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mensual | agosto 2015 70 Encuentro de Jóvenes sin Fronteras

Revista Brújula Ciudadana número 70

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Diplomacia ciudadana y la sociedad civil como actor globalExperiencias Internacionales#DeAquíYdeAllá | Encuentro de Jóvenes sin Fronteras

Índice

1 Brisa Ceccon Encuentro de Jóvenes sin Fronteras #DeAquíYdeAllá

4 Pronunciamiento del Encuentro de Jóvenes sin Fronteras #DeAquíYDeAllá Acuerdo Transfronterizo para las Juventudes Migrantes, San Juan Mixcoac, 2015

5 Carlos Heredia Zubieta Jóvenes binacionales #DeAquíYdeAllá

7 Jill Anderson “Dreamers” Go Transborder

10 Alejandra Segura Retos y oportunidades en el activismo trasnacional de la Red Solidaria Transfronteriza

12 Edna Monroy #DeAquíYdeAllá

15 Elizabeth Cervantes Ser de aquí y ser de allá

17 Isaias Guerrero Cabrera Leaving dreams, living chains. Leaving chains, living dreams

18 Leisy Abrego y Berta Guevara Centroamérica: origen, tránsito y destino de personas migrantes

22 Eileen Truax Expulsa EU 500 mil 'dreamers' a México

36 Mónica Jacobo y Nancy Landa La exclusión de los niños que retornan a México

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Encuentro de Jóvenes sin Fronteras #DeAquíYdeAllá

Brisa CeCCon roCha Coordinadora del proyeCto Juventud y Migración iniCiativa Ciudadana para la promoCión de la Cultura del diálogo

De las 232 millones De personas en el munDo que viven en un país Diferente

al que nacieron, 28.2 millones son jóvenes De entre 15 y 24 años De eDaD

E n América Latina, las personas migrantes son predomi- nantemente jóvenes ya que cuando tienen entre 15 y 29 años se registran las mayores probabilidades de que mi-

gren. Para el caso específico de México, algunos estudios estiman que el 72% de los mexicanos que migran anualmente hacia los Estados Unidos son jóvenes menores a 29 años.

El desempleo, la violencia y la búsqueda de me-jores oportunidades de vida son algunas de las principales causas que orillan a los jóvenes de la región a buscar mejores condiciones de vida en otros países, especialmente en Estados Unidos. Asimismo, la reunificación familiar, los estudios y la tradición de migrar de ciertas comunidades son también algunas de las causas que impulsan a éstos jóvenes a probar suerte en Estados Unidos.

Los jóvenes migrantes son un grupo heterogéneo no sólo por su origen, sino por las causas que los

llevan a migrar y la manera en la que lo hacen. Algunos migran por voluntad propia, solos o con amigos y familiares, otros son llevados por sus padres cuando son niños.

Este es el caso de los 2.1 millones de jóvenes in-documentados que llegaron a Estados Unidos en las últimas dos décadas siendo niños y que ahora son conocidos como Dreamers debido a los fallidos intentos por pasar desde el 2001 una propuesta de ley titulada Development, Relief, and Education for Alien Minors (DREAM Act), que buscaba la regu-

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larización de la situación migratoria de éstos jóve-nes. A pesar de los diversos intentos legislativos por aprobar el DREAM Act, éstos jóvenes siguen sin contar con una vía para obtener la ciudadanía estadounidense.

Ante el impasse legislativo y como resultado del intenso activismo de las juventudes indocu-mentadas en Estados Unidos, Barack Obama implementó en junio de 2012 una acción ejecu-tiva – conocida como Acción Diferida o DACA (Deferred Action for Childhood Arrivals)-, que posibilita que algunos jóvenes indocumentados permanezcan en el país sin ser deportados y que puedan solicitar permisos para trabajar, siempre y cuando cumplan con una serie de requisitos de edad, residencia continua en Estados Unidos, estudios o servicio militar y no tener anteceden-tes penales. De acuerdo con la USCIS, desde el 2012, 1,104,594 jóvenes han obtenido el DACA, de los cuales 851,476 fueron mexicanos.

A pesar de estas medidas, la administración del pre-sidente Obama también ostenta una cifra récord de deportaciones: cerca de dos millones de personas en lo que va de su administración. Ello, sumado al endurecimiento de las políticas migratorias tanto en México como en Estados Unidos, ha tenido un fuerte impacto en las vidas de cientos de miles de jóvenes centroamericanos y mexicanos que han sido deportados de México o de Estados Unidos, o que deciden regresar a sus países de origen por decisión propia.

Estos jóvenes que han sido deportados de Esta-dos Unidos o que han regresado voluntariamente a México conforman un amplio grupo de migran-tes retornados, para los cuales existen escasas políticas públicas. México tampoco cuenta con instrumentos de medición que capturen y visibilicen datos precisos y características de los migrantes de retorno, pero se estima que desde el 2005, de los más de 1.4 millones de individuos que han re-gresado, aproximadamente 500,000 son jóvenes de entre 18 y 35 años.

Mientras aproximadamente 1.7 millones de jóvenes indocumentados esperan la aprobación del Dream Act o de una reforma migratoria en Estados Unidos, el retorno forzado sigue y seguirá impactando las vidas de las juventudes migrantes de la región.

Ante este panorama Iniciativa Ciudadana para la Promoción de la Cultura del Diálogo, en colabo-ración con diversas personas e instituciones aca-démicas tanto mexicanas como estadounidenses, organizamos del 1 al 3 de julio de 2015 un encuentro que reunió a 29 jóvenes de origen latinoamericano, con trayectoria de liderazgo en organizaciones o movimientos sociales de defensa de los derechos de las poblaciones migrantes en México, Estados Unidos y en países de Centroamérica. Entre los participantes nos acompañaron jóvenes Dreamers que viven en Estados Unidos –y que pudieron via-jar a México gracias a que obtuvieron un Advance Parole-, activistas de organizaciones de la socie-dad civil mexicanas y centroamericanas, y jóvenes

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indocumentados que han sido deportados o que han retornado a México.

El objetivo del encuentro fue generar espacio de discusión e intercambio de experiencias organi-zativas y de participación cívica en dichos países, con el fin de propiciar la creación de una red de acción solidaria transnacional entre los participan-tes, que les permitiera potenciar los alcances de sus causas y agendas. Asimismo, el encuentro buscó generar un proceso de reflexión colectiva en torno a la realidad migratoria de la región desde la perspectiva de las juventudes migrantes, sector constantemente olvidado en las políticas migratorias y de desarrollo de los países de origen, tránsito y destino de la región.

Con ayuda de herramientas metodológicas de la Educación Popular y de la Transformación Posi-tiva de Conflictos, así como del intercambio de conocimientos académicos y vivenciales en torno a la migración en la región, los participantes de-cidieron crear una Red Solidaria Transfronteriza de Jóvenes Activistas Migrantes, quienes desde su experiencia personal y profesional, buscarán desarrollar acciones, estrategias y campañas para la protección y reivindicación de los derechos de las personas migrantes.

Además, en el último día del encuentro los inte-grantes de esta red de reciente creación partici-paron en una mesa de diálogo estratégico con representantes de la academia, la sociedad civil

y del gobierno mexicano –específicamente de la SRE, la SEP y SEGOB- , con quienes compartieron las reflexiones generadas a raíz del encuentro, un video elaborado por los participantes (https://www.youtube.com/watch?v=8LnIL4BpRTE) sobre ser #DeAquíYDeAllá, y un pronunciamiento que se comparte al final del presente texto. Asimismo, se organizó un conversatorio al que se invitó al público en general y a la prensa, para que los participantes pudieran compartir los resultados del encuentro y sus reflexiones.

Así, para quienes participamos y ayudamos a or-ganizar este evento, el Encuentro de Jóvenes sin Fronteras #DeAquíYDeAllá fue una experiencia sumamente enriquecedora y gratificante, no solo por sus resultados, sino también porque permitió que jóvenes activistas y migrantes que viven en contextos distintos, pudieran identificarse, reco-nocerse y decidir trabajar en colectivo más allá de las fronteras. Además, ayudó a que varios de los jóvenes participantes de Estados Unidos pudieran reencontrarse con sus familias en México después de varios años de no poder verse a raíz de la ab-surda política migratoria de la región que separa familias, criminaliza a las personas que migran sin papeles, impide su libertad de tránsito y sabotea el desarrollo no sólo de la región, sino de millones de jóvenes que son #DeAquíYDeAllá.

En esta edición trilingüe de Brújula Ciudadana –ya que contiene textos en español, inglés y espanglish- los lectores encontrarán algunas reflexiones tanto

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los participantes del encuentro como de sus aliados. Esperamos que este número ayude a visibilizar la pertinencia de llevar a cabo este tipo de acciones y de desarrollar políticas públicas y de coopera-ción internacional que impulsen a las juventudes migrantes de la región.

Por último, quisiéramos agradecer el apoyo de todas las personas e instituciones que hicieron este en-cuentro posible gracias a su esfuerzo y dedicación: Leticia Calderón y Nancy Landa del Instituto José María Luís Mora; Carlos Heredia y Nuty Cárdenas del Centro de Investigación y Docencia Económi-

cas A.C. (CIDE); Alejandra Segura de Iniciativa Ciudad de México; Leisy Abrego de University of California, Los Angeles (UCLA); Amalia Pallares y Xochitl Bada de University of Illinois at Chica-go (UIC); Ricardo Ramírez de University of Notre Dame; Isabel Vinet y Reca Fernández de Popular Education Consultants; Javier Castillo y Kate Irick de SERAPAZ; Jill Anderson: Co-autora del libro “Los Otros Dreamers”; la abogada Mony Ruiz-Velasco; y el periodista Rubén Álvarez. Asimismo, agradece-mos el financiamiento brindado por las siguientes instituciones: CAMMINA, US-Mexico Foundation, IUPLR, Oxfam México y NALACC.

Pronunciamiento del Encuentro de Jóvenes sin fronteras #DeAquíYDeAllá:

aCuerdo transfronterizo para las Juventudes migrantes san Juan, mixCoaC 2015

Los días 1, 2 y 3 de julio del 2015, se llevó a cabo en el Instituto José María Luis Mora de la Ciudad de México, el encuentro de Jóvenes sin Fronteras #DeAquíYDeAllá. El debate se centró en la falla de las políticas públicas contemporáneas de la región Centro y Norteamérica en responder a las diversas problemáticas que enfrentamos las y los jóvenes migrantes documentados, indocumentados, retorna-dos, en tránsito y deportados de la región, quienes demandamos representatividad e inclusión social.

La desigualdad, la violencia, el desempleo, la reintegración familiar y la búsqueda de mejores oportunidades, son algunas de las causas que llevan a los jóvenes de la región a buscar mejores

condiciones de vida. Sin embargo, la criminaliza-ción de las migraciones ha producido exclusiones masivas de grupos de jóvenes que son negados por los estados nacionales donde radican y por sus estados de origen. La inseguridad y la falta de reconocimiento a la identidad, al acceso pleno a empleo, salud y educación, entre otras graves violaciones a los derechos humanos, son parte de las experiencias traumáticas que compartimos a lo largo de tres días.

En el contexto de este espacio de reflexión, las historias de vida, las experiencias y las discusiones compartidas, nos permitieron construir una serie de acuerdos para los jóvenes migrantes de la región.

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Tomando en consideración el contexto anterior, hoy 3 de julio del 2015, suscribimos el siguiente pronunciamiento que se articula en tres principios:

Primero. Garantizar el bienestar integral y la auto-determinación de nosotros y nuestras familias en los países de origen, tránsito y destino de la región. Entendemos el bienestar integral como la genera-ción de condiciones equitativas y justas de parte de nuestros estados y sociedades para el ejercicio y goce de nuestros derechos humanos, como son la libertad, la identidad, la seguridad, la salud, la educación, el empleo, y la familia. Estas condiciones mínimas permitirán la reivindicación del derecho a migrar y a no migrar.

Segundo. Para obtener el bienestar integral, reque-rimos la libre movilidad, entendida como el derecho a circular de una localidad geográfica a otra por necesidades, oportunidades o aspiraciones perso-nales, familiares o comunitarias. Donde el marco legal nacional e internacional y la implementación del mismo propicia nuestro desarrollo humano y ampara nuestros derechos humanos.

Tercero. Exigimos una migración y retorno digno. Esto implica contrarrestar las políticas, los discursos y los procesos que criminalizan la migración por encima de los derechos humanos. Proponemos la abolición de la detención, las industrias carcela-rias, las deportaciones masivas y abogamos por la inclusión y reinserción de los migrantes en países de destino y retorno.

Por ello, esta tarde los reunidos aquí, conformamos la Red Solidaria Transfronteriza de Jóvenes Activis-tas Migrantes quienes desde nuestra experiencia personal y profesional, desarrollaremos acciones, estrategias y campañas para la protección y rei-vindicación de nuestros derechos. Somos de aquí y de allá.

Jóvenes binacionales #DeAquíYdeAllá*

Carlos heredia zuBieta profesor asoCiado en el Cide. @Carlos_tampiCo

En un encuentro multinacional donde se habló es-pañol, inglés y spanglish, treinta jóvenes mexicanos, estadounidenses y centroamericanos expusieron la gran asignatura pendiente en la región: un acuerdo de movilidad laboral.

El sistema económico genera migración y luego criminaliza a los migrantes.

México tiene TLCs con Estados Unidos y Canadá, y con Centroamérica. Nuestra política migratoria -que en el papel reivindica los derechos humanos- en los hechos se traduce en sellamiento fronterizo, control policíaco, y nula protección frente al crimen organizado que secuestra, tortura y mata migrantes.

