

s de

entroniz

ación de

algún

príncipe

europeo

. Tal vez

por falta

de

confianz

a en que

el coraje

y

astucia

de jefes,

oficiales

y

soldado

s

patriotas

pudieran

vencer a

los

ejércitos

del viejo

Contine

nte,

quizá

porque

la

burguesí

a

porteña

temía

que la

revoluci

ón

terminar

a

cuestion

ando

sus

interese

s o

acabara

con sus

privilegi

os.

Lo cierto

es que

algunas

de esas

propuest

as se

materiali

zaron:

en 1815,

cuando

el

Director

Suprem

o Alvear

envió

una

misión

encabez

ada por

Manuel

José

García a

negociar

con lord

Strangfo

rd,

embajad

or

británico

en Río

de

Janeiro,

la

incorpor

ación

lisa y

llana a

Inglaterr

a; más

tarde,

cuando

en 1818

el

Director

Suprem

o

Pueyrre

dón ideó

la

conform

ación de

un

protecto

rado

francés

que

derivaría

en la

coronaci

ón del

príncipe

de

Lucca,

que

desemb

arcaría

en el

Río de

la Plata

protegid

o por un

fuerte

ejercito

francés.

Las

actas

del

Congres

o de los

Pueblos

Libres

se han

perdido,

pero por

misivas

de

Artigas

se sabe

que uno

de sus

propósit

os era la

declarac

ión de la

"indepe

ndencia

no solo

de

España

sino de

todo

poder

extranjer

o", y que

regiría el

sistema

republic

ano y

federal.

Las

comunic

aciones

que

convoca

ban al

Congres

o

firmadas

por

Artigas

—se lee

en la

que

envió al

goberna

dor

correntin

o José

de

Silva—

invitaba

n a

"tratar la

organiza

ción

política

de los

Pueblos

Libres,

el

comerci

o

interprov

incial y

con el

extranjer

o; el

papel de

las

comunid

ades

indígena

s en la

economí

a de la

confeder

ación, la

política

agraria y

la

posibilid

ad de

extender

la

confeder

ación al

resto del

ex

virreinat

o".

Original

mente el

caudillo

había

convoca

do a dos

congres

os, uno

para los

municipi

os de la

Repúblic

a

Oriental

en

Mercede

s, y otro

en

Concep

ción del

Uruguay

para las

tres

provinci

as

mesopot

ámicas.

Finalme

nte, los

unificó

en la

asamble

a de

Entre

Ríos,

que se

celebró

a partir

del 29

de junio

de 1815

en la

villa de

Concep

ción del

Uruguay

, capital

provinci

al,

entonce

s

también

conocid

a como

Arroyo

de la

China.

La

elección

de

delegad

os al

Congres

o se

regía

por una

circular

que

establec

ía el

voto

universa

l, sin

distinció

n de

clases.

En

marzo

de 1815

Artigas

se

dirigió al

comand

ante de

las

misione

s,

Andrés

Guaicur

arí,

expresá

ndole

que

para la

elección

de

diputado

s

indígena

s en esa

provinci

a

"dejará

a los

pueblos

en plena

libertad

para

elegirlos

a su

satisfacc

ión, pero

cuidand

o que

sean

hombres

de bien

y de

alguna

capacid

ad para

resolver

lo

conveni

ente".

En otra

comunic

a que

"creo

oportun

o reunir

en

Arroyo

de la

China

un

congres

o

compue

sto de

diputado

s de los

pueblos,

y para

facilitar

su modo

de

elección

,

tengo el

honor

de

acompa

ñar a

VS., el

adjunto

reglame

nto [...]

se

proceda

en ese

departa

mento a

la

reunión

de

Asamble

as

electoral

es,

encarga

ndo muy

particula

rmente

que los

ciudada

nos en

quienes

la

mayorid

ad de

votos

haga

recaer la

elección

, sean

inmediat

amente

provisto

s de sus

credenci

ales y

poderes,

y se

pongan

con toda

prontitud

en

camino

al

indicado

punto de

Arroyo

de la

China".

El

Reglam

ento

enviado

al

Cabildo

de

Montevi

deo era

aún más

explícito

: "Los

ciudada

nos de

cada

departa

mento

concurrir

án

desde

las

nueve

de la

mañana

hasta

las cinco

y media

de la

tarde del

día

subsigui

ente á la

recepció

n

de la

orden

de esta

data, a

las

casas

que

indiquen

los

respecti

vos

presiden

tes, á

nombrar

tres

electore

s

correspo

ndientes

á su

distrito.

El voto

irá bajo

una

cubierta

cerrada

y

sellada:

y el

sobre en

blanco.

En la

mesa

del

presiden

te

firmará

todo

sufragan

te su

nombre

en el

sobrescr

ito, que

también

se

rubricar

á por

aquél, y

un

Escriban

o que

debe

serle

asociad

o. El

Escriban

o

numerar

á y

anotará

los

papeles

entrega

dos por

los

votantes

echándo

los en

una

caja,

que

concluid

a la hora

se

conducir

á

cerrada

al Muy

Ilustre

Cabildo,

el cual

abrirá

las

cuatro

sucesiva

mente, y

cotejand

o en

cada

uno los

votos

con la

numerac

ión y

anotació

n

procede

rá al

escrutini

o. Los

tres

ciudada

nos que

en cada

departa

mento

saquen

la

pluralida

d se

tendrán

por

electore

s para el

nombra

miento

de

diputado

s, al que

procede

rán,

siendo

citados

acto

continuo

. [...] Se

pondrá

muy

particula

r

esmero

en que

todo se

verifique

con la

mayor

sencillez

posible,

cuidand

o que el

resultad

o sea

simplem

ente la

voluntad

general.

"Dado

en este

Cuartel

general

a 29 de

Abril de

1815.

José

Artigas".

Podría

afirmars

e que la

esencia

política

del

artiguis

mo era

el

"sufragi

o

universa

l". Así lo

establec

ía el

Reglam

ento de

1815,

también

las

constitu

ciones

de los

Pueblos

Libres

Santa

Fe y

Entre

Ríos.

Era el

pueblo,

el

mismo

que

había

elegido

a

Artigas

Protecto

r, el que

libremen

te debía

elegir a

sus

represe

ntantes,

contradi

ciendo

la

villanía

oligárqui

ca que

designa

ba a

dedo a

quienes

mejor

protegía

n sus

prerroga

tivas y

sus

negocio

s, en

tiempos

en que

ni en los

Estados

unidos,

ni

Francia,

ni

Inglaterr

a ni

ningún

otro país

sobre la

Tierra

practica

ba el

sufragio

universa

l,

excepto,

admirabl

emente,

la

Provinci

a

Oriental,

Entre

Ríos y

Santa

Fe.

En el

discurso

de

apertura

del

cónclav

e, el 29

de junio,

el

caudillo

insistió

en la

necesid

ad de

llegar a

un

acuerdo

con

Buenos

Aires.

La

asamble

a

resolvió,

por

votación

, el

envío de

una

delegaci

ón de

cuatro

diputado

s en

represe

ntación

del

Congres

o ante el

gobierno

porteño.

Fueron

elegidos

José

Simón

García

de

Cossio

por

Entre

Ríos,

Diez de

Andino

por

Santa

Fe,

Cabrera

por

Córdoba

y Miguel

Barreiro

por la

Banda

Oriental.

Llegaron

a

Buenos

Aires a

bordo

del

Neptuno

el 11 de

julio, y el

13

presenta

ron una

nota al

Director

Suprem

o

Álvarez

Thomas.

A

diferenci

a del

gobierno

porteño,

el

caudillo

y sus

delegad

os

descono

cían la

inminent

e

invasión

portugu

esa a la

Banda

Oriental.

Álvarez

Thomas,

escalda

do por el

fracaso

de las

negocia

ciones

de mayo

anterior,

y

convenc

ido de

que las

propuest

as que

portaba

n en

nombre

del

Congres

o serían

inacepta

bles,

ordenó

que

perman

ecieran

en el

navío,

incomun

icados,

casi en

condició

n de

prisioner

os. No

iba a

recibirlo

s, sino

que se

limitó a

enviarle

s un

emisario

que

repitió la

propuest

a

separati

sta de la

Banda

Oriental.

Los

delegad

os

respondi

eron:

"La

Banda

Oriental

entra en

el rol

para

formar

el

Estado

denomin

ado

Provinci

as

Unidas

del Río

de la

Plata".

En una

de sus

tumultuo

sas y

apasion

adas

sesione

s, el

Congres

o de

Oriente

juró una

modifica

ción de

la

bandera

original

de

Artigas,

enarbola

da por

primera

vez en

el

campam

ento de

Arerung

uá el 13

de

enero

de 1815.

La

nueva

insignia

reempla

zaba los

dos

listones

rojo

punzó

cruzado

s sobre

el azul y

blanco

—símbo

lo del

federalis

mo en el

Río de

la

Plata—

por una

sola

diagonal

del

mismo

color.

Fue

llamada

Pabellón

de la

Libertad,

y

adoptad

a por

Entre

Ríos.

Las

demás

provinci

as

presente

s en el

Congres

o usaron

los

mismos

colores,

con

diferenci

as en su

disposici

ón sobre

la tela.

La

reforma

agraria

Como

estaba

previsto,

el

Congres

o

discutió

la

política

agraria

vigente

y el

comerci

o

interprov

incial y

con el

extranjer

o. Se

resolvió

la

redacció

n de un

reglame

nto para

el

fomento

de la

campañ

a,

ocupada

por

inmenso

s

latifundi

os que

despobl

aban y

no

explotab

an las

feraces

pampas

orientale

s. El 10

de

septiem

bre de

1815,

Artigas

sancion

ó el

Reglam

ento

Provisori

o de la

Provinci

a

Oriental

para el

Foment

o de la

Campañ

a y

Segurid

ad de

sus

Hacend

ados,

veintinu

eve

artículos

que

encierra

n la

primera

reforma

agraria

de

Latinoa

mérica.

Decreta

ba la

confisca

ción de

propieda

des de

"malos

europeo

s y

peores

america

nos",

adversar

ios de la

revoluci

ón

patriota,

para

distribuir

las entre

las

bases

populare

s que

constituí

an la

fuerza

del

artiguis

mo. Se

decidió

que "los

más

infelices

serán

los más

privilegi

ados",

según

predicab

a el

bando

difundid

o, y se

incluyó

en el

reparto

a "los

negros

libres,

los

zambos

de toda

clase,

los

indios y

los

criollos

pobres".

Se

repartier

on en

propieda

d

parcelas

de legua

y media,

y se

entregar

on entre

cien y

cuatroci

entas

cabezas

de

ganado

a cada

benefici

ado, a

los que

se

prohibía

revende

r la

propieda

d y se

los

obligaba

a

montar

establec

imientos

rurales

en el

término

de dos

meses.

Tales

medidas

—no

podía

ser de

otra

manera

ahondar

on la

animosi

dad y la

oposició

n de la

dirigenci

a

rioplaten

se, que

se

consider

aba la

única

con

derecho

a

explotar

las

fértiles

tierras

de las

provinci

as

dominad

as ahora

por el

artiguis

mo. La

explotac

ión

agrícola

y

ganader

a,

producci

ón casi

exclusiv

a de

la

región,

era la

base de

su

riqueza

y de su

posición

social.

La

vocació

n del

Reglam

ento por

la

justicia

social y

la

preocup

ación

por

evitar

arbitrari

edades

y

privilegi

os son

evidente

s. Sus

artículos

centrale

s

establec

ían:

"1° El

señor

Alcalde

Provinci

al

además

de sus

facultad

es

ordinaria

s, queda

autoriza

do para

distribuir

terrenos

y velar

sobre la

tranquili

dad del

vecindar

io,

siendo

el Juez

inmediat

o en

todo el

orden

de la

presente

Instrucci

ón".

Los

artículos

2°, 3°,

4° y 5°

reúnen

instrucci

ones

para

llevar a

la

práctica

lo

dispuest

o en el

1°.

"6° El

Sr.

Alcalde

Provinci

al y

demás

subalter

nos se

dedicará

n a

fomenta

r con

brazos

útiles la

població

n de la

campañ

a. Para

ello

revisará

cada

uno, en

sus

respecti

vas

jurisdicci

ones,

los

terrenos

disponib

les; y los

sujetos

dignos

de esta

gracia

con

prevenci

ón que

los más

infelices

serán

los más

privilegi

ados.

En

consecu

encia

los

negros

libres,

los

zambos

de esta

clase,

los

indios y

los

criollos

pobres,

todos

podrán

ser

agraciad

os con

suertes

de

estancia

, si con

su

trabajo y

hombría

de bien

propend

en a su

felicidad

, y a la

de la

Provinci

a.

"7°

Serán

igualme

nte

agraciad

as las

viudas

pobres

si

tuvieran

hijos.

Serán

igualme

nte

preferid

os los

casados

a los

america

nos

solteros,

y éstos

a

cualquie

r

extranjer

o.

"8° Los

solicitant

es se

aperson

arán

ante el

señor

Alcalde

Provinci

al, o a

los

subalter

nos de

los

partidos

donde

eligieron

el

terreno

para su

població

n. Éstos

darán su

informe

al señor

Alcalde

Provinci

al y éste

al

Gobiern

o de

Montevi

deo de

quien

obtendr

án la

legitima

ción de

la

donació

n, y la

marca

que

deba

distingui

r las

haciend

as del

interesa

do en lo

sucesivo

. Para

ello, al

tiempo

de pedir

la

gracia,

se

informar

á si el

solicitant

e tiene o

no

marca;

si la

tiene

será

archivad

a en el

libro de

marcas,

y de no,

se le

dará en

la forma

acostum

brada[...

]

"12° Los

terrenos

repartibl

es son

todos

aquellos

de

emigrad

os,

malos

europeo

s y

peores

america

nos que

hasta la

fecha no

se

hallan

indultad

os por el

jefe de

la

Provinci

a para

poseer

sus

antiguas

propieda

des".

Firmaba

José

Artigas.

Alberto

Methol

Ferré

(1961)

escribió:

"No hay

duda

que la

reforma

agraria

artiguist

a tuvo

enormes

proyecci

ones y

puedo

apuntar

que aún

en 1884

a P.

Bustam

ante le

sorpren

día la

osadía

de

quienes

reclama

ban

derecho

s

invocan

do

'donacio

nes' de

Artigas".

El

mismo

autor

apunta

que el

Banco

Hipotec

ario del

Uruguay

, que no

consider

aba

válidas

dichas

pretensi

ones,

"acepta

ba en

cambio

las

firmadas

por el

Barón

de la

Laguna,

represe

ntante

del

invasor

portugu

és".

Lucha

de

clases

Nicolás

Herrera

era un

"decent

e"

montevi

deano al

servicio

de

Buenos

Aires en

la corte

portugu

esa en

el Brasil.

El

sacerdot

e

escribió

sobre

Artigas y

la

revoluci

ón: "Su

revoluci

ón vino

a dividir

entre sí

a los

blancos.

