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Colecci6n: PU.,.rrno H.I. . DE VIS1'A

" y vi un cielo nuevo y u na nueva tierra .... (Apoc. !21, 1)

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ENSAYOS SOBRE

LA CONDICION OBRERA

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EDICIONES NOVA TERRA Apartado 1449

BARCELONA

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Colección: PU,..'TO H DE VISTA

" y vi un cielo nuevo y una nueva tierra (Apee. 21, t) .. �

r SIMONE WEIL

ENSAYOS SOBRE

LA CONDICION OBRERA

EDICIONES NOVA TERRA Apartado 1449

BARCELONA

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TRES CARTAS

A LA SE�ORA ALBERTINE THEVENON ( 1)

(1934-1935)

Querida Albertine :

Aprovecho las vacaciones forzosas que me impone una ligera enfermedad (principio de otitis, no es nada) para char­lar un poco contigo. Durante Jas semanas de. trabajo me cuesta mucho hacer cada nuevo esfuerzo, además de los que ya tengo por obligación. Pero no es esto solamente Jo que me retiene: es la multitud de cosas que tengo por decir y la imposibilidad de expresar lo esencial. Quizá, más tarde, las palabras justas me vendrán a la pluma. Ahora me parece que, para expresar lo que importa, sería necesario usar otro lenguaje. Esta experiencia, que se corresponde en muchos aspectos con lo que esperaba, en otros se ve separada de ello por un abismo : es la realidad, no ya la imaginaCi6n. Y esta realidád ha hecho cambiar en mí no ya esta o aquella idea (por el contrario, muchas de ellas se me han confirmado), .sino infinitamente más: mi perspectiva total sobre las cosas, el sentimiento mismo que tengo de la vida. Conoceré aún la alegría, pero parece que ciertos afectps del corazón me serán

(1) Véase referencias a la señora Thévenon en el estudio intro­ductivo que precede a la presente edición (Nota de la edición cas. t«llana.)

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en adelante imposibles. Pero voy demasiado lejos: se envi­lece lo inexpresable al querer expresarlo.

Por lo que concierne a las cosas expresables, he aprendido bastante sobre la organización de una empresa. Es algo in­humano: un trabajo en serie, a destajo, es una organización puramente burocrática de las relaciones entre los diversos elementos de la empresa, de las diferentes operaciones de trabajo. La atención, privada de objetos dignos de ella, se ve obligada a concentrarse segundo a segundo sobre un pro­blema mezquino, siempre el mismo, con variaciones: hacer 50 piezas en 5 minutos y no en 6, o cualquier cosa por el estilo. Gracias al cielo, hay que aprender los «trucos» de

las diversas operaciones, lo cual de vez en cuando propor­ciona cierto interés a esta carrera de la velocidad. Pero lo que me pregunto es cómo todo esto puede llegar a ser huma­no: ya que si el trabajo en serie no fuera a destajo el abu­rrimiento que lleva consigo aniquilaria considerablemente la atención y producida una lentitud considerable y monto­nes de piezas malas. Y si el trabajo no fuera en serie ... Pero no tengo tiempo para desarrollar todo esto por carta. Sola­mente al pensar que los grandes jefes bolcheviques preten­dían crear una clase obrera libre, y que ninguno de ellos -Trotsky seguro que no, Lenin creo que tampoco- había puesto los pies en una fábrica y por consiguiente no tenian la menor idea de las condiciones reales que determinan la esclavitud o la libertad para los obreros, la política me pa-rece una siniestra gamberrada (1).

· Debo decir que todo es�o se refiere al trabajo de peonaje. •

Sobre el trabajo de los especialistas tengo que aprenderlo •... casi todo. Esto ya llegará, espero.

Para mí, esta vida es, con sinceridad, bastante dura. So­

bre todo porque el dolor de cabeza no se ha dignado ausen-

(1) Exactamente utiliza S. Weil el término francés rigolade (N. E. C.). 16

tarse para facilitarme la experiencia, y trabajar en una má­quina con dolor de cabeza es algo penoso. Sólo los sábados por la tarde y los domingos respiro un poco, me encuentro a mf misma, y recupero la facultad de reasumir alguna idea en mi mente. En general, la tentación más dificil de rechazar en semejante vida, es la de renunciar a pensar: ¡se da uno tanta cuenta de que es el único sistema de no sufrir tanto! Primero, de no sufrir moralmente. Porque la situación misma borra automáticamente los sentimientos de rebelión. Hacer

tu trabajo con irritación sería hacerlo mal y condenarte a

morir de hambre; y no tienes a: nadie a quien acercarte fuera del trabajo mismo. Con los jefes, uno no puede tomarse el lujo de ser insolente y, generalmente, ni dan pie a ello. Así no te queda otro sentimiento posible ante la propia suerte .que la tristeza. Entonces sientes la tentación de perder pura y simplemente la conciencia de todo lo que no sea el «ir tirando» cotidiano y vulgar de la vida. Fisicamente, el vivir fuera de las horas de trabajo en una semisomnolencia es también una gran tentación. Tengo un gran respeto por los obreros que llegan a hacerse una cultura. Generalmente son tipos fuertes; claro, por lo menos es necesario que tengan alguna cosa en el estómago.· Pero también esto es cada vez más raro con el progreso de la racionalización. Y me pre­gunto si esto se da en la mano de obra especializada.

A pesar de todo, aguanto el golpe. Y n1 por un momento he sentido el haberme �anzado a esta experiencia. Por el con­trario, me felicito cuantas veces lo pienso. Pero, cosa curiosa, pienso raramente en ello. Tengo una facultad de adaptación casi ilimitada, que me permite olvidar que soy un «profesor

titulan de mariposeo en la clase obrera, vivir mi vida actual como si desde siempre estuviera destinada a ella (lo que en cierto sentido es mucha verdad) y que esta forma de vida

debe durar perpetuamente como si me fuera impuesta por

una necesidad ineluctable y no por mi libre elección.

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en adelante imposibles. Pero voy demasiado lejos: se envi­lece lo inexpresable al querer expresarlo.

Por lo que concierne a las cosas expresables, he aprendido bastante sobre la organización de una empresa. Es algo in­humano: un trabajo en serie, a destajo, es una organización puramente burocrática de las relaciones entre los diversos elementos de la empresa, de las diferentes operaciones de trabajo. La atención, privada de objetos dignos de ella, se ve obligada a concentrarse segundo a segundo sobre un pro­blema mezquino, siempre el mismo, con variaciones : hacer 50 piezas en 5 minutos y no en 6, o cualquier cosa por el estilo. Gracias al cielo, hay que aprender los «trucosi> de las diversas operaciones, lo cual de vez en cuando propor­ciona cierto interés a esta carrera de la velocidad. Pero lo que me pregunto es cómo todo esto puede llegar a ser huma­no: ya que si el trabajo en serie no fuera a destajo, el abu­rrimiento que lleva consigo aniquilaría considerablemente la atención y produciría una lentitud considerable y monto­nes de piezas malas. Y si el trabajo no fuera en serie ... Pero no tengo tiempo para desarrollar todo esto por carta. Sola­mente al pensar que los grandes jefes bolcheviques preten­dían crear una clase obrera libre, y que ninguno de ellos -Trotsky seguro que no, Lenin creo que tampoco- había puesto los pies en una fábrica y por consiguiente no tenían la menor idea de las condiciones reales que determinan la esclavitud o �a libertad para los obreros, la política me pa-rece una siniestra gamberrada (1).

· Debo decir que todo esto se refiere al trabajo de peonaje.

Sobre el trabajo de los especialistas tengo que aprenderlo •.. casi todo. Esto ya llegará, espero.

Para mí, esta vida es, con sinceridad, bastante dura. So­bre todo porque el dolor de cabeza no se ha dignado ausen-

(1) Exactamente utiliza S. Weil el término francés rigolade (N. E. C.).

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tarse para facilitarme la experiencia, y trabajar en una má­quina con dolor de cabeza es algo penoso. Sólo los sábados por la tarde y los domingos respiro un poco, me encuentro a mi misma, y recupero la facultad de reasumir alguna idea en mi mente. En general, la tentación más difícil de rechazar en semejante vida, es la de renunciar a pensar: ¡se da uno tanta cuenta de que es el único sistema de no sufrir tanto! Primero, de no sufrir moralmente. Porque la situación misma borra automáticamente los sentimientos de rebelión. Hacer tu trabajo con irritación sería hacerlo mal y condenarte a morir de hambre; y no tienes a: nadie a quien acercarte fuera del trabajo mismo. Con los jefes, uno no puede tomarse el lujo de ser insolente y, generalmente, ni dan pie a ello. Así no te queda otro sentimiento posible ante la propia suerte que la tristeza. Entonces sientes la tentación de perder pura Y simplemente la conciencia de todo lo que no sea el «ir tirando» cotidiano y vulgar de la vida. Físicamente, el vivir fuera de ias horas de trabajo en una semisomnolencia es también una gran tentación. Tengo un gran respeto por los obreros que llegan a hacerse una cultura. Generalmente son tipos fuertes ; claro, por lo menos es necesario que tengan alguna cosa en el estómago. Pero también esto es cada vez más raro con el progreso de la racionalización. Y me pre­gunto si esto se da en la mano de obra especializada.

A pesar de �odo, aguanto el golpe. Y nt por un momento he sentido el haberme lanzado a esta experiencia. Por el con­trario, me felicito cuantas veces lo pienso. Pero, cosa curiosa, pienso raramente en ello. Tengo una facultad de adaptación casi ilimitada, que me permite olvidar que soy un «profesor titular» de mariposeo en la clase obrera, vivir mi vida actual como si desde siempre estuviera destinada a ella (lo que en cierto sentido es mucha verdad) y que esta forma de vida debe durar perpetuamente como si me fuera impuesta por una necesidad ineluctable y no por mi libre elección.

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No obstante, te prometo que cuando no pueda más iré a descansar a cualquier parte, quizá con vosotros. .. . . . . . .. ... . . .

Me doy cuenta ��e ���·he .. dio� d�· �j� c��P·�e:.�s d·� trabajo. Lo dejo para otra ocaslon. Pero también esto es difícil de expresar . . . Son muy a:ru.ables, mucho. Pero la ver­dadera fraternidad, casi no la 'h.e notado. Una excepción: el del almacén de las herram1a11tas, obrero especjalizado, exc..�lente obrero, y a qUien ae1MJ:o siempre que me veo re­ducida a la desesperación por Un trabajo que no consigo ha­cer bien. Es cien veces más amable y más inteligente que

los capataces (los cuales no son más que peones especiali­zados). No hay muchos celos entre las obreras, aunque de hecho se hacen la competencia, corno consecuencia de la or­ganización de la fábrica. No conozco más que tres o cuatro verdaderamente simpáticas. En cuanto a los obreros, aigu­nos parecen muy elegantes. Pero hay pocos donde estoy yo, fuei-a de ¡os capataces, que no sean verdaderos camaradas. Espero cambiar de taller, dentro de algún tiempo, para am­pliar así mi campo de experiencia. . . . . . .. . . . . . . . . . . • • • . ... .. . . . .

.. . . Bien, hasta otra. Contéstame pronto. S. W.

• • •

Querida Albertine : Me parece que has interpretado mal mi silencio. Tú crees que me siento cohibida y que no puedo expresarme franca­mente. No, en modo alguno; es el esfuerzo de escribir lo que me resulta demasiado pesado. Lo gue tu larga carta ha removido en mí es el deseo de decirte que estoy profunda-

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mente contigo, que todos mis instintos de fidelidad a la amistad me llevan a tu lado .

Pero con todo esto, yo comprendo cosas que quizá tú no pued�s comprender, porque eres demasiado distinta. Mira, tú vives tan inmersa en el presente -y te quiero por eso­c¡ue no te figuras, quizás, lo que es el concebir toda la propia vida ante uno mismo, y tomar la resolución firme y constan­te de hacer algo de ella y orientarla de un extremo al otro por la voluntad y el trabajo en un sentido determinado. Cuan­do uno es así y yo soy así -luego, sé lo que es-, l? .peor del mundo que un ser humano puede hacernos es afllg1rnos con sufrimientos tales que rompan la vitalidad y, por con­siguiente, la capacidad de trabajo.

Demasiado sé (a causa del dolor de cabeza) lo que es el saborear, así, la muerte en vida. Ver los años correr ante ti, tener mi� cosas con las cuales llenarlos, pensar q;ie la debilidad física te forzará a dejarlos vacíos, y que solo el trabajo de superarlos día a día ya será un esfuerzo agotador.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . Q�erf� h�·bla�.t� �� ���o 0de mí, pero no tengo tiempo. He sufrido mucho en estos meses de esclavitud, por nada del mundo quisiera no haberlos conocido. Me han permitido pro­barme a mí misma y palpar con mis manos lo que sólo ha­bía podido imaginar. He salido muy distinta de como era cuando entré -estoy físicamente agotada, pero moralmen­te endurecida (tú comprenderás en qué sentido lo digo).

Escríbeme a París. Me han destinado a Bourges. Está le­jos. No tendremos muchas posibilidades de vernos.

Te abraza Simone.

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• • •

Querida Albertine: Qué bien me hace el recibir una palabra tuya. Hay co­sas so

,bre las cuales sólo nos comprendemos tú y yo. Tú vi­ves aun Y n� pu�des imaginarte cuánto me alegro. Tfi m�recias liberarte. La vida vende caros los progresos que te pide hacer. Casi siempre a precio de dolores intole­rables. . . . . . . .. .

¿Sabes?, se me h� �·�rrldo ·��a

· fde� . e� . �st� .

p��·ci��· ¡��� tante. Nos veo a las do d t 1 . s, uran e as vacac10nes con algunas perras en el bolsillo, andando por las carretera;, los caminos Y

_los campos, con la mochila a la espalda. Unas veces dor­

�iremos en las granjas. Otras, ayudaremos en la siega a cam­bio re la comida. ¿Qué te parece? . . . . .. - · - . . .

Lo que dices de l a rábrÍ�� �� h� ri�gad� d�re�ho al co-razón. Esto es lo :mismo que yo sentía desde la infancia. y es esto I? que ha hecho necesario que yo terminara por ir ª,la fábr1ca, Y lo que me daba aquella tristeza de ·antes que tu no comprendías.

. j Pero una vez gentro, cuán distinto es l Ahora es así como siento la cuestión social: una fábrica (esto debe 1 tú sentiste este día en Saint-Chamond lo m1'smo

ser o qhue

t'd • que yo e sen 1 0 tan a menudo) es un lugar en el cual uno choca du-ramente, dolorosamente; pero, a pesar de todo con alegría con la vida de verdad. No es éste un lugar triste donde un� no hace más que obedecer, sentirse obligado a romper cuan­to .de humano hay en nosotros, doblarse, dejarse hundir de­bajo de la máquina.

Una vez tan sólo he sentido plenamente, en la fábrica, lo 20

que babia presentido, como tú, desde fuera. Fue en ml pri­mer taller. Imagíname delante de un gran horno, que escupe afuera llamas y soplos encendidos que recibo en plena cara. El fuego sale de cinco o seis agujeros que est�n en la parte baja del horno. Me pongo delante para meter unas treinta bobinas grandes de cobre que una obrera italiana de rostro animoso y abierto fabrica a mi lado; estas bobinas so11 para los tranvías y los metros. He de estar muy atenta a fin de que ninguna d� las bobinas caiga en uno de los agujeros, ya que se fundiría; para ello he de ponerme justamente delan­te del horno y procurar que el dolor de los soplos inflamados sobre mi cara y el fuego sobre mis brazos (tengo ya una cicatriz) no me obligue a un falso movimiento. Hago bajar la puerta del horno; espero algunos minutos; levanto la puerta y con una palanca retiro las bobinas puestas al rojo tirándolas hacia mí con rapidez (de lo contrario, las últimas se fundirían) y con muchísimo más cuidado que nunca, ya que cualquier falso movimiento baria que cayeran por uno de los agujeros. Y después vuelvo a empezar. Delante de mí, sentado, un soldador con lentes azules y mirada grave tra­baja minuciosamente; cada vez que el dolor contrae mi cara, me dedica una sonrisa triste, llena de simpatía fraterna, que me hace un bien indecible. Al otro lado, un equipo de calde­reros trabaja alrededor de grandes mesas; trabajo realiza­do en equipo, fraternalmente, con cuidado y sin prisas; tra­bajo muy especializado, para el cual hay que saber calcular, leer complicados dibujos y aplicar nociones de geometría descriptiva. Un poco más lejos, un chico robusto golpea ba­rras de hierro con una maza, metiendo ruido como para rom­per el cráneo. Todo esto en un rincón del taller, al final de la nave, en el que uno se encuentra como en su casa y adonde el jefe de equipo y el jefe de taller no vienen jamás, por así decirlo. Pasé allí dos o tres horas en cuatro etapas (ganaba de 7 a 8 fr. la hora, y eso cuenta, sabes). La primera vez, al

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cabo de una hora Y media el calor . . me hicieron perder el cont�ol d 1 ' el c��anc10 y el d olor

bajar }a puerta del horno Al :eros mov1m1entos: no podía

ros (todos grandes tipos) ;e ab I esto, uno <le los .. caldere­

gar. Si pudiese l í a anz6 para hacerro en mi lu-

' vo ver a en seguid . ller (o, por lo menos en cuant

ª.

a ese rinconcito del ta-

zas). Por las noches ' exp . o hubiese recuperado las fuer-

er1mentaba la 1 -

pan bien ganado. ª egr1a de comer un

Pero éste es un caso tí.ni . . de fáhrica. Para mí

, clo en m1 experiencia de la vida

, persona mente he ah' l ficado trabajar en fábr· H

' 1 o que ha signi-

razones exteriores (que1C:�tese

c;�rido _deci� que todas las

cuales se basaba el sentimiento d a Y_º �nt:i:10res) sobre las

a mi misma. en dos o tres se� mi d1gm_dad y :1 respeto

destrozadas bajo el golp d as �an s1do radicalmente

Y no creas que me hayae

su:c�t� pres16_n ?ruta! Y cotidiana.

No, sino todo lo contr . l a o movimientos de rebelión.

soñar: la docilidad U ario, � .cosa que más lejos estaba de

· na docilidad de be t' d . da. I\Ie parecía que había n "d

s ia e tiro resigna-

para ejécutar órdenes -qu:c\:d Pª{ª e�perar, para recibir,

más que esto-a a vida no había hecho

, que nunca haría nad -" rguliosa de confesarlo :i:::ste 1 .

a mas. No me siento

< ual ningún obrero habla . es e tJpo de sufrimiento del

1 pensarlo. Cuan do la enfe=�s �duele demasi ado, incluso

1 ajar, he tomado plena con . ª. me ha obligado a no tn1·

•'aía Y me he jurado asumi .c 1en.c1a �e la .bajeza en Ja cual

que logre, a pesar de eJJa J e�ta ex1stencia basta el día en

palabra. Lentamente en �lvo ve� � superarme. Cumpl[ mi

a través de la esclavitud el :���m�ento, he �ec�nquistado,

ser humano, un sentim:ie�L n imiento de m1 dignidad de

terior esta vez, Y acom añ� que. n o se apoyaba en_ nada ex·

'{Ue no tenía derech 1 p do siempre de Ja conciencia de

de sufrimiento ·Y hu':r:llgu?o ª nad�, que cada instante libre

gracia, como un simple :�:e�es

ddeb1a ser recibido como una

0 e azares favorables.

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Hay dos factores en esta esclavitUd : la veloci dad y las

órdenes. La velocida d: para «llegar» hay que repetir mov:i·

miento tras movimiento con una cadencia que, al ser más

rápida que el pensamiento, prohíbe dejar curso libre no sólo

al pensamiento, sino incluso a los sueños. Al ponerse uno

ante la máquina, le es preciso matar el alma ocho horas dia­

rias, el pensamiento, los sentimientos, todo. Ya estés irri·

!a do, trist� o disgustado ... , trágate; debes hundir en el ton­

do de ti q>.ismo la irritación, la tristeza o el disgusto: frena­

rían la c�dencia. Y lo mismo ocurre con la alegrla. Las órde­

nes : deSde que fichas al entrar hasta que ficbas al salir,

puedes recibir cualquier orden. Y siempre hay que callar y

obedecer. La orden puede ser penosa o peligrosa de ejecu­tar, e incluso irrealizable. O bien dos jefes dan órdenes con­

tradictor,ias. No importa: callar y doblegarse. Dirigir ta pa­

labra a un jefe -incluso para una cosa indispensable- es

siempre, aunque sea un tipo simpático (incluso los tipos siin­

páticos tienen momentos de humor), exponerse a ser repren

dido. Y cuando esto ocurre, también hay que callarse. En

cuanto a tus propios accesos de irritación o mal humor, tie­

nes que tragártelos, no pueden traducirse ni en palabras ni

en gestos, ya que los gestos \Tienen determinados a cada ins­

tante por el trabajo. Esta situación hace que el pensamiento

se reseque, se retire, como la carne se retira ante un bistu­

rí. No se puede ser «consciente».

Huelga decir que todo esto se refiere al trabajo no es-

pecializado (sobre todo al de las mujeres).

-Y en medio de todo esto, una sonrisa, una palabra de

bondad, un instante de contacto humano tienen más valor

que las amistades más íntimas entre los privilegiados gran­

des o pequeños. Sólo ahí puede saberse lo que es en verdad

la fraternidad humana. Pero hay poca, muy poca. Lo más

corriente es que las mismas relaciones entre camaradas re­

fiejen la dureza que lo domina todo allá dentro.

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En fin, demasiada charla. Escribiría volmnenes enteros sobre ello.

s. w.

Quería decirte también algo más : siento que el paso de esta vida tan dura a mi vida normal me corrompe. Ahora comprendo lo que es un obrero que llega a serlo «permanen­temente». Resisto todo lo que puedo. Si aflojara, lo olvida­ría todo, me instalaría en mis privilegios sin querer pensar que son privilegios. Estáte tranquila, no me dejaré llevar. Por lo demás, he perdido mi jovialidad ahí en esta existen­cia; guardo en el corazón una amargura imborrable. A pe­sar de todo, estoy contenta de haber vivido todo esto.

Guarda esta carta. Volveré a pedírtela quizá un día s1 quiero reunir todos mis recuerdos de esta vida de obrera. No para publicar nada (por lo menos no lo pienso), sino para defenderme a mí misma de la tentacifu del olvido. Es difícil no olvidar cuando se cambia tan radicalmente de modo de vida.

CARTA A UNA ALUMNA

(1934)

Querida pequeña:

Hacía mucho tiempo que querra escribirte, pero el traba·

jo de fábrica no invita mucho a la correspondencia. ¿ Cómfl

has sabido lo que hacía? ¿Por las hermanas Dérieu, tal vez?

De hecho, poco importa, ya que también quería decírl�o.

Por lo menos no hables de ello a nadie, ni siquiera a Mariet­te si no lo has hecho ya. Este es el «Contacto con la vida

r:al» del c-:.ial te habia hablado. Lo consegui gracias a un

favor; uno de mis mejores compañeros conoce al adminis·

trador-delegado de la Compañfa, le explicó mi deseo Y el otro

comprendió lo cual denota una amplitud de esp[ritu real·

mente exce�cional en esa clase de gente. En estos tiempos

es casi imposible entrar en una fábrica sin certificado de

t,rabajo, sobre todo cuando se es, como yo, lenta, torpe Y poco

robusta. Quiero decirte en seguida -por si acaso quisieras orien-

tar tu vida hacia un rumbo semejante- que, aunque mi fe·

licidad -por haber llegado a trabajar en una fábrica- es

muy grande. no lo es menos por el hecho de no estar :nca­

denada a este trabajo. Simplemente, he tomado un ano de

vacaciones «por estudios personales». Un hombre, si es muy

listo, muy inteligente y muy robusto, pue.de racionalmente

esperar, dado el es�a.do actual de la industria francesa, llegar

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en la fábrica a un puesto en el cual le sea permitido traba­jar de una manera interesante y humana; pero incluso estas posibilidades disminuyen cada dfa con el progreso de la ra­ci.onalización. Las mujeres están confinadas en un trabajo ;JJSolutamente maquinal, que no exige otra cosa que rapi­;:i8Z. Cuando digo maquinal no imagines que puedes soñar 1·� otra cosa cuando lo haces, ni mucho menos reflexionar. >:o, lo realmente trágico de esta situación es que el trabajo (' demasiado maquinal para ofrecer material al pensamien­t<J, y que además de ello prohíbe también cualquier tipo de

p.ensamiento. Pensar equivale a ir menos de prisa; y hay normas de velocidad establecidas por burócratas despiada­dos, que hay que seguir para no ser despedido y para ganar lo suficiente (el salario es a tanto por pieza). Yo no puedo to­davía con ellas, por muchas razones: la falta de hábito, mi poca habilidad natural, que es considerablemente pequeña; una cierta lentitud, también natural, en los movimientos; el dolor de cabeza y una cierta mania de pensar, de la cual no consigo desprenderme. En cuanto a las horas de descan­so, teóricamente existen en grado suficiente con la jornada de 8 horas, pero prácticamente quedan absorbidas por un cansancio, que a menudo llega hasta el embrutecimiento. Si quieres completar el cuadro, añádele que se vive en la fá­brica en una atmósfera de subordinación total, perpetua y humillante, siempre a las órdenes de los jefes. Claro que todo esto te hace sufrir más o menos según el carácter, la fuerza física, etc. Habría que precisar más, pero a grandes rasgos es así.

Todo esto no impide que -aun cuando sufra- sea mucho más feliz de estar donde estoy de lo que pueda decir­te. Lo he deseado desde no sé cuántos años, y no lamento el no haber llegado hasta ahora, porque sólo ahora soy ca­paz de sacar todo el provecho que esta experiencia supone para mí. Sobre todo, porque experimento la sensación de

'

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haber salido de un mundo de abstracciones y de encontrar­

me entre los hombres reales: buenos o malos, pero de una

bondad o de una maldad verdaderas. La bondad sobre todo,

en una fábrica, es una cosa real cuando existe; el minimo

acto de benevolencia, desde la simple sonrisa hasta el ser­

vicio prestado, exigen vencer la fatiga. la obsesión �el _sala­

rio todo lo que agobia e incita a replegarse sobre s1 mismo.

El'

pensar mismo pide un esfuerzo casi milagros.o para

_ele­

varse por ·'encima de las condiciones en que se vive. Ah1 no

ocurre como en la universidad, donde a uno le pagan por

pensar di por lo menos por hacer algo semejante; ahí la ten­

dencia es más bien a pagar por no pensar; luego, cuando s_e

percibe un deste11o de inteligencia, se está se�uro de no eqm­

vocarse. Fuera de esto, la3 máquinas en si mismas me atraen

y me interesan vivamente Y confieso que estoy en ur:a fá­

brica para informarme sobre cierto número de cuestiones

muy precisas, que me preocupan y que no puedo enumerar. · Ya he hablado bastante de mí. Hablemos de ti. Tu carta

/me ha asustado. Si persistes en tener como principal obje­

tivo el conocer todas las sensaciones posibles -aunque esto,

como estado de espíritu pasajero, es normal a tu edad- no

llegarás muy lejos. Me gustabas mucho más cuando me de­

cías querer tomar contacto con la vida real . Quizá creas �ue

lo que pretendes ahora es lo mismo, pero de hecho es.

J�s­

tamente todo lo contrario. Hay personas que no han v1v1do

más que sensaciones y para las sensaciones; André Gide es

un ejemplo. Son verdaderamente los engaña�os por la vida,

y, como que sienten confusamente, caen s1empr� en una

profunda 'tristeza de la que no les queda otra sall?a que la

de aturdirse hundiéndose miserablemente en si mismos. La

realidad de la vida no es la sensación, es la activldad, y en­

tiendo la actividad no sólo en el pensamiento, sino en la ac­

ción. Los que viven de sensaciones no son otra cosa, mate­

rial y moralmente, que parásitos con relación a los hombres

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q�e trabajan _Y crean, que son los únicos que son hombr�. Añado,

_ademas, que estos últimos, que no buscan sensacio­

nes, reciben no obstante muchas más, más vivas y más pro­fundas, menos artüiciales y más verdaderas que los otros que los engañados que las buscan. En fin, la busca de la sen� sació_n implica

. un egoísmo, que me horroriza en lo que a mí

concierne. Evidentemente, no nos impide la posibilidad de amar, pero dicho afán de sensaciones conduce a considerar a

.los seres amados como simples ocasiones de gozar 0 de su­

frir Y: p�r con.sigui.ente, a olvidar completamente que existen

por s1 m1smos. Quienes buscan sensaciones están vacfos. Vi­ven entre fantasmas. Sueñan en vez de vivir.

Por lo �ue s� refiere al amor, no tengo consejos que dar­te, pero s1

_varias advertencias. El amor es una cosa muy

grave ! sena en la que corremos el riesgo de comprometer para �iempre la propia vida y Ja de otro ser humano. El ries­go �x1ste siempre, a menos que uno de los dos haga del otro su J�guete; pero en este caso, muy frecuente, el amor se convierte en algo odioso. Mira; lo esencial del amor consis­t�, en sum�, en �ue un ser humano se encuentre con que hene necesidad vital de otro ser -necesidad recíproca 0 no dura��ra o no, según los casos-. El problema consiste e� conCll�ar s�ejante necesidad con la libertad, y los hombres hJn discuudo sobre este problema desde tiempo inmemorial. Es por ello que la idea de buscar amor para ver ]0 que es, para �oner un poco de animación en una vida demasiado abur�1da, etc., me parece sumamente peligrosa y sobre todo pue�. Puedo decirte que cuando tenía tu edad -después también- !

. me venia la tentación de conocer el amor, la

ª?artaba diciéndome que era mejor para mí no correr el r�esgo de comprometer toda mi vida en una dirección impo­sible de prever, antes de haber llegado a un !!Tado de ma­�urez _que me permitiera saber exactamente lo <=>que yo pedia ª la Vlda en general y antes de tener conciencia de lo que

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esperaba de ella. No te digo esto corno ejemplo; cada vida se desarrolla según sus propias leyes·. Pero puedes encon­trar ahí materia de reflexión. Añado aún que el amor me parece llevar dentro de ti otro riesgo más terribÍe aún que el de comprometer toda la propia existencia : el riesgo de

convertirse en árbitro de otra existencia humana, en el caso de ser profundamente amada. Mi conclusión (que te doy úni­camente a título de información) no es que se haya de huir del amor, sino que no hay que buscarlo y hurgar en él, so­bre/ todo cuando se es muy joven. En este caso es mejor no en�ontrarlo, creo yo.

Me parece que tú podrías reaccionar contra el ambiente. Tienes a tu alcance el reino ilimitado de los libros; ·claro que esto no es todo, pero es ya mucho, sobre todo como p1·e­paración a una �ida más concreta. También quisiera verte más interesada en tu trabajo de clase, en el cual puedes aprender mucho más de lo que crees. Primero, trabaja: en la misma medida en que seas capaz de un trabajo seguido, serás capaz de cualquier otra cosa. Después, forma tu espí­ritu. No vuelvo a hacerte el elogio de la geometría. En cuai:­to a la física, ¿te sugeri ya este ejercicio : hacer la crítica de tu manual y de tu curso tratando de discernir lo que está bien razonado de lo que no Lo está? Encontrarás así una cantldad sorprendente de falsos razonamientos. Al tiempo que divertido, este juego es muy instructivo: lo lección que­da en la memoria sin que uno se dé cuenla. Para la compren­sión de la historia y la geografía, tú no tienes más que co­sas falsas, de puro esquemáticas; pero si las aprendes bien tendrás una base sólida para adquirir en seguida por ti mis­ma nociones reales sobre la sociedad humana en el tiempo y en el espacio, cosa indispensable para cualquiera que se preocupe de la cuestión social. No te hablo tampoco del fran­cés, estoy segura de que se va formando tu estilo.

Me he alegrado mucho al saber que estás decidida a pre-

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pararte para la Escuela Normal; esto me libera de una preo­cupación angustiosa. Y lo siento aún más porque me parece que esta decisión ha salido de ti misma.

Tienes un carácter que te condena a sufrir mucho toda la vida. Estoy segura de ello. Tienes demasiado ardor y de­masiada impetuosidad para poder adaptarte a la vida social de nueslra época. No eres la única. Pero sufrir no tiene im­portancia, ya que encontrarás también en ello grandes ale­grías. Lo que importa es no equivocar la vida. Y para ello hay que disciplinarse.

Lamento mucho que no puedas practicar algún deporte: eso es Jo que te haría falta. Trata aún de convencer a tus padres. Espero que, por lo menos, no te prohibirán tus ale­gres correrías por la montaña. Saluda a las montañas en mi nombre.

Me he dado cuenta en la fábrica cuán deprimente y hu· millante es el carecer de vigor, de maña, de seguridad en la apreciación. En este aspecto, nada puede suplir -desgraciá­damente para IIÚ- lo no adquirido antes de los 20 años. Ja­más te recomendaré bastante que ejercites cuanto puedas tus músculos, tus manos, tus ojos. Sin tales ejercicios, uno se siente particularmente incompleto.

Escríbeme, pero no esperes respuesta más que de vez en cuando. Escribir me cuesta un esfuerzo demasiado penoso. Escríbeme a 228, rue Lecourbe, París XV. Vivo en una ha­bitación muy cerca de la fábrica.

Goza de la primavera, sacíate de aire y de sol (si es que hay) y lee cosas bonitas.

$_ Weil.

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CARTA A BORIS SOUV ARINE

(1935)

Viernes

Apreciado Boris: Estoy obligada a escribirle unas líneas,

porque sin eso no tendría la valentía de dejar una huella es­

crita de las primeras impresiones de mi nueva experiencia.

La llamada pequeña y simpática nave ha resultado ser --co­

nocida de cerca- primero una nave enorme y después, so­

bre todo, una nave sucia, muy sucia, y en esta nave sucia

se encuentra un taller de aspecto particularmente desagra­

dable: el mío. Me apresuro a decirle, para tranquilizarle,

que al terminar la mañana me han sacado de allí y me han

depositado en un rinconcito tranquilo donde tengo posibili­

dades de estar toda la se.mana próxima; allí no estoy ante

una máquina. Ayer hice el mismo trabajo durante todo el día (embuti·

do en una prensa). Hasta las cuatro estuve trabajando a un

ritmo de cuatrocientas piezas hora (fíjese que mi salario por

hora eran tres francos) con la sensación de que trabajaba

duro. A las cuatro el contramaestre ha venido a decirme que

si no hacía ochocientas me despedirían: «Si a partir de este

momento hace usted ochocientas, quizá consentiré que se

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quede». Compréndalo, nos hacen una gran merced permltien· do que reventemos; encima hay que decir gracias. Sacan· do todas mis fuerzas he conseguido llegar a seiscientas por hora. Por lo menos me han permitido volver esta mañana (les faltan obreras porque la nave es excesivamente mala para que el personal sea estable y hay pedidos urgentes para armamentos). He hecho este trabajo una hora más y con un nuevo esfuerzo he llegado a sacar algo más de seiscientas cincuenta. Me han encargado diversas cosas más, pero siem· pre con la misma consigna: ir a toda mecha. Durante nueve horas diarias (ya que entramos a la una, no a la una y cuar· to, como le había dicho) las obreras trabajan así, literalmen· te sin un minuto de respiro. Cambiar de trabajo, buscar una caja, etc., todo se hace de prisa y corriendo. Hay una cade­na (es la primera vez que veo una, y esto me ha hecho daño) en la cual, me ha dicho una obrera, han doblado la velocidad en cuatro años; y todavía hoy un contramaestre ha reem­plazado a una obrera de la cadena de su máquina y ha trá­bajado diez minutos a toda velocidad (lo cual es muy fácil si descansas después) para demostrarle que debía ir más aprisa. Ayer tarde, a la salida, me encontraba en un estado de ánimo que ya puede usted imaginar (por suerte, el dolor de calJeza me deja respirar de vez en cuando); en el vestua· rio m� ha sorprendido ver que las obreras eran capaces de charlar y no parecía que tuviesen esta rabia concentrada en el corazón que a mi me ha invadido. Algunas, no obstan· te (dos o tres), me han expresado sentimientos parecidos. Son las que están enfermas y no pueden descansar. Usted sabe que el pedaleo que la prensa exige es muy malo para las mujeres; una obrera me contó que habiendo tenido una salpingitis no había podido conseguir otro trabajo que el de las prensas. Ahora, por fin, ha conseguido dejar las máqui· nas, pero su salud está definitivamente echada a perder.

En cambio, una obrera que está en la cadena y con la

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cual hemos venido juntas en el tranvfa, ha dicho que al cabo de algunos años, .e incluso al cabo de uno solo, se llega a no sufrir ya, aunque se continúa sintiéndose embrutecida. Creo que éste es el último grado de envilecimiento. Me ha conta­do cómo ella y sus compañeras han llegado a dejarse reducir a semejante esclavitud (por otra parte ya lo sabía). Hace cinco o seis años, me dijo, se ganaban 70 francos diarios, y «por 70 francos hubiéramos aceptado cualquier cosa, nos hubiéramos matado». Ahora, incluso algunas que no tienen necesidad absoluta de ello están contentas de ganar en la ca· dena cuatro francos por hora y primas. ¿Quién ha sido, pues, el que, dentro del mov.imiento obrero o llamándose a él mis· mo obrero, ha tenido el coraje de decir dtt.rante el período de salarios altos que se estaba envileciendo y corrompiendo a la clase obrera? Es verdad que los obreros han merecido su suerte: pero la responsabilidad es colectiva y el sufri­miento individual. Un ser con el corazón en su sitio ha de llorar lágrimas de sangre si se encuentra preso dentro de este engranaje.

En cuanto a mi, debe usted preguntarse qué es lo que me permite resistir la tentación de evadirme, ya que no exis­te necesidad alguna de que me someta a estos sufrimientos. Voy a explicárselo: lo que me pasa es que, ni aun en los momentos en que ya no puedo más, siento semejante ten­tación. Estos sufrimientos no los siento como míos, los sien­to como sufrimientos de los obreros, y el que yo personal· mente los asuma o no me parece un detalle sin importancia. Así, el deseo de conocer y comprende1· no tarda en llevál'· selos.

No obstante, no habría aguantado si me hubiesen dejado en aquel taller infernal. En el rincón en que ahora me en­cuentro estoy con obreros que no se desesperan. Jamás hu­biera podido creer que entre uno y otro lado de una misma nave pudieran existir tales diferencias.

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Bien, por hoy basta . . . Casi me arrepiento de haberle es­crito. Ya tiene usted bastante con sus penas para que venga yo a molestarle con cosas tristes.

Afectuosamente, s. w.

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FRAGMENTOS DE UNA CARTA A X.

{ ¿ 1933-1934?)

Muy señor mío : He tardado en re�ponderle porque no encuentro tiempo

para la visita que le prometí. No podré llegar a Moulins has­ta el lunes por la tarde, bastante tarde (hacia las 4), y de­beré regresar a las �- Si sus ocupaciones le permiten consa­grarme unas horas durante este intervalo, vendré. En este caso, no tendria más que fijarme lugar y hora, teniendo en cuenta que no conozco Moulins. Espero que lo podrá arre­glar. Creo será mejor hablar que escribirnos.

Por eso creo preferible dejar para nuestra próxima en­trevista lo que me ha venido a la mente al leer sus cartas. Quiero, solamente, señalar cierto punto que me inquietó ya al escuchar su conferencia.

Dice usted : Todo hombre es operador de series y anima­dor de sucesos (1).

Para· empezar, me parece que sería necesario distinguir diversas especies de relaciones ent¡·e el hombre y los succ-

(1) Es decir, realiza actos más o menos rutinarios o repetidos, y al mismo tiempo es capaz de acciones que modUican 1a natural�· za y se señalan en la historia. Con ello. el lnterlocutoi· de S. Wall pretende mantener la presencia de un poder, de personalidad, de libertad y de acción en el hombre asalariado y sometido a la opre­aión de mecanismos industriales. S. Weil responde a ella formulun­do una duda de tipo experimental (N. E. C.).

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sos que intervienen en su existencia, según represente un papel más o menos activo en relación a ellos. Un hombre pue­de crear sucesos (inventar . . . ), puede recrearlos por el pen­samiento, puede ejecutarlos sin pensarlos, puede servir de ocasión a sucesos pensados o ejecutados por otros, etc. ; esto es evidente.

Pero he aquí lo que me inquieta : cuando usted dice, por ejemplo, que el peón especializado deja de estar apriSionado por la serie en cuanto sale de la fábrica, evidentemente tie­ne usted razón. Pero ¿a qué conclusión llega usted? Si con· cluye que todo hombre, por oprimido que esté, conserva aún diariamente la ocasión de hacer actos de hombre y no se des· paja nunca de su cualidad de hombre, conforme. Pero si lo que concluye usted es que la vida de un peón especializado de Renault o de Citroen es una vida aceptable para un hom­bre deseoso de conservar su dignidad humana, no puedo se­guirle ya. Por otra parte, no creo que sea éste su pensamien­to -más aún, estoy convencida de lo contrario- ; pero me gustaría un máximo de precisión sobre este punto.

«La cantidad se cambia en cualidad», dicen los marxis­tas siguiendo a Hegel. Las series y los sucesos tienen lugar en toda vida humana, desde luego ; pero hay una cuestión de proporción, y podemos decir en general que existe un límite, en cuanto al lugar, que la serie puede ocupar en Ja vida de un hombre sin degradarlo.

En lo demás creo que estamos de acuerdo.

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CARTAS A UN INGENIERO

DIRECTOR DE FABRICA ( 1 ) (Bourges, enero-junio 1936)

Bourges, 13 enero 1936 Muy señor mío :

No puedo decir que su respuesta me haya sorprendido. Sí, esperaba otra, pero sin confiar demasiado en ella.

No trataré de def.ender el texto (2) que usted ha rehusa­' 1 0 . Si fuera usted católico yo no podría resistir a la tenta­Ción de mostrarle que el espíritu que inspira mi artículo, y que le ha sorprendido, no es otro que el espíritu cristiano puro y simpl e ; y creo que no me sería dificil hacerlo. Pero no puedo usar tales argumentos con usted. Por otra parte, tampoco quiero discutir. Usted es el jefe y no tiene por qué f,iar cuenta de sus decisiones.

Solamente quiero decirle que la «tendencia» que le pa­rece inadmisible había sido desarrollada por mi, con un de­signio y un propósito deliberados. Me dijo usted -repito sus propfos términos- que es muy difícil elevar a los obre­ros. El primero de los principios pedagógicos es que para

(1) Este ingeniero habfa fundado una pequeña revista obrera : •:mn�re nous». Por lo que se deduce de las cartas de S. Weil, el pe· r16d1co debía ser una publicación de empresa con un acusado ca­rácter paternalista.

(2) Véase el mismo a continuación de esta carta.

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elevar a cualquiera, niño o adulto, hay que empezar por ele­\'arlo a sus propios ojos. Y es cien veces más real este prin­cipio, cuando el principal obstáculo de este desenvolvimien­to reside en unas condiciones de vida humillante.

Este hecho constituye para mi el punto de partida de t ?da tentativa eficaz de acción entre las masas populares Y sobre todo entre los obreros de fábrica. Y, lo comprendo bien, es este punto de partida lo que usted no admite. Con Ja espera117..a de hacérselo admitir y porque está en sus ma­nos la suerte de ochocientos obreros, yo roe violenté para decirle, sin reservas, lo que mi experiencia me había dejado E::n el corazón. Tuve que hacer \.m penoso esfuerzo para de­cirle estas cosas, que apenas se confían a los iguales, y que es intolerable hablarlas delante de un jefe. Me parecía que con ello l e había llegado al corazón_ Pero sin duda me equi­voqué al esperar que una hora de conversación pudiese más que la presión de las ocupaciones cotidianas. El mandar no

fucHita el ponerse en el lugar de los que obedecen. A mis ojos, la razón esencial de mi colaboración en sú

periódico residía en el hecho de que mi experiencia del año p:i.sado me permite quizá escribir sobre la manera de ali­gerar un poco el peso de las humillaciones que la vida im· pone cada día a los obreros de R. (1). así como a todos los obreros de las fábricas modernas. No es éste el único obje­

tivo, pero si es, estoy convencida de ello, la condición esen­cial para ampliar su horizonte. Nada paraliza tanto el pen­samiento como el sentimiento de inferioridad necesariamen­te impuesto por los ataques diarios de la pobreza, la subor· dinación y la dependencia. La primera cosa que debe hacer­se en su favor es ayudarles a encontrar o a conservar, según

(l) La edición de sus obras no aclara qué tipo de fábrica era, sulvo una alusión Que hace s. Weil <le que fabdcaban coclnae, Y que rallicabu en una pequeña población -quizá una colonia de la mlsma í.brica-. de la cual era la principal. por no dec1r la únlca, posibWdad de trabajo (N_ E. C.)-

los casos, el sentimiento de la propia dignidad. Yo sé cuán difícil es, en semejante situación, conservar este sentimien­to, y cuán precioso resulta, en estas circunstancias, cualquier ayuda moral. Esperaba con todo mi corazón poder aportar, con mí colaboración en su periódico, un poco de esta ayuda a los obreros de R.

�o creo que usted tenga una idea exacta de lo que es espfritu de clase. Y me parece difícil comunicárselo con sim­ples- palabras pronunciadas o escritas. Viene determinado, esté espíritu, por las condiciones de vida efectivas. Las hu­miµaciones, los sufrimientos impuestos, la subordinación lo suseitan ; la presión inexorable y diaria de la necesidad no dejan de reprimirlo, a menudo, hasta el extremo de trans­formarlo en servilismo en los espíritus más débiles. Aparte excepcionales momentos, que yo creo no se pueden provocar ni evitar, ni tampoco prever, la presión de la necesidad es siempre sobradamente poderosa para mantener el orden ; ya que la correlación de fuerzas está demasiado clara. Pero si pensamos en la salud moral de los obreros, este tragarse perpetuamente un espíritu de clase que incuba �ontinua y sordamente cualquier degradación, siempre va mucho más lejos de lo que seria de desear. Dar algunas veces ex­presión a este sentimiento -sin demagogia, quede ello bien entendido- no sería excitarlo, sino, por el contrario, endul­zar su amargura. Para los desgraciados, su inferioridad so­cial es infinitamente más pesada de llevar, por el hecho de que se la encuentran presentada por todos lados como algo que aes asÍ» (1).

Sobre todo, no veo el por qué artículos como el mío po-

(1) La reacción de S- Weil ante el conformismo y Ja resigna­ción social en que a través de la deformadora acción de una estruc­tura se ha pretendido hacer vivir a los desheredados es una de las características más destacadas de sus escritos sobre la acción obre­ra. Comprueba la realidad del mito conformista creado por el privi­legiado y pide justicia a unos, visión de la realidad a otros (N. E. C.).

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drían tener malas consecuencias, de ser publicados en su diario. En cualquier otro periódico podrían quizá parecer destinados a levantar a los pobres contra los ricos, a los subordinados contra los jefes; pero al aparecer en un pe­riódico bajo el control de usted, un articulo de este tipo sólo puede dar a los obreros la sensación de que se ha dado un paso hacia ellos, de que se ha realizado un esfuerzo para comprenderlos. Y pienso que se lo agradecerían. Estoy con­vencida de que si los obreros de R. pudiesen encontrar en su periódico artículos verdaderamente dirigidos a ellos, en los cuales se cuidara de no herir su susceptibilidad -pues la susceptibilidad de los desgraciados está viva, aunque calle-, en los cuales se desarrollara todo cuanto puede ele­varles a sus propios ojos, no saldrían para ellos más que bienes bajo cualquier punto de vista.

Lo que, por el contrario, puede avivar su espíritu de clase son las frases desgraciadas que, por efecto de una crueldad inconsciente, ponen indirectamente el acento sobre la inferioridad social de los lectores. Estas frases desgra-· ciadas son numerosas en la colección de su periódico. Se las señalaré en una próxima ocasión, si lo desea. Quizá sea imposible tener tacto con esta gente, cuando se está desde tanto tiempo en una situación demasiado diferente a la de ellos.

Por otra parte, es posible que las razones que usted me da contra mis dos sugerencias sean justas. La cuestión es, por otra parte, relativamente secundaria.

Le agradezco que me haya enviado los últimos números de su periódico.

No vendré a verle en R., por la razón que ya le di, si es que usted sigue dispuesto a tomarme como obrera. Pero no sé por qué me parece que su disposición de ánimo hacia mí ha cambiado. Un proyecto tal, para salir adelante, exige un grado muy elevado de confianza y comprensión mutuas.

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Si ya no está usted dispuesto a emplearme, o si M. M. (1)

se opone a ello, ciertamente que iré a verle en R., ya que ha sido usted tan amable de autorizarme a hacerlo. Pero tendré que esperar a tener tiempo. Ya le avisaré con anti­cipación.

Le saluda con el mayor afecto S. Weil

(1) El propietario de la fábrica.

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UN LLAMAMIENTO A LOS OBREROS DE R. C 1 >

Queridos amigos desconocidos que sufrís en los talleres de R., vengo a haceros un llamamiento. Vengo a pediros vuestra colaboración para E11tre Nous.

Vosotros pensaréis que no necesitáis más trabajo. Que ya tenéis bastante.

Y tenéis toda la razón. Pero, a pesar de ello, vengo a pediros que tengáis la amabi lidad de tomar pluma y papel, y me habléis un poco de vuestro trabajo.

No protestéis. Lo sé bien : cuando uno ha hecho sus ocho horas, ya está harto, está hasta la coronilla, para em­plear expresiones que tienen el mérito de decir lo que quie­ren decir. No pedís más que una cosa : no pensar en la fábrica hasta mañana por la mañana. Es un estado de áni­mo muy natural, en el cual. es bueno sumirse. Cuando se está en este estado de espíritu, lo mejor que puede hacerse es esto : descansar, charlar con los compañeros, leer cosas que distraigan, hacer una partida de cartas, jugar con los críos.

Pero ¿es que no hay días en que os pesa el no poder expresaros, el guardar siempre para vosotros lo que tenéis en el corazón? Es a los que conocen este sufrimiento a los que me dirijo. Quizá algunos de entre vosotros no lo expe-

(1) Véase la carta precedente.

rimente nunca. Pero cuando se experimenta es un verda­dero sufrimiento.

En la fábrica estáis solamente para obedecer las con­signas, entregar unas piezas que se ajusten a las órdenes recibidas, y recibir los días de cobro la cantidad de dinero determinada por el número de piezas y las tarüas. Pero, además, sois hombres, pensáis, sufrís, tenéis momentos de alegría, quizá también horas agradables; a veces podéis abandonaros un poco, y otras os veis obligados a terribles esfuer,zos\ superiores a vosotros mismos ; algunas cosas os inter�'san, otras os aburren. Y de todo esto nadie, a vuestro alrededor, puede ocuparse. Incluso vosotros mismos os veis forzados a no ocuparos de ello. Sólo os piden piezas, sólo os dan «perras».

Y esta situación, a veces, pesa en el corazón. ¿No es verdad? A veces nos parece que no somos más que una máquina de producir.

Éstas son las condiciones del trabajo industrial. No es culpa de nadie. Quizá incluso alguno de vosotros se aco­mode a esta situación sin esfuerzo. Es una cuestión de tem­peramento. Pero hay caracteres sensibles a este tipo de cosas. Para hombres de este carácter, tal estado de cosas es demasiado duro.

Yo querría que Entre Nous sirviera para remediar un poco este problema, si vosotros queréis ayudarme a ello.

He aquí lo que os pido. Si una noche, o bien un domin­go, de pronto os duele el tener que encerrar siempre en vosotros mismos lo que tenéis en el corazón, tomad papel y pluma. No busquéis frases bien construidas. Emplead las primeras palabras que os pasen por la cabeza. Y decid lo que para vosotros es vuestro trabajo.

Decid si el trabajo os hace sufrir. Contad estos sufrimien­tos, tanto los morales como los físicos. Decid si hay momen­tos en que ya no podéis más ; si a veces la monotonía del

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trabajo os agobia ; si sufrís con la preocupación y la nece­sidad de ir siempre aprisa ; si . sufrís por estar siempre bajo las órdenes de los jefes.

Decid, también, si alguna vez sentís la alegría del tra­bajo, el orgullo del esfuerzo hecho. Si conseguís interesaros por vuestros trabajos. Si algunos días os gusta sentir que vais aprisa y que, por consiguiente, ganaréis más. Si algu­na vez podéis pasar horas trabajando mecánicamente, sin casi daros cuenta de ello, pensando en otra cosa y perdién­doos en ensueños agradables. Si, a veces, estáis contentos de no tener que hacer más, que ejecutar órdenes sin tener necesidad de romperos la cabeza (1).

Decid si, en general, encontráis largo o corto el tiempo pasado en la fábrica. Esto quizá dependa de los días. In­tentad entonces explicaros exactamente el porqué.

Decid si estáis muy entusiasmados cuando vais al tra­bajo, o bien si cada mañana pensáis : ¡ Cuándo será la hora de salir! Decid si por la noche salís contentos, o bien ago­tados, vacíos, abrumados por la jornada de trabajo.

Decid, en fin, si, en la fábrica, os sentís sostenidos por el sentimiento reconfortante de hallaros entre compañeros, o si por e} contrario os sentfs solos.

Sobre todo, decid cuanto os acuda a la mente, cuanto os pese en vuestro corazón.

Y cuando hayáis terminado de escribir, será inútil que firméis. Vosotros mismos os las arreglaréis para que nadie pueda adivinar quiénes sois.

Es más, como quizá esta precaución no sea bastante, to-

(1) . Es confusa la redacctón de esta frase. ¿PreFendía quizá S. We1l conocer el grado de deformación humana y clasista origina­do por el sistema de primas? ¿o bien pensaba en el momento de redactar el articulo que la productividad beneficiaba directamente al obrero? Sea lo que fuere, lo cierto es que el párrafo es ambi­guo (N. E. C.}.

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maremos otra, si queréis. En lugar de enviar lo que hayáis escrito a Entre N ous, me lo enviáis a mi. Yo recopilaré vuestros artículos para Entre Nous, pero arreglándolos de manera que no se pueda reconocer a nadie. Cortaré un mis­mo artículo en varios trozos, juntaré a veces trozos de ar­ticulos diferentes. Las frases imprudentes me las arreglaré para que ni tan sólo pueda saberse de qué taller proceden. Si hay frases que me parecen rE:'veladoras, aún con estas precauciones, las suprimiré. Estad seguros de que pondré atención.· Yo sé cuál es la situación de un obrero en la fá­bric�. Por nada del mundo quisiera que, por mi culpa, le sucediera algo malo a nadie.

De esta forma, podréis expresaros libremente, sin preo­cupación alguna de prudencia. K o me conocéis. Pero ¿ver­dad que os dais cuenta de que lo único que quiero es ser­viros y que por nada del mundo quisiera perjudicaros? No tengo responsabilidad alguna en la fabricación de las co­cinas. Lo que me interesa únicamente es el bienestar físico y moral de los que las fabrican.

Expresaros sinceramente. No atenuéis ni exageréis nada, ni en bien ni en mal. Pienso que decir Ja verdad sin reser­vas os aliviará un poco.

Vuestros camaradas os leerán. Si sienten como vosotros, estarán muy contentos de ver impresas las cosas que qui­zá estaban en el fondo de su corazón y no podían traducir en palabras. O quizá sL Que las habrían sabido expresar muy bien, pero que las callan por fuerza. Si piensan de otra manera,, tomarán entonces la pluma para explicarse. De todas formas, os comprenderéis mejor unos a otros. La ca­maradería saldrá ganando y esto será ya un gran bien.

Vuestros jefes también os leerán. Lo que leerán quizá no les gustará siempre. Esto no tiene importancia. No les hará daño ofr verdades desagradables.

Os comprenderán mucho mejor después de haberos leído.

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Muchas veces, jefes que en el fondo son buenos se muestran duros simplemente porque no comprenden. La naturaleza

humana está hecha así. Los hombres nunca sabemos poner·

nos unos en el lugar de los otros.

Quizá encontrarán el medfo de remediar, por lo menos

parcialmente, algunos de los sufrimientos que habréis se­ñalado. Vuestros jefes demuestran mucho ingenio .en la fa·

bricación de cocinas económicas. ¿ Quién sabe si no ¡;Jodrían

también dar pruebas de ingenio en la organización de con­

diciones de trabajo más humanas? Buena voluntad, segu­

ramente, no les falta. La mejor prueba es que estas líneas

aparecen en Entre N ous. Pero, por desgracia, su buena voluntad no les basta. Las

dificultades son inmensas. Para empezar, la despiadada ley

del rendimiento pesa sobre vuestros jefes tanto como sobre

vosotros; pesa de modo inhumano sobre toda la vMa in­

dustrial. No se puede prescindir de ella. Hay que doble·

garse a ella mientras exista. Entre tanto, Jo que se puede

hacer provisionalmente es tratar de evitar los obstáculos

a fuerza de ingenio ; buscar la organización más humana

que sea compatible con un rendimiento dado.

Pero veamos lo que complica la cuestión. Vosotros sois

quienes soportáis el peso del régimen industrial ; y no sois

vosotros los que podéis resolver ni tan sólo plantear los

problemas de la organización. Y vuestros jefes, como todos

los hombres, juzgan las cosas desde su punto de vista y no

del vuestro. No se dan cuenta de la forma en que vivís.

Ignoran lo que pensáis. Incluso los que han sido obreros

olvidan estas cosas (1). Lo que os propongo os permitiría, quizá, hacerles coro-

(1) Junto a la buena voluntad de S. Well aparece aqui plena· mente el foco de W1 medio ambiente or!glnal"io. intelectual y bur­gués que hace más explicable un paternalismo reformista (N. E. C.). 46

prender lo que no comprenden, y ello sin peligro y sin hu­millaciones para vosotros. Por su lado, quizá para la res­puesta se sirvan a su vez de Entre Nous. Quizá os dirán los obstáculos que les impone la necesidad de la organiza­ción industrial.

La gran industria es así. Lo menos que de ella puede decirse es .que impone duras condiciones de existencia. Pero no depende de vosotros ni de vuestros patronos el trans­form�rla en un mañana próximo.

En semejante situación, he aqu[, a mi parecer, cuál es el ideal. Es necesario que los jefes comprendan cuál es exac­tamente la suerte de los hombres que utilizan como mano de obra. Y necesitamos que su preocupación dominante no sea aumentar siempre el rendimiento al máximo, sino or­ganizar condiciones de trabajo más humanas, compatibles con el rendimiento indispensable para la existencia de la fábrica.

Los obreros, por su parte, deberían comprender y co­nocer las necesidades a las cuales está sometida la vida de la fábrica. Podrían así controlar y apreciar la buena volun­tad de los jefes. Perderían el sentimiento de estar sometidos · a órdenes arbitrarias y los sufrimientos inevitables serían quizá, menos amargos de soportar.

'

. Segura��nte, este ideal no es realizable. Las preocupa�

c1ones cotidianas pesan demasiado sobre unos y otros. Por otra parte, las relaciones de jefes a subordinado no son de las que facilitan la mutua comprensión. Jamás comprende­mos a aquellos a quienes damos órdenes. Tampoco compren­demos a aquel que nos las da.

Pero quizá lo. que sí podremos hacer es acercarnos a este ideal. Ahora depende de vosotros el probarlo. Aunque �e vuestros �rt[�ulos no resulten importantes mejoras prác­ticas, tendréis siempre la satisfacción de haber expresado vuestro punto de vista.

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• • •

Asf, pues, de acuerdo. ¿Verdad? Cuento recibir pronto

muchos artículos. No quiero terminar sin agradecer de todo corazón a M. B.

el haberme permitido publicar este llamamiento.

Bourges, 3 1 enero 1936

Muy señor mío : Su carta suprime todas las razones que me impedían ir:

a R. Iré, pues, a verle, salvo aviso en contra, el viernes

14 de febrero después de comer. Usted juzga mi visión sobre las condiciones morales de

vida de los obreros demasiado negra. ¿Qué cosa puedo con­testarle que no sea repetir -por penosa que sea tal con· fesión- que me ha costado todos los males conservar el sentimiento de mi dignidad? Hablando más sinceramente, casi lo perdí al primer choque con una vida tan brutal, y me ha sido muy penoso ei recuperarlo. Un día me di cuenta de que unas semanas de esta existencia me habían casi transformado en una dócil bestia de carga, y que sólo el domingo recuperaba un poco la conciencia de mí misma. Entonces me pregunté, con horror, qué llegaría a ser de mí si los azares de la vida me obligaran a trabajar todo el tiempo sin descanso dominical. Me juré, entonces, que no saldría de esta condición de obrera sin antes haber apren­dido a soportarla de forma que conservara intacto el senti·

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miento de mi dignidad de ser humano. Y he cumplido mi palabra. Pero he comprobado, hasta el último dfa, que este sentimiento hay que reconquistarlo cada dfa, porque cada día las condiciones de vida lo hacían desaparecer y tendían a reducirme a la condición de bastia de carga.

Me sería fácil no llegar a sentirlo si hubiese hecho esta experiencia únicamente como un simple juego, como un explorador que va a vivir en poblados lejanos, pero sin ol­vida� jamás que es un extranjero. Por el contrario, yo ale­jaba sistemáticamente todo cuanto pudiera recordarme que esta experiencia era una simple experiencia.

Puede usted dudar de la legitimidad de esta generali­zación. Yo misma lo hice. Me dije que quizá las condiciones de vida no fueran demasiado duras, sino que yo no tenía suficientes fuerzas. No obstante, las he tenido, puesto que he sabido aguantar hasta la fecha que me había fijado desde un principio.

Era, es verdad, muy inferior en resistencia física a Ia mayoría de mis camaradas -por suerte para ellos-. Y la vida de fábrica es mucho más opresora cuando a uno le pesa -como era a menudo mi caso- veinticuatro horas de las veinticuatro que tiene el día, que cuando sólo pesa ocho horas, como es el caso de los más robustos. Pero otras circunstancias compensaban ampliamente esta desigualdad.

Por otra parte, más de una confidencia o �emiconfiden­�a de obreros ha venido a confirmar mis impresiones.

Queda la cuestión de la diferencia entre R. y las fábricas que yo he conocido. ¿En qué puede consistir esta diferen­cia? Pongo aparte la proximidad del campo. ¿ En las dimen­siones? Mi primera

, fábrica era de unos 300 obreros, y en

ella el director cre1a conocer bien a su personal. ¿En las obras sociales? Sea cual fuere su utilidad material, moral­mente me temo que lo único que hacen es acrecentar la de­pendencia. ¿En los frecuentes contactos entre superiores

4:9

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e inferiore�? Yo no veo que esto pueda confortar moral pasivo enorme y un activo nulo. Lo que pongo en el pasivo mente a los inferiores. ¿Hay algo más? Quisiera poder verlo lo pongo en el pasivo de la función, más que en e l del hom­yo misma. bre. Y en el activo sé que, por lo menos,hay que poner las

Lo que me contó usted sobre el silencio observado por intenciones. Y admito, gustosamente, que hay también al­todos los que asistían a la última asamblea general de la gunas realizaciones ; solamente que estoy convencida de cooperativa no hace más que confirmar, me parece, mis su- que hay muchas menos, y de un alcance mucho menor de posiciones. Usted no asistió por miedo a quitarles la valen· lo que se pueda creer, viendo las cosas desde lo alto. Arriba tía de hablar y, a pesar de todo, nadie se atrevió a hablar. se está en mala sítuación para darse cuenta de las cosas, Los constantes resultados de las elecciones municipales me y abajo para actuar. Creo que ahí radica en ferma general parecen igualmente significativos (1). Y, en fin, no puedo una de las causas esenciales de las desgracias humanas. Es olvidar la mirada de los obreros cuando yo pasaba, en me- por eso por lo que be querido ir yo misma abajo de todo, dio de ellos, al lado del hijo del patrono. y por qué qui7.á volveré. Por eso también, en alguna em-

A mi modo de ver, el más poderoso de sus argumentos.r p1'esa quisiera colaborar desde abajo con el que la dirige. aunque no tenga ninguna relación con la cuestión, es la Pero sin duda esto es una quimera. imposibilidad en que se encontraría usted de creerme, sin Me consuela pensar que no guardaré de nuestras rela­perder de golpe todo estímulo por el trabajo. Efedivamente, ciones ninguna amargura personal, sino todo lo contrario. tampoco lo vería yo si estuviera al frente de una fábrica, Para mí, que he escogido deliberadamente y casi sin espe­suponiendo que poseyera la capacidad para ello. Esta con- ranza ponerme en el punto de vista de los de abajo, es sideración no cambia en nada mi modo de ver, pero me qui-! confortable poder conversar, con e1 corazón en Ja mano, ta en gran parte el deseo de hacérselo compartir. No esl con algillen como usted. Esto ayuda a no desesperar de los frotándome las manos que me atrevo a decir cosas desmo-1 hombres, pese a las instituciones. La amargura que siento ralizadoras, créame. Pero ¿podría yo en este asunto ocul- , es tan sólo por lo que respecta a mis camaradas descono­tarle lo que pienso, que es la verdad? cidos de los talleres de R., para quienes debo renunciar a

Hay que perdonarme si pronuncio la palabra jefe con intenta1· nada. Pero es culpa mía el haberme dejado ganar un poco de amargura. Es difícil hacer lo contrario cuamlo 1 por esperanzas irrazonables. se ha vivido bajo una subordinación tal¡ no se olvida. Es En cuanto a usted, no puedo sino agradecerle quiera cierto que se ha esforzado usted en darme todas sus razones prestarse a conversaciones que ignoro si pueden serle de sobre mi artículo, y que yo no tenía derecho a expresarme alguna utilidad, pero que para mí son preciosas. como lo hice. Con la expresión de mis sentimientos más distinguidos.

No tiene razón al suponer que pongo en su cuenta un

(1) En esta referencia ¿hace alusión s. W. sólo al posible C3· rácter cacique de las elecciones en R.� o bien ¿se refiere con caráCtEJI más amplio al abstencionismo político de grandes núcleos de t.rn­bajadores? (N. E. C.).

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S. Weil.

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Bourges, 3 marzo 1936

Muy señor mío : Creo que lo mejor que podemos hacer nosotros es alter­

nar las conversacion�s escritas con las orales ; sobre todo porque tengo la impresión de no haber sabido hacerme com­prender en nuestra última entrevista.