La casona que alberga al Instituto Mora, en el barrio de San Juan Mixcoac, en el Distrito Federal, se

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convirtió los tres primeros días de julio de 2015 en un territorio transfronterizo de libre circulación de ideas y de talentos -ver www.iniciativaciudadana.org.mx/#!-noticias-y-eventos/c1ujw.

Pulularon por sus pasillos jóvenes sin papeles, atrapados en el limbo migratorio estadounidense, que tramitaron un permiso especial para visitar México. Es conmovedor y a la vez estremecedor escuchar a un muchacho decir: vengo a México por primera vez desde que me llevaron a Estados Unidos a los dos meses de nacido; como no tengo papeles, hace veinte años que no veo a mi familia mexicana.

Berta Guevara, abogada salvadoreña, que tra-baja con migrantes hondureños y nicaragüenses residentes en El Salvador, nos pregunta por qué no otorgamos a los migrantes centroamericanos los derechos que exigimos para los trabajadores mexicanos en suelo estadounidense.

Carlos Salinas, originario de Tlalnepantla, mate-mático egresado de la Universidad de California en Los Ángeles, coordina un proyecto de historia oral recogiendo experiencias de migrantes indo-cumentados en California y Arizona. Rufino Santiz nació en Chamula, Chiapas y creció y estudió en Cairo, Georgia; regresó a su estado natal al termi-nar la prepa y al cabo de cinco años logró que le reconocieran en México los estudios realizados en Estados Unidos. Piensa, escribe y sueña en inglés, español y tsotsil.

Mateo Lucas Alonzo creció trabajando en las fincas cafetaleras de Chiapas. Hoy promueve los derechos de los migrantes en la Asociación Pop No'j en la Ciudad de Guatemala.

Los testimonios de estos jóvenes son a la vez do-lorosos y poderosos.

México y Estados Unidos fabrican automóviles y aviones con procesos de producción compartida, en que componentes y partes van y vienen a través de la frontera.

La economía está abierta a las mercancías, pero cerrada para las personas. En la era digital, los mercados laborales necesitan conectar el talento con las oportunidades de hacerlo fructificar.

Si haces difícil la entrada al país vecino, también complicas la salida; conviertes al migrante en in-migrante. La migración ya no puede abordarse de manera unilateral; tras fijar estándares mínimos, los gobiernos deberían establecer mecanismos de cooperación multilateral.

La movilidad laboral regulada permite recuperar la circularidad, de modo que los trabajadores mi-grantes puedan ir y venir, sin verse sumergidos en la clandestinidad ni forzados a dejar su terruño de manera definitiva.

Estos jóvenes que tejen conocimientos y sabidu-ría a través de las fronteras han formado la Red

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de Acción Solidaria Transnacional y nos dicen de manera decidida: 'Somos #DeAquíYdeAllá'.

Pelean por su decisión de vivir entre dos lenguas, dos culturas y dos naciones, con familias binacio-nales, entre el rock y las rancheras. Son a la vez un reflejo del pasado, un sistema migratorio fallido, y un brote del futuro, un corredor de movilidad laboral y humana Mesoamérica-Norteamérica.

* Artículo originalmente publicado en el diario El Universal el 7 de julio de 2015: http://www.eluniversal.com.mx/entrada-de-opinion/articulo/carlos-heredia-zubieta/nacion/2015/07/10/jovenes-binacionales

“Dreamers” Go Transborder

Jill anderson, phd independent researCher

Accurately defining the use of the label “Dreamer” is a bit like trying to hit an erratic moving target, or multiple moving targets, as in a bunch of brightly colored bouncy balls let loose across the floor. What to make of the term was a topic of conversation in workshops and over meals throughout the Encuen-tro Jóvenes Sin Fronteras: De Aquí y De Allá.

We can trace the origins of the term to a particular geopolitical moment in the United States. In 2001, Democrat Senator Dick Durbin and Republican Senator Orrin Hatch proposed the first version of

what would be known as the DREAM (Development Relief and Education for Alien Minors) Act. Versions of the DREAM Act were put to a vote three times—in 2001, 2007, and 2010—and, each time, it was de-feated. It would have provided a path to citizenship for thousands of immigrant youth in the US—those under a certain age, with no criminal record, with US residency for five years or more, and who were studying or in the military. Each failed vote was also the product and the inspiration of escalating political mobilization by undocumented immigrant youth across the United States.

While I cannot do justice to the recent but powerful history of the vibrant movement of immigrant youth in the US (for that you can start by reading Eileen Truax’s book Dreamers: An Immigrant Generation’s Fight for Their American Dream [1]), in broad strokes I am going to try to summarize the evolution of the “Dreamer” movement: In the nineties, a growing generation of undocumented immigrant youth were struggling, with their families, to graduate from high school and go to college in the only country and language they had ever known. There was no “path to citizenship” for them, no line to get in. They did not yet have a name for their struggle. Then, “Dreamers” started to tell a powerful story. “I did not make the decision to come to the United States without papers, but I have worked hard to excel once I got here. I am an American and I have a lot to offer to this country.” The genius of this story is its simplicity, and the way it undercuts the criminalization-of-immigrants story that far too

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many take as oppressive, opaque truth. However, while the narrative can outshine the immigrant-as-criminal meme, it left undocumented parents and others in the criminalized shadows.

As the DREAM Act failed a third time, “Dreamer” activists across the country escalated their actions to include the now familiar phrase “Undocumented and unafraid!” Within the US context, this phrase claims dignity and power in the face of the systemic criminalization of immigrants and the constant threat of exile or banishment in the form of deportation. Some have rejected the label “Dreamer” altogether, for in some circles it has come to represent a pri-vileged few who are not concerned with the harsh realities of neoliberal exploitation, US American imperialism, corruption, criminalization of parents and others, deportation, detention centers, family separation, and the peers who have been deported or otherwise forced to return to their birth countries. Others have adapted the label to new contexts, such as the “Dreamer Moms,” “Bad Dreamers”, “New Dreamers”, and the “Otros Dreamers”, as I reference in the title of the book I coauthored with Nin Solis last year [2].

While not all Dreamers are Mexican, an estimated 70% of immigrant youth are of Mexican origin. The-refore, the term “Dreamer” has taken on a special significance in the context of the current Mexico-US moment. Due to increasing pressure by undocu-mented immigrant youth activists, President Obama announced an executive action in June 2012 known

as DACA, Deferred Action for Childhood Arrivals. While DACA is a temporary provision with no path to citizenship, the nearly 700,000 youth who have successfully applied for DACA are also eligible to apply for “Advanced Parole”, or permission to travel outside of the US and return again [3]. The Advan-ced Parole provision is no guarantee, however, as three participants were not able to travel due to bureaucratic obstacles.

So, while not everyone with DACA claims to be a “Dreamer”, the term “Dreamer” is gaining ground in Mexico, at least in certain circles in Mexico, via government and university sponsored delegations of bi-national immigrant youth with DACA and Advanced Parole. Alexandra Délano has recently described one of these visits in a three-part series for Letras Libres [4]. Even as the Mexican govern-ment celebrates the leadership and achievements of Mexican “Dreamers” in the US, it has been slow to respond to the leadership and demands of “Dreamers” who have been deported or returned to Mexico [5].

Here, I am claiming the most inclusive definition of a “Dreamer” possible: any young person born outside of the US, who grew up in the US without being able to regularize their immigration papers, and who identifies as US American and/or bi-national, independent of criminal record, educational status, and age limits. Several of the young people who participated in the Encuentro Jóvenes Sin Fronteras were deported or made the difficult decision to return

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to Mexico after having grown up in the US, while several others had obtained DACA and Advanced Parole in order to visit Mexico for the first time.

However, in the context of the Encuentro, the term “Dreamer”, or “Soñador/a”, really did not make a whole lot of sense. It felt more like a conversation-starter or a riff to spin and turn and squeeze and interrogate. It was not inclusive enough, nor dy-namic enough, for this passionate group of youth activists from Honduras, Guatemala, Costa Rica, Nicaragua, Mexico, Columbia, Venezuela, and the United States.

Based on three intense days of discussion and listening to one another, the group decided on a name for itself that did not include any allusion to “Dreamers.”: The Transborder Network of Immi-grant Youth Activists. While they continue to meet and discuss and evolve, and their name might yet shift and change, each word in the current title of this group weighs profound. “Transborder”, not transnational. It evokes transcending, crossing, transgressing nationalisms. A “network” that com-municates, supports, connects. “Immigrant Youth Activists”, who are committed to struggling for real, creative change on local and global levels. La lucha.

I am partial to the political and creative possibilities of the label “Dreamer” in its current transnational contexts. I like that it is hard to pin down the word’s meaning, that it has escaped its US American origins while continuing to point towards the US American

constructs of an ongoing, tragic twenty-first century diaspora. I am also grateful to “Dreamers” and the evolution of former “Dreamer” activists because they have revitalized the movement for US immigration reform by putting their bodies, their stories, and their truths at the center of any strategy for change. It is clear to me that the most radical forms of the “Dreamer” movement seek to dismantle the white supremacy of the US “American Dream”, while righteously claiming the well-being of specific rights of US American citizenship that have been unjustly and insidiously equated with white US Americanism since the country’s origins.

That said, after the Encuentro Jóvenes Sin Fronteras in July 2015, I am left wondering if “going transbor-der”—taking into first-person account the perspec-tives of non-US centered experiences, dismantling the race-based US “American Dream” from its shaky pedestal, stretching to include Central American struggles in the dominant US-Mexican paradigm—demands that the term “Dreamer” shift and evolve as a stepping stone to newer vocabularies that arti-culate the dignity, the collectivity, and the demands of the millions of immigrant youth and their families crossing borders across the Americas today.

[1] http://www.beacon.org/Dreamers-P1093.aspx

[2] http://www.losotrosdreamersthebook.com/

[3] http://www.brookings.edu/research/reports/2013/08/14-daca-immigration-singer

[4] http://www.letraslibres.com/blogs/frontera-adentro/de-aqui-y-de-alla-apuntes-sobre-los-dreamers-en-mexico-13

[5] http://www.animalpolitico.com/blogueros-blog-invitado/2015/04/14/la-no-validacion-de-estudios-como-politica-de-educacion-en-mexico/

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Retos y oportunidades en el activismo trasnacional de la Red Solidaria Transfronteriza

aleJandra segura iniCiativa Ciudad de méxiCo

La Red Solidaria Transfronteriza de Jóvenes Migrantes Activistas es un consorcio de jóvenes latinoamerica-nos que viven en los Estados Unidos, en México y en los países de Centroamérica. Esta Red fue creada en julio de 2015, cuando cerca de 30 jóvenes se encon-traron en la Ciudad de México durante el Encuentro de Jóvenes sin Fronteras, y tiene como misión trabajar por los derechos de los migrantes y sus familias en los países de origen, tránsito y destino de la región, por una migración y retorno digno, así como por el derecho a la libre movilidad.

Ante su reciente creación, la Red cuenta con una serie de retos. En primer lugar, sus miembros cuen-tan con cierto perfil de liderazgo en el activismo migrante, pero desde distintos enfoques, en as-pectos de la migración específicos, y con diversas experiencias. La respuesta que tiene el sistema político o el aparato de control de cada grupo tam-bién es diferente.

Los activistas que se encuentran en los Estados Unidos, han trabajado durante varios años por la defensa de sus derechos como jóvenes indocu-mentados, por oportunidades para obtener becas y apoyos económicos que les permitan pagar sus

estudios universitarios, por impulsar cambios en las legislaciones como la reforma migratoria y el DREAM Act, por frenar las deportaciones de perso-nas que no califican para alivios migratorios como DACA, entre otros temas.

Ellos han retomado las lecciones de activismo que han marcado cambios importantes en la historia de los movimientos sociales en los Estados Unidos, como las luchas lideradas por Martin Luther King o por Cesar Chávez. La mayoría ha participado en acciones de desobediencia civil, como boicots y arrestos pacíficos, o enviado cartas y llamadas telefónicas a legisladores y funcionarios de ICE. Estos jóvenes han aprendido diversas formas de hacer presión política, sacando provecho de la prensa, las redes sociales y el sistema electoral que permite la reelección de participantes, por lo cual hay mayores posibilidades de dialogar con los tomadores de decisiones.

La forma de actuar difiere en el caso de los jóvenes que se encuentran en México y en los países de Centroamérica. En el caso de México, hay quienes se enfocan en los derechos de los migrantes en tránsito, otros pelean un mayor compromiso político y el respeto a los derechos humanos por parte de las autoridades migratorias. La respuesta del aparato de control puede ser distinta, tanto por parte de la policía al momento de llevarse a cabo el repertorio de acción colectiva, como de los políticos que no tienen el mismo compromiso con la comunidad que los elige, al no existir la posibilidad de reelección.

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En este rubro, también es interesante la expe-riencia de los jóvenes retornados y deportados, pues crecieron y fueron educados en el sistema estadounidense, pero hoy en día tienen que res-ponder a las lógicas del activismo en México. La lucha por la libre movilidad y la revalidación de estudios son los temas principales en los que buscan hacer incidencia.

En el caso de los participantes de los países de Centroamérica, también hay diferencias en torno a las experiencias de activismo de cada uno, así como a los temas que trabajan: desde refugiados, migrantes en tránsito, migrantes en retorno, meno-res migrantes no acompañados, entre otros.

Ante esta diversidad de temas y experiencias de intervención, también existen áreas de oportuni-dad. En primer lugar, el Encuentro de Jóvenes sin Fronteras fue un espacio facilitado por expertos en construcción de acuerdos y cultura de paz, lo cual permitió que los jóvenes compartieran sus expe-riencias, éxitos y problemáticas, en un ambiente de respeto, receptivo y constructivo, entendiendo que las prácticas exitosas de activismo en cierto lugar pueden no tener los mismos resultados en otro.