El furor

ciego de

partido

hizo que

echasen

mano a

cuanto

estuvo a

su

alcance

para

hacerse

mutuam

ente

odiosos

y

ridículos

. Los

Europeo

s

Español

es y sus

partidos

presenta

ron

como

criminal

es,

ineptos,

cobarde

s y

bárbaro

s a los

criollos,

y

acostum

braron

al Indio,

al

Negro,

al

Mulato,

a

maltrata

r a sus

Amos y

Patrono

s; el

criollo

persigui

ó por su

parte al

europeo

, y

presentó

a las

demás

castas

como

una raza

infame

de

tiranos y

de

malvado

s. Toda

vejación

e insulto

fue

aplaudid

a, y el

odio del

populac

ho y el

canalla

se

despleg

ó con

furia

contra

las

cabezas

de

cuantos

allí

mirárons

e como

superior

es. [...]

Los

grandes

nombres

de

Libertad

e

Igualdad

han

inundad

o en

sangre

la tierra,

vinieron

a

acelerar

la

desorga

nización

general.

Los

criollos

tuvieron

la

imprude

ncia de

predicarl

as y

difundirl

as sin

tino, y la

anarquí

a no

tardó en

asomar

por

todos

lados.

[...] El

dogma

de

igualdad

agita a

la

multitud

contra

todo

gobierno

y ha

establec

ido una

guerra

entre el

pobre y

el rico,

el amo y

el

Señor,

el que

manda y

el que

obedece

. [...] No

se trata

de una

mudanz

a de una

dinastía

de las

Provinci

as

limítrofe

s, ni de

una

variació

n

accident

al en las

formas

de un

Gobiern

o

antiguo,

ni de

reforma

s

particula

res en el

régimen

interior

de una

Nación

[sino de]

un país

limítrofe

en

anarquí

a, de

una

població

n

numeros

a en

Armas,

sin freno

alguno,

y con un

contacto

violentísi

mo a la

agresión

. [...]

Se trata

de una

Masa de

gente

sin

educaci

ón, sin

principio

s y sin

virtudes

agitadas

de todo

el furor

de

pasione

s

hostiles

e

incendia

rias".

Acierta

Herrera

al intuir

que se

trataba

de una

guerra

de

clases,

que a la

larga se

resolverí

a a favor

de los

patrones

, los

"decent

es". una

de las

razones

principal

es de

ese

desenla

ce fue el

abruma

dor

desequil

ibrio de

recursos

material

es de

uno y

otro

sector:

la

oligarquí

a de

ambas

márgen

es del

Plata

contaba

con la

generos

a

financia

ción de

los

derecho

s de la

Aduana,

además

de las

solapad

as

ayudas

de

Portugal

y Gran

Bretaña.

El

artiguis

mo, en

cambio,

solo se

financia

ba con

el

producto

de

saqueos

inevitabl

es —a

pesar de

que el

Protecto

r se

empeña

ba en

evitarlos

y los

castigab

a—, y

con

magros

impuest

os a

cobrar a

poblacio

nes ya

esquilm

adas por

uno y

otro

bando.

La

situació

n no

alegraba

a

Artigas,

como se

despren

de de un

escrito

que

dirigió al

Cabildo

de

Montevi

deo a

raíz de

un

proyecto

de

aumento

de

impuest

os a los

exangüe

s

orientale

s: "Los

males

de la

guerra

han sido

trascend

entales

a todos.

Los

talleres

han sido

abandon

ados,

los

pueblos

sin

comerci

o, las

haciend

as de

campo

destruid

as y

todo

arruinad

o. Las

contribu

ciones

que

siguiero

n a la

ocupaci

ón de

esa

plaza

concluy

eron con

lo que

habían

dejado

las

crecidísi

mas que

señalaro

n los 22

meses

de

asedio;

de modo

que la

miseria

agobia a

todo el

país. Yo

ansío

con

ardor

verlo

revivir y

sentiría

mucho

cualquie

r medida

que en

la

actualid

ad

ocasion

ase el

menor

atraso.

Jamás

dejaré

de

recordar

a VS.

esa

parte de

mis

deseos.

Nada

habría

para mí

más

lisonjero

; nada

más

satisfact

orio que

el que

arbitrase

lo

conduce

nte a

restable

cer con

prontitud

los

surcos

de vida

y

prosperi

dad

general

y que a

su

fomento

y

progres

o

debiéra

mos el

poder

facilitar

lo

preciso

a las

necesid

ades,

proporci

onando

de ese

modo

los

ingresos

suficient

es a la

caja

pública".

Esta

comunic

ación

alcanza

su

verdade

ra

dimensi

ón si se

consider

a la

pobreza

extrema

de los

orientale

s y las

necesid

ades de

su tropa,

casi

toda

descalz

a, y

muchos

de sus

soldado

s

apenas

cubierto

s con

algún

trozo de

cuero de

vaca.

LOS

PUEBL

OS

LIBRES,

LA

INVASI

ÓN

PORTU

GUESA

Y EL

PORTE

ÑISMO

MONÁR

QUICO

La

invasión

desde el

Brasil

En julio

de 1816,

las

circunst

ancias

internaci

onales

no

podían

ser

peores:

Fernand

o VII

reinstala

do en el

trono

hispánic

o, una

poderos

a

expedici

ón

alistánd

ose en

Cádiz

para

recuper

ar la

colonia

rioplaten

se

subleva

da, las

revoluci

ones

america

nas

fracasad

as,

Europa

unánime

mente

unida en

la

restaura

ción

absoluti

sta y

enemiga

de toda

reivindic

ación

republic

ana e

indepen

dentista

en

América

.

El jefe

de la

flota

inglesa

en el

Río de

la Plata,

comodor

o

William

Bowles,

informab

a

entonce

s al

Almirant

azgo

sobre la

inoportu

nidad

política

de la

declarac

ión de

indepen

dencia

argentin

a,

aunque

también

analizab

a las

razones

para

justificarl

a: "Será

quizá

sorpren

dente

para Su

Excelen

cia el

hecho

de que

el

Gobiern

o

existent

e haya

elegido

este

moment

o

preciso

para

declarar

su

indepen

dencia,

no

solamen

te de

España,

sino de

toda

otra

potencia

. Pero

pienso

que

puede

fácilmen

te

explicar

se por el

hecho

de que

fue

necesari

o para

aplacar

el

entusias

mo

revoluci

onario

de

aquellos

que

constituí

an un

peligro,

a

quienes

de

ningún

modo

podía

confiars

e el

verdade

ro

secreto"

.

¿Cuál

era "el

verdade

ro

secreto?

". La

invasión

de la

Banda

Oriental,

otra vez

desde el

Brasil,

por un

poderos

o

ejército

portugu

és al

mando

del

experim

entado

general

Carlos

Lecor,

vizcond

e de

Latura.

La

expedici

ón había

sido

planead

a por

William

Carr

Beresfor

d, el

mismo

de la

invasión

inglesa

de 1806,

convoca

do a

pesar de

su

fracaso

por ser

un

experto

en

operacio

nes

militares

en el

Río de

la Plata.

Su

elección

demuest

ra la

connive

ncia

británica

con la

ofensiva

del

imperio

portugu

és.

A pesar

de que

la

operació

n militar

compro

metía un

territorio

que

pertenec

ía a la

Argentin

a, el

invasor

extranjer

o contó

con la

ominosa

complici

dad del

gobierno

de

Buenos

Aires,

sumiso

a los

interese

s de

Gran

Bretaña

—aliada

de

Portugal

en el

Río de

la

Plata—,

y sobre

todo

decidido

a

desemb

arazarse

del

caudillo

oriental

a

cualquie

r precio,

aunque

fuera en

perjuicio

de una

patria

que de

todos

modos

la

oligarquí

a

comerci

al

porteña

no

sentía,

demasia

do

ocupada

en sus

negocio

s y en

acallar

cualquie

r voz

que

cuestion

ara sus

prebend

as.

A

comienz

os de

1816 el

Congres

o de

Tucumá

n había

nombra

do

Director

Suprem

o a Juan

Martín

de

Pueyrre

dón

quien, si

bien era

porteño,

represe

ntaba a

San

Luis,

provinci

a

cuyana

bajo el

influjo

de San

Martín.

El

Libertad

or indujo

su

designa

ción con

la

esperan

za de

que

consigui

era

mediar

entre

porteños

y

provinci

anos, y

poner fin

de ese

modo a

las

hostilida

des que

dificulta

ban la

financia

ción,

aprovisi

onamien

to y

organiza

ción del

Ejército

de los

Andes.

Además

,

Pueyrre

dón se

compro

metió

bajo

jurament

o a

brindarle

el apoyo

que San

Martín

reclama

ba, y

que

hasta

entonce

s

Buenos

Aires le

había

retacead

o. No

obstante

, una

vez que

ocupó el

cargo se

dejó

tentar

por la

burguesí

a

comerci

al

porteña

y

asumió

como

propia la

guerra

contra el

Protecto

r. En el

futuro

privilegi

aría la

lucha

contra el

jefe

oriental

y sus

aliados

a las

necesid

ades de

la

campañ

a

emancip

adora

de San

Martín.

Pedro

Ferré,

interesa

nte

goberna

dor de

Corrient

es

oscureci

do en la

historia

consagr

ada por

integrar,

aunque

críticam

ente, la

Confede

ración

rosista,

escribió:

"Si

alguna

vez se

llegan a

publicar

los

docume

ntos que

aún

están

ocultos

se verá

que el

origen

de la

guerra

en la

Banda

Oriental,

la

ocupaci

ón de

ella por

el

portugu

és, de lo

que

resultó

que la

Repúblic

a

perdiera

esa

parte

tan

preciosa

de su

territorio

, todo

ello

tiene su

principio

en

Buenos

Aires, y

que

Artigas

no hizo

otra

cosa

que

reclamar

primera

mente la

indepen

dencia

de su

patria y

después

sostener

la con

las

armas,

instando

en

proclam

ar el

sistema

de

federaci

ón y

entonce

s tal vez

resulte

Artigas

el primer

patriota

argentin

o".

No solo

la

historia

nacional

no lo

reconoc

e como

el primer

patriota

argentin

o, sino

que ni

siquiera

lo

registra

como

argentin

o.

Textos y

manuale

s repiten

que se

trata de

un

prócer

uruguay

o —lo es

por

nacimie

nto —, y

de esa

manera

se

permiten

omitir,

desdeña

r,

obturar

su

extraordi

naria

importan

cia y su

desemp

eño en

los

primeros

años de

lucha

por la

indepen

dencia

de la

patria,

cuando

ambas

orillas

del

ancho

río

pertenec

ían a las

Provinci

as

Unidas.

Ya los

historiad

ores

pioneros

habían

fraguad

o

lapidario

s juicios

sobre el

caudillo,

y los

transmiti

eron.

Vicente

Fidel

López

(1883),

por

caso,

escribió

en su

Historia

de la

Repúblic

a

Argentin

a:

"Artigas

fue un

malvado

, un

caudillo

nómade

y

sanguin

ario,

señor de

horca y

cuchillo,

de vidas

y

haciend

as,

aborreci

do por

los

orientale

s que un

día

llegaron

hasta

resignar

se con

la

dominac

ión

portugu

esa

antes

que vivir

bajo la

ley del

aduar

de aquel

bárbaro"

.

Con

segurida

d, la

invasión

portugu

esa no

sorpren

dió a las

autorida

des

directori

ales en

Buenos

Aires ni

a

muchos

delegad

os en

Tucumá

n. Todos

estaban

al tanto

del plan

presenta

do a la

corte

portugu

esa por

el

sacerdot

e

rioplaten

se

Nicolás

Herrera

—a

quien

homenaj

ea una

calle de

la

capital

argentin

a—.

Como

secretari

o del

Triunvira

to había

firmado

en 1812

el

tratado

con

Radema

ker —el

retiro de

tropas

de las

Provinci

as

Unidas y

portugu

esas de

la

Banda

Oriental

—, y

ahora

prestaba

servicios

al

empera

dor Juan

VI.

Según

puede

leerse

en folios

338 y

339 del

Archivo

Andrés

Lamas

que se

conserv

a en

Montevi

deo, el

sacerdot

e

propuso

que la

flota

invasora

"debía ir

directam

ente al

Río de

la Plata,

tomar

por

sorpresa

o asalto

la plaza

de

Montevi

deo muy

mal

guarneci

da y

obligar a

Artigas

a

concentr

ar sus

fuerzas"

.

Cumplid

a esa

primera

etapa, el

general

Lecor

debía

formar

"con la

plaza de

Montevi

deo y el

territorio

de este

lado del

Uruguay

una

capitaní

a con

gobierno

separad

o".

La

invasión

portugu

esa

sería

supervis

ada por

otro

argentin

o,

Manuel

J.

García

—tambi

én

celebrad

o en el

callejero

porteño

—, el

mismo

que

años

más

tarde

entregar

ía la

Banda

Oriental

al Brasil,

siguiend

o

instrucci

ones de

Rivadavi

a.

Instalad

o en la

corte

lusitana,

actuó

como

intermed

iario

entre

portugu

eses y

porteños

. En ese

carácter,

el 30 de

marzo

de 1816

anunció

con

alborozo

al

Directori

o,

entonce

s

ocupado

por

Gonzále

z

Balcarce

, la

llegada

de

tropas

europea

s que se

agregarí

an a las

fuerzas

invasora

s: "El

convoy

portugu

és está

entrand

o en

este

moment

o por el

puerto

adentro,

creo que

trae

cuatro

mil

hombres

de

infanterí

a". A

continua

ción:

"Nuestra

s

relacion

es [con

el

Imperio

portugu

és-brasil

eño]

siguen

bien".

Los

congres

ales de

Tucumá

n,

temiend

o que la

invasión

violase

los

vergonz

antes

acuerdo

s con el

Directori

o y que

las

accione

s bélicas

se

extendie

sen al

oeste

del río

Uruguay

,

sostuvie

ron

varias

sesione

s

secretas

.

Finalme

nte, el 4

de

septiem

bre de

1816,

¡menos

de dos

meses

después

del 9 de

julio!, se

aprobab

an

cláusula

s

reservad

as: que

los

comisio

nados

discutier

an, tanto

en la

corte

portugu

esa

como

ante el

general

Lecor,

"sobre la

base de

la

libertad

e

indepen

dencia

de las

Provinci

as

represe

ntadas

en el

Congres

o", es

decir,

abandon

ando a

merced

de los

invasore

s las

provinci

as bajo

la

influenci

a de

Artigas,

que no

habían

enviado

delegad

os a

Tucumá

n;

"conseg

uir un

manifies

to

público

de

Lecor de

no tener

pretensi

ones

sobre

esta

Banda

[la

Oriental]

para no

alertar a

Artigas y

a sus

simpatiz

antes",

mintiend

o sobre

"el

objeto

de la

expedici

ón

militar

contra la

Banda

Oriental"

, esto

es, la

abierta

complici

dad con

los

portugu

eses

para

tomar

por

sorpresa

a los

patriotas

orientale

s;

"persua

dir al

gabinete

del

Brasil a

que se

declare

Protecto

r de la

libertad

e

indepen

dencia

de estas

Provinci

as

restable

ciendo

la casa

de los

Incas y

enlazán

dola con

la de

Braganz

a" De

ese

modo, el

Congres

o

solicitab

a la

"protecci

ón"

—por

ahora

no se

trataría

de

sumisió

n— de

un

nuevo

amo,

disimula

da tras

el

america

nismo

virtual

de una

nobleza

incaica

simbólic

a.

