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Las desventuras de Francisco de Escandón

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BIOGRAFÍAS FAMILIARES

LAS DESVENTURAS DE D. FRANCISCO DE ESCANDÓN

Escrito por Francisco de Escandón y Rodríguez de La Lama y

Martin Sáinz-Trápaga y Castell

1986-2015

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NOTA A LA OBRA

Éste libreto, escrito en un viejo papel encerado, hacia 1880, lleno de tachaduras, con algunas páginas deshechas por el paso del tiempo y alguna que otra quemadura, lo encontramos entre la correspondencia familiar hace ya, más de cincuenta años… Posteriormente, por otra vía, nos llegó una copia reprografiada, que me permitió completar alguna de las páginas destruidas, aunque, desgraciadamente, sin llegar a poder terminar de descifrar todos los capítulos. Con el fin de preservarla, me decidí a trascribirla, no sólo para su conservación, sino para continuar el espíritu que Francisco, nos comunicó al redactarlo. Si bien el título, que familiarmente le dimos a éste documento fue el de “El Pirata Escandón”, me he permitido, renombrarlo con una cabecera más acorde con la intención de su autor, eliminando así, la socarrona ironía que no venía a cuento. La trascripción que nos dejó escrita como testamento vital, refleja el común de muchos vizcaínos y montañeses, y españoles en general, que por necesidad, costumbre o ambición, a muy corta edad, marcharon a las “provincias de ultramar”, bien en búsqueda de fortuna, o simplemente a relevar a sus parientes y familiares en los asuntos y negocios, que las incipientes economías que en ellas se producían, les podían deparar. La mayor parte de ellos, procedían generalmente de entornos rurales, en donde las limitaciones se antojaban alicientes mayores para tal empresa. En su lectura, junto al trasfondo de los valores personales y vivenciales de Francisco, disfrutaremos de cierto costumbrismo de la época, terminología naval, modismos y referencia a lugares y personajes comunes e históricos; el relato de acontecimientos en primera persona y un gran número de referencias contrastadas con

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las que nos va relatando, demostrando una gran memoria pese al paso de los años, fechas, datos y enclaves, como forma justificada para recalcar la veracidad de lo acontecido a lo largo de su complejo y rico devenir. D. Francisco Escandón y Rodríguez, nació en 1804 en Pendueles de Buelna en el Principado de Asturias. Pertenecía al antiguo y solariego linaje de los Escandón y estaba emparentado con D. José de Escandón y de La Helguera, quien fue el primer gobernador, años atrás, de la provincia de Nuevo Santander y conde de Sierra Gorda. Fue el mayor de tres hermanos del matrimonio de D. José Escandón y de La Lama y Dña. Dominga Rodríguez y Gómez. La familia de su madre, llevaba ya años radicada en México, donde habían establecido una importante red comercial. Con motivo del fallecimiento de su madre Dña. Dominga y a petición de su tío Antonio, fue reclamado para “pasar” al Nuevo Santander. Francisco, tras múltiples tribulaciones, casó allí con Dña. Carmen Rodríguez y Fernández de Córdova, no sin antes solicitar y recibir en Monterrey, las amonestaciones precisadas, por ser ésta hija de su tío D. Antonio Rodríguez y Gómez. Fueron sus hermano, Martín y Pedro, poco después, los que le acompañaron en su aventura vital, en la búsqueda de una mejor proyección profesional en “Las Américas” y que con él, se establecieron en Aguayo, (Ciudad Victoria) en Tamaulipas y posteriormente en San Luis de Potosí. Allí hizo su “fortuna”, por así llamarla, pese a las múltiples “peripecias” con las que tuvo que bregar, hasta el inicio de las revueltas revolucionarias y la posterior expulsión de los españoles a partir de 1824.

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En aquellos años, como muchos otros españoles, tuvo que malvender o abandonar sus negocios y posesiones, entre una parcial e interesada criba y ola de asesinatos y ajusticiamientos, por parte de los “revolucionarios”, influidos por los partidarios de los interese de los incipientes Estados Unidos, ajenos a la “cordura” de los “Realistas” y al orden del incipiente gobierno de la nueva república, que afectó, no ya sólo a los españoles avecinados en México, sino a muchos otros, con raíces profundas por varias generaciones, que tuvieron que retornar al viejo continente o mantenerse expectantes en Cuba. No dándose por vencido, regresó con su familia a México en 1835, volviéndose a “establecer”, ayudando a realizar y a recuperar los intereses familiares, sumido en una de las etapas de mayor desestabilidad política y de seguridad, por decisión propia y luchando por sus convicciones hasta los últimos momentos de su vida. Falleció en San Luis de Potosí, a finales de los años 80, rodeado de sus hijos y su descendencia.

Sólo D. Martín de Escandón y Rodríguez, regresó a España y de su matrimonio con Dña. Josefa Martínez de Arce tuvo a su hija Guadalupe, natural de San Román, que casó con D. Francisco Sáinz-Trápaga y Zorrilla de La Lastra, mi bisabuelo. He procurado mantener la literalidad del relato, no modificando la ortografía en aquellas partes de la redacción en las que doy por supuesto, se trata licencias de la época en la que éste está escrito y sólo permitiéndome, en aquellos pasajes en los que por estar deteriorado el documento, no es posible desentrañar la escritura, o ésta se ha perdido, incorporar algunas palabras, entre “corchetes”; aunque esto no he podido implementarlo, más que en escasas ocasiones.

Martin Sáinz-Trápaga y Castell

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PROLOGO

El Señor Don Francisco Escandón, uno de los habitantes de La Victoria, bien aceptado en la sociedad por su amor al trabajo, por su conducta morigerada (1), y por los beneficios que en lo general y en particular ha hecho con su fortuna, proveniente parte de ésta por herencia de su esposa, y parte del producto de sus afanes; Al sentir bajo su planta bullirse el polvo que ha de cubrir su huesa, puesto que lleva una vida penosa, cargada con el peso de la edad, y más que esto, con el de las enfermedades que en estos últimos años lo han agobiado, ha tenido el placer de dejar escrita por si mismo para su descendencia una sucinta memoria de los sucesos unas notables que le ocurrieron en los primeros años de su vida.

El buen ejemplo que el Señor Escandón tuvo en el seno del hogar donde se sustentó su infancia y la educación que recibió de sus progenitores, bastaron a sobreponerse, de un lado a los sufrimientos que tuvo para que, su animo, no desfalleciera y cayera en la abyección y de otro, para que no corrompieran, ni sus ideas, ni sus costumbres , las malas compañías de los piratas de quienes fue capturado, los que no han de haber omitido esfuerzo para pervertir su moralidad, ni han de haber andado parcos en el uso de los medios de seducción para atraerlo a su compañía por su voluntad.

Los hijos varones del Señor Escandón, para corresponder mejor al pensamiento de su amado padre, y para hacer partícipes a los parientes que tienen en el País y España, del gusto de conservar la memoria de una persona apreciable para todos ellos se decidieron a dar a la prensa, sin pretender que se haga de este un librito de distracción para nadie, sino de utilidad o recuerdo para los miembros de la familia Escandón. (1) Morigerar: templar o moderar los excesos

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INDICE

1. La despedida e inicio del viaje 2. Embarcando hacia México 3. Apresados por los piratas 4. La supervivencia en la isla de Galveston 5. El regreso de los piratas 6. Camino hacia una compleja liberación 7. La liberación y el reencuentro con la familia 8. El inicio de mi actividad empresarial 9. De regreso a España 10. El retorno a San Luis de Potosí 11. Epílogo 12. Genealogía de Francisco de Escandón 13. Índice de personas 14. Índice de navíos 15. Índice de referencias y lugares 16. Otros

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CAPITULO I. La despedida e inicio del viaje

El día 23 de Abril, del año de 1820 y a la edad de quince años y medio, un domingo, después de haber oído misa en el pueblo en que nací, llamado Buelna de la Provincia de Asturias, en España, salí de la casa paterna, acompañado de mi padre José de Escandón y la Lama, mi tía, Dña. Manuela Rodríguez Gómez y un hijo suyo y primo mío, Cosme de Bustamante Rodríguez. Mi salida fue promovida a instancias del Sr. mi tío D. Antonio Rodríguez Gómez, residente entonces en Aguayo, pueblo de la Colonia del Nuevo Santander, en Nueva España; quien había escrito varias cartas a mi padre, pidiéndome para su dependiente, en una casa de comercio que ahí tenía, y que fuera conducido a Cádiz; recomendado a D. Tomas López Calderón para que esté Sr. se encargara de mi “pasage”, de lo que ya tenía aviso con anterioridad.

Como llevo dicho, fui acompañado de aquellas tres personas de

mi familia hasta la villa nombrada "Cabezón de la Sal," distante en unas diez leguas, habiendo pasado por "Santiuste,'' "La Franca", "Villanueva" "Colombres", "La Barca de Anquera", "Molleda", "San Vicente de la Barquera", y "Comillas." En aquella Villa, me entregó mi padre con el conductor D. José de la Cuesta, donde me despedí de él, de mi tía y de mi primo.

Caminamos sin ninguna, novedad, atravesando toda Castilla la Vieja y Castilla la Nueva, tocando a Palencia, Placencia, Medina del Campo, y Valladolid, de donde al salir me bajé del caballo que montaba, y al volver a subir, echó a andar este repentinamente sin darme tiempo a montar, y habiéndome quedado sujeto el pié izquierdo a un estribo me llevó arrastrando una larga distancia, tanto que al ser detenido el caballo por los conductores, creían éstos que me hubiera matado o al menos roto algún miembro; pues sin embargo tras haberme tirado varias coses, tuve la suerte de no recibir ninguna; únicamente resulté un poco lastimado del pié que tenía sujeto al estribo, y las manos rozadas a consecuencia de haberlas metido al suelo, por defender la cabeza.

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De Valladolid caminé sin que me ocurriera nada articular,

pasando por Burgos y de allí a Córdova y Sierra Morena, de la Provincia de Extremadura, Badajoz, Sevilla (de Andalucía) y las del tránsito a Jerez.

En toda esta caminata, que medirá próximamente doscientos quince leguas españolas, fui muy bien atendido por mis paisanos, sobre todo en ambas Castillas que son en, extremo generosos y hospitalarios, pues me apeaba del caballo a tomar agua de las norias o pozos y, tan pronto como veían lo que intentaba, me gritaban diciéndome:. "qué no bebiese agua, que me daban las perniciosas"(2)

y entonces me traían vino de sus bodegas y no pocas veces me llenaron de buen vino mi bota, a la cual le cabían cinco cuartillos. Había la circunstancia también, de las buenas relaciones que el Sr. Cuesta tenía por todo el camino hasta Jerez, que es hasta donde llegaban los conductores, pues hacía mucho tiempo que este Sr. echaba dos “viages” al año.

Llegué a Jerez, y en la posada, como a las dos de la mañana, nos robó a mí y a otros “pasageros”, un tunante, que el citado Sr. Cuesta traía de caridad, vestido de soldado, que en mi concepto era desertor de algún regimiento, y se nos había reunido en Extremadura.

Por la mañana nos informamos con el dueño de la posada respecto del ladrón, y nos contestó que poco antes de amanecer, habla partido en una calesa, con dirección al Puerto de Santa María, vestido ya de paisano. Algún tiempo después lo reconocí en Cádiz, en un almacén de aceite, y me suplicó encarecidamente que no diese parte de él, que lo perjudicaba a lo sumo y que echara en olvido aquel abuso que había cometido: me dio lástima, y como lo pedía me conduje. (2) calenturas tercianas

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Mi conductor de Jerez al Puerto de Santa María, a donde hay dos leguas, fue uno de, los mozos del citado Sr. Cuesta de éste punto me embarqué inmediatamente para Cádiz, que está a otras dos leguas, y el que me favoreció en mi pasage fue un muchacho montañez que venia junto conmigo, con dirección a Cádiz con un tío suyo, destinado a un almacén también de aceite.

Este, con toda precaución había cosido unos escuditos de oro que le habían quedado en el chaleco que traía puesto.

Desembarcamos en Cádiz, nos separamos, y él se fue para el

almacén de su tío yo fui muy bien recibido por los Señores Tomás López Calderón & G0 quienes me pusieron en una tienda de montañez, que tenían en la callejuela del Correo, frente al Consulado Viejo, titulada La Concepción a cargo de D. José Conde, mientras se proporcionaba el embarque para Nueva España. En dicha tienda solo se expedían víveres y licores, y en Cádiz en dicho tiempo, casi todos los dueños de esta clase de establecimientos eran montañeces, por cuyo motivo se les dio en llamar Tiendas de Montañeces.

En Cádiz estuve desde Mayo hasta el 13 de Julio que me embarqué para Veracruz en la fragata “Fama”, acompañada esta del bergantín "Relámpago", ambos de la propiedad, de dicha casa, López Calderón & C0., cuyas embarcaciones, generalmente salían juntas por temor a piratas, conduciendo mercancías para Veracruz, consignadas a los Señores hijos de Bustamante & C0. a quienes iba yo recomendado.

……

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CAPÍTULO II. Embarcando hacia México La fragata, portaba diez y seis cañones, ocho por banda, y el

bergantín seis por la misma, y también en esta vez conducían un grande y valioso cargamento para dichos Señores Bustamante & C0., y al regresar de Veracruz para Cádiz estos remitían efectos del país, tales como cacao, tabasco, grana, cochinilla, añil, azúcar de las Haciendas de tierra caliente, y plata pasta y amonedada. Ambas embarcaciones eran de las mejores que había entonces, en aquella carrera, pues estaban forradas de cobre. Fui perfectamente recomendado al Capitán de dicha fragata D. Matías Allende, vizcaíno, persona muy recomendable, y de muy buen estilo para los pasageros, tanto que al despedirnos de él en Veracruz, llorábamos todos los muchachos, como si lo hiciéramos por nuestros padres, prueba de lo bien que nos trataba.

Como llevo dicho; fui muy bien recomendado por uno de los socios de la Casa, bien habilitado de ropa y todo lo necesario, cumpliendo con las ordenes que para ello tenían del Sr. mi tío D. Antonio Rodríguez Gómez, que también ya he dicho se hallaba en Aguayo, del "Nuevo Santander" en "Nueva España".

En el mar no tuvimos mas novedad que al encontrarnos al paralelo de la Habana, el día 5 de Agosto, y el de Nuestra Señora de las Nieves patrona de la referida fragata, como a las 9 de la mañana y precisamente al concluir de celebrar la última misa el Sacerdote de la "Fama" y tres carmelitas mas que venían, se nos, presentaron tres barcos de piratas, que en el momento de haber reconocido nuestro buque, echaron una bandera desconocida hasta entonces de nuestro capitán y enseguida nos tiró uno de ellos dos cañonazos con bala raza: nuestro buque contestó con otros dos igualmente e izó bandera española. Los piratas no creían fuera nuestro aliado el bergantín "Relámpago", quien venía a una corta distancia de nosotros, porque además de haber sido invitado por nuestro capitán el del citado, la noche antecedente, a comer ese día juntos, con motivo del Santo de la patrona, había la circunstancia que se seguían siempre para

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protegerse uno a otro, y para no separarse por las noches ponían por señal un farol cada uno.

El capitán del bergantín hombre vivo y suspicaz, sospechó que el pirata no había penetrado la alianza de nuestros buques, y queriendo cerciorarse, izó bandera de corsario de Margarita, que es una isla donde se refugiaban los piratas.

Efectivamente, con este ardid logró engañar a estos, de tal suerte que se le aproximaron los tres buques, hasta llegarse a hablar con las bocinas, y dio por resultado que le nombraron Jefe de la expedición contra la "Fama". Otra de las circunstancias que concurrió a engañar a los piratas fue la del color negro del casco del "Relámpago"; que regularmente es el color de los buques corsarios.

El fingido enemigo de la "Fama", dio las disposiciones convenientes en su buque y en los otros tres, y se colocó en medio de ellos.

Cuando estuvo ya cerca del buque perseguido, dispuso a los

tres buques en posición ventajosa para él, izó bandera española, y mandó hacer fuego sobre ellos a babor y estribor, y, los hizo pedazos contribuyendo la fragata a su total derrota.

Uno de aquellos buques, el que mas sufrió la carga y, puntualmente el que se reconocía con más fuerza se fue a pique, y de los otro dos, uno había sido hecho prisionero por aquellos y ambos quedaron en nuestro poder. En fin, a las cuatro de la tardé, había concluido todo, y el capitán del "Relámpago", después de haber tomado sus precauciones con la presa y prisioneros, saltó a la "Fama" a comer.