De igual modo, a través de los tres días de trabajo del Encuentro, los participantes reflexionaron sobre las distintas problemáticas que cada país enfrenta, para poder hacer trabajo desde un enfoque regional que no excluya las necesidades de otros, siendo solidarios y compartiendo los recursos a los que han

accedido. La migración no es un tema unilateral que deba ser resuelto en los Estados Unidos por una Reforma Migratoria, ni abordado por los funcionarios de la Cancillería como un tema de protección para los mexicanos en el exterior; la migración involucra ciudadanos binacionales, migrantes en tránsito, refugiados, menores no acompañados, jóvenes indocumentados, retornados, familias divididas, para algunos es una crisis identitaria por no ser ni de aquí ni de allá, para otros un sentido de perte-nencia por ser de aquí y de allá.

Teniendo conciencia de que la migración es una problemática multifacética y regional, y que después del Encuentro todos volverían a sus respectivos países, los participantes pueden hacer uso de las redes sociales y las tecnologías digitales para dise-ñar e implementar sus estrategias de intervención. El activismo trasnacional es posible hoy más que nunca, puesto que se tiene acceso a una gran cantidad de herramientas tecnológicas que facilitan la comunicación y difusión directa, como Skype, Google Hangouts, BlueJeans, Facebook, Twitter, Youtube, entre otros.

De este modo, el Encuentro de Jóvenes sin Fron-teras sirvió como un punto de arranque para re-unir a jóvenes líderes con distintas experiencias, dispuestos a crear una red trasnacional de apoyo. Esta Red está apenas en su etapa inicial, creando su propia identidad y Porque ser de aquí y de allá, implica organizarse y luchar por los derechos de los de aquí y de allá.

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#DeAquíYDeAllá

edna monroy CiyJa’s southern California regional organizer

This past Wednesday, June 24, 2015 I had the op-portunity of a life time: I was able to return to my beloved Guerrero, México after 14 years since I left at age 12 in 2001. When I first heard about the op-portunity to attend this convening for youth like me that left, are undocumented, have not been able to return, or have already returned or were deported, not only from Mexico but from Central America too, my mind was blown away. Although I hesitated a bit, spoke to Professor Leisy Abrego, who had initially told me about it, and gave me that last push that I needed to give it a try. I listened to my intuition y lo hice; mandé mi solicitud el día antes de mi cumpleaños y se lo dejé al universo. A few weeks later, I got an email saying I had been accepted. I was speechless, and completed my whole advance parole application and paperwork the Friday before I ran my first marathon in March. I seriously felt like everything went by so fast. When I least expected, I was days before going back to México, and ready or not, it was really happening. The night before I couldn’t sleep, not only because of my nervousness, but because I was going to be gone for 6 weeks, tak-ing full advantage of my Advance Parole permit, and because of all the amazing work that was to come through CIYJA here in California, and thinking that I was leaving my team just like that. I was packing at 6am for my 11am flight, and trying to stay as calm

as possible, while writing letters, and answering last emails for work. I was shaking, with sweaty hands, checked my luggage, went through security, and boarded the plane. I just couldn't believe it! Started writing in my journal all my thoughts, with this huge knot in my throat and wiping the tears from my eyes, as people stared, and in my head I thought, trust me, this means the world to me.

After a 3 hour direct flight from LAX to México City, and although a bit impatient to get there already, I kept looking at the little map that tracked where the plane went to, and held my breath as the plane went over the border. I was in deep disbelief and thought to myself if this was really happening. This time I was really going over the border, not looking through the fence from Friendship Park in San Diego anymore. The closest I had been was 2 years ago when we did a border action in San Ysidro and got beat up by CBP, yes, that infamous San Ysidro action while protesting border militarization, and ongoing deporta-tion quota. For many years, I always dreamt myself in my beloved Guerrero, I dreamt of the scents, the colors, the shapes, the memories, my favorite hiding places, the mango, guava, and nanche trees, the breeze, the humidity and the amazing, yet scary, thunderstorms, and I was really going there. I pre-pared myself mentally and emotionally for weeks and

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days, and asked the universe to allow me to just take it all, and leave aside my biases, assumptions, and fears, and just be open to learn, teach, and enjoy life, enjoy this opportunity. As we landed, all these things went though my mind, is my Spanish good enough? Would I be able to adapt? Would I be judged? Would I be accepted? What if I’m kidnapped? And what about these ongoing desaparaciones forzadas y femicidios? Would I be able to do anything about it? I don’t want to be this tourist in my own country, so would I be questioned about my legality like in the US, and my sense of belonging? Y todavía no me caía el veinte, y pensé, pues solo he estado en el DF dos veces anteriormente, la primera para comprar mercancia para vender en Cocula como vendedores ambulantes, y la segunda en el 2001 al tramitar nuestras visas y ser negadas por no tener cierta cantidad en el banco o propiedad, meses an-tes de migrar a Estados Unidos. It was all just too surreal. We landed, I was scared and distrustful, I had to watch my back and rely on my hood radar, the one that always tells me what’s up. I met my cousin, and he pretty much gave me the 1:1 about survival in México. He shared with me his story, living in Wisconsin for several years, and being deported back to México, how he adapted, and explained to his daughter, a US citizen, and the situation. Everyone just being surprised, and asking what I was doing here. ¿Pero, qué haces aquí? Tía, es una historia algo complicada la cual le tendré que explicar paso por paso. Keeping it real, breaking down what’s like to live in the US as an undocumented immigrant, what was DACA, what is advance parole, and how

we got there, and our resistance as people of color in a very racist country that erases our humanity.

I spent the first week en Ecatepec, el Estado de México, and the first thing I told myself, I will never complain about LA traffic again after seeing what traffic is really like, but at the same time it was a huge culture shock seeing so much US consumerism. Life is much simpler in México, and yes it’s hard, but it’s all about survival, hustling and learning. Getting to know so many amazing people from various parts of the world was such a grounding and very humbling experience; we were not only connecting with one another, we were teaching and sharing each other’s world and experiences with one another. Hearing pro-fessors, researchers and fellow organizers articulate their work blew my mind, and I learned their lingo, our organizer’s lingo. La forma en que estrategiamos, organizamos y compartimos fue increible. Nunca en mi vida habia escuchado muchas de estas palabras y frases, y la forma en que l@s compañer@s com-partieron sus desafios al organizar en lugares donde no siempre tienen el apoyo sufiente realmente me hizo entender mi propio privilegio como organizadora en Estados Unidos, en California y en Los Angeles. Esta oportunidad me permitió aprender muchisimo y realmente verme algun día cercano mudarme a México. ¿Por qué no? After learning and network-ing with lots of amazing people, and coming up with some tangible and concrete next steps, I was able to finally re-unite with my family. I was nervous, overly excited, and also watchful. At the convening, I was the only mujer from Guerrero, and although many

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worried about me given all the violence and repres-sion, deep in my heart, I knew everything was going to be okay.

During the 3-hour bus ride, I wrote in my journal, took pictures, and admired all the cerros, árboles, plantas, subidas, bajadas, curvas and just all the green. I seriously hadn’t seen so much green in my entire life, and the blurred memories, recuerdos, were coming back as I pieced them together. As I arrived to Iguala de la Independencia, where I was born, and waited for my aunt to meet me, the warm and humid breeze hit me, the smell of gorditas, nanches, and chicharrones embraced me, and the colorful aguas frescas awaken me. I was from a 45-minute urvan ride away from my beloved Cocula, from my abuelitos, this magical place that grounds me and re-energizes me. I took pictures from all the cerros, toda la naturaleza, las vacas cruzando las carreteras, el letrero que anunciaba Cocula, y al mismo tiempo, los puntos de revisión de la marina Mexicana entre Iguala y Cocula. I was in shock! It felt like we were in a warzone, en una guerra de represión. You can just feel it, you can feel the power dynamics, y que sólo tienes que bajar la mirada cuando los soldados nos miraban a los ojos, pero ¿por qué? Me pregunté. No quieres llamar la atención, no quieres que te revisen, y tienes que guardar la calma. As I reflected on this experience, I realized there are many Mexicos. What the media portrays, what it’s like on the other side of the border, and what it’s like on this side of the border, the complexities, the intersectionalities, and the fact that we’re much more than just mestiz@s. I

was finally to able to reunite with my maternal grand-parents, the only ones I have left, and the ones that cared for me when I was little growing up in Cocula as I helped my parents with our jobs as street ven-dors vendiendo flores y juguetes. For the remaining of the weeks, I spent lots of quality time with my family, talked about the many things that happened in the last 14 years, and also visited many places that I never visted before, but only heard in books and news, like Ayotzinapa y la Costa Chica, where the largest community of Afro-Guerrerenses reside. I never felt this free before, despite heavy military and police presence; I was able to be who I wanted to be, rock my wavy/curly mane in the humidity, and not have to explain to others why I stopped shaving. I felt so humbled and re-energized as people opened up their homes, welcomed me, and shared the little they had. People were genuinely happy, enjoying life, enjoying the present, and not living in the past or worrying about the future, or stressing out for what they don’t have, like oftentimes we do in the US.

As my time ran out, and I prepared to head back, I felt very grateful and appreciated all the beautiful and amazing experiences I got to live. Porque las despedidas siempre son dolorosas. I was living my parents’ dream, the dream of many undocumented sisters and brothers that will never have the oppor-tunity to return, this yearning of missing what’s left, what’s gone, and might never come back because things and times have changed. But what will never change is our love and gratefulness for what we’ve been through, what grounds us and makes us who we

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were, keeps us going. Porque yo soy de aquí, el sur centro de Los Angeles, y soy de allá, Cocula Guer-rero, México. Waiting for 2 hours to get my advance parole permit approved, and going home at 3am, I felt vulnerable, but understood the power dynamics as I was the only mujer left, and all the officers were white males. But I held it down. Esta experiencia es inolvidable, y yo sé que regresaré muy pronto, and like never before will continue to fight for our right to be free, free to be where we want to be not having to explain ourselves every time, do what we love to do, ser de aquí y de allá y de donde quiero ser sin que estas fronteras y política dicten nuestra felicidad. ¡Hasta la victoria siempre!

Ser de aquí y ser de allá

elizaBeth Cervantes southwest suBurBan immigrant proJeCt (ssip)

As much as I consider myself Mexicana and Ameri-can, I have also felt invisible for almost 20 years. I was born in a country that only has record of my birth, but nothing proving I have existed since; and I lived in a country that didn’t acknowledge I was ever born, but has records of an entire life lived, from school report cards to tax return files.

This summer, I had the unique opportunity to return to Mexico, the country where I was born, after 22 years, with the use of Advance Parole— according to United States Citizenship and Immigration Ser-

vices, advance parole is a document that “allows an alien to physically enter into the United States for a specific reason.” So, I guess I haven’t been invisible, just that I’ve been known as an alien all those years. Allow me to add some background.

When I was four years old, my father, a mariachi musician of 45 years, decided that staying in our hometown of Zamora, Michoacán was not a sus-tainable plan for our family. In the early 1990s, mariachi musicians worked under and by union regulations, additional to excessive membership fees. My father became an “irregular” worker after failing to stay current with his fees, and was con-sequently admonished and banned from his right to work throughout the Mexican nation. The idea that my father became an “irregular” worker in his own country boggles my mind to this day. So, my father decides that Chicago could be a home for us and we establish there in 1993, leaving Mexico and our extended family behind. I grew up then, completely foreign to the idea of going over to your grandparents’ home for Christmas dinner or for fam-ily birthday parties. Other than that, I lived a pretty normal childhood, until my adolescence when I found out I did not have the same rights as every one else. I found refuge and a voice through orga-nizing, and owning my experience as well as my multiple identities.

While organizing, I learned to set long-term and short-term goals for change in my community, rang-ing from full-scale immigration reform to temporary

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drivers’ licenses for undocumented persons in my state of Illinois. However, going back to Mexico, to reconcile with the place that had seen us be born, and reunite with our families, had never crossed our minds or our agendas— it didn’t seem possible without immigration reform. Then, we learned about Advance Parole. This special consideration was extended to DACA recipients in 2012 (Deferred Action for Childhood Arrivals, a program specifi-cally designed to provide temporary relief to young undocumented immigrants or undocumented im-migrants who entered the U.S as children). For the first time, under this temporary protected status, we contemplated the idea of returning home, as part of our call for change. Beyond a personal quest, the idea of returning to Mexico became an opportunity to share the empowerment and transformation we had undergone through becoming politicized and putting our lives and stories, as undocumented youth, at the forefront of the fight for justice.

In 2014, I learned of the rather difficult experiences of “Los Otros Dreamers.” It was then when I real-ized that the movement that I had been a part of was much broader than us. There were youth, probably that I had grown up with in the U.S, who had returned to Mexico or had been deported, and have been facing new challenges and challenging the systems back.

On July 1-3, through the encounter for youth without borders (Encuentro de Jovenes Sin Fronteras) in

Mexico City, I met several of the members of the “Los Otros Dreamers” network, as well as young powerful activists working in Mexico and Central America for the rights of all migrants. As I listened to their stories, their struggle, their work, I realized that I could be in any one of their shoes, and that shook me to the bone. In that moment, I became less concerned with my own personal struggle, and more understanding of my privilege at another level. Their activism, through the stories of “Los Otros Dreamers” and the stories of Central American migrants that are continuously moving, reinforced my story, and I was able to make sense of the big-ger issue and the bigger picture. My own personal story of lucha was weaved into a fabric of resistance and resilience, and it motivated and re-energized my personal commitment to the movement, as an organizer and leader in my community. I returned to Chicago, with a revived sense of hope for change, and as part of a work plan and agenda that literally stretches across two borders. I never held on so tight to the idea that organized numbers can change the world, as much as now.

