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8. EL ARTE SACRO AL SERVICIO DE LA LITURGIA

8. el arte sacro al servicio de la liturgia

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8. EL ARTE SACRO AL SERVICIO DE LA LITURGIA

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8.1 SENTIDO MINISTERIAL DEL ARTE LITURGICO

En la tradición eclesial se ha distinguido entre el arte sacro en general, que tiene como contenido el tema religioso, y el arte al servicio de la liturgia de la Iglesia, que podemos llamar de un modo general, arte litúrgico.

Por esta razón es que el tema del arte, fue tratado por los padres conciliares en el Concilio Ecuménico Vaticano II, en la Constitución Sacrosanctum Concilium, en el último de sus capítulos: Cap. VII.

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La iglesia a lo largo de su historia ha expresado en formas artísticas el contenido de la fe; la fe cristiana ha sido generadora de cultura que forma parte hasta ahora, del patrimonio artístico de los pueblos.

Gran parte de este patrimonio continúa ejerciendo la finalidad para la que fueron creados: el servicio a la celebración litúrgica, y a la devoción de los fieles.

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El arte está por tanto al servicio del culto cristiano y no al contrario, la liturgia necesita y se sirve del arte para actualizar el misterio celebrado, pero no puede estar supeditada al arte en sí, ni ser obstaculizada por este: el espacio, los colores, las imágenes, los objetos etc.

Están al servicio del culto divino en la medida en que lo favorecen: “lo que por viam veritatis transmite y expresa la palabra, lo transmite también el arte por viam pulchritudinis”. Card. Arinze

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“La iconografía cristianan transcribe mediante la imagen, el mensaje evangélico que la Sagrada Escritura transmite, mediante la palabra”

Catecismo de la Iglesia Católica No 1160.

La unión entre la Palabra y el signo forman parte del mensaje evangélico de Jesús. En sus milagros actúan unidos la Palabra y el signo; y esta lógica teológica es continuada por la Iglesia en su realidad sacramental:

“La contemplación de las sagradas imágenes, unida a la meditación de la Palabra de Dios y el canto de los himnos litúrgicos, forma parte de la armonía de los signos de la celebración, para que el misterio celebrado se grabe en la memoria del corazón, y se exprese en la vida nueva de los fieles”.

Catecismo de la Iglesia Católica No 1162.

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El arte en la celebración litúrgica debe ser una verdadera catequesis mistagógica, que ayude a entrar en la celebración del misterio celebrado.

El objetivo de las bellas artes es “colaborar lo más posible con sus obras para orientar santamente los hombres hacia Dios” (SC 122), y no contribuir a la distracción o confusión teológica de los fieles:

“debe conservarse firmemente el uso de exponerse a la veneración de los fieles, imágenes sagradas en las iglesias, pero ha de hacerse en número moderado y guardando el orden debido, para que no provoquen extrañeza en el pueblo cristiano ni den lugar a una devoción desviada”.

Código de Derecho Canónico No 1188.

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La referencia obligada para el arte sacro, es el misterio de Jesucristo, el Dios hecho hombre, el Invisible hecho visible, el eterno hecho tiempo, el Logos hecho carne.

En Él se expresa la perfección de la humanidad, y en El brilla la perfección divina, ya que es la manifestación de la belleza de Dios.

Sin embargo, la relación entre el arte y la liturgia no siempre ha sido pacífica a lo largo del tiempo, no siempre las razones del arte han comprendido las razones de la fe y viceversa.

El camino histórico del diálogo entre liturgia y arte, han vivido momentos de luces y de sombras en el pasado y también en los tiempos presentes:

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“Hoy no sólo experimentamos una crisis del arte sacro, sino una crisis del arte en cuanto tal, y con una intensidad hasta ahora desconocida. La crisis del arte es otro síntoma más de la crisis de la humanidad…”.

Card. Joseph Ratzinger.

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8.2 EL ARTE COMO INTERIORIZACION Y EXPRESION DEL MISTERIO

.El arte litúrgico contribuye a expresar la naturaleza genuina de

la Iglesia, ya que:

“es característico de la Iglesia ser, a la vez, humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina; y todo esto de suerte que en ella lo humano esté ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible…”

Sacrosanctum Concilium No 2.

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Toda la celebración litúrgica, armónica y sinfónica, es el lugar privilegiado para la epifanía de la belleza divina, como un cielo en la tierra.

El arte sacro no sólo crea el ambiente propicio para que se de esta epifanía, sino que integrado e inserto como está en la liturgia misma, participa de su naturaleza y sentido; va mucho más allá de la pura emoción estética y posee una fuerza “cuasi sacramental”; su aportación llega hasta convertirse en signo y símbolo de las realidades divinas-invisibles de los misterios.

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En el mismo lenguaje usado para describir su función y relación con la liturgia ha habido una evolución interesante: ha pasado de ser “ancilla” (sierva) a “sorella” (hermana), “nepote” (sobrino) y “aliada”; del “humilde servicio” al “noble ministerio”.

Por la ley de la Encarnación, el hombre compuesto de carne y espíritu necesita del lenguaje de signos y símbolos para iniciarse e introducirse en el misterio.

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La belleza de las obras de Dios y del hombre, destinadas al culto, son transparencias sacramentales de lo divino, signos y símbolos de su presencia inefable.

El arte litúrgico se nutre y se envuelve de la atmósfera de lo sacramental, y es por esa misma vida interior de la que se envuelve, que es capaz de alcanzar su máximo esplendor y belleza, dignidad y nobleza.

El conocimiento y la participación en los misterios no se agota en el discurso de la razón iluminada por la fe, que es la teología.

En la mistagogía de la liturgia y en su rica experiencia espiritual englobante, el lenguaje poético y simbólico, es apto para sugerir el misterio, interiorizarlo y expresarlo.

