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Rafael del Moral M M A A G G I I A A , , M M E E N N T T E E Y Y M M I I T T O O E E N N M M A A R R Í Í A A M M O O L L I I N N E E R R Inauguración de la Biblioteca María Moliner Velilla de San Antonio 27 de febrero de 2004

Magia, mente y mito en María Moliner

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Conferencia auspiciada por el ayuntamiento de Velilla de San Antonio con motivo de la inauguración de la biblioteca María Moliner.

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Inauguración de la Biblioteca María Moliner

Velilla de San Antonio

27 de febrero de 2004

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eñora alcaldesa, señores concejales, que-

ridos amigos, apreciado público: No sería

fiel si evitara mi agradecimiento a la Con-

cejalía de Cultura por la confianza que me con-

cede con el encargo de esta conferencia, sobre

todo tras la admirable exposición que tuvimos

la semana pasada en esta misma sala. Es un

placer participar con ideas, más que con otro

tipo de festejos, en el marco de los que han de

recordar la inauguración de esta Biblioteca que

con tanto acierto rinde homenaje a la bibliote-

caria española, especializada en lexicografía,

María Moliner.

No sabía la Concejalía de cultura, o por lo

menos no lo sabía suficientemente, la satisfac-

ción que me dispensaba al encargarme hablar

sobre María Moliner. Y esto por tres motivos.

Primero porque comparto, apoyo y de-

fiendo la tendencia social de los últimos años

en los que un mejor sentido de la convivencia

propicia que las leyes, los actos y los gestos

allanen y otorguen un espacio que facilite la

plena igualdad de derechos y, lo que es más

S

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RAFAEL DEL MORAL

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difícil, de oportunidades, entre el hombre y la

mujer.

Segundo porque María Moliner es la autora

de uno de los libros que más admiración mere-

cen: por lo inesperado, por lo excepcional, por

la calidad, por la llamada a esos resortes de la

emoción que tan pocas veces se ven agasajados

por los diccionarios léxicos. Y eso mucho antes

de fijarnos en si lo había hecho una mujer o un

hombre.

Y tercero porque desde mi modesta labor

investigadora he tenido una sana obsesión por

esas unidades tan descalabradas como mágicas

que son las palabras. Algunas veces pensar el

las palabras, y en la manera de abarcarlas, co-

mo tal vez pensó Moliner, ha sido para mí tan

gratificante como debió serlo para otros lin-

güistas que de alguna manera también se refu-

giaron en este oficio sin recompensa. Y lo digo

con todas las gratas consecuencias que tiene

para esta dedicación que se instala en el pen-

samiento como cualquier otra testarudez. Pero

como no se trata del acuerdo con nuestro pa-

riente o vecino, ni depende de la estabilidad

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MAGIA, MENTE Y MITO EN MARÍA MOLINER

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económica, y ni siquiera corre peligro la vida,

uno puede pensar cuando quiera en esos tan

triviales asuntos, tas incondicionalmente in-

ofensivos, acariciarlos en el pensamiento, con-

centrarse o no en ellos, y pasar deleitosos mo-

mentos sin acordarse de si son placeres o sinsa-

bores las miserias de la vida. Esa habilidad

mental, privilegio de nuestra autora, es exten-

sible a otros ámbitos de la labor investigadora

responsable y útil.

Por eso vamos a hablar de magia, de men-

te y de mito, un poco de lingüística, mucho de

léxico y muchísimo más de las razones que

hicieron que María Moliner pasara por la histo-

ria como una de esas personas que marcan un

antes y un después. La ciencia se alimenta de

pequeños grandes momentos de genialidad. A

veces el vacío de individuos capaces de desta-

car con su ingenio es formidable. A veces, de

repente, aparece una persona excepcional ca-

paz de dividir en dos el tiempo: lo que sucedía

antes, y lo hubo después. Los niveles de varia-

ción se presentan tan adecuadamente ajusta-

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dos a un ámbito del conocimiento que parten

en dos el desarrollo. Darwing marcó la concep-

ción del origen del hombre, Galileo astilló los

pensamientos cuando dijo que la tierra es re-

donda, y Albert Einstein fue capaz de conmo-

cionar los esquemas científicos del universo.

James Joyce revolucionó la novela con su Uli-

ses, Antonio de Nebrija ennobleció al castella-

no con su Gramática, y María Moliner llevó a la

práctica una amplia teoría lexicográfica que

vagaba entre los lingüistas desde tiempos re-

motos. Parece innecesario establecer un orden

de importancias entre unos y otros, porque los

valores siempre se instalan en celdas distintas,

pero en las mismas estanterías.

Con las dificultades que supone abarcar y

enmarcar, en tiempo limitado, la aportación de

Moliner a la lexicografía, concentraré las ideas

en unos cuantos puntos esenciales que añadan

luz a la estructura del Diccionario de Uso del

Español dentro de la historia del tratamiento

de las palabras en las lenguas.

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Julius Pólux

Y empezaremos con un gran desconocido,

un lingüista griego nacido en Nauratis, Egipto,

hacia el año 135, y que vivió unos cincuenta y

siete años. Murió en Atenas. Se llamaba Julio

Pólux y se perdió casi toda su obra, que debió

ser de gran interés si consideramos lo único que

se conservó: un estudio de las palabras griegas

que llamó Onomasticón, que traducido al espa-

ñol moderno sería algo así como Libro que sirve

para localizar el nombre de las cosas. Era el

primer intento por construir un vocabulario de

la lengua griega ajeno a las exigencias del or-

den alfabético, y mucho más ajustado a la lógi-

ca de las palabras. O, dicho de otra manera, un

libro donde se buscan palabras, y no el signifi-

cado de las mismas. Las clasificó por series de

ideas análogas y encontró que la división en

diez partes se ajustaba a su visión de los con-

ceptos y cosas que era necesario denominar en

el mundo del inglés de entonces, es decir, de la

lengua en que más se extendía la cultura, que

era el griego.

