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ZAYAS-Teniente de los Gavilanes

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escritor mexicano Zayas

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  • El teniente de los Gavilanes es ms que unainteresante novela de bandidos mexicanos del sigloXIX. Tiene por tema la incertidumbre de la vida enMxico durante la guerra civil que dio principio en1860 y a la que se llam de los Tres Aos, sobre unpaisaje rural devastado durante las primeras cuatrodcadas de vida independiente del pas comoRepblica. Rafael de Zayas Enrquez, un autormucho ms familiarizado con los gneros delensayo y de la poesa que con el de la narrativa,logr en esta segunda novela una de sus obras msacabadas. Al margen de ciertos maniqueismos yreducciones que se permitieron muchos autoresafines al romanticismo, la violenta trama de Elteniente de los Gavilanes aparece cruzada por unsinfn de contradicciones y paradojas, de suerte quesus pginas, a contrapelo de la historia misma querecupera, devuelven el aire mismo de la vida.

  • Rafael de Zayas Enrquez

    El teniente de los Gavilanes

    ePub r1.0IbnKhaldun 17.02.15

  • Ttulo original: El teniente de los GavilanesRafael de Zayas Enrquez, 1902Imagen de portada: Escalante (caricatura, 1861). Algunosciudadanos concurren en masa a prestar sus serviciosvoluntarios en la Guardia Nacional. Fototeca INAH

    Editor digital: IbnKhaldunePub base r1.2

  • Captulo primero

    LA TORMENTA EN LA MONTAA

    I

    Empezaba el mes de septiembre del ao de 1860,clebre en los anales de la Repblica Mexicana,porque en dicho ao se dio punto, si no de hecho, almenos de derecho, a la ominosa guerra civilllamada de los Tres Aos, la ms sangrienta decuantas se registran en el extenso catlogo denuestras ya pasadas discordias intestinas.

    Empezaba el mes de septiembre, apacible ydelicioso, como lo es generalmente en nuestro pas.

    Un joven y apuesto jinete, que ostentaba lasinsignias de teniente coronel de caballera, y a quienescoltaban quince dragones, cabalgaba distrado,siguiendo caminos extraviados, entre Lagos y Len.Seducido por el paisaje, que a cada paso variabade aspecto, como si fuese gigantescocaleidoscopio encantando, movido por la mano deun titn, haba soltado las riendas sobre el cuello delcorcel.

    No era muy prudente la conducta del jovenmilitar, ni muy arreglada a la ordenanza; pues todaaquella comarca se encontraba infestada de fuerzasirregulares que pertenecan a uno u otro de losbandos contendientes y de bandidos armados; encuadrillas numerosas, quienes, segn lascircunstancias, eran puros o mochos, y que siemprecampeaban por sus respetos, sin reconocer ms

  • jefe que el capitn de la cuadrilla.

    II

    Pero Martn Varela, que as se llamaba el apuestojoven, era ms poeta que militar, fenmeno queencontraremos con frecuencia entre los jefes delpartido liberal, quienes, en su mayora, no eranhombres de armas, y slo por las circunstancias yen virtud de su fanatismo por los principios polticosque haban proclamado, se atrevieron a aceptar lalucha iniciada por los militares de profesin,quienes casi en su totalidad estaban afiliados en lasfilas reaccionarias.

    El joven Tirteo, como hemos dicho ya, habaabandonado las riendas sobre el cuello de sucaballo, animal dcil, de paso firme y seguro, quereservaba sus bros para cuando era requerido porla hbil mano de su jinete.

    Los dragones imitaron al jefe y seguandescuidados la senda, guardando un silencioprofundo, interrumpido por el pisar de lascabalgaduras y el choque de las armas contra losestribos.

    Slo el dragn Medina, una especie de SanCristbal, como lo llamaban en el regimiento por suestatura colosal, levantaba de vez en cuando lacabeza, como el marino en alta mar que interroga elinfinito y el abismo, para arrancarle una promesa opara sorprender una amenaza.

    III

    Y nada pareca ms fuera de lugar que aquellaprecaucin del sargento, porque el sol irradiabaesplndido en un cielo de azul pursimo, como es elde Mxico; la calma era absoluta; ni una rfaga deviento, ni una nube, ni un rumor sospechoso.

    La tierra cubierta de verdura, salpicada deflores. Las abejas zumbando en coro con esosmillares de insectos ms o menos vistosos y

  • siempre molestos que pueblan nuestros bosques ycampias. Algunas mariposas de anchas alas convuelo tardo y de vez en cuando algn pjaro queatravesaba con rasante vuelo.

    En verdad, era todo un idilio, o mejor dicho,todos los idilios de la naturaleza en su momentoms apasionado y de mayor inspiracin; y nadams justificado que aquella muda y profundacontemplacin del poeta.

    Y quin no lo es ante los grandesespectculos de la naturaleza?

    El hombre de ciencia y el hombre desentimiento; el sabio y el ignorante, todos nossentimos conmovidos y nos volvemos poetas enesas horas misteriosas de grandiosidad, deestentreos ruidos o de apacible calma, en queencontramos ms Dios en la Naturaleza.

    IV

    De pronto el sol tom un tinte mortecino, como si seeclipsase, como si ligeros vapores desprendidosde la tierra interceptasen sus rayos luminosos.

    Ya, ya, eso es! exclam el sargentoMedina.

    Qu pasa, sargento? pregunt el jefe,deteniendo la cabalgadura y recordando de prontola responsabilidad que pesaba sobre l.

    El pelotn se detuvo.Qu pasa, sargento? repiti el jefe.Nada, mi teniente coronel.Algo ha de ser cuando se ha decidido usted

    a hablar.Pues, mi teniente coronel, la verdad es que

    tengo miedo.Martn Vrela se sonri como quien oye un

    chiste estupendo por lo inverosmil.Que tengo miedo, mi jefe.Est cerca el enemigo? pregunt Varela

    ponindose serio.S, mi jefe, pero ese enemigo no es el que

    usted supone.

  • Vamos, hable usted sin reticencias.Mi jefe, yo soy hombre de campo, y oigo

    donde los dems estn sordos y veo donde losdems estn ciegos.

    Y qu es lo que usted oye y ve?Oigo una tempestad muy gorda y veo que

    dentro de poco va a pasar algo muy sonado.Bah! Tenemos una maana magnfica.Los hombres que formaban el piquete se

    miraron unos a otros, pues tenan al San Cristbalpor hombre muy prctico en aquellas materias,concedindole sus puntos de brujera.

    Demasiado magnfica, mi jefe, y antes demedia hora ver usted cambiar todo esto, como unadecoracin de La Pata de Cabra.

    La Pata de Cabra y Los Polvos de la MadreCelestina formaban todo el bagaje literario delsargento.

    Adelante! dijo Martn Varela, alzando loshombros como si nada le importasen los auguriosde Medina.

    Sin embargo, no tard en notar que laatmsfera era cada vez ms densa y pesada, hastaconvertirse en sofocante.

    El aire pareca el aliento de un volcn enerupcin y abrazaba los pulmones.

    Los caballos estaban jadeantes, empapadosen sudor, se detenan, levantaban la cabeza yhusmeaban el aire como indagando de donde venael peligro.

    Si las bestias hablasen refunfu elsargento, cuntas cosas ensearan a loshombres.

    Al trote! orden el jefe con voz breve.Se empez a or en lontananza vago rumor,

    como de fiera amenaza de los cielos, a la quecontest la tierra con hondo quejido de miedo o dedolor.

    Negras nubes, aisladas primero, en recioescuadrn despus, corran impulsadas por elviento del norte, que soplaba en la parte superior dela atmsfera.

  • Abajo reinaba an la calma precursora de lasgrandes tempestades.

    Los rboles crujieron angustiados por la torturade la electricidad, que impregnaba el ambiente, yhasta las piedras pareca que se quejaba.

    Despus qued el horizonte cerrado.Se oy un ruido ronco, como si jadeante la

    tierra, antes de comenzar la lucha a que laobligaban, respirase con fatiga, para tomar aliento.

    Despus se rasg el tupido cortinaje de lasnubes y serpente el rayo.

    Pareca una espada de fuego abriendo elvientre de tinieblas de un monstruo apocalptico, porcuya espantosa herida se desbord una catarata.

    Retumb el trueno, repercutido hasta lo infinitopor los ecos de la montaa; volvi a brillar elrelmpago, el rayo hiri un rbol corpulento, a pocospasos del grupo de los jinetes, y los caballos seencabritaron y piafaron despus con terror.

    V

    Es una manga de agua dijo el sargentoMedina.

    Una tromba! Es la primera que veo exclam Vareta gozando con aquel sublimeespectculo.

    Jefe, con permiso de usted, aqu cerca hayuna especie de cueva dijo Medina, y buenosera que nos abrigsemos en ella, porque esto vaser duro.

    A la cueva, pues, muchachos.Y espolearon las cabalgaduras, las que se

    mostraban reacias y acobardadas.Y la naturaleza, ebria de furor, vida de

    destruccin, enardecida, delirante, ciega, seentreg a una obra de exterminio salvaje, sinencontrar valla ni dique, ms soberbia mientras msdestructora; ms implacable mientras msvictoriosa.

    El cuadro era aterrador.Figuraos un titn que con las manos desgarra

  • las nubes, y con los pies huella y remueve la tierra;figuraos el infierno arrojando sobre un solo y mismopunto del planeta, todas sus llamas, todas susimprecaciones, todos sus lamentos, todos sushorrores; figuraos el cataclismo precursor deldesequilibrio del globo, el caos, los mayorescontrastes, las tintas ms sombras rasgadas porlos toques de la luz ms deslumbrantes; losestruendos ms espantosos, y comprenderis loque era aquella batalla en la que la tierra, el fuego,el agua, y el aire rean, sin punto de sosiego.

    Un arroyo, vena de agua apenas apreciable,empez a engrosar, hasta convertirse en formidablearteria, la que, a fuerza de tanto hincharse, reventinundando el valle.

    Arroyo primero, fue luego un torrente, y por finun ocano, que en sus revueltas aguas llevabatierra, hierbas, arbustos y animales, y que ms tardearranc de cuajo rboles seculares, y, por ltimo,arrebat, no solamente las chozas de mseroscampesinos, sino tambin las casas que selevantaban ms firmes en sus cimientos, comoqueriendo atajar el nuevo cauce que ahondaba laprepotente planta del titn.

    Despus ces la lluvia poco a poco; el viento,cuyas rfagas fueron cada vez con mayorintermitencia, y menos violencia, se calm,enmudecido el trueno y volvi a lucir el sol, curiosopor ver el campo de devastacin.

    A lo lejos se perda la tempestad como unacarcajada de Satans victorioso, sumergindose denuevo en su tenebroso antro.

    Ms cerca, se escuchaban los mil estruendosdel agua tumultuosa, embravecida, desbordada,triunfante.

    Pareca percibirse la plegaria de los vencidos,de los infelices que ya no esperaban nada de loshombres y confiaban slo en la misericordia deDios.

    Y sobre todo eso el taido de la campana dealgn pueblecillo cercano; esa voz plaidera de lareligin, que hacindose intrprete y abogada de la

  • humanidad, imploraba gracia de la Providencia.

    VI

    Martn Varela y su escolta tuvieron la fortuna dellegar a la gruta indicada por el sargento Medina,antes que se desencadenara la espantosatormenta.

    Diez minutos ms tarde les habra sidoimposible llegar hasta all, pereciendo de seguro,arrebatados por el torrente que corra a lo largo delcamino que conduce a Len.

    No se inundar esta cueva? preguntVarela alarmado por el incremento de la tempestad.

    No hay cuidado, mi jefe, para que seinundara sera preciso que rebosara primero elvalle.

    Qu contratiempo! murmur Varela.Jefe, con permiso de usted, no hay mal que

    por bien no venga.Por qu lo dice usted, Medina?Si hubisemos salido ms temprano o

    andando ms deprisa, quizs nos coge la mangade agua en la hondonada y nos habramos ahogadotodos.

