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MISTERIO BUFO ESPECTACULO HEROICO, EPICO Y SATIRICO DE NUESTRA EPOCA Misterio Bufo es un camino. (1) Es el camino de la revolución. Nadie podrá predecir con precisión cuáles serán las cumbres que el hombre deberá escalar andando por ese camino. Hoy escuchamos, a menudo, las palabras de Lloyd George y mañana ese nombre lo olvida- rán los propios ingleses. Hoy, la voluntad de millones se dirige hacia, la Comuna y al cabo de cincuenta años, tal vez iremos al ataque de otros planetas embarcados en nuevos gigantes del aire, de la nueva Co- muna. Por eso dejando el camino (la forma), yo he cambiado algo el paisaje (el contenido). En el futuro, todos los que deseen poner en escena o imprimir ‘‘Misterio Bufo", podrán cambiar el contenido actualizando los perso- najes. ('-) Misterio Baío braS ^ intr0ducción de Maiacovski a la segunda versión de (2) Damos la versión de esta obra, en prosa, para facilitar la lectura.

Vladimiro Maiacovski - Misterio Bufo

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Texto dramático de la obra de Maiacovski que celebra el primer año de la conformación de la Unión Soviética

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Page 1: Vladimiro Maiacovski - Misterio Bufo

MISTERIO BUFOESPECTACULO HEROICO, EPICO Y SATIRICO

DE NUESTRA EPOCA

Misterio Bufo es un camino. ( 1)Es el camino de la revolución. Nadie podrá

predecir con precisión cuáles serán las cumbres que el hombre deberá escalar andando por ese camino.

Hoy escuchamos, a menudo, las palabras de Lloyd George y mañana ese nombre lo olvida­rán los propios ingleses.

Hoy, la voluntad de millones se dirige hacia, la Comuna y al cabo de cincuenta años, tal vez iremos al ataque de otros planetas embarcados en nuevos gigantes del aire, de la nueva Co­muna.

Por eso dejando el camino (la forma), yo he cambiado algo el paisaje (el contenido).

En el futuro, todos los que deseen poner en escena o imprimir ‘‘Misterio Bufo", podrán cambiar el contenido actualizando los perso­najes. ('-)

Misterio Baío braS ^ intr0ducción de Maiacovski a la segunda versión de (2) Damos la versión de esta obra, en prosa, para facilitar la lectura.

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P e r s o n a j e s

Siete pares de puros :

Negus de Abisinia. Radjá de la India. Pasha de Turquía. Especulador ruso. Chino.Persa bien alimentado. Clemenceau.Alemán.Pope.Australiano.Mujer del Australiano. Lloyd George. Norteamericano. Diplomático.

S iete paees de impuros :

Soldado rojo.Farolero.Chofer.Minero.Carpintero.Peón de campo. Lacayo.

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Herrero.Panadero.Lavandera.Costurera.Maquinista.Pescador esquimal.Cazador esquimal.

Conciliador.Intelectual.Señora con cartones.

Diablos: l 9, Beleebú; 2?, Superdiablo; 3° Mandadero; 49, Cen­tinela; 20 diablos con cuernos y colas.

Santos: l 9, Matusalem; 29, Jean Jacques Rousseau; 3?, León Tolstoi; 4?, Gabriel; 59, Angel l v; 69, Angel 29; 79, Angeles.

Sábaof o Dios Padre.

Personajes de la tierra pbometida:

1 - martillo, 2 - hoz, 3 - máquinas, 4 - trenes, 5 - automóviles, 6 - sierras, 7 - tenazas, 8 - agujas, 9 - serruchos, 10 - pan, 11 - la sal, 12 - el azúcar, 13 - géneros, 14 - botas, 15 - tabla con palanca, 16 - Hombre del Futuro.

L u g a r d e a c c i ó n

Todo el Universo.Arca de Noé.Infierno.Paraíso.País de las ruinas.Tierra prometida.

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iP R O L O G O

U n im p u r o . — Dentro de un minuto les m ostrarem os... El Misterio Bufo.

Debo decirles dos palabras. Es algo nuevo.Para saltar más alto que nuestras cabezas, alguien debe

ayudarnos.Al iniciar una nueva obra hace falta un prólogo.Primero, porque todo el teatro, en esta obra, ha cambiado.La gente decente se indignará bastante. Yo les preguntaría

¿para qué van ustedes al teatro? Para recibir un placer, ¿no es verdad?

El placer de mirar no es muy grande, si el placer está únicamente en el escenario. El escenario es sólo una tercera parte de la función. Es decir, en un espectáculo interesante, si se cambia, si se renuevan las leyes del teatro, el placer puede triplicarse.

Si la obra no es interesante, no vale la pena mirar ni la tercera parte. En otros teatros, el espectáculo no es lo im­portante.

Para ellos, el escenario, es el agujero de una cerradura.Siéntate, por ejemplo, quédate quieto, mira de frente o

en diagonal, un pedacito de vida ajena.Uno mira, y oye, lo que murmuran en el sofá, la tía Ma­

nía (x) y el tío Yánia (2).

(1) Mania, diminutivo de María.(2) Vánia, diminutivo de Iván.

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A nosotros no nos interesan, ni los tíos, ni las tías. Los tíos y las tías los tenemos en casa.

Nosotros, también, les mostraremos la vida verdadera, pero transformada en un extraordinario espectáculo. El argumento

el primer acto es la tierra que se inunda con el segundo dilu­vio. Todos huyen del diluvio revolucionario.

Figuran siete pares de impuros y siete pares de puros, s decir, catorce proletarios, y catorce señores burgueses Y

entre ellos, con las mejillas cubiertas de llanto, los pobres men- cneviques, es decir, los reformistas.

El polo se inunda y el último albergue se desploma., - J ; cornienzan a construir una nueva y enorme Arca de JNoe.

A sef undo actn’ Jos pasajeros trabajan y pasean en elrea. Están los monárquicos, y los defensores de la república

democrática. Por ultimo, bajo el griterío de los reformistas, dos pares de impuros arrojan por la borda, de cabeza al agua, a siete pares de puros.

En el tercer acto, los obreros ya no temen nada, ni a los diablos del infierno.

En el cuarto, podrán reírse a mandíbula batiente, cuando vean a los merengues del paraíso.

En el quinto acto, la ruina abre sus brechas, devora y tri­tura las horas, los días y la gente. Aunque nosotros hemos trabajado, con el estómago vacío, hemos vencido la ruina.

n el sexto acto verán la tierra prometida, y toda la sala cantara con nosotros a plena voz. ¡Mirad con los ojos muy abiertos! J

¿Está todo listo?¿El infierno, el paraíso?

U na voz detrás del escenario. — ¡ L - i - s - 1 o »1 Comienza! , Telón!

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A C T O P R I M E R O

(Sobre el ocaso del resplandor polar se ven los hielos del polo norte. Por todo el globo suben escalerillas y cables que lo cruzan en longitud) y latitud. Dos marinos, verdaderos lobos de mar, un esquimal y un ca­zador esquimal se agrupan alrededor de un agujero de la tierra por donde sale agua y el cazador esquimal mete un dedo para tapar el agu­jero. Uno de ellos grita llamando al otro grupo que está descansando

junto a una fogata.)

Cazador. — ¡Eh - eh! ¡Eh - eh!Pescador. — ¿Por qué grita? ¿No tiene otra cosa que hacer

que meter el dedo en un agujero de la tierra!Cazador. — ¡Un agujero!Pescado 3. — ¿ Dónde ?Cazador. — La tierra pierde.Pescador. — ¿Qué pierde!Cazador. — La tierra pierde agua.Pescador. (Pega un salto, se acerca y mira donde el caza­

dor tiene metido el dedo en el agujero.) — ¡Oh - oh - oh - oh!Aquí hay gato escondido. ¡ Qué diablos! Iré a advertirles,

a los del círculo polar. (Sale corriendo. Al deslizarse por la curva del mundo tropieza con un alemán, que está buscando un botón, éste se turba al tropezar con el pescador.)

A lem án. — ¡Herr esquimal! ¡Herr esquimal! Yo estoy muy apurado. Por favor, un momento...

Pescador. — ¿ Qué hace ?A lem án. — A lso , estoy sentado, el otro día en el restau-

rant en la Fridriech Shtrasse. Era un día de sol, un día clarito,

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como la vida burguesa antes de la revolución. Estoy sentado al lado de la ventana. Los clientes sentados charlando y co­miendo. Después de comer la sopa, miro las botellas de buen vino y pienso: 4Qué camino debo tomar! ¿Vale la pena salir0 nof Miro afuera, y la comida se me quedó en medio de la garganta. Me entero que a los Hohenzollern los han echado, ya no están entre nuestros magnates. ¡ Qué alboroto! La gente se peleaba junto a la puerta de mi restaurante.

Otros corrían por la calle y por los techos. Toda la gente se peleaba, corría. Yo también salí corriendo, cuadra tras cuadra.

erlxn parecía un mar alarmado con olas invisibles y un sordo rumor.

De pronto veo que por arriba, y por debajo, alrededor de las casas, avanza el agua, y antes de que pueda pensar quédebo hacer y qué es lo que pasa, si son las tropas del mariscal1 osch u otra cosa. . .

Pescador. — ¿Y qué pasó! Rápido, cuente.A lemán. — Estaba todo mojado, hasta los huesos. Pasó

un tiempo largo. Ya estoy seco, pero sigue corriendo el agua.pronto, como en las ruinas de Pompeya, peor que

en los cuadros, Berlín quedó descuajado de su propio lugar, inundado en un abismo de agua. Yo salí nadando entre las olas de las aldeas flotantes y tuve que recordar toda mi experiencia de hombre de club. Yo también tenía un yate y verán ustedes mis queridos amigos, todo lo que ha quedado de nuestra Europa!

Pescados. — No es mucho. ..A lem a s. — ¡ No me puedo calmar, pero, qué voy a hacer! . . .

, ^ BSCAD0E- — Hable claro. Ustedes, los occidentales, 4 para que dan tantas vueltas para decir una cosa? Cuente, que aquíno estamos para perder tiempo. . .

Alem án. (Señalando un lugar para acostarse.) — Por fa­vor, permítame un lugar junto a vuestra carpa. (El pescador echa nueva leña al fuego y se dirige a otro lugar del círculo polar y tropieza con un australiano que llega todo mojado.)

Pescadob. (Retrocede sorprendido.) — ¡Jamás he visto semejante cara!

A u stralian o con la m ujer. (Hablan a un tiempo.) — Nos­otros somos australianos.

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A u stralian o . — Yo soy australiano. Nosotros teníamos de todo, por ejemplo, palmeras, cactus, rinocerontes. . .

A u stralian a . (Llora desconsolada.) — Estamos perdidos. Todo se ha perdido. La palmera, los cactus, y todo bajo el agua, todo se fué al fondo. . .

Pescador. (Señalando al alemán acostado.) — Vayan con él, que está solo. (Vuelve a alejarse y se detiene escuchando voces del otro lado del polo.)

U na voz. — ¡ El sombrero! ¡ Oh !Otra voz. — ¡ La g a le r a ! ¡ Oh!U na voz. — ¡Cómo arrecia el viento! Tenerse fuerte en

dirección al norte.O tra voz. — Parece que empeora. (Por los cables de lon­

gitud y latitud suben un inglés y un francés, cada uno con su bandera nacional.)

In g lés. — Yo tengo mi bandera, y soy dueño absoluto de estas estepas nevadas.

Francés. — No, no, perdóneme. Yo clavé primero la ban­dera. Esta es mi colonia.

In glés. (Disponiendo un fardo con mercaderías.) — No, es mía. Yo ya estoy vendiendo.

Francés. (Enfadándose.) — No, es mía. Búsquese otra co­lonia . . .

In g lés. (Iracundo.) — ¡Oh! ¡S í! ¡Que te mueras!Francés. (Iracundo.) — ¡ Ah, s í ! ¡ Te voy a romper la nariz!In glés. (Se acerca con los puños en alto.) — ¡Inglaterra,

hip, hip, hurra!Francés. (Se acerca con los puños en alto.) — ¡Vive la

France!A u stralian o . (Acercándose para apartarlos.) — ¡ Qué gente

ésta! No parecen personas. Ya no existe el imperio y ellos si­guen peleando.

Pescador. — ¡Eh, ustedes, ustedes, imperialistas!A lem án. — Dejen ese lío. En realidad...Pescador. — ¡Qué tipos!(El esquimal tropieza con un comerciante ruso que casi le

cae sobre la cabeza bajando por el otro lado del polo.)Comerciante ruso. — Estimados ciudadanos, esto es una

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barbaridad. ¿Acaso yo soy A sia! Liquidar a Asia significa la muerte del Soviet. ¡S i yo nunca fui asiático!

(Un poco más calmado.) Ayer, en Tula, mientras estaba sentado tranquilamente, de pronto la puerta pegó un sacudón. Pensé que era la Cheka, sentí que palidecía, pero Dios es infi­nitamente bondadoso.

No era la Clieka, era un viento fuerte, cayeron unas gotas chicas, luego más grandes, y después vino el ciclón, arrasando las calles y los techos.

Todos. — ¡ Silencio! ¡ Más despacio!Francés. — ¿No oyen! ¿Oyen esos pasos! (Se aproximan

muchas voces.)¡ Es el diluvio! ¡ El diluvio! ¡ El diluvio!In glés. (Horrorizado.) — ¡Oh, Dios mío! ¡Qué desgracia!

Sube el agua como si se hubieran abierto todas las cañerías. T todavía con el problema oriental. . .

(Aparece El Negus, detrás un chino, un persa, un hindú, un pope y un conciliador. El desfile se cierra con la aparición de siete pares de impuros.)

E l Negus. — Aunque 110 soy de color tan blaiico como la nieve, yo soy el Negus de Abisinia.

¡ Mis saludos, mis congratulaciones!He abandonado hace poco mi Africa nativa, donde se re­

tuerce el Nilo, la sagrada víbora de los ríos.¡ Cómo se enfureció el imperio de sus aguas, inundando el

suelo de Africa!Aunque no tengo muchas tierras, sin embargo. . .Pescadok. (Lamentándose.) — ...p e ro sin embargo, aquí

están también nuestros saludos. Ya hemos oído hablar algo de ustedes.

E l Negus. — Les ruego; no olviden que con vosotros habla el propio Negus.

Y el Negus quiere comer.¿Qué es esto!¿Debe ser un perrito muy sabroso!E l pescador. — ¡Y o te voy a dar, perrito sabroso! Es un

lobo marino.

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(El Negus intenta sehitarse sobre una foca con los bigotes idénticos a. Lloyd Qeorge.) Sentate, pero no ensucies.

El inglés. (Dirigiéndose a los demás.) — ¿Y ustedes, qué quieren?

El chino. — ¡Nada, nada!Nuestra China se ha hundido.El persa. — ¡Ay, Persia, nuestro Irán, está inundado!El hindú. — Ya ha llegado hasta la India, hasta el cielo

astral. . .El Pashá. — No ha quedado nada de Turquía, ni el re­

cuerdo.(Del grupo de los siete puros se aparta una dama cargada

con varias piezas de tela.)_ La dama. — ¡Cuidado! ¡No rompan! ¡Son de seda fina!