Durante la comida, supimos por el citado capitán, que la presa

qué aquellos traían iba para la Isla de Santo Domingo también con cargamento que el capitán de esta tripulación y unos cuantos pasageros habían pasado al "Relámpago" para que su cocinero les diese de comer ínterin hacían unas reparaciones al barco; que después seguirían para su destino; que tuvieron los piratas algunos

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heridos v que el resto con su capitán y tripulación habían quedado ya bien presos; [pues el "Relámpago" a más de la tripulación tenía sesenta y tantos hombres de guerra.

Lo demás lo habíamos presenciado nosotros, pues al concluir la última misa a muy poco rato, el vigía anunció: vela por proa barlovento y sotavento nuestro capitán se sobrecogió un poco al observar con el anteojo los buques piratas; pero inmediatamente se recobró y mandó hacer zafarrancho acercando a las puertas los cañones: y los pasajeros fuimos encerrados bajo cubierta; allí todos los Muchachos nos disputábamos las cuatro ventanas que había para presenciar el combate, que aunque con bastante miedo lo deseábamos ver.

En seguida ambos capitanes hablaron solos y acordaron fuésemos a la Habana a conducir la presa; así lo hicieron y antes de llegar, el “Relámpago" se acercó al “Morro” para entregarla y la "Fama" quedó a una distancia regular en observación.

Sin otra novedad, seguimos nuestra marcha hasta Veracruz, a donde llegamos el día 23 de Agosto; y en cuyo punto fui muy bien recibido y tratado por los Señores hijos de Bustamante y Cía.

Permanecí en casa de estos Señores hasta el día 3 de Septiembre, fecha en que salí para "Tampico", o mas bien dicho, para "Altamira"; recomendado a D. Juan Benito de Castilla, y en la Goleta "Carmen", por otro nombre, la "Fama".

Navegamos felizmente hasta la isla de Lobos que se encuentra a

una distancia poco mas o menos, de diez y seis leguas de la "Barra de Tampico". Ahí nos sobrevino viento contrario y tuvimos que fondear junto a la isla en la tarde del seis, y el siete al amanecer observamos que por la vuelta de tierra, se dirigía a nosotros una Goleta, que después de haber examinado el capitán, desde lo alto de los palos, bajó diciéndonos que era de piratas, porque tenia unas velas que se llamaban “escandalosas” y que solamente los piratas las usaban.

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Resolvió elevar anclas y hacernos a la vela, e inmediatamente nos dirigimos a Veracruz, para ver si de este modo nos podíamos libertar, de ellos, porque no teníamos ninguna clase de arma para defendernos.

Por otra parte, no éramos mas que el capitán D. Asencio Arripol catalán, seis tripulantes, también catalanes, y dos pasajeros, un muchacho montañés, llamado Santiago Barozábal del pueblo de "Castrourdiales" y yo. El armamento se reducía a puñales catalanes, que aquellos traían. A pesar de que el corsario nos seguía al remo y vela; no nos podía dar alcance porque nuestro buquecito era muy velero; sin embargo de ir demasiado sobrecargado, pues hasta la cubierta llevaba llena de barriles de aguardiente y vinos; de los mismo que trajimos de Cádiz.

Pero quiso nuestra mala suerte, que el viento que nos soplaba y nos iba acercando al puerto de salvamento, calmase enteramente a cosa de las cuatro de la tarde y entonces el pirata nos alcanzó al remo. Luego que llegó a nuestro costado, nos metió a bordo una porción de hombres o mejor dicho, fieras, que al verlos armados de pistola, puesta a la cintura en una correa y sable en mano, creí que nos matarían; pero como no encontraron resistencia por los tripulantes, se conformaron con hacernos bajar inmediatamente a la bodega, llamada “rancho de proa”, en donde nos tuvieron con un centinela en la escotilla, hasta otro día por la mañana, que nos fueron amarrando según íbamos saliendo, uno a uno, y después de haber concluido esta operación, pasaron por medio de un aparejo varios barriles de aguardiente y vinos al corsario.

También nos pasaron a mi compañero Santiago y a mí. Mucho

sentimos los dos la separación de nuestros paisanos, pues no sabíamos la suerte que irían a correr aunque estábamos algo indignados con ellos, por no haber hecho resistencia ninguna; pero por otra parte les concedíamos razón, pues hubiera sido un disparate, y entonces tal vez no escapamos la vida.

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CAPITULO III. Apresados por los piratas Los piratas eran sesenta y tantos hombres, bien armados;

mientras que nosotros éramos siete sin armas. En la goleta prisionera quedaron los citados con el capitán, amarrados, y custodiados por piratas. La custodia de esta misma consistía en un Segundo, titulado capitán de presa, y quince hombres mas subalternos. El trato que estos daban a los prisioneros no lo sé, pues jamás volví a verlos.

Aquel mismo día ocho, y luego que sopló el viento, se hicieron a

la vela los dos buques, sin llevar rumbo determinado, y siguiendo la presa el rumbo del pirata. Según fue avanzando el día, fue en aumento el viento y ya al anochecer era un huracán furioso, con agua que duro hasta el once, motivado por el equinoccio, que es temible en el seno mejicano, por la pérdida innumerable de buques que ha habido y hay en esta estación.

Nos trataban muy mal nos daban dos comidas al día,

compuestas de un poco de arroz cocido, revuelto con caballa sarda salada, que nos hacia muy, mal estómago, agregado a esto, la pesadumbre y asombro que, nos causaban aquellos hombres, el mal tiempo que nos hacia, que a cada momento, creíamos que era él último nuestro, y, sería cansado referir todos los sustos que llevábamos.

A lo que se añade que no comprendíamos el idioma pues toda la tripulación y gentes de armas eran de varias naciones hablaban varios idiomas, pero el mas común era el inglés que fue el que yo llegué a saber con el tiempo.

El temporal como ya he dicho, duró tres días y cuatro noches, en cuyo tiempo nos pusieron a cada uno pegados a una bomba a trabajar, y como los golpes de mar eran terribles, nos amarraron por la cintura y casi ni comimos en todo este tiempo. A tal grado estaba la mar de furiosa que se llevó toda la obra muerta de la citada

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goleta, y el capitán para salvar su gente se vio precisado a picar los palos (3). Cuando ya ceso el temporal se armaron bándolas (4) y echaron a buscar la presa, Pues cada cual lo único que. se había cuidado, era el no irse a pique, sin hacer caso de a donde los arrojara el huracán. Nuestro capitán, aburrido y desesperado de no poderla encontrar, al cabo de quince días, se dirigió a la "Isla de Galveston" creyendo que si dicha presa se había salvado, estuviese ahí. Esta isla deshabitada entonces, se encuentra situada muy al Norte de los Estados Unidos, y era adonde tenían costumbre los piratas de ir a repararse de cualquier avería. No había nada allí de la tal presa, ni indicios de qué hubiera llegado y vuelto a irse. Dos años después de estos acontecimientos, supe lo siguiente: que el capitán de, la ''Carmen'' con su gente, favorecidos por la borrasca en una de aquellas noches, y aprovechando la ocasión de estar borrachos los piratas que los custodiaban en dicha goleta, se habían libertado, usando de crueldad para con ellos, por ser este el único medio en aquellas circunstancias.

Desde que cayeron prisioneros fueron amarrados en las bodegas, pero a uno de los tripulantes le dejaron colgado al cuello, y oculta bajo la camisa una navaja grande de marinero, que algunos usaban entonces, y tenían un ojillo para colgarse.

En la borrasca, observó este marinero, por el modo de hablar

pasos inseguros de los piratas, que estaban borrachos, y usando de habilidad y astucia, logró cortar las ligaduras con dicha navaja y en seguida cortó las de los demás. Viéndose ya libres, el capitán catalán, de acuerdo con los otros paisanos, dispuso el ataque a la primera señal dada por él.

(3) en borrasca, los palos de un buque hacen sea mayor el vaivén y estos se llegan a cortan con un hacha cuando se nota mucho riesgo y en un caso extremo. A esta operación la llaman "picar los palos". (4) Pequeñas velas, provisionales.

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Se armaron de espeques (5) y subieron sobre cubierta, apaleando y arrojando al agua a los piratas, a los muy beodos los amarraron. Así que hubo cesado el temporal, se dirigieron a Tampico, entregando la carga á los que iba consignada; recibiendo de estos una buena gratificación.

Ya dije que llegamos a "Galveston", en busca de la presa, y no habiéndola encontrado, se ocuparon en reparar las averías del buque é hicieron aguada que la había muy buena, y se hicieron a la vela ese mismo día como a las dos o tres de la tarde, dejándome abandonado con el montañés en aquella isla desierta e infecunda. Pero peor la aguardábamos nosotros, puesto que antes de llegar a allí se vela en tierra un aparato que cada vez mas cerca, descubríamos era una horca. Le hice ver a Santiago la suerte que íbamos a correr, e inmediatamente principió a llorar.

Esto lo notó un irlandés que se llamaba Thomas Daune que profesaba nuestra religión y nos conformó diciéndonos: "que aquello no era para nosotros que era para los tripulantes insubordinados, o ladrones: porque el capitán no quería que nadie robase mas que él, y castigaba con esta pena, al que lo hacia y no le presentaba el robo en seguida","que sabía que nos iban a abandonar allí, por no matarnos". Sin duda le dio lástima hacerlo, por vernos tan muchachos pues era temible, de muy mala índole y de un genio feroz. Todos le temían a bordo y hasta para dormir lo hacia sin desfajarse un par de pistolas y un puñal. Era de origen italiano y llamábase "Andrés Rochet".

…… (5) Palancas de roble de una brazada de largo para dar vuelta al molino en el que se enreda la cadena del ancla, cuando lo levanta esta.

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CAPITULO IV. La supervivencia en la isla de Galveston

Antes de partir la goleta, Thomas Daune, nos dejó, sin que lo advirtieran, un caldero y avío para sacar lumbre, el cual consistía en un pedazo de acero, un pedernal y un trapo quemado, oculto en un pico de guaje. Esto era todo nuestro tren, además de la ropa que nos cubría consistiendo en una, camisa pantalón de paño y un pañuelo amarrado a la cabeza, pues a mi me quitaron hasta el sombrero que estaba nuevecito, dejándole a Santiago el de él, porque estaba ya bastante usado.

Tan pronto como amaneció el siguiente día, dimos traza de

procurarnos la subsistencia y madera para hacer lumbre: por lo pronto teníamos algunos fragmentos de palos viejos y tablas o astillas de madera, que aquellos habían desechado en sus diferentes viajes a esta isla, y, nos hicimos de fuego.

Recorriendo la playa descubrimos ese mismo día, una nidada de huevos de tortugas, que fue el alimento por aquélla vez. También notamos y esto nos desanimó mucho, que dicha isla era bastante escasa, casi en su totalidad de leña o árboles para mantener el fuego, pues solo había zacate (6) y un carricito chico y delgado, que también llaman zacahuistle (7) Uno al otro nos animábamos mutuamente, y así nos mantuvimos los primeros días; con huevos de distintas aves de mar y con sus crías advirtiendo que algunas las votábamos, por el mal olor y sabor que tenían. Por no cansar con esta relación diré que así estuvimos viviendo y manteniéndonos algunos días con el pescado muerto a las playas, por el rigor de las heladas, pues estábamos en la estación del invierno.

(6) Hierba de pasto o forraje, o estructura vegetal elaborada a base de fibras vegetales y ramas. (7) Especie herbácea perenne.

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Sin embargo, tuvimos días de tanta escasez, que solo comíamos “yerbamora” cocida en nuestro único caldero. Lo único que teníamos muy bueno era agua dulce y muy delgada. El fuego lo habíamos podido conservar sin apagar, desde el primer día habiendo habido ocasión (antes de adelantar en los medios de subsistencia), que tuvimos que ponernos en cuatro patas sobre la lumbre para libertarla de que la apagara una llovizna que sobrevino. Al siguiente día, le formamos una casita con carrizos y zacahuistle.

A los dos meses de permanecer en dicha isla, un día nos hallamos una botella vacía, y otro, un espadín que acaso habrían dejado los piratas en las. veces que pernoctaban ahí. Esta arma. nos fue muy útil para la pesca, pues cerca de la playa había un arroyo “arenisco” que cubría el mar al subir la marea hasta mas allá de su orilla opuesta a aquel; cuando bajaba aquella, quedaba dicho arroyo lleno de agua y con bastantes peces. Entonces nos metíamos Santiago y yo, desnudos.

Uno se colocaba en una extremidad con el espadín y el otro

procuraba espantar los pescados, por el extremo opuesto, Al aglomerarse estos en un lugar reducido, y tirando con el espadín, nos era fácil ensartar algunos. Esta rara pesca de espadín nos proporcionaba no pocas veces, apetitosos almuerzos en medio de nuestra desgracia y soledad. También llegamos a proceder para saciar la sed, llenando de agua salada un agujero y dejando [que ésta se condensase por el sol sobre un paño].

El otro de los alimentos que nos era ya familiar era la carne de

zorrillo: los animales de esta especie eran muy abundantes allí. Los matábamos á palos, y con el primero que [conseguimos cazar] hicimos, como no los conocíamos, al abrirlo le rompimos un deposito que tienen de un fluido hediondo y se nos echo a perder toda la carne; pero la segunda vez tuvimos más cuidado: asamos y salamos la carne, la cual en realidad encontramos muy sabrosa y casi todos los zorrillos que matábamos eran muy gordos.

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A los tres meses de nuestra permanencia en la isla, resolvimos ir a excursionar la isla, buscando tierra firme y arboleda, por temor de que se nos llegara a acabar la lumbre y pues aun no nos había hecho falta, y cuanta tabla arribaba de el mar la sacábamos y poníamos a secar; y cuantas mandaban los ríos que desembocan por allí, con mucho [esfuerzo] las cogíamos y llevábamos a secar junto a una zacate que habíamos fabricado de m[adera y ramas, para] resguardarnos del sol y del agua. Exx xxxxxxxxxxxxx xxxxxxxxxx xxxxxxxxxxxxxxx xxxxxxxxx pronto se nos acabó la poca agua dulce [que nos conseguimos proveer, y tuvimos que preparar o]tro ojo de agua, y como íbamos por xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx bebíamos lo menos posible agua salada xxxxxxxx xxxxxxxxxxx xxxxxxxxx x xxxxx fuertes evacuaciónes.

A las dos no[ches de marcha], regresamos cansados, sin hallar

lo que buscábamos. [Como fuera qu]e [la] enfermedad iba en aumento [decidimos quedarnos refugiados en la] choza y en la madrugada [del día siguiente, me encontré tirado] al suelo [a] Santiago, ya [muy debilitado y enfebrecido, rogándome] que le dejara allí, que iba [a perder mis pocas fuerzas como él, sin sentido. Desistí de] mis esfuerzos para hacerlo andar y tuve que regresar solo con gran tristeza y temor de quedarme sin compañero, en aquella isla solitaria. Llegué a nuestro aguaje, dí unos tragos de agua y me proveí de ella en la botella para llevarle a Santiago.

Poco después de haber este tomado de ella se levantó y principió a andar él hasta nuestra choza. Con solo el agua potable en pocos días se hallo bueno. Al cabo de días excursionando por el mar en busca de ostiones, dimos al fin con uno aunque a una distancia de dos leguas. Nos echábamos al agua con un pañuelo al cuello, llenábamos los, pañuelos algunas veces, sin embargo de cortarnos las manos al desprenderlos y aprovechando en nuestra caminata, el flujo y reflujo del mar. Con este alimento hacíamos muy suntuosos almuerzos y como el padre de mi compañero era pescador, se dio habilidad para formar de la camisa una manga para atrapar camarones y cangrejos que asábamos a la lumbre.