Pero

también

se

votaron

por

unanimi

dad

"cláusul

as

reservad

ísimas"

que

revelan

las

ulteriore

s

turbacio

nes de

los

congres

ales:

instruían

a su

comisio

nado

para

que en

el caso

"de

exigírsel

e que

estas

Provinci

as se

incorpor

en a las

del

Brasil se

opondrá

abiertam

ente

manifest

ando

que sus

instrucci

ones no

se

extiende

n a este

caso,

pero si

después

de

apurado

s todos

los

recursos

de la

política

y del

convenc

imiento

insisties

en en el

empeño,

indicará,

como

una

cosa

que sale

de él,

que

formand

o un

Estado

distinto

del

Brasil

reconoc

erán por

su

monarca

al de

aquel

mientras

manteng

a

su Corte

en ese

continen

te, pero

bajo una

constitu

ción que

le

presenta

rá el

Congres

o". Esa

misma

tarde,

los

congres

ales

eligieron

en

Tucumá

n a los

comisio

nados:

Terrada

como

emisario

público,

Irigoyen

el

secreto.

Los

temores

de los

congres

ales no

eran

vanos,

pues

Juan VI

planeab

a,

además

de

apropiar

se de la

Banda

Oriental,

la

anexión

de todo

el

territorio

aledaño

a los

ríos

Paraná

y

Uruguay

:

mientras

Lecor

invadía

el actual

suelo

uruguay

o, otra

fuerza

que

partiría

de Río

Grande

del Sur

penetrar

ía por

Misione

s

atacand

o

Corrient

es para

apodera

rse

después

de

Santa

Fe,

según la

estrategi

a dada a

conocer

en

Londres

en julio

de

1816

por

intermed

io de O

Correio

Brasilien

se. El

propósit

o real

era

separar

del

territorio

argentin

o los

actuales

estados

provinci

ales de

Misione

s,

Corrient

es,

Entre

Ríos,

Chaco y

Santa

Fe, es

decir, el

vasto

territorio

aledaño

a los

grandes

ríos.

Paradóji

camente

, el

proyecto

fracasó

pues la

heroica

resisten

cia de

Artigas y

los

suyos

obligó al

empera

dor

portugu

és a

desistir

de abrir

nuevos

frentes

de

conflicto

. Ya

demasia

do tenía

con la

indómita

bravura

y las

tácticas

guerriller

as del

gauchaj

e

oriental,

a las

que

debería

agradec

erse la

conserv

ación de

las

provinci

as

mesopot

ámicas.

Por otra

parte, tal

como

había

ocurrido

durante

la

primera

invasión

portugu

esa, la

diploma

cia

británica

intervino

para

acotar

las

ambicio

nes de

su

aliado.

La

invasión

portugu

esa

suscitó

el envío

de

comisio

nados

artiguist

as a

Buenos

Aires

con el

ingenuo

propósit

o de

obtener

ayuda

del

Directori

o. Se

alternar

on en

dicha

misión

Victorio

García

de

Zúñiga,

luego

Bartolo

Hidalgo,

por

último

los

cabildan

tes Juan

José

Durán y

Juan

Francisc

o Giró,

quienes

firmaron

con

Juan

Martín

de

Pueyrre

dón, un

tratado

por el

cual el

gobierno

de la

Banda

Oriental

reconoc

ería el

Congres

o de

Tucumá

n y al

Directori

o,

juraría la

indepen

dencia

firmada

el 9 de

julio en

Tucumá

n e

izaría el

pabellón

de las

Provinci

as

Unidas.

Artigas

rechazó

dicho

conveni

o por

consider

arlo

indigno.

Desde

el frente

de

lucha,

campo

volante

de

Santa

Ana, el

26 de

diciembr

e de

1816,

escribió:

"El jefe

de los

orientale

s ha

manifest

ado en

todo

tiempo

que ama

demasia

do a su

patria

para

sacrifica

r el rico

patrimon

io de los

orientale

s al bajo

precio

de la

necesid

ad".

Cuando

las

tropas

luso-bra

sileñas

iniciaron

su

avance,

el

general

Tomás

Guido

escribió

a su

amigo el

general

San

Martín

para

anunciar

le que

las

accione

s ya se

desarroll

aban en

territorio

nacional

. El

Libertad

or le

respondi

ó: "Si los

portugu

eses

vienen a

la

Banda

Oriental

como

usted

me dice,

y Artigas

les hace

la

guerra

que

acostum

bra, no

les

arriendo

la

gananci

a". El 1°

de

noviemb

re volvió

a

conjetur

ar: "yo

opino

que

Artigas

los

friega

complet

amente"

.

Una vez

más se

pondría

en juego

el

ascendi

ente de

Artigas

sobre

los

suyos,

liderazg

o que no

necesita

ba de

cargos

ni

nombra

mientos,

como se

explicita

en su

comunic

ación al

Cabildo

de

Montevi

deo del

24 de

febrero

de 1816,

por la

cual

rechaza

su

designa

ción

como

Capitán

General

de la

Provinci

a y

Patrono

de la

Libertad

de los

Pueblos:

"Los

títulos

son los

fantasm

as de

los

Estados

y sobra

a

esa

ilustre

corporac

ión con

tener la

gloria de

sostener

su

libertad.

Enseñe

mos a

los

paisano

s a ser

virtuoso

s. Por lo

mismo,

he

conserv

ado

hasta el

presente

el título

de un

simple

ciudada

no, sin

aceptar

la honra

con que

el año

pasado

me

distingui

ó el

Cabildo

que VS.

represe

nta. Día

vendrá

en que

los

hombres

se

penetre

n de sus

deberes

y

sancion

en con

escrupul

osidad

lo más

interesa

nte al

bien de

la

provinci

a y

honor

de sus

conciud

adanos"

.

Causas

de la

invasión

portugu

esa

En

enero

de 1816

Artigas

le

escribía

a Miguel

Barreiro:

"Según

toda

probabili

dad los

portugu

eses se

nos

acercan

con

movimie

ntos que

no

pueden

menos

que

excitar

nuestro

cuidado.

ya sea

de

interés

de

aquella

Corte,

ya sea

esfuerzo

s de

emigrad

os, ya

intriga

de

Buenos

Aires, lo

cierto es

que

vienen".

Para

Jorge

Abelard

o

Ramos

(1957),

invadir

la

Provinci

a

Oriental

era un

viejo

anhelo

de la

corte

lusitana.

La

oportuni

dad de

concreta

r ese

plan se

presentó

básicam

ente por

dos

razones:

el

debilita

miento

de

Artigas

por el

frente

abierto

con los

directori

ales

porteños

quienes,

además,

compro

metieron

su

pasivida

d ante la

incursió

n

imperial,

y la

distensi

ón

circunst

ancial

de la

tutela

británica

sobre

Portugal

, que

augurab

a la

anuenci

a con el

expansi

onismo

luso-

brasileñ

o.

Los

"decent

es" de

Buenos

Aires y

sus

aliados

provinci

ales no

creían

en las

posibilid

ades de

la lucha

armada

contra

los

ejércitos

español

es.

Prefería

n

negociar

con los

portugu

eses,

aun a

costa de

la

dignidad

. El

represe

ntante

británico

ante el

Directori

o, lord

Chambe

rlain

—sustitu

to de

lord

Strangfo

rd, de

tanta

influenci

a en los

primeros

años de

la

indepen

dencia

argentin

a—,

informab

a a

Londres

al

respecto

: "Los

diversos

gobierno

s de

Buenos

Aires lo

han

suscitad

o en

varias

ocasion

es

desde

1810,

cuando

han

experim

entado

serios

temores

de

peligro,

y

habiénd

ose

convenc

ido

ahora

por la

triste

experien

cia de

sus

años de

males

que es

imposibl

e

alcanzar

la

indepen

dencia

por sus

propios

medios,

los jefes

de todos

los

partidos

parecen

haber

resuelto

poner fin

a las

revoluci

ones y

arrojars

e a los

brazos

del rey

de

Portugal

, como

único

medio

de

lograr

los dos

grandes

objetivo

s por los

cuales

confiesa

n haber

estado

luchand

o en los

últimos

tiempos:

comerci

o libre

con el

resto del

mundo y

segurida

d contra

las

consecu

encias

que

temen si

llegan

alguna

vez a

encontra

rse bajo

su

antiguo

soberan

o"

(Ramos,

1957).

Está

claro

que la

descripc

ión de

lord

Chambe

rlain no

alcanza

ba a

San

Martín,

Belgran

o,

Güemes

y

Artigas,

que no

luchaba

n por la

libertad

de

comerci

o y la

segurida

d

personal

...

El

empera

dor Juan

VI sabía

que el

dominio

de la

región

del Plata

le

otorgarí

a la llave

del

Atlántico

Sur y la

definició

n del

territorio

de un

nuevo

Estado

con

frontera

s

naturale

s en el

río

Uruguay

, o

quizá,

en el

Paraná.

Compart

ían esas

ideas

los

hacenda

dos y

saladeri

stas de

Río

Grande,

que

codiciab

an la

integraci

ón del

territorio

uruguay

o, rico

en

agricultu

ra y

ganader

ía. La

invasión

interesa

ba

además

a los

jefes

militares

riogrand

enses,

para

fortalece

rse de

ese

modo

ante la

aristocra

cia de

Río de

Janeiro,

como

fue el

caso del

poderos

o

marqués

de

Alegrete

, que se

puso al

frente

de uno

de los

principal

es

cuerpos

de

operacio

nes

sobre la

Provinci

a

Oriental.

Por otra

parte, a

través

del

control

de la

Banda

Oriental,

el

monarca

lusitano

procurar

ía

tranquili

zar la

zona sur

del

Brasil,

por "los

recelos

que se

comunic

asen a

sus

súbditos

las

ideas

incendia

rias y el

espíritu

demagó

gico y

anárquic

o de sus

vecinos

y los

temores

que

ocurries

en

fugas,

levanta

mientos

desercio

nes de

esclavos

y

soldado

s,

inspirad

os por

escritos

que

entre

ellos

hacían

circular

los

secuace

s de

Artigas".

Bartolo

mé Mitre

justificó

la

invasión

aducien

do que

Artigas

era un

peligro

para

ambos

vecinos

del

Plata,

principal

mente

para la

Argentin

a, que

no

lograba

controlar

ese foco

de

"anarquí

a

crónica".

En

cuanto a

los

orientale

s,

"conside

rando

que la

anarquí

a era el

peor de

todos

los

males y

que el

mal era

incurabl

e, se

resignab

an a ser

colonia

de

Portugal

".

Belgran

o

celebró

la

intrusión

portugu

esa

porque

"vendría

a

impedir

'la

infecció

n' del

artiguis

mo".

La

oposició

n al

monarq

uismo

Mientras

se

desarroll

aba el

conflicto

entre

Artigas y

Buenos

Aires, la

guerra

por la

indepen

dencia

continua

ba. San

Martín

cruzaba

los

Andes y

derrotab

a a los

realistas

,

Güemes

custodia

ba la

frontera

norte

evitando

la

intrusión

del

enemigo

,

Belgran

o había

logrado

algunas

victorias

, Juana

Azurduy

y los

caudillos

altoperu

anos

acosaba

n a las

fuerzas

coloniali

stas.

¿Cómo

combatí

a

Buenos

Aires?

Buenos

Aires no

combatí

a sino

que,

convenc

idos de

la

inutilida

d de la

lucha

armada

contra

España,

anhelant

es de

que la

situació

n no

cambias

e tanto

que

perjudic

ase los

interese

s de la

nueva

clase

"decent

e", los

criollos

oligárqui

cos

comenz

aban a

tramar

acuerdo

s con

casas

reales

europea

s para

que

algún

príncipe

se

aviniese

a

sentarse

en un

trono a

orillas

del Río

de la

Plata.

Los

trascend

idos

sobre lo

que se

tramaba

en las

altas

esferas

directori

ales

provocó

sorpresa

y enojo

en el

pueblo.

El

coronel

Manuel

Dorrego

se

aperson

ó

ante

Pueyrre

dón.

—Déjes

e de

embrom

ar,

brigadier

, con el

asunto

ese del

príncipe

y todas

esas

macana

s...

El

Director

Suprem

o,

herido,

se

plantó

frente a

ese

coronel

que

tanta

fama de

valiente

cargaba,

todavía

rengo

por una

metralla

de

Suipach

a.

—Nuest

ra

situació

n es

muy

débil,

coronel

Dorrego.

Solos no

podrem

os

resistir

—intent

ó

explicar

Pueyrre

dón.

Dorrego

lo miró a

los ojos

—con la

misma

intensid

ad que

San

Martín

había

percibid

o y

descript

o en una

carta a

su

amigo

Millar—

y

respondi

ó:

—¿Resi

stir a

quién?

Nuestro

s

enemigo

s son los

portugu

eses, no

los

orientale

s.

El

Director

estaba

ya

francam

ente

molesto.

—Artiga

s es un

traidor,

un

anarquis

ta

ambicio

so.

—Artiga

s es un

america

no como

nosotros

, solo

nos

separa

un río...

y los

celos de

quienes

están

dispuest

os a

regalar

la patria

a un

principit

o gringo

con tal

de no

reconoc

erle su

poder y

su

prestigio

.

Pueyrre

dón

compren

dió que

quien

condujo

la

vanguar

dia del

Libertad

or en

sus

mejores

batallas

lo

estaba

incrimin

ando.

—No se

insubord

ine,

coronel

—dijo

con

fiereza

—.

Respete

mi

grado.

Entonce

s

Dorrego

escupió,

mordaz,

la frase

que más

podía

herir a

ese

interlocu

tor cuya

bravura

nunca

se

elogiaba

.

—¿En

qué

batallas

ha

consegu

ido

usted

esos

galones

?

El 15 de

noviemb

re de

1816,

Pueyrre

dón

ordena

el

destierro

de

Dorrego.

Conden

ado al

exilio, es

intempe

stivame

nte

embarca

do en un

buque

corsario

con la

orden

de

conducir

lo a la

isla de

Santo

Doming

o. Por

ser

colonia

español

a tal

decisión

significa

ba la

horca o,

en el

mejor de

los

casos,

trabajos

forzados

en

Ceuta.

Pueyrre

dón, en

su furor,

ni

siquiera

le había

concedi

do

permiso

para

despedir

se de su

familia y

recoger

algunas

pertene

ncias.