No puedo citarle ningún caso concreto de mala acogida

por parte de un jefe a una queja legftima de un obrero. ¿Cómo podria yo arriesgarme a hacer tal experiencia? SI

me hubiese encontrado con una desfavorable acogida, el sufrirla en silencio -eomo posiblemente hubiera hecho-­

habría sido una humillación mucho más dolorosa que la cosa

misma de la cual habría ido a quejarme. Replicar, impelida

por la cólera, hubiera significado, sin duda, tener que bus­

car un nuevo trabajo. Si es verdad que nadie sabe por ade­

lantado que será mal acogido, todos saben. sm embargo, que

la mala acogida es posible y la sola posibilidad basta. Y es posible, porque un jefe, como todas las r-ersonas del mundo,

tiene sus momentos de mal humor. Además, uno siente que

no es normal en una fábrica pretender una consideración cualquiera. Ya le conté cómo un jefe que me obligó durante

dos horas a correr el riesgo de ser aplastada por un volante,

me hizo sentir por primera vez el valor exacto que yo tenía para ellos : a sab€r, cero. Después, toda una serie de peque· ñas cosas me han ido refrescando la memoria a este res­pecto. Un ejemplo : en otra fábrica en que trabajé no se podía entrar hasta que sonaba el timbre, diez minutos antes

de la hora ; pero antes de que sonara el timbre, una porte­

zuela del gran portal ya estaba abierta ; los jefes que lle· gaban pronto entraban por ella, las obreras -yo misma más de una vez, entre ellas- esperaban pacientemente fue­ra, ante esta puerta abierta, incluso bajo la lluvia. Etc.

Claro que uno puede optar por defenderse firmemente,

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arriesgándose al cambio de sección ; pero el que toma este partido tiene muchas posibilidades de un pronto despido y, desde luego, lo mejor es no iniciar este camino. Actualmente, en la industria, para el que no tiene buenos certificados o no es un buen especialista le es difícil hallar colocación. Es errar de oficina en oficina de colocación, calculando mucho antes de atreverse a comprar un billete de metro, el tener que estacionarse indefinidamente ante las oficinas de em­pleo, ser rechazado y volver un día y otro día. Es una ex· periencia en la cual dejamos una gran parte de nuestro pundonor. Por lo menos esto es lo que he observado a mi alrededor y en mi misma. Reconozco que también puede concluirse diciendo que todo es igual ; yo misma me lo he dicho más de una vez.

En cualquier caso, estos recuerdos me hacen encontrar completamente normal la respuesta de su obrero comunista. He de confesarle que lo que me dijo sobre este punto se ha grabado en mi corazón. El que usted en otro tiempo haya dado pruebas de mayor valentía ante los jefes no le da de­recho a juzgarle. No solamente las dificultades económicas no eran comparables, sino que además la situación moral de usted era muy otra, si, como me ha parecido entender, usted ocupaba en aquellos momentos lugares de más o me­nos responsabílidad. Yo, en iguales condiciones o incluso con mayores riesgos, resistiría -pienso-, llegado el caso, a mis jefes universitarios (si llegara cualquier régimen au­toritario) con muy otra firmeza que la que tendría en una fábrica ante el contramaestre o el director. ¿Por qué? Sin duda, por una razón análoga a la que durante la guerra daba mayor arrojo a un oficial que a un soldado, hecho bien conocido por los viejos combatientes, ya que lo he visto se­ñalar más de una vez. En la Universidad yo tengo unos de1·echos, una dignidad y una responsabilidad que defender. 1 ¿qué es lo que tengo que defender como obrera de fábrica,

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si cada día debo renunciar a todo derecho en el instante mismo en que marco en el reloj de control? Sólo conservo una cosa : mi vida. Si fuera preciso, al mismo tiempo, su· frir la subordinación del esclavo y correr los riesgos del hombre libre, sería demasiado. Forzar a un hombre, que se encuentra en semejante situación, a escoger entre ponerse en peligro o desfilar, como usted dice, es infligirle una hu­millación que seria más humano ahorrársela.

Lo que usted me contó a propósito de la reunión de la cooperativa, cuando me decía -con cierto matiz de desdén, según me pareció- que nadie se había atrevido a hablar, me ha inspirado reflexiones análogas. ¿No es ésta una situa­ción que mueve a compasión? Uno se encuentra solo com­pletamente, bajo la presión de una fuerza tan desproporcio­nada a la que uno tiene, contra la cual no se puede abso­lutamente nada, y por la cual se corre constantemente el riesg� de ser aplas�ado . . . Y cuando, con la amargura Jn el corazon, uno se resigna a someterse y a doblegarse, se sien­te despreciado por su falta de valentía, por los mismos que manejan aquella fuerza (1).

No puedo hablar de estas cosas sin amargura, pero crea sinceramente que no le acuso a usted ; existe una situación general de hecho, en la cual, en suma, no sería de ninguna manera justo cargarle a usted una mayor parte de respon· sabilidad que a mi misma o a cualquier otro.

Volviendo a la cuestión de las relaciones con los jefes, yo tenía para mi uso particular una regla de conducta muy firme. No concibo las relaciones humanas más que en un plano de igualdad. A partir del momento en que alguien empieza a tratarme en un tono inferior, a mis ojos ya no hay relaciones humanas posibles entre él y yo, y lo trato, por mi parte, como superior, es decir, sufro su poder como

(1) Nueva referencia a la actitud de inhibición que les produce a muchos obreros las circunstancias de su situación (N. E. C.).

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sufriría el del frío o la lluvia. Claro que un carácter tan malo sea quizá excepcional ; no obstante, sea por orgullo

o por timidez, o por ambas cosas, he visto siempre que el silencio es el fenómeno general en la fábrica. Conozco a este respecto algunos ejemplares muy chocantes.

Si le propuse que estableciera u.n buzón de sugerencias no ya sobre la producción, sino sobre el bienestar de los obreros, es porque esta idea se me ocurrió en la fábrica. Semejante procedinliento evitaría todo riesgo de humilla­ciones ; me dirá usted que siempre recibe bien a los obre­ros, pero ¿es que usted no tiene también momentos de mal humor o de ironía desacertada? Poner el buzón constituiría una invitación formal al diálogo por parte de la dirección. Además, sólo con ver el buzón en el taller, se tendría un

poco menos la impresión de no contar para nada. En suma, he sacado dos lecciones de mi experiencia. La

primera -más amarga y más imprevista- es que la opre­sión, a partir de cierto grado de intensidad, engendra no la tendencia a la rebelión, sino una tendencia casi irresistible a la más completa sumisión. Lo había comprobado por mí misma, yo que, como habrá podido ver, no tengo un carác­tes precisamente dócil ; por ello creo que la experiencia es concluyente. La segunda lección es que la humanidad se divide en dos categorías : la de los que cuentan para algo y la de los que no cuentan para nada. Cuando se forma par­te de la segunda, se llega a encontrar natural el no contar para nada, lo cual no significa que no se sufra. Yo lo encon­traba natural. Igual como ahora, y muy a pesar mío, me parece natural contar para algo. Y digo a pesar mío, porque me esfuerzo en superarme ; ya que me da vergüenza contar para algo en una organización social que menosprecia a la humanidad. La cuestión, en este momento, es saber si en las condiciones actuales se puede conseguir que en el ám­bito de la industria, los obreros cuenten y tengan concien-

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si cada día debo renunciar a todo derecho en el .instante mismo en que marco en el reloj de control? Sólo conservo una cosa : mi vida. Si fuera preciso, al mismo tiempo, su­frir la subordinación del esclavo y correr los riesgos del hombre libre, sería demasiado. Forzar a un hombre, que se encuentra en semejante situación, a escoger entre ponerse en peligro o desfilar, como usted dice, es infligirle una hu­millación que sería más humano ahorrársela.

Lo que usted me contó a propósito de la reunión de la cooperativa, cuando me decía -con cierto matiz de desdén, según me pareció- que nadie se había atrevido a hablar, me ha inspirado reflexiones análogas. ¿No es ésta una situa· ción que mueve a compasión? Uno se encuentra solo com­pletamente, bajo la presión de una fuerza tan desproporcio· nada a la que uno tiene, contra la cual no se puede abso­lutamente nada, y por la cual se corre constantemente el riesgo de ser aplastado . . . Y cuando, con la amargura en el corazón, u�o se resigna a someterse y a doblegarse, se si/n: te despreciado por su falta de valentía, por los mismos que manejan aquella fuerza (1).

. No puedo hablar de estas cosas sin amargura, pero crea

smceramente que no le acuso a usted ; existe una situación general de hecho, en la cual, en suma, no sería de ninguna manera justo cargarle a usted una mayor parte de respon· sabilidad que a mí misma o a cualquier otro. ·

Volviendo a la cuestión de las relaciones con los jefes, yo tenía para mi uso particular una regla de conducta muy firme. No concibo las relaciones humanas más que en un plano de igualdad. A partir del momento en que alguien empieza a tratarme en un tono inferior, a mis ojos ya no hay relaciones humanas posibles entre él y yo, y lo trato, por mi parte, como superior, es decir, sufro su poder como

(1) Nueva referencia a la actitud de inhibición que les produce a muchos obreros las circunstancias de su situación (N. E. C.).

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sufrida el del frío o la lluvia. Claro que un carácter tan

malo sea quizá excepcional ; no obstante, sea por orgullo

o por timidez, o por ambas cosas, he visto siempre que el

silencio es el fenómeno general en la fábrica. Conozco a este

respecto algunos ejemplares muy chocantes.

Si le propuse que estableciera u.n buzón de sugerencias

no y.a sobre la producción, sino sobre el bienestar de los

obreros, es porque esta idea se me ocurrió en la fábrica.

Semejante procedimiento evitaría todo riesgo de humilla­

ciones ; me dirá usted que siempre recibe bien a los obre­

ros, pero ¿es que usted no tiene también momentos de mal

humor o de ironía desacertada? Poner el buzón constituiría

una invitación formal al diálogo por parte de la dirección.

Además, sólo con ver el buzón en el taller, se tendría un

poco menos la impresión de no contar para nada.

En suma, he sacado dos lecciones de mi experiencia. La

prímera -más amarga y más imprevista- es que la opre­

sión, a partir de cierto grado de intensidad, engendra no la

tendencia a la rebelión, sino una tendencia casi irresistible

a la más completa sumisión. Lo había comprobado por mí

misma, yo que, como habrá podido ver. no tengo un carác·

tes precisamente dócil ; por ello creo que la experiencia es

concluyente. La segunda lección es que la humanidad se

cllvide en dos categorías : la de los que cuentan para algo

y la de los que no cuentan para nada. Cuando se forma par­

te de la segunda, se llega a encontrar natural el no contar

para nada, lo cual no significa que no se sufra. Yo lo encon­

traba natural. Igual como ahora, y muy a pesar mío, me

parece natural contar para algo. Y digo a pesar mío, porque

me esfuerzo en superarme ; ya que me da vergüenza contar

para algo en una organización social que menosprecia a la

humanidad. La cuestión, en este momento, es saber si en

las condiciones actuales se puede conseguir que en el ám­

bito de la industria, los obreros cuenten y tengan concien·

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cía de contar para algo. No hay bastante con que un jefe se esfuerce en ser bueno para ellos; se trata de otra cosa.

A mi modo de ver haría falta, para empezar, que jefes y obreros consideraran que un estado de cosas en el cual ellos y tantos otros no cuentan para nada, no puede ser mi­rado como normal ; que las cosas tal y como son no pueden considerarse como aceptables. Ciertamente, en e1 fondo, cada uno lo sabe bien; pero de una y otra parte nadie se atreve a hacer la menor alusión, y, sea dicho de paso, cuan­do un artículo alude a ello no lo publican en el periódico de la :t'ábrica. Haría falta también que todo el mundo viera claro que este estado de cosas se debe a necesidades obje­tivas Y que hay que probar de ponerlas en claro. La encues­ta que yo imaginaba debía tener como complemento, según mi idea (no sé si lo apunté en el papel que tiene usted en sus manos), unos artículos de usted sobre los obstáculos que se ofrecen a las mejoras pedidas (organización, rendimien­tos, etc.). En algunos casos podrían añadirse artículos de orden más general. La norma de estos diálogos debería ser una igualdad total entre los interlocutores, una franqueza y una claridad completa de una y otra parte. Si se pudiera con,¡¡eguir esto, a mi entender ya sería algo. Me parece que cualquier sufrimiento es menos aplastante, tiene menos po­sibilidades de degradar, cuando se conoce el mecanismo de las necesidades que lo crean. Y e� un gran consuelo sentir­se comprendiqo y, en cierta medida, ver cómo los que no sufren quieren compartir el sufrimiento. Además, pueden obtenerse algunas mejoras.

Estoy convencida de que sólo así puede conseguirse un estimulante intelectual para los obreros. Hay que conmover para interesar. ¿Y a qué sentimiento hay que dirigirse para conmover a unos hombres cuya sensibilidad está continua­mente aplastada y oprimida por el servilismo social? Creo que lo único que puede hacerse es apelar a este mismo su-

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frimiento. Quizá me equivoque, pero lo que viene a confir­mar mi opinión es que, por lo general, sólo he encontrado dos tipos de obreros que se preocupen de instruirse : los que desean ascender o los que se rebelan. Espero que esta observación no le dé miedo.

Si, por ejemplo, a lo largo de estos intercambios de pun­tos de vista se llegara a reconocer, de común acuerdo, que la ignorancia de los obreros constituye uno de los obstácu­los para µna organización más humana, ¿no sería ésta la única Í introducción válida para una serie de artículos de verdadera vulgarización? La busca de un auténtico método de vulgarización -cosa completamente desconocida hasta nuestros días- es una de mis preocupaciones dominantes, y en este aspecto la tentativa que le propongo me sería qui­zás infinitamente preciosa.

Todo esto comporta un riesgo. De acuerdo. Retz decía que el Parlamento de París había provocado a la Fronde al levantar el velo que debe cubrir las relaciones entre los de­rechos de los reyes y los del pueblo, «derechos que 11unca se respetan tanto como en el silencio». Esta fórmula puede extenderse a toda forma de dominación. Si usted no consi­guiera su propósito más que a medias, el resultad9 sería que los obreros continuarían sin contar para nada, pero de­jarían de encontrarlo natural ; lo cual sería un mal para todo el mundo. Correr este riesgo seria sin duda para usted una gran responsabilidad. Éste es el inconveniente del poder.

Pero a mí me parece que exagera el peligro. Da la im­presión de que usted teme modificar la relación de fuerzas que somete los obreros a la dominación de ustedes. Pero ello me parece imposible. Sólo dos cosas pueden modificar· la: o la vuelta a una prosperidad económica notable, que provocará una escasez de mano de obra, o un movimiento revolucionario. Ambas son realmente improbables en un

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futuro próximo (1). Y si se produjera este movimiento revo­lucionario sería un soplo surgido de los grandes centros, que lo barrería todo ; lo que usted pueda hacer o dejar de hacer en R., no tiene importancia alguna con respecto a fenóme­nos de tal envergadura. Pero, dentro de lo que puede pre­verse, no se producirá nada semejante, a no ser que llegue una guerra desgraciada. Yo, que conozco por una parte el movimiento obrero francés y, por otra, las masas obreras de la región de Paris, he llegado a la convicción, trisle para mi, de que no sólo la capacidad l'evolucionaria, sino incluso la capacidad de acción de la clase obrera francesa es casi nula. Creo que solamente los burgueses pueden hacerse ilu­siones a este respecto. Volveremos a hablar de ello, si quiere.

El plan que le propongo se llevaría a cabo etapa por eta­pa. y usted seria dueño, en cualquier momento, de retirarse y terminar con la cosa. Los obreros no tendr1an más que so­meterse, solamente que con algo más de amargura en el co­razón. ¿Qué otra cosa quiere usted que hagan? Pero si yo por mi parte reconozco que el riesgo es aún bastante serio, usted debe saber si el riesgo vale la pena_ También a mi me parece.ría ridículo lanzarse a ciegas. Previamente habría que tantear el terreno lanzando alguna sonda. Y en mi pensa­miento, el articulo que usted rehusó constituía una de estas sondas. Sería demasiado largo explicarle pol' escrito el por­qué y el ·cómo.

En cuanto al periódico, tengo la impresión de no haber-

(ll La Impresión de s. W. es en este caso plenamente acertada. Buena observadora del plunieamlento. realidad y consecuencia de la 1·ecesión -económica tipiílcada por Ja gran crisis de 1929. su opl· nión es cierta y coincide incluso con la de agudos 1écnicos como c. Brinton. el cual sostiene la lmposlbilidad efectiva de movimientos revolucionarios, no de revueltas. en épocas de recesión : agregando. además. que la prosperidad económica se ha dudo como nota en la mayor parte ele las coyuntura:> revolucion.lrias moderno:,. ( \"6ase C. Brlnton : Anatomfa de lti Revolución. :\Iadrid, 195ü.J ( :-- . E. C ) 58

me explicado bien respecto a lo que hay de malo en los pa­sajes que le reprochaba (narración de comidas opíparas, et­cétera).

Quiero servirme de una comparación. No causa pena al­guna mirar las paredes de una habitación desnuda y pobre ; pero si la habitación es la celda de una prisión, cada mira­da a sus paredes es un sufrimiento. Lo mismo ocurre con la pobreza cuando va ligada a una subordinación y depen­dencia totales. Como que la esclavitud y la libertad son sim­ples ideas, y son cosas que hacen sufrir, cada detalle de la vida cotidiana que refleje la pobreza a la cual se está con­denado hacen daño; no a causa de la pobreza, sino de la esclavitud. Yo imagino que es poco más o menos como el ruido de las cadenas para los forzados de antaño. Y que lo mismo ocurre con todas las imágenes del bienestar del cual se carece. Porque se presentan en forma tal que nos recuer­dan que no sólo estamos privados de este bienestar, sino ta;mbién de la libertad que le va aneja. La idea de una bue­na comida en un ambiente agradable era para mí, el año pasado, como el pensamiento del mar y las llanuras para un prisionero (1). Y por las mismas razones, aspiraba a lujos que nunca he deseado ni antes ni después. Quizás suponga usted

.que es porque ahora los he satisfecho, en. parte. Pero

no; dicho sea entre nosotros, apenas he cambiado mi modo de vida desde el año pasado. Me ha parecido inútil perder una serie de hábitos que, tarde o temprano, deberé reem­prender, voluntariamente o por obligación, y que por otra parte puedo conservar sin grandes esfuerzos. El año pasa­do, la privación más insignificante me recordaba por sí mis­ma que yo no contaba para nada, que no tenía derecho a alegar nada, que estaba en el mundo para someterme y obe-

(1) Señala una vez más la existencia de los espejismos defor­madores de la clase obrera (N. E. C.).

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decer. He aquí por qué no es verdad que la relación entre el nivel de vida de usted y el de los obreros sea análoga a la que existe entre el de un millonario y el de usted. En este caso hay una diferencia de grado : en aquél, de natu­raleza. Y he aquí por qué, cuando tenga usted ocasión de darse una «Cuchipanda», lo mejor que puede hacer es dis­frutar de ella y callarse�

Es verdad que, cuando se es pobre y dependiente de otro, existe siempre el recurso, para las almas fuertes, de la valentía y la indiferencia frente a los sufrimientos y pri­vaciohes. Ésta era la solución de los esclavos estoicos. Pero esta �olución está prohibida a los esclavos de la industria moderna. Ya que viven de un trabajo para el cual, dada la sucesión mecánica de movimientos y la rapidez de su ritmo, no puede haber otros estimulantes que el miedo y el incen­tivo del dinero. Supri�ir en uno mismo estos dos sentimien­tos a fuerza de estoicismo es salirse de la posibilidad de tra­bajar al ritmo exigido. Lo más sencillo entonces, lo que hará sufrir lo menos posible . . . será poner el alma por debajo de estos dos sentimientos; lo cual equivale a degradarse. Si se quiere conservar la dignidad ante sí mismo, hay que con­denarse a sostener luchas diarias en el propio interior, hay que condena\se a un desgarramiento perpetuo, a un conti­nuo sentimiento de humillación y a sufrimientos morales agotadores. Continuamente, uno debe estar rebajándose para satisfacer las exigencias de la producción industrial Y levantándose para no perder la propia estima, y así igual siempre. He aquí lo que existe de terrible en la forma mo­derna de opresión social ; y la bondad o brutalidad de un jefe no pueden hacerla cambiar gran cosa. Usted se dará cuenta, claramente, de que lo que acabo de decir es aplica­ble a cualquier ser humano puesto en tal situación, sea quien sea.

Y usted volverá a preguntar : ¿qué hay que hacer? Y yo

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repetiré una vez más que hay que hacer sentir a estos hom­bres que se les comprende, y eso sería ya, para los mejores de entre ellos, algo reconfortante. La cuestión está en saber si de hecho, entre los obreros que trabajan actualmente en R., los hay con bastante elevación de corazón y de espí­ritu para que se les pueda conmover en la forma que ima· gino. A través de las relaciones de jefe a subordinado que usted tiene con ellos, no tiene la menor posibilidad de dar­se cuenta de ello. Creo que yo podría saberlo mediante es­tos sondeos que le decía. Pero para ello haría falta que el periódico no me cerrase sus puertas . . .

Creo que le he dicho cuanto tenía por decirle. Usted debe ahora reflexionar. El poder y la decisión están enteramen­te en sus manos. Lo único que puedo hacer yo es ponerme a su disposición, llegado el caso. Fíjese que me pongo en­teramente, ya que estoy dispuesta a someter de nuevo mi cuerpo y mi alma, por un espacio de tiempo indetermina­do, al monstruoso engranaje de la producción industrial. Yo pondré en el juego tanto como usted ; lo cual debe serle una garantía de seriedad.

Sólo tengo una cosa que añadir. Esté convencido de que si usted se niega categóricamente a comprometerse en el camino que le sugiero, lo comprenderé perfectamente y no por ello dejaré de estar convencida de su buena voluntad. Y le estaré siempre agradecida por haber querido hablar conmigo con el corazón en la mano, tal como lo ha hecho.

No me atrevo a proponerle una nueva entrevista, ya que temo abusar. Tendría, todavía, que hacerle algunas pregun­tas para mi propia instrucción (sobre todo a propósito de sus primeros estudios de química y de su trabajo acerca de la adaptación del utillaje industrial durante la guerra). Pero, no sé si verle en la fábrica. Dejo esto a su cuidado.

Le saluda afectuosamente S. Weil.

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P. S. - No tengo ningún derecho a pedirle que tenga :a

amabilidad de seguir enviándome Entre Nous, pero seria

para mí un gran placer seguir recibiéndolo.

Bourges, 16 marzo 1936. �

Muy señor mío :

Perdóneme le moleste tan a menudo con mis cartas.

Debe encontrarme usted terriblemente pesada . . . Pero es que

su fábrica me obsesiona y quisiera terminar con esta pre·

ocupación. . .. . , Pienso a veces que quizá no vea usted clara nn pos1c1on

entre usted y las organizaciones obreras, y que si bien en el

curso de nuestras conversaciones ha venido confiando en

� (estoy convencida de ello), también usted supo;ie que le

guardo ciertas reservas mentales. Si fuera así haria mal en

no decírmelo claramente, en no preguntarme directamente.

N 0 hay verdadera confianza, verdadera cordialidad sin una

franqueza un poco brutal. Y, de todas. formas, _Y? debo darle

cuenta de mi posición en materia social y pohtica. .

Yo deseo de corazón una transformación lo más radical

posible del actual régimen, en el sentido de una mayor igual·

dad en la relación de fuerzas (1). No creo en absoluto q�e

lo que hoy viene denominándose revolución pueda conducir

a ella. Antes y después de la que se llam� a sí _misma R�vo­

lución Obrera (2) los obreros de R. contmuaran obedecien·

do pasivamente, en tanto la producción esté,

fu�dada en la

obediencia pasiva. Que el director de R. este baJO las órde-

(1) Posición muv Upica de cierto sindicalismo reivindicativo que

a través del concepto de conlralo de trabajo mantiene el pacUsmo

social de Hobbes y Rousseau (N. E. C.). \2} Vé¡ise a este respecto la actitud ideol?glca de S: W. t;.tl �odo

la refleja la señora Thé\·enon en l� introdueción írance� a la G. e L· clón de sus escritos :; que reswmmos en el prólogo (:S • E. ('.).

62

nes de un administrador delegado representante de algunos capitalistas, o bajo las órdenes de un «trust de Estado» lla· mado socialista, la única diferencia estribará e"n que Ja fá­brica de una parte, y la policía, ejército, prisiones, etc., de otra, estarán en el primer caso en distintas manos, y en el segundo en las mismas. La desigualdad en la relación de fuerzas no se habrá disminuido, sino acentuado (1).

Esta consideración, no obstante, no me lleva a estar en contra de los partidos llamados revolucionarios. Hoy día to· das las agrupaciones políticas que cuentan, tienden por _igual a la acentuación de la opresión y a la intervención del Es­tado en todos los instrumentos de poder ; los unos llaman a eso revolución obrera, los otros fascismo, otros defensa na­cional. Sea cual sea la etiqueta, dos factores lo dominan todo : por una parte la subordinación y la dependencia im­plicadas por las fuerzas modernas de la técnica y la organi· zación económica, por otra parte la guerra. Todos cuantos q�eren una «racionalización», por un lado, y la prepara· c16n de la guerra por otro, valen a mis ojos lo mismo (2).

Por lo que concierne a las fábricas, la cuestión que me preocupa, independientemente del régimen político, es la del paso progresivo de la subordinación total a cierta mezcla de subordinación y colaboración. El ideal es, claro está, la co­operación pura.

Al devolverme el artículo, me reprocha usted el excitar cierto espíritu de clase, en oposición con el espíritu de co· laboración, que usted quisiera que reinara en la comunidad

de R. Por espíritu de clase entiende usted, o a mí me lo pa­rece, espíritu de rebelión. Pero yo no deseo nada semejante. Entendámonos. Cuando las víctimas de la opresión social se

(1) Clara condenación del colectivismo o socialismo de Esta­do (N. E. C.).

(2) Clara referencia condenatoria del <:omunismo soviético y del marxismo. que empezaba ya a prepararse para la segunda guerra mundial (N. E. C.).

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revuelven contra ella, todas mis simpatfas Yan hacia ellos,

aunque no con esperanza ; cuando un movimiento de rebe­

lión consigue resultados parciales. me alegro. A pesar de

todo. no deseo fomenta!' el espíritu de rebelión , y no en aras del orden, sino del interés moral de los oprimidos. Dema­

siado bien sé que cuando se vive encadenado a una necesi·

dad excesivamente dura, si uno se rebela por un momen­to cae de rodillas un instante después. La aceptación de 1os

sufrimientos físicos y morales inevitables, en la medida mis­

ma en que lo son, es el único medlo de conservar la propia

dignidad. Pero aceptación y sumisión son dos cosas bien

distintas. Lo que deseo suscitar es, ptecisamente. este esp'lritu de

colaboración que usted me opone. Pero un espfriln de co­

laboración supone una colaboración efectiva. No veo nada

de eso en R., sino, por el contrario, compruebo una subor­dinación total. Por eso había escrito este artículo -que. en mi pensamiento, era el principio de toda una serie-. en una

forma que ha podido causarle a usted la impresión de una

disfrazacia invitación a la rebelión: pero es que para Iog1·ar que unos hombres pasen de una subordinación tolal a cier­

to grado de colaboración, me parece que hay que empezar

poi· hacerles levanLar la cabeza. Yo me pregunto si se dará usted cuenta del poder que

ejerce. Es un poder de un c.Iios más que de un hombre. ¿Ba

pensado usted algl,ma •·ez lo que representa para un oh1·ero' el que usted lo despida? Lo más corriente. me figu ro, seríÍ

que deba salir del pueblo para encontrar trabajo, e ir a otros

pueblos en los cuales no tiene derecho a ningún socorro. Si por mala suerte --eosa muy probable en las actuales cir­

cunstancias- prolongara vanamente su camino errante de

oficina en oficina de colocación, rodaría poco a poco abando· nado de Dios y de los hombres y privado totalmente de re­

cursos. Y será esta pendiente, si alguna empresa no le da

64

al fin la limosna de un empleo, la que lo llevará a fin de �ucntas no sólo a la muerte lenta, sino a una caída vertical por u:i a;:>ismo.

sin fo?do ; Y todo eso sin que ningún orgu­�o, mngun á_mmo, ninguna inteligencia pueda defenderle. sted sabe bien que no exagero, ¿verdad? Tal es el precio que uno se puede ver obligado a pagar por un poco d 1

suerte que tenga, si tiene la desgracia de que ust� m;o� una u otra razón, le considere indeseable en R. '

en �n �u�nto a los que están en R., son casi todos peones ; a fabnca, pues, no pueden colaborar en nada · lo único que.

han de hacer es obedeéer, obedecer y siem�re obede· cer ' desde el momento en que fichan, al entrar, hasta el mo­mento en que fichan al salir. Fuera de la fábrica se encuen­::\ en medio de cosas �ue son todas para ellos, pero que an hecho ustedes (mcluso su propia cooperativa ya que, de hecho, no la controlan ellos). ,

Nada más lejos de mi ánimo el reprocharle este poder. Lo han.

puesto entre sus manos. y usted lo ejerce, estoy p�rsuad1 1.la de ello, con la mayor generosidad posible te­ru�do en c�enta la obsesión del rendimiento y el grad� in­e�1table de �ncomprensión. Pero no deja, por ello, de ser CJer.to que siempre, y por todas partes, sólo hay subordi­nación.

Todo cuanto hace usted por los obreros lo hace gratui­tamenle, generosamente, Y deben por ello estarle perpetua­me�te agradeci�os. E�os no hacen nada que no sea por obli­�c16n o por el incentivo del dinero. Todos sus gestos les son dicla�os ; en lo único que pueden poner algo propio es en :raba;ar más, '! a sus esfuerzos en este sentido corresponde sólo una cantidad suplementaria de dinero. Jamás tienen �ere:ho a .una reco1:1p�nsa moral de parte de los otros o de s m1s

.mos . agradecumentos, elogios, o simplemente sentir-se satisfechos de sí mismos Es éste uno d l f . · e os peores ac-tores de depresión moral en la industria moderna ; yo lo

'"

Page 31: Weil, Simone - Ensayos sobre la condición obrera.pdf

sentía todos los días, y muchos, estoy segura, son como yo

(yo añadiría este punto a mi pequeño cuestionario, si usted

lo ha de utilizar) (1). Usted puede preguntarse qué formas de colaboración

imagino yo. No tengo más que asomos de ideas sobre el par­

ticular ; pero yo confío en que podría lograrse algo más

completo estudiando concretamente el problema.

Ya únicamente me queda dejarle a solas con su pensa­miento. Tiene un tiempo ilimitado para decidir,. a menos que

venga alguna guerra o alguna dictadura «totalitaria» que

absorba cualquier día todos o casi todos los poderes de deci-sión, en todos los ámbitos.

Tengo ciertos remordimientos a propósito de usted. En

el caso, después de todo probable, de que estas conversacio­

nes no llegaran a nada, yo no habría hecho más que comu­

nicarle ciertas preocupaciones muy dolorosas. Este pensa­

miento me apena. Usted es 1·elativamente feliz. y la felicidad

es algo para mí precioso y digno de respeto. Por nada del

mundo quisiera comunicar en torno mío la amargura in­

destructible que mi experiencia me ha dejado.

Con la expresión de mi mayor afecto. S. Weil.

P. S. - Hay un punto que me sabe mal haber olvidado

en nuestra última entrevista ; lo hago notar para asegurar­

me, llegado el caso, de no volver a olvidarlo. He creído com­

prender, por una historia que usted me contó, que en la r�­bríca está prohibido conversar bajo pena de multa. ¿Es eso

cierto? En caso afirmativo tendría muchas cosas que decirle

sobre la dura coacción que constituye para un obrero un

(1) Sus alusiones a la gratuidad y a la generosidad, a pesar de estar hechas con el ánimo de subrayar aún mM una situación inhu­mana y degradante, manifiestan una vez más el contexto sociológico

en que se había formado S. W. (N. E. C.).

66

reglamento tal, y, más generalmente, sobre el principio de q�e durante el trabajo no hay que derrochar ni un solo mm u to.

Martes, 30 de marzo.

Muy señor mío : Gracias por su invitación. Por desgracia habrá que atra­

sar .la entrevista tres semanas. Esta semana me es imposi­

ble ir a verle; estoy físicamente deshecha del todo y casi no ten�o fuerzas para dar la clase. Después, quince días de va­caciones'. que no pasaré en Bourges. A la vuelta espero es­tar relat�vamente en forma. ¿Le parece bien que quedemos, salvo aviso en contra de una u otra parte, en que vaya a verle el lunes 20 de abril?

En suma, me parece que el único obstáculo para tomar­me co�o obrera es cierta falta de confianza. Los obstáculos materiales de los cuales me habla son dificultades supera­bles. He aquí lo que quiero decir. Usted piensa con acierto que

. no con�i

,.dero a los obreros de R. como un t;rreno de ex�

perim�ntac1on; Y yo sentiría, tanto como usted, que una tentativa P

_ara aligerar su suerte llegase a agravarla. Si,

pues, trabaJando ei: R., _sintiese, para emplear una expresión

de usted, que la eJe�uc1ón de mis proyectos fuera suscepti­ble de �oner en peligro la necesaria serenidad, renunciaría yo la �rimera. Sobre este punto estamos de acuerdo. El pun­to delicado es la apreciación de la situación moral de los obreros.

· En este punto no se fiaría usted de mL Es legítimo y lo

comprendo. Me doy cuenta de que en cierta medida soy yo la

_culpable de esta desconfianza, por el hecho de haberle es­

crito con poca destreza, expresando mis ideas en forma cier­tamente muy brutal. Pero lo hacía adrede. Soy completa-

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mente incapaz de usar artificios para hablar con personas a

quienes tengo en consideración. Si va usted a París no deje de ver la nueva película de

Charlot. Al fin alguien ha sabido expresar algo de lo que yo he sentido

No crea que las preocupacion{>s sociales me hagan per-der toda la alegría de vivir. En esta época del año. sobi-e todo, no olddo nunca que ccCristo ha resucitado>}. (Hablo en metáfora, desde luego.) Espero que será lo mismo para to· dos los habitantes de R.

Con toda cordialidad. S. Weil.

P. S.-Como que no nos veremos en una temporada, quie­

ro decirle de una vez que las anécdotas y reflexiones sobre

mi vida en la fábrica contenidas en mis cartas le han dado

de mi, a juzgar por su respuesta, una opinión peor de la que

merezco. Aparentemente, me es imposible hacerme com­

prender. Quizá la película de Charlot lo conseguirá mejor

que mis palabras. Si yo, que tengo fama de saberme expresar, no consigo

que usted me comprenda, a pesar de toda mi buena volun­

tad, me pregunto qué procedimientos podrían conducir a la

comprensión entre la mayoría de obreros y patronos.

Una palabra aún sobre la división del trabajo, que cuen­

ta con la aprobación de usted, que asigna a uno el trabajo

de manejar la garlopa y a otro el de pensar la ensambladu­

ra. Ahí está la cuestión fundamental y lo único que nos se­

para esencialmente. He observado entre los seres frustra­

dos, en medio de los cuales he vivido, que siempre (creo no

haber encontrado ninguna excepción) la elevación del pen·

samiento (la facultad de comprender y formarse ideas ge­

nerales) iba a la par con la generosidad de corazón. Dicho

6i

de otra manera, lo que rebaja la inteligencia degrada a todo el hombre.

Otra o�servación, que pongo por escrito para que pueda usted meditarla : yo, en mi calidad de obrera estaba en una situ

_ación doblemente inferior, expuesta a sen

1tir mi dignidad

henda no sólo por los jefes, sino también por los obreros en tanto que soy mujer. (Tenga usted en cuenta que no tenía susceptibilidad alguna ante el género de bromas tradiciona­les en una fábrica.) He comprobado, no tanto en la fábrica como en el curso de mis errantes viajes cuando estaba sin t�abajo, en los cuales me obligaba a no desaprovechar oca­sión alguna de entrar en conversación, que casi siempre los obreros capaces de hablar con una mujer sin herirla eran especialistas, y los que tienen tendencia a tratarla como un juguete son peones. A usted le toca sacar las conclusiones.

. A mi modo de ver, el trabajo debe tender en toda la me­d� de sus posibilidades materiales a constituir una educa­

ción. Y ¿qué pensar de una clase en la que se establecen unos ejercicios de naturaleza radicalmente distinta para los alumnos malos y para los buenos?

Hay desigualdades naturales. A mi modo de ver la or­ganización social -<lesde un punto de vista moral- �s bue­na �ientras tienda a atenuarlas (elevando, no rebajando, se en�1ende) ; mala

. en la medida que tienda a agravarlas, y

odiosa cuando tienda a crear compartimientos estancos.

Muy señor �ío .tl) : He �uelto a reflexionar sobre lo que me dijo. He aquí mis

conclus10nes. Creerá usted que tengo un carácter muy irre­soluto, pero lo que pasa simplemente es que soy lenta. Pido perdón por no haber tomado inmediatamente una decisión definitiva, como debería haber hecho.

(1) Sin fecha ( ¿abril d� 1936?).

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-

Dadas las posibilidades inmediatas y serias de conocer su fábrica, que usted tan amablemente me proporciona, no se­ría razonable que yo las sacrificara en aras de un proyecto quizá irrealizable. Sólo podrfa trabajar en su fábrica en con­diciones aceptables en el caso, poco probable, de que en un próximo inmediato hubiera una plaza libre y ninguna de­manda. Incluso si me apuntara usted en la lista, para espe­rar mi turno, los obreros lo encontrarían anormal, dado que en R. existen mujeres que esperan ser empleadas. Adivina­rían que yo le conozco a usted ; yo no podría dar ninguna explicación clara, y entonces sería muy difícil establecer re­laciones de camaradería confiada. De este modo, sin descar­tar completamente mi proyecto primitivo, que queda sumi­do en un porvenir incierto, acepto su proposición de consa­grar un día a la fábrica. Ya le propondré una fecha ulterior­mente.

En cuanto a M. M. (2), dejo al criterio de usted el deci­dir si es mejor proponerle inmediatamente una autorización de principio, advirtiéndole que mi proyecto está sometido a condiciones que hacen poco probable su efectividad, o si es mejor no decir nada hasta el día en que se presente una oportunidad concreta de trabajar en R. La ventaja que para mí supondría el saber de antemano su respuesto es que, en caso de decir que no, yo visitaría la fábrica con entera liber­tad y sin recatarme de nada. En caso contrario, trataría de pasar desapercibida de los obreros de R. Por otra parte, no vale la pena hablar de un proyecto tan vago. A su criterio lo dejo. Y repito, perdón por haber cambiado de pensa­miento.

Permítame recordarle que le he pedido que en cualquier caso no hable a M. M. de mis experiencias en las fábricas parisinas, ni a nadie más.

He pensado en lo que usted me contó sobre la forma (2) El propietario de la fábrica.

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cómo escogen los obreros a despedir, en caso de reducción de personal. Ya sé que su método es el único defendible des­de el punto de vista de la empresa. Pero sitúese por un mo­mento en el otro punto de vista : el de abajo. ¡ Qué poder les da a sus jefes de servicio esta responsabilidad de desig­nar entre los obreros polacos los que hay que despedir como menos útiles! No los conozco e ignoro de qué manera usan de este poder. Pero puedo imaginarme la situación de estos obreros polacos ante el jefe de servicio que, el día en que usted vuelva a estar obligado a despedir a algunos de entre ellos, habráa de designar a tal o a cual como menos útil que sus camaradas. ¡ Cómo deben temblar ante él y cómo teme­rán serle poco gratos! ¿Me juzgará usted otra vez ultrasen­sible si le digo que imagino perfectamente la situación y que esto me hace daño? Supóngase usted en tal situación, con mujer y con hijos a su cargo, y pregúntese en qué medida sería capaz de conservar su dignidad.

¿No habría medio de establecer -dándolo a conocer, se entiende- otro criterio no sujeto a la arbitrariedad : cargas familiares, antigüedad, sorteos o combinación de los tres? Esto comportaría quizá graves inconvenientes, no lo sé ; pero le ruego que considere las ventajas morales que esto supondria para tantos desgraciados, puestos en dolorosa in­seguridad por culpa del gobierno francés.

Vea usted. Lo que me choca no es la subordinación en sí .misma, sino que ciertas formas de subordinación comporten consecuencias moralmente intolerables. Por ejemplo, cuan­do las circunstancias son tales, que l.a subordinación impli­ca no sólo la necesidad de obedecer, sino también la inquie­tud constante de no desagradar, entonces ya me parece ex­cesivamente duro de soportar. Por otro lado, no puedo acep­tar formas de subordinación en las cuales la inteligencia, el ingenio, la voluntad, la conciencia profesional sólo interven­gan en la elaboración de las órdenes que prepara el jefe, Y

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llegada la ejecución exija solamente una sumisión pasiva en la cual ni el espíritu ni el corazón jueguen papel alguno. De esta suerte, el subordinado juega casi el papel de una cosa manejada por la inteligencia de otro. Tal era mi situación como obrera.

Por el contrario, cuando las órdenes confieren una res­ponsabilidad a aquél que las ejecuta, exigen de él las virtu­des de valentía, voluntad, conciencia e inteligencia que de­.finen el valor del hombre, implican una cierta confianza mu­tua entre el jefe y el subordinado, y apenas soportan un po­der arbitrario en manos del jefe. La subordinación entonces es algo bello y honroso.

Dicho sea de paso, yo habría quedado muy reconocida al jefe que me hubiera dado un día un trabajo, incluso penoso, sucio, peligroso y mal retribuido, pero que hubiese supues­to en él una cierta confianza en mí ; este día hubiese obede­cido de todo corazón. Y estoy segura de que muchos obreros son como yo. Hay ahí un recurso moral que no se utiliza.

Pero ya hay bastante. En cuanto pueda le escribiré d i­ciendo qué día vendré a R. Me es imposible explicarle cuán agradecida estoy por las facilidades que me da a fin de que puada conocer lo que es una fábrica.

Con toda cordialidad. S. Weil.

P. S. - ¿Podría usted enviarme los números de su pe­riódico aparecidos después del número 30? Mi colección se acaba ahí. Pero me sq.bría mal que alguien fuese regañado por mi culpa.

� Muy �eñor mío (1) : Hubiese querido contestarle antes. Pero hasta hoy no

pude fijar una fecha. ¿Le parece bien que vaya a verle el

(1) Sin fecha (¿abril di ig36 ?).

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jueves 30 de abril, a la hora de costumbre? Si es que sí, no es ·necesario que me lo diga. La proposición que me hace de pasar un día entero en R. para ver las cosas de más cerca, es la que más podía alegrarme ; pienso que es necesaria una entrevista previa para fijar el programa. Le agradezco infi­nitamente el que me proporcione así el medio para mejor darme cuenta de todo. únicamente pido poner mis ideas a prueba, en contacto con la realidad de los hechos, y crea que, a mis ojos, la probidad intelectual es siempre el primero de los deberes.

Quisiera, para abreviar las explicaciones orales, que es­tuviera usted convencido de que ha interpretado mal algu­

nas de· mis reacciones. La hostilidad sistemática hacia mis superiores, la envidia ante los más favorecidos, el odio a la disciplina, el descontento perpetuo, todos estos sentimientos son extraños a mi carácter. Profeso el mayor de los respe­

tos a la disciplina en el trabajo y desprecio a todo aquél que .no sabe obedecer. Sé muy bien que toda organización im­plica órdenes dadas y recibidas. Pero hay órdenes y órdenes. Yo he sufrido, como obrera, una subordinación que me ha

sido intolerable, aunque siempre o casi siempre he obede­Cido estrictamente, llegando incluso penosamente a una es­pecie de resignación. No tengo por qué justificarme (para emplear sus mismas palabras) de haber sentido en esta si­tuación un sufrimiento intolerable. Quiero simplemente tratar de determinar sus causas. Todo lo que yo podría llegar a reprocharme en este asunto sería el equivocarme en esta determinación, lo cual siempre es posible. Pero en ningún caso consentiría en juzgar como conveniente para uno de mis semejantes, fuere quien fuere, algo de lo que y� juzgara intolerable moralmente para mí misma. Por dife­rentes que sean los hombres, mi sentimiento de la dignidad humana es siempre el mismo, se trate de mí o de cualquier otro hombre, y aunque entre él y yo pudieran establecerse

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\

en otros aspectos relaciones de superioridad o de inferiori· dad. Sobre este punto, jamás por nada del mundo cambiaré de parecer ; o, por lo menos, así lo espero. Por lo demás, sólo

quiero librarme de ideas preconcebidas susceptibles de fal· sear mi juicio.

Una de sus frases me ha hecho soñar durante mucha tiempo ; es aquélla en que usted me habla de que yo es

_ta:

blezca contactos más íntimos con la fábrica, los cuales qu1z podrían organizarse un día. ¿Pensaba usted en algo concre­to al hablar así? Si es así, espero que me lo diga. Me pre· gunto si querrá usted, por pura generosidad para conmigo

darme los medios para aprender, para completar, precisar ) rectificar mis puntos de vista demasiado sumarios y, sin duda, parcialmente falsos sobre la organización industrial ¿ O piensa usted que yo pueda eventualmente serle útil en forma distinta a la que le he sugerido? Por mi parte no ten· go, hasta el presente, motivo alguno para confiar en mi pro­pia capacidad ; pero si tiene usted algún método para P nerlo a prueba, en interés de la población obrera y partien do de alguna de las ideas sobre la cual, a pesar de nuestr-as divergencias, estemos de acuerdo, esto merecería, por m parte, mucha atención.

Hablemos de ello, y de muchas cosas, el jueves, si le p rece bien. Si le va mejor el viernes, no tiene más que decir· melo y me conformaré con ello.

Con toda cordialidad. S. Weil.

Muy señor mío (1) :

No me es posible aún fijar una fecha. Pero, esperando hacerlo, me ha afectado tanto su generosidad para conmi·

O J Sin fecha ( ¿abril-mayo de 1!J36?).

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go -al recibirme, al responder a mis preguntas, al abrirme la puerta de su fábrica- que he resuelto hacerle el artículo para que así se recupere un poco del tiempo que le cuesto.

No obstante, me pregunto con inquietud si podré llegar a escribir sometiéndome a los limites impuestos ; se trata, evidentemente, de escribir con mucha prudencia. Por suer­te me ha vuelto a la memoria un antiguo proyecto que me gusta mucho, el de hacer que las obras maestras de la poe­sía griega (que amo apasionadamente) sean accesibles a las

masas populares. Sentí el año pasado que la gran poesía griega estaría cien veces más próxima del pueblo -si éste la pudiei·a conocer- que la literatura francesa clásica y moderna.

He empezado por Antígona. Si he triunfado en mi propó­sito, ésta debe interesar y conmover a todo el mundo, desde e1 director hasta el último peón ; y éste último debe enten­derlo casi sin esfuerzo y sin tener, no obstante, sensación alguna de condescendencia, de que se ha hecho un esfuerzo para ponerla a su alcance. Es así cómo yo entiendo la vul­garización. Pero no sé si lo he conseguido.

Antígona no tiene nada de historia moral para niños bue­nos ; confío no obstante, en que no encontrará usted a Só· !ocles subversivo . . .

Si este artículo gusta -y si no gusta es que no sé escri­bir- podría hacer toda una serie, a base de otras tragedias de Sófocles y de la !liada. Homero ySófocles formulan co· sas punzantes, profundamente humanas; se trata solamen­te de expresarlas y presentarlas de forma que sean accesi· bles a todos.

Pienso con cierta satisfacción que si hago estos artícu· los y los leen, los peones más iletrados de R. sabrán más sobre literatura griega que el noventa y nueve por ciento de los bachilleres, y me quedo corta.

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Por lo demás, hasta cerca del verano no tendré bastant tiempo libre para hacer este trabajo.

Hasta pronto, espero. Con toda cordialidad. S. Weil.

Espero que podrá arreglárselas para publicarlo en u solo número.

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FRAGMENTOS DE CARTA ( 1 )

Muy señor mío : 8n principio, pienso ir dentro de quince días. Escribiré

contírmándose lo. En mi artículo sobre Antígona, puede poner de seudóni�

mo: «Cleanto» (es el nombre de un griego que combinaba el estudio de la filosofía estoica con el oficio de aguador). Firmaría si no fuera por la cuestión del empleo eventual.

Si cree que me ha costado un esfuerzo presentar Antí­gona tal como lo he hecho, hace mal en darme las gracias : no se dan las gracias a la gente por los aprietos en que se les pone. Pero no es éste el caso, o por lo menos no es exac­tamente el mismo. Encuentro mucho más bello exponer el drama en toda su desnudez. Quizá en otros textos consiga esbozar, en pocas palabras, posibles aplicaciones a la vida contemporánea ; espero que no le parecerán inaceptables.

Lo que, en cambio, me ha resultado penoso ha sido el hecho mismo de escribir teniendo siempre presente en el pensamjento la pregunta : ¿es que esto puede pasar? Esto no me había ocurrido nunca, y son muy pocas las considera­ciones capaces de hacerme tomar una decisión. La pluma se resiste a este género de sujeciones cuando se ha aprendido a manejarla convenientemente. A pesar de todo, continuaré.

Tengo una gran ambición, en la cual no me atrevo casi

(1) ¡¡¡n f�cha ( ¿abril-mayo de 1�36 ?).

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ni a pensar. Tan dificil de reall2ar es. Consiste e� escribir después de una serie de artículos, otro -eomprcns1ble Y ca·

paz de interesar a cualquier peón- que hable de Ja.

cre�­ción pot' los griegos de la ciencia moderna. Es una historia maravillosa y generalmente lgnorada. incluso por gent�

culta. . , No me ha comprendido usted en lo de los despidos. Nó

es la arbitrariedad misma lo que quisiera ver limitada. Cu�n­do se trata de una medida tan cruel (no es a usted a qu1en

se dirige este reproche), ya de pol' si la eletción n:e parecr;¡

hasta cierto punto indiferente. Lo que encuentro mcompa·

tlble con la dignidad humana es el temor de desagradar, en· genrlrado en los subordinados por

_cree:· que la elección del

que van a despedir puede ser arb1trar1a. La regla más alt­

surda en si misma, pero fija, sería un progreso en este sen· tldo. y mejor aún, la organización de un control cualqui�1�a; que permitiese a los obreros darse cuenta de que la e1ecc1011

no es arbitraria. Seguramente es usted único juez en este asunto. En todo caso, ¿ cómo podría yo no considerar a hom bres situados en esta situación moral como oprimidos'? LO cual no implíca necesariamente que sea usled un opresor

Muy señor mio (1) : Han ido pasando los días sin escribirle, en espera de P

der fijar una fecha. Hasta hoy no me ha sido pos�ble fijarla

porque durante este tiempo no he estado mu� b�en de sa­lud. Además, pasar todo un día visitando una fabrica es �an­

sado ; y sólo se aprovecha si se guarda hasta el fin la lucidez

y la presencia de espíritu. (1) Sln fecha (¿al:>ril-m:iyo de 1936?).

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Vendré, salvo aviso en contra el viernes 12 de junio, a las 7,40, tal como convinimos. '

Le' traeré un nuevo escrito sobre otra tragedia de Sófo­cles. Pero no se lo dejaré si no encuentra usted disposicio­nes tipográficas aceptables. En este aspecto tengo que ha­cerle algunos- reproches serios. Pensándolo bien, no visitaré el alojamiento de los obre­ros'. No puedo creer que una visita de este género deje de her�r ; y m e haría� falta consideraciones d e mucho peso para amesgai·n:e a henr a la gente de ahí, máxime cuando ocu­rre que si se los hiere deben callarse e incluso sonreír. Claro que cuando digo hay peligro de herir, en el fondo estoy convencida de que los obreros se sienten efectivamen­te heridos por cosas de este tipo, por poco que hayan guar­dado su orgullo. Supóngase que un visitante curioso desee conocer las condiciones de vida no sólo de los obreros sino �b ién del director, y que M. M. a este efecto le ha�a vi­sitar la casa de usted. Se me hace difícil creer que usted en­contrase la cosa tan natural. Y no veo diferencia alguna en­tre los dos casos.

He observado con placer que parece surgir cierta cola­boración obrera en su periódico, a propósito del problema de_ los «crecientes». El artículo de la obrera que pide los su­prima me ha impresionado mucho. Espero que me dará us­ted más informes sobre ella. Con toda cordialidad.

S. Weil. P. S. - Estoy también muy interesada por saber la res­puesta a aquella carta que pide algunos artículos sobre la organización de la fábrica.

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Miércoles ( 10 junio 19'.)(; 1. Muy señor mío :

Me encuentro en la necesidad de ir a París mañana Y pa·

sado a fin de ver a unos amigos que están de paso . lh�Jrá, '

pues, que retrasar otra vez la visita. . Además, es mejor así. En este momento me sería irnpos�­

ble estar entre sus obreros sin felicitarlos c<J lurosamente !) J. Supongo que no duda usted de la alegría y el sentimi t:n·

to de liberación indecibles que ha dado este maravilloso mo

vimiento de huelga. Las consecuencias serún las que sean.

Pero no pueden hacer desaparecer el valor de estas beJJ� jornadas alegres y fraternales, ni el alivio que han experi·

mentado los obreros al ver a los que los dominan doblegars ante ellos.

Le escribo todo esto para que no existan equí\·oco:s e

tre nosotros. Si yo felicitara a sus obreros por su victori2 usted encontraría que abuso de su hospitalidad. Es nwjr ·

esperar a que las cosas se asienten. Si después de estas ll·

neas consiente aún en recibirme . . . Con toda cordialidad.

S. \;\/eil.

(1} Hace referencia a los acontecimientos sociales de jun' de 1936, en Francia. Véase pág. 131.

iO

RESPUESTA DE M. B.

Señorita: 13-6-36.

Si, por hip6teris, los acontecimientos que ahora tanto /e alegran hi10iesen evolu�nado en serrtido inverso, no creo que aunque mi,s reacciones fueran en sentid.o único hubiese 110 sentido ''alegria y sentimiento de libeTaCión indecibles" por ver a los obreros doblegarse ante los patr<m<>s .

. Por lo

. menos estO'y seguro de que me habrJa iido impo· s1bfe enviarle testimonio de ello.

Acepte: señori�a, se lo ruego, mi pesar por no poder ex­presarle sm m entir otros sentimientos que los de cortesía.

Muy señor mio (1) : Me escribe usted exactamente como si yo hubiese falta­do a _ la elegancia moral hasta el extremo de triunfar sobre vencidos · ·d . . Y oprimi os. Le aseguro que si estuviese usted en pt·isión, �n Ja cal;e. exílado o le sucediera cualquier cosa d� este tipo, �o s�lo me abstendría de cualquier manifesta­ción de alegria, sino que puedo decirle que no Ja sentiría en absoluto. Pero, basta nueva orden, es usted director

(1) Sin fechu, junio de 1936.

81

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de R., ¿no es así? Y los obreros continúan trabajando a su. órdenes. Incluso con los nuevos salarios continúa usted ga· nando algo más que un peón, me imagino yo. A � de cuen· tas nada ha cambiado. En cuanto al futuro, nadie sabe lo qu� traerá, ni si la victoria obrera actual con�tit�ye a fin de cuentas una etapa hacia un régimen totalltano comu nista, o hacia un régimen totalitario fascista, o (lo cu,al :s· pero, sin llegar a confiar) hacia un régimen no tot�lit�10.

Créame -y sobre todo no imagine que hablo ir6m�a· mente-, si este movimiento huelguístico me ha produc1do una alegría pura (alegría demasiado pronto reempl�da por la angustia que no me deja desde la época, ya le1ana en que comprendí: hacia qué catástrofes va�os a pa�ar, lo ha sido, no sólo en interés de los obreros, smo tamb1é1:1 en el de los patronos. No pienso, en este momento, en el mte­rés material, quizá las consecuencias de esta .huelga serán a fin de cuentas nefastas para el interés material de unos Y de otros - ¡ quién lo sabe ! -, sino en el interés moral,. e� la salvación del alma. Pienso que es bueno para los opl'1mt dos el haber podido afirmar su existencia durante algunm días levantar la cabeza, imponer su voluntad, obtener Yen taja� que han sido debidas a 'otra cosa distinta de una condescendiente generosidad. Y pienso que es iguaJmentt bueno para los jefes -para la salvación de sus almas- ha· ber debido doblegarse ante la fuerza en su momento Y por una vez en su vida, y sufrir una humillación. Estoy conten· ta por todo ello. .. ¿Qué debería haber hecho yo? ¿No sentir esta alegría Pero si la juzgo legitima. En momento alguno me h.e �echo ilusiones sobre las posibles consecuencias del movimiento. nada he hecho para suscitarlo ni para prolongarlo ; lo me­nos que podía hacer era compartir la alegría .pura y profun­da que animaba a mis camaradas de esclavitud. ¿No debl expresarle a usted esta alegría? Pero, además, comprenda, 82

usted nuestra situación respectiva. Las cordiales relaciones que existen entre usted y yo implicarían, de mi parte, la peor de las hipocresías si le dejara creer, por un sólo ins­tante, que comportan el más mínimo matiz de benevolencia para la fuerza opresiva que usted representa y maneja en su esfera, como subordinado inmediato del patrón. Sería fá­cil y ventajoso para mí dejarle en este error. Al expresarme con una franqueza brutal que prácticamente sólo malas consecuencias puede tener, no hago más que testimoniar mi afecto por usted.

En definitiva, depende de usted el reanudar o no las re­laciones que existían entre nosotros antes de los aconteci­mientos actuales. En uno y otro caso no olvidaré que le debo, en el plano intelectual, una visión algo más clara sobre ciertos p:roblemas que me preocupan. S. Weil.

P. S. - Debo pedirle un favor, que espero querrá usted hacerme en cualquier caso. Creo que al fin me decidiré a escribir algo sobre el trabajo industrial. ¿ Quiere usted de­volverme todas las cartas en que le hablé de la condición obrera? En ellas he anotado hechos, impresiones e ideas . . . algunas de las cuales quizá no vuelvan a mi memoria. Gra­cias por adelantado. Espero, también, que ningún cambio de sus sentimientos para conmigo le hará olvidar que me prometió usted guar­dar un secreto absoluto sobre mi experiencia en las fábricas.

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CARTAS A AUGUSTE DETOEUF

(1936-1937)

Estimado señor : Muchas veces me veo incapaz de hacerme comprender

de usted plenamente, a causa de mi cortedad. Si mi pro­yecto debe realizarse algún día -el proyecto de entrar en su empresa como obrera por un tiempo indefinido, a fin de colaborar con ustedes en las tentativas de reformas-, será preciso que se haya establecido de antemano entre nosotros una plena comprensión.

Estoy sorprendida de lo que me dijo usted el otro día, de que la dignidad es algo interior que no depende de gcsto:s externos. Es verdad que se puede soportar, en silencio y sin actuar, muchas injusticias, ultrajes y órdenes arbitrarias, sin que la dignidad desaparezca, antes al contrario. Es su­ficiente tener un alma fuerte. De manera que si yo le digo por ejemplo que el primer impacto .que esta vida de obrera me ha producido ha sido el de hacerme sentir, durante un cierto tiempo, como una especie de bestia de carga ; y el que poco a poco haya recobrado el sentimiento de mi dign� dad se debe solamente al precio de esfuerzos constantes y de agotadores sufrimientos morales. Usted tiene derecho a deducir que soy yo quien carece de firmeza. Por otro lado, pienso que si yo me callara -que sería lo que hubiera pre­ferido- ¿de qué serviría esta experiencia?

Del mismo modo yo no podré hacerme comprender mien-

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tras usted me atribuya, como lo hace evidentemente, una cierta repugnancia ya sea al trabajo manual en sí mismo, ya ante la visión de la disciplina y de la obediencia en sí mismas. Pero yo, al contrario, he tenido una viva inclinación por el trabajo manual (que yo no estoy favorecida para esta actividad, es verdad) y en especial para las tareas más pe­sadas. Mucho tiempo antes de trabajar en la fábrica yo había aprendido a conocer el trabajo del campo : rec�ger heno, sembrar, trillar, recoger patatas (de las 7 de la maña­na a las 10 de la noche) . . . y a pesar de la fatiga abrumadora, había encontrado en ello alegrías puras y profundas. Crea usted que soy muy capaz de someterme con gozo y con el máximo de buena voluntad a cualquier disciplina necesaria para la eficacia del trabajo, previendo que esto sea una dis­ciplina humana.

Llamo humana a toda disciplina que apele, en gran me­dida, a la buena voluntad, a la energía y a la inteligencia del que obedece. Yo entré en la fábrica con una buena vo­luntad ridícula, y en seguida me dí cuenta de que nada había más desplazado que aquella buena voluntad_ No se me hacía ningún llamamiento fuera de lo que se pudiera obtener por la coacción más brutal.

La obediencia que yo he practicado se define por las características que describo : al principio reduce el tiempo a la dimensión de algunos segundos. Lo que, en todo ser humano, define las relaciones entre el cuerpo y el espíritu, a saber, que el cuerpo vive en el instante presente, y que el espíritu corre y orienta el tiempo, es lo que ha definido, en este período, las relaciones entre los jefes y yo. Yo debía limitar constantemente mi atención al gesto que estaba a punto de efectuar. No lo �enía que coordinar con otro, sino solamente repetirlo hasta el minuto en que llegaría una or­den para imponerme otro. Es un hecho bien conocido que cuando el sentimiento del tiempo se dirige a la espera de

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un porvenir sobre el cual nada se puede hacer, el coraje se hunde. En segundo lugar, la obediencia compromete al ser humano por entero; en la espera de ustedes, una orden orienta la actividad; para mí, una orden podría cambiar de cabo a rabo el cuerpo y el alma, porque yo estoy -como tantos otros- siempre condicionada hasta el limite de mis fuerzas. Una orden podría derribarme en un momento de agotamiento, y obligar a forzarme hasta la desesperación

Un jefe puede imponer unos métodos de trabajo, unas he­rramientas defectuosas, o bien un ritmo, que priven de toda clase de interés a las horas pasadas fuera de la fábrica, de­bido al exceso de cansancio. Ligeras diferencias de salario pueden también, en ciertas ocasiones, afectar a toda una vida. En estas condiciones, se depende de tal manera de Jos jefes que no se puede menos de temerlos, y -aun algo más penoso-- es preciso un perpetuo esfuerzo para no caer en el servilismo. En tercer lugar, esta disciplina no apela, en cuanto a móviles, a nada más que al interés en su for.ma más sordida -a la escala de las perras- y al miedo. Y si se concede un papel importante, en uno mismo, a estos mó­viles, uno se envilece. Si se los suprime, si se permanece

indiferente a los deberes y a las amenazas, uno se convierte al instante en inepto para obedecer con la completa pasi· vidad requerida y para repetir l.os gestos del trabajo al tit· mo impuesto ; ineptitud que muy pronto es castigada por el hambre. He pensado muchas veces que sería mejor re· <lucirse a una obediencia semejante a la de antes (por ejem· plo, a golpes de látigo) que no el tener que doblegarse uno mismo, rechazando todo lo que es mejor de cada uno.

En esta situación, es casi imposible de ejercer la gran­deza de alma que permite despreciar las injusticias y las humillaciones. Al contrario, cosas en apariencia insignifi­cantes -el recuento, la necesidad de presentar un carnet de identidad a la puerta de la fábrica (en la Renault), la 86

manera como se efectúa la paga, las más pequeñas repri­mendas- humillan profundamente, porque ponen de mani­

fiesto y hacen sensible la situación en que uno se encuentra. Lo mismo digo para las privaciones y el hambre.

El único recurso para no sufrir es el de sumirse en la

inconciencia. Es ésta una tentación a la que muchos sucum­

ben, bajo una forma cualquiera, y a la que yo con frecuen­cia también he sucumbido. Conservar la lucidez, la concien­

cia, la dignidad que convienen a un ser humano, es posible, pero ello equivale a �ener que condenarse a vivir cada día

al borde de la desesperación. Por lo menos esto es lo que

yo he comprobado. El movimiento actual se basa en la desesperación y por

esta razón no puede ser razonable. A pesar de sus buenas

intenciones, ustedes no han hecho nada para liberar de esta

desesperación a todos aquellos que les están subordinados ;

por ello no les es posible ahora a ustedes clamar contra

todo lo que hay de irrazonable en el movimiento obrero.

Y es por eso por lo que el otro día yo me acaloré un poco

en la discusión -<!osa que lamenté en seguida-, aun cuan­

do estoy de acuerdo con usted respecto a la gravedad de

los peligros que hay que temer. Para mí también, resulta

que en el fondo la desesperación es lo que hace que yo ex­

perimente una gran alegria al ver por fin a mis camaradas

levantar la cabeza, sin ninguna consideración de las P!JSi-

1.Jles consecuencias. Mientras, yo creo que si las cosas siguen bien, es decir,

si los obreros reemprenden el trabajo en un plazo breve, y

con la sensación de haber obtenido una victoria, la situación

será favorable durante algún tiempo, para intentar practi· car reformas en las fábricas de ustedes. Se precisará, en principio, no dejarles que pierdan el sentimiento de su fuer­za pasajera, que pierdan la idea de que pueden hacer algu­

na cosa, y vuelvan a tener miedo y recuperen el hábito de

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la sumrn1on y el silencio. Logrado esto, podrán establecer directamente entre ellos y ustedes más relaciones de con­fianza, relaciones que son indispensables para cualquier a

ción, haciéndoles sentir la sensación de que ustedes les com­prenden, si es que alguna vez llego yo a hacérselo compre der, cosa que para mí supone de antemano que yo no m haya equivocado creyendo haberles entendido yo misma

Por lo que concierne a la situación actual, si los obrero reanudan el trabajo con unos salarios un poco más alto que los de antes, ocurrirán sólo dos cosas : o bien tendr1

la sensación de ceder a la fuerza y volverán al trabajo hu millados y desesperados ; o es posible que se les conce unas compensaciones morales, entre las cuales sólo exist una posible , la facultad de comprobar que los salarios bajos son resultado de una necesidad y no de una mala voluntad del patrono. Esto es casi imposible, lo sé. En todo caso, lo� patronos, si son inteligentes, deberían hacer lo posible para que las satisfacciones que ellos concedieran pudieran dar a los obreros la impresión de haber logrado una victoria. En su actual situación, éstos no soportarán el sentimiento de un fracaso (1).

Yo volveré a París seguramente el miércoles por la tar­de. Con mucho gusto pasaré por casa de usted el juev� o el viernes por la mañana, antes de las nueve, si es que no le molesto y a usted le parece útil la entrevista. Yo me conozco bien : sé que una vez pasado este período de efer­vescencia, no me atreveré más a ir a casa de usted pot miedo a importunarle ; y es posible que usted se encuentre de nuevo atado por la corriente de las ocupaciones cotidia· nas, viéndose obligado a aplazar estos problemas.

