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1 http://adictasalalecturas.blogspot.mx/ E E l l n n o o v v i i o o d d e e m m i i h h e e r r m m a a n n a a Teresa Hill 2006 Argumento: Ninguna mujer debía intentar conquistar al ex prometido de su hermana… Kathie Cassidy llevaba años sufriendo en silencio para que nadie descubriera que se había enamorado del prometido de su querida hermana. Pero entonces ocurrió algo inesperado. Su hermana puso fin al largo compromiso y se casó con otro. Así que Joe era libre. Joe Reed tenía un plan. Llevaba años prometido con una mujer y, ahora que lo había abandonado, no conseguía que le importara. Porque, inexplicablemente, se había enamorado de Kathie, la hermana de su ex prometida. Eso no era parte del plan, pero entonces la besó… y se olvidó de todos sus planes.

Teresa Hill - El Novio de Mi Hermana

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El novio de mi hermana

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EEll nnoovviioo ddee mmii hheerrmmaannaa Teresa Hill

2006

Argumento:

Ninguna mujer debía intentar conquistar al ex prometido de su hermana… Kathie Cassidy llevaba años sufriendo en silencio para que nadie descubriera que se había enamorado del prometido de su querida hermana. Pero entonces ocurrió algo inesperado. Su hermana puso fin al largo compromiso y se casó con otro. Así que Joe era libre. Joe Reed tenía un plan. Llevaba años prometido con una mujer y, ahora que lo había abandonado, no conseguía que le importara. Porque, inexplicablemente, se había enamorado de Kathie, la hermana de su ex prometida. Eso no era parte del plan, pero entonces la besó… y se olvidó de todos sus planes.

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Capítulo 1

Las menudas y ancianas señoras sentadas a las mesas de picnic lo miraron como si fuera escoria. Joe Reed trató de no prestarles atención debajo de un enorme magnolio mientras comía un perrito caliente en la celebración del 1 de Mayo de la ciudad, tratando de parecer su antiguo yo: respetable, fiable y solidario.

Se ladeó hacia la derecha para obtener una vista mejor de una de las ancianas.

¿No era una amiga de su abuela?

Gimió.

Su abuela estaba un poco sorda y no vivía del todo en el presente. A menudo pensaba que era una niña en busca de su perrito de aguas, CoCo, que llevaba muerto setenta y cinco años. Nunca le habían contado que había muerto.

Y él seguía sin querer que lo supiera.

Sí, después de entrecerrar los ojos, pudo garantizar que se trataba de Marge y… pudo ver que se dirigía hacia él. Se dio la vuelta con la esperanza de desaparecer, pero al siguiente instante, dos hombres lo agarraron de los hombros y lo arrastraron hacia el bosque.

Por desgracia, no eran desconocidos.

Hubiera preferido que le robaran.

Aunque nadie sufría ese tipo de asalto en Magnolia Falls, Georgia.

—Eh, vamos —probó.

Sus captores no le hicieron caso. Uno iba armado, de modo que dejó de discutir y permitió que se salieran con la suya.

Lo soltaron a casi un kilómetro. Lo empujaron contra un árbol y lo miraron con ojos furiosos.

Uno era un policía.

Joe solía salir con su hermana.

El otro era un ministro de la iglesia.

En ese momento estaba casado con la hermana con la que Joe había salido. Según todos los informes, felizmente casado, y tal como lo veía él, Ben no podía poner objeciones al hecho de que Kate y él hubieran roto. De lo contrario, nunca hubieran terminado unidos.

El problema radicaba en el modo en que habían roto.

Ahí era donde entraba en juego la otra hermana. Kathie.

Había una tercera hermana. Kim, la pequeña de la familia, pero Joe jamás la había tocado.

Era la del medio la que había sido su perdición. Y aún lo era, a juzgar por el modo en que la gente de esa ciudad pequeña lo trataba seis meses después de toda aquella debacle.

—Tenemos un problema —dijo Jax, el hermano que era poli.

—Sea lo que fuere, yo no lo hice —insistió Joe. No le gustaba meterse en problemas. Realmente era un buen tipo. Aunque ya nadie lo creyera.

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—Oh, sí, claro que lo hiciste —aseveró Jax, tan grande e intimidador como en el instituto, como cuando atravesaba la línea de defensas del equipo contrario o salía con una tras otra de las chicas del equipo de animadoras.

Todas tenían su turno. Entonces había hecho que pareciera fácil, y aún lo hacía.

Joe había sido más tranquilo, más centrado en sus estudios, presidente del último curso, campeón de ajedrez, una fuerza temida en un debate… nada de lo cual lo había ayudado a conseguir chicas.

No era un seductor, en absoluto el tipo de hombre que saliera con una hermana y se escabullera para besar a la otra.

Todavía seguía sin estar seguro de cómo había pasado.

Lo único que se le ocurría era locura temporal.

Aún hacía que la cabeza le diera vueltas cuando pensaba demasiado en ello, de modo que trataba de no hacerlo. Era presidente de un banco, por el amor del cielo. El más joven de todo el estado en el momento de ser nombrado.

¿Qué había sido de aquel hombre destinado a triunfar?

—De verdad que no hice nada —probó otra vez.