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Pasaban ya los cinco meses y por el mes de Febrero, un día

observamos en el horizonte un navío corriendo un temporal a gran distancia de nosotros que iba acercándose con rapidez. Hacía un frío terrible, estábamos muy mojados a cada momento salíamos para ver si se nos acercaba; ya nos creíamos felices, pues en nuestro delirio nos figurábamos sería un buque es español y nos recogería con gusto. Poco antes de oscurecer, soplo muy fuerte el viento Norte y sin duda encallo en un banco de arena. La choza nos la desbarató el chubasco Al día siguiente presumimos que el barco se había hecho pedazos, por los restos que vimos arrojados en la playa. Muy tristes estuvimos ese día, tras este nuevo incidente, que a la vez del suceso tan terrible nos aportaba una halagadora esperanza. Por la noche, esta estuvimos en vela comentando el acontecimiento que acabo de narrar; hubo [encallado] sin duda y entonces acabó de abrirse dicha embarcación. Al acercarse el medio día, hubo de serenarse el mar y anduvimos por la playa donde comenzamos a encontrar los restos del naufragio perdido, entre estos cinco hombres ahogados, que por vestimenta y anatomías parecían ser españoles.

Ese mismo día [enterramos a éstos pobres hombres en un lugar

de arena suelta que excavamos a poca profundidad, con nuestros xxx xxxxxxx, [dejando con ellos sus posesiones personales] - [cose. E dos * en medanos de arena suelta, ade profundidad, con nuestros * *ordo* *re] consigo, y a la mañana siguiente seguimos andando por la orilla por donde, cual sería nuestra sorpresa al encontrar una esterola (8) de vino tinto catalán como la Providencia es a costa de estos desgraciados, que han perdido su existencia, para ayudar a salvar la nuestra.

Contentísimos por este hallazgo, luego nos pusimos a rodarla

para nuestro campamento y echarle fuera el tapón; pero )cómo beber?. Seguimos andando por la playa y nos encontrarnos otras dos. Satisfechos de contento, nos dormimos, y al día siguiente ideamos la manera de beber; limpiarnos un carrizo de los mas gruesos que hallamos, y con otro seco y delgadito, le hicimos punta y

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taladramos los nudos del otro, y así ya lo metíamos y chupábamos hasta satisfacernos.

Desde entonces estuvimos bien, pues acompañábamos con este vino catalán nuestras comidas que se componían de pescados, mariscos y una que otra vez carne de zorrillo. Varias ocasiones llegamos a embriagarnos en medio de nuestras pesadumbres y soledad. Otras dábamos gracias al Ser Supremo por habernos conservado y favorecido tan milagrosamente. , A los cuatro o cinco días de poseer estos recursos, fuimos a dar por la misma playa con una pieza de género que también había sido arrojada por el mar, el cual llamaban en aquel tiempo elefante, que también nos fue muy útil, pues de ella hicimos un pabellón para librarnos de los mosquitos que comenzaba a haber con abundancia. Para coser el pabellón tuvimos que hacer una aguja de carrizo, y el zacauhistle nos sirvió de hilo.

En fin así vivimos catorce meses, al cabo de los cuales, y en los primeros días del mes de Noviembre, llegaron a nuestra isla los mismos piratas que nos habían abandonado. Saltaron a tierra asombrados de vernos, y cuando nos reconocieron se admiraron de que no nos hubiéramos muerto. Traían su buque y otros dos bergantines, conduciendo un número de hombres considerable y bastantes víveres.

…… (8) Barril o recipiente para contener vino.

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CAPITULO V. El retorno de los piratas

En seguida, fundaron varias barracas de madera y establecieron un nuevo Gobierno, del que conservo aún papel moneda. Formaron un gran almacén para depositar los efectos robados. Nombraron por Presidente de aquella colonia de bandoleros, al general americano James Long. Este hombre era mucho mas humano que los piratas: nos recogió a Santiago y a mi en su casa y nos daba de comer, con solo la obligación de ayudar a su cocinero en lo que el mandase. Permanecimos , con él hasta que un día nos ofreció una plaza en su escolta o guarnición, dándonos una ración diaria, cuya plaza aceptamos, por estar mas a cubierto de tanto facineroso.

En una de las expediciones del corsario, y ya listo para darse a la vela, en un buen bergantín que había cambiado por la goleta, me propuso la plaza de muchacho de cámara. Avisé a Santiago y le propuse que hablaría a dicho capitán para que también lo colocara; pero éste no quiso aceptar ninguna colocación por temor de su mal genio y pésimas entrañas, pues ya tengo dicho que todos le temían a bordo. Yo acepté y me resolví a dejar a mi compañero, porque al mismo tiempo deseaba lograr mi libertad, aunque fuese jugando el todo por el todo, pues estaba desesperado, sin saber nada de mi familia en España, ni del tío que aun me estaba aguardando, o habría dejado de hacerlo creyéndome muerto. Nos abrazamos Santiago y yo estrechamente y llorando ambos, y antes de separarnos le recomendé como si fuera mi hermano con aquel general Long.

En el tiempo que cruzó el bergantín, hizo varias, presas. Las más de barcos españoles, e íbamos a dejar las mercancías a aquella isla, y las depositábamos en los almacenes que había formados. En uno de estos viages a dicha isla, ya no estaba allí mi compañero Santiago, e indagué, se había fugado en una lancha con otros individuos.

Al regresar de aquella, en una de las ocasiones, y como a los

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dos días, nos sobrevino un viento Norte furioso, y por la noche encallamos en un banco de arena, en la isla llamada "Del Gato". Esa misma noche tuvimos que echar al agua todo el lastre, que consistía en sacos de arena y otras varias cosas, y por la mañana en la lancha, toda la artillería y demás objetos de peso y carga de equipo, fue transportada a tierra, hasta que quedo el casco solo.

Echaron anclas por la parte donde había más agua, y al cabo de ocho días, a fuerza de fuerzas, comenzó a moverse el buque, cada vez más hasta que logramos sacarlo a flote. Yo fui el que menos daño recibí, y quede con las manos sangrando y muy maltratadas de tanto tirar de cables y aparejos.

Volvimos después a cargar el barco, y nos hicimos a la vela. El

golpe que recibió ese al encallar y los demás que fueron consiguientes, le hicieron varias roturas, por las que hacia tanta agua, que no eran suficientes las dos bombas para arrojarla toda. El capitán, viéndose casi perdido a pesar de este auxilio y de tapones de estopa con alquitrán, que colocaba nuestro buzo, llamado Daniel, tomó la providencia de gobernar hacia la barra de "Tabasco", donde llegamos en pocos días. Izó bandera española: por señales pidió práctico, y se puso en facha.

En el acto salió el práctico y llegó engañado por nuestra

bandera. Entonces lo detuvo allí hasta el anochecer, y le dijo que en aquella noche había que sacarle la goleta llamada "La Circasiana", que estaba fondeada dentro del río, so pena de perder la vida. Este al principio se resistió, pero nuestro hombre era muy colérico y así que vio aquel que no había otro medio de salvarse, quiso que no, tuvo que ceder y al efecto fue custodiado en una lancha, con quince hombres de armas y un cañón giratorio. Llegaron a "La Circasiana" y afortunadamente para este, no encontraron resistencia ninguna pues únicamente había a su bordo cuatro marineros que dormían. A esas horas de la noche fue entregada a nuestro capitán y pasaron a ella todo lo del corsario, dieron a este dos o tres barrenos y se fue a pique. Concluida esta operación al práctico con tres de los

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marineros, y con las anteriores ordenes de aquellos; es decir, matarlo si daba voces de alarma.

Volvieron estos de dejarlo sin novedad, y nos hicimos a la vela a esas horas: cuando amaneció el día nos hallábamos muy inmediatos a "Campeche". De los marinos que se encontraban durmiendo en "La Circasiana", soltó a dos, penados de no decir nada de lo que había pasado. Esto nos trajo malas consecuencias, y cosa muy extraña, en esta ocasión por parte de él, pues a todos los que caían prisioneros los llevaba a la isla de "Galveston", y recargaba en la fuerza del general Long, o si no, los mandaba matar, y arrojaba al mar. Los otros dos creyendo le fueran útiles como marineros, los detuvo, y convencido de que se había engañado, poco después los metió en un bongo que conducía frutas para Veracruz. Eran jóvenes los dos y campechanos, uno se llamaba Clemente y el otro Marcelino de Rentería. Con ellos me quería ir yo, pero no lo consintió el capitán, y me mantuve fuerte. Hasta entonces nunca había tenido oportunidad de recobrar mi libertad sin riesgo de la existencia, y aguardé mejor ocasión.

Este mismo día en que nos dimos a la vela en la "Circasiana" a cosa de las cinco de la tarde, vimos un bergantín polacra, de construcción francesa; le dimos caza y cayó en nuestro poder sin hacer resistencia. Había salido de "Campeche" con dirección a "La Habana". Conducía a bordo varios pasajeros, entre ellos a una gran Señora, y cuatro niñas hijas suyas, que su esposo, español, mandaba para La Habana.

El capitán nuestro poseía varios idiomas, entre ellos el español.

Cuando entramos a bordo de la presa, observó la Señora que yo hablaba, éste idioma perfectamente con dicho capitán y algunos marineros.

Me llamó y me dijo llorando. "Cuanto te compadezco por lo muy temprano que te han echado a robar". "Señora", respondí, tenga usted la bondad de no juzgar tan ligeramente de mí, pues que yo soy

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también prisionero". A poco rato después, y a sus instancias, le hice una narración muy por encima de mis infortunios y se compadeció mucho de mí. Luego me rogó que tuviese en mi poder un cinto con onzas de oro que llevaba, temerosa de que al día siguiente la registrasen. Me dijo que si no podía devolvérselas después del registro, prefería que si algún día recobraba yo mi libertad disfrutara de ellas, y no que cayeran en poder de los piratas.

Entonces le manifesté que no podía recibirlo, que sería la causa de mi muerte sí me lo hallaban, pues era castigado con esta pena el delito de ocultación y había orden de presentar todo al jefe. En fin, ella insistió y entonces me resolví a guardarlo, fiado, en la providencia y con el fin de devolvérselo en primera oportunidad, y si salía bien un plan que en aquel acto se me fijó; y de no, tendría que arrojarlo al mar, porque si mas allá se me descubría, de seguro me mataba aquel hombre endemoniado.

Ya en este tiempo era yo marinero pues había sido destituido de mi empleo de muchacho de cámara y despensero porque era muy generoso con todos y les daba cuanto me pedían, en ausencia del capitán: excepto este, todos me quería muy bien; que esto era lo que yo había intentado, estar bien a bordo. No me pesó la destitución de mi destino, pues en los primeros días cinco o seis veces por las noches, me despertaban los que entraban y salían de guardia A puntapié para que les diera aguardiente, ya después me llamaban con moderación diciéndome Francis que era como me llamaban todos.

Al día siguiente por la mañana mandó el capitán echar la ancla al agua para ir a dejar a la prisionera, sus niñas y otros dos o tres pasajeros a la costa, pues los de tripulación ahí les dejó vigilados; pasó a bordo del pirata, todo el robo, habiendo entre este, seis cañones que tenía la presa una ancla de cadena y otros utensilios. Como los hombres unos estaban ocupados en, esta operación otros bastante borrachos, y los otros que no deseaban ir a remar la lancha, por que había una distancia considerable a la costa.

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Salté yo entre otros a ir a dejar a los prisioneros, y tomé el último remo de la proa, adelante de aquella Señora para lograr la ocasión del plan que me había propuesto. ya que íbamos lejos de nuestro buque, me desfaje el cinto que traía bajo la camisa y fácilmente lo dejé caer en las faldas de prisionera, quien inmediatamente lo recogió y guardó. Los dejamos en tierra. y volvimos a bordo del pirata. En seguida mandó el capitán dar dos barrenos a la presa, y se fue a fondo y en el acto nos hicimos a la vela.

La mar de "Campeche" es muy buena y por esto la buscan los marineros cuando sospechan mal tiempo. Íbamos muy serenos navegando, cuando observamos un bergantín y una goleta que al parecer nos daba caza. Efectivamente el Gobierno había mandado armar a estos en guerra para batir al corsario pirata.

Muy pronto se vio éste acometido de los dos buques, que le hacían un fuego cerrado. Se defendió el nuestro valerosamente por espacio de tres horas, en cuyo tiempo había acabado con todas las municiones de artillería y tuvo que tirar algunos cañonazos con sacos de bala de onza, que hicieron mucho estrago en gente de los españoles. Viéndose ya perdido el capitán pirata, se puso con mecha encendida a la puerta de Santa Bárbara, para en el último caso prenderle fuego y volarnos a todos antes de caer prisioneros, cuando repentinamente se lo vino la idea de hacer pedazos unos calderos de fierro, trozar una cadena y cargar con este proyectil. La goleta, tenia en medio de los dos palos un cañón giratorio, el cual era de bronce y de a doce. Luego que estuvo preparado, el mismo capitán se puso a hacer la puntería, disparó e inmediatamente cayeron los masteleros y la mayor parte de las jarcias del bergantín. Esto impresionó mucho e los de la goleta, y echó huir para el puerto. Aquel quiso hacer lo mismo pero le dimos alcance y entramos al abordaje Ya. la gente que tenía de combate estaba metida, dentro de la escotilla y se rindieron deponiendo las armas. A pesar de reñido que estuve, el combate y de habernos hecho algunos heridos y dos o tres muertos, esta hiena de capitán no los mató y perdonó la vida: únicamente les quitó

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trasbordó todas las armas y, municiones de guerra que eran bastantes, pues pasaban de ochenta los hombres de armas, quedando fuera de combate veinte y tantos, entre muertos y heridos. El casco del buque quedó muy maltratado, y allí mismo adentro quedaron los españoles a que se salvaran como pudieran.

Nos dirigimos en seguida para "Galveston" y el primer día por la noche mandó atar unas bala a los pies de los heridos graves que habíamos tenido, y los arrojó al mar vivos. Tuvimos trece bajas entre heridos y muertos. Tres días antes de llegar a aquella isla nos vino un chubasco repentino. Mandó el capitán aferrar velas y yo estaba: casualmente haciéndolo por una parte de la gavia mayor. Ya tenia la vela recogida; pero arreció tanto el viento y como no era muy experimentado en esta clase de trabajo tuve que soltarla para asirme de lo que mas cerca encontré, para evitar mi caída Esto enfureció mucho al capitán y desde abajo donde él estaba sacó una pistola de las, que siempre traía fajadas a la cintura y me disparó un tiro; pero por fortuna mía, el proyectil paso por encima de mi cabeza cosa de medía vara, según estaba señalando el agujero de la bala en la vela. En el resto de tiempo que tardamos para llegar a "Galveston" no volví a bajar de la cofa a donde me llevaba galleta y agua un gaviero amigo mío y paisano llamado Francisco Díaz, pues fue mucho el temor que me infundio el capitán. Dicho Díaz era gallego y pertenecía a la marina española, y aunque éramos bastante amigos nunca quiso, decirme por qué andaba ahí. Yo sospecho que algún delito habría cometido con aquella.

Llegamos por fin a nuestra isla y fuimos recibidos con salvas de cañones, pues ya tenían hecho un fortín provisional, y todo aquello lleno de habitaciones y gente de la misma chusma y bandidos, por quienes fuimos aclamados y victoriados. Los primeros días de nuestra llegada fueron de borrachera. Pero después me tocó ir con otros tres compañeros en una lancha a sacar ostiones, cuya pesca diariamente se hacia para la oficialidad y demás gente. Iba de cabo un alemán de una condición diabólica; a todos los soldados tenía acobardados; era además un hombre agigantado y con fuerza

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extraordinaria. Llegamos al banco de ostiones y cuando teníamos la lancha a medía carga me puse a abrir algunas conchas con mi cuchillo y a comer ostión crudo con sal, cuando vi venir hacia mí aquella fiera alemana, y me asestó dos puñetazos tan terribles, que me dejó sin sentido. Así que estuve un tanto recobrado, me lance contra el con el cuchillo empuñando echó a huir junto con los demás. Salieron a la playa y tomaron el camino del fuerte, dejándome abandonado con la lancha. Con mil trabajos concluido car garla y llevarla remolcando con un cabo, dándome la agua hasta la cintura por el viento que era en contra.

Así caminé una gran distancia y habiéndome favorecido en seguida el viento, izé vela y me puse al remo. Llegué resignado y fiado en Dios, que me sacara con bien de esta nueva aventura Inmediatamente fui a ver al Gobernador y lo informé del acontecimiento, y éste en lugar de tenerme a mal la acción, la aprobó diciéndome que no estaba nada contento con aquel, que todos los días recibía quejas si, de sus soldados de lo mal que los trataba el alemán y que si en adelante se metía conmigo que no lo amenazase sino que lo hiciera de veras. No esperaba yo ésta respuesta, y me retire contentísimo. Ya tengo dicho que mi compañero Santiago se había fugado acompañado de tres hombres y en una lancha con dirección a tierra firme del Norte. Nada mas se había sabido de él, y quien sabe la suerte hubiera corrido, con los salvajes, pues fuera de allí, estaba plagado de éstos.