(Dirigiéndose al pescador.) Ayúdame a colocar estas telas.U;na voz. (Desde el grupo de los puros.) ¡Qué agradable!

¡Qué picante!El pescador. — ¡Es una haragana crónica!El francés. — Mademoiselle, ¿de qué nacionalidad es usted!La dama. — Soy de una nacionalidad indefinida. . .Al principio fui rusa, luego con los cambios de Eusia me

quedaba incómodo ser rusa. ¡ Estos bolcheviques son horrorosos!Yo soy una mujer elegante. Tengo el alma fina, y entonces

me hice finlandesa. Los bolcheviques empezaron a avanzar por los suburbios de Eusia y me hice ciudadana serbia.

Luego, tomaron la ciudad de Jarkov como diez veces y me arreglé en una de las repúblicas de Odesa.

Después tomaron Odesa; Wrángel se metió en Crimea, y yo me hice súbdita de Crimea.

Cuando echaron a los blancos al mar, me hice turca.Estuve paseando por Constantinopla, hasta que se acer­

caron los bolcheviques y entonces me hice parisién.Anduve por París, cambié como cuarenta nacionalidades.A decir verdad, creo que mi última nacionalidad es la de

la república de Kamchátka.¡Qué feo es el verano en el Polo! ¡Ni puedo lucir mis

toilettes!E l pescador. (Señalando a los puros.) — ¡ Más despacio!

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¿Qué ruido es ése?Ei, co n c il iad o b . (Protestando en tono histérico y apartán­

dose de su grupo.) — ¡Pero escúchenme! ¡Y o no puedo seguir de esta manera!

¡Pero escuchen! ¿Qué pasa? ¿No ha quedado un solo lu­gar seco sobre la tierra?

i Escuchen! Déjenme ir tranquilo a mi casa, a mi oficina.¡Pero escuchen! ¡Y o no puedo más!Yo creía que era el diluvio anunciado por Carlos Kautsky.Los lobos están satisfechos y las ovejas enteritas.Y ahora, ¿qué pasa! ¿Se matan los unos a los otros?Estimados rojos.Estimados blancos.¡ Escuchen, yo no puedo seguir de esta manera!E l í -b a n c é s . ( A l a dama) — No se frote los o jo s . . . No se

muerda los labios.(Aproximándose a la fogata de los impuros.)¿Ustedes de qué nacionalidad son?Los im p u b o s . (Contestan todos al mismo tiem po.)___Nues­

tro pueblo está acostumbrado a peregrinar por todo el mundo.Nosotros no tenemos nacionalidad. Nuestro trabajo es nues­

tra patria.E l f b a n c é s . — Esa es una vieja canción.V ar ias voces d e l gbupo de los ptjbos. — ¡ Son proletarios!

¡ Proletarios. . . proletarios. . . !E l h e b b e b o . (Dándole unos golpecitos al francés en la pan-

za-) — ¿Usted oye el ruido del diluvio?La l a v a n d e b a . ( Contesta con sorna y voz chillona.) — Es­

tás como para ir a una trinchera.S oldado b o jo . (Amenazador.) — Tú deberías ir a las trin­

cheras. Están llenas de agua. . .(A l ver que se insinúa un “ conflicto” entre el grupo de

las siete puros y de los siete impuros, el conciliador interviene intentando separarlos.)

E l co n c il ia d o b . — ¡ Pero queridos, no hay por qué pelearse!No se injurien. Dejen de mirarse de ese modo.

¡Por favor extiendan las manos y dénse un abrazo!¡ Señores, camaradas, ustedes deben ponerse de acuerdo!

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E l f b a n o é s . (Desde el grupo de los puros, muy enfada­do.) — ¿Ponerme yo de acuerdo con esos! ¡E so es demasiado!

E l pesca d ob .. (Furioso; el pescador y el francés enfrentan al conciliador. ) — ¡ Eh, tú, conciliador! ¡ Eh, tú, pequeño apa­ciguador !

E l c o n c iil a d o b . (Retrocediendo, golpeado y resongandó.)— De nuevo estamos en las m ism as... Yo les explico a las buenas y ellos. . .

Así pasa siempre. Uno los llama para amigarlos y después me pegan de los dos bandos.

(Los impuros se apartan del grupo de los puros y se sien­tan alrededor de la fogata. El grupo de los puros forma un círculo cerrado.)

El Pashá. (Poniéndose en el centro del círculo.) — ¡Mis fieles creyentes!

Debemos analizar lo ocurrido. Ahondemos en la esencia de estos sucesos.

E l c o m e r c ia n t e . — El asunto es sencillo. Es el fin dei mundo.

E l p o p e . — A mi juicio, es el diluvio que ya anunció la B ib lia ...

E l f b a n c é s . — No es el diluvio. Si no llueve...E l Pashá. — Sí, no ha llovido en realidad.Un d ip l o m á t ic o . — Entonces esa idea está también demás.El Pashá. — ¿Pero entonces, que ha ocurrido, mis fieles

creyentes?Vayamos al fondo de la cuestión, mis buenos creyentes.E l c o m e b c ia n t e . — A mi juicio, el pueblo se ha vuelto

reaccionario.E l a l e m á n . — Creo que es la guerra total.Un in t e l e c t u a l . — No. A mi juicio es otra la causa. A mi

juicio, todo esto es de origen metafísico. . .E l c o m e b c ia n t e . (Descontento.) — La guerra no es de ori­

gen metafísico. Si las hubo siempre, desde los tiempos de Adán.Voces. — !¡Un poco de orden! ¡Un poco de orden! ¡Que ha­

ble uno por vez! ¡No armen tanto lío!El Pashá. — ¡ Chist!Hablemos en orden, uno por vez. poco a poco.

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Tiene la palabra el estudiante.(Justificando la elección ante los demás.) Dejen hablar al

estudiante. . . si ya tiene espuma en la boca.E l e s t u d ia n t e . — Al principio todo era sencillo. E l día

llegaba siempre después de la noche. Unicamente la aurora ilu­minaba el cielo de color púrpura.

Pero luego llegaron las leyes, los conocimientos, las cre­encias, crecieron las ciudades de granito. El propio sol, hecho de gas, dorado e inmóvil.

Ahora todo parece arrastrable, licuable, todo está chirle, con esta lluvia.

Los edificios se desmoronan, las calles inundadas.Todo el mundo está horrorizado por la revolución, bajo el

ímpetu de esta cascada. . .E l c h in o . — ¡Señores, atención! Ha comenzado a helar.La m u j e r del a u s t b a l ia n o . — ¡Y está helando de verdad!

¡Y estamos mojados como patos!E l p e r sa . — Tal vez, tienen razón y está cercano el fin del

mundo. Y nosotros gritamos, protestamos, en momentos como éste. . .

E l d ip l o m á t ic o . (Acercándose al Polo.) — / Vengan todos! ¡P or aquí! ¡Más juntos! Aquí no gotea.

E l c o m e r c ia n t e . (Empujando con la rodilla al esquimal, que sigue con el dedo metido en el agujero, con la paciencia típica de su pueblo.) — ¡Eh, tú! ¡Fuera de aquí! ¡Anda con las mismísimas focas!

(El cazador esquimal retrocede. Deja el agujero y salta un chorro de agua como■ una fuente. Se apartan los puros gritando:)

¡Y - i - i - ih !j U - u - u - uh!¡ A - a - a - ah!(A l instante todos se lanzan hacia el chorro de agua gri­

tando :)¡Taparlo! ¡Taponarlo!(El australiano vuelve a poner el dedo en el agujero. Apro­

vechando él alboroto el pope se lleva varios leños de los esqui­males para su fogata.)

■ E l p o p e . — ¡ Hermanos!

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'Estamos perdiendo el último palmo de terreno.Estamos en el último rincón del mundo y también se llena

de agua.V oces de los im p u r o s . (En voz baja.) — |Quién es ésef

I Un aparador con barba?E l po p e . — Han llegado las cuarenta noches y los cuarenta

días, como decía el Viejo Testamento.E l c o m e r c ia n t e . — Muy cierto. Nuestro Señor lo ha ins­

pirado.E l e s t u d ia n t e . — En la historia ya existe un precedente.

¿Recuerdan ustedes las famosas aventuras de NoéfE l c o m e r c ia n t e . (Respondiendo por el pope.) — Son ton­

terías. La historia, el precedente, y en general...V oces. — ¡AI grano!E l c o m e r c ia n t e . — Hermanos, construyamos un Arca de

madera.O tr a voz. — j Tiene razón! ¡ Un A rca!E l e s t u d ia n t e . — ¡Qué ocurrencia! Mejor construyamos

un barco de verdad.E l R a d j a . — Dos barcos.E l c o m e r c ia n t e . — Tiene razón. Yo pondré todo mi capital.Aquellos se salvaron, pero nosotros somos mucho más in­

teligentes, ya lo verán.V oces. (Gritando.) — ¡Viva! ¡Viva la técnica!E l c o m e r c ia n t e . — Los que están de acuerdo que alcen las

manos.V o ces . — No hace falta levantar las manos. Ya se ve que

estamos de acuerdo...(Los puros y los impuros alzan las manos.)E l f r a n c é s . (Ubicándose en el lugar del comerciante, ob­

serva al herrero, que levanta las manos.) — jY tú también estás con ellos!

No te metas. Señores: no debemos llevar a los impuros en el Area. Así aprenderán a no insultarnos.

E l c a r p in t e r o . — ¿Y tú sabes serruchar y cepillar la ma­dera!

E l f r a n c é s . (Cambiando de tono.) — Señores, he cambiado de opinión. Llevaremos a los impuros.

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s

El comerciante. — Elegiremos a los más fuertes y a los que no beben.

, (Ocupando el lugar del fra n cés .)— ¡Señores:mas despacio! A lo mejor, estudiando bien el asunto no hace ialta la reconciliación con los impuros.

Por desgracia, no sabemos lo que pasa con la gente de las otras partes del mundo. Todos gritan y nadie se ha preocupado por averiguar qué es lo que está pasando.

4 Se halla aquí algún americano ? . . .E l comebciante. (Contento.) — ¡Qué cabeza! No es un

hombre, es un verdadero canciller alemán.La m ujeb a u s t r a l ia n a . (Lanzando un grito.) __ ;Qué

es eso!. ( bruzando la sala, pasa directamente al escenario una mo-

tocAcleta Tnofitüdü pof un norteamericafio,)E l nobteamebicano. — ¡ Queridos señores!4Quién es el que aquí construye un arca?(Extendiendo un papel.) Aquí tienen, en nombre de mi

America hundida, un cheque por doscientos mil millones de dolares.

(Se hace una larga pausa. De pronto se queja el austra­liano que tiene el dedo en el agujero.)

El australiano. — ¿Se calmaron? ¿Ya han gritado bas­tante!

¡ Por Dios, que lo saco! ¡ Se me hiela la mano!(Los puros se inquietan, y se arriman a los impuros.)E l franges. (Dirigiéndose al herrero.) — ¿Qué tal, cama-

rada, lo construiremos?El herrero. (Sin rencor.) — Por mí, basta empezar. (Lla­

mando a los impuros.) ¡ A ver, camaradas, empecemos! ¡ A la obra! (Los impuros se ponen de pie con sus martillos, serruchos y hachas.)

El c o n c ilia d o r . — ¡Más rápido, camaradas!¡Más rápido, queridos!...¡Hay que trabajar! ¡Así, con los martillos, los serruchos

y las hachas!E l e s tu d ia n te . (Alejándose.) — Yo no pienso trabajar.

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Yo por ahora me quedo aquí sentado. . . y voy a ver si me ocupo de sabotaje.

(Grita también a los que ya trabajan.)¡Más rápido! ¡H ay que moverse! ¡H ay que trabajar, y

que no se vayan a equivocar!E l carpintero . ¿Y tú por que sigues con los brazos

cruzados ?E l e stu d ian te . — Yo soy un intelectual, soy un especialista.

Yo soy irreemplazable...

T e l ó n

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A C T O S E G U N D O

(La cubierta del Arca de Noé. Se divisa un paisaje de mar agitado, de olas que golpean contra la costa. A un costado siguen serruchando junto a la entrada de las bodegas. Los puros y los impuros forman fila sobre

la cubierta.)

U n c a m p e s in o . — ¡Sí, sí! 1No quisiera estar arriba ...La c o st u b e e a . — ¡ Mira, por allá. . . Esa no es una ola, es

una montaña. . . !E l c o m e r c ia n t e . — No sé para qué me he metido con us­

tedes. Así pasa siempre. ¿Para qué tanto lío sin sentido! Los navegantes resultan siempre lo mismo. ¡Encontraron al lobo de mar y listo!

E l far o ler o . — ¡ Qué tormenta ! ¡ Sopla y ruge !La c o st u b e e a . — ¡ Qué olas ! ¡ Parecen murallas. . . !E l f r a n c é s . — ¡ Sí, sí ! ¡ Qué tontería ! ¡ Ahora reconozco

con el dolor en el alma! ¡M ejor hubiera sido quedarse en tierra! Todavía se mantiene. Sea como sea, estábamos en el Polo.

Un p e ó n c a m p e s in o . — ¿Para qué sirven estos lobos de mar, si las olas del mar se los llevan!

(Los dos esquimales, él chófer y los australianos exclaman a la vez:)

— ¡ M iren!¿Qué es eso!¿Qué ha pasado con Alaska!E l Negus. — ¡Ha desaparecido, como una piedra arro­

jada al abism o!

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A

E l a l e m á n . — Fué un hundimiento total.E l e s q u im a l . — ¡Se acabó!E l pesca d ob . — ¡ Se fué al fondo!T odos. — ¡A diós! ¡Adiós! ¡Adiós!E l f r a n c é s . (Llorando, deprimido por los recuerdos.) —

j Dios m ío! . . . ¡ Dios m ío! . . .A veces ocurría, cuando estábamos todos en familia reuni­

dos alrededor de la mesa de té, comiendo pastelitos o rosquitas...E l p a n a d e r o . (Mirándose las uñas.) — ¡ Estupendo! Por

Dios, que no me da lástima ni un chiquito.E l za p a t e r o . — Yo me traje un poco de vodka de reserva.

¿No tendrías una copita!U n a s ib v ie n t a . — ¡ Cómo n o !E l m in e b o . — ¡Muchachos, vamos a las bodegas!E l e s q u im a l cazador . — ¿Qué tal los bifes de foca !

¿No han resultado demasiado fritos!(En el escenario queda s'ólo el grupo de los puros. Los

impuros bajan cantando a las bodegas del Arca.)V oces de los im p u b o s . — ¡No tenemos nada que perder!

¿Asustarnos, nosotros, por el diluvio?Tenemos los pies cansados. Hemos andado tanto por el

mundo. Es bueno descansar en un barco. ¡A y ! Se come bien, con una foquita y un traguito no es pecado. . . ¡ Ay, no es pecado!