    Dice usted bien.Y entonces no habra podido usted cumplir

    con la comisin. Mientras que ahoraAhora tampoco puedo, porque sin tener alas,

    no s como se podra llegar a Len, y de Lenpasar a Silao.

    Lo principal, mi jefe, con permiso de usted,es que nos encontremos vivos, que lo dems es lode menos.

    Lo principal, sargento, es cumplir con eldeber.

    Mi jefe, estamos para pelear contra losreaccionarios y contra todos los que vengan; perono contra Dios, porque ese puede ms que nadie.

    No faltaba razn a Varela, quien ibacomisionado por el general Gonzlez Ortega paraprocurar la concentracin de todas las fuerzas de

  • los estados del centro, a fin de operar unmovimiento decisivo y concluir con el ejrcitoreaccionario, un tanto desmoralizado desde elfracaso que tuvo Miramn al sitiar a Veracruz.

    Las instrucciones que llevaba eran perentorias,y la comisin, como se ve, de la mayor importancia.Por eso Varela maldeca, aunque un poco tarde, suscontemplaciones de poeta, que le hacan olvidar confrecuencia que era un jefe del ejrcito liberal y quede su conducta dependa en gran parte el xito de lacampaa, en la que iba a jugarse el todo por el todoen dos o tres batallas.

    VII

    Apenas calm la tormenta, mand Varela a sugente que montara a caballo.

    Mi jefe le advirti en voz baja Medina, espreciso esperar a que baje el agua.

    No hay tiempo que perder, sargento.Es que, con permiso de usted, no por mucho

    madrugar amanece ms temprano.A qu viene eso?A que oiga usted cmo se despea el agua

    por el camino. Si salimos, nos arrebata el torrente ynos ahogamos.

    Ser cumpliendo con el deber, sargento.Pero dejndolo sin cumplir murmur

    Medina con el buen sentido del labriego.Tiene usted razn! exclam Varela que

    haba llegado hasta la boca de la cueva parainspeccionar el camino. Esperaremos.

    Mas la impaciencia lo devoraba, y apenas elrumor decreciente de las aguas le indic que yaescurran inofensivas, dio orden de marcha, con esavoz breve e imperiosa que no admiteobservaciones.

    Y en desordenada formacin, y atendiendocada uno a su propia seguridad, empezaron adescender el sendero.

  • Captulo segundo

    LA TORMENTA EN EL VALLE

    I

    Si grandes fueron los estragos causados por eldestructor meteoro en la montaa, ms espantososfueron los que hizo en el valle, convertido en ocano.

    Cuando comenz la tormenta, acababa dedesembocar en el llano una diligencia, que conducaa una familia que desde Chihuahua iba, porZacatecas, para la capital de la Repblica.

    La familia se compona de un caballero francs,de su esposa, mexicana, una hija, preciosa joven deveinte aos, y una institutriz francesa.

    Adems, llevaban cinco criados, armados, acaballo, y una escolta compuesta de treinta lancerosmandados por un capitn. Aquella fuerza erareaccionaria.

    La tormenta sorprendi al grupo de viajeros auna distancia bastante larga de Len, y por ms quecochero y mayoral estimularon con el ltigo a lasmulas, stas, amedrentadas, se resistieron, cejaron,se enredaron con las guarniciones, y pronto lleg atal grado la confusin, que fue imposible dar unpaso para atrs ni para adelante.

    La escolta espole sus caballos y,acompaada de los mozos, que temblaban comoazogados, ante el peligro, gan una eminencia,distante un tiro de fusil, y all se guareci bajo unosrboles, dejando a la familia entregada a su propia

  • suerte, dentro de la diligencia.Por fortuna, el lugar en que qued el pesado

    vehculo, era una especie de loma, merced a lo cualno fue arrastrado desde el primer momento por lasaguas desbordadas.

    Mas despus que pas la tormenta, aunque lasaguas perdieron mucho de su impetuosidad, elpeligro creci de pronto, porque el lago en quequed convertida la campia, fue aumentandolentamente su volumen, llegando a cubrir los ejes delas ruedas traseras de la diligencia.

    II

    La seora mexicana, esposa del caballero francs,tena un rosario en la mano, rezaba con fervor, comosi habiendo condenado ya sin remisin el cuerpo,pensara slo en el alma.

    El caballero renegaba contra la cobarda desus criados, y la perfidia de la escolta, y contra loselementos.

    El peligro aumenta murmur la institutriz alodo de la joven.

    S, ya lo veo contest sta.No quieres que recemos, como lo hace tu

    madre?Para qu, Athenais? Si Dios no escucha a

    mi madre, que es una santa, menos me escuchar am, que no lo soy. Y si la escucha, entonces nossalvar a todos juntos.

    El padre de la joven, a pesar de no ser uncreyente, ni mucho menos, oy con desagradoaquel alarde de indiferencia en boca de la nia.

    Mal momento has escogido, Luisa, parasemejantes chanzas, que mucho tiene de blasfemia.

    Vamos, padre, djate de regaos y procuraque salgamos del atolladero.

    Eso es ms fcil de decir que de hacer.Ya est dicho; veamos ahora cmo se hace.La seora segua rezando su rosario, ajena a

    cuanto se blasfemaba a su rededor, pues no sabauna palabra de francs, idioma en que se sostena

  • la conversacin.Y el agua segua subiendo, lentamente, pero de

    un modo incesante.Mi amo dijo el cochero.Qu hay? interrog el francs.Que si sigue subiendo el agua de esta

    manera, dentro de un cuarto de hora se ahogarnlas mulas.

    Poco me importa, no son mas.Y dentro de media hora nos ahogaremos

    nosotros, lo que s creo que le importar a sumerced.

    Demonio! Exclam en castellano el francs.Ave Mara Pursima! exclam la seora,

    santigundose sin gazmoera.El sotacochero tuvo un concilibulo en voz baja

    con su compaero, y, despus de breve rato, seech al agua por un lado, mientras el cochero lohaca por el otro.

    Sacaron ambos sus cuchillos, cortaron lascorreas de las mulas de la gua, como se llaman alas que van por delante, y agarrndose al cuello deesos animales, los acosaron con gritos, y loshirieron con sus cuchillos, obligndolos a atravesara nado la distancia que mediaba entre la diligenciay la loma en que se haba refugiado la escolta.

    Canallas! les grit el francs,ensendoles el puo.

    Ya volveremos, mi amo grit el cochero.Que el diablo se los lleve!Amen! dijo la seora inocentemente, al

    concluir un padre nuestro, sin fijarse en la maldicinde su marido, lo que hizo sonrer a Luisa, quien nose haca an cargo de la gravedad de la situacin.

    III

    Pero de pronto lanz la joven un grito.Qu pasa? pregunt el padre alarmado.Siento los pies mojados.Caramba, ya entra el agua!Nos vamos a ahogar! exclam Athenais

  • llena de espanto.As parece contest el caballero. Esos

    canallas nos han abandonado por completo.No quiero morir ahogada dijo Luisa

    empezando a perder la serenidad.Y quin ha de querer morir de esa manera,

    muchacha? Pero la cuestin est en saber cmonos salvamos.

    Imposible! El agua sube y sube Ya lasiento llegar al tobillo.

    Y Luisa se arroj espantada en brazos de sumadre, que acababa de rezar las letanas.

    Madre ma, tengo miedo!La seora mir con serenidad a Luisa, y la

    estrech contra su pecho.Miedo de qu, hijita?De la muerte.Esa llega cuando Dios quiere.Madre, no hables ms de Dios.Pues si no hablamos de l en este momento,

    de qu quieres que hablemos? Haz como yo tuacto de contricin, y acata humilde los designios delTodo Poderoso.

    No quiero morir! Djenme arrojar por laventana!

    Y la joven empez a dar muestras de un terrorpnico, que contagi en breve a la francesa.

    Que la voluntad de Dios sea hecha! murmur la seora, y cerr los ojos, para que lasescenas de horror que presenta no la hicieranapartar del Seor sus pensamientos.

    El agua segua subiendo lenta e implacable.Pronto lleg hasta las rodillas de los viajeros, y

    entonces el pesado vehculo fue suspendido por ellquido elemento, flot, y lo arrastr la corriente conmucha lentitud.

    Luisa quiso abrir una de las portezuelas; perola presin del agua se lo impidi. Se arroj del ladocontrario, hizo un esfuerzo desesperado, peroigualmente intil.

    Y rpida como el pensamiento, antes de que supadre pudiese detenerla, se arroj por la ventanilla,

  • siendo arrastrada por la corriente.

    IV

    Un grito de horror lanzado al mismo tiempo por elpadre y por la institutriz, hizo que la seora abrieselos ojos; y al notar la ausencia de su hija, preguntazorada:

    Dnde est Luisa?Socorro! grit Luisa, don voz sofocada y

    llena de angustia, a ms de diez metros de ladiligencia del coche; mas sus esfuerzos fueronvanos. Quiso pasar por la ventanilla; pero tambinfue intil su intento, a causa de su corpulencia.

    La confusin que reinaba en la diligencia eraindescriptible.

    El padre gritaba, ofreciendo una fortuna a quiensalvara a su hija; la institutriz lanzaba exclamacionesy gritos de desesperacin, mientras la madre hacapromesas exageradas a todos los santos del cielo,por la salvacin de su hija.

    Y Luisa, cada vez ms lejos, peda socorro,cuando lograba sacar la cabeza del agua.

    La diligencia flotaba pesadamente, arrastradapor el agua y por las mulas, que hacan esfuerzosdesesperados, guiadas por el instinto, para ganar laparte alta, donde estaba refugiada la escolta.

    V

    Martn Varela con su gente lleg hasta la orilla delcamino, donde tena lugar la catstrofe.

    Mi jefe le dijo el sargento Medina,tocndole irrespetuosamente el brazo.

    Qu hay? pregunt el joven, sinofenderse por aquella familiaridad, peroalarmndose, como si comprendiera que gravemotivo obligaba a cometerla a hombre tansubordinado como lo era San Cristbal.

    Fuerzas reaccionarias respondi Medina,sealando a los jinetes que formaban la escolta del

  • francs.Son reaccionarios?S, mi jefe.En qu lo conoce usted?Tienen uniforme y andan menos rotos que

    nosotros.Tiene usted razn dijo Varela,

    detenindose.Los soldados se agruparon en rededor del jefe.Son treinta lanceros, el oficial y cinco

    hombres ms dijo Medina. Tal vez seanprisioneros que llevan.

    Con permiso de usted, mi jefe, creo que noson prisioneros.

    Cmo lo sabe usted?Porque tambin estn armados.Preciso es averiguar quienes son.Ya nos han visto, mi jefe; pero ni ellos pueden

    venir para ac, ni nosotros podemos ir a buscarlos.Cierto es.Estn prisioneros, hasta que baje la

    inundacin.Qu es aquello que est ms lejos, all,

    abajo de la isleta en que se encuentra la escolta? pregunt Varela.

    Con permiso de usted, es una diligencia queparece atascada.

    Acerquemos a ella, costeando por la partealta.

    Y olvidndose Varela del enemigo que tena alfrente, en doble nmero, a tiro de fusil, llevado porsu carcter aventurero y generoso, se dirigi consus hombres, del lado de la diligencia, corriendo milpeligros.

    Cuando estaba a medio tiro de fusil, vio a Luisaque se asomaba a la portezuela, intentando abrirla,y le grit que esperara, que iba en su auxilio.

    Pero su voz no lleg hasta la joven, apagadapor el estruendo del agua y por la confusin quereinaba en el coche.

    VI

  • Cuando vio Varela que Luisa se arrojaba al agua,no vacil, meti las espuelas al caballo, que selanz impetuoso al lago, en direccin a la joven.

    Luisa, exhausta, arrebatada por un remolino,levant por ltima vez la cabeza, quiso gritar y elagua la cubri por completo.