Being in Mexico after 22 years, breathing in the air once again, talking and connecting with its people, learning that the struggles there are also a part of me, helped me realize that place (even though I’m more than two thousand miles away now) is still my home, and that even though time has passed, I still belong. It’s such a beautiful thing to be able to claim, that a human being can be of two or more

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places. Returning to my home state, Michoacán, and meeting the family I left when I was four years old, and realizing I am so much like my grandmother, gave me a place in the world. But the best part of this encounter with other powerful youth activists, was the encounter with myself that I was able to experience. All of a sudden, I am less concerned with my individual identity, less concerned about figuring out, deciding if I am Mexicana, Mexican-

American, or binational. Better yet, I’m of here and there, de aquí y de allá. I am part of something big-ger— a vision of the world in which migrant youth, and migrant youth’s families are able to: move freely across borders to work, live, and play; contribute to the fabric of multiple societies; impact policy at a local, national, and international level; and build communities where the safety of all individuals is the top priority.

Leaving dreams, living chains | Leaving chains, living dreams

isaias guerrero CaBrera* aCtivista

Coming from Colombia and being in the country without a social security number for 14 years has given me first-hand experience of the effects of inaction by the federal government to acknowledge how current policies have alienated, ignored, exploi-ted and victimized members of the undocumented community. Being unrecognized by the government and having to interact with institutions, has created an ambivalent yet creative sense of living in my community. A sense of living that will continue to organize our community so that our collective voices will create the laws and implementation needed in order to belong, contribute and be recognized equally in all institutions in society.

My mind as undocumented had shut down the possibilities of going back to Colombia, much less

leaving the United States up until 2013 when the undocumented student movement pushed Obama to provide Defferred Action for Childhood Arrivals (DACA) in 2012. I was excited to be able to drive and work legally and felt the after taste bitterness when I had to tell my dad about my uncle’s death and see in his eyes the disappointment of not being able to attend his funeral because he’s still undo-cumented.

I relate to the institutionalization felt by inmates who live in jail for so long, that once released have to ask for permission to use the restroom because they have been conditioned. Afraid of the immigration checkpoint at the Mexico City airport, feeling I am a criminal for migrating even though I now have Advance Parole. A permit that allows DACA reci-

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pients to leave the U.S as long as it’s for educational, business or humanitarian reasons.

I reflect on the sense of entrapment and perse-cution caused by Obama’s deportation policies, and the conservative backlash characterized by anti-immigrant legislation backed by back door lobbying in state legislatures. This was the main caused for thousands of undocumented students to see organizing as the only avenue to defend our communities. The sense of empowerment started when we yelled:

“Undocumented and Unafraid”, “Education Not Deportation”,

“When our communities are under attack, what do we do? Stand up fight back!”

Face to face with the police, immigration agents, politicians and other officials, students and their fa-milies gave rise to the “new civil rights movement” as Angela Davis ex-Black Panther claimed at the 2012 Dream Graduation in San Francisco, California.

Beyond changing policies, we realized that when our pain became public, we were challenging the hypo-critical narratives that celebrate the United States as a democratic country. Undocumented student organizing revealed how legal mechanisms would serve as a façade for Correctional Corporation of America (CCA), one of the biggest private prison companies to negotiate with state legislators to pass anti-immigrant laws to keep the jails full.

We chose when to be arrested, not them, and this ironically was liberating.

Because of neo-liberal policies present in the Uni-ted States, it has become easier for corporations to find ways of cutting concerns and accumulate more wealth. Such is the case for the privatization of correctional facilities in the U.S. headed by the Corrections Corporation of America (CCA) who spent $15.8 million dollars lobbying congress sin-ce 2005 and has an annual revenue from federal contracts of $752 million dollars1.

The power that CCA has built not only is seen in federal contracts but most alarming, is present on laws that keep the cycle of incarceration going. The 34,000 bed quota mentioned above, the crimina-lization of youth offenses such as skipping school and longer jail sentences for minor drug offenses keep the beds full.

What is most alarming is the rate in which CCA is expanding its reach to other populations. In Florida, 100% of juvenile facilities are run by private corpo-rations as well as 20% of federal prison population are handled privately2.

The fact that corporations are being able to influence the decision making process that in turn creates profit out of people’s lives, is a direct attack on the democratic values of the United States that further alienate poor communities of color, strengthen struc-tural violence mechanisms and threaten stability for

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the U.S. These issues are to be paid attention to, before the exacerbation of racial tensions become so untangled that violence is the only tactic left for marginalized communities.

That is why I leave Indianapolis, Indiana my home-town for 15 years to Mexico City to meet 28 young people representing the American contingent and embodying the migrant struggle. My first interna-tional flight after 14 years of living in the “Jaula de Oro” I hear the Tigres del Norte mumble; “Even if the cage is made of gold, its still a cage.”

We carry in our hearts thousands of stories of mi-grants that remind us of the need to migrate with dignity, and most importantly for migration to be an option and not the only solution. Thus, we chose to meet to create a regional movement of immigrant students that dealt with immigrants in countries of origin, transit, destiny and return. Understanding the inadequate response by different countries, we understand that a regional response is the way of tackling immigration from the root.

The Transborder Migrant Activist Youth Solidari-ty Network seeks to influence legislation in favor of immigrant communities in all of the American continent. Beyond the political power, the network has the potential to provide transnational spaces to expose and transform the painful experiences of alienation, migration, deportation and fear.

Meeting and standing alongside these young people has brought a sense of purpose and inspiration for my life and my vocation. I am forever grateful to them for opening up and for working with hope of transforming their communities through non-violent means with a transnational scope.

1 William Selway and Margaret Newdrik. Congress Mandates Jail Beds for 34,000 immigrants as Private Prisons Profit. Bloomberg. 2013.

2 IBID, p. 2.

* Isaias Guerrero Cabrera graduated from the University of Indianapolis with degrees in international relations and sociology and is now doing his Masters on International Peace and Policy at the University of Notre Dame. He has worked with the Indiana Undocumented Youth Alliance in Indianapolis and recently served as the manager of an immigrant rights campaign, collaborating with the Archdiocese of Indianapolis and Indianapolis Congregation Action Network.

Centroamérica: origen, tránsito y destino de personas migrantes

leisy aBrego, profesora ChiCana and ChiCano studies universidad de California, los ángeles

Berta guevara, aBogada grupo de monitoreo independiente de el salvador –gmies-

Para centro América, los últimos años han sido muy dinámicos, ya que deja al descubierto mu-chas bifurcaciones entre los planes nacionales de Desarrollo, las cotidianidades comunitarias y familiares.

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Si bien al hablar de migración no podemos referirnos a una causa específica, estaremos de acuerdo en enfocar que este, más bien, responde a problemas estructurales que se refleja en problemas econó-micos, violencia, persecución financiera, y falta de oportunidades.

La región centroamericana, como ruta migrato-ria responde a tres fenómenos: origen, tránsito y destino de personas migrantes. Estimaciones de diversas fuentes, calcula que en el 2012 (1), más de cuatro millones de personas originarias de Centroamérica se encontraban en condiciones de migrantes internacionales en diferentes países.

En la movilidad de la población centroamericana predominan los flujos migratorios internos, así como los desplazamientos intrarregionales, principalmen-te de carácter transfronterizo, binacional, temporal y con propósitos laborales; en este caso, siendo: Costa Rica, El Salvador y Belice, los países que mayormente se nominan como de destino por su atractivo económico y de seguridad, en compara-ción de sus países de origen. Actualmente este proceso migratorio interno e intrarregional ya no solventa las necesidades, económicas, sociales, culturales, laborales, educativas, entre otras de las poblaciones, por lo que se ven orillados a buscar su destino en otras naciones y principalmente, Es-tados Unidos y México, que en los últimos años ha pasado de ser un país de tránsito a un país destino para las personas centroamericanas.

Para las y los centroamericanos que logran entrar a Estados Unidos, la situación es aún crítica. Desde el verano del 2014, se desencadena un impulso mal pensado y pobremente desarrollado que juega a la política con las vidas de personas que deberían calificar para asilo político y protección legal.

Es alarmante que el gobierno del Presidente Oba-ma haya reaccionado tan rápida y negativamente para acelerar las detenciones y deportaciones de personas que son, verdaderamente, refugiados y no migrantes indocumentados. En vez de seguir los protocolos internacionales de derechos hu-manos que requieren la protección de refugiados, Estados Unidos nuevamente le niega protección a esta nueva ola de movimiento de personas desde Centroamérica.

Miles de personas, incluyendo niñas y niños, han sido detenidas por meses en centros de detención, sin posibilidad de ser representados justamente en corte para presentar sus casos de asilo. El sistema que se está utilizando para procesar a estos me-nores y a estas familias detenidas está basado en exámenes extra-judiciales que niegan el derecho al debido proceso garantizado a los migrantes en especial a aquellas personas pertenecientes a ca-tegorías protegidas, debido a que vienen huyendo de la violencia. Es por esto que ya se están dando las deportaciones imprudentes de menores que en otras circunstancias quizá podrían pedir asilo, ser elegibles para el Estatus de Inmigrante Especial Juvenil, (SIJS, por sus siglas en inglés), o algún

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otro tipo de reclamo o protección judicial. Es por esta razón que ya se conocen casos de personas deportadas tras ser detenidas, que sufrieron muerte al retornar a sus países.

Pero también es importante reconocer que son personas que resisten el tratamiento que reciben. Las madres centroamericanas que han estado dete-nidas por varios meses en los centros de detención familiares se han organizado, escrito cartas abiertas al Presidente Obama, y hasta llevado a cabo dos huelgas de hambre que recibieron atención inter-nacional en medios de todo el mundo. Las y los jóvenes que han logrado salir de detención también se rebuscan para encontrar servicios legales para pelear sus casos. Y la comunidad centroamericana que ha vivido en Estados Unidos desde los años 80 se une en solidaridad en este nuevo momento de injusticia en nuestra comunidad.

La labor de dar protección integral a los derechos humanos de las personas migrantes no solo recae en los países destino, también es una responsabi-lidad para los Estados de origen en la protección integral de los derechos humanos de sus nacionales migrantes; aunque salga del marco territorial del país, el Estado es el garante de proteger a sus na-cionales más allá de las fronteras, así lo establecen las normas internacionales y las Constituciones Políticas centroamericanas. Pero sin embargo, éste apoyo o responsabilidad no es aún sensible ante los casos masivos de detenciones y deportaciones,

muertes y persecuciones, y mayormente alarmante el hecho de que cada día exista una ola imparable de personas: niños, niñas, jóvenes, familias enteras, saliendo o huyendo de sus países de origen.

Al unificar el criterio de que la realidad migrato-ria pese a que responde a cada contexto, no es aislada de sus causas o consecuencias, por lo que para atender al fenómeno de manera integral, debemos considerar el hecho de tener un enfoque y respuesta regional (centroamericana) desde go-bierno, sociedad civil, organismos regionales e internacionales. Por ello y para ello, insistimos en la urgente necesidad de una política migratoria integral centroamericana que incluya el reconoci-miento el estado multidimensional y la complejidad del fenómeno migratorio en la región; el impulso de la persona migrante y sus familias como actores sociales; y la promoción a nivel nacional y regional políticas de desarrollo integral que garantice el goce de los derechos económicos, sociales, políticos, culturales y ambientales conocido por sus siglas como (DESCA).

(1) Migraciones y derechos laborales en Centroamérica: Características de las personas migrantes y de los mercados de trabajo. Facultad La-tinoamericana de Ciencias Sociales de Costa Rica. Morales Gamboa, Abelardo. 2012.

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Expulsa EU 500 mil 'dreamers' a México*

eileen truax periodista

cerca de 500 Mil Jóvenes de origen Mexicano han sido deportados desde estados unidos durante los últiMos 10 años. de Modo forzado o voluntario, vuelven a México y se encuentran con que en su país de origen son taMbién, en Más de un sentido, extranJeros: no doMinan el idioMa, no conocen a nadie, no reciben orientación ni apoyo por parte de las autoridades. ¿cuál es la historia de estos otros dreaMers que intentan rehacer su vida en una tierra que es la suya pero no los reconoce coMo propios? ¿qué retos enfrentan? ¿cóMo lidian con su condición binacional? el universal, la división de estudios internacionales y la Maestría en periodisMo y asuntos públicos del cide presentan, baJo los auspicios de la fundación ford, esta investigación sobre una probleMática que deManda la atención de los gobiernos tanto de México coMo de estados unidos.

Uno de cada cinco de los 1.8 millones de mexicanos que las autoridades de inmigración estadouniden-ses han deportado en los últimos diez años, ha regresado a México cruzando esa puerta. Esas más de 350 mil personas llegan a un sitio que la mayoría no conoce, en donde no hay un indicio de dónde pasar la noche, dónde encontrar la siguiente comida, qué hacer ahora. Algunos son deportados unas horas o pocos días después de haber cruzado hacia Estados Unidos y son detenidos por la migra en pleno intento de llegar a una ciudad grande donde puedan mimetizarse; si acaban de estar en el lado mexicano de la frontera, cuando son

Los Ángeles, California.

La garita de San Ysidro es el cruce fronterizo más transitado del mundo. El punto que conecta Tijuana y San Diego recibe cada año a más de 30 millones de personas que van de México hacia Estados Unidos. También es el que recibe la mayor cantidad de deportados en el sentido opuesto. Los llevan en autobuses desde un centro de detención, con fre-cuencia en San Diego o en Los Ángeles, y los bajan en la línea junto a una puerta giratoria de barrotes horizontales de metal. Uno a uno los deportados ingresan en ese tiovivo metálico. Al salir, ya están en territorio mexicano.

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deportados más o menos saben a dónde moverse. Otros han pasado toda su vida en Estados Unidos; han crecido, estudiado, hecho amigos, iniciado una vida profesional y proyectado su futuro en este si-tio, hasta que un día los “regresan” a un lugar que les es desconocido. A estos jóvenes adultos, que llegaron como indocumentados siendo niños, se les conoce como dreamers.