El

capitán

Almeida,

a cargo

de la

nave, se

deja

convenc

er y lo

desemb

arca en

la casi

deshabit

ada isla

de

Pinos, al

sur de

Cuba.

Dorrego

consigu

e que

los

realistas

no lo

descubr

an y

aborda

una

nave

con

destino

a los

Estados

unidos,

pero,

como

relataría

en

correspo

ndencia

a un

amigo,

"habien

do el

capitán

de presa

en la

costa de

Jamaica

metídos

e a

contraba

ndear,

fui preso

por los

ingleses

y

conduci

do a

esta isla

en la

villa de

Montero

".

Juzgado

como

pirata

salvó a

duras

penas

su vida.

Tan

cerca

estuvo

de morir

que

llegó a

ver, ya

prepara

da, la

horca

que le

habían

destinad

o. Logra

convenc

er de su

inocenci

a a los

captores

, y arriba

por fin a

Baltimor

e. Son

sus

años de

extraña

miento

en los

Estados

unidos

los que

transfor

man a

aquel

arrogant

e oficial

en un

estadist

a de

fuste

que

dejaría

huellas

en la

historia

nacional

.

Luego

de

sancion

ar a

Dorrego,

decidido

a acallar

por

complet

o las

crecient

es

críticas

a su

gobierno

, el 13

de

febrero

de 1817,

el

Director

Suprem

o

ordenó

el

apresam

iento del

director

de La

Crónica

Argentin

a,

Vicente

Pazos

Kanki y

sus

colabora

dores.

El 25 de

febrero

escribió

de puño

y letra

una lista

de

escritore

s y

políticos

opositor

es, y la

orden

de

captura

correspo

ndiente:

"Relació

n de los

individu

os

embarca

dos de

orden

suprema

:

Felician

o

Antonio

Chiclana

,

Doming

o

French,

Manuel

Vicente

Pagola,

Manuel

Moreno,

Pedro

Agrelo,

Vicente

Pazos,

Eusebio

Valdene

gro y el

doctor

Castro".

Y

rematab

a: "Cada

uno con

una

barra de

grillos".

Todos

acusado

s de

"insolen

cia

inaudita

con que

se turba

la

Autorida

d

Suprem

a".

En esos

días, el

general

Lecor

publicab

a un

crudelísi

mo

bando

por el

cual

hacía

saber

que los

miembro

s de

"toda

partida

enemiga

[los

soldado

s

artiguist

as]

serán

tratados

sus

individu

os no

como

prisioner

os de

guerra

sino

como

salteado

res y

perturba

dores

del

orden y

del

sosiego

público.

[...]

Cuando

las

partidas

después

de

haber

cometid

o algún

atentado

contra

los

vecinos

tranquilo

s e

indefens

os de

las

poblacio

nes que

se

hallan

bajo la

protecci

ón de la

armas

portugu

esas

[sic] no

pudieren

ser

aprehen

didos,

se hará

la más

severa

represali

a en las

familias

y bienes

de los

jefes e

individu

os de

dichas

partidas

dispersa

s, a

cuyo fin

saldrán

fuertes

destaca

mentos

del

ejército

portugu

és a

quemar

sus

estancia

s y

conducir

sus

familias

a bordo

de la

escuadr

a".

Cuando

la

noticia

llegó a

Buenos

Aires

provocó

la

previsibl

e

indignac

ión.

El

Director

Suprem

o se

sintió

obligado

a

reaccion

ar: "No

se

compon

en bien

las

promesa

s

magnífic

as de

protecci

ón con

las

violencia

s que

cometa

VE.

[Lecor]

sobre

las

familias

inocente

s de sus

enemigo

s. Tales

violencia

s

carecen

de

objeto y

solo

contribui

rán a

hacer la

guerra

más

sangrien

ta y

ruinosa

a la

humanid

ad. Las

familias

que VE.

transpor

te a su

escuadr

a le

aumenta

rán

gastos,

peligros

y las

dificulta

des de

proveers

e de

subsiste

ncias, al

paso

que deja

más

libre de

esta

atención

a los

Oriental

es

fieles,

que

exponie

ndo sus

vidas

por la

libertad

de su

patria

[sic], no

les

arredra

el

sacrificio

de sus

familias.

Las

estancia

s

taladas

e

incendia

das por

VE.

harán

un mal

efectivo

al país a

quien

VE.

dispens

a su

protecci

ón, pero

sobre

nadie

gravitará

más

sensible

mente

que

sobre su

ejército

cuyas

provisio

nes no

han de

venirle

de

campos

quemad

os y

destruid

os".

La

respuest

a de

Pueyrre

dón al

salvajis

mo

depreda

dor de

los

invasore

s

extranjer

os no

criticaba

las

vejacion

es y el

sufrimie

nto de

sus

compatri

otas

orientale

s, sino

que

evaluab

a sus

efectos

nocivos

en la

economí

a de las

fuerzas

imperial

es.

Montevi

deo

portugu

esa

A pesar

de la

enconad

a

resisten

cia de

Artigas y

los

suyos,

la

notable

superiori

dad de

recursos

, tropas,

experien

cia y

armame

nto de

los

invasore

s

terminó

inclinan

do la

balanza:

desde

enero

de 1817

los

portugu

eses

controla

ban

Montevi

deo.

Los

"decent

es"

orientale

s los

recibiero

n llenos

de

entusias

mo y

agradeci

miento,

como lo

expresa

la

bienveni

da del

cabildan

te

Blanqui:

"El

Exmo.

Cabildo

de esta

ciudad,

por

medio

de su

Síndico

Procura

dor

General,

hace

entrega

de las

llaves

de esta

plaza a

Su

Majesta

d

Fidelísi

ma —

que

Dios

guarde

depositá

ndolas

con

satisfacc

ión y

placer

en

manos

de VE.;

suplicán

dole

sumisa

mente

tenga la

bondad

de

hacerle

el gusto,

de que

en

cualquie

r caso o

evento

que se

vea en

la

necesid

ad de

evacuarl

a, no las

entregu

e a

ninguna

otra

autorida

d ni

potencia

que no

sea el

mismo

Cabildo

de quien

las

recibe,

como

autorida

d

represe

ntativa

de

Montevi

deo y de

toda la

Provinci

a

Oriental,

cuyos

derecho

s ha

reasumi

do por

las

circunst

ancias".

Estaba

claro

que la

experien

cia les

había

enseñad

o que no

les iba a

ser fácil

a los

invasore

s

mantene

r la

plaza y

por eso,

adelantá

ndose a

futuras

contrarie

dades,

rogaban

a los

portugu

eses

que no

entregar

an la

ciudad a

la

"chusma

"

gaucha,

los

patriotas

orientale

s.

También

en la

otra

orilla

hubo

expresio

nes de

contento

. Vicente

Fidel

López,

represe

ntante

del

pensami

ento de

los

dirigente

s

porteños

,

celebrab

a

exaltado

la

ocupaci

ón de un

importan

te

territorio

de su

propio

país por

una

potencia

extranjer

a:

"[Lecor]

fue

recibido

con los

brazos

abiertos

por el

vecindar

io y

todos

aquellos

habitant

es

afincado

s, de

honorabl

e familia

y de

interese

s

urbanos,

porque

había

llegado

como

protecto

r de

vidas y

haciend

as, a

salvarlo

s de los

atentado

s de

Artigas".

Sin

embarg

o, el

historiad

or no

pudo

evitar un

arranqu

e de

honestid

ad

intelectu

al ante

la

resisten

cia del

gauchaj

e y de la

indiada

artiguist

a

cuando,

al

referirse

a la

burguesí

a

montevi

deana,

idéntica

a la

porteña,

escribió:

"Esas

gentes

estaban

muy

lejos de

ser el

país a

pesar de

ser su

mejor y

más

distingui

da

parte,

pues el

país y la

patria de

los

orientale

s

estaban

en otra

parte:

era la

campañ

a vasta,

plagada,

montuos

a,

habitada

por

indios y

gauchos

cerriles,

esos

eran los

orientale

s

genuino

s de la

lucha,

los

patriotas

del país

interesa

dos, con

espontá

nea y

primitiva

pasión,

en la

defensa

de su

indepen

dencia.

No

respirab

an sino

odio a

sus

vecinos

del norte

y del

oeste,

portugu

eses y

porteños

. [...]

Ellos se

levantar

on como

un solo

hombre

contra

los

invasore

s

portugu

eses.

No

quedó

selva, ni

hondona

da,

cuchilla,

ni

serranía

, en que

no

aparecie

se la

cabeza

o no se

percibie

se el

trote de

algún

grupo

de

patriotas

, medio

soldado

s, medio

bandido

s, pero

bravame

nte

resuelto

s todos

a

defende

r la

entidad

nacional

".

Lo cierto

era que

si Lecor

se había

adueñad

o de

Montevi

deo,

Artigas

dominab

a el

resto del

territorio

uruguay

o, a tal

punto

que los

invasore

s debían

comunic

arse con

Río de

Janeiro

por vía

marítima

.

El

Protecto

r,

acosado

,

apelaba

a la

devoció

n y al

coraje

de sus

seguidor

es para

sostener

tres

frentes

de

batalla:

contra

los

realistas

, que

procura

ban

recuper

ar la

Colonia

para la

corona;

contra

los

portugu

eses,

que se

proponí

an

anexar

el

territorio

a su

imperio,

y contra

los

porteños

, que

anhelab

an

deshace

rse de

un rival

cuyo

proyecto

de

nación

disminui

ría su

poder y

su

riqueza

en

benefici

o de los

interese

s

provinci

ales y

populare

s. Así,

en el

Cabildo

Abierto

de

Montevi

deo, el 6

de julio

de 1816,

había

arengad

o: "La

multiplici

dad de

nuestros

enemigo

s solo

servirá

para

redoblar

nuestras

glorias

si

querem

os ser

libres.

Los

orientale

s

sabemo

s

desafiar

los

peligros"

.

Pero por

detrás

de las

aparienc

ias,

consider

ando el

contexto

internaci

onal, no

es

errado

afirmar

que a

quien en

realidad

enfrenta

ba

Artigas

era a

Gran

Bretaña,

la

potencia

imperial

más

poderos

a de la

época,

asociad

a a la

corona

portugu

esa

—instala

da en el

Brasil

por los

británico

s y dócil

a sus

interese

s en la

región—

e

influyent

e sobre

la casta

goberna

nte en

Buenos

Aires,

que

había

hecho

propios

designio

s

ingleses

.

La

complici

dad

porteña

con

la

invasión

En una

misiva

dirigida

a

Pueyrre

dón

desde el

campam

ento de

Purificac

ión,

fechada

13 de

noviemb

re de

1817,

Artigas

le

reproch

a en

duros

términos

su

pasivida

d y

evidente

connive

ncia con

las

fuerzas

luso-bra

sileñas:

"Yo,

haciend

o un

paréntes

is a

nuestras

diferenci

as invité

a VE.

por el

deber

de

sellarla

[nuestra

reconcili

ación], o

al

menos

por la

sanción

de un

ajuste

preciso

para

multiplic

ar

nuestros

esfuerzo

s contra

el poder

de

Portugal

. Tal fue

mi

propuest

a en

junio de

este

año;

pedí al

efecto

diputado

s a VE.

adornad

os con

plenos

poderes

para

estrecha

r los

vínculos

de la

unión.

VE. no

pudo

descono

cer su

importan

cia y se

compro

metió a

remitir

los

diputado

s. Obra

en mi

poder la

respuest

a de VE.

datada

en 10

del

mismo

junio. En

consecu

encia

anuncié

a los

Pueblos

el feliz

resultad

o de mi

propuest

a. Todos

esperam

os con

ansias

ese Iris

de Paz y

concordi

a.

¿Pues

cómo

era

posible

esperars

e que

VE.

dejase

desairad

o el

objeto

de mis

votos?

Pero es

un

hecho;

sin que

hasta el

presente

otro

haya

sido el

resultad

o que un

desmay

o

vergonz

oso con

que se

cubre de

ignomini

a el

nombre

de VE.

[...] Es

muy

poca

dignidad

de V.E.

negarse

tan

descara

damente

a los

interese

s de la

conciliac

ión, y

acrimina

rme

para

ocultar

su

perfidia

es el

último

insulto

con que

VE. me

provoca.

¿Y

quiere

VE. que

calle?

Tal

impostur

a es

perjudici

al a los

interese

s de la

causa.

VE.

negándo

se a

conciliar

los

interese

s de una

y otra

banda

es un

criminal,

e

indigno

de la

menor

consider

ación".

El

gobierno

de

Buenos

Aires no

solo

rehuía

un

acuerdo

con el

Protecto

r, sino

que

además

violaba

el sitio

patriota

permitie

ndo los

envíos

clandest

inos de

trigo a

Montevi

deo y

otros

puertos

orientale

s con lo

que

había

abasteci

do de

víveres

a las

tropas

luso-bra

sileñas

cercada

s. Pero

más

grave

aún,

aprovisi

onaba a

Lecor y

sus

hombres

de

munició

n de

boca y

otros

bastime

ntos

esencial

es para

la

guerra

contra

los

sitiadore

s, como

a través

del

envío a

Río de

Janeiro

de

quinient

os

barriles

de

pólvora

transpor

tados a

bordo

del

bergantí

n

portugu

és

Santa

Rita,

cargame

nto que

luego

fue

reenviad

o a

Montevi

deo y

sus

cañones

.

En julio

de 1818,

Lecor le

escribe

a

Pueyrre

dón

para

informarl

e que el

caudillo

artiguist

a

Francisc

o

Ramírez

— que

pasaría

a la

historia

como

"Suprem

o

Entrerria

no"—

había

dispuest

o un

reclutam

iento en

su

provinci

a para

auxiliar

al

Protecto

r en su

defensa

del

territorio

oriental.

Conside

rando

que era

perjudici

al para

Río de

Janeiro

y para

Buenos

Aires

"que

semejan

te

medida

llegue a

cumplirs

e ni

tenga el

proyecta

do

efecto",

solicitab

a al

Director

Suprem

o que

destacar

a tropas

para

ocupar

Entre

Ríos y

sofocar

dicho

intento.

El

general

portugu

és

agregab

a una

amenaz

a: si

Pueyrre

dón no

cumplía

con lo

requerid

o, Lecor

pasaría

tropas a

la ribera

occident

al del río

Uruguay

"para

que allí

operen

en

combina

ción con

las que

persigue

n a

Artigas".

La

respuest

a del

servil

Directori

o no se

hizo

esperar:

"Mientra

s era

continge

nte que

por no

entende

rnos se

diese

lugar a

un

rompimi

ento

entre

esa

Corte y

este

Gobiern

o, nos

abstuvi

mos de

pensar

en

destruir

un

caudillo

que

podía

ser

dirigido

con

suceso

contra

enemigo

s

comune

s; pero

ahora

que

estamos

seguros

de que

por

parte de

S.M.F.