No había llamado a nadie, no había hablado con nadie, no había visto a nadie. Durante seis meses había llevado la vida de un monje, tratando de mantener la cabeza gacha, cumplir con su trabajo y no darle a nadie motivos para que volviera a hablar de él. Jamás.

Como si eso hubiera servido para frenar las habladurías.

Se sentía como si lo hubieran marcado de por vida, como si nunca pudiera borrar lo que había pasado.

Miró a Jax, furioso, con el revólver al costado, luego a Ben, el más sereno de los dos. Se dijo que sin duda un ministro no tomaría parte en darle una paliza en el bosque. Aunque le sorprendía que Jax hubiera esperado tanto.

Miró a Ben en busca de ayuda.

—Probablemente sería mejor si escucharas durante un rato —dijo Ben.

Parecía tan sereno como el que más, como si en todo momento arrastrara a gente por el bosque.

—Las cosas están así —continuó Ben con una sonrisa, mientras Jax continuaba ceñudo—. Kate no está feliz.

Joe pensó en eso. Tampoco le había hecho nada a Kate. Apenas le había hablado, casi ni se había acercado a ella, y si Kate no estaba feliz, ¿no era más problema de Ben que de él, dado que Ben era su marido en ese momento?

—Bueno, debería estar feliz, absolutamente feliz, casada conmigo —prosiguió Ben—. Salvo por una cosa.

Joe pudo imaginar qué era esa cosa.

—Y Kim no está feliz —dijo Jax—. Lo más importante de todo para ti es que yo no estoy feliz, y podría hacerte daño con tanta facilidad.

En ese punto, Ben se interpuso entre los dos.

—Y si mi esposa y su familia no están felices, desde luego, yo tampoco lo estoy —aseveró.

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—No es posible que estemos felices ya que un miembro de nuestra familia no se encuentra presente —afirmó Jax.

—De acuerdo —convino Joe con cierto titubeo.

Kathie. Se había marchado el día de la boda de Kate y Ben, desapareciendo justo después de la ceremonia. Habían pasado semanas hasta que supieron dónde estaba. Enseñaba en un internado caro en Carolina del Sur y resistía todos los esfuerzos de la familia de convencerla de que regresara a casa.

No podía culparla. También a él le habría gustado huir, pero no era de los que escapaban. Tenía obligaciones y había tomado la decisión de sortear la tormenta, pensando que años de ser responsable, fiable y bueno harían que superara unos pocos momentos de locura con la hermana de su entonces novia.

Pero no había sido así. Al parecer, iban a castigarlo para toda la eternidad.

¿Y en ese momento estaban todos enfadados con él porque Kathie no se encontraba presente?

—Y como tú creaste todo este lío —decía Jax con ojos centelleantes—, vas a ser tú quien lo arregle.

Tragó saliva, preparándose para el primer puñetazo a la mandíbula. Pero Jax no lo golpeó, simplemente dijo:

—Vas a traer a nuestra hermana a casa.

—¿Yo? —preguntó—. Pero… ella me odia.

—Ese es tu problema —expuso Jax.

—Lo que quiere decir es… que estamos seguros de que sabrás encontrar un modo de salvar eso —explicó Ben, como si fuera tan sencillo como girar a la izquierda, y no a la derecha, para salir de un atasco de tráfico.

Las mujeres no se parecían en nada a un atasco.

No había mapas ni señales que le indicaran a un hombre cuándo parar y cuándo continuar. Ni los kilómetros que faltaban para llegar a destino.

—Ni siquiera quiere hablar conmigo —insistió. ¿Cómo iba a convencerla de volver a casa cuando no le hablaba?

—Vamos a dejar que ese problema también lo soluciones tú —dijo Ben, dándole una palmada en el hombro como si fueran colegas o algo así.

—Pero… yo…

Jax le plantó un papel en el pecho y Joe lo agarró.

—Ésa es su dirección. No te molestes en llamar. Como bien has dicho, no hablaría contigo. Tienes que presentarte allí en persona. Hemos incluido indicaciones de cómo llegar. No es más que un trayecto de cuatro horas en coche. Mañana es día de graduación en ese internado. Una vez que haya terminado, tendrá libertad de hacer lo que le apetezca. Vas a irte a casa, preparar una maleta y empezar a conducir.

—¿Esta noche? ¿Queréis que vaya a verla esta noche?

—Espero que hayas salido de la ciudad en una hora. Y sabes que lo sabré si no es así —dijo Jax—. Imagino que estás al tanto de lo que sucederá si alguien te ve por aquí después de las ocho.

Desde luego.

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Jax y sus colegas del cuerpo de policía.

Joe había sido citado por cinco violaciones de tráfico a la semana de que Kathie dejara la ciudad, y no había sido culpable de ninguna. Pero tampoco había protestado. No hasta terminar ante un juez que había estado dispuesto a quitarle el carné de conducir, y aun así no había tenido mucho que decir. El juez había sabido exactamente lo que sucedía y lo había dejado ir con una advertencia, en la que le recalcaba que debería esforzarse en reparar lo que hubiera hecho para molestar a la crema y nata de Magnolia Falls.

—No volverá porque yo se lo pida —dijo Joe con sinceridad.