Poco tiempo después, quiso el capitán pirata excursionar la

embocadura de los ríos de "San Jacinto" y "La Trinidad". Salimos de "Galveston" en una lancha el capitán Rochett y nueve más conmigo. Llevábamos pocos víveres, porque según estaba informado dicho capitán había mucha caza y pesca, y, además dos barriles de galleta. (9)

(9) Pan sin levadura cocido dos veces para quitarle la humedad y así conservarlo durante largo tiempo; se solía llevar en los barcos como alimento para la tripulación.

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Entramos primero a aquel río y no hallamos más que pocos guagolotes (10) y en este último, que decían había cibeles (11), búfalos, venados y otros cuadrúpedos, no hallamos nada, habiéndolos ahuyentado los indios.

Cuando va estábamos bien internados en los bosques, cansados de buscar inútilmente caza nos volvimos río abajo, y cuando llegamos a la embocadura de la mar, nos encontrarnos, con un fuerte viento contrario y por consiguiente cruzada la barraba. Esto nos obligó a permanecer ahí hasta que abonanzase el tiempo. Todos los días salíamos a cazar cada cual por distinto rumbo pues los víveres se habían concluido y la galleta tocaba a su fin. Por la noche nos reuníamos, cansados de andar y sin haber logrado nada.

Un día nos hallamos una colmena dentro de un cedro, lo abrimos, la sacamos y nos pusimos a comerla con galleta. En esto a uno de los compañero se le atoró un pedazo en la garganta, que al fin lo hubiera ahogado, pues ya nuestros conductos sin tomar otro alimento estaban muy resecos. Ya el hombre aquel estaba casi estrangulado, entonces y a todos asustados les dije a dos que lo hincaran y resueltamente a todo por todo, le dí una patada con todas mis fuerzas arriba de la espalda, y arrojó el pedazo de galleta ensangrentada.

En seguida volvió en si y ya no hallaba aquel americano de que manera agradecerme el servicio de haberle salvado la vida. Cinco días después de habérsenos concluido la última galleta, y buscado en vano caza por los bosques, nos tiramos debajo de unos árboles desfallecidos y resueltos ya a morir de hambre. En la pesca también nos había ido muy mal, y en una ocasión, fisgamos un lagarto y comimos carne de la cola de él, aunque con alguna repugnancia. Al sexto día, pasó por el lado opuesto del río, una partida de caballada mostrenca, y muy atrás de toda ella, venia una yegua que al parecer estaba preñada, y se paró jadeando, casi al frente de nosotros. Al ruido que traían nos alarmamos, temerosos fueran los indios. Sin duda con éstos o alguna partida de ellos se espantaron los animales.

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Todos vimos que la yegua se había parado rendida de cansancio; pero nadie tenía el ánimo de agarrar el fusil para ir a tirarle. Yo como más joven, estaba menos abatido. Tomé mi fusil cargado, bajé a la lancha y pasé al otro lado del río. Me acerqué a un pino y, apoyé en él la carabina; metí puntería y disparé. Dio una carrera corta y cayó moribunda la yegua. Fui por la hacha a la lancha y ayudado con mi cuchillo, la abrí y destacé. En efecto, estaba preñada.

Saqué con preferencia la asadura, volví a la lancha, llegué a la orilla opuesta, y salté con mi preciosa carga. Ayudados con tragos de agua pudimos hacer pasar la asadura a nuestros estómagos, pues nuestros conductos ya estaban estrechísimos y resecos por la falta de alimentos. Nos repusimos y cobramos fuerzas principalmente mis compañeros, que en adelante me trataron con mas consideración, en atención al serme casi deudores de la vida. En seguida asamos toda la carne de la yegua y seguimos para "Galveston"; a donde llegamos felizmente…

……

(10) Especie de pavo. (11) Especie pequeña de ciervo.

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CAPITULO VI. Camino hacia una compleja liberación El Secretario Mordella a muy pocos días, tuvo un desafío a

pistola con Long y sucumbió aquel a consecuencia de la herida. Fue motivado por una hermosa mujer, llamada Mery Erinsteing (María).También el general Long, mas tarde, fue muerto de un tiro en Méjico, dado por un cadete centinela, queriendo ver o hablar con un preso amigo suyo: el centinela no lo dejaba pasar según su consigna, y sacó el general su espada para castigarlo, y aquel le dejó ir el tiro. Le hicieron los de Iturbide, muy buen entierro, aunque en el campo, por que era protestante. Mordella fue sepultado en un sitio que designó Trespalacios.

Este general aunque insurgente, era de orden y por consiguiente, era imposible que viviera bien y contento con. aquella gente insubordinada e inhumana. Así que, poco tiempo después, trató de partir de allí y habló sobre éste asunto con el capitán. Pocos días después nos hicimos a la vela en la misma "Circasiana", el General dos jefes ayudantes de Long y todos los de la tripulación. En la navegación, en un campito que tuve, sin ser notado del capitán, le referí a Trespalacios todo lo que había sufrido y los deseos que tenía de mi libertad, para llegar a "Aguayo" a donde iba destinado: en fin le referí toda mi historia. Entonces me contestó, que no le dijera nada al capitán, y que él me aseguraba: al saltar a tierra, obtener de él mi libertad. Loco de gozo estuve yo ese día 5, el tiempo que trascurría me parecía un siglo. Y llegó el día deseado, 13 de Septiembre de 1822, en que dimos vista a "Campeche", donde deseaba desembarcar el General.

A una distancia conveniente, mandó el pirata botar a la agua un bote, en el cual nos trasportarnos dicho General, y yo como su asistente. Mucho batalló éste con el pirata para dejarme ir con él, y a repetidas instancias consintió. Le hizo ver que iba solo, que a aquellos oficiales les había ordenado se devolviesen en la "Circasiana" y le dieran las gracias al general Long; que había pensado no lo acompañaran por no comprometerlos; [pues eran

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extranjeros]; que ni él sabia la suerte que le correría. Que me llevaba a mí en vez de otro de los marineros, que llevaran su bote, porque quería evitarles el mismo compromiso, y que a mí me haría pasar como su asistente. Cedió el capitán y me llevó a su cámara, y en un pañuelo envolvió trece pesos de plata del cuño de Carlos III y IV y me los regaló, diciéndome que para que los gastase en tierra, y así fue como el pez, tragó el anzuelo.

Se despidió del general Trespalacios, y se hizo a la vela

tomando el rumbo que habíamos traído. Yo entré al bote tan contento que creí ya ver realizada mi libertara aunque no sin riesgo. Comencé a remar y ya próximos a tierra, nos salió al encuentro un guardacostas que ya tenía aviso que del corsario había salido un bote con pasajeros Nos reconoció y llevó presos al Castillo de Laguna. El General quedó incomunicado, y yo como su asistente preso, libremente dentro del fuerte. Tuve en mi favor la suerte de que entre los individuos que habían venido de "Campeche" con la curiosidad de ver los presos de "La Circasiana" y que en todo obra la casualidad, vinieran Clemente y Marcelino, los cuales al verme inmediatamente me reconocieron, y fueron testigos de que yo era prisionero del pirata.

Ya me acababan a preguntas y por la noche me regalaron de cenar y estuvieron un buen rato acompañándome. A los cinco día pidió permiso el general para mandarme a "Campeche" con un recado para el Mayor de la Plaza. Lo obtuvo, y me dijo que tornara un bote y me acercara a aquel señor pidiendo su baúl. que a más de su ropa contenía papeles interesantes. Me dirigí al muelle y después entré a la Ciudad. Observé que toda la plebe me miraba con mucha atención, pues aún llevaba el traje de pirata. Conforme iba avanzando me iban siguiendo hasta que se reunió una muchedumbre tras de mí que gritaba: ese es de la "Circasiana", ¡mátenlo!, ¡tírenle!, y empezaron a llover piedra sobre piedra para mí, y yo corriendo por la calle larga, que era la principal de la Ciudad.

Se reunió un gentío inmenso y de los balcones de las casas se

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asomaban á la novedad. Ya me habían dado varias pedradas; pero por suerte ninguna en la cabeza. En el mayor apuro vino en mi auxilio una casualidad prodigiosa. Huyendo como iba se me figuró reconocer en un balcón asomada a él, a la Señora aquella que en otro tiempo, le había libertado su cinto de onzas de oro. Había en los bajos un establecimiento de comercio abierto, y entré a éste corriendo como iba, y por otra puerta que había al fondo me colé adentro y era un almacén o bodega; me escondí tras de unos tercios de papel. Todo esto lo hice magníficamente y solo vi la manera de salvarme del populacho.

Efectivamente fue esta ocurrencia mi salvación, pues me

encontraba en la casa de un americano rico, esposo de la Señora de que ya tengo hecho mención. La muchedumbre se agolpaba a las puertas del establecimiento pidiendo al patrón me echasen fuera para golpearme y matarme, pero éste vino a mí antes, me buscó y sacó del escondite. Le referí brevemente lo que había pasado y que era prisionero, que traía aquel vestido de pirata porque no me habían dejado otro, pero que hasta la Señora que había visto yo en el balcón sabia mi historia, porque yo le había contado parte de ella.

Entonces ya éste ni dejó que acabase, sino que me hizo subir al alto de la casa, gritando y llamando a su esposa para que me viese, llenos de agradecimiento y con mil muestras de cariño, celebraron mi presencia dando gracias a Dios porque les había deparado la suerte de recompensarme el servicio que les había hecho.

Salió al balcón el paisano, esposo de la Señora, y convenció al

populacho de que yo era español, y, que aunque había salido de la "Circasiana." había sido prisionero de los piratas por mucho tiempo. Aunque estaba ya acostumbrado a trabajos y sustos, ninguno me impresionó tanto como éste, el cual no me dejaba dormir los primeros días.

Al siguiente de este suceso me mandó llevar el Teniente Rey con una ordenanza, pero le manifesté mis temores al pueblo, y viendo el

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paisano esto mismo, se lo dijo a la ordenanza. y éste poco después volvió acompañado de dos dragones para que me custodiasen. Fui ante el Teniente Rey, y sus, preguntas se redujeron a que informarse de la conducta de Trespalacios. Yo le dije cuanto sabía acerca de él. Después me entregó el baúl del General y me volvió a despachar, acompañado hasta la casa de mi protector, en donde permanecí siete días, perfectamente tratado por toda la familia.

La Señora me regaló un. traje nuevo de paño, que me mandó hacer expresamente; y su esposo mucho se empeñó en que me quedase con él, en clase de dependiente, pero yo le manifesté que no podía en razón de tener que ir a "Aguayo" al lado de mi tío, que tal vez creía me hubiesen matado los piratas. Además le debía yo mi libertad a Trespalacios, y no era digno abandonarlo en aquella situación, sino hasta que mejorara como creía él que sucedería muy pronto. Me hicieron nuevos obsequios y me despedí de toda la familia. Yo no supe de que manera arreglaría el general con el Teniente de Rey, en las conferencias que solicitó y obtuvo.

Este me aseguró que yendo con aquel hasta Méjico, no tendría

tropiezo ninguno en mi viaje, y el general me ofreció darme libre allí. A los ocho días de nuestra permanencia en "Campeche", salimos en una canoa de indios que fletó el general, para la barra de "Tabasco," y de allí a "Villa Hermosa@, hoy San Juan Bautista.

Entre dos de los naturales manejaban dicha canoa, pues el río es muy caudaloso y corrientoso. Estos por medio de unos garfios van enganchando los árboles de la orilla y donde no los hay, en el suelo, uno jala de ahí y en seguida el otro y así sucesivamente en contra de la corriente, teniendo cuidado de no desprenderse, porque se pierde todo lo qué se había adelantado.

Toda la orilla de ese río es abundantísima de variadas frutas,

producidas sin cultivo ninguno. También hay puntos peligrosos por haber muchos animales, y una plaga insufrible de mosquitos de varias especies.

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Llegamos a Villa Hermosa, ya nos aguardaba allí una partida

de soldados que, nos condujeron a las casas consistoriales, presos e incomunicados. Para no alargar más esta narración diré que permanecimos allí treinta y tantos días.

……

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CAPITULO VII. Liberación y reencuentro con la familia En el trascurso de estos vino el día de mi santo, y supliqué al

comandante D. José Fernández, me permitiese ir a oír misa, y después de de varias instancias consintió que fuera, en medio de dos centinelas, como un reo de consideración. En esto vino una recomendación de mi protector de "Campeche", el paisano de que ya tengo hecho mención, y entonces me pusieron en otro cuarto mejor y ya menos vigilado. Por fin, salimos de aquel lugar escoltados por una partida de caballería, con dirección a Veracruz.

En aquel tiempo, estos caminos eran muy penosos para transitarlos, habiendo muchos ríos caudalosos y sin puentes que teníamos que pasar, y adema partes muy despobladas, grandes trechos sin haber un jacal siquiera, y caminamos provistos. de galleta y algunos víveres. Por lo caliente del sol, hacíamos la caminata de las dos de la mañana a las diez y el resto del día no caminábamos por el calor insufrible. El camino todo es muy abundante de frutas, y había muchos monos de varias clases.

En un pueblo llamado "Paso del Río", hicimos tres días de

descanso. Allí encontré un paisano, del pueblo de "Molleda", me proponía hablar por mi a condición de quedar con él, pues en aquellos días había muerto un dependiente que tenia. Yo le contesté que tenía que seguir mi marcha con Trespalacios, a fin de llegará a "Aguayo", en la Colonia del Nuevo Santander donde estaba mi tío. Se echo a reír, diciéndome que estaba loco, que esa tierra estaba al fin del mundo y que jamás llegaría a ella. Me trató muy bien y me, mando hacer un traje de lienzo que me regaló, pues el de paño no lo podía soportar por los muchos calores que hacen en aquellos países.

Ya desde que salimos de "Villahermosa", con la recomendación de mi paisano y protector; fui mejor tratado, es decir, ya no como un reo peligroso, sólo como un simple asistente del General. Ya no se me vigilaba tan de cerca, y a veces me daban ganas de decirle al General que me diera permiso de fugarme. )Pero qué iba hacer sin

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ningunos recursos, sin conocer a nadie y en un país enteramente desconocido para mí?

La escolta que nos custodiaba se iba relevando en los pueblos que llegábamos a tocar y en donde encontrábamos tropas; así que, de este punto, (Paso del Río), caminamos rumbo a "Guazacualco". Por el camino me quedé un trecho gran de atrás; llevaba yo un caballo de los que nos daban de bagaje, de mucho brío; me apié de él y cuando quise volver a subir no manifesté impaciencia; pero no hice mas que esto y ver se solo, se me desbocó. Yo tiré de las riendas cuanto era posible, pero no disminuía su vertiginosa carrera y el viento que hacía obstáculo al cuerpo, me quería arrancar de la silla. Me mantuve firme por un espacio largo, hasta que el caballo, ciego como iba en medio de su carrera, tropezó con las manos en un palo que estaba atravesado en la playa, y dio la vuelta sobre el, lanzándome a mí, a una distancia de mas de cuatro varas adelante. Caí de costado sobre la playa, quedando torcido o doblado del cuerpo, y casi sin respiración. El caballo se levantó luego y siguió su carrera en la misma dirección hasta llegar a donde iba Trespalacios y la escolta.

Allí lo detuvieron llevando hecha pedazos la montura. El General comprendió lo que había pasado, y volvió al momento adonde yo estaba votado. Ayudado de él empecé a dar pasos por la orilla de la playa, hasta que pude montar en diferente caballo.

Sin haber más novedad, seguimos la marcha hasta "Acayucan", en donde a la orilla de ese río; el macho que yo montaba se encaminó contra mi voluntad a beber agua, y a causa de lo pendiente y resbaladiza de dicha orilla, se fue al fondo conmigo. Atravesó a nado hasta la opuesta orilla; pero no pudo subir por las mismas inconveniencias que en la otra había, la corriente nos arrastraba y entonces me tiré a nado a salvarme, mientras unos indios sacaron mi cabalgadura. A consecuencia de esta mojada y de haber caminado el resto del día con la misma ropa, caí enfermo de fiebre en "Acayúcan," duré privado tres días, al fin de los cuales, me la

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cortaron y me siguieron tercianas con fríos. Permanecimos allí por motivo de mi enfermedad, doce días, al cabo de los cuales nos pusimos en marcha para "Tlacotalpam", en donde tuvimos algunos días de descanso, y con el fin de que me restableciera; pues y ya el General me tenía mucho cariño, y se portó muy bien en mi enfermedad, cuya asistencia de médico pagó. En "Albarado" estuvimos tres días, y de allí nos dirigimos a "Veracruz".

