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CUENTOS DE OTRO MUNDO

ILLE KOSTASOLA

Jenaro Vera Guarinos

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octubre 2009

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Ella era demasiado joven para que el mundo la creyera responsable de los últimos sucesos acaecidos en la “Bienal de Ciencias Abiertas” que se celebraba en la ciudad.

Este año había sido usual leer en los diarios una serie de crónicas sorprendentes sobre las sesiones celebradas; copio algunas cabeceras textualmente:

Bandadas de aves migratorias inundan los alrededores de la sala donde se ofrecen los conciertos de música-extemporánea.

Un grupo de personas, con máscaras anti-gas, intimida e intenta boicotear el desarrollo del seminario “Uso de Vapores Lúdicos en las Orgías Educacionales”.

El anciano profesor Labartê tuvo que interrumpir su conferencia plenaria “ La Luz como Medio de Locomoción Comunitario” por una pérdida gradual de voz.

Y por último en los rotativos matinales el día de la jornada de clausura, se podía leer:

Los teléfonos del edificio, donde se celebran las sesiones de trabajo, no paran de sonar desde la noche anterior sin que haya nadie al otro lado de la línea …

Esto ocurría en medio del estupor de los organismos oficiales y cierta incertidumbre por parte del resto de los ciudadanos. Era posible observar dentro de esta actitud matices fuera de lo común que se podían intuir inferidos por los acontecimientos. Flotaba en el aire una muda risa sarcástica: los autobuses o cualquier otro espacio donde coincidiera más de un individuo, se llenaban de miradas furtivas y tímidos cuchicheos. Contaban que se podía ver a hombrecillos corriendo de esquina a esquina, como escolares en un juego. Y que si luego por casualidad lograbas toparte con uno, e indagabas sus motivos, descubrías que en realidad tan sólo iban de compras o de visita a casa de algún conocido. En fin misterios que nadie se atrevía a confesar y que en el fondo no interrumpían el discurrir cotidiano de la ciudad.

Comenzaba el “gran juego”. Y ella era la reina. Su largo cabello rubio hilaba todas esas historias singulares que desembocarían en lo que aconteció después. Con el paso del tiempo se constató que toda la gente, de una u otra forma, estaba enamorada de ella. La totalidad de las acciones que ejecutábamos: las miradas, los susurros, ese esconderse sin razón aparente en las esquinas... obedecían a esa causa.

Con una tristeza infinita tengo que reconocer que los meses transcurridos desde entonces apenas semejan ya un jirón de nube que se pierde tras el horizonte.

Hoy es un día excepcional y, a raíz de todo lo que nos envuelve, repaso inconscientemente el pasado tomando como referencia esta especie de revolución callada que tiene su origen más allá de lo narrado hasta ahora.

En mi memoria quedan diminutos recuerdos de la fiesta de su nacimiento (hablo de ella). Más bien se podría decir que han sobrevivido al olvido por la leyenda que desde un principio acompaño a ese hecho tan insignificante por natural.Sus padres, eran los celadores de un centro de experimentación nuclear situado en un islote de la costa oeste. Hace veinticinco años, a consecuencia de un maremoto, sufrió graves desperfectos (grietas en el blindaje de las conducciones de vapor sobre-calentado y en el reactor principal). La reserva en la información oficial fue extrema. No se filtró nada sobre la suerte ni el paradero del

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centenar de personas; entre científicos, cuerpo de seguridad, sanitarios, administrativos, etcétera, asignados allí. Cualquier referencia a lo acaecido, que quisieran difundir los medios de comunicación, debía ser obligatoriamente revisada por una comisión especial que se encargaba de censurar cualquier indicio que ellos unilateralmente consideraran improcedente.

La primera noticia extensa y con apariencia de veracidad no culpable, se permitió o más bien se promovió desde las esferas oficiales con motivo de que un matrimonio joven; que trabajaba de celadores en el centro, iban a ser padres. Todos los medios de comunicación, públicos y privados, lo difundieron a 'bombo y platillo': por fin se había confirmado que las radiaciones a las que supuestamente se habían visto sometidos los trabajadores no afectaron de ninguna forma la fisiología humana. Y por lo tanto se daba por hecho que los temores fueron infundados y que la población se había visto envuelta en bulos tremendistas y superchería bobalicona.......…......Declaraciones, reportajes, fotografías: la madre con el vientre levemente abultado, sonrisa amplia y masculina del varón, palabras vacuas e historias inventadas para el placer inocuo.......