—Entonces, tienes que pensar en algo, ¿verdad? —indicó Ben—. Menos mal que es un trayecto de cuatro horas. Estoy seguro de que cuando llegues, se te habrá ocurrido qué decir para lograr que regrese.

—No puedo. Quiero decir… No sé qué decir. No creo que haya nada que pueda decir. Si lo hubiera, lo diría —no porque quisiera que volviera… en realidad, no. ¿Qué clase de hombre le daría la bienvenida por segunda vez a la locura?

Pero ése era el hogar de Kathie, el único que siempre había conocido. Su padre había muerto cuando ella contaba cinco años, su madre el año anterior, y sus hermanos eran toda la familia que le quedaba. Siempre habían estado unidos y odiaba pensar que él la había apartado de esa familia, dejándola sola en el mundo.

Y la pobre Kate. Había sido como una segunda madre para sus dos hermanas menores, siempre se había tomado muy en serio sus obligaciones con ellas.

Se lo debía a Kate.

Y Kathie. No dejaba de pensar en ella como en una adolescente. Lo que casi era cuando la conoció, pero ya tenía veinticuatro años y él acababa de cumplir treinta y uno, y era un adulto, supuestamente responsable e inteligente, y era que había manejado toda la situación entre ambos de manera lamentable.

De modo que se lo debía a las dos, aparte de que lo habían educado para creer que un hombre se afanaba en no cometer errores y, si los cometía, siempre intentaba compensarlos.

—De acuerdo —aceptó, resignado, pero sin tener idea de cómo lograría la tarea de llevarla a casa—. Iré.

Que Dios lo ayudara.

Kathie trabajaba en un internado de niños en mitad de ninguna parte. Joe condujo por el bosque durante kilómetros, pensando que iba a terminar en un campamento de verano, pero al final ahí lo tuvo, algo parecido a una antigua ciudad universitaria de piedra gastada y cubierta de hiedras situado en medio del bosque. Pensó que se trataba de un lugar raro para una escuela. Jacobsen Hall, ponía el letrero, lleno de grandeza contenida, que gritaba dinero centenario.

Después de mirar el mapa y las indicaciones para llegar, encontró el colegio mayor donde Kate había estado viviendo, mientras desempeñaba un papel como….

¿Tutora? Kathie tenía veinticuatro años.

Las tutoras no tenían esa edad.

Había un torrente constante de niños y equipaje saliendo por la puerta principal, ayudados a menudo por chóferes que guardaban las pertenencias de los niños en limusinas.

Joe esquivó maletas y mocosos para llegar al interior. En el vestíbulo, con un portapapeles en la mano, el cabello rubio recogido en un moño severo, se hallaba Kathie.

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Le consternó sentir un nudo en el estómago al verla, incluso con ese vestido negro con cuello y puños blancos.

Durante un instante estrafalario, pensó que si la falda fuera un poco más corta y luciera un pequeño mandil blanco, se soltara algunos de esos botones de latón y se desmelenara, parecería una… una…

Emitió un gemido angustiado.

No iba a fantasear con ella.

Bajo ninguna circunstancia tendría pensamientos sexuales con ella. Ninguno. Jamás.

No iba a volverse loco otra vez por la hermana menor de su ex novia.

No.

Antes preferiría pegarse un tiro ahí mismo antes que pasar una vez más por aquello.

Sólo necesitaba a una mujer. Cuerda, sensata, pragmática, responsable y fiable. Todas las cosas que siempre había pensado que era Kate. Todas las cosas que siempre había sido él. Y sentaría la cabeza con ella y llevarían una vida cuerda, sensata, pragmática, responsable y fiable. Volvería a ser quien había sido. Todo el mundo olvidaría el pequeño incidente de seis meses atrás que tanto había mancillado su reputación.

Sabía lo que tenía que hacer.

Y podría empezar con ese plan en cuanto convenciera a Kathie de regresar a su casa de Magnolia Falls, para que su hermano y su cuñado no le dieran una paliza o lo metieran en la cárcel.

Era todo lo que necesitaba hacer.

Y una vez que llegaran, mantenerse alejado de ella y no tener ningún pensamiento impuro acerca de Kathie.

No sintió ninguna seguridad en que pudiera lograr eso último, no después de haber estado rehaciendo su traje mentalmente hasta convertirla en una traviesa doncella francesa a los pocos minutos de verla.

Pero no podía regresar sin ella. Perdería la dentadura.

Aunque tampoco era la amenaza lo que impedía que diera media vuelta y se marchara. Estaba en deuda con ella. Su lugar estaba con su familia y no pensaba ser él quien le arruinara la vida apartándola de ellos. Con o sin pensamientos impuros.

Eres un hombre. Compórtate como tal, se dijo con severidad.

Ella alzó la vista, lo vio y pareció un animal asustado.

¿Es que lo consideraba la criatura más baja de la tierra? ¿Creía que tenía algo que temer de él?

Se puso pálida. Las manos comenzaron a temblarle y durante un momento dio la impresión de que podría dar media vuelta y huir. Pero finalmente decidió aguantar, irguiéndose y levantando el mentón, con una expresión de vergüenza, y quizá disgusto, en sus ojos castaños.

—Hola, Kathie —dijo, metiendo las manos en los bolsillos.

Ella lo miró con ojos centelleantes.

—¿Qué haces aquí?