    Varela se arroj del caballo y nadvigorosamente hacia el punto en que habandesaparecido la joven, y tras breves instantes laalcanz, se sumergi, la asi por la ropa y volvi asurgir.

    Pero como estaba vestido de charro, su gruesotraje embebido de agua, se hizo tan pesado, queentorpeci sus movimientos.

    Dos veces se escap el cuerpo de Luisa deentre sus manos y otras tantas lo recuper,haciendo esfuerzos prodigiosos para mantenerse aflote.

    La situacin se volvi desesperada cuandoLuisa, en medio de las ansias de la muerte, echlos brazos al cuello de su salvador, estrechndoloconvulsa, sofocndolo, condenndolo a una muerteinevitable.

    Afortunadamente, all estaba el fiel y juiciosoSan Cristbal, el de la colosal estatura y de lasfuerzas hercleas, que no haba abandonado a sujefe, siguiendo con inters las peripecias de laescena.

    Medina comprendi que su jefe estabaperdido.

    Desat la reata que llevaba a los tientos de lasilla, y con serenidad indescriptible, hizo ondear ellazo en el aire, esperando que volviesen a surgirVarela y la joven.

    Cuando Varela, en un esfuerzo supremo, surgidel agua, sacando hasta el pecho, Medina, rpidocomo el rayo, arroj su certero lazo, y lo templligeramente, en el momento que cay, estrechandoel cuerpo de su jefe y el de la joven.

    Varela sinti agarrotados sus miembros sinconocer la causa, y se sumergi de nuevo.

    Unos cuantos segundos despus, se

  • encontraba en tierra firme, sano y salvo, con la jovendesmayada.

    VII

    Y la diligencia? pregunt Varela, olvidando yael peligro pasado, para ocuparse de aquellos aquienes crea comprometidos.

    Ya est en salvo contest el sargento.Los muchachos trabajaron bien.

    Entonces Varela comprendi que deba la vidaa su sargento, y le dijo, tendindole la mano:

    Gracias, Medina!Usted mande, mi teniente coronel contest

    San Cristbal con naturalidad, y como si la cosa novaliese la pena de hablar ms de ella.

    En esos momentos llegaron desolados lospadres de Luisa.

    Vive, vive? pregunt ansioso el francs.S, caballero contest Varela, saludando a

    las seoras cortsmente. No sufre ms que undesmayo que pronto pasar.

    Los padres atendan a la joven; trajeron elcaballo de Varela, se reorganiz el pelotn, montel jefe en su corcel, volvi a saludar a los paisanos,y el francs lo detuvo, dicindole:

    Seor oficial!Servidor de usted contest Varela.Aqu tengo un cinturn con cien onzas de oro.

    Srvase usted aceptarlas.Gracias contest Varela secamente. No

    las necesito.El francs comprendi que haba herido la

    susceptibilidad del joven militar, y le dijo, queriendocomponerla:

    Es para que se sirva usted repartirlas entrelos soldados.

    Muchachos pregunt Varela hay algunode ustedes que las quiera?

    No, mi jefe! contestaron todos a una voz.Pues flanco derecho, por la derecha, al paso,

    marchen.

  • Y desfil con su gente dejando al francsasombrado de tanta arrogancia y de tanta hidalgua.

    En esta raza hasta los mendigos soncaballerescos murmur.

    El aspecto de los jinetes que acompaaban aVarela, justificaba el epteto de mendigos.

    Qu hombre tan magnfico! exclam lainstitutriz, devorando con los ojos a Varela.

    Al pasar frente al piquete de dragonesreaccionarios, que segua preso en la isleta, fuesaludado Varela con estruendosos vivas lanzadospor sus enemigos, maravillados de tanto valor.

    Varela sac la espada, salud a sus contrariosmilitarmente, y se dirigi hacia la montaa, paraseguir por caminos extraviados a donde lo llevabanlas rdenes de su superior.

  • Captulo tercero

    UN PRRAFO SOBRE HISTORIA

    I

    Permita el lector que lo traslademos a Mxico, lanoble ciudad que llam Humboldt de los palacios,quizs para significar que en aquella poca era lomejor que se encontraba en el Nuevo Mundo, lo queno habla muy alto en pro de las dems poblacionesde Amrica en aquellos tiempos.

    Porque es preciso tener presente que entre elMxico de hoy y la antigua metrpoli del virreinatode Nueva Espaa, hay una diferencia tan grandecomo del da a la noche; comparacin que peca devulgar, pero que es grfica por excelencia.Dejaremos a un lado semejantes divagaciones,porque en verdad nada tienen que hacer esto con elasunto de que nos ocupamos.

    II

    Nos encontramos a mediados del ao de 1861. Elpas palpitaba an con las conmociones de laguerra civil ms desastrosa que registran nuestrosanales. Las veleidades del general Comonfort, quehaba ocupado durante varios aos la presidenciade la Repblica, sus marchas y contramarchaspolticas, y su malhadado golpe de estado, dieronorigen a la proclamacin del plan de Tacubaya el 17de diciembre de 1857.

  • Comonfort se encontr muy inferior a lasituacin por l creada; renunci la presidencia yentreg el puesto a don Benito Jurez, quien a lasazn era presidente de la Suprema Corte deJusticia de la Nacin, y, por lo tanto vicepresidentede la Repblica. Entonces dio principio la famosaguerra de Reforma, llamada tambin de los TresAos, que tanta sangre y tanto dinero cost a lapatria, poniendo, por ende, en peligro, institucionesy hasta la nacionalidad.

    Vencido el partido reaccionario en las jornadasde Silao, Guadalajara y Calpulalpan, Miramn, sujefe, huy de incgnito, al extranjero, y GonzlezOrtega entr triunfante en la capital el 25 dediciembre de 1860, llegando pocos das despus elpresidente Jurez, con los prohombres del partidoliberal, que lo haban acompaado en Veracruz.

    La poltica enrgica, intransigente, que siguiJurez apoyado por sus ministros, lejos de servirpara calmar los nimos, aviv el odio de losvencidos, quienes reunieron las diversas fraccionesdel derrotado ejrcito reaccionario, tomando elmando el general don Toms Meja, que se hallabaen Sierra Gorda, y ocup a Ro Verde, el 7 deenero, derrotando completamente al coronel donMariano Escobedo, a quien hizo prisionero y leperdon la vida, rasgo de generosidad que mereceser sealado en aquella poca de guerra sin cuartel.

    Vicario y Zuloaga volvieron a surgir, en elestado de Guerrero, y se hicieron fuertes en Iguala;pero abandonaron la posicin el 3 de febrero, alacercarse el general Ramrez; cayeron sobreCuernavaca, la tomaron tras reido combate ycuatro das ms tarde fueron derrotados por elgeneral Rgules, en Cuautla, en donde se habanrefugiado, esquivando al general Zaragoza.

    Aquella fue una guerra de guerrillas, en loscampos; de pronunciamientos y motines, en lasciudades. Todos conspiraban, los reaccionarioscontra los liberales, los liberales progresistas contrael gobierno y en medio de todos esos combates,Jurez se mantena firme, severo, incontrastable,

  • como un faro en medio de la tormenta.El sanguinario general reaccionario don

    Leonardo Mrquez, que haba estado oculto enMxico despus de la derrota de Calpulalpan, salide su escondite el 13 de enero de 1861, se reunicon Meja, y fue nombrado general en jefe, en unajunta de generales.

    Los jefes reaccionarios Olvera, Cobos, Vlez,Mndez, Santa Cruz, greda y Sil va estaban ya encampaa; Negrete, Argelles, Gutirrez y otros quese haban mantenido a la capa, volvieron a tomar lasarmas, confiando en la caprichosa fortuna. Zuloagase intitul de nuevo presidente de la Repblica,siendo reconocido por tal en la Villa del Carbn, conlo que tuvo apariencia de reorganizacin el partido,y dio un buen empuje a su causa, como lo veremosdespus.

    El primero de junio fue aprehendido en lahacienda en que se encontraba retirado elbenemrito don Melchor Ocampo, ex-ministro deJurez, uno de los hombres ms prominentes de laReforma, apstol de la ciencia y de la libertad. Loaprehendi el bandido reaccionario LindoroCajigas, y lo entreg en Arroyo Zarco, a Zuloaga.Mrquez pretendi que se fusilase en al acto aOcampo, a lo que se neg Zuloaga. Pero Mrquezobr de manera que se realiz su sanguinariointento y el da 3 fue ejecutado el ilustre hombre deestado; mancha de sangre, que, como la que caycuando las ejecuciones de Tacubaya, no haencontrado agua lustral que pueda borrarla y hahecho odioso para siempre el nombre del generalMrquez, quien fue puesto fuera de la ley pordecreto del Congreso de la Unin, as como suscompaeros Zuloaga, Meja, Cobos, Vicario,Cajigas y Lozada.

    Desde entonces ya nadie llam a Mrquezdon Leonardo; sino don Leopardo. Frenescaus en la capital aquel asesinato proditorio. Elgeneral Degollado, que estaba procesado enMxico, se present a la Cmara de Diputados,pidiendo permiso para ir a combatir contra los

  • asesinos.Concedido el permiso, el 15 de junio se movi

    Degollado, de Lerma, al frente de una corta fuerza.Su intencin fue proteger el paso de la tropa y delarmamento que deban salir de la capital ese mismoda, a las rdenes de OHoran. Cuando lleg al llanode Salazar, procur ocupar las montaas de suizquierda, para seguir por ellas hasta un puntoestratgico; pero fue sorprendido por el cabecillaBuitrn, quien de antemano haba ocupado unaposicin ventajosa, y desorganiz las columnasliberales, muriendo Degollado en el encuentro. Sucadver fue recogido por el general enemigoGlvez, quien le hizo solemnes exequias,pronunciando la oracin fnebre don FranciscoSchiafino, un liberal que tenan prisionero losreaccionarios.

    La segunda columna que mand el gobierno, alas rdenes del simptico e inteligente generalLeandro Valle, quien apenas contaba veintiochoaos de edad, no tuvo mejor suerte, pues el da 23del mismo mes fue derrotado en el Monte de lasCruces, por Mrquez y Glvez, despus de cuatrohoras de heroico combate. Valle cay prisionero yfue mandado fusilar.

    Quin me manda fusilar? pregunt al jefedel pelotn.

    El general Mrquez le contestaron.Hace bien repuso Valle con naturalidad.

    La misma suerte le hubiera cabido a l si hubiesecado en mi poder.

    Se quit una medalla con la efigie de la Virgende Guadalupe, que llevaba al cuello, y la entreg aljefe del pelotn, dicindole:

    Compaero, suplico a usted que haga llegareste recuerdo a manos de mi madre. Ella me lapuso cuando sal para esta campaa.

    Momentos despus, cay sin vida aquel joveninstruido, valiente, generoso, de honradezinmaculada, y que tena en perspectiva un porvenirde los ms envidiables.

    El coronel Aquiles Collin, ayudante de Valle, y

  • su apasionado admirador, haba logradoescaparse, despus de la derrota; pero al saberque Valle estaba prisionero, retrocedi y sepresent a Mrquez, dicindole que quera correr lasuerte de su jefe.

    El jefe de usted fue fusilado.Bueno, pues fusleme usted! contest

    aquel soberbio francs personaje digno de la lira deHomero.

    Mrquez no supo admirar tanto herosmo ymand fusilar al hroe.

    III

    Envalentonados por el xito, contando con el pnicoque deba producir en Mxico la noticia de tandoloroso desastre, y alentados por las promesas deoperar un movimiento revolucionario en la mismacapital, se acerc Mrquez a la ciudad, y el 25 dejunio se present por la Rivera de San Cosme con1500 hombres, acompaado de Zuloaga, Taboada,Negrete, Argelles y otros cabecillas de nota. Perose frustraron sus planes, pues el general Parrodisali del convento de San Fernando, con parte delos batallones 1 y 2 de Oaxaca, y dos piezas deartillera, y despus de algunos disparos, hizoretroceder a los reaccionarios.

