Un Espiritu Inquieto - Manuel Rojas

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  • 7/30/2019 Un Espiritu Inquieto - Manuel Rojas

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    Un espritu inquieto

    Manuel Rojas

    El hombre nacido de mujer, corto de das; y harto desinsabores; que sale como una flor y es cortado, y

    huye como la sombra y no permanece.JOB.

    Aquella maana Pablo Gonzlez estrenaba un magnfico sobretodo azul. A lasocho de la maana, despus de colocrselo encima de su traje claro de los dasde fiesta, sali. Un da, hermoso y azul como su sobretodo, lo recibi en lacalle. Encendi un cigarrillo y ech a andar hacia la Avenida de Mayo. Haca unpoco de fro, y un vientecillo que suba del puerto se llevaba las bocanadas dehumo hacia la cpula del Congreso.

    Iba casi alegre. Atmsfera brillante, cielo azul y claro de fines de otoo,sobretodo nuevo, veintiocho aos. Qu ms poda desear un hombre para serfeliz? Una mujer? Ya vendra. Siempre que estrenaba una prenda de vestir, suoscura juventud se iluminaba con la esperanza de un amor grande y fuerte. Elhombre vive de grandes esperanzas y de pequeos recuerdos. Todas lasmaanas, cuando el despertador lo llamaba con su gritito estpido, se sentabaen la cama y preguntbase:

    Qu espero hoy?

    Cuando no esperaba nada, cuando despus de un momento de reflexin sedaba cuenta de que nada ni nadie vendra a traerle una causa o un motivo que

    justificara en aquel da su razn de vivir una carta, un libro o una cita,sentase amargado, y la neurastenia, adquirida en seis aos de estpida vidade oficinista, bajaba de su buhardilla misteriosa hacia sus nerviosdestemplados.

    Pero hoy era distinto. Cuando se posee un sobretodo nuevo, la esperanza seanima y hay derecho para esperar muchas cosas.

    Vagaba de una acera a otra, acechando el paso menudito de las mujeres. Lesdeca requiebros, ofrecase para acompaarlas, las invitaba a tomar caf, lesofreca flores; pero ellas pasaban silenciosas, arrebujadas en sus pieles oabrigos, haciendo sonar sus altos tacones sobre las veredas. Algunas lesonrean, pero ninguna le mir invitndolo a seguirla. Era la hora de entrar a laoficina o al taller y no tenan tiempo... Lstima! Tan buen mozo, recinafeitado, con aquel sombrero negro que daba a su rostro de criollo un encantomelanclico de enamorado, y con ese sobretodo azul, por debajo del cual laraya esplendorosa del pantaln se deslizaba vertiginosamente hacia el zapatode anca de potro! Hasta se daban vuelta a mirarle. Pero, francamente, notenan tiempo...

    Aquella aparente indiferencia y aquel resultado negativo de sus invitaciones,concluy por cansarlo. No se dio cuenta de que la hora era inoportuna. Slopensaba en que tena un sobretodo nuevo y que las mujeres casi tenan laobligacin de corresponder a sus galanteras y ofrecimientos. Termin por

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    aburrirse, y apartndose poco a poco de ellas, empez a pensar en s mismo.

    No tena qu hacer, pues estaba sin empleo; pero esto no le preocupaba. Tenaahorros para vivir con cierta holgura mientras durara su cesanta. No tenafamilia que le recordara necesidades. Su nico pariente, una ta vieja que

    resida en Crdoba, no necesitaba de l. Y esto lo alegraba. El hombre que estsolo es el ms fuerte. Por lo dems, era previsor. Meses antes haba pagado ala empresa del horno incinerador de cadveres su derecho a ser carbonizado.Cuando muriera, recogeran su cadver, lo meteran en el horno y... ceniza!como la del cigarrillo que tir en la esquina de Avenida y Per. Le mandaran ala ta el recuerdo ceniciento del sobrino, y se acab.