—He venido a verte —respondió.

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—¿Cómo me has encontrado? —demandó ella.

—Gracias a tu hermano.

—Él jamás te daría mi paradero —insistió. Joe sacó la hoja que contenía las indicaciones y el mapa que Jax le había impreso de la web, junto con una nota manuscrita que ponía el nombre del colegio mayor de Kathie, y se la mostró.

Ella hizo una mueca y Joe se imaginó la llamada que recibiría Jax si él no conseguía llevarla de regreso a casa, en cuyo caso podría mantener en persona la conversación con su hermano.

—No tengo nada que decirte —afirmó ella, cruzando los brazos al tiempo que adoptaba su mejor expresión de terquedad.

Algo que hizo que él contuviera una sonrisa.

No era una mujer terca. No podía intimidar ni aunque lo intentara, y el único motivo por el que alguna vez estaría asustado de ella era por su locura temporal, algo que le achacaba a Kathie.

Pero no había tiempo para ser amable, aunque no creía que fuera algo de lo que ella lo considerara capaz.

—Bueno, pues yo sí que lo tengo. Y vas a escucharme.

Así era como Jax habría tratado a una mujer, ¿no?

Quizá no. Jax la habría seducido, pero Joe siempre se consideró deficitario en ese departamento.

Entonces, ¿cómo diablos se suponía que lo iba a lograr?

Ella lo miró boquiabierta, sin duda sorprendida por su tono y por sus palabras, y luego pareció herida, quizá un poco llorosa.

Diablos. Ya lo había estropeado.

—De acuerdo, sólo… escúchame, ¿por favor?

Ella movió la cabeza.

—No puedo. No puedo hablar contigo. No quiero verte. ¡Déjame en paz!

Al final alzó la voz. Estaban llamando la atención. Una mujer vestida con la misma austeridad que Kathie fue con celeridad hacia ellos.

—¿Kathie? ¿Te encuentras bien?

Asintió, con el labio inferior trémulo y los ojos brillantes con lágrimas no derramadas. Lo que me faltaba, pensó Joe. Otra vez iba a ser el malo de la película.

—¡No soy el malo! —exclamó.

La expresión de la amiga lo dijo todo.

—No, no lo es —Kathie saltó en su defensa.

Algo que lo desconcertó. Si no era el malo, ¿quién lo era? Él era el único chico involucrado en una situación que había salido fatal, de modo que tenía que ser el malo, ¿no?

Kathie le entregó el portapapeles a su amiga y dijo:

—Termina de pasar lista por mí, ¿de acuerdo? He de hablar con Joe —lo tomó de la mano y comenzó a llevárselo de allí.

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—¿Joe? —dijo su amiga—. ¿Ese Joe?

De modo que era famoso en Jacobsen Hall.

—Vamos —dijo Kathie, alargando la mano hacia la puerta—. Por aquí. Ya.

Entró sin discutir, consternado por encontrarse a solas con ella en un despacho vacío. Kathie cerró la puerta y se quedó con la espalda pegada a ella, como si no quisiera alejarse demasiado porque podría sentir el deseo de huir.

Las cosas no iban nada bien.

—Será mejor que te sientes —indicó un sillón delante del escritorio.

Queriendo complacerla, obedeció.

—De acuerdo —continuó con expresión dolida—. ¿Qué quieres?

La situación se le escapaba de las manos. Se suponía que debería haber encontrado un argumento antes de haber llegado a ese punto con ella.

—Tu familia quiere que regreses a casa —soltó.

Ella rió.

—Imposible. No puedo volver.

—Desde luego que sí. Toda tu familia está allí. Todos te quieren en casa, Kathie.

—Lo dudo.

—Claro que sí. Te quieren. Se sienten desdichados sin ti.

—Se sentían desdichados conmigo. Tú y yo los hicimos desdichados.

—Bueno… lo han superado —era verdad, ¿no? No la furia que les inspiraba él, pero sí estar furiosos con ella.

—No pueden haberlo superado —insistió ella.

—Por supuesto que sí. Llámalos. Te lo confirmarán.

—No puedo hablar con ellos —afirmó, como si fuera un idiota por creer lo contrario.

—Claro que puedes.

—Joe… lo que hicimos… fue terrible. ¡Fue horrible! Me siento tan avergonzada que no podría mirarlos a la cara. Por eso tuve que irme.

—De acuerdo. Lo comprendo. Pero has estado ausente durante seis meses. Créeme, han olvidado que están furiosos contigo. Quiero decir… ni siquiera estaban furiosos contigo, para empezar. Están furiosos conmigo. No tienes nada de qué preocuparte. Todo el mundo en la ciudad me culpa a mí.

Ella se mostró horrorizada por eso.

Pensó que quizá no era una noticia grata para darle, pero era verdad.

—Es terrible —confirmó ella.

—Bueno… —¿qué podía decir?—. En realidad, no.

Era incómodo, irritante y frustrante, pero no terrible.

—No, lo es. No es nada justo. Fui yo. La culpa fue mía.

—No, no lo fue —aseveró él. Era un hombre adulto, responsable de sus actos. No iba a culparla por eso.