    Mrquez se retir con rumbo a Pachuca, ocupla plaza, y de all, por Real del Monte, pas aTulancingo, librando varios pequeos combates.

    IV

    El fracaso de Mxico desanim a los reaccionarios.Hubo grandes disidencias entre ellos, sin que

    fuera posible aunar la opinin a favor de un plan.Gutirrez, Montao, Taboada y otros se

    separaron simultneamente, llevndose cada unosus tropas, perseguidos por la caballera deGonzlez Ortega y de Carvajal.

    Gutirrez Ortega, que era el hombre ms

  • afortunado de aquella poca, ya que no el de laciencia y el de la experiencia, cualidades quesiempre le faltaron, mandaba en jefe el ejrcito quesali en persecucin de Mrquez, lograndoalcanzarlo en Jalaclaco el 13 de agosto de dichoao de 1861.

    Mrquez estaba encerrado y no tuvo msremedio que aceptar el combate, en el que fuederrotado totalmente; debindose el brillante xitode la jornada a un joven coronel oaxaqueo, que consu regimiento hizo prodigios de valor.

    Ese joven coronel, poco conocido hastaentonces, estaba llamado a ser rbitro de losdestinos de su patria; a ser una de las figuras msgloriosas del ejrcito y uno de los hroeslegendarios del pas.

    Era Porfirio Daz.Gonzlez Ortega hizo justicia al joven coronel y

    pidi oficialmente al gobierno su ascensoinmediato, el que le fue concedido nueve das mstarde.

    Mrquez y Zuloaga lograron salvarsemilagrosamente. Desde entonces qued la reaccinvencida por segunda vez.

    Ya no tuvo ni cosa que pareciese ejrcito, sinogavillas, que ms se ensaaban contra la propiedady la vida de los particulares, que contra el gobierno.

    Muchos de los jefes conservadoresabandonaron el campo, y ocultamente entraron en lacapital, esperando la hora de una amnista posible,o de tiempos mejores para levantar de nuevo sudestrozada bandera.

  • Captulo cuarto

    EN EL QUE VOLVEMOS A HALLAR MUCHOSCONOCIDOS Y ALGUNOS AMIGOS

    I

    Las victorias alcanzadas por Gonzlez Ortega, y elalejamiento de las bandas reaccionarias,devolvieron la confianza a los buenos vecinos deMxico, excepcin hecha, naturalmente, de lospartidarios de la conserva, como llamaban los purosa los mochos, que todos esos nombres y otros msse propinaban mutuamente liberales yreaccionarios. Algo se vea en lontananza como unamago de guerra con Europa; pero en aquellapoca las comunicaciones eran tan difciles ytardas, haba tanto en qu ocuparse en el interiordel pas, era tan discutible el inters que pudierantener Espaa, Francia e Inglaterra por nuestra cosapblica, que poco caso se hizo de los barruntos detormenta.

    El congreso funcionaba. Las sesiones eranacaloradsimas y algunas veces de gran inters,como que aquella legislatura fue quizs la que, conla Constituyente, reuni mayor nmero de hombresnotables en Mxico. All fue donde Altamirano serevel orador inspirado, haciendo alarde de unaelocuencia brillante, ardiente, arrastradora, queparticipaba de la de Mirabeau y de la de Dantn. Allfue donde Hernndez y Hernndez comenz sucarrera poltica, tan corta como til a la patria,

  • siendo uno de los tribunos ms populares yelocuentes de nuestro parlamento. All surgitambin la figura de don Sebastin Lerdo deTejada, tenido por moderado, y que dio pruebas deavanzado. All encontramos tambin a IgnacioMariscal, a Riva Palacio, a Gonzlez Urbina, a Ortizde Montellano, a Len Guzmn, a Jos Mara Mata,a Juan Jos Baz, a Zendejas y a otros muchos quems tarde deban desempear papeles importantesen los asuntos patrios, y que dieron entonces tantolustre al Segundo Congreso Constitucional.

    II

    Entre la falange de los jvenes figuraba como unade las ms bellas personalidades Martn Varela.Nacido en la capital, hijo nico de una familiaorgullosa por su abolengo y alta posicin, Martncreci en medio de los primos de sus padres, de laestimacin de sus condiscpulos y de la adulacinde criados y de amigos de la familia; es decir, enmedio de la atmsfera ms propicia al desarrollo decuantas malas pasiones trae en germen el serhumano, al venir al mundo. A los quince aos quedMartn hurfano de padre, acontecimiento que tuvouna influencia decisiva en el porvenir del joven, quehasta entonces haba crecido en medio de laociosidad y de la pereza, aprendiendo loestrictamente indispensable para no aparecer comoun ignorante extraordinario; y ese corto bagaje deconocimiento lo deba ms a su naturalezaprivilegiada que a los esfuerzos de padres ymaestros, quienes crean que con el nombre quellevaba el joven, su buena presencia, sus relacionessociales y un capital de ms de medio milln deduros, haba lo suficiente para figurar en primeralnea, sin tomarse el trabajo de averiguar ladistancia que media entre nuestro planeta y el sol, ysi la tierra es redonda o cuadrada, ni tantas otraszarandajas, buenas para los arrancados que andanbuscando un real para completar un duro.

  • III

    Martn ech de ver un da que era ignorante, lo quedemuestra buen juicio; y se avergonz de suignorancia, lo que demuestra talento. Comprendipor intuicin que en Mxico, como en todo el mundomoderno se derrumbaba el gtico torren de lasociedad antigua, y era preciso valer algo por smismo, para ser considerado por una sociedadiconoclasta, reida con toda tradicin,revolucionaria, y que en su sed de democracia,haba de concluir por proclamar la excelsitud de laplebe, hasta que se restableciera el equilibrio, porlas leyes inmutables de la naturaleza, y cada unofuese considerado segn sus propias obras.

    Fortaleci su espritu con el estudio, fortific sucuerpo con los ejercicios corporales, y, cuandocontaba veinte aos, era el primer alumno delcolegio de Medicina, y a las esculturales formas deun Antinoo reuni las fuerzas de un Ffrcules.

    La familia de Varela perteneca al partidoreaccionario, rayando en frenes la pasin poltica yreligiosa de doa Guadalupe, la madre de Martn,parienta lejana del obispo Barajas, y a quiendistingua de una manera muy particular el Nuncioapostlico, monseor Clementi. En cambio Martn,que en sus primeros aos haba participado de lascreencias maternales, andando el tiempo se fuedespreocupando, y al fin, en las aulas de Medicina,se metamorfose, concluyendo por abrazar lafilosofa ms positiva que se conoca entonces entrenosotros, hasta el punto que hubiese concluido enateo, a no haber sido porque en aquel cerebro demdico positivista se encontraba una buena dosisde poeta soador.

    Aquel joven sintetizaba su pas y su poca. Erala mezcla de la luz y de la sombra; el encuentro dedos extremos irreconciliables, el conflicto entretodos los antagonismos convergiendo al mismocampo cerrado, para luchar. El filsofo negaba;pero el poeta afirmaba.

    De all la divergencia que se notaba entre los

  • sentidos versos que se publicaban en ElPensamiento, llenos de ternura, de fe y deesperanza, y que tal vez pecaban de un optimismoque formaba contraste con las composiciones queaparecan en el mismo peridico firmadas por JuanDaz Covarrubias; y los artculos que en El Heraldopropagaban las doctrinas ms radicales yanarquistas, que causaban grave escndalo enaquella sociedad que apenas sospechaba laexistencia de Voltaire. Martn firmaba los versos consu propio nombre; pero por respeto a su madre,subscriba sus artculos con el pseudnimo deMartn Lutero.

    IV

    Jun Daz Covarrubias, el joven poeta veracruzano,era el amigo inseparable de Martn. Algo menor eraJuan, y sin embargo pareca de ms edad, a causade su carcter melanclico, de esa precoz madurezque se encuentra en los seres privilegiados quedeben morir en la juventud.

    Juan Daz y Martn estudiaban el mismo ao demedicina, cuando el general Degollado a la cabezade una hueste, ms osada que numerosa y experta,se dirigi contra Mxico, cometiendo la torpeza quetan cara cost en otro tiempo al benemrito curaHidalgo: la de vacilar y detenerse, en vez de dar ungolpe audaz, imprevisto y decisivo.

    Degollado se detuvo en Tacubaya desdemediados de marzo de 1859, cuando Miramnpona intil sitio a Veracruz, y hasta el 7 de abril nose resolvieron a atacarlo las fuerzas reaccionarias,librndose formal y sangriento combate el da 11,fecha que recuerda de ao en ao la Repblicaentera, como la ms luctuosa de las que seal consangre la guerra fratricida.

    En los momentos en que las fuerzas deMrquez entraban triunfantes en la que desdeentonces se llama Ciudad de los Mrtires,Covarrubias y Martn Varela acababan de poner unvendaje al teniente coronel reaccionario Juan

  • Herrn, herido de una pierna.Un sargento chinaco hombre de colosal

    estatura, y que era nada menos que nuestro SanCristbal, se acerc a Varela y le dijo:

    Doctorcito, ya corri don Santos, y vieneMrquez haciendo chuza. Vmonos!

    Varela no quiso ponerse en salvo sin prevenir asu compaero.

    Bah! dijo Daz Covarrubias. En ningnpas civilizado fusilan a los mdicos que estncumpliendo con su deber. Mdicos y sacerdotessomos sagrados.

    Es que las chusmas no pertenecen a ningnpas civilizado repuso Martn.

    Yo me quedo; si me fusilan, que no lo creo, almenos no hago falta a nadie. Mis padres hanmuerto; mis hermanos no me necesitan, y no creoen el amor a Dios.

    Y volvi Daz Covarrubias al lado de Herrn,haciendo un afectuoso signo de despedida a sucompaero.

    Martn vacil un momento, y estuvo a punto dequedarse con don Manuel Snchez, jefe del cuerpomdico militar, y con su compaero IldefonsoPortugal, curando a los heridos, y rechazaba a lavez la hiptesis de que llevasen los vencedores suferocidad hasta inmolar a quienes estaban salvandola existencia a los heridos de su propio bando; peroel sargento Medina, que haba advertido a Varela elpeligro que corra, y que era un chinaco prctico enmateria de guerras civiles, aunque ignorante delderecho de gentes, lo tom por un brazo.

    Venga, doctorcito le dijo, mire que novamos a alcanzar ni a pedacitos. Yo conozco aestos valedores.

    Y huyeron juntos, siendo perseguidos de cercapor los soldados victoriosos, que les dispararonalgunos tiros, por fortuna sin resultado.

    V

    Pero despus, un oficial de las fuerzas de Mrquez

  • agarraba por el cuello a Juan Daz Covarrubias,dicindole con brusquedad:

    Dese prisionero!Soy mdico respondi el joven poeta; ya

    ve usted, estoy atendiendo a los heridos.Djese de retobos y marche.Permita usted que busque mi sobrero.Para ser fusilado no se necesita sombrero

    repuso el oficial con dureza.Fusilado! exclam Juan ponindose lvido

    y llevando la mano al corazn, como para contenersus latidos.

    La soldadesca que acompaaba al oficial seri de aquel vrtigo. Un sargento empuj a Juan,otro le dio un culatazo en la espalda.

    Juan mir a sus verdugos con tristeza, pero sinodio. Pasado el primer momento, contempl lamuerte frente a frente y sin temor.

    En el camino oy varias descargas aisladas.Qu es eso? pregunt.Fusilan a los puros contest un soldado.Aceler el paso y lleg al lugar del sacrificio,

    donde yacan varios cadveres.Acabemos dijo detenindose.En seguida regal su reloj al oficial, el poco

    dinero que llevaba lo reparti entre los soldados yles dijo que los perdonaba.

    Varios desgraciados estaban all, esperandotambin el momento de ser ejecutados. Juan abraza su compaero ms prximo y exclam: Yafuego!