En este punto ya me creía feliz, pues contaba con la protección de los Señores hijos de Bustamante y C0. en cuya casa había estado antes, como tengo dicho. Pero aún no había cesado el término de mis desgracias; todavía Dios quería poner a otras, pruebas mi paciencia. En el acto me presenté a dichos Señores, haciéndoles presente mi situación y los trabajos que había pasado. No me quisieron reconocer, a pesar de haberles presentado la carta que me habían dado ellos mismos, de recomendación para "Tampico" y rotulada a D. Juan Benito de Castilla, del comercio de "Altamira", la cual había conservado y conservo aún, aunque manchada por la agua salada, pues pude hacerlo así, cosiéndola en el interior del pantalón, y cuidándola lo mejor posible, en todo este trascurso de aventuras.

Salí de la casa de estos señores para nuestra prisión, furioso de cólera por la vileza que habían tenido para conmigo, pero antes les eché en cara su ruindad y, les dije que para nada los necesitaba; que Dios me había de favorecer como lo había hecho hasta allí, y que si llegábamos a "México," como eran, las pretensiones de Trespalacios, allí tenía amigos mi tío Rodríguez Gómez y yo, vecinos de mi pueblo, que me darían protección; no como ellos que me la habían negado.

Hay que advertir que éstos sostenían su negación, porque poco antes había sido sorprendido uno de los socios, por medio de una carta a mi nombre presentada por uno que casó con una prima mía en Asturias, el cual perseguido por acreedores, se había venido fugado a América. Este fue auxiliado por ellos, al pueblo donde residía, y firmando sus cartas a mi nombre, dispuso de algunas cantidades, que al fin al ser descubierto éste fraude, tuvo que pagar

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mi tío Rodríguez Gómez. Pero esto no era una disculpa para los Señores Bustamante y C0, y esta acción jamás se borrará de mi memoria; pues que hasta entonces no me habla visto con mas necesidad de recursos.

Nuestra prisión en "Veracruz" , fue en las casas consistoriales y nos quisieron poner en un Pontón que había para prisioneros, el cual era un gran navío llamado "Asia", pero inmediatamente Trespalacios suplió le permitieran estarse allí mientras escribía a "México" al Emperador Iturbide: visto esto, nos dejaron allí y en el acto se puso a escribir el General. La contestación del Emperador fue muy satisfactoria y por extraordinario. El jefe de las armas nos hizo saber nuestra libertad al día siguiente del recibo del extraordinario, y ese mismo día consiguió mi general dos literas que nos condujeron a "Jalapa" adonde llevaba cartas del Emperador Para un rico comerciante, para que le facilitara toda clase de auxilios, a Trespalacios.

En Jalapa no estuvimos mas que el tiempo necesario para conseguir un coche, que nos llevo a la Capital hasta el interior del patio de palacio. El General fue muy, bien recibido y atendido por el mismo Iturbide, y a mí me destinaron, en un cuarto del mismo palacio. No se me habían quitado las tercianas del todo, y tan pronto como estuvimos allí, me volvieron a repetir.

Una tarde que me hallaba mejorado de esta molesta

enfermedad supliqué al cochero del hijo del Emperador me condujera al parián (12), ofreciéndole una gratificación.

(12) Mercado especializado de productos finos: sedas, telas, perlas, especias y calzado.

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Me dirigí allí, que era en donde estaban todas las tiendas de ropa, y me encontré con un amigo y vecino de mi misma casa, llamado Juan García Bustamante, quien me llevó y presentó en el instante a su tío y corresponsal del mío, el señor D. Lorenzo García Noriega. Este Señor se informó bien conmigo de toda mi peregrinación, y me manifestó tener cartas de mi tío, donde le encargaba se informara de mí; que habla sido robado por piratas, y que no tenía noticia si vivía o había muerto.

En seguida quiso que me trasladaran a su casa a fin de ponerme en cura de mis calenturas, las que me quitó un buen facultativo. A los pocos días tuvo audiencia con el General Trespalacios y lo obligó a a recibir oro por valor de doscientos pesos en atención a lo bien que me trató y cuido en mi enfermedad, cuya suma se resistía a recibir. Cuando ya me hallé bien restablecido me despachó el Señor D. Lorenzo con el Marqués de San Miguel de Aguayo para San Luis Potosí, habiéndole ofrecido este Señor darme un asiento en su coche, no sin haberme despedido antes de mi simpático General Trespalacios

En el tránsito me trató dicho marqués muy bien. Llegué a San Luis bastante malo de una enfermedad que me acometió dos días antes, que llaman allí escarlatina. En México, escribí por conducto del Señor D. Lorenzo a mi tío Rodríguez Gómez, residente en "Aguayo" avisándole que me ponía en camino para San Luis. Allí, pare en casa propia que tenia mi citado tío en la calle de Concepción, encargada a D. Rodrigo Macías, gallego muy hombre de bien, quién luego que llegué me asistió en mi enfermedad como si hubiera sido su hijo.

Tan pronto como me restablecí, me puse en camino para la Villa de Tula hoy ciudad del Estado de Tamaulipas. Allí tenia mi tío una negociación, y afortunadamente se encontraba allí con todo y familia.

No me es posible explicar el gusto que manifestaron tanto el

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Señor mi tío como su señora y familia, pues me hacían en la eternidad; mi tío había sabido que me habían hecho prisionero los piratas, y nada mas; y después de muchas averiguaciones de mi paradero, había hecho ofertas cuantiosas al que diese noticias de mí, y, por distintos puntos, hasta que unos días antes de mi llegada recibió las cartas que escribimos de México, el Señor García Noriega y yo.

La Señora mi tía por su parte con mis primas y demás familia, unidas a otras familias amigas, me encomendaron en sus rezos a varios santos y rezaron novenas, cumpliendo varias promesas á fin de saber de mí, y al cabo de un tiempo desconsolada por falta de noticias de mi paradero, mandó se hicieran honras fúnebres. Después de esto; (saber que estaba vivo y sano!, fue una sorpresa inaudita, imposible de trasladarla al papel.

Lo mismo lo que sufrí en largas caminatas, por falta de otros trasportes y lo revuelto del país, dejándolo a la consideración del que leyere mi trágica vida, en particular mis hijos, para quienes escribo estos pormenores.

A los pocos meses de estar allí en dicha casa y Villa, se fue a vivir mi tío a "San Luis Potosí' con su familia, y yo permanecí en aquel lugar con mi primo político, que fue mas tarde mi concuño, D. Francisco Vital Fernández, a quien le entregó la negociación que allí tenia y que consistía en casa propia, una buena tienda de ropa, laboríos y bienes de campo. En este tiempo y a principios del año de 1823 de mis sueldos y por primera vez, remití a mi padre doscientos pesos en oro, con D. Froilan Bocinos, vecino de Oviedo en España, y Coronel de los Batallones de Zaragoza y Zamora, quien los entregó religiosamente.

En este mismo año y por orden de mi tío me vine para Aguayo,

destinado a la tienda que tenia en esta Villa, siendo el jefe de la negociación D. Manuel Rodríguez Gómez tío mío y hermano de mi patrón.

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A los pocos meses se separó éste señor para irse a su hacienda de Santa Engracia, habiendo venido de San Luis mi tío Antonio con D. Jacinto Arechavaleta, que casó allí con Dolores hija de aquel y entregó a éste toda la negociación de aquí, que consistía en casa y tienda, "Tamatán" y "Aranjuez" y ranchos con intereses de campo.

Este Señor me asignó un sueldo de seiscientos pesos anuales. Permanecí con el hasta el mes de diciembre de 1826 sin haberme ocurrido cosa particular en todo este tiempo, pues aunque tuve algunos sustillos en los caminos de "Pueblo viejo" y Soto la Marina" que era adonde iba a hacer algunos empleos de efectos para la tienda, y una enfermedad pestilencial en aquel punto; (vómito) los paso en silencio, por no alargar mas mi redacción.

Tengo que advertir que al recibirse Arechavaleta de ésta negociación y viéndose algo apurado, para atenderla, le propusimos mi primo Antonio Rodríguez Fernández y yo, tomar en arrendamiento a 'Tamatán" y "Aranjuez", gozando de nuestros sueldos, por atender uno y otro a los demás intereses de comercio y bienes de campo, que por este tiempo paso a aquella la hacienda de la "Boca". En fin nos arreglamos y nos comprometimos por tres años, dándole anualmente mil pesos fuertes y mil doscientas fanegas de maíz.

……

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CAPITULO VIII. Inicio de mi actividad como empresario

[Mi primo Antonio y yo], Pusimos otro nuevo molino en "Aranjuez" y otra mejoras que hicimos que no nos quiso pagar, como estaba estipulado, y cuando entregamos nos resultó a cada uno, una ganancia libre a cada uno de cuatro mil pesos en los tres años de nuestro compromiso. Al cesar éste, yo tenía el de mi casamiento con anterioridad, con la hija menor de mi Señor tío D. Antonio, llamada Carmen y al efecto salí violentamente para "Monterrey" a sacar mis dispensas, pues a ésta población pertenecían los negocios eclesiásticos de esta Villa.

Las de mi prima, fueron despachadas del Obispado de, "Guadalajara", al cual pertenecía "San Luís". Mi casamiento lo fui a verificar a dicha población de San Luis por el mes de Enero de 1827. Permanecí allí unos veinte días y me vine con mi esposa para la Villa de Tula a recibirme de la negociación de mi tío y padre político, que me fue entregada por mi primo y concuño D. Vital Fernández. Al siguiente año en el mes de Febrero, dio a luz mi esposa un niño, que se llamó Francisco. Permanecí en Tula sin haber tenido ninguna novedad hasta fines de noviembre de 1828, en que el Señor mi padre político, me dio orden de traspasar aquella casa a D. Ramón Vértiz con el fin de realizar todo para emprender la salida del país pues los partidos revolucionarios se iban poco a poco declarando en contra de los españoles.

Ya los insultos de aquella parte de la plebe no se podían soportar, a menos de empeorar nuestra situación y exponer la existencia. Esta, ya la había expuesto una vez antes a causa de asaltantes a mi propiedad pero afortunadamente triunfamos y salí ileso. El resto de la negociación que no tomó el Señor Vértiz lo realicé yo y tomé por mi cuenta y unido a lo que yo había ganado, ascendió a veintitrés mil pesos.

Esta suma la amplié en "Monterrey", "Aguayo" y "Tula", en pastorías de a mil cuatrocientos chivos de engorda y de carneros, en

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mulada, y tiros de a siete mulas que se usaban entonces y me puse en camino para México. A unas cuarenta leguas distante de dicha Ciudad, fui asaltado por el insurgente José María Mejía acompañado de cuatro cientos a quinientos indios armados de fusiles y sables viejos y hondas. Me llevaron prisionero y mandó volver la gente que llevaba yo ocupada con los ganados y mulas, y fuimos conducidos hasta la. misión de "San Pedro Escanela ".

Llegamos allí por la noche y me encerraron luego en una choza y me pusieron un par de grillos que pesaban mas de medía arroba. Dos de mis mozos de confianza no quisieron irse y a solas me ofrecieron no abandonarme; se llamaban Vicente Zúñiga y José M0 Dávila. Después me sacaron de allí y me condujeron a la misión de "Bucareli," sobre un macho aparejado y muy expuesto a matarme pues estaba sujeto de los pies con los grillos, y hubo que subir y bajar corros muy altos y escarpados. En "Bucareli" empezó a destrozar mis ganados, vendiendo al precio que ofrecían los compradores pues como nada le había costado para el todo era ganancia Esto que pasaba a mi vista me enardeció de cólera a tal grado, que lo injurié a él y a sus bandoleros, con ánimo de que me mataran y no estuvieran martirizándome de mil maneras. Entonces dijo éste: "estos gachupines cuando mas abatidos se ven son mas soberbios; sáquenlo a fuera y denle cuatro balazos", esto les dijo a sus compañeros.

Iban a hacerlo pero me favorecieron las súplicas del buen viejo José M0 que por Dios les rogó no lo hicieran, haciéndole ver que era natural me enfureciera al ver destrozados mis intereses, que me habían costado tantas fatigas y sudores. A los dos días me llevaron por un pueblo que llamaban "Bizarrón" hasta el "Real del Doctor". Allí estaba el Jefe principal de ellos, el Doctor Magos.

Yo sabía lo asesino que era éste en la revolución del año de 1810; así que creí no escapar de sus manos, como todos me lo aseguraban y hasta mis mozos me lo repetían, que me encomendara a Dios, que mi vida estaba en gran riesgo. Yo les contestaba que iba resuelto, a sufrir lo que dispusiera. En efecto, no me espantaba ya el

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morir, que estaba casi loco con la pérdida de cuanto tenía y con lo que contaba para la subsistencia de mi familia. Afortunadamente no tuve novedad allí, y me llevaron para la Villa de "Cadercita", a entregarme con otro Coronel de insurgentes llamado Manuel Vargas, que se hallaba en dicha Villa. Éste escribió a Magos, me condujeron allí a reunirme con otra partida de españoles que él tenía presos, y le encargaba que también le remitiera el resto de mis intereses, que en aquel punto se podrían realizar con más estimación.

Llegué allí después de veintidós días en donde, me quitaron los grillos, porque no me era posible cargarlos, sufriendo horriblemente pues las piernas se me habían hinchado a tal grado, que en algunas partes se cubría con la carne la cintura del grillete y al quitármelos padecí dolores agudísimos En los seis días que me tuvieron allí me alivié de dichas ligaduras, estuve muy bien tratado y auxiliado de lo necesario para la vida por dos criadas que me traían a la prisión diariamente desde chocolate por la mañana, hasta la cena por la noche.

Estas tenían distintas amas, y entre ellas convinieron que, una me mandaría el desayuno y comida y la otra, la merienda y cena. También recibía buenos puros de parte de mis desconocidas bienhechoras. Por mas diligencias que hice para informarme con las criadas, no pude saber quienes eran y trataron de ocultármelo, no se si por virtud, o por temor de que llegase a noticia del Jefe insurgente. Lo único que pude averiguar de una de ellas fue que era viuda de un Coronel de los españoles. Al séptimo día me sacaron de la prisión para llevarme a "Querétano"; ya estaban en la plaza de aquella, otros pobres paisanos, colocados a pié y en medio de la tropa, esperando la orden para caminar de éste modo y al paso de la caballería que nos iba a custodiar.

Momentos antes de salir, llegó a donde yo estaba una de las criadas de aquellas mis bienhechoras, y me entregó un par de gallinas fritas y rellenas, envueltas en dos servilletas, suficiente pan y puros para hacer mi viaje. Salimos en medio de la gritería del

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populacho; unos nos insultaban y los mas nos compadecían pues realmente era digno de compasión el cuadro que presentábamos los prisioneros; sobre todo, lo que era más digno de lástima y lo que cansaba mas sentimientos, era ver a un par de ancianos, de más de sesenta años, que caminaban como los demás a pié. A las cinco leguas de camino, ya no podían dar paso aquellos dos viejos, agobiados del cansancio y por los años: entonces el cabecilla de la partida, repetía gritando de cuando en cuando: muchachos, el que no ande recio, atraviésenlo con la lanza y quítenlo de en medio, que será gachupín menos.

Yo era el único que iba montado en una mula, a causa de no

haber sanado de las llagas que me habían hecho los grillos, y viendo que aquellos dos infelices iban supurando y llorando, porque les había faltado toda la fuerza para seguir caminando, y viendo tan de cerca la muerte, me bajé de mi mula y les hice subir en ella a los dos. Llamábanse estos dos paisanos Manuel Otero y Manuel Älvarez. Ambos estaban en “los minerales del Pinal", a un lado del río "Sichú"; de donde nos traían los insurgentes, habiendo antes degollado a los otros españoles que habían caído en sus manos, y estos escaparon de lo mismo milagrosamente.