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—Lo fue. ¡Oh, Dios, ahora me siento peor! ¿Todos te culpan a ti? Joe se quedó desconcertado. Bajo ningún concepto era lo que había querido decir. Mantenían una conversación, y ella no daba la impresión de querer huir en cualquier instante.

Jax había dicho que hiciera lo necesario para llevarla de vuelta. Empezaba a pensar que, aunque no había sido lo que había querido decir, tal vez fuera lo que funcionara. La conocía, sabía cómo funcionaba su mente y lo generosa que era. Sería mucho más fácil conseguir que regresara para sacar a otra persona de un aprieto que para ayudarse a sí misma.

—De acuerdo, sí, ha sido terrible —confirmó, estudiando su cara al hacerlo. Sí, esto va a funcionar—. El modo en que huiste, todos pensaron que tal vez sólo había estado… jugando contigo, lo que hizo que pareciera aún peor.

Como si alguna vez hubiera jugado con las mujeres. Su hermano lo hacía. El jamás.

—Pero no fue así —insistió ella.

No discutió que había sido algo muy parecido; simplemente, continuó, exponiendo las cosas del modo que ayudara más a que la culpabilidad la impulsara a regresar.

—Y entonces, cuando todo el mundo supo lo nuestro, y después de que te marcharas… todos pensaron que te había dejado plantado —¿lo había hecho? Supuso que eso habría podido parecer mientras trataba de mantener la distancia y no empeorar las cosas—. Todo el mundo pensó que había sido tan abominable contigo, que ni siquiera podías soportar la idea de estar en la misma ciudad conmigo.

Llegó a la conclusión de que parecía remotamente plausible.

¿Será suficiente para impulsarla a volver?.

—Pero todo el mundo en la ciudad te quiere —afirmó Kathie.

—Ya no —intentó mostrarse desolado.

—Pero no fue culpa tuya. Fue mía. ¡Todo!

Él sabía que no era así. La había besado. Más de una vez. Mientras estaba prometido a su hermana, alguien a quien los dos querían.

Pero si Kathie creía que era culpa suya, creería que recaía en ella solucionarlo, algo que no podía hacer desde ese internado. Sólo desde Magnolia Falls.

Jax podría matarlo si alguna vez descubría la táctica que estaba empleando y Joe podría repudiarse un poco más por ello, pero en ese punto estaba con Jax y con la familia de Kathie… tenía que volver a casa.

—Eh, no te preocupes —dijo, todavía tratando de parecer desolado—. La gente lo superará. Y el negocio del banco no se resiente por ello. En realidad, no…

—¿Está afectando al banco? —quiso saber ella.

—¿He dicho eso? No. En realidad, no.

—Sí, lo has dicho. Seguro que sí.

Él se encogió de hombros.

—Nos repondremos. No te preocupes por eso. Algún escándalo nuevo llegará a la ciudad y todo el mundo olvidará el comportamiento horrible que tuve con Kate y contigo.

Kate.

Eso le dio otra idea.

Sabía que ella quería a su hermana.

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—Y no creo que nadie realmente crea que Kate está tan furiosa contigo como para no perdonarte —añadió, improvisando—. O ese estúpido rumor de que te ordenó que salieras de la ciudad y no volvieras nunca.

—¿Creen que me echó de la ciudad?

—No. No creo que nadie crea eso. Conocen a Kate. Saben que jamás haría algo así.

Kathie se mostró horrorizada.

—Jamás pensé que os culparían a Kathie y a ti.

—Y no lo pienses ahora. En serio. Estamos bien. Superaremos esto. Sólo hará falta algo de tiempo.

—No es justo —insistió ella.

—Está bien —repitió él.

—No, no lo está. Y no puedo dejar que algo así tenga lugar. He de hacer algo.

—Bueno… si de verdad quieres ayudar…

—¿Qué? Dime qué hacer.

—Creo que si volvieras por el verano y vieras a Kate, le mostrarías a todos que todas esas tonterías que dice la gente acerca de que Kate no te ha perdonado y que tú huiste de la ciudad… se acabarían. Todo el mundo sabría que no es verdad.

—Sí, se acabarían —irguió los hombros, poniendo expresión decidida y muy, muy triste—. Y tampoco puedo dejar que piensen que tú eres culpable de todo esto. He de pasar un tiempo con Kate y luego deberé pasar un tiempo contigo.

No, no, no, pensó Joe.

No con él.

No los dos juntos.

No.

Eso no formaba parte del plan.

—Yo estoy bien —insistió.

—No, he de arreglar esto. ¿Piensan que tú… que tú y yo… mientras estabas prometido a Kate? —ni siquiera podía decirlo—. ¿Y que luego, cuando ella lo descubrió, me dejaste?

Joe asintió, pensando que estaba mal. Que iba a estar muy mal.

—No me extraña que te odien —comentó consternada—. Joe, tenemos que convencerlos de que tú no me dejaste.

—No, no tenemos que hacerlo.

—Sí. Podría decirles que yo te dejé. Podría decírselo a Melanie Mann, esa chica con la que Kate fue a la escuela, la que extendió todos los rumores sobre mi hermana el otoño pasado. En un abrir y cerrar de ojos se lo contará a toda la ciudad. Eso es. Le contaré a Melanie que yo te dejé.