(Los puros rodean al francés acongojado.)E l p e b sa . — ¡ Es una vergüenza, amigo! Se lo digo de ver­

dad. Déjese de lamentarse de esa manera.E l c o m e r c ia n t e . — Nos romperemos, pero a la tierra de

Ararat llegaremos.E l N e g u s . — ¿Y si morimos de hambre antes de llegar a

esa montaña!E l n o e t e a m e b ic a n o . — ¡ Con tanta plata y sin comida! Doy

por un cuarto kilo de pan, medio millón de pesos rusos, y dos puñados de brillantes.

E l c o m e r c ia n t e . — El tipo especulaba siempre. Estuvo preso tres veces en la Cheka, y ¿para qué le sirve ahora el dinero ?

E l c h in o . — Tíralo, rómpelo, el dinero no sirve ahora pa­ra nada.

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Page 11: Vladimiro Maiacovski - Misterio Bufo

El Pashá. — i Y para qué nos sirven los brillantes? ¿Si uno tiene cálculos al hígado, se siente asegurado! ¡S i tuviera el estómago lleno!

E l a u s t r a l ia n o . — No hay nada de comer, pura basofia.E l concillados. — Y como los negocios están cerrados.. .E l c o m e r c ia n t e . (A l pope.) — No se preocupe amigo, an­

tes teníamos en cada plaza una feria. . .La d a m a . — Y mucha manteca, leche y crema. La íbamos

a buscar con buenos tarros. . .E l c o m e r c ia n t e . — ¡ Tonta! Puedes esperar sentada hasta

que aquí encuentres un poco de leche. Los obreros tienen otra naturaleza. Ellos saben encontrar, además reciben y cambian entre ellos los productos.

La d a m a . — Yo cambiaría mi sombrerito por unos huevos fritos.

E l e s t u d ia n t e . — Si vendes el último sombrerito luego te quedarás sin los huevos y sin el sombrerito.

E l p o p e . (Prestando atención a las voces que llegan desde la bodega.) — ¡Y cómo se ríen todavía!

E l e s t u d ia n t e . — A ellos les da lo mismo. Pescaron unas focas, y comen.

E l p o p e . — Nosotros también deberíamos hacer una red y pescar, o con un anzuelo.

E l a l e m á n . — ¿Un anzuelo! ¿Y cómo se pesca? Yo sólo sé clavar la espada.

E l c o m e r c ia n t e . — Yo tiré la red, creyendo que sacaría algún pez gordo, pero no saqué nada de nada.

El Pashá. ( Quejándose.) — ¡ A qué punto hemos llegado, que sólo para comer, hemos pescado algas! ¡ Sólo algas!

Lloyd G eorge . (Dirigiéndose a Clemenceau.) — ¡Eureka! Dejemos nuestras peleas y nuestras rivalidades. ¿Qué diferen­cias puede haber ahora entre un inglés y un francés? Lo princi­pal es que usted y yo tenemos un buen estómago.

E l c o n c il ia d o r . — Yo también tengo . . . buen estómago.C l e m e n c e a u . — Eso es lo triste. Es usted una persona tan

excelente y yo casi me peleo.Lloyd George. — No están las cosas como para pelear. Te­

nemos a un enemigo común. De eso tenemos que hablar. (Se

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aparta con Clemenceau por un instante. Conversan en vos baja y vuelven.)

C l e m e n c e a u . — ¡Señores!¡Nosotros somos tan puros!¿Acaso vamos a trabajar hasta derramar gotas de sucio

sudor?Les propongo que obliguemos a los impuros a que trabajen

para nosotros.E l e s t u d ia n t e . — ¡Yo los obligaría, pero yo ¿para que sir­

vo? Ellos tienen hombros plebeyos.L l o y d G eorge . — Señores, Dios nos libre de pelearnos ahora

con ellos. No. Mientras ellos terminan el menú, mientras con­versan, chillan y gritan, les prepararemos una buena celada.

C l e m e n c e a u . — Elegiremos un rey.E l c o n c il ia d o r . — ¿Por qué precisamente un rey? Mejor

sería un jefe de policía.C l e m e n c e a u . — Porque el rey emite decretos, y el primero

será para que ellos preparen la comida para nosotros, y nos en­treguen todos los alimentos. El rey come y nosotros también, porque nosotros somos sus únicos súbditos fieles.

T odos. — ¡Qué bueno!E l p a s h á . — ¡Es hábil!E l a l e m á n . (Contento.) — Yo les decía que tiene una ca­

beza de Bismark.Los a u s t r a l ia n o s . — ¡Elijamos en seguida un rey!V oces. •— ¿Pero a quién! ¿A quién?E l in g l é s y e l f r a n c é s . — A l Negus.E l p o p e . — ¡ Tiene razón! El tendrá las riendas de todo.E l c o m e r c ia n t e . — ¿Qué riendas?E l a l e m á n . — Bueno, es un decir . . . Las riendas de mando

o algo a s í . . . ¿Qué quiere? El sentido es el mismo. (A l Negus.) ¡Suba, señor!

La d a m a . — ¡Señores! Díganme, por favor, ¿será un rey verdadero o será fingido?

V o c e s . — ¡Verdadero, verdadero!L a d a m a . — ¡ A y ! ¡ Yo seré dama de la corte!Lloyd Geobge. — j Rápido, rápido! Escriban el primer de­

creto. “ Con la ayuda y misericordia de D ios . . . ”

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Page 12: Vladimiro Maiacovski - Misterio Bufo

E l p a s h á y e l a u s t r a l ia n o . (Refiriéndose a los impuros.)— Nosotros nos pondremos aquí antes de que puedan salir. (El Pashá y otros escriben el primer decreto. El alemán y el di­plomático extienden un rollo de cable rodeando la salida de la bodega. En eso salen los impuros, algo chispeados. Cuando sale el último, el alemán y el diplomático cambian de lugar y los im­puros quedan rodeados, prisioneros.)

E l a l e m á n . (Al zapatero.) — ¡ Eh, tú, pasa y ju ra !E l z a p a t e r o . (Sin comprender lo que pasa.) — ¿Mejor me

voy a echar a dormir!E l d ip l o m á t ic o . — ¡ Te voy a dar, dorm ir! ¡ Te voy m dar

un castigo que te servirá por cien años! ¡ Señor oficial, apunte con la pistola!

E l f r a n c é s . — ¡A h ! ¿Se han avivado por fin? ¡A sí es mu­cho más sencillo!

V oces de los im p u r o s . (Con tristeza y rabia.) — Hermani- tos, hemos caído como gallinas al caldo.

E l a u s t r a l ia n o . — ¡Sacarse las gorras! ¿Quién sigue con la gorra puesta?

E l c h in o y e l E a d j a . (Empujan al pope que está a la de­recha del Negus.) — Lee, lee mientras escuchan sin respirar.

E l p o p e . (Leyendo el papel.) — “ Con la ayuda de Dios mi­sericordioso, nos, el rey, espera de los impuros las necesarias gallinas al horno, y para el príncipe los huevos frescos, de lo contrario les sacaremos el pellejo; además los declaramos nues­tros súbditos. Traigan de todo, pescado, tostadas, lechones, ma­riscos, todo lo que sea comestible.

El Senado del gobierno tratará sin demora la repartición de los bienes, y tomará posesión para el común abastecimiento.”

(Un Senado improvisado integrado por el Pashá y el Rad- já.) ¡A sus órdenes, excelencia!.

E l P a s h á . (Ordena al australiano.) — ¡Ustedes, a los ca­marotes! (A la mujer del australiano.) ¡Usted, a los depósitos! (Dirigiéndose a los demás.) Eso para que los impuros no se lle­ven nada. ( Al comerciante, señalando al panadero.) Ustedes ba­jarán con él a la bodega. Yo con el Radjá me quedaré en la cu­bierta para vigilar. Traigan lo que puedan y vuelvan en segui­

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da. (Los puros están contentos.) ¡ Juntaremos un montón de co­mida !

E l p o p e . (Frotándose las manos.) — Después nos reparti­remos como hermanos el botín, de acuerdo a nuestras leyes cris­tianas.

(Conducidos por los puros, bajan los impuros a las bode­gas. A los pocos instantes salen, cargados de productos de todas clases que depositan delante del Negus.)

E l c o m e r c ia n t e . ( Contento.) — Hemos revisado todo. Ya no hay más nada. ¡ Y qué productos! ¡ Es una maravilla! En una palabra, hay que hacer el reparto.

¡Muchachos, preparen el estómago!E l n o r t e a m e r ic a n o . — ¿Y los impuros!E l a l e m á n . — Hay que encerrarlos abajo.E l p o p e . — E ste . . . Esperen un poco. Excelencia, un mo­

mento.(Echan a los impuros, y los conducen a la bodega. Mientras

todos arreglan el asunto, él Negus se come todos los productos. Vuelven los puros.)

C l e m e n c e a u . — ¿Lloyd George, vienes conmigo a comer!L lo yd G eorge . — Ya voy.Los p u r o s . (Apurándose.) — Rápido, que ya es tiempo de

com er!(Se aproximan al Negus. Este tiene delante suyo im gran

plato vacío.)T odos a l a v e z . — ¿Qué pasó? ¿Quién pasó! ¿Quién se lo

comió !E l p o p e . (Pasmado.) — ¡Uno solo comerse todo eso! ¡Es

demasiado!E l P a s h á . — ¡ Le daría un sopapo en plena cara!E l N e g u s . :— ¡ Callar!Yo soy representante de Dios.E l a l e m á n . — ¡ Representante, representante. . . ! Te da­

ría yo representante. . .E l d ip l o m á t ic o . — ¡ Acostarse con el estómago vacío! . . .E l p o p e . — ¡ Judas!R a d j á . — ¡No era eso lo que yo esperaba!

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E l com erciante . — Tendremos que acostarnos. Mañana se­rá otro día y veremos.

(Se disponen a descansar, se ve la cubierta. La luna pasa rápido por el cielo. Se oculta. Amanece. La mañana es azul. El diplomático se incorpora. Al otro extremo se levanta el alemán.)

E l diplomático . ¿Usted, duerme? (E l alemán mueve ne- gativaménte la cabeza.)

E l diplom ático. — 4 Se despertó tan temprano ?E l a l e m á n . — ¡ Como para dormir! ¡ Tengo el estómago que

silba!1 l conciliadob. — No hago más que soñar con albóndigas

en salsa. (Por el Negus.) ¡Maldito sea! ¡Cómo duerme!E l austbaliano . — ¡ Hace fr ío !

_ estudian te . (A l Negus.) — Ese no tiene inquietudes es­pirituales. Se llenó y está contento.

E l francés . — Señores, ¿saben una cosa? Siento que me lie vuelto democrático.

E l a l e m á n . — ¡Qué novedad es ésa! Yo siempre lie amado al pueblo.

E l pebsa. (Con sorna.) — ¿Quién fué el que propuso some­ternos a S. M.f

E l diplomático . Por favor, dejad esas púas envenena­das. El absolutismo como forma de gobierno, indudablemente ha envejecido.

E l com ebciante . — Ha envejecido si no le sacas ningún provecho.

E l a l e m á n . — ¡ En serio ! ¡ Hablemos en serio ! La verdad es que madura una resolución. Acabemos las peleas, terminemos entre nosotros la discusión.

E l conciliadob. — ¡ Hurrá! ¡Hurrá! ¡Viva la AsambleaConstituyente!

A lgu nas voces. — ¡Viva! ¡Viva!Voces. — ¡Hay que ajustarlos bien! (Los impuros salen de

las' bodegas.)E l zapatebo. — ¿Qué pasa? ¿Habrán bebido?E l hebbebo . — ¿Un accidente?E l com ebciante. — ¡ Ciudadanos, por favor al mitin ! (A l

panadera,.) — ¿Ciudadano, usted está por la república?

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Los im p u b o s . (En coro.) — ¿Mitin, república, qué pasa?E l f r a n c é s . — Esperen, en seguida los intelectuales les ex­

plicarán lo qué pasa. (A l intelectual.) ¡Eh, tú intelectual! (E l intelectual y el francés se suben sobre urna barrica.) Declaro; abierto el debate. (A l intelectual.) Tiene usted la palabra.

E l e s t u d ia n t e . — ¡Ciudadanos! Este reyecito tiene un ape­tito inadmisible.

Voz. — ¡ Tiene razón! ¡ Tiene razón el orador!E l e s t u d ia n t e . — ¡ El maldito se come todo nuestro ali­

mento !Voz. — ¡Tiene razón.!E l e s t u d ia n t e . — Así nadie podrá llegar a la cumbre del

Ararat.Voz. — ¡Tiene razón!E l e s t u d ia n t e . — ; Basta! Ha llegado la hora de romper las

cadenas de la monarquía.G-bito g e n e r a l . — ¡A bajo! ¡Abajo el absolutismo!E l c o n c il ia d o b . — ¿Contra quién levantan ustedes la mano?¿Eh? ¡ El es el monarca! Ahora toda la vida la pasarán en la

cárcel. No lo toquen, señores. El poder viene de Dios. Hay que ponerse de acuerdo con la monarquía constitucional o con el gran príncipe Miguel.

Los im p u b o s y los p u b o s . ( A l a vez.) — ¿Ponernos de acuer­do para que se coman todo ?

E l a l e m á n . — ¡ Te voy a dar conciliador! . . .

T odos. — A ver ese conciliador . . .E l c o n c il ia d o b . (Enfadado, llora.) — Ya empiezan a gri­

tar. Ya me empiezan a pegar. Es más fácil morir que hacerlos reconciliar.

E l c o m e b c ia n t e . (A l Negus.) — Han bebido suficiente nuestra sangre, ya le han dado al pueblo . . .

E l f r a n c é s . (Al Negus.) — ¡ Eh, tú !“ Allons enfants de la patrie” . . .(Entre todos agarran al Negus de los pies y de las manos

y lo arrojan al agua. Luego los puros toman del brazo a los im­puros y se dispersan murmurando.)

E l d ip l o m á t ic o . (Dirigiéndose a un minero.) — Camarada,

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¿usted me cree! ¡Estoy locamente contento! Hemos barrido la barrera secular de la monarquía.

E l f r a n c é s (A l herrero.) — Lo felicito. Se han desmoro­nado ios prejuicios históricos.

E l h e b b e b o . (En un tono indefinido.) — S í . .. s í . ..E l f b a n c é s . — Lo demás ya se arreglará. Lo demás en reali­

dad no tiene importancia.E l p o p e . (A la costurera.) — Nosotros, hermanos, ahora

estamos con ustedes. Y ustedes, hermana, ahora están con nos­otros.

E l c o m e r c ia n t e . (Contento.) — ¡Así andan las cosas muy bien! Bien, bien engañados.

L a d a m a . — No sabría decir si en realidad el Negus me apa­sionaba. Yo vivo y respiro la libertad de la Constituyente. Yo estoy por el gobierno provisional. ¿Qué más quieren? Estaré embarazada. . . Ahora me pondré moños colorados. Hay que imponer la moda revolucionaria. Dentro de unos minutos vol­veré para estar junto a mi adorado pueblo. (Corre hacia el gru­po de los puros.)