[Su

Majesta

d

Fidelísi

ma, el

empera

dor

portugu

és] no

faltará la

consecu

encia

que por

la

nuestra

le

hemos

jurado y

que

esperam

os

expresar

una

amistad

la más

firme y

sincera,

nos

apresur

amos a

unir

nuestros

esfuerzo

s a los

de las

tropas

de

S.M.F.

para

tranquili

zar el

territorio

oriental.

Marchan

hoy

mismo

más de

quinient

os

hombres

de toda

arma al

Entre

Ríos

que ha

levantad

o el grito

por la

unión

desertan

do a

Artigas,

a virtud

de las

maniobr

as que

se han

conduci

do con

la mayor

felicidad

" (Orsi,

1969).

La

alianza

de la

burguesí

a

comerci

al

porteña

con el

ejército

portugu

és

quedaba

complet

amente

al

descubi

erto. En

efecto,

el

Directori

o

ordenó

atacar a

los

aliados

de

Artigas

en Entre

Ríos y

también

en

Santa

Fe,

Francisc

o

Ramírez

y

Estanisl

ao

López

respecti

vamente

.

La

sumisió

n

porteña

permitía

que las

exigenci

as del

invasor

aumenta

ran. En

febrero

de 1819,

el

Directori

o

permitió

la

navegac

ión del

estuario

del Plata

solo a

los

buques

de

guerra

que

enarbola

sen las

insignias

argentin

a y

portugu

esa, y a

los

barcos

mercant

es que

abasteci

eran a la

división

invasora

del

general

Curado,

que

operaba

sobre

ambas

riberas

del

Uruguay

. El

ministro

Tagle

transmiti

ó esa

resoluci

ón a su

compañ

ero de

gabinete

, Matías

de

Irigoyen,

el 20 de

febrero:

"El

Excmo.

Suprem

o

Director

ha

dispuest

o que

desde la

fecha de

hoy se

cierre el

puerto a

la

navegac

ión del

Uruguay

,

quedand

o

expedita

solamen

te para

los

buques

de

guerra

de estas

Provinci

as y los

de la

escuadr

a

portugu

esa,

como

también

para los

que de

esta

Nación

conduzc

an

víveres

y

pertrech

os

necesari

os a la

columna

del

general

Curado,

y al

servicio

de la

flotilla

ligera

que

opera

en

aquellas

aguas.

Esta

resoluci

ón ha

sido

tomada

de

acuerdo

con el

Excmo.

Señor

Barón

de la

Laguna,

quien

igualme

nte

manda

cerrar a

dicha

navegac

ión

todos

los

puertos

de su

depende

ncia".

La

coronaci

ón

Buenos

Aires ya

había

estado a

punto de

someter

se al

empera

dor

portugu

és poco

después

de la

declarac

ión de la

indepen

dencia.

Mientras

combatí

a al

caudillis

mo y

colabora

ba con

la

invasión

portugu

esa,

acudía

ahora a

otra

potencia

:

Francia.

"VE.,

que

sabe

calcular

las

probabili

dades,

no

trepidar

á en

mover el

real

ánimo

de S.M.

Cristianí

sima [el

rey de

Francia]

para

aprovec

har las

disposici

ones

favorabl

es que

han

conserv

ado

siempre

estos

habitant

es por

los

nacional

es

francese

s, y que

pudiera

ser en lo

sucesivo

el

fundame

nto de

relacion

es

sumame

nte

provech

osas a

ambas

nacione

s".

Así

escribía

el

Director

Suprem

o de las

Provinci

as

Unidas,

Juan

Martín

de

Pueyrre

dón, el

16 de

junio de

1818, al

hombre

fuerte

de la

corona

francesa

, el

ministro

Richelie

u,

sobrino

del

famoso

cardenal

.

En

respuest

a, a

mediado

s de

agosto

llegó a

Buenos

Aires el

coronel

francés

Le

Moyne,

caballer

o de

San Luis

y de la

Legión

de

Honor,

para

continua

r, por

encargo

de

Richelie

u, las

tratativa

s

iniciadas

por

Henri

Grandsir

e,

nombre

seguram

ente

ficticio

de un

eficaz

agente

galo.

El 2 de

septiem

bre Le

Moyne

daba a

Richelie

u

segurida

des

sobre

Pueyrre

dón: "A

pesar de

que ha

recibido

otras

proposic

iones,

tengo la

garantía

del

señor

Pueyrre

dón de

que se

entregar

á a

Francia.

Pueyrre

dón,

francés,

está

animado

de los

mejores

sentimie

ntos

hacia su

país".

El

Director

Suprem

o

reorgani

zaba la

Logia

Lautaro

buscand

o

eliminar,

o al

menos

neutraliz

ar, el

alvearis

mo

anglófilo

. Francia

había

propuest

o la

coronaci

ón de

uno de

sus

príncipe

s. La

respuest

a no se

hizo

esperar:

"Puede

V.S.

estar

seguro y

contar

con que

el

proyecto

relativo

a los

interese

s de

este

país que

ha

propuest

o VS.

tendrá

los

resultad

os

favorabl

es que

debemo

s

promete

rnos".

Le

Moyne

continua

ba

informan

do:

"Desean

que las

consecu

encias

no

tarden.

Desean

al duque

de

Orléans

y todas

las

tropas

serán

puestas

a

nuestra

disposici

ón".

En

secreto

se elige

al

comisio

nado

argentin

o que

debía

concluir

con el

gabinete

francés

los

detalles

de la

coronaci

ón del

duque

Luis

Felipe

de

Orléans.

Richelie

u recibe

la

noticia

de

Le

Moyne:

"Ha

partido

hacia

Río de

Janeiro,

para

volver a

embarca

rse allí

con

destino

a un

puerto

de

Francia,

el

canónig

o don

José

Valentín

Gómez,

en

calidad

de

diputado

del

gobierno

de las

Provinci

as

Unidas.

Su

llegada

convenc

erá a

VE. de

los

deseos

ardiente

s y

sinceros

de que

el

proyecto

se

concrete

".

De

paso, el

comisio

nado

galo

evaluab

a el

desarroll

o de la

guerra

en la

Banda

Oriental:

"Los

portugu

eses

que

ocupan

en este

moment

o

Montevi

deo y el

Sacram

ento no

podrán

mantene

rse allí

mucho

tiempo

por que

los

habitant

es que

se han

unido a

las

tropas

de

Artigas

les

hacen

una

guerra

muy

activa;

su odio

contra

ellos es

tan

pronunci

ado que

cuando

los

portugu

eses

intentan

alguna

excursió

n al

interior,

hombres

,

mujeres

y niños,

todos en

general,

toman

armas

contra

ellos, y

sería

necesari

o que

extermin

asen a

la

població

n

entera, y

también

a los

indios,

para

poseer

el país,

lo que

es

imposibl

e. [...] Es

verdad

que tuve

pruebas,

en el

mes que

perman

ecí en

esa

región,

de que

los

portugu

eses les

hacen

sufrir

todas

las

vejacion

es

posibles

, y sus

incursio

nes al

interior

del país

tienen

por

objeto

arrebata

rles sus

ganados

,

saquear,

y

algunas

veces

quemar

las

propieda

des; en

vista de

esta

conduct

a no me

sorpren

de su

resisten

cia a

someter

se a

un

gobierno

que los

trata con

tan poca

humanid

ad y tan

poca

justicia".

En otra

carta al

canciller

francés,

fechada

el 27 de

abril de

1819, Le

Moyne

cita

palabras

que

Pueyrre

dón

había

dicho en

su

presenci

a: "Soy

de la

patria de

Enrique

IV,

recibí mi

educaci

ón en

Francia,

conozco

el

carácter

nacional

y sé que

es el

único

que

puede

convenir

a

Sudamé

rica" Le

cuenta,

como

dato de

color,

que las

principal

es

familias

de

Buenos

Aires se

disputab

an a los

maestro

s de

francés

para

recibir

adecuad

amente

al futuro

soberan

o del

Río de

la Plata.

Pueyrre

dón

había

tomado

uno

para su

mujer y

otro

para

una de

sus

herman

as.

Agrega

que los

diputado

s del

Congres

o

recibiría

n la

noticia

de la

coronaci

ón de

Luis

Felipe I,

duque

de

Orléans,

"con un

entusias

mo

difícil de

describir

".

El

Director

Suprem

o había

llegado

a

confiarle

: "Si

Francia

nos

concede

el

príncipe

que

deseam

os, le

entregar

emos no

solo la

soberaní

a de

estas

Provinci

as del

Sud de

América

, sino

que

haremos

todos

los

sacrificio

s

posibles

para

asegura

rle su

pacífica

posesió

n".

La

constitu

ción

monárq

uica

"Alentad

os por

las

esperan

zas que

les doy,

Pueyrre

dón y

sus

colegas,

que

trabajan

en estos

moment

os en la

constitu

ción, la

hacen

tan

monárq

uica

como lo

permiten

las

circunst

ancias",

escribió

Le

Moyne a

París. El

Director

le había

explicad

o,

largame

nte, su

concepc

ión

política:

"Ha

llevado

la idea

de

apropiar

al

sistema

guberna

tivo del

país las

principal

es

ventajas

de los

gobierno

s

monárq

uico,

aristocrá

tico y

democrá

tico,

evitando

sus

abusos.

El

gobierno

monárq

uico es

ventajos

o por la

unidad

de los

planes,

por la

celerida

d de la

ejecució

n y por

el

secreto

para

imponerl

o. El

gobierno

aristocrá

tico es

ventajos

o

porque

los

negocio

s

públicos

son

manejad

os por

hombres

eminent

es y

distingui

dos que

han

tenido

proporci

ones

para

educars

e

brillante

mente y

adquirir

los

talentos

necesari

os para

desemp

eñar sus

cargos

con

acierto y

esplend

or. El

gobierno

democrá

tico es

ventajos

o por la

elevació

n y

segurida

d que

inspira a

todos

los

ciudada

nos el

derecho

de tener

parte en

la

formació

n de las

leyes

que han

de

obedece

r".

Pueyrre

dón

había

agregad

o:

"Deposit

ando el

Poder

Ejecutiv

o en una

sola

persona,

el

proyecto

apropia

a

nuestro

gobierno

la

unidad,

esa

cualidad

importan

te de las

monarq

uías.

Llamand

o al

Senado

a los

ciudada

nos

distingui

dos, ya

por

pertenec

er a la

clase

militar y

a la

eclesiást

ica, ya

por sus

riquezas

y

talentos,

aprovec

ha lo útil

de la

aristocra

cia.

Reserva

ndo

para la

Cámara

de

Represe

ntantes

a los

ciudada

nos sin

goce de

fuero, o

de la

clase

común,

le da un

carácter

de

democra

cia".

El

asunto

no

quedó

en

meras

promesa

s, sino

que se

citó a un

Congres

o

Constitu

cional.

Su

absoluta

falta de

legitimid

ad lo

demuest

ra el

hecho

de que

no

estaban

represe

ntadas

Salta ni

San

Juan,

como

tampoco

,

lógicam

ente, los

Pueblos

Libres

leales a

su

Protecto

r: las

provinci

as

Oriental,

Misione

s, Entre

Ríos,

Corrient

es y

Santa

Fe. El

diputado

por

Mendoz

a

"contab

a con la

anuenci

a de

San

Martín

para

instaurar

una

monarq

uía no

español

a en

tierras

del

Plata, y

generó

un

rechazo

generali

zado en

las

provinci

as"

(Orsi,

1969).

En abril

de 1819

el

Congres

o

asentad

o en

Buenos

Aires

sancion

ó

finalmen

te el

texto

constitu

cional,

no solo

unitario

sino

también

aristocrá

tico, que

podía

convertir

se en

monárq

uico si la

situació

n lo

requería

. El

proyecto

le

otorgab

a al

Poder

Ejecutiv

o —al

presiden

te—

más

poder

que al

Director

Suprem

o.

Ninguno

de sus

artículos

establec

ía el

sistema

de

elección

de

goberna

dores,

por lo

que se

descont

aba que

seguiría

n siendo

nombra

dos por

Buenos

Aires.

No

abolía la

esclavitu

d y solo

podían

votar los

ciudada

nos que

acreditar

an una

renta

mínima

de

cuatro

mil

pesos.

El

acuerdo

secreto

Cuando

el

enviado

argentin

o

Valentín

Gómez

llegó a

París

para

ultimar

detalles

sobre la

coronaci

ón de

Luis

Felipe

se

encontró

con una

novedad

inespera

da: el

gabinete

francés

había

cambiad

o,

Richelie

u había

sido

sustituid

o en la

Jefatura

del

Gobiern

o por el

duque

de

Decazes

. Luis

Felipe

que

llegaría

a ser rey

de

Francia

quedaba

descarta

do como

soberan

o del

Plata, y

en su

lugar le

ofreciero

n a

Gómez

otro

candidat

o, el

joven

Carlos

Luis de

Borbón

Parma,

duque

de

Lucca,

hijo de

una

herman

a de

Fernand

o VII y

de Luis,

duque

de

Parma y

rey de

Etruria.

Era

además

sobrino

de

Carlota

y Juan

VI de

Portugal

.

Pretendí

an

compen

sarlo

con el

Río de

la Plata

por la

pérdida

del reino

de

Etruria,

cedido a

María

Luisa de

Austria,

segunda

esposa

de

Napoleó

n y

madre a

su vez

de

Napoleó

n II.

El

cambio

no

conform

ó a

Valentín

Gómez,

pues

además

de que

la

relevanc

ia y el

poder

del

sustituto

eran

evidente

mente

menores

que los

de Luis

Felipe,

durante

su

entrevist

a con el

joven

Borbón,

Carlos

Luis le

pareció

un

muchac

ho

retraído

y de

pocas

luces.

Su

misión

era

lograr

para las

Provinci

as

Unidas

la

protecci

ón de

una

gran

potencia

como

Francia,

no de un

pequeño

ducado

italiano.

No

obstante

, el

canciller

francés,

el

marqués

de

Dessolle

, le

aseguró

el 1° de

junio

que la

coronaci

ón del

príncipe

sería

bien

recibida

por

Inglaterr

a y

Rusia, y

sobre

todo que

un

ejército

francés

lo

acompa

ñaría

hasta

Buenos

Aires

para

"hacer

respetab

le el

trono"

ante una

posible

reacción

de los

caudillos

federale

s.

El 18 de

junio de

1819

Gómez

se dirige

al

Congres

o y a

Rondea

u,

flamante

Director

Suprem

o en

reempla

zo de

Pueyrre

dón,

instándo

los a

aceptar

la

propuest

a

francesa

, pues si

bien no

era

exactam

ente lo

que

esperab

an, "no

podía

dejarse

pasar

ocasión

tan

favorabl

e y

ventajos

a".