    La idea de la muerte lo sobrecogi como un grito durante el sueo; pero fue unsobresalto que pas rpidamente, hundindolo ms en su abismo reflexivo.

    Pas ante las vitrinas, sin mirarse ya en los grandes vidrios que da a darecogen la visin fsica de la vida de la ciudad, filosofando. Ya la neurasteniahaba abierto la puerta de su desvn oscuro y ahuyentado con su sonrisa agria

    la pequea alegra que le causara su sobretodo nuevo. Siempre le pasaba lomismo. Todos los pensamientos sobre su vida, insensiblemente, como por unacurva suave y sin sentido, tomaban el camino de la muerte.

    La muerte! A fuerza de pensar en ella, Pablo Gonzlez haba entristecido sualma y hecho de su vida un amargo grumo de hiel.

    Era escptico y contradictorio en la materia. Sus ideas sobre la muerte y lainmortalidad del alma no eran definitivas. Era la muerte un fenmeno fsicopuro? Las fuerzas espirituales terminaban en el punto donde fenecan lasmateriales? Era el alma solamente la facultad de pensar, facultad que sedestrua cuando el rgano generador de ella pereca, o tena otramanifestacin posterior? No poda afirmarlo ni negarlo. Haba ledo bastante

    sobre el particular. Y sonrea, recordando de Platn, en la "Apologa deScrates", la parte aquella en que este ltimo filsofo, desplegando toda laprofunda agilidad de su cerebro prodigioso, intentaba probar la inmortalidaddel alma. Cmo probar decase con palabras de hombre nacido de mujerla existencia de algo que necesariamente estara fuera de los cinco sentidoshumanos? Haba terminado su lectura con un gran desaliento. Tampoco losmaterialistas haban llenado con su barro pantesta el enorme vaco de sudoble incredulidad. Los filsofos espiritualistas y los bilogos andaban apuetazos dentro de su cansado cerebro de empleado de banco metido apensador. Scrates, Maeterlinck, Bergson, Le Dantec, Moleschot... Solamentehaban agregado ciencia a su dolor, y sus pensamientos caan como por unprecipicio, araando estas dos paredes opuestas.

    A veces pensaba como aquel que dijo:Los hombres, al alimentar sus almas con viejas creencias que son cualracimos secos, han concluido por hacer sus vidas tan agrias como racimosverdes.

    Pero...

    Y as, por entre el zumbar de la gran arteria cntrica, Pablo Gonzlez marchaba

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    con un andar firme en su cuerpo, vacilante en su espritu, pensando en lamuerte, esforzndose en encontrar salida en un crculo perfecto y por descubrirclaridades difanas en un callejn oscuro, donde el nico farol visible rojo,como de casa de diversin en una calle de la Boca alumbraba el rincn de laLocura.

    El sobretodo azul, tan hermoso momentos antes, colgaba ahora de sushombros como de una percha en un hall de casa de pensin pobre, sin gracia,aburrido de vestir a un hombre que pensaba en problemas tan abstrusos.

    * *

    De pronto sinti un inmenso gritero. Tuvo la intuicin de que l era el ejemagntico de un acontecimiento inminente y, volviendo a la realidad, levantla cansada cabeza. Se encontraba en el centro de la calle, entre la acera de laAvenida y la de la Plaza de Mayo. En ese momento, un reloj pblico dejaba caer

    diez campanadas desde su alta torre. Vio al frente los viejos pilares de laRecova, a su costado derecho el corredor de la casa del Cabildo y a suizquierda el frente de la Casa Rosada. En un quinto de segundo sus ojosmortales recogieron la imagen de este trozo de la ciudad y se agrandaronhasta desorbitarse cuando Pablo Gonzlez vio, a cuatro metros de su cuerpo,un enorme automvil gris, loca la rueda de direccin, sin control, venrseleencima a una velocidad que a l le pareci de un milln de metros porsegundo. Detrs de l paraba en ese instante un tranva. Para dnde huir? Ycmo huir de un monstruo que no se sabe hacia qu lado torcer su carrera?Los bilogos y los filsofos, en sus libros, no daban ninguna indicacin para esecaso imprevisto, y a su vista no haba ninguno de esos cartelitos en que lapolica indica los mejores mtodos de atravesar una calle y que tan tiles son