—De acuerdo —aceptó, pensando que era el momento de despedirse de sus dientes. Jax despreciaría cualquier plan que hiciera quedar mal a Kathie, y no lo encajaría de forma pasiva.

—Y si eso no funciona, tendremos que asegurarnos de que nos vuelvan a ver juntos —expuso Kathie.

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Parecía tan desdichada ante esa idea como el mismo Joe.

Pégame un tiro ahora, pensó.

Había quedado como un idiota por ella.

Había deshecho años de vida cuidadosa y respetable, todo por unos pocos momentos robados con ella.

—Sí, eso es lo que haremos —insistió ella—. Nos… ya sabes… haremos que nos vean juntos, como si estuviéramos unidos, sólo unas cuantas veces; y unas semanas más tarde, te dejaré. Simplemente diré que he terminado contigo, y tú podrás afirmar que tienes el corazón roto. Así todo el mundo se apiadará de ti y volverá a ser amable contigo.

Joe gimió.

Jax había dicho que la llevara de vuelta a casa.

Y parecía que había logrado convencerla de regresar.

Entonces, ¿por qué estaba seguro de que las cosas iban a empeorar en vez de mejorar?

Quizá fuera mejor que él mismo se partiera la mandíbula, así se ahorraría tiempo.

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Capítulo 2

Kathie metió sus cosas en dos maletas mientras su amiga Liz se asomaba por la puerta para ver dónde estaba Joe.

—Sí, sigue ahí —luego cerró la puerta y sonrió—. Y es atractivo, de ese modo acicalado e impecable.

Es guapísimo, pensó Kathie, y se reprendió por permitirse pensar algo así. Nunca iba con una prenda arrugada, nunca tenía un pelo fuera de lugar y nunca parecía otra cosa que un hombre sólido, fiable y completamente capaz de manejar cualquier cosa que apareciera en su camino. Todo lo que debería ser un hombre y con lo que podía contar una mujer, algo que había pensado demasiados años como para negarlo, al menos ante sí misma.

—Te lo aseguro —comentó Liz—, un hombre no hace todo ese camino para lograr que una mujer regrese a él, si no está interesado.

—No está interesado en mí —insistió.

—Claro que sí. No viste el modo en que te miraba. Incluso con estos ridículos uniformes que nos obligan a ponernos. Quiero decir, si un hombre puede estar interesado en una mujer que viste así…

—No está interesado. Nunca lo ha estado y nunca lo estará —insistió Kathie.

—Entonces… todo lo que sucedió el año pasado…

—Sólo fueron unos besos —metió dos jerséis y un par de botas de senderismo—. Unos abrazos y un montón de culpabilidad. Eso fue todo. Y él no me besó. Lo hice yo, y ahora todo el mundo lo culpa por ello. Es terrible.

—Aguarda un minuto. ¿Ha venido hasta aquí para lograr que regreses porque todo el mundo lo culpa de lo que pasó? ¿Te ha dicho eso?

—No era su intención —acercó los CDs y los pendientes que le había dejado su madre—. Me di cuenta de que no quería hacerlo. Se le escapó.

—Entonces, ¿para qué ha venido a verte?

—Porque es un chico agradable…

—¿Al que sorprendieron besuqueándose con la hermana de su novia? Los chicos agradables no actúan así —insistió Liz.

—Es un chico agradable. Él sólo… yo… ¡prácticamente lo ataqué!

Liz rió.

—Imposible. Tú no sabrías cómo atacar a un chico, ni aunque lo quisieras, aunque tampoco te puedo imaginar queriéndolo.

—¡Sí en lo que a él concierne!

Liz se quedó boquiabierta.

—¿Todavía lo deseas?

—No —mintió, sonrojándose. Maldita sea. Liz no se lo podía creer.

—¡Sí! Juraste que no había sido nada. El embobamiento de una colegiala, sumado al dolor de haber perdido a tu madre.

—Y lo fue. Fue justamente eso —la primera vez que lo había besado fue el día que su madre había muerto. Un minuto había estado llorando de forma desconsolada y al siguiente se encontraba en los brazos de Joe—. Sigo sin saber cómo pasó.

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Y era verdad.

—¿Cuántos años tenías cuando lo conociste? —preguntó Liz.

—Acababa de cumplir los diecinueve —susurró Kathie.

Diecinueve y sin haberse enamorado antes. Era una locura. Las chicas a su alrededor, durante todo el instituto, se enamoraban cada vez que se daban la vuelta. Ella no dejaba de esperar que le sucediera, y nunca lo hizo. No entonces.

Pero su hermana mayor había vuelto de la universidad, donde había conocido a un chico. Kate lo llevó a casa, y Kathie había sentido que no podía respirar, que no podía ver nada salvo a él.

Se había dicho que era una locura, que lo superaría, pero nunca lo había conseguido.

Había sido su secreto culpable durante cinco largos años, en los que Kate y Joe se habían prometido. Años en los que todo el mundo había acordado que eran perfectos el uno para el otro. Se había atormentado por ese hombre y había mantenido una fachada de relajada amistad y nada más, hasta que el día que murió su madre se había arrojado a los brazos de él.

Y entonces… todo se volvió loco.

Él había roto con su hermana, o tal vez Kate había roto con él. Nunca había estado segura y le habían llegado diversas versiones de la historia. Los rumores se dispararon por la ciudad.