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RAFAEL DEL MORAL

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Peter Mark Roget

El interés por este tipo de información cayó en

el olvido, como tantos otros asuntos relaciona-

dos con el conocimiento científico, durante

muchos siglos, hasta que nació en Londres, en

1779, Peter Mark Roget.

Peter Mark Roget, educado el la exigente

sociedad inglesa, no era sino un lingüista afi-

cionado. Su única profesión fue la medicina, y a

eso dedicó su vida activa. Una vez retirado, a

la madura edad de 61 años, recuperó un pe-

queño trabajo de juventud, una clasificación de

palabras por conceptos que había realizado con

veintitantos años por mero placer estético, co-

mo quien se entretiene completando un cruci-

grama. Luego dejó aquellos apuntes guardados

en cualquier cajón, y al abandonar su vida pro-

fesional, les quitó el polvo y dedicó todo su

tiempo y concentración a organizar y ensanchar

aquella base léxica, hasta conseguir, once años

después (María Moliner dedicaría, según todos

los indicios, quince años) una amplísima clasifi-

cación de palabras que publicó en 1852 con un

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MAGIA, MENTE Y MITO EN MARÍA MOLINER

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título espectacular: Tesoro de las palabras y las

frases de la lengua inglesa clasificadas para fa-

cilitar la expresión de las ideas y como ayuda

en la composición literaria. Su libro, en efecto,

es una colección de palabras sin explicación al-

guna. Sus significados son deducidos por los

hablantes ingleses en función de sus conoci-

mientos, a los que añaden los de las palabras

vecinas. Está dividido en seis partes (cuatro

menos que el de Julio Pólux) y merece la pena

citarlas porque nos dan idea de los tipos de pa-

labras que necesitamos para designar el mundo

que nos rodea:

1. Relaciones abstractas (existencia, orden,

números, tiempo, causa…)

2. Espacio (dimensiones, formas…)

3. Materia (orgánica, inorgánica…)

4. Inteligencia (formación de las ideas, comuni-

cación de las ideas…)

5. Voluntad (individual, social…)

6. Emoción, religión y moralidad.

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Peter Mark Roget murió a los 90 años sin

conocer la segunda edición de su libro. Se fue

sin ni siquiera imaginarse que se editaría más

de sesenta veces, que se extendería, acompa-

ñando a la propagación de la lengua inglesa,

por todo el mundo, que se actualizaría en más

de cincuenta ocasiones con nuevas palabras,

que se venderían más de treinta millones de

ejemplares, y que sería un compañero indis-

pensable en muchas generaciones de oradores y

escritores de inglés. Hoy, reconocido como un

clásico y difundido en baratísimas ediciones de

bolsillo, ocupa un lugar el las estanterías de la

mayoría de los hogares anglófonos como uno de

los diccionarios de referencia más importantes

de la lengua inglesa y, por tanto, del mundo.

La clasificación de palabras de Peter Mark Ro-

get ha superado con incuestionable éxito el

test del tiempo, y se ha mostrado capaz de ab-

sorber los nuevos conceptos y el vocabulario

técnico con la estructura que él ideó. Actuali-

zado y difundido por sucesivos editores, es in-

dispensable en el moderno uso de la lengua

vehicular de la humanidad. En cualquier librer-

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MAGIA, MENTE Y MITO EN MARÍA MOLINER

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ía del mundo, no solo de dominios anglófonos,

que tenga un mínimo espacio dedicado a los es-

tudiantes ingleses, allí está el Tesoro de las pa-

labras y frases del inglés a disposición del es-

tudiante. En los años siguientes el libro fue tra-

ducido, o mejor dicho, versionado, conservando

sus estructuras, al francés, que desde entonces

multiplica sus ediciones. Y muchos años des-

pués, en 1977, al alemán. Nadie se interesó, sin

embargo, por llevar a cabo una versión espa-

ñola. Hace solo unos meses, comentando este

asunto con la directora de diccionarios de la

editorial Espasa, una de las más importantes en

lingüística, me dijo: “No tenemos ningún in-

terés en adaptar ese diccionario. En España

esos asuntos no interesan.” Su afirmación era

cierta, pero solo tenía un valor parcial. No

quiero creer que fuera una razón de menospre-

cio, prefiero explicarlo diciendo que, cuando

pudo interesar, apareció en España un lexicó-

grafo también excepcional, antecesor de María

Moliner, era Julio Casares Sánchez.

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Julio Casares

Julio Casares Sánchez nació en Granada 23 años

antes que María Moliner, en 1877, y murió en

1964, 17 años antes que ella. La historia lo co-

nocerá y recordará por su original legado, reco-

gido en un espléndido trabajo lexicográfico, su

famoso Diccionario ideológico de la lengua es-

pañola, que aúna rigor y amenidad dentro de

un nuevo concepto de abordar el estudio de los

significados de las palabras, y las relaciones de

afinidad establecidas entre ellas. Interesa de-

tenerse en algunos rasgos de la vida de Casa-

res. Estudió derecho, que no lingüística, en la

universidad de Madrid, pero también… música.