Aunque técnicamente los dreamers son extranjeros indocumentados en Estados Unidos, también pue-den definirse como jóvenes estadounidenses sin un documento que les reconozca dicha identidad. Son estadounidenses como consecuencia de una decisión familiar de migrar a ese país de la que ellos, en la mayoría de los casos, no tomaron parte. Inician una vida familiar, social, y académica a la que pronto se adaptan, como cualquier otro chico o chica de su edad. Su infancia transcurre en relativa calma, hasta el día en que se gradúan de la prepa-ratoria. Entonces, en el momento de pensar en el futuro, enfrentan una disyuntiva: pueden hacer una carrera universitaria en Estados Unidos –pagando elevadas tarifas, ya que no cuentan con los apoyos financieros a los que tienen acceso los residentes o los ciudadanos– y bajo el permanente riesgo de deportación que ello implica– aunque saben que no podrán trabajar legalmente cuando terminen; o pueden volver a su país de origen y tratar de ingresar a la universidad ahí.

Quienes eligen la segunda opción tienen que ha-bérselas con burocracias que les impiden seguir

desarrollándose; con múltiples dificultades para incorporarse a un sistema que conocen poco o nada y, en ocasiones, con una sociedad que los rechaza por venir de otro país. La falta de dominio del idioma español, la ausencia de referentes culturales y la lentitud del proceso de adaptación, se convierten en obstáculos aún mayores que los que enfrentaron en el país donde eran indocumentados. La sensación de falta de pertenencia crea una crisis de identidad y frena su crecimiento personal y profesional.

Además del posible retorno voluntario, existe otra situación que comúnmente padecen estos jóvenes: el regreso a su país de origen como producto de una deportación. Entonces la inexistencia de mecanis-mos efectivos para facilitar su incorporación es la principal limitación para reiniciar su vida. Llegados a Estados Unidos a corta edad, algunos incluso a meses de haber nacido, en ocasiones los drea-mers no recuerdan su país de origen ni conocen a nadie. “Vuelven” a un país que les es ajeno, en el que tampoco tienen documentos y en el que ni gobierno ni sociedad están listos para recibirlos.

Reclutados en call centers.

Nancy Landa es "migrantóloga". El término, acuña-do por un grupo de académicos dedicados al estudio de la migración encabezados por Leticia Calderón Chelius, jefa del área de Sociología Política y Eco-nómica del Instituto Mora en la ciudad de México, le viene a Nancy como traje a la medida. En 2014

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finalizó una maestría en Migración Global en la Universidad de Londres, pero su conocimiento del fenómeno va más allá de esa credencial académica: Nancy ha vivido personalmente los claroscuros de la experiencia migrante y las consecuencias de la falta de políticas públicas para apoyar a esta población. Ella misma es una dreamer. Llegó a Estados Uni-dos cuando era apenas una niña, y fue deportada a México –por Tijuana, la garita de los viajes sin retorno– 20 años más tarde. Su experiencia la llevó a reiniciar su vida en México, un país en el que no tenía nada y no conocía a nadie, y a descubrir que era extranjera, una alien, también en su país de origen. A diferencia de otros migrantólogos, Nancy es experta en el fenómeno migratorio desde sus dolidas entrañas.

La familia de Nancy migró a Estados Unidos cuando ella tenía 9 años de edad y su hermano 7. Casi no recuerda su infancia en México, apenas las condi-ciones de carestía y el hecho de que su padre se iba a trabajar por largas temporadas al otro lado, a California, para enviar dinero a la familia. Pero cuando regresaba a México no le alcanzaba para nada, así que un día decidió ya no volver. La madre de Nancy les anunció entonces que se se irían con él. Era abril de 1990.

La familia cruzó por Tijuana, llegó a la zona metro-politana de Los Ángeles, y se asentó ahí. A pesar de no hablar inglés, los niños Landa se adaptaron rápidamente y empezaron a ir a la escuela de ma-nera regular, a rehacer su vida. La niña Nancy se

convirtió en la joven Nancy que entró a la universi-dad, fue presidenta de la Asociación de Estudiantes y se graduó con honores.

Mientras eso ocurría sus padres, conscientes de la situación que sus hijos indocumentados enfrenta-rían al terminar la escuela o al solicitar un trabajo, empezaron a buscar asesoría legal. Cayeron en manos de una notaria que hacía mancuerna con un abogado, y quien les dijo que presentando una solicitud de asilo político, la familia podría quedarse legalmente en el país. Este recurso, utilizado con frecuencia por abogados sin escrúpulos que co-bran grandes montos por el trámite, sólo funciona para quienes llegaron a Estados Unidos huyendo de un peligro de muerte. Al inicio del proceso se otorga a los solicitantes un número de seguro so-cial y un permiso de trabajo temporal mientras un juez decide su situación; pero una vez que resulta imposible probar el “miedo creíble” –término legal en el proceso de asilo–, los solicitantes son depor-tados. De esta parte se enteran las familias hasta que reciben una orden de deportación; usualmente para ese momento ya han perdido el contacto con los abogados.

Este fue el caso de la familia Landa: por unos años, mientras se resolvía el caso en cortes, Nancy pudo finalizar su carrera universitaria e incluso obtener un empleo; hasta que la solicitud fue negada. Esto provocó que el estatus migratorio de la familia que-dara en evidencia. La única esperanza para Nancy y su hermano era que, antes de ser deportados, el

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Congreso aprobara la ley DREAM Act, “congelada” desde el año 2001, pero eso no ocurrió: en 2009 los agentes de Inmigración llegaron primero.

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En agosto de 2001 se presentó en el Congreso de Estados Unidos la iniciativa de ley conocida como DREAM Act. La palabra dream, sueño, es un acrónimo de Development, Releif and Education for Alien Minors (DREAM) Act. Esta propuesta legis-lativa busca solucionar la situación migratoria de más de un millón y medio de jóvenes que llegaron a Estados Unidos como menores de edad indocu-mentados. Algunos de los requisitos para acceder a dicho beneficio son haber llegado al país antes de los 15 años, haber permanecido al menos 5 años en él y completar 2 años de educación superior o de servicio en las fuerzas armadas, y no contar con antecedentes criminales. La iniciativa se ha sometido a votación varias veces a lo largo de los años, pero sin lograr el consenso necesario para su aprobación. En 2010, la ocasión en que ha estado más cerca de convertirse en ley, se quedó corta por cinco votos en el Senado.

Dado que la propuesta no ha logrado convertirse en ley, los jóvenes dreamers siguen lidiando con la ame-naza de la deportación, con la dificultad para seguir estudiando en Estados Unidos y con la perspectiva de una vida sin personalidad jurídica. Más del 70% provienen de México. Para ellos, volver a su país para continuar sus estudios debería ser una opción.

Actualmente todos los niños que viven en Estados Unidos, sin importar su estatus migratorio, reciben los primeros 12 años de educación de manera gratuita, pero no existe en la ley una alternativa para que los estudiantes puedan regularizar su situación migratoria ni apoyos financieros para que sigan estudiando después de la preparato-ria –es decir, pueden ir a la universidad, pero por no tener acceso a los apoyos financieros de ley, deben hacerlo pagando tarifas como extranjeros, montos que resultan muy elevados para una familia indocumentada–. Esta “laguna” legislativa afecta a más de 700 mil jóvenes indocumentados mayores de 18 años, y a otros 900 mil menores que se en-contrarán en un limbo legal una vez que lleguen a la mayoría de edad.

El 15 de junio de 2012 el gobierno de Barack Oba-ma anunció un programa de Acción Diferida para Menores, conocido como DACA, para que, siguien-do criterios de selección muy similares a los de la DREAM Act, los Dreamers pudieran tramitar un permiso de trabajo con vigencia de dos años y un número de Seguridad Social. Esta medida los protege de un posible proceso de deportación, les otorga acceso a algunos financiamientos para quienes deseen seguir estudiando y les permite trabajar legalmente. Sin embargo, está lejos de resolverles su situación migratoria, ya que no otorga una residencia temporal o permanente ni un camino a la ciudadanía. La medida, además, es reversible en cualquier momento.

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A Nancy la detuvieron un 1 de septiembre. A las 11:00 de la mañana ingresó al centro de deten-ción en Los Ángeles y seis horas más tarde fue transportada a bordo de un autobús blanco, sobre el Freeway 5, que llega a la frontera con México. Momentos antes de cruzar, las autoridades esta-dounidenses le dieron un documento con su número de alien, de extranjero deportado, y una bolsa de papel donde encontró las pertenencias que llevaba cuando fue detenida. Cruzó la puerta giratoria de metal y un paso la separó del mundo que conocía. Bienvenida a México.

“Te enfrentas a un mundo de obstáculos porque en realidad tienes que empezar toda una vida en un país que es tuyo y según tienes derecho, por ser mexicano, a todo lo que te ofrece”, recuerda Landa.

Morena, curvilínea, con una cabellera negra y larga que crea un marco ondulado en torno a su mirada brillante, la encuentro sentada junto a un ventanal enorme que se llena con las líneas rectas de una calle en el centro de la Ciudad de México, el lugar donde reside hoy, a 5 años de su deportación.

“El problema es que llegas y no tienes documen-tación. Muchos de nosotros que estuvimos 10, 20 años allá, a veces lo único que tenemos es un acta de nacimiento, pero aquí necesitas más para em-pezar a trabajar. Por ejemplo, para todo te piden tu credencial del IFE, y al no contar con ella demoras

en tener lo básico para rentar un departamento o un espacio donde vivir, buscar un trabajo, sacar un pasaporte, revalidar tus estudios; es como un efecto dominó con todos los retos que enfrentas por no tener documentación”, explica.

Nancy se encuentra hoy en una situación muy diferente, pero aún deja entrever su frustración cuando habla del tema: de las trabas institucionales y, sobre todo, del reto social.

“Es difícil para muchos que ya tenemos un nivel de capacitación, llegar a un trabajo y que puedas ejer-cer tus habilidades, especialmente porque todo se mueve siempre con conexiones y a quién conoces; aquí en México se da más. Entonces, cuando vie-nes de una comunidad, o tus papás vienen de otra categoría socioeconómica y tú ya quieres ejercer tu carrera si la terminaste allá, es difícil”.

A pesar de haberse graduado con honores en Ad-ministración de Empresas en la Universidad de California Northridge (CSUN), y de tener experiencia laboral en organizaciones civiles y en instancias de gobierno, Nancy tuvo que entrar a trabajar contes-tando llamadas telefónicas en un call center, una labor para la cual estaba sobrecalificada. Más tarde descubriría que estos sitios, centros de atención de llamadas telefónicas para grandes empresas estadounidenses que dan servicio desde México u otros países para bajar los costos de operación –pues pueden pagar salarios menores que los que pagarían en Estados Unidos–, son los lugares de

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trabajo de buena parte de quienes regresan al país en una situación como la de ella.

No existen suficientes datos estadísticos que permi-tan determinar las características de los migrantes retornados por grupo de edad. Sin embargo, Jill Anderson, becaria del Centro de Investigaciones sobre América del Norte de la Universidad Nacional Autónoma de México y autora de Los otros Drea-mers (2014), libro que analiza este tema, calcula que cerca de 500 mil jóvenes entre 18 y 35 años han vuelto a México desde 2005 y después de haber vivido en Estados Unidos durante 5 años o más; éste último es, precisamente, uno de los criterios para ser considerado como dreamer.

Para quienes vuelven a México después de ha-ber pasado la mayor parte de su vida en Estados Unidos, dadas las dificultades para comprobar su experiencia laboral o para revalidar sus estudios, así como la frecuente falta de dominio del español y/o de referentes culturales básicos, los call centers son una solución ideal. Basada en sus conversaciones con administradores de estos centros, Anderson estima que, al menos en la ciudad de México, 60 por ciento de quienes trabajan en estos sitios son deportados o retornados de Estados Unidos.

“Los call centers te ofrecen una oportunidad para empezar a trabajar y muchas veces pueden ser flexibles en ese aspecto porque hay otros tipos de trabajo en los que te piden experiencia en Méxi-

co, y si no has vivido en México o tenido nada en México cómo vas a aplicar para un trabajo así”, explica Landa. “Se enfocan en tu habilidad de ser bilingüe y, en términos de salario, te pagan más que si trabajas como laborador en una maquila, por ejemplo. Pero lo que hemos notado con com-pañeros es que muchos no te ofrecen un trabajo permanente. Es por contrato cada mes o cada dos meses y son outsourcing. Entonces tus derechos como trabajador son limitados, no te dan el IMSS u otros beneficios que por ley te tiene que dar una compañía aquí en México. Y no hay sindicatos, ese es otro problema; si lo planteas, te despiden. Tra-tan de tener un ambiente donde no puedas hacer ‘grilla’, como dicen aquí en México”.

Para Nancy, existe otro factor relevante que dificul-ta la inserción laboral en México: la discriminación. “Tratas de no escucharte pocho, o de afuera, y eso es difícil. El trato de la gente aquí con quien no se escucha mexicano es fuerte y te perjudica. Muchos hemos compartido historias de discriminación para encontrar empleo, o en la forma en que te tratan las instituciones cuando acudes para un trámite”, expone.

A la falta de sensibilidad social se suma la ins-titucional. Una queja común entre los dreamers deportados o retornados es que no existe ningún tipo de orientación, información o guía para quie-nes regresan al país y deben realizar una serie de trámites. Quienes están familiarizados con el uso de internet y dominan el español pueden encontrar

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información en los sitios electrónicos de las depen-dencias del gobierno mexicano, aunque no siempre son muy amigables para sus usuarios.