    para las personas no atropelladas.Pablo Gonzlez oy que aumentaba el vocero, y el horror le corri por elcuerpo como un escalofro. Se qued como una rana en la jaula de lasserpientes del Zoolgico. Un aire caliente, oloroso a bencina y a aceite, le llegal rostro, y tuvo la impresin de que un viento fuerte lo elevaba a gran altura.Se sinti un espantoso chocar de hierros, detonaciones de aceros que serompen, de vidrios que se desmenuzan, golpes sordos en cuerpos blandos, y lperdi el sentido de su personalidad. Pero fue slo un instante, porqueinmediatamente sinti como que le crecan alas en los pies y de un saltomaravilloso, inverosmil oh, Aquiles!, se plant en la acera de la plaza.

    Se dio vuelta. El monstruo gris, volcado, destrozado, giraba an sus ruedas y

    despeda un vapor caliente por entre sus intestinos rotos. El tranva presentabael aspecto de una persona que recibe un puntapi sorpresivamente, y lospasajeros, con los rostros descompuestos por el pavor, se tiraban de cabezapor las ventanillas. La gente se agrupaba alrededor del montn ardiente.

    Pablo Gonzlez suspir:

    De buena me he librado.

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    Sigui andando. Se senta ahora liviano, despejado, como si el susto hubieseobrado de vlvula de escape a su opresin. Qu salto haba dado! En otraocasin le habra parecido sobrenatural.

    Lleg hasta la salida de la ltima estacin del subterrneo. En ese momento,

    un convoy que vena de Flores arroj una ola de pasajeros hacia el exterior. Sedetuvo a mirar. Entre las personas que suban la escala reconoci a unamuchacha, con la que tiempo atrs haba tenido un proyecto de pasin. Lahaba perdido de vista durante un tiempo y la encontraba ahora,inesperadamente. Qu ocasin, hoy que tena sobretodo nuevo! Esper,mirndola insistentemente y tosiendo para llamar la atencin. La mujer mirhacia su lado, l la salud con gesto risueo, pero ella no le contest, y pas,esbelta y apretada, dejando tras de s un olor a flores. Se qued estupefacto,siguindola con una mirada llena de sorpresa. Por qu no haba respondido asu saludo? Estara enojada? Pero no haba motivos para ello. Decidialcanzarla, y cuando iba a lanzarse tras el rastro de aquel olor a flores, unamano se pos sobre su hombro, y una voz, que pareca venir desde el fondo de

    sus recuerdos de los dieciocho aos, le dijo: Cmo te va, Pablo Gonzlez ?...

    Se dio vuelta, molesto. Quin diablo sera el que... ? Pero retrocedi dando ungrito de espanto. Ah, a tres pasos de l, alto, delgado, sonriendo, AlfredoValenzuela, un amigo de su juventud, muerto en sus propios brazos haca diezaos, lo saludaba!

    Qu te pasa, querido? Por qu te asustas?

    Pablo Gonzlez sinti que su cerebro se deslizaba en una espiral de locura.

    Pero, cmo! Alfredo Valenzuela! No puede ser!

    Pero, por qu no puede ser?Pablo hizo un poderoso esfuerzo para recobrar el dominio de sus nervios;avanz hacia el aparecido, le puso las manos sobre los hombros, le mir en losojos, ojos sin pupilas, en cuyo fondo flotaba la sombra, y le pregunt:

    Pero, t, t, no estabas muerto ?

    Alfredo acentu su sonrisa.:

    S... Pero ahora t tambin lo ests.

    Mentira!

    Si estuvieras vivo no me veras y esa muchacha no habra pasado al ladotuyo sin saludarte.

    La espiral se acercaba a su vrtice agudo.

    Pero yo estoy loco o soando!