Con 29 años tuvo su primer trabajo: formar

parte como violinista en la orquesta del Teatro

Real de Madrid. Pero aquello no le proporcio-

naba estabilidad económica alguna. Necesitado

de actividad laboral menos sujeta a los vaive-

nes de la fortuna, tuvo que buscar otra cosa. Y

no se protegió en la jurisprudencia, que era su

formación, ni en la enseñanza, amparo de tan-

tos lingüistas, ni siquiera en la vida bohemia y

variada de los músicos, no, en nada de eso,

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hubo de trabajar durante algún tiempo en… un

taller de ebanistería. Y como aquello tampoco

podía ser la solución para un joven como él,

abandonó durante algún tiempo toda actividad

remunerada y se concentró en la preparación

de unas oposiciones para funcionario en el mi-

nisterio de Estado, es decir, el camino que tan-

to ha asegurado la estabilidad de los españoles

durante el siglo XX. Lo demás, como tantas ve-

ces ocurre, fue una carrera guiada por el traba-

jo y las favorables influencias del azar. Intere-

sado por las lenguas orientales, y estudioso por

libre de las mismas, fue nombrado agregado

cultural en la embajada de España en Tokio. Le

interesaba el japonés, pero también el fenó-

meno lingüístico. De regreso a Madrid cultivó

los círculos intelectuales, escribió ensayos y

artículos relacionados con la lengua y la litera-

tura, ganó prestigio intelectual y, en su progre-

sivo ascenso en puestos de la administración,

fue nombrado delegado de España en la Socie-

dad de Naciones, con sede en Ginebra, y más

tarde miembro de la Real Academia Española, y

luego, en 1936, secretario perpetuo de la mis-

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RAFAEL DEL MORAL

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ma. Y aquí queríamos llegar. Desde tan privile-

giado cargo, presentó en numerosas ocasiones

el proyecto de elaborar un diccionario ideológi-

co de la lengua española. No creyeron en él.

Los vetustos académicos se mostraron tan rea-

cios a acometerlo como a incorporar algunas de

las propuestas metodológicas del intelectual

granadino, a las técnicas lexicográficas tradi-

cionales que regulaban la revisión periódica del

diccionario académico oficial.

Ante la falta del entusiasmo de sus com-

pañeros, Casares decidió emprender por cuenta

propia la redacción de esta magna obra. Tra-

bajó muchos años en ella, tal vez unos quince,

y la publicó en 1942 con el ya clásico título de

Diccionario ideológico de la lengua española.

Aquella primera edición estaba plagada de

errores, subsanados en las posteriores, hasta la

definitiva, que quedó anclada en 1959. Casares

había tenido la ocasión de conocer los grandes

diccionarios ideológicos que enriquecían la

lexicografía inglesa, francesa y alemana sem-

brada por Roget. Dividió su diccionario en tres

partes. La tercera, la más extensa, no ofrece

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MAGIA, MENTE Y MITO EN MARÍA MOLINER

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novedad alguna: es un mero listado de palabras

alfabéticas a las que se añade su significado. La

primera, que él llama parte sinóptica, es una

atractiva y graciosa clasificación de ideas en

cuarenta páginas, pero exenta de utilidad. La

central, la llamada parte analógica, recoge en

unas 500 páginas su verdadera aportación al es-

tudio del léxico. Pero, a diferencia de las obras

europeas, Casares no se atrevió a abordar el

revolucionario orden semántico o lógico, o de

significados, y, más conservador que sus cole-

gas ingleses, se refugió en el alfabético. A pe-

sar de todo, el lector puede partir de su propia

competencia lingüística, es decir, de las ideas

que ya se ha forjado acerca de una cosa, para

llegar a todas las palabras que la designan o

que tienen alguna relación de significado con

ella. Este procedimiento permite, entre otras

innovaciones, localizar una palabra desconocida

a partir de una idea aproximada del concepto

general que se busca; hallar palabras similares

a las que se investigan, pero más precisas y

exactas que las originariamente concebidas;

manejar toda la gama sinonímica de una idea o

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concepto y, en general, y tener acceso a todo

el vocabulario que integra el campo semántico

de una voz.

Mark Peter Roget clasificó de manera lógi-

ca 980 conceptos, es decir, listados, que él ini-

cia con una palabra clave y luego desarrolla. En

su orden evoca, palabra a palabra, un abanico

de ideas, de sugerencias, de valoraciones. La

palabra boda, por ejemplo, elevada a la cate-

goría de concepto general dentro de la lengua,

es la número 894 de sus entradas, pero en su

contenido aparecen, en grupitos, todas aque-

llas palabras relacionadas: las que denominan a

los enamorados, las que aluden a los tipos de

bodas, las que designan los grados de parentes-

co, las que se refieren a las situaciones de la

ceremonia, las expresiones… Y así hasta un to-

tal de unas trescientas. El siguiente grupo, el

895 se llama celibato, y el 896 divorcio.

Casares nos da algo parecido, pero en or-

den alfabético, y no cuenta con 980 conceptos

en orden lógico, sino con 2.000. El inconvenien-

te del irracional orden alfabético es que nece-

sariamente los significados están aislados, y es-

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ta distancia fuerza la repetición y referencias

entre palabras en conceptos cercanos o afines.

Pero al conjuro de la idea, a la llamada del

concepto, Julio Casares ofrece en tropel las vo-

ces, seguidas de las sinonimias, analogías, antí-

tesis y referencias. Nos regala un metódico in-

ventario del inmenso caudal de palabras casti-

zas que por desconocidas u olvidadas no nos

prestan servicio alguno, otras cuya existencia

se sabe o se presume, pero que dispersas, y

agazapadas en las columnas, nos resultan inac-

cesibles mientras no conozcamos de antemano

su representación en la frase. Pero lo que des-

taca, lo que dignifica al diccionario de Casares

es que ha reunido las palabras del español en

torno a una de las 2.000 ideas que él concibe.

Como tantos intelectuales del siglo XX que han

dedicado su vida a la investigación, que han

alejado su pensamiento del mundo para con-

centrarlo en la lingüística, Casares murió con

casi noventa años de edad, probablemente

pensando más en la vida de sus revoltosas pa-

labras que en cualquier otra peregrina y triste

imagen de la senectud.