C l e m e n c e a u . ( Subido en la barrica.) — Bueno, ciudadanos, ya es suficiente, han hablado y paseado bastante. Ahora debe­mos organizar el gobierno democrático.

Ciudadanos, para que todo esto se haga rápido, nosotros, que ya somos trece — ¡ que el Negus en paz descanse! , sere­mos los ministros y colaboradores del ministerio. Ustedes, los ciudadanos de la república democrática, se encargarán de pes­car fas focas, coser las botas y preparar las roscas.

¿Quién está en contra? ¿No hay nadie que levante la mano?E l c a m p e s in o . — ¡ Bueno, bueno! Con tal que el agua esté

cerca.T odos. — ¡ V iva ! ¡ Viva la república democrática!E l f r a n c é s . (A los impuros.) — Ciudadanos, yo les pro­

pongo que empiecen a trabajar. (A los puros.) Y ustedes to­men la pluma. Ellos trabajarán y traerán de todo. Nosotros lo dividiremos en partes iguales. Hasta la última camisa se partirá en dos partes. (Risas.)

(Los puros instalan una mesa, disponen los papeles. Cuan­do los impuros traen los comestibles, apuntan las entregas e in­

mediatamente comen con evidente apetito. El panadero entra por segunda ves y trata de espiar en los papeles.)

L l o yd G-eorge . — ¿Qué mira! ¡Fuera de aquí! Esto, her­mano, no son cosas para tu entendimiento.

C l e m e n c e a u . — Ustedes no entienden absolutamente nada de estas cosas de la administración pública. Cada plato que en­tra y que sale debe estar consignado sin falta.

E l h e b b e b o . — Mientras ustedes le ponen el número, me pa­rece que nosotros nos vamos a morir de hambre.

E l pa n a d e r o . — Bueno, vamos a repartir lo prometido.E l p o p e . (Indignado.) — ¡Hermanitos, es temprano para

pedir!R a d j á . (Alejándose de la mesa.) — ¡ Miren qué delfín han

pescado! ¿No dará leche ni huevos?E l h e b b e b o . — Oye, Radjá o Pashá, no olvides ese dicho

turco que dice: “ Pashá, déjate de bromas” . (Volviendo al gru­po de los impuros.) — Y dicen que son instruidos. Por más que se ordeñe un delfín, jamás dará leche. . .

E l z a p a t e b o . (A los escribientes.) — Ya es tiempo de almor­zar. Rápido terminen.

E l n o r t e a m e r ic a n o . — Observen atentamente este hermo­so paisaje; olas, gaviotas . . .

E l c a m p e s in o . — Oiga, mejor hablemos de la sopa y deí té. ¡A l grano! No estamos para gaviotas...

C l e m e n c e a u . — ¡ Miren, miren! Allá lejos, por el mar, se ve un tiburón.

E l soldado r o jo . — ¡A l demonio con el tiburón! ¡Qué más tiburón que este señor!

(Todos los impuros tiran las mesas, gritando:)— ¡Ustedes no organicen amansadoras de oficina!(Sobre la cubierta caen los platos vacíos.)La co stu r er a y l a l a v a n d e b a . (Tristemente.) — El Consejo

de Ministros se comió todo el almuerzo.E l c a b p in t e b o . — Camaradas, esto es un engaño, es como

una puñalada en la espalda.Voz. — ¡ Camaradas!E l m in e r o . — ¡Camaradas! ¿Qué pasa? Antes toda la eo-

m

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mida se la comía udo solo, ahora se la comen ellos todos. La República resulta igual que la monarquía, con la diferencia que tiene cien bocas.

E l p b a n c é s . (Limpiándose los dientes con un escarbadien­tes — ¡ Qué tanto lío ! Hemos prometido dividir todo en partes iguales. A unos las rosquitas, y a otros el agujero. Así es la república democrática.

E l c o m e r c ia n t e , t- No todos pueden comerse la sandía. Para alguien son las semillas.

Los impubos. — ¡ Ya les mostraremos lo que es la lucha declases!

E l co n c il iad o b . — ¡De nuevo, el orden está en peligro! ¡De nuevo empezará el desorden y la confusión! ¡ Basta, basta, por favor!

¡No derramen sangre fratricida! ¡Escuchen! Yo no pue­do más.

Todo esta muy bien, la Comuna y todo lo demás. Pero paraeso, hacen falta siglos. . .

¡Camaradas, obreros! Eeconciliáos con los puros y escu­chad la palabra de un viejo y experimentado reformista.

L l o y d G eobge . — ¿Reconciliarse? ¿Privarme yo, de mi ca­pital? Ya te vamos a dar, conciliador. . .

E l soldado b o jo . — ¡Ya te voy a dar conciliador!E l co n c il ia d o b . — ¡Pero qué situación! De nuevo me pegan

los dos bandos.(Los impuros avanzan hacia los puros.)Los p u e o s . — ¡Esperen un poco, ciudadanos! ¡Nuestra

política...Los im p u b o s . — ¡Hay que ponerles fuego por los cuatro

costados! Ya les vamos a mostrar lo que es la política. Ustedes comen y nosotros nos quedamos con hambre. ¡A ver, malditos! j l a recordaran lo que es la revolución del 7 de noviembre!

(Se apoderan de las armas que los puros apilaron. Los empujan a la proa y los van echando al mar. Apenas se ven los pies de los que van cayendo. Unicamente el comerciante, con un pedazo de foca, se esconde en un rincón de la carbonera. En otro rincón se esconden el estudiante con la dama. El con-

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cihador se prende del brazo de un campesino, rogándole y llorando.)

El_ c a m p e s in o . — ¡Eh, maldito! Ya soltaste la baba. La revolución, no es, queridos señores, un gobierno de cadetes con guante blanco.

(.til conciliador trata de prenderse de sus brazos.)E l h e b b e b o . — ¡Vean qué víboras! ¡Muchachos, a la bo­

dega ! ’E l d e sh o l l in a d o r . — ¿No se asfixiarán en la bodega? Mi­

ren que las chimeneas están tapadas. ¿Aquella será una dama!E l c a m p e s in o . — No debemos vacilar. Si vuelven, nos cru­

cificarán de nuevo, y no iremos a la cumbre del Ararat.Los im p u b o s . — ¡Tiene razón, tiene razón! ¡O nosotros,

o ellos! ’E l c a m p e s in o . — ¡Empieza el terror!E l h e b b e b o . ¡Camaradas, los echaremos a puntapiés,

con nuestras botas! ¡Eh, pueblo! ¿Por qué no festejan? ¡Viva la fiesta! ‘

(Las voces de los impuros, graves y severas:)¡ La República se comio las últimas reservas!

E l p a n a d e b o . — ¿Cómo vamos a festejar? ¿Ustedes lian pensado en el pan?

E l c a m p e s in o . — ¡ Como para festejar! Y el pan, ¿con qué lo vamos a sembrar?

E l far oler o . — Como para feste jar.. . Si en vez de sem­brar tenemos sólo ba rro ... y estamos sin semilla.

E l pescador . — ¿Qué haremos para pescar? Todas las redes están rotas.

E l c h o p e e . — ¿Cómo pasaremos por estos lodazales? Si soplara viento y secara la tierra ...

E l c a za d o s . — El Arca rechina por los cuatro costados.___ E l c h o p e e . — No tenemos brújula.

T odos. — ¡Es la ruina!_ E l h e b b e b o . — No nos detendremos en la mitad del ca­

mino. No podremos reponer lo que ellos se comieron. Ahora nos queda por hacer una sola cosa. Para que nuestras fuerzas no se agoten hasta llegar a las cumbres del Ararat, para que no nos aniquilen las tempestades, y nos agote el calor, para

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que no llegue el hambre, miraremos la realidad de frente, tal eual es. Deberemos alimentarnos de la espuma del mar. ¡En cambio, ahora somos dueños de todo!

La l a v a n d e r a . — ¡H oy comeremos, pero mañana estamos listos! En toda el Arca no hay más que dos panes duros.

E l c a m p e s in o . — ¡E h! Camaradas, no se puede dar pan sin cartas de racionamiento.

(Desde el rincón de la carbonera asoman la dama y él estudiante.)

E l e s t u d ia n t e . — ¿Ha oído? Hablan de dar pan y me pa­rece que pasaremos hambre, frío y toda clase de privaciones.

La d a m a . — Yo propongo que nos pongamos al servicio del poder soviético. (Salen.)

Los im p u r o s . — ¿Qué es eso! ¿Vienen del otro mundo!E l e s t u d ia n t e . — De ningún modo, si somos hermanos.

Nosotros no pertenecemos a ningún Partido. ¡Salimos del ca­jón de la carbonera y estamos por el poder de los soviets!

La d a m a . — ¡Y o odio a los burgueses! Si son unos delin­cuentes. Yo esperaba todo el tiempo que cayese la burguesía... Permitidme que trabaje también para ustedes, como dactiló­grafa, aunque sea con un solo dedo.

E l e s t u d ia n t e . — ¡ Por favor, tomadme a mi también! Me imagino que les hará falta un especialista. ¿Qué van a hacer sin especialistas? ¡Están perdidos! ¡Se hundirán!

E l h e r r e r o . — No nos hundiremos. ¡No seas pájaro de mal agüero! ( A l a dama.) Puedes sentarte, camarada. (A l estudian­te.) ¡Anda, abajo, administrarás las calderas!

E l c h o f e r . — Sin comida no puede andar. Es lo mismo que nosotros; una máquina sin leña o un coche sin nafta, no pueden andar.

E l minero. — Me parece que hasta yo estoy cediendo, y eso que soy bien fuerte.

E l soldado r o j o . — Por lo visto no es suficiente vencer a los puros. Hace falta pan, agua, y muchas otras cosas más.

Los im p u r o s . — ¿Qué hacer? ¿Qué haremos?La co st u r e r a . — Dios no permitirá nuestra muerte. Es­

peraremos con los brazos cruzados.

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E l cazador . — Con el hambre se debilita cada uno de nues­tros músculos.

La c o st u r er a . (Poniendo atención a im ruido lejano.) — ¿Qué es eso? ¿Oyen? ¿Oyen una música?

E l c a r p in t e r o . — El Anticristo nos prometió en sus dis­cursos ir en busca de la cumbre del Ararat hasta llegar al paraíso. (Asustado, retrocede señalando con la mano detrás de la cubierta, algo que avanza.) ¿Quién es el que camina por en­cima de las olas y toca la flauta en sus propios huesos!

E l d e s h o l l in a d o r . — ¡Déjate de bromas! El mar está de­sierto, y ¿quién podría aparecer a estas horas!

E l za p a t e r o . — ¡Allí es tá !... Viene hacia aquí. No, es el Hambre que viene a repartirse nuestros restos.

E l c a m p e s in o . — ¡Y que venga! Aquí no hay nadie que desmaye. Camaradas, el enemigo está muy cerca. ¡Pronto, rá­pido ! ¡ Todos a cubierta! El Hambre llega y nos quiere cercar.

v (Entran corriendo, tambaleándose, armados de hachas, lan­zas y toda clase de armas. Amanece. Pausa.)

T odos. — ¡ Y, que venga! Pero no hay nadie. De nuevo mi­raremos la inmensidad estéril de las aguas.

E l cazador . — Así delira la gente en los desiertos. Al mo­rir casi de sed, les parece que el desierto se cubre de agua. A eso le llaman espejismos.

E l c h o f e r . (Se pone muy nervioso, se limpia los anteojos, mira, dirigiéndose al herrero.) — Allá, en occidente, ¿no ves un puntito?

E l h e r r e r o . — Para qué mirar si lo mismo no me sirve de nada?

E l c h o f e r . (Retrocede, busca, sube con un largavista por una de las escalerillas y al instante estalla de alegría.) — ¡E l A rarat! ¡ E l Ararat! ¡ El Ararat!

T odos. — ¡ Oh, qué alegría ! ¡ Qué alegría !(Le quitan el largavista al chofer, se agolpan todos.)E l c a r p in t e r o . — ¿Dónde está? ¿Dónde?E l h e r r e r o . — Allí, ya se vé, a la derecha. . .E l c a r p in t e r o . — ¿Qué es eso? Se encamina, se acerca,

viene. . .

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El CHOim — ¿Cómo, viene! El Ararat es una montaña y no puede caminar. ¡ Límpiate bien los o jo s !

E l o ab pin teb o . — Límpiatelos tú, ¡ m ira!. . El chofer. _ ¡Sí, viene! Es un hombre. Sí, es un hombre

viejo con bastón y otro joven a su lado, caminan por el a«ma como si fuese por la tierra. °

La costubeea. — ¡Sonad campanas a rebato! ¡Sonad cam­panas! Así fué y así será. ¡E l salió caminando por el Mar Muerto!

E l h e b b e b o . Dios tiene de todo: manzanas, naranjas, guindas. Nos puede dar primaveras. Pero sólo viene Cristo mi­rando hacia occidente.

E l c a m p e s in o . — Ahora no nos hace falta. No lo dejaremos pasar. Los hambrientos no queremos rezar. No se muevan. Que nadie levante la mano. ¡E h! ¿Quién eres!

(Aparece un hombre común y se adelanta caminando sobre la cubierta escarchada del barco.)

E l H o m b b e . — ¿Quién soy! Soy un hombre.,^ ° v®nS° de parte de una Clase, no vengo de parte de una

Nación, ni de parte de una tribu.. Yo 116 visto el siglo sxx y el x l . Yo soy el hombre de los

tiempos futuros, sencillamente un hombre._ _ Vine para encenderles el alma, pues sé lo difícil que es

vivir sin probar todos los caminos.¡Escuchen! Esta es la nueva prédica de las cumbres. De

esas cumbres que ustedes buscan. ¿Esperaban ustedes llegar alguna vez a la cumbre del Ararat! Pues sepan.

No existe la cumbre del Ararat.Ni existe nada que se le parezca. Eso lo han soñado. Ya

se ha dicho, si la montaña no viene hacia Mahoma, al diablo con la Montaña.

No les hablo del paraíso prometido por Jesucristo, donde los ayunadores toman té sin azúcar.

Yo les hablo de los verdaderos paraísos terrenales. Juz­guen ustedes solos. El paraíso de Cristo, de los evangelistas, es el cielo de los hambrientos.

Mi paraíso de salas amuebladas, iluminadas con luz eléc­trica a raudales, es un paraíso verdadero. El trabajo dulce no

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deja callos en las manos. El trabajo florece como una rosa en nuestras manos.

En nuestro paraíso el sol hace tales trucos, que cada paso nuestro aparece iluminado de diferente color.

Basta escarbar la tierra para sembrarla y tan rica es, que apenas hecha la cosecha la pueden volver a sembrar. Seis cose­chas al año dan las plantas de ananá.

T odos. (En coro.) — Todos iremos contigo. No tenemos nada que perder. Pero, ¿nos dejarán entrar a los pecadores de la tierra?