Nadie, en los meses que faltaban hasta el parto, llegó a encontrarse cara a cara con el matrimonio; tan sólo se les podía adivinar, al paso de un gran coche gris-plata, cada vez que se trasladaban a una casa con jardín en el barrio donde viven mis abuelos que por circunstancias que no vienen al caso son los encargados de mantener la vivienda limpia y apunto para sus visitas esporádicas, casi secretas por aquel entonces: esa es la razón por la cual mi implicación con los hechos ha sido más estrecha y ha pasado a formar parte de mi intimidad emocional.

Para celebrar el nacimiento de ella, hubo una fiesta-tipo con la que se salió al paso de las conjeturas y habladurías: se invitó a un grupo reducido de personas de cierta relevancia de la política y social, también a las personas que se podía decir que pertenecían a su entorno como mi familia, donde mi presencia daba ese toque infantil tan esperado en esos eventos.

Los medios de comunicación, tan previsibles como siempre, abrumaron a la pareja con discretas preguntas, que contestaban con un encanto que parecía natural. Estaban exultantes y para mi lo más sorprendente fue el color alegre de sus vestidos, tan distinto al blanco impecable que habitualmente los definía.

A partir de esa fecha desapareció por completo toda reserva oficial, el famoso coche gris y los falsos amigos que formaban parte de una red de vigilancia permanente en los alrededores de la vivienda. Comenzaron a ser una familia más de las que eligen esta ciudad, abierta al mar, para habitarla.

Nos veíamos regularmente durante las vacaciones de verano que yo aprovechaba para pasar en casa de mi abuela cerca de la playa. Era mi juguete preferido; sus manos, pequeñas, hurgándome todo el cuerpo en busca de la desaparecida pelota de colores; sus lloriqueos; el miedo que pasaba jugando al escondite, creía que podríamos desaparecer para siempre y no volver; las muecas de su cara siempre fresca.

Como era natural llegó también una época en la que nos distanciamos, quizás necesitáramos evolucionar para evitar convertirnos en personajes huraños. Y fue discurriendo el tiempo y acumulándose las horas, los días, los meses, los años de forma fugaz, manteniendo una amistad tierna y tensa en una mezcolanza de sentimientos encontrados, venciendo la melancolía frente a la razón del amor.

Pero hace dos años, al principio del verano coincidimos de nuevo en aquella playa, donde se quedaron varados nuestros recuerdos infantiles, y su cuerpo exhausto de añoranzas fue envolviéndome lentamente de nuevo. La atmósfera de todo el planeta parecía pertenecer tan sólo a aquel mundo propio que nos mantenía girando alrededor de torbellinos de palabras e ideas

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inventadas en ese mismo instante, en un lenguaje que dudo que fuera comprensible para alguien ajeno. Se rompieron una tras otra las barreras que nos había marcado: la soledad, las noches de insomnio, el alejamiento, la indiferencia. Y nuestros cuerpos se pusieron a rodar ebrios por la ciudad, entre la gente. Me sentía lleno de vida interior y necesitaba derrocharla, compartiendo aquello que acababa de beber de sus labios: la valentía y el arrojo para jugar al 'gran juego'...

La primera “ilusión”, como ella las llama, la viví o más bien la vivimos, todos los asistentes al concierto en un teatro de la ciudad vísperas del comienzo de la Bienal. Ahora creo que esta “ilusión” es la clave para comprenderlo todo, el principio del fin.

Era un domingo lluvioso con el aire frío pegado a las orejas; daban un concierto de piano en el que me encontraba dejando vagar mi mente sin control. Cuando el artista, un hombre maduro de facciones redondas interpretaba un pasaje especialmente complicado apareció ella de entre el patio de butacas; surgió como una sombra de la nada, sigilosamente se deslizó hasta el pasillo central e inicio la danza. No la esperaba pero tampoco me extrañó, incluso me sentí feliz, era como si mis pensamientos hubieran dejado de ser imágenes fugaces y tomaran cuerpo. Sus movimientos seguían nota a nota la melodía, a veces trepidante a veces ligera. Cada gesto una amenaza y una provocación. Ni un murmullo por parte de los espectadores, tan sólo se alcanzaba a oír el roce de sus pies y el impacto de sus ropas al despojarse de ellas y caer al suelo. Su desnudez daba un brillo suave a aquel espectáculo tan inusual. Su cuerpo era pura armonía que me llamaba a gritos, corrí hacia ella como hipnotizado y mientras me ayudaba a desnudarme descubrí centenares de miradas extasiadas observando nuestras maniobras, y que tras unos instantes de incertidumbre nos imitaron y se fundieron unos con otros sin recelo mientras nosotros acariciábamos el cuerpo de aquél viejo profesor, frente al piano, que acababa de terminar su interpretación. Fue un gran aplauso multitudinario y mudo que duró hasta que llegado el mediodía, en un acuerdo tácito, nos fuimos desentrelazando; confusos, frescos, sonrientes, puros.