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María Moliner Ruiz

María Moliner Ruiz no pertenece exactamente a

la generación de Casares, ni siquiera a la de los

atildados y arrogantes lingüistas del siglo XX, ni

a las clases académicas, ni al orgulloso y en-

cumbrado cuerpo docente, pero sí a ese redu-

cido grupo de personas decididas, tenaces, ca-

paces de cultivar con mimo y esmero ese mun-

do intelectual. Mujer sencillamente interesada,

y para muchos, marcadamente natural y fran-

ca, al igual que Mark Peter Roget y Julio Casa-

res, dedicó buena parte de su vida a la redac-

ción de su Diccionario de uso del español que

publicó a los 66 años de edad. Casares lo había

hecho a los 64 y Roget a los 73, es decir, todas

son obras de madurez, que es cuando se han

agitado, ajustado y acomodado las palabras

multitud de veces en la vida, en lecturas y con-

versiones; que es cuando la mente se encuentra

en plena riqueza léxica. Uno no acaba nunca de

aprender palabras. Pues bien, la obra de María

Moliner es, una vez más, el resultado de una

serie de circunstancias a veces favorables, a

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MAGIA, MENTE Y MITO EN MARÍA MOLINER

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veces adversas, pero en una detenida lectura

de la biografía de la autora parece como si la

adversidad hubiera contribuido a un mejor lo-

gro de sus objetivos. Las grandes obras indivi-

duales no son el resultado de una minuciosa

programación, sino el alumbramiento, la con-

junción de un abanico de eventos entre los que

el trabajo, la inteligencia y la paciencia ocupan

un lugar de privilegio. Y si exceptuamos a Casa-

res, que, a pesar de las duras circunstancias de

la guerra civil se llenó de gloria y reconoci-

miento en vida, Roget y Moliner, en siglos y cir-

cunstancias distintas, murieron sin imaginarse

siquiera la dimensión que habían de alcanzar

sus obras.

Algunas preguntas parecen de especial in-

terés: ¿Por qué es tan importante El diccionario

de uso de María Moliner en el campo de la lexi-

cografía? ¿Cómo consiguió llevarlo a cabo?

¿Cómo logró aunar esfuerzos e inteligencia para

un libro tan necesario, tan revelador, tan equi-

librado en sus formas, en su consulta, tan com-

pleto en su estudio y tan fundado?

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Breve alusión a la lingüística en el siglo XX.

Antes de desenredar estas preguntas, que son

elementales para colocar su DUE o Diccionario

de uso del español en el lugar que le corres-

ponde, abrimos un paréntesis para señalar al-

gunos puntos relacionados con la reciente his-

toria de la lingüística. Recordemos algunos lo-

gros que permitan abrir el hueco que a nuestra

autora le corresponde.

El uso o dominio de una lengua ha intere-

sado siempre, ya lo sabemos. La humanidad ha

necesitado ser bilingüe por muchos motivos.

Pero el estudio de la lengua y de las lenguas, su

estructura interna, su historia, su patrimonio,

apenas ha atraído a la humanidad desde los

griegos hasta los albores del siglo XX, dejando

un vacío de milenios apenas ocupado por algu-

nas excepciones. Los principales conceptos que

alimentan los programas de los centros de en-

señanza desde que estos reciben una regulación

se basan en los mismos principios que inspira-

ron a los estudiosos latinos. Pero el siglo XX

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cambió la tendencia, rompió los moldes, inició

una reflexión sobre la necesidad de profundi-

zar, de inmiscuirse en sus estructuras. Si Roget

es el padre de la moderna lexicografía, Ferdi-

nand de Saussure lo es de la lingüística general.

Este profesor excepcional, nacido en Ginebra,

habría pasado totalmente desapercibido si no

fuera porque sus alumnos publicaron los apun-

tes que él, modestamente, había impartido en

clase. Después de Saussure se despertó el espí-

ritu de la renovación del estudio de la lengua y

las lenguas, y el dominio científico añadió a sus

campos de investigación una serie de lingüistas

que conmovieron este desértico campo de es-

tudio.

Edward Sapir corrió el velo que eclipsaba

a las hablas desprotegidas por la civilización, a

las humilladas y olvidadas, y despertó el interés

por todas las lenguas de la humanidad. Noam

Chomsky divulgó la teoría genética de las len-

guas, la que defiende la disposición a adquirir-

las durante los primeros años de la vida. Roman

Jakobson desveló las funciones del lenguaje

humano. Eugenio Coseriu contribuyó a la inter-

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pretación filosófica de los lenguajes, y André

Martinet desmitificó los usos ortográficos. Son

aportaciones individuales, estudios más o me-

nos especializados que, siendo muy interesan-

tes, se muestran bastante distanciados de los

usuarios. Por eso, para llenar los vacíos de las

necesidades lingüísticas cotidianas, algunos

países y lenguas tienen el privilegio de contar

con un Consejo de expertos dedicados a la des-

cripción y unificación de una lengua en un mo-

mento dado, y a la publicación de sus conclu-

siones para orientación de los hablantes. Los

misioneros que trabajaron en África se convir-

tieron en improvisados lingüistas al dotar de

escritura a algunas lenguas desasistidas de

cualquier norma. A modo de consejo de exper-

tos, inventaron una ortografía para esas len-

guas, y luego las codificaron en una gramática

que recoge los usos mas generalizados de los

hablantes, y por último confeccionaron un léxi-

co a veces explicado con palabras de la propia

lengua, a veces bilingüe. Así han quedado re-

glamentadas muchas lenguas africanas como el

tiví, el bembara o el ewé.

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Las obligaciones de la Real Academia Españo-

la.

Nuestros expertos, los especialistas en nuestra

lengua, se reúnen con regularidad desde 1713

bajo los auspicios de una institución, la Real

Academia Española. Además de otras compe-

tencias menores, su actividad consiste en dar a

conocer todo el material necesario que sirva de

norma para los hablantes, y en particular para

los profesores que tienen la obligación de co-

rregir los deslices de uso. Tres son, por resumir

las ideas, sus funciones fundamentales de coor-

dinación: la ortografía, la gramática y el léxico.