E l H o m b b e . — Nuestro paraíso es para todos, menos para los pobres de espíritu, los soberbios, los petulantes. Más fácil será pasar a un camello por el agujero de una aguja, que a un elefante engreído ir conmigo.

Conmigo irán, los que dejaron los cuchillos.Conmigo irán, los que lucharon cantando contra el ene­

migo. *Vengan, sin despedirse. Serán los primeros en entrar eií

nuestro reino terrenal, y no celestial.Vengan todos los sinceros.Vengan todos los que no pueden soportar más la estrechez

de vuestra vida, y sepan: para ellos es nuestro reinado terrenal.T odos. — ¿No se burlará de nuestra miseria! ¿Dónde es­

tarán ellos? Nos atrae con engañifas muy extrañas.E l H ombbe. — Es largo el camino. Deberán pasar las nubes.T odos. — Venceremos las nubes. Una por una.E l H o m b b e . — ¿Y si aparece el infierno en el camino?T odos. — Lo pasaremos. No volveremos atrás. ¡Guíanos!

¿Dónde está el paraíso terrenal?E l H o m b b e . — ¿Dónde?Está, donde está el hombre, aquí, a vuestro lado.¿Dónde están vuestras manos? ¿Qué hacen con ellas? ¿Sé

cruzaron de brazos? ¡Inútiles! Parecen mendigos y en realidad son gigantes.

j Miren, miren! ¡ Qué riqueza infinita a vuestro alrededor! El viento juega con el Arca y la naturaleza no se somete. Pero ustedes, vivirán con calor y luz, obligando a las olas a dar elec­tricidad. Y si fueran al fondo del mar, no es nada terrible;

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allí también hay una flora y fauna marinas prodigiosas. De­bajo hay carbón y petróleo. Dejen que soplen los vientos, y rechinen los viejos maderos del Arca.

Por la derecha y por la izquierda está vuestra salvación.He terminado. Ahora tienen ustedes la palabra.(Desaparece. En la cubierta todos quedan desconcertados.)E l za p a t e r o . — ¿Dónde está?E l h e r r e r o . — A mi juicio, a ese hombre, lo llevo aquí,

adentro.E l c a m p e s in o . — Me parece que yo también lo llevo aquí

adentro.V oces. — ¿Quién es?¿Quién es ese espíritu irreductible?¿Quién es, si no tiene nombre?¿Quién es, si no tiene patronímico?¿Para qué vino y qué profecías ha dejado?Voces. — Alrededor sigue el diluvio universal.Pero ya encontraremos la tierra prometida.E l c a m p e s in o . — ¿Entonces, el paraíso, sin embargo existe?¿Entonces, no es ninguna tontería buscar la felicidad?Voces. — Para llegar a ese término, deberemos alzar los

martillos, las hachas y todo lo demás.¡Formen bien, en fila!¡No tuerzan la línea!El Arca rechina y la salvación sólo está en la disciplina.E l h e r r e r o . (Señalando el camino.) — La maldad de la

vorágine asombra nuestros rostros. Hay un solo camino. De­beremos cruzar las nubes. ¡Adelante! (Sube por el mástil.)

T odos. — Avanzaremos hasta el cielo. ¡Adelante! (Se oye una canción combativa:)

¡Eh, por el mar, el mar, el mar, el mar!¡A l camino, adelante, capitanes del mar!T odos. — ¡Adelante, comisarios del mar!E l z a p a t e r o . (Descansando un instante.) — ¡Allá veo a

los vencedores, después del combate! Si tienen los pies cansa­dos, en el paraíso nos darán otros zapatos.

T odos. — Les daremos, a todos los que tengan los pies sangrando.

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Los c a r p in t e r o s . — ¡Ya se abren las puertas del cielo, por los caminos del sol y el puente del arco ir is !

T odos. — ¡P or el ocaso del sol, y el puente del arco iris!E l pescador . — ¡ Basta de profetas! ¡ Todos somos naza­

renos ! Subid por los mástiles, hasta llegar al cielo!T odos. — ¡A los mástiles, a los mástiles, hasta llegar al

cielo!(Cuando desaparecen los últimos impuros, vacilan la dama

y el estudiante. El conciliador queda un instante pensativo e indeciso.)

E l c o n c il ia d o r . — ¿Adonde van? ¿Al Comunismo! Hay que tener ganas de ir a semejante lejanía. (Desde arriba gri­tan.) Mira, el Arca rechina. Vamos, camaradas. Es mejor subir que morir abajo. . .

(E l conciliador sube y desaparece. Por ultimo, sale de la carbonera el comerciante escondido.)

E l c o m e r c ia n t e . — ¡Hay que ser idiota para irse de aquí!Pero si aquí hay riquezas por cuatrocientos millones de

rublos, como mínimo.¡Sólo la chatarra lo que vale! Podría especular.¿Qué pasa? Se quiebran las maderas. Rechina toda el Ar­

ca. ¡Ay, se hunde! ¡Camaradas, camaradas! ¡Esperen un mo­mento ! ¡ Camaradas, que me hundo!

E l c o n c il ia d o r . — Suba, suba, que a lo mejor le dan una concesión.

T e l ó n

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a c t o t e r c e r o

(El infierno. Ilacia la derecha del escenario una puerta enorme Sobre la puerta, un cartel con la inscripción: “ Prohibido entrar sin avisar” A ambos lados dos diablos de guardia. Otros dos diablos se comunican de un extremo al otro del teatro cruzando la platea. Se oye una canción

desde el escenario, detrás de la puerta grande.)

dfahln01 ~~ 1 SOmír l0S diabl08’ l0S dÍabl0S’ l0S diabl°s, los diablos. Demos vuelta en la parrilla a los pecadores!

ñp! Un* DT L0' i m: ^ iénd0se a otro diablo en el otro extremo del teatro.) - Si, hermano diablo, esta vida es endemoniada.

D iablo s e g u id o . - Ya lo creo. En los últimos meses he soportado muchas desgracias.

t e g o í í ™ PEIMEB°- ~~ En una PalabraJ somos de tercera ca-

A b n £ T ‘ ~ Hem° S 0Chad° a l0S popes’ mendi§'os de sotana. Ahora tenemos una crisis de productos.Diablo segundo . — A nuestros hermanos de verdad no se

No b l T ' 0lUt° ‘ 1 ° n° Sé CÓm° cayeron acluí estos señores. No hacen mas que decir, “ sírvame esto, sírvame aquello.”_ _ D iablo pbim ebo . — El peor de todos es ese Negus de Abi-

smia-( La cara negra, un apetito de cerdo.

S rco m e r ‘ 0l1’ deS8raCÍa‘

nos f a X . ™ 1™ ' ~ AnteS’ l0S dÍaW0S COmíamos P” 10D iablo segundo. — ¡ Eso es cierto!

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D ia b lo p b im e b o . — En cuanto echamos a los popes, ahora nadie nos trae sandías.

D iab lo s e g u n d o . — Y las raciones son cada vez más chicas.D iab lo p b im e b o . — Las raciones son muy malas.D ia b l o s e g u n d o . — S i los condenados fueran como antes,

no sería nada, pero ahora son repugnantes, calvos, enclenques.D iab lo m e n s a j e b o . — Esperen un poco. Nosotros también

haremos nuestra revolución.S e g u n d o d iab lo m e n s a j e b o . — ¡ Chist! Tocan de nuevo el

timbre.Los dos diablos m e n s a j e b o s . — ¡Vamos, corriendo!(Cruzan corriendo todo el escenario. Los de guardia ante

los portones preguntan algo a los mensajeros y luego abren las puertas.)

L lo yd G eobge . — ¡Ay, estos diablos! ¡Ay, estos'hijos del diablo! ¿Cómo es eso que los pecadores no caen en la red!

P ope . (Entra amenazando a los diablos mensajeros.) — ¿Acaso yo he trabajado para ustedes, para estar ahora a ra­ción en el otro mundo!

D ia b lo s m e n s a j e b o s . (Descontentos.) — Tomarían la red y pescarían solos.

C l e m e n c e a u . — ¡Callar! Dejen esas viejas costumbres. Nosotros somos diablos de piel blanca y sangre azul. Los dia- blos negros deben trabajar sudando para nosotros.

S e g u n d o diab lo m e n s a j e b o . — Quieren imponer sus regla­mentos. Entre nosotros también empiezan los antagonismos de clase.

P a s h á . — ¡Con qu$ rezongando! ¡Qué atrevido! Te daré un buen picotazo y te clavaré con el tridente.

D iab lo j e f e de c e b e m o n ia s . — Su Excelencia, Belcebú, de­sea conversar con los nuevos súbditos del infierno.

E l a l e m á n . — ¡Levantarse! ¡De pie! ¡Firmes! No muevan la cola.

B e l c e b ú . — ¡ Diablos míos, fieles súbditos! Ya no tendrán hambre. Pueden alegrarse. Alcen la cola. Ha terminado el gran ayuno. Han llegado por lo menos quince pecadores.

E l p o p e . (Santiguándose.) — ¡Gracias a Dios) Al fin ter­minará nuestro tormento.

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Un c h in o . — Es demasiado seria esta gente, aunque no lleva calzones.

Negus. — ¡Ay, cómo quisiera comer a dos carrillos!Lnoxb Geoírge. — Me afilaré los cuernos de tal manera

que lamentarán haberme echado del gobierno.Belcebú. (A l mensajero.) — ¡Rápido, al puesto de guar­

dia! ¡Toma los gemelos y mira mejor para que ninguno de ellos escape vivo, que si no vas a cobrar!

(Vario,s diablos provistos de largavistas, corren por la sala buscando y escuchando.)

(Se abre la puerta.)Diablo primero. — ¡ Que aparezcan nomás, ya les mostraré,

alzaré la cola y con los cuernos los arrojaré hacia abajo!Diablo segundo. — ¡ Qué horror!Diablo primero. — Yo me arreglaré con ellos. Esto no se

lo deseo a ningún enemigo. Me gusta el guiso de pecadores jugosos.

Diablo segundo. — T o me los como simplemente, sin his­torias.

¡Chist! ¿Oyes? (Se oye ¡Tnc - iuc - tuc! ¡Tuc - tuc - tuc! Llega el ruido de los impuros, a quienes traen a la antesala del Infierno.)

Diablo peimeeo. — El viejo es nuestro. Se alegrará enor­memente.

Diablo segundo. — ¡Más despacio, que diablos! ¿No se puede hablar sin gritar! Corre, avisa al cuartel de Belcebú.

(Uno de los diablos sale corriendo. En el primer escaVón de la escalinata aparece Belcebú, saluda poniendo un dedo en la frente al estilo oriental. Todos los diablos se ponen de pie.)

Belcebú. (Gritando.) — ¡Eh, ustedes, diablos, revuelvan las calderas! ¡Agreguen más leña al fuego, seca y grande! ¡Batallón punitivo, a esconderse y vigilar, para que nadie de ellos vuelva a su camino!

(Los diablos se encogen. Se oyen gritos de abajo: “ ¡A los mástiles, a los mástiles!” Entra una multitud de impuros y al instante aparece un grupo de diablos con tridentes enfren­tándolos.)

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D ia b l o s . — ¡ U - u - uh!¡ A - a - ah!E l h e r r e r o . (Sonriendo señala a la costurera,) — ¡Todos

viejos conocidos! ¿Qué te parece!La c o st u b e e a . — ¿Nos arreglamos con los cornudos! Ya

nos arreglaremos con los impuros.(El griterío general es insoportable. Los impuros tratan

de imponer silencio. Los diableas callan desconcertados.)I m p u b o s . — ¿Este es el infierno?D ia b lo s . (En tono indeciso.) — Sí, s í . ..E l c a m p e s in o . — Camaradas, no se detengan. Pasemos

directamente.B e l c e b ú . — ¡ Cómo n o ! ¡ Adelante diablos! No los dejen

entrar en el baño.E l c a m p e s in o . — Escúchenlo, ¿quién es ése!E l h e e r e r o . — ¡Dejen todo!B e l c e b ú . (Ofendido.) — ¿Cómo, quién es ése!E l h e r b e r o . — ¡Qué vergüenza! Eres un viejo diablo ca­

noso, y mira con qué quieres asustarnos! En los talleres me­talúrgicos, ¡si habremos visto hierros candentes!

B e l c e b ú . (Secamente.) — Yo no estuve nunca en un taller.E l h e b b e b o . — Ya se ve. Si no, hubieras perdido el pelo.

Vives aquí haciéndote el rey de los diablos, compadreando, pei- nadito, todo lisito. . .

B e l c e b ú . — Ya lo creo que muy lisito, sin un pelito. Pero basta de charlas. Pasen por favor a las parrillas que el fuego está listo.

E l p a n a d e e o . — ¿Con eso quieren asustarnos? ¡Da risa, por Dios! En Moscú, nosotros le hubiéramos pagado por la leña. Teníamos cólicos de frío. Mientras ustedes viven con esta tem­peratura estupenda. ¡Es un verdadero placer! Todos andan desnuditos.

B e l c e b ú . — ¡ Basta de bromas! ¡ Temblad por vuestras al­mas ! ¡ De lo contrario seréis ahogados en lagos de azufre.

E l h e b b e b o . (Enfadado.) — ¡Cómo be dan corte! Hay un poco de olor a azufre, ¿y con eso qué! Cuando en los últimos combates de la guerra lanzaron los gases asfixiantes, toda la

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Page 21: Vladimiro Maiacovski - Misterio Bufo

estepa y hasta los capotes se cubrían de azufre. Una división entera se tiró cuerpo a tierra y luego seguimos el combate.

Belcebú. — ¡ Temed los tridentes ardiendo! ¡ Yáis a ser que­mados en la parrilla!

E l c a m p e s in o . (Sulfurándose.) — ¿Por qué te das tanto corte con tus tridentes? ¡Imbécil! Tu infierno es como la miel para nosotros. Una vez, en un ataque, durante la guerra, con una sola ráfaga de ametralladoras acabaron con la cuarta parte de nuestro batallón. (Los diablos escuchan asombrados.)

Belcebú. (Tratando de mantener la disciplina.) — ¿Qué hacen allí parados? ¡Abribocas! ¡A lo mejor no son más que cuentos, mentiras!

E l c a m p e s in o . (Celoso.) — ¿Yo, miento? ¡Ustedes, que vi­ven escondidos en sus cuevas, escuchen lo que yo les voy a contar. . . !

D iab lo s . — ¡Silencio!E l c a m p e s in o . Les contaré algo sobre los horrores te­

rrenales.Ustedes, tienen un Belcebú, que anda con un tridente pa­

seando por el infierno. Yo los llevaré un momento a la tierra y verán ustedes los horrores de nuestro mundo.

Señores diablos, ¿conocen ustedes lo que es el bloqueo? Co­mo para tenerles miedo a los tridentes.

Los obreros hemos parado a los tanques ingleses con nues­tros propios cuerpos, cuando nos cercaba un anillo de ejércitos y escuadras, enviadas por el Capital, que quería doblegar a la República Obrera.

