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Al comenzar este escrito traté de recordar que sentía por aquellos tiempos en los que era adolescente, cuando mi querido abuelo Leandro todavía estaba y que con su manera de hacer las cosas, me enseñaba a cada momento, cuando en su casa pasaba algunos días, aquellas costumbres criollas, que solo la gente de esa condición entiende, sin tanto poder explicar. Entre mis recuerdos e imágenes que ya tienen varios años se halla su casa, que siempre estaba pintada de blanco a la cal rodeada al frente por ligustros robustos de oja verde cortados por él mismo con aquella tijera de podar de cabo de madera alisado; había un juego de jardín de fierro blanco en el pasillo que daba a la puerta de la cocina, en donde nadie se sentaba... de vez cuando mi abuela, cuando alguién conocido la venía a visitar o a ver cómo andaba el asunto. Había árboles paraísos que en época de invierno siempre estaban podados mediante el serrucho media luna empuñado por él mismo cuando se trepaba en la enramada, esperando a la primavera para volver a retoñar. Detrás de su casa, mi abuelo tenía un galpón construído, lleno de herramientas, todas bien mantenidas para que no fallaran en el trabajo de hacer quinta, de hacer el borde al rosedal o cortar las ramas que sobresalían de aquellas plantas verdes que pocas flores solían dar. En aquel galpón, medio ténue de luz, siempre se encontraban utensilios de un pasado de andar de campo en campo o de estancia en alguna chacra, condición de puestero, tambero, cosechador

Viejas Costumbres Criollas

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Al comenzar este escrito traté de recordar que sentía por aquellos tiempos en los que era adolescente, cuando mi querido abuelo Leandro todavía estaba y que con su manera de hacer las cosas, me enseñaba a cada momento, cuando en su casa pasaba algunos días, aquellas costumbres criollas, que solo la gente de esa condición entiende, sin tanto poder explicar. Entre mis recuerdos e imágenes que ya tienen varios años se halla su casa, que siempre estaba pintada de blanco a la cal rodeada al frente por ligustros robustos de oja verde cortados por él mismo con aquella tijera de podar de cabo de madera alisado; había un juego de jardín de fierro blanco en el pasillo que daba a la puerta de la cocina, en donde nadie se sentaba... de vez cuando mi abuela, cuando alguién conocido la venía a visitar o a ver cómo andaba el asunto.

Había árboles paraísos que en época de invierno siempre estaban podados mediante el serrucho media luna empuñado por él mismo cuando se trepaba en la enramada, esperando a la primavera para volver a retoñar. Detrás de su casa, mi abuelo tenía un galpón construído, lleno de herramientas, todas bien mantenidas para que no fallaran en el trabajo de hacer quinta, de hacer el borde al rosedal o cortar las ramas que sobresalían de aquellas plantas verdes que pocas flores solían dar. En aquel galpón, medio ténue de luz, siempre se encontraban utensilios de un pasado de andar de campo en campo o de estancia en alguna chacra, condición de puestero, tambero, cosechador o muchas más labores que son comunes en el campo. Tenía entre tantas cosas que recuerdo, su ollita de tres patas tisnada por el humo de la leña, los cucharones de fundición, el brasero, latas de antigua marca despintadas llenas de clavos, arandelas, tornillos; había también alambre arrollado, cabos de cuchillos viejos con poca hoja; también se encontraban esperando en un rincón la escoba de alambre, la guadaña para cortar pasto grueso, la asada para carpir, palas de varias estaturas bien filosas y límpias sin rastro de tierra y de palo gruezo, fuerte como de ñandubay; sus serruchos estaban siempre