Las tres funciones son llevadas a cabo por sus

miembros en un reparto de tareas, y con una

densa colaboración de funcionarios y becarios.

Digamos de la Real Academia Española, co-

locándola al alcance de todos, que está forma-

da por un grupo de sabios lingüistas o hábiles

usuarios de la lengua, que, con cargo vitalicio,

reponen sus vacantes mediante la elección de

un candidato acorde con los propios miembros,

que deben elegirlo en votación. Si el candidato

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RAFAEL DEL MORAL

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ha mostrado cualidades y valores suficientes

para su merecimiento, pero no resulta del

agrado de los electores, bien por su talante

displicente, polémico o provocador, bien por su

condición social o de género, que nada de esto

es necesario alegar, el candidato se queda sin

sillón.

Los académicos, y digámoslo con todos los

respetos, tienen encomendada la misión de

aconsejar a los hablantes sobre el mejor uso de

la lengua, marcar el camino, las pautas a se-

guir, pero nunca obligar a seguirlas. Los

hablantes somos propietarios absolutos de

nuestros usos lingüísticos, y únicos consejeros

de la usanza que queramos hacer de ella. Pero

la docta institución, sostenida por los presu-

puestos de la nación, debe ofrecer con sus pu-

blicaciones sólidos principios capaces de orien-

tar al hablante. Tradicionalmente la editorial

Espasa publica sus trabajos: ortografía, gramá-

tica y diccionario.

Ha sido una satisfacción para todos los

usuarios del español el logro que consiste en

acordar unas normas ortográficas, las de 1999,

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MAGIA, MENTE Y MITO EN MARÍA MOLINER

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capaces de unificar la dimensión escrita de

nuestra lengua en todo el mundo, que no es

poco. Tal nivel de aceptación ni siquiera ha si-

do logrado por el mundo anglófono. Pero la or-

tografía, como es sabido, no tiene absoluto ri-

gor científico. A veces, alocada y esquiva, se

aleja considerablemente de sus formas parale-

las orales.

Mayor dificultad ha planteado la gramáti-

ca. En el siglo XX los académicos publicaron

tres gramáticas de la lengua española. La pri-

mera de ellas en 1931. La segunda, que apare-

ció con el título de Esbozo de una nueva

gramática de la lengua española en 1973, fue

redactada por los académicos Samuel Gili Gaya

y Salvador Fernández Ramírez, y apoyada por

los demás. No era aquel título (me refiero al de

borrador, apunte o bosquejo) sino un sobresal-

tado y pavoroso lamento que venía a decir algo

así como: “esto es un anticipo provisional, a

ver si conseguimos algo definitivo, a la vista de

cómo está el mundo de la lingüística”. Y en el

prólogo de la tercera gramática del siglo XX, la

de 1994, dice Emilio Alarcos, su autor: “No hay

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RAFAEL DEL MORAL

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gramática perfecta” y añade: “Aquí se ha

hecho lo que se ha podido para no caer ni en la

oscuridad ni en la inexactitud.” Un poco más

tarde Ignacio Bosque y Violeta Demonte, inte-

resados por los vacíos y carencias, dirigen a un

grupo de 73 lingüistas que redactan una monu-

mental gramática que se publica en 1999, el

mismo año que la ortografía, una vez más en la

editorial Espasa. La broma gramatical no tiene

seiscientas o setecientas páginas como muchas

de las compilaciones recientes, ni siquiera es

un mamotreto de mil quinientas paginas, ni un

grueso volumen de dos mil, no, tiene ni más ni

menos que 5.504 páginas repartidas en tres

tomos, y la encabeza un sugestivo título:

“Gramática descriptiva de la lengua española.”

¿Estamos en un momento histórico, como aquel

de Antonio de Nebrija en 1492, o el de Andrés

Bello en 1847? ¿Es esta monumental gramática

heredera de los grandes aciertos del pasado? No

lo sabemos. Las grandes obras de la humanidad

nunca fueron colectivas, sino el resultado del

ingenio de un único investigador. ¿Tiene más

coherencia la gramática de Emilio Alarcos que

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MAGIA, MENTE Y MITO EN MARÍA MOLINER

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la disparidad de criterios de los 73 autores de

la Gramática Descriptiva? Añadiré algo confi-

dencial aprovechando que estamos entre ami-

gos: la gramática descriptiva desbordó las pre-

visiones de venta el año de su publicación, que

sirvieron para llenar las bibliotecas; vendió al-

gunos ejemplares sueltos los dos años siguien-

tes, y un año después prácticamente desapare-

ció el interés de los compradores, que no el de

los lectores, supongo. Para ellos ahí están los

ejemplares en las bibliotecas. Algo complejo y

confuso está sucediendo en el mundo de la

gramática… ¿Asistimos al ocaso de su estudio?

La tercera labor de la Academia, la que

nos interesa, aunque las otras no son ajenas, es

la dedicada a la publicación de un léxico, la del

diccionario que popularmente se conoce como

Drae o Diccionario de la Real Academia Españo-

la. Sin ánimo de elevar la menor critica a la la-

bor institucional de la docta casa, diremos que

el Drae, que cuenta con un amplísimo equipo

de colaboradores, se publica… cuando viene

bien. La vigésima primera edición apareció,

como exigía la fecha, en 1992, y la última, la

Page 28: Magia, mente y mito en María Moliner

RAFAEL DEL MORAL

26

vigésima segunda, apareció en el 2003. Esta

edición es, a juicio de muchos, la primera que

cuenta, de manera útil y práctica, con las

avanzadísimas técnicas informáticas, aunque la

anterior ya tuvo un soporte en CD.