Ustedes no tienen descendientes, ni hijos, ni nietos. Us­tedes no saben torturar. Nosotros pasamos de todo. Hemos conocido de todo. No, señores diablos, aquí se está mejor. Us­tedes clavan a los pecadores en un tridente como si fuera algún truco desconocido. Pero nosotros tenemos máquinas más terri­bles que las vuestras. Nosotros tenemos una cultura...

Voces. (Del grupo de los diablos.) — Sin embargo. . .E l c a m p e s in o . — . . .que les gusta chupar nuestra sangre.

Yo los llevaría a ver una fábrica antes de que sea tarde, para que vean como los burgueses hacían morcillas con la sangre humana...

Voces. (Del grupo de los demonios.) — N o ... ¿en serio?El campesino. Y si no miren a los esclavos de las colo­

nias inglesas. Ustedes saldrían disparando de esas regiones. A los negros les arrancan el pellejo para encuadernar los li­bros. Les clavan aros en las orejas y otras veces alfileres balo las uñas.

Si ustedes vieran a los soldados en las trincheras, y los compararan con vuestros torturadores, los vuestros son sen­cillamente haraganes.

Voces. (Del grupo de los diablos.) — ¡ Basta! Se me ponen los pelos de punta. Esos relatos me dan frío.

El campesino. — ¿Ustedes creen que todo esto es terrible? Se han vuelto histéricos. Pero, en verdad, ¿qué demonios son ustedes? Son simples cachorros. Ustedes no saben lo que es el trabajo de las fábricas y los lonjazos, en el cuerpo de los ne­gros y los indios, y los rebencazos en los dedos.

Belcebú. (Turbado.) — ¡Bueno, bueno! Vayan con esa harina a otro costal.

E l pope. (Empujando a Belcebú.) — Hábleles de la caldera del infierno, para que tengan miedo.

Belcebú. Ya les dije, pero no me escuchan. No puedo impresionarlos.

El campesino. (Avanzando.) — Ustedes, prueban sus dien­tes en los más tímidos.

Belcebú. ¡Pero no, por Dios, qué ocurrencia! Los dia­blos son simplemente diablos.

El conciliadob. (Trata de empujar a los diablos en contra de los impuros.) ¡Oh, Dios mío! ¡Ya comienzan ustedes! No les basta dos revoluciones. ¡Señores, camaradas, no empiecen de nuevo el escándalo! ¿No tienen otra cosa que hacer? Han encontrado un buen tema y no acaban más. ¡Ustedes también son buenas piezas! ¿Acaso no pueden ceder? Vea, viejo demo­nio, y jóvenes y honorables diablos. ¡Abandonen esas riñas hay que resignarse! ’

Belcebú. — ¡ Eh, tú, adulón!El campesino. — ¡Eh, tú, zorrito!(Ambos pegan al conciliador.)El conciliadob. (Apelando al espectador.) — ¡ Ciudadanos!

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Page 22: Vladimiro Maiacovski - Misterio Bufo

,P ero dónde está lo justicia! T o les propongo la conciliacióny los dos me pegan.

B e l c e b ú . (Dirigiéndose a los impuros, con cierto tono de amargura.) — T o los convidaría en calidad de huéspedes. Los invitaría a comer, pero no tengo nada para convidarlos. Tara comer no quedan nada más que algunos pellejos y huesos.

Ustedes mismos saben en qué estado llega la gente al in­fierno. Los ponemos a la parrilla y no queda nada en el p la to ... En estos días, trajeron a un obrero desenterrado, y no se lo imaginan, no había ni para empezar.

E l c a m p e s in o . (Con repugnancia.) — ¡Andate al diablo! (Dirigiéndose a los obreros impacientes.) ¡Vamos, camaradas!

(Los impuros se van, Belcebú trata de alcanzar al ultimo.)B e l c e b ú . — ¡Feliz viaje! ¡No nos olviden! T o sé más por

viejo que por diablo. Lo digo por experiencia. Si se arreglan bien me llaman. Podría servirles de encargado de las calderas. A veces estamos cinco días sin comer, y los diablos tenemos, como se sabe, un apetito d'el demonio.

(Los impuros salen. Silben. El escenario se llena del vapor de las calderas. Oscurece. Desde las tinieblas va surgiendo el cuadro siguiente. Mientras, se oye la canción de los impuros que salen del infierno, pasando por diferentes circuios.)

E l h e b k e b o . — Con uno de esos troncos abriremos esas puertas. ¡Adelante! ¡No teman!

Cono. — ¡Abran! ¡A sí! ¡No teman!E l m in e r o . — ¡Adelante! Olvidemos el descanso. Pasemos

por los círculos hasta llegar al más alto. Luego marcharemos por las nubes.

Coro. — ¡ Caminen por los círculos, hasta llegar al más alto! Hasta llegar a las nubes.

La d a m a . (Aparece de pronto y se lanza en brazos de Bel­cebú.) — ¡Oh, diablito! ¡Queridito! ¡Bonito! No dejes que muera esta pobre damita. Déjame pasar para ir con los míos. Déjame pasar queridito. ¡Estos impuros son unas fieras!

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/Belcebú. — ¡Y bueno! ¡Un asilo para damas! ¡Por favor,

m adam e! (Le indica una puerta, de la cual aparecen dos diabli­llos con tridente y se llevan a la damita; él se frota las manos con placer.) A l fin tenemos una dama. Siempre es más apeti­tosa que un desertor.

T e l ó n

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A C T O C U A R T O

ü ! T Y e nu} e- Solre el centrode cada nube están senta­dos los habitantes del parmso. Al comenzar la escena, Matusalén está enel uso de la palabra.)

M at u sa l é n . — ¡ Santísimos señores! Podéis ir acomodando vuestras ciaras osamentas. ¡Purificad los días! Gabriel nos pro- tetiza la llegada de más de una docena de profetas. Santísimos señores, recibidlos _en vuestro seno. El infierno los embromó y vienen con las visceras hambrientas. Pero ellos deliran

V oces del pabaíso. (Con solemnidad.) — Se ve que son dignísimas personas. Los recibiremos con todos los honores. JJesde luego, los recibiremos.

M at u sa lé n . — Hay que poner la mesa, e ir a recibirlos. La recepción será solemne. La organizaremos nosotros.

Voces. — Usted, que es aquí el más anciano nos serviráde jefe de ceremonias.

M a t u salén . — Si yo no sé, cómo se debe.T odos. — Bueno, bueno. . .M a t u salén . (Acepta y va a dar las órdenes para disponer

la mesa y ubicar a los santos.) - Tu, arcángel Gabriel, te sen- taras aquí. Prepara el brindis de bienvenida. Algo así:

# --Nosotros, por ejemplo, los saludamos en nombre de Cristo. . .

Ya sabes, si tienes un libro en la mano, sabrás continuar.Aquí se puede sentar Tolstoi, tiene buen aspecto, decora­

tivo. Aquí puede quedarse de pie Jean Jacques Eousseau. s

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Así, ubicadas en semicírculo. Mientras, yo iré a ver cómo anda la mesa. H ijo mío, ¿has ordeñado las nubes?

Un á n g e l . — Sí, ya las he ordeñado.M a t u s a l é n . Ordeña otro poco más para que alcance para

todos en la mesa. Puedes cortar otras rebanadas de la nube grande y poner un bocado para cada uno. Para los santos pa­dres, la comida no es lo principal. Lo importante son los dis- cuisos de salvación de las almas que se pronunciarán en la mesa.

Los s a n t o s . — Bueno, pero no llegan, no se los ve. En aquel extremo de la nube hay algo que gira sospechosamente. ¡Ya vienen! ¡Ya vienen! ¡Y a vienen! ¿Será posible que sean ellos? Vienen al paraíso y están sucios como deshollinadores. Pero no importa. Los layaremos, los bañaremos. Ellos no saben que los santos somos diferentes.

V oces desde a b a j o . — Con gritos y armas, con cañones roncos, nosotros somos todos cristos y salvadores.

(Aparecen los impuros a través de un piso de nubes.)Los im p u b o s . (A la vez.) — ¡ Eh, cuántos barbudos! ¡ Son

como trescientos!M a t u s a l é n . — ¡P or favor, por favor! Pasen, éste es un

lugar tranquilo.U n a v o z de á n g e l . — Me parece que han dejado entrar a

gente peligrosa.Los á n g e l e s . — ¡ Salud, salud, bienvenidos sean!M a t u s a l é n . — A ver, Gabriel, ese brindis.Los im p u b o s . — Al diablo con los brindis! De qué brindis

nos hablan si tenemos el estómago vacío.M a t u s a lé n . — ¡Paciencia, hermanos! En seguida les da­

remos de comer a satisfacción. (Conduce a los impuros a mía mesa de nube, que los espera, donde la leche es de nubes y el pan hecho de nubes.)

E l c a b p in t e b o . — Hemos caminado tanto, ¿no podría dar­nos una silla para sentarnos?

M a t u s a l é n .— No, en el paraíso no hay sillas.E l c a b p in t e b o . — Y no le tienen lástima al Todopoderoso.

Lo tienen siempre parado y encorvado.E l m in e r o . — No protestes. Lo principal es reponerse.

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(Se abalanzan sobre los tarros de leche y los panes de nubes, al principio se asombran y luego desconcertados tira^i todos los trucos del escenario de nubes.)

M a t u s a l é n . — ¿ Comieron algo!E l c a r p in t e r o . (Amenazante.) — ¡Como para comer! ¿No

tienen algo más sustancioso! Puras nubes.M a t u s a l é n . — ¿Ustedes quisieran bañar vuestras almas

incorpóreas en vino tinto!Los im p u r o s . — ¡Malditos sean! Y nosotros teníamos la

esperanza puesta en el paraíso. Nos estamos muriendo de ham­bre, resignadamente. Si la gente supiera lo que le espera, no soñaría con esto. Para ayunar tenemos nuestro paraíso en la tierra.

M a t u s a l é n . (Señalando al santo a quien le gritan los im­puros.) — No le griten, eso no está bien. Además, tiene grado de ángel.

E l pescador . — Sería mejor que hable con ese ángel para ver si nos da un pan dorado.

Los im p u e o s . — ¡No nos imaginábamos que esto fuera así!E l c azad o e . — Son verdaderas cuevas blancas.E l c h o f e r . — ¡Esto no parece un paraíso!E l z a p a t e r o . — ¡ Así es, queridos, hemos llegado al paraíso!Un l a c a y o . — A mi juicio, esto no es más' que un agujero

de nubes.E l c a m p e s in o . — ¿Ustedes se pasan el tiempo así, parados

entre las nubes!U n o de lo s á n g e l e s . — No. ¿Por qué! A veces vamos a la

tierra a visitar a un buen hermano y regresamos después de dejarle nuestra bendición.

E l l a c a y o . — Por eso a veces vemos las plumas que van dejando por las nubes. ¡ Qué raros! Mejor pondrían un ascensor.

A n g e l s e g u n d o . — Nosotros bordamos en cada nube nues­tras iniciales. En aquella nube está Jesucristo.

E l l a c a y o . — Ya que tienen tanto tiempo podrían comer semillas de girasol. ¡ Provincianos! . . .

E l c a m p e s in o . — Si vinieran a verme a la tierra les qui­taría la costumbre de haraganear. Abajo, algunos cantan “ Rom­

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peremos las cad en as...” Pero a ustedes también les llegará el turno. No crean que por estar tan a lto ...

La c o st u b e e a . — Igual estaba la gente en Petrogrado. La población hacinada, sin comestibles.

Los im p u r o s . — En realidad el paraíso es muy aburrido. ¡Oh, qué aburrido!

M a t u s a l é n . — No podemos hacer otra cosa. Es así nues­tro régimen de vida. Hay muchas cosas, desde luego, incómodas.

E l e s t u d ia n t e . (Mirando ora a León Xolstoi, ora a Jean Jacques Rousseau, por último se dirigió al segundo.) — Los estoy observando y veo ¡caras conocidas! ¿Usted es León Nico- laevich Tolstoi! ¿Y usted es Jean Jacques Rousseau! Ah, per­mítame un apretón de manos! ¡ De alegría se me corta la res­piración! ¿Es usted el que escribió sobre la fraternidad, la igualdad y la libertad!

¿Es usted el que escribió el Contrato Social!¡ Mucho gusto en saludarlo! Si yo lo sé de memoria, desde

que era chico, sí. Permítame espresarle toda mi vieja admira­ción y mi respeto. Lo que más amo en la vida es la lectura de autores liberales. Yo no me voy a ningún lado, yo me quedo aquí.

Que se vayan estos impuros tan incultos. Perdóneme Jean Jacques Rousseau si lo voy a retener un poco con esta conver­sación. Le quería hacer una pregunta sobre el “ Contrato Social” . . .

E l c a m p e s in o . — ¿Cómo hacemos para salir de aquí!M a t u s a l é n . — Pregúntele al arcángel Gabriel.E l c a m p e s in o . — ¿Y cuál es Gabriel! Todos son iguales.M a t u s a l é n . (Acariciándose la barba con vanidad.) — ¡No

diga! Hay mucha diferencia, por ejemplo en la longitud de la barba.

Los im p u r o s . — ¿Para qué seguir hablando si esto no es para nosotros!

E l c o n c il ia d o r . — ¡Cliist! ¡ Camaradas! Por favor, pón­ganse de acuerdo. Dejen sus divergencias. ¿Acaso no da lo mis­mo a qué clase pertenezco! (A los ángeles.) ¡ Miren, qué mu­chachos ! Yo, en vuestro lugar estaría muy contento. La mejor

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parte de la sociedad es el proletariado. (A los impuros.) Us­tedes también son gente bastante buena. ¡ Yean a qué lamentable situación hemos llegado. (Señalando a Matusalén.) Este no es Wrangel, es un ángel.

DiosTATITSALÍ ’ ~ iPonerme de acuerdo con éste! ¡Líbreme

E l hebbebo . — ¡Ponerse de acuerdo con ése! Se la buscó.f brolpean los dos al 'lonciliador.)

E l conciliadob. (Lloriqueando.) — Uno se empeña a las buenas y siempre resulta al revés. Otra vez me pegan de los dos bandos. ¡Ay, cada vez que me empeño en reconciliarlos, a golpes me quitan el ultimo aliento!

El campesino. — ¡ Vamos a la Tierra Prometida! Busque­mos detras del paraíso. ¡Vamos! Primero, revisaremos todo el paraíso.

Todos. Revisaremos todo el Universo, hasta encontrar la Tierra Prometida.

M at u sa lé n . (A l ver que los impuros destruyen a su paso los decorados de nubes del paraíso, grita con vos estentórea.) — ¡^Socorro! ¡Paradlos! ¡Detenedlos! ¡Partidlos con un rayo Se­ñor Todopoderoso! ’

(Anunciándose con terribles truenos, aparece Dios sobre una nube con un puñado de rayos en la mano.)