Casi al mismo instante, Kate conoció a Ben y, para asombro de todos, se enamoró y se casó con él, y entre medias, descubría lo suyo con Joe. Kathie había quedado horrorizada. Nada más concluir la boda, había huido para no regresar. No era capaz de enfrentarse a su familia o a Joe.

—Oh, cariño, estás loca por ese hombre —dijo Liz, yendo a su lado para abrazarla.

—No. No puedo. Tengo que olvidarlo…

—¿Por qué? Él no te ha olvidado a ti.

—Se siente culpable por lo que pasó. Eso es todo. Amaba a mi hermana. Siempre ha amado a mi hermana, y la perdió, ¡por mí!

—Porque confesó que albergaba sentimientos hacia otra mujer durante el tiempo que estuvo prometido a tu hermana, y esa otra mujer eras tú.

—¿Sentimientos? —trató de meter cinco libros y una planta en la maleta y descubrió que la planta era una causa perdida. La dejó en el alféizar de la ventana, donde había vivido los últimos cuatro meses—. La culpabilidad es un sentimiento, y créeme, eso es lo único que siente por mí. Es un hombre honorable que ha amado siempre a mi hermana, y entonces… todo se complicó. Yo lo compliqué.

—Sí, pero si de verdad te quería…

—No me quiere. Si fuera así, lo habría dicho, pero no lo dijo. Me miró a los ojos en la boda de Kate, cuando todo el mundo conocía la historia y todo el mundo nos miraba y susurraba sobre nosotros, ¿y sabes lo que me dijo?

—¿Qué?

—Que lo sentía. No que me quería, sino que sentía todo lo que había pasado, que era su culpa, pero no era así. Era mía. Yo lo sabía. El sólo intentaba ser amable, porque es un chico agradable.

—Que siente algo por ti —insistió Liz—. Y tú sientes algo importante por él.

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—No puedo. El no puede. No podemos. Demasiada gente ha resultado herida por esto. Ahora intento repararlo, no empezar otra vez.

—Creo que quieres volver a verlo —manifestó Liz.

—No. En serio. No quiero.

Quería recobrar su vida… su vida agradable, tranquila, meticulosa, impecable con su familia, que la quería, sin que nadie en la ciudad difundiera rumores sobre ella y el novio de su hermana. Nada de lo que avergonzarse. Sin motivos para huir.

Eso era lo que quería.

De verdad.

No a Joe Reed.

—Necesito ver a mi familia —afirmó.

—¿Y qué les vas a decir?

—No tengo ni idea.

Joe esperó hasta que guardó sus cosas, le llevó la maleta al coche, un bonito Escarabajo amarillo, y luego dijo que la seguiría.

—¿Todo el trayecto hasta Magnolia Falls?

—Sí —respondió, abriendo la puerta de su coche de banquero, un formal sedán negro de cuatro puertas.

—¿Por qué? ¿No confías en que realmente vuelva?

—Bueno… —comenzó con evasivas, de pie bajo la brillante luz del sol que se filtraba a través de los árboles—. No. No es eso. Es que… quiero decir, los dos vamos al mismo lugar, ¿no? Podríamos conducir juntos.

—Tengo veinticuatro años, Joe. Sé encontrar el camino de vuelta a mi ciudad —insistió.

—Desde luego. Eso lo sé. Es que…

—No confías en que realmente vuelva. ¿Qué es lo que piensas? ¿Que voy a estar aquí de pie y decirte que iré, para luego irme en otra dirección? ¿Crees que soy una mentirosa y una cobarde?

—No. De verdad, no —cerró la puerta del coche y fue a su lado, donde ella no lo quería—. Sólo pienso que fue una mala situación, y lo siento, por todo. Sé lo importante que es para tu familia tenerte de vuelta, así que…

No para él. Para su familia. Tal como había sospechado. Probablemente, ni había vuelto a pensar en ella, tal como ella querría.

—¿Y qué me dices de ti? Me refiero a todo lo que pasó —preguntó, antes de que él pudiera pensar que hablaba de los dos—. Por ejemplo, el matrimonio de Kate. ¿Qué te inspira eso?

—Espero que sea feliz —dijo.

Y pareció sincero.

¿Sería posible? Había estado loco por su hermana desde que lo conoció. La había seguido a Magnolia Falls tras la graduación, había aceptado un trabajo en el banco local y se había asentado allí, convirtiéndose en una parte tan firme de la ciudad como Kathie y sus hermanos, que habían nacido allí. La madre de Joe había dejado una residencia próxima a Atlanta para ir allí, y llegado el momento de trasladar a la abuela de él a una residencia,

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también la habían llevado a Magnolia Falls. Era un hombre que había estado seguro de sí mismo y del futuro que tendría con su hermana.

—Kate parece realmente feliz con Ben —añadió Joe—. Los veo por la ciudad de vez en cuando. De hecho, ayer mismo me encontré con Ben en el picnic de la ciudad.

Lo que significaba… ¿qué? ¿Que eran colegas? ¿Que no le producía dolor alguno pensar en Kate casada con otro?

Observó la cara del hombre con el que había soñado durante años y no pudo detectar atisbo alguno de lo que pasaba por su interior. Joe no era un hombre que mostrara con facilidad lo que sentía.