“Pero muchas veces te encuentras que cuando ya acudes a la oficina, el trato o la información como que…” Nancy hace una pausa, busca la forma de expresar lo que quiere decir. “Yo tengo otra concepción de lo qué es un servidor público en Estados Unidos, y es muy diferente a lo que es un servidor público en México. Aquí te tratan como si te estuvieran haciendo un favor en lugar de servirte y darte la información que necesitas”, explica.

En su investigación sobre los dreamers, Anderson ha encontrado otro elemento común que les afecta: la dificultad para revalidar estudios. Un reporte publi-cado por el Consejo Nacional de Población (Conapo) y la Fundación BBVA Bancomer, indica que el 43.4 por ciento de los mexicanos entre 18 y 35 años de edad que retornaron en 2012 habían realizado estu-dios de preparatoria, se habían graduado o incluso contaban con algún grado universitario.

“Un empleo formal, así como la admisión en las universidades públicas y privadas, requiere la reva-lidación del certificado de preparatoria de Estados Unidos”, explica Anderson en la introducción de su libro Los Otros Dreamers, un compendio de testimonios y fotografías de 26 Dreamers depor-tados o retornados a México. “Para cumplir con los requisitos, los jóvenes deportados y los que regresan a México deben presentar los certificados

y diplomas de su educación primaria, secundaria y preparatoria con una apostilla internacional, emitida en la entidad federativa estadounidense en la que fueron realizados, así como la traducción oficial de tales documentos, que suele ser muy costosa (…) Sin una red de apoyo trasnacional, recursos económicos, la determinación para enfrentar un sistema de gobierno extraño que suele parecer impenetrable, y un poco de suerte, muchos de los jóvenes deportados y retornados son confrontados con una realidad desconcertante, puesto que, como dicen algunos, ‘no puedo estudiar aquí y no puedo estudiar allá’”.

Nancy Landa enfrentó esa situación. En 2012, tras darse cuenta de que en la mayoría de las empre-sas le sería difícil ascender a puestos gerenciales, decidió que quería seguir estudiando y buscó la oportunidad de cursar una maestría. Le resultó imposible. Las instituciones académicas mexica-nas a las que acudió no reconocían sus estudios de licenciatura; le exigían pasar por un proceso de revalidación que representaba invertir la misma cantidad de tiempo que duraba la maestría.

“Algunos amigos me motivaron para que buscara opciones para continuar mi educación en México”, narra Nancy en una entrada de su blog personal, Mundo Citizen. “Dado que era mi país de nacimien-to, asumí que iba a recibir las oportunidades que no había obtenido fácilmente siendo una inmigrante indocumentada en Estados Unidos. Me obligué a mantener la esperanza en medio de la confusión

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que representaba iniciar una vida desde cero. Hice contacto con las principales universidades de Tijua-na para preguntar sobre sus estudios de posgrado. Tras mi cuarta conversación con un representante universitario, me di cuenta de que enfrentaba un problema por haberme graduado de la licenciatura fuera de México. Mi diploma de la universidad esta-dounidense no podía ser completamente reconocido por la Secretaría de Educación Pública mexicana, lo que significaba que los años que invertí en mi educación allá no tenían validez aquí”.

Tres años más tarde, a principios de 2013, Landa encontró una alternativa en el University College de Londres, en el Reino Unido. Tras buscar una serie de apoyos financieros, en septiembre de 2013 comenzó su maestría en Migración Internacional. 15 meses más tarde se graduó.

“Es muy difícil”, concluye revolviéndose en el asien-to, un poco impaciente. “Después de cinco años siento que he podido avanzar en ciertas cosas, pero decir que estoy regresando a casa o a mi país es difícil, porque mi casa fue Los Ángeles. Tengo memorias de mi vida en México, pero no es el país donde tengo raíces”.

Su vida en una caja.

La experiencia de Nancy Landa resultó exitosa de-bido al particular temple de la chica, las relaciones que hizo durante su vida en Estados Unidos y una

sólida red construida en Tijuana tras su proceso de deportación. Sin embargo, no todos los que regresan a México logran salir adelante. Las difi-cultades para rehacer su vida en sus lugares de origen cobran una elevada cuota para ellos.

Es común que los dreamers, al volver, se instalen en el Distrito Federal, Monterrey o Guadalajara, por ser los sitios en donde encuentran mejores oportu-nidades para capitalizar su bilingüismo. Y porque en muchas ocasiones el modo de vida de las urbes les resulta más natural que el de las zonas rurales de donde provienen, en las cuales ya no encajan. Adicionalmente, el regreso obligado provoca en los jóvenes estrés, depresión, ansiedad y conflictos de identidad. En ese sentido, el trabajo en los call centers, aunque dista de ser el empleo ideal sobre todo para aquellos jóvenes que han llegado a Mé-xico con un grado académico, se convierte no sólo en un trabajo sino en un espacio de socialización en el que encuentran a otros que han pasado por un trance similar y con lo que comparten referentes culturales, experiencias, e incluso el idioma.

En estos centros el salario llega a ser de 45 pesos por hora, mucho más más que los 70 pesos diarios que otorga el salario mínimo en la ciudad de Mé-xico, y cuentan con prestaciones como servicios médicos y vacaciones . Los chicos saben que no gozarían de estos beneficios en un empleo irre-gular en Estados Unidos, pero también saben que al no contar con un historial previo de empleo en México, al no poder revalidar sus estudios, al no

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dominar el idioma y carecer de algunos referentes culturales básicos, tampoco tienen muchas más opciones de ascenso después del trabajo en los teléfonos.

Miguel Ramírez Bucio tiene 22 y años y trabaja en Teletech, uno de los mayores call centers en la ciudad de México. Originario de León, Guanajua-to, Miguel vivió en St. Louis, Missouri, durante 13 años, desde los 7 hasta los 20 años de edad. Fue deportado tras pasar un año y medio en prisión por haber participado en un robo a vivienda. Al salir de la cárcel le informaron que, a diferencia de quienes enfrentan un proceso de deportación regular –el cual tiene un “castigo” de diez años tras los cuales se puede solicitar una visa para volver a Estados Unidos–, su deportación era “de por vida”.

“Yo recordaba muy poco de México”, dice Ramí-rez Bucio con una mirada que trata de evocar un pasado que evidentemente no siente como propio. Esbelto, de piel morena, ojos y cabello obscuros, se encuentra sentado al pie del Monumento a la Revolución, en el corazón de la ciudad de México. El sol de la tarde cae sobre su rostro tras reflejar-se en los amplios cristales que cubren el enorme edificio de Teletech, a unos pasos de nosotros. “Yo viví un tiempo en Michoacán cuando era niño, de ahí iba a León y de regreso… Recuerdo estar en el rancho de Michoacán y en la casa de León con mis abuelitos que ya fallecieron”.

A Miguel lo deportaron el 20 de abril de 2012. Lo subieron a un avión y llegó a la región fronteriza que separa El Paso de Ciudad Juárez. Le entregaron una caja con sus pertenencias, le dieron un par de minutos para cambiar su ropa y lo encaminaron al puente fronterizo.

“Mi sensación al entrar a México fue de miedo; miedo de no saber qué esperar, de que me tenía que adaptar, y no sabía qué hacer. Me encon-traba perdido en un lugar donde no conocía las reglas- ni la gente ni la cultura… aunque sí sabía español”, recuerda. “Pero antes de eso yo no me consideraba un inmigrante. [En Estados Unidos] yo simplemente era otra persona en otro lugar y hasta ahí. Nunca tomé en cuenta que podía ser deportado, la verdad”.

Cuando Ramírez Bucio y los demás deportados que viajaban con él llegaron a Ciudad Juárez, “gente del gobierno”, como los describe él, ofreció lle-varlos gratuitamente a la central camionera más cercana. Miguel aceptó y con el poco dinero que tenía tomó un autobús hacia Querétaro, y de ahí a León. Cuando llegó, buscó un cibercafé y a tra-vés de una computadora trató de localizar a sus familiares en esa ciudad. “Y pues fue una gran sorpresa para ellos, ¿no?”, dice sonriendo con un dejo de sarcasmo.

“Uno de mis obstáculos al entrar a México fue, para empezar, comenzar una nueva vida con gente a la

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que no había visto en 13 años. Otro es que sabía hablar español, pero no tanto como la gente de aquí”, recuerda. “Yo pensaba en regresar a Estados Unidos ¿eh? Pero el problema es que si quiero entrar de nuevo ilegalmente al país, al ser encon-trado por inmigración me darían meses o años [en prisión] y me da mucho miedo. Todos mis sueños se me rompieron en dos, porque ¿qué chiste tiene lograr esos sueños si no va a ser junto a mi familia, si no me pueden ver triunfar?”.

Ramírez Bucio reconoce que cuando conoce a per-sonas no les revela que viene de Estados Unidos o que fue deportado. Descubrió que podía trabajar en un call center y se mudó a la ciudad de México. Está satisfecho con su salario, el cual considera mejor “en comparación con los demás trabajos de aquí”. Y cuando se le pregunta sobre el futuro, no duda en responder: no sabe cómo pero, para él, el futuro no está en México.

“No sé cómo responder eso. Lo único que sé es que me gustaría estar otra vez en Estados Unidos con mi familia, ya sea ilegalmente entrando allá, pero pues tener un trabajo, viviendo una vida normal. Nada más”.

Un outsider.

“Mi nombre, Peter o Pedro, depende de dónde estoy. Entre mis amistades me siento muy cómodo con Peter, sea aquí en México o en Estados Unidos;

pero cuando me quiero tomar en serio, cuando estoy con una persona en la escuela o en el trabajo, me presento como Pedro, tal cual”.

Pedro Magallón tiene una sonrisa amplísima que contrasta con su piel morena. Es originario de Aca-pulco, Guerrero, de donde no recuerda nada: a los dos años de edad llegó a vivir a Santa Ana, California, y ese fue su hogar durante 18 años. Lo que le contaron es que después de nacer él, su padre tomó la decisión de irse a Estados Unidos, y después de un tiempo mandó por él y por su madre. Para él, Santa Ana era su hogar.

Pedro abre la puerta del departamento que com-parte con su novia en una colonia céntrica de la ciudad de Guadalajara, Jalisco. Está en un cuarto piso, el último del edificio, por lo que ha sido fácil para ellos crear un pequeño huerto con hierbas aro-máticas y algunos vegetales en un pasillo aledaño a la escalera que conduce a su vivienda. A simple vista, Pedro parece un chico feliz.

“En los Estados Unidos yo trabajaba y estudiaba. Era mesero en un asilo por la mañana y por la tarde iba al college”, relata con entusiasmo. “Desde la edad de 8, 9 años, yo estuve muy consciente de que no tenía papeles, no estaba ahí documenta-damente. Entonces yo siempre estaba consciente de la realidad que estaba viviendo; como muchos dreamers que están allá, tenía la esperanza de que hubiera una respuesta del gobierno a mis preocu-paciones, que nunca llegó”.

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En 2008, con la crisis económica en Estados Uni-dos, la familia Magallón enfrentó tiempos difíciles. Eso, más la falta de certezas sobre lo que podría hacer con su vida al finalizar su carrera de Trabajo Social, empezó a generar dudas en Pedro sobre si alguna vez podría encontrar un camino para obtener la ciudadanía de ese país. Unos meses más tarde, las cosas dieron un giro inesperado: cuando estaba a punto de cumplir 21 años, Pedro fue acusado de abuso sexual, delito que, asegura, no cometió y por el cual estuvo 45 días en prisión. Al ser puesto en libertad, y debido a que carecía de documentos, las autoridades de inmigración intervinieron y, como ocurre con todos los detenidos, le ofrecieron la al-ternativa de firmar lo que se conoce como “salida voluntaria”: el inicio de un proceso de deportación que no requiere de la orden de un juez, sino de la voluntad del inmigrante indocumentado para salir del país. Pedro, quien llevaba semanas pensando en la posibilidad de volver a México, aceptó.

“Lo pensé como cinco segundos y dije ‘me voy, ya no quiero estar en corte, ya no más, me voy’”. Desde su celda, avisó por teléfono a su madre. Tres horas más tarde viajaba en el autobús rumbo a Tijuana. El 13 de abril de 2011 cruzó el torniquete metálico para llegar a México.

“Me sentí muy emocionado por estar en México, por ya no estar en la cárcel; también sentí miedo por no saber qué iba a enfrentar, a quién iba a conocer, pero hice lo más posible para ocultar el miedo en mí”, recuerda.

De Tijuana viajó a Guadalajara, donde se encontra-ba la familia de su madre. Empezó a vivir con una de sus tías y al poco tiempo se independizó. Tras intentar trabajar como maestro de inglés, encontró el empleo que le permitió rentar un espacio propio: en un call center de Teletech.

“Lo más difícil al llegar fue conocer los trámites. Yo nunca me había dado de alta en el seguro, nunca me habían hecho una carta de la policía, nunca he hecho todo lo que tienes que hacer aquí. Tuve que preguntar, batallarle, perderme, equivocarme. Y salir a la calle, convivir con las personas de la tienda o con la policía, también era difícil: me sentía fuera de lugar, no podía comunicarme bien; me sentía… no discriminado, pero si como un outsider. A veces me miraban raro, como que ‘tú no eres de aquí, ¿verdad?’, y no sé, como que yo lo tomé en mala forma; no fue propiamente como discriminación, pero yo lo sentí como si estuviera siendo atacado”, comenta.

Pedro hoy trabaja en una variante de call center. Desde su casa, a través de un programa de com-putadora, brinda servicio de traducción a personas que lo necesitan en Estados Unidos, lo mismo una llamada al 911, que a un banco o un prestador de servicios. La persona que llama pide a quien lo atiende en aquel país un servicio en español, y la conectan con Pedro.