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lubricados con grasa, martillos y masas, alguna que otra morza removible de esas de afirmar en bancos de trabajo, sus hachas de cabo gruezo, tijera para cortar pelo de caballo, maderas cortadas de varias medidas y el sacavirutas para alizarlas, su cortadora de césped eléctrica, guántes de cuero, machetes, sogas y tejidos de alambre fino, alimento de gallinas (la purina le solía llamar...), cajones de alambre con botellas de varios colores, verdes o blancas, vacías acomodados al lado de la pared, chapadur, bolsas de alpillera y alguna que otra tabaquera vieja que solía tener, porque le gustaba tabaco negro fumar.Sus costumbres como bien decía, solo él las podía demostrar sin tanto hablar. Su trabajo diario era el de parquero. Lo que hizo ya entrado en años en sus últimos tiempos después de tanto luchar en las tareas duras del campo cuando jóven. Tenía esa manera misteriosa de hacer cosas y se las ingeniaba para estar ocupado casi todo el día hasta al anochecer. Siempre admiraba su manera de manejar sus herramientas, de cuidarlas y cómo él hacía con estilo aquel trabajo. A veces traía desde aquella fábrica que costea el Paraná, llamada Fiplasto, su cortadora de césped, pero no la que usaba de mano, sino la que él manejaba con asiento y de tres ruedas con motor a explosión. Me fascinaba verlo ahí sentado, porque esa máquina estaba siempre llena de pasto, tierra en las ruedas y en los bordes, amarrillo y verde colores mesclados. Esa máquina tenía las 3 cuchillas filosas, una central en el medio y dos más a los costados. Él mismo se encargaba de dar vuelta la carcaza de aquella máquina y con la llave francesa se las retiraba para dejarlas listas y filosas para cortar. De vez en cuando yo solía subirme a esa máquina, y la manejaba estando quieta en el mismo lugar. Hacía mucho tiempo que mi abuelo había abandonado sus bombachas y alpargatas, porque en aquel trabajo tenía que lucir su uniforme de camisa y pantalón azúl.Para cada temporada tenía una costumbre, como la de criar animales, plantar en su quinta, arreglar el gallinero, limpiar su cocina a leña ("la económica"), donde de vez en tanto "churrasqueaba" o la prendía para hacer esos "guisos" bien

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camperos. Siempre limpiaba el tiraje, que era de chapa engarzada a la pared de ladrillo que estaba afuera de la casa al lado del galpón y pegando con la casa del vecino; colocaba baldozas para las lluvias en el patio de tierra; arreglaba sus autos viejos que le gustaba de vez en cuando comprar; cortaba leña y siempre estaba manteniendo sus cosas, las tenía impecables... se enojaba si alguién conocido le revolvía su galpón y no ponía las cosas en el lugar en donde debían descansar.Era de poco hablar. Siempre andaba silbando sin sonido por la mañana haciendo cosas. Los sábados bien temprano, que era como su día de descanso, no se quedaba quieto. Le gustaba escuchar un programa de radio que salía por una estación de Rosario, Radio Nacional. El programa se llamaba "Almacén La Candelaria", que tenía varios personajes que paraban en un boliche de campo a contar sus penas o aquellas anécdotas de antaño, todas producto de la imaginación mezclada con la realidad con una ambientación sin igual. Hermoso programa que vive latente en mis recuerdos, ya que era una audición en dónde se podía escuchar algún valseado, chamamé, polcas al estilo de Montiel y porqué no al maestro Tarragó Ros. Le gustaba tomar el mate amargo de gusto fuerte; siempre saludaba a mi abuela sin un beso y al trabajo solía partir con su jockey tirado para adelante atajando el sol que le daba de frente. Andaba en una bicicleta de 3 ruedas, el triciclo, que tenía un canasto adelante para llevar sus herramientas o traer la provista al atardecer. Siempre se lo veía andar por las calles polvorientas de aquel Ramallo.Ví muchas cosas en él. Ví ese espíritu emprendedor que no aflojaba ni por frío, ni por calor. Siempre luciendo su ropa de trabajo. Ví lo que era ser entonao para el trabajo, no tenerle pena a la edad. Ví lo que era ser valiente en ocaciones y también supe de él lo que era querer sin demostrar. Ví lo que era ser pícaro sin ser burdo, y lo que era ser de palabra sin tanto firmar. Entendí varias cosas con él. Cómo tener las herramientas bien mantenidas y límpias, preparadas para la labor; la importancia que tiene el órden y también de no ser demasiado estricto cuando iba al club