    No; no ests loco ni ests soando: ests muerto. Y te lo voy a probar.

    Lo tom de un brazo y lo arrastr tras l. Pablo se dej llevar.

    Mira.

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    Estaban en el punto en que Pablo crey librarse del automvil. Mir y vio, entreel hacinamiento de aceros rotos y hierros doblados, a un joven como de unosveintiocho aos, vestido con un traje claro y sobretodo azul. Tena la cabezadestrozada, y sobre su pecho hundido descansaba la cabeza de una mujerrubia. Reconoci su sobretodo, reducido ahora a un guiapo ensangrentado, y

    todas sus dems ropas de vestir. Se reconoci l mismo.Toda la angustia del mundo, la tristeza de la tierra y la soledad del marcayeron sobre l como un martinete sobre un man. Se sinti empequeecerhasta lo infinito y cay sentado, llorando sin lgrimas y con sollozos inmensosque nadie oa. Alfredo Valenzuela lo recogi y se lo llev a travs de la ciudad.

    Pablo Gonzlez, conducido por su amigo, pareca una bolsa de trapos viejoscolgando del brazo de un trapero.

    As pas, de esta vida a la otra, en una maana de principios de invierno, unhombre de vida solitaria y nima triste.

    * *

    Anduvo as durante un largo rato, sin pensar, sin hablar, sin mirar, comocorresponde a un muerto, sumido en una inconsciencia absoluta. Pero poco apoco fue reponindose. Se atrevi a mirar, es decir, a ver, y not con sorpresaque nada le era desconocido. Caminaba por la calle Corrientes. A su ladopasaban mujeres, hombres, nios, perros y rostros de amigos vivos que no lovean y rostros de amigos muertos que lo saludaban al pasar con una sonrisade bienvenida. Parecan decirle:

    Hola, Pablito!

    Adis, viejo!Tanto gusto!

    T tambin por aqu?

    Empez a pensar. Lo que le pasaba era casi divertido. Haba muerto para unosy nacido para otros. Y lo curioso era que todo estaba igual y que l era lmismo, con su misma alma, idntico sentido de las cosas e igual personalidad.Qu haba pasado, entonces? La explicacin le pareci sencilla: PabloGonzlez, empleado cesante, haba cambiado por medio de un accidentecallejero su realidad material por otra inmaterial. Haba dejado de serpersona para convertirse en otra cosa distinta. Vala ms lo que haba dejadode ser o lo que empezaba a ser? Esto le pareci lo esencial. Hizo un rpidobalance de su vida extinta; qu poda haber perdido con ella? Bienesmateriales, no, puesto que haba sido pobre; bienes espirituales, tampoco, yaque su vida haba sido desolada y su alma fue triste hasta la muerte. Qu,pues? Despus de una concienzuda reflexin. Pablo Gonzlez concluy porconvencerse de que lo nico que poda lamentar, como prdida sufrida en lamudanza, era su hermoso sobretodo azul. Pero, en cambio, qu mundo infinitose abra ante sus ojos nacidos de nuevo, mundo seguramente lleno de

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    sorpresas y de milagros, de paisajes y de emociones jams sospechadas!

    Termin por tranquilizarse. Tir del brazo a su amigo, y le dijo:

    yeme. Comprendo algo de lo que ha pasado, pero no es suficiente. Quierosaber, adems, lo que va a pasar. Te escucho.

    Alfredo Valenzuela entr en un caf, se sent, indic a su amigo que hicieraotro tanto, y mientras la orquesta tpica atacaba un tango que se defendamalamente, dijo:

    Es muy sencillo. T eras un cuerpo y un espritu, es decir, un hombre. Lamuerte, que no es ms que un fenmeno de separacin de los cuerposcompuestos, ha desunido esos dos elementos; pero ninguno de ellos haperecido, en el sentido exacto de la palabra. El primero sigue su curso derenovacin y simplificacin material: se disgrega, entrega sus sustancias a latierra, a las plantas, al agua. El segundo asciende por la escala de lapurificacin moral. Ambos, una vez separados, obedecen a leyescompletamente diversas. T, como espritu, no sabes ya nada de tu cuerpo, y

    tu cuerpo, como materia, no sabe ya nada del espritu. Ambos existen, y lonico que ha desaparecido es el hombre como animal ciudadano... Este es elhecho, simplemente examinado.