Pues bien. Aunque la Academia se alimen-

ta de un fornido cúmulo de instrumentos para

sus ediciones, aunque se nutre con los más in-

signes sabios, aunque los colaboradores reali-

zan el trabajo sistemático y no sistemático de

aquella casa del saber, aunque cuentan con los

medios técnicos más modernos a su alcance,

resulta que el diccionario de una funcionaria

destinada en bibliotecas compite hoy con los

centenares de académicos que han colaborado

en el Drae. Cuando semejante competencia ha

destacado en otros ámbitos del conocimiento

es porque ha nacido un Einstein, o un Kant, o

un Cervantes… Creo que no es exagerado decir

que algo parecido es María Moliner, pero vea-

mos ahora las razones, veámoslas ya, pues dis-

ponemos de los antecedentes necesarios para

abordarla.

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MAGIA, MENTE Y MITO EN MARÍA MOLINER

27

Publicación del Diccionario de uso del espa-

ñol.

¿Quién es María Moliner Ruiz? Si por cualquier

circunstancia hubiera dejado su obra a medias

o casi acabada, pero sin acabar, no la llamar-

íamos escritora, sino bibliotecaria. Una olvida-

da bibliotecaria. En ella coinciden las tres ca-

racterísticas necesarias para la elaboración de

un trabajo como el suyo: el acoplamiento fami-

liar y formativo, es decir la magia; la capacidad

para captar las necesidades y ajustarlas con

tanta inteligencia como humildad, es decir la

mente privilegiada; y la circunstancias propi-

cias, es decir el ambiente necesario para la

creación del mito. Las tres particularidades co-

incidieron en María Moliner Ruiz.

Del detenido análisis de su vida y sus ac-

tuaciones descubrimos, en primer lugar, el

mundo mágico de su infancia y juventud. Hija y

nieta de médico rural, tiene a su alcance la fi-

na y delicada educación de familias tan privile-

giadas. Aunque nació en Paniza, provincia de

Zaragoza, a la vez que el siglo veinte, a los dos

años ya residía en Madrid. Su familia además,

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RAFAEL DEL MORAL

28

según todos los indicios, tenía sólidas raíces

asentadas en una tradición liberal, y tanto ella

como sus dos hermanos estudiaron en la Insti-

tución Libre de Enseñanza, cuna de tantos ilus-

tres sabios del siglo. Es la magia.

Perteneció a una de las primeras genera-

ciones de mujeres universitarias: Filosofía y Le-

tras, por entonces tal vez la única carrera fe-

menina, sección de historia, la única especiali-

dad de la universidad de Zaragoza. Y en cuanto

termina la licenciatura, busca, a la temprana

edad de veintidós años, el mismo acomodo que

Julio Casares: una plaza de funcionaria, ganada

por oposición, en el cuerpo de Archiveros, Bi-

bliotecarios y Arqueólogos. Seguimos en la ma-

gia.

Entre 1922, que empieza a trabajar como

funcionaria, y 1970, año en que se jubila (los

años coinciden con su edad), a María Moliner

nadie la conoce por otro oficio que el de biblio-

tecaria. Primero en el archivo de Simancas,

después en Murcia, Valencia y luego, en su tras-

lado a Madrid para acercarse a su marido, en la

Escuela Técnica Superior de Ingenieros Indus-

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MAGIA, MENTE Y MITO EN MARÍA MOLINER

29

triales. Todos sabemos cuales son las obligacio-

nes laborales de los funcionarios, y también co-

nocemos, aproximadamente, los horarios de las

bibliotecas. Lo que nadie puede saber muy

bien, ni siquiera su propia familia, es cuándo,

ni cómo, ni por qué inició la elaboración de su

magna obra. Supongamos que fue hacia los años

1950, y que, en labor parecida a la constancia

que exigen otros menesteres, pero con una

mente privilegiada, invirtió unos 15 años de

trabajo… Pero trabajó a medias, o a dos ter-

cios, o a la cuarta parte… No abandonó su tra-

bajo de bibliotecaria, ni de ama de casa… o al

menos eso parece… ¿Seguía realizando las tare-

as domésticas? No lo sabemos. No lo sabemos

porque nadie se da cuenta de que alguien hace

una cosa así. Sí conocemos sus instrumentos:

una máquina de escribir, un lápiz y una goma…

Y sus carencias: nunca dispuso de un privilegio

universitario, ni académico, ni de otra institu-

ción, que es donde se hacen estos tipos de tra-

bajo. Nunca recibió favor alguno que le permi-

tiera desarrollar ese hormigueo en sus búsque-

das, esa clasificación tan ajustada, esas pala-

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RAFAEL DEL MORAL

30

bras y expresiones tan propias. El hecho es que

en 1966 la editorial Gredos, que no Espasa, pu-

blicó el primer volumen del Diccionario de uso

del español, y un año después el segundo. La

autora, no lo olvidemos, es una bibliotecaria.

¿Qué hace una bibliotecaria ocupando los espa-

cios reservados a los profesores de universidad,

a los académicos, a los encumbrados eruditos?

Por entonces, solo por entonces, cuando María

Moliner cuenta con 66-67 años, el mundo inte-

lectual empieza conocer su obra. Pero poca

gente se hace eco de aquel evento. La editorial

ha hecho una prudentísima edición de pocos

ejemplares, que no se ve obligada a reimprimir

en los años que siguen. La autora dispone de

una mente privilegiada, pero es necesario que

se sepa, y que llegue su diccionario a las biblio-

tecas que ella misma durante tanto tiempo ha

organizado. Y no llega. Al menos no llega en los

primeros años.

Page 33: Magia, mente y mito en María Moliner

MAGIA, MENTE Y MITO EN MARÍA MOLINER

31

El diccionario

La obra produce cierta sorpresa en los ambien-

tes universitarios en que consigue introducirse,

que no son muchos. El Diccionario de uso no es

ninguna broma. ¿Por qué? ¿Qué añade aquel

diccionario a los que ya existían?