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unos tintos a tomar o jugar alguna que otra apuesta en las cuadreras de aquel lugar un domingo al atardecer.Adquirí de él respeto por los demás, el saludo firme, la presencia y la estampa. Pude encontrar aquellas viejas costumbres de antaño que con el paso del tiempo se desvanecieron. Me queda el eterno recuerdo de lo que para mí eso de estar junto a él significó. Toda una conducta o manera de dirigirse. De hacer las cosas por el buen camino, con trabajo y honestidad. Por ahí se ponía medio terco con algunas cosas según su manera de entender, pero siempre guardaba en su fé, la bondad de su corazón. Esa es la manera que él me enseñó. Siempre lo tengo presente a cada paso, a cada momento.Y lo recuerdo aquí para llegar a aquella formación tan recordada del litoral, ex-conjunto de Tarragó Ros, que también me dejó saber cuántas cosas se podían enseñar y describir en una historia de chamamé.

Los Reyes del Chamamé, el ex-conjunto de Tarragó Ros, tenían ese don de poder describir en cada composición los quehaceres del hombre en su condición, sea peón de campo, sea mencho o capatáz o solo musiquero para cualquier ocasión de un boliche pueblero, gauchillo, gringo acriollado de clinas coloradas o rubias o nativo sin mezcla en su sangre por nacer de pura condición en el lugar. La descripción de amigos, de lugares, la manera de detallar la realidad de un mencho en las glosas de Estigarribia, sin duda que fueron únicas, inimitables y algunos por ahí le atinan en las letras y en las notas, pero es difícil en estos tiempos, poder encontrar tanta inspiración. Los tiempos han cambiado. El estilo se dejó de trabajar como antes, porque cambia la atención. Cambia la realidad y con ella cambia el sentir y todo evoluciona en nuevas costumbres, en nuevas formas de entender la realidad. Todo progresa de una manera compleja en nuestro sentir.

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Los Reyes del Chamamé consiguieron aquel sueño de figurar entre los mejores intérpretes con el galardón de disco de oro, por las ventas de su disco "Consagrados en Cosquín" del año '83, reconocidos por su público, por el paisanaje en los pueblos y parajes, porque no eran solo de escenarios grandes. Estaban en reuniones con amistades, con la gente cómo cualquier otro que los iría a ver. Las melodías estaban desde donde provenían. Hablar de ellos es complejo, porque a pesar de que estén vigentes algunos otros conjuntos, es imposible llegar a aquel ex-Conjunto de Tarragó Ros, porque no está más Estigarribia y porque Don

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Andrés enmudeció por un tiempo su acordeón hasta que volvió sin partir en el '98 y que desde entonces poco se ha sabido de él, sino fuera por la calidad musical que han conseguido sus alumnos como los Hermanos Suarez-Pavia o el mismo Manuel Antonio González "Cachito" González, son ellos los que renuevan aquella esperanza, aquel sentir, porque es tan profundo el amor por aquel espíritu de Tarragó, que algunos no pueden dejar de practicar una y otra vez aquel viejo chamamé, para ver si les sale estilo, con finura como solo él lo sabía hacer.El Conjunto engalanaba a la música criolla, porque no solo chamamé tocaban en su acordeones. Había ritmos como el foxtrot, polcas rurales, valses, valseados, chamarritas, rasguido doble, tango en acordeón, pero de una manera tan prolija como las mejores bandas de salón, ya que los arreglos de guitarras, bandoneón y batería eran tan acordes, que jamás podían desentonar. La voz de Oscar Ríos sentida, encontrando en la entonación correcta al personaje descripto según la picardía o la ocasión. Era esa voz campiriña en "Pistola 500" o en "Mi Ponchillo Colorado" o en el chamamé "El Burro" (composiciones de Millán Medina) o aquella voz lastimera en el vals "Quemá esas cartas" o acompañado por "Pinino" Gutierrez en el chamamé "Adios Villa Guillermina", en donde se siente la nostálgia de un sentir, por más que haya sido cantada miles de veces por otras voces, nunca ha de sonar igual a cómo se grabó. Oscar Ríos con su forma de ser tan apasionada, tan fresca y tan profunda a la vez, por meterse en el acto de entonar lo que a un paisano con problemas si fueran de amor o por la autoridad, solo él así lo pudo lograr. El respeto que consiguió desde que el maestro Tarragó lo eligiera para entonar sus composiciones y él que con tanto cuidado describe aquellas memorias de haber estado junto a su maestro. Se emociona por más que pase el tiempo y lo recuerda en cada entonación. Les recuerda a todos que no se pueden olvidar de aquella escuela.Eso fué lo que quedó en él y así fué cómo lo entendió, esa pasión sentida o esa picardía al estilo de Millán.