    Bien, qu ms?

    Al principio, cuesta acostumbrarse a este nuevo estado. Generalmente, elhombre amolda el espritu a su cuerpo y no el cuerpo a su espritu. De estemodo, y en la mayora de los casos, el hombre, a no ser que sea bastantecultivado intelectual y moralmente, adquiere, mientras vive su vida dual,muchos hbitos y costumbres de los cuales hace participar a los doselementos, cuya influencia persiste despus de la desunin y de la que esdifcil desprenderse. As, por ejemplo: cuando yo comenc a vivir como espritu

    puro, senta, a las horas del almuerzo y de la comida, un irresistible deseo de iral restaurante. Por qu, si no haba de comer? Pero es que el hbito persistaen m como un mal olor en un cuarto cerrado. Y as en lo dems, en elcansancio orgnico, en la sed, en el sueo, en el amor fsico. El espritu sienteal principio todos esos reflejos inconscientes, como el amputado experimenta,dos o tres das despus de la operacin, el deseo de rascarse la pierna que elcirujano ha separado del cuerpo...

    Sigue.

    Y es un vagar y un caminar... Como su existencia no tiene una causa deresolucin inmediata, y procede de un animal de costumbres, andadesorientado, vaga de un lado a otro y ambula por los mismos sitios que

    frecuentaba el cuerpo dentro del cual arda como una llama clara o turbiaen una lmpara de barro. Hasta que poco a poco esas influencias se disipan, seliberta el espritu de esas groseras taras y empieza a vivir libremente, sinnecesitar ms que del aire y la luz para existir y poseyendo nada ms que tressentidos: la vista, el odo y el olfato, llevados a un mximum de perfeccin.Esto es todo.

    Bien; pero eso es, podramos decir, el estado exterior del espritu. Y el

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    interior?

    Aunque me parece que preguntas mucho y quieres saber todo demasiadopronto, te contestar. El espritu, al cobrar su libertad individual, trae a estavida el mismo estado de quietud o de inquietud que posea durante su

    cautividad. Si cuando eras hombre eras sano, normal, equilibrado, es decir, unente que no pensaba y que vegetaba como cualquier poste del alumbradopblico, o bien un hombre que haba pensado y asentado bien su espritu sobreel mundo, continuars igual. Pero si no fuiste ninguno de sos dos seres, sifuiste vacilante, desvelado, febril, continuars lo mismo que all, devorado porla angustia.

    Lo mismo que all...

    Igual, con slo una diferencia: generalmente, la angustia y la inquietudprovienen de insatisfacciones morales o materiales. Aqu no padecers eso,salvo que tus insatisfacciones sean superiores a lo que la vida espiritual puededarte. Tienes toda la belleza del mundo a tu disposicin. Ninguna puerta te

    ser infranqueable ni ninguna muralla impenetrable. Vers y oirs todo lo quedesees. Para ti la luz, el aire, son ms puros que para hombre alguno. Puedesamar a todas las mujeres que quieras, espiritualmente. Vivirs aqu lo queanhelaste all. Tal es la nocin rudimentaria que puedo darte... Pero, queridoPablo, me pareces un espritu inquieto en demasa, y eso te ser fatal.

    Pablo Gonzlez no contest. Lo que al principio le pareci un canto nuevo, llenode ritmos desconocidos, tomaba al final el mismo estribillo del anterior. Mirabalas cosas desde un punto distinto, pero todo lo vea igual, cuadrado o redondo.

    Y volva a estar triste como antes, como cuando era hombre. Pensaba que casino vala la pena haber muerto.