Dios. Yo los voy a hacer papilla con mis rayos.. S0LDAD0 B0J0- — Como si fueran chiquilines fueron a

quejarse al Santo Padre. ( Con el rostro descompuesto,, el San­to Padre escandalizado por las palabras del soldado intenta increparlo, cuando aparece el conciliador.)

E l conciliadob. — ¡Ah! ¡Oh! ¡D ios! Tiemblo ante su pre­sencia! ¡Se me doblan las rodillas! (A los impuros.) Un pocode juicio. Pónganse de acuerdo. ¿A dónde van? Contra el propio Dios.

■Dí,os' (Mostrándole al conciliador su puño amenazante.) —no era 1° blleno <Iue soy, te mostraría lo que mereces

como conciliador.E l hebbebo . — | Nosotros, los obreros, ponernos de acuer­

do con Dios! (Ambos empujan al conciliador.)

E l c o n c il ia d o b . (Llorando, pero con respeto.) — ¡Qué puño tiene! No estoy seguro de convencerlo, pero si me empeño un poquito más y me quitara el barniz de reformista, quizá...

Un m a q u in is t a . (Señalando a Dios, que intenta usar algu­nos rayos pero teme que causen estragos en el paraíso.) — Hay que arrancarle a Dios esos rayos. Quitémosle los rayos que a nosotros nos servirán para la electrificación. Está gastando rayos y truenos al cuete. (Se abalanzan y le quitan a Dios los rayos.)

D io s . ( Con amargura.) — ¡ Me han despojado! Ni plumas me han dejado.

M a t u s a l é n . — 4 Y ahora con qué vamos a amenazar a los pecadoies? Tendremos que cerrar el boliche. (Los impuros si­guen revisando el paraíso y derribando los decorados de nu­bes, subiendo armados de rayos y centellas.)

E l h e b b e b o . — Ya está cerca el amanecer. ¡ Adelante! ¡ Más allá del paraíso!

(Pero cuando llegan sobre las ruinas del paraíso, se de* tiene el herrero, interrumpido por la costurera.)

La c o st u r er a . ¿Para que alimentar las auroras hamj brientas f

La l a v a n d e r a . (Cansada.) — Rompemos, rompemos nubes y ya es tiempo de dejarlas a un lado. 4 Cuánto tiempo faltará para poder llegar y lavarme el cuerpo fatigado?

O tras^ v o c es . — 4A dónde? 4No vamos a caer en otro in­fierno! ¡Nos han engañado!

4Y ahora qué pasará! Cuanto más avanzamos, tanto peor.O teas vo ces . — ¡Adelante, deshollinador! ¡Adelante, des­

cubridores ! (Desde las tinieblas y las ruinas del Paraíso apa-* rece otro cuadro. Del grupo de impuros se separa vacilando el conciliador.)

' E l c o n c ilia d o r . — Hemos pasado por el Paraíso, por el Infierno, y seguimos andando. 4 No sería mejor que me vuelva atrás!

85

Page 26: Vladimiro Maiacovski - Misterio Bufo

Un pneblo bueno constituye una casta de ángeles. Parece que todo lo hubieran programado. ¡Que vayan ellos si tienen ganas! (Hace un gesto con la mano despidiéndose de los im­puros.)

Yo me volveré con Tolstoi. El es grande. Me ocuparé de la no resistencia al mal.

T e l ó n

86

A C T O Q U I N T O

E l h e k k e r o . — ¡E h! ¿Por qué se han detenido! ¿Qué pasa! ¡Vamos!

E l fab o ler o . — No podremos cruzar ese camino. Hay va­rias montarías de por medio y será muy difícil avanzar.

La costxjeeba. — En tres años sólo hemos acumulado rui­nas. Mirando las ruinas.) Mirad los restos del Arca.

É l soldado e o jo . — Y también restos del rey de Abisinia.E l z a p a t e b o . — Otro pedazo del Paraíso.E l c a m p e s in o . — Una calavera del Infierno.E l fabo leeo . — ¿Qué hacer! Debemos seguir .No hay ni

dónde sentarse.E l h e e b e e o . — ¿Qné hacer! ¿Qué hacer!E l c a m p e s in o . — Entonces, no pensemos más. Debemos or­

ganizamos, camaradas, y ponernos a trabajar.E l soldado b o jo . (Dándole importancia.) — No todas las

organizaciones son iguales. Primero debemos planear bien el camino. A mi juicio, hay que depurar la organización.

E l m in e b o . — Es una proposición absurda depurar una or­ganización que recién se inicia. Debemos designar a los res­ponsables.

La l a v a n d e b a . (Desafiante.) — Eesponsables. . . Ese no sa­be lo que dice. Hacen falta paragolpes...

(Se amontonan los impuros gritando.)Un e s q u im a l . — A mi juicio todo eso no está de acuerdo

con nuestro dogma. Yo tengo una plataforma completamente distinta. Yo quiero salvar a Eusia del trabajo rompiendo los nudos de la miseria y del hambre.

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Page 27: Vladimiro Maiacovski - Misterio Bufo

E l campesino. (Sin esperanza.) — ¡ Ya empezó de nuevo ladiscusión!

E l h ebbeb o. (Separando la gente.) — ¡Camaradas, dejen de pelear! No estamos en el sindicato.

E l m aq u in ista . — Necesitamos paragolpes, pero las loco­motoras están sin ruedas y eso es peor que estar sin paragolpes.

_ E l hebbebo . — De nuevo perdemos tiempo en discusiones sin ím. Tara qué perderse en un río de palabras. Empecemos con la pala y el azadón.

(Removiendo escombros.) — ¡A ver! ¡Van una y dale! ¡ Dale! ¡ Dale que dale!“ r>^v °/>*rciIj:AD0B- (Asomando desde una nubecita que dice:

berkn ) — ¡O-o-oli! ¡Camaradas, dejen el trabajo! Ustedes comprenderán perfectamente que no los voy a aconsejar en va­no. Desde el extranjero se ve todo mejor. Dejen el trabajo, her­manos queridos, igual todo será inútil; se cansarán y no arre­glaran nada. Póngase de acuerdo conmigo

E l hebbebo . — Ya asomastes con tu escracho. ¡ Cuidado, que con el martillo no te arranque los mostachos!

E l conciliadob. — ¡Ay! (Desaparece detrás de la nube.) E l minebo. (Se detiene con el azadón en alto.) — Camara-

aas, escuchen. ¿Oyen un quejido! ¿No ha quedado nadie aplas­tado entre los escombros! ¡Corran, remuevan!

(A l terminar sus palabras remueven con multiplicado es­fuerzo y entre las nubes aparecen una locomotora y un barco.)

L a locomotora. — ¡ U-u-uh! Se asombran del quejido de la locomotora. No se puede ni suspirar. No podemos lanzar el va­por sin hacer ruido. Nos hace falta leña, carbón o trigo del Don. ¡Dadnos de comer!

_ E l m a q u in ista . — No, tú no debes morir. Quédate tranquila amiga.

Nosotros arrancaremos el carbón de las entrañas de la tie­rra para poder seguir contigo los nuevos caminos.

E l babco. — ¡O-o-oh! ¡Dadme de beber de las fuentes de los rios^Tengo agujeros por los cuatro costados. Necesito una reparación. Traed petróleo para mis calderas. ¡U-u-uh!

E l m in e b o . ¡Eh, camaradas, conmigo! ¿Por qué se cru­zan de brazos!

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¡ A buscar el carbón debajo de la tierra! ¡ A buscar petró­leo ! No podremos marchar, ni avanzar hacia adelante sin pe­tróleo.

Cobo. — ¡ Alzad y bajad las azadas! ¡ Trabajadores de las brigadas de choque, barrenad con las perforadoras hasta en­contrar petróleo!

La Ruina. — ¡Atrás! ¿Para qué golpean con los martillos! ¡Atrás! ¿Quién discute conmigo! ¡Y o soy la Ruina!

Yo reino aquí, me trago las locomotoras. Me como las má­quinas. Y desaparecerán las fábricas como las dunas cuando yo sople sobre ellas.

Apenas miro las válvulas y ellas se detienen. Muerdo los rieles y se tuercen.

¡Se encogerán de hambre y frío las ciudades!Las aldeas se morirán de frío y hambre. ¡Atrás! ¡Atrás!

¡Detesto el trabajo alegre! ¡Atrás! ¡Atrás!Ya los arreglaré a mi manera. Formaré mi ejército de ha­

raganes y aprovechadores. Conmigo está el ejército de los es­peculadores y de todos los parásitos. (Su ejército la rodea.)

Cobo. — ¡Atrás! ¿Quién golpea con los martillos! ¡A trás! ¿Quién discute con la Ruina!

La Ruina. — Inclináos ante mí. Yo soy la Ruina, vuestra emperatriz, y empezaré a cercarlos con el hambre.

E l hebbebo . — ¡ Suficiente! Hay que darle a esta empera­triz un golpecito con los martillos.

E l m i;neeo . (Abalanzándose sobre la Ruina.) — Debemos luchar por el carbón. (Dirigiéndose a los especuladores.) Y con­tra éstos. Ya han viajado bastante de polizones en los trenes. ¡Todos, a trabajar!

E l hebbebo . — ¡A trabajar, enchufistas! ¡Abajo los hara­ganes! ¡Y a trabajar hasta el séptimo sudor para sacar a la república del barro!

(Avanzan los impuros y el ejército de la Ruina retrocede.)E l m in e b o . (Aparece entre los escombros.) — ¿Acaso ba­

jaremos la cabeza ante la Ruina! ¡ Camaradas! Abramos los tú­neles de las minas.

E l cam pesino . — Los surcos del arado son ahora las trin­cheras del campo.

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Page 28: Vladimiro Maiacovski - Misterio Bufo

E l c a m p e s in o x EL m in e b o . — Nuestras armas son e l pan y el carbón. ^

E l h e b b e b o . (Golpean a la Ruina.) — ¡Hurra! ¡Hemos ven­cido! La Ruina se lia entregado. Nos falta el último golpe. . . Se ha entregado Ya es suficiente. Ha quedado libre la entrada para el futuro. (Senalando la entrada de una mina.) Y aquí va-final” 81 ÚltÍm° agig'er0, Cantando “ Y ésta será la lucha

(Van hacia la mina, cantando; se alejan las voces.)E l m in e r o . (Conduciendo una vagoneta cargada de car-

oon.j ¡ Es el primer carbón moscovita!Una lo c o m o to b a . — ¡ Muchas gracias ! Estoy contenta. Han

empezado a repararme. Falta abrir los semáforos.E l m a q u in is t a . (Haciendo rodar un tonel de n a fta .)__¡ Es­

te es el petróleo de Bakú! 1

costados 0C0M0T° BA' ~ ‘ LÍSt° ! Y a 110 teng° máS agu;]'eros en mis

E l m in e b o . (Cargando otra vagoneta.) — ¡E s t e es carbón d el Donbas!

_ La lo c o m o to b a . — ¡Muchas gracias! En seguida encenderé mis calderas.

E l m a q u in is t a . (Con otro barril de p etró leo .)__ ¡Otro ba­rril más para nuestros barcos!

licesf^ BABC°' ~ ¡Machas gracias! ¡Ya marchan nuestras hé-

E l m a q u in is t a . (Empujando otro.barril.) — ¡Otro regalo de Bakú!

E l m in e b o . (Con otra vagoneta.) — ¡Otro carbón más de los Urales!

E l babco t l a l o c o m o to b a . — Estamos reviviendo. ¡Hurra! La l o c o m o to b a . — ¡ Como corren las ruedas!E l babco . ¡E sto y reviviendo, ahora avanzaré entre las

o la s !

(Desde las bocas de las minas'salen ios impuros al encuen­tro del maquinista.)

E l m a q u in is t a . — Yo vengo a verte.E l m in e b o . — Yo v en go a v e rte .E l h e b b e b o . — Y yo también.

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La l a v a n d e r a . — Y yo también.E l soldado b o jo . — ¡Es extraordinario!La co st u b e b a . — ¡ Increíble !E l e s q u im a l . — ¡Qué acontecimiento fantástico!E l m in e b o . — Allá, detrás de la última torre. . .E l m in e b o y e l m a q u in is t a . — Allá hay algo . . .E l m in e b o . — Estoy poniendo el último remiendo. . .E l m a q u in is t a . — Y éste es el último barril . . .E l m in e b o . — Yo oigo lejos, muy lejos . . .E l m a q u in is t a . — Yo veo, lejos, muy le jos . . . allá donde la

vista no alcanza. . .E l m in e r o . — Escucho una canción, el ruido de las poleas,

la respiración pausada de las fábricas...E l m a q u in is t a . — Yo veo el sol, un temprano amanecer, es

la ciudad seguramente.S oldado b o j o . — Yo creo que hemos vencido, yo creo que

estamos al borde, en los umbrales de un paraíso verdadero.La l o c o m o to r a . — ¡La locomotora está lista!E l bab o o . — ¡E l barco ¡está listo!E l m a q u in is t a . — ¡ Suban, iremos rápido al futuro!E l sold ad o b o jo . (Sube a la locomotora, seguido por los

demás.) — El camino es recto, limpio y liso. ¡ Maquinista, serás el primero e irás adelante! ¡Por los rieles! Ya hemos logrado parte del camino icón esfuerzo. El alegre futuro está cercano. ¡Tragad las distancias! ¡Máquinas, a todo vapor!

¡ Sólo sobre máquinas marcharemos al futuro! ¡ Marchando, volando!

E l cobo. (Repitiendo las frases del soldado.) — ¡Adelante máquinas, a todo vapor! . . .

T e l ó n

91

Page 29: Vladimiro Maiacovski - Misterio Bufo

a c t o s e x t o

z r . á,k s áe * ^* «« ta*» „ ¡raTímfc ¡ZtZlZl Z,Xllamando a sus camaradas.) *

el d e t n Z ^ ' ~ ¡P ° r a?U‘ ’ CamaradaSl |Por ««■ « ‘Muí es

« « — « « wiEl m in e b o . — ¡Oh, milagros!

o i s n s H , X ™ g ™ l ‘ ES‘ a ” 68 la °ÍUdaa de ^ v - V c n i -

E i í m S I ™ ' ~ P T ° E0.p™ do ore“ «n lo que veo! n icien ín l ? r~ “ **t* 110 es la ciudad de Ivanov-Voa-

“ S L ™ PA°r mÍ h° " 0r’ qne est0 es “ “ sella!L zapatebo. — ¡A mi juicio, es la ciudad de Soche'El oho™ . - Nada de Soche. Esto es Mánchester

maquinista. — ¡No les da vprm'ipnvn i . n Mánchester! ¡Esto es Moscú! ¡Cómo están e n c e l d o ™ ,Perono ven ustedes que esta es la calle Tverskáia, y por aquí pLa la avenida Sadóvaia y éste es el teatro Bolshói q P

E l campeswo. - Moscú, Mánchester o Marsella No se tra ta de eso. Lo principal es que estamos de nuevo en la tierra de’ nuevo en nuestros pagos. ra’ de

Todos. — .Es redonda la tierra maldita. ¡Y bien redonda!. . . A LAVAKDEBA- ~ Es la tierra, pero no es la misma A mi juicio, para ser la tierra, no huele nada mal.

