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El expreso azul TEXTO CECILIA EUDAVE ILUSTRACIONES MERCÈ LÓPEZ

Vagon de aventuras

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El expreso azul

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El expreso azulTexTo CeCilia eudave

ilusTraCiones MerCè lópez

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frontera. Los rusos no podrán tocarlos. Ha-rán el trayecto completo hasta su destino final, Port-Arthur. Allí estará Lu, una com-pañera de la organización. Ella los llevará hasta un barco seguro. Nada lujoso pero aceptable, un carguero chino de té que va rumbo a Inglaterra. Ustedes deben actuar como si no pasara nada —les da unos pasa-portes falsos—. Estas son sus nuevas identi-dades, por lo menos hasta llegar a Francia. La aventura no ha terminado.

Verne, sorprendido ante lo que ha escucha-do, cae abatido sobre el sillón del comparti-mento. Luego mira a Ivannova con tristeza:

—No había querido confesarlo porque no sabía si terminaría esa novela, pero, sí, he estado escribiendo una tercera parte sobre el tema de la conquista de la Luna, sobre como salir de órbita, sobre satélites artifi-ciales y sobre una guerra en el espacio. Y todo eso lo tiene Vladímir…

—También lo tenía mister Lloyd, quien man-dó copiar todo el manuscrito antes de que diera su conferencia en Moscú. Y creo que los ingleses lograron conseguir algunos fragmen-tos, junto con los alemanes y austrohúngaros que mantienen un perfil bajo.

El escritor abre sus ojos descomunales ante aquella revelación. No puede creer que esté pasando aquello y con una tristeza enorme piensa que es cierto que la realidad supera a la ficción.

VIII

Después de casi cinco días de trayecto en tren ponen pie en tierra firme. El aire refresca los rostros de Verne y

Paul. Ivannova los conduce al Transmanchu-riano. Un par de jóvenes de Mongolia serán sus custodios hasta llegar a Port-Arthur. La mujer revisa por última vez que todo esté en orden. Baja del vagón y se despide dándoles un abrazo fuerte y dos besos en las mejillas.

—Venga con nosotros, aquí correrá peligro.—El peligro está en todas partes, prefiero

enfrentarlo en mi tierra y ayudar a mi gen-te a sobrellevarlo.

Verne admira la templanza soberbia de esa mujer y vuelve a abrazarla fraternalmente. Suena la tercera campanada del jefe de esta-ción, el tren se jalonea para ponerse en mar-cha. Agitan la mano despidiéndose de Ivan-nova antes de entrar al vagón. Ésta devuelve el saludo y lanza una última sentencia:

—Monsieur Verne, yo también tendría cui-dado con los chinos…

Sólo alcanza a escuchar esa oración incon-clusa pues el tren se aleja rápidamente dejan-do la figura de su amiga perdida en el hori-zonte, junto con el resto de sus palabras. El escritor frunce el ceño como signo de un mal presentimiento y mirando al chico agrega:

—Paul, me temo que nos queda un largo camino a casa…

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