    Por la calle pasaba la vida, mltiple, inmensa. Senta el zumbido de su marcha,

    la pulsacin de sus anchas venas, el aliento ardiente de su respiracin, elhondo crepitar de su renovacin incesante, su grito de hembra que seentregaba al llamado del amor. Qu lejos estaba l de todo aquello que existacompletamente! Quiso llorar, como cuando era un animal humano, conlgrimas gruesas y calientes, pero no pudo. De dnde iba a sacar lgrimas siya no tena ojos!

    * *

    De pronto Alfredo se levant exclamando:

    Me llaman.

    Y sali hacia la calle. Pablo fue tras l. Caminaron en silencio durante un largorato, apresuradamente.

    Si seguimos caminando as no llegaremos nunca dijo Alfredo.Atravesemos por aqu.

    Embisti a una pared y la atraves, luego otra, y otra, y as sucesivamentepasaron a travs de casas de comercio y de habitacin. Mientras marchaban.

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    Pablo miraba. Vio en una pieza una pareja que se amaba, en otra un viejo quemora, una seora gorda que se baaba, nios que nacan, hombres quedorman, que coman, que escriban, que pensaban, que rean, que lloraban.

    Toda la tragedia, la comedia y el sainete de la vida ntima de la ciudad serepresentaba ante sus ojos espectrales.

    Llegaron, por fin, a una casa de pensin. Atravesaron una ltima pared y seencontraron en una habitacin oscura; cerradas sus puertas y ventanas, slose alumbraba con el reflejo de una lamparilla azul. En el centro de ella yalrededor de una mesita de tres patas, estaban varios seores y seoras entre ellos un joven plido, con aspecto de enfermo del hgado, y entre ellasuna hermosa e insustancial mujer de unos cuarenta y cinco aos, todos conlas manos apoyadas sobre la cubierta del pequeo mueble.

    Alfredo se sent en la mesa y Pablo hizo lo mismo.

    La seora insustancial, con voz de tonadillera, dijo: Qu pesado viene!

    Bjate dijo Alfredo a Pablo. Es a m a quien llaman y no a ti.

    Pablo se baj.

    Ahora se ha alivianado dijo la seora.

    Pero qu es esto, qu hace esta gente aqu y a qu vienes t?

    Son espiritistas. Este calvo que est aqu es un to mo. Todos los das mellaman para preguntarme necedades.

    La mujer insustancial dijo:

    Ests aqu, querido espritu? Si ests, contstame con dos golpes; si noests, con uno.

    Alfredo balance su pierna y la mesa se levant dos veces, golpeando, aldescender, en el piso de tablas.

    Est aqu dijo la voz de cupletista.

    Qu le preguntamos? inquiri una seora.

    Pregntele cuntas veces se dar mi sainete en el teatro dijo el enfermodel hgado.

    Distinguido espritu dijo la hermosa mujer de cuarenta y cinco aos:podras decirme cuntas veces se dar en el teatro Avenida la obra del seorRamos, titulada: "Cudamela, por si acaso"? Contstame por golpes.

    Alfredo balance su cuerpo y la mesa ascendi dieciocho veces.

    Tan pocas veces? Entonces no voy a cobrar nada de derechos de autor! gimi el joven plido.

    Alfredo agreg dos golpes ms. Pablo se aburra.

    Vmonos; djate de tonteras.

    Esprate que me pregunten algo.

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    La voz de la mdium se elev de nuevo:

    Honorable espritu: puedes decirme cunto es dos ms dos, menos cuatro?

    La mesa golpe ocho veces.

    El pobrecito era muy malo para los nmeros dijo el to calvo.Se ha enojado dijo una seora.

    Te quieres ir, querido espritu?

    La mesa se levant dos veces.

    Vete.

    Levantaron todos las manos, y Alfredo sali, rindose, seguido de Pablo.

    * *

    A dnde vamos?

    Mira; podemos hacer una cosa: vamos a ver cmo te incineran.

    Vagaron por varias calles hasta llegar al sitio deseado. Entraron. Sobre unacamilla, el cuerpo exnime de Pablo, despojado de sus ropas, yaca en unapostura que l jams hubiera imaginado adoptar en un estado de occiso. Unseor gordo avis:

    Ya est listo.