    Despus de breve rato, el oficial repiti la voz yJuan cay herido por una sola bala, que le traspasel pecho.

    Le dieron el tiro de gracia en la cabeza, y,como se mova an, le despedazaron el crneo aculatazos.

    As murieron tambin los mdicos ManuelSnchez, Juan Duval, Jos Mara Snchez, GabrielRivera, Ildefonso Portugal y Alberto Abad, y otrosmuchos paisanos, entre ellos el joven ManuelMateos.

  • VI

    Varela sigui a don Santos Degollado en suretirada, que fue en realidad una fuga, un slvesequien pueda, y cambi el bistur por la espada. Elmdico se cambi en soldado, profesin menosofensiva, segn aseguraba Martn en sus ratos debuen humor, que eran cada vez ms raros desde losacontecimientos de Tacubaya.

    En aquella poca los ascensos eran rpidos.Se improvisaban los ejrcitos y se improvisaban losoficiales y los jefes. Martn, que sent plaza decapitn de caballera el 22 de abril de 1859, gan elgrado de teniente coronel en Silao, y fue hechocoronel efectivo en el campo de batalla deCalpulalpan el 8 de diciembre de 1860, siendo delos jefes ms queridos del general Zaragoza, a cuyoservicio pas.

    VII

    Al entrar triunfante en Mxico, Martn se dirigi a sucasa para abrazar a su madre, a quienconstantemente haba escrito, sin obtener respuestaalguna. Por los amigos de la familia saba que doaGuadalupe se haba vestido de riguroso luto cuandolas ejecuciones de Tacubaya, al recibir la falsanoticia de la muerte de Martn; noticia que oy conresignacin suprema, como efecto de la voluntad deDios. No hubo en aquella mujer un rapto de ira, unapalabra de censura contra los autores del asesinato.Los perdon con evanglica mansedumbre; searroj a los pies de un crucifijo y or.

    Algunos das ms tarde se supo que Martn sehaba salvado milagrosamente, y doa Guadalupeestuvo a punto de volverse loca de alegra; pero enseguida le dieron testimonio inequvoco de que suhijo serva en las filas liberales, que era un bebedorde sangre, un azotador de Cristo, y entonces volvila fantica a sobreponerse a la madre.

    Mi hijo ha muerto; roguemos por mi hijo!

  • exclam la seora, y volvi a sus oraciones, ymantuvo su luto riguroso.

    Todos los das se deca una misa solemne enla Profesa por el alma del finado Martn Varela;cada ocho das se celebraba un servicio fnebre enSan Fernando, con igual motivo, y se repartanlimosnas a los pobres vergonzantes, para querogaran por el joven difunto. Algunos meses mstarde doa Guadalupe reparti sus cuantiososbienes entre las comunidades religiosas,estableciendo un servicio perpetuo en la Profesa yreservndose una renta y el uso de la casa quehabitaba.

    VIII

    Martn tuvo el tacto de presentarse en su casa entraje de paisano. Los criados lo recibieron como aun extrao, y slo su vieja nodriza no pudocontenerse, y, faltando a la severa consigna, loabraz llorando.

    Cuando comunicaron a doa Guadalupe que suhijo la esperaba en la sala, aquella mujer respondicon serenidad y firmeza:

    Yo no tengo hijos.Y no obstante, sali al saln. Al verla Martn se

    acerc para abrazarla. Doa Guadalupe dio unpaso atrs y extendi la mano derecha paracontenerlo.

    Martn tom aquella mano, la bes con respetoy cario, cayendo de rodillas.

    Madre ma, perdn!Caballero, usted se equivoca al llamarme su

    madre. Yo tuve slo un hijo, y ste muri.No, madre ma! Yo soy su hijo; mreme usted

    y perdnemeHe odo decir que hay un sujeto que tiene el

    mismo nombre que mi hijo, y aseguran que separece a l. Pero ese individuo forma parte delbando de los herejes. Ya ve usted que no puede sermi hijo. ste muri antes de deshonrarse porcompleto. Dios lo haya perdonado!

  • Aquella sala, donde haba transcurrido lainfancia de Martn; aquellos muebles que lo habanvisto nacer, los retratos de familia que adornabanlas paredes, todo cuanto rodeaba al joven liberal, lerecordaba un pasado que estaba muy reciente, ycontribuy a que fuese desapareciendo el jefedemcrata, el enemigo de la religin y de los fueros,sustituyndolo el adolescente, el hijo sumiso que oamisa todos los das, que se confesaba todos lossbados y haca una fiesta de la comunindominical. Aquellos efluvios de la infancia, deinocencia, de hogar; aquellos encantos de lareligin, la media luz del templo, los acordes delrgano, los episodios de la historia sagrada,contados por el capelln de la familia, todo eso fueacentundose ms y ms en el alma del caudillo,que lleg a sentir remordimientos por susheroicidades de patriota y prorrumpi lloroso yacongojado:

    Perdn, perdn!Yo no tengo de qu perdonar a usted,

    caballero.Bendgame usted al menos, madre ma!

    aadi con voz desfallecida.Jams! exclam con adems de horror

    doa Guadalupe, como si le hubiese propuesto unsacrilegio.

    Y Martn Varela, el joven coronel que haballegado a dominar por su valor sereno a loshombres que ms fama tenan entre los chinacos;que haba alcanzado sus grados en el campo debatalla; aquel hombre que pareca indomable, aquelfilsofo materialista, aquel ateo, vacil y cay portierra, desmayado como una doncella, vendido porsu sensibilidad de poeta, abrumado por su amor dehijo.

    Doa Guadalupe llam a los criados y les dijo:Vean lo que hacen con eso.Y volvi a su camarn, donde tena un soberbio

    crucifijo, y se arroj a los pies del Mrtir del Glgotapara seguir implorando concediese la gloria eternaa su hijo Martn, muerto en Tacubaya el 11 de abril

  • de 1859.Aquella mujer, al orar ante el crucifijo, olvidaba

    las sublimes palabras pronunciadas por el Sublime:Perdnalos, Padre mo, que no saben lo que

    hacen!

  • Captulo quinto

    EN EL QUE SE VE QUE STE NO ES MS QUELA CONTINUACIN DEL ANTERIOR

    I

    La escena que acabamos de describir causprofunda impresin en el nimo de Martn, quiendurante largo tiempo no recobr su alegra. Sinembargo, el haber sido elegido diputado, lospeligros que amenazaron a las instituciones con elnuevo incremento que tom la reaccin, y losesfuerzos de sus amigos, contribuyeronpoderosamente a hacerle sacudir el marasmo,templaron de nuevo aquella alma de filsofo y depoeta, y Martn se sinti regenerado por completo,creyendo que no volvera a caer en semejantesdesfallecimientos.

    Guard siempre un culto santo por su madre, yasista con una exactitud completamente militar alos servicios fnebres que se celebraban por subienaventuranza, ms que por otra cosa, por teneroportunidad de ver a su madre, a quieninvariablemente ofreca el agua bendita, cuandoentraba ella en el templo, rechazndola tambininvariablemente la incontrastable anciana, de unamanera reverenciosa, como si se tratase de unextrao.

    II

  • Entre las concurrentes a aquellas ceremonias, lams asidua era una joven, prima en segundo gradode Martn, llamada Luisa Dardelle, hija de un ricocomerciante francs y de una prima hermana dedoa Guadalupe.

    Luisa tena a la sazn veinte aos, una bellezaatrayente, de aquellas que llaman la atencin desdeel primer momento, produciendo una sensacinextraa que no puede decirse si es de placer o dedolor. De cabellos castaos con un ligero tinterojizo, ojos muy negros, muy grandes, muy variablesde expresin, que pasaban rpidamente de lapicaresca a la melanclica, la nariz algoremangada, sin ser desgraciada, los labios un pocogruesos, labios de gula y de lujuria, estaturamediana, busto admirablemente modelado, manosde princesa y el color blanco plido. Nacida enChihuahua, se haba criado al aire libre, montando acaballo, recorriendo las haciendas de su madre, yhaciendo siempre su voluntad, sin preocuparse dela opinin de los dems. Aprendi a leer con el curade una parroquia, en cuyas cercanas se hallaba laprincipal hacienda de la familia. Despus tuvo unainstitutriz americana, a quien gan huda,[1] comovulgarmente se dice; y, por ltimo, una francesa, quese hizo venir de Pars, expresamente para ella.

    La seora Trenard y Luisa simpatizaron desdeel primer momento y contrajeron estrecha amistad.La francesa se prestaba a todos los caprichos desu educanda, y Luisa complaca a su profesora entodos sus deseos.

    As es que se vea frecuentemente a una y otra,montadas a caballo, al amanecer, desafiando el froen invierno, y la lluvia en verano, como su fueran dosvaqueros. Pero en cambio las noches, desde lassiete hasta las diez, quedaban consagradas alestudio.

    La seora Trenard no saba una sola palabrade castellano, ni Luisa una palabra de francs. Sinembargo, tales maanas se dio la chica que a pocose haca entender de su compaera, y a los seismeses hablaba francs casi correctamente.

  • La institutriz era mujer de muy basta instruccin,de exquisitas maneras, de talento natural, todo estounido a un cuerpo grande y que hubiese parecidofeo sin los amaos de compostura en quesobresala la francesa; y una cara de aquellas que,segn las circunstancias y el gusto del observador,poda pasar por agradable, o por vulgar.

    En materia de religin la seora Trenard eratolerante hasta los lmites de la indiferencia. Otrotanto pasaba con Luisa, sin que sta se diesecuenta de ello.

    Los negocios del seor Dardelle lo obligaron asalir de Chihuahua y a establecerse en Mxico,retirado del comercio. All acab de desarrollarseLuisa, que era ya una joven interesante, y que desdeluego caus efecto en la sociedad de la capital, quees de lo ms novelero y veleidoso que darse puedaen esta materia.

    III

    Luisa reciba los homenajes de la turba deaduladores con la majestad de una reina que trata asus vasallos. No coquete con ninguno de susadoradores, entre quines se encontraba el clebreconde de, Ministro Plenipotenciario, etc., etc., enMxico, que andaba a caza de dote, segn decanmalas lenguas, que no por ser malas dejaban deestar bien informadas.

    Cuando llegaron a Mxico, Martn estaba encampaa, de modo que los primos no tuvieronocasin de conocerse personalmente.

    La curiosidad de Luisa por tratar a Martn fuecada da ms viva. La extravagante e injustaconducta de doa Guadalupe para con su hijo, lashazaas que ms o menos abultadas se contabandel joven coronel, los versos y los artculospublicados por ste, antes de su calaverada,influyeron en la imaginacin de la prima y de laseora Trenard, quienes acabaron por enamorarsedel hroe, cada una a su manera.

    La seora Trenard haba cobrado un cario

  • maternal a Luisa. Aquella solterona, aquellahipcrita, de corazn seco, amaba a Luisa, como siviese en la bella chihuahuense un rejuvenecimientode s misma, una prolongacin de su vida; como sipresumiese que estaba llamada a vengarla de lasinconsecuencias sociales de que ella, la seoraTrenard, haba sido vctima.

    Martn Varela no poda ser el esposo ni siquierael amante de la madura solterona, pero s el deLuisa; y la seora Trenard se enamor del joven, porcuenta de su educada, y se propuso seducirlo yunirlo legtimamente a aquella si era posible.

    Y gozaba mentalmente al considerar al altivoAntinoo estrechando entre sus hercleos brazos a laadorable criatura, mezcla de Venus y de Diana.

    Y la institutriz senta hervir si vieja sangre, comoen su pasada primavera; se tendan sus msculos,se excitaban sus nervios, palpitaban sus flacascarnes, se ponan crdenas sus mejillas; y despus,de pronto, caa desfallecida en un espasmohistrico, entornaba los prpados, echaba lacabeza hacia atrs y lanzaba una carcajadaahogada y convulsa, en la que sobresalan algunasnotas metlicas.