No se transmitió ninguna consigna, pues ahora sabemos que el juego, este juego, no tiene reglas. Pero si que se conjugaban intenciones y por eso todos los implicados en la “ilusión” percibían que saldrían a la calle dispuestos a derrotar a los convencionalismos a golpes de risa, y a jugar con toda la fuerza que estamos acostumbrados a usar para guardar la compostura o para odiarnos.

De esta forma empezó a rodar el juego, habíamos creado una “ilusión” que los dos centenares de personas que la experimentaron transmitiría consecutivamente con los efectos que más tarde se fueron desvelando.

A la semana se abrieron las puertas de la Bienal y como ya sabemos empezaron a ocurrir hechos extraños que indicaban una transcendencia sin límites de los efectos de la 'ilusión': los músicos interpretaban partituras escritas con métodos de estadística elemental, aparecieron aquellas aves como si la naturaleza fuera presa de una locura súbita. La violencia no tardó en aparecer, como aquel grupo de exaltados con máscaras anti-gas, pero los jóvenes que formaban el servicio de orden les proporcionaron unos azucarillos, que aplacaron sus gritos, y los improperios se transformaron en una nube colores e imágenes musicales.

La Bienal decidió pronunciarse en asamblea permanente. El edificio es una célula palpitante de vida y según transcurren los días va siendo mayor el número de individuos que dejan aun lado su pasividad y comienzan a jugar.

Los diarios locales han dejado de publicar noticias estúpidas del exterior y se dedican al uso público de la comunidad. La asamblea propuso deshacer los grandes edificios, eliminar la pavimentación de los espacios abiertos. Por lo que la ciudad está cambiando su fisonomía, todavía no es bella pero los esqueletos de acero y hormigón que pueblan el horizonte, tras meses de trabajo, hacen prever con su

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desaparición toda la belleza imaginable en un futuro próximo.

Pero tememos que cada mañana sea la última, pues adivinamos que estamos bajo control, que han conseguido evitar la expansión de la ilusión y que estamos solos. Caímos en nuestra propia trampa: no existe forma de comunicación ni de difusión de las ideas hacia fuera puesto que así lo deseamos y ellos con una permisividad sospechosa, se limitaron a ocultar la situación de cara al exterior, transmitiendo una imagen de rutinaria normalidad.

Por otra parte como siempre, el orden preestablecido, los paladines de la reserva moral recelaban, aunque no hubo nunca una reacción explícita a la contra. Simulaban aceptar, entre otras situaciones, que abandonáramos los trabajos continuos y productivos o que anduviéramos desnudos sin rastro de pudor. Esa falta de reacción deliberada, por su parte, ha sido nuestra perdición; creímos que la asimilación de nuestra ilusión era debido al poder imparable que emanaba de si misma. Pero no caímos en la cuenta de que las revoluciones mudas e incruentas no pueden tener éxito, es imposible volver a nacer sino es sobre las cenizas de aquello que se desea cambiar.

Ella ha venido esta noche a estar conmigo, hacía semanas que no la veía. Al amanecer, ha dicho entre sollozos las palabras que nadie queremos oír: “...amigo, el gran juego llega a su fin...” Y se fue, despacio, de casa en casa, con el mensaje fatal.

He cogido mis papeles y corrí hacia el parque, donde han ido llegando los demás; en silencio, con una triste sonrisa. Los he abrazado, uno a uno, y aquí estamos cogidos de la mano, extrañamente contentos, cantando, amándonos, continuamente despiertos mientras soñamos con nuestra ciudad, tratando de ignorar el ruido de los motores que se acercan por el cielo e inundan las avenidas circundantes....Son ellos! Los señores de la guerra! Los miedosos! Los grandes demagogos de frases hechas!....Son ellos! Ellos! Los que no quieren jugar!...

Amigo, es difícil que vuelva a escribir de nuevo, aunque sólo es un presentimiento.

...El gran juego llega a su fin...