    Dos robustos mozos, que seguramente no se preocupaban ni crean en lainmortalidad del alma, cogieron el cuerpo por los brazos y los pies y se lollevaron. Abrieron la puerta del horno y lo arrojaron dentro.

    En ese instante una moscarda verde vol de la boca del cadver, y de su nariztransparente y brillante ya como cera, sali un gusano negro, con doshermosos y humanos ojos azules, que rept en direccin a Pablo y lo increp,dicindole:

    Seor, en nombre de todos mis camaradas presento a usted nuestra formalprotesta. Esto, adems de ser imbcil, es criminal. Si todos los hombresdisponen en vida que sus cuerpos sean quemados despus de muertos, quser del gremio nuestro, tan numeroso como indigente? Todos tenemosderecho a la vida. Por qu entonces violentar y destrozar nuestros derechosnaturales adquiridos, con esta medida que no slo ataca leyes humanas, sinoque tambin va en contra de las leyes divinas? Cmo podr realizarse, en un

    futuro cercano, la resurreccin de la carne, si sta es ahora reducida a cenizas?Porque si un cadver, depositado en una fosa o en un nicho, conserva a sualcance e intactos sus elementos constitutivos anteriores y puede, en unmomento dado, reunirlos, incorporarlos y amalgamarlos, volviendo as a suprimitivo estado orgnico, no suceder lo mismo con uno que ha sido quemadoy sus cenizas esparcidas en el viento o guardadas en un vaso de metalcualquiera. Le habra parecido a usted bien, cuando exista en figura de

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    hombre, que los animales sacrificados en el matadero fueran reducidos acenizas? Indudablemente que no. Igual cosa nos sucede a nosotros. Loshombres se estn poniendo egostas y descredos. Privan al gusano de su partehumana y a Dios de su parte divina...

    Hganse ustedes vegetarianos dijo Alfredo.Pablo no escuchaba el discurso del gusano de ojos azules. Este se encogicomo desalentado, se arrastr un poco y desapareci en un agujero, con elaspecto del obrero que ha salido a buscar trabajo y no lo ha encontrado.

    La fuerza elctrica haba sido dada. Al recibir el contacto, el cadver estir unbrazo, encogi una pierna, tal como una rana atacada por la corrientegalvnica, quedando al fin rgido. Por un instante, Pablo crey que viva denuevo; pero no era posible. l estaba fuera de su cuerpo, faltaba a ste sufuerza anmica y la vida no volvera a agitar aquellos miembros inertes, que sedoraban lentamente como un pavo en el asador.

    * *

    Cuando salieron, la tarde inmensa caa sobre el mundo y el viento sudoesteempezaba a arrear las sombras sobre el ro.

    Anduvieron, anduvieron, sin rumbo, al azar, tal como cuando eran hombres yno tenan nada que decir ni nada que hacer.

    Qu hacemos, Alfredo?

    Yo pienso ir a un concierto del maestro Risler en el Oden. Vamos?

    No, sentmonos aqu y hablemos. yeme: yo estoy triste... Siento haber

    perdido mi hermosa vida, hermosa porque la he perdido y porque en ella pudehaber hecho muchas cosas dignas y buenas. Pero me falt el sentido de la vidamisma. Me preguntaba: para qu vivir?, sin comprender que no hay quepreguntar, sino afirmar. En lugar de decir: para qu vivo? deb decir: vivo paraesto, para ser puro, para ser fuerte, para ser perfecto y para decir a loshombres que deben ser puros, fuertes y perfectos. Este es el secreto que ahoraposeo, aunque ya es tarde. Pero quiero que me indiques cul es el sentido dela nueva vida, cul su desarrollo, cul su finalidad.