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El dúo de acordeones dirijida por Don Andrés Cañete desde que se fuera el maestro en el '78, acompañado por Pedro Cáceres, para asistir al tecleo de esa cordiona "cadenera" y arreglar al detalle las bajadas o subidas del acompañamiento, como también el bandoneón de Rodolfo González lo hiciera en chamamé "Granja San Antonio" del primer disco, "Seguimos su huella, Maestro", en dónde aún se encontraba el contrabajista "Raúl Abornóz", amigo de Tarragó Ros e integrante del conjunto del maestro por varios años hasta quedar inmortalizado en un chamamé que lleva su nombre.Siguieron su huella y tan bien lo hicieron que nadie se les puede comparar. No hay conjunto o formación que se equipare, ya que la impronta de Edgar Estigarribia fué tan fuerte, que en cada glosa se sentía el grado de entrega y orgullo de presentarse criollo, de definir la provincianía y el amor al litoral, a su Corrientes montaráz, aquel lugar agreste de gauchos corajudos llenos de orgullo por su condición. A sus parajes, a sus amigos, a su misma vida, como lo detalla en el chamamé "Amelía" de Cocomarola, pero tocada de manera diferente al estilo de Los Reyes. Bien campero para bailar. Las glosas sentidas en el chamamé "Crece el Río" cuando allá por los '80 y pico llegó la inundación al Paraná; picarescas con cierto desafío en el chamamé " Mi cabo de Ciervo"; con ese amor por las vivencias, las reuniones de amigos o asados camperos en aquel "Rondadero Sapukay", ruta 126, chamamé "A orillas del tajamar". La glosa épica de un valseado "La Vestido Celeste" que la mosa vestía de color liberal. Glosa si la es tan creativa para la imaginación. El chamamé "Andando Medio Picao" dedicada al amigo Omar Balestra, gastando su codo en algún boliche de Esquina, Corrientes."Fué único Edgar", como lo dicen sus amigos más cercanos. Le dió vida a cada chamamé, lo vistió y lo presentó engalanado, demostrando que se puede marcar un estilo con creatividad y pasión, para dejar a todo el paisanaje admirado que trata hasta hoy de improvisar letra para llegar a aquella vieja escuela que salió de la misma payada, que aprendió desde niño en su

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querencia y que tanto lo llevaba a andar caminos sin parar. Bohemio que dejaba su sentir, como los tangueros se desgarraban en pena de una milonga guitarreada y no por una orquesta de bandoneón. Era él el creador, maestro y así una gran parte de los conjuntos hoy, repiten una y otra vez las glosas que el retrató para aquella música de Tarragó Ros, que era su inseparable amigo, que sabía que la convinación de música y poesía, destraba la inspiración que te hace el alma elevar a ese lugar en donde todos podemos compartir alegría o la pena de vivir. Los conjuntos del litoral los imitaron, en formaciones, en la manera de vestir, de pararse en estampa, de decir las glosas, de provocar al baile y algunos con extenso sapukay. Santafesinos, Santiagueños, Entrerrianos, Correntinos, Chaqueños, Formoseños, Misioneros, provincianos de Buenos Aires hijos de inmigrantes del litoral. Muchos de ellos fueron un reflejo de aquel Conjunto del maestro Tarragó.