    Luisa se alarmaba, corra hacia ella y lepreguntaba:

    Qu te pasa Athenais?Nada, hija ma, es que me siento renacer en

    ti.Y la tomaba por la cintura, la sentaba en sus

    rodillas y le cubra el cuello de besos frenticos,hasta que Luisa se deshaca de sus cariciasexclamando:

    Djame, me haces mal!S, pero en cambio t me haces bien!Y quedaba la institutriz sumergida en un plcido

    sopor, en la que vea aparecer a Martn, pero bajootra forma, muy distinta, y a veces se preguntaba:

    Cundo y dnde he visto yo a este Apolo?

    IV

  • Luisa vio a Martn por primera vez en la iglesia,despus en el Teatro Nacional, donde a la sazncantaba una compaa de pera italiana, en la quefiguraban las hermanas Natali, entonces en todo elesplendor de la juventud; la DAngri, Stephani,Biacchi y otros artistas.

    Una noche cantaba Martha, que era el triunfode las hermanas Natali. Martn ocupaba una butacade las primeras filas.

    De pronto entr en el saln una especie degigante, despus de comenzado el segundo acto,pisando con formidable energa, y esa indiferencia odesprecio a todas las conveniencias sociales,propia de la gente mal educada.

    Aquel exceso de energa pedestre, motiv elsiseo del pblico, que fue exaltndose hasta elpunto de gritar:

    Fuera! Fuera! sin que el coloso se dierapor aludido.

    Lleg nuestro hombre a su asiento, en lamisma fila donde estaba el de Martn Varela, y envez de estarse tranquilo, interpretando a su manerael precepto del poeta francs, crey habercomprado en la puerta el derecho de aplaudir a suantojo, a cada paso, si ton ni son, en medio de unacadencia, o de un fioritura, haca chocar suscolosales manos, una con otra, y aplaudaproduciendo un ruido semejante al de la mandarriacayendo sobre el yunque.

    El pblico exasperado volvi a gritar:Fuera! Fuera!El gigante se volvi con envidiable serenidad,

    indagando quin gritaba as, o mejor dicho,buscaba alguien a quien hacer responsablesingularmente de aquella injuria colectiva, y porcasualidad se fij en Martn, mirndolo con insolenteinsistencia, repitiendo sus atronadores aplausos.

    Fuera! grit Martn Varela,incorporndose en su asiento.

    Fuera? Repiti el gigante. Oh!, ven yprueba a sacarme!

    Martn se puso en pie, como impulsado por un

  • resorte, se lanz sobre el provocador, arrollando ados o tres individuos que ocupaban los asientosintermedios, le dio una puada en la frente, quepareci al gigante el choque de una pea lanzadapor una catapulta; con la mano izquierda lo asi porla pretina del pantaln, y arrastr al mediodesmayado coloso por todo el pasillo del teatro,hasta dejarle en el vestbulo del edifico, en medio delos aplausos y de los vtores de la concurrencia,interrumpindose la representacin por ms de seisminutos.

    Qu hombre! exclam la seora Trenard. Qu corazn y qu msculos! aadisuspirando.

    sos son los hombres que me gustan dijoLuisa subyugada por el acto que acababa derealizar Martn, que en ese momento volva sereno eindiferente a ocupar su puesto, solicitandorespetuosamente el paso a los vecinos a quienespoco antes atropellara.

    Desde entonces Luisa no tuvo pensamientoque el de entrar en relaciones con su primo, para locual concert veinte proyectos violentos ydescabellados, que no realiz, gracias a laintervencin de la seora Trenard, quien la hizoesperar, dominando su impotencia.

    V

    Fui la primera fiesta fnebre de las ordenadas pordoa Guadalupe, Luisa se arregl de manera queentr en el templo al mismo tiempo que su ta. Martnofreci el agua bendita a su madre, como decostumbre, y como de costumbre sta la rechaz, ycuando el joven retiraba la mano, sinti el contactode la de Luisa, que tom en ella el agua, y le dijo:

    Gracias, primo! y lo envolvi en una deesas miradas capaces de deshacer el corazn deun tmpano de polo.

    Dado caso que los tmpanos tuvieran corazn.Martn qued deslumbrado, y es fama que

    durante toda la funcin, se olvid de doa

  • Guadalupe y del servicio divino, para fijarsenicamente en su encantadora prima, que slo dosveces lo mir como al descuido y por acaso.

    Il est nous! Ya es nuestro! le dijo al odola seora Trenard, al salir, sin que chocara a Luisaaquella colectividad.

    Martn saba que el seor Dardelle se hallabaen Mxico con su familia; que tena una prima quese llamaba Luisa, inmensamente rica y sumamentebella; pero jams tuvo voluntad de ver a aquellagente, a la que jugaba imbuida en las mismas ideasexageradas de doa Guadalupe, y que le eraantiptica sin saber por qu.

    Ms una vez que se fij en Luisa, cuando laescena de la iglesia que consignada queda, sinticuriosidad a su vez por conocer a aquella joven dequien tanto se ocupaba la sociedad de Mxico,pintndola como una bellsima estatua desprovistade corazn; como un ingenioso autmata quecareca de alma.

    VI

    Una noche, en un entreacto, estando Martnconversando con el general Zaragoza, se acerc aellos el seor Dardelle, antiguo amigo del jefeliberal. Zaragoza present uno a otro, amboscaballeros.

    Me alegro de conocer a ustedpersonalmente, seor don Martn dijo el seorDardelle, siquiera por lo mucho que he odohablar de usted.

    Y en sentidos tan diversos, verdad?Todos favorables, en concepto mo. Creo

    que somos parientes de mi madre.Y por lo tanto ta de usted.Exacto.Y Luisa su prima.As lo entiendo.Pues, seor don Martn, en la calle de

    Cadenas nmero 10 tiene Usted su casa, y esperoque se servir honrarla cuanto antes, seguro de que

  • con ello nos procurar mucho placer.En esos momentos tocaban la campanilla de

    prevencin y se despidieron ambos caballeros delgeneral Zaragoza, yendo cada uno a ocupar suasiento.

    Dnde diablos he odo yo esa voz nasal ychillona? se preguntaba Martn mientras se dirigaa su butaca.

    Dnde he visto yo esa mirada altiva y esaarrogante figura? se preguntaba el seorDardelle.

  • Captulo sexto

    CONOCIMIENTO Y RECONOCIMIENTO

    I

    Apenas lleg al palco el seor Dardelle, cont a sufamilia lo ocurrido con Martn Varela.

    Y por qu no lo trajiste a nuestro palco, parapresentrnoslo? pregunt Luisa.

    Porque no me pareci correcto.Un pariente!Que ha tardado bastante en acordarse de

    que lo somos.El mismo cargo podr hacernos l.No, hija, a l le tocaba dar el primer paso.Bah!Qu quiere decir ese bah?No piensas en la situacin excepcional que

    guarda? Cmo queras que se apresurara a dar elprimer paso, cuando sabe que contribuimos connuestra presencia a lo inventado por ta Lupe?

    Nia! exclam doa Dolores, la madre deLuisa, en son de reproche.

    Farsa y no otra cosa prosigui Luisaanimndose. Pues qu, no sabemos todos quemi primo no ha muerto, que all est, fuerte, robusto,vendiendo vida y salud?

    Lo pasado pasado dijo el seor Dardelleen tono conciliador. Le he ofrecido mi casa, y lsabr lo que hace.

    No, seor, es preciso que lo traigas al palco,

  • esta misma noche. Hija, no seas testadura!Bueno, dejmoslo ya, que no necesito de ti

    para hacerlo venir.Luisa, ests loca?En ese momento Luisa, que tena la vista fija en

    Martn, esperando que ste a su vez mirara hacia elpalco, aprovech la ocasin, en cuanto se present,para saludarlo con un ligero movimiento de cabeza,al que correspondi el joven con un saludo profundo,que dio motivo a otro movimiento ms marcado departe de Luisa y de doa Dolores.

    II

    Cuando concluy el acto, Luisa hizo seas a Martnde que subiera al palco, y como el joven mirara,esperando la confirmacin de aquella sea, larepiti de una manera que no dejaba lugar a duda.

    Pocos momentos despus, Martn tocabadiscretamente a la puerta del palco.

    Aqu est! exclam Luisa.Quin? pregunt doa Dolores, que no

    estaba al tanto de la telegrafa de su hija.Mi primo. Le he hecho seas de que suba.El seor Dardelle haba abierto afectuosamente

    y tomndolo de la mano lo present a su mujer.Luisa le tendi francamente la diestra, y le dijo:Cmo ests primo? Gracias a Dios que te

    acuerdas de nosotros!Seorita crea ustedCaballero! repuso Luisa haciendo una

    exagerada reverencia.Luisa! dijo Martn, corrigiendo el

    ceremonioso seorita.En hora buena, ya eso es otra cosa

    prosigui la joven. Cre que me reprochabas laconfianza con que me permit tratarte. Pero es quehace tanto tiempo que te conozco!

    Es posible?Ya lo creo: todas las semanas, desde hace

    ms de un ao, voy a la Profesa a rogar a Dios queconserve el alma de mi primo Martn dentro de su

  • cuerpo, donde parece que se halla bien alojada, porms que ta Lupe diga lo contrario.

    Mi madre dijo Martn en tono quesignificaba que no admita chanzas de ningngnero respecto a la autora de sus das.

    Ya sabemos que eres buen hijo leinterrumpi Luisa, cambiando de tono. Eso estradicional en nuestra familia.

    Y as continu la conversacin durante un buencuarto de hora, al cabo del cual ya se trataban losdos parientes con una cordialidad sincera, y comosi, en efecto, hubiesen cultivado aeja y estrechaamistad.

    Doa Dolores hablaba poco, y generalmentemiraba con indiferencia cuanto pasaba sualrededor.

    Pero desde el momento en que entr Martn enel palco y pronunci la primera palabra, el timbre devoz de su sobrino caus impresin extraa en ella, yno dej de considerarlo cuidadosamente, comoevocando recuerdos dormidos en el fondo de sumemoria.

    De pronto, interrumpiendo a Martn que hablabaentretenido con Luisa, le dijo:

    Oiga usted, Martn.Usted mande.Dnde se encontraba usted en septiembre

    del ao pasado?Un poco por todas partes contest el galn

    como queriendo esquivar la conversacin paraseguir dedicndose exclusivamente a Luisa.

    No estuvo usted en el estado deGuanajuato?

    Creo que s. En efecto, s, all, pas el mes deseptiembre. Ahora lo recuerdo bien, como que mepasaron unas aventuras

    Entre Lagos y Len?Ah! Quin le cont a usted? pregunt

    el joven fijndose ya en la conversacin.Al fin! exclam la seora Trenard, sin

    poder contenerse y en voz tan alta que hizo volver lacara a los que ocupaban los palcos vecinos.

  • Cmo al fin? pregunt Luisa.Bien quera yo recordarlo prosigui la

    institutriz. Seor Dardelle, tengo la honra depresentar a usted al salvador de Luisa.

    Toma, y es verdad, exclaminvoluntariamente Martn, usted es la joven de ladiligencia.

    Ya, ya prosigui el seor Dardelle. Esamirada no me era desconocida.

    Ah, Martn! prorrumpi Luisa conteniendoun movimiento involuntario para lanzarse en brazosde su primo.

    Y le tom ambas manos entre las suyas, y lomir con una de esas miradas profundas, queparecen lo infinito, que penetran hasta el fondo delalma, que deciden en un segundo de la vida de unhombre.

    Una de esas miradas que nadie estudia, quenadie aprende, que no se pueden fingir, que son deuna sinceridad brutal e inocente, y que dicen que ellenguaje humano no acertara a traducir.

    Ah, Martn! repiti Luisa, ruborosa,enternecida, palpitante de amor, de orgullos, deadoracin hacia ese hombre que cada vez aparecaa sus ojos con nuevo y mayor prestigio.