    En el silencio del crepsculo, la voz atonal de Alfredo se elev:

    Esta vida es igual que la otra, con las diferencias ya indicadas. Pero ahoraposees el secreto. S aqu lo que no pudiste ser all: puro, perfecto y fuerte. Lo

    tienes todo: sabidura, comprensin, medios. El hombre tiene cinco sentidos;todos ellos le sirven admirablemente, mas l no los utiliza para elevarse pormedio de ellos, sino para rebajarse. Ellos priman sobre el espritu. Tiene ojospara ver, mas no ve con ellos la belleza del mundo; le sirven nicamente parano tropezar con los postes, para mirar las piernas de las mujeres cuando subenal tranva y para cuando va al bigrafo. Tiene odos, pero no los usa para or laarmona del Universo; los utiliza para hablar por telfono, para escuchar laradio y para otros menesteres. Tiene voz y posee el don de la palabra, pero no

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    usa estas facultades para cosa alguna de provecho; ellas le sirven para hablaren las cmaras del Congreso, para vender papas o para gritar en los mtines. Yas en todo. Cuando el hombre suavice sus sentidos y los use para bien de suespritu y no para saciedad de su carne, estar salvado, puesto que su esprituse suavizar tambin y sus sentimientos sern plcidos y sencillos. A esta

    situacin has llegado t por medio de la muerte. Ests en el principio: entrams.

    Pero yo no quiero ser un espectro perfecto, sino un hombre perfecto! Cmoes posible que yo sea feliz, cuando a mi lado, en las calles, en las casas, entodo el mundo, los hombres viven y mueren sin saber, sin comprender,devorados unos por la angustia, otros por la grosera, otros por la idea de lamuerte, sin realizar nada sano, nada bueno, llevndose consigo, cuandomueren, aquello que en ellos haba de puro y que se pudri con ellos, sin quenadie supiera que exista? Por un hombre que llegaba a entender algo, haymillones que no entienden nada y que viven como en el primer da del lenguajearticulado. No! Yo quiero que todos los que viven sean como yo puedo ser

    ahora. Decirles lo que deben pensar, hacer, realizar.Eso no es posible, querido. No tenemos ninguna influencia sobre lahumanidad. No ves que somos espritus? Los hombres viven entregados a smismos y llegarn, o no llegarn, a perfeccionarse dentro de una eternidad.Nadie puede hacer nada por ellos, sino ellos mismos.

    Y Dios?

    Alfredo puso la cara que pone el transente a quien se le pregunta por unacalle que no conoce:

    No me preguntes por l, pues no lo conozco. No vive en este barrio ni nadiesabe en cul.

    Cmo ? Ni aun siendo espritu...S, ni aun sindolo.

    Pero, entonces, esto es el eterno vagar, el eterno ambular, sin sentido, sinfin? O hay otra vida ms an?

    Tal vez. Muchos espritus desaparecen. No vuelven nunca ms. Quiz van aun plano superior, a transformarse en luz, en aire, en ter, en sombra, y giranalrededor nuestro sin que nosotros los veamos, como nosotros alrededor de loshombres, sin que ellos nos vean.

    Hubo un largo silencio, durante el cual Pablo pensaba, y Alfredo, con las manossosteniendo las rodillas, deca para s: Voy a llegar tarde al concierto...

    De pronto Pablo se levant y dijo:

    No es posible, como en la vida del hombre, eliminarse en busca de la nada ode otra vida?

    Alfredo seal hacia el ro y contest:

    El agua es un elemento disolvente para nosotros.

    El blog de Spartakku

  • 7/30/2019 Un Espiritu Inquieto - Manuel Rojas

    12/12

    Se separaron, abrazndose. Pablo se dirigi hacia el ro y Alfredo, sentndoseen la capota de un automvil que pasaba, se fue al Oden.

    Cuando Pablo lleg a la orilla del ro, la hlice del da daba su ltima vuelta.Parado sobre el muralln, con los brazos abiertos, mir por ltima vez el

    mundo. Luego se dej caer rectamente y se hundi en el ro. Un espritu quepasaba por ah grit:

    Hombre al agua!

    Pero nadie acudi.