Don Edgar y su amor por Curuzú, su tierra que jamás pudo reemplazar, nisiquiera Tarragó Ros que mucho tiempo hasta su desaparición en Rosario allí vivió. Recordarlo emociona al paisanaje, porque en cada glosa se reflejan los que poco pueden hablar pero que en su propia observación los describió en las letras como por ejemplo en la glosa "Obrajero de mi pago"; aquellas glosas fruto de su imaginación como un cuadro pintado en el chamamé "El Campo en Llamas", o en el chamamé "La Creciente" pintando a un gaucho alzao rodeado por la inclemencia del tiempo y cercado por la autoridad; o aquella "Laguna Totora", cuadro al óleo en palabras o aquella glosa que todos buscan repetir por demás que es "El Toro", ese pampa que le insulta a un overo y "A los corcovos" se monta "Con Basto o en pelo" ya que los criollos de "Fierro Punta" suelen ser y poco les importa el golpe o el azote del animal, porque guardan valentía apretada por el cinto de "Marca Clarín"; y "Bien Áspero" como Agüicho no ha de haber chamigo, porque en un chamamé se lo recordó. Cómo no hablar de sus glosas "Evocando al amigo" que

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"Recordando al Maestro" nunca con el paso del tiempo pudo olvidar, más lo recordaba en cada ocasión y en cada escenario con un "Sollozo de un Acordeón" y con su inmenso cariño al recuerdo de aquel compañero de bohemía y sueños de triunfo cuando jóvenes.Así fué y siempre será recordado por sus glosas en cada chamamé, por más que le cambien el nombre al cordionista de turno, su verso perdura y vive sin que él esté para decilrlo. Fué su legado. Fué su pasión.Cambiar al chamamé, alimentado el alma de los demás con palabras y dejar la mente volar para estar en ese lugar descripto, despierto estar sintiendo la nobleza de nuestra tierra, aquella que pocos pueden entender o disfrutar. Es como un buen mate bien cebado, el verde bronce de la yerba destilada en agua caliente sin hervir, pegando un manotón a la fuente para ver si te salió una "Galleta Collera" para acompañar y zapatear en los bajos de una "Cordiona Bolichera" que desinflada se encontraba por tanto tecleo de un paisano floreando la "verdulera" para que otro gauchillo medio caú entre "Tiros y refusilos" no dejara de golpearse la boca pidiendo otra vuelta en un sapukay; si total "Hay pa' rato todavía"; y "El Poriajhú" miraba de reojo a alguna guaina que quería pa' bailar."Esa tierra de Santiago", glosa que nadie jamás pudo igualar, describiendo a toda una epopeya de conjuntos Santiagueños y ese amor a Tarragó y a Los Reyes del Chamamé. Los de Mailín, Pastor Luna, Pancho Escalada y tantos otros Santiagueños que buscaban esa manera de tocar.Santafesinos I'Vera y después Ivotí que fueron en su formación un espejo con el reflejo de Los Reyes del Chamamé, porque se buscaba en la glosa la misma entonación, la misma manera de pararse en el escenario y al paisano con todo ese despliegue hacerlo bramar.Esa es herencia criolla que quedó marcada a fuego en el corazón de nuestra provincianía, que tan caída está en tristeza de ver a su pueblo sin una dirección. Es cómo si aquellas viejas costumbres y

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el respeto se desvanecieron en el tiempo, quedando atrás en la imágenes del trabajo de nuestros abuelos.Hoy es muy difícil encontrar la manera de exprezar orgullo, porque nos damos cuenta que si miramos alrededor, hay cosas muy pesadas para entender. Es cierto que se puede cambiar y seguir tirando, pero siempre es bueno volver a las bases de lo que fué para poder mirar hacia adelante con fé y con orgullo.Esta emparentado esto con la realidad que se presenta. Las cosas han cambiado. El respeto se olvidó. La seriedad quedó perdida. Hay muchas cosas que dejaron de ser. Hoy si damos una vuelta de ojo, nos damos cuenta que todo es miedo, que todo se ha dejado de tener importancia real. Una noticia supera a la otra en forma negativa y no se alcanza a ver que fué lo que antes pasó. Los buenos ejemplos se ven en los cachorros que aprenden a tocar el acordión, que aprenden acordes de guitarra criolla o a entonar una canción criolla, por más que les guste otra música foránea, aprender a orgullo sentir por lo que son. Los ejemplos vienen de personas que siembran semillas de bondad. Qué viven pensando que pueden dejar mejor. Qué se puede cultivar y dejar plantado para que brote un sentimiento de orgullo en el corazón de los cachorros que vengan a nuestra tierra poblar.Así es el caso de Don Gregorio de la Vega, que son su años anda los caminos del chamamé, cultivando el canto de aquellos viejos sentires, más la imagen y la estampa del maestro Tarragó que no se desvanece con el tiempo, por el recuerdo constante de sus admiradores.