El

mismo

Congres

o que el

9 de

julio de

1816

había

declarad

o la

indepen

dencia

del

Imperio

hispánic

o, poco

más de

tres

años

después

, el 12

de

noviemb

re de

1819, ya

instalad

o en

Buenos

Aires y

dócil a

sus

interese

s,

votaba

secreta

mente

las

cláusula

s del

acuerdo

con

Francia

por el

cual el

país

pasaba

a

depende

r del

pequeño

ducado

de

Parma.

"Que

S.M.

Cristianí

sima [de

Francia]

tome a

su cargo

allanar

el

consenti

miento

de las

altas

cinco

potencia

s de la

Europa,

y aun de

la

misma

España

[se

aprobó

con el

agregad

o "se

exigiera

especial

mente el

de

Inglaterr

a"].

"Que

consegu

ido este

allanami

ento sea

también

del

cargo

del Rey

Cristianí

simo

facilitar

el

enlace

del

duque

de

Lucca

con una

princesa

del

Brasil,

debiend

o este

enlace

tener

por

resultad

o la

renuncia

por

parte de

S.M.

Fidelísi

ma [el

empera

dor de

Portugal

] de

todas

sus

pretensi

ones a

los

territorio

s que

poseía

la

España

conform

e a la

última

demarca

ción, y a

las

indemni

zacione

s que

pudiera

tal vez

solicitar

en razón

de los

gastos

invertido

s en su

actual

empresa

contra

los

habitant

es de la

Banda

Oriental.

"Que la

Francia

se

obligue

a

prestar

al duque

de

Lucca

una

asistenci

a entera

de

cuanto

necesite

para

afianzar

la

monarq

uía en

estas

Provinci

as y

hacerla

respetab

le,

debiend

o

compren

derse en

ella

cuando

menos

todo el

territorio

de la

antigua

demarca

ción del

virreinat

o del

Río de

la Plata,

y quedar

por lo

mismo

dentro

de sus

límites

las

provinci

as de

Montevi

deo con

toda la

Banda

Oriental,

Entre

Ríos,

Corrient

es y el

Paragua

y.

"Que

estas

Provinci

as

reconoc

erán por

su

monarca

al duque

de

Lucca

bajo la

constitu

ción

política

que

tienen

jurada, a

excepci

ón de

aquellos

artículos

que no

sean

adaptabl

es a una

forma

de

gobierno

monárq

uico

heredita

ria, los

cuales

se

reformar

án del

modo

constitu

cional

que ella

provee.

"Que

estando

conveni

das las

principal

es

potencia

s de la

Europa

en la

coronaci

ón del

duque

de

Lucca,

deberá

realizars

e el

proyecto

aun

cuando

la

España

insista

en un

empeño

de

reconqui

star

estas

provinci

as.

"Que en

dicho

caso

hará la

Francia

que se

anticipe

la

venida

del

duque

de

Lucca

con toda

la fuerza

que

demand

a la

empresa

, o

pondrá

a este

gobierno

en

estado

de hacer

frente a

los

esfuerzo

s de la

España

auxilián

dolo con

las

tropas,

armas,

buques

de

guerra,

y un

préstam

o de tres

a cuatro

millones

de

pesos

pagader

os luego

que se

haya

concluid

o la

guerra y

tranquili

zado el

país [se

modificó

"tres a

cuatro"

por "tres

o más"].

"Que de

ningún

modo

tendrá

efecto

este

proyecto

siempre

que se

tema

con

fundame

nto que

mirando

la

Inglaterr

a con

inquietu

d la

elevació

n del

duque

de

Lucca

pueda

empeña

rse en

resistirle

y

frustrarl

o por la

fuerza.

"Que a

este fin

se

procurar

á a

nuestro

Enviado

el

tiempo

que

consider

e

necesari

o, para

que

pueda

volver

de aquí

despach

ado este

asunto

de tan

alta

importan

cia,

conduci

éndolo

con toda

la

circunsp

ección,

reserva

y

precauci

ón que

impone

su

naturale

za

delicada

, así por

que no

aborte el

proyecto

como

para

impedir

las

funestas

consecu

encias

que

ocasion

arán, si

llega a

transpira

rse

prematu

ramente

, las

glosas

maligna

s que

sabrán

darle los

enemigo

s de la

felicidad

de

nuestra

Patria".

La

mayoría

de las

cláusula

s fueron

aprobad

as por

unanimi

dad.

Retrato

de

Artigas

El inglés

John P.

Roberts

on,

posible

mente

un espía

al

servicio

de la

corona,

relató a

sus

superior

es el

encuentr

o que

mantuvo

con

Artigas

en plena

campañ

a,

testimon

io que

es a la

vez un

valioso

retrato

del

caudillo:

"Tal era

Artigas

en la

época

que lo

visité

[1815], y

en

cuanto a

la

manera

de

vivir del

poderos

o

Protecto

r y modo

de

expedir

sus

órdenes,

en

seguida

veréis.

Provisto

de

cartas

del

capitán

Percy,

que

requería

en

términos

comedid

os la

devoluci

ón de

mis

bienes

retenido

s por los

satélites

del

caudillo

de la

Bajada,

o su

equivale

nte en

dinero,

me hice

a la vela

atravesa

ndo el

Río de

la Plata

y

remonta

ndo el

bello

Uruguay

, hasta

llegar al

Cuartel

general

del

Protecto

r en el

mencion

ado

pueblo

de la

Purificac

ión.

"Y allí,

¿qué

creen

que vi?

¡Pues,

al

Excelent

ísimo

Protecto

r de la

mitad

del

Nuevo

Mundo

sentado

en un

cráneo

de

novillo,

junto al

fogón

encendi

do en el

piso del

rancho,

comiend

o carne

de un

asador y

bebiend

o

ginebra

en

guampa!

Lo

rodeaba

una

docena

de

oficiales

mal

vestidos

, en

posturas

semejan

tes, y

ocupado

s lo

mismo

que su

jefe.

Todos

estaban

fumando

y

charland

o. El

Protecto

r dictaba

a dos

secretari

os que

ocupaba

n junto a

una

mesa de

pino las

dos

únicas

desvenc

ijadas

sillas

con

asiento

de paja

que

había en

la

choza.

Era una

reprodu

cción

acabada

de la

cárcel

de la

Bajada,

exceptu

ando

que los

actores

no

estaban

encaden

ados, ni

exactam

ente sin

chaquet

as.

"Para

complet

ar la

singular

incongru

encia

del

espectá

culo, el

piso de

la única

habitaci

ón de la

choza

(que era

bastante

grande)

en que

el

general,

su

estado

mayor y

secretari

os se

congreg

aban,

estaba

sembrad

o con

pompos

os

sobres

de todas

las

provinci

as

(algunas

distante

s 1.500

millas

de aquel

centro

de

operacio

nes),

dirigidos

a 'S.E.

el

Protecto

r'. A la

puerta

estaban

los

caballos

humeant

es de

los

correos

que

llegaban

cada

media

hora y

los

frescos

de los

que

partían

con

igual

frecuenc

ia.

Soldado

s,

ayudant

es,

escucha

s,

llegaban

a galope

de todas

partes.

Todos

se

dirigían

a 'Su

Excelen

cia el

Protecto

r', y su

Excelen

cia el

Protecto

r,

sentado

en su

cráneo

de toro,

fumando

,

comiend

o,

bebiend

o,

dictando

,

habland

o,

despach

aba

sucesiva

mente

los

varios

asuntos

de que

se le

noticiab

a, con

tranquila

o

delibera

da pero

impertur

bable

indiferen

cia que

me

reveló

muy

práctica

mente la

exactitu

d del

axioma

'espera

un poco

que

estoy

apurado'

. Creo

que si

los

asuntos

del

mundo

hubieran

estado a

su

cargo,

no

habría

procedid

o de otro

modo.

Parecía

un

hombre

incapaz

de

atropella

miento y

era, bajo

este

único

aspecto

(permíta

seme la

alusión),

semejan

te al jefe

más

grande

de la

época.

"Ademá

s de la

carta del

capitán

Percy

tenía

otra de

recomen

dación

de un

amigo

particula

r de

Artigas;

entregu

é

primero

esta,

consider

ándola

el mejor

modo de

iniciar la

parte de

mi

asunto

que, por

envolver

una

reclama

ción,

naturalm

ente

creía

fuera

menos

agradabl

e.

Cuando

leyó mi

carta de

presenta

ción su

Excelen

cia se

levantó

del

asiento

y me

recibió

no

solamen

te con

cordialid

ad, sino,

lo que

me

sorpren

dió más,

con

maneras

relativa

mente

caballer

osas y

realment

e de

buena

crianza.

Habló

alegrem

ente

acerca

de la

Casa de

Gobiern

o y me

rogó,

como

que mis

muslos

y

piernas

no

estarían

tan

habituad

as como

los

suyos a

la

postura

de

cuclillas,

me

sentase

en la

orilla de

un catre

de

guasquil

la que

se veía

en un

rincón

del

cuarto y

que

pidió

que

arrastrar

an cerca

del

fogón.

Sin más

preludio

o

disculpa

puso en

mi mano

su

cuchillo,

y un

asador

con un

trozo de

carne

muy

bien

asada.

Me rogó

que

comiese

y luego

me hizo

beber, e

inmediat

amente

me

ofreció

un

cigarro.

Participé

de la

convers

ación;

sin

apercibir

me me

convertí

en

gaucho;

y antes

que yo

hubiese

estado

cinco

minutos

en el

cuarto,

el

general

Artigas

estaba

de

nuevo

dictando

a sus

secretari

os y

despach

ando un

mundo

de

asuntos,

al

mismo

tiempo

que se

condolía

conmigo

por mi

tratamie

nto en la

Bajada,

condena

ndo a

sus

autores,

y

diciéndo

me que

en el

acto de

recibir la

justa

reclama

ción del

capitán

Percy,

había

dado

órdenes

para

que se

me

pusiese

en

libertad.

"Hubo

mucha

convers

ación y

escritura

, y

comida

y

bebida;

pues así

como no

había

cuartos

separad

os para

desemp

eñar

estas

variadas

operacio

nes,

tampoco

parecía

se les

señalas

e tiempo

especial

. Los

negocio

s del

Protecto

r

duraban

de la

mañana

a la

noche y

lo

mismo

eran sus

comidas

; porque

cuando

un

correo

llegaba

se

despach

aba

otro; y

cuando

un

oficial se

levantab

a del

fogón en

que se

asaba la

carne,

otro lo

reempla

zaba.

"Por la

tarde su

Excelen

cia me

dijo que

iba a

recorrer

a

caballo

el

campam

ento e

inspecci

onar a

sus

hombres

, y me

invitó a

hacerle

compañí

a. En un

moment

o él y su

estado

mayor

estuvier

on

montado

s. Todos

los

caballos

que

utilizaba

n

estaban

enfrena

dos y

ensillad

os día y

noche

alrededo

r de la

choza

del

Protecto

r, lo

mismo

que los

caballos

de las

tropas

respecti

vas en

el sitio

de su

vivac; y

con

aviso de

cinco

minutos,

toda la

fuerza

podía

ponerse

en

movimie

nto

avanzan

do sobre

el

enemigo

o

retiránd

ose con

velocida

d de

doce

millas

por

hora.

Una

marcha

forzada

de

veinticin

co

leguas

(setenta

y cinco

millas)

en una

noche,

nada

era para

Artigas;

y de ahí

muchas

de las

sorpresa

s, los

casi

increíble

s

hechos

que

realizab

a y las

victorias

que

ganaba.

"Heme

ahora

cabalga

ndo a su

derecha

por el

campam

ento.

Como

extraño

y

extranjer

o me dio

precede

ncia

sobre

todos

los

oficiales

que

componí

an su

séquito

en

número

más o

menos

de

veinte.

No se

suponga

, sin

embarg

o,

cuando

digo 'su

séquito',

que

había

ninguna

afectaci

ón de

superiori

dad por

su parte

o

señales

de

subordin

ación

diferenci

al en

quienes

le

seguían.

Reían,

estallab

an en

recíproc

as

bromas,

gritaban,

y se

mezclab

an con

un

sentimie

nto de

perfecta

familiari

dad.

Todos

se

llamaba

n por su

nombre

de pila

sin el

Capitán

o Don,

excepto

que

todos, al

dirigirse

a

Artigas,

lo

hacían

con la

evidente

mente

cariñosa

y a la

vez

familiar

expresió

n de 'mi

general'.

"Tenía

alrededo

r de

1.500

seguidor

es

andrajos

os en su

campam

ento que

actuaba

n en la

doble

capacid

ad de

infantes

y

jinetes.

Eran

indios

principal

mente

sacados

de los

decaído

s

establec

imientos

jesuítico

s,

admirabl

es

jinetes y

endureci

dos en

toda

clase de

privacio

nes y

fatigas.

Las

lomas y

fértiles

llanuras

de la

Banda

Oriental

y Entre

Ríos

suminist

raban

abundan

te pasto

para sus

caballos

, y

numeros

os

ganados

para

alimenta

rse.

Poco

más

necesita

ban.

Chaquet

illa y un

poncho

ceñido

en la

cintura a

modo de

kilt

escocés

,

mientras

otro

colgaba

de sus

hombros

,

complet

aban

con el

gorro de

fajina y

un par

de botas

de

potro,

grandes

espuela

s, sable,

trabuco

y

cuchillo,

el atavío

artigueñ

o. Su

campam

ento lo

formaba

n filas

de

toldos

de cuero

y

ranchos

de

barro; y

estos,

con una

media

docena

de

casucha

s de

mejor

aspecto,

constituí

an lo

que se

llamaba

villa de

la

Purificac

ión".

Míster

Roberts

on

aprovec

haba

para

transmiti

r a

Londres

un

lúcido

análisis

del

conflicto

interno

de las

Provinci

as

Unidas:

"De qué

manera

Artigas,

sin

haber

pasado

a la

Banda

Occiden

tal del

Paraná,

obtuvo

jurisdicci

ón sobre

casi

todo el

territorio

situado

entre

aquel río

y la

vertiente

oriental

de los

Andes,

requiere

una

explicaci

ón. Muy

poco

tiempo

después

de

estallar

la

Revoluci

ón, los

habitant

es de

Buenos

Aires se

mostrar

on

inclinad

os a

enseñor

arse de

las

ciudade

s y

provinci

as del

interior.

Todos

los

goberna

dores y

la mayor

parte de

los

funciona

rios

superior

es eran

nativos

de aquel

lugar;

las

ciudade

s eran

guarneci

das con

tropas

de allí;

el aire

de

superiori

dad y a

menudo

arrogant

e de los

porteños

,

disgusta

ba a

muchos

de los

principal

es

habitant

es del

interior,

y los

hacía

ver en

sus

altanero

s

compatri

otas

solamen

te como

otros

tantos

delegad

os

substitut

os de

las

antiguas

autorida

des

español

as. Por

consigui

ente, tan

pronto

como

las

armas

de

Buenos

Aires

sufrieron

reveses

en el

Perú,

Paragua

y y

Banda

Oriental,

las

ciudade

s del

interior

se

negaron

a

obedece

r,

nombrar

on

goberna

dores de

su

elección

, y para

fortificar

sus

manos

pidieron

la ayuda

de

Artigas,

el más

poderos

o y

popular

de los

jefes

alzados.