La respuesta es tan sencilla como agrada-

ble. Y lo vamos a expresar en cinco puntos.

1. El primer lugar ofrece todo lo que figu-

ra en el Diccionario de la Academia, obra del

mejor equipo de expertos que puede concebir-

se, y se aleja de aquel en el uso de una expre-

sión con la ciencia que exige la materia, pero

agradablemente distanciada del tono docto.

2. En segundo lugar Moliner explica el ori-

gen etimológico de las palabras con terminolog-

ía más cercana, y da las definiciones como

quien generosamente habla con la vecina, y

ajusta la palabra al significado que realmente

tiene. Pero si tenemos que explicar esto de

manera más rigurosa, diremos que muchas de

las definiciones de la Academia están redacta-

das en una lengua de otra época, que no es el

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RAFAEL DEL MORAL

32

lenguaje adecuado para la explicación de los

términos.

3. En tercer lugar, la Academia, recurre

con excesiva insistencia a la definición en

círculo vicioso: amparar se explica como «favo-

recer, proteger»; favorecer, como «ayudar,

amparar, socorrer»; proteger como «amparar,

favorecer, defender»; defender como «ampa-

rar, librar, proteger»; ayudar, como «auxiliar,

socorrer»; auxiliar, como «dar auxilio»; auxi-

lio, como «ayuda, socorro, amparo»; y así su-

cesivamente. Moliner decide romper este jue-

go, habitual ya en los lexicógrafos sumisos al

modelo académico. No sólo evita la definición

circular, para lo cual inventa una minuciosa je-

rarquización lógica de los conceptos, sino que

desmonta una por una todas las definiciones de

la Academia y las vuelve a redactar en español

del siglo XX, y les da en muchos casos una pre-

cisión que les faltaba. Es decir, supera a la

Academia en rectitud y en cortesía hacia el

usuario.

4. Pero no se queda ahí. En cuarto lugar,

consciente de la necesidad de informar sobre la

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MAGIA, MENTE Y MITO EN MARÍA MOLINER

33

familia de las palabras, añade todo su paren-

tesco, la línea familiar hereditaria o familia

léxica. De esta manera nos dice que los hijos o

nietos de la palabra calor, pongamos por caso,

son: caloría, caloricidad, calurosamente, calu-

roso, calorífero, calorífugo, calorimetría y ca-

lorímetro. A mi parecer, esta valiosísima in-

formación fue injustamente criticada, y supri-

mida en la segunda edición.

5. En quinto lugar diremos que también

nos informa de los primos hermanos de las pa-

labras, y de sus primos lejanos, y nos ofrece así

todo un campo de parentesco o campo semán-

tico… Y he aquí lo realmente nuevo, lo impre-

sionante, lo que a tantos lectores conmueve: lo

que hace es similar a lo que habían elaborado

nuestros amigos Mark Peter Roget o Julio Casa-

res Sánchez en sus diccionarios ideológicos o

conceptuales.

Afinemos, entonces, resumamos. En la

misma entrada encontramos el origen, el signi-

ficado, la línea familiar hereditaria y los paren-

tescos. Y, por si fuera poco, se detiene a rega-

larnos algunos ejemplos de frases donde la pa-

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RAFAEL DEL MORAL

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labra aparece en su contexto. Es decir, los dic-

cionarios de la Academia y el de Julio Casares a

la vez… y mejorados… María Moliner recogió

todos los tipos de diccionarios en uno solo, al

mismo tiempo… ¿podía darse más audacia, más

arrogancia intelectual en la humilde biblioteca-

ria? Pues añadiremos una característica más

que no contempla la Academia y enormemente

deseada por los usuarios: la distinción de dos

grandes niveles dentro del léxico, el de las pa-

labras y acepciones usuales, y las no usuales,

diferenciadas por medios tipográficos.

A la vista de algunas definiciones de la

Academia, siendo hablantes de español, como

somos, nos creeríamos en otro mundo.

La difusión

Se le reprochó, sin embargo, porque siempre

hay que reprochar algo en estos casos, que to-

mase como elementos documentales casi exclu-

sivamente el Drae, al que trataba de superar, y

al que solo añadió su propia competencia lin-

güística. Pero lo que más se dejó sentir fue el

impacto en medios académicos y universitarios:

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MAGIA, MENTE Y MITO EN MARÍA MOLINER

35

¿Una bibliotecaria había publicado un dicciona-

rio que superaba al de la Academia? Nadie se

podía creer eso…

Por entonces había un profesor de lingüís-

tica histórica en la Universidad Complutense

que fue el primero, me refiero al primero de

entre los que tenían que reconocerlo, en anun-

ciar y proclamar la calidad del libro que ya no

llamaba la gente Diccionario de Uso, sino el

María Moliner. Era aquel profesor, o al menos

así lo veía yo por entonces como estudiante de

aquella universidad, el lingüista de mayor pres-

tigio, y la gente lo sabía. Habitualmente refu-

giado en su profundo respeto a todos y a todo,

no le daba ninguna importancia a su altísima

categoría intelectual. Parecía como si no lo su-

piera, o no quisiera saberlo. Tal vez pensaba

que no era verdad, o quizás no pensaba en na-

da. Se llamaba Rafael Lapesa. Lo veíamos como

un hombre humilde, casi siempre fracasado en

sus esfuerzos por vestir correctamente, distan-

ciado de todas las comidillas de los departa-

mentos, de las intrigas, de las tertulias insidio-

sas, hombre honrado y cabal. Prefería el usted

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RAFAEL DEL MORAL

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al tuteo, tan cargado de respeto como desasis-

tido de pedantería. No omitiré, aunque el aca-

to exija mi distanciamiento, recordar que yo

fui su alumno en los cursos de doctorado, y que

nos trataba con una elegancia tan cercana co-

mo distante, tan respetuosa como generosa,

que no aprecié en otro profesor.