Siguiendo tu huella Maestro.

Siguiendo tu huella prendido a tu sombra,querido maestro marchamos con vos.Y nos vas guiando por tu misma senda,y aunque estas ausente, casi sin presencia,nos estas llamando desde el acordeón.

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Sin claudicaciones, como tú lo hiciste,hasta el mismo instante en que Dios te llamó,no habrá un escenario en que no dejemos,una melodía que diga: Maestro:estamos presentes con vos, Tarragó.

Aquella acordeona que cambiaba el centropor los callejones hasta un ventanal,desde alguna nube tendrá su escenario,y desde la altura volcará en mis barrios,esa "Madrecita" que te hizo inmortal.

Y cuando la vida nos cubra de sombras,y también nos llegue la actuación final,nos reencontraremos como en otros tiempos,y habrán serenatas en los instrumentos,por si alguna estrella nos quiera escuchar.

Así siguieron su huella y demostraron en la música como en las letras que fueron únicos e incomparables, por la herencia que nos dejaron. Eso que se siente en el corazón como una nostálgia, un llamado desde el mismo pago chico que nos vió nacer, condición de criollo deambulando en los tiempos nuevos de los trajeados que dictan los destinos olvidando nuestro origen, nuestra nobleza, la bondad de ser y pertenecer.Así los recuerdo con el mayor de los respetos, con el mayor aprecio a lo que no puedo olvidar.Los tiempos hoy ven repartidos nuestros sentimientos en otros lugares, pero gracias a amigos que siembran música como Pablo Velázquez de Nostalgias de mi Litoral, Walter Magnelli con su corazón inmenso que muchos han podido su pasado rescatar, las vivencias perdidas por los sarandeos de las virtudes que tienen los letraos para hacer gestión. Hasta músicos les han ofrecido apoyo y las gracias por encontrar lo que otros no dejaban ver. A Isaquito, como le gusta que le digan, el cielo le tiene un lugar

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guardado en una manta de criollo que nobleza encierra su bondad. Y al amigo Pablo, en su corazón campiriño, no tiene comparación por la fuerza que le ha dado a esta música del alma del litoral. Espíritu agreste chamigo, entrerriano ité. Así también de muchos otros paisanos que han dejado su huella y hermandad. Su sentimiento campero hermanado en un mostrador de imaginación y palabras de amistad.Los Reyes del Chamamé, son la marca de fuego en la paleta de un bagual, son el raspado de la tierra por un toro ñaró que busca la topada; son aquellos tiempos de oro de nuestra música que no hay que olvidar, por más que todo pase, no debe nuestro destino dejar de lado a nuestra búsqueda de identidad.Así te recuerdo Tarragó Ros, paisano de creencia firme, paisano de Curuzú Cuatiá, que tuviste la suerte de cosechar tantos amigos, tanta admiración. Por más que pase el tiempo seguís vivo en tu chamamé, que resuena en una cordiona por algún paisano que le atina a los botones del dos hileras para abrir el pecho de los demás y desparramar toda una gracia de sentimientos perdidos en la soledad.

Los Reyes del Chamamé son la imagen de perpetuidad de la figura criolla de Tarragó Ros. Ojalá quiera Dios que estos paisanos unan sus instrumentos una vez más para hacer vibrar una vez más a la paisanada que necesita un aliento de agreste sentimiento montaráz, para revivir el sentir criollo de nuestra identidad.