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En las obras artísticas dedicadas al culto, van a resplandecer y se les va a agregar un cierto carácter sacramental por los textos y los ritos de su dedicación, consagración o bendición.

Como si se tratara de un ser humano, la consagración y la bendición desciende como un bautismo creador sobre el edificio y el altar, los transforma y los convierte personificándolos en el símbolo de Cristo, de su Esposa la iglesia peregrina, y de la Jerusalén del cielo.

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El arte sacro envuelve e interpela todo el ser del hombre, lo introduce en la presencia misma del misterio, y lo pone en comunión íntima con Dios hasta llevarlo al éxtasis y el embelesamiento.

Cristo el verbo encarnado, imagen del Padre y arquetipo del hombre, une en su ser lo humano y lo divino, lo terreno y lo celestial; el pasado, el presente y el futuro, el tiempo y la eternidad.

La iglesia esposa y cuerpo de Cristo, nos presenta en la liturgia un universo simbólico que nos llena de fascinación, y en ese espacio el arte sacro sirve para hacer transparente la presencia de Dios, al mismo tiempo que se vuelve teofanía.

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“En la Liturgia terrena pregustamos y tomamos parte en aquella Liturgia celestial, que se celebra en la santa ciudad de Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, y donde Cristo está sentado a la diestra de Dios como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero, cantamos al Señor el himno de gloria con todo el ejército celestial”.

Sacrosanctum Concilium No 8

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8.3 LA IGLESIA NO CONSIDERA COMO PROPIO NINGUN ESTILO ARTÍSTICO

No existe un estilo artístico propio y exclusivo del cristianismo, por eso no se puede invocar las llamadas formas tradicionales, aquellos estilos históricos del pasado, pretendiendo eludir el reto de las innovaciones creativas que se van sucediendo en la historia.

Lo tradicional auténtico nunca es lo meramente repetitivo, rutinario, falto de verdadera inspiración; un ejemplo lo tenemos en el S. XIX cuando hubo un fatal florecimiento de arte neogótico o neo románico que invadió el arte cristiano, llenando todo con fórmulas y lenguajes muertos.

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La tradición artística no apaga nunca el espíritu creador, no reposa en la cansada repetición.

Los llamados estilos tradicionales vivieron en su momento el esplendor de su maravilla creadora, aportaron un estilo propio en su tiempo.

Cada obra de arte expresa su mensaje a los contemporáneos no sólo por lo que contiene, sino por lo que deja de contener.

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El constante cambio de puntos de vista es la clave para comprender las obras de arte del pasado; cada una de esas obras está relacionada por imitación o por contraposición con las precedentes, cada artista considera que ha sobrepasado todo lo que le ha precedido, mira su obra con aire de triunfo y liberación.

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Es imposible buscar un estilo que se pudiera definir como el único estilo de arte cristiano, no ha existido ni existirá nunca; la verdadera tradición eclesial no es la transmisión de un estilo concreto sino la sucesión, siempre viva y encarnada en el tiempo, en el espacio y en las culturas variadas de los distintos pueblos a los que tiene la misión de congregar.

Enlazadas por la cadena de la tradición, las obras artísticas en los distintos estilos, forman un riquísimo tesoro y patrimonio; testifican la fe cristiana y los avatares de la vida eclesial.

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8.4 LA IGLESIA ES EL ARBITRO EN LA ELECCION DE LAS OBRAS

La iglesia tiene que velar diligentemente para que se cumplan las condiciones que exige la liturgia.

Una obra no basta con que sea verdaderamente artística, o de inspiración cristiana, sino que debe ser también apta para los fines específicos del culto, debe ser digna y bella:

“con tal que sirva a los edificios y ritos sagrados con el debido honor y reverencia…”

Sacrosanctum Concilium No 123

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La iglesia ha buscado siempre que las cosas destinadas al culto sagrado sean símbolo de las realidades celestiales, es por eso que:

“la Iglesia se consideró siempre, con razón, como árbitro de las mismas, discerniendo entre las obras de los artistas aquellas que estaban de acuerdo con la fe, la piedad y las leyes religiosas tradicionales y que eran consideradas aptas para el uso sagrado”.

Sacrosanctum Concilium 122.

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Cuando las obras de arte sacro nacen como fruto de la simbiosis entre el artista y la comunidad, no se producen conflictos que exijan soluciones traumáticas, con frecuencia las obras nacen del corazón y de las manos de un artista hábil en las artes plásticas y que además es un profundo creyente.

Pero en otros casos, pueden ser artistas incluso reconocidos por sus habilidades pero que sin embargo están alejados de la vida eclesial, y sus obras carentes de toda esencia espiritual o sensibilidad religiosa, o no son aptas para el uso litúrgico.

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Lo normal debe ser, que el Obispo como responsable del culto en la diócesis, juzgue como doctor y maestro la ortodoxia en las obras artísticas, y como pastor vele porque todo lo que se destine a los fines concretos de la fe, cumpla verdaderamente con los requisitos necesarios, para que los fieles expresen y celebren con alegría las alabanzas a Dios:

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“Procuren cuidadosamente los Obispos que sean excluidas de los templos y demás lugares sagrados aquellas obras artísticas que repugnen a la fe, a las costumbres y a la piedad cristiana y ofendan el sentido auténticamente religioso, ya sea por la depravación de las formas, ya sea por la insuficiencia, la mediocridad o la falsedad del arte”

Sacrosanctum Concilium 124.

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Las Comisiones de liturgia, deben acreditar su competencia en la seriedad de los informes técnicos, de modo que no obedezcan simplemente a criterios pseudotradicionalistas, sin comprender el valor que puede aportar lo nuevo y lo creativo.