Así

quedaro

n

habilitad

os para

hacer

causa

común

contra

Buenos

Aires.

Cada

pequeña

ciudad

conquist

ó su

propia

indepen

dencia,

pero a

expensa

s de

todo

orden y

ley. Los

recursos

del país

se

hacían

cada día

menos

valedero

s para el

propósit

o de fijar

la base

de una

prosperi

dad

perman

ente y

sólida;

y,

mientras

, en este

moment

o, las

riñas

rencoros

as y los

odios de

partido

están

diariame

nte

ensanch

ando la

brecha

entre la

familia

sudamer

icana,

su

caudal

está

padecie

ndo

aquel

proceso

de

agotami

ento,

insepara

ble

siempre

de la

guerra

civil. Su

comerci

o está

casi

paraliza

do por la

inseguri

dad que

nace así

para las

persona

s y la

propieda

d.

"Pasada

s

algunas

horas

con el

general

Artigas,

le

entregu

é la

carta del

capitán

Percy, y

en

términos

tan

medidos

como

eran

necesari

os para

exponer

clarame

nte mi

causa,

inicié mi

reclamo

de

compen

sación.

"'Vea',

dijo el

general

con gran

candor e

indiferen

cia,

'cómo

vivimos

aquí; y

es todo

lo que

podemo

s hacer

en estos

tiempos

duros,

manejar

nos con

carne,

aguardie

nte y

cigarros.

Pagarle

seis mil

pesos

me sería

tan

imposibl

e como

pagarle

sesenta

o

seiscient

os mil.

Mire',

prosigui

ó, y así

diciendo

levantó

la tapa

de un

viejo

baúl

militar y

señalan

do una

bolsa de

lona en

el fondo.

'Ahí',

añadió,

'está

todo mi

efectivo,

llega a

300

pesos; y

de

dónde

vendrá

el

próximo

ingreso,

sé tanto

como

usted'.

Es

bueno

conocer

el

moment

o de

abandon

ar con

buena

gracia

una

reclama

ción

infructuo

sa, y

pronto

me

convenc

í de que

en la

presente

circunst

ancia la

mía lo

era.

Haciend

o de la

necesid

ad virtud

le cedí,

por

tanto,

voluntari

amente,

lo que

ninguna

compuls

ión me

habría

habilitad

o para

recobrar

, y

apoyado

así en

mi

generosi

dad

obtuve

del

Excelent

ísimo

Protecto

r, como

demostr

ación de

su

gratitud

y buena

voluntad

,

algunos

importan

tes

privilegi

os

mercanti

les

relativos

al

establec

imiento

que yo

había

formado

en

Corrient

es. Me

produjer

on poco

más que

la

pérdida

sufrida.

Con

mutuas

expresio

nes de

consider

ación

nos

despedi

mos. El

general

insistió

en

darme

uno o

dos de

sus

guardias

como

escolta,

extendié

ndome

pasaport

e hasta

la

frontera

paragua

ya. Esto

me valió

todo lo

que

necesita

ba:

caballos

,

hospeda

jes,

alojamie

nto, en

todo el

camino

de

Purificac

ión a

Corrient

es".

SAN

MARTÍN

, EL

TIGRE

TRAICI

ONADO

Y EL

PRECIO

DE LA

INIQUID

AD

Andresit

o

Una

fuerza

enviada

por

Buenos

Aires

para

debilitar

a

Artigas,

a

mediado

s de

1818,

desalojó

del

gobierno

de

Corrient

es a

Juan

Bautista

Méndez,

aliado

de los

Pueblos

Libres.

El jefe

oriental,

fiel a su

condició

n de

Protecto

r,

mandó a

poner

orden

en la

provinci

a a

Andrés

Guacura

Artigas,

más

conocid

o

como

Andresit

o.

¿Quién

era

Andresit

o? Un

indio

guaraní,

se

ignora si

nacido

en las

misione

s de San

Borja

—que

caerían

en

manos

luso-bra

sileñas y

que

actualm

ente

forman

parte de

Río

Grande

del

Sur— o

en

Santo

Tomé,

Corrient

es,

donde

transcur

rió su

infancia

y donde

aprendió

a leer y

escribir,

saberes

poco

frecuent

es en

aquellos

tiempos

entre los

nativos

de la

región.

Nació el

mismo

año que

José de

San

Martín,

otro

originari

o de

tierras

guaraníti

cas. En

1811

conoció

a

Artigas,

quien

simpatiz

ó tanto

con el

muchac

ho que

lo tomó

como

hijo y lo

autorizó

a usar

su

apellido.

En 1815

el

caudillo

lo había

nombra

do

Comand

ante

General

de las

Misione

s, donde

debió

guerrear

contra

las

fuerzas

paragua

yas del

Dictador

Gaspar

Rodrígu

ez de

Francia,

que —

sospech

ando de

los

movimie

ntos de

las

montone

ras

orientale

s— se

habían

apodera

do de

Candela

ria,

Santa

Ana,

Loreto,

San

Ignacio

y

Corpus.

El fraile

José

Acevedo

,

subalter

no de

Andresit

o, al

frente

de

quinient

os

indios

recuper

ó

Candela

ria, y al

cabo de

feroces

combate

s, el

resto de

las

poblacio

nes

capturad

as por

Gaspar

de

Francia.

No fue

Acevedo

el único

religioso

que se

incorpor

ó al

artiguis

mo. La

verba

exaltada

y florida

de

algunas

proclam

as y

mensaje

s del

Protecto

r —si

bien es

indudabl

e que

las

ideas

eran de

Artigas

— se

debe a

la pluma

del

sacerdot

e

renegad

o José

Benito

Monterr

oso,

catedráti

co de

Filosofía

y

Teología

en la

Universi

dad de

Córdoba

hasta

que

tomó las

armas

para

luchar

en las

filas

patriotas

.

Monterr

oso

perman

eció

junto a

Artigas

hasta

pocos

días

antes

del exilio

del

caudillo

en

Paragua

y,

cuando

fue

apresad

o por

una

partida

entrerria

na.

Ignacio

Mestre y

Silverio

Martínez

en

Paysand

ú, Juan

José

Ortiz en

Montevi

deo,

Manuel

Montene

gro en

San

Carlos,

Tomás

Gomens

oro y

José

Valentín

Gómez

en

Soriano,

entre

otros,

también

apoyaro

n a

Artigas.

La

mayoría

de ellos

eran

curas de

campañ

a en

contacto

con las

necesid

ades de

la

"chusma

" de

gauchos

e indios,

a

diferenci

a de las

máxima

s

autorida

des

eclesiást

icas,

solidaria

s con los

coloniza

dores

español

es y los

criollos

más

conserv

adores,

como

sucedió

en toda

Latinoa

mérica.

En 1816

Andresit

o

asumió

la

goberna

ción de

Misione

s. Su

gestión

podría

calificars

e como

artiguist

a pues

repartió

tierras

entre los

humilde

s y

favoreci

ó el

pleno

funciona

miento

de los

"cabildo

s"

indígena

s. Sabía

que las

hostilida

des

continua

rían y

que

debía

arreglár

selas

ante

enemigo

s

poderos

os sin

refuerzo

s y sin

asistenci

as. Por

eso

ordenó

instalar

en

Concep

ción una

fábrica

de

pólvora

y

estimuló

el

armado

de

rústicas

chuzas,

el arma

principal

de sus

soldado

s

indígena

s.

Ese

mismo

año el

Protecto

r de los

Pueblos

Libres le

encome

ndó

enfrenta

r la

invasión

luso-bra

sileña

comand

ada por

el

general

Lecor,

que en

su

avance

hacia

Montevi

deo se

había

apodera

do de

las

misione

s

orientale

s San

Borja,

San

Nicolás,

San

Luis,

San

Lorenzo,

San

Miguel,

San

Juan y

Santo

Ángel.

Andresit

o partió

con mil

hombres

desde

Santo

Tomé

para

derrotar

a los

invasore

s en Sao

Joao

Velho el

21 de

septiem

bre de

1816.

Tras

vencerlo

s

nuevam

ente en

Rincón

de la

Cruz

sitió San

Borja,

donde

acampa

ban los

enemigo

s. Había

sumado

a sus

fuerzas

a

centenar

es de

indios

que lo

venerab

an, pues

lo

reconoc

en como

un

herman

o de

sangre.

Fue

entonce

s

cuando

el jefe

artiguist

a

divulgó

un

manifies

to en el

que

afirmaba

que "he

puesto

mi

ejército

delante

de los

Portugu

eses,

sin

recelo

[miedo]

alguno,

solo con

el fin de

dejar a

los

pueblos

en el

pleno

goce de

sus

derecho

s, esto

es, para

que

cada

pueblo

se

gobierne

por sí,

sin que

ningún

Español,

Portugu

és, o

cualquie

ra de

otra

provinci

a [léase

Buenos

Aires] se

atreva a

goberna

r".

Luego

de

sangrien

tos

enfrenta

mientos,

cuando

los

luso-bra

sileños

recibiero

n el

refuerzo

de un

continge

nte de

ochocie

ntos

hombres

bien

armados

y

entrena

dos al

mando

del

brigadier

Abreu,

Andresit

o se vio

obligado

a

levantar

el sitio.

Tras la

retirada

de los

artiguist

as los

invasore

s

ensangr

entaron,

incendia

ron y

saquear

on los

pueblos

de

Yapeyú,

Santa

María,

Santo

Tomé,

La Cruz,

Mártires,

Apóstole

s, San

Carlos y

San

José.

Despué

s de su

victoria

en el

Paso del

Catalán,

batalla

librada

el 3 y 4

de

enero

de 1817,

el

comand

ante de

las

fuerzas

luso-bra

sileñas

en la

región,

marqués

de

Alegrete

,

goberna

dor y

capitán

general

de Río

Grande

del Sur,

ordenó

al

general

Francisc

o dos

Chagas

Santos

cruzar a

la

margen

derecha

del río

Uruguay

y

destruir

a sangre

y fuego

las

antiguas

Misione

s

Occiden

tales, y

capturar

a los

sobreviv

ientes

de la

matanza

para

luego

entregar

los

como

esclavos

en las

fazenda

s

brasileñ

as.

El

vicario

de la

misión

de San

Borja

dejó

constan

cia de

cómo

cumplió

Chagas

Santos

las

órdenes

recibida

s:

"D'este

ponto

mandou

o major

Gama

con

tresento

s

homens

de

cavallari

a

destruir

o povo

de

Yapejú

que

tinha

sido

abandon

ado por

seus

habitant

es.

Gama

fez esta

opera9á

o con

descans

o, e nao

deixou

subsistir

nada

d'esta

ultima

capital

das

Missóes

. En seu

regresso

teve

algumas

gerilhas

com

Andrezit

o, mas

foi

opportu

namente

socorrid

o por

Chagas,

e em

seguida

Chagas

e Gama

foram

saquear

e

queimar

S.

Thomé.

A igreja

d'este

povo

parecía

ser

interiam

ente

nova e

ainda

náo bem

acabada

. Tendo

cumprid

o esta

tarefa se

retirara

m elles

para

Sao

Borja.

Luis

Carvalh

o tinha

sido

encarre

gado de

destruir

S. José,

Apóstelo

s,

Martyres

e S.

Carlos,

e táo

fielment

e como

Gama

cumprír

elle sui

missáo.

Cardoso

, outro

tenente

de

Chagas,

destruiu

a

Concei9

áo,

Santa

María

Maior e

S.

Xavier.

Este

último

povo

náo foi

asim

memo

táín

maltrata

do como

os

outros.

O

general

Chagas

mandou

a

cavallari

a de que

díspunh

a

explorar

a

campan

ha e

examina

r se

suas

ordens

tínháo

sido

cumprid

as. Esta

for9a

seguiu

toda a

costa

occident

al do

Uruguay

, e foi

até

Loreto

na costa

da

Paraná,

hostiliza

ndo,

saquean

do e

destruin

do a

ferro e

fogo

tudo

quanto

encontra

va"

(citado

en Orsi,

1991).

Desde

Santo

Tomé, el

propio

Chagas

Santos

informab

a a sus

superior

es:

"Destrui

dos e

saquead

os os

sete

povos

da

margem

occident

al do

Uruguay

;

saquead

os

sómente

os

povos

de

Apóstolo

s, S.

José e

S.

Carlos;

deixand

o

hostiliza

da e

arrasad

a toda

campan

ha

adjacent

e a os

mesmos

povos

por

espado

de

cincoent

a

leguas:

além de

que

nossa

partida

de

Carvalh

o

caminho

u maís

de

oitenta

leguas

para

persegui

r e

derrotar

os

insurgen

tes. Se

saqueou

e se

trouxe

d'este

lado do

rio

cincoent

a

arrobas

de

prata,

muitos e

ricos

orname

ntos,

muitos e

bons

sinos,

tres mil

cavalos,

igual

número

de

egoas e

1.130.00

0 reis

prata".

El

general

estimó,

orgullos

o, "o

número

dos

inimigos

mortos

en tres

mil

cento e

noventa,

e em

trezento

s e

sesenta

o dos

prisioner

os.

Tinha

feíto

uma

guerra

de

extermin

io"

(citado

en Orsi,

1991).

Es decir

que los

invasore

s

saquear

on y

redujero

n a

cenizas,

en

ochenta

leguas a

la

redonda

, diez

pueblos

de la

antigua

estructur

a

jesuítica

en los

territorio

s

argentin

os de

Misione

s y

Corrient

es —

entre

ellos

Yapeyú,

cuna del

Libertad

or

San

Martín—

, sin que

el

gobierno

de

Buenos

Aires

reaccion

ara. Por

el

contrario

, luego

de

entrevist

arse con

las

autorida

des

porteñas

, el

oficial

de la

marina

portugu

esa Luiz

Barroso

Pereira

relató

que

"parecía

que el

gobierno

de

Buenos

Aires

marchab

a de

acuerdo

con el

general

Lecor en

todo lo

que

tenía

relación

con la

destrucc

ión de

Artigas y

nuestra

ocupaci

ón

pacífica

[sic]"

Más

aún,

Pueyrre

dón

descartó

la

posibilid

ad de

una

reacción

armada

como

consecu

encia de

las

atrocida

des

cometid

as,

"siendo

su único

objeto

tranquili

zar a las

provinci

as del

interior".

La

decisión

de no

reaccion

ar ante

la

invasión

extranjer

a fue

asumida

también

por el

Congres

o de

Tucumá

n, en

pleno

proceso

de

traslado

a

Buenos

Aires.

Le pedía

al

Directori

o "que

hasta

que se

verifique

dicha

traslació

n no

haga

declarac

ión

alguna

de

guerra

al

portugu

és y

arregle

su

conduct

a a la

que

aquel

observe

con

estas

provinci

as [las

no

aliadas

con

Artigas],

evitando

todo

compro

miso

menos

prudent

e".