Llegamos a "Querétano" sin ninguna novedad, los dos

ancianos y yo maltratadísimos, pues además de las heridas de los grillos, se me llenaron los pies de ampollas, y cambié con un indio en el camino mis zapatos por unos guaraches, pues las treinta y seis leguas que hay del punto de salida a esta población, las anduvimos en tres días y un rato. En este punto me señalaron por prisión una celda del convento de Santo Domingo, con centinela de vista y sin comunicación. Ya en este tiempo mi padre político despachó en mi auxilio, con buenas recomendaciones a D. Mariano Saldaña, vecino de la Villa de "Tula" e hijo del país, y éste sacó una orden del Gobernador de allí, General Rafael Canalizo, para que se me diese libre, a condición de quedar en la ciudad por cárcel, y en seguida me llevó aquel Señor al mesón de Santa Rosa, que era donde el estaba posado. A pedimento de dicho Señor Saldaña, le dio aquel General

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otra orden para que le entregara el resto de mis ganados, que aún no hubiesen vendido, pues la mulada y tiros de color; ya todas las habían despilfarrado. Le advirtió al darle esta orden, que iba muy expuesto él con esta misión, que esa gente de la Siera, no le hacía caso a nadie; pero que por servir a mi suegro y a Saldaña por este empeño, le daba aquella orden que el creía no respetarían.

Ya estando solos en el mesón éste Señor me manifestó que habiendo previsto lo que había pasado, había sacado remudas de la hacienda de la "Pendencia", propiedad de D. Macario Guerrero, intimo amigo de mi suegro, y había dejado apostadas en todo el camino de "Querétaro" a "Tula", para que en la primera oportunidad me fugase y no parara de correr hasta fuera de la jurisdicción de "San Luís", que era hasta donde podían perjudicarme los serranos, y me dio un itinerario de los ranchos y pueblos donde estaban colocadas las postas, para mí y el mozo Dávila.

Así lo hice y una noche a las nueve, montamos y corrimos remudando en todo el siguiente día sin dormir ni descansar y llegamos a "Tula" por la noche, antes de las doce de ella. Uno de los caballos se murió al quitarle la silla, pues corrí con la mayor velocidad que puede hacerse en un camino. No hice más que apearme y desfajarme, y caer de una enfermedad peligrosa a consecuencia de haber corrido sin descanso, orinando sangre; en fin, me vi muy malo. Saldaña se portó muy bien; con aquella previsión que lo caracterizaba se uniformó de comandante de escuadrón, y con dos lanceros, fue a verse con el "Jefe" que tenía mis ganados: recogió lo que había quedado y realizó seis mil pesos, que después condujo a "Tula". Cuando yo llegué a "Tula" y estuve en mi conocimiento, supe que mi suegro se había levantado toda la familia inclusa mi esposa y se había ido para "Tampico". Así lo hice y reuní los seis mil que realizó Saldaña; y me puse en camino, con el arriero que conducía dicha plata. No tuvimos novedad en el tránsito, e hicimos siete días.

……

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CAPITULO IX. De regreso a España

La familia me aguardaba, y aguardaban buque para

embarcarse en primera oportunidad. Confirmando el adagio de que una desgracia nunca viene sola, en los días que salí para "México" y que me aprendió el bandido indio, murió en "Tula" mi único hijo. Por fin, nos embarcamos en el paquebot "Correo de New-Orleans" para dicho puerto. Tuvimos una navegación feliz, y llegamos a allá en poco más de cuatro días , pues era un buquecito fino y muy velero, y manejado por un hombre inteligente. Nuestro arribo a Orleans fue a mediados de Marzo de 1829, y en los primeros días del mes de Abril se embarcó el señor mi padre político y demás familia, para Cádiz. Quedamos allí mi concuño y compadre D. Ignacio García Iguera con su esposa y una niña, y yo con la mía; pues también este señor era de los expulsados del país. Es bien sabido que a fines del año anterior, un ministro americano influyó a dar la ley de expulsión para los españoles, con la mira de que los bienes capitales que había ya en México, fueran a radicarse a los Estados Unidos, como aconteció con la mayor parte.

Poco después salimos de allí para "Baton-Rouge", que está a cuarenta leguas río arriba, por temor de la epidemia que hay todos los años en Orleans. Allí dio a luz mi esposa una niña, el día ocho de junio, que fue bautizada con el nombre de Carmen, fueron sus padrinos D. Pascual Prieto, natural de España, y su esposa D0 Juana Elorza, nacida en Matchuala (México), que ambos residían allá. Esta señora murió allí en este pueblo de la fiebre amarilla, que hizo muchos estragos con los españoles y familias expulsadas de México. Permanecimos allí hasta el mes de Octubre, sin haber ocurrido novedad, a pesar de las epidemias, y en este tiempo nos bajamos a Orleans: allí una tarde me encontré con mi antiguo amigo y compañero de sufrimientos, Santiago Bazozabal, que estaba destinado en una tienda de vinos.

Nos recibimos con muchísimo gusto, por habernos encontrado

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al cabo de tantos años. Me contó toda su historia desde que nos separamos en "Galveston". Este amigo también sufrió mucho, pues ya he dicho que se fugó en una lancha rumbo al Norte. En seguida lo aprehendieron los indios, y a los compañeros los hicieron mitote y los comieron, y el se salvó, debido a hablar el idioma de un misionero jesuita que estos habían conocido allí, lo tomaron como enviado, y lo destinaron a arar la tierra con un buey, y cuando ellos salían a cazar búfalos, cibeles y otros animales, lo dejaban al cuidado de las familias, hasta que en una ocasión de estas llegó a pasar por allí un guardacostas, y le puso señal con un tramo en un palo largo , para que lo viniese a recoger y esto fue, en este mismo año de 1829, por el mes de Abril.

También me encontré allí un día a uno de los del barco pirata, a Daniel el buzo: éste me contó que había tenido la suerte de escaparse del corsario a nado y en una costa, favorecida por la noche; pues era muy buen nadador y tenía la habilidad de que cuando el barco estaba en calma, se arrojaba al mar con puñal en mano, y mataba al tiburón que se le abalanzaba, a las tres o cuatro metidas de cuchillo. Este me contó, que al poco tiempo de haberse fugado, el corsario hizo una presa cerca de la Bahía, de un buque americano, y que el Gobierno de aquella parte, había despachado dos goletas de fuerza, en su seguimiento, y lo habían hecho prisionero, y que él, (Daniel), los había visto ahorcar a todos menos al capitán que se había salvado a fuerza de oro; y que en seguida se había retirado a vivir pacíficamente a la provincia de Texas.

En Orleans permanecimos hasta el mes de Abril de 1830, en que nos embarcamos con destino a Cádiz. Lo hicimos en la fragata americana llamada "América". El día once de Mayo tuvimos un temporal que duró tres días, que fue el mismo que sufrió el navío "Guerrero", el cual perdió los palos y algunos marineros. Nuestra fragata también sufrió bastante, y traía una tripulación de muy malas ideas; pues llegaron a concebir la de arrojarnos a todos los pasajeros y capitán y contramaestre, que eran unos buenos hombres. Les avisamos a estos que no durmiesen descuidados, y mi concuño y

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yo y los demás nos pusimos a vigilarlos. Esto lo supimos por un marinero español que venía; nos dijo que creían aquellos que llevábamos mucho dinero, y que dado un trance apurado, que contáramos con él. Yo que ya sabía el idioma ingles bien, les dije que estábamos impuestos de sus malvados planes, y resueltos a cambiar nuestras vidas, que pudiera ser muy bien fuera al contrario de lo que ellos se suponían; en fin, les amenazamos y se acobardaron bastante. No tuvimos novedad, y llegamos felizmente a la bahía de Cádiz el diez y siete de Junio; pero había cuarentena y no pudimos saltar a tierra hasta el cuatro de Julio.

Ya en Cádiz, busqué un negocio a que dedicarme, y elegí el de tomar a mi cargo un almacén de madera ya establecido. estas eran corrientes y finas, y ya arreglados mis negocios, puse una mueblería fina, en buena escala. Estos dos negocios me dejaban buena utilidad. Al cabo de algún tiempo, circuló un anuncio, en el cual se buscaba un individuo que se comprometiera a entregar en el término de tres meses, la madera necesaria para la aduana de Bonanza, que está en la embocadura del río de Sevilla, cerca del pueblo de "San Lucar de Barrameda". El Gobierno había puesto un comerciante encargado de buscar este individuo, y hacer con él la contrata.

Fui a ver a mi padre político, para que diera una garantía para comprometerme en el contrato, y me la negó, diciéndome que era yo un loco en tomar este negocio, que aunque quisiera no podría cumplir. Entonces fui a ver a los señores Martín Muriél y a Eledermo Carrera, socios venidos allí de "San Luís de Potosí", que me la dieron de buen gusto. El plazo para la conclusión del entrego de la madera, lo conseguí en cuatro meses. Por lo pronto, recogí toda la madera que pude de los almacenistas de ahí y puse la fabrica o almacén en la nueva Catedral que entonces no estaba concluida. Cumplí mi compromiso en el término fijado. El dinero que yo necesitaba para mi empresa, me lo facilitaba el mismo comerciante, representante del Gobierno. Era éste, un D. José Gargollo, gallego, que fue un pobre y triste cargador, y teniendo unos ahorros, compró un billete de lotería y se sacó el premio mayor: tenía arriba de su

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escritorio y en un dosel, sus tres útiles de cargador, forrados en terciopelo, después con esta fortuna se metió al comercio en grande escala, y en el tiempo a que me refiero, era uno de los grandes capitalistas de allí.

En este negocio gané cuatro mil ochocientos pesos y en seguida compré un ventorrillo o mesón, que existía en el puente del pueblo de "Chiclana", a dos y medía leguas de Cádiz: me costó noventa y seis mil reales de vellón; contenía pesebre para doscientas cincuenta bestias y una tienda, y por no tener la comodidad necesaria para vivir allí con mi familia, lo arrendé por veinte mil pesos mensuales.

Seguí con mi expendio de madera y tienda de muebles finos, donde se aserraba también mármol, cuya casa y expendio tenía a su cargo un paisano muy honrado y era el principal açerrador. Mi suegro tenía una viña cerca de "Jerez" y me la dio para que se la administrase. Lo más estaba yo allí, y daba mis vueltas a "Cádiz". Le había escrito a mi padre que estaba allí yo, se vino de mi pueblo a verme, le condujo el mismo conductor D. José de la Cuesta, y allí quedó conmigo unos meses, íbamos a Cádiz. En el otro viaje de los que acostumbraba hacer dicho conductor, nos despedimos mi padre y yo, regresando él para mi pueblo.

La primera cosecha que tuvo la viña, fue tan abundante que tuve que mandar hacer ciento sesenta pipas más, para contener el vino, al precio de medía onza. Fui a Cádiz a traer el importe, y a la vuelta, en un cinto me lo fajé a la cintura; pues era en oro. Me embarqué como siempre en el puerto de "Santa María"; salté a tierra, tomé mi caballo que había dejado allí, monté y a la mitad del camino estaba una compañía de ladrones robando un coche, al parecer rico, como en efecto lo era: me pasé por un lado, no sin que me advirtieran.

A poco rato observé que me seguían, yo les llevaba una buena ventaja y echando a correr llegué a la viña y pasé por la puerta

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general; seguí hasta el fondo, en el que había un vallado; impulsé mi caballo y brincó sin novedad al otro lado; seguí corriendo y los tres ladrones que me seguían llegaron hasta allí, y viéndose burlados me dispararon sus armas.

No me hicieron daño ninguno, y yo seguí corriendo en my buen caballo hasta otra viña inmediata y fortificada, y allí me estuve tres días. Los bandidos ya no me siguieron y retrocedieron de la orilla del vallado. Esta viña pertenecía a un paisano, Viesca y Torre, de apellido. La carretela que robaban pertenecía a un grande de España. vecino de "Jerez" y apellidado Rivero. Los ladrones después de tiempo , cometieron varios atropellos con familias, y un Coronel mexicano, hijo de Vizcaíno, y de apellido Orrantia, muy valiente, y también ofendido por aquellos, pidió al Gobierno español la autorización para exterminarlos, y concluyó con todos.

En mi permanencia en Cádiz, tuve un hijo que se llamó Francisco, que lo bautizaron en la nueva Catedral, recién concluida, los abuelos maternos; después una hija que se llamó Juana, bautizada por los mismos en la iglesia de San Lorenzo, y en seguida otra niña que se llamó Josefa, la que fue bautizada en la iglesia de San Antonio, siendo sus padrinos D. Bernardo Lannes y mi cuñada Dolores Rodríguez, esposa de éste, y viuda de Arechavaleta, pues ya Jacinto había muerto. A fines del año 1835, me manifestó mi suegro quería viniera a la "República Mexicana", a liquidar sus casas, y hacer unos repartos y cobros que tenía pendientes, y además, para que recibiera yo nueve mil y pico de pesos, de la tutela de mi esposa. De consiguiente, realicé algo de mis establecimientos, de madera, y lo que no pude, lo dejé a mi suegro, así como el ventorrillo o mesón.

……

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CAPITULO X. Retorno a San Luis de Potosí

Me embarqué con mi esposa y niños, mi hermano Pedro, y Ramón Gómez Molleda, en el bergantín "María Cecilia", el día doce de Diciembre de 1835. También venía allí para Veracruz, D. Salvador del Conde y su familia. Alquilé el camarote del capitán, por ser el más cómodo, por setecientos pesos. Llegamos sin novedad a Santo Tomás como a los cuarenta días de navegación, para sacar documentos nuevos, que eran los que se necesitaban para venir a "México"; pues aunque yo conservaba una excepción de expulsión que nos había mandado a mi compadre Iguera y a mí, estando en Orleans, nuestro concuño D. Francisco Vital Fernández, de cuya excepción no quisimos hacer uso entonces, por seguir al resto de nuestra familia a Cádiz. Los nuevos pasaportes me costaron ocho pesos y estuvimos allí tres días, cuya asistencia pagué por sesenta y cuatro pesos.

Volvimos a bordo y estuvimos allí otros tres días, porque a última hora se habían emborrachado los marineros, y el capitán los mandó a un fortín inmediato hasta que pudieron trabajar. Cuando ya estábamos en camino, volvimos a lo mismo, el capitán estaba enfermo y el piloto tenía que ir manejando el timón, por no haber un marinero que no estuviese ebrio. Repentinamente fue uno de éstos a insultarlo y lo desafió al pugilanato; fueron al combate, y quedó vencedor el piloto. En el instante vino otro inglés a vengar a su compañero, y combatió con el; pero viendo que no lograba su intento, le dio contras las reglas del desafío, un golpe furioso en el estómago, y cayó el piloto al suelo.

Al ver el marinero, por tierra a su enemigo, y estando cerca de la cadena de la ancla, quiso echársela a al cuello para ahorcarlo; pero inmediatamente, viendo yo el peligro de todos, por la falta de éste y del capitán, y estando en alta mar, al agacharse y querérsela poner al cuello, le dí un puntapié, como nunca lo he dado tan fuerte, en las nalgas, que cayó de boca al otro extremo del barco. Se levantó de allí furioso contra mí, yo saqué una daga que traía y me puse a

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aguardarlo, diciéndole el riesgo en que nos hubiera puesto a todos si matara al piloto. Entonces se pusieron los demás de mi parte, también con sus puñales los pasajeros, y se terminó la cuestión.

Cuando ya se restableció el piloto, maliciándonos que los marineros nos estuvieran sacando vino de la bodega, pues no podría ser ya de otra parte, fuimos otro pasajero y yo, a la bodega, y en el rancho de proa, encontramos el cuerpo del delito; unos garrafones botados ya vacíos, que habían extraído de dicha bodega o cámara de comestibles, rompiendo para esto algunas tablas. Clavamos éstas en su lugar, y a cada rato bajábamos a vigilarlos. Tuvimos después un temporal desecho de tres días y cuatro noches, que maltrató mucho nuestro buque.

Cuando concluyó el temporal, nuestra embarcación hacía más agua que la que podían sacar dos bombas que traía, bajaron a los almacenes a tapar los agujeros, con lona y alquitrán. Ya estábamos a cuarenta leguas de "Veracruz", y se veía con el anteojo el castillo de "Perote". Por fin llegamos a este puerto a los dos y medio meses de haber salido de Cádiz. La expulsión había cesado ya. Paramos en la posada de diligencias; permanecimos allí ocho días, aguardando fuese sola la diligencia, para tomarla toda. Nuestras camas y colchones los dejé al "Hospital de Caridad", en donde se encontraba enfermo D. Ángel Gutiérrez.