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durazno?IVIENXE’ ~ ¿Y 688 aÍre tan dulce> <*ue ^ e le a flor de

otoñoEí ZAPATEE0- — ¿Flor de durazno, pero si estamos casi en

(Levanta la vista y los arcos de luz lo enceguecen.)E l soldado r o jo . _ A ver farolero, sube con tu escalera

y dmos que ves con tus ojos.E l far oler o . (Sube y deteniéndose comenta.) — ¡Qué im­

béciles somos! ¡ Pero qué imbéciles! 'mip ^ S0LDAD0 E0J0- — Pero, cuenta. Mira, pero cuenta lo ves.

E l far oler o . - ¡No puedo! ¡Me faltan las palabras! ¡Ne-

r í i i’? ¿ f ? P°der deSCrÍbÍr esta luz más P°de«aque el sol. Para poderla cantar no hace falta una lira; se nece-míp i T í T a qUe, 10 estudien los Joyeros, o los músicos, para q las palabras salgan de mi boca como ruiseñores cantando¡Que puedo decir! ¡Igual no podré contarles todo! Edificios

e cien pisos cubren la tierra. Agiles puentes unen los edificios.

d u c to r CaSaS’ 7 611 laS vitrinas’ m°ntañas de pro-

Sobre los puentes pasan los trenes relampagueando.E l coro. — ¡Relampagueando!E l f a b o l e b o . — Sí, relampagueando. Todas las bujías salen

de sus órbitas. Todo está iluminado por el resplandor de millo- nes de voltios. ¡La tierra brilla y me deslumbra!

E l coro . — ¡ Brilla y nos deslumbra!E l far oler o . — ¡ Cómo brilla!E l SOLDADO BOJO. — ¿Por qué se asombran tanto! No hemos

trabajado acaso, no sabemos.E l m a q u in is t a . — Trabajar, hemos trabajado, y sin em­

bargo, no puedo creer lo que veo. Parece un milagro.L CAMPESINO. — Basta de mentiras. ¡Ya encontraron a un

charla tan ¿Y que, nuestras higueras no dieron flores!¡Ja, ja !

E l f ab o l eb o . — ¡ No griten tanto! ¡ Es la electrificación!E l coro. — ¡ La electrificación !

E l far oler o . — Sí, es la electrificación. Enchufes de un me­tro conectan cables poderosos.

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E l m a q u in is t a . — Los cables son prodigiosos. Hasta los sa­bios dudaban de que llegaríamos a esto.

E l par o lero . — Por el campo marchan tractores eléctricos. Sembradoras y cosechadoras eléctricas y a los pocos segundos está horneado el pan.

E l coro. — ¡ Horneado el pan !E l f a r o l e r o . — Sí, en pocos minutos el pan horneado.E l p a n a d e r o . — Y en la panadería, la señora del panadero

anda muy bien arreglada, y el panadero limpio y con ademán manso, se pasea por la vereda.

E l far oler o . — Desde aquí no se ve a nadie. Lo que noto es un gran pan de azúcar. (*) No sólo uno, dos o tres.

L a c o st u r e r a . — ¿Han oído? ¡Grandes panes de azúcar! Antes del diluvio no tuve tiempo de apuntarme en el raciona­miento de las papas.

E l coro . — Farolero, cuenta con más detalles lo que ves, poco a poco.

E l far oler o . — Veo caminar a los objetos. Los objetos tie­nen patas y manos. Las fábricas están embanderadas. En todas partes veo máquinas descansando.

Los im p u r o s . (Inquietos.) — ¿Máquinas descansando? Quie­re decir que no hay trabajo. Y nosotros estamos aquí perdiendo el tiempo. A lo mejor llueve y las máquinas se echan a perder y no hay quien las cuide. ¡Vamos! Griten preguntando quién vive.

E l far o ler o . — ¡Ya v ie n e n !.T od os. — ¿Quién viene?E l far o ler o . — ¡Los objetos vienen!(Se abren los portones y se ve una espléndida ciudad. Se

alzan en el cielo edificios transparentes. Fábricas y casas de vi­vienda, rodeadas por arco iris. Se ven trenes, tractores, auto­móviles., y en el medio un jardín de estrellas y lunas, cubiertas por la corona del sol. Desde las vitrinas descienden y salen mar-

C1) En los grandes almacenes rusos antes había grandes panes de azúcar, cónicos, cuya venta al menudeo se hacía serruchándolo con sierras especiales y fragmentándolo con tenacillas.

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chando los mejores objetos, conducidos por la hoz y el martillo, el pan y la sal, que encabezan la comitiva acercándose a los por­tales.)

Los im p u r o s . — ¡ A-a-a-a-ah!Los o b je t o s . — ¡ Ja-ja-ja-ja-ja!E l c a m p e s in o . — ¿Quiénes son ustedes! ¿A quiénes perte­

necen?Los o b je t o s . — ¿Cómo a quién pertenecemos!Los c a m p e s in o s . — ¿Sí, cuál es el apellido del dueño de us­

tedes?Los o b je t o s . — No tenemos dueño. No somos de nadie y

somos de todos. Nosotros somos los delegados, la hoz y el mar­tillo, que los recibe. Somos el escudo de la república.

E l c a m p e s in o . — ¿Y para quién es el pan? ¿Y la sal! ¿Y los panes de azúcar? ¿Es que esperan al gobernador!

Los o b je t o s . — No, venimos a esperarlos a ustedes, y todo es para ustedes.

La l a v a n d e r a . — ¡Basta de mentiras! ¡No somos ehiquili- nes! Seguramente ustedes venden ilegalmente los productos y a ustedes los manejan los especuladores.

Los o b je t o s . — Nada de especulación. ¡Miren!U n s ir v ie n t e . — En el sello dice ‘ ‘ Industria moscovita”

y dentro de un año ya no los venderán racionados.Los o b jeto s . — Nadie nos guarda en los depósitos para

retener la mercadería. Pueden llevar, aunque sea diez kilos sin inconvenientes.

E l pescador . — Estamos soñando. Esto seguramente es un sueño.

La c o st u r e r a . — Una vez me pasó lo mismo. Estaba sen­tada en una butaca de la tertulia de un teatro y en el escenario daban un baile, era de “ La Traviata” . Había una mesa ser­vida y muchas luces en el escenario. Cuando salí del teatro me pareció la vida tan amarga, el barro, la suciedad, los charcos. . .

Los o b je t o s . — Esta es ahora la tierra, la vida, esto no es teatro. ¡Esto no desaparecerá!

E l h e r r e r o . — ¡ Basta de bromas! ¿ Qué va a ser ésta la tierra? La tierra es sucia, la tierra es la noche. En la tierra

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si trabajas te distraes, pero viene un panzón y te quita la ga­nancia,

_ lavandera . (Dirigiéndose al pan.) — Ese habla y a lo mejor el mismo no sabe que hacen fa lta cien m il dientes para cada bolsa de pan.

E l m a q u in ista . — ¿Y ése. . . que se acerca! ¿Cuántas veces las máquinas nos habrán destrozado! Ustedes sólo quisieran tener más dientes para atrapar a los obreros.

L as m áq u in a s . — ¡Perdone, obrero, perdone! Ustedes nos han forjado y ahora hemos acudido a vuestra llegada. Antes estábamos sometidos cuando se apoderaron de nosotros. Nos ordenaron marchar y las máquinas hemos marchado. Con nues­tros aceros, hemos girado sin descanso obligados a llevar sobre nuestras llantas a panzones parasitarios. Las máquinas hemos trabajado para ellos. Durante siglos nos ajustaban las poleas, pero ahora ¡gritad, motores, de alegría! Hemos echado a los panzones y al fin estamos Ubres de ellos.

¡ Sonad, sirenas de las fábricas! ¡ Girad ruedas y rodad tre­nes por rieles infinitos! El mundo ilumina la noche negra como una calesita y desde ahora trabajaremos con nuestros forja­dores los obreros, para ellos y junto con ellos.

Los objetos. — ¡ Y nosotros, nosotros los objetos, ayuda­rem os al hom bre!

Nosotros, los martillos, las agujas, las tenazas, los serru­chos, ayudaremos al hombre. Apenas asomaba el día con su Primera franja amarilla, agobiados por nuestro peso, nos car­gaban sobre las espaldas en camino a las fábricas. A vosotros, los de espalda encorvada, nosotros ahora nos entregaremos dó­cilmente a vuestro antojo, cuando quieran. En las herrerías inmensas del nuevo paraíso, se alza el martillo como un ju­guete.

Los alim en to s . — Nosotros, los productos para la comida y la bebida, sabemos que los obreros sufrieron por nosotros mil desgracias y privaciones.

Nosotros sabemos que sin pan no existe el hombre. Sin azúcar no existe tampoco la dulzura.

Con el trabajo humano logrado con tanto empeño, nos­otros los tragábamos a ustedes y no ustedes a nosotros. Nues­

tros precios de millones dejaban con la boca abierta a los hambrientos detrás de las vitrinas.

Ustedes echaron a los parásitos y a los perezosos y desde ahora el pan es más libre y más dulce. Todo lo que ven y desean pueden tomarlo, cortarlo y comerlo.

L as m áquinas, lo s o b je to s x lo s a lim e n to s . (Todos.) — ¡ T o ­men lo suyo! ¡ Les pertenecemos! Todo lo que crearon les per­tenece. ¡Tomen, coman! ¡Venid, vencedores!

E l hebbebo . — ¿Habrá que presentarles una credencial? ¿Y si no tenemos!

Nosotros venimos directamente del Paraíso y del Infierno.Los objetos. — No hace falta ninguna credencial.E l cam pesino . — En todo caso probemos. ¡A ver, herma­

nos, probemos!(Los impuros prueban.)E l cam pesino . (Tomando un puñado de tierra del suelo.) ■—

La tierra es tierra. Es la misma, nuestra tierra.Todos. — ¡Habría que cantar, gritar, orar!E l panadebo . (A l carpintero.) — Yo probé con la lengua

el pan de azúcar.E l cabpintebo . — ¿Y !E l panadero . — Es dulce, sencillamente dulce.Voces. — Ahora, vendrán los postres.E l cam pesino . (Con júbilo.) — ¡Camaradas objetos! ¿Sa­

ben una cosa! Basta de torturar al destino. Ahora, nosotros, los vamos a hacer a ustedes y ustedes nos van a alimentar a nosotros, y si aparece el patrón, no lo dejaremos escapar con vida. ¡Así viviremos mejor! ¡A l fin viviremos mejor!

E l com erciante . (Aparece abriéndose paso entre la mul­titud, indignado.) — ¡, Cómo es eso! ¡ Un poco de cuidado! ¡ Hay que dejarle algo al concesionario!

E l herbero . — ¡Fuera! Ha terminado tu historia. A los chicos les quitabas hasta la leche. Quisimos aprender a comer­ciar y aprendimos a mucha honra.

(E l comerciante desaparece arrojado por todos. Los im­puros miran los objetos con avidez.)

E l campesino. — Yo me llevaría un serrucho. Hace tiempo que no hago nada y soy joven.

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E l se r r u c h o . — ¡ Tómame!La c o st u r e r a . — Y yo una aguja.La a g u j a . — ¡Tómame!E l h e r r e r o . — Mi mano pide un martillo.E l m a r t il l o . — ¡ Tómame!

(Los impuros, los objetos y las máquinas, rodean en círculo al jardín coronado de sol.)

E l m a q u in is t a . (A las máquinas.) — Yo las pondría en marcha. ¿No tienen ningún inconveniente? ¿No se van a enojar?

La m á q u in a . — De ninguna manera. ¡ Empieza de una vez a mover nuestras palancas!

(E l maquinista mueve la palanca .Se encienden las luces. Giran las ruedas y poleas. Los impuros miran con admiración y asombro.)

E l m a q u in is t a . Jamás he visto luces como éstas. Esto no es la tierra. Este es un cometa ardiendo con las colas ful­minantes de los trenes. Estuvimos esperando años y años y jamás hemos soñado con semejante maravilla. ¡Y luego la gente se mete en los museos! Tesoros vivos hacen falta. Como éstos que se alzan a nuestro alrededor. ¿Y eso es el cielo? ¿Eso es seda azul? Si eso está hecho por nosotros, ¿qué puertas no abri­remos en el futuro?

Nosotros somos los artífices de la tierra, los decoradores del planeta. Somos magos prodigiosos. Transformaremos los haces de luz en escobas eléctricas para barrer las nubes del cielo.

¡Cavar, golpear, serruchar, perforar!A todo y a todos, ¡hurra! Por hoy no son más que puen­

tes y luces de escenario, pero mañana, la realidad reem­plazará estos trucos teatrales. Eso lo sabemos, en eso creemos. ¡Venid aquí, espectadores, aquí pintores, aquí poetas, aquí re- giseurs!

(Suben al escenario los espectadores.)T odos. — Los admiradores del sol, de esta catedral de lu­

ces, nos juntamos para cantar. ¡Yenid al coro de los salmos futuros!

(De no se sabe donde, aparece el conciliador y mira asom­brado la Comuna. Con admiración se quita él sombrero.)

E l c o n c il ia d o r . — No, un hombre enérgico no puede estar

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en el Paraíso. No me gustaban esas caras de ayuno. El Socia­lismo es inevitable, yo ya lo he dicho siempre. (Dirigiéndose a los impuros.) Camaradas, no hay por qué gritar en vano. Para cantar antes hay que ponerse de acuerdo. (Se pone a un lado e intenta dirigir las voces con la mano. El herrero lo aleja amablemente.)

Los im p u r o s . ( Cantan.) — Con el inmenso trabajo de mi­llones, hemos quebrado la cárcel del pasado. Encadenados por ía maldita esclavitud, ahora ha sido liberado el mundo. Ha concluido el yugo de la violencia, ha sido quebrado, destrozado.

El juicio de la Comuna es la única realidad. Y para todos la Comuna tiene las puertas abiertas.

Este himno de la victoria lo entonará todo el universo, porque “ con la Internacional, se liberará la humanidad” .

No esperábamos la salvación desde arriba. Ni Dios, ni el diablo nos defendieron. Apretando las armas con nuestras ma­nos, salimos al combate y así la clase obrera arrancó el poder de manos de los poderosos.

Hemos unido al mundo en la Comuna. Todo el universo está unido en una familia trabajadora. Ahora probad quitár­noslo de nuestras fuertes y apretadas manos.

Este es el himno de la victoria. Todo el universo lo entona, “ con la Internacional se librará la humanidad” .

Para siempre se olvidará el pasado. No se alzarán más los burgueses. Nuestro golpe será duro. Somos ahora dueños del futuro. Somos soldados del ejército de la paz.

¡Yenid aquí de las fábricas y los campos! ¡Yenid de las ciudades y los sembradíos!

La tierra, de un extremo a otro es nuestra y los últimos ya son los primeros.

Este es el himno de la victoria,todo el universo lo entona,“ con la Internacional se librará la humanidad” .

T e l ó n

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