“Creo que esto es algo que no se sabe en Esta-dos Unidos, o al menos yo nunca lo supe: el nivel

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de outsourcing que se hace aquí en las ciudades grandes de México como Monterrey, Guadalajara, el DF. Hay muchas empresas que están contratando personas con conocimiento de inglés, poco español, y saber manejar la computadora; es todo lo que necesitas”, explica. “Un call center te paga de 39 pesos a 50 pesos por hora. Es más que lo que gana el señor que trabaja en la tienda de la esquina”.

Cuatro años después de su deportación, combi-nando su trabajo con sus estudios de psicología en una universidad particular, Univer, Pedro dice estar adaptado completamente a la vida en México. Asegura que no se arrepiente de su decisión. “Ab-solutamente no. Creo que si me hubiera quedado en Estados Unidos pagando fianza, abogados, arriesgándome a ser decepcionado, no hubiera tenido la oportunidad de crecer tanto como lo hice aquí en México. He aprendido mucho y he hecho amistades muy grandes; es algo que nunca lo tomo for granted; me encanta estar aquí y I wouldn’t trade it for a world”.

Sobre regresar a Estados Unidos, asegura que piensa en eso cada día menos. “Mis padres siguen ahí, mi hermana, mi familia inmediata ahí están todavía, en California; no he visto a mis padres en cuatro años (…) pero home is where you want to make it. Home is donde sea que te sientas cómodo. Si tú puedes encontrar un lugar donde estás bien, that’s where home is. Es muy difícil para personas que han vivido mucho tiempo en un lugar diferente, pero no es imposible”.

El anhelo de volver.

Francisco Elías Fuentes tiene 24 años y se describe como un dreamer que fue deportado. Sentado bajo el sol que empieza a bajar hacia el mar, este joven originario del Estado de México tiene los pies pues-tos en el sitio que popularmente se conoce como “el último rincón de América Latina”. A unos pasos se encuentra el muro que separa Tijuana de San Diego, México de Estados Unidos, y a Francisco de su mundo. Un mundo al que este joven de tez obscura, bigote de señor y mirada de niño, anhela volver.

Fuentes fue deportado a México en 2012, y des-de entonces la idea del regreso no abandona su mente. A principios del 2014 el joven, desde el mismo punto en el que se encuentra ahora, intentó regresar a Estados Unidos de manera legal. Jun-to con un grupo de 150 personas compuesto por padres deportados de niños estadounidenses y de dreamers, se presentó en la garita de San Ysidro como parte del movimiento que en redes sociales se popularizó con el hashtag #BringThemHome: mexicanos deportados que sienten que su hogar está en Estados Unidos y que, bajo esquemas de visa humanitaria o asilo, piden volver. A algunos de quienes lo intentaron les fue aceptado su caso y hoy enfrentan un proceso judicial en libertad en ese país, pero no fue el caso de Francisco, a quien le fue negada la revisión de su solicitud de asilo y fue deportado por segunda vez.

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Francisco no entiende cómo es que hay “drea-mers deportados que logran adaptarse a la vida en México; él no puede. Llegó a vivir a Carolina del Norte a los 5 años de edad –su primer recuerdo de Estados Unidos es el de su padre llevándo-lo a comprar una Happy Meal de McDonald’s– y ahí paso toda su vida. Como la mayor parte de los dreamers, Fuentes se acostumbró a escuchar los comentarios, un poco en broma, un poco no, de sus compañeros: “Eres un wetback, go back to Mexico, you don’t belong here”, pero encontró una manera de contrarrestarlos incorporándose al cuerpo de reserva del Ejército de Estados Unidos mientras estaba en la preparatoria y entrenando para convertirse en jugador de hockey. También obtuvo un empleo, se compró un auto y entonces ocurrió: un policía lo detuvo mientras manejaba sin licencia y su proceso legal culminó con su primera orden de deportación justo un día antes del día de su graduación de preparatoria.

“Cuando salí del centro de detención el año pasado [tras la segunda deportación] decidí quedarme en Tijuana para cruzar otra vez. Lo he intentado cuatro veces, y cada vez llego más lejos, pero siempre me agarran. Mi idea es volver con mis papás, con mis hermanas”, dice convencido. Habla con un espa-ñol que le cuesta trabajo, y mientras lo hace, mira alrededor con un ligero desdén. La actitud corporal de Francisco, la mirada fija en el otro lado del muro, mandan un mensaje claro: no quiere estar aquí.

“Yo allá me sentía libre, trabajaba bien, me pagaban bien”, dice con nostalgia. “Si regreso al Estado de México voy a buscar uno de esos lugares donde puedes aplicar para irte seis meses a trabajar a Estados Unidos. Tal vez para mí sería mejor agarrar un trabajo así, trabajar seis meses allá, regresar a México, porque si no sale algo que me puede per-mitir estar allá bien, cada rato me tengo que estar cuidando. Ya vi cómo es la vida y ahora sí: nomás a lucharle pa’ salir adelante”.

Temas pendientes.

En los últimos meses de 2013 y los primeros de 2014 el movimiento #BringThemHome –primero nueve jóvenes que serían conocidos como los #Dream9; dos meses más tarde un grupo conocido como los #Dream30, y después los conocidos como #Reforma150, el grupo del cual fue parte Fuentes– puso de manifiesto la profunda decepción de los dreamers por la falta de oportunidades en México: en el ámbito laboral y el educativo, en el caso de quienes han enfrentado un problema de salud o incluso para aquellos que han visto en riesgo su vida al encarar situaciones de inseguridad y violencia en sus comunidades de origen, para las cuales no se encontraban preparados . Algunos de ellos han sido víctimas de delincuencia, de bullying debido a su identidad binacional o falta de dominio del español, y de discriminación por parte de miembros de su comunidad o integrantes de su propia familia que siempre han vivido en México.

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Estas historias se han vuelto cada vez más mediáti-cas y han contribuido a que en los meses recientes el tema sea abordado desde varias perspectivas: la académica, la política –con debates, por ejemplo, dentro del Senado y de la Secretaría de Relaciones Exteriores–, y con el acercamiento de las autorida-des estadounidenses que han favorecido la visita a México de Dreamers que ahora pueden salir de Estados Unidos gracias a la Acción Diferida (DACA) instrumentada por Barack Obama. Sin embargo, en pocas ocasiones se toman en cuenta los puntos de vista o las experiencias de los Dreamers que ya se encuentran en territorio mexicano.

“Actualmente nos movemos más por activismo social, digital, y por el contacto a través de las redes, pero a futuro sí queremos empezar a ha-cer campañas que toquen los diferentes temas o problemáticas que nos afectan colectivamente”, explica Nancy Landa, quien a su regreso a México ha trabajado de manera cercana con el colectivo de Los Otros Dreamers, y ahora desarrolla un nuevo proyecto vinculado con la migración de retorno.

Agrega: “Necesitamos hablar de temas como la revalidación de estudios, pero también de los mu-chos casos de quienes quieren regresar a Estados Unidos para reunirse con su familia. Queremos ata-car el componente emocional y el aislamiento que vivimos aquí en México, porque aunque se hable de algún programa institucional, esa otra parte no se ve. Se requiere cambiar la conversación sobre quién es un dreamer en México, y que la gente se

sensibilice; que no nos llamen ‘mojados’ o ‘traido-res que dejaron su patria’; este estigma con el que lidiamos por no haber estado aquí en México”.

Para la investigadora Anderson, la respuesta tiene que ver con la necesidad de que tanto el gobierno mexicano como el estadounidense asuman el pa-pel que les corresponde en el reconocimiento de la identidad binacional de estos jóvenes. “Ambos gobiernos tienen obligaciones morales y legales de enfrentar las realidades de sus jóvenes; de reconocer lo que vive en sus corazones bilingües y biculturales, y de empezar a reparar el daño que se le está haciendo a sus futuros, a sus familias y a sus comunidades”, afirma.

La mayoría de quienes impulsan una agenda en favor de “los otros dreamers” coincide en los temas eje sobre los cuales se deberán centrar los esfuer-zos en los años por venir. Entre ellos destacan la reinserción educativa –la revalidación de estudios a través de la coordinación en ambos países; la creación de iniciativas con universidades locales–; y la construcción de alternativas laborales y de capacitación. Tal y como se lo pregunta Landa, “¿cómo es que se dan becas para que estudiantes mexicanos vayan a otro país a aprender inglés, y a nosotros que estamos aquí y que ya lo dominamos, no nos emplean?”.

“Y mi petición sería para los dos lados de la fron-tera”, agrega Landa-. “Estamos hablando de orga-nizaciones pro migrantes que apoyan en Estados

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Unidos, pero que no incluyen a los deportados como parte de la conversación de los derechos humanos de los inmigrantes en ese país. Existe la separación familiar, y si dices que vas a apoyar a los migrantes en Estados Unidos, también deberías incluir a sus familias deportadas o que están en México. Veo que se tiene que hacer un esfuerzo trasnacional para movilizar recursos y que nosotros podamos ser una red de apoyo para los que lo necesiten en un retorno forzado”.

–Landa está por finalizar la entrevista con una sonrisa satisfecha. En los 5 años posteriores a su deportación, se ha convertido en experta en el tema, pero también en una mujer fuerte, lista para enfrentarlo todo; incluso su propia nostalgia. “Yo sí anhelo regresar; si será de una manera permanente no lo sé, porque tendría que revisar mis planes profesionales y de vida, pero sí quisiera tener la opción. La sociedad de Estados Unidos te incluyó y fuiste parte de esa sociedad; eso te hace pertenecer. Para mí, la lucha es conseguir ser de aquí y de allá”.

Créditos:

Coordinación general: Carlos Heredia (División de Estudios Internacionales, CIDE) y Ricardo Raphael (Periodismo y Asuntos Públicos, CIDE)

Coordinación de investigación y edición: Carlos Bra-vo Regidor (Periodismo y Asuntos Públicos, CIDE)

Edición: Homero Campa (Periodismo y Asuntos Públicos, CIDE)

Video: Diego Sedano.

* Artículo publicado originalmente en El Universal el 23 de agosto de 2015: http://www.eluniversal.com.mx/articulo/periodismo-de-investiga-cion/2015/08/23/expulsa-eu-500-mil-dreamers-mexico

La exclusión de los niños que retornan a México*

móniCa JaCoBo, profesora-investigadora del Cide nanCy landa, Consultora de investigaCión en temas de migraCión

La política migratoria de detención y deportación de los Estados Unidos, combinada con la crisis económica, ha impactado en el aumento del re-torno de mexicanos al país y por consiguiente, de sus familiares cercanos. Entre 2010 y 2015, el gobierno mexicano ha repatriado aproximadamente 1,900,000 connacionales desde Estados Unidos (1). En su regreso a México, a muchos de ellos le han seguido sus hijos, ya sea nacidos en México o en Estados Unidos. Así, existe hoy un grupo creciente de mexicanos, jóvenes, niños y adultos,

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que regresan a su país de origen después de haber vivido largos periodos en Estados Unidos.

Una vez de este lado de la frontera, esta población expulsada de sus hogares en Estados Unidos se enfrenta a otro sistema de exclusión: el del gobier-no y la sociedad mexicana. Las políticas públicas en torno a las familias retornadas en México son nulas; no sólo no existen programas de reinserción comprehensivos, sino que la inflexibilidad y negli-gencia del gobierno mexicano impone barreras que impiden una reintegración digna de la población de retorno. Este es el caso del sistema educativo nacional, el cual de manera estructural discrimina tanto a la niñez mexicoamericana que regresa con sus padres deportados como a los jóvenes Drea-mers retornados y deportados, obstaculizando su acceso para poder seguir sus estudios en su país de origen.

Sin documentos en México.

La complejidad del retorno es fácilmente ignorada por aquellos que no la han vivido. La carencia de documentos que acrediten su identidad y estudios, su dominio del idioma inglés, su acento al hablar español, e incluso la manera de comportarse es un recordatorio constante para los jóvenes y ni-ños retornados de que son distintos, y en muchos casos, de que no pertenecen igualmente a México como otros jóvenes mexicanos sin experiencias

migratorias. Esto ha llegado a ser una situación frustrante para Viridiana Vargas, joven que regresó a México a causa de la deportación de su padre, y quién por su manera de hablar tiene que escuchar constantemente “no eres de aquí porque tu acento es diferente”. “Por cuestiones familiares”, respon-de Viridiana cuando le preguntan por qué regresó a México. Ella sabe que esa respuesta minimiza los cuestionamientos sobre su regreso y le evita explicar un pasado complejo y una trayectoria de retorno dolorosa que todavía la persigue.

Cuando tenía seis años, Viridiana y su hermana menor fueron llevadas por sus padres a Daven-port, Iowa, donde vio nacer a sus dos hermanos menores y vivió la mayor parte de su vida. Con el tiempo, adoptó el idioma, las costumbres, y los valores dominantes de Estados Unidos, país al que ella llegó a considerar como suyo. Pero al igual que todo Dreamer (2) Viridiana comprendió las li-mitaciones reales asociadas a ser indocumentada cuando terminó de estudiar el high school (bachi-llerato en México) y sus opciones para ingresar a la universidad y trabajar fueron limitadas. Aunque logró entrar a un colegio comunitario (community college), el costo de la colegiatura le impedía ser estudiante de tiempo completo. Viridiana tampoco era elegible para obtener una beca debido a su es-tatus indocumentado, por lo que sólo podía cursar dos o tres clases por semestre. Pero esa llegó a ser una de sus menores preocupaciones.