(1) Nueva muestra del interés de S. W. por captar �a sicología obrera ; se refiere a lo contraproducente que resu!tana para un obrero el comprobar la inutilidad de un ei;fuerzo reivindicativo (:';. E. C.).

SS

Si llego a causarle el más pequeño trastorno, hará bien en decírmelo, o bien simplemente puede no recibirme. Sé perfectamente que usted tiene otras cosas más importantes que hacer, de qué charlar.

Con toda mi simpatía.

Simone Weil. P. S. - Supongo habrá visto Tiempos Modernos (2). La

máquina de comer es el símbolo más gracioso y más autén­tico de la situación de los obreros en la fábrica.

Estimado señor : Viernes.

Esta mañana he logrado entrar clandestinamente en la Renault, a pesar de la severidad del servicio de vigilancia, y he pensado que podría serle útil comunicarle mis impre­siones.

1.0 Los obreros no saben nada de las conversaciones. -No se les pone al corriente de nada. Creen que Renault rechaza el contrato colectivo. Una obrera me ha dicho : pa­rece que por los salarios la cosa está arreglada, pero no quieren admitir el contrato colectivo. Otro obrero me ha dicho : por nosotros yo creo que todo estaría arreglado desde hace ya tres días, pero como que en la dirección lo han pro­longado, nosotros continuamos sosteniendo la situación, et­cétera. Encuentran incluso natural el no saber nada. Están ftCOstumbrados . . .

2.0 Empiezan claramente a estar hartos de l a presente situación (literalmente, hasta las narices). Algunos, los más exaltados, lo demuestran abiertamente.

3.0 Reína una extraordinaria atmósfera de desconfianza y de sospecha. Existe un ceremonial singular : a los que

(2) Se refiere al famoso film de Charles Chaplin en el que se critican las exageraciones <le la productividad industrial.

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salen y no regresan y a los que se ausentan sin autorizaci6n, se les postra en la imfamia escribiendo sus nombres en la pizarra de un taller (costumbre rusa), y luego cuelgan su efigie y organizan en su honor un entierro burlesco. Des­pués, seguramente, al reemprender el trabajo, exigirán que sean despedidos. Por otra parte, se nota poca camaradería en el ambiente. Silencio general.

4.º Existe (así lo creo) desde hace 3 días un sindicato «profesionab> de agentes de la dirección (a partir de la es­cala de los cronometradores inclusive), el cual, según se dice, ha sido constituido por iniciativa de las Cruces de

Fuego (1). Los obreros hablan de que al día siguiente fue disuelto y que el 97 % de los agentes de dirección y técni­cos se han adherido a C. G. T.

únicamente una caja de seguros de Renault -que ocu­pa un local de Renault y forma parte de la empresa- está en huelga, pero sin señal a la puerta, y tiene colgados en el tablero dos papeles desmintiendo la disolución del sindi­cato, anunciando que cuenta con 3.500 adheridos y que están en camino de constituir otros semejantes en Citroen, Fiat, etc., y que va a empezar rápidamente a reclutar obre­ros. Esto ocurre a pocos metros de los otros edificios en huelga de la Renault, y en los cuales ondean banderas ro· jas. Nadie parece preocupado por sacar o desmentir tales papeles.

Conclusión : debe estarse tramando alguna maniobra. Pero ¿de quién? Maurice· Thorez ha hecho un discurso ]n· vitando claramente a poner fin a la huelga (2).

Yo llego a preguntarme si los mandos subalternos del

(1) Sindicato industrial amc.rillo. (2) Estas notas de S. W. ilustran sobre el momento decisivo

de la penetración del Partido Comunista francés en el interior de la organización sindical de la poderosa C. G. T. ; relaciona al mismo tiempo los acontecimientos huelguísticos con Ja evolución del ¡.·ren· te Popular en Francia (N. E. C.).

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par�do comunista no se han escapado de la dirección del partido para caer en manos de quién sabe. Porque está bas­tant� claro que hasta ahora todo se hace en nombre del Partido Comunista (canto de la Internacional banderas hoces y martillos, etc., con gran profusión) (1) . . '. '

. . . P�rmanezc9 fiel en todo momento a mi idea, puede qu� utópica, pero es qu�zá la única salida. . . Es preciso esco­ge¡ entre

. dos alternativas : o una cierta división de las

Tesponsabilidades o un restablecimiento brutal de la jerar­quía, la cual no sería posible, seguramente, sin efusión de sangre. Imagino muy bien a un director de empresa diciendo en. sub�tancia a sus obreros, una vez reemprendido el tra­

bajo (si las cosas bien o mal se arreglan provisionalmente) : con �estra

. acción acabamos de entrar en una era nueva.

Ilabé 1s querido poner fin a los sufrimientos que os imponían desde

. hace años las necesidades de la producción industrial. Habéis querido manifestar vuestra fuerza. Muy bien. Pero

de ello resulta una situación sin precedentes, que reclama una nueva forma de organización. Ya que deseáis hacer p� �ar la �uerza de vuestras reivindicaciones en las empresas mdustr1ales, debéis poder afrontar las responsabilidades de las nuevas c

.o�diciones que habéis suscitado. Estamos de­

seoso.s de fac1htar la adaptación de la empresa a esta nueva

r�lac16n de fuerzas. A tal efecto, favorecemos la organiza­ción de círculos de estudios técnicos, económicos y sociales en nuestr�s fábricas. Concederemos locales para estos cf rcu­�' autorizaremos a que sean llamados para las conferen­cias,

. de una parte, los técnicos de la empresa, y de otra los técnicos Y economistas miembros de las organizaciones sin-

.(1) . Continúan sus referencias a Ja acción del p e F • a la situación de la política francesa, acerca de la .

cu.al

�xª� �orno tllnemoi· por una posible orientación totalitaria según � e ver� e a su

uaclón. u a a con.

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dicales; organizaremos para ellos visitas a la .fábrica, con

explicaciones técnicas ; favoreceremos la creación. de bole­

tines de vulgarización ; en fin, todo lo que permita a los obreros, y más particularmente a los delegad�� obreros, com· prender lo que es la organización y la gest10n de una em-presa industrial.

. Es una idea aventurada, sin duda, y puede también qu: peligrosa. Pero ¿qué cosa no es peligrosa en este ��mento. El espiritu de que están animados los

_ obreros �mz� l? ha·

ría practicable. En todo caso, yo le pido con toda insisten· cia que la tome en consideración.

. . Concibo, asimismo, de una forma parecida

. la cuestión

de la autoridad, en un plano puramente teórico : por un lado, los jefes deben mandar, ciertamente, y los obreros deben obedecer ; por otro, los subordinados no debe

.n s�·

tirse entregados en cuerpo y alma a un dominio arbJtr��o. y a este efecto deben colaborar quizá no a la elaborac�on de las órdenes, pero sí a poder darse cuenta en qué medida las órdenes responden a una necesidad.

Pero todo esto pertenece al futuro. La situación presen­te se resume de la siguiente forma :

l.º Los empresarios han hecho concesiones indudable­mente satisfactorias, y, en lo que cabe, vuestros obreros se encuentran más o menos satisfechos.

. . 2 º El partido comunista ha tomado oficialmente po

ción.

(aunque con i:eservas y rodeos) para la reanudación del trabajo, y por otra parte sé de fuente segura qu� en cierto sindicato los militantes comunistas han traba��d efectivamente para impedir la huelga (caso de los serv1C1 públicos). . 3.º Los obreros de Renault, y sin duda alguna tamb1� los de las otras empresas, ignoran del todo las conve�Cl nes en curso ; asi, pues, no son ellos precisamente quien trabajan por impedir el acuerdo.

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He escrito a Roy (que hoy está ausente de París) para darle estos informes, y asimismo se los he transmitido a un militante responsable de la Unión de Sindicatos del Sena, un camarada serio y que les ha concedido la atención con· veniente. Todo lo que le he dicho hace referencia a la presente situación; pues la negativa del convenio concluido entre los patronos y la C. G. T . . (verificar aumento del 15 al 7 % ) pare­ce haber sido, por el contrario, completamente espontánea. Con toda simpatía,

S. Weil. Regresaré sin duda a París mañana por la noche a las doce_ Es extremadamente penoso y angustioso tener que permanecer en provincias en una situación como ésta.

a) CARTA DE SrMONE WEIL (1)

Querido amigo : En el tren he oído hablar a dos empresarios, patronos medianos según las apariencias (viajaban en segunda, asien­to rojo). Uno parecía de provincias, el otro de algo inter­medio entre la provincia y la región de París ; el primero, perteneciente al ramo textil ; el segundo, situado entre el textil y el metalúrgico ; ambos de cabellos blancos, un poco barrigudos, corpulentos, con aire muy respetable ; el segun­do parecía jugar un cierto papel en el sindicalismo patro­nal de la metalurgia parisiense. Sus puntos .de vista me han llamado la atención, hasta tal punto que los he anotado rá· pidamente al llegar a casa. Se los transcribo (intercalando algunos comentarios).

(1) Esta carta apareció, junto con las que le siguen, en los .\'1ru:1Jeaw; Cahiers, del 15 diciembre 1937, y con el título: Corres­Pondencia entre s. Weil y A. Detoeuf.

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«Se habla de nuevo de controlar la contratación y el des­

pido. En las minas se crean comisiones paritarias, sí, con

representantes obreros junto al patrón. ¿Se ha dado usted cuenta? ¿Ya no se va a poder admitir y despedir cuando

uno quiera? ¡ Oh ! Indudablemente esto es una violación de

la libertad. Es el no va más. Sí, tiene usted razón, tal como ha dicho en seguida ; ponen en práctica algo completamen·

te molesto, tan molesto como el no poder despedir aunque'

tengamos razón. - En efecto. - Nosotros hemos votada de forma casi unánime una resolución para expresar qu�

no queremos ningún control y que cerraremos las fábricas. Si en todas partes se hiciera igual, el Gobierno acabar:ía

por ceder. - ¡ Oh ! , si la ley se aprobase, no quedaría otro remedio que cerrar. - Sí, porque de todos modos no hay

nada que perder . . . »

Paréntesis : es extraño que hombres bien alimentados.

bien vestidos, bien dotados de calefacción, que viajan con· fortablemente en segunda clase, crean que no tienen nada que perder. Si su táctica, que es idéntica a la de los em·

presarios rusos de 1917, conduce a un trastorno social que

los persiga, errantes, sin recursos, sin pasaporte, sin carta

de trabajo, situándolos en un país extranjero, ellos se darían cuenta entonces de que tenían mucho que perder. Ahora. mientras, ello� podrían documentarse con aquellos que ha­biendo ocupado en Rusia situaciones equivalentes a las su·

yas, tienen -aún ahora- que trabajar penosa y miserable­

mente como peones en la Renault.

<<. . . Sí, no tenemos nada que perder. - Nada. - Y aún hoy hay más ; nos ocurriría como a un capitán de navío que, no teniendo nada que decir, no le queda más que encerr

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en su camarote. mientras la tripulación permanece en Ja pasarela.»

« .. . El patro�� e� . . el · �er ·�á�· -de��st��lo.

0Det��lad; por lodo el mundo. Y en cambio es él quien hace vivir a todo el mundo. Ya es bien extraña esta Injusticia. Sf, detestado de todos. - Antes, por lo menos, habían distancias. Me acuer?o que en mi juventud . . . - Si, ya se acabó aquello. -Sí, incluso alli donde la dirección es bondadosa . . . _ ¡ Oh ! , ellos han hecho todo lo que era preciso para conducirnos a esta situación. Pero lo pagarán.»

Esta última palabra ha sido dicha en un tono de odio reconcentrado. Sin quere1· ser alarmante, es preciso recono· cer que tales conversaciones no pueden tener lugar más que dentro de una atmósfera, que no corresponde precisamente a la de la paz civil.

« . . . "?no n� acaba de darse cuenta del todo. pero el río de la Vlda social nace en la caja fuerte de los patronos. Si éstos cer¡•aran todas las empresas al mismo tiempo, ¿ qué podrían hacer los demás? Habrían de ponerse a los pies de los patronos, entonces las gentes compt·enderian. Lo que oc

.ut-re es que los empresarios cometen el enor de tenel'

nuedo. No tendrían más que decir : las palanéas del mando están en poder nuestro. Y de este modo impondrían su vo· Juntad.»

Alguien les habría sorprendido del todo si les hubiera dícho que su plan no es ni más ni menos que el equivalente patronal a la huelga general, frente a la cual sin duda no tienen suficientes palabras para expresar su reprobación. Si lo� patronos pueden hacer legítimamente una huelga de este tipo para tener el derecho de aceptar o despedir cuando les convenga, ¿por q_ué los obreros no podrían, a su vez, hacer Ja huelga general para tener el derecho de no ser re-

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husados o despedidos por capricho? Ellos, en los sombrfos

años de 1934-35 no tenían verdaderamente gran cosa que

perder. Por otra parte, estos dos bravos caballeros no tienen la

capacidad de imaginarse que si las empresas cerraran todas

al mismo tiempo, se abrirían de nuevo las fábricas sin pe

dirles la llave y se las haría funcionar sin contar con ellos El ejemplo de Rusia nos mueve a pensar que los años que

seguirían no serían agradables para nadie ; pero sobre todo para los patronos.

« . . . Sí, después de todo, no tenemos nada que perder.

¡ Oh, no, nada en absoluto. Como no sea reventar. - ST pero si es preciso reventar, en todo caso es mucho mejor

reventar bien. - Y o tengo la impresión de que esto de ahora es la batalla del Marne de los patronos. Ellos -los obreros­

están totalmente acorralados, y por tanto . . . »

Aquí, la parada del tren puso fin a la conversación. u evocación de la batalla del Marne me ha hecho record

más el ambiente de guerra civil que no el de pequeños co flictos sociales. Estos recuerdos militares ,estos términos d «estallar» y de tmo tener nada que perder», repetidos has la saciedad, sonaban a sainete cómico en boca de unos señ res correctos, de aire apacible, bien alimentados, que p sentaban hasta el punto más alto este aspecto confortable

pacífico y de buen ver que es propio de los franceses de clase media.

No se trataba más que de una conversación particular

Pero yo he pensado que una conversación, en un lugar público, entre dos personas -como era evidentemente caso- que no brillaban por su originalidad, no puede ten lugar más que dentro de una atmósfera general que la h posible ; de manera que, en tal caso, una sola conversad

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es concluyente. Ésta creo que sirve que se podría constituir . p�ra poner en el archivo toeuf . Sabotaje patronal

a cont1nu.ac16n del artfculo de De

la razón en conjunto a Dy

t sa;;taJe obrero. Yo había dado

tiene razón pero ma's e oe ; ahora, sigo creyendo que ' para otro tipo d ·

momento presente En t d e ocasión que para e1 · · o o caso ·zá

pienso que la situación se d ,l

qm para no exagerar d l

esarro la de . 1 a a:r e menos razón cada d' S manera que tiende

b ia. ea como fu d arse que circulan los ere, ebe compre

. rumores de sab t . . .

amb1entes, el descontento h o aJe' que, en ciertcJs

tron�I de una huelga preme;it���v��do el equivalente pa­

he visto afirmar en térm· . menos esto es lo que

t · mos como los tr .

itud en la transcripc· - l . anscritos, cuya exac-wn e garantizo Puede publicar esta carta

.

cisamenle la he escrito P en los N ouveaux Cahiers. (Pre-

Con mi amistad. ara que se publique.)

P S S. WeiJ · · - La situación presente . .

sumo. Los patronos po es paradó11ca en grado

d , rque creen que n t• per er, adoptan el vocabul . o ienen nada que

Los obreros, porque creen ar�o

e y .la actitud revolucionaria.

Umte que podrían perder � tienen alguna coi ;a impor­

titud conservadora. , a optan el vocabulari<, y la ac-

b) RESPUESTA DE A. DETOEUF � buena amiga : La conversación que usted no teresante ; sin generalizar hasta

s ha aportl tdo es muy in-hecho, creo que refleja un estad

;1 pu�t? <tue usted lo ha P.ero a mí la conversación no

;e

� es�1rltri muy extendido. xiones que a usted En f t

inspira las lnismas refie-co

· e ec o querida an · n su alma, que se identifi� nga, razona usted a, por ternura Y espíritu de

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Page 47: Weil, Simone - Ensayos sobre la condición obrera.pdf

n un caso en el cual se trata justicia, con el alma obrera, e hombres que es posible d los patronos, a de compren er a iertamente son patronos sean antiguos obreros, pero que e

desde hace mucho tiempo. de lado todo lo que Si a usted le pa.rece bien, dej:�e:�:nario en el hecho de hay de grotesco e mclu�o un. po

t d Se trata de una des-. d star bien allmen a o. . l ser barrigu o Y e . ted encontró e me uso d ·ndustnales que us

1 gracia que los os i.

lgunos representantes de a yo mismo com.parttmos con : s los cuales no opinan que clase obrera, e mcluso con obr r

� ' undo feliz Si insisto en todo vaya viento en popa en e mt e la �ente de usted, d · probablemen e n este punto, secun ano

. . ón objetiva de la conver-es porque en verdad en la expos1c1 los comentarios --de sación que usted ha escuchado, y en

pan- an este sólo carác-. d d que le acom , una lógica desp1a a a-l . ag1·nación Y descarta por f' · habla a a im ter pintoresco Y 1s1co

. erenidad del juicio. . er la necesaria s . . d ello, a m1 paree ' .

bien el aspecto f1s1co e Olvidemos, pues, s1 le parecde

c'onversación? Induda· · Qué resulta e su -

sus dos patronos. " d 1 hecho de que estan blemente que de ella se despre

t� een

e nada que perder, que d e creen que no ien exaspera os, qu

. fábricas para resistirse a una están dispuestos a cerr�: sus aba ·o ue les privaría de ley sobre la contratac10n de tr.

z Jan ;ndispensables para ciertas prerrogativas que �llosd JU �os una huelga general su gestión, Y que, a los_ OJOS

: :urr�cción llena dd más de patronos les parecena una m ' alto espíritu patriót�co.

d l dice en cambio, que ellos En los comentarios uste es ' n que --con· , p rder de lo que cree ' tienen mucho mas que e . .

edio de acción que h bl de utilizar un m tradiciéndose- a an . ue en el caso de perder. reprueban en sus. subordmad;s•/ i:;en¡e sin los patronos ; 'í sus fábricas func10narán per

d.e� a

do que la tendencia al sa­por último, usted concluye ic1en botaje patronal aumenta d1a tras dia.

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En todo ello exi.sle una parte de verdad ; pero, según mi opinión, es una parte de la verdad que no puede con­ducir en lo inmediato a nada práctico, a nada mejor. Colóquese usted un poco en el lugar de sus dos patronos. Dichos hombres han creído ser todopoderosos en sus empre­sas ; han arriesgado en ellas el dinero que tenían ; proba­blemente han trabajado con t€són durante mucho tiempo y se han enfrentado con graves conflictos; durante varios afios se han enfrentado contra todo el mundo : con sus com­petidores, sus suministradores, sus clientes, su personal, etc. Se han formado de manera que ven eJ mundo como un con­junto compuesto de enemigos, y que por ello no pueden contar con nadie, fuera de algunos pocos empleados excep· cionales, en los que en la mayoría de los casos eneontrarán una abnegación natural. Por todo ello, dichos patronos tie­nen la impresión de no haber pedido ja.más nada a nadie, de no haber deseado nunca nada más que una cosa : que se les deje en paz y que se les deje apañárselas por su cuen­ta. Arreglárselas solos, enredando unas veces a éste, aplas­tando otras a aquél de allá, es verdad. Pero sin I'emordimien­tos, sin la sombra de una preocupación, porque ellos apli· can la regla común, hacen su juego, porque nadie les ha ensefiado que hay una solidaridad social y no hay nadie a su alrededor que la practique. Ellos están seguros de cum­plir con su deber, intentando ganar dinero ; y se refugian con gusto en la idea suplementaria de que al defender su peUejo, lo cual es su principal razón de actuar, enriquecen a la colectividad y prestan un servicio a la nación. Y están más convencidos de ello cuando han visto individuos en torno suyo que limitándose al papel de comisionistas o de intermediarios, que especulan y en más de una ocasión es­tafan, ganaban más dinero y no eran castigados. Añada usted a todo ello que, durante los últimos años de este régimen, se les ha persuadido de que solamente

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t1innfaban la amenaza y la violencia ; que chillando mucho,

mosh·ándose indisciplinados frente al Estado, afirmando que

no hay que hacer caso de las leyes, se está asegurand_o . no

sólo de la impunidad, sino incluso del triunfo, a cond1c1ón

de ser bastante numerosos. Y ante tal mentalidad usted pre­

tende que sean únicamente ellos los que se _preocupen de

no crear dificulLades al Gobierno (a un Gob1e.rno apoyado

por un partido que se propone despojarlo de lodo). No le digo aquí que sus razones sean válidas y que sus

sentimientos sean justos ; yo le pido únicamente -a menos que ellos se coloquen por encima de la humani�ad- com­prenda que estos hombres no pueden pensar casi otra cosa.

Cuando hablan de «reventar>>, cuando manifiestan «que

no tienen nada que perder», por una parte, exageran ; quie-

1-en encontrar en el colega aquel apoyo que les ha .faltado

siempre y por otro lado convencerle de que ellos tienen más

energía y más espíritu colectivo del que l'ealmente p�seen.

Pero ellos lo creen de verdad. Y aqul es muy necesario que

usted haga un esfuerzo de imaginación para darse cuenta

de que estos hombres no tienen tanta imaginación como

usted les atribuye. No tener nada que perder, para ellos, supone abandonar

'su empresa, su razón de ser, su ambiente

social, todo lo que para ellos es la existencia. No conocen

el hambre, no pueden imaginarse el hambre; no conocen

el exilio, no pueden imaginarse el exilio � pei·o conocen la

quiebra, �a ruina, el relegamiento a categoría inferior a 1� que pretenden, unos hijos a quienes no se puede est�b�ecex como ellos querrían. Y la destrucción de las condic1ones

habituales de su e..xistencia es para ellos la destrucción de

su existencia. Suponga usted que por un momenlo le digan :

usted continuará comiendo bien y estará rodeada de calor.

nos ocuparemos de usted, pero usted será idiota y consi­

derada por todos como una bestia cualquiera. ¿No diría aca­

so usted : «Yo no tengo nada que perder»? Lo que para

usted es la actividad de su mente -lo que son para usted sus emociones sociales, morales, estéticas- para ellos todo esto está adherido a su fábrica, a una fábrica que ha fun­cionado siempre de cierto modo y que no imaginan pueda funcionar de otro. Ya dejo adrede todo cuanto pueda haber de hermoso en ellos, de noble, de desinteresado. Pues de todo eso también hay algo ; pero para descubrirlo, conven­dría haber ejercido la simpatía para con ellos dcdde . hace tiempo.

Conceda usted que esos dos patronos no pueden pensar de modo distinto al que lo hacen, y pasemos a un segundo punto. ¿Son inútiles y, como usted dice, puede prescindirse de ellos? No creo ni lo uno ni lo otro. Si es relativamente fácil sustituir el dirigente de una gran empresa por un fun­cionario, en cambio un patrón pequeño no puede ser susti­tuido más que por otro patrón. Si su empresa se funciona­rizara, pararía pronto. Toda su actividad, toda su habilidad, toda su adaptación cotidiana a una situación continumente cambiante, toda esta acción que exige unas decisiones, unos riesgos, unas responsabilidades ininterrumpidas es todo lo contrario de la acción del asalariado, sobre todo del asala­riado de una colectividad. De todas las dificultades que ha hallado la economía rusa, las más graves son las procedentes de la supresión del pequeño comercio, de la pequeña indus­tria, del artesanado . . . que no han superado y que no llega­rán a superar. Sea cual fuere el tipo de Economía nueva que se prepara, el patrono pequeño y mediano subsistirá. Usted juzga que éste comprende mal la situación ; claro, no va a comprenderla de la noche a la mañana; pero puede llegar a comprenderla. De dieciocho meses a esta parte, ya ha aprendido mucho más de lo que creía.

No cometa, pues, usted el mismo error que él. Éste quie­re hacer cosas que usted juzga absurdas, y usted tiene ne­cesidad de él. Si usted quiere que no las haga, hay que cal-

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marlo. Son necesarias ciertas precauciones para la contrata· ción y despido de personal : hay que cogerlos, pues, pero re­duciéndolos al minimo estricto indispensable; en particu­lar, ¿es sobre los pequeños patronos que debe operarse el esfuerzo de reglamentación para la protección de la masa obrera? No lo creo así. Si la contratación se hace correcta· mente en la gran industria, ¿no cree usted que el juego na­tural de la oferta y de la demanda conducirá a la contrata· ción correcta en la pequefia industria? Si usted quiere re­glamentar un número demasiado grande de empresas, us­ted creará un funcionariado excesivo, un control impracti· cable, unas fricciones constantes. No es por una acción di­recta, ni por una acción indirecta que usted conseguirá la educación del patrono pequeño y mediano. Éste tiene la costumbre de adaptarse a lo que es la fuerza de las cosas ; si hoy protesta es porque tiene ante si la fuerza de los hom­bres, de hombres que él no ha escogido, de hombres que estima tiránicos.

No pruebe, pues, de imponerle su voluntad por unos re­glamentos que no comprende ; no lo lograría. Por un lado, usted no puede sustituirle, no sólo porque el Estado fraca­sará lamentablemente en este intento, sino porque además no se atreverá a emprenderlo nunca. Las masas obreras es­tán agrupadas, es cierto, pero no representan más que una cuarta parte de este país ; ellas no pueden imponerle su vo­luntad. Por haber faltado de medida, a falta de experiencia, en sus reivindicaciones salariales, nos encontramos con que una gran parte del pafs las desaprueba, si no con palabras, por lo menos en su corazón. Si usted renuncia a la explota­ción directa, puede estar segura de que sus múltiples regla· mentos, diversos y necesariamente inhumanos, serán rápida­mente tergiversados, burlados y caerán pronto en el olvido.

Los susodichos patronos están exasperados ; pero no al punto -puede estar segura- de olvidar su interés personal,

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que, en una gran parte, se confunde con el interés general. Una huelga general contra las amenazas de una legislación estrecha -ley del embudo- de la contratación de trabajo, no la considero excluida, puesto que se trata de medidas que atañen a cada uno directamente en lo que cree son sus obras vivas. Pero esto no es más que una manifestación. Lo que es rechazable, en verdad, no es esto ; es el estado de espíri· tu con el cual será aplicada una legislación seguramente bu­rocrática, puede que puñetera, seguramente antieconómica, e incluso antisocial ; una legislación que no será compren­dida por una gran parte de aquéllos a quienes se aplique. Se necesita una legislación que sea comprendida, y por ello, que no transforme del todo el actual régimen de trabajo ; que impida los abusos sin pretender regular el ejercicio co· rriente de la autoridad patronal. Y tal ley es posible. Pero es preciso quererla y no dejarse llevar por la tendencia al desorden, bajo el pretexto de establecer un poco de orden; a exasperar a un se<:tor, seguramente el más activo de la Economía, con la excusa de establecer la paz social, y pro· mulgando con un Gobierno tan débil como el actual, unas leyes que dicho Gobierno, desde el principio, será incapaz de aplicar.

Es preciso aceptar que existan hombres barrigudos y que no razonan siempre con justicia, para que, en vez de algu­nos parados más o menos socorridos, no exista un pueblo entero muriéndose de hambre y expuesto a todas las aven­tura¡.

A. Detoeuf.

10�

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EXPERIENCIAS DE LA VIDA DE FABRICA ( 1 ) (Marsella, 1941-1942)

Las líneas que siguen se refieren a una experiencia de la vida de fábrica anterior al año 1936. Puede que lo expre­sado en ellas sorprenda a muchas personas que no tienen otro contacto directo con los obreros que el que proporcio­na el hecho del Frente Popular (2). La condición obrera cambia continuamente : a veces entre uno y otro año ya no es la misma. Efectivamente, los años que precedieron al cte 1936 fueron muy duros y brutales, a causa de la crisis económica, y reflejan mucho mejor la condición proletaria que el período que le siguió, el cual es mucho más semejan: t� a un sueño, a pesar de todos sus defectos.

Declaraciones oficiales han anunciado que el Estado francés se preocuparía de ahora en adelante de hacer desa­parecer la condici6n proletaria, es decir, de suprimir todo lo que existe de degradante en la vida de los obreros, bien sea en la fábrica o fuera de ella. La primera dificultad que se debe vencer es la ignorancia. En el transcurso de los úl­timos años se ha descubierto que, de hecho, los obreros de las fábricas están, en cierto modo, desarraigados, son verda­deramente exilac\os en la tierra de

... 'sü .. própfo. páís. Pero no

(1) E�e artI�ulo fue escrito en Marsella en 1941 ; pO:.tertoi·men·

te apareció publtcado en parte y bajo el seudónimo de Emile Novis en Economie et Hu:mmtisme.

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se s�be el porqué de tal situación. Para comprenderlo es µrec1so h�cer algo más que pasearse por los suburbios y ' er las tristes y sombrías viviendas, las casas y las calles de los obreros : todo esto no ayuda mucho a comprender la vida que allí se lleva. La desgracia del obrero en la fábrica es aún más misteriosa. Los mismos obreros, difícilmente pn��den escribir o hablar sobre estos extremos, ya que el pnmer efecto de la desgracia es el de producir la evasión del pensamiento : el obrero no quiere considerar la desgra­cia que le hiere. Los mismos obreros, cuando hablan sobre su propia suerte, no hacen más que repetir las palabras de propaganda formuladas por individuos que no son obreros. La dificultad que se presenta, pór lo menos para un ex obre­ro, es de este género : le es fácil hablar de su condición pri­ineJ'a. pero muy dífícíl de pensar realmente en ella, ya que nada queda olvidado tan aprisa como la desgracia pasada. l!n hombre de talento puede, gracias a escritos y por medio de la imaginación, adivinar y describir hasta cierto punto la situaci6n del obrero desde fuera : así vemos cómo Jules Ro­mains ha consagrado a la vida de fábrica un capítulo de Hom.mes de bonne volonté. Pero esto no va muy lejos.

¿Cómo se puede abolir un mal sin haberse apercibido claramenle en qué consiste dicho mal? Las líneas que si­guen quizá puedan ayudar un poco a plantear por lo menos el problema, por el hecho concreto de que son el influjo de un contacto directo con la vida de fábrica.

La fábrica podría llenar el alma con el poderoso senti­miento de vida colectiva -podría decirse que de una for­ma unánime- que otorga al obrero su participación en el trabajo de una gran industria. Todos los ruidos tienen un s�ntldo, todos están ritmados y se fundan sobre una espe­cie de gran respiración del trabajo en común, en la cual se embriaga uno si forma parte de él. Y ello es tanto más em-

105

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briagador, porque la soledad no queda alterada. No existen

más que ruidos metálicos, mordeduras en el metal ; ruidos

que no hablan de naturaleza ni de vida, sino de la activi·

dad seria, sostenida e ininterrumpida del hombre sobre las cosas. Uno se siente perdido en medio de este gran rumor,

pero al mismo tiempo tiene la sensación de que lo domin

porque sobre esta base sostenida permanentemente y sie

pre cambiante, lo que sobresale, fundiéndose al mismo tiem

po con ella, es el ruido de la máquina que uno dirige. fü. se tiene, en principio, una sensación de pequefiez como se tiene al encontrarse uno inmerso entre la muchedumbre.

sino la de ser indispensable. Las correas de transmisión, €Jl donde las hay, permiten beber con los ojos esta unidad de ritmo, que siente todo el cuerpó por los ruidos y por la li­

gera vibración de todas las cosas. En las horas sombrías de la mañana y de las tardes de invierno, cuando sólo brilla la luz eléctrica, todos los sentidos participan de un universo en el cual nada recuerda a la naturaleza, donde nada es gra• tuito, donde todo es choque, un choque duro y al mísmo

tiempo conquistador del hombre con la materia. Las Iám

paras, las correas y las poleas, los ruidos, la chatarra dura

y fría, todo concurre a efectuar la transmutación del hom· bre en obrero.

Si la vida de fábrica fuera solamente esto, sería demasia­

do hermoso. Pero no es eso. �stas son las alegrías de hom· bres libres : los que pueblan las fábricas no las sienten, sino en cortos y raros instantes, porque no son hombres libres. No pueden experimentarlas más que cuando olvidan qui!1 no son libres ; y esto raramente pueden olvidarlo, ya qu'

las t�11��.fili de la subordinación les tiene sujetos a través

de los sentidos del cuerpo y de los mil pequeños detalles

que llenan los minutos que constituyen la vida. El primer detalle que llega a lo largo del día para hacer

bien sensible esta servidumbre es el �l_oj de control de r¡.

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chaje. El camino de casa a la fábrica está totalmente domi­nado por el hecho de que es preciso llegar antes de un se­gundo, m�nicamente determinado. Es bueno llegar con cinco o diez mrnufos de ad:e:lanttr,"'" por este hecho, el paso del tiempo aparece como algo despiadado, que no deja nin­gún juego al azar. Este reloj de control es, en el día de un obrero, el primer aviso de una ley cuya brutalidad domina toda la parte de la vida pasada entre máquinas ; el azar no tiene carta de ciudadano en la fábrica. Evidentemente, exis­te -<:orno en todas partes- algún azar, pero no se le reco· noce. Lo que sí se reconoce a menudo, en detrimento de la producción, es el principio de los centros de reclusión : «No quiero saberlo». Las ficciones son muy poderosas en la fá­brica. Hay reglas que nunca se observan, pero que están perpetuamente en vigor. Según la lógica de la fábrica, no existen órdenes contradictorias. A fravés de todo eso es necesario que el trabajo se haga. Y al obrero le toca arre­glárselas, bajo pena de despido. Y se las arregla.

Las grande·s -y pe·q:ueñas ·

miserias, continuamente im· puestas en la fábrica al organismo humano, o bien, tal como dice Jules Romains, «esta armonía de menudas aflicciones ffsicas que el trabajo no exige y de las cuales está lejos de beneficiarse», no contribuyen tampoco menos a hacer sen­sible la servidumbre. No me refiero a los sufrimientos vin­culados a las necesidades del trabajo (éstos pueden sopor­tarse con orguUo), sino a los inútiles, Son éstos los que hie­ren el alma, porque generalmente nadie va a quejarse de ellos, y se sabe que no se sueña con ello porque por adelan· tado se tiene la convicción de que uno seria acogido con du­reza, y por tanto, es mejor encajar el sufrimiento y la hu­millación, sin decir una sola palabra. Hablar sería buscar una humillación más. Muchas veces, cuando hay algo que un obrero no puede soportar, preferiría callarse y pedir le bagan la cuenta. Tales sufrimientos son con frecuencia muy

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ligeros en sí mismos ; si son amargos es debido a que ca vez que se experimentan, y se experimentan continuam te, se comprueba el hecho de que en la fábrica no se e en casa, y de que en ella no se tiene carta de ciudada · sino que se es un extranjero admitido como simple interm diario entre las máquinas y las piezas fabricadas ; tod estos hechos vienen a alcanzar al cuerpo y al a1ma ; ba' este impacto, la carne y el pensamiento se retraen. Es co si alguien repitiera minuto a minuto, junto a nuestro oido «Tú no eres nada. Tú no cuentas para nada. Tú estás para doblegarte, sufrirlo todo y callan>. Semejante repe · ción es casi irresistible. Se llega a admitir, en lo inás p fundo de uno mismo, que no se es nada. Todos, o casi tod los obreros industriales -incluso los que tienen un ai más independiente- tienen algo, un algo casi imperccpti ble en sus movimientos, en su mirada, y sobre todo en rasgo de los labios, que dice que a ellos se les obliga a co tarse como nada.

Más que nada, lo que les sujeta y humilla es la forma a reciben las órdenes. A menudo se niega que sea verdad qUf los obreros sufran de la monotonía del trabajo alegando que cualquier cambio también les contraría. No obstante, e! hastío invade el alma, a lo largo de un período prolongarle de trabajo monótono. El cambio produce al mismo tiempo alivio y contrariedad; incluso viva contrariedad en el caso del trabajo a destajo, a causa de la disminución de bene& cio, y porque se ha convertido en un hábito y casi en convención el dar más importancia al dinero, cosa clara � mensurable, que a los sentimientos oscuros, imperceptibles e inexpresables que se apoderan del alma durante el traba­jo. Pero, incluso cuando el trabajo es pagado a tanto por hora, existe contrariedad e irritación, por la forma en qut el cambio se opera. El nuevo trabajo es impuesto de gol� y porrazo, sin preparación y en forma de una orden tajan 108

te a la cual es preciso obedecer inmediatamente y sin ré­plica. El que se ve forzado a obedecer de este modo siente brutalmente que su tiempo está continuamente a disposi­ción de otros. El pequeño artesano que tiene un taller me­cánico y que sabe que dentro de quince días deberá entre­gar tantos berbiquíes, tantos grifos o tantas bielas, tampoco dispone arbitrariamente de su tiempo ; pero por lo menos una vez recibido el pedido es él únicamente quien determi­na por adelantado el empleo de sus horas y de sus días. Sí el mismo jefe que da la orden dijera al obrero una o dos semanas antes : durante dos días hará usted berbiquíes, des­pués bielas y así todas las otras cosas, el obrero debería obedecer, pero le sería posible abarcar con el pensamiento el futuro próximo, dibujarlo por adelantado y poseerlo. No OCUrl'e así en la fábrica. Desde que se deposita la ficha en el ¡-eloj de control para entrar, hasta que se ficha de nuevo

para salir, cada instante uno debe estar dispuesto a reci­bir órdenes. Al igual que un objeto inerte al que cualquie­ra puede cambiar de sitio. Si se está trabajando en una pie­za que ocupará aún dos horas del trabajo de un obrero, éste no puede pensar en lo que hará dentro de tres horas, sin que el pensamiento tenga que hacer un desvío y pasar por

jefe, y sin que, por tanto, se vea forzado a repetirse que sometido a unas órdenes : si haces diez piezas por mi­

ULO, debes hacer análogo promedio --o acelerar- los cin­min.utos siguientes. Si por un momento supones que qui­no vendrá orden alguna, debido también a que las órde­

s son el único factor de variedad, eliminarlas con el pen-iento equivaldría a condenarse a imaginar una repeti-

ón ininterrumpida de piezas siempre idénticas, a vivir en nas regiones tristes y desérticas que el pensamiento no ede visitar. Es verdad, también, que de hecho mil peque­

incidentes vendrán a poblar este desierto, pero si bien cierto que los obreros cuentan con la hora en que se vi-

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virá este momento, no entran en la línea de pensam�enl del futuro cuando uno se lo representa : si el

. pensamienw

quiere evitar la monotonía, imaginar un cambio, u�a ordei repentina, no puede viajar del presente al futu�o sm pasa! por una humillación. De esta forma, el pensamiento s

.e

trae. Este repliegue en el presente produce una es�ecie d estupor. El único futuro soportable para el pensamiento, . más allá del cual no tiene la fuerza de extendei:se, es aqu que cuando se está en pleno trabajo se.para el instante q se encuentra entre la conclusión de la pieza en curso Y el e mienzo de la siguiente, si se tiene la suerte de hacer

. u

pieza que dure bastante. En ciertos momentos el tr�baJo lo suficientemente absorbente para que el pensamiento mantenga por sí mismo dentro de estos límites. Entoncct y sólo entonces, no se sufre. Pero por la noc�e •. �na vez )1 se ha salido, o sobre todo por la mañana, al d1ng1rse uno a trabajo y al reloj de control, es duro -muy duro- pen� en el día que se presenta y en todo lo que habrá de segmr y el domingo por la noche, cuando lo que se presenta al pe11 samiento no es ya un día, sino toda una semana, entonces el futuro es ya demasiado triste, demasiado abrumador, tal duro y total que el pensamiento se doblega ante él.

. . Por otro lado, la monotonía de un día en la fábrica, m clu�o si ningún cambio de trabajo viene a romper�a, . es llena de mil pequeños incidentes que pueblan. cada Jorna y hacen de ella una historia nueva ; pero, lo mismo que

, rre con el cambio de trabajo, estos incidentes la mayona las veces hieren mucho más que no reconfortan. Supon. siempre una disminución del salario en el caso del traba a destajo, de forma, pues, que no s�n deseables. Per� frecuencia hieren también por si mismos. La an�ustia tendida, difusa, en todos los momentos del traba10 se centra, la angustia de �b���te depr��·

-y cuando, co

sucede a menudo, se necesita la cooperac1on de otro

llO

poder continuar (de un contramaeslre, de un gual'da del al­macén, de un capataz), el sentimiento de dependencia, de impotencia. de no contar para nada a Tos ojos de aquéllos de los cuaTes se depende. puede l legar a ser tan doloroso que llega al extremo de arrancar lágrimas, tanto a los hombres como a las mujeres. La posibilidad continua de tales inci· dentes : la máquina parada, la caja que no se encuentra, y asf pod ríamos ir siguiendo con ot ros muchos ejemplos po­sibles, lejos de dismimtir el peso de la monotonía, le qu itan el remedio que en general lleva ésta en si misma, cual es el poder de adormecer y acunar los pensamientos hasta tal forma que se pueda dejar. hasta un cierto punto, de ser sen· sible ; una ligera angustia, empern, impide este efecto del adormeeimiento y olillgá a fener conciencia de Ja monoto­nía, atJnque verdaderamente sea intolerable tener concien­cia de ello. Nada es peor que la mezcla de monotonía y azar ; se agravan la una al otro, por lo menos cuando el a2ar es angustiante. En la fábrica es angustioso este azar, por el hecho de que no está oficialmente reconocido; en teorfa, aunque todo el mundo sepa que no es así, las cajas para po­ner las piezas no faltan nunca, Jos capataces jamás hacen esperar y toda dfaminución de la velocidad y del ritmo de producción es sólo culpa del obreroFConstantemente el pen­samiento debe estar dispuesto, al mismo tiempo, a seguir el curso monótono de unos gestos repetidos indefinidamente y a encontrar en sí mismo los recursos para remediar cual­quier imprevisto. Obligación claramente contradictoria, im­posible y agotadora. El cuerpo a veces está agotado : sobre tOdo por la noche, a la salida de la fábrica, pero el pensa­miento lo está siempre. y cada \'ez más. Quien baya sufrido este agotamiento :r no lo haya olvidado puede leerlo en los ojos de casi todos los obreros que desfilan por la noche al salir de Ja fábrica. j Con qué fuerza desearía cada uno po­der dejar el alma junto con la ficha de control al entrar por

1 1 1

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la mañana, y recuperarla intacta por la noche a la salida!

Pero suced� todo lo contrario. Se la lleva consigo a la fábrica,

donde sufrirá; y por la noche este agotamiento la ha dejado

como anonadada, y para ella las horas de distracción son

vanas. Al

. "d _gunos mc1 entes en el curso del trabajo proporcionan

alegr�a, es ve�dad, incluso si tales incidentes disminuyen el

salario. En primer lug:i.r, esto puede ocurrir en el caso cier­

tamente poco frecuente, que se vive cuando se recíbe d� otro

un precioso testimonio de camaradería ; después se encuen­

tran todas las ocasiones en que puedes arreglártelas tú solo.

Cuando uno se las ingenia, cuando se esfuerza cuando se

lucha con un obstáculo, el alma está ocupada e� un futuro

que sólo depende de uno mismo.

. Un trabajo,

_ cuanto más capaz sea de traer semejantes

dificultades, mas eleva el corazón. Pero esta alegría es in­

com?leta por c.ulpa de los hombres, de los compañeros o de

l�s 1efes, que Juzgan y aprecian el valor de lo hecho. Casi

siempre, tan�o los jefes como los compañeros encargados de

o�ras operac10nes en las mismas piezas, se preocupan exclu·

sivam.en�e de las piezas y no de las dificultades vencidas.

Esta md1ferencia priva al obrero del calor humano del cual

siempre tenemos necesidad. Incluso el hombre menos de· seoso de satisfacción del amor propio, se siente solo en un lugar en e� cual está establecido que sólo importa lo que

haga, no como lo haga ; a consecuencia de ello las alegrias

del �rabajo se encuentran relegadas al rango 'de unas im•

pres10nes no formuladas, fugitivas, desaparecidas casi des­

de que nacen; al no conseguir anudar la camaradería entre

los trabajadores, ésta queda como una veleidad informe \'

los jefes no son el hombre que guía y vigila a otros h�� bres, ·sino los órganos de una subordinación impersonal bru· tal Y tan fría como el hierro. Es verdad que en esta reÍación

de subordinación la persona del jefe interviene, pero el

112

lo ea por el capricho ; la brutalidad 1mpersona1 y el capri­

cho, lejos de aternperarse, se agravan reciproca.mente de 13.

mtsma forma como lo hacen la monotonía y el azar·

En nuestros días no es únicamente en los almacenes.

mercados y centros de cambio los lugares donde tan sólo

cuentan los productos de1 trabajo y no el trabajo que los

suscitó; sino que en la moderna industria ocurre lo JlliS�O,

por lo menos al nivel de los trabajadores. La co�perac16n,

la comprensión, la apreciación mutua en el traba30 son un

monopolio de las esferas superioreLJ.l nivel del obrero, l�s:

relaciones establecidas entre los diferentes puestos 'Y 1as dls·

tintas funciones son relaciones entre las cosas Y no entre

los hombres')Las piezas circulan con sus fichas, la indica­

ción del nombre, de 1a forma y de la materia prbna. Ca.si po­

dria llegar a creerse que ellas son 1as personas, ! �os obreros

las piezas intercambiables. Tienen un estado civil ; y cu�n­

do, como sucede en las grandes empresas, hay que ensenar

a la entrada un carnet de identidad en el cual uno se ve fo­

tografiado con un número en el pecho. como ,un condenado,

el contraste que la situación provoca es un s1mbolo punzan-

te que hace dafi.O. Las cosas juegan el papel de hombres y los hornbres �l

f papel de cosas � ésta es la rafa de1 mal. Existen muchas si­

tuaciones distintas en una fábrica ; e1 ajustador que en un

taller de utillaje fabrica, por ejemplo, matrices de Erens-a.

maravillas de ingenio, que requieren largas toras de mode­

laci6n y siempre son distinta'S, no pierde nada al entrar � la fábrica, pero éste es un caso poco frecuente. En cam�10,

son numerosos por el contrario -en las grandes fábricas

e incluso en las pequeñas- los hombres o las mujeres que

ejecutan a toda velocidad, en virtud de una orden, cinco o

seis gestos simples repetidos indefinidamente a razón de uno

por segundo, apro:x:imadarnente, sin otro :espiro que algu­

nas carreras ansiosas en busca de una caJa, de un capataJ.

113

'

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o de otras piezas, hasta el s un . . llega para llevarse d 1 eg do pr eciso en que un jef& · e a guna forrua a 11 mu; eres como si fueran b . t

aque os hombres o otra máquina . y an· o Je os Para ponerlos delante de ' t se quedarán hast otra parte. Esta PetJh t a que se los lleven a � --<i!..:::.: e son cosa hast<> d puede lleaa1· a serlo -h t - '"' onR� -ll.O hombre """ - as a un u ·t - - -c�bo cosas a las cuales no ?'u e-, pero al fin y al gue se _deb� estar siempre

�� permite toniar _conciencia, ya s_ucesión de los gestos no se

pu��to ante lo UllprevisLo. u fabrica con la palabra ritrno .designa en el lenguaje de la te evocador cadencia

. 1 , _sino con otro término altamen-h • , Y a expresión · t ay tan a1·rítmico como esta u .

. es JUS a, ya que nada movtrn.ientos que P"""t ' . s ces1on. Todas las series de 1. <U zc1pan en la ope . . izan sin disminuir la veloc·d d . racion Y que se rea-de paro, bre,,es como un re1�

ª • encierran unos instantes creta del ritmo y d al pago, que constituyen el se-an espectador a • .. . · d e:>..'trema rapidez Ja · . . ' u.a' es e la misma ' 1mpresl0n de 1 nt't d destre, el atleta en el e • u . El corredor pe-. • momento que dial, parece marchar le t�-supera un record mun-n ...... uente mient . dores mediocres apresu1·arse

1 .

i as _se ve a los corre-más aprisa Y mejor trabaja eÍ se

e;o�, .detras de él ; cuanto más la impresión de que se lo

,,� o1 . el que obserTa tiene el contrario, el espectáculo está tornando con calma. Por pr�1:orciona -casi siempr�

e1�0� pe�n�s en las máquinas tacwn miserable carent

d .1mp1 es16n de una precipi-e e gracia y de d' ·d natural y conveniente para el h rgru ad. Es algo cuan

.do, durante Ja ejecución d

�mbre que pare, de vez en conciencia de lo que h alguna cosa, pa:ra tomar ti a.ce, como hizo n· ere en el Génesis . este t• 1á ios, tal como se re--movilidad Y de eq�ilib

.· e mpago de pensamiento, de in-- . 1 10, es Jo que se deb pru:mr completamente en la fábri e aprender a su-peones, en las D:Jáquinas :a cuando se trabaja. Los S. , no cons1!?tlen la e d . . . in que los gestos de u 0 a enc1a exia1da n scuundo s o ' te1·rumpida Y casi co:ino ("ti

e sucedan en fo!'ma imn-e e-tac del reloj, sin que nada

marque jamás el momento en que alguna cosa se terminó y que empezó a hacer otra Este tic-tac cuya monot0nia es insoportable de escuchar duran t e mucho tiempo, los obre­ros deben casi reproducirlo con su mismo cuerpo. Este en­cadenamiento ininterrumpido, por otra parte, tienr.le a hun­dir al hombre en un sueño, pero hay que soportar tal mo­notonfa sin dormir. No se trata, solamente, de un sufri­miento ; si sólo fuera un suplicio, el mal serra menor. Toda acc16n humana erige un móvil que proporcione la en� necesaria para realizarla, y tal acción es buena o mala se­giln lo sea el m2!i.l Para doblegarse ante la pasividad ago­tadora que exige la fábrica, es preciso buscar los móviles en uno mismo, ya que no hay ni látigos ni cadenas ; si se usa­ran, éstos harían quizá la transformación más fácil. Pe.ro las condiciones mismas del trabajo impiden la intervención de otro.§_ mci\°iles qy_e no sean los del miedo a ser amones­tado o des_pedido, el deseo ávido de acumular un pequeño montón de dinero, y hasta cierto punto el guslo por Jos re· -coros de velocidad. Todo se une para i·ecordar los móviles al pensamiento y transformarlos en obsesiones ; los móvi­les han de llegar a ser obsesionantes para poder ser efica­ces. Al mismo tiempo que estos móviles ocupan el alma, el pensamiento se relrae sobre un punto del tiempo para �vi­tar el sufrimiento, y la conciencia se extingue en el grado que se lo permiten las necesidades del trabajo. Una fuerza casi irresistible, comparable a Ja pesadez, impide entonces sentir la presencia cercana de otros seres humanos que también sufren muy cerca de t i ; es casi imposible no 1er fodiferente y brutal, como lo es el sistema en el cual uno se encuentra hundido; y, recíprocamente, la brutalidad del sistema queda reflejada y becha sensible por los gestos, las miradas y las palabras de los que están alrededor de uno. Después de un día pasado de esta forma, un obrero tie­ne una sola queja, una queja que no llega jamás a los oídos

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'

de los hombres que son extrafios a su condición y a los cua­

les no les diría nada si llegase a sus oídos ; sencillamente,

ha encontrado el tiempo excesiVamente largo.

El tiempo ha sido largo y lo ha vivido en el exilio, en el destierro. Ha pasado el día en un lugar extraño, un rin·

eón que no es de su casa ; las máquinas y las piezas a fa·

bricar, en cambio, sí que están en su casa, y a él le admiten

para aproximar las piezas a las máquinas. Los empresarios

sólo se ocupan d e ellas, nunca de él ; y otras veces --enton·

ces es peor- se ocupan demasiado de él y poco de ellas

-las piezas-; no es raro, por ejemplo, ver un taller en

el cual los jefes están ocupados en fustigar a los obreros y a las obreras, vigilando que no levanten la cabeza, ni tan sólo el tiempo de cambiar una mirada con alguien,

mientras grandes montones de chatarra se están oxidando

en el patio. Nada existe tan amargo. Pero tanto si la fábri·

ca tiene muchos o pocos despilfarros, el obrero siente la sen· sación de que no está en su casa. Sigue siendo un exlran·

Jero. Nada existe tan poderoso en el hombre como la nece· sidad de apropiarse -no jurídicamente, sino con el pensa·

cniento- los lugares y los objetos entre los cuales pasa su vida y gasta la vitalidad que hay en él ; una cocinera die.e 1<mi cocina)), un jardinero «mi césped}), y ello en verdad e!

asi. La propiedad jurídica no es más que uno de los medioS

que proporcionan tal sentimiento, y la organización social perfecta sería aquella que por este medio y otros diera tal sentimiento a todos los seres humanos. Un obrero, en cam·

bio, salvo en muy raros casos, no puede apropiarse nada

con el pensamiento en la fábrica. Las máquinas no le perte­

necen y sirve a una o a otra según la orden que reciba. Las sirve, y no se sirve ; no son para él un medio que se le pr�

pone para hacer de un pedazo de metal una pieza con deter·

minada forma, sino q,ue él es para las máquinas, es un me­

dio para hacer que un pedazo de metal entre en una opt-

l ll

ración, i�orando la relación de esta pieza con todas la! qua le precedieron y las que le seguirán.

�as _piezas tienen su historia ; pasan de un estadio de fabncac16n a otro : él no cuenta en esta hist

. .

h 11 · ona, no deJa

su ue a, no sabe nada de ella. Si le mordiera la curiosidad �t� �o se encontraría estimulada, aunque por otra part: e . .

o or sord? y permanente que impide al pensamiento VlaJar en el tiempo le impide también viajar por Ja fflbrica y le hunde como una estaca en . un punto del espacio asf como en el mom:nto presente. El obrero ignora lo que '

pro­duce Y. por �ol1Slgu1ente no tiene el sentimiento de haber produc�do,_ smo de haberse agotado en el vacío. Se gasta en la �abrlca, a veces, hasta el Umite más extremo, deja allí � meJor que hay en él : su facultad de pensar de sentir

e moverse ; Jo gasta, ya que está vacío cuand; sale . Y � pesar de t?do, no ?ª puesto en el trabajo nada de sí ntls�o. n� p-ensam1ento, ru sentimiento, ni incluso un fin. Su mi v1da sale d él · d ·

. sma

. e ' sm e1ar huella alguna a su alrededor. La fábrica es la que crea objetos útiles no él y la , . paga que se esper� cada quincena en largas filas, todos juntos como � �ebaño es una paga imposible de determinar con ante· rondad, en el trabajo a destajo, a causa de la arbitrariedad Y de la complicación de las cuentas; parece más una li­mosna que un premio al esfuerzo. El obrero, aunque indis­pensable para la fabricación, no cuenta casi nada en ella. ��s. por ello que cada sufrimiento fisico que le es impuesto � hlmen�e, �ada

. falta de consideración, cada brutalidad,

ada humillac1��, incluso por ligera que ésta sea, parece un toque de atenc1on que l� recuerda que no cuenta Y que no se está_ en la casa prop1a. No es dificil ver a las mujeres c.�mo tienen que esperar diez minutos bajo una lluvia torren­cial, ante una puerta abierta por la cual entran sólo los jefes, hasta que suena la hora d e entrar los obreros . esta puerta es para ellas tan extraiia como la de cualqul� casa

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desconocida en la cual, empero -y ello es más grave-, se refugiarían con toda naturalidad. Ninguna intimidad une los obreros a los lugares y objetos entre los cuales trans­curre su vida : la fábrica hace de ellos unos extranjeros en el propio país, unos exilados, unos desarraigados. Las rei­vindicaciones no han tenido tanta importancia en el fenó­meno de la ocupación de fábricas como la necesidad de sentirse, por una vez, en casa. Es forzoso que la vida social se encuentre corrompida hasta su mismo centro, cuando tenga que ocurrir --como sucede en Francia- que los obre­ros sólo se sientan en la fábrica como en su casa cuando están en huelga, y que se consideren como extraños cuando trabajan. Es precisamente todo lo contrario de lo que ten­dría que ser de verdad. Los obreros, pues, no se sentirán verdaderamente en casa en su mismo país y, por consi­guiente, miembros responsables del propio país, hasta que no se sientan como si estuvieran en su casa, en la fábrica, mientras trabajan.

Es difícil que le crean a uno cuando sólo describe impre·

siones. Y, no obstante, no se puede describir de ninguna

forma la desgracia de una tal condición humana. La desgra·

cía sólo está constituida por impresiones. Las circunst.an· cías materiales, en rigor, por mucho tiempo que se pueda

vivir en ellas, no dan por sí solas idea de la desgracia, ya que circunstancias equivalentes, unidas a otros sentimien­

tos, darían felicidad. Son los sentimientos unidos a circuns·

tancias de una vida, lo que le hacen a uno feliz o desgra·

ciado, pero estos sentimientos no son arbitrarios, no cam·

bian o desaparecen por sugestión ; no pueden cambiar más que con un análogo cambio radical de las mismas circuns· tancias. Pero para cambiarlas hay que empezar por cono·

cerlas. Nada es tan difícil de conocer como la desgracia;

ésta es siempre un misterio. Es muda, como dice un prover-

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bio griego. Y se debe estar particularmente preparado para el análisis interior, para poder coger los verdaderos mati­ces y sus causas, y no es éste, generalmente, el caso de todos estos desgraciados. Además ocurre que, incluso es­tando preparado, la desgracia misma impide esta actividad del pensamiento, y la humillación tiene siempre como efec­to el crear unas zonas prohibidas, por las cuales el pensa­miento no se aventura a caminar, y que están cubiertas por el silencio o por la mentira. Cuando un desgraciado se queja, se queja casi siempre en falso, sin evocar su verda­dero dolor ; y además, en el caso de un dolor profundo y permanente, siente un gran pudor para la queja. De esta forma. cada condición desgraciada crea una nueva zona de silencio, en la cual los seres humanos se encuentran en­cerrados como en una isla. Quien sale de la isla jamás vuel- · ve la cara. Las excepciones lo son casi siempre únicamen­te en apariencia. Por ejemplo, la misma distancia, la ma­yorfa de las veces, y aunque ello parezca lo contrario, se­para a Jos obreros del obrero convertido en patrono, del obrero que en el sindicato se hace militante profesional.

Si alguien, venido de fuera, entra en una de estas islas Y se somete, voluntariamente, por un tiempo limitado, pero lo suficientemente largo para poder penetrar en el fondo de la realidad, y cuenta luego lo que siente, fácilmente se le podrá impugnar el valor de su testimonio. Se dirá, y en verdad, que lo ha vivido en forma distinta a como lo viven los que están allí habitualmente. La observación, empero, vale en el caso de que este hombre sólo se haya dedicado a la introspección o a la observación. Pero si, realmente, ha conseguido olvidar que viene de fuera, que volverá a salir Y que sólo hace un viaje, y compara continuamente lo que e siente con lo que lee en las caras, en los ojos, en los gestos, las actitudes, las palabras y los acontecimientos gran­des y pequeños, creará en sí mismo un sentimiento de cer-

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teza, diffcilmente comunicable. Las caras contratdais por la angustia de la jornada que es preciso atravesar y los ojos doloridos que se ven en el metro por las mafianas ; el can· sancio profundo, esencial, la fatiga del alma mucho más atín que la del cuerpo; un cansancio que marca las actitudes, las miradas y el sesgo de los labios, por la noche; a la salida del trabajo ; las miradas y las actitudes de bestia encerrada, cuando 1.a fábrica, después de las vacaciones anuales de diez días abre las puertas a un año intermina· ble ; la brutalidad difusa que se halla casi por todas par� tes ; la importancia dada por casi todos a detalles que son pequeños en sí mismos, pero muy dolorosos por su signifi· cado simbólíco, tales como la obligación de presentar un carnet de identidad al entrar ; las jactancias piadosas cru·

zadas entre los rebaños amontonados a la puerta de las ofi­cinas de colocación, y que, por oposición, evocan tantas hu· millaciones reales : las palabras increíblemente dolorosas que se escapan a veces, como inadvertidamente, de labios de hombres y mujeres semejantes, por su situación, a todos los demás obreros : el odio y el hastío de la fábrica, del lugar de trabajo, que hacen aparecer a menudo palabras y actos concretos que proyectan su sombra sobre la camara­dería y que empujan a los obreros y obreras, desde que salen de la fábrica, a encerrarse cada cual en su casa, casi !in cambiar una palabra; la alegría que se siente durante un conflicto laboral cuando se produce la ocupación de la fábrica, con la sensación de poseer la fábrica con el pen· samiento, de recorrer todas sus partes, el orgullo completa: mente nuevo de enseñarla a los suyos y explicarles dónde trabaja; alegria y orgullo furtivos que expresan por con· traste, y de una manera hasta punzante, los permanentes dolores sufridos por el pensamiento prisionero; en fin, t� dos los oleajes de la clase obrera, que aparecen tan mlste­riosos a los ojos de los espectadores, y que en realidad son

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tan fácile9 de comprender. ¿Cómo no ftaree de todos Mt09 signos, cuando uno al mismo tiempo que los lee en torno !U'.YO comprueba en si mismo todos los sentimientos corr�­pondíentes?

La fábrica debería ser un lugar de alegría, un lugar en el cual, incluso si por circunstancias técnicas resultara in� vitable que el cuerpo y el alma sufran, debería lograrse que por lo menos el alma pudiese gozar de las alegrías, pudiera alilnentarse de alegrías. Para que ello fuera realidad haría falta cambiar en cierto sentido muc1!�. cosas ; y en cierto selffiOo también bastaría con variar muy pocas. Todos los sistemas de reforma o de transformación social conducen fácilmente a soluciones falsas ; si dichas reformas se rea· lizaran dejarían el mal intacto ; son sistemas que quieren cambiar demasiadas cosas y muy pocas, al mismo tiempo : cambiar muy poco lo que constituye la causa real del mal, Y demasiado las circunstancias que le son extrañas. Algu­nos preconizan una disminución, por otra parte ridícula· mente exagerada, de la duración del trabajo ; pero hacer del pueblo proletario una masa de desocupados que serian esclavos sólo dos horas diarias no es deseable si tal hipó­tesis fuera posible, ni es tampoco moralmente aceptable aún cuando -repito- ello fuera materialmente posible. Nadie aceptarla ser esclavo dos horas ; la esclavitud, para ser acep­tada, debe durar cada día lo suficiente para poder romper cuaiqt:_..:r sentido en el hombre. Si es que existe otro re­medio que no represente en la práctica la compaginación de la esclavitud y su aceptación, éste será de otro orden Y mucho más dificil de concebir. Exige un esfuerzo de in· vención. Es preciso cambiar la naturaleza de los estfmulos del trabajo, disminuir o abolir las causas de hastío, trans­formar la relación de cada obrero con el funcionamiento del conjunto de la fábrica, la relación del obrero con la

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máquina en particular y variar la forma en que transcu· rre el tiempo, durante el trabajo.

No es bueno que el paro sea como un� pesadilla sin salida, ni que el trabajo se encuentre recompensado por una oleada de lujos falsos y baratos, que excitan el desea sin satisfacer la necesidad. Estos dos puntos, en verdad, no son impugnados. Pero de ello se sigue que el miedo al despido y la codicia del dinero deben dejar de ser los es­timulantes esenciales que ocupan continuamente un primer plano en el alma de los obreros, para actuar en adelante en su rango' natural de estimulantes secundarios. Otros esli·

mulantes deben ser los que se precisa situar en primer plano. De ellos, uno de los más poderosos en todo trabajo es

el sentimiento de que existe algo que hacer y que hay que

desplegar un esfuerzo. Este estimulante, en la fábrica y sobre todo para el peón de máquina, en forma general se puede afirmar que no existe en absoluto. Cuando el o�rero mete mil veces una pieza en contacto con l a herramienta de una máquina, se encuentra no sólo con el cansancio, sino que además se ve en la misma situación de un niño a quien

han ordenado ensartar perlas para tenerlo tranquilo : el niño obedece porque teme un castigo o espera un bombón,

pero su acción carece de sentido para él (únicamente e�e

la conformidad con la orden dada por la persona que t1ene

poder sobre él). Otro y muy distinto sería el caso si el obre­ro supiera claramente cada día y a cada instante qué parte tiene en el conjunto de la fabricaci.ón, la pieza que él hace

y qué papel juega la fábrica en la sociedad. Si un obrero

deja caer la herramienta de una prensa sobre un pedazo de

latón que formará parte de un dispositivo del metro de Pa· rís, sería necesario que lo supiera y, además, que se repre­sentara el papel y la función del citado pedazo de latón en f'l funcionamiento de un tramo del metro, que conodera

qué operaciones hci sufrido ya la pieza y cuáles sufrirá aún

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antes de que ocupe su lugar definitivo. No se trata, eviden­temente, de dar una conferencia a cada obrero sobre la na­turaleza y la función de cada trabajo. Lo que sí sería posible es darle ocasión de recorrer de vez en cuando la fábrica por el sistema de ir alternando grupos de obreros por turno durante algunas horas, en los diferentes talleres, que se pa­ga.dan a la tarifa ordinaria, y acompañando al mismo tiem­po la visita con una serie de explicaciones técnicas. Se debe1fa permitir, además, que los obreros trajesen a sus fa­milias para efectuar tales visitas, hacerlo así sería una me­dida mucho mejor. ¿Es natural que una mujer no vea ja­mb el lugar en el cual su marido gasta la mejor parte de sí mismo todos los días, y durante la mayor parte del día? Todo obrero sería feliz y se sentiría orgulloso cie poder en­señar a su mujer y a sus hijos el lugar en que trabaja. Se­ria bueno ,también, que de vez en cuando cada obrero viera terminada la cosa concreta a cuya fabricación ha contri­buido, por poco importante que sea el trabajo que haya aportado, y que se hiciera notar exactamente cuál es la parte que ha tomado en la obra total. Evidentemente, el problema se presenta en forma distinta para cada fábrica y para cada fabricación, y pueden encontrarse según los casos un infinita variedad de métodos aptos para estimu­lar y satisfacer la curiosidad de los trabajadores ante su propio trabajo. No hace falta- realizar un gran esfuerzo de imaginación, a condición solamente de concebir con clari­dad el fin, que en la práctica consiste en el acto de desco­rrer el velo que pone el dinero entre el trabajador y su trabajo. Los obreros profesan, de hecho, una especie de creencia que no se expresa en palabras y que sería absurdo explicarla así, pero que impregna todos los sentimientos, y que no deja de tener además su parte d e verdad : creen que su dolor se transforma en dinero, una pequena parte del cual se les devuelve en forma de salario y cuya mayor

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parte va a parar al bol!lllo del patr�. Para destruir tal creencia, es preciso hacerles comprender, no con esta parte euperficial de la inteligencia que aplicamos a las verdades evidentes -ya que de esta forma lo comprenden ya- sino con todo el alma y por decirlo asf con el mismo cuerpo, que en todos los momentos de su dolor fabrican objetos llama· dos a responder a necesidades sociales, y que tienen por ello un derecho limitado, pero real, a estar orgullosos d ello (1).