    Cmo pagar semejante servicio! murmurel seor Dardelle contemplando al joven hroe.

    Gracias, estoy pagado ya! contest Martnestrechando las delicadas manos de Luisa, ysaboreando por primera vez las voluptuosidades delamor.

    Porque el alma de aquel soldado trovador,estaba virgen an. No haba sentido el amor queengrandece, que regenera, que magnifica.

    El otro le haba rozado con la punta de sus alasy slo haba provocado desdn en aquel hombreexcepcional y lleno de contradicciones, a vecesgrandiosas.

    III

    Martn escuch a Luisa con inefable encanto.

  • Luisa hizo gala de su facundia y de su gracia.Martn no era vanidoso; pero Luisa supo

    pasarle la mano tan delicadamente, que, porprimera vez, se encontr el joven orgulloso de sustriunfos de poeta, de periodista, de militar y detribuno.

    Antes de separarse ofreci Martn visitarlos enbreve, sin ceremonia alguna.

    Luisa qued apasionada. Martn se retir ciegode amor.

    Cuando volvi Martn a su butaca, le dijo unjoven que tena el asiento inmediato:

    Hola, Martn, cultivas la familia.Empiezo ahora, Julin.Te felicito, y felicitar luego a Luisa.Por qu?Toma, se ha realizado uno de sus ms

    fervientes deseos.Cmo as?Pues, el de que caigas a sus pies.Julin!Chico, ella misma me lo ha dicho cien veces,

    tanto que me ofrec a llevarte a la casa, y ella no loconsisti, sin que me explique la razn.

    Y cmo nunca me habas hablado de eso?Ya sabes que soy discreto como una tumba.Dnde diablos se ha ido a anidar la

    discrecin!No lo dudes, nosotros los abogadosA propsito ya te recibes?Dentro de pocos das lo har.Has tardado.Verdad, y no sin motivo. Figrate que en

    cuanto pesque el ttulo tengo que ir a pasar un aoen Huamantla, al lado de la familia de mi primo.

    Y qu?Que esa perspectiva me horripila y por eso

    voy posponiendo mis exmenes de da en da.Pues no vayas a Huamantla.Es indispensable. Primero porque soy de all.La razn es pobre.Por eso la pongo en primer lugar. La

  • segunda, porque as lo quiere mi primo, que me haservido de padre, y yo se lo he ofrecido.

    Ya eso es de ms peso.La tercera, porque tengo que casarme all

    con cinco haciendas, quiero decir, con una chicaque tiene cinco haciendas.

    Ya eso es un argumento Aquiles.Y sin taln vulnerables.Pues no comprendo ahora la apata con que

    procedes. Acaso no te gustan las haciendas, digo,la chica?

    No las conozco. Es hermana de la mujer demi primo.

    Bueno.Mi primo se cas har unos tres aos, se

    encuentra sin prole, dice que no tiene esperanza detenerla, y quiere, en su codicia de ranchero, quetodo el capital de las Riao y el nuestro, que pareceque no es pequeo, venga a parar a mis manos.

    Te compadezco!Gracias!Y ya ests resuelto a apechugar con todo

    ello?Hasta hace media hora desechaba las cinco

    haciendas y todo lo que directa o indirectamentetoca a las Riao. Pero desde hace cinco minutosestoy resuelto a dar el salto por la visa.

    Por qu cambio tan repentino?Silencio, que comienza el acto.Y escucharon religiosamente, al parecer, el

    ltimo acto de la pera.

  • Captulo sptimo

    EN EL QUE SE SABE QUIN ES JULINRODRGUEZ Y APARECEN OTROS

    PERSONAJES QUE IMPORTA CONOCER

    I

    El joven Julin, amigo de Martn Vrela, que vimospoca ha, era guapo mozo, un dandy, como se decaentonces. Delgado, esbelto, irreprochablementevestido, de maneras muy finas con las damas, muyatento con los hombres de respeto y ligeramentecampechano con los mozos de su edad, a todosagradaba, tena entrada franca en todas partes y nose conceba en Mxico un baile, un da de campo,ninguna fiesta, en fin, si no la amenizaba JulinRodrguez.

    Tena una voz de Tenorinio, simptica yafinada, lo que le permita cantar con xito baladas yromanzas italianas y algunas canciones de la tierra.Tocaba el piano lo suficiente para acompaarse ypara hacer bailar a sus contertulios; montaba acaballo como Chiarini, mascaba el francs, y habaestudiado jurisprudencia, lo suficiente para que untribunal bien dispuesto pudiese otorgarle el ttulo deabogado, sin remordimiento de conciencia.

    Por lo dems, falso, hipcrita y perverso. Sulema era que en materia de amor no hay infamiaque no esta justificada.

  • II

    Hurfano desde edad temprana, haba quedado acargo de su primo hermano Cenobio, quien tenadiez aos ms que l.

    Formaban un contraste notable ambos primos,tanto en lo fsico como en lo moral. Cenobio era unfornido ranchero, de gran fuerza de voluntad,inquebrantable en sus propsitos, inteligente enmateria de campo, honrado hasta la exageracin;algo rudo en sus afectos y en la manera deexpresarlos; pero sincero y leal. Saba leer, escribiry las cuatro reglas de la aritmtica, porque el tiempono le haba alcanzado para ms, pues desde muytemprano tuvo que reir la lucha por la vida.

    Cenobio tambin haba quedado hurfano depadre y madre y en la miseria cuando contabaapenas ocho aos de edad, y fue recogido por elpadre de Julin, su to carnal, quien a la sazn eratodava soltero, y a ese to debi la poca instruccinque adquiri.

    Cuando muri el padre de Julin, apenas hubocon qu enterrarlo. Una larga enfermedad, quepocos meses antes mat a la esposa, consumigran parte de los escasos haberes, que se agotaronpor completo con los gastos que origin en losltimos momentos el jefe de la familia.

    Cenobio no perdi el tiempo en vanaslamentaciones, ni se entreg a una desesperacinintil. Comprendi desde luego que eraindispensable vivir; que tena una deuda de honorcontrada con su difunto to, y que deba pagarla atoda costa, no a l, quien ya no necesitaba de nadani de nadie; sino a su hijo, a Julin, que era un niodesvalido y dbil; y que para cumplir con losdeberes sagrados que le imponan lascircunstancias y que l aceptaba sin restriccionesalguna, era preciso trabajar asiduamente.

    Fue pues a ver al cura del pueblo, viejo amigode su to, y le confi a Julin, como sirviente, acondicin de que le enseara todo lo que elsacerdote saba. Adems, Cenobio qued

  • comprometido a vestir y calzar al chico, y a pagar alcura lo que pudiese, a medida que fuese mejorandosu posicin, pues declar que consideraba a Julincomo si fuese su hijo.

    Aceptando el pacto por el cura, Julin pas aser sucesivamente monaguillo, segundo sacristn yservidor del cura, con gran contentamiento delchico, quien pronto aprendi a rapar velas, a birlarhostias y a escurrir vinajeras.

    Cenobio se fue a una hacienda cercana, y seacomod de simple pen.

    No serva para otra cosa.

    III

    As pasaron varios aos.Julin creca y aprenda, ambas cosas por obra

    y gracia de la naturaleza, y no porque l pusieranada de su parte, puesto que era desganado en elcomer y desaplicado en el estudio.

    En cambio tena una de esas constituciones deacero que se mantienen por s solas y a pesar detodo, y una memoria prodigiosa que se completabacon una facilidad de percepcin sorprendente.

    El cura se fue aficionando al muchacho y tratde inclinarlo a la carrera eclesistica. Pero Julin nooa de ese lado. Quera vivir libre, independiente, sintrabas, rico y considerado. Soaba con la vidaopulenta de los hroes de algunas novelas quehaba ledo a hurtadillas de su benvolo protector,quien ya no tena nada que ensear a su discpulo,pues Julin estaba en aptitud de cantar misa, salvoel impedimento de la edad.

    Cenobio vea a su primo de tarde en tarde, sinque por eso lo descuidase, pues atenda alcompromiso contrado, de vestirlo y calzarlo, ypagaba la pensin del muchacho, con seis durosque entregaba religiosamente al cura, cada fin demes.

    IV

  • Un da llegse Cenobio a visitar a su primo, a su hijoadoptivo, y aprovechando la ausencia del preceptor,habl con l largamente y a corazn abierto.

    Vamos, Julin le dijo, ya es tiempo deque pienses en tomar una carrera.

    S, Cenobio.El seor cura dice que sabes tanto como l y

    que de ti depende que te ordenes de subdicono yan de dicono y presbtero.

    Pero yo no quiero ser sacerdote.Es buena profesin, Julin.Pero no me gusta.Si no te gusta, no hablemos ms de eso, que

    si para todo se ha de tener vocacin, ms todavase necesita para el sacerdocio. Si no has decumplir como Dios manda, a otra cosa, que hacems dao un cura malo que cien herejes juntos.

    Eso mismo he pensado yo, Cenobio.Bueno. T tienes letras, dicen que eres listo,

    puedes escoger alguna carrera que te saque denuestra esfera humilde. No has nacido para eltrabajo rudo, como yo. No tienes fuerzas paralevantar un saco de trigo. Vamos, eres un catrn,como yo soy ranchero. Qu quieres ser, mdico,licenciado o ingeniero?

    Julin se rasc la cabeza, perplejo.Nunca se haba planteado ese problema a s

    mismo. Quera ser rico, pero sin trabajar, comohaba querido y en parte logrado, ser instruido sinestudiar.

    Aperrado oficio es, Cenobio, el del mdico.Tiene que levantarse a deshora, ir a donde lollaman, andar con suciedades y hacer todas lascosas que no me gustan.

    Estudia para abogado.Es oficio de gente dscola, y en l se tiene la

    mala fe como virtud, y adems hay demasiadosabogados en el pas, y constituyen una verdaderaplaga, segn dice el seor cura.

    Pues estudia para ingeniero.Ya sabes que tengo horror a los nmeros y

    que nunca he podido hacer una cuenta de

  • multiplicar sin equivocarme.Pues mira cmo te las compones, porque

    preciso es que tengas carrera. Hay alguna que teguste?

    S.Cul?La de hacendado contest Julin

    cnicamente, retirndose por prudencia, cual sitemiera una explosin de parte del sesudoranchero.

    Mas, contra lo que tema el muchacho, Cenobiosonri bondadosamente, contempl a Julin con elcario de un padre que se recrea ante la gracia y elingenio de un hijo mimado, y despus de largapausa, le dijo:

    Buen oficio es ese que dices.Verdad? insisti Julin por decir algo.Verdad que s, y ya me figuraba yo que haba

    de ser de tu agrado. Y como para ser hacendado loprimero que se necesita es tener una hacienda

    Ah est el quid.Qu es eso del quid?Quiero decir, que ah est el busilis.Y eso de busilis?Vamos, que ah est la dificultad.Pues eso es prosigui el ranchero, ah

    est la dificultad, lo que se me ocurri en espaolhace mucho tiempo; y sin andarme en latines pusemanos a la obra.

    A qu obra? pregunt a su vez Julin queempezaba a no comprender el latn del ranchero.

    A la de la hacienda.Qu hacienda?A la que necesitas para ser hacendado.No comprendo.Pues hablo claro.Entonces hblame en turbio, a ver si te

    comprendo mejor.Quiero decir que cada uno a su oficio y las

    vacas quedan bien cuidadas, como deca mi amodon Pedro Guanes, que su santa gloria haya.

    Julin se santigu por costumbre ms que por

  • devocin.As es que mientras t estudiabas para

    hacerte un sabioUn sabio es mucho decir interrumpi

    Julin, con falsa modestia.Para hacerte un sabio, yo echaba los bofes

    paraPara hacerte muy rico! dijo vivamente

    Julin.Oh! eso de muy rico es mucho decir, al

    menos por ahora.Los ojos de Julin brillaron de concupiscencia,

    y tomando a Cenobio por un brazo, le dijo febril:Habla, habla, cuntamelo todo.S, quiero contrtelo, porque necesito confiar

    a alguno mi secreto; porque tengo necesidad dehablar, despus de haber callado durante tantosaos.