Al llegar

a la

capital

la

noticia

del

intervalo

solicitad

o por

Tucumá

n, el

comodor

o inglés

William

Bowles

escribía

a John

Wilson

Croker,

secretari

o del

Almirant

azgo:

"Yo

informé

a sus

señorías

en mi

carta del

7 de

diciembr

e [1816]

de las

tentativa

s de

los

partidos

antiportu

gueses

para

envolver

a este

gobierno

en

hostilida

des con

la corte

del

Brasil y

la

manera

como

esta

proposic

ión fue

evadida

por

pedido

del

Congres

o.

Luego,

este

cuerpo

determin

aría,

hábilme

nte,

suspend

er las

sesione

s

cuando

deban

reanuda

rse aquí,

al

comienz

o de

este

mes;

mientras

tanto,

prohíbe

que el

Director

tome

medidas

hostiles

contra

los

portugu

eses".

Segura

mente,

los

enemigo

s del

caudillo

abrigaba

n la

esperan

za de

que en

ese

lapso

Artigas y

sus

aliados

fuesen

finalmen

te

derrotad

os y

apresad

os o

muertos

sin

necesid

ad de

compro

meter,

aún más

de lo

que ya

estaban,

a las

autorida

des de

Buenos

Aires.

Pero

"Artighin

as",

como

llamaba

n los

invasore

s a

Andresit

o, era un

hueso

duro de

roer. A

puro

carisma

y coraje,

logró

vencer a

los

portugu

eses en

Apóstole

s y San

Carlos,

y

detener

así la

oleada

invasora

de

muerte y

depreda

ción.

Luego

llegaría

la hora

de

enfrenta

r a los

unitarios

en

Corrient

es, a

favor del

proyecto

federalis

ta de los

Pueblos

Libres.

Los

venció

en 1818

en Caa

Catí y

en

Saladas,

para

recuper

ar la

provinci

a y

ejercer

como

goberna

dor.

Como

tal liberó

a los

indios

sometid

os a

servidu

mbre

por los

"decent

es" y

tomó

como

prisioner

os a la

misma

cantidad

de hijos

de

dichas

familias.

Cuando

sus

madres

acudiero

n ante el

goberna

dor

imploran

do

piedad,

Andresit

o les

recordó

que el

dolor

que

expresa

ban era

el

mismo

que el

de las

madres

cuyos

hijos

habían

sido

tomados

por la

fuerza

para

servir,

sin

paga,

como

siervos

de las

reclama

ntes.

Ese

mismo

espíritu

a favor

de los

humilde

s se

percibe

en un

bando

que

distribuy

ó entre

la

població

n:

"Olvide

mos esa

maldita

costumb

re de

que los

engrand

ecimient

os

nacen

en la

cuna".

Pasaba

n los

meses y

la

situació

n de las

fuerzas

patriotas

en la

Banda

Oriental,

acosada

s por

portugu

eses,

realistas

y

porteños

, se

deterior

aba

visiblem

ente. El

Protecto

r, en un

esfuerzo

titánico,

decidió

enfrenta

r la

invasión

que se

aproxim

aba a

Montevi

deo con

tres

fuerzas,

cada

una más

débil

que la

otra:

Fructuos

o Rivera

avanzarí

a por el

norte,

Andresit

o por el

sur y él

por el

centro.

Luego

converg

erían en

algún

punto de

Río

Grande,

en

territorio

luso-bra

sileño,

con el

objetivo

de

arrastrar

a los

invasore

s fuera

del

territorio

oriental.

Sólo

Andresit

o

cumplió

con el

plan

fijado

pues

una

serie de

sangrien

tos

encuentr

os con

el

enemigo

detuvo

el

avance

del

Protecto

r.

Rivera,

por su

parte,

pronto

se

pasaría

al bando

enemigo

.

El jefe

guaraní

cruzó el

río

Uruguay

y,

lanzado

a sangre

y fuego

sobre el

enemigo

, logró

reconqui

star las

misione

s

orientale

s. Se

hizo

fuerte

en San

Nicolás,

pero el

goberna

dor

portugu

és de

las

misione

s,

Francisc

o das

Chagas

Santos,

con

fuerzas

muy

superior

es, las

recuper

ó tras

vencer a

los

patriotas

orientale

s en la

decisiva

batalla

de

Itacuruví

, en julio

de 1819.

Andresit

o cayó

en

manos

portugu

esas

cuando,

herido

en

batalla,

pretendí

a cruzar

el río

Uruguay

junto a

algunos

de sus

hombres

. Fue

traslada

do a pie

hasta

Porto

Alegre y

luego

aislado

en la

siniestra

prisión

de la

Isla das

Cobras,

en Río

de

Janeiro.

Luego

sus

pasos

se

pierden

en la

oscurida

d de un

seguro

infortuni

o mortal.

El

heroico

guaraní

continúa

ignorado

por la

historia

oficial,

cuyo

procerat

o sigue

reservad

o a los

descend

ientes

de

europeo

s.

Mediaci

ón de

San

Martín

El

conflicto

rioplaten

se

perjudic

aba los

planes

militares

y

políticos

del

Libertad

or. En

procura

de

zanjar

diferenci

as y de

lograr la

paz,

escribe

a los

caudillos

Estanisl

ao

López y

Artigas.

San

Martín

los

respeta.

Tanto

como

para

equipara

r los

interese

s y las

demand

as de

los

Pueblos

Libres y

los de

Buenos

Aires

—a

diferenci

a de

Belgran

o, que

había

tomado

partido

contra

Artigas y

los

caudillos

del

Litoral

En carta

dirigida

al

oriental,

San

Martín

escribe:

"Mi más

apreciad

o

paisano

y señor:

Me

hallaba

en

Chile,

acaband

o de

destruir

el resto

de

maturra

ngos

que

quedaba

y

apronta

ndo los

artículos

de

guerra

necesari

os para

atacar a

Lima,

cuando

me hallo

con

noticias

de

haberse

roto las

hostilida

des por

las

tropas

de usted

y de

Santa

Fe

contra

las de

Buenos

Aires.

[...]

Noticias

conteste

s que he

recibido

de

Cádiz e

Inglaterr

a

asegura

n la

pronta

venida

de una

expedici

ón de

16.000

hombres

contra

Buenos

Aires;

bien

poco me

importar

ía el que

fueran

20.000,

con tal

que

estuviés

emos

unidos,

pero en

la

situació

n actual,

¿qué

debemo

s

promete

rnos?

No

puedo,

ni debo

analizar

las

causas

de esta

guerra

entre

herman

os y lo

más

sensible

es que

siendo

todos de

iguales

opinione

s en sus

principio

s, es

decir, de

la

emancip

ación e

indepen

dencia

absoluta

de la

España,

pero

sean

cuales

fueren

las

causas,

creo que

debemo

s cortar

toda

diferenci

a y

dedicarn

os a la

destrucc

ión de

nuestros

crueles

enemigo

s, los

español

es,

quedánd

onos

tiempo

para

transar

nuestras

desaven

encias

como

nos

acomod

e, sin

que

haya un

tercero

en

discordi

a. [...]

Cada

gota de

sangre

america

na que

se vierte

por

nuestros

disgusto

s me

llega al

corazón.

Paisano

mío,

hagamo

s un

esfuerzo

,

transem

os todo

y

dediqué

monos

únicame

nte a la

destrucc

ión de

los

enemigo

s que

quieren

atacar

nuestra

libertad.

[...]

Unámon

os

contra

los

maturra

ngos

bajo las

bases

que

usted

crea y el

gobierno

de

Buenos

Aires

más

conveni

entes, y

después

que no

tengamo

s

enemigo

s

exteriore

s,

sigamos

la

contiend

a con

las

armas

en la

mano,

en los

términos

que

cada

uno crea

por

conveni

ente; mi

sable

jamás

se

sacará

de la

vaina

por

opinione

s

políticas

".

La

última

frase de

San

Martín

promete

que no

se

pondrá

a las

órdenes

del

Directori

o para

combatir

a los

caudillos

. No es

lo

mismo

que

negarse

a

participa

r en las

guerras

entre

herman

os,

como ha

querido

interpret

ar la

versión

cristaliza

da de la

historia

argentin

a. Por la

misma

razón

rechazó

la

propuest

a de

Lavalle

cuando,

luego

del

asesinat

o de

Manuel

Dorrego,

le

ofreció

la

jefatura

del

ejército,

quizá

hasta la

goberna

ción de

Buenos

Aires,

para

que

condujer

a la

campañ

a que se

ocuparía

, por

medios

violento

s, de

eliminar

para

siempre

el

federalis

mo.

El

Libertad

or envió

emisario

s desde

Chile

para

que

mediara

n entre

las

partes,

pero

Buenos

Aires

frustró

aquel

esfuerzo

.

Apenas

informad

o del

intento,

Pueyrre

dón

comunic

ó a los

mediado

res que

rechaza

ba su

interven

ción

pues era

inacepta

ble que

se

otorgara

a los

caudillos

la

misma

jerarquí

a que al

gobierno

porteño.

En carta

privada

al

Libertad

or, el

Director

Suprem

o

manifies

tó su

desagra

do, con

algún

grado

de

ironía:

"Aplaud

o y

agradez

co el

celo con

que

usted

corre a

todos

los

peligros

del

Estado,

pero

siento

que un

concept

o

equivoc

ado del

riesgo

haya

privado

a usted

de la

comodid

ad que

podía

disfrutar

por

algunos

días,

hasta

que le

tocase

otra

nueva

tarea".

Continu

aba,

sarcásti

co e

irrespetu

oso: "Es

sin duda

el

mismo

concept

o de

hallarse

este

pueblo

en

riesgo

de ser

destroza

do por

los

anarquis

tas, lo

que

movió y

decidió

al

gobierno

de Chile

a

mandar

sus

embajad

ores

cerca de

Artigas;

y a

usted a

apoyar

esta

determin

ación de

oficio y

confiden

cialment

e. [...]

Ya ha

debido

usted

ver a

esta

fecha

que

nuestra

situació

n es

muy

distinta

de la

que se

creyó; y

que

lejos de

necesita

r

padrinos

,

estamos

en el

caso de

imponer

la ley a

la

anarquí

a".

Luego,

muy

malhum

orado:

"Pero

prescind

iendo de

esta

aptitud,

¿cuáles

son las

ventajas

que

usted se

ha

prometid

o de

esta

misión?

¿Es

acaso

docilizar

el genio

feroz de

Artigas,

o

traer a

razón a

un

hombre

que no

conoce

otra que

su

conserv

ación, y

que está

en la

razón de

su

misma

conserv

ación

hacemo

s la

guerra?

El sabe

muy

bien que

una paz

proporci

ona una

libre y

franca

comunic

ación, y

que esta

es la

arma

más

segura y

eficaz

para su

destrucc

ión,

porque

el

ejemplo

de

nuestro

orden

destruye

las

bases

de su

imperio.

[...] De

aquí es

que él

siempre

dice que

quiere la

paz;

pero

sujetánd

ola a

condicio

nes

humillan

tes e

injuriosa

s a las

Provinci

as

Unidas,

y de

aquí

también

que

nunca

ha

podido

celebrar

se un

ajuste

perman

ente con

esa fiera

indócil.

[...] Por

otra

parte,

¡cuanto

es

humillan

te para

nosotros

que la

embajad

a se

dirija a

Artigas

para

pedirle

la paz, y

no a

este

Gobiern

o! Esto

probaría

que

aquel es

el fuerte,

el

poderos

o, y el

que

lleva la

opinión

en su

favor, y

que

nuestro

lugar

político

es

subordin

ado al

de

aquel.

Los

extranjer

os que

vean y

sepan

este

paso

degrada

do para

nosotros

, ¿qué

juicio

formará

n?".

Cepeda

Hartos

del

acoso

porteño

que

devasta

ba sus

provinci

as, los

goberna

dores

artiguist

as

Estanisl

ao

López y

Francisc

o

Ramírez

,

caudillos

de los

Pueblos

Libres

de

Santa

Fe y

Entre

Ríos,

unieron

sus

fuerzas

para

avanzar

sobre

Buenos

Aires

con el

apoyo

del

Protecto

r, y

cumplie

ndo sus

instrucci

ones.

Represe

ntaban

la

indignac

ión

provinci

al ante

la

sanción

de la

constitu

ción

centralis

ta

votada

por el

Congres

o en

mayo,

ante el

despotis

mo de la

burguesí

a

comerci

al del

puerto

que

había

reempla

zado

como

nueva

metrópol

i al

poder

virreinal,

y que en

los

hechos

convertí

a a las

provinci

as en

colonias

. La

arbitrari

edad

porteña

era más

evidente

en las

pampas

agrícolo-

ganader

as de

las

provinci

as

mesopot

ámicas

que

contaba

n con

ríos

navegab

les que

les

habrían

permitid

o el fácil

acceso

al mar

para

comerci

ar con el

resto del

mundo

si el

cepo

legal y

militar

de

Buenos

Aires no

lo

hubiera

impedid

o. Eran

las

provinci

as y su

furia,

cansada

s de

soportar

las

expedici

ones

militares

porteñas

que les

imponía

n

autorida

des

sumisas

a los

interese

s del

puerto,

hastiada

s de las

disposici

ones

aduaner

as que

llevaban

a la

ruina las

artesaní

as y las

industria

s

provinci

ales.

El 9 de

junio de

1819,

frustrad

o y

cuestion

ado,

Pueyrre

dón

presentó

su

renuncia

al

Congres

o, que

nombró

en su

remplaz

o a José

Rondea

u.

Las

esperan

zas de

que con

Rondea

u en el

Directori

o la

situació

n militar

y

política

se

encarrila

ría

pronto

devinier

on en

decepci

ón,

como lo

expresa

ba

Artigas

en carta

a

Ramírez

: "No

hay

complot

ación

con los

portugu

eses",

ironizab

a el

caudillo

oriental,

"pero la

guerra

contra

ellos no

se

puede

declarar.

Es más

obvio

que se

derrame

la

sangre

entre

america

nos y no

contra

un

enemigo

común.

Tal es el

orden

de sus

providen

cias. ¿Y

podrá

Buenos

Aires

vindicar

se a

presenci

a del

mundo

entero

que esto

ve y

observa

? Yo

quiero

suponer

sea

falso el

docume

nto

contra

Rondea

u. ¿No

tenemos

otros

datos

incontes

tables?

¿Su

misma

resisten

cia, no

comprue

ba que

está en

todas

las

miras de

su

predece

sor

[Pueyrre

dón]?".

Confirm

ando

esas

sospech

as

Rondea

u había

ordenad

o a

Manuel

José

García

—deleg

ado

directori

al en

Río de

Janeiro

colabora

r con

Portugal

: "Es

ya

llegado

el caso

de no

perdona

r arbitrio

para

concluir

con esta

gente

[las

milicias

populare

s

artiguist

as]. [...]