Es verdad que en una acepción realmente estricta no se fabrican propiamente objetos cuando los peones se limitan a repetir, por mucho tiempo, una combinación de cinco D seis gestos simples y siempre idénticos. Este automatisl'l\'l embrutecedor debe desaparecer. Mientras la realidad sa así, hágase lo que se haga, existirá siempre en el seno de la vida social un proletariado envilecido y lleno dt odio. Es verdad que determinados seres humanos, mental­mente atrasados, son, podrfamos casi afirmarlo, naturalmen­te aptos para este género de trabajo; pero no es tamp� menos verdad que su número, por amplio que pretendié­ramos que fuera, no es equivalente ni análogo al de los seres

humanos que de hecho trabajan así ; ni de lejos se acercai: esas cifras. La prueba de ello es que de cada cien niños nt cidos en familias burguesas, la proporción de los que Uil1 vez mayores no hacen trabajos mecánicos es mucho roen que la de cada cien hijos de obreros, aunque la distribu� de aptitudes sea como término medio más o menos la IIll!' ma. El remedio no es difícil de encontrar, por lo menos un período normal durante el cual no falte el vil me Siempre que una fabricación exija la repetición de un co

(1) Problema de la auténtica participación del obrero en la orl tac16n y desarrollo del proceso industrial. Este es uno de los pun sobre los que mayormente insistirá S. Well a lo largo de la o (N. E. C.).

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binado de un n'fimero peque1'io de movimientos simples es­tos movimientos pueden ser hechos por una máquina' au­

tomática, y ello sin ninguna excepción. En realidad ocurre que se emplea preferentemente a un hombre porque éste es �a máquina que obedece a la voz de mando y le basta recibir una orden para sustituir, en un momento dado, una CQmbinación de movimientos por otra y porque resulta más barato. Pero existen máquinas automáticas de usos múlti­ples q�e pueden hacer también el paso de un tipo de fa­bricac1on a otro, sólo reemplazando una leva por otra. Este sistema �e máquinas es aún reciente y poco desarrollado (1), pero nadie puede prever hasta qué punto se puede desarro­llar si nos preocupamos de ello. Aparecerían entonces cosas que se denominarían máquinas pero que, desde el punto de vista del hombre que trabaja, serían exactamente lo más opuesto a la mayoría de las máquinas hoy en uso. ¿No es extraordina�io que una misma palabra designe realidades tan contrarias? Un peón especializado no tiene, en la vida de la fábrica, otro papel que el de efectuar la repetición automática de movimientos, mientras que la máquina a la cual sirve encierra, imprime y cristaliza en el metal toda la p�rte.

de combinaciones y de inteligencia que supone la falmcac tón en curso. Tal inversión de los factores es algo que va contra la naturaleza ; constituye un crimen. Pero li el trabajo de un hombre consiste en disponer de una máquina automática y montar las levas correspondientes, adecuadas cada vez según sean las piezas a fabricar, asume por un lado la parte de esfuerzo de reflexión y de combi­nación y, por otro, un esfuerzo manual que implica, como el de los artesanos, una verdadera habilidad. Tal relación (J) Al haberse redactado en 1941 el presente articulo la auto.. mactón no habfa alcanzado el incremento y perfección q�e en los momenios actuales es�á logrando. Véase a este respecto las intere-1unes obras de S. L1lley: A.utomatizaci6n 'JI 1JTOgre:;o social. Ma­drid, 1�59 (N. E. C.).

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entre el hombre y la máquina es plenamente satisfactoria Tiempo y ritmo son los factores más importantes ce:

problema obrero. Es verdad , también, que el trabajo ru es un juego ; es, al mismo tiempo, inevitable y convenient casi, que en el trabajo exista monotonía y aburrimiento Intentemos explicar esta afirmación con un ejemplo ; exist más monotonía en una misa con canto gregoriano o en concierto de Bach que en una opereta, y sin embargo el valor de aquéllos es muy superior. Este mundo en el e vamos cayendo continuamente existe en la realidad ; s mos realmente de carne y hemos sido lanzados fuera de k eternidad ; y debemos por tanto atravesar realmente el tie11 po, con dolor, minuto a minuto. Este dolor es nuestra par1 y la monotonía del trabajo es solamente una de sus formai Pero no es menos verdad que nuestro pensamiento est hecho para dominar el tiempo, y que esta vocación de mantenerse intacta en todo ser humano. La sucesión a solutamente uniforme al mismo tiempo que variada y con nuamente sorprendente de los días, de los meses, de l estaciones y de los años conviene, exactamente, a nue dolor y a nuestra grandeza. Todo cuanto entre las co humanas es en cierto grado bello y bueno reproduce igu mente en cierto grado esta mezcla de uniformidad y va · dad; todo cuanto difiere de ello es malo y degradante. trabajo del campesino obedece por necesidad a este ri del mundo ; el trabajo del obrero, por su misma natural es en gran medida independiente de él, pero podría · tarlo. Pero tal combinación es todo lo contrario de lo q se produce en las fábricas. La uniformidad y la varieil se mezclan también allí, pero esta mezcla es el polo opu a la que nos procuran el sol y los astros; éstos cumpl por adelantado el tiempo previsto en los esquemas que han elaborado con una variedad limitada y ordenada acontecimientos absolutamente imprevisibles y parcialm

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te privados de orden : or el e .. . trabaja en una íábrica e�· , ontrano. el futuro del que

de prever. Y mucho má a vac10 a causa de la imposibiJjdad la identidad de los insta�t:uerto que el pasado a causa de

del reJoj. Una uniformidad que �e �uceden con:io

_los tic-tac

reloj Y no el de ¡ .que muta los mo\'1n11entos del · as constelaciones una , .. d toda reoJa )' por con . .

. ' \ a1 ie ad que exclt1ve º . s 1gu1ente toda p ·e . "ó .

liernpo inJ1abitabJe i v1s1 n, cons1 ruye t.m para el hombre , t 6 . rabie. · ,ina a m sfera 1rrespi-

La transformación de las má . , . de impedir que el t" quinas es Jo umco que pue-

reloj ; pero con esto1e;foº de �os obreros se par<'zca al del el futuro se abra ante

l noL . ay bastant: : es preciso que sibilidad de previsión e fu o i ero conccdiendolc cierta po­el tiempo que se

a ' a 1 de que sienta que avanza en ' · cerca con cad f cierto. Actualmenle el f a

es uerzo hacia un finaJ obreros están haciendo

es uJ erzo que la mayor parte de los no es conduce a parte l no sea al t ranscurrir del t·e h

a guna, como salida ; pero como que un

�-mpo �sta . Uegar a Ja hora de

otro, el final de que se trat Ja de tr abaJ

.º sucede siempre a

otra cosa que la muerte . a con este s1stema actual no e:s

otro distinto m·' ' �o puede un obre.ro i·epresentarse • as que baJo la ro . d . de trabajo a desta

·o lo I ma e salario, en el caso

obsesión del diner� , Ab

�ua1 Je enciena terriblemente en la · nr un futuro a los b presentación del trabajo futuro o reros en la re-

tea en forma distinta se ,

l es un problema que se plan­

la solución del problema� 1�s c�sos. De ma�era general. Dliento de cuál es en realidad

p 1ca ad�niás ?e c1erto conoci­to de la f"'b .· el funcionamiento del conJ·un-a nea. que debe ser cü necesidad de qae exista una or

con_ce -�º a cada obrero, la comporte cierta auton . gamzac1oa de la fábrica que el establecimiento

�m1a de los talleres, en relación con er . .Mirando a 'u: fu�u

cada ;�rero en relación con su laber, en cuan to sea posib;o pr x.imo. rada obrero debería

e, poco más o menos, qué es lo

l ?,.... _ ,

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durante loe ocho o diez dfas que seguirán. que debería hac;r . rt osibílidad de elección por lo e incluso debena tener cie a p

.6 de los diversos trabajos. fi re al orden de sucesi n

que se re e á moto deberíamos proyectar una

Mirando a un futuro m s re ' forma ciertamente menos

serie de hitos . o de jal¡°nes,

u:n establecen el patrono y el

amplia y precisa que os q . to modo de forma ané· director, pero �oncebido�, e

:e ��: derecho� efectivos hayan loga. Con este sistema, sm q . entará este senti-

, . o el obrero exper1m crecido lo más mm1m '

"ta el corazón del 110� d ropiedad que tanto neces1 . 1 miento e p .

. . 1 d 1 r hace posible suprimir e

bre, y que sin dismmmr e o o

hastío. . .1 . rtas circunstancias del Tales reformas son d1fíc1 �s, Y

d���ultad En cambio, se?t período presente aumentan dicha

. .

de la desgracia . dispensable la presencia verdaderamente .

m eciso cambiar alguna cosa. U1S

para hacer sentir que es pr � . difícil ven� principales obstáculos están en las alma

;r·

l�s menos mucht»

el miedo Y el desp�e?io. L�

obr;�

o�i� :equeñas heridas Wll

de ellos, han adquirido a ase h ue empiecen a mirar

amargura casi incurable, quel

ac� qe de arriba sobre todt

t todo cuanto es v1en ' como una rampa . . .

d lo patronos . esta descolt ("f de la imc1at1va e s ' lo que surbe .

haría estéril cualquier esfuer�o fianza enfermiza, que . sfuerzo y perseverancia (!J. mejora, no puede vencerse s

�n

de

temen que una tentativa Muchos patronos, _

por otro . ªof��iva que en sí misma sea.

de reforma cualqu1er��:��s��adores, a los cuales atribu. dé nuevas fuerzas

.ª cepción en materia social, Y a todos los :nales, sm e

�e los ;epresentan como monstr q�e, en: c1er

Lto

rndo��� también a los patronos tener que

mitológicos. es u

d mil desengafl.os- se ap (1) Esta desconfianza -frutad etodos los observadores de

�n los comentarlos e 1nfor�esb.l.i�oriador y el ¡ocióloj¡o b,Uta fenómenos obrero.&, d.sd• e

slcóloco.

128

mitir que existe, en los obreros, ciertas partes del alma su­periores que se ejercitarían en el sentido del orden social si se les aplicasen los estimulantes convenientes. E incluso, para mayor dificultad de tales reformas, ocurre que cuando estuvie:ran convencidos de la utilidad de las reformas indi­cadas, los empresarios se verían detenidos por una exage­rada preocupación del secreto industrial ; no obstante, creo que la experiencia les ha enseñado que la amargura y hos­tilidad sorda que están hundidas en el corazón de los obre­ros encierra peligros mucho mayores para ellos que la cu­riosidad de la concurrencia. Por lo demás, el esfuerzo que se debe llevar a cabo no incumbe solamente a los patronos y obreros, sino a toda la sociedad ; en especial, la escuela debería estar concebida en forma absolutamente nueva, a fin de formar hombres capaces de comprender el conjunto del trabajo del cual forman parte. No se trata de bajar el nivel de los estudios teóricos, sino más bien de hacer todo lo contrario ; debería realizarse mucho más de lo que se hace para despertar la inteligencia, pero ,al mismo tiempo, la enseñanza debería ser mucho más concreta.

El mal que se trata de curar interesa, también, a toda la sociedad. Ninguna sociedad puede ser estable cuando toda una categoría de productores trabaja todos los días, y du· rante todo el día, con fastidio. Este hastío en el trabajo alte­ra en los obreros toda concepción de la vida, toda su vida social. La humillación degradante que acompaña a cada uno de sus esfuerzos busca una compensación en una espe­c:ie de imperialismo obrero fomentado por .las propagandas en boga más o menos salidas del marxismo ; si un hombre que fabrica tuercas sintiese, fabricando tuercas, un orgullo legítimo y limitado, no provocaría artificialmente en sí mis­mo un orgullo ilimitado, exagerado y desorbitado por el pensamiento de que su clase está destinada a hacer la his­toria y a dominarlo todo. Lo mismo ocurre con la concep-

129

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ción de la vida privada, y sobre todo con el sen�ido de la familia y las relaciones entre los sexos; el aburndo

_ agota­

miento del trabajo industrial deja un vacl:o que pide ser llenado y que sólo puede serlo por placeres bajos Y brutales. y la corrupción que de ello resulta es

_contagiosa para todas

las clases de la sociedad. La correlación de todo ello no � evidente a primera vista, pero no obstante existe ; la fa�i­

lia no será verdaderamente respetada por nuestro pueb 11

mientras una gran parte de este mismo pueblo trabaje con· tinuamente hastiado. .

Mucha parte del mal social ha venido de l�s fábricas 1 es arn:, en las fábricas, donde hay que corregirlo. Hacerlo

es difícil pero no imposible. Haría falta -para empezar-' · ' - n D� que los especialistas, ingenieros y �emas se empen�se

sólo en construir objetos, sino también en no destruir h�nr

bres. Sería preciso que se empeñaran no en h�cerlos �ócila ni incluso felices, sino simplemente en no obligar a runguno de ellos a envilecerse.

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LA VIDA DE LOS OBREROS METALURGICOS ( l ) (10 junio 1936)

Por fin se respira. Hay huelga de los metalúrgicos. El püblico que ve todo esto desde fuera no comprende casi nada. ¿Qué pasa, qué pasa? ¿Un movimiento revoluciona­rio? Sin embargo, todo está en calma. ¿Un movimiento rei­vindicativo? Pero ¿ por qué tan profundo, tan general, tan fuerte y tan repentino?

Cuando se tienen ciertas imágenes hundidas en el alma, en el corazón y en la misma carne, se comprende. Se com· prende todo en seguida. No tengo más que dejar afluir los recuerdos.

Un taller, en cualquier parte de las afueras, un día de primavera, durante estos primeros calores que son tan ago· biadores para los que trabajan. El aire estaba cargado de olores de pintura y barnices. Era mi primera jornada en aqueJla fábrica. El día anterior me había parecido acogedo­ra : al final de toda una jornada dedicada a andar con lar­gos pasos por las calles, a presentar inútiles certificados, al fi.n en una oficina de colocación habían tenido piedad de mi ¿ Cómo reprimir, pues, en un primer momento, un sen-

(l) Este articulo apareció bajo el seudónimo de S. Gaulois en la revista Révolution prolétarienne de 10 junio 1936, y en los Cah!ers df cTerre libre:. de 15 julio 1936.

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timiento de gratitud? Pero por fin estoy aqui junto a una

máquina. Cortar cincuenta piezas . . . colocarlas una a una en la máquina, de un lado, no de otro. . . manejar cada vez una palanca. . . sacar la pieza. . . poner otra. . . otra. . . otra . . .

.otra más .. . No voy demasiado aprisa. La fatiga se deja sen· tir. Es preciso forzarme, impedir que un instante de des­canso separe un movimiento del movimiento siguiente. Más

aprisa, aún más aprisa. Mas surge el imprevisto. He aqt:

una pieza que he colocado del otro lado. ¿ Quién sabe si es la primera? Es preciso que me fije más. Esta pieza está

-bien colocada. Esta también. ¿Cómo he trabajado los úfü

mos diez minutos? No voy bastante rápida. Fuerzo más aún. Poco a poco la monotonía del trabajo me invita a dor­mir. Durante algún instante estuve a punto de olvidar todas las cosas. Mas, de pronto, un brusco despertar. ¿Qué es lo que estoy haciendo? Esto no puede suceder más. No debo soñar. Debo esforzarme más aún. Si supiera por lo menos

qué es lo que debo hacer. Miro a mi alrededor. Nadie l�

vanta jamás la cabeza, nadie sonríe, nadie dice nada. Estoy

sola. Hago 400 piezas por hora. ¿ Cómo saber si es bastante'

Si estuviera informada al menos de que debo trabajar a este

ritmo . . . La sirena del mediodía sonó al fin. Todo el mundo

se precipita hacia el reloj de control, a -los vestuarios, a la calle. Hay que ir a comer. Afortunadamente, yo aún tengo

un poco de dinero. Pero es preciso tener previsión. í Quién

sabe si voy a continuar aquí! ¡ Si no estaré en paro dentiio de poco, días y días! Por lo tanto, debo meterme en uno de estos lúgubres fonduchos que existen alrededor de las fá­bricas, que por otra parte también son caros. Algunos pla­tos parecen bastante tentadores, pero son otros los que debo

escoger, los de precio más bajo. Incluso comer cuesta aqui un esfuerzo. Este almuerzo no es un descanso. ¿Qué hora es? Quedan pocos minutos para el ocio. No debo descuidar· me : apuntar un minuto de retraso representa trabajar una

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hora sin cobrar. El tiempo transcurre, debo entrar. He aquí mi máquina, mis piezas : debo comenzar de nuevo. Ir más de prisa. . . Me siento desfallecer de fatiga y de desaliento. ¿Qué hora es� Aun faltan dos horas para salir. ¿Cómo podré resistir? Pero se acerca el contramaestre. a ¿ Cuántas haces? ¿-100 por hora? Es necesario que hagas 800. Sin esta cifra no te tendré aquí. Si a partir de ahora haces 800 continua­rás trabajando.» Habla sin levantar la voz. ¿ Para qué ha de chillar si cualquiera de sus palabras ya bastan para pro­

vocar angustia? ¿ Qué respondo? Callaré y me esforzaré más a(!n. A cada segundo, venceré este disgusto y este desáni· mo que me paralizan. Más de prisa. Debo doblar el ritmo. ¿Cuántas he hecho después de una hora? : 650. La sirena. 1r al recuento de trabajo, vestirme, salir de la fábrica con eJ cuerpo vacío de toda energía vital, el espíritu vacío de ideas, el corazón disgustado, lleno de rabia silenciosa, y en­cima con un sentimiento de impotencia y de sumisión. Por­que la única esperanza para el día siguiente es que yo quie­ra dejar transcurrir aún otro día parecido. Respecto a los demás días que seguirán, es algo que aún está lejano. La imaginación se niega a recorrer un número tan grande de minutos tristes.

Al día siguiente se me hace el gran favor de dejarme volve1· a la misma máquina, a pesar de no haber llegado la vfsperá a las 800 piezas exigidas. Pero es preciso que las haga esta mañana. Por tanto, debo ir más aprisa. Viene el contramaestre. ¡,Qué me dice? «Para». Me paro. ¿Qué me va a ocurrir? ¿Me echan ya a la calle? Espero una orden. En lugar de una orden recibo una áspera reprimenda, siem­pre en el mismo tono, así : «Cuando se te manda que pares, has de ponerte inmediatamente de pie para ir a otra má­quina. Aquí no se duerme». ¿Qué hacer? Me callo. Y obe· dezco inmediatamente. Voy rápidamente a la máquina que me señalan. Y hago dócilmente los gestos que se me indi-

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can. Ningún gesto de impaciencia : cualquier gesto se tra·

duce en lentitud o torpeza. La irritación es una cosa buena para los que mandan, pero está prohibida para los que obe­decen. Una pieza. Otra pieza. ¿ Hago ya bastantes? Deprisa. He echado a perder una pieza. Cuidado. Ojo, pierdo el rit· mo. Debo ir más de prisa. De prisa, más de prisa . . .

¿ Otros recuerdos aún? M e afluyen demasiado en tropel Mujeres esperando delante una puerta de la fábrica. No sé puede entrar hasta que falten diez minutos para la hora. y cuando se vive lejos es preciso venir unos veinte minutos antes, para no arriesgarse a entrar con un minuto de re­traso. Hay una portezuela abierta, pero oficialmente 1no está abierta». Llueve a torrentes. Las mujeres están bajo

la lluvia, delante de una puerta abierta. ¿ Qué cosa no sería más natural que el abrigarse en ella cuando llueve, cuando la puerta de una casa está abierta? Pero este movimiento

tan natural no se piensa en hacerlo de la misma forma cuan­do se está delante de la fábrica, porque está prohibido. Nin­guna cosa extraña lo es tanto como esta fábrica a la cual

da uno cotidianamente sus fuerzas durante ocho horas. Una escena de despido. Se me echa de una fábrica donde

he trabajado durante un mes, sin que se me haya hecho ninguna observación. Y como consecuencia se me pagan to. dos los días. ¿Qué es, pues, lo que hay en contra de m!1 Nadie se ha dignado decírmelo. Vuelvo a la hora de la salida. Veo al jefe de taller, le pido educadamente una explicación. Recibo como respuesta : «No tengo por qué darte cuen­tas», y a continuación se va. ¿Qué puedo hacer? ¿Armar un escándalo? Correría el riesgo de no ser contratada en nin­guna otra parte. No, me marcho rápidamente, empiezo a recorrer calles, a pararme ante las oficinas de colocación, Y a medida que pasan las semanas siento crecer en el hueco del estómago una sensación que se instala de forma perma-

nente, y de la que es imposible decir en qué inedida lo :forman la angustia y el hambre.

¿ Qué más? Un vestuario de fábrica, en el curso de una rigurosa semana de invierno. No hay calefacción. Se entra allí después de haber trabajado delante de un horno. Se hace un movimiento de retroceso como el que se hace ante un baño frío. Pero es preciso entrar y permanecer allí diez minutos. Es menester poner dentro del agua helada las manos cubiertas de cortes, a veces la carne está viva, es pre­ciso frotar vigorosamente con serrín para hacer marchar un poco el aceite y el polvo negro. Dos veces al día. Segu­ramente que serían soportables otros sufrimientos más du­ros, pero éstos son tan inútiles! ¿ Lame.ntarse a la dirección? Nadie piensa en ello, ni un solo instante : «Se ríen de nos­otros». Esto es verdad o no, pero, en todo caso, ésta es la impresión que nos dan. Nadie quiere arriesgarse a inten­tarlo. Es preferible sufrir en silencio. Ello es aún menos doloroso.

Conversaciones en la fábrica. Un día una obrera lleva al vestuario a un muchacho de nueve años. Las bromas em­piezan : « ¿ Le quieres hacer trabajar?». La mujer responde : c.Eso quisiera yo, que pudiera trabajar». Tiene dos chicos y el marido enfermo, a su cargo. Gana de tres a cuatro fran­cos· por hora, y espera el momento en que este niño podrá meterlo en una fábrica para llevar unos céntimos a casa. El caso de otra compañera también casada a la que se pi;egunta por su familia : «l Tenéis niños?» -«No, por suer­te. Es decir, tuvimos uno, pero se murió». Otra habla de un marido enfermo, que tenía a su cargo desde hace ocho años : «Afortunadamente ha muerto». Es hermoso tener sen­timientos, pero la vida es demasiado dura.

Escenas de cobro. Se desfila como un rebaño ante la ventanilla, bajo la vigilancia de los contramaestres. Nadie sabe lo que se cobrará; sería preciso hacer cada día cálcu-

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los tan complicados que nadie los efectúa, y por ello, con frecuencia, la paga es arbitraria. Y es imposible, por otro lado, privarse de la sensación de que el poco dinero que se nos entrega a través de la ventanilla no es una limosna.

El hambre. Cuando se ganan tres francos por hora, o incluso 4, o un poco más, es suficiente un golpe duro, una interrupción del trabajo, una herida, para tener que tra­bajar durante una semana padeciendo hambre. No ya la subalimentación que puede producirse permanentemente, incluso sin ningún golpe duro, sino el hambre. El hambre unida a este trabajo físico es una sensación penetrante. Es preciso trabajar mucho más rápido que de costumbre sin comer hasta la semana próxima. Y .por encima de todo, se corre el riesgo de empeorar la producción insuficiente. In· cluso de ser despedido. Para ello no será excusa decir que se tiene hambre. Se tiene hambre, pero es preciso cuando menos satisfacer las exigencias de estas gentes porque se puede, en un instante, ser condenado a tener aún más ham­bre. Cuando ya no se puede más es preciso aún esforzarse. .Siempre esforzarse. Al salir de la fábrica, encerrarse rápi· damente en casa para evitar la tentación de comer, y espe­rar la hora del sueño que regularmente se halla turbado, porque incluso en la noche se tiene hambre. Al día siguiente

se siente el hambre más fuerte aún. Todos estos esfuerzos tendrán su contrapartida : unos pocos billetes, algunas met

nedas que se recibirán a través de una ventanilla. ¿Qué otra cosa se puede pedir? No se tiene derecho a nada. Uno está allí para obedecer y callarse. Uno está en el mundo para obedecer y callarse.

Contar céntimo a céntimo. Durante ocho horas de traba­jo se cuenta céntimo a céntimo. ¿Cuántos reportarán estas piezas? ¿ Qué es lo que he ganado en esta hora? ¿Y en la siguiente? Saliendo de la fábrica aún se cuenta. Se tiene necesidad de Uberarse de la atracción de los escaparates,

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¿Puedo tomarme un café? Pero cuesta 10 céntimos. Ya tomé uno ayer. j Me queda tan poco dinero para pasar la semana! ¿Y estas cerezas? Cuestan demasiado dinero. V as de com­

pras : ¿cuánto cuestan estas patatas? Doscientos metros más lejos cuestan dos céntimos menos_ Es preciso imponer la marcha de doscientos metros a un cuerpo que apenas puede &11dar. Los céntimos resultan una obsesión. Jamás, a causa de ellos, se puede olvidar la sujeción a la fábrica. Jamás uno se libera. Porque si uno comete una locura, -una locura a la escala de unos pocos francos- padecerá hambre. No es preciso que ocurra con frecuencia, se acabaría por tra· bajar menos de prisa, y por un círculo sin remisión el ham­bre engendraría aún más hambre. No es conveniente dejarse encadenar por· este círculo. Lleva al agotamiento, a la en­fermedad, a la muerte. Porque cuando ya no se puede pro· ducir más rápido, no se tiene derecho a vivir. ¿No veis a los hombres de 40 años rechazados en todas partes, en todas lis oficinas de colocación, cualesquiera que sean sus certi­ficados? A los cuarenta años se está considerado como in­capaz. Infortunio para los incapaces.

La fatiga. La fatiga agobiante, amarga y por momentos dolorosa hasta tal punto de que se desearía la muerte. Todo el mundo en todas las situaciones sab€ lo que es estar fati.· gado, pero para esta fatiga sería preciso un nombre distin-,.,. to. Hombres vigorosos, en la flor de la edad, se caen de cansancio en el asiento del metro. No después de un golpe duro, sino después de una jornada de trabajo normal. Una jornada como será la del día siguiente, la del otro, siempre. Bajando por la escalera del metro, al salir de la fábrica, hay una angustia que ocupa todos los pensamientos. ¿En­contl'aré un asiento vacío? Sería demasiado permanecer de pie. Pero a menudo hay que permanecer de pie. ¡ Cuidado, ql.\e entonces el exceso de cansancio no te impida dormir! Y al día siguiente es preciso cansarse un poco más.

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El miedo. Raros son los momentos de la jornada en que el corazón no está un poco comprimido por una angustia cualquiera. Por la mañana, la angustia del día que va a transcurrir. En el metro hacia Billaucourt, hacia las 6'30 de la mañana, se ven los rostros contraídos por esta angustia. A no ser que uno vaya con tiempo por delante, tiene miedo

del reloj de control. En el trabajo, tiene el miedo de no ir demasiado de prisa ; miedo a equivocarse en las piezas,

forzando la velocidad, ya que la rapidez produce una forma

de alienación, parecida a la embriaguez, que anula la aten· ción. El miedo de todos los pequeños accidentes que pueden

convertir en defectuosas las piezas o romper una herramien­ta. De manera general, el miedo a las sartas de insultos.

Uno se expondría a cualquier sufrimiento antes que a nG poder evitar una reprimenda injuriosa. La menor repri­menda es una pura humillación, ya que no se osa responder.

Y ¡cuántas cosas pueden conducir a una reprimenda! La m�

quina mal arreglada por el preparador, una herramienta de acero defectuosa, piezas imposibles de colocar bien . . . cual· quier cosa te da lugar a un broncazo. Se va a buscar al encargado por el taller para obtener una ficha de trabajo y se es rechazado. Si se le espera en un despacho, otra re­primenda. Uno se queja de un trabajo demasiado duro o de un ritmo imposible de seguir, y de pronto se da cuenta de que está ocupando una plaza que centenares de parados

aceptarían a ciegas. Por esto, para atreverse a quejarse, es preciso verdaderamente no poder aguantar más.

Estar roído por la angustia, por la angustia de sentir que uno se agota, que envejece, y que pronto no servirá para nada. Y ante tal perspectiva, ¿ qué se puede hacer� ¿ Pedir un lugar menos duro? En verdad, uno tiene que desear fundamentalmente no perder el que viene ocupan­do. De quejarse, corre el riesgo de que le echen a la calle. Es preciso morderse la len¡ua. Aguantarse. Como un .nada·

dor en el agua. Unlcamente pensar en nadar siempre hasta la muerte. Nin�a barca nos recogerá. Si uno se hunde, se

.ahogará y nad�e se dará cuenta. Al fin y al cabo, ¿de

qwén se trata? Visto de una forma económica, es una sim­ple unidad de trabajo. No cuenta. Apenas si existe.

La sumisión. No hacer nada, incluso el más pequeño de­(""Ue que represente una iniciativa. Cada gesto es simple­mente la ejecución de una orden. Siempre maniobras con­cretas. En una máquina, para una serie de piezas, se indican c�co o seis movimientos simples, a los cuales es preciso SUJetarse a toda costa. ¿Hasta cuándo? Hasta que se reciba 18: orden de hacer otra cosa. ¿ Cuánto durará esta serie de piezas? Hasta que el jefe entregue otra serie. ¿ Cuánto tiem­po . deberá permanecer uno en esta máquina? Hasta que el Jefe dé la orden de ir a otra. Uno está en todo momento en. disposición de recibir una orden. No existe ninguna cosa dejada a la iniciativa personal. Dado que no es natural que un_ h�mbre se convierta en cosa, y como no hay forma de SUJec16.n tangible, ni látigo ni cadenas, es preciso doblegarse �no mismo a esta pasividad. ¡ Cómo desearía uno poder de­Jar su a�ma en una caja o en el reloj de control y recogerla a la salida ! Pero no es posible. El alma se lle'va al taller. Y será preciso hacerla callar toda la jornada. A la salida uno tle�e la �ensac�ón de no tenerla ya, de tan cansado que está, o Sl la tiene aun ¡con qué dolor por la tarde hace examen de lo que ha sido durante ocho horas y de lo que será du­

rante ocho horas más el .día siguiente, y el otro, y ei otro, y el otro . . . !

¿Más aún? La importancia extraordinaria que adquiere la. benevolencia o la hostilidad de los superiores inmedia­tos, cronometradores, jefe de equipo, contramaestre, ¡03 que te entregan a su gusto el trabajo bueno o malo los que pueden a su arbitrio ayudar o chillar en los mom�ntos diffciles. La perpetua necesidad de no desagradar. La ne-

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cesidad de responder a las palabras brutales sin ningW¡ asomo de mal humor, incluso con indiferencia, cuando se trata de un contramaestre. ¿Más aún? El trabajo malo, rnal cronometrado, sobre el cual uno se estrella para no per­

derse el bueno, porque entonces se aleja el riesgo de ser advertido por producción insuficiente ; porque nunca es el cronometrador el que se equivoca. Y si esto se produjera

con frecuencia, uno se expondría a ser despedido. Y aun afanándose apenas se gana algo, porque se trata de un mal trabajo. ¿ Qué más? Creo que esto basta. Es suficiente para

mostrar lo que es una vida semejante, y que si uno se so­mete a ella es, como dice Homero, a propósito de los es­clavos, «bien a pesar suyo, y bajo la presión de una dura necesidad».

• • •

Después han habido posibilidades de cambiar. Y gracias a la acción obrera algunas cosas han mejorado. Ahora, por ejemplo, algunas cosas tienen un aire nuevo, de mayor hu­manidad (1).

Una alegría. He ido a ver a las compañeras de una fá·

brica ....,...que está parada- donde yo había trabajado hace algunos meses. He pasado algunas horas con ellas. He te­

nido la alegría de entrar en la fábrica con la amable auto­rización de un obrero que guarda la entrada. Me han re<:�

bido con una multitud de sonrisas y de palabras de acogida

fraterna. He sentido cómo se encuentra una acompañada

entre las amigas en estos talleres, donde cada uno se sen.tia

completamente solo con su máquina cuando yo trabajaba

allí. Alegría de recorrer libremente estas naves donde Ja persona está agarrada a la máquina, alegría de formar gro·

(1) Otra muestra de la preocupación de S. w. por liberar al obrero del inhumano sistema de organización del trabajo: rluno ininterrumpido; mecanización de la labor del obrero convertida en pieza de un engranaje ; hacer cosas sin saber ni por qu� ni pan qu�; callar, obedecer, no parar.

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pos, de charlar, de romper la monotonfa. Alegría de escu­char, en lugar del ruido sin piedad de las máquinas, símbolo demasiado patente de la dura necesidad bajo la cual se nos doblegaba. la �úsica, los cantos y las risas. Alegría de pa­searse en medio de las máquinas a las cuales uno ha entre­B:Wo tantas horas de vida, lo mejor de la substancia vital, Viendo que est�n

.calladas, que no cogen más dedos, que

no '!lacen más victimas. Alegría de pasar delante de los je­fes con la frente bien alta. Se ha cesado en la necesidad de luchar e? to�o momento, para conservar la dignidad ante sus prop10s OJOS, ante la tendencia casi instintiva de some­terse en cuerpo Y alma. Alegría de ver a los encargados obli­gados a hacer saludos cordiales por necesidad, de verlos obligados a estrechar las manos y renunciar completamen­te ª. dar órdenes. Alegría de verles esperar dócilmente la oca.s:ión de volver a reemprender el trabajo. Alegría de ex­presar lo que hay en el corazán de todo el mundo, jefes y camaradas, en aquellos mismos lugares dónde meses antes dos obrer

_os trabajaban el uno junto al otro, sin que nin­

guno supiese lo que pensaba el vecino. �egría de vivir entre las máquinas mudas, al ritmo de Ja Vlda h�mana -el ritmo que corresponde a la respiración, a los

.latidos del corazón, a los movimientos naturales del

orgarusmo humano- y no al ritmo impuesto por el crono­metrador. Seguramente que dentro de pocos días comenzará de nuevo esta vida dura. Pero ahora ellos no piensan en ello, están como los soldados en permiso durante la guerra. Y después, lo que venga, ¡qué remedio ! ; ya se afrontará como hasta ahora se ha venido haciendo. En fin, por pri. Dlera vez, Y para siempre --empero- flotarán alrededor de � pesadas máquinas otros recuerdos distintos de los si­

cios, de la �ujeción y la sumisión ; recuerdos que darán nn poco de ánimo al corazón, que dejarán un poco de calor humano en medio de todo este frío metal.

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CARTA ABIERTA A UN SINDICADO

(posterior a junio de 1936) (1)

Camarada : tú eres uno de los cuatro millones de. tra� jadores que habéis pasado a formar

-nuestra orgamzac16n . d. l El mes de J·unio de 1936 senala una fecha en tu sm ica .

d - el vida. ¿Te acuerdas, aún? Está l:jana, ya. Y hace 1 ano se recordar. Pero es preciso no olvidar. ¿Te acuerdas . No contaba más que con un derecho : el de

. callar. Alguna �e:.

mientras uno estaba junto a su cadena, Junto a la máqwna. el disgusto, el agotamiento, la rebelión hinc�aban el _con-, . metro apenas, un camarada sufr1a los mlSIINI zon , a un , . gura dolores comprobaba idéntico rencor, la misma amar ' pero n�die se atrevía a cambiar aq�ella� palabras que JI.!' bieran podido aliviar, porque se tema miedo. , . · o no te acuerdas bien, ahora, de cómo se tenia miedo, de �ómo se tenía vergüenza y de cómo se sufría? Habll quienes no se atrevían a declarar sus sueldos, porque s� tían el oprobio de ganar tan poco. Y aquéllos que, por

. Set

demasiado débiles o demasiado viejos, no pódian seguir di ritmo del trabajo, no se atrevían a decirlo nunca . . º ¿Cf que no te acuerdas de cómo se encontraba uno ,

obsesiona� por la velocidad del trabajo? Nunca se produc1a

_ bastante.

era preciso estar siempre dispuesto para hacer aun algunas (1) Refiriéndose a la nueva 1ituaclón 11ur¡!da despu�a de 14' sucesos de Junio.

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piezas más para ganar atín algunos céntimos más. Cuando al forzarse, al agotarse, uno había llegado a ir más de prisa, entonces venía el cronometrador y rebajaba los tiempos. Entonces, uno se forzaba aún más, intentaba sobrepasar a los camaradas, se tenían envidias, y uno se reventaba cada dfa más. ¿Te acuerdas al salir de la fábrica, por la tarde, los dfas en que se había tenido un mal trabajo? Al salir, la mirada apagada, vacía, muerta. Uno utilizaba sus últimas fuerzas para precipitarse al metro, para buscar con angus­tia si quedaba algún asiento sin ocupar. Si lo encontraba, uno dormitaba sobre el banco. Si no lo encontrnba, uno se ponía rígido, esforzándose por llegar a permanecer de pie. Después no quedaban ánimos para pasear, para conversar, para leer, para jugar con los niños, para vivir. Se aguanta­ba lo justo para meterse en la cama ; si no se había ganado gran cosa, te acostabas quejándote a causa del mal trabajo ; diciéndote que si aquello continuaba la semana no alcan­laria, que uno debería aún privarse más, contar la calde­lllla y evitar todo aquello que podría detener un poco el ritmo de trabajo.

¿Te acuerdas de los encargados ? y en especial, ¿recuer­das cómo aquellos que poseían un carácter brutal se podían itir toda clase de insolencias? ¿Te acuerdas que nadie atrevía jamás a responder, y que uno llegaba a encon­como cosa natural el ser tratado como una bestia? ;Cuántos dolores debía soportar en silencio un corazón hu­o antes de llegar aquella fecha de junio ! Es algo que ricos no comprenderán jamás. Cuando osabas levantar voz porque te imponían un trabajo demasiado duro, o asiado mal pagado, con demasiadas horas extraordina­, ¿te acuerda5 con qué brutalidad te decfan : «0 eso o Ja calle»? Y con frecuencia tú te callabas, te humillabas te sometías, porque sabías que aquello era verdad, que se

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trataba de escoger entre aquello o ir a la calle. Tú sabía1

muy bien que nada podfa impedirles de echarte a la calle

como se tira un trasto viejo. Y aún sometiéndote, frecuen­temente se te echaba igual. Nadie decía nada; era algo nor·

mal. No quedaba más que sufrir hambre en silencio, ir dt

una ventanilla a otra y esperar de pie, con frio, bajo la llu­

via, a la entrada de las oficinas de colocación. ¿Te acuerdai

de todo esto? ¿Recuerdas todas las pequeñas humillaciones

que impregnaban tu vida, que enfriaban tu corazón, de 1-

misma for:ma que la humedad impregna los cuerpos cuan·

do no hay calor? Si las cosas han cambiado un poco, no olvides el pasa

do. Es en estos recuerdos, en toda esta amargura donde d

bes basar tu fuerza; tus ideas, tu razón de vivir. Los ríe

y poderosos encuentran, por lo normal, su razón de vivir

su orgullo, los oprimidos deben encontrarla en sus op

bias. Su parte es aún la mejor, porque es la de la justlci

Defendiéndose, defienden la dignidad humana hollada ba.

los pies. No olvides jamás ; recuerda, ahora todos los d

tú tienes un carnet sindical en tu bolsillo, recuerda los ti

pos en que en tu fábrica no eras tratado como un hom

debe serlo, y di que de todo aquello ya estás harto, di Q

tú ya has tenido bastante. Recuerda, sobre todo, que durante estos años de su

mientas demasiado grandes tú aún padecías más. 'rú

te dabas cuenta, pero si reflexionas un momento com barás que es verdad. Tú sufríai:¡, especialmente, por(\

entonces, cuando se te imponía una humillación, una · justicia, estabas sólo, no había nadie para defenderte. C

do un encargado te gritaba o te molestaba injustame

cuando te daban un trabajo que sobrepasaba tus fuel'

cuando te imponían un ritmo imposible de seguir, cu

te pagaban miserablemente. cuando se te negaba un em

porque carecías de certificados o pasabas de los cuar

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aíios, cuando se te negaban lo . . días hacer nada ; no podfas . s lsubs1d1os de paro, tú no po-interesaba a nadie tod

'1 me uso, lamentarte. Tu caso no Tu

' o e mundo 1 s compañeros no se t , o encontraba natural

· a rev1an ·

miedo de comprometerse s· a apoyarte porque tenían

ba a la calle, incluso t� �p�otestaban. Cuando se te echa­

veces intimidado por el m. dor compañero estaba muchas puerta de la fábrica. Ca;l:b�:

e que le vieran contigo, a porque estaban demasiado abso

' ! apenas te compadecían,

ble1'.1as y sus propios sufrimien;!dos por sus propios pro-1 Qué solo se hallaba uno'' . T � solo, que sentía frío en

.el"

e a�uerdas? Uno estaba sm recursos, abandonado A

corazon. Solo, desarmado los patronos, de las gent� . merced de los encargados, d� dían permitir todo. Sin der:���

Y �oderosas que se lo po­todos. La opinión púbr

' mientras ellos los tenían contraba natural que �

�a permanecfa indiferente y se en­de la fábrica. Dueño de

l emp�es�o fuera dueñ.o absoluto fren ; dueño también de l

as m q�mas de acero, que no su-pe.ro , as máquinas d que deb1an callar sus sufr1· .

e carne, que sufrían más , , mientas b · ' aun. Tu eras una de estas

. • a10 pena de sufrir babas todos los días que sólo

m�qmnas de carne, compro­sus bolsillos podían en la

�quellos que tenían dinero en ·6

' sociedad c 't 1· erac1 n de hombre pod' ap1 a ista, tener consi-

hubieran reído s1· h' b' ian reclamar miramientos De t· . , u teses pedido

· l se ientos. Entre compan-e

que te tratasen con mi-. ros os trat b · , incluso más brutalmente u

a �is también con du-de una gran ciudad b

q e los Jefes. Eras ciudada-. , o rero de u � tan solo, tan impotent ta

na gran fábrica, pero es-ta un. hombre en . 1 d

e: n poco sostenido como lo e es1erto d · d erzas de la naturaleza La . e1a o a merced de las

nle a los hombres sÍn d. sociedad permanecía tan indi·

el sol en el desierto. Eras .:n_n¿ro, como el viento, la arena

vida social. y tú llegab W:ª cosa que un hombre en

as, en mas de una ocasión, cu�do

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todo tu existir era demasiado duro, a olvidarte tú mismo de que eras un hombre.

Estas cosas han cambiado desde junio. No se ha supri-mido ni la miseria ni la injusticia. Pero ya no estás solo. No puedes aún hacer respetar siempre tus derechos ; pero exis­te una gran organización que los reconoce, los proclama, que puede levantar la voz y que sabe hacerse escuchar. A partir de junio no queda un solo francés que ignore que los oh.� ros no están satisfechos, que se sienten oprimidos y que no aceptan resignados su suerte. Algunos te consideran equi vocado, otros te dan la razón ; pero todo el mundo se pre­ocupa de tu suerte ; todo el mundo piensa en ti, ataca o apoya tu rebelión. Una injusticia cometida contra ti pued en determinadas circunstancias, trastornar la vida soc· Has adquirido una importancia ; sin embargo, no olvid de dónde te viene esta importancia. Incluso si en tu fábti el sindicato se ha impuesto, y aún si en el presente pued permitirte muchas cosas, no te figures que ya «has llegado1 Recobra aquella justa altivez a la cual tiene derecho t hombre ; pero no saques de tus nuevos derechos ni.ng' orgullo. Tu fuerza no radica en ti mismo ; si la gran or nización que te protege declinara, tú volverías a sufrir mismas humillaciones de antes, estarías sujeto a idént sumisión, al mismo silencio, llegarías de nuevo a dobleg & todo, a soportarlo todo, a no osar levantar jamás la v Si has comenzado a ser tratado como un hombre, se lo rl bes al sindicato. En el porvenir no merecerías que se trate como un hombre en tanto no sepas ser un buen dicado.

Ser un buen sindicado. Y ¿ qué quiere decir esto? Pu que mucho más de lo que te imaginas. Tomar el carnet los sellos de cotización, no es aún nada. Ejecutar fielm las decisiones del sindicato, luchar cuando sea preciso_. .. es aún bastante. No creas que el sindicato es únicame

146

una asociación de intereses . los . a· cosa. El sindic i· .' sin icatos obreros son otra a ismo es un ideal 1 todos los días Y en l l en e que es preciso pensar

1 e cua es precis t . os ojos. Ser sind1·c l' t

o ener siempre fijos a is a es una man d . . una forma de conformarse t

era e v1v1r, es decir, el ideal sindicalista El ob

en �o � la_ manera que precisa

durante todos los m.in t

rero smd1cahsta debe conducirsf' distinta al no sindicali�ta

os Cque p

dasa en la_ fábrica de maner«

•v-AI · uan o no temas n · , d t"'U as no reconocerte . ú d

mgun erecho gujen, que posees una ��::za

n eber .. A�ora, que eres al·

en compensación has ad . 'd has recibido ventajas ; pero tas nada en tu v1'd d

q.um. o responsabilidades . Para és-a e miseria te h les frente Debes traba . l

a preparado para hacer-de poderl�s asumir - .

Jar en e presente para hacerte capaz quiridas se desvane�e���n

eso, l�s ventaj�s recientemente ad­No se conservan los derec�

n d�a cualqmera como un sueño. como es preciso.

os s1 no se es capaz de ejercerlos

147

Page 72: Weil, Simone - Ensayos sobre la condición obrera.pdf

OBSERVACIONES SOBRE LAS ENSE�ANZAS

A SACAR DE LOS CONFLICTOS DEL NORTE ( 1 ) ( ¿ 1936-1937?) (2)

LA CUESTIÓN DE LA DISCIPLINA, DE LA CALIDAD y DEL RENDIMIENTO

Existe tanto mayor interés en examinar seriamente esta cuestión, por cuanto ella se sitúa más o menos en una fo�ma parecida en toda la industria _ francesa. En el �o�te d1c� problema se ha convertido rápidamente en el ObJetlvo es cial de los conflictos. Los patronos han !uchado

_por las sa:

ciones con extraordinario tesón, como s1 defendieran la ca sa de la autoridad en Francia entera ; los ob�eros lo han hecho con el sentimiento de defender las conqms� m��: de junio para toda la clase obrera francesa. Seria ab

. considerar, como se ha creído hasta ahora en las declara ciones oficiales, que las quejas de los pat�onos son con:i:1: tamente falsas ; porque . no lo son. Son ciertamente ex g radas pero contienen una parte innegable de verdad.

E� fácil entender el planteamiento del problem a : antes de junio, las fábricas vivían bajo el régimei:i de� terror. Es terror conducía fatalmente a los empresarios, incluso a loa

(l) Informe a la c. G. T. al regreso de una i;usión (�9��lf� (2) En todo caso posterior a junio de 1936, segun se de u

mente del texto.

148

mejores, a las soluciones fáciles. El nombramiento de en­cargados era algo que se había convertido en algo indife­rente; no tenían necesidad de hacerse respetar porque te­nfan el poder de hacer postrar a todos a sus pies ; con fre­cuencia tampoco tenían necesidad de competencia técnica porque lo que se perseguía era conseguir la disminución de! precio de coste a través del aumento del ritmo de tra­bajo y de la reducción del salario. Toda la organización del trabajo se habfa montado de tal manera que apelara, en los obreros, a los móviles más bajos : el miedo, el de­se-0 de ser bien vistos, la obsesión del céntimo, los celos entre los compañeros. El mes de junio, en cambio, aportó a Ia clase obrera una transformación moral que ha supri­mido todas las condiciones sobre las cuales se fundamentaba la organización de las fábricas. Hubiera sido preciso pro­ceder a una reorganización, pero los patronos no lo han hecho. El Movimiento de junio ha sido, ante todo, una reacción de desahogo, y este aflojamiento de las ataduras todavía dura. El miedo, las envidias, la carrera por las primas, han desaparecido en un gran porcentaje, después de que, en el curso de los años que habían precedido a junio, la concien­cia profesional y el amor al trabajo habían sido debilitados considerablemente entre los obreros, a causa de la desca­lificación progresiva del trabajo, y por una opresión inhu­mana que implantaba en el corazón de los obreros el odio a la fábrica. Frente a este desahogo general, los empresa­rios se han visto paralizados, porque no han sabido compren­der. Han continuado haciendo funcionar las fábricas con­forme a los hábitos adquiridos ; la única innovación, pura­mente negativa y producida por el temor, ha consistido en suprimir prácticamente las sanciones (en mayor o menor medida en algunos lugares, totalmente en otros). A partir de este momento, era inevitable que existiera un cierto

149

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juego de rodaje de transmisión entre la evolución de la au· toridad patronal y una cierta fluctuación de la producción.

Asimismo, se ha producido a partir de junio una trans· formación sicológica, tanto en el sector obrero como en el empresarial. Se trata de un hecho de importancia capital.

La lucha de clases no es simplemente una función de intere­

ses, sino que la manera como se desarrolla depende también

en gran parte del estado de espíritu que reina en tal o cual

medio social. En el sector obrero, la naturaleza misma del trabajo pa­

rece haber cambiado, según las fábricas, en una medida mayor o menor. Sobre el papel, el trabajo a destajo es man­

tenido, pero las cosas se mantienen dentro de unas formas

como jamás se ha efectuado ; en todo caso, el ritmo del tra­bajo ha perdido su carácter obsesivo y los obreros tienen

tendencia a volver a un ritmo natural de trabajo. Desde el punto de vista sindicalista, que es el que compartimos nos­otros, existe de manera indiscutible un progreso moral.

tanto mayor cuanto el aumento de la camaradería ha <:OD­tribuido a este cambio, suprimiendo entre los obreros el deseo de aventajar los unos a los otros. Pero al mismo tiem­po, a favor de la relajación de la disciplina, ha podido des­arrollarse en ciertos lugares la bien conocida mentalidad � obrero que ha encontrado una «forma de despistarse». Y es que, desde el punto de vista sindicalista, más grave q1l

la disminución de la productividad, lo que innegablemen�

ocurre _:n ciertas fábricas es una disminución de la calidad del trabajo, debido al hecho de que los controladores y ve> rificadores no sufren, en el mismo grado, la presión patro­nal, y en cambio se han vuelto más sensibles a sus � maradas, haciendo más la «vista gorda» a las piezas dt' fectuosas. En cuanto a la disciplina, los obreros han coílO' cido el poder de la benevolencia y de él se han aprovechade

de vez en cuando. De manera especial, se comprueba

150

resistencia a obedecer a los contramaestres no adheridos a la C. G. T. En algunos puntos, particularmente en Mau­beuge, los contramaestres han perdido casi por completo su poder sobre los obreros. Han existido muchos casos de des�bedicncia, ante los cuales la dirección ha tenido que inclinarse; y, asimismo, en las horas de trabajo casos fre­cuentes de reuniones de algunos o por equipos, 0 por talle­res, por motivos insignificantes.

Los contramaestres habituados a mandar brutalmente Y que a:ites de junio no habfan tenido jamás necesidad d� persuadir, se han encontrado de pronto desorientados · si­tuados entre los obreros y la dirección, ante la cual �ran responsables, pero que no les apoyaba, su situación se ha convertido moralmente en dificilísima. Por ello, han pasado poco a poco, en su mayor parte, sobre todo en Lille al cam­po antiobrero, aun cuando poseían el carnet de la 'c. G. T. En Lille se ha observado que hacia el mes de octubre co· menzaban a utílízar las formas autoritarias de antes. En cuanto a los directores y a los empresarios, hasta ahora éstos han dejado hacer, lo han soportado todo fácilmente Y sin decir nada ; pero los agravios y rencores se han acu­mulado en sus espíritus, y el día en que para coronar todo l� hecho ha estallado una huelga, aparentemente sin obje­tivo, se les ha visto decididos a destrozar el sindicato aun­que fuera al precio de cualquier sacrificio. A partir d� este momento, el conflicto ha tenido por objetivo las propias con­quistas de junio, que por un lado se trataba d� conservar Y por otro de destruir, cuando hasta ahora nadie las había p�est� en entredicho. Y los empresarios, viendo cómo la �isena agotaba poco a poco a los huelguistas, han adqui­rido mayor conciencia de su poder, cosa que babfan perdido a partir de junio.

La desafección de los técnicos en la lucha codo a codo con el movimiento obrero ha sido en el resto de lugar.es

151

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una de las causas principales que ha decidido al empresarlo

a tomar nueva confianza en su propia fuerza. Esta pr�gr�· siva desafección, que ya se podía prever a partir de Junto

que era imposible de evitar totalmente, ha tomado propor­

ciones desastrosas para el movimiento sindical. Los empre­

sarios ya no tienen el temor, como en junio, de que la fá· brica funcione sin ellos. La experiencia se ha realizado . en Lille . . En una fábrica de 450 obreros en que se habia un· plantado el lock-out, con motivo de que l?s ?breros no que·

rían aceptar el despido del delegado prmc1p�, _ el patrono

ha abandonado la fábrica; los técnicos y oficm1stas, todos ellos sindicados a la C. G. T., le han seguido todos, Y los

obreros, habiendo intentado hacer funcionar _ell

_os solos la

fábrica durante dos días, han tenido que desistir. Una ex­

periencia de este tipo varía, de forma decisiva, el balance

de fuerzas.

PAPEL DE LOS DELEGADOS OBREROS (1)

Los delegados obreros han jugado un papel de p�im�ra

fila en esta evolución. Elegidos para velar por la �plicac1ón

de las leyes sociales, rápidamente se han convertido en. iJll

poder dentro de las fábricas y se han apartado muchis1mo

de su misión teórica. La causa debe buscarse, �e un .lada. en el pánico que han tenido los patronos a partir de J�nio

y que les ha conducido en algunas ocasiones a una actitud

cercana a la abdicación : y por otro lado, en el cúmulot! atribuciones propias del delegado, asf como de otras

ciones sindicales jamás previstas por ningún teA'i.o. Los de­legados han ido apareciendo poco a poco ante los obr� como una emanación de la obediencia pasiva y al estar &-

(1) El interés del presente info:me e� muy limitado por ref rirse a situaciones interiores del smdical.

1smo francés, .

muchas

las cuales han evolucionado en otros sentidos. Queda, sm e el valor histórico del testimonio (N · E. C.).

152

toa poco entrenados en la práctica de la democracia sindi­cal, se han acostumbrado a recibir sus órdenes. La asamblea de delegados de una fábrica o de una locali·

dad reemplaza as[, de hecho y en cierta medida, la asamblea general, por una parte, y de otra a los organismos propia­mente sindicales. Ha sido así como en Maubeuge los dele" gados de una fábrica, estando reunidos para examinar los medios de imponer al patrón la conclusión de un convenio colectivo, propusieron una disminución general de la pro­ducción a la asamblea de delegados ; al día siguiente ocu­rrió que uno de los delegados de esta fábrica tomó por su cuenta la decisión de ordenar a un equipo la disminución del ritmo de trabajo. En Lille, cuando la junta sindical de­cidió la generalización de la huelga, convocó a los delegados para transmitirles. la orden. Un delegado que ordene un pa­rón al sector que representa es secundado inmediatamente. De esta manera, los delegados tienen un doble poder : uno frente a los patronos, puesto que pueden apoyar todas las reclamaciones, aun las más pequeñas y más absurdas, a tra­vés de la amenaza de paro ; otro, frente a los obreros, por­que pueden apoyar o no la -petición de tal o cual obrero, im­pedir o no que se le imponga una sanción, e incluso en al­gún caso pedir su despido.

Algunos hechos concretos ocurridos en Maubeuge pue­den dar una idea de los abusos a que se ha llegado. En una fábrica, los delegados hicieron expulsar a un sindicado cris­tiano; el director le reintegró a su puesto, y los delegados, para vengarse, comenzaron a prohibir a tal o cual equipo la ejecución de un trabajo urgente. No hubo sanción para tilos. Otro caso : habiendo cantado un equipo la Interna.cio­tlal al paso de unos visitantes, y habiéndose llamado el de­legado al despacho del director para darle explicaciones, dicho delegado antes de ir al despacho ordenó parar el tra­bajo. No hubo tampoco ninguna sanción. Otro caso : los

153

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delegados ordenan una huelga sin consultar al sindicato.

Otro, los delegados ordenan disminuir el trabajo para obte­

ner el despido de sindicados cristianos. Otro : varios dele­

gados ordenan sitiar un taller durante las horas de trabajo,

para obligar el despido de otro delegado de la C. G. T., al que acusan de haberse vendido a la dire<:ción. Los delegados

deciden también sobre el ritmo de trabajo, en forma tal, que tan pronto lo hacen descender por debajo de lo que re­presenta un trabajo normal, como lo hacen subir hasta un

punto que los obreros no pueden seguir.

Incluso en aquellos lugares donde los abusos no han 1111' gado a tales extremos, los delegados han tenido frecuente­

mente tendencia a aumentar la importancia de su cometido

por encima de lo que era necesario. Tanto recogen las re­clamaciones legítimas como las absurdas, las importantes

o las ínfimas, y hostigan a los encargados y a la dirección

con la amenaza del paro en la boca, y crean en los jefes

-sobre los que actúan ya de sí pesadamente las preocupa.

dones puramente técnicas-- un estado nervioso intolerable.

Puede uno preguntarse, en algún caso, si se trata de impe­

ricia, o si no existe en ciertas ocasiones una táctica cont

ciente, como 1o parece indicar la frase pronunciada un día por un delegado obrero de otra región, que se envanecía

de amenazar todos los días a su jefe de taller, sin tregua

para no dejarle jamás un momento libre para tomar fUer­zas. Por otra parte, el poder que poseen los delegados ba creado, desde el presente, una cierta separación entre ellrl y los obreros cualificados ; pues la camaradería está m� da de un aire muy claro de condescendencia, y con fMI' cuencia, a estos obreros los tratan un poco como si fueral sus superiores jerárquicos. Esta separación es tanto

acentuada, por cuanto los delegados olvidan bastantes v

el dar cuenta de sus gestiones. Por último, como ellos

prácticamente iresponsables, dado que han sido elegidos

154

11!1 �� y como usurpan, de hecho, funciones propiamente :n es, �l��an naturalmente a controlar el sindicato. Tie-en

_la pos1b1hdad de ejercer sobre los obreros una presión

�ns1derab_le, Y_ s�n ellos quienes determinan en la prác­

ti� la acc16:1 s�nd1cal, por el hecho de que pueden provocar a 'oluntad mc1dentes, conflictos, disminuciones de trabajo e incluso huelgas.

CONCLUSIÓN (1)

Todas estas observaciones afectan al Norte, pero existe un estado de cosas más o menos general que se presenta : �;yor o menor escala en todos los rincones de Francia.

p ta, p�es, sacar de ello unas conclusiones prácticas para la acción sindical.

l.º El estado de exa5peración contenida Y silenciosa en que -un poco por todas partes- se encuentran un cier: to número de jefes, ¿irectores de fábricas Y patronos, hace �remad�ente pehgrosa cualquier huelga en el periodo

tual. Alli donde.

los jefes Y patronos están aún decididos a �oportar cualqmer cosa para evitar la huelga, puede ocu­mr que u�a vez lanzada una huelga, les oriente brusca· �ente hacia la

_ resolución de eliminar el sindicato aún a

nesgo de hundir su fábrica. Porque cuando un pat�ono ha lleg�do

. a est� e�t:emo, tiene siempre el poder de aplastar

el .smd1cato mfhg1endo a sus obreros los sufrimientos del hambre. N? puede retenerse más que por la amenaza de ser

.ex�ropiado ; pero, incluso esta amenaza, que se intuía

en J_umo, no exist

_e, ya que, de una parte, se sabe que el

Gobierno no requisará las fálJricas y que de t 1 , o ra, os pa-

(l) Hemos resumido algun á f cuestiones

os. P. r�a os por hacer referencia a toda la act

�:ild�;rticulares d� d1sc1p_hna sindical, que han perdido ta.stellana (N. E

. ¿_ que no t ienen mterés para lectores de habla

155

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tronos logran de más a mejor el éxito de separar a los téc· nicos de los obreros. Asf, incluso una huelga victoriosa en apariencia, puede ser funesta al sindicato si es larga, tal como se ha visto en la fábrica Sautter-Harlé, y como pode­mos llegar a ver en el Norte ; ya que el patrón, después que el trabajo se ha reemprendido, puede proceder siempre a despidos masivos, sin que los obreros, agotados por la huel· ga, tengan fuerza para reaccionar.

Todos estos peligros serían aún mayores, cuando se tra· tara de huelgas sin objetivos precisos, tal como ha ocurrido en Lille, Pompey y Maubeuge ; huelgas que ¿¡ los patronos y al público les da la impresión de una ciega agitación de la cual puede esperarse todo y que es preciso suprimir a cualquier precio.

La ley sobre arbitraje obligatorio es, pues, en las actua· les condiciones, un recurso precioso para la clase obrera. y la acción sindical debe tender esencialmente a utilizarlo en todo momento.

2.º Restablecer la subordinación normal de los delega­dos al sindicato es una cuestión que ha venido a ser de vida o muerte para nuestro movimiento sindical. A este efecto, pueden hallarse diversos medios ; y creo necesario utU� zarlos todos, incluso los más enérgicos.

El más eficaz consistiría en instituir sanciones sindica· les : se podria, por un lado, divulgar entre los delegados r obreros unos textos indicando neta y enérgicamente el !f. mi te de fas atribuciones y el poder de los delegados ; de otro, llevar al conocimiento de los empresarios que los de. legados están subordinados al sindicato (1).

3.º No debe ignorar el problema de la disciplina del trabajo y del rendimiento ; debiéndose contribuir a um normalización y a una continuidad de la producción (2}.

(1) Fragmento resumido. (2) Fragmento resumi.do.

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PRINCIPIOS DE UN PROYECTO PARA UN REGIMEN INTERIOR NUEVO

EN LAS EMPRESAS INDUSTRIALES ( 1 ) (1936-1937?)

�� �stos momentos nos encontramos en un estado de equilibrio social inestable, que se puede transformar duran­te u� �ierto período en un equilibrio estable. A pesar de la OPos1c16� �ue existe entre los objetivos y las aspiraciones de los distintos núcleos, la trasformación es, en estos mo­mentos, conforme a los intereses de todos. Los obreros tie­nen un vital interés en asimilar sus triunfos recientes for­tifi�arlos e implantarlos sólidamente en sus costum'bres. Urucamente unos pocos fanáticos irresponsables pueden de­sear en estos momentos precipitar la marcha adelante. Los empresarios, preocupados por el futuro inmediato de sus empresas, tienen asimismo interés en que se logre esta con­solldación. No quieren volver a un estado de cosas que ha­bla tomado el carácter de una lucha encarnizada ni a una situación que de mantenerse arruinaría las empr�sas, lleva­rla a la g��rra civil, y que tendría el cincuenta por ciento de probabilidades de desposeer definitivamente a los actua­les patronos. Por otra parte, un orden nuevo, aunque com­porte algunas concesiones importantes, es preferible -para

(1) Por análogos motivos que en el infonne pre<)edente hemos ftlUID.tdo alguno11 puntos anecdóticos de este proyecto (N. E .C.). 157

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los empresarios- al desorden. Dentro de estos límites pre­cisos y sobre esta base, pueden concebirse, pues, para un determinado período, una colaboración constructiva entre los elementos serios y responsables de la clase obrera y los patronos.

La elaboración de un nuevo régimen interior de las em· presas presenta un problema en el cual los factores apare· cen determinadós, en parte, por el régimen actual, pero que, en su esencia, están vinculados a la existencia de la gran industria, con independencia del régimen social. Por ello, es preciso establecer un cierto equilibrio en la organización de cualquier empresa, entre los derechos de los obrera! como seres humanos y el interés material de la producción. Un equilibrio tal no puede cimentarse nunca fuera de µn compromiso. La actual existencia. del régimen capitalistt interviene sobre los datos del problema, solo para dar Ull sentido determinado a la n·oción del interés de la produc­ción; este interés, en el actual sistema, se mide en cada empresa por el dinero y se define de acuerdo con las le. de la economía capitalista.

Los patronos, por razón de las ventajas personales g persiguen, y mejor aún, en razón de su propia función, representan el interés de la producción según la hemos de­finido. Tienden, entonces, naturalmente, a hacer de interés la regla única de la organización de las empresa Y han_ estado a punto de triunfar, gracias a }as exigen · de las crisis, en el curso de años anteriores. Los trabajad& r�s, por su parte, tienden naturalmente a que se tengan ea cuenta sus derechos y su dignidad de hombres. Y en sentido han conseguido serios progresos en el mes de junít último.

En el presente, se trata, pues, de cristalizar este progre. so en un nuevo régimen de organización, que sirva a la producción en �oda la medida compatible con el estado ae-

158

!':1 de _es�íritu de los obreros, con el sentimiento renovado la digmda� .Y la fraternidad obreras y con las ventajas morales ad�mr1�as. El sentido en el cual se debe cumplir esta tentativa viene indicado por la naturaleza misma del p:oblema. El patrono, en su misión de defender la produc­ción de la empresa, ha visto cómo se debilitaban en sus ma­llos las armas de que venía disponiendo ante los obreros : � ten·or, la excitación de bajos celos, la llamada al más sór­drdo de los intereses pe:sonales, etc. Lo que han perdido los. patronos en este sentido es preciso intentar recuperarlo poi el lado que afecta a los móviles elevados, hacia los cua­les t� raramente se dirigen los patronos : al amor propio P�fes1ooal, al amor al trabajo, al interés tomado en la labor bien hecha, al sentimiento de la responsabilidad etc � segundo lugar, es necesario que los obrer�s s� sien­tan vinculados a la producción por otros motivos más que el de la preocupación obsesiva por ganar algunos céntimos de más, a través del abrumador sistema de ganar unos mi. Dutos sobre los tiempos marcados. Para ello es preciso que puedan poner en juego todas aquellas facultades que nin­g(tn ser humano puede dejar morir en sí mismo sin sufrir Di d�gradarse. Es preciso re-currir a la iniciativa, la inves­tigación, la selección de los procedimientos más eficaces la responsabilidad, la comprensión de la obra a realizar y

' de los mé�dos a �mplear. Todo ello no será posible, sin em­bargo, s1 la primera condición que deben aportar los pa­

tro�os n� �ueda realizada. Verdaderamente, el sentimiento infer1or1dad no es favorable para el desarrollo de las

tades humanas. Y es P

.rec�samente a esta doble preocupación que respon­n las s1gu1entes indicaciones :

159

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DISCIPLINA DEL TRABA.JO

La disciplina del trabajo no debe ser unilateral, sino q debe descansar sobre la noción de obligaciones recipro

Sólo bajo esta condición puede ser aceptada y no simpl

mente soportada. La dirección de una empresa tiene la T ponsabilidad del material y de la producción : a este �i1 su autoridad debe actuar sin obstáculo, dentro de c1e límites bien definidos. Pero ello no impide que afirme que a la dirección no debe confiársele ).a resp?�sabili de la parte viva de la empresa ; esta responsabilidad d recaer en la sección sindical, la cual debe poseer un pod

-igualmente, dentro de unos límites bien definid�s­

conseguir la salvaguardia de los seres humanos vincula en la producción. La disciplina de una empresa debe d cansar sobre la coexistencia de estos dos poderes.