Salimos en la diligencia para "Puebla", al día siguiente por la madrugada de haber llegado a esta población, antes de salir, fui a la cuadra y allí vi a un individuo muy envuelto en su capa, que se dirigió hacia mí. Me saludó, y en seguida me expuso en pocas palabras, que le permitiera ir conmigo en la diligencia hasta "México"; que tenía un negocio allí de suma importancia, y temía que lo asaltaran los ladrones en el tránsito; y yendo conmigo podría escaparse por ir allí mi familia; que no causaba sospechas. Luego conocí que éste era un hombre honrado y que lo que decía era cierto, accedí con gusto, y ocupó el lugar que deseaba en la diligencia. Los ladrones nos pararon el coche en el "Piñal"; eran diez, y venían

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enmascarados. El individuo desconocido, lo ocultamos oportunamente debajo de los asientos del coche. Se acercó uno de ellos y después de haber observado al interior del coche, me dijo que no tuviera temor ninguno; y al cochero le dijo que al encontrarse con la diligencia que viniese de México, se pasara de largo, y no les dijera que ellos quedaban allí. El jefe estuvo un momento allí y se tomo una copa de vino que le invité, con unos panecillos que yo traía desde Cádiz; de estos les dio a los compañeros, pero no quiso darles licor.

Seguimos después sin novedad hasta México. Paramos en la

posada de diligencias. De allí se marchó el individuo que traje oculto desde Puebla; me agradeció infinito el servicio que le había prestado, y en recompensa me daba cuatro onzas de oro, que rehusé tomar. Era este Señor un rico comerciante de Puebla, que tenía plazo fijo para entregar cierta cantidad de dinero en México, pues después estuvo a visitarme y por él supe esto. Era mejicano de nacimiento, e hijo de español; me ofreció su casa y me dijo su nombre; pero no lo recuerdo ahora.

Visité a D. Salvador del Conde, que se había adelantado a nosotros en Veracruz, en la primera diligencia, y visité también a D. Manuel Martínez del Campo, que vivía en la calle del "Empedradíllo": este señor tenía fondos míos, y de allí saqué los necesarios para seguir el viaje a San Luís Potosí. Un tal Crespo de apellido, habiendo observado que yo pedía en dicha casa dinero, pidió a mi nombre cincuenta pesos que tuve que perder, pues fue un engaño de este Señor. Volví a tomar la diligencia entera y salí para "Queretaro", donde descansé un día, y al siguiente salimos para San Luís; llegamos a esta ciudad y paramos en el parián (13), que era de mi primo y cuñado Antonio Rodríguez Fernández, el cual aun no concluía del todo. (13) Mercado especializado de productos finos: sedas, telas, perlas, especias y calzado.

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Llegamos en el mes de Marzo de 1836. Mi suegro me había dado en Cádiz una orden para que me entregara mi citado cuñado, nueve mil y pico de pesos, de la tutela de mi esposa; pero no tenía fondos y no pudo entregarme nada. En mi permanencia allí, me suplicó Antonio que le fuera a entregar una partida de ganado que venía de "Aguayo", y que traía el mozo aquel José M0 Dávila, muy honradote y que aún vivía al lado de nuestra familia.

Salí rumbo a dicha villa y en el rancho llamado el "Coronel" la encontré, recibí y conduje a "Lagos", adonde llegué a pié con el caballo estirando, por ser Jueves Santo, y prohibirse la entrada a caballo. Salí de allí con el comprador, hasta "Estancia Grande", donde hice la entrega y recibí el importe, que ascendía a seis mil y pico de pesos. Deseaba yo que me acompañaran todos los aventureros hasta San Luís, por el riesgo que había en el camino; pero todos se vinieron ese mismo día que entregué, y tuve que venirme con tres hombres de mi servicio, entre ellos mi tío José M0.

A cierta distancia de esta hacienda, había tres caminos para

San Luís, que muy adelante se juntan en uno. Yo tomé el de la izquierda, por ser el más malo y menos peligroso, siendo el del medio el mejor de todos.

Habíamos salido de la posada a la una de la mañana, con el dinero repartido entre los cuatro, siendo más de la mitad oro; paramos a desayunarnos a una chocita del camino que traíamos, y que ya de aquí, era uno sólo, y allí una buena anciana nos dijo, que habían estado momentos antes ocho o diez hombres armados, que parecían ladrones, preguntándole si no habría pasado por allí para adelante, un caminante con dos o tres mozos, que sin duda, yo era, que me fuera luego y muy aprisa, porque ellos, habiendo venido por el camino de en medio, según dijeron, se habrían devuelto por el de la derecha en mi busca. Inmediatamente pagué los desayunos, dí una buena gratificación a la mujer, y echamos a andar al trote y galope, hasta la jurisdicción de San Luís.

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Llegué sin ninguna novedad, y volví a detenerme en esta población para presenciar el balance del comercio de mi cuñado Antonio, en compañía con mi cuñado D. Francisco Vital Fernández, y mi otro concuño y compadre, D. Ignacio G. Iguera; pues iban ya a separase. Concluimos, y me vine para Tula con mi familia, y allí tuve que presenciar el balance del comercio y ranchos de Fernández; en seguida me vine para "Aguayo"; hoy ciudad Victoria, y aquí practicamos el del tercer socio Ignacio G. Iguera, que en uno de los ranchos bañándonos se iba a ahogar y lo saqué y liberté con muchísimo trabajo, pues con la desesperación se abrazó de mí y nos íbamos a ahogar los dos: cuando ya lo saqué tardó bastante en recobrarse.

Guardé los balances y esperé que llegara Antonio para entregárselos, y que el me entregara dicha tutela de mi esposa. Por fin, llegó a ésta, y recibió de mi dichos balances, y ambos tres socios quedaron conformes. En seguida, volvió a instarme hiciera los de Ramón su hermano, y primo y cuñado mío. Estos estaban más entretenidos, por consistir en fincas y bienes de campo. Los practiqué y ascendió este balance a ochenta y siete mil y pico de pesos y veintidós mil que poseía por parte de su primera esposa, en la hacienda del "Jabalí". Quería en seguida Antonio que yo administrara estos bienes; pero yo me rehusé diciéndole me iba a establecer. Pensé verificarlo, y al efecto alquilé para la familia la casa de mi primo político D. Lucas Fernández de Córdova, que es hoy la que pertenece a D. José Zorrilla (12), y que está en medio de las de altos de mi hijo político Pablo Lavín, y la de la viuda de Felipe Escandón, y para mi comercio en ropa renté la de D. Lorenzo Cortina, primo mío, y que hoy es de D. Pablo Lavín. Es decir, renté los bajos, cuya casa existe en la esquina de la plaza de armas, y para abarrotes, el cuarto de la esquina de la casa de D0 Teodosia Echevarría, que hoy pertenece a Dr. Simón de Portes. (12) D. José Zorrilla de San Martín y Sáinz-Trápaga propietario de la factoría textil de Vista Hermosa. Propietario de José Zorrilla y Cia.

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Por el mes de Agosto fue todo esto, y salí para Tampico y paré en la casa de mi antiguo conocido D. Juán Benito de Castilla. En cuenta de la referida tutela de mi esposa me dio Antonio un crédito para la casa de D. José de La Lastra por cuatro mil pesos, y me puse a trabajar ayudando en la tienda de ropa de mi dependiente que fue Manuel Dosal, que hoy reside en España; y en la abarrotes de mis hermanos Martín y Pedro. Esto fue en el mes de Septiembre de 1836; y en Febrero del siguiente año, tuve otro hijo que se llamó Felipe , y nació en dicha casa. Los otros seis hijos que tuve en adelante, nacieron aquí en Victoria, en la casa que en la que en actualidad vivo, la que compré al Licenciado José Núñez de Cáceres, a fines del año 1838 en cuatro mil pesos, la cual tenía cuatro piezas. Al año siguiente, comencé yo a fabricar las demás piezas, que tiene y viene concluyéndola, tal como está ahora, por el año 1848.

En los primeros años de establecido, me fue bastante bien en mis negocios; cada cuatro meses iba a traer surtido y a pagar los créditos que daban en Tampico con éste término. Me parece que en el año de 1840 y por el mes de Marzo, se pronunció, el puerto de Tampico contra el Gobierno del Presidente General Bustamante, y entonces traje yo un buen surtido y bastante, por no saber el tiempo que tardaría en arreglarse, y me fue muy bien; lo vendí pronto y gané bastante en él; pues hubo la circunstancia de haber derrotado aquellos, a las fuerzas que, mando el Gobierno al mando del General Gahaliso, y se devolvió a esta plaza a reponerse: gastaban bastante sus fuerzas, que nosotros mismos les dábamos por cuenta del Gobierno de la Nación.

Después vino por el mes de Mayo o Junio, el General D. Mariano Arisia, que posó en la casa donde yo tenía mi tienda de ropa antes, y que ya he dicho que ahora pertenece a mi hijo político Pedro [Pablo] Lavín; allí estuvo posado con su estado mayor, y desde aquí, estuvo en correspondencia con los pronunciados, hasta que marchó de aquí con toda la fuerza y entró al Puerto de Tampico. Ya estaba yo sin surtido; y tan luego como supimos la toma de aquel puerto por este General me puse en camino para volver a surtir mi tienda; fui

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acompañado de mi compadre D. Ignacio García Iguera, que llevaba veintiséis mil pesos en plata; yo llevaba veintidós mil y D. Ramón Cárdenas diez mil; todo este dinero lo llevamos en uno de los atajos que iban a traernos la carga.

Cuando llegamos a Tampico se enfermó de fiebre mi compañero Iguera, y yo le surtí su nota; lo sanó un buen facultativo llamado Emilio Robert. Seguí bien en mi comercio, echando viages a Tampico cada cuatro meses, llevando lo realizado y trayendo nuevos efectos, sin que hubiera habido alguna cosa particular a referir. Algún tiempo después, por el año de 1844, vino a ésta D. Joaquín de Castilla, con una surtida pacotilla, la cual pasó a vender a Linares, volviendo a esta pronto con su importe en efectivo, y me animó a ir con el a Tampico, esperándome aquí ocho días. Salimos, llevando el su dinero, que había realizado que eran catorce mil pesos y yo ocho mil míos. llevábamos dos mozos de él y tres míos, que eran Juan Ibarra, Vicente Rodríguez y Crisanto Villanueva. La tarde que salimos fuimos a dormir a las Comas, y de allí me levanté a mi caporal Marcelino Ibarra y otros tres vaqueros, todos bien montados y armados; pues teníamos informes de riesgo de ladrones sobre el camino.

En el paraje llamado "Real de la Carne", se separó de mi aquel señor con el mejor de sus mozos, para adelantarse hacia "Alamitos", en donde estaba su esposa, pues estaba recién casado. Al pasar por el punto llamado la "Carabina", vimos unas huellas de caballo que se habían reunido allí, y en seguida se cortaban; como para reunirse más adelante. Mi caporal investigó dichas huellas, y declaró ser frescas, de caballo con jinete, y en numero de catorce o diez y seis todas. Llegamos a dormir al llano de “las Trojes". Con las observaciones que me había venido haciendo desde “la Carabina" mi caporal, ya tuve yo mucha más desconfianza de que nos fueran a asaltar por la noche, y así, dispuse, que formaran los aparejos y morrales de dinero, en forma de fortín, para resistir algún ataque que nos dieran.

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Se acostaron mis mozos y mandé apagasen la lumbre tan luego como cenaron, quedándome yo de vigía las primeras horas de la noche. Como a las doce de ella y ya al querer dormirme yo, pues antes no tenía sueño, noté la impaciencia de una bestia mular de las mías, que tenía la costumbre de roncar o bufar al ver algún sujeto a pié o montado; de otra manera no lo hacía. Apliqué el oído al suelo y noté las pisadas de varias bestias, que aun venían lejos de nosotros; pero a muy poco rato de esto, cebó un resoplido el macho. Entonces, si ya no me cupo duda del peligro en que estábamos. Desperté a los mozos y les dije que estuviesen listos, habiéndoles dicho lo que había pasado. Les dije también como debíamos de descargar nosotros nuestras armas, para no vernos en apuros; descargando primero unos y de ahí otros, al volver a cargar aquellos.

En efecto, eran los ladrones; estos, creyéndonos desprevenidos,

como era de suponer, con el fin de sorprendernos, dieron su ataque a carrera abierta; y un descargue cuando ya estuvieron cerca de la trinchera. Mucho se sorprendieron ellos al encontrarnos alerta, y haciendo fuego sobre ellos. Luego cayeron dos, y habiéndose aproximado a la trinchera el capitán, con sable en mano, intimando rendición, Crisanto Villanueva le cogió la rienda del caballo, y su rifle ya descargado, le pegó un cañonazo en el cráneo y lo derribo al suelo.

Cuando volvió ya en sí; lo teníamos bien amarrado, Los otros bandoleros que lo vieron esto, y caer a dos de sus compañeros muertos, y otros ya heridos, echaron a huir amenazándonos, y los míos invitándolos para otra nueva lucha. Al amanecer salimos para el "Forlón", llevando nuestro prisionero. De allí mandé unos hombres para que sepultaran los dos cadáveres.

Cuando llegué a la Hacienda de "Alamitos", puse en libertad al preso, fiando en sus promesas de no volverse a meter en otra, e irse para México y no volver nunca más por acá; mucho me suplicó aquel hombre que no lo avergonzara, que al fin me daba su palabra de no volver ya nunca. Efectivamente en México se reunió no se con que

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General y por allá murió tiempo después. Se llamaba Santiago Verdeja. Me platicó, que aquellos bandidos lo habían alagado y comprometido en Linares a asaltar a Castilla, y que no habiéndolo podido hacer antes de llegar aquí lo habían ido a esperar a “La Carabina", y después acordaron caerle por la noche sorprendiéndolo. Qué el no sabía que yo fuera allí, que al atacar estaba en la creencia fuese Castilla el que asaltaba. No tuve más novedad en todo camino: llegué a Tampico; hice mi compra, y regresé a casa.

Al año siguiente de 1843 un día se me presentó a la puerta de casa, cabalgando en burro, mi antiguo compañero de infortunio, Santiago Barzozabal; desde fuera me gritó le pagara al dueño del burro cinco pesos de su flete de Tampico a ésta. Desde que estuvimos en la isla abandonados, un día agarrando pescados, como dije, lo hacíamos, se le ensartó en la pantorrilla uno llamado raya, que tiene una gran púa en la cola para defensa, a los gritos de dolor que daba mi compañero, acudí yo a auxiliarlo. Nada que podía sacarle dicha espina, de pronto maté el pez y lo separé, dejándole la púa ensartada. Batallando poco a poco, logré sacársela con muchísimo trabajo, pues tiene dicha espina unos picos del mismo hueso, que están encontrados y fáciles para introducirse, no sucediendo lo mismo para extraerse. Yo lo curaba todos los días, lavándole la herida con agua salada, pues no teníamos otra cosa; pues bien, se le afistuló de tal manera, que nunca sanó de ella, y por esta razón quedó inútil para trabajar; pues tenía que estar con la pierna horizontal para poder estar a gusto, y por la misma razón, vino aquí sentado en un burro aparejado. Estuvo aquí en mi casa, hasta fines del año de 1846, y cuando llegó venía de Tampico, donde ya lo había visto yo de zahuanero en el mesón de "Vega".

De aquí vino que hubiese estado a verme; pues viéndolo yo en aquel estado de inutilidad y la triste situación que guardaba, de portero en aquel mesón, le ofrecí mi casa por el tiempo que quisiera, y le insté que se viniera conmigo; pero me dijo que no podía venir a mi paso y a caballo; que hay más allá lo haría en cuanto viniese

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algún arriero de burros para acá; así lo verifiqué. Estuvo aquí como he dicho hasta fines del año de 1846, en cuyo tiempo recibió una carta de su casa, en que le avisaba una de sus hermanas que había enviudado, y que se fuera a al lado de ellas, que allí se mantendrían como pudieran.

Entonces hice un viaje a Tampico, y en el atajo que iba a traer mi carga, en una mula aparejada y sentado como mujer, lo llevé. Ya estando allí, impuse de todo al Cónsul español D. Diego de la Lastra, a quien le impresionó bastante su mala suerte, y agenció con los paisanos de allí mil quinientos pesos incluso trescientos que puso él y doscientos yo; cuya suma se la entregamos en libranza sobre Santander de España, y en seguida se embarcó. Yo le encargué mucho me escribiese, y lo hizo a principios de 1847 en que me refería tantos servicios que le había hecho y de que estaba muy agradecido. De entonces acá no he vuelto a tener otra carta suya; no se si habrá muerto o aún viva.