    Vamos a ver dijo Julin arrastrando unasilla, sentndose lo ms cerca posible de Cenobio,y pendiente de sus labios, como el nio quesaborea de antemano un cuento de hadasprometido por su aya.

    Sabes que cuando quedaste hurfano, tedej aqu con el seor cura y me fui a pedir trabajo ala hacienda de San Pedrito, de don Pedro Guanes,quien me recibi como simple pen.

    El viejo avaro!No hables mal de l, que ya ha muerto, y

    Dios lo debe haber juzgado.Amn!Adems, mucho le debo para no respetar su

    memoria, porque l me ense a ser hombre, aganar un real, a guardarlo, contentndome conpoco, para poder un da tener mucho, y me puso laespuela para que pudiera jinetear. Ese hombre aquien llamas avaro, y a quien en el pueblo le decanAlejandro en puo por lo agarrado, me cobrinters y se port conmigo de tal manera que llegua tenerle mucha ley. Entr en la hacienda ganandodos reales diarios. Pero antes de medio ao yaganaba yo tres, y cuando vio don Pedro que yo era

  • el ms diestro de todos los que manejaban elarado, me pag medio duro. Mientras que miscompaeros se gastaban el domingo en pulque y enel juego el dinerito que rayaban el sbado, yo se lodejaba a mi amo, para que me lo fuese juntando.Una vez le ped seis duros de mi dinero:Muchacho!, me dijo. Para qu quieres tantodinero? Vas a poner tienda, o te vas a casar?.Entonces le dije que eran para ti, para pagar tupensin, y le cont como te estaba educando. Fuela primera mesada que pagu al seor cura.Haces mal, me dijo mi amo. Cada uno en suesfera y nadie se tropieza. Vas a hacer de esechico un petimetre, que ms tarde se avergonzarde tenerte por primo.

    Nunca Cenobio! exclam Julin,abrazando a su primo.

    As dije tambin yo, y aad que si eresingrato peor para ti, y que no por eso haba yo dedejar de cumplir con mi deber. La verdad es quedon Pedro me cobr ms cario desde aquel da.Para que veas Julin que el que procede biensiempre encuentra recompensa.

    V

    Un domingo en la tarde estaba yo sentado en lastrancas del establo prosigui Cenobio,esperando la hora de dar de comer a la boyada,para vigilar que no le quitaran el pienso a mi yunta,cuando me toc el hombro don Pedro.

    En qu piensas, Cenobio? me pregunt.En que hay aqu en la hacienda mucho

    terreno desperdiciado.Cmo as?Pues, mi amo, todo ese que est cubierto

    por la laguna, y que es una especie de lodazal entiempo de seca.

    Ah!, s! la cinega. Pero eso no tieneremedio; no sirve para nada. Adems, Cenobioharta tierra tenemos, si necesidad de esa.

    Tenemos! No, mi amo, tiene usted le

  • dije.Y en eso quedamos.A los tres o cuatro das me llam don Pedro, y

    me dijo:Te acuerdas de lo que hablamos de la

    cinega?S, mi amo.Pues te voy a permitir que hagas en ella lo

    que quiera, como si fuera tuya.Por cunto tiempo, mi amo?Por todo el que t quieras; y desde hoy

    puedes hacerte cargo de ella. Me pagars un durode renta al ao; pero el da que la dejes, vuelve a mipoder, con todas las mejoras que hayas hecho.

    Convine en todo y me puso a trabajar paradarle salida al agua de la laguna.

    Es decir que la desecaste corrigi Julincon petulancia.

    Eso es, la sequ. Y cuando lleg la seca nohubo fango, y cuando volvieron las aguas se ibanpor la zanja. Y entonces sembr de trigo primero, yme dio trescientos por uno. Y luego sembr maz, yme dio tres mazorcas y dos morchetes cada mata.

    Caramba! exclam Julin que con los ojosde la imaginacin vea amontonarse las cargas detrigo, y las mazorcas de maz, en inmensas trojes.

    Ya para el segundo ao prosigui elranchero, ar con bueyes mos, y unas vecessembr trigo, otras cebada, otras maz, otras habas,y todo se daba como si estuviese bendito. Y en esose muri mi amo, de repente, sin dejar nada escrito,y vinieron unos sobrinos de Espaa y otros deDurango y empezaron a pleitear, y cuando ya sehaban gastado muchos pesos entre jueces yescribanos y licenciados, se arreglaron y quisieronvender la hacienda. Y en eso estamos.

    Qu quiere decir que en eso estamos? pregunt Julin con los ojos brillantes comocarbunclos.

    Que voy a comprarles la hacienda.T?Yo.

  • Cunto piden?Nos hemos arreglado en cuarenta mil pesos.Cuarenta mil!Justamente. Y te vengo a buscar para que

    vayamos a casa de don Mateo.El escribano?Pues, para que leas lo que tengo que firmar,

    pues siempre t entiendes de eso ms que yo;como que tienes letras.

    Julin no esper a que le repitiera Cenobio sudeseo. En dos saltos lleg a donde estaba colgadosu sombrero, tom al paso su zarape, yechndoselo al hombre, dijo:

    Estoy listo.Bueno. Ya ves que te doy gusto, pues te

    hago hacendado, porque esa hacienda ser para ti,como todo lo que yo gane. Ahora quiero que ttambin me des gusto.

    De qu manera?Eligiendo una carrera. Abogado, mdico o

    ingeniero.Julin se detuvo reflexivo.Cualquiera de las tres?La que te guste.Entonces ser abogado!Venga la mano exclam Cenobio. Y mal

    haya quien se raje!Mal haya, repiti Julin dejando caer su

    derecha delicada en la ancha mano de Cenobio.Y fueron juntos a otorgar la escritura, y Cenobio

    pag en buenas onzas de oro los cuarenta milpesos que importaba la hacienda de San Pedrito,cuando el futuro Papiniano le asegur con supetulancia habitual, que todo estaba en regla.

  • Captulo octavo

    EN EL QUE CONTINA LA HISTORIA DE JULIN

    I

    Julin sali a los pocos das de Mxico,acompaado de Cenobio y del cura, quienes loinstalaron convenientemente, matriculndolo en elColegio de San Ildefonso, donde a la sazn seencontraba lo mejor de la juventud aristocrtica delpas, como en Letrn la ms avanzada en ideas.

    Julin llevaba sus costumbres de pueblo, era unpayo, y sirvi de hazmerrer a sus compaeros, decuyas chanzas y maldades fue paciente vctima, sinquejarse, sin murmurar, hasta que lleg adominarlos con su mansedumbre, concluyendo porser el jefe reconocido de todos sus condiscpulos,que se rindieron ante su ingenio manifiesto y subondad fingida.

    Julin observ a sus condiscpulos, se fij enaquellos que pertenecan a familias msencumbradas, y con stos se lig de preferencia,imitando sus modales, estudindolos con tanminucioso esmero y tanta tenacidad, que llegaba aapropirselos, pareciendo naturales en l. Asmodific su acento bronco, sus maneras bruscas,su andar pesado, y concluy por ser citado comomodelo entre aquellos a quienes haba copiadoeclcticamente.

    En las vacaciones logr visitar las casas de suscompaeros ms encumbrados, relacionndose

  • con las mejores familias y preparndose el terrenopara lo porvenir.

    Estoy desecando mi pantano se deca.Estudiaba poco, lo estrictamente

    indispensable; pero con eso y su audacia lesobraba para ocupar el primer puesto a la hora delos exmenes, dejando deslumbrado al tribunal consus citas oportunas y de una fidelidad pasmosa,llenando de orgullo y asombro a sus catedrticos.

    II

    Mientras tanto, Cenobio haba seguido prosperandoy acab por comprar una hacienda que lindaba conla suya, llamada Agua Sarca, y que perteneca unasociedad.

    Con motivo de la compra de Agua Sarca, serelacion Cenobio con la familia de don EusebioRiao, propietario de dos de las mejores haciendasde aquel valle magnfico, y acab por enamorarsede Paula, la mayor de las dos hijas de don Eusebio,casndose con ella al poco tiempo.

    Cuando Cenobio consult con Julin suproyecto de matrimonio, el joven estudiante hizo ungesto significativo.

    Qu quieres decir con eso? le preguntCenobio.

    Nada chico, me despido de mis haciendas.No seas tonto, Julin. Ya sabes que yo no

    tengo ms que una palabra. Desde luego te dirque Agua Sarca est puesta en cabeza tuya.

    Y no me lo decas! prorrumpi Julinechndose al cuello de su primo, quien continuimpasible.

    Pero eso no es nada. Yo me caso con Paulapor ti.

    Eh?Pues! Sbelo, Paula tiene slo una

    hacienda, que heredar a la muerte de su padre.Que ser pronto, porque el viejo Riao est

    tsico, segn recuerdo interrumpi el estudiantecon sonrisa diablica.

  • Dios prolongue sus das, que mal clculo esel que se hace sobre la vida del prjimo. Pues bien,Carmen, la hermana de Paula, tendr tambin otrahacienda, heredada del padre, y cuenta ya concuatro que le dej su padrino.

    Y qu?Que t te casars con Carmen, si es que te

    conviene; y con lo de ella, y con lo mo, sers elhacendado ms rico que habr desde el valle deMxico hasta el de Chalchicomula, donde estn lastierras de Carmen.

    Pero t llegars a tener hijos.O no los tendr, eso slo Dios lo sabe. Por

    ahora t eres mi hijo nico y no me ocupo sino de tuporvenir.

    Pues que Dios te haga bien casado,Cenobio concluy Julin, que rpidamente echsus cuentas y vio que nada tena que perder, y smucho que ganar.

    III

    Casse Cenobio, Julin asisti a la boda y cautiva la inocente Carmen, ante cuyos ojos aparecicomo el prototipo de la elegancia, de la ciencia y decuanto bueno y grato hay en la tierra.

    Las vacaciones siguientes las pas Julin encasa de su primo. La familia estaba de luto por lamuerte del seor Riao, lo que no impidi queCarmen y el estudiante pelaran la pava y queconcertaran su matrimonio para cuando concluyerael luto.

    Pero Cenobio no consinti en ello, recordandoa Julin su solemne promesa de recibirse deabogado para lo que le faltaban dos aos.

    Cuanto hicieron Carmen y Julin por ablandar aCenobio, fue perfectamente intil.

    Al toro se le coge por las astas y al hombrepor la palabra repeta el ranchero. Treme elttulo de abogado y yo te llevar a Carmen. Y hastaque no vengas despachado, no vuelves a poner unpie en mi casa.

  • Y as fue. Julin volvi a Mxico dispuesto a noperder un solo da; pero contaba sin la huspeda,sin su apata habitual, sin su indolencia ejemplar.

    Volvi a frecuentar la buena sociedad, seentreg a las mil vanidades en que cifraba suventura y desatendi el estudio.

    En esa poca lleg a Mxico la familia Dardelley Julin se enamor de Luisa y de su fortuna.

    Pas balance y encontr que la hija del seorDardelle tena ms dinero que la de Riao, itemms, era ms guapa, de familia mejor considerada,y de una educacin muy superior a la de Carmen.Se resolvi por la primera, sin quemar sus naves,pues consider que en todo caso, comocompensacin y a mal componer, poda un hombrede gusto resignarse a las cinco haciendas de lahuamanteca, a quien no ces de escribir epstolasapasionadas, que enloquecan a la pobre chica,incapaz de comprender cuntas serpientes seocultaban entre tantas flores retricas.

    Por eso cuando Julin vio a su amigo MartnVarela en el palco del seor Dardelle y not cmose trataban ambos primos desde el primermomento, comprendi que todo estaba perdido,pues conoca la pasin que abrigab