La sección sindical debe imponer el respeto a la Y y a la salud de los obreros. Todo obrero de�e poder ac

a ella si recibe una orden que ponga en pehgro su salud

su vida ; ya se trate de la imposición de �n trabaj? sano 0 demasiado duro para sus fuerzas físicas, o bien

un� cadencia que implique riesgos de accidente grave o método de trabajo peligroso. En casos semejantes, la

ción sindical -siempre que sean casos graves- deb� paldar con su autoridad una actitud de negar la obed1e

por motivos seriamente calculados ; por últi_n:º• la s

sindical debe poder hacer aplicar los d1sposlt1vos d� s ridad y las medidas de higiene que juzgue necesana

.s,

como el poder impedir, de manera general, la cadencia trabajo que tienda hacia una velocidad peligrosa o a,. dora. En los casos en que la dirección pusiera en t.eJa juicio la ecuanimidad de sus decisione7, la s�ci�

_n Slll

debe recurrir a la obligación de requerir la opm1on Y

160

ciación seria de hombres cualificados escogidos según las circunstancias (médicos o técnicos).

Por su parte, la dirección debe tener plena autoridad, en los límites señalados por los derechos de la sección sin­dical, para velar por el respeto al material, por la calidad y cantidad del trabajo. y por la ejecución de las órdenes. Debe .tener poder absoluto para desplazar a los obreros de un lado a otro del taller, con la única reserva del caso -que debe ser prohibido- en que un obrero desplazado sufra de este hecho un desprecio manifiesto producido al poner en el sitio que venía ocupando y en substitución suya a otro obrero recién contratado o tomado de una categoría infe-

Las dos autoridades a que venimos refiriéndonos deben apoyarse una y otra, si el caso lo requiere, con sanciones. La dirección puede imponer sanciones por negligencias, fal­tas profesionales, mal trabajo o desobediencia. La sección sindical, por su parte, debe tener poderes para imponer san­ciones, bien sea contra la dirección o los agentes de la mis­ma, cuando se dé el caso de que sus decisiones, tomadas en el marco indicado más· arriba y motivadas por causas regulares, no fueran ejecutadas y de ello surgiere un perjui­c:io efectivo o un peligro serio.

La forma de aplicación de las sanciones podría ser de­terminada de la manera que exponemos a continuación. La persona amenazada de sanción podría recurrir siempre a una comisión tripartita (de obreros, técnicos y patronos) que funcionara para un grupo de empresas : en el caso de que el acuerdo de esta comisión no fuera unánime, el san­cionado podría apelar de nuevo a un experto, nombrado de forma permanente por las federaciones obrera y patronal, o en su defecto por el Gobierno. Toda sanción confirmada Yendria a ser entonces agravada considerablemente ; toda

161 u

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sanción no confirmada representaría una enmienda a r lizar por parte del que la hubiera propuesto.

Las sanciones podrían ser para el conjunto del personal asalariado : la suspensión temporal o definitiva en un pues: to, el cese temporal en el ejercicio de su trabajo, o el d� pido. Para el personal directivo y la empresa : la censurl, la enmienda y en caso grave (especialmente de falta !11:º· grave, que co�porte una muei:e), . la pro�ibición defirut111 de ejercer una labor de direccion mdustnal.

DESPIDOS

Las normas por las cuales se rigen actualmente las em­presas no permiten quitar a los patronos la posibilidad � despedir a los obreros, ya se trate a causa de una reorg� zación técnica de la empresa, ya sea por _falta de traba)C Pero es preciso, sin embargo, admitir tam?1�n que, en es casos, el respeto a la vida humana debe lilmtar a los patroa nos el poder tomar medidas tan graves, que pueden llep a destrozar una existencia. .

Por ello es posible admitir el siguiente compromiso. E patrono que despida a un obrero tiene el deber de bu . le una colocación en otra empresa. Y podrá tomar medid• de despido sin dar explicaciones a nadie, salvo en los guientes casos : - d .cal l.º Si el obrero despedido es un respo�sable stn �

2.º Si el patrón que lo despide le proporc10na una pi inaceptable por graves razones. . .

3.º Si el patrón lo despide sin poderle indicar otro puet to de trabajo.

En- cada uno de estos casos, el obrero despedido P obligar al patrón a someter la medida al control de l expertos que nombren el Gobierno y la C. G. T. ; éstos

162

minarán básicamente si el despido no podría ser evitado mediante la reducción de las horas de trabajo para toda la empresa. Si los expertos se ponen de acuerdo para juzgar que el despido no queda justificado, el empresario deberá, después de haber recibido la notificación en este sentido, readmitir a los · presuntos despedidos.

Cuando el patrono haya despedido a un obrero, no po­drá contratar a nadie más para la misma profesión, ni como peón, sin haber llamado antes al despedido. La sección sin­dical debe tener los poderes necesarios para controlar la aplicación de esta regla.

FORMACIÓN PROFESIONAL

La formación profesional de los obreros ha estado com­pletamente olvidada durante los últimos años por parte de los patronos. De ello ha resultado la situación en que nos encontramos en la actualidad. El valor profesional de la clase obrera francesa ha quedado dísminuido por dicha ne­gligencia. Para remediarlo, la C. G. T. está dispuesta a es­tudiar con la C. G. P_ F. y el Gobierno la cuestión de Ja formación profesional de jóvenes y adultos, y la reeduca· ción profesional de los parados.

RÉGIMEN DE TRABAJO

Paralelamente a la organización general de la formación profesional, es preciso tomar progresivamente -en las em­presas- las medidas más pertinentes para interesar a los -Obreros en su trabajo, de forma distinta a la del afán de ganancia.

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Los obreros no deben seguir ignorando qué es lo que fabrican ; no pueden continuar fabricando una pieza sin sa. ber dónde irá a parar ; es preciso, pues, otorgarle la sensa­ción de que está colaborando en una obra, dándole la no­ción de cómo se efectúa la coordinación entre los distintos trabajos.

El mejor medio para ello sería quizá organizar los � bados visitas a la empresa, por equipos, con la autorización incluso de que los obreros pudieran ir acompañados de sus familias y que bajo la dirección de un técnico se les expJi. cara de modo ameno y sencillo todo el funcionamiento. Asi­mismo, sería bueno notificar a los obreros todas las inno­vaciones, nuevas fabricaciones, cambios de método y per­feccionamientos técnicos. Es preciso darles conciencia de que la empresa vive y de que ellos participan de esta vida. A tal efecto, la dirección y la sección sindical deben colal» rar d e forma permanente.

Es conveniente, asimismo, buscar otros medíos para et timular las sugerencias que no sean las primas clásica� Las sugerencias que comporten para la fábrica una ventaja permanente habrían de beneficiar permanentemente al obre. ro. Para ello es posible imaginar todo tipo de modalidades. Por ejemplo, disminuciones de la cadencia o mejora de lat medidas de higiene en los talleres que hubieran proporci� nado sugerencias interesante s ; la supresión total del tra­bajo a destajo remplazado por el trabajo a la hora con tarifa media, para los talleres que den pruebas, en este ten·ena. de una actividad intelectual constante, etc. Cuando se bus­quen medios de trabajo y d e retribución propios para esti­mular, en los obreros, los móviles más elevados sin afectar al rendimiento global, y proporcionarles el máximo de Ji. bertad sin faltar al orden, deben colaborar de manera per­manente la dirección y la sección sindical. En este terrena. la experiencia debe ser la única que decida y lo mejor seria

las iniciativas audaces L ·ó · d · . . a secci n sin 1cal de la empresa. ;n est� sentido, debe poder reclamar siempre el ensayo de ocio tipo de método que se haya probado en una empresa analoga.

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LA RACIONALIZACION ( 1 ) (23 febrero 1937)

La palabra «racionalización» es bastante vaga. Designa ciertos métodos de organización industrial, más o menli! racionales en todas partes, que dominan actualmente en las

fábricas bajo distintas formas. Existen, en efecto, muchos

métodos de racionalización y cada director de empresa 101 aplica a su manera. Pero .todos ellos tienen puntos comtr

nes y reclaman auxilio y fundamento a la ciencia, presen­tando en este aspecto los métodos de racionalización como métodos de organización científica del trabajo.

La ciencia no ha sido otra cosa, al principio, que el es­tudio de las leyes de la naturaleza. Ha intervenido en se­guida en la producción a través del invento y de la cont trucción de las máquinas, así como en el descubrimiento

de procedimientos que permiten utilizar las fuerzas natu!'I>

les. Por último, en nuestra época, hacia el final del siglo pasado, se ha intentado emplear la ciencia, no sólo para la utilización de las fuerzas de la naturaleza, sino, ademálo

para la utilización de la fuerza humana de trabajo. Es éste un hecho nuevo cuyos efectos empezamos a comprobar.

Se habla con frecuencia de la revolución industrial pan

{l) Simone Weil leyó el 23 febrero 1937, delante de un audito

obrero, el texto de una conferencia de la cual no poseemos el a nuscrito original y si solament-e este texto parcial recogido

un oyente.

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designar, con justicia, la transformación que se ha produ­cido en la industria a partir del momento en que la cien­cia se ha aplicado a la producción y ha aparecido la gran industria. Pero se puede afirmar que existe una segunda re­volución industrial. La primera se define por la utilización clenlffica de la materia inerte y de las fuerzas de la natu­raleza. La segunda por la utilización científica de la materia viva, es decir los hombres.

La racionalización aparece como un perfeccionamiento de la producción. Si se considera la racionalización desde el único punto de vista de la producción, se la debe situar entre las innovaciones sucesivas que ha realizado el pro­ireso humano ; pero si se la sitúa en el punto de vista obre­ro, el estudio de la racionalización forma parte de un gran pro'blema : el de un régimen aceptable en las empresas in­dustriales. Aceptable para los obreros, entiéndase bien ; y es sobre todo este último aspecto el que nosotros debemos mirar de la racionalización, porque si el espíritu del sindi­calismo se diferencia del espíritu que anima a los medios dirigentes de nuestra soci�dad, es sobre todo porque el mo­vimiento sindical se interesa más por el productor que por la producción, contrariamente a lo que hace la sociedad burguesa, que se interesa de manera especial por la pro­ducción más que por el productor.

E1 problema de cuál será el régimen más deseable para las empresas industriales es uno de los más importantes, quizá puede que el más importante para el movimiento obrero. Por ello es mucho más sorprendente que no haya sido planteado. Según mis informaciones, no ha sido estu­diado por los teóricos del movimiento socialista, ni Marx ni IUS discípulos le han consagrado ninguna obra, y Proud­Don únicamente hace algunas indicaciones a este respecto. Los teóricos estaban quizá mal situados para tratar esta

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cuestión, faltos de la experiencia de haber figurado ell<1 mismos como números del engranaje de una fábrica.

Pero el mismo movimiento obrero, tanto si se trata del sindicalismo como de organizaciones obreras que han pre<:e­dido a los sindicatos, no ha tratado tampoco con más exten· sión los distintos aspectos de este problema. Diversas razo. nes pueden explicarlo, principalmente las preocupacionel! inmediatas, urgentes y cotidianas que se imponen con fre-• cuencia de una manera demasiado imperiosa a los trabaja­dores para dejarles el tiempo preciso para reflexionar sobre los problemas generales.

En todas partes, además, aquellos militantes obrerni que permanecen sometidos a la disciplina industrial apenaa

tienen la posibilidad o el gusto de analizar teóricamente la opresión que padecen cada día : tienen necesidad de eva­dirse ; y aquéllos que aparecen investidos de funciones per­manentes tienen a menudo tendencia a olvidar, en me­dio de su actividad, que esta es una cuestión urgente y do.

lo rosa. Aún más, hay que hablar con claridad : sufrimos una

cierta deformación, que proviene de todas estas cosas que vivimos, de la atmósfera creada por la sociedad bur­guesa, e incluso nuestras aspiraciones por la consecución

de una sociedad mejor se resienten de ello. La sociedad bill'­guesa está atacada por una monomaní a : la monomania de la contabilidad. Para ella, nada tiene otro valor que el que

se le pueda cifrar en francos y en céntimos. Y la sociedad burguesa no duda en sacrificar vidas humanas a las cifras que cuadran sobre el papel, cifras de presupuesto nacio­

nal o de balances industriales. Nosotros mismos padecem(I todos un poco el contagio de esta idea fija y nos dejam<I

hipnotizar igualmente por las cifras. Por ello en los repro­ches que dirigimos al régimen capitalista económico, la idea

de la explotación, del dinero estrujado para aumentar los-

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beneficios es casi la única que se expresa con claridad. Ello supone una deformación del espíritu, muy explicable y com­prensible por cuanto las cifras son alguna cosa que queda clara, que se capta al primer golpe de vista, mientras que, al contrario, las cosas que no pueden traducirse en cifras reclaman un mayor esfuerzo de atención. Asi, pues, es mu­cho más fácil reclamar con motivo de la cifra indicada en una hoja de salarios que analizar los sufrimientos padeci­dos en el transcurso de una jornada de trabajo. Y es por ello por lo que, frecuentemente, la cuestión de los salarios llega a hacer olvidar otras reivindicaciones vitales. Y se llega, incluso, a considerar que la transformación del régi­men económico queda definida como la supresión de la pro­piedad capitalista y del lucro capitalista, de tal manera como si el efectuar esto fuera equivalente a la instauración del socialismo deseable.

Y bien, todo ello constituye una laguna extremadamente grave para el movimiento obrero, porque existen otras co­sas más que la cuestión de los beneficios y de la propiedad, y estas cosas se encuentran dentro de todos los sufrimien­

tos padecidos por la clase -obrera, por la forma de ser de la toeiedad capitalista.

El obrero no sufre solamente por la insuficiencia de su salado. Sufre, también, porque está relegado por la socie­dad actual a un rango inferior, dado el cual queda reduci· do a una especie de esclavitud. La insuficiencia de los sa­larios, en sí, no es más que una consecuencia de esta infe·

rioridad y de esta servidumbre. La clase obrera sufre por

estar sujeta a la voluntad arbitraria d e los cuadros dirigen­

tes de la sociedad, que le imponen, en una zona y en unos

planos que se extienden fuera d e las paredes de la fábrica,

su nivel de vida ; y que, de forma concreta, le imponen en

Ja fé:brica las condiciones de trabajo. Los sufrimientos pa-

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decidos en la fábrica por la arbitrariedad patronal pesan tanto o más sobre el obrero que las privaciones sufrid• fuera de la fábrica por la insuficiencia de sus salarios.

Los derechos que pueden conquistar los trabajadores ea el lugar de trabajo no dependen directamente de la propie­dad o del beneficio, sino de las relaciones entre el obrero y la máquina, el obrero y los jefes, y del poder más o menos grande de la dirección. Los obreros pueden obligar a la dirección de una fábrica a reconocerles ciertos derechos sin despojar a sus propietarios ni de la fábrica ni de sus tftulos de propiedad, ni de sus ganancias ; y, recíprocamen­te, los obreros pueden estar, de hecho, totalmente privadm de derechos en una fábrica que fuese de propiedad colec­tiva. Las aspiraciones de los obreros a poseer derechos Ell una fábrica les conducen a discutir no con el propietarl0, sino con la dirección. El que más de una vez ambos sw la misma cosa poco importa.

Lo que interesa es que quede claro que existen dos cues. tiones a distinguir : la explotación de la clase obrera, q�

viene definida por la existencia del lucro capitalista, y la opresión de la clase obrera en el lugar de trabajo, trad� cida en prolongados sufrimientos, que según los casos, du. ran de 48 a 40 horas por semana, pero que pueden prolo� garse aún fuera de la fábrica las 24 horas de la jorna�

La cuestión del régimen de las empresas, considerada desde el punto de vista de los obreros, se plantea con da que se dirigen a la estructura misma de la gran industria; Una fábrica ha sido construida esencialmente para prod cir. Los hombres están allí para ayudar a las máquinas l que salgan todos los días el mayor número posible de pl'l»­ductos bien hechos y a buen precio. Pero, por otro ladot estos hombres son hombres ; tienen necesidades y aspita­ciones que satisfacer, que no coinciden necesariamente (() las necesidades de la producción, e incluso frecuentemen

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coin<:iden en absoluto. Y ésta es una contradicción, que cambio de régimen de propiedades no elimina. Por ello,

nosotros no podemos permitir que la vida de los hombres sea sacrificada a la fabricación de los productos.

Si mañana se echara a los empresaríos, si se colectiviza­ran las fábricas, estos cambios no modificarían en nada este problema fundamental, que hace que lo que es necesario para lograr el mayor número posible de productos no sea precisamente lo que puede satisfacer a los hombres que trabajan en las fábricas.

. Conciliar las exigencias de la fabricación y Jas aspira­CtQ�es

_de los hombres que fabrican es un problema que los

capitalistas resuelven con facilidad suprimiendo uno de los :dos términos : hacen como si los hombres no existieran.

la inversa, ciertas concepciones anarquistas suprimen el otro término : las necesidades de la producción. Pero éstas ¡pueden ser olvidadas sobre el papel, pero no precisamente de hecho, no es ésta tampoco una solución. Lo ideal será

organización del trabajo resuelta de manera que logre a tarde en las fábricas a la vez el mayor número posible productos bien hechos y de trabajadores felices. Si, por

1lll azar providencial, se pudiera encontrar un método se-jante de trabajo, suficientemente perfecto para hacer

dable el trabajo, la cuestión no se plantearía nunca más. o este método no existe, y lo que ocurre es todo lo con­·o. Y si una solución parecida no es prácticamente rea­le, lo es justamente porque las necesidades de los tra­

·adores no son forzosamente coincidentes. Sería demasia­hermoso que los procedimientos de trabajo más produc­

fueran al mismo tiempo los más agradables. Pero por menos puede buscarse una aproximación a tal solución, estigando métodos que concilien lo máximo posible los

reses de la empresa y los derechos de los obreros. Se � tener como punto de partida la idea de que es posi-

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ble resolver las contradicciones a través de un compro · que encuentre un término medio, de tal manera que no s sacrificados enteramente ni los unos ni los otros, ni los l.n reses de la producción ni los de los productores. Una fábr

debe organizarse de tal manera que la primera materia utiliza se convierta en productos que no sean ni demasia raros, ni demasiado costosos, ni defectuosos, y que, al · tiempo los hombres que entran por la mañana no sal disminuidos ni física ni moralmente por la tarde, al de un día, de un año o de veinte años.

Es éste el verdadero problema, el problema más gr que se presenta a la clase obrera : encontrar un mét de organización del trabajo que sea aceptable, a la vez, p la producción, el trabajo y el consumo.

Este problema no se ha empezado aún a resolver porq aún no ha sido planteado : de tal manera que, si mañ nos apoderáramos de las fábricas, no sabríamos qué h con ellas y nos veríamos obligados a organizarlas tal e están en la actualidad, después de un .período más o nos largo de vacilaciones.

Yo misma no tengo ninguna solución que presen No es ésta alguna cosa que se pueda improvisar sobre papel. Es únicamente en las fábricas donde se puede, a poco, llegar a imaginar un sistema de este tipo y pon en práctica, exactamente como han llegado a hacerlo el sistema actual los empresarios, los dirigentes y los t

cos. Para comprender cómo se presenta este problema, necesario haber estudiado el sistema en vigor, haberlo lizado, hecho la crítica, haber apreciado lo bueno y lo y el porqué. Es preciso partir del régimen de trabajo act para concebir uno mejor.

Yo voy a intentar analizar ahora este régimen (que otros conocéis mejor que yo), refiriéndome a la vez a historia, a las obras de los que han contribuido a i·eal1 172

a la vida cotidiana de las fábricas en el período que ha 'do al movimiento de junio de 1936.

Para �ara�terizar �l régimen actual de la industria y de Jos cambios mtroduc1dos en la organización del trabajo se abla, en general, indiferentemente de racionalización o de �lorización. La palabra racionalización tiene más presti­lio .ent:·e el público porque parece indicar que la actual or-.

ación del trabajo es tal que satisface todas las exigen­cuis de la razón, o sea que creen que el sistema actual es organización racional del trabajo que responde necesa­.ente a los �ntereses del obrero, del patrono y del con-1dor. Con dicho nombre parece que nadie pueda Ievan-e contra el actual sistema. ¡ El poder de las palabras tan grande, Y uno se sirve tanto de ellas ! Lo mismo re con la expresión «organización científica del traba­; la palabra «científica» tiene aun más prestigio que la abra «racional». �ando se habla de taylorización, se indica el origen sistema, puesto que fue Taylor quien descubrió lo esen­' lo �ue ha proporcionado el impulso y ha marcado la tac1ón de este método de trabajo. De tal manera, que conocer su espíritu es preciso necesariamente hacer encía a Taylor. Hacerlo es fácil, máxime cuando él o ha escrito un determinado número de obras a este to, que constituyen su propia biografía. La historia de las experiencias de Taylor es muy curiosa instructiva. Permite ver de qué manera se ha orientado sistema desde sus comienzos y asimismo, mucho mejor cualquier otra cosa, comprender qué es en el fondo la nalización en sí misma.

Aunque Taylor haya bautizado a su sistema como «0r­ci6n científica del trabajo», no era ningún sabio. Su

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cultura correspondía a la propia de un bachiller, y ni a· esto es seguro. Jamás cursó los estudios de ingeniero. otro lado, tampoco era un obrero en el sentido propio qll se le otorga, aunque había trabajado en una fábrica. Ento ces, ¿cómo le podríamos definir? Era un contramaestre, no del tipo de los que provenían de la clase obrera cuyo cuerdo seguían conservando. Sino que era un contrama tre de aquéllos cuyos tipos base los podemos hallar, en actualidad, encuadrados en los sindicatos profesionales dirección y que se creen nacidos para servir de perros gu dianes al patrono. Dicho esto, es preciso añadir que no prendió sus investigaciones ni por curiosidad de espíritu por necesidad de encontrar una lógica. Fue tan sólo su periencia de contramaestre, perro guardián, la que le ori tó en sus estudios y que le sirvió de inspiradora du treinta y cinco años de pacientes investigaciones. Fue, pu de esta forma cómo proporcionó a la industria, aparte de idea fundamental de una nueva organización de las fábr' un admirable estudio sobre el trabajo desglosado en ci

Taylor era oriundo de una familia relativamente rica habría podido vivir sin trabajar, siendo únicamente los p · cipios puritanos de su familia y de él mismo los que no permitieron quedarse ocioso. Realizó sus estudios de ñanza media en un instituto, pero una enfermedad en ojos se los hizo interrumpir cuando contaba dieciocho · Una fantasía singular le impulsó entonces a entrar en fábrica, en la cual realizó el aprendizaje de obrero mee· Sin embargo, durante esta experiencia, el contacto · con la clase obrera no le proporcionó nada del espíritu o ro. Antes, al contrario, parece que fue entonces cuando quirió conciencia �e una forma mucho más aguda- de opcsición que existía entre él y sus compañeros de tr

ya que él, un joven burgués, que no trabajaba para vi que no vivía precisamente de su salario y que era con

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de l� dirección, estaba tratado en consecuencia conforme a IU distinta condición. Después d� �aber

_efectuado su aprendizaje y cuando contaba ya veintidós anos, se contrató de tornero en un pe­quefi� taller de mecánic?, en donde desde el primer dfa de

trabajo entró en conflicto con sus compañeros de oficio los cuales le hicieron comprender que perdería dinero si n� se conformaba a la cadencia general del trabajo; ya que en aqu�a época dominaba el sistema de trabajo a destajo or­pnizado de tal forma que a partir del momento en que se &Umentaba la cadencia, disminuía la tarifa. De manera que los obr7ros habían comprendido que era preciso no aumen­tar el ritmo para que las tarifas no disminuyeran · de forma que, cada vez que ingresaba en el taller un nu�vo obrero

pre�enía a . éste sobre la necesidad de trabajar despacio: es ��r, de disminuir su cadencia si no quería arriesgarse vivir una vida insoportable. Al cabo de dos meses, Taylor logró llegar a contramaes­. Al relatar este suceso, él mismo cuenta que el patrono b�a. depositado su confianza en él porque pertenecía a una

. ia_ bur.guesa. Taylor no nos narra cómo su empresario

diStingmó tan rápidamente, si -tal como cuenta- sus pañeros le impedían. trabajar más aprisa que ellos, aun­e uno puede pensar s1 no ganó quizá su confianza contan­al patrono lo que hacían los obreros.

Cuando pasó a contramaestre, los obreros le dijeron : os muy contentos de tenerte como contramaestre, que nos conoces y sabes que si intentas disminuir las ta­

te haremos la vida imposible». A lo cual Taylor vino responder en sustancia : «Yo estoy ahora al otro lado de barricada, y haré lo que deba hacer». Y, de hecho, el jo­

contramaeslre dio pruebas de una aptitud excepcional hacer aumentar la cadencia y despedir a los menos

es.

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Tal aptitud particular le hizo progres.ar aún más de

tegoría, hasta llegar a director de la fábr1ca cuando cont veinticuatro años. ,

Una vez director, continuó obsesionado por esta un preocupación de acelerar continuamente la cadencia de obreros. Evidentemente, éstos se defendían y resultaba q sus conflictos con ellos se agravaban cada vez más. El podía explotar a los obreros a su gusto, porque és

.t�s co

cían mejor que él los métodos de trabajo más positivos. apercibió, entonces, de que se encontraba frenad? por d obstáculos ; por un lado, ignoraba cuál _ _ era el tiempo prescindible para realizar cada operac1on del proceso fabricación y los procedimientos más adecuados para P porcionar los mejores tiempos ; por otro lado, se enco� ba con que la organización de la fábrica no �e pro

.porc10�

ba el medio de combatir eficazmente la res1stenc1a P de los obreros. En consecuencia, pidió autorizació� al sidente del Consejo de Administración de la fábnca instalar un pequeño laboratorio en el cual pudiese �ec. una serie de experiencias sobre los métodos de fatmcac

de esta forma dio comienzo a un trabajo que duró v

séis años y que condujo a Taylor al descubrimie�to de aceros rápidos, de la refrigeración de las _herrarrnentas,

nuevas formas de herramientas para rebaJar, y en � el hallazgo -obtenido con la colaboración de un e�mpo ingenieros- de fórmulas matemáticas que p�·oporc1onan relaciones más económicas entre la profundidad de las <lenas de serie y el avance y rapidez de los ciclos ; P:ira aplicación de estas fórmulas en los talleres, estableció último unas reglas de cálculo que permiten encontrar relaciones en todos los casos particulares que se pu presentar. . , _

Tales descubrimientos eran a sus OJOS los mas lIDP� tes porque sus consecuencias tenían una repercusión 176

ata sobre la organización de las fábricas. Y estaban ins­irados. todos ellos, en su deseo de aumentar la cadencia e los obreros y en su malhumor ante la resistencia que és­ofreclan. Su gran obsesión era evitar toda pérdida de Uempo durante el trabajo. Lo cual ya demuestra, de entra­da, cuál era el espíritu del sistema. Taylor era un obrero �ue durante veintiséis años trabajó con una única preocu­

pación. Y concibió y organizó progresivamente el control de étodos con las fichas de fabricación, el control de tiem­p con las normas que establecían los tiempos precisos cada operación, la división del trabajo entre los jefes técnicos y el sistema particular de trabajo a destajo con primas.

pinceladas permiten comprender fácilmente en ha consistido la originalidad de Taylor, y cuáles son lo!!

damentos reales de la racionalización. Antes de él no se bía realizado casi ninguna investigación de laboratorio, o no fuese para encontrar nuevos dispositivos mecáni-o nuevas máquinas, mientras que él se preocupó por es­tar científicamente los mejores procedimientos para uti­las máquinas existentes_ En un sentido estricto, Tay­

no realizó ningún descubrimiento fuera del de los aceros pido,s, sino que buscó simplemente los procedimientos más tlflcos para utilizar al máximo las máquinas ; y no sola­te para utilizar éstas. sino para estrujar también a los res. Esta era su obsesión. Montó su laboratorio para

er decir a los obreros : Hacéis mal en emplear una hora este trabajo, es absolutamente preciso hacerlo en me­Su objetivo era demostrar a los trabajadores la posibi-ad de determi.nar ellos mismos los procedimientos y e l o de su trabajo, y dejar e n manos d e la dirección el esco­tos movimientos a ejecutar en el curso de la producción. era el alto y desinteresado espíritu de sus investigacio-

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nes. Para Taylor no se trataba de someter los métodos producción al examen de la razón, o por lo menos e�ta pr

cupación sólo venía en segundo lugar ; su deseo prunor

era encontrar los medios para forzar a los obreros a entre

a la fábrica el máximo de su capacidad de trabajo. El la ratorio era para él un medio de investigación, pero so todo un instrumento de coacción.

Estas conclusiones resultan explícitamente de la lecl de sus propias obras.

El método de Taylor consiste esencialmente en lo q sigue : en principio, se procede a estudiar científicame

cuáles son los mejores procedimientos a emplear para e quier trabajo, tanto da que se trate del trabajo de los

nes (y no hablo ahora de los peones especializados, sino

los _peones propiamente dichos), de la cadena de manu

ción o de los trabajos de este tipo; una vez efectuado

estudio, se procede luego al cálculo de los tiempos, a tr de la descomposición de cada trabajo, los movimientos

mentales que se reproducen en trabajos muy distinlCll

con multitud de combinaciones diversas. Una vez m el tiempo necesario para cada movimiento elemental, se tiene entonces muy fácilmente el tiempo necesario

operaciones muy variadas. Todos sabemo� que el mét�I> medida de tiempos se llama cronometraJe, y que es l insistir sobre este punto. Queda, por último, el aspecto

rente a la división del trabaJo entre los jefes técnicos

intervienen en último lugar. Antes de Taylor, en un el contramaestre intervenía en todo, se ocupaba de todo.

la actualidad, en las fábricas existen numerosos jefes un mismo taller : controlador, cronometrador, contr

tre, etc. . El sistema particular de trabajo a prima consistía en

dir los tiempos por pieza-unidad, basándose en el

de trabajo que podría producir el mejor obrero, par

li8

• durante una hora : de forma que todos los que produz­este máximo cobrarán premio, mientras que cada pieza pagada a un precio más bajo para los que produzcan enos, de tal manera que aquéllos que produzcan netamen­menos de este máximo percibirán menos del salario vital eial. Dicho todo ello de otro modo : se trata de un proce­iento inhumano, brutal, monstruoso y criminal para eli­r a todos aquéllos que no son obreros de primer orden, n resistencia y capacidad de llegar al máximo de produc­

dad. En conjunto, este sistema contiene lo esencial de lo que llama hoy día la racionalización. Los contramaestres del pto faraónico tenían látigos para obligar a los obreros a jar : Taylor -más fino y educada- reemplazó el látigo las oficinas y laboratorios bajo la capa de la ciencia como ubridora del crimen.

La idea de Taylor consistía en creer que cada hombre es de producir un máximo de trabajo determinado. Y tal si es de por sí totalmente arbitraria, aplicada a un gran o de fábricas es francamente desastrosa. En una sola a tuvo como resultado que los obreros más fuertes y

resistentes fueran los únicos que se quedaran en la fá­• mientras que los demás tuvieron que marcharse ; y Imposible tenel' obreros resistentes y robustos para todas máquinas de una ciudad y llegar a una selección en tan

escala. Suponed que exista un determinado porcentaje trabajos que requieran una gran fuerza física ; de ello, obstante, no se desprende que tenga que existir el mis-

porcentaje de hombres que reúnan dicha condición. Las investigaciones de Taylor dieron comienzo en 1880. mecánica comenzaba a convertirse en una verdadera in­

ia. Durante toda la primera mitad del siglo XIX, la gran la había quedado casi únicamente limitada a la tex-Hasta el año 1850 no empieza a desarrollarse la meta-

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lurgia. Durante la niñez de Taylor, la mayor parte de m cánicos eran artesanos que trabajaban en sus pro¡:..ios lleres. Al iniciar éste sus trabajos fue cuando nació A. F. L. (Federación Americana del Trabajo), formada

algunos sindicatos que acababan de constituirse, y en es cial por el Sindicato de metalúrgicos. Uno de los métod de la acción sindical en aquella época consistía en limll la producción, a fin de evitar el paro y la reducción de

tarifa de las piezas. Lógicamente, en la mente de Tayl al igual que en la de aquellos industriales a los cuales comunicando los resultados de sus estudios, la primera · ciativa de la nueva organización del trabajo debía ser la borrar la influencia de los sindicatos : y lo consiguie

Desde su origen, la racionalización ha sido esencialme un método para hacer trabajar más, y no un método

trabajar mejor.

Después de Taylor no han existido demasiadas inn ciones sensacionales en el campo de la racionalización.

Ha surgido en primer lugar la cadena, el trabajo en dena, inventado por Ford, que suprimió en cierta ro el trabajo a piezas y a primas incluso en sus fábricas. cadena, en su origen, era simplemente un procedimiento manutención mecánica. Prácticamente, se ha convertido un método perfeccionado para sacar de los obreros el ximo de trabajo en un tiempo determinado.

El sistema de m�ntajes en cadena ha permitido

plazar a los operarios cualificados por peones especia · en trabajos en serie, en los cuales, lejos de realizar un bajo cualificado, no se debe hacer más que ejecutar un to número de gestos mecánicos que se van repitiendo

tan temen te. La cadena es un perfeccionamiento del sistema de

lor orientado a impedir que el obrero escoja el método y

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teligencia de. su traba�o, dejando estos puntos para la ofi-

a de estud10s. Tal sistema de montajes hace asimismo parecer la habilidad manual necesaria al obrero cua­

illficado. El espíritu de este sistema aparece suficientemente cla­a través �e la forma en que ha sido elaborado, y se puede r en

_segu1da cómo el término de racionalización que se le

ha aplicado es absolutamente equivocado. Taylor no buscaba precisamente un método de raciona­

Jfzar el trabajo, sino un medio de control frente a los obre­lDS, encontrando -al mismo tiempo- un sistema de sim­�car el tra?ajo, pero si tal cosa ha aparecido, no por ello de1a de ser cierto que ambas son dos cosas distintas Para

ar la diferencia entre el trabajo racional y el �edio control, voy a tomar un ejemplo sacado de una verdade­racionalizaci6n, es decir, de un sistema de progreso téc-

co que. no descansa sobre la opresión de los obreros y que

. constituye una explotación mayor de su fuerza de tra-JO. Supongamos, pues, a un tornero trabajando en tornos �omáticos. Tiene que vigilar cuatro tornos. Si un día al­en descubre_ un acero rápido capaz de doblar la produc-

6n de estos cuatro tornos y se emplea a otro tornero de era que cada uno de ellos no tenga más que dos tor�os esponderá �gualmente a los dos hacer el mismo trabaj�

e antes, al tiempo que la producción habrá mejorado. Pue�en, ?ues, existir mejoras técnicas que mejoren la

u.cc1ón sin pesar lo más mínimo sobre el esfuerzo de los

Jadores. Pero, por el contrario, la racionalización de Ford no con­en trabajar mejor, sino en trabajar más. En resumen, emp:esariado ha realizado este descubrimiento que le

porc1ona una mejor manera de explotar la fuerza obre­' más que el disminuir la jornada de trabajo. 181

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En la jornada de trabajo existe, en efecto, un límite solamente porque la jornada propiamente dicha no tie más que 24 horas y en las cuales es preciso también com y dormir; sino porque, además, al cabo de cierto núm de horas de trabajo la producción no progresa. Por ejemp un obrero no produce más en 17 horas que en 15, porque orgRnismo está muy cansado y va menos aprisa.

Existe, pues, un límite en la producción, que se qui re superar con demasiada facilidad por medio del aumen de la jornada de trabajo, cuando sólo puede obtenerse a mentando su intensidad.

Ha habido, sin emk.0:go, un descubrimiento sensacio por parte del empresariado. Los obreros no lo han compr dido quizás aún demas:acto bien, y los empresarios mism es posible que tampoco t-:ngan conciencia de ello ; pero cierto es que estos último& se conducen como si lo compr dieran muy bien.

Se trata de algo que no se presenta inmediatamente a consideración del espíritu, porque la intensidad del tra no puede calcularse de la misma forma que se calcula duración.

Durante el mes de junio, por ejemplo, los campes pensaron que los obreros eran unos perezosos porque querían trabajar más que cuarenta horas por semana; ocurrió así porque los campesinos tienen el hábito de .m el trabajo por la cantidad de horas, y son éstas sólo las q se calculan, mientras que el resto no cuenta para nada.

Pero, en la realidad, puede variar mucho la intensi del trabajo. Pensad, por ejemplo en las carreras a pie y cordad entonces que el correrlo! de Mara,:.1on -en la gua Grecia- cayó muerto al final de la carrera por ha corrido demasiado deprisa. De forma que e puede c.ons· rar este caso como una intensidad límite del esfuerzo. P bien, ocurre lo mismo con el trabajo.

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La muerte, evidentemente, es el extremo límite al que JIO se debe llegar, y no es broma, puesto que el que no cae muerto después de una hora de trabajo es susceptible a los . ' OJOS del empresario, de trabajar aún más. Es así, igualmen-tle, que se baten cada día nuevos records sin que nadie ten­p la idea de que el límite se acerca. Se busca cada día al corredor que batirá el último record. Pero si se inventase un método de trabajo que hiciera morir a los obreros al cabo de cinco años, por ejemplo, los patronos se encontra­rfan muy pronto faltos de mano de obra y ello iría contra 8US propios intereses. De ello no se darían cuenta en segui­da. porque no existe -por ahora- ningún medio científico de calcular el desgaste del organismo humano por el traba­jo; pero es posible que a la siguiente generación se darían cuenta de ello y revisarían sus métodos, exactamente como ba ocurrido con los muertos prematuros provocados por el trabajo de menores en las fábricas.

Y puede ocurrir lo mismo para los adultos con la inten­aldad del trabajo. Hace solamente un año que, en las fábri­cas de mecánica de la región de París, un hombre de cua­renta años no podía obtener trabajo porque se le considera­lla demasiado gastado, agotado y poco apropiado para la i)roducción a la cadencia actual.

No existe ningún límite para el aumento de la produc­fJón en intensidad. El desgraciado Taylor cuenta con orgu­

- ¡ pobre!- que había llegado a doblar e incluso tripli­la producción en ciertas fábricas, simplemente a través sistema de primas, la vigilancia de los obreros y el <les-

o sin piedad de todos aquéllos que no podían seguir la encia. Y continúa, ingenuamente, explicando que había

ntrado el medio para suprimir la lucha de clases, pues­que su sistema descansa sobre un interés común del obre­y del patrono, ya que los dos habían salido ganando con e sistema, y que el mismo consumidor se hallaba satis-

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fecho porque los productos salían más baratos. Y se vana­gloriaba de resolver, de esta forma, todos los conflictos so­cíales y de crear así la armonía social.

Pero tomemos ahora, por un lado, el ejemplo de una fli­brroa en la que Taylor baya doblado la producción sin caur biru; los métodos de fabricación simplemente organizando esta po'licía de talleres. E imaginemos, por otro, una fábri� en la• cual se trabaje siete horas diarias a siete francos, y en la .cual el empresario decidiera un buen día hacer trabajar

catorce • hdras. cliarias por cuarenta francos. Los obreros en el segundo ·taso no considerarían que ganan más con la nue­va ' <Jpción�· : süro qiile indudablemente se declararian inme­diatamé'l'lte •én ·h.ae'1ga. Pues bien, esto mismo ocurre con el sistema ,Taylbri 'Fra:b<1jando catorce horas en vez de siete, uno se faHg.aiiía -por':I'Ó" menos el doble, y en el mismo sen­tido estoJ* e(')nve�i cfa1 :ta·mbién de que a partir de cierto .U. mi te es mucho más gravé ''Para el organismo humano au­mentan . Ja :cadencia :com( do:\hace Taylor, que no aumenw la: ·duraoión >del ifA'alilajo .. . : , : 1 . . . 1 : 1 ; ,

Cuando· T.aylor. instauró 'su' 'Sistema se produjeron cier­tas reacctones ·pe!' 'Parte; :fie lbs obreros. En Francia, por

ejemplQ, fos; sindicatos :reáccfoll'a!'bn 'V1\ramente al comien­zo de la introducción de este :sigtertlif i 'eh: ·las fábricas fran­cesas. Encontrarnos :a'ftículdS lde ' i ?óhMt;..:· Ú de Merrheim. comparando " -la racion:aliZacióh' a-�una riue%: esclavitud. Ea América hubieron huelgas. Y·<p\)r •tnlHiio; \H este· método ha llegado .a triunfar· h& sido,- eri "tni.:tdids ·c�soSi, 'por �1· desar�

llo de las industrias! d� guerra ; lo1�uaM1�: h�hb 'pensar a muahQS' ;:que; i en' :el ' 'triunfo�'d.e: '1a" réi'éfü'nalizacrfü{ 'f ü1. 'influido mmho .J:a1 •gue11ra�· · , · : . . , · : . - . • • : ,:.;n: , , ; ; , ' . 11 1.1

El gran• argumento -{ie: TaYJór' WffjJid:J · sdnsma 10\tf l!a'pl1 ta>lismti am�ricant:i ':.....i.es cftie �te•s?Steifr:f s-irvl-! 1,u interé� .<!el' púolico1 es: -Oeeir,' · <lel· 'éonsu:tfü.d'b'f.. E�i'dent1éWiem�, � 1�¡ at/1 mento de !Ja. prodüc�füri :ptiede' 'resi..il\ar' ra\1-dráble cóando re

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trata de artículos alimenticios (pan, teche, carne, vino, etc.}. Pe.ro precisamente no es ésta la producción que aumenta con �l sistema Taylor.

De manera general, ésta ha aumentado en todo aquello que no sirve a las principales necesidades de la existencia. Lo que se ha racionalizado ha sido la mecánica, el caucho,

los tejidos . . . es decir, aquellas cosas que producen una me­nor parte de objetos comestibles. En especial, la racionali­zaci6n ha servido, fundamentalmente, para la fabricación de objetos de lujo y para esta industria doblemente de lujo que es la industria de guerra, que no solamente no construye nada, sino que destruye. La racionalización ha servido para aumentar mucho más la carga de los trabajadores inútiles, de todos aquellos hombres que fabrican cosas vanas e inúti­

les, que no sirven para nada, de aquéllos que no fabrican nada, pero que están empleados en los servicios de publi­cidad o en otras empresas de este género más o menos pa­rasitarias. La racionalización, en fin, ha aumentado conside­rablemente la importancia de las industrias de guerra, las cuales por sí solas sobrepasan a todas las demás por su im­portancia e inconvenientes. La taylorización ha servido esencialmente para aumentar todo este peso y para hacer pesar, en su conjunto, el aumento de la producción global sobre un número cada vez más reducido de trabajadores.

Desde el punto de vista de su efecto moral sobre los

11breros, la taylorización ha provocado sin duda alguna la descaliñcación de los obreros. Lo cual ha sido comprobado, Jlri ningún lugar a dudas, por los apologistas de la raciona­lización, en especial por Dubreuilh en Standards. Sin em­bargo, Taylor fue el primero en envanecerse de haber con­seguido que sólo fueran precisos un 75 por ciento de obre­ros eualificados en la producción frente al 125 por ciento

de obl'eros no cualificados en su acabado. En las fábricas Ford se ha llegado al monstruoso extremo de no contar

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con más del uno por ciento de obreros que tengan necesi · de un aprendizaje que exceda de un dfa de jornal.

Este sistema ha reducido además a los obreros al es de moléculas, por así decirlo, consiituyendo una especie estructura atómica en las fábricas. Lo cual ha conducido aislam iento entre los obreros. Esta ha sido sin duda una las fórmulas esenciales de Tayloi· : dirigirse al obrero i vidualmente : considerar en éJ solamente al individuo. cual quiere decir que es preciso destruir Ja solidai·idad o ra por medio de primas y de competencias. Todo esL que produce la soledad, que es quizá el caránermás soq dente de las fábricas organizadas según el actual siste una soledad moral que ha venido, ciertament� a ser al disminuido por Jos acontecimientos de junio. Ford decfa ingenuamente- que es excelente h que se entiendan bien, pero que no hace falta, sin em go, que se entiendan d emasiado bien, porque ello bace ¿· minuir el espíritu de competencia y de emulación que indispensable para la producción.

El dividir a la clase obrera está, pues, en la base de método. El desarrollo de la competencia entre los obr forma parte integrante del sistema ; así como et llamami to a los sentimientos más bajos. El salario es el úni<:o vil. Y cuando el salario no es un motivo suficiente, llega el despido brutal. A cada instante del trabajo el salario vi determinado por una prisa. A cada instante es preciso q el obrero haga cálculos para saber qué ha ganado. Y que ahora digo es mucho más cierto aún para euando trata de trabajo poco cualificado.

Tal sistema ha producido la monotonía del trabajo. breuilh y Ford dicen - ¡ qué sabrán ellos ! - que el traba' monótono no es penoso para la clase obrera. Pord, ade · Uce que él no podría aguantar -y dice bien- tm..i jorn

ent era en la fál•rica ejecutando un mismo trabajo, pero que

es preciso creer que sus obreros están hechos de forma dis­tinta que él , ya que rechazan un trabajo más variado. Esto clel rechazar es él quien lo dice. Si verdaderamente se llega a que, por medio de tal sistema, la monotonía sea soporta­ble para los obreros, esto es quizá lo peor que puede decirse de semejante sistema ; porque es cierto que la monotonía del trabajo empieza siempre por ser un sufrimiento. Y si uno llega a acostumbrarse, tal cosa ocurre a costa de una disminución moral.

De hecho nadie se acostumbra, salvo en el caso de que uno pueda trabajar pensando en otra cosa. Pero entonces es preciso trabajar a un ritmo que no reclame concentrar demasiado la atención necesaria para mantener la cadencia del trabajo. Pero si uno se ve obligado a realizar un trabajo en el cual deba estar pensando todo el tiempo, entonces es imposible pensar en otra cosa, de donde se desprende que es falso que el obrero pueda acomodarse a la monotonía del trabajo. Haciendo más monstruosa la realidad, los obreros de Ford no tenían derecho a hablar y no querían tener un trabajo variado porque al cabo de cierto tiempo de realizar un trabajo monótono son incapaces de hacer otra cosa.

La disciplina en las fábricas y la coacción es otra carac­ristica del sistema. Más aún, constituye su carácter esen·

elal ; es el objeto para el cual ha sido inventado, puesto que ylor realizó básicamente sus investigaciones para destruir l'esistencia de sus obreros. Al imponer tales o cuales mo-

. ientos en tantos segundos, o tales otros en tantos minu­' es evidente que no le queda al obrero ningún poder de

resistencia. Es por ello por lo que Taylor ha sido el más ilu.ro y por lo que ha interesado a los enemigos del movi­

·ento obrero, máxime cuando su sistema permitía destruir ti poder de los sindicatos en las fábricas.

En una encuesta realizada en Norteamérica, a propósi­�1r.:1 sistema Taylor, un obrero interrogado por Henri de

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Man, le dijo : «Los empresarios no comprenden que n tros no queramos dejarnos cronometrar ; pero ¿qué dirl nuestros patronos si les pidiéramos que nos mostraran s libros de contabilidad y les dijéramos : Sobre tantos ben

cios como realizáis, nosotros juzgamos que esta parte de quedar para vosotros y esta otra nos debe corresponder

forma de salarios? El conocimiento de los tiempos de bajo es para nosotros el equivalente exacto de lo que pll?I ellos constituye el secreto industrial y comercial».

Tal obrero había comprendido admirablemente la slllll' ción. El empresario, además de tener la propiedad de la fi­brica, de las máquinas, el monopolio de los procedimien de fabricación y de los conocimientos financieros y come!' ciales que conciernen a su fábrica, pretende aún obtener monopolio del trabajo y de los tiempos del trabajo. ¿Q queda entonces a los obreros? Les queda la energía que mite que realicen un movimiento equivalente a la fu eléctrica, y que se utiliza exactamente igual a como se liza la electricidad.

A través de los medios más groseros, empleando co estimulante a la vez el temor y el afán de ganancia y, suma, a través de un método de domesticación que no ej ce ningún llamamiento a nada que sea humano, se adi al obrero de la misma forma que a un perro, alternando látigo con el terrón de azúcar. Por ventura no se ha lle hasta el final, porque la racionalización no es perfecta n ca y porque gracias al cielo el jefe de taller no conoce ja todas las cosas. Quedan aún medios para arreglarse, ·

so para un obrero no cualificado. Pero si el sistema se 3. cara estrictamente, la domesticación sería tal cual la descrito.

Existe además cierto número de ventajas para rección y de inconvenientes para los obreros. Mientras la dirección posee el monopolio de todos los conocimien

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ue convienen al trabajo, no tiene la 1·csponsabilidad de los lpes �m·.os causados por el trabajo a destajo y prima. An-1es de ;uruo se había llegado a este m ilagro, que hada que todo lo que se habfa hecho bien beneficiaba a Jos patronos pero lodos los golpes duros quedaban a cargo de Jos obre� �· los cuales perdian su salario si una máquina estaba ave­l'lada Y se las terúan que apañar si algo no fu nc ionaba 0 si un� orden era inaplicable o si dos órdenes eran contradic· tortas (puesto que, teóricamente. lodo marchaba bien siem­pre : el acero de las herramientas era bueno siempre v si ta herramienta se rompía era culpa del obrero), etc. y· como C)Ue el trabajo es por piezas, los jefes le hacen todavía favor a uno cuando le quieren ayudar a reparar golpes duros. De tm:oa que tal sistema es, en verdad, ideal para los empre­la�os. puesto que comporta todas las \·entajas para ellos, trm·ntras que, por el contrario, reduce a los obreros a la eond:ción de esclavos pero obligándoles a tomar iniciativas pu�to que son ellos los que deben resolver los problemas'. Es un� �ctica refinadísima que en todos los casos provoca el sufnm1ento, porque siempre es el obrero el que se eqi.11-YOCa N? �e puede llamar científico a un sislema como el que

r1bunos, que parte del principio de que tos hombres no homb:es y que hace jugar a la c iencia un papel degra­

te �e �trumento de coacción. Pero el papel verdadero la ciencia en materia de organi2ación del trabajo es el de ontrar las mejores técnicas. Por regla genel'al, el hecho que sea más fácil explotar siempre la fue1·za obrera crea

el contr�lo una especie de pereza entre Jos jef�, ha­ndoseles v1sto en muchas fábricas una increfble nealiaen·

frente a los problemas técnicos y de organización� p7res-que sabían que siempre podfan hacer reparar sus faltas medio de los obreros, con tan sólo hacerles aumentar un más la cadencia.

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Taylor había sostenido siempre que el si�tem_a era

mirable porque con él se podía encontrar.

c1entific�en

no sólo los mejores procedimientos de trabaJO Y �os tiemp necesarios para cada operación, sino que �s posible en

trar aún más cuál era el límite de la fatiga, más allá

cual no se podía hacer marchar a un trabajador. . A partir de Taylor, se ha desarrollado en.

este �enti una rama de la ciencia : es lo que se llama la s1cotecma, q . permite definir cuáles son las mejores condicion�s sicológi­cas posibles para tal o cual trabajo, medir la fa�iga, et?.

De esta forma, gracias a la sicotecnia, los industr1

pueden decir que tienen la comprobación de que n� hac sufrir a sus obreros. Les basta con invocar la autoridad los sabios.

Pero la sicotecnia es aún imperfecta. Aca�a tan �lo ser creada. Pero incluso cuando esté perfecc10nada, J

tendrá en cuenta los factores morales, puesto que el suf miento en la fábrica consiste, sobre todo, en encontrar 1 go el tiempo. Y jamás, por ninguna parte, ningún sicotec mo lleoará a precisar en qué medida un obrero encuen largo :1 tiempo. Es sólo el mismo obrero quien puede cirlo.

y lo más grave es lo siguiente : es preciso desconfiar los sabios, porque en .la mayoría de ocasiones no son si ros. Nada es más fácil para un industrial que comprar sabio.

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LA CONDICION OBRERA

(30 septiembre 1937)

Los estudios aparecidos recientemente sobre la condi­obrera en diversos periódicos indican suficientemente, do se establece una comparación, qué gran distancia a incluso a hombres que llevan todos el mismo nombre

obreros. Empero, dichos estudios pecan de abstracción ; ue de una profesión a otra, de una ciudad a otra, y de un rincón a otro de la misma fábrica ¡existen tan-diferencias! Con mayor razón aún, entre un país y otro. 0$ los obreros trabajan sometidos a órdenes, y sujetós

1lD salario : sin embargo, fuera del nombre ¿ hay algo de ún entre un obrero japonés o indochino y un obrero o un obrero francés de después de junio de 1936? :digo de después de junio de 1936 porque en los sombríos que le habían precedido, la condición material y mo-de los obreros franceses tendía cruelmente a aproxi­a las peores formas del asalariado.

El examen de estas diferencias sugiere que con respecto se podría ir aún más lejos. Hay hombres que podrian s lejos en la miseria y en la esclavitud, más lejos en bienestar y la independencia de lo que lo están los más ·ados y menos desgraciados de los obreros, y aún ar el nombre de obreros, de asalariados. Es a esto a lo

se debería, desde todos los puntos, prestar más aten­Los unos , que dE'sprecian las reformas por considerar-

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las una forma de acción relajada y poco aficaz, reftexi rían que es mejor cambiar las cosas que las palabras, probando además que los grandes trastornos cambian todo las palabras. Los otros, los que odian las reformas utópicas y peligrosas, se apercibirían de que estaban yendo en fatalidades ilusorias y que las lágrimas, el ag miento y la desesperación no son en el orden social q tan inevitables como se imaginaban.

Porque es verdad que existe, incluso en las formas elevadas de la condición obrera, alguna cosa sin.:,"lllar te inestable ; son formas que comportan poca seguridad. su alrededor, el oleaje de la miseria general actúa un mar que va mordiendo las islas. Los países en que trabajadores son miserables, ejercen sólo con su exist una presión continua sobre los paises de progreso s avanzado para atenuar sus progresos; y sin duda, bién, ocurre que la presión inversa se efectúa en la p ca ; pero, aparentemente de forma más débil, ya que la mera presión tiene por mecanismo el juego de los cam económicos y la segunda el contagio social. Para Jos t ros, cuando el progreso social en un pafs concreto ha do la forma de un cambio revolucionario, ocurre t exactamente lo mismo ; o más aún, con frecuencia, el blo de un estado ;revolucionario, en la visión de este meno, parece ser más vulnerable y estar más des que cualquier otro. Ocurre que existe un obstáculo derable para el mejoramiento de la suerte de los t dores. Con frecuencia, equivocados por esperanzas e gadoras cometen el error de olvidarlo. En otras ocast movidos por esperanzas menos generosas, caen en el de confundir este obstáculo con aqueaos que afeetan naturaleza misma de las cosas.

Este último error es mantenido por una conereta fusión de lenguaje. Actualmente, se habla sin cesar de

consumir, es preciso en princ1p10 produ­• y para producir es necesario trabajar. He aquí lo que partir de junio de 1936 parece repetirse por todas partes

e el Temps hasta los órganos de la C. G. T. ; y esto es o que no parece, bien entendido, responder a nada, fue­de lo que puedan creer aquéllos que hacen soñar con formas del mito del movimiento perpetuo. Se trata, en

ecto, de un obstáculo al desarrollo general del bienestar de Jas actividades 'y que afecta a la naturaleza de las co­. Pero por lo mismo, no es en realidad tan grande como se lo imagina de ordinario. Porque, en verdad, sólo

preciso producir aquello que es necesario para el con-

Añadamos aún, si se quiere, a esta producción lo útil lu agradable, a condición siempre de que se trate de ver­era utilidad y de placeres puros. A decir verdad, encon­

os ahora que la justicia no encuentra su medida en el cuJo de miles de hombres sufriendo para procurar

algunos privilegiados placeres delicados ; pero, ¿qué cabe · , también. de los trabajos que movilizan a una mul­ud de infelices· sin ni tan sólo procurar a los privilegia-grandes y pequeños una verdadera satisfacción? Y si 'en se atreviera a hacer el cálculo, ¿qué extensión nos ntradamos que tienen tales esfuerzos dentro de nues­

producción total? Algunos de tales trabajos, sin embargo, son asimismo esarios, como algo que no se vincula a la naturaleza las cosas, pero que depende de las relaciones humanas ; ·1es para todos, son a pesar de todo necesarios en cada te en donde se producen, en cualquier parte donde esta ción se encuentre. Es decir : la discriminación entre

dos especies de necesidad, la verdadera y la falsa, no opera siempre ; pero respecto a ellas existe un criterio

. Se trata de los productos cuya escasez en un país

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es tanto más grave, por cuanto que ella misma se exti asimismo al resto de países del mundo; para otros, la casez presenta muchos menos inconvenientes por el · hecho de ser más general. Se puede de esta forma a· guir, groseramente, dos clases de trabajos. Para ello pondremos dos ejemplos.

Si la cosecha del trigo disminuye en Francia mitad como consecuencia de cualquier plaga, los franc tendrían que depositar toda su confianza en una super cha de trigo en Canadá o en cualquier otra parte ; ":( s� casez se haría irremediable si la cosecha hubiera dtsmr do a la mitad en todo el mundo. Por el contrario, del h de que el rendimiento de las industrias bélicas fran disminuyese un bello amanecer hasta la mitad, no taría para Francia ningún perjuicio, siempre que ta

.I

minución tuviera lugar en todas las fábricas de material guerra del mundo. El trigo por un lado y la producción lica por otro constituyen dos ejemplos perfectos para mostrar la oposición que intentábamos expresar. Pero, la práctica, la mayor parte de productos participan, en dos distintos y al mismo tiempo, de una y otra cate Sirven por un lado al consumo y por otro a la guerra, 1 esta lucha análoga a la guerra que se llama compet Si se pudiera trazar un esquema que representase l� p1 ción actual y que ilustrara esta división, se mediria tamente día a día cuánto sudor y lágrimas añaden los bres a la maldición original (1).

Tomemos el ejemplo del automóvil.

(1) .El pecado original dio motivo a la maldición dl�ina; rás el pan con el sudor de tu frente ; sentido del SUfnmleuto el trabajo humano que se complementa con : parirás con dolor. embargo, el peculiar misticismo cristiano de S. W. no le pe descubrir el sentido trascendente, redentor y creado� del l humano, trabajo que, empero, debe tender a despoJarse del lor (N. E. C.).

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los intercambios, el automóvil es un instrumento de sporte que no podría suprimirse sin producir graves aciones ; pero la cantidad de automóviles que salen

a día de las fábricas sobrepasa en mucho aquella canti­por debajo de la cual se producirían estos desórdenes.

pero, una disminución considerable del rendimiento del bajo en estas industrias tendría efectos desastrosos, pues­que los automóviles ingleses, italianos o americanos, más

undantes y menos caros, invadirían el mercado y provo­an la bancarrota y el paro. Y es que, en realidad, un

tomóvil no sirve solamente para correr por una carretera, que es también un arma en la guerra permanente que

·enen entre ellas la producción francesa y la de otros ec. Las barreras aduaneras, ya es archisabido, son me­de defensa poco eficaces y peligrosos.

Imaginemos en el presente la posibilidad de que la jor­a de 30 horas pudiera establecerse en todas las fábricas

e automóviles del mundo, junto con un ritmo de trabajo s rápido. ¿Qué catástrofes se derivarían? Ningún niño

ria menos ración de leche, ninguna familia más frío, tampoco, evidentemente, ningún empresario de fábricas

automóviles tendría una vida menos larga. Las ciuda­serfan menos ruidosas y las carreteras encontrarían de en cuando el tónico del silencio. A decir verdad, en

es condiciones muchas familias se verían privadas del cer de ver desfilar los paisajes a la vel()cidad de 100 Km

hora ; como compensación, miles y miles de obreros an a fin de cuentas respirar, gozar del sol, moverse

ritmo normal de la respiración, y hacer gestos distintos los impuestos por las órdenes ; todos estos hombres que

muriendo, antes de morir conocerían de la vida otras más que la prisa vertiginosa y monótona de las ho­

dt •-rabajo, la supresión de descansos demasiado breves la miseria inescrutable de los días de paro forzoso y

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d e los años de vejez. También es verdad que los r�l dores de estadísticas, al contar los vehículos, hallarían se había retrocedido en el camino del progreso.

· Pero la rivalidad militar y económica es un hecho

día, y así permanecerá seguramente como algo que no puede eliminar si no es dentro de la composición de id" · no se trata de la cuestión cie suprimir la competencia

este país, y con mayor razón en el mundo ; lo que apa

como eminentemente deseable, sería que se añadieran

gunas reglas al juego de la competencia. La resistencia

la chapa al troquelado o al doblado es la misma en t las fábricas del mund o ; si se pudiera decir lo mismo de resistencia obrera a la opresión, ninguno de los efectos

dables de la competencia desaparecerían, y í cuántas

cultades se desvanecerían! (1).

En el movimiento obrero, esta necesidad de exte al mundo entero las conquistas obreras de cada país

mente avanzado ha pasado, desde hace mucho tiempo ser un lugar común. Después de la guerra, la lucha de tendencias giraba esencialmente en torno a saber si preciso buscar el medio con que asegurar esta e>.1e utilizando como instrumento la revolución mundial, o si era mejor utilizar la Oficina Internacional del Tra Queda la incógnita de saber qué hubiera proporcionado

(1) Quizá es en este artículo donde mayormente se comp la contradictoria mentalidad social de S. ,V. Fue una mujer de sensibilidad, profundam�mte interesada por la situación injUJ1a la clase obrera, pero que no pudiendo superar la deiormadáa perspectiva de un medio ambiente burgués, reaccionó en los pos social. político y económico. con actitudes reformistas d marcado paternalismo. De ahí su respeto por sistemas discu su aceptación fatalista de cosas que pueden ser cambiables 1 tendencia a clasificar como utópico cualquier planteamiento dt novación, etc. ():(. E. C.).

· 196

olucíón mundial, pero la O . l. T., es preciso reconocerlo, ha actuado brillantemente (1). A primera vista, se podría suponer que, a partir del

ento en que un país ha realizado progresos sociales le comprometen a la lucha económica, todas las clases

es del mencionado país -aunque sólo fuera por in­deberían unir sus esfuerzos para dar a las reformas

adas la mayor extensión posible fuera de sus propias leras. Y, sin embargo, esto no es así. Las publicacio­más respetables de entre nosotros, consideradas gene­ente como portavoces de la alta burguesía, repiten has­

la saciedad que la reforma de las cuarenta horas será · able si se convierte en internacional, pero ruinosa si

6n1camente francesa; ello no ha impedido, si no me equi­' que algunos de nuestros representantes patronales en

.en.o de la O. I. T., en Ginebra, hayan votado en contra las cuarenta horas (2). Semejantes cosas no ocurrirían si los hombres no se mo­

por interés. Pero aún hay más : frente al interés está OrBUllo. Es agradable contar con inferiores, y es penoso

plar cómo los inferiores adquieren derechos, aunque lirrtitados, que establezcan entre ellos y sus superiores

e ciertos puntos de vista, una cierta igualdad. Se pre­a mucho más concederles las mismas ventajas, pero a

de favor ; se preferiría más, sobre todo, hablar de ederlas. Si, en fin, los inferiores han adquirido algunos

) De hecho, la O. I. T. fue la obra a que se consagraron los toa moderados o derechistas del socialismo y del sindicalismo. a en 1920, pasó a &er uno de los organismos especializados Socieaad de Naciones -ahora de la O. N. U.- y en eu gestión un lugar destacado Albert Thomas, hombre hondamente ¡n­do por las técnicas de la racionalización (N. E. C.). En las conferencias de la O. l. T. cada estado miembro queda

tado por seis delegado s : dos ¡¡:-ubernamentales, dos patro­y aólo <los o!J1·eros.

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derechos, se prefiere que la presión económica del jero haga lo posible por minarlos, no sin desgastes de t tipo, antes que extender la obtención más allá de las P pias fronteras. La mayor inquietud de muchos de los h bres situados a mayor o menor altura de la escala es la de mantener a sus inferiores ecen su lugar». No sin zón, después de todo : puesto que si ellos abandonan al vez «SU lugar», ¿ quién sabe adónde irán a parar?

El internacionalismo obrero debería ser más eficaz ; d graciadamente no nos equivocamos de mucho, campar'

dolo con el jumento de Rolando, que tenía todas las e

dades a excepción de la de existir. Incluso la Internacio

socialista de antes de la guerra era únicamente una fac y la guerra bien claro lo ha demostrado. Con mayor r no ha existido en la Internacional sindical, tan cruelme mutilada hoy dia de hecho en los regímenes dictator ninguna acción concreta, ni contacto permanente entra distintos movimientos nacionales. Sin duda, en los gr

momentos, el entusiasmo desborda las fronteras ; así se podido comprobar en este mes épico de junio de 1936, se ha visto intentar la ocupación de las fábricas no en Bélgica, sino incluso �raspasar el océano, y encon en los EE. UU. una extensión imprevista. Sin duda, bién, se ha visto por todas partes una gran lucha oh alimentada sobre todo por suscripciones venidas del tranjero. Pero ni en estos casos ha existido una estrat concertada, los estados mayores no han unido sus al'llm no han unificado sus reivindicaciones ; se comprueba,

frecuencia incluso, una sorprendente ignorancia en · a lo que ocurre fuera del territorio nacional. El int cionalismo obrero ha sido hasta ahora más verbal y teó que práctico 1(1).