……

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CAPITULO XI. Epílogo

En este año, vinieron por aquí los americanos en guerra con México; pero sin embargo de esto, no sufrieron mis intereses nada particular que referirse, hasta el año 1850 en que se trabó la lucha local contra el gobernador legítimo, que por fin, fue asesinado en la hacienda de los "Ébanos".

A pesar de estar esto tan revuelto y de tantas alternativas, me mantuve trabajando y no tuve pérdida ninguna hasta principios del año de 1853 que me trasladé a San Luís Potosí con mi familia, a fin de educar a mis hijos chicos. De entonces a la fecha, jamás hemos estado en paz, y año por tanto descalabro en los intereses de campo, y perdidas consecutivas de efectivo, que unos y otros partidos o bandos, le quitaban a uno, contra toda su voluntad, y tuve que regresar a ésta Ciudad con todo y familia a fines del año 1856 y en el mes de Noviembre.

De este año al actual 1880 están al tanto mis hijos de lo ocurrido, y por esta razón no refiero los hechos que tuvieron lugar en tantas alternativas y época de puras revoluciones y ataques a las propiedades; por otra parte triste y dolorosos episodios acerca de la pérdida de mi esposa e hijos mayores. De todo esto están bien enterados los hijos que me viven, y omito referir lo que estos saben, para quienes ha sido escrita ésta reseña de mi penosa vida.

Fin Este libreto ha sido transcrito del original por Martín Sáinz-Trápaga y Castell, bisnieto de Francisco Sainz-Trápaga y Zorrilla de La Lastra y de Guadalupe Escandón y Martínez de Arce, hija de Martín de Escandón y Rodríguez, hermano de Francisco de Escandón y Rodríguez.

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Genealogía de Francisco de Escandón y Rodríguez: Francisco de Escandón y Rodríguez de La Lama Genealogía

Francisco de Escandón y Rodriguez+

n. 1828 Villa de Tula – Tamaulipas – México (Murió Párbulo) Pedro de Escandón y Rodríguez Gómez Carmen de Escandón y Rodríguez

José de Escandón y de La Lama n. >1807 Buelna – Principado de Asturias – España n. 1829 Cádiz – Andalucía – España n. 1777 Pendueles de Buelna – Principado de Asturias - España Francisco de Escandón y Rodríguez

Martín de Escandón y Rodriguez n. 1832 Cádiz – Andalucía – España Dominga Rodriguez y Gómez n. 1815 Buelna – Principado de Asturias - España Juana de Escandón y Rodríguez

n. 1778 Pendueles de Buelna – Principado de Asturias - España n. 1834 Cádiz – Andalucía – España n. 1803 Pendueles de Buelna – Principado de Asturias - España Josefa de Escandón y Rodriguez

n. 1835 Cádiz – Andalucía – España Dominga y Antonio son hermanos Felipe de Escandón y Rodríguez

n. 1837 Ciudad Victoria – Tamaulipas – México Francisco de Escandón y Rodriguez Rosa de Escandón y Rodríguez

Antonio Rodriguez y Gómez n. 1804 Buelna – Principado de Asturias - España n. 1838 Ciudad Victoria – Tamaulipas – México n. 1780 Pendueles de Buelna – Principado de Asturias - España Antonio de Escandón y Rodríguez

Carmen Rodríguez y Fernández de Córdova n. 1840 Ciudad Victoria – Tamaulipas – México Juana Fernández de Córdova n. 1813 Ciudad Victoria – Tamaulipas - México María de Escandón y Rodriguez

n. 1782 Ciudad Victoria – Tamaulipas - México c. 1827 San Luis de Potosí – San Luís de Potosí - México n. 1841 Ciudad Victoria – Tamaulipas - México c. 1803 Ciudad Victoria – Tamaulipas - México Carmen y Francisco son primos hermanos Blas de Escandón y Rodriguez n. 1843 Ciudad Victoria – Tamaulipas - México Manuel de Escandón y Rodriguez n. 1845 Ciudad Victoria – Tamaulipas - México

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Índice de personas mencionadas:

Allende, Matías Capitán de la fragata “La Fama” Alvarez, Manuel Español apresado por los insurgentes Arechavaleta, Jacinto de Comerciante y yerno de Antonio Rguez. y Gómez Arisia, Mariano General del nuevo gobierno mexicano Arripol, Asensio Capitán de la goleta “El Carmen” Barozábal, Santiago Compañero de infortunios en la isla Bocinos, Frolián Coronel de batallones de Zaragoza y Zamora Bustamante Presidente General de Tampico Bustamante Rodríguez, Cosme de Su primo Canalizo, Rafael General y gobernador realista en Queretano Cardenas, Ramón Comerciante Carrera, Eledermo Socio de San Luis de Potosí en Cádiz Castilla, Juan Benito de Comerciante en Altamira Clemente Penado liberado de “La Circasiana” por los piratas Conde, José del Encargado de “La Concepción” en Cádiz, “Hijos de Bustamante y

Cia.” Conde, Salvador del Amigo de Fco. de Escandón Cortina, Lorenza Primo de Fco. de Escandón Crespo Estafador de México D.F. Daniel Buzo del barco pirata Daune, Tomás Pirata irlandés Dávila, , José María Mozo de confianza de Fco. de Escandón Díaz, Francisco Gaviero del barco pirata Doctor Magos Jefe insurgente en “Real del Doctor” Dosal, Manuel Dependiente de Fco. de Escandón Echevarría, Teodosia Propietaria Elorza, Juana de Mujer de Pascual Prieto Erinsteing, Mery Moza de los piratas Escandón y de La Lama, José de Su padre Escandón y Rodríguez, Francisco de Escandón y Rodríguez, Martín de Su hermano Escandón y Rodríguez, Pedro de Su hermano Escandón, Felipe de Viuda en San Luis de Potosí Fernández de Cordova, Lucas Primo político de Fco. de Escandón Fernández, José Comandante de Dragones Español en Villahermosa Gahaliso General del nuevo gobierno mexicano García de Bustamante, Juan Amigo y vecino de Fco. en Jalapa García de la Iguera (Higuera), Ignacio Concuñado de Fco. de Escandón García Noriega, Lorenzo Corresponsal en Jalapa de Antonio Rodríguez y Gómez Gargollo, José Comerciante en Cádiz Guerrero, Macario Amigo de Antonio Rodriguez y Gómez Hijos de Bustamante & C0. Compañía comercial Ibarra, Juan de Caporal de Fco. de Escandón

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Iturbide, Agustín de Regente del primer gobierno mexicano La Cuesta, José de Conductor de su padre La Lastra, Diego de Consul de España en Tampico La Lastra, José de Comerciante Lannes, Bernardo 2º marido de Dolores Rguez. y Fernández de Córdova Lavín, Pablo de Hijo político de Fco. de Escandón (es Pablo) Lavín, Pedro de Hijo político de Fco. de Escandón Long, James General americano y corsario al mando en Galveston López Calderón & C0. Compañía de barcos mercantes López Calderón, Tomás Comerciante en Cádiz de Hijos de López Calderón y Cia. Macías, Rodrigo Corresponsal en San Luis de Potosí de Antonio Rguez. y Gómez Martínez del Campo, Manuel Administrador de Fco. de Escandón Mejía, José María Capitán insurgente en Monterrey Mordella, Santiago Secretario insurgente de Veracruz (preso) Muriél, Martín Socios de San Luis de Potosí en Cádiz Núñez de Cáceres, José A quién compró su residencia Fco. de Escandón Orrántia, Francisco de Coronel realista de origen vizcaíno en Cádiz Otero, Manuel Español apresado por los insurgentes Portes, Simón de Propietario Prieto, Pascual Padrino de Carmen hija de Fco. de Escandón Rentería, Marcelino de Penado liberado de “La Circasiana” por los piratas Rochet, Andrés Capitán y corsario pirata francés Rodríguez y Fernández de Córdova, Antonio Cuñado de Fco. de Escandón e hijo de Antonio Rguez. y Gómez Rodríguez y Fernández de Córdova, Carmen Su esposa hija de su tío Antonio Rguez. y Gómez Rodríguez y Fernández de Córdova, Dolores Mujer de Jacinto de Arechavaleta Rodríguez y Gómez, Antonio Su tío Rodríguez y Gómez, José María Su tío Rodríguez y Gómez, Manuela Su tía (en Buelna-Asturias) Rodríguez, Vicente Mozo de Fco. de Escandón Saldaña, Mariano Comerciante en Tula San Miguel de Aguayo, Marqués de Trespalacios, José Félix General insurgente de Durango (preso) Vargas, Manuel Coronel insurgente Verdeja, Santiago Ladrón Vértiz, Ramón Comerciante en Tula Viesca y Torre Propietario de un viñedo de Jerez Villanueva, Crisanto Mozo de Fco. de Escandón Vital y Fernández de Córdova, Francisco de Comerciante y cuñado de Fco. de Escandón Zorrilla de San Martín y Sáinz-Trápaga, José Compró la casa de Lucas Fernández de Córdova Zúñiga, Vicente Mozo de confianza de Fco. de Escandón

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Índice de navíos

Navío “Guerrero” Navío Bergantín “María Cecilia” Destino Veracruz en 1835 Navío Bergantín “Relámpago” Propiedad de “López Calderón & C0.” Navío Fragata “América” Embarque en 1830 hacia Cádiz Navío Fragata “Fama” Propiedad de “López Calderón & C0.” Navío Goleta “El Carmen” También conocida como “La Fama” (no es la fragata) Navío Goleta “La Circasiana” Buque apresado por el pirata Andrés Rochet Navío Paquebot “Correo de New-Orleans” Paquebot Navío Asia Potrón para prisioneros, anclado en Veracruz

Índice de Localizaciones Geográficas

Acayucan 1822 Veracruz - México Aduana de Bonanza 1830 San Lucar de Barrameda – Cadiz Andalucía - España Aguayo 1823 -1828 -1837 Viudad Victoria Tamaulipas - México Alvarado 1822 Veracruz - México Aranjuez 1826 Molino Tamaulipas - México Badajoz 1820 Extremadura – España Barra de Tabasco 1821 y 21 de septiembre de 1822 Tabasco – México Baton Rouge 1829 Nueva Orleans Luisiana – Estados Unidos Bizarrón 1828 Vizarrón del Monte Queretano - México Burgos 1820 Castilla –España Cabezón de La Sal 1820 Cantabria - España Cádiz 1820 -1829/1835 Andalucía - España Campeche 1822 Campeche – México Castillo de Laguna 1822 Preso Veracruz - México Castillo de Perote 1836 A 40 leguas por mar de Veracruz Veracruz - México Chiclana 1830 Andalucía - España Colómbres 1820 Cantabria - España Comillas 1820 Cantabria - España Córdoba 1820 Andalucía - España El Forlón 1842 Coahuila de Zaragoza - México Guazacualco 1822 Veracruz - México Hacienda de Alamitos 1842 Tamaulipas - México Hacienda de Bucareli 1828 Tamaulipas - México Hacienda de la Pendencia 1828 Propiedad de Macario Guerrero Zacateca - México Hacienda de Santa Engracia 1823 Tamaulipas - México Hacienda Estancia Grande 1837 Oaxaca - México Hacienda Los Ebanos 1850 Asesinato del gobernador d Victoria San Luis de Potosí - México Isla de Galveston 1820/1822 prisionero Texas - USA Isla de Lobos 1820 escala de viaje Veracruz - México Isla del Gato 1821 escala de viaje Puerto Rico

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Jalapa 1822 Xalapa Veracruz - México Jerez 1820 Andalucía - España La Barca de Anguera 1820 Cantabria - España La Carabina 1842 México La Franca 1820 Cantabria - España La Habana 1820 La Habana - Cuba Lagos 1837 México Las Trojes 1842 Aguascalientes - México Los Minerales del Pinal 1828 Los viejos españoles detenidos Tamaulipas - México Matchuan De donde era Juana Elorza San Luis de Potosí - México Medina del Campo 1820 Castilla –España México D.F. 1822-1836 México D.F. - México Molleda 1820 Cantabria - España Monterrey 1827 Amonestaciones para casarse Nuevo León - México Nueva Orleans 1829 Luisiana – Estados Unidos Palencia 1820 Castilla –España Paso del Río 1822 3 días México Pendueles de Buelna 23 de abril de 1820 Principado de Asturias- España Piñal 1836 Pinal de Amoles Querétano - México Placencia 1820 Extremadura - España Puebla 1836 Puebla - México Pueblo Viejo 1826 Diciembre de 1826 Veracruz- México Puerto de Santa María 1820 Andalucía - España Queretano 1828 Mesón de Santa Rosa Queretano - México Queretano 1828-36 Queretano - México Rancho de El Coronel 1837 México Real de La Carne 1842 México Real del Doctor 1828 México D.F. - México Río La Trinidad 1821 Expedición pirata Texas – Estados Unidos Río San Jacinto 1821 Expedición pirata Texas – Estados Unidos San Lucar de Barrameda 1830 Andalucía - España San Luis de Potosí 1822-27-53 San Luis de Potosí - México San Pedro de Escanela Misión Queretano - México San Vicente de la Barquera 1820 Cantabria - España Santiuste 1820 Cantabria - España Santo Tomás 1836Tras 40 días México D.F. - México Sevilla 1820 Andalucía - España Sierra Morena 1820 Andalucía - España Soto de la Marina 1826 Tamaulipas -México Tampico 1829-1842 Tamaulipas - México Tlacotalpan 1822 Veracruz - México Valladolid 1820 Castilla –España Veracruz 1820-22-36 Veracruz - México Villa de Cadercita 1828 Queretano - México Villa de Tula 1822-28-37 Tamaulipas - México Villa Hermosa 1820-22 Preso Tabasco - México

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Galería de Imágenes:

Mapa del Golfo de México

Galveston

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El puerto de Galveston hacia 1863

Recreación de abordaje pirata 1823

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Mapa antiguo de México y el Golfo de México

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Otros datos: - La Isla de Galvestón La Isla de Galveston debe su nombre al gobernador y general Bernardo de Gálvez. Fue descubierta por el conquistador español Juan de Grijalva, en 1518. En 1686 los exploradores franceses la bautizaron con el nombre de San Luis, en honor a Luis XIV, rey de Francia, pero permaneció deshabitada con la excepción de los miembros de la tribu Akokisa. En 1786 José de Evia, cartógrafo del gobernador de la Luisiana, la rebautizó en honor al mismo, D. Bernardo de Gálvez. Así como al Golfo y Bahía de Gálvez, al que daba paso.

La ocupación se limitó a una reducida guarnición militar, que por motivos logísticos fue eliminada a principios del s.XIX.

En la década de los años 20, fue ocupada por las huestes del pirata y general americano James Long, quien la utilizaba como punto de abastecimiento y reparación de los navíos y cargamentos que apresaba. La población original fue aniquilada por estos, y el territorio fue convirtiéndose paulatinamente en una pequeña república, en la que James Long John actuaba como gobernador, y daba cobertura a “afamados” piratas y corsarios como Jean Lafitte y André de la Rochet.

También se refugiaban allí, durante el periodo de la revolución mexicana, numerosos militares sublevados y presos que eran “rescatados” en los abordamientos a los navíos españoles, así como a quienes los españoles enviaban por mar al “Portrón de Veracrúz” o a Ceuta y que eran invitados a unirse a ellos.

Durante varias décadas, la isla de Galveston, se convirtió en la base de operaciones de los piratas y corsarios, creando un pequeño puerto y astillero de reparación, y construyendo sus primeros

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edificios orientados a salones de juego, pensiones, otros y al mercadeo de esclavos.

Long era un general insurgente, cuyas acciones estaban auspiciadas por el incipiente gobierno norteamericano, quien le proveía de “patente de corso”, en el intento de debilitar el poder de los españoles y así influir en la independencia de México y Texas. Laffite, en cambio, se limitaba a la piratería manteniéndose neutral en cuanto a los asuntos políticos, priorizando así sus intereses.

Tras la muerte de James Long, en un altercado en México al visitar a un amigo en una prisión y como consecuencia de la degradación y anarquía a la que se había llevado éste territorio, en la década de los 50, la isla fue “normalizada” y recuperada como un territorio, ya perteneciente de los Estados Unidos de América, plenamente civil.

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