Rafael Lapesa era académico de la lengua

cuando, en 1972, tras el fallecimiento de Narci-

so Alonso Cortés, quedó vacante el sillón de la

letra B. El profesor de lingüística histórica que

había creído en la bibliotecaria, la propuso pa-

ra cubrir la vacante. Creo que por entonces no

se había ganado la incansable escritora a aque-

llos ilustres señores. Todo era demasiado re-

ciente. ¿Iba a entrar en la Academia quien tan-

to había superado a los Académicos? Como de-

cía anteriormente, los eruditos señores no

están obligados a explicar los motivos de su

elección. En aquella votación ganó el sillón

Emilio Alarcos, el actual autor de la Gramática

más codiciada de España, si es que estos asun-

tos producen adición.

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MAGIA, MENTE Y MITO EN MARÍA MOLINER

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Siempre me pregunté, siendo estudiante y

también después, cómo debió vivir la bibliote-

caria aquella repentina ascensión al olimpo de

los sabios, tres años antes de su jubilación, que

se produjo a los setenta. Nunca lo supimos, pe-

ro ahora lo sospecho. María Moliner no se en-

teró de que había hecho una obra tan impor-

tante: receptora del reconocimiento de unos

pocos, silenciada por otros, ignorada por la

mayoría, María Moliner, debió ser consciente de

la importancia de lo que había hecho, aunque

también de la posibilidad de que aquello pasara

desapercibido…

Quienes en la década de los años setenta

estábamos en la universidad, vimos pasar por

las aulas, en homenajes o mesas redondas, en

encuentros personales, a veces en conversacio-

nes mucho más informales, a los dramaturgos

del momento: Antonio Buero Vallejo, Francisco

Nieva… A los lingüistas: Manuel Alvar, Antonio

Tovar, Fernando Lázaro Carreter… A los críticos

literarios: Andrés Amorós, Marina Mayoral, San-

tos Sanz Villanueva… A los poetas: Jorge

Guillén, Dámaso Alonso, Rafael Alberti… A los

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RAFAEL DEL MORAL

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novelistas: Juan Benet, Carmen Martín Gaite,

Jesús Fernández Santos… Pero nunca a María

Moliner. A nadie se le ocurrió acercarnos a

quien tan cerca vivía de nuestras aulas, nadie

le concedió la categoría de los otros. Nunca vi

en persona a la insigne investigadora, ni supe

de conferencia alguna de ella, ni asistí a mesa

redonda en que ella estuviera, ni tuve ocasión

alguna de cruzarme con ella.

A falta de fuentes más directas, utilizo mi

imaginación para describir, más con sospechas

que con fidelidad, lo que fue de la biblioteca-

ria.

El Diccionario de uso del Español se reim-

primió dos veces en cinco años, más porque se

había hecho una baja tirada, que porque su di-

fusión fuera un éxito. Mucha gente lo elogió,

pero la autora había entrado más en la edad de

los homenajes que de la creación. Su marido

murió en 1974 y ella, a quien tanto mal había

hecho la guerra y la posguerra, casi desapare-

ció con la dictadura porque en 1975 sufrió un

padecimiento cerebral que la tuvo alejada de

la vida pública hasta su muerte en 1981. Fue

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MAGIA, MENTE Y MITO EN MARÍA MOLINER

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entonces, como sucede tantas veces, cuando la

fama de Moliner se disparó. Y lo hizo aupada

por un artículo que Gabriel García Márquez pu-

blicó en el periódico El país, una necrológica

que elogiaba el Diccionario de Uso del Español.

El novelista colombiano despertó las concien-

cias, y solo entonces se multiplicaron los elo-

gios.

A nadie pareció inquietarle la renovación

de su obra hasta que en mitad de la década de

1990, la de las grandes publicaciones de la

Academia, y de la lexicografía, la editorial

Gredos reúne a un grupo de expertos para su

actualización, y en 1998, un año antes de la Or-

tografía y la Gramática Descriptiva, la editorial

Gredos publica la segunda edición del Dicciona-

rio de uso del español. Esta elegante nueva

versión, sin desdeñar nada de la primera, claro

está, es el intento renovador más ambicioso

que ha producido en nuestro siglo. La lengua es

algo vivo y los diccionarios deben ir tras los

hablantes. Deseo y espero que el Diccionario de

uso del español se convierta en la obra de refe-

rencia para muchas generaciones de hispano-

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RAFAEL DEL MORAL

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hablantes como lo fue el de Mark Peter Roget,

aquel médico, que no bibliotecario, para tantos

anglófonos del pasado, del presente y, con cer-

teza, también del futuro.

Pocas son las lenguas del mundo, y con es-

to terminamos, que disponen de un diccionario

tradicional, de ese que estamos acostumbrados

a ver, del de significados. Muchas menos tienen

el privilegio de disponer de un estudio semánti-

co o ideológico, o conceptual o temático, de su

léxico: apenas una docena: el griego fue la pio-

nera, luego el inglés, el francés, el ruso y el

alemán. La tradición lingüística oriental había

otorgado otras de este tipo a dos de sus lenguas

que más han desarrollado su dimensión cultural

a través de los tiempos, el chino y el sánscrito.

Pero ninguna de nuestro entorno, ni el inglés,

ni el francés, ni el alemán, ni el italiano dispo-

nen de un estudio del léxico tan completo en

una sola obra, tan organizado en su estructura,

tan cercano en su expresión, tan elegante en su

composición y tan capaz de susurrar más que

de decir. Debe ser un placer y un orgullo para

todos nosotros que esta biblioteca lleve el

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MAGIA, MENTE Y MITO EN MARÍA MOLINER

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nombre de su autora, y lo perpetúe durante

una larga y pacífica vida a través de los años.

Muchas gracias.