(1) La crisis de este internacionalismo se había hecho p11 antes de la primera guerra mundial, pero dicho conflicto fUt

En cuanto al Gobierno, su acción sería decisiva en esta terla si lo intentara. Puesto que una cierta nivelación en condiciones de existencia de los obreros de los diferei:i­países -nivelación hacia arriba, si de esta forma se

ede hablar- no puede casi concebirse, si no es como un emento más dentro de esta famosa reglamentación gene­

de los problemas económicos, que cada uno reconoce n1-0 indispensables para la paz y la prosperidad, pero que

ás nadie aborda. De forma reciproca, la acción obrera por una triste paradoja y a pesar de las doctrinas in­cionalistas, un obstáculo para la consecución de las

ciones internacionales en todo el tiempo en que se deje ·r a los obreros en la deplorable incuria actual. Es de esta forma cómo los obreros franceses temerán

pre la entrada de obreros de los países superpoblados, to a la permanencia mantenida durante mucho tiempo hecho de que los extranjeros sean relegados por la ley

una situación de parias, privados de toda clase de dere­. impotentes para participar en la menor acción sindical el riesgo de la muerte lenta de la miseria, por la posí­ad de poder ser expulsados tranquilamente. El progre-

socia:I en un país tiene como consecuencia paradójica la encia a cerrar las fronteras a los productos y a los hom-

puso más de relieve la crisis del internacionalismo obrero : pri­• en la actitud frente a la guerra ; luego en las posiciones anti ro Z.immervald ; más tarde -terminado el conflicto- con la ón entre la segunda y la tercera Internacional ; máxime cuan­

desde 1871, la escisión provocada por el núcleo bakuninista --de cia anarquista- había quebrado al comienzo de la primera cfonal el primer intento de unión obrera supranacional. Pre­te. también en los años inmediatamente posteriores a la

ra Guerra Europea volvió a reorganizarse la rama bakuninis· la Alianza Internacional de Trabajadores (A. I. T.). Parecidas

ones han imperado dentro de la línea Sindical. Véase a este o la obra de Edouard Doiléan s : Histoire du mouvement ou­

r en Europe. París. 1954 (N. E. C.).

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bres. Si los países dictatoriales se repliegan tras ellos · mos por obsesión guerrera, y si los países democráticos. imitan, no solamente porque están contaminados por di obsesión, sino como consecuencia del hecho mismo de l progresos realizados por ellos, ¿qué podemos esperar?

Todas las consideraciones de orden social e internac· nal, económicas y politicas, técnicas y humanitarias, se UD para aconsejar que se busque una actuación. En otro plan!>, las reformas logradas en junio de 1D36, que -si es necesa · creer a algunos- ponen a nuestra economía en peligro, son más que una pequeña parte de las reformas inmedia mente deseables. Porque Francia no es solamente una n ción, es un Imperio ( 1 ) ; y tma multitud de miserables cidos para su desgracia con una piel distjnta de la nu han puesto tales esperanzas en el Gobierno de mayo de 1 que una espera demasiado larga, si se les decepciona, p de llegar a conducirnos uno cualquiera de estos días, a ficultades gravisimas y sangrientas.

(1) Participando del espíritu de la época. S. W. se rcnere al jwno colonial frances que hoy ha entrado en v!as de liquid2 definitiva.

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DIARIO DE FABRICA

No sólo es preciso que el hombre sepa qué hace, sino que, a ser posible, se dé cuenta de lo que hace, que se dé cuenta de la naturaleza modificada

por él. Que para cada cual su propio trabajo

sea un objeto de contemplacü5n.

PRIMERA SEMANA

Ingreso el martes 4 diciembre 1934. Martes. - Tres horas de trabajo durante el día : al prin­lo de la mañana, una hora de taladro (Castous) (1). Al

de la mañana estoy otra hora en la prensa con Jacquot · es, también, donde conocí al del almacén). Al mediodía :

te tres cuartos de hora me encargo de dar vueltas a hacer cartones (con Dubois).

del taller. En esta época S. W. trabajaba en la

• '\l O.\ 1 ·:( 201 t: ' .. .,,.

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Miércoles por la mañ.ana. - Estoy al volante toda la mañana, con paradas. Lo he hecho sin apresurarme, y t mino por tanto sin fatiga. ¡ Pero me he equivocado !

De 3 a 4, trabajo fácil en la prensa; 0'70 por cien (ref rencia a la prima). A pesar de todo, lo he «jorobadm>.

A las 4 3/4 : máquina de botones.

J·ueves por la mañana. - Continúo en la máquina de botones ; es un trabajo muy difícil (3).

Por la tard e : avería eléctrica. Estoy parada una y cuarto hasta las tres. Salgo a las tres.

Viernes. - Trabajo unas piezas en ángulo recto, en la prensa (la herramienta sólo acentúa el ángulo recto). Cie& piezas destrozadas (se han roto porque el tornillo se ha/M aflojado).

A partir de las once, realizo un trabajo a mano : ten que quitar los cartones de un montaje que se tenía q rehacer (se trata de unos circuitos magnéticos fijos, en cuales debe reemplazarse el cartón por unas plaquitas cobre). Las herramientas de que me sirvo son : un una pistola de aire comprimido, una hoja de sierra y fogón, que cansa mucho los ojos.

Me he escapado un momento para ver el cuarto de lie. rramientas, pero no he contado con el tiempo sufici para ver gran cosa. He sido insultada por haber ido.

(3) Para no cans¡¡r ul lector con la relal!ión dl! notas muy e' máticas y anecdóticas se ha creído conveniente en algunos suprimir algún fragmento del texto original francés : en este éste decí a : dfachine d boutons ; 0,56 % (devait etre 0,72) 1.160 d toute la matinée - tres difficile•. Debe asimismo tenerse en de que, aparte de ser muy áridas y pesadas algunas de las n del diario de fábrica, S. W. anotó muchas cosas que no gua relación o que suponen sólo una referencia personal y que !'la el conjunto de la lectura muy Jifídl de entender y pesado tie guir (l\. E. C.).

Continúo con los cartones. bono sin estropear (1).

Sra. Forestier. MimL Admiradora de Tolstoi (Eugenia). Mi compañera para las barras de hierro (Luisita). Hermana de Mimí. Cha t. Rubia de la fábrica de guerra. Rouquine (Josefina). Divorciada. Madre del niño quemado. La que me dio un panecillo. Italiana. DubD'is.

onajes : Mouquet.

Chastel.

León.

del almacén (Pommera).

Cats01is (Miguel). «Ja.cquot» (otra vez obrero). Roberto. «Biol» (el del fondo). (O. v . . . )

violinista

(1) Con esta expresión S . W. indica generalmente que en un de trabajo a destajo ha perdido. o no ha ganado, la prima

• E. C.).

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rubio aprovechable viejo de las gafas (lector de l' Auto) cantor en el horno obrero de las gafas del taladro («ya veremos» . . . m

simpático) chico del mazo su compañero de equipo mi «novio» su «hermanito» (?) joven italiano rubio soldador calderero.

SEGUNDA SEMANA

Lunes, martes, miércoles. - El jefe de personal manda llamar a las diez para decirme que me ponen afilado a dos francos (1) (de hecho, será 1,80 francos). ocupo, después, en la pesada tarea de reemplazar los tones. El martes experimento un terrible dolor de e el trabajo es muy lento y malo (el miércoles he lleg a hacerlo rápido y bien, pegando fuerte y justo con el m pero a cambio de sufrir un dolor terrible en los ojos).

.!lleves. - Desde las diez (o quizá antes) hasta e de las dos ha(Yo laminado con el gran volante. Este traba } o . lo he vuelto a empezar de otra forma, una vez ter del todo, por orden del jefe de taller, y ahora lo he vuel a comenzar en una forma fatigante y peligrosa.

Creo que la orden de volver a empezar ha sido jus

cada ; ¿ o ha sido una novatada? No lo sé. En todo ·

(1) Tanto de afilado. Con esta ex�resión S. W. se reftere a sistema de prima que debió ser cornenle en el ramo metalú francés

204

uquet me ha hecho comenzar de nuevo ,de una forma dora y sumamente peligrosa (era necesario agacharse vez, si no quería recibir el pesado contrapeso de lleno

la cabeza). Siento las miradas de piedad e indigna­nmdas de los vecinos. Yo, enfurecida contra mí misma razón, porque nadie me había dicho que no pegaba

bastante fuerte), tenía el estúpido pensamiento de q u e vaHa la pena d e preocuparme por protegerme. A pesar todo no sufrí ningún accidente. El capataz (León) reac­

nó muy indignado contra Mouquet, pero no explícita­nte. A las doce menos cuarto, mirada . . . Por la tarde : paro hasta las cuatro. De cuatro a seis menos cuarto . . .

Viernes. - Trabajo e n la prensa. Ahora estoy con unas las en las cuales la máquina practicaba un agujero

les daba una forma redondeada. Trabajo en ello todo el día. sido un buen bono de trabajo, a pesar de haber tenido

"dad de reemplazar un muelle, que se ha.bía roto (1).

ha sído asimismo la prirr:era vez que he trabajado durante el día en la misma máquina : termino muy fatigada,

� de no haber trabajado con toda la velocidad que era posible. En las cuentas tenía un error, que ha rec­

o a petición mía la obrera que me ha reemplazado chica muy simpática).

Sttbado. - Tardo una hora para hacer un agujero en trozos de latón, puestos en un soporte muy bajo que

no veía, lo cual me ha hecho fallar seis o siete veces un

(1) Refer�ncia a la dificultad de poder ganar prima debido a fallos de las máquinas. Observaciones como ésta ¡¡on frecuentes

Jo lar¡o de ¡¡ulJ apunte¡.

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trabajo que habría sacado bien cualquier novata que j

hubiera trabajado, según me dijo el capataz León (un que grita tanto como puede). Ha sido un fracaso, pero ha habido regañina por las piezas falladas, debido a las cuentas salen bien.

Después estoy tres cuartos de hora dedicada a co pequeñas barras de latón con León. Es un trabajo No cometo ninguna tontería.

Paro ; limpieza de máquinas. Un lote bueno (de 25'50 fr.).

Una obrera ha sido despedida, está tuberculosa. V veces había estropeado centenares de piezas ( ¿ cómo Una vez, justamente poco antes de caer enferma; ento la habían perdonado. Esta vez ha estropeado 500. Pero ha durante el turno de noche, cuando todas las luces

apagadas (excepto las portátiles, las cuales no alum nada). El drama se complica por el hecho de que la ponsabilidad del montador (Jacquot) queda automáti

te puesta en entredicho. Las obreras con las cuales trabajando (Chat y otras) están en paro (también la radora de Tolstoi, no lo recuerdo) por culpa de Jacquol

de ellas dice : «Se ha de vigilar más, cuando una tié11e ganarse la vida»

Parece ser que esta obrera enferma había rehusa

orden en cuestión (una labor sin duda delicada y mal gada), «Trabajo demasiado duro», se dice. El jefe �e le había dicho : «Si no está hecho mañana por la manana. Es la amenaza de ir a la calle. Han concluido, sin duda, ella tenía mala voluntad. No he oído ni una sola P de simpatla para con ella por parte de las obreras. �ue nacen no obstante el desánimo que se apodera de la pe ante un trabajo en el cual uno se agota sabiendo q� ganarán dos francos o quizá menos, y por el que le i

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por haber equivocado el lote; un desánimo, además, la enfermedad debe multiplicar por diez. Esta falta de

patfa se explica, sin embargo, por el hecho de que un » trabajo, si una obrera se lo ahorra, otra deberá hacer­

... He transcrito como gráfico el comentario de una obre­(la Sra. Forestier?) : «No debía haber contestado . . . Cuan· una debe ganarse la vida, hay que aguantar . . . (lo repite as veces) . . . Entonces hubiera podido decir al subdirec­

: Me equivoqué, es verdad, pero la culpa no es entera­te mía; no se veía bien, etc.».

1Cuando una debe ganarse la vida» ; esta expresión nace hecho de que algunas obreras, principalmente casadas, jan no para vivir en el estricto sentido, sino para tener

poco más de bienestar (es decir, menos miseria, menos rda y algo más de pan. Bienestar de los pobres). Esta

a tfsica tenía marido, pero en paro. El problema de lo ctamente esencial y lo acesorio crea una desigualdad

considerable entre las obreras . . .

Sistema de salarios. - El lote equivocado se paga por jo de tres francos. Se arreglan los · lotes equivocados,

.linaJ de la quincena, en una reunión de comité (Mouquet, cronometl'ador . . .. El cronometrador no tiene piedad. Mou­

t defiende algo a las obreras) y se paga a un precio ar­io -a veces cuatro francos, a veces tres francos, a ve-

al tanto de afilado (2'40 francos para las otras) (1). A no se paga más que el trabajo efectivamente reali­

, ded11ciendo de la bonificación la diferencia con el tan­cie afilado. Cuando una obrera se cree víctima de una in­'cia, va a quejarse. Pero esto es sumamente humillante

tenemos en cuenta que no tiene derecho alguno y se en­ra a merced de la «buena voluntad» de los jefes, los

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cuales deciden según el valor del obrero y en gran según su fantasia.

El tiempo perdido en los trabajos o bien queda ma en los bonos y entonces uno se expone a perderlos, en cial en los pequefi.os encargos, o bien se deduce de la Entonces se cobra menos de 96 horas por quincena.

Este es un modo, como otros muchos, de control ;

eso se marcaría siempre tiempos más cortos de los que ef tivamente se han empleado.

Otra cuestión es la del sistema de horas adelantadas. He aquí, para ilustrar una situación, la síntesis �e

historia que me ha sido explicada : la hermana de Muni al encuentro de Mouquet para quejarse del precio de lote ; él la manda brutalmente a su trabajo. La hermana Mimí se marcha murmurando. Diez minutos después,

quet va a su encuentro : «¿Qué ocurre? Vamos a ver». � gla el asunto. ccNo hay mucho'l que se atrevan a equn

los lotes». Es la moraleja.

TERCERA SEMANA

Lunes, 17, mañana. - En, el volante pequeño. Después en laminado. Equivoco el trabajo y me

mucho. El recuerdo de mi aventura con el volante grande

hace temer que no pegue fuerte. Por otra parte, parece

que no se puede pegar con demasiada fuerza. El �ote portaría una velocidad que a mí me parece fantástica . ..

Al final de la mañana : hago arandelas de unas de metal, con la prensa pesada de Roberto.

Por la tarde, sigo en la prema: son unas piezas muy fíciles de poner ; tardo cerca de media hora para com la máquina, la cual se había desajustado porque babia

dado una pieza en la herramienta. Acabo cansada y d

20i

Tengo la sensaci6n de haber sido durante 24 horas domingo) un ser libre, y de estar obligada ahora a rea­e a la condici6n de esclava. Me he disgustado a de Jos 56 céntimos que tengo que recuperar, obligán-

e a prodigarme y a agotarme ante la probabilidad de reprimenda por lentitud, por errores . . . Disgusto aumen­por el hecho de que como en casa de mis padres. Vivo intenso sentimiento de esclavitud.

e¡ vértigo de la velocidad. (Sobre todo cuando lanzarse hace falta vencer la fatiga, el dolor de cabeza desánimo.)

se encuentra a mi lado. quet me dice que no debo meter los dedos. «No co­con los dedos . . . »

artes 18. - Trabajo con las mismas piezas. 500, de 7 , todas equivocadas. 9 a 5, trabajamos dos en una misma operación paga­horas ; sobre unas barras de hierro de 3 m. de Ion­

que pesan de 30 a 50 Kg. Es un trabajo muy pesado, no ag-0tador. Experimento una cierta alegría a causa

erzo muscular.. . pero por la noche sufro las conse­del agotamiento. Los demás me miran con piedad, todo Roberto.

oles, 19. - De 7 a 11, paro. 11 a 5, estoy en la prensa pesada para hacer aran­con una tira de hierro laminado. Hago el trabajo con . Lote equivocado (2 francos la hora ; 2,28 fr. por elas). Me produce un dolor de cabeza muy fuerte,

el trabajo llorando casi sin cesar. (Al volver a casa po en un llanto interminable.) No obstante, no co­tonterías; solamente fastidio 3 6 4 piezas.

parda del almacén me ha dado un consejo luminoso.

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1 0 ino sólo con la No debo pedalear con todo e cuerp • s. na . Y es preciso apretar la tira con una mano y agu

. co� la otra en lugar de tirar Y aguantar todo c�n la

el '

establezco una relación del traba10 con Sin querer, letismo.

. d ndo ve que Roberto se muestra demasiado uro cua equivocado dos piezas.

Jueves 20 y viernes 21 . - Los paso trabajando en prensa ligera para marcar r:maches.

. o . si usted lo (Advertencia amable del Jefe de eqmp.

· . 1 mal la echarán a la calle.) No he cometido mn�uulna • .

t sada por escrup os ría en el trabajo, pero he ido re ra zonables.

f túa en eo El remachado : es un trabajo que s� e ec .

'n con otros La única dificultad existente es la die nac10 · t Así por ejemp o, cer las operaciones ordenadamen e. 1

hado hecho dos piezas equivocadas porq:ue ha�ia remac tes de haberlo juntado todo, por d1stracc16n.

El jueves, cobro : 241'60 francos. ion Es Sáb d 22 _ Sigo en el remachado con 11 · a o · ·

pero ha trabajo bastante agradable. No pierdo la pnma, ns a costa de dar toda mi veloc1d�d. Es un esfuerzo co

no sin cierto placer, ya que triunfo.

CUARTA SEMANA

Siempre de pie (es la semana de Navidad a Año N e ·o mucho frío y tengo fiebre durante la semana p��) con terribles dolores de cabeza ; cuando lleg\el mino de las fiestas y el momento de volverme a rei m al trabajo aún estoy resfriada, Y sobre todo estoy de cansancio.

. Una situación que me ha imp�es1onado :

paro que encontré el día de Navidad.

210

QUINTA SEMANA Miércoles, 2. - De las 7'15 a Ias 8'45 he e¡¡tado cortando en una l,arga tira de metal, en la prensa grande, junto Roberto : 677 piezas a 0'319 por ciento. He marcado ra 10 m. Las he rasgado al principio por falta de aceite. tenido dificultad en cortar la tira. También en tirar de Y be efectuado la retirada de piezas demasiado de pri­Be ganado 1,85 fr .. ; según la prima deberían pagarme O fr. Diferencia de 0,25 fr. De las 8,50 hasta las 11,45, terminales para conexiones, el volante pequeño ( ¿ qué nombre tiene?). Con mucha •tud al principio, porque la herramienta estaba demasia-1nmdida y la pieza demasiado colocada a lo largo, obligán­a mirar al lado. 830 piezas a 0'80 por ciento. Ganados, me he equivocado en alguna, pero muy poco. la mañana he tenido que recuperar 1 hora: 1'15 a 2 y media estoy parada (sólo me cuenta 1 hora). 2 y media a 4 : en la prensa. Tengo que arquear las cortadas por la mañana : 600. 0'54 por ciento : he ga­pues, 3,24 fr. He marcado 1 h. 20 m. 4 y media a 5'15 : en el horno. Trabajo agotador : no hace un calor intolerable, sino que las llamas llegan a las manos y los brazos. Es necesario dominar los re­bajo pena de sufrir quemaduras.

te la primera tarde que paso en el horno, hacia el dolor que me ha causado una quemadura, el ago­to y las jaquecas me hacen perde.r el dominio de los entos. No acierto a bajar la puerta del horno. Un se adelanta a ayudarme y me la baja. i Qué agra­to se experimenta en semejantes momentos ! Tam-lo he experimentado cuando el chico me ha enseñado la puerta con un gancho con mucho menos esfuer­revancha, cuando Mouquet me sugiere poner las pie-

211

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zas a mi derecha para pasar menos veces por delante

horno, siento fundamentalmente despecho por no haber

sado antes en ello yo misma. Cada vez que me quemo, en gesto de solidaridad el soldador me dirige una sonrisa

simpatía.

Jueves, 3. - De 7 a 9'15: sigo en el horno. Decidid

te encuentro el trabajo menos agotador que la vispel'I¡

pesar de sentir un violento dolor de cabeza desde que levanté. He aprendido a no exponerme tanto a la llama 1.

correr menos riesgos de equivocación. A pesar de todo,

labor es muy dura. Un ruido terrible de golpes de rollZO¡ algunos metros, aumenta las molestias.

A partir de las 9'15 he pasado el día en el taladro. El bajo de remachado resulta divertido : consiste en poner maches a unos montones de hojas metálicas agujereán

He comido en el restaurante ruso. Sigo por la tarde el remachado, tarea que sigo encontrando divertida Y 400 piezas a 0'023 = 9'20 fr. A pesar de que he re

sufriendo un dolor de cabeza agotador, por lo cual he vocado 5 piezas al ponerlas ai revés antes de remachar.

suerte, el joven jefe del equipo de taladro ha venido a peccionar . . .

Viernes, 4. - D e las 7 a las 8 y media me he dedi

corte de tiras de Zat6n en la prensa grande. He perdido

locidad, con todo y saber que iba adelantada. He m sobre algo que para mf constituía un misterio exaspe

la última pieza cortada de la tira me salía siempre . da ; de tal manera, que la que salía rebajada era SI la séptima. Una explicación simple del capataz Robe aclarado el misterio : quedan siempre seis en la matriL

Vuelvo después a trabajar en el horno. Es aquél UD eón muy diferente, a pesar de estar situado al lado

:ll2

nuestro taller. Los jefes no van nunca allf, les molesta, a los obreros les da un respiro. Se vive alli una atmós­libre y fraternal, sin ningún resquicio de ambiente ser·

ni mezquino. Están trabajando alli el simpático chico hace de capataz . . . el soldador . . . el joven italiano de ca­

rubios . . .. mi «novio» . . . su «hermanito» . .. la italiana . . . robusto chico del mazo . . . En fin, aquello e s e n verdad un taller alegre. Y se vive trabaj'o en equipo. En la calderería hacen los codos de piezas con una maquinita manual y después los arreglan el mazo ; así, pues, la mano del hombre es indispensa­

en este trabajo (1). Se precisan numerosos cálculos, para r se ponen las cajas juntas, etc. Trabajo en grupos de

dos casi siempre, o incluso se juntan a veces varios más. El miércoles tuve que ir a una reunión del XV sector

para tratar problemas relacionados con la fábrica Ci­n ; fue una reunión confidencial, a la que no asistió nin­obrero de Citroen, según parece (2}.

Noto una reacción débil en la fábrica : ahí abajo dos obre­co:mentan : «A veces se encuentra uno en una situación rebeldía. Pero hay motivo para ello». Esto es todo. El

del almacén me ha dicho : «Es así . . . ».

(1) Jt.HpondJ.endo a un lirismo peculiar, C-On r�sabios romtntJ.­Simone Weil sentia un gran aprecio por �l trabajo manual. E11 una. actitud explicable: admiración por Ja fuerza del hombre

su e!fuerzo creador, compartido por una serie de movimiento• nas en una reacción burguesa !rente a la mecanización de

producción industrial. Tal es el caS-O del movimiento alemlill ogel; de Baden Powell y los Boy Scouta, etc. Tal oomo

&a Friedman, e6ta mentalidad es fruto de una deformación del to del trabajo, al no distinguir su doble vertiente: instru­para dominar la naturaleza y conseguir la libertad, y al tiempo esfuerzo doloroso que el progreso humano debe ten­

a dlsminulr y a hacer desaparecer (N. E. C.). (3) Referencia a sus actividades en la C. G. T.

213

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En la caldererfa un obrero tenia sobre su mesa la villa distribuida en la reunión de la víspera.

De 1'30 hasta las 5, salvo alguna interrupción, de pie con el capataz del fondo (Biol?). Tenemos que pular grandes piezas. Es un trabajo pesado. He compro que el capataz era un hombre rudo, pero simpático. Ya había ayudado a cortar chapas otra vez, y me había sen a gusto con su simpatía. He perdido la prima, pero ha por culpa del cronometrador.

He trabajado también en cajas de chapa : las tengo pintar al aceite, pasarlas alrededor de un vástago y gol las. He terminado agotada por haber pasado este día y anterior siempre de pie ; sin embargo, estoy contenta al sar que esta caja había sido hecha por los companeros calderería, el soldador, etc . , _ Durante este trabajo se ha cogido para una obrera enferma. He dado 1 franco.

Sábado, 5. - De las 7'10 a las 10 : en el horno. He nado muy poco cansada, sin sentir dolor de cabeza, y he cado bien 300 piezas.

SEXTA SEMANA Martes, 8, mañana. - Tenía unas piezas laminadas,

ocurre un incidente a las 7'15 : una pieza queda eng da en la máquina y la para. Anoto la cahna y paciencia capataz (Ilion). Sólo he fastidiado 25 piezas. No ha sido pa mía ; pero en adelante debo andar con cuidado con máquina. Mientras la reparaban, he pasado una hora vueltas a una manivela para troquelar cartones. La o levantaba la manivela demasiado despacio y me ec:hal>a. culpa de ir demasiado aprisa . . .

H e trabajado también e n la pren.sa grande con Ro con rebabas, ha sido cosa fácil. Roberto, que antes se 214

ba conmigo un poco seco, ha estado muy simpático, pa-te y atento, esforzándose en hacerme comprender mi

jo. El guarda del almacén ha debido hablarle. Roberto decididamente simpático. (Importancia de las cualidades

as de un capataz.)

Miércoles, 9. - Me he ocupado en arquear piezas en 'úJ ·na de botones y en hacer agujeros en la prensa.

Des-pués he remachado con León; era un trabajo fácil : fa tener cuidado sólo al meter las arandelas (que tenian ensanchamiento en la parte superior). He trabajado con

ritmo deseado. Pero con demasiada lentitud, al principio e$ti6n a resolver en lo sucesivo). Ha sido éste un día sin incidentes importantes. No exce·

ente agotador. He vivido la fraternidad silenciosa con capataz bruto del fondo (el solitario). No he hablado con

ie. No anoto nada de instructivo. Me siento mucho mejor en la fábrica desde que he esta­en el taller del fondo, incluso cuando no voy allí para

A una obrera del taladro la máquina le ha arrancado una ta de cabellos, a pesar de la red ; se le ve un gran cla­desnudo sobre su cabeza. Eso ha ocurrido al final de la

ana. A pesar de ello ha vuelto por la tarde al trabajo, todo y ser cierto que le dolia mucho y le daba aún más

edo continuar. Ha hecho mucho frío esta semana. Se notan grandes di­

ctas de temperatura según los lugares de la fábrica ; rincones en donde estoy transida de frío junto a mi má­a, hasta el extremo de llegar a frenar notablemente la

ocidad del trabajo. Se pasa de una máquina emplazada te de una salida de aire caliente, o incluso de un hor-

a una máquina expuesta a la corriente de aire. Los ves­ios no están nada caldeados; uno se hiela durante los

215

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cinco mlnutos en que se Ja\·a l� manos y ee vl.!te. Una nosotras tiene una bronquítis crónica y se ve obligada a le pongan ventosas cada dos días.

Jueves, 10. - Me he despertado a las 3 y media de la iiana con un vivo dolor de oído, con escalofríos y sensa de fiebre . . . De las 7 a las 10'40 : he continuado a ritmo pido, a pesar de la enfermedad. Con esfuerzo ; pero tam · notando, después de algún tiempo, cierta felicidad, m nal más bien que envilecedora ; me ha salido una pieza hecha (empero, no ha habido bronca}. Hacia el .final del bajo ha ocurrido un incidente burocrático : buscar 10 delas que faltaban.

El incidente burocrático ha sido algo muy chusco. do compruebo la desaparición de las piezas, hablo de la ta de las 10 arandelas con León, el cual, descontento por noticia (todo se plantea como si fuera culpa mía), me e al jefe de equipo. Este me envía secamente a la señora situada en la torre de marfil (1). Dicha señora me aco ña seguidamente al almacén de Bretonnet, que no está y no logra encontrar las arandelas ; concluyendo por fin lo que ocurre es que no están, vuelve a entrar en su t de marfil y telefonea a la oficina de la cual supone que ne la orden ; alll la r.emiten al señor X. La señora Blay a la oficina de dicho señor, donde le dicen que está ro: do por la oficina del señor Y, y se niega a irle a buscar. señora Blay cuelga el aparato, r[e y dice pestes (pero · pre de buen humor) durante algunos minutos, telefonea continuación a la oficina del señor Y, donde le pasan la mun.icación al señor X, el cual dice que no tiene nada

(1) Alusión a un sector aislado y dlf{cll de alcanzar . .Los cratas no contaban con la .simpatia de los obreros y viceversa. burócratas, a�:is. con un especial sentido de rango, se em ban en guardar las cdlstanclas•.

216

con el aimnto . La setiora Blay cuenta riendo sus tribu­nes a Mouquet, y concluye que no hay otra solución que

ar el asunto. Mouquet aprueba tranquilamente, aña· do que no están equipados para hacer arandelas. Quiere

elo al jefe de su equipo, y a León (que es un tipo que carga). Mientras calculo mi prima, resulta que, según

las apariencias, han efectuado más investigaciones en

almacén de Brettonet ; lo cierto es que León me trae unas ce arandelas (metiéndome bronca) y me veo obligada

hacer las 10 piezas que me quedan. Por otro lado, queda

entendido que todas estas historias burocráticas repre­tan para mí un tiempo perdido que no cobraré. Int.eroalo. - El jefe de equipo y León tienen una ligera

ada a propósito del problema de encontrar una máqui·

para mi. Un drarn.a (casi de opereta) : Ligera dejadez de León

: ctNo quiero ser responsable de las tonterías de los »). Seguidamente se dirige con la peor de mis piezas

jefe de equipo (observo su violencia). El jefe de equipo ntrariamente a su talante, que habitualmente es muy ble- viene a verme y al inspeccionar el trabajo encuen· que los soportes son insuficientes ; los hace modificar ;

pone un soporte continuo detrás. Efectúo, empero, pieza mala, engañada por la costumbre del antiguo so· . León se enoja, grita y va otra vez a quejarse al jefe

equipo. Por suerte, saco entonces una buena. Continúo, tunblando. Desesperada, por último, voy a ver al guar-

del almacén, el cual me explica amablemente y en forma lo que debo hacer (en lugar de empuñar la pieza, debo erla por debajo y empujarla hacia delante con los pul· ; después debo hacerla descender a lo largo del soporte,

probando si está bien colocada). Mimí, que habia venido aeeorrerme antes, no había podido hacer nada salvo el re­

endarme que no debía preocuparme tanto.

217

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Existe una enorme distancia entre la categoría h del guarda del almacén y los capataces ; sobre todo León, que sin duda es el más mediocre. Digo a Mimi, indicándole la tarifa : «Tanto peor para no tengo más que estropear el lote para perder toda la ma». Ella me contesta : «Sí, ya que no quieren pagarnos piezas mal hechas no se puede hacer otra cosa» ( ! ). Viernes, 11. - Hago unos contactos : se trata de barritas de cobre que debo perforar poniéndolas en el po el trabajo no reviste ninguna dificultad ; pido a Ilion qué sirve aquello y me responde con una guasada. Robe por el contrario, me explica siempre todas las cosas cu le pregunto, y al hacerlo, ahora, me enseña el dibujo de pieza ; seguro que el guarda del almacén le ha hablado. cuanto a León, cuando miro sus pedidos me chilla. ¿ qué? ¿prejuicio jerárquico? No : cree más bien que qui arreglármelas para quedarme los mejores pedidos. En quier caso esto no es camaradería (1).

Después, trabajando con León, con unas tiras de co que debo cortar y taladrar, me ocurre el segundo drama dfa; León se da cuenta de que los agujeros no están en centro (yo no había visto nada). Y se despacha con más tos. Mouquet acude a vernos, nota mi aire desolado y muestra muy amable. De golpe y porrazo León, que se entiende de todo a partir del momento en que se ene tra libre de responsabilidad, deja ya de decir nada más. en lugar de comprender que la exactitud de estos aguj no tiene una excesiva importancia, me paro en cada za para ver si está bien centrada y la comparo siem con el modelo. León me grita entonces una vez más, con buena intención, no pudiendo comprender evident (1) Comprobación corriente en la vida de fábrica.

218

que se sea concienzudo a costa del propio bolsillo --o sea, ·endo la prima-. Acelero un poco, pero a las 5'45 no

sacado más que 1.845 piezas. Hay 10.000 piezas. León me había dado este trabajo como si me hiciera un

favor. Efectivamente, es un gran pedido. A pesar de o, incluso en el último día, una vez hecho ya este traba­r realizándolo a toda mi velocidad, ya que estoy ansiosa

recuperar mi retraso, apenas logro llegar a los 3 fran­reglamentarios. Estoy un poco enferma, es verdad, pero trabajo concreto tampoco deja de estar mal pagado.

Sábado, 12. - Continúo con el trabajo del día anterior : a fondo y encuentro nuevos procedimientos para co­

: para empezar, discurro el poner las tiras derechas n había arreglado mal los soportes). Después hago des­er la tira a lo largo del soporte a través de un movi-to continuo. Habiendo conseguido al principio 800 pie­

en algo más de una hora, después tengo que aminorar poco la velocidad a causa de la fatiga. Me encuentro muy

da. Tengo la espalda molida, lo cual me recuerda el erzo de arrancar patatas, el brazo derecho está constan­

ente tendido, y el pedal va un poco duro. ¡ Gracias a , hoy es sábado !

Paso la tarde y todo el domingo muy mal : tengo muC'' or de cabeza. He dormido mal durante mi única :ri

(inquietud, miedo . . . ).

SÉPTIMA SEMANA

Lunes, H. - Estoy agotada. A las 5'45 paro la máquina, terminal'

· o sumamente melancólico y sin J · a al agotamiento completo. Pq��

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chico que canta en el horno y que tiene una dulce so y que encuentre después al guarda del almacén, al tiem que escucho en el vestuario unos bromas más alegres de costumbre, para que �ste poco de camaradería me deo vuelva la alegría hasta el punto de olvidar por unos room tos la fatiga. Pero una vez en casa siento de nuevo el doI de cabeza . . .

Martes, 15. - Es un dfa agitado : Primer incidente, ocurrido por la mañana : con Biol 1 Mouquet, que habían ido a arreglar la correa de la máquina antes de que yo empezara a trabajar, pero lo hacen mal, o por lo menos esto es lo que hay que creer, ya que la correa continuamente se va hacia un lado. Mouquet lo nota y Ja hace parar (Biol tenía la culpa, en cierto modo, ya que de. bfa haberla hecho parar antes), y Ie dice a Biol : «Es la po. Jea la que se ha desplazado, y por esta razón la correa se escapa». Biol, mirando pensativamente la correa, empl una frase : «No . . . », pero Mouquet le interrumpe : «No l!fr no. . . lo que he dicho, yo he afirmado, bien claro : Sf. A ver . . . ». Biol, sin replicar una palabra, se va al encuentro tipo encargado de Ja reparación. Siento un fuerte deseo silbar a Mouquet por su reacción de oficial y el tono h 'nte de autoridad que ha empleado. (A continuación .. o de que Biol está generalmente considerado como ., de minus habens) (!).

..,undo incidente tiene lugar por la tarde ; de P 'ina se lleva una pieza y yo no consigo recog

'o pequeño que impide que caiga la barra q 'bajo de la máquina había salido de su

habia dado cuenta. La máquina, a ca

Referencia a la consideración de 'lUe debía tener dicho capataz.

Dcfa de ello, se había hundido sobre Ia pieza. Btol me la en un tono como si lo ocurrido fuera culpa mía. El _martes a la 1 reparten unas octavillas del sindicato tano (2). Han sido recogidas con un visible sentimiento placer (que yo comparto) por casi todos los hombres y r bastantes mujeres. Noto la sonrisa de la italiana del co canta:ite . . . Se tiene el papel en la mano, con ost�nta­n, Y varios lo leen al entrar en la fábrica. EI contenido Imbécil. Duz:ante la jornada me entero de una historia : un obre­hab1a hecho bobinas con el gancho demasiado corto un tímetro. El jefe de taller (Mouquet) le ha dicho : <cSÍ las ª.s están fas�idiadas, estás aviado». Pero por casualidad tia otro pedido de bobinas, precisamente de esta medi-• y el obrero no ha sido despedido . . . El agotamiento acaba por hacerme olvidar las verdade­razones de mi estancja en la fábrica y hace casi inven­le para nú la fuerte tentación que lleva esta vida ; la de pensar más, la de no pensar, como único sistema de no r. Generalmente, me ocurre que hasta el sábado por la e 'I el domingo, no vuelven a mí los recue1·dos y las ideas tas, Y me acuerdo entonces de que además de un kasto a trabajar, soy ta.mbién un ser pensante. Experimento fuerte escalofrío �I compro�ar la dependencia en que me entro ante las circunstancias exteriores: sería su.fi.cien­que me obligaran un dia a un trabajo sin descanso serna--lo cuaJ, des.pi.:és de todo, es algo siempre posible-­que me convirtiese en una bestia de carga, dócil y re­a (al menos para mí misma). Sólo eI sentimiento de En un movlmfento Paralelo al de los sindicatos Unlco y Libre

llpafia, la C. G. T. represl:'nta en dfrersos momentos la tenden­llllltar!a en Fran�la. En el momento concreto a que hace refe.

S. W., el sindicato Unitario vlvfa además una intensa atmós­J!ndical, paralela a la evoluc16n del Frente Popular y de la cual

enclan una serle de rasgos a lo largo de esta obra (N. E. C.). 221

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la fraternidad y la indignación delante de las injusticias fligidas a. los otros subsisten intactas, pero ¿hasta qué P todo esto resistiría a la larga? . . . Si se somete al hombre una maquinal explotación . . . No estoy lejos de llegar a conclusión de que la salvación del alma de un obrero pende, en primer lugar, de su constitución física. No veo forma cómo los que no son robustos puedan evitar el en alguna forma de desesperación : juergas, vagabundl! crimen, libertinaje, o simplemente y mucho más a men en el embrutecimiento ( ¿ y qué papel juega la religión?)

La rebelión es imposible de realizar con la sola de iluminismos (quiero decir que incluso a título de se dón). Pero para empezar se plantea un problema. Re se ¿contra qué? En la fábrica, e l obrero está solo con su bajo ; uno no puede rebelarse más que contra sí mismo luego debe seguir trabajando con irritación, lo cual equi a trabajar mal y, en consecuencia, a morir de hambre. ejemplo, recordad el caso de la obrera tuberculosa des da por haber echado a perder un pedido. Somos como llos que se hieren a si mismos cuando tiran de un y uno, ante tal situación, se doblega. Se pierde, incluso, conciencia de esta situación ; la vivimos, eso es todo. � despertar del pensamiento es entonces doloroso.

Los celos entre obreros : recuerdo la conversación el grandote rubio aprovechable y Mimí, acusada de ba se apresurado para llegar con ventaja para coger el e pedido». Mimí me dice : «Tú no eres celosa, estás eq cada». Dice, no obstante, que ella tampoco lo es.

Otro ejemplo : el incidente con la pelirroja, del por la noche. Reclamaba un trabajo que Ilion estaba a p de darme, como si hubiera terminado su trabajo antes yo (pero tiene un lote empezado, solamente interrum no se lo dice a Ilion hasta que me he marchado . . . ). El

222

11 malo (0'56 por cien, piezas que hay que poner en un e tan llano que es casi imposible de ver si están bien

) ; no obstante, he de hacer una y tres horas de . Pero seguramente, cuando la pelirroja vio que el jo era malo, ha pensado que era ésta la razón por la

se lo he cedido. Roberto no quiere darme un trabajo porque, según él,

a fastidiarle la mitad por lo menos. Me voy a charlar el chico del almacén, muy contenta en cierto sentido,

estoy ya para el arrastre. El martes, por la tarde, de la séptima semana (15 enero)

Jnédico me diagnostica una otitis. El jueves me traslado rue Auguste-Comte, donde paso la 8.ª y la 9.& semana. semanas 10.a, 11.ª y 12.� las paso en Montana, Suiza. vo a la fábrica el 25. Ausencia de un mes y 10 días. total, un descanso de 6 semanas.

DECIMOTERCERA SEMANA

horas; salida a las 4 y 1/2 ; descanso el

Lunes, 25. - De las 7 a las 8 y 1/4 estoy parada, al que Minú, Eugenia, Luisa, etc.

A las 8'15 me pongo a marcar remaches en la prensa li­No consigo ir aprisa : hago en conjunto 2.625 piezas, casi 4-00 por hora (teniendo en cuenta que he perdido minutos por la mañana a las 1 1 al ir a cobrar) ; la a hora no consigo poder trabajar; mi mano tiembla

de nerviosismo. Después, todo va bien excepto la cues­de la lentitud. Pero trabajo sin fatiga. Al final no tengo

propuesto. Si pudiera estar todos los días menos nerviosa y fatigada, -teña tan desgraciada en la fábrica.

223

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Marte¡. - Má1 remaches.

Miércoles. - Acabo a las 8'10. 560 arandelas en conjunto, a 0'468 por ciento. He sa

en total 2'60 fr. Mimi me sigue (la retraso un poco), se q amargamente de su lote, con un tono un poco cansado.

Paso después a efectuar la operación: Pelitriqms. principio creo que no llegaré, pero lo consigo la mar bien. Jacquot, en un tono muy suave, me habia dicho se lo dijera si no llegaba. Me equivoco en el precio : 2'80 ciento, pero es por cien paquetes de 6, o sea el importe pedido. Por lo menos, es lo que me ha dicho Mimí. No biéndolo me había apresurado antes. He terminado a las y he ganado exactamente 2,80 frs.

Tomo nota de las conversaciones en el descanso. La pañera de Luisita ha tenido un absceso en el cuello descansado durante 5 días-- y ha vuelto después a jar : «Los niños estos me preocupan si estoy enferma» ; trabajado 2 días y ha vuelto a parar; ha regresado e el abceso había desaparecido. Está siempre sonriente ... pone nerviosa ; dice que no puede aguantar, sus crfos están moviendo siempre cuando juegan, etc.

Mouquet le había dicho : «tienes los cabellos tan como el cuerpo». Se sintió ofendida, muy ofendida. Qui haber respondido groseramente. «Pero no hay que r der». La hermana de Mimí, empero, es de las que r den. Una vez fue al encuentro de Mouquet reclamando lote ; éste la mandó brutalmente a su trabajo y se murmurando. Un cuarto de hora después volvió a su ene tro y se hizo con el lote . . . «Cuando el trabajo no es mejor dirigirse a él antes que a un capataz o a Ch y entonces se porta muy amablemente». Pero la verdad que, a veces, se enfada mucho y no tiene tacto. Se citan él estas palabras ofensivas : « ¿ No has ido nunca de cm

224

ndo� a la hermana de Mimí. Eugenia interrumpe trabajo para venir a contarme alegremente que ha visto animales de un circo, en la puerta de Versalles (le ha

2 francos de entrada) ; me dice que ha acariciado leopardo . . . Quejas del pequeño peón : h a cursado dos aijos d e latín

de griego e inglés (fanfarronea de todo esto, inocen-te), es por oficio empleado de oficina (está muy or­

de ello) y lo han puesto de peón : « ¡ Hay que obede­a unos hijos de p . . . que no saben ni firmar! Y pensar nos dejamos gritar por ellos». « ¡ Si esto es camaradería . . . ! » Después nos sonreímos al pasar. Debe tener unos

os. Es un muchacho demasiado pretencioso. León no está en el taller (se ha herido en el brazo). Se

en el ambiente un alivio indescriptible. Jacquot le reem­aliviado y muy simpático.

Por la noche vuelvo a mis cartones ; tengo dolor de ca­Pero al. mismo tiempo adquiero el sentimiento de nue·

ene.rgfas físicas. ruidos de la fábrica, algunos de los cuales son ahora

cativos (los golpes de mano de los caldereros, la ma­) me causan al tiempo que una profunda alegría moral,

lor físico. En ésta una impresión muy curiosa. volver a casa tengo un dolor de cabeza mucho más in­

; vómitos, no como ni duermo; a las 4'30 decido que­en casa ; a las 5 me levanto_. . . Me pongo compresas

caliente en la cabeza. El jueves por la mañana me tro bien. uot me explica amablemente mi nuevo trabajo. Me

segura de ro� misma. No lo hago mal. uta du.rante el descanso entre Dubois, Eugenia y la

�a. dedico a recocido en el horno pequeño. Va bien; es

, que no pierdo la sangre fría al sacar las piezas. Es un

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trabajo fatigoso, ya que estoy continuamente delante

horno (pero no lo es tanto como estar en el grande). Me terrumpen a las dos horas . . . porque las piezas hay que minarlas en frío. En el bono sólo marco el tiempo. M do 3/4 de hora.

Espero a Roberto durante 20 minutos. Otra también peraría . . .

Voy, aconsejada por el encargado del almacén, a a Calouche me dé autorización para quedarme hasta 1as 'iJ Concedido. Por la tarde voy incluso al utillaje. El con maestre no me ve.

DECIMOCUARTA SEMANA

Lunes, 4. - Tengo un dolor de cabeza muy vivo, al vantarme. Para colmo de males, todo el día trabajo aJ de aquel trasto que da vueltas metiendo un ruido · Al mediodía, apenas puedo comer. Pero todo esto no im que trabaje con rapidez y sin necesidad de tomar co midos.

He terminado mi trabajo a las 1 2 menos cuarto, pero

por mi culpa : he pasado media hora larga, incluso seguramente, por la mañana, perdiendo el tiempo a

de la máquina. Con los botones, dice Jacquot, no fun nunca bien. Le persuado de poner los pedales, aunque sea más peligroso. Pero tampoco va bien; he de ll otra vez. Por orden de Mouquet, vuelve a poner los bot Pero no va. El pequeño Jacquot se impacienta . . . a lllíl

se pone a desmontar la máquina ; encuentra que

resorte roto. Peor ; cuando la volvía a montar, continúa

funcionar. Se pone nervioso, muy nervioso . . . El jefe de po, cuando le devuelvo mi bono (ya que he renun · terminar las piezas, viendo lo que ocurre) está sar conmigo.

226

Por la tarde estoy parada media hora. Después llegan pedidos de planchitas, de 520 cada una� a 0'71 por cien. perdido tiempo al principio al retirar las piezas, al con­. así como también al ponerlas, ya que tomo precau-

nes inútiles y trabajo mal con el pedal (no a fondo : pe· duro). El primer pedido lo he terminado a las 3'15; el

do lo he empezado a las 3'25 (pierdo 5 minutos mWl·nit1no, al no darme cuenta que Jacquot ha preparado

máquina ; lo ha hecho a un tren de espanto : mi ' o .

El viernes pude ver la pesada máquina de Biol en pre­i6n (pero no a punto). El guarda del almacén me dice :

tomes este trabajo, es demasiado duro. Yo, en cambio, o en otra cosa. Veo a Eugenia que lo hace todo el día.

atormentada por los remordimientos. Si hubiese que-.· arreglármelas para cogerlo, hubiera podido hacerlo, sin _

Y yo sé cuán penoso es : lo habia hecho la última tar­cuando tuve la otitis o algo semejante. A las 4'30 Euge­

está visiblemente agotada. Apunto : -Jacquot y la máquina. -El almacén, el dibujante y la «máquina universal». -El utilaje y su contramaestre. ¡Qué había pasado con la máquina? ( ¡ idiota por no ha­observado con más atención! ). Cuando apretaba los bo­

la máquina caía, en ocasiones dos veces ; el jefe de , viéndolo, dijo : «Esto no debe hacer tal cosa» (esto

o}. Más tarde vuelve a hacerlo, sólo la segunda vez se bien. Jacquot la levanta y yo continúo . . . hasta que

a hacerlo. Termina por hacerme parar. Ilion, que le dice que el «dedo» (el resorte) de la rueda grande

roto. Es verdad. Pero parece ser que había también cosas. Se ve que para el pequeño Jacquot, la máquina

mula potranca . . .

227

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M<Jfrles pur la maflana. - 3 pedidos análogos al del 1 tarde.

1) 600 a 0'56 por cien ; pequefias piezas difíciles de ner, marcado 1 h. 15 minutos.

2) 550 a 0'71 por cien ; 1 h. 20 m. 3) 550 a 0'71 por cien m. 1 h. 20 m. Trabajo muy cansado a la larga, ya que el pedal es

duro (dolor en el vientre). Jacquot siempre está simpá Después cae sobre Biol (tengo una nostalgia de pi

pesadas que me han dado remordimientos ! ), me pone «piano» (1), donde paso toda la tarde, excepto algún mento al final.

En el «piano» al principio me canso mucho, a causa temor de no apretar bien : al final de la tarde ya va un poco mejor. Pero acabo con las puntas de los dedos gran tes.

(No descanso.)

Miércoles pür la mañana. - Más pian.o ( 630 piezas). T va mejor salvo el dolor de los dedos ; a pesar de ello, más de una hora y media. Marcado 1 h. 20. Roberto, · diatamente después, me manda hacer un pedido de 50 zas ( ¿ Pagado?). Es lo suficientemente amable para otro lote de 50 de las mismas.

Dificultades: algunas de las piezas no entran en el porte. Me hace situar a su lado para hacerlas él mismo. trasada por una larga fatiga y un fuerte dolor de cabeza,. pasado media hora entre los dos lotes. Después vuelvo a

cer más «piano» : las mismas 630 hay que volverlas a Trato de hacerlo con mayor velocidad.

Por la noche me siento por primera vez realmente hecha de cansancio, como me ocurrió antes de salir Montana; adquiero la sensación de empezar de n

(1) Una preruia.

228

en el estado de bestia de carga. Quedan, no obstante, estímulos de la conversación con el guarda del almacén

Ja visita al utiPaje.

Jueves. - Continúo las mismas piezas hasta las 8. Mar-3 h. y 1/2 : la verdad es que he olvidado marcar el o. Después hago hojitas de sierra a 1 fr. 28 por cien.

terminado a las 10 menos cuarto. He marcado 1 h. 10 mi­(entretanto ha habido media hora de descanso, ya no

acuerdo). Lo he hecho con Jacquot en la pequeña pren­de .mano. Jacquot continúa con sus encantadores sonrisas. Después, descanso hasta las 11. En el descanso, siento

el peso de la fatiga ; espero el trabajo que me darán, un sentimiento de desazón. Las obreras se irritan por

que perder a menudo su tiempo de descanso a causa pedidos de 100 piezas (sobre todo la hermana de Mimf).

uot viene trayéndose un pedido de 5.000 piezas. Son �las que hay que cortar de unas tiras, con pedaleo con-. Premio, 0'224 (aproximadamente). Quisiera no equi­

el lote. Me pongo al trabajo sin pensarlo más. Jac­me hace una sola recomendación : no dejar que se atas-1.as piezas, por miedo a romper la máquina. El cansan-

y el deseo de ir aprisa me ponen nerviosa. Pongo una al empezar, no lo suficientemente lejos para que vaya , lo cual me obliga a repetir el primer golpe de pedal

�ulvoco una pieza (una equivocada entre 5.000, es poca pero si se repite en todas las tiras, sería ya mucho).

, sin embargo, se repite varias veces. Al final, me pongo y meto la tira demasiado adentro, pasa por encima

soporte y en lugar de una arandela sale un cono. En vez Damar en seguida a Jacquot, quito la tira, pero al no

cuenta del error cometido, paso otra vez por encima soporte (al menos eso parece), y es otro cono lo que sale,

ta el embrague de la máquina. El trato amable se termi-

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na : lo qu: me duele más es el tono seco y duro que ad este quen

_do y pequeño hombre que es Jacquot. El p

llevaba prisa, el montaje de la máquina puede que sea dí porque había que rehacerlo todo, y todo el mundo n

_ervioso por accidentes similares producidos los días

nores (y quizá el mismo día). El jefe de equipo me pero

_ lo hace colectivamente, en cierto modo («es una

gracia el tener obreras que . . . »). Mimí, que me ve deso me consuela amablemente. Son las 12 menos cuarto.

Por la tarde tengo un vivo dolor de cabeza. Descans> las 3'30. Aún tengo 500 piezas, discos que hay que e de las �iras (qué mala suerte ! ), con la prensa pequeña. toy tenblemente nerviosa por el temor de volver a e �fectivamente, paso más de una vez la tira un poco por cima del soporte al primer golpe de pedal, pero no nada ; cada vez tiemblo . . . Jacquot ha vuelto a enco sus son�sas (he de llamarle a causa de algunos caprichi:; la má�uma, que se niega a ponerse en marcha, o bien da vanos golpes a la vez, después de un solo golpe de pero ya no tengo ánimos para responderle.

Presencio un incidente entre Josefina (la pelirroja) Chatel. Parece ser que le han dado un trabajo muy remunerador (en la prensa, al lado de la mía, que es la boto:ies, delante de la oficina del jefe). Murmura. se rie de ella, la está fastidiando muy groseramente, s me �arece (pero no entiendo bien las palabras). Josefina re?hc� _

nada, aguanta, se muerde los labios, se come su m1llac10n, �eprime visiblemente el deseo de llorar y, duda, también de responder violentamente. 3 ó 4 o P

_resencian la escena en silencio, no escondiendo del

c1er�a sonri�a (Eugenia entre ellas). Ya que si Josefina hubiese terudo este mal trabajo, una de ellas hubiese de hacerlo ; están pues contentas de que fastidien a Jo Y así lo maniñestan abiertamente, más tarde, en el d 230

pero, claro está, no en su presencia. Inversamente, Jo­

no hubiese tenido inconveniente en que pasaran el

jo a otra. Una conversación en el descanso .(debería anotarlas to­

. Sobre las casas de los suburbios (entre la hermana

M.inú y Josefina). Cuando Nénette está ahí, no hay más

bromas y confidencias que harían ruborizar a un re-

·ento entero (por ejemplo, las referencias a aquélla que

e un «amigo» pintor, pero que vive sola y que se jacta

acostarse con él tres veces al día, por la mañana, al me­

a y por la tarde ; y que explica la diferencia entre Ja

ica» divertida y la otra ; se hace ayudar económica­

te por él y «no se priva de nada>l ; por lo que he com­

ndido, cuando no hace el amor se dedica a cocinar y

er). Pero no todo es esto en N énette; existen además otras

, por ejemplo cuando habla de sus críos (un chico de

años y una niña de 6), de sus estudios, de la afición de

hijo a la lectura (habla de él con respeto). Los últimos

de esta semana (semana que ha estado todo el tiempo

paro) tiene un aire de gravedad desacostumbrada; se es-

preguntando cómo lo hará para pagar la pensión de

niños.

Presencio un incidente a propósito de la Sra. Forestier.

trata de una colecta para ella. Eugenia dice que no dará

. Josefina tampoco (pero ésta no debe dar nunca), y

e que la Sra. Forestier ha pasado por la fábrica a dar

buenos días a todo el mundo (el mismo día en que yo

vía) a causa de la colecta. Nénette y la italiana, que eran

grandes amigas, tampoco darán nada. La Sra. Fores­

ba hecho algo, no a ellas, sino a muchas otras (1).

La italiana está enferma. Durante mi segunda semana,

(1) La encontré en el metro tiempo después, cuando yo trabaja­

en la Renault. Me explicó que estuvo ocho d1as enferma y que

�31

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ella había pedido «aller a la péche» (1) y Mouquet reh Tiene 2 niños ; su marido es peón albañil y gana 2,75 la hora. Está enferma del hígado y tiene dolor de ca un dolor que los ruidos de la fábrica hacen intolerable conozco bien eso).

Viernes. - Estoy en paro. No lo paso, como lo ha hecho semanas atrás en circunstancias semejantes, temb do con la idea de las tonterías que quizás pueda hacer. cual prueba que estoy un poco más segura de mí m' que antes.

Ilion me hace llamar ( ¿ a qué hora?) para cortar ta <leras por metros.

Aunque había comido a mediodfa en un restaurante, media tarde me siento muy cansada y acojo con alegria anuncio de que he terminado.

DECIMOQUINTA SEMANA

Trabajo todos los días de pie (del 8 al 16 de marzo). fro un fuerte dolor de cabeza el sábado y el domingo postración casi total hasta el miércoles a mediodía ; la tarde. hace un tiempo maravilloso, propio de la p · vera ; voy a casa de Gibert de 3 a 7. Al día siguiente, a casa de Martinet ; después compro un manual de di industrial. El viernes por la tarde, caigo en una gran tración. Durante la noche no duermo (dolor de cab luego duermo hasta el mediodía . El sábado veo a Gulhén (en su fábrica) de 2 a 10 1/2. El domingo transcurre un domingo cualquiera.

no habiendo avisado a la fábrica no se atrevló a volver a la A (¿Qué era lo que arriesgaba si iba? Pero . . . ) Sin duda, sl se d ra . . . Tomó un a1re de compasión apenada, cuando le dije <¡ue jaba en la Renault.

(1) Trabajar eventualmente en algo mejor. Relación cho espaiiol «Pescar lo que pueda> (N .E. C.). 232

DECIMOSEXT.l SEMA.N.l

Lunes, 18. - Hago arandelas de una tira hasta las 7'50 (? )

ués me ordenan hacer el laminado, con el volante pe­' de estas mismas arandelas, lo que me permite supri·

una pieza equivocada que me había pasado. No me he

upado en absoluto de hacer velocidad. Termino muy agotada, sobre todo a la salida, a las 11 '45

o en cPrisunic» ; descanso; son deliciosos estos instan-

de evasi6n furtivos antes de volver a vivir de lleno

a condición de obreros . . . Me siento otra vez esclava te de mi máquina).

¿La comida en «Prisunic» tiene algo que ver con mi hien­

de la noc}le?

Martes. - Descanso hasta las 8'15. Hago remachado de escobillas de contacto con León y

el pequeño y querido Jacquot, convertido de nuevo en

, hasta la noche. Al principio mi rendimiento ha sido

lento : Chatel me ha dado miedo, temo hacer una ton­

; no era posible equivocar las piezas, y he equivocado

primera. No consigo el ritmo ininterrumpido de la tarde

nfortada por la comida y el paseo), incluso cuando voy

éndome continuamente la lista de operaciones (alam-

- agujero - rebaba - dirección - alambre . . . ), repe­

que hago más para preservarme de un atontamiento

para impedir pensar, condici6n de la velocidad.

Siento profundamente la humillación de este vacío im­

al pensamiento. Consigo, al fin, un ritmo más rápido

final, hago más de 3fr la h.), pero la amargura sigue en

!tOI'aZ6n.

- Continúo trabajando en lo mismo hasta

233

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las 8'15; (he ganado 20'60 francos en 8 horas y 15 min o sea 2' 50 francos a la hora).

No consigo el «ritmo ininterrumpido» que debería tuar. Al principio trabajo sin preocuparme de ello ; desp al comprobar mi extremada lentitud, me esfuerzo en 11 al «ritmo ininterrumpido» de referencia, pero ello lo con repugnancia y enojo; también el placer de haber do una maña (1) me es absolutamente indiferente. Al diodía, como rápidamente en «Prisunic», �espués voy a tarme al sol delante de la casa de los aviadores; eotoy mida en un estado de abandono tal que llego a la fábrica una semi-inconsciencia que me hace andar sin apres nada en absoluto . . . ¡Me cerrarán la puertal .

Sostengo en el descanso una conversación con PomDU es un hombre que conoce todas las herramientas (2).

Por la noche tengo un fuerte dolor de cabeza y un sancio doloroso en el corazón. No como nada más que poco de pan untado con miel. Tomo después un compr' para dormir, pero, sin embargo, el dolor de c.abeza me tiene desvelada casi toda la noche. A las 4 y media de la ñana siento un gran deseo de dormir. Pero hay que l tarse. Rechazo la tentación de tomarme un descanso de diodía.

Jueves. - Paso todo el dfa dedicada a remachar duras ; llego a hacer 700 en 4'30 horas; me siento an· al salir a mediodía, pero noto el agotamiento después de comida. Por la noche me encuentro demasiado cansada comer ; me quedo tendida sobre la cama ; poco a poco voy sumiendo en un abandono y dejadez muy dulces me proporcionan un sueño delicioso.

(1) Nueva referencia a su predilección por el esfuerzo que, en este caso, no logra interesarle.

(2) Sin duda, su anotación está equivocada ; Pommera, guarda del almac�n.

234

lfi pensamiento ha estado vacío durante todo el d1a, a de una especie de esfuerzo de voluntad sostenido sin iado trabajo. No obstante, por la mañana, me había

tado con un dolor de cabeza que por poco me hace ar de nuevo en la cama.

Estoy, sin embargo, animada porque lo que hago es «un trabajo», aunque sea duro. Y también lo estoy, sobre

, por una especie de espfritu deportivo. El de la obse­de realizar un trabajo realmente ininterrumpido.

Anoto también : Cuestión utillaje (Mouquet viene . . . ). Discusión entre la italiana y Mouquet : e<4 francos por

¿con eso no tienes bastante en este período de paro?l>. Reflexiones de Ilion : «El patrón será siempre bastante • .. Eso -el ritmo de producción- va siempre demasía­aprisa, y es por ello que no hay trabajo . . . J> (1).

Viernes. - He terminado los remaches. La máquina, además, ha quedado averiada por Ilion, el

durante un montaje ha roto alguna cosa. El guarda del almacén me dice : «Los capataces no sa­

servirse de los frenos». «No saben dónde poner los bo-

Lunes. - A las 8 he terminado los circuitos magnéticos. jo con facilidad, sin apresurarme, y a pesar de todo

lentitud. Paso después a despachar piezas en varas metálicas en

prensa, donde estuve antes, un miércoles, con Luisita. Es meterlos en el soporte, y mantenerlos bien parale-

te . . . No voy aprisa. Esto dura hasta la 1'50. Voy tra­sin preocuparme en absoluto de la velocidad : aca-

El par-0 era un fantasma frecuente en el periodo de recesión, ar al afio 1920.

235

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bo rendida y descorazonada por el preclo, teniendo tam una coartada para mi desánimo en las dificultades que ten en la operación de hacer caer las piezas.

Paso, después, a realizar un nuevo manejo .con las mas piezas, las cuales hay que poner en forma de tri y cuyo trabajo me lo cuentan como incluido dentro mismo lote. Experimento un profundo disgusto, que me frenar la velocidad.

Martes. - 15 minutos perdidos. Mientras conversación sobre las mermas, Souchal se sera (1).

Miércoles. - Media hora perdida (2). Tengo un dolor de cabeza muy fuerte este dia, sin el

quizá hubiese podido ir más aprisa. Dormí bastante bien víspera, pero me desperté a las 2 de la madrugada. Por mañana siento un profundo deseo de quedarme en casa. la fábrica, cada movimiento que hago me hace daño. L ta, desde su máquina, nota cómo la cosa no marcha.

Anoto una impresión sobre una obrera del taladro: ne a su niño de 9 años en el vestuario. ¿Viene a traba «Bien quisiera que fuera ya mayor para eso», dice la Cuenta que su marido acaba de salir del hospital porque casi nada pueden hacer por él (pleuresía y grave enf. dad del corazón). Y hay, aún, una niña de 10 meses .. .

Jueves. - Otros 45 minutos de pérdida. Las cosas organizadas perjudican siempre al obrero.

Trabajo con una máquina de brazos que tiene dos P cas, de las cuales una es de seguridad e impide que la

(1) Souchal era el cronometrador de su taller. (2) Es éste uno de los fragmentos más . difíciles de &u

de fábrica. Anotaciones Ue¡itle.11 y fraaes 1nacl<bada1.

236

: no comprendía para qué servfa hasta que el guarda ahnacén me lo explica. (Y aquí no sé por qué se me ocu­relacionar a Descartes con Tántalo.)

V"rnes. - Las arandelas han sido terminadas a toda Veo después los inconvenientes del ritmo ininterru.m·

, puesto que pasándolas por el tamiz me doy cuenta de muchas de ellas están mal hechas. Hago desaparecer las puedo; pero tengo mucho miedo.

Kás tarde, de 9 a 10'30, trabajo unas piezas fáciles de . Durante el trabajo, creo haber perdido más de media mirando c6mo Roberto batallaba con una máquina. La

de la misma no quería abrirse. (Pommera ha venido és y lo ha resuelto ; faltaba una pieza, que andaba ti­en un rincón.)

lle toca después un trabajo relativamente sencillo y des­do. ¡ Tengo una suerte grande ! , puesto que es un ali·

Indecible poder hacer esto, hasta tal punto que, por la , termino incluso por sentarme.

Chatel se manifiesta como un Upo encantador : me deja

Jfbertad total. Otros encargados, en cambio, me tratan

a un condenado a muerte . . . Nénette adopta repentinamente un aire serio y grave : as a buscar trabajo? ¡ Pobre Simone l », me dice.

ULTIMA SEMANA

s. - Hago trabajo de recocido hasta las 9. Después

a hacer varillas y a trabajar en el votante, efectuando

o de cuerpos de· culata (¿como el segundo día?)

e dedico más tarde a trabajar con piezas pequeñas :

te la faena me da un dolor de vientre tan fuerte que

han de trasladar a la enfermería. Me marcho a las 14'30,

és de haber tratado vanamente de aguantar y no sen-

237

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tir el dolor. Mi estado de suma postración hasta las 18. o menos ; después, no siento ya nada de fatiga.

Martes. - Experimento incomprensiblemente la facción profunda de que el trabajo vaya mal . . . Mouquet guramente es el responsable de tal estado de ánimo.

RESUMEN DE MI TRABAJO DURANTE LA QUINCENA

Lotes estropeados

N. P.

907.405 arandelas L. id. plan L.

420.500 pl. Shunts L. 406.426 empun. R. 414.754 escobillas L.

id. -(P-01.) Q. 413.910 Cal. 1 412.105 Cal. I 413.910 Cal. I

4.000.194 Taladro L. 421.227 Bil. L.

15.682 Piano B. id. B.

428.195 Mcbr. L. 23.173 - 1.

421.342 - R.

Precio

1,23 fr. 0,95 fr. 0,90 fr. 2,90 fr.

20,60 fr. 13,50 fr.

0,27 fr. 2,88 fr. 0,46 fr. 2,90 fr.

15,12 fr. 0,89 fr. 2,30 fr. 2,80 fr. (?) 2. 14 fr. 2,83 fr.

80,55 fr.

Tiempos

40 m. 30 m.

4 h. 15 m. l h. 10 in. 7 h. 45 m. 5 h. 15 m.

15 m. 3 h. 3() m.

3 h. 15 m. 6 h. 15 lll.

25 m. 1 h. 15 m. 2 h. 2 h. (!) 1 h.

¿ Qué lotes deberían � hubieran podido -no haber equivocados? El del laminado .(pero . . . )-. Las empufiad las escobillas (si hubiera encontrado desde un princip' buen sistema). el pulido, si no hubiera sido solamente segunda vez, el piano (ahí, en este caso como en o

238

ea del dolor de cabeza), las piezas pequeñas (en esta 6n me encuentro desmoralizada por el anuncio del des-

En adelante, debería buscar de entrada el sistema con­y eficaz para obtener con la mayor seguridad un má­de rapidez. Después, conociendo el sistema, debe ser­

posíble alcanzar el ritmo ininterrumpido. A afiadir a la nota anterior :

1.415 piezas en 2 horas

80,50 fr. 82,10 fr.