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En el 2011, el padre de Viridiana fue detenido y pos-teriormente deportado tras años de un proceso legal para regularizar su estatus migratorio. Viridiana, su madre y dos de sus hermanos menores nacidos en Estados Unidos decidieron establecerse con su padre en su ciudad originaria de León, Guanajuato. La hermana de Viridiana permaneció en Iowa y ahora es una de los miles de Dreamers beneficia-dos por la Acción Diferida (DACA) anunciada por el Presidente Obama en el 2012 (3), misma acción ejecutiva de la cual Viridiana se hubiese benefi-ciado de estar aún en Estados Unidos. Como los Vargas, hay cientos de miles de familias dentro de la creciente diáspora de mexicanos en retorno. El Censo de 2010 identificaba 487 mil jóvenes como Viridiana, mexicanos retornados o deportados que se han formado dentro del sistema educativo esta-dounidense y que ahora requieren reinsertarse al sistema educativo en México. A esta población se suman más de 430,000 niños mexicoamericanos para los cuáles su experiencia en las escuelas mexicanas es completamente nueva (4).

Una de las barreras más grandes que estos niños y jóvenes en retorno enfrentan una vez en México es la burocracia en materia educativa. En especí-fico, apostillar y traducir por perito oficial cualquier documento de identidad y escolaridad emitido en el extranjero es un requisito, establecido por la SEP, difícil de cumplir para las familias retornadas. El problema de acceso a la educación de tipo básica

y media superior afecta en particular a la niñez mexicoamericana en México por no poder acreditar su identidad. Aunque el acta de nacimiento aposti-llada y traducida es uno de los varios documentos que pueden utilizarse para verificar la identidad del menor al inscribirlo en la escuela, se han documen-tado numerosos casos de niños y adolescentes estadounidenses de origen mexicano a quienes se les ha negado la inscripción en escuelas públicas por carecer de este documento (5). Aunque el costo de obtener una apostilla no es alto, hacerlo desde México es complicado y requiere de intermediarios a quienes se les tiene que pagar. A esto se le agrega el costo de realizar traducciones certificadas, mu-chas veces prohibitivo para una familia retornada. A partir de múltiples testimonios, sabemos que el costo promedio por traducir un documento escolar mediante un perito oficial más la expedición de una apostilla oscila alrededor de $4,000 pesos.

Los hermanos menores de Viridiana tuvieron que esperar más de un año para ingresar a la escuela; su hermano de 13 años a la secundaria y su her-mana de 15 años a la preparatoria. Esto debido a la información errónea que recibieron de la Secretaría de Educación del estado de Guanajuato. Como es común en las familias retornadas, los Vargas des-conocían que para inscribir a sus hijos nacidos en Estados Unidos a la escuela en México requerían apostillar y traducir sus actas de nacimiento. Tam-poco sabían que todos los documentos escolares

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provenientes de Estados Unidos tendrían que ser traducidos al español por un perito oficial. Al inicio, los Vargas enviaron sus documentos a un traductor oficial en Estados Unidos porque eso les exigió la Secretaría de Educación de Guanajuato. Sin em-bargo, al presentar las traducciones, éstas fueron rechazadas porque "el requerimiento había cam-biado” y ahora la documentación extranjera debía ser traducida por un perito oficial en México. Así, los Vargas tenían dos opciones: iniciar de nuevo los trámites de traducción en México, un proceso costoso y que mermaría aún más su situación económica, o inscribir a sus hijos en una escuela privada donde los requisitos de inscripción son más laxos pero no contaban con los recursos para solventar la colegiatura.

La historia de los Vargas muestra los obstáculos reales que las familias retornadas sufren debido a normas y prácticas educativas insensibles a la actual realidad de movilidad humana en México. A pesar de que la Constitución establece el pleno derecho a la educación de los niños y jóvenes, este derecho es violentado para la niñez mexicoameri-cana y la juventud retornada debido a la carencia de requisitos estándar para la inscripción en es-cuelas públicas en el país, la ineptitud de algunas autoridades escolares para orientar correctamente a las familias retornadas, y la larga espera que los niños y jóvenes retornados tienen que experimentar antes de ser formalmente inscritos en la escuela en México.

El hablar inglés no es suficiente.

Para Viridiana, el completar su high school, estudiar una carrera en radiología en Davenport y ser bilin-güe no le ha abierto puertas laborales ni educativas en México. “El hablar inglés no me ayudó…el único buen trabajo que puedo encontrar siendo bilingüe es en un call center”, dice Viridiana. “Para ciertos trabajos mis estudios no son suficientes y para otros tengo demasiados…como que a veces siento que no tengo la cantidad correcta [de estudios] para obtener un trabajo”. Aunque desea continuar sus estudios, Viridiana enfrenta impedimentos reales para ir a la universidad en México a pesar de ser mexicana por nacimiento. Mientras que en Estados Unidos no pudo estudiar la universidad por ser indocumentada, en México Viridiana no ha podido estudiar una carrera por carecer de la documenta-ción requerida por la SEP para validar sus estudios previos cursados en el extranjero.

Miles de jóvenes como Viridiana llegan a México con una escolaridad más alta al promedio nacional, ya sea con un bachillerato, estudios superiores truncos o títulos de licenciatura o maestría (6). Lamentablemente, muchas veces los estudios cur-sados en el extranjero no son totalmente reconoci-dos debido a la extensa cantidad de documentos requeridos para su revalidación. De acuerdo a la Dirección General de Acreditación, Incorporación y Revalidación de la SEP, la revalidación de estudios cursados en el extranjero requiere del acta de naci-

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miento del interesado, su certificado total o parcial de estudios a revalidar, su título o diploma, una opinión técnica de la institución en la cual planea inscribirse en caso de querer continuar estudiando en México, y copia de los planes y programas de estudio cursados previamente en el extranjero. Obviamente, todos estos documentos han de ser traducidos por perito oficial y estar apostillados. En el mejor de los casos, si el estudiante cuenta con toda la documentación requerida, el proceso de apostillamiento y traducción por perito oficial toma entre seis meses y un año, tiempo perdido en el proceso de reintegración educativa y laboral que además tiene un costo económico. En el peor escenario, si el estudiante carece de alguno de los documentos requeridos o de su apostilla, el proceso de revalidación no es posible y la opción disponible es recursar en México los estudios ya concluidos en Estados Unidos.

Para aquellos que concluyeron una licenciatura en el extranjero, la revalidación total no existe. El Acuerdo Secretarial 286 de la SEP establece que el contenido de un plan de estudio extranjero debe ser equiparable con uno en México en al menos 75% para su revalidación, un requerimiento restrictivo y obsoleto que impide que títulos extranjeros de universidades acreditadas sean reconocidos en su totalidad. Este acuerdo dificulta el reconocimiento oficial de estudios superiores cursados en el extran-jero, la continuación de estudios universitarios en

México, y la obtención de una cédula profesional necesaria para ejercer profesionalmente en ciertas industrias y ramas de trabajo.

Viridiana ha pasado cuatro años sin revalidar sus estudios porque carece de la apostilla y traducción oficial de su certificado de estudios de su high school, pero aún tiene aspiraciones de completar una profesión en México, su país natal. Mientras no exista un sistema educativo que facilite su re-inserción educativa, y por ende laboral, México seguirá sin beneficiarse de la contribución que los jóvenes adultos en retorno, de alto nivel educativo, pudieran hacer al país.

¿A dónde vamos? ¿Qué se requiere hacer?

La población retornada, ya sea nacida en México o en Estados Unidos, presenta desafíos comunes en los diferentes niveles del sistema educativo. La SEP es la instancia que debiera instruir a todo el sistema educativo en la generación de mecanismos para garantizar el acceso a la educación y eliminar las barreras administrativas y burocráticas que dis-criminan de manera sistemática a la población en retorno. Las familias mexicanas que han regresado al país enfrentan una serie de obstáculos deriva-dos de su regreso forzado y repentino: recursos económicos limitados, carencia de documentos de identidad y escolaridad, falta de información y

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orientación precisa y/o conocimiento de las ins-tancias a las cuales acudir. A esto se agrega el requisito, establecido por la SEP, de apostillar y traducir documentos de identidad y escolaridad, un trámite complejo y costoso.

Desde 2013, un colectivo de organizaciones, acadé-micos y jóvenes Dreamers en México liderado por el Instituto de las Mujeres en la Migración (IMUMI) se ha dado a la tarea de visibilizar el problema de acceso a la educación para la población mexicana migrante en retorno. A partir de esfuerzos colectivos y un arduo trabajo de incidencia con el gobierno y la prensa nacional e internacional, se ha logrado la creación de una mesa de trabajo con la SEP. Desde este espacio, se han propuesto acciones específicas para garantizar el pleno derecho a la educación de la niñez y juventud retornada: 1) dis-pensar la apostilla del acta de nacimiento extranjera para el acceso y acreditación de estudios; 2) elimi-nar la apostilla para documentos de escolaridad; 3) permitir que las traducciones de documentos extranjeros sean realizadas por un traductor co-mún —no perito oficial— o el mismo alumno; y 4) facilitar la revalidación de estudios superiores. De concretarse estas medidas se facilitaría el proceso de revalidación y el acceso a la educación de la población en retorno.

Después de un proceso de negociación de dos años, la SEP publicó recientemente modificaciones al Acuerdo 268. Este cambio remueve el requeri-

miento de la apostilla y traducción por perito oficial para todo documento de acreditación de identidad (actas de nacimiento extranjeras) y de escolaridad (diplomas extranjeros) para estudios de educación básica y media superior. El cambio en la normati-vidad es un logro importante de la sociedad civil, académicos, y activistas. Sin embargo, se debe establecer mecanismos de monitoreo para que se hagan las adecuaciones necesarias para la im-plementación de estos cambios y seguir con este trabajo de incidencia para que se logre lo mismo para estudios superiores.

El pleno derecho a la educación sólo puede asegurar-se a partir de la difusión y correcta implementación de la norma por parte del personal administrativo en los planteles escolares. Como se expuso previamente, inercias burocráticas han producido que se niegue el acceso a la escuela a aquellos niños que carecen de su acta de nacimiento apostillada, pese a que ésta no es un requisito. El punto fundamental para la reintegración no es solo adaptar la normatividad a la realidad que el país demanda, sino asegurar una adecuada implementación de estos cambios. Las familias en retorno tienen urgencia por incorporar a sus hijos a la escuela y los jóvenes Dreamers por continuar sus estudios y ejercer sus conocimientos. Por tratarse de una población bilingüe, bicultural, y en muchos casos binacional, está en el interés tanto del gobierno de México como el de Estados Unidos garantizar que estos niños y jóvenes ejerzan plenamente su derecho a la educación.

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(1) Estadísticas de repatriación reportadas por la Unidad de Política Migratoria de la Secretaria de Gobernación: http://bit.ly/1hfNTvD

(2) La palabra dreamer, en español soñador, es un término político que surgió a partir de la propuesta de ley “(Development, Relief and Education for Alien Minors Act”, la cul hubiese permitido a jóvenes indocumentados y elegibles de acuerdo a los requisitos de la Ley, la oportunidad de legalizar su estatus migratorio en Estados Unidos. En México, el uso del término Dreamer se ha ampliado para describir a los hijos de inmigrantes Mexicanos que crecieron, sin documentos, en Estados Unidos.

(3) La Acción Diferida (DACA) permite a los Dreamers que cumplen con los requerimientos diferir la deportación y tramitar un permiso de trabajo con vigencia de dos años. Los requisitos son: 1) tener 31 años o menos al 15 de junio de 2012; 2) haber llegado a Estados Unidos antes de los 16 años; y 3) tener una residencia continua por al menos 5 años a partir del 15 de junio de 2007.

(4) Censo de Maestros, Escuelas y Alumnos 2014, realizado por el INEGI.

(5) La inscripción a la escuela en nivel básico está regulado por las Normas de Control Escolar relativas a la Inscripción, Reinscripción, Acreditación, Promoción, Regularización y Certifica-ción en la Educación Básica 2014-2015. De acuerdo a estas Normas, el acta de nacimiento NO es requisito indispensable para la inscripción formal de un alumno a la escuela.

(6) Véase Anuario de Migración y Remesas, 2014, realizado por Fundación BBVA Bancomer: http://bit.ly/T5ib7C.

* Artículo publicado originalmente en la revista Nexos el 1º de agosto de 2015: http://www.nexos.com.mx/?p=25878

El contenido de la brújula ciudadana es de exclusiva responsabilidad

de Iniciativa Ciudadana para la Promoción de la Cultura del Diálogo, A.C.

Yazmin Benitez, editora de la revista Brújula Ciudadana.

tels. 5514 1072 / 5525 8232 / 5525 8276

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iniciativa ciuDaDana para la promoción De la cultura Del Diálogo, asociación

civil mexicana, surge en el contexto de las elecciones del 2006 que evidenciaron un

ambiente de polarización política, desigualdades económicas y sociales y dispari-

dades regionales a lo largo del país. Dicho ambiente creó un claro distanciamiento

entre la sociedad y el sector político, al igual que al interior de la sociedad misma,

rompiendo los incipientes espacios de diálogo que intentaban construirse a partir

de la alternancia política del 2000. En este contexto se hizo evidente la necesidad de

abrir y promover espacios plurales de diálogo y construcción de acuerdos desde la

sociedad civil, de tal manera que la agenda de políticas públicas del país avanzara y

no se rompiera el ya de por si frágil tejido social nacional.

Desde entonces se ha buscado generar las condiciones para hacer posible la promo-

ción de una cultura del diálogo que identifique las coincidencias en beneficio del

interés público. Iniciativa Ciudadana se creó con la vocación de generar y convocar a

aliados entre los diversos sectores nacionales e internacionales, para sumarse a los

esfuerzos de diálogo y crear una agenda pública nacional con una visión ciudadana.

Brújula Ciudadana es un instrumento de comunicación ciudadano que contribuye al

análisis y reflexión sobre la agenda nacional en México. Su objetivo es contribuir a la

generación de opinión pública sobre una agenda común en temas prioritarios en el

ámbito político, económico y social a través de información de calidad y la reflexión

plural para la toma de decisiones, llegando mensualmente a más de 4,000 lectores.

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