162,60 tr. por 65 3/4 horas de trabajo

157 /� 290 2,45

340 J 20 163 66

310 2,4766

460

440

24

Faltan añadir a estos tiempos 20 minutos. Pero si añadimos 3 francos por los circuitos (?) y 5 fran-1 medio por los sondeos, y quizá un franco y medio de

lado, lo cual sumaría unos 10 frs., tendría unos 167 frs. 65 horas, o sea 2'55 frs. la hora, poco más o menos . . .

por esas 65 horas tengo 170 frs. y por las 1 1 de mer­y las dos de cartones, 32 frs. 50, y por las 5 de circui­

retraso 15 frs., todo ello me da 217'5 frs., menos lo que :deducen de Seguros Sociales.

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Si pudiera añadir a los 167 frs., 6 frs. por las hojitas., maría 173 frs. Con todo esto, quizá hubiera podido ob 223 frs., de los cuales 209 frs. habrian podido co esta quincena.

En conjunto, no he hecho progresos apreciables en to a salarios . . .

Martes. - Extrañamente disfruto haciendo un tr duro un trabajo que «no pita» : a la 1'15 digo a Po que

'el trabajo que no me sale es menos enojoso. Dice

sinceridad «es verdad». Me lastimo un poco las manos, corte molesto. La cuestión de ritmo es aquí inexistente, que el lote no cuenta. Me apercibo de que ante Mouquet sin esfuerzo el <eritmo ininterrumpido». Pero que una vea se marcha ya no puedo . . . No creo que ello ocurra po sea el jefe : sino porque ocurre que alguien me mira y pera, cerca de mí. Alguien se interesa y se preocupa ,por

Por la tarde, al terminar la jornada no me encu cansada. Voy a P . . . paseando por calles alegradas por sol bonito, y acompañada de un viento fresco (a p1!$ar

que tengo que utilizar el metro, taxi-col.). vuelvo en bús hasta la calle Orleans. Hace un tiempo delicioso. a casa de B. Pero me acuesto tarde (1).

EL MISTERIO DE LA FÁBRICA

I. - El misterio de la máquina Me dice Guihéneuf : por no haber estudiado

cas, la máquina es un misterio para el obrero. No tra un equilibrio de fuerzas. Tampoco tiene, a su par seguridad. Existen ejemplos : en este caso, el del t que por tanteo ha descubierto una máquina que

(1) B. es Boris Souvarin, al cual escribe una carta Q.UI! mos en esta obra.

240

ar acero y níquel, en lugar de cambiar ia máquina pasar de un metal a otro. Para Guihéneuf, simplemen-

• una casualidad ; la situación obrera es una miseria, de­mente. Otro caso es el del obrero que ha descubierto

uier cosa por casualidad y que se pone ante la máqui· i!OD un respeto supersticioso. Lo mismo ocurre con una

ina que no funciona. El obrero verá que hay que po­le tal o cual cosa . . . pero, a menudo, hace una reparación

si bien le permite funcionar, la condena a un desgaste o más rápido, o a una nueva avería. El ingeniero no nunca esto. Incluso, si no utiliza el cálculo diferencial,

fármulas diferenciales aplicadas al estudio de la resis­. de materiales le permiten hacerse una idea precisa papel y la situación de una máquina, en tanto que par-

en un juego determinado de fuerzas. Un ejemplo : La prensa que no funcionaba y Jacquot. Está claro que,

Jacquot, esta prensa era un misterio, un misterio aná­a la causa que impedía que funcionase. No solamente to que factor desconocido, sino en sí misma de alguna

ra Eso no va . . . Un comentario negativo, religioso y ta: como si la máquina se negase.

II. - El mi.sterio de la fabricaci6n Desde luego, en la realidad de todo un complicado pro­el obrero ignora el uso de cada pieza : 1) la forma cómo

bina con las otras, 2) la sucesión de operaciones en 8) el uso de la última pieza del conjunto.

hay más cosas desconocidas aún : por ejemplo, las nes de causa a efecto, en el mismo trabajo, no son

idas. ada es menos conocido que una máquina . . .

III. - El misterio de la habilidad Pongamos, por ejemplo, el caso de unos circuitos de los

241

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cuales he tenido que sacar los cartones. Al princ1p10 n¡¡ bfa separarlos a golpes de mazo. Realicé, entonces, mientos sobre el principio de la palanca, que no me ·

ron de nada . . . Después de lo cual encontré de la forma nos lógica el sistema y he sabido muy bien separarlos, haberme dado cuenta nunca ni cómo lo he aprendido cómo procedo.

El principio esencial de la habilidad manual en el bajo en la máquina (¿y fuera de ella?) está mal exp Que cada mano .no ha�a más que una operación simple. ejemplo, si trabajo sobre tiras metálicas: una mano puja y la otra apoya el soporte. Si trabajo con planchas hierro batido, tengo que tener cuidado de no cog�rJ&s la mano ; y de dejarlas descansar sobre la mano, y

· mo apoyar el esfuerzo hacia el soporte con el pulgar. caso de tener que usar paño de pulir, debo apoyar la con una mano, tirar con la otra, y dejar por fin que el dé la vuelta a la pieza, etc.

Tranf Mmaciones deseables

Todo lo cual sugiere la necesidad de una serie de formaciones, que serian de gran utilidad y ayuda :

Instalacíón de diversas máquinas-herramientas qi1e dan ir dando la vuelta a un mismo taller. El montaje de mismas debe estar resuelto y previsto en el plan. As. · la disposición d e la fábrica, tendente a dar a cada tr dor una visión de conjunto, sería algo extraordinari positivo (1) (lo cual supone, evidentemente, también, la presión del sistema de capataces y, por tanto, una no mía).

(1) "'!ueva referencia a la preocupación de s. W. por ori a los obreros en su trabajo.

2-l2

rían preverse especializaciones escalonadas : obrero, de las máquinas, de partes o secciones de ias

[de los ingenieros?]

Organización de la fábrica

e, en la realidad, una serie de inconvenientes real­vergonzosos :

ta de taburetes, de cajas. de botes de aceite. practica, en muchos casos, un cronometraje fantasio­

! las operaciones cronometradas son trabajos miserable-pagados, en los cuales uno se cansa más porque se

que dar con todas las fuerzas hasta el límite, a fin de uivocar el lote. (Como ejemplo, pueden servir los pun­

:de conversación con Mimi del martes de la séptima se­{3). Uno se agota, se revienta por 2 francos a la hora.

agota no porque se haga un trabajo que exige que uno te, sino solamente a causa del capricho y de la negli·

de un cronometrador, uno revienta sin un resultado bjetivo (salario), ya objetivo (obra realizada) que me­la pena. Ahí es donde radica la base del hecho de que

ae sienta verdaderamente esclavo, humillado hasta lo profundo de sí mismo.

era tiene en estima el cronometrador (Souchal) ; a diciendo que con su oficio, tomado tal y comq es, entre la dirección y los obreros, es imposible hacer

eosa. Para empezar su razonamiento, dice que cuando está detrás de las obreras empujándolas, éstas dan

Reconoce que existen también cuestiones de tiempos : un lote bueno no puede jamás ser rectificado una

puesto dentro de una cadena mal calculada, etc. cada trabajo existe una cantidad limitada -y pe­de faltas posibles, susceptibles las unas de romper

\"�se pág. 222.

243

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la máquina y de equivocar la pieza las otras. F:n lo que pecta a la máquina, hay incluso un número limitado <lt: r tas posibles por categorías de trabajos. A los capataces sería fácil señalar estas posibilidades a las obreras, a fin que éstas tuvieran alguna seguridad.

¿ Es totalmente posible señalar con claJ'idad, si las pre sas son especializadas? Es preciso intentar una nomenr tura : prensa de laminar, embutidora de Biol, etc.

Jefes y personal burocrático (1): G . . . X. Viene de la Escuela d e Ingenieros marítimos. Alir

«Un director es una máquina de tomar responsabilidad «No existe un oficio más estúpido que el de director.» • buen director debe ante todo no ser un buen técnico. precisa saber lo estrictamente necesario para que no le gan comulgar con ruedas de molino.»

D . . . X. Ingeniero d e Puentes y Caminos. Al principio fue

rector y administrador delegado. Ahora ha formado a un rector para ahorrarse trabajo. Ha llegado a la jefah1ra la empresa ignorándolo todo sobre técnica de fabrica Se ha encontrado perdido durante un afio.

Mouquet (jefe de taller). Cronometrador (Souchal, pequeño, moreno). Sra. Biay (?). M. Chanes. El jefe de equipo de prensas. Catsous, encargado de taladros.

El más interesante es, evidentemente, Mouquet. El nometrador es un tipo odioso y grosero, según parece,

(1) En la pág. 203 S. W., al comienzo de su diario, habla relación de per!onal.

244

obreras : obliga a tender siempre hacia lo más bajo ; cro-etra casi al azar. Es una torre de marfil ; no he hablado

con éL Pommera no piensa mal de él. Anoto asunto de Mouquet y de las piezas sobre las cua­be pasado al principio 5 días retirando los cartones.

Moug_uet -cabeza escultural, atormentada- asemeja go monástico ; tiene un aire siempre preocupado, «pensa­

en él esta noche)). Lo he visto alegre una sola vez.

Los capa.taces :

Ilion (jefe) ; León, Catsous ; Jacquot (babia sido obrero ual); Roberto y Biol. OW'eras : Sra. Forestier ; Mimí ; la hermana de Mimí; una admi­ora de Tolstoi ; Eugenia ; Luisita, su compañera (una

joven con 2 niños) ; Nénette ; la pelirroja (Josefina) ; l; un mujer rubia con 2 nifi.os ; otra separada de su ma­; la madre del niño quemado ; la que me ha dado un

edllo; la que tiene bronquitis crónica ; la que ha per-o un niño y que es feliz por no tener otro, y que «por

ell ha perdido a su primer marido, tuberculoso duran-8 años (es Eugenia) ; la italiana (la más simpática, mu­

más que las demás) ; Alicia (la más antipática, también mucho) ; Dubois (Oh, madre, si tú me vieras) ; la que

enferma y vive sola (que me ha dado la dirección de . . ; la descocada que canta ; y la descocada con 2 niños y marido enfermo. Jfiml -de 26 anos-, casada desde hace 8 con un chico la construcción .Oo había conocido en Angers) , que ha

o 2 años en la Citroen y que ahora está parado, aun­es un buen obrero. Trabajaba en Angers e n el textil

fr. diarios). Después en la casa A, durante 6 años Mimí tardado 6 meses en adquirir un ritmo lo suficiente rápi­para «ganarse la vida», en el curso de los cuales ha llo-

245

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rado a menudo, creyendo que no llegaría jamás a cons lo. Ha trabajado después aún durante 1 año y medio, a que aprisa y bien, en un estado de nerviosismo perpe (temor de hacerlo mal). Sólo al cabo de 2 años ha llegado estar lo suficientemente segura de sí para apoder respir

He aquí una de sus primeras reflexiones (yo le habla cho que me encontraba exasperada por la ignorancia d� que hacía) : «nos toman por máquinas . . . otros piensan nosotros . . . » (exactamente es ésta la expresión de Tayl pero con amargura).

No existe en ella nada de amor propio profesional. Ej plo de ello puede ser una respuesta del jueves de la se semana.

Es incomparablemente menos vulgar que la mayoría. Nénette ( Señorita A; decente más o menos, unos

años (?). Tiene un hijo de 13 años y una hija de 6 y m · Es viuda). Bromas y confidencias que harían ruborizar a regimiento integran casi toda su conversación. Tiene vivacidad y una vitalidad extraordinarias. Buena obrera: saca casi más de 4 francos diarios. Está en el taller d hace dos años. Pero tiene un respeto inmenso por la inst ción (habla de su hijo «Está empezando a leer»). Su sim tía, bastante vulgar, desaparece durante la semana en pasa casi todo el tiempo parada. «Hay que contar per.ra perra.» Dice .de su hij o : «La idea de enviarlo a un taller produce un terrible escalofrío». (No obstante, un obse dor superficial podría creer que se encuentra contenta el taller) (1).

Josefina. Eugenia.

(l) Véase referencias en la pág. 231.

246

OTROS OBREROS : El en,cargado del almacén (Pommera). Historia : Nacido

en el campo -de una familia de 12 hijos-, guardaba va­cas desde los 9 años ; consiguió un certificado de estudios a los 12 años. Antes de la guerra, nunca había estado en una fábrica : trabajaba en los garajes, nunca hizo el aprendiza­je, ni ha tenido ninguna clase de cultura técnica o general más que la que se recibe en escuelas nocturnas. Hizo la gue­rra (2), casado ya, sirvió en el Regimiento de Zapadores Al­pinos, como Jefe de Sección (?). Perdió, en ese momento, el poco dinero que había ahorrado, y en consecuencia se ha visto obligado a trabajar en una fábrica a su regreso. Ignora lo que ha hecho durante los 4 primeros años de trabajo aquí. Peto después, durante 6 años, ha sido capataz en las pren­sas, eo otra sala. Y los 6 últimos años hace de guarda en el almacén de herramientas en Alsthom. En todas partes, dice, lla estado siempre tranquilo. No obstante, me recomienda no quedarme en las mismas máquinas tanto tiempo como él.

¿ Qué trabajo hace? Da las herramientas marcadas en el bono (esto podría hacerlo cualquiera). A veces modifica el pedido, indicando otras herramientas que pueden reernpla­lllr las marcadas, por ejemplo 3 operaciones por 2, y de ahí Ale una economía para la casa. Eso ha ocurrido varias ve­ces (hay que estar forzosamente seguro de sí). También tie­ne la seguridad que representa la conciencia de ser un hom­bre indispensable, y al que nadie se atrevería a molestar.

Su cultura : es técnico. Conoce el torno, la fresadora, el ajustado. Explica maravillosamente bien cómo hay que ha­cer las cosas (a diferencia de los capataces).

¿Cultura general? Se explica bastante bien. Pero, ¿ qué m!s?

12) Primera Mundial.

2 17

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Otros personajes de la fábrica : Un violinista ; el rubio alto; el chico del horno ; un

tor del «Auto» ; el del taladro, que es un tipo simpático; chico que me acompañaba en el trabajo del horno ; una ven italiana ; mi «novio» ; el tipo gris de la cizalla ; un j cortador, llamado Bretonnet ; el peón nuevo ; el chico transporte aéreo ; el equipo de dos obreros encargados la reparación de máquinas ( . . . ) [la máquina de Biol], [la quina de Ilion].

CUESTIONES :

- ¿ Solidaridad obrera? Nada de solidaridad anón· (ej. Luisita . . . ).

- Intuyen que llevan en su interior alguna cosa de mismos que dar.

- Delegados obreros ; buscan contra la amenaza de despido.

- ¿ Atribuciones? - Seguridad. - Organización del paro parcial. - Reivindicaciones. - ¿ Control obrero de la contabilidad? ¿Diario con

cuentas? ¿ Innovaciones técnicas y de organización? - ¿ Conferencias? - ¿ Primas contra despilfarros? - Elogios. - Estos deseos suplementarios, ¿cómo . . . ?

Existen dos buzones de sugerencias : uno que vela el bien de la casa : innovaciones, vulgarización, pre ción . . . Y otro que teóricamente vela por el bien de los ros : técnicas, despilfarros.

248

Otros tema.s : - Contar el incidente burocrático. . . (1). Informe. - •Trampa de los capitalistas» : renovaci6n del utilaje.

e que se renueva un utilaje ya amortizado ¡ los otros hacer lo mismo, aunque no amorticen (ya que se cal­

el precio de fabricación particular, no general). Una impresión : - La candidez de un hombre que nunca sufrió . . .

EN BUSCA DE: CONTRATO

Lunes. - Sola. En lssy. Empresa Malakoff. Paso por una "ón enojosa. - Nada digno de señalar.

Martes. - (Bajo la lluvia.) Voy con una obrera lme ha­de su hijo de 13 años de edad que ha dejado la escuela :

eso (la instrucción), ¿qué sería de él? Un mártir como tras».

Miércoles. - (Tiempo divino.) Voy con dos ajustadores, uno de 18 años ; el otro de 58, mu.y interesante pero muy

ado, un hombt•e según todas las apariencias. Vive solo mujer lo ha plantado) .

Elste obrero mayor tiene su uVioUn de Ingres» : la foto· uHan matado el cine al hacerlo hablado, en lugar de

Jo en lo que es en verdad : la más bella aplicación de fotografía.» Refiere recuerdos de guerra, en un tono muy

ar ; una vida como cualquiera otra, diferenciada sola­quizás por la realización de un trabajo más duro y

peligroso (fue artillero). «Aquél que dice que nunca miedo, miente.» Pero él no parece que haya tenido mie­

hast.a el extremo de quedar interiormente humillado. So­el trabajo me dice : «Cada vez piden más profesionales ;

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pronto será necesario saber tanto como un ingenie1'01 habla de los desarrollos» : «Es preciso encontrar las

· siones de la tira plana de la cual se hará en seguida pieza llena de curvas y de líneas cortadas».

Anoto : Debo tratar de enterarme, en la forma más cisa, de lo que es un desarrollo.

Sigue explicándome el ajustador que una vez equi un ensayo porque se había olvidado de multiplicar el di" tro por el grueso, según he podido comprender.

A su edad, dice, no se tiene gusto por el trabajo laq trabajo que, cuando era joven, le interesaba con pasi Pero no se trata del trabajo en sí mismo, sino de la su dinación. Suelta la letanía . . . «Sería necesario que cada pudiera trabajar para sí mismo.» «Yo quisiera hacer cosa.» Trabajaba (en <(Mureaux»), pero teme que p1·onto echarán, por haber equivocado algunos lotes (hace tiempo). Se queja de las oficinas de control del tiempo: pueden darse cuenta». Tuvo una discusión con el ton maestre por unas piezas que debía hacer en 7 minutos; decía que necesitaba 14; el contramaestre, para enseñ· lo, hizo una en 7, pero, dice él, la sacó mal. (El ajustaje serie ¿será, pues, eso?).

Me habla de sus trabajos anteriores : las planchas. sido mecánico en el textil. «Era la gloria.» Pasaba el r po «jugando». Ni tan sólo se ha dado cuenta de la suerte serable de los esclavos. Posee cierto aire de cinismo. No tante, se le escapa que es un hombre de corazón.

Toda la mañana la hemos pasado los tres sosleni una interesante conversación; me he sentido extrae · riamente libre, desenvuelta, a un nivel superior a las rables necesidades de la existencia que son la preocupac dominante de los esclavos, sobre todo de las mujeres.

El pequeño también es interesante. Vive en Saint-CI me dice : 1<Si estuviera en forma (no lo está porque

250

hambre) dibujaría». «Todo el mundo tiene alguna cosa que le inte.resa.» «Yo, dice el otro, es la fotografía.» El pequeño me pregunta : «Y tú, ¿cuál es tu pasión?». Turbada, contes­

: c:La lectura». Y él : «Sí, ya lo veo. Nada de novelas, So­"ke todo filosofía, ¿no es eso?l>. Hablamos entonces de Zola, de Jacques London . . .

Ambos, se les nota, tienen tendencias revolucionarias tpalabra muy impropia; quizás serfa mejor decir que tie­.nen conciencia de clase y espiritu de hombres libres). Pero cuando se trata de la defensa nacional, ya no nos entende­mos. Por demás no insisto.

Camaradería total. Lo compruebo por primera vez en �i rida. Ninguna barrera, ni en la diferencia de clases (ya que está suprimida), ni en la diferencia de sexos. Algo mila-

DOMINGO DE PASCUA

Al volver de una iglesia donde había esperado (tonta­nte) oír canto gregoriano, doy con una pequeña exposi­

"ón, en la que muestran un telar de tipo jacquard en mar­Yo que lo había contemplado, tan apasionadamente, tan

amente en el conservatorio de Artes y Oficios, me apre­a entrar. Escucho las explicaciones del obrero, que

que me intereso. Me cuenta todo lo relacionado con la quina, y al fin he comprendido -poco más o menos- la

lación entre el cartón, las agujas y el hilo. Existe, me e, una jacquard en cada industria textil de estampados ;

piensa que muy pronto desaparecerán. Está excesiva­te orgulloso de su labor.

251

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NOTAS DE UN NUEVO E.'JPLEO

DEL JUEVES 11 DE ABRIL AL MARTES 7 DE MA EN CARNAUT, FORGES DE BASSE-INDRE,

VIEUX-PONT DE SEVRES, BOULOGNE·BILLANCO

Pri-mu día. - En el taller de Gautier : bidones de

(después, máscaras de gas). Son talleres estrictamente

pecializado.s. Cadenas y algunas prensas. Me ponen en prensa. Hago piezas ; seguir el punto es lo que me

de este trabajo. Hay que contar (ignorando cuál es el trol, cuento a conciencia, pero mal). Pongo todas las · en orden, y las cuento por cincuentenas, después las con rapidez. Fuerzo, aunque no al máximo, y hago

la hora� el trabajo e& más duro en general que en .AJs Por la tarde, experimento un gran cansancio, aumen

por la atmósfera sofocante, cargada de olores de col

barniz, etc. Me pregunto si podré mantener el ritmo.

a las 4 de la tarde, Martin, el contramaestre (un guapo con aire y voz afables) viene a decirme amablemellte:

no hace 800, no se podrá quedar. Si hace 800 en las dos

que quedan, puede ser que con.sien.ta en que se quede.

a lgunas que hacen 1.200». Me esfuerzo, con rabia en

razón, y llego a sacar 600 a la hora (escamoteando un en las cuentas y en el sentido de las piezas). A las 5 y

Martin viene a tomarme el pedido y dice : uNo es sulici Después se pone a arreglar las piezas de otra, que no para él ni una somisa de acogimiento. A las 6, con una

concentrada y fría, voy a la oficina del jefe de taller pregunto rudamente : « ¿ He de volver maiiana por la na?». Dice, bastante extrañado : «Vuelva; ya veremos;

hay que ir más aprisa». Respondo do intentaré», y marcho. En el vestuario me extrañó oír a las otras

252

bromear y tonteat· sin que parezcan tener la misma ra­que yo. Por lo demás, la safü.la ele la fábrica se hace con

ez; hasta que suena el timbre, se trabaja corno si se an por delanle varias horas ; pero no ha empezado aún

r el timbre que todas se levantan como movidas por resorte, COrl'en a apuntar y luego al vestuario ; toman cosas y cambiando algunas palabras corren hacia sus

Yo, a pesar del cansancio. tengo tanta necesidad de fresco, que voy a p ie hasta el Sena; alU me siento so­

una piedra, melancólica, agotada y con el corazón des­por la rabia impotente, sintiéndome vacía de toda mí ia vital ; me pregunto si, estando condenada. a esta

podría atravesar cada día el Sena sin echarme dentro. la mañana siguiente me encuentro de nuevo en mi

a. Saco 630 a la hora, agotando desesperadamente mis fuerzas. De pronto llega Mart!n, que se acerca se­de Gautier, y me dice : <tPare». Paro, pero me quedo

a delante de mi máquina sin comprender lo que quie� Lo cual me vale una reprimenda, ya que, cuando un dice : «Pare», parece ser que hay que ponerse inmedia-

te en pie, a sus órdenes, dispuesta a sallar sobre el trabajo que van a indicarte. «Aquí no se viene a

.l) (Efectivamente, es imposible hacerlo ni un segun· en ese taller; durante 9 horas por día, que no son un

do de trabajo, ni una sola vez he visto a una obrera tar los ojos de su trabajo, o a dos obreras cambiar al­

palabras, Es inútil añadir que en esta sala los se­de la vida de los obreros son la única cosa que se

tan preciosamente ; por otra parte, encuentro arro y mermas por doquie1·. No he visto ningún jefe

:jante a Mouquel. Para Gautier, su trabajo parece con­' sobre todo, en hostigar a los obreros). Me ponen en máquina donde lo único que hay que hacer es ensartar

as tiras metálicas flexibles, doradas por debajo, pla-

233

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teadas por encima, teniendo cuidado en no poner dos al mÍ!' mo tiempo, «a toda velocidad». Pero, a menudo, se equi voca alguna. La primera vez que pongo dos (lo cual la máquina), el capataz viene a arreglarlo. La segunda aviso a Martín, que me devuelve a mi primera máq · mientras arreglan la otra. Poco más o menos, saco ahora a la hora. A las 11, una mujer viene a llevarme, con sonrisa amable, a otro taller ; me sitúan en una gran sa muy iluminada, a un lado del taller, donde un obrero en$• ña a otro cómo pintar con una pistola neumática . . .

(Olvidé anotar mi impresión del primer día, a las 8, llegar a la oficina de colocación. Yo -a pesar de mis te res- me siento feliz y reconocida a la oficina, como verdadero parado que encuentra trabajo). En la nueva encuentro a 5 ó 6 obreras que me extrañan por su aire lancólico. Les pregunto y no me dicen gran cosa; al comprendo que esta sala es un presidio (ritmo forzado, dos cortados a profusión, despidos sin escrúpulos) y que mayoría de ellas han trabajado ahí -ya sea que las ha despedido en otoño, ya sea que hayan querido evadi y vuelven con rabia en el corazón, mordiendo el bocado.

Una chica muy bonita, fresca y sana me dice un d!a el vestuario, después de una jornada de 10 horas : «Por su te, el 14 de julio habrá baile». Le contesto : « ¿ Puedes pen en el baile después de 10 horas de trabajo?». « ¡ Seg -dice riendo-. Bailaría toda la noche». Después, más serio : -«Hace cinco años que no bailo, tengo ganas de lar, y termino bailando delante de la colada, en casa».

Dos o tres mujeres melancólicas, con una sonrisa tr' no son de la misma especie vulgar que las otras. Una pregunta qué tal me va. Yo le digo que estoy en un ri tranquilo. Una, con una sonrisa dulce y melancólica : cT to mejor. Esperemos que esto dure». Y lo mismo me oc con otras, una o dos veces.

254

Los .que sufren no pueden quejarse de este tipo de vida.

incomprendidos por los otros ; los que no sufren qui-se burlarían, incluso, de ellos y serían considerados como s por aquellos que, sufriendo, tienen bastante con propio sufrimiento. Por todos lados encuentro la misma en los jefes, con raras excepciones. l:n la secci6n de pintura he observado a 5 obreros El ·ntero, z:ii

.compañero del camión, el «tipo de ab�jo»

es medio Jefe de equipo), el electricista (trabajó en la ; su paso era para mí y para mi compañero como soplo de viento fresco), el mecánico (pasa casi desaper­

). De esta misma fábrica tengo que señalar : la separación leXos ; el desprecio de los hombres hacia las mujeres : la a de las mujeres delante de los hombres (a pesar de bromas obscenas que se cruzan entre ellos). Recuerdo también a otras obreras : la vieja descocada

haee 7 años (28: plena prosperidad) tuvo una salpin­y no ha podido obtener que la retiren de las prensas, al cabo de muchos años -eon el vientre desde en­co:mpleta y definitivamente deshecha- habla -con iba amargura, y que nunca ha tenido la idea de cambiar 91Rla. cuando fácilmente hubiera podido conseguirlo.

VOY POR SEGUNDA VEZ EN BUSCA DE TRABAJO

i despedida el martes 7 de mayo. Miércoles, jueves, es los paso sumida en la negra postración que da el d� cabeza. El viernes por la mañana tengo el coraje

10 para levantarme a tiempo y telefonear a De­(1). El sábado y el domingo, descanso.

Auguste Detoeuf. director de Renault. Véase la correspon­que sostuvo con til en his págs. 84 y siguientes.

2.55

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Lunes, 13. Delante de la casa Renault ; escucho una versación de tres individuos. a los que en principio t

por profesionales : uno escucha con aire maligno 1 ' una característica fisonomía delgada) y se marcha en

d a ; no lo volvemos a ver. Otro : viejo obrero manual

cialista en prensas, figura curtida de trabajador, pero la inteligencia degradada por la esclavitud. Es un

nista al antiguo modelo : son los patronos los ciue

los Sindicatos Confederados ; ellos escogen a los jeíes dicales. Estos, cuando las cosas no marchan bien, v

decir al patrón : «Ya no podíamos retenerlos más tl

si incluso hay uno que me lo ha dicho él mism0>l. Y des cumpliendo su doble papel, dicen a los obreros : «Las

gas no triunfan cuando hay paro, vais a sufrir . . . '11, etc. viejo obrero comunista reúne -a m i entender- todu tonterías inventadas por los tipos bien sitiwdos.

El tercero es un obrero de la construcción, de tend sindicalistas (2) (ha trabajado e n Lyon), me resulta

tipo simpático. Martes, 14. Por la mañana, inercia. Por la tarde,

Saint-Ouen (Luchaire). Pero me encuentro con que la está ya ocupada . . .

Miércoles, 15. Voy a la puerta <le Saint-Cloud con el po justo de telefonear a Detoeuf ; es demasiado tar<le ir a la Renault o a la Salrnson. Voy, pues, a ver qué

con la empresa Caudrons. Delante de la puerta me e tro con media docena de profesionales, todos ellos con mendaciones de expertos en aviación : carpinteros de ción, ajustadores. . . De nuevo escucho el mismo estri «Profesionales como los piden, no los encontrarán.

puede hacer más . . . ». Se trata de lo mismo de siempre

(2) Tendencias sindicalistas, en contraposición con los tas politicos.

256

olla.dos. Por lo visto, es preciso poseer un ci crto tem­nto de artista para ser ajustador . . . jo ahora unas i

.mpresiones que me produce el ajus·

con �l cual trabaJO. En apariencia, es bruto y espeso. cer11ficados estupendos : una carta de recomendación

ervatorio �e Artes y Oficios (de donde ha sido apren­�a los 19 anos) : «:Mecánico que hace honor a su ofi­V1ve en Bagnolet ( ¿ en una barraca suya?), lo cual le lica la búsqueda de trabajo; por ello explica su nega­a trabajar más de 8 horas, pero creo que en el fondo

s61o eso : durante todo el tiempo que le conozco lleva ando 10 horas en Renault. Es demasiado para él. Con ' etc. : «El

. domingo puedo quedarme acostado para

(y el dmero, esto no le importa). Añade : <e5 ho­

lncluso, es demasiado para mí». Ha sido contramaes­de una vez �tiene certificados que lo prueban). tcPero,

e, soy demasiado revolucionario, nunca pude apretar obreros.» Al dejarme me dice : «Quisiera hablar con · Venga a mi casa. Pero al día siguiente, por la maña­estará delante de Renault. Al día siguiente, llaman. acostada, no abro. ¿ Era él? Jamás volveré a saber s suyas . . .

día, _una escena delante d e Jevelot ; e l tipo d e cabe­cos que antes de la guerra quería ser músico. Dice

es contable (pero se equivoca en los cálculos más ele­}. Busca trabajo de peón. Es un hombre fracasado

da lástima . . . Espero de 7'15 a 7'45 bajo la lluvia des-de lo cual me largan el sonsonete «no hay trabajo». ull el trabajo ha terminado. Paso una hora de es-

delante de Salmson. vez delante de Jevelot. Hacían entrar a las mujc­

Los encargados son groseros y el trabajo es duro un e destaca ( ¿ jefe de personal?), que grita a un �en­

tre Y éste responde con mucha humildad (he expe-

257

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rimentado un verdadero placer en ver eso). El mls1no sonaje nos mide con una mirada, de la cabeza a los «Aquélla, la más robusta.>1 Me impresiona sobreman manera de interrogar a la chica de 20 años, que tres antes tuvo que dejar la fábrica porque estaba encinta . . . migo se muestra bien educado. Toma mi dirección.

Recuerdo, asimismo, el caso de una pobre mujer era madre de dos niños y decía que tenia que tr�ba· pesar de que «le cansaba la casa>> ; su marido trabajaba l ras al día y no quería que ella trabajase. Recuerdo mo la indignación de otra madre de dos niños, también desgraciada por tener que trabajar (conversaciones das en la puerta Salmson).

En otra ocasión (?) me encuentro con una pequeña dice : «La baja del franco, esto será el hambre» (lo han por la radio}, etc.

Me encuentro ahora de nuevo en la calle de lb'ri. • res, no». Dolor de cabeza . . .

Otra vez, delante d e Langlois (taller pequeño, en montant), a las 7 (según lo indicado por un an�ncio}: pero hasta las 8'30. Después voy a Saint-Denis, pero también demasiado tarde.

Vuelvo a Saint-Denis. Caminar así es cansado e se come . . .

D e nuevo en Luchaire, e n Saínt-Ouen, antes de las (el mismo día en que por la tarde hallo trabajo en R

Durante la última semana tomo la decisión de no más de 3'50 francos diarios, viajes comprendidos. El bre llega a convertírseme en una sensación pe ¿ Eso es más o menos doloroso que trabajar y comer? confesar que constituye para mí una cuestión sin ver . . . sí . . .

RENAULT

Trabajo en una fresadora. MiércoUl$, S. - Es el primer dla que empiezo a traba­, tengo un turno de 1'30 a 5. Observo miradas a mi alre­or: en especial la del joven y guapo obrero ; la del chico la construcción; y las de su mujer. Experimento emociones terribles : el día en que se em­

a trabajar, al ir a afrontar lo desconocido en el metro la mañana (llego a las 6'45), la aprensión que siento es fuerte que llega a convertirse en un dolor físico. Com· bo que se miran ; debo estar muy pálida. Si alguna he conocido el miedo ha sido este día. Tengo metido

la mente un taller de prensas durante 10 horas diarias, jefes brutales, dedos cortados, el calor y el dolor de , etc . . . La obrera anciana que también trabaja en las

!JS y con quien conversé en la oficina de empleo . .Na-ha contribuido a darme ánimo. Al llegar al taller 21, o desfallecer mi voluntad. Pero, al menos, ya no son as. ¡ Qué suerte!

Cuando 3 meses antes había oído contar la historia de fresadora que había atravesado la mano de una obrera, había dicho a mí misma que, con semejante imagen en

memoria, no me seria fácil trabajar en una fresadora. obstante, no he tenido miedo en momento alguno.

Jueves, 6. - A lá salida, me he encontrado agotada. El inconveniente de una situación de esclava es que una siente tentada de considerar a los seres humanos que exis­

realmente, como si no fuesen más que pálidas sombras una caverna. Por ejemplo : mi capataz, ese cochino . . . cci6n necesaria en esto. Eso me ha pasado después de

as semanas. Idea de Dickmann. Pero si los obreros encuentran otros

259

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recursos y unas posibilidades de trabajo libre, ¿se rt. rán a estas velocidades de esclavo? (Si no, ¡ tanto 1mjor!

Pienso ahora en aquellos que me dicen que no es P so que me mate trabajando. Es, por ejemplo (y esto lo más tarde), el caso del contramaestre de otro equipo, · do al fondo de todo el taller. Muy amable, de una bon positiva (cuando, por el contrario, la de Leclerc, mi j proviene más bien de un <üanto me da)>). Después, en las ras ocasiones que tendré de hablarle, encontraré a este tramaestre siempre particularmente amable conmigo. día me mira al pasar cuando transvasaba miserablem tuercas grandes a una caja vacía, con las manos . . . J olvidaré a este hombre (1).

Otro contramaestre y la manivela. Me dice : a Prueba hacerlo así», cuando es evidente que la manivela se po

a rodar. Viernes, 7. - Apenas 2.500 piezas, termino agotada,

cho más aun que el día anterior (sobre todo a partir las 7'30). Felipe me mira riéndose . . . A las 7 no había h más que 1.600.

La pequeña en el metro dice : «No puedo más». Yo poco . . ..

Sábado, 8. - Hago limpieza. Acabo cansada, pero m que en el día anterior (2.400 en 8 horas, o sea 300 a la solamente).

Martes, 12. - Hago 2.250 piezas, de las cuales 900 he hecho después de las 7 -ritmo no excesivamente

zado-; apenas cansada a la salida. Terminado a las 10, Miércoles, 13. - Avería eléctrica. ( ¡ Qué felicidad!) Jueves, 14. - Sufro un violento dolor de cabeza. A

salida me encuentro deshecha. Pero se terminaron las

jetas ...

(1) Es en anotaciones como ésta cuando el diario de S. W. quiere toda su profunda humanidad.

260

Viernes, 15. - Hago 1.350 y 300 más. No termino dema­cansada.

S6bado, 16. - Hago 2.000, terminando a las 8'40, des­hago limpieza : apenas me queda tiempo de terminar. estoy, sin embargo, demasiado cansada. En esta prime­

semana, la cuestión económica no ha sido demasiado sliosa para mí gracias a la amabilidad de las otras as.

Dom'ingo, 17. - Dolor de cabeza; durante la noche del ·ngo al lunes, no he dormido en absoluto.

Lunes, 18. - 2.450 (l.950 a las 8'35). Cansada a la salida, no agotada. Martes, 19. - 2.300 (2.000 a las 8'45). No sigo un ritmo

iado forzado y no me siento cansada a la salida. Ten­:Un �uudo dolor de cabeza durante todo el día. Miércoles, 20. - 2.400 (2.000 a las 8'35). Termino muy

da. El cerdo de capataz me dice que hay que hacer de 3.000.

Jueves-, 21. - Me dirijo al taller con un excesivo senti­to de pena ; cada paso me cuesta mucho (primero mo­

ente, luego físicamente). Permanezco en un estado de inconsciencia, en el cual soy la víctima propiciatoria

cualquie1· golpe duro . . . De 2'30 a 3'35 hago 400 piezas ; 3'35 a 4'15 transcurre un lapso de tiempo perdido por del montador del sombrero (arregla mis errores). Me cansada.

.Hago mi primera comida con las obreras (¡bocadillo a · mañana>l). montador me da la orden de trasladar una caja con

piezas. Yo le digo : «No puedo moverla sola». -«Arré­. Eso no me atañe a mí» es la respuesta.

A propósito de las piezas que me hacen esperar, me dice Obre�·a recién llegada : «El contramaestre ha dicho que

261

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si te hacen esperar, en compensación puedes pedir parte salario de la que te hace esperar» (1).

Viernes, 22. - Me he levantado muy tarde. Me he glado con el tiempo justo para llegar a tiempo. Voy al t

con pena -pero, contrariamente a lo que ocurría las o veces- la pena esta vez más bien física que moral. T no poder producir lo suficiente. De nuevo sufro la m sensación : «por un día, aguanta . . . n, como en Alsthorn. día anterior hizo 15 días que estoy trabajando aquí ¡ y digo a mí misma que no aguantaré 15 días más . . .

Una vez allí, tengo 450 piezas por terminar, después 2. Va bien y no hay nada que contar. Comienzo a las 2 hago 450 a las 3'40, después continúo a ritmo inint pido, fijando mi atención en la pieza y manteniendo en la idea fija: «es necesario . . . ». Creo que hay poca pierdo mucho tiempo buscando el cubo ( ¡ que estaba en lugar ! ). Después pongo demasiada agua ; se sale y hay sacar un poco, buscar serrín, barrer . . . El tipo de los t · automáticos me ayuda amablemente. A las 7'20 pierdo

cho tiempo (de 15 a 20 minutos) buscando una caja. AJ éncuentro una, llena de serrín ; voy a vaciar la ; el cap me da la orden de devolverla. Obedezco. Al día sigui

una obrera del taladro me dice que es a su mujer a � se la di y añade : «Yo no la habría devuelto». Me r simpática. Al salir me llego hasta la calle Augusto C y me duermo en el metro. Se precisa un acto de vol distinto para cada paso. Una vez llegada a sitio, me e.ne tro muy animada. Acostada, leo hasta las dos de la -El despertador suena a las 7'15. {Mal humor.)

Sábado 23. - Hace un tiempo magnífico. La mañana alegre. Sólo pienso en el talJer al salir de casa ; ento experimento la sensación desagradable de otras veces (

(1) Nueva referencia a la falta tle solidaridad que se ío en las fábricas.

262

menos impresión de esclavitud). La otra compañera de no había llegado todavía. Tomo una caja de 2.000.

muy pesada ! Comida alegre (la «gorda», no obstan­DO está). Siento impresión de descanso : es sábado noche,

de jefes, se deja hacer . . . Todo el mundo (salvo yo), se hasta las 10'25.

regreso del trabajo me detengo delante de la tienda Ja tnúsica. Hace un aire fresco, delicioso. Despertada en

tro, constituye incluso un resorte para andar. No obs· , estoy cansada. Pero a fin de cuentas soy feliz . . .

Lun.e.s, 25. - H e dormido mal (comezón). Por l a maña-no tengo apetito, dolor de cabeza bastante fuerte. Te­

sensación de sufrimiento y de angustia, al principio. ! llegar, ocurre la catástrofe ; mi compañera de equipo

habla llegadQ y han robado la caja donde caen las pie­Pierdo una hora buscando otra.

Vuelvo a casa cansada, pero no demasiado. Más que nada, disgustada por haber hecho tan poco. Y estoy, tam-

• muerta de sed. artes, 26. - Me he levantado a las 7. Después he te. que soportar una espéra larga y cansada en casa del

; he tenido dolor de muelas toda la mañana. He del consultorio casi por la tarde. Calor. Me cuesta

las escaleras de casa a la llegada. Allí encuentro a ueva compañera de equipo (la alsaciana). De nuevo en

er, me toca una vez más buscar una caja. Tomo una, de una máquina. La propietaria, sin embargo, llega

tarde furiosa. En lugar de ésta, pues, tomo la que e las piezas que debo hacer, vaciándola (queda-

2.000), ¡pero de esta forma no hemos progresado nada ! entro, por fin, otra. Voy a llenarla, a paletadas, en el

(con limaduras, cosa que me provocará un principio eso). A mi regreso, encuentro de nuevo mis 2.000 pie­

vaciada$ cerca de mi máquina (puesto que 1a caja ha-

2G3

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bía sido recuperada por su antigua propietaria durante ausencia). Rabiosa y cansada, empiezo a efectuar nu pesquisas. Me dirijo al jefe de taller, delante del aseen Me dice : «Voy a hacer que te den una». Espero . . . Pero grita porque espero. Vuelvo a la máquina. Mi vecino, al me da una caja. Y es en este momento cuando llega mi j (Leclerc), el cual empieza su actuación gritándome. Le plico que han vaciado las piezas que hice, durante mi sencia. Va a explicarse, entonces, con mi vecino. Reúno piezas. Después me toca cambiar de fresadora. Total : q no me pongo al trabajo hasta las 4'50, con un disgusto r¡ me tengo que ir tragando para ir más aprisa. Quisiera ha por lo menos 2.500. Pero me cuesta mucho mantener la • locidad. Las 200 piezas restantes del otro lote las Uq aprisa (en 20 6 25 minutos). Pero, después, disminuyo gran manera la velocidad.

Intento explicar los efectos de este desastroso sis de trabajo a varios capataces : hacia las 6'30, para co la fresadora corta mal. El capataz nuevo -que parece tendido-, el que viste de gris, toca la fresa, la manip la retoca y, creo, la vuelve a dejar tal y como estaba principio . . . A las 7 calculo que sólo había llegado a b unas 1 .300, no más. Después de una breve pausa, me cuentro con el mismo juego : buscar de nuevo una nuevas manipulaciones, desaparece otra vez la caja. da. A las 9'35 ó 40, por fin, termino el cartón (de fo pues, que he llegado a 2.200). Hago aún 50 . . . Había � arreglar la máquina a las 9'15 por el capataz joven (Felipt) me había hecho esperar 15 minutos. Pero ya lo habfa mado demasiado tarde. 2.250, por consiguiente, ha sido total conseguido. Mediocre . . . A la salida he de esfor para andar, pero no tanto como para no poder ir paso paso.

No he mantenido el «ritmo ininterrumpido» y estoy 264

a por mi dedo. También creo que he sido demasiado bfiada.

Me hago un propósito, debo regular cueste lo que cueste cuestión de las cajas. Pero aquello es la pera. Y para pezar pienso proponerle a la obrera del torno que nos

1 de cada 2. ¿ Será posible? No lo dan nunca, dice ella, ¡;pero a nosotros menos aún. Cuando había que buscar para quinientos, era diferente. Pero ahora con 2.000 . . . Estoy as·

eada profundamente. Miércoles, 27. - Por la mañana estoy cansada, no me

eda ánímo para pasar la jornada . . . noto un agotamiento do acompañado de un fuerte dolor de cabeza, de desco­namiento de miedo o más bien de angustia. (Me ho-'

rizo ante el trabajo, mi caja, la velocidad, etc.) Por otro o. hace un tiempo molesto, con viento. Voy a la enfermería. «Se lo abriremos cuando haga falta

sin pedirle permiso», me dicen, refiriéndose al dedo. Con­úo el trabajo. Sufro del brazo, del agotamiento, del do·

de cabeza. Tengo un poco de fiebre. No, en cualquier puede que sí la tenga por la noche. Pero consigo por

, a fuerza de velocidad, no sufrir durante espacios d� po sucesivos de una duración por lo menos de 10 mi-

tos a un cuarto de hora. A las 5 es la hora de cobrar. ués, otra vez al trabajo. Cuento mis piezas, limpio la

quina y pido para salir. Voy a ver a Leclerc (el contra· estre) en su oficina de jefe de taller, el cual me propone seguro. Para ver a Leclerc, me he visto obligada a esperar me· hora ante esta oficina, por culpa del chupatintas. Veo complicaciones de las entregas. La camaradería entre contramaestres . . .

Vuelvo a l dentista al salir, y al subir a l autobús noto m1 una reacción extravagante. ¿Cómo es que yo, una vil lava, puedo subir a este autobús, usar de él por mis

265

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cuatro chavos con el mismo título y derecho que cualqui otra persona? ¡ Qué favor tan extraordinario ! Si mand apearme brutalmente diciéndome que estos medios de lo' comodón tan cómodos no son para mí, sino que dada baja, vil, miserable y desgraciada condición he de \iaj a pie, creo que ello me parecería algo lógico, justo y co pletamente natural. La esclavitud me ha hecho perder sensación de tener derechos. Toda cosa justa y natural cualquier hombre, parece un favor excepcional : tener mentos en que no he de soportar la brutalidad hum Estos momentos, que son como una sonrisa del cielo. regalo del azar. Me sonrío, esperando que conservaré estado de espíritu tan razonable.

Creo que mis camaradas no tienen este estado de esp tu en el mismo grado : no han comprendido plcnamen que son esclavos. Las expresiones de justo e ínjusto, duda, han conservado hasta cierto punto un sentido ellos, pero no con la intensidad que se precisa en esta • tuación, en que todo es injusticia.

Jueves, 4 de julio. - No vuelvo a la fresadora. ¡ A ·

gracias ! La encuentro ocupada por otras dos que tienen aire de ser sujetos dedicados a hacer, hacer . . . Me trasla a una maquinita de quitar la rebaba a los agujeros ro dos. Mejor para mí.

Vier�es, 5 de julio. - Al día siguiente, será fiesta, ¡ felicidad! He dormido mal (por culpa de las muelas). la mañana me toca otra vez una larga espera en casa dentista. Tengo un fuerte dolor de cabeza y siento un agotamiento y, también, mucha inquietud, lo cual no con huye precisamente a arreglar las cosas . . . Llevo trabaj sólo 4 semanas. Sí, pero 4 semanas son n veces al d!a. luego falta ánimo para soportar un día, un solo día. Incl apretando los dientes con la fuerza de la desesperación. víspera, el joven italiano me había dicho : <(Adelgaza us

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lo habia dicho ya 10 días antes). Todo esto son mis sen­entos antes de ir al trabajo.

Cuando llega al final de mis fuerzas, al ver a mis veci­Clas de la máquina de hendir cabezas . . . ) prepararse para

la máquina, y a instigación suya, voy a pedir a Leclerc ·so para salir a las 7. Me responde secamente : c<No

rá venido usted solamente para 2 horas, digo yo ! l>. Fe­me había hecho esperar la noche anterior la mar de po, sólo para molestarme. Pero yo, presa por el dis-

Diríase que, por convencionalismo ,la fatiga no existe . . . o la guerra.

Anoto sumariamente mis impresiones de la semana si­ente : del lunes 7 al viernes 12. Lunes y martes. - He empezado los dos días a las 7 y trabajado en un cartón de 3.500 piezas (¿eran de latón?). Miércoles. - He sacado unas 8.000 piezas, o algo así,

te el día : he terminado el cartón de la víspera (a 10'45). Todo el trabajo lo he concluido a las 6 ; después

Ido a cenar con A (1). Estoy agotada. Eran piezas fáciles que he tenido que manipular (no me acuerdo exacta-t.e cuáles : latón, después acero, creo), pero me han ago­o. Todo es culpa de este asco del «ritmo ininterrumpido». Jueves. - Paso el día deshecha, muerta de cansancio el esfuerzo del día anterior, trabajo lentamente. Viernes. - Por la noche tengo una reunión de R. P. (2).

n no me reconoce al principio. Después dice que he biado de aspecto. «Tienes un aire más robusto», me dice

almente.

(1) ¿Se trata de Auguste Detoeuf o bien de Albertine Thévenon� (ZI ¿Se refiere a la redacción de la revista Révolution Proléta· e! Posiblemente.

267

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lNCIDE:>;TES NOTABLES

El provocado por el capataz vestido de gds (Miguel\, por culpa de su desprecio por los otros dos, sobre todo el «gordo».

El mal montaje de las piezas, que rompe la fresa; gen incidentes : el montador gordo había

. realizado un m

laje que no funcionaba más que a medias. Cargando t

el peso del material sobre la fresa, suc�a much� v que ésta se paraba. Esto me había sucedi�o a mí. mlSma

una vez, y me habían dicho entonces : «No está lo bast . apretada». Voy, pues, ahora a buscar al capataz Y_ le que la apl'iete un poco más. Al principio no queria " Dice que soy yo la culpable, que cargo demasiado. Al viene. Me dice : u No es d e aquí de donde parte la av (señalando el bloque de ajustaje), sino de allá (seña la polea del árbol porta-fresa y la correa), don?e

, hay

que fatiga a la máquina» (???). Marcha. Continuo. No bien. Finalmente, una pieza queda atascada en el mon y rompe tres dientes. . . El capataz va a buscar a L para que me riña. Leclerc Le riñe a él por habe� eseo aquel montaje, y añade que la fresa puede funcionar Media ho1·a después (o quizás un cuarto) Leclerc vu Le digo : u.A veces Ja fresa se para.» Me explica {en un harto desagradable) que la máquina no es fuerte Y que, bablemente, yo cargo demasiado. Me enseña cómo hay trabajar -sin darse cuenta de que va a lo sumo a un rl de 600 la hora y aún gracias (no ptiedo cronometrarlo.

Pero, incluso asi, con este ritmo, la fresa se fr�na al ca Se lo indico. Dice que eso no tiene importancia Pero un momento en que la fresa se para y no vuelve a pon en marcha. Llamo entonces al capataz, el cual se ap

ya, de entrada, a gritar. Mi vecina me dice : «Está de

268

apretada». Otra vez vuelve a suceder lo mismo : la má­a. al dar la vuelta, aprieta automáticamente el árbol,

cierto tornillo que debe fijar al árbol no está suficiente­te apretado.

Dicho tornillo se suelta siempre cuando se gira la fresa senlido inverso. La dificultad, para mí, c:.onsiste en pensar en la máquina,

to ante ella como lejos de ella . . . ¿Cuáles pueden ser las causas por las cuales l a fresa para? ( ¿ El árbor se había parado también?) Quizás del

. o en la fresa, o en la pieza. (Este era el caso.) Una tencia excesivamente grande, por ejemplo, si se exige máquina más trabajo del que puede dar ( ¿era esto lo

queda decir el gordo?). Pero ¿qué es lo que determina potencia?

Así, pues, que queda un problema a estudiar, el de la ón de la potencia de una máquina . . . Es preciso investi­de qué manera las máquinas sacan su potencia de un

único. Si están ordenadas por clases, en fuertes Y es . . .

Jfiér&oles, 18. - Vuelvo al trabajo -hace un tiempo . Siento menos sufrimiento moral de lo que me te­

Vuelvo a encontrarme dócil y sumisa al yugo . . . No tengo trabajo. Al fi n me colocan junto a los tornos

máticos (Cuttat), que había estudiado durante los 4 días vacaciones. Hasta �as 8 y 1/2 espero el aceite. Después me encargo de despachar una pequeña serie,

me ha dado Leclerc y que Miguel en tres cuartos de no ha conseguido montar.

Leclerc llegó cuando Miguel hacía' -repito- tres cuar­que .luchaba con el montaje. « ¿ Quién le ha dado estas

para hacer?». Contestó : «Usted». Es amable. Me hace biar de piezas ; tres cuartos de hora perdidos, no paga-

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dos. Miguel dice que no lo habría podido hacer . . . Los � tará en otra máquina (en la de la pequeña, que yo en a este propósito). Ya que me refiero a ello, es inte.r anotar mi conversación con Leclerc sobre dicha mAq ¿Conoce las máquinas? Algunas, sí : otras, no. Miguel cuenta que fue jefe de equipo dos meses antes, y que sacado de su cargo por demasiado buen chico. «Pero aq no es mal chico» (digo). Miguel cree que no durará. estaba ahí cuando la joven española llegó, hace año Y m

Llegó un nuevo capataz ( ¿ peón especializado? es punto a comprobar). Ha preguntado «para qué �irve me hace buscar el dibujo, lo cual dura mucho tiempo '! ayuda nada . . .

INCIDENTES

Cambio de capataz. - El gordo incapaz se fue el por la tarde. ( ¡Quién sabe lo que ha pasado ! ) Ha sido plazado -según he indicado -por uno que, según viene de otra parte del taller. No parece ser un tipo e me da» . Nervioso, de gesto febril y brusco. Sus manos blan. Me da lástima. Le toma una hora hacerme un m je (para 600 piezas) y pone la fresa al revés. Por lo m al fin marcha y cobré por suerte. . .

Trato -en otra ocasión- de hacer el montaje yo ro Ignoro cómo funciona el lado de los anillos .

. (�stos se

ponen de dos cilindros huecos de tamaño d1stmto). Lo servaré fácilmente en el próximo montaje. La verd dificultad, para mí, radica en la debilidad muscular : sigo desatornillar.

Sostengo una conversación con Miguel : ¿Cuál es la petencia técnlca de Leclerc? ccPositiva para algunas m nas. pero no para otras.>> _·o es obrero. No es tampoco pero «lo cambiarán».

270

Me habían dado piezas que van mal en esta máquina.

Sábado. - Sufro dolor de cabeza muy fuerte y me en· euentro en un mol�sto estado de angustia ; por la tarde es­y mejor (pero lloro en casa de B . . . ) .

Domingo. - Voy a ver una exposición de arte italiano.

Lam.es, 22. - He terminado las piezas del viernes (he do de 10 minutos a un cuarto de hora). Monto yo misma frésa por primera vez (salvo colocar la pieza del centro, que no puedo hacer y debo llamar y esperar al capa-

). Después del cambio de montaje, tampoco funciona. o al capataz -antes había venido el de la boina y aho­viene el de los lentes- para poner exactamente las pie­

'88 en el centro (cosa que no hace), pero pasa un tiempo inito para regular la profundidad del corte. Ha termi­

a a las 10'30. Después termino un cartón de 1.000 piezas e ganado 5'7 francos en 3 horas). Después hago nuevo ón de 1.000. Leclerc me hace llamar cuando he terminado el pedi-071.&U y acabo de empezar el 848. Empieza chillándome r qué hago las piezas sin decírselo. Pide mi número. Le

ry mi carnet. Lo mira y se va volviendo amable, amable.

Martes. - Sufro una reprimenda por la fresa rota. Por la pieza rota es cambiada a las 4. Después trabajo hasta 6 (he roto 2 dientes). Es muy penoso trabajar con una a mala. También encuentro otra excusa ante mí mis­motivada por el hecho de no transformarme en autó­

ta . . .

Miércoles. - Siguen las desgracias de la joven española piezas. su fresadora, el capataz nuevo, Leclerc, todo le

maJ).

271

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La víspera por la tarde, la sierra, que había sido pu a las 6 por el montador de la boina, se había salido a las i'l Se lo digo al pasar. Vuelvo a encontrarla suelta. Le llamo 11 Se hace esperar y me chilla. Cargaba demasiado, según PI' rece (estoy casi segura de que no, ya que la sierra rota daba pánic-0). Se lo digo. Sigue gritando (dicho sea meta-: fóricamente, ya que no levanta la voz). Este incidenLe me produce frío en el corazón por algún tiempo, ya que no que­ría otra cosa que considerarle como un camarada . . . A las l me traen una nueva sierra y me la coloca también él. le lleva cerca de 20 minutos ; de pronto el montador del f do se para. Esperamos hasta cerca de las 11. Había ter nado las 5.000 piezas del día anterior y había encon una caja para ellas. a las 8'30. Me entero de que hoy es de cobro, y no mañana como creía, lo cual me alegra mu sima porque no tendré que privarme de comer . . . A m día no me privo de nada (compro un paquete de cigarrill tomo compota . . . ).

A las 3 me ocurre un incidente desastroso : rompo diente de mi sierra. Sé cómo sucedió . . . Agotada, sueño, pi so en Adrien, en su mujer, en lo que me dijo Jeannine que Miguel la fuerza hasta reventarla, en lo que debía tir Pedro en los años de juventud de Trotsky («Qué güenza . . . ») y de ahí deduzco su elección entre marxismo popularismo. En este momento preciso pongo una pieza q no entra en el montaje (viruta o rebaba), cargo a pesar todo sobre la fresa . . . No me atrevo a cambiarla. La es ñola me aconseja recurrir a Miguel ; le hablo, pero no v drá por la noche. Guardo la misma fresa hasta las 7. suerte aguanta el golpe -pero hay que decir que la con mucho cuidado. Hacia las 5, vuelve a salirse. No atrevo a llamar a nadie, desde luego. La aprieto y hagó

(1) Al montador de la boina.

272

800 piezas ( ¿ o quizá más?) no exactamente en el centro. ués tomo una gran resolución y consigo emplazarla en centro yo misma (pero ayudándome con una pieza ya ). Paga 255 fr. (temía no llegar a las 200 . . . ) por 8'1 h . Por la noche no duermo.

Juel)es. - Aún tengo de luchar de media hora a tres os con la sierra. Después Miguel me la cambia. Monto misma la sierra, pero no consigo ponerla en el centro.

o que no puedo hacerlo, termino por recurrir al capa­de los lentes. Este termina a las 9 ; ha sido una mañana

Las piernas me duelen. Ya no puedo más, no puedo . . . . (Estas piezas C 4 x 8 me exasperan, con el peligro

te de romper la fresa y la necesidad de conservar un o mental integral. . .}, tres falsas alarmas, a las 11 un lento, una sola palabra llama mi atención ocurrien­entonces una nueva catástrofe : un diente roto'. Por suer­puedo arreglármelo bien. A mediodía, una pieza que salta, desencaja la fresa . . . Tomo conciencia de la necesidad de superarme moral­

te, si no quiero terminar con mala conciencia. Y me so­ngo . . .

Voy a buscar trabajo. Leclerc se muestra amable, muy le . . . Me carga más este nuevo trabajo porque debo ha-

o con fresa de I, de las C 4 x 10 de acero. Voy a las 7,03 cambj¡u· al mismo tiempo las piezas de0'8, de 1'5 y la del te roto. La cosa sale bien. Heme aquí, pues, con una nueva . . . Pero tengo 5.000 de estas cochinas piezas para . Debo estar ojo avizor.

La fresa se desvía en el sentido indicado por la fle­(1); al estar montada sobre un cono resulta que la ra-

Según eate apunte de s. W.

273

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nura no sólo deja de estar en el centro, sino que va sie progresivamente menos profunda, o incluso deja de pro-: ducir.

La causa es que no he apretado bastante al final, o bien que se ha producido un desgaste de la fresa o ha hecho un exceso de presión demasiado fuerte, por parte del obrero que aprieta.

Presión demasiado fuerte : la fresa, al ir más lenta que la polea y el árbol, se conduce como si girase en sentido con­trario {2).

Al mediodía tengo una alegría. El aviso NON, según el cual los señores obreros, etc . . . Total, que el sábado hay deit canso.

Por la noche : vuelve a atacarme bía dejado en paz durante 8 días.

Viernes. - Me toca hacer un trabajo muy penoso. P no me dejo hundir moralmente, como la víspera. No obslaJI. te, físicamente estoy mucho peor. Después de comer (he COt mido por 5'50 francos con la esperanza de reconfortarmek mi estado fisico es mucho peor. Siento vértigo y nublaro!eu-­to ; trabajo en estado inconsciente. Por suerte, estas pi no saltan como las C 4 x 7 . . . Durante dos horas o dos bo; ras y media tengo la firme convicción de que voy a deslll«" yarme. Al fin tomo la decisión de aminorar la velocidad y la cosa va mejor.

Sostengo una conversac1on con el capataz que diríase empieza a interesarse por mí. . .

Domingo p or la noche. - Llego a m i habitación a 11'40. Me acuesto. No pudiendo dormir, me doy cuenta a las 12'30 de que olvidé mi delantal. A partir de este mom

(2) Fragmento muy incoherente y dificil de seguir.

274

aún duermo menos. Me levanto a las 5'15; a lus 5'45 tc­neo a mi c asa ; tomo el metro hasta Trocad ero y vuelvo

MO Jninutos entre todo, apretujada entre la multitud). Re­cansada, con gran dolor de cabeza.

Limes. - ¿Saldré esta noche o mañana? Termino 4.000 ezas solamente al mediodía. Tengo dolor de cabeza (y aún

en ello de la 1 y cuarto a las dos menos cuarto). La máquina se estropea de nuevo, tal como ocurrió el

eves. La fresa, no obstante, es completamente nueva. Lu­' el capataz de la boina, me repite (más dulcemente) que

go demasiado. Pero estoy segura que, de hecho, es él que ha apretado lo bastante. Sea lo que sea, y como también

era cierto que la fresa se había estropeado el viernes por la he sin que yo me diera cuenta, hasta el extremo de que

derta cantidad de piezas ni tan sólo fueron tocadas por la . he de perder mucho tiempo escogiendo y rehaciendo. bién pierdo un buen cuarto de hora (por lo menos)

mpañando a la española que busca un cubo de tala-·na para su nueva máquina, demasiado pesado para que Ueve ella sola ; el peón encargado de dar los lubrifi­tes se burla de ella y no la ayuda. En cuanto a la velo­

d, estoy desmoralizada por los reproches de Lucien. Sé e si esto vuelve a suceder, las cosas irán mal. Y, corno mpre, cuando no porigo en juego todas mis fuerzas sin

rlo más, para conservar la cadencia rápida, se amino­mi velocidad. Poco antes de mediodía, cuando no sabía aún que pre­

ba todo un nuevo montaje para mí, el capataz con len­me ordena cambiar la fresa y buscar las piezas con µn

de autoridad sin réplica ; obedezco sin decir nada, pero palabras tienen la virtud de hacerme subir a la salida

an-ebato de cólera y amargura que en semejantes situa-eiones se tiene escondida, pero viva constantemente en el

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fondo de una misma y siempre dispuesta a afluir de nu al coraz6n. No obstante, me he recuperado. Este capataz

un técnico incapaz ( ¿ peón especializado?, dice la eapañ que necesita hablar en tono de amo.

Empiezo las nuevas piezas a la 1'45. La máquina es n va. Paso en ellas cerca de una hora (la española hará 600 en 20 minutos). Después voy a pedir el cartón. Esto hace perder tiempo. (Al final resulta que no hay.) Un jov viene a llevarse las 400 piezas. Voy a decir a Leclere q no hay cart6n. Un tipo al que no conozco (con una bl

gris) le habla con familiaridad y, por lo que puedo ent der, en un tono poco placentero para Leclerc. Parece d contento de verme allí (se comprende) y su descontento

hace olvidar de pedirle las piezas. Después se pasea por taller ; no quiero correr el riesgo de que al ir hacia él

rega:fie, como ocurri6 la otra vez; espero y pierdo más un cuarto de hora. (También buscando al capataz de los

nos, que me dio las 400 piezas, para saber si tiene máS no lo encuentro.)

Leclerc me da al fin las C 4 x 16.

En compensación tengo al fin a Miguel para montar

la máquina. Son las 3'30 y no puedo ya pasar el cartón. ( el cierre de cuentas y no apuntan hasta mañana a las 3). retraso qu� tengo, pues, en lugar de recuperarlo (y es esto más que nada, por lo que hoy había venido) lo a to. Este pensamiento me desmoraliza, teniendo en cue la velocidad. Ya que lo que haré a partir de este mom contará para l.a quincena siguiente, que no haré entera, ¿q

me importa, pues, mi media horaria? Estoy deprimida

el dolor de cabeza, y voy -sin darme cuenta- muy, lentamente. Estas piezas no las terminaré hasta maiíana mediodía (y quizás ni al mediodía).

276

Martea. - He terminado htB C 4 X 16. Me cargan con un mochuelo. Un trabajo pMado y de8B.·

ble. Por suerte me pondré enferma el miércoles por mañana. En el taller se efectúa una colecta a favor de una obre­encmta. Dan 1 fr. o 1"50 fr. (yo doy 2). Escucho después

discusión en el vestuario (la misma historia había su­ido hacfa 1 año con la misma protagonista) . «Así todos años ! » . «Es una gran desgracia, eso es todo. Esto puede

erle a cualquiera.» «Cuando uno no sabe . . . no hay más edio que no . . . » La española contesta : «Yo opino que no es una razón para pedir, ¿y tú?». Digo «SÍ» con con-

ión y no insiste más. Al salir el lunes por la noche ya iba con la intención de

arme enferma el día siguiente por la mañana, por eso · é de no comer más que un bocadillo comprado a las 7, pañado de un vaso de sidra. Despierto a las 5'30 (ex­

feso). Como un panecillo el martes por la mañana, otro mediodía y 3 panecillos por la noche, y voy a píe a la puer­

de Saint·Cloud, con un café-exprés para hacerme dor­. . Este régimen tiene por efécto darme un estado de eu-Pero produce una lentitud extrema en el trabajo.

Jlilrcoles mañana. -Voy muy lentamente, pero por un do espíritu de contradicción me siento especialmente

y en forma. Lec1erc y Jorge (el jefe de equipo de los tornos automá­} vienen para entregarme los cartones de 1.000 piezas

latón. Leclerc me ve : «Si quiere V d. parar, pare».

Otros apuntes : El lunes siguiente sentí punzadas. Mi reintegro al tra·

fue inñnitamente más penoso de lo que había creído. días me parecen una eternidad . . . Sufro dolor de cabe­. . Estos tornillos C 4 x 16 me repugnan. Es un «buen

277

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trabajo» ; habría que hacerl� de prisa, pero no lo consi A duras penas lo he ter.minado, creo que a las 3'30. en un estado de gran postración y de amargura resultan del trabajo embrutecedor ; siento también una desgana tal. También tengo el miedo continuo de soltar la fresa.

no se produce, por suerte. Pero después tengo que tenec otra espera para hacer cambiar las fresas. Consigo por prk' mera vez cambiar la fresa sola, sin ayuda de nadie, y FeJi. pe dice que está bien centrada. i Victoria ! Esto es para algo mejor aún que la velocidad. Aprendo, después de mala experiencia, a regular yo sola el apretado del to y de la manivela del final. Lucien olvida, a veces, apre completamente.

Siento una gran pesadez durante todo el miércoles y jueves. Hoy al salir disfruto de las delicias del fresco de tarde. Chacha ...

Los paros habían empezado el día anterior a las 5 de tarde. Me acuerdo ahora también del martes anterior, en que creí desmayar, de tan pesado que estaba el ambi te, de tanto que sentía en el cuerpo un fuego molesto,

tanto dolor de cabeza como tenía . . . Juliette me dijo : «Fr de 1'5». Desmonté la fresa de 1, fui a cambiar las 5 y ti una a Felipe, diciendo simplemente: «Es del 1» (1).

En. Renault. Impresiones personales. Lange : es el jefe de taller, un antiguo capataz, un

niático del orden y de la pulcritud, aparte de esto .. . Ti siempre las cejas fruncidas, etc. ; guarda una actitud r tuosa frente a los jefes de equipo. Conmigo se suele trar bastante amable.

(1) Fragmento algo incoherente.

278

R.oger (sustituto de Leclerc) : es el capataz de los tala

Felipe : un tipo bruto, capataz de .los tornos. Tiene unos des ojos . . . , es rubio, alto, es otro de los capataces de

tornos. Lentes . . . Del resto del personal: Obreros : el armenio, el peón fresador situado al lado de

primera máquina, es un obrero amable y bondadoso que mea sobre «las mujeres que irán a la guerra» ; el italia­que le reemplaza es un tipo simpático. Obrera.s : Bertrand, otra vecina (Juliette), la principian­la que coquetea con Miguel, la rubia alta con 2 niños, la jer vieja de los tornos, la mujer del italiano, la del ta-o ...

Jefes de equipo : Fotin : ¡ qué tipo tan estupendo . . . ! De verdad. Gorcher: encargado de los tornos automáticos, divertido

simpático. Lecle-rc : jefe con su despacho delante del ascensor ; tra­a todo el mundo con un tono de superioridad intolerable. Miguel. Luci.ano.

¿Qué he salido ganando con esta experiencia? He adqui­o conciencia de que no poseo derecho alguno, sea cual ere, por lo que sea (y debo poner atención en no perder

conciencia). La capacidad de bastarme moralmente a misma, de vivir e'u este estado de humillación latente y

etua, sin sentirme humillada a mis propios ojos, la ca­dad de apurar intensamente cada instante de libertad

de camaradería, como si esto debiera ser eterno. He lo­do, también, un contacto directo con la vida . . . He corrido e l riesgo de hundirme. Casi lo he estado. Mi

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!ntmo y el sentido de mi dignidad han sido destruidos totalmente durante un periodo, cuyo recuerdo me b ria siempre si no fuera porque, hablando francamente, atavismos burgueses lo hacen factible. Ya rú me acuerdo. JI levantaba con angustia, iba a la fábrica con temor y traba! jaba como una esclava ; la pausa de tos mediodías era mí un desgarramiento ; la vuelta del trabajo a las 6 me cuarto, preocupada sobre todo por dormir lo suficiente, (e que no hacía) y de despertarme a tiempo ; todo era inso table, el tiempo era un peso intolerable. El temor -el do- de lo que se acercaba no dejaba de aprimirme el razón fuera del sábado por la tarde y del domingo. por mañana. Y el objeto de tal temor eran siempre las órd

El sentimiento de mi dignidad personal tal y corno sido fabricado por la sociedad burguesa está roto para Se debe construir otro (aunque el agotamiento extinga la conciencia de la propia facultad de pensar para quienes aat deberían verlo, ya que sufren sus consecuencias). Debo forzarme en conservar este otro sentido de la condición h mana que es antítesis del burgués.

Trabajando uno se da cuenta, al fin, de su propia im tancia.

La clase de aquéll08 que no cuentan -en ninguna situl­ci6n- a los ojos de nadie . . . y que no contarán jamás, U.. que lo que llegue (a pesar del último verso de la lnter� ial) . . . Esto es un problema.

La cuestión de Detoe'uf (el problema de la solid · obrera).

Problema que plantea condicion� objetivas Wes como· l.•, que los hombres puedan ser personas agradablea, J, 2.º, que produzcan.

280

Tenemos necesidad para nosotros mismos de signos u­de nuestro propio valer.

hecho capital no es el sufrimiento, sino la humilla­

Es posible que Hitler base su fuerza en esto (en lugar estüpido !{materialismo» . . . ).

i Si e! sindicc.lismo fuera capaz de dar un sentimiento de onsabilidad en la vida cotidiana . . . ! Las cosas cambia·

deberé olvidar esta observación : he encontrado pr-e en los seres rudos una gran generosidad de cora­y una aptitud para las ideas generales, en función di­

las unas de las otras.

Una opresión evidentemente inexorable e invencible no ndra como reacción inmediata la rebelión, sino la su·

ón . . . En Alsthom, sólo me rebelaba el domingo . . . En Renault llegué a una actitud más estoica. Fui capaz sustituir la aceptación por la sumisión.

281

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FRAGMENTOS ( 1 )

Notas para comprender el funcionamiento de las bricas :

Organizaci6¡i burocrática de la fábrica : teórica.ro las oficinas -auténticos órganos de coordinación- son alma de la fábrica. Los procesos de fabricación (una comprendidos los secretos de la fábrica) residen a11i eso en ellas varía mucho menos el personal que en los lleres, en donde, salvo los jefes de taller, los contrama tres, los guardas de almacén, etc., todo es susceptible hallar recambio. Sobre todo los peones ; pero, incluso, obreros cualificados J,Jueden mudarse o se puede presci de ellos. Un tornero de Alsthom puede ser sustituido uno de Citroen sin que nadie se dé cuenta del cambio. ( un obrero cualificado. está sujeto a la empresa, únicam lo está por mediación de la máquina, y sobre todo se no esto en el caso del fresador).

Los peones quedan atados completamente a la emp Los capataces : son camaradas, con cierto carácter

fraternidad protectora. (Una obrera vieja encuentra na ral que un capataz de 25 años tenga que guiarle . . . La ticipaci6n de las mujeres en la producción seguramente facilitado también la diferenciación en categorías.) Pero

(�) Deberían formar parte del diario de fábrica. Son anota .::ies inconexas, que fueron escritas durante su experimento de o ra (1934-1935) y en el año siguiente.

282

cter de los capataces cambia, sin duda, con las transfor­·ones de la producción. Aquí -en el sector productivo­siempre máquinas que montar (sobre todo en este mo­lo: un período de pedidos muy pequeños, que la ·empre-

rehusaría sin duda en un período más próspero). Segu­ente que donde hay m_enos máquinas a montar y más

ilancia, los obreros están más sujetos al jefe. Competencia. entre los obreros : un triunfo vergonzoso capitalismo, apoyándose en los más bajos instintos egofs­del hombr.e.

Pero, cuando se tiene ocasión de cambiar una mirada un obrero -al encontrarlo de paso, al pedirle cualquier . al mirar su máquina- su primera reacción es siem­la de sonreír. Es encantador. Esto es algo que sólo pasa

una fábrica. El director de una fábrica es allí algo así como el rey de

cla. Del�ga en sus subordinados las funciones poco bles, y se reserva para sf el lado agradable de su

pet Ot-ro punto a destacar : la sensación de estar entregado

una gran máquina cuyo funcionamiento se ignora, de par­par en un tinglado ignorando por completo a qué res­

e el trabajo que uno hace, y sin saber nunca lo que que hacer mañana, ni tampoco si los salarios serán

· uidos o si uno será despedido. Choca, también, el carácter poco adaptable de toda gran

·ca. iSe nota una gran cantidad de máquinas-herramien­especiales. Y todo se monta como si existiera una falta máquinas, cuando en realidad son éstas, muchas veces, que ,sobran. El carácter de la técnica y de la organización de las gran­fábricas modernas no va vinculado solamente a la pro­.

en serie, sino también a la precisi6n de las formas . obrero sería .capaz de hacer unas piezas tan precisas

283

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como las que hace una máquina? Y una nu!.qutna·herr ta especializada es muy cara sin una producción masiva.

La parte de artesanfa contenida en el trabajq del D Este es otro problema a estudiar.

Un ejemplo : un montador de prensa debe saber ap el tornillo de forma tal que la máquina obtenga justam la transformación deseada, pero no más (ejemplo : mis piezas equivocadas). Pero el montador hace todo su tra tanteando. Y, a pesar de todo, ha de sentirlo vivo y mo dose en la punta de los dedos.

En suma, ¿qué es, por ejemplo, lo que ha de saber capataz de prensas?

Le marcan a uno la herramienta en la hoja. (Aunque algunos casos hay que verificar o comprobar la eficacia la herramienta en función del dibujo : ángulos, etc.). guarda del almacén se lo envía, o si hace falta le en otra más apta. El obrero entonces deb e : 1.0 Saber a qué quinas puede adaptarse la herramienta. En ciertas nes, una herramienta puede adaptarse a varias máq • pero no a todas. Tal adaptación depende : a) de la es ra (aunque creo que en cuanto a la estructura la may de máquinas son equivalentes ; b) de la fuerza. La fu necesaria no está, según creo, indicada en el papel ; es que se debe experimentar y comprobar. Como se hacen siempre las mismas operaciones, la experiencia es la decide. Convendría estudi.ar este punto más detenida 2.0 Es preciso saber adaptar la herramienta a la má por medio de un montaje apropiado ( ¿ cómo?, cuestión a tudiar). 3.0 Montar el soporte de forma que esté debajo de herramienta (para ello hace falta intuición y oficio) y, gado el caso, es necesario hacerlo de forma que permita mar una posición cómoda en el curso del trabajo. 4.0 A tar el tornillo. Creo que eso es todo . . .

También es preciso notar que un capataz de prensas

284

perdido ante un torno o una fresadora, y viceverse. mantener un puesto seguro en la empresa, su especia·

ón es hasta cierto punto una ventaja : no se les reem­por gente venida de fuera. Pero, por otra parte, es

Inconveniente : si hay demasiados capataces en las pren­no tomarán uno para ponerlo en otra parte. El incon­

ente lo lleva consigo el sistema, ya que pueden ser re· zados siempre por un peón especializado.

Otra cuestión a estudiar : las herramientas (sus formas eficacia}. Para empezar hay que verlas en las máquinas

que trabajo. Veamos el papel del : peón en la máquina (yo . . . ) peón especializado obrero cualificado de la fabricación (¿los hay?) obrero cualificado del utilaje o herramienta¡¡ capataz guarda del almacén jefe de equipo jefe de taller delineante iDgeniero

director

segundo lugar conviene analizar y resolver : transposición y correspondencia (la forma de la he·

enta y su acción). ¡Se puede leer la acción de la herramienta al verla?

probaré. Debo preguntar al guarda del almacén. Hay también

cosas, además de las prensas . . .

185

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Hasta el presente sólo he visto a dos individuos fe]' con su trabajo :

- el obrero que está en el horno (debo informarme un poco sobre él),

- el guarda del almacén.

¿De dónde sale el jefe del equipo? He de observar1o

constantemente para saber qué hace (pensaré en ello día entero). Parece que papeleo. Vigila poco el trabajo (

servaciones a los obreros durante su trabajo, muy escas Es rarísimo verle cerca de una máquina.

¿De dónde sale el jefe de taller? ¿Qué hace? Parece se trata de trabajo mucho más concreto ; observar e tiempo pasa metido en su oficina.

Observaciones sobre el género de atención que rec el trabajo manual (pero teniendo en cuenta : 1.0, el cará especial del trabajo que hago ; 2.0, de mi temperamento).

(Cuando tengas parón, apáfiate para solucionarlo de en cuando.)

(Te hace falta una disciplina de la atención muy n para ti : saber pasar de la atención ligada a un servili

a la atención libre propia del ejercicio de la refle2..ión, e · versamente. Sin ello, un obrero se embrutecerá o bien

cargará el trabajo. Esto es una auténtica disciplina.)

Peones especializados : todos son hombres (no obs

me ha dicho el guarda del almacén que hay cortadoras

pecializadas, pero jamás he visto a una mujer tocar una quina, a no ser trabajando en ella). Montan sus prop'as

quinas (aconsejadas si es preciso por el capataz). Han de ber leer los dibujos, etc. ¿ Cómo han aprendido a fno una máquina? Nuevo problema a dilucidar.

Peones en la máquina. Mujeres. Su contacto con las

quinas parece consistir únicamente en conocer lQs trucoa

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peligros de cada una, así como el peligro que cada una porta de equivocar las piezas. Llegan a percibir que tal

cual máquina que les es familiar no marcha bien. Esto ocu­con las que llevan años en la fábrica.

Al jefe de taller no le gusta que los obreros que momen­eamente quedan sin trabajo se reúnan en grupos nume­, Pal'a charlar. Sin duda teme que pueda engendrarse

este modo algún mal viento . . . Los obreros, sin embargo, len ºº' extrañarse por cosas semejantes ni se preguntan

era el porqué de tales prohibiciones. Su comentario es : s jefes . . . están hechos para mandar».

Hoy, jueves. Drama en la fábrica. Han despedido a una ra porque había equivocado 400 piezas. La mujer está rcul��a, el marido en paro la mitad del tiempo, y los os (h1Jos de otro, creo) son educados por la familia del

e. Los sentimientos de las otras obreras son mezcla de d Y de «le está bien empleado», como hacen las niñas cla�. Según parece, era mala obrera y mala compañera. diversos comentarios : había alegado la oscuridad (des­de las 6'30 se apagan todas las lámparas). «Pero yo hice cosas o tales otras», se explican las demás. No debe.

haberle respondido al jefe (había rehusado el trabajo), a haber ido al subdirector y decirle : «Me equivoqué,

, etc.ll. «Cuando una debe ganarse la vida, tiene que por todo.)> «Cuando una tiene que ganarse la vida

fijarse más en las cosas» (1). '

Observaciones sobre algunas obreras : mujer vieja que se fue a Rusia en 1905 -que no «se

a nunca cuando vivía sola porque leía por la noche-

1 Debe ser la repetición de otra nota anterior, porque e¡¡ta lubei·culosa no es la misma que menciona en el diario de

> durante su estancia en Alsthom, en las págs. 206 y si-

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y que tiene una gran admtraclón por Schwarmerei. (R

rrección) de Tolstoi: «sublime>, dice, ceste hombre

prende el amor.. La que tiene un porte de reina y su marido trabaja

Citroi!n.

La de treinta y seis años y que vive con aus padree La alsaciana.

Recuerdo a algunos obreros : El guarda del almacén. El viejo ajustador y profesor de violín. El rubio con aires de conquistador, peón Jacquot. El capataz jefe.

· El chico gordo del Norte, capataz. El tipo simpático con lentes ( ¿capataz o jefe de equl El hombre del horno, que siempre canta.

• • •

La ignorancia total sobre el propio trabajo es algo

sivamente desmoralizador. No se tiene el sentido de que que se produce es el resultado de los esfuerzos apll

Uno no se siente útil y compañero entre los produ

Tampoco se tiene el sentido de la relación entre el tra y el salario. La actividad parece impuesta arbitrariam y arbitrariamente retribuida. Se tiene la impresión de

un poco algo así como unos niños a los que la madre,

entretenerlos, les da perlas para ensartar prometiendo les después bombones.

¿ Cómo saber qué es un obrero calificado? . . . Una pregunta a efectuar al encargado del almacbi:

que alguna vez se inventan herramientas? Otra pregunta : ¿Qué repercusiones han tenido son

olio de la industria el Tratado de mecdnica de d'Alem­

Y la Mecánica analítica de Lagrange?

• • •

El principio de las máquinas-herramientas. Me refiero a herramientas con transformaciones de movimientos. UilA encontradas es inútil, pues, que el movimiento a trans­

r sea imprimido por la mano. Pregunta : ¿ Pueden crearse máquinas automáticas li·

�? Serta ideal : 1.4 Que no existiese otra autoridad que la hombre sobre la cosa y no la del hombre sobre el hombre.

2! Que todo lo que en el trabajo no sea traducción de �ento en un acto, sea confiado a la cosa. (Que lo parcelario sea el hecho de la máquina . . . ) con una

universal de transformaciones de movimientos . . . Que todas las nociones físicas expresen directamente · ades técnicas (pero en forma de relación) : por ejem­: potencia (1).

• • •

Realizo una visita a la Escuela de Artes y Oficios. Ye intereso por los engranajes y las transformaciones movimientos. Después he de volver a empezar el trabajo. Procuraré

de Renault no demasiado .tarde .. . . :Vuelvo a trabajar en una fresadora : debo corregir el

o inintenurnpido» (tener hechas siempre 2.000 y algu­centenares más de piezas a las siete horas).

He de poner cuidado en apretar el tornillo. Y en poner aparte las piezas equivocadas.

Om.ltl.mos una referencia muy técnica y personal a Ja po­que puede realizar una máquina movida por una correa de 1Bi6n.

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Debo hacer caer las piezas en la caja (con un golpe pero no demasiado fuerte).

Arrebañar bien las piezas caídas en un montón de se Sacar serrín todos los dfas. Contar. Parar a las 6 y 1/2.

• • •

Otras cuestiones. Aprender a cortar con mayor rapidez las tiras metáli

(movimiento más continuo). Hacer más aprisa el laminado (a base de poner más a

sa las piezas . . . ) (y esto vale, también, para �os trabajos teramente nuevos, al cabo de cierto tiempo), tener idea las posibles dificultades, especialmente de cómo la máq · puede desarreglarse, de la lista completa de faltas a evt de forma que una vez conocida esta lista conviene de en cuando repetírsela una a sí misma mentalmente, No debe, tampoco, permitir que se aminore la marcha a ca de dificultades imaginadas.

Es preciso tomar un ritmo que venga definido sobre por un movimiento continuo que vaya de la pieza t da a la pieza nueva, de la pieza colocada al golpe de

Esforzarme sistemáticamente por coger maña al Y retirar la pieza ; sobre todo, maña al colocarla en. el porte (cosa muy importante), y que debo ·efectuar a de sostener la pieza con la mano y apretar el soporte un dedo ; nunca, empero, debo coger la pieza con la sino sólo sostenerla.

No debo olvidar que el donnir es lo más necesario el trabajo (1).

(1) Se refiere a la neceslda-0 de descanso para recuperar

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asimismo confeccionar una lista de tonterías co­as, y que debo evitar en adelante (leer esta lista dos

es por día) . l. Atiborrar la máquina. (con cartones) puede causar · ntes graves. 2. No mirar de mu.y cerca una pieza a cada instante . . .

equivocadas). 3. No conservar modelos. 4. Pcmer las piezas al revés (remachado ; error cometi­primero por dos veces ; ha hecho falta hacerlo varias

más para corregirlo). Pedalear con todo el cuerpo. C<mServar el pie apoyado en el pedal. Dejar una pieza en la herramienta (hay peligro de

pear la herramienta, hecho en el laminado}. 8. P&ner mal la pieza (no colocarla exactamente en el rte).

9. No untar cuando es necesario. 10. Poner dos piezas a la vez. 11. No fijarse en la posición de las manos del capataz. 12. No darme cuenta cuando le sucede alguna cosa a máquina (el caso de colarse piezas con Biol) . .. 13. Colocar una tira metálica más allá del soporte (con que rompi la heramienta el jueves 6 de marzo). 14. Pedalear antes de que la pieza esté colocada.

15. Retirar una tira metálica ya empezada. DejaT piezas no trabajadas, etc.

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FÁBRICAS DE RENAULT (Sefior B) (1)

Una de cada dos veces, un buen obrero constituye mal jefe de equipo. (Seria interesante contarle la h de Morillon.)

Respecto al talento de la organización, uno se pre de dónde viene. . . (hay alguna cosa que no marcha).

El (el director) y el ingeniero jefe tienen práctica las mismas funciones.

14-18 ; durante estos años se produjo adaptación del laje a la producción de guerra. Método cartesiano (di · de dificultades).

Se pasan el día ocupados en detalles a causa de los cu se plantean los problemas esenciales de la organización.

Sólo se preocupan de reglamentar detalles que son surdos o que están fuera del ámbito de la responsabif de aquel a quien se dirigen, o que son demasiado di.fí de evitar.

Problemas a aclarar : Por ejemplo, a Detoeuf se le acerca un subordinado

viene a exponerle una dificultad ante la cual -lo hace 9 cada 10 veces- aprueba la actitud del subordinado. La cima, hace una sugerencia brillante. Y el otro queda tento en cualquier caso . . . Por ejemplo, recuerdo tam el caso Tolstoi.

Cuestión de los diagramas, etc. Un jefe debe im · todo esto sin esfuerzo alguno ; no debe haber duda Es preciso encontrar las ideas mirando las estadísticas que mirando las cosas . . .

(Actúa también de ingeniero; busca nuevos modelos Trabajo principal : concordancia de las operaciones, ri�

(1) Se trata de Barenton! ¿o bien del sefior B. director t (1) Omitimos unas anotaclones sobre maniob�as.

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El señor B . es director técnico ; al principio, un simple ico (¿sin titulo? ¿es posible? ; debo pedir más detalles).

Accidentes : ocurren varios cada dla, en la fábrica, con media diaria de una hora de pérdida por persona.

Disminución de rendimiento vertícal, en estos últimos pos.

Los fundidores necesitan lentes de cristal triple. A me­o no se los ponen. ¿ Por qué? B. dice que no es a causa la cadencia, sino de la incomodidad (?). Los esmaltadores precisan de careta de cristal o de as­

ación para evitar la intoxicación del plomo. Algunos usan careta. Problemas de los despidos por infracciones del reglamen­de seguridad. Los polacos que trabajan aqui tienen necesidad de reci-6rdenes.

La Comisión de seguridad está formada por ingenieros, eantes, jefes de personal y obreros nombrados por B. los más inteligentes y los «malas cabezas»).

Debería resolver los problemas insolubles --sobre todo, detalles-- y muchos imprevistos . . . B. viene a verles . . .

reúne los ingenieros una vez por semana. Media de salarios : para los hombres, de 30 a 32 francos ; Jeres, 20-21.

Veo también a muchisimas mujeres efectuando una tra­pesadisimo y agotador.

M .. joven de 27 años --salido de la Central de Ingenie­hace 3 años- ha crecido en la fábrica . . . primogénito . . .

¿Hay que ser duro para conservar la claridad y la preci­de espíritu, la decisión?

¿Las matemáticas superiores no constituirán también

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(por ejemplo, en el caso de Chartier) un medio para cdo la atención matando la reflexión»? (1).

¿ Qué papel juega entre las gentes burguesas la cu del dinero? (2).

• * *

Aclaraciones que debo pedir a Detoeuf: ¿ Quién determina el utillaje? La compra de las máq

nas (quizá Detoeuf por sí m,ismo), etc., y según qué reg Debo preguntar al tornero:

¿Ha de efectuar cálculos? Guihéneuf me responde : «Es la experiencia . . . » Pero,

obstante, Detoeuf ¿qué dirá?

* • •

Problema del ritmo ininterrumpido. El trabajo a ¿lo supone siempre? La máquina dispensa al pens de la necesidad de intervenir, por poco que sea, incluso .pensa de la simple conciencia de las operaciones hechas; ritmo se lo prohíbe.

(Guihéneuf y sus manivelas . . . )

• * •

Visita a Guihéneuf : B"iografía : es carpintero, pasó 3 años en la escuela

fesional, donde recibió la influencia de un profesor lista (3). Ha recibido asimismo el influjo de la tradición

{1) Problemas que veremos expresados en otros f de S. W.

(2) El dinero como valor. (3) Socialista <lel Estado Ortodoxo,

suya trabajó en la U. R. S. S.

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pañerismo por parte de los v1e1os obreros. Ha efectua­su cvuelta a Francia» (1) yendo en cada ciudad a la sede su sindicato (desde el primer momento fue sindicalista, socialista), ha ido a la escuela nocturna ; se ha instruido,

toda, en lo que concierne a la fabricación de la roa­. Movilizado cuando apenas contaba 17 años y medio, destinado a la aviación y enviado a una escuela. Des-

s del armisticio, cuando continuaba movilizado, fue en­o a París a un ministerio. Licenciado en 1920, ha traba­

º de obrero en las fábricas de la aviación (?). Salió para ia en 1923, trabajó allí de obrero, en la fábrica de avio­; enviado después a Siberia, de inspector de una gran

presa de maderas, pasó seguidamente a ser director de fábrica ; logró doblar la producción de la fábrica sin

biar el utillaje. Después pasó a ser director de un corn-ejo industrial (fue siempre miembro del Partido, en el

ingresó en 1921 siguiendo a Monatte). Disgustado con régimen soviético, a través de la reflexión, pidió estudiar.

'bi6 una beca. Estudio todavía durante 3 años más. Ac-luego de ingeniero durante 6 meses en una fábrica de

ones (motores). Volvió por fin a Francia en enero de 1934. trabajo, buscó en vano una plaza de ingeniero, de co­tor, etc. Y terminó entrando de tornero (no habiendo ajado nunca en un torno) en una sección en la cual

ocia al contramaestre (un hombre vanidoso y brutal), jó a destajo en un torno no automático (del mismo

que el utilaje). Al cabo de 2 días, realiza las normas del jo. Hace casi un año que trabaja allí, no ha recibido

(1) Debió ser uno de los últimos en efectuarla. Se refiere a la llar forma que seguian durante el antiguo artesanado los oficia­franceses; su compagnonnage, o sea el ciclo para pasar a oficial. TClur de France (o viaje de estudios) fue desapareciendo a me­

que se fue incrementando la organización industrial.

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ningún golpe duro (1). Está, empero, cansado y embru cido (2).

Me proporciona informes : Sobre Rusia : los especialistas del Gosplan adquierel

habilidad, intuición. . . serían difícilmente reemplazables, de hecho serán irremplazables durante 10 años.

Sobre el trabajo obrero : mientras se realiza no se pu pensar en otra cosa, no se piensa en nada.

Sobre la técnica : papel de la materia. Ventaja de ha aprendido (las técnicas). Técnicas muy superiores, que la materia como una lengua, a través de la cual perci la realidad directamente.

Ejemplo : comprenden mejor una obra técnica, en lengua extranjera que ignoran, que si conocieran la le sin comprender las fórmulas (???) (3).

• • •

Una idea (4) : a propósito de Racine, la muerte ap en todo momento en sus tragedias ; héroes que desde principio corren todos hacia la muerte. La muerte está ellos (Ifigenia . . . ). Por el contrario, en Homero, $6foclea, drama consiste en que son pobres gentes, hombres y mu· res, que quisieran vivir, pero que están hundidos �r destino exterior, que les hiere hasta el fondo de sf (Ayax, Edipo, Electra).

(1) Nínguna aanc16n ni observación grave. (2) Es ésta una de las impresiones que más afectan a S. W. (3) Son notas muy desligadas. (4) Una vez más surge aquí -tal como hemos visto anteJ

las cartas al ingeniero director dt- la fábrica de R.- la de S. W. a los clásicos.

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Loe antiguos eran humanidad comtin. Las tragedias de ·ne son tragedias cortesanas. Sólo el poder puede crear desierto en las almas. Es un poeta inhumano, ya que si era la o:conrjición humana», todo el mundo estarla

nerto ... Es siempre el orgullo el que aparece humillado, en Ra­

e. ( jCon qué insolencia y qué crueldad . . . Tú lloras, des­ciad.a . . . Y por un cruel rechazo . . . ! ) Es la soberbia, en mero, Sófocles . . . ,(1). En esta diferencia aparece claro un hecho : doblar la 'lla � ésta es la esclavitud del cortesano, una servidum­

que no es física. Y bien claro está que la Andrómaca Racine ni trae el agua, ni teje la lana. Es de una manera

dislinta, en cambio, como se produce, para un obrero, situación en que se es humillado por un contramaestre . . . El poder. Sus especies y modalidades, sus grados, la pro­

transformación que opera en las almas. Capitán Y · ero (Peisson). Jefe de taller (Mouquet) y obrero . . .

Otra cosa : e n Homero, por ejemplo, Aquiles sabe correr, tera, Hector es domador de caballos ; Ulises es un hom­hábil. En Sófocles : Filoctetes sabe hacer algo, etc. A

héroes de Racine sólo les queda el poder puro, sin saber no. (Hipólito es un personaje sacrificado, ya que preci­ente él no corre hacia a la muerte.)

Nada· tiene, pues, de extraño que Hacine haya tenido vida privada de las más pacíficas que se conocen. Sus

edías son, en suma, frias ; no tienen nada de doloroso. lo es dolorosa la suerte del hombre de corazón, que quie­vívir y no puede conseguirlo (Ayax). (Los personajes de Racine son precisamente abstraccio­

;bes, en el sentido de que ya están muertos.) ¿Quién escribía : do Hacine escribe la palabra «muerte» no piensa en la

111 Seguramente faltan fragmentos del original.

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muerte? Nada es más verdadero. Por ejemplo : su extrema­do miedo a morir. En cambio, para sus héroes, como mll1 bien ha sido visto por la crítica, la muerte es una espera. Es necesario no tener más que 25 años para creer que � un hombre que escribe así, es un poeta humano . . .

Otra cuestión a prO'p(lnerme;· La mafia en el trabajo a máquina. ¿Dónde radica el ca­

rácter más o menos consciente de coger maña? (Por ejem· plo, el guarda del almacén y, por el contrario, los c�pataces, especialmente este bruto espeso de León). Lo humano 1 sensible y sus contrastes.

• • •

Una idea universal del trabajo mecánico : combina · de movimientos (ejemplo : fresa; conviene sacar la purl idea en estos ejemplos bien ordenados . . . ).

(Sobre este punto, Chartier no .tiene más que una v:ísitG< primaria y limitada del maquinismo.)

Seria conveniente ver la analogía del trabajo con la geG! metría . . .

La física, en una comparación paralela, quedaría di dida en dos partes :

l!, la de los fenómenos naturales, que son objetos contemplación (astronomía).

2.ª, la de los fenómenos naturales, que son materia y oba; táculo del trabajo.

No habría, en realidad, que separar geometría, física 1 mecánica (problema práctico) . . .

Se necesita un nuevo método de razonar, que sea abso­lutamente puro -y al mismo tiempo- intuitivo y concre�

Descartes está aún poco liberado del silogismo.

E¡.¡ preciso volver a meditar sobre el «conocimiento del

:Uercer género» : las dificultades, las complicaciones o gas­

tos evitables, aquellos de los cuales nadie se ocupa, porque

nadie está responsabilizado de ello. Pero ¿cómo saberlo?

¿ConYendrfa interrogar a Detoeuf? Es difícil, empero, que

me pueda aclarar algo, ya que por defir.ición ignora estas

• • •

El trabajo puede ser penoso (incluso muy penoso) de dos maneras muy distintas. Bien como resultante de una lucha Victoriosa sobre la materia y sobre uno mismo (horno), bien tomo resultante de una servidumbre degradante (las mil piezas de cobre a 0'45 por 100 de la 6.ª y 7 ... semanas, etc.).

B:r.isten grados intermedios, seguramente. ¿De dónde viene

Ja düe1·encia? Ei salario tiene alguna importancia, creo.

Pero el factor esencial es ciertamente la naturaJ,eza de ?:a ¡J>ert<l-. Todo esto son cosas a estudiar de más cerca, a fin de discernirlas netamente y, si es posible, clasificarlas.

• • •

Una crítica de las matemáticas sería relativamente fácil. Habría que hacerla bajo un ángulo netamente materialista : 1os instrumentos (signos) han traicionado a grandes espiri­lus como fueron Descartes, Lagrange, Gallois y tantos otros. Descartes en las Regulae se dio cuenta de que la cuestión de los signos era esencial, y no sólo por su exactitud y pre­tisión, sino por cualidades aparentemente secundarias, ta­les como la manejabilidad, la facilidad, etc., que, en apa­Jiencia, sólo comportan diferencias de grado ; pero la rea­lidad es muy distinta, y por otra parte : «la cantidad se cam­bia en cualidad». Pero Descartes se paró a mitad de camino, y su Geometría es casi la obra de un vulgar matemático

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(aunque sea de un matemático de primer orden). Una crfttca minuciosa de los signos sería fácil y útil. Pero el gran pl'O! blema sería efectuar un esbozo positivo.

(Relación de los signos y de la burocracia.) Debo buscar también las condiciones materiales del pen:-:

samien to claro. ¡ Cuán fácil (y düícil, al mismo tiempo) sería encontrar:

la alegría en todos los contactos con el mundo . . . !

• • •

¿En qué consiste la dificultad del ejercicio del entendi­miento? En que sólo se puede reflexionar verdaderamente sobre el particular, mientras que el objeto de la refleDóll es por esencia universal. Ignoramos cómo resolvieron lol griegos esta dificultad. Los modernos lo han resuelto por medio de signos, que representan lo que es común a tJCJrial cosas ; luego, esta solución no es buena. La mía es . . .

(Descartes habría visto el defasamiento formidable en-: tre las Regulae y la Geometría si no hubiera cometido JI falta imperdonable de haber escrito esta última como Ult matemático vulgar.)

De dos maneras se compr�nde una demostración . . .

• • •

En toda operación matemática tinguir:

P Dados determinados signos, por medlo de leyes � venciona1es, ¿qué podemos llegar a saber de sus relacion• mutuas? Se debería llegar a una concepción lo bastante cJa. ra de las combinaciones de signos, tomados como tale$ (¿� ría de los grupos?).

300

2.• La relación entre las combinaciones de signos y los problemas reales que presenta la naturaleza (esta relación

'ste siempre en una analogfa). Por lo que concierne a las combinaciones de signos, to­

mados como tales, haría falta un catálogo completo de las dificultades, teniendo en cuenta las que hacen referencia al

po y al espacio. En cuanto a la aplicación, un estudio clarividente deja­

rla ver, sin duda, que ésta no descansa, en absoluto, sobre

propiedad de representar las cosas contenidas en los síg­(cualidad oculta), sino sobre la analogía de las opera-

i.es. Harla falta ima lista de las aplicaciones de las ma.temó.-

No existe un concepto general de la ciencia . . . Relacionar los efectos de los movimientos ascendente y

endente perpetuos de las cosas a los símbolos ; a unos bolos, que son cada vez más y más abstractos; y traspa·

los de los símbolos a las cosas. Ejemplo : geometría y a de los grupos (invariables . . . ) (lo continuo y lo dis-

ntinuo . . . ) . ¿Es preciso hacer una lista de las dificultades que com­

f!Ortan los trabajos? Difícil.

¿Y la de una serie de trabajos? Algo puede ayudarnos : mecánica tiene el máximo de relaciones con las matemá-

También la serie de signos, muestra del esfuerzo perpe­de los que los crean, pueden servir para hacer las com­ciones cada vez más análogas a las condiciones reales trabajo humano.

• • •

Amo y servidor. Existen hoy servidores absolutamente ores, sin el retroceso hegeliano . . .

301

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Esto se debe al dominio sobre las fuerzas de la natu­raleza . . .

• • •

En todas las demás formas de esclavitud, ésta se halla en las circunstancias. Solamente hoy día en la condición obrera ha sido traspuesta al trabajo mismo.

Conviene estudiar lo.!; efectos de la esclavitud sobre el alma.

• • •

Lo que cuenta, en una vida humana, no son los aconte­cimientos que dominan el curso de los añmi, o incluso el de los meses o el de los días. Sino que es la forma con la e se encadena un minuto al siguiente, y lo que cuesta a una en su corazón, en su cuerpo, en su alma -y por enciml de todo, en el ejercicio de su facultad de atenci6n­efectuar minuto a minuto este enc3.denamiento.

Si yo escribiera una novela, haría algo completamente nuevo . . .

Conrad : me indica l a unión entre e l verdadero (el jefe, evidentemente . . . ) y su barco, una unión tal, cada orden debe llegar por inspiración, sin dudas ni inc <lumbre. Lo cual supone un régimen de atenc'ión muy tinto al de la reflexión y al del trabajo servil.

Otras cuestiones ·que ello plantea: l.º ¿Existe alguna vez una tal unión entre un obrero

su máquina? (Difícil de saber.) 2.º ¿ Cuáles son las condiciones de una tal unión�

302

a) En la estructura de la máquiná. b) En la cultura técnica del obrero. c) En la naturaleza de los trabajos. Esta unión es, evidentemente, la condición de la felici­

plena. Y sól.o ella puede hacer del trabajo un equiva­le del arte.

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CONDICION PRIMERA

DE UN TRABAJO NO SERVIL < 1 >

Existe en el trabajo manual y, en general, en todo ti de trabajo de ejecución, que es al fin y al cabo el tra propiamente dicho, un elemento irreductible de servid bre que, incluso, una perfecta equidad social no cons hacer desaparecer. Este elemento surge como consecuen del hecho de que su ejecución viene gobernada por la cesidad y no por la finalidad. Se efectúa a causa de la sidad, no en vistas a hacer un bien «porque hay que la vida», como vulgarmente dicen los que pasan su cia en él. Se aporta un esfuerzo, al término del cual, d cualquier punto de vista, no se tendrá más de lo que se tiene ; y, en cambio, sin este esfuerzo se perdería incl lo poco que se tiene.

Pero, en la naturaleza humana, no existe para el esi zo otra fuente que el deseo. Y no pertenece al hombre sear lo que ya tiene. El deseo es una orientación, un cipio de movimiento dirigido hacia alguna cosa. El

miento hacia un punto en el cual no se está. Si el movimi to, apenas empezado, se desarrolla en torno al punto partida, al igual corno lo hace la ardilla en la jaula, o

(1) Escrito en Marsella en 1914 -en el mismo periodo que cribió experiencias de la vida de fábrica- este artículo a parcialmente en el núm. 4 de la revista Cheval de Troie, en

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pueda hacer un condenado en su celda, este girar contj­e.nte conduce de manera rápida al agotamiento.

El agotamiento, el cansancio y el fastidio constituyen la tentación de todos los que trabajan, sobre todo de los

e,stán en condiciones inhumanas, pero incluso de los , que están situados de forma algo mejor y a veces,

bién, esta misma tentación hiere a los mejores. ExisLir no es un fin en sí para el hombre; es solamente soporte de todos los bienes ; tanto da que sean verdad e­

º falsos. Los bienes se añaden a la existencia. Cuando parecen, cuando la existencia ya no viene adornada por

alguno, cuando está desnuda, no guarda ya ninguna ión con el bien e incluso es un mal. Y lo es en el mo­

nto mismo en que se sustituye a todos los bienes ausen-y se transforma en sí misma, constituyéndose la exis­.

en el único fin, el único objeto del deseo. El deseo alma se encuentra, en tal caso, sujeto a un mal desnudo

8ln velo. El alma se encuentra entonces presa de horror. Este horror es aquel mismo que se da en el momento creto en que una violencia inminente viene a infligir

alguien la muerte. Este momento de horror se prolonga­

en otros tiempos, durante toda la vida para todo aquel , (iesarmado por la espada del vencedor, no era muerto o consecuencia de la derrota. A cambio de la vida que

le dejaba mantener, el infeliz debía agotar en la esclavi­sus energías en esfuerzos continuos, a lo largo del día,

todos los días, sin poder esperar nada, sino el no ser muer­ni flagelado. Tampoco podía perseguir otro bien que el existir. Los antiguos decían que el día en que a un hom­

lo habfan hecho esclavo le habían quitado la mitad de alma (1). Pero toda condición humana en la cual una persona se

(1) La impresión y la situación de esclavitud son constantes en anotaciones sobre la condición obrera que efectúa s. W. (N. E. C.).

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11

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encuentra necesariamente en la misma situación el úl · día de un período de un mes, de unos años, de veinte de esfuerzos, que el primer día en que se comienza, cierta semejanza con la esclavitud. La semejanza co en la imposibilidad de hacer otra cosa distinta de la que se posee, de no poder orientar e� esfuerzo hacia la ad sición de un bien. Se hacen únicamente esfuerzos para sistir.

Todo es interminable en esta existencia; su finalidad se ve por parte alguna : la cosa fabricada es un medio; guna cosa que será vendida. ¿Quién puede ha:cer de ella bien? La materia, la herramienta, el cuerpo del traba) su alma, son asimismo medios para la fabricación. La cesidad está por todas partes, el bien no se encuentra parte alguna.

No hay que buscar en otras partes las causas de la moralización del pueblo. La causa está ahí, es permane es esencial a la condición del trabajo. Lo que sí debe ha es buscar las causas que, en épocas anteriores, han im do que la desmoralización se produjese. Veamos : una inercia moral, un gran esfuerzo físico que convierte el fuerzo en algo casi insensible permite soportar este De otra forma, hacen falta compensaciones. La ambición otra condición social para uno mismo o para los hljos por ejemplo, una de ellas. Los placeres fáciles y violen constituyen otra compensación : compensación de la · naturaleza, tanto da que sea el ensueño en lugar de la bición. El domingo es el día en que se quiere olvidar existe una necesidad de trabajo. Para ello hay que g dinero. Es preciso estar vestido como si no se trabajara. necesario dar una serie de satisfacciones a la vanidad T las ilusiones de poder que las licencias morales propo nan con mucha facilidad. El libertinaje tiene, ex.actam una función análoga a la de un estupefaciente, y el uso

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pefacie.ntes constituye siempre una tentación para los sufren. En fin, la revolución incluso es una compensa­de la misma naturaleza : es la ambición transportada lo colectivo, la loca ambición de una asociación de todos

ltabajadores a una plataforma situada fuera de la condi­de trabajadores.

E1 sentimiento revolucionario es -en una fase primera, la -mayoría- una rebelión contra la injusticia, pero llega

aer, también en la mayoría, .tal como ha ocurrido históri­ente, un imperialismo obrero absolutamente análogo al rialismo nacional. Tiene por objeto la dominación, real-

te, ilimitada de cierta colectividad sobre la humanidad a y sobre todos los aspectos de la vida humana. l..a didad se encuentra situada en el hecho de que, en esle

eño, la dominación estaría en manos de los que ejecu­trabajos y que, por consiguiente, no pueden dominar.

En cuanto que constituye una rebelión contra la injus· social, la idea revolucionaria es buena y sana. En tan·

que constituye una rebelión contra la desgracia esencial la condición misma de los trabajadores, es una mentira.

que ninguna revolución suprimirá esta desgracia_ Pero mentira -como evasión- es lo que tiene un éxito mayor, que esta desgracia esencial de la condición del trabajo

siente mucho más vivamente, más dolorosamente que la usticia misma. Por otro lado, empero, dicha rebelión con­

esencialmente a la revolución, al tiempo que, en otra la esperanza de la revolución es siempre un estupe­. nte.

La revolución satisface asimismo el deseo de aventura, es la cosa más opuesta a la necesidad y que es incluso reacción contra la misma desgracia. El gusto por las las y los films policíacos y la tendencia a la crimina­

en los adolescentes corresponde también

..

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Los burgueses han sido muy inocentes al creer que la, buena receta para librarse de preocupé.tciones consistia ea transmitir al pueblo el fin que gobierna su propia vida bur. guesa ; es decir, posibilitar la adquisición del dinero.

llegado en esta línea hasta el límite de lo que les paree posible a través del trabajo a destajo y a la extensión los cambios entre las ciudades y el campo. Pero con

no han hecho más que llevar la insatisfacción hasta un gr&-; do de exasperación muy peligroso. La causa es simple. dinero, en tanto que es finalidad de los deseos y de los fuerzas no puede tener en su ámbito condiciones en cu interior sea imposible enriquecerse. Un pequeño indus · un pequeño comerciante puede enriquecerse y llegar a

un gran industrial o un gran comerciante. lin profesor, escritor, un ministro son indiferentemente ricos o pobr Pero un obrero que llega a ser muy rico deja de ser obrero y poco más o menos lo mismo ocurre con un caro sino. Un obrero no puede ser mordido por el deseo del nero sin desear salir, solo o con sus camaradas, de la e dición obrera.

El universo en que viven los trabajadores rehusa la lidad. Es imposible que dicho mundo se penetre de 6n a no ser que ello ocurra en breves períodos que corre$po den a situaciones excepcionales. El rápido equipo indusl de los países nuevos, tal como ha ocurrido en América Rusia, produce cambios sobre cambios a un ritmo tan r· ño que propone a todos, casi de día en día, cosas nuevas q esperar y que desear : esta fiebre de construcción ha el gran instrumento de seducción del comunismo ruso efecto de una coincidencia que se refería al estado eco co del país y no a la revolución ni a la doctrina mar. · Cuando se elaboran metafísicas a base de eiitas situado excepcionales, pasajeras y breves, como lo han becbo americanos y los rusos, tales metafísicas son mentiras.

La familia se procura sus propios fines en forma de niños

lOs cuales educa. Pero a menos de que se espere para ellos condición -y por la naturaleza de las cosas, taies aseen.

es sociales son necesariamente excepcionales� el espec­lo de ver a unos niños condenados a la misma triste tencia no impide el sentir dolorosamente el vacío y el , al mismo tiempo, de esta existencia.

Este vacío paradójicamente pesado hace sufrir mucho. sensible, incluso, a muchos de estos hombres, cuya cul­

es casi nula y cuya inteligencia es muy pequeil.a. Aque­personas privilegiadas que por su condición no saben lo es esto, no pueden juzgar con equidad las acciones de

que soportan dicho vacío durante toda su vida. No hace . pero es quizá mucho más doloroso que el hambre.

cho más. Quizá sería literalmente verdadero decir que pan es menos necesario que el remedio a este dolor. No existe elección de remedios. Solamente existe uno,

solo. Una sola cosa hace soportable la monotonía, una de eternidad : es la belleza.

Existe un único caso en el cual la naturaleza humana porta que el deseo del alma se dirija no hacia lo que podría

o lo que será, sino hacia lo que existe. Este caso es la

eza. Todo cuanto es bello es objeto de deseo, pero no desea que el objeto sea otro, no se desea cambiarle nada, desea el objeto bello tal y como es. Se mira con deseo

cielo estrellado de una noche clara, y lo que se desea es, 'e.amente, el espectáculo que se posee. Ya que el pueblo está obligado a dirigir todo su deseo a

que ya posee, la belleza está hecha para él, y él para la

eza. La poesía es quizá un lujo para las otras condicio­sociales. Pero el pueblo, en cambio, tiene necesidad dC' a tanto como de pan. No de poesía encerrada en meras ras; ésta, por propia naturaleza, por abstracta y eva­

' no le sirve de nada. El trabajador tiene necesidad de

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que la substancia misma de su vida cotidiana sea ya poe Y tal poesía sólo puede salir de una sola fuente.

fuente es Dios. Esta poesía no puede ser ninguna otra q

la religión. Por ninguna astucia imaginable, por ningún cedimiento, ninguna reforma, ningún cambio radical la lidad puede penetrar en el universo en el que los tra dores están situados por su condición misma. Pero este verso puede quedar suspendido con la única condición que sea variado. Puede estar unido a Dios. Porque la dición de los trabajadores es aquella en la cual el ham de finalidad, que constituye el ser mismo de todo hom no puede ser satisfecha sino por Dios.

Este es su privilegio. Sólo ellos lo poseen. En todas restantes condiciones, sin excepción, se proponen otros r particulares para la actividad. No existe fin particular guno, aunque éste sea el de la salvación de un ahna o varias, que no haga pantalla a Dios y le esconda. Es n rio, por medio del desprendimiento, atravesar la p Para los trabajadores no existe pantalla alguna. Nada separa de Dios. No tienen más que levantar la cabeza.

La dificultad para ellos estriba en levantar la ca No tienen, como todos los otros hombres no prole algo que les sobre y de lo cual deban desprenderse con fuerzo. Para el obrero, la situación es distinta. Tiene de menos. Le faltan intermediarios. Cuando a los ob se les ha aconsejado pensar en Dios y hacerle ofrenda sus penas y de sus sufrimientos, quienes lo han hecho no han realizado nada por ellos.

La gente va a las iglesias ex profeso para rezar ; y, obstante, sabemos que no podrán hacerlo si no se alim su atención por medio de intermediarios que sostengan orientación hacia Dios. La arquitectura misma de la igl las imágenes de las cuales está llena, las palabras de la turgia y de las oraciones, los gestos rituales del sace

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tituyen estos intermediarios. Fijando la atención en , el ánimo se encuentra orientado hacia Dios. ¡ Cuánto or por tanto es la necesidad de tales intermediarios en l�ar del trabajo, a l cual se va solamente para ganarse • vida ! ¡Ah ! , en la actual realidad, todo acerca el pensa­

nte a la tierra. No podemos poner imágenes religiosas en la fábrica y po�er a los que trabajan que las miren. No se les puede

erir, t�mpoco, q.ue rezen oraciones cuando trabajan. Los

cos obJetos sensibles en que pueden fijar su atención son matm.�a, las herramientas y los gestos de su trabajo. Si ob�etos �ismos no se transforman en espejos de la

es imposible que durante el trabajo la atención sea ntada hacia la fuente de toda luz. No existe, pues, ne-

dad más apremiante que la de realizar esta transforma-

¿Es posible que en la materia se encuentre, tal y como ofrece al trabajo de los hombres, una propiedad de refle­la luz? Intentemos comprobarlo, ya que no se trata de icar ficciones o símbolos arbitrarios. La ficción la ima­ción, el ensueño, en ninguna parte están men�s en su

que en lo que concierne al reflejo de la verdad. Pero, suerte para nosotros, existe una propiedad reftexionan­

en la materia. Esta es un espejo empañado por nuestro to. B�sta con limpiar el espejo y leer los símbolos que

escritos en la materia desde toda la eternidad En el Evangelio encontramos algunos. En una

. habita­

se tiene necesidad de pensar en la muerte moral en vis-ª

. un nuevo y verdadero nacimiento, después de leer o

ll"Se las palabras que hacen referencia al grano, al que la �u�r.te hace fecundo. Pero el que siembra puede, si

re, dmgir su atención a esta verdad sin ayuda de pala­alguna, a través d e su propio gesto y del espectáculo grano que sepultamos en la tierra. Si no razona sobre

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ello si lo mira solamente, la atención que dirige al cum 1 • , miento de su tarea no está imoc::Jida, sino que va dfr1 hasta su más alto grado df' inte"nsidad. No es en vano se llama a Ja atención r� Ligiosa la plenitud de la at

· Y la plenitud de la atención no es otra que la oración.

. Lo mismo ocurre con la separación del alma y de C que seca el alma como se seca el sarmiento cortado d� vid. La vendimia dura días y mti.s días en los grandes

dos. Pero también existe abí una verdad qi.1e puede mir días y días sin agotarla.

Sería fácil descubrir inscritos desde tod a la eternidad, Ja naturaleza de las cosas, muchos otros símbolos ca de transfigi.trar no sólo el trabajo en general, síno cada.

bajo en particular. Cristo es la serpiente de bronce que ta con mirarla para escapar a la muerte. Pero hay que der mirarla ininterrumpidamente. Para ello es necesario las cosas sobre las cuales las necesidades y las obligaci de la vida nos obUgan a dirigir la mfrada, reflejen lo q ellas m ismas nos impiden ver directamente. Seria muy traño que una iglesia, construida por ta mano del hom estuviera llena de símbolos y que el universo, hecho Dios, no estuviese inlinitamente repleto de ellos. Pero está. indiscutiblemente. Sólo necesitamos saber leerlos.

La imagen de la Cruz, comparada a una balanza por himno de Viernes Santo, podria ser una fuente de insp ción inagotable para los que arrastran cargas. manejan Jancas y están fatigados por la noche a causa del peso de cosas. En una balanza , un peso considerable y próximo punto de apoyo puede ser levantado por un pequeño situado a gran distancia. El cuerpo de Cristo era un bien pequefto -si se considera desde un punto de vista sico-, pero por su distancia entre el cielo y la tierra efectuado el contrapeso deJ Lmivf"rso. Este es de.'llasiado sado y. frecuentememe, haC'e doblegar d cuerpo Y el :312

ba.io el cansancio. Pero el que se acerca al cielo hará fácil­mente de contrapeso. El que sólo una vez se haya dado cuen­ta de este pensamiento no puede quedar en adelante volun· tariamente distraído por el cansancio, la pena y el fastidio. No puede hacer nada más que situarse. volver a su punto.

El sol y la savia vegetal hablan conlimiamente en los campos de lo más grande que existP en el mundo. I\o vivi­mos de otra cosa que de la energía solar : la comemos, nos mantiene en pie , hace mover nuestros músculos y, corpo­ralmenLe, opera en nosotros mismos todos nuestro:; actos. Exjste, por otro lado, y quizá bajo formas distintas, la 'dnica. cosa que, en el universo, constituye una fuerza an­tagónica a la pesadez : la savia ; asciende a los árboles y por medio de nuestros brazos levanta pesos, mueve nues­tros motores. Procede de una fuente inaccesible y a la cual no podemos acercarnos ni un solo paso. Baja continuamen­te sobre nosotros. Y aunque nos bañe perpetuamente, no la podemos captar. Unicamente el principio vegetal de la clorofila puede captarla para nosotros y hacer de ella nues­tro alimento. Sólo es preciso que la tierra esté preparada conYenienlemente por nuestros esfuerzos : entonces, por Ja clorofila, la energía solar se hace sólida y entra en nosotros -en forma de pan, en forma de vino, en forma de aceite, en forma de frutos. Todo el trabajo del campesino consiste en cuidar y servir esta virtud vegetal que es imagen perfecta de Cristo.

Las leyes de la mecéinica, q11e deriYan de la geometría '1 que;; mandan nueslras máquinas, contienen verlades so­brenaturales. La oscilación del movimiento alternativo es la bnagen de la condición terrestre. Todo cuanto pertenece a las criaturas es limitado , excepto el deseo en nosotros, que es la marca de nuestro orige n ; y nuestras apetencias, qu e nos hacen buscar lo ilimitado aquí abajo, son. por ello, nues­

tra única fuente de error y de crimt'n. Los bienes que con-

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tienen las cosas son limitados, finitos ; los males, también, y, en forma general, una causa no produce un efecto deter­minado más que hasta un cierto punto, un punto más allá del cual si dicha causa continúa actuando el efecto se im'ier· te. Es Dios el que impuso a toda cosa un límite, un límite por el cual el mar está encadenado. En Dios no hay más que un acto eterno e intransmutable que se cierra en sí mismo y que no tiene por otro objeto que a sí mismo. En las cria· turas existen movimientos dirigidos hacia fuera, pero que por su límite están sujetos a oscilar ; esta oscilación es un reflejo degradado y pálido de la orientación hacia sí mis­mo, que es en su plenitud algo exclusivamente divino. Este víncuio tiene como imagen en nuestras máquinas a la rela­ción del movimiento circular con el alternativo. El circule> es también el lugar de los medios proporcionales ; para ha­llar de una forma perfecta y rigurosa la media proporcional entre la unidad y un número determinado que no sea cua· drado, no existe otro método que trazar un círculo. Los n(I. meros, para los cuales no existe mediación alguna que les una naturalmente a su unidad, son las imágenes de nuestra miseri a ; y el círculo que viene de fuera, de una manera trascendente en relación al ámbito de los números, trae y realiza la mediación que es imagen del único remedio a esta miseria. Estas verdades y muchas otras están escritas en el simple espectáculo de una polea, que determina un movi­miento oscilante ; aquéllas pueden leerse por medio de co­nocimientos geométricos muy elementales. El ritmo mismo del trabajo, que corresponde a la oscilación, las hace sensi­bles al cuerpo y una vida humana es un plazo muy corto para contemplarlas.

Podrían encontrarse muy bien otros muchos sfmbolOS. algunos de ellos más íntimamente ligados al comportamien-: to mismo del que trabaja. A veces le bastaría al trabajador con extender su atención a todas las cosas sin excepción

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con ampliar su actitud ante el trabajo, para poseer la ple­nitud de la virtud. Podrían hallarse también símbolos para aquéllos que tienen necesidad de proceder a la ejecución de otros trabajos distintos al trabajo físico. Podrían encontrar­te para los contables en las operaciones elementales de la aritmética, para los cajeros en la institución de la moneda, y ast para todos. La capacidad es inagotable.

A partir de este punto se podría hacer mucho : transmi­tir a los adolescentes estas grandes imágenes, unidas a no­ciones de ciencia elemental y de cultura general, en los clrculos de estudios. Proponérselos como temas para sus fiestas, para sus bosquejos teatrales. Instituir en torno a ellas nuevas fiestas, como por ejemplo la víspera de un gran dla: el día en que un pequeño campesino de catorce años va a labrar solo por primera vez. A través de ellas hacer que los hombres y las mujeres del pueblo vivan perpe­tuamente sumergidos en una atmósfera de poesía sobre­natural, tal como se hacía de alguna forma en la Edad Me­dia. Ya que todo es posible, ¿ por qué limitarse a la amu1-cf6n de un Bien?

De esta forma se evitaría a los obreros el sentimiento de inferioridad intelectual, tan frecuente y a veces tan doloro­

IO, y también la orgullosa seguridad que se sustituye, a ve­

ces, después de un ligero contacto con las cosas del espíri­

tu. Los intelectuales, por su lado, podrían de esta manera

!C!Vitar al mismo tiempo el desdén injusto y la especie de

deferencia, no menos injusta, que la demagogia ha puesto

de moda hace algunos años en determinados medios. Unos

otros se unirían, sin desigualdad alguna, en el punto más

to, el de Ja plenitud de la atención, que es el de la pleni­

Wd de la oración. Por lo menos, los que pudieran. Los otros

aabl'Ían, al menos, que existe este mundo y se representa­

rJan la diversidad de caminos ascendentes, la cual diversi­

dad al mismo tiempo que produce una separación en los ni-

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veles inferiores, tal como lo hace el espesor de una monta­ña, no impide ver la igualdad.

Los ejercicios escolares no tienen otro fin serio que la formación de la atención. La atención es la única facultad del alma que tiene acceso a Dios. La gimnasia escolar ejer­ce una atención inferior discursiva, la que razona ; pero, lle­vada con método conveniente, puede preparar la aparición. en el alma, de otra atención, la más alta, la atención intuf. tiva. La atención intuitiva, en su pureza. es la única fuente del arte perfectamente bello, de los descubrimientos cientí· ficos verdaderamente luminosos y nuevos ; es la filosofía que va verdaderamente hacia la sabiduría, es el amor del pró­jimo realmente socorrible ; y es ella la que, orientada direc· tp.mente hacia Dios, constituye la verdadera oración.

De la misma manera que una simbología permitiría ca­var y segar pensando en Dios, un método que transformase los ejercicios escolares en preparación para esta especie su­perior de atención permitiría a un adolescente pensar en Dios mientras se aplica en un problema de geometría o 1!11 una versión de latín. Por falta de todo esto. el trabajo inte­lectual, bajo su apariencia de libertad, e5 también un tralJa. Jo servil.

Los que tienen distracciones sienten la inquietud. para lle­gar a la atención intuitiva, de ejercer hasta el límite sus fa� cultades de inteligencia discursiva : si ello no es así, tales facultades constituyen un obstáculo. Sobre todo para aqué­llos a quienes su función social les obliga a jugar con estas facultades, no existe sin duda otro camino. Pero el obstácu­lo es pequeño y e l ejercicio puede reducirse a muy poca cosa para aquéllos a quienes el cansancio de un largo trabajo co­tidiano paraliza casi enteramente sus facultades. Para ellos, el trabajo mismo que produce esta parálisis, a menos que sea transformado en poesía, es f'I camino que lleva a la aten­ción intuitiva.

En nuestra sociedad, la diferencia de instrucción produ­ce, mucho más que la diferencia de riquezas, la ilusión de la desigualdad social. Marx, cuya opinión es importante cuan­do se trata simplemente de descubrir el mal, ha acusa­do legítimamente como tipo de degradación la separación del trabajo manual e intelectual. Pero no sabía que, en cualquier ámbito, los contrarios tienen su unidad en un pla­no trascendente, por relación de uno a otro. El punto de uni­dad del trabajo intelectual y manual se encuentra en la con­templación, que no es un trabajo en ninguna sociedad. El que maneja una máquina no puede ejercer el mismo tipo de atención que el que resuelve un problema. Pero uno y otro pueden igualmente, si así lo desean y si tienen un mé­todo, ejerciendo cada uno el tipo de atención que constituye su propio papel en la sociedad, favorecer la aparición y el desenyoJvimiento de otra atención situada más allá de toda obligación social, una atención que constituye una relación directa con Dios.

Si los estudiantes, los jóvenes campesinos y los jóvenes obreros se representasen en forma absolutamente precisa, tan precisa como los engranajes de un mecanismo claramen­te comprendido, las diferentes funciones sociales como cons­tituyendo preparaciones igualmente eficaces para la apari­ción en el alma de una misma facultad trascendente, siendo únicamente ella la que posee un valor, la igualdad vendría a ser una cosa concreta. Se produciría entonces, al mismo tiempo, un principio de justicia y de orden.

La representación precisa del destino sobrenatural de cada función social es lo único que puede dar una forma a la voluntad de reforma. Unicamente ella permite definir las injusticias. De otro modo es inevitable que nos equivoque­mos viendo como injusticias los sufrimientos inscritos en la natu1·aleza de las cosai, o atribuyendo a la condición huma-

.�l í

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na sufrimientos que son efecto de nuestros crímenes y que caen sobre aquéllos que no los merecen.

Cierta subordinación y cierta uniformidad son sufrimien· tos inscritos en la esencia misma del trabajo e inseparables de la vocación sobrenatural a que corresponden. No degra· dan. Empero, todo lo que se añade a esto es injusto y de­gradante. Todo lo que impide que la poesía cristalice alre­dedor de estos sufrimientos es un crimen. Y ya que no bas· ta con encontrar la fuente perdida de tal poesía, es necesa· rio, aún, que las circunstancias mismas del trabajo permi­tan que l_a poesía exista. Si estas circunstancias son malas, la matan.

Todo cuanto está indisolublemente unido al deseo o al temor de un cambio, a la orientación del pensamiento hacia el futuro, tendría que ser excluido de una existencia esencial· mente uniforme y que deba ser aceptada corno tal. En pri­mer lugar, debería suprimirse el sufrimiento físico, todo tipo de sufrimiento que no fuera consecuencia manifiestamente inevitable de las necesidades del trabajo. Ya que es imposi· ble sufrir sin aspirar al consuelo. Las privaciones estar.an mucho más en su lugar en cualquier otra condición soeial que en ésta. La comida, la vivienda, el descanso y las dis­tracciones deben ser de modo que un día de trabajo tomado en sí mismo quede normalmente vacío de sufrimiento físi­co. Por otra parte, lo superfluo es por sí mismo ilimitado, e implica el deseo de un cambio de condición. Toda la publi· cidad, toda la propaganda, tan variada en sus formas, que busca excitar el deseo de lo superfluo, tanto en el campo como entre los obreros, debe ser considerada como un cri· men. Un individuo puede siempre abandonar la condición obrera o campesina, ya sea por falta radical de aptitudes profesionales, ya sea por la posesión de aptitudes diferen· tes ; pero para aquéllos que ostentan esa condición, no de­bería existir cambio posible como no fuera el paso de un bien-

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t'J!tar estrechamente Li milado a un bienestar más amplio : no deberfa existir para ellos ocasión aJguna de temor de lle­gar a ser menos o de esperar llegar a más. Se debe evitar, pues, que los azares de la oferta y la demanda sean los due­fios de la situación.

El arbitrio humano constriñe el alma. sin que ésta pue­da defenderse, hacia el temer y el esperar. Es, pues, preciso que este arbitrio sea excluido del trabajo, tanto como ello sea posible. La autoridad no debe estar presente más que

en aquellos puntos en donde sea indispensable su presenci.-t. Asf, la pequeña propiedad campesina es mucho mejor que Ja grande. Y, desde luego, alli donde la pequeña sea posible, Ja grande es un crimen. Por la misma razón, la fabricación de piezas en un tallet· pequeño de artesano es mucho me­jor que la que se hace bajo las órdenes de un contramaestre.

Job alababa la suerte de que el esclavo no sienta más que Ja voz de su amo. Siempre que ta voz que manda se hace ofr, cuando podría ser sustituida por el silencio, es un mal in-

Pero el peor atentado, el que merecerla quizá ser asimi­lado al crimen contra el Espíritu Santo, el que no habría de

tener perdón si no fuera cometido por inconsciencia, es el atentado contra la atención de los trabajadores. Mata en el alma Ja facultad que constituye la raiz misma de toda voca· ción sobrenatural. La baja forma d e atención que exige el trabajo taylorizado no es compatible con ninguna otra for­ma de atención, porque vacía el alma de todo lo que no sea el mero deseo de velocidad. Este género de trabajo no pue­de ser transfigurado, y es necesario suptimirlo.

Todos los problemas de la técnica y de la economia de­ben formularse en función de una concepción que se dirija a lograr la mejor condición posible del trabajo. Tal <:Oncep­ción es la primera de sus normas : toda la sociedad debe

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estar constituida primeramente de tal forma que el trabajo no arrastre el hombre hacia abajo.

No basta con querer evitar los sufrimientos a los obreros, se debe querer su alegría. No una alegría lograda a base de placeres que se pagan, sino construida con alegrías gratui· tas que no atentan contra el espiritu de pobreza. La poesfa so­brenatural que debería inundar toda su vida, debería tam· bién estar concentrada en su estado puro, manifestándose de vez en cuando a través de fiestas vibrantes y hermosas. Las fiestas son tan indispensables para la existencia como los kilométricos para la comodidad del viajero. Viajes gra· tuitos y educativos parecidos al circuito por Francia que se realizó en otros tiempos (1), deberían saciar en el obrero, durante su juventud, el hambre de ver y de aprender. Todo debería estar dispuesto para que nada esencial les falta­

se (2). Los mejores de entre ellos deberían poder poseer, en su vida misma, la plenitud que los artistas buscan indirec­tamente a través de su arte. Si la vocación del hombre con­siste en esperar la alegría pura a través del sufrimiento, 108 obreros están mejor situados que los demás para cumplirla en su forma más real.

..

(1) Nueva alu!ión al Tour de France de los antiguo• ollcia­le! (N. E. C.).

(2) Obsérvese la constante línea de reformismo proteclor y P• temalista que surge de una Simone Weil, todo corazón, pero de­formada por un ambiente cla1i1ta (N. 1il. C.).

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