¿Lo había superado todo?

Kathie no veía cómo podía ser posible. Cinco años no desaparecían por arte de magia. Todo el mundo había dicho que estaban hechos el uno para el otro. Y ella lo había arruinado lanzándose sobre Joe y confundiéndolo, hasta que, dominado por la culpabilidad, él le había confesado lo sucedido a Kate.

No había sido más que eso. Estaba segura. Culpabilidad, confusión y unos pocos besos robados.

No amor.

Nada parecido.

Y ahí lo tenía, ¿diciéndole que Kate parecía feliz y actuando como si ésta y su marido fueran los mejores amigos?

No se lo tragaba.

—¿Estás lista? —preguntó Joe.

—Sí, pero bajo ningún concepto vas a seguirme todo el trayecto hasta casa, como si tuviera dieciséis años y no se me pudiera confiar un coche —dijo.

—Pero…

—No. Sin discusiones —no iba a permitir que la tratara como a una niña—. Adelante. Te veré allí.

¡La seguía!

Ese hombre endemoniado trataba de seguirla todo el camino hasta casa. Si aceleraba, él aceleraba. Si aminoraba la marcha, él la imitaba, desde su sitio tres coches por detrás de ella en la carretera.

Al final llegó al apartamento que solía compartir con su hermana menor, Kim, por el que llevaba meses pagando el alquiler, aunque ya no vivía allí, porque no dejaría a su hermana en la estacada de esa manera. Además, al vivir en el internado, prácticamente carecía de gastos, de modo que podía permitírselo. Además de que no había soportado la idea de no tener un sitio al que algún día pudiera regresar como a su casa.

Aparcó en la calle, delante de la gran casa de ladrillos en ese momento convertida en apartamentos. Joe lo hizo detrás de ella, bajó, cerró de un portazo y fue a su lado.

—¿Sabías que en un momento alcanzaste los ciento cuarenta y cinco kilómetros por hora? —bramó—. No sabía que tu pequeño coche pudiera lograr semejante velocidad.

—¿A qué te refieres, Joe? ¿Acaso me seguías? —lo miró y parpadeó con la expresión más inocente que pudo mostrar, teniendo en cuenta que estaba furiosa.

—No —afirmó él.

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—Oh. ¿Era casualidad que fueras tres coches por detrás durante cuatro horas?

—Yo… yo sólo quería cerciorarme de que llegabas a casa bien —repuso.

Iba a replicar cuando oyó una sirena detrás de ella. Se trataba de su hermano. Aparcó el patrullero justo detrás del coche de Joe y bajó del coche en segundos, alzándola en brazos.

—Ya era hora de que volvieras a casa —le dedicó esa sonrisa devastadora que durante más de una década llevaba consiguiendo que las mujeres se volvieran locas por él—. Dios, te he echado de menos. Todos lo hemos hecho. Me siento tan contento de que estés en casa…

Ella le devolvió el abrazo en cuanto la depositó otra vez en el suelo.

—Yo también te he echado de menos.

Entonces se percató de que había aparecido en su calle en el momento preciso para encontrarla bajando de su propio vehículo.

Además, hubo algo en la mirada que pasó entre Joe y él cuando Jax le dijo:

—Ya nos ocupamos nosotros, Joe.

—Aguarda un momento —dijo Kathie, volviéndose hacia su hermano—. ¿Cómo has sabido el momento exacto en que he aparcado?

Él se encogió de hombros, relajado.

—Pura suerte, supongo.

—No, no es eso.

—De acuerdo, puede que tuviera algunos amigos vigilándote —repuso—. Ya me conoces. Siempre estoy atento a ti, a Kim, incluso a Kate.

—¿Y pensaste: Eh, puede que justo hoy, Kathie aparezca por casa?

—Claro —convino, menos cómodo ya.

—No, no es eso. Mandaste a Joe a buscarme —deseó morirse ahí mismo, para no tener que volver a mirar a Joe, que no había ido porque hubiera querido que ella volviera, sino porque su hermano mayor le había retorcido el brazo o algo parecido. ¿Cómo había podido pensar que…?—. ¡Y tú! —se volvió hacia Joe, porque, si no, se habría puesto a llorar y no quería derramar ni una lágrima más por él—. ¡Debiste llamarlo para informarlo del minuto en el que llegaría!

—Kathie, aguarda un minuto —intervino su hermano—. Joe y yo no somos exactamente colegas, ¿sabes? Últimamente, no tenemos mucho que decirnos.

Ella se volvió hacia Joe.

—Dime. Te mandó él, ¿verdad?

—Es… estaba preocupado por ti, Kathie —indicó Joe con expresión muy culpable.

Sintió una profunda vergüenza. Esperó, casi sin respirar, decepcionada al darse cuenta de que iba a tener que seguir viviendo y mirándolos a los dos.

—Pero fue Jax quien te envió, ¿verdad? Yo no aceptaba hablar con él ni regresar por él, de modo que te mandó a ti.

—Kathie, todo el mundo te quiere de vuelta en casa —insistió su hermano.

—¿Cómo conseguiste que lo hiciera, Jax? ¿Cómo lo obligaste a ir a buscarme y convencerme de regresar?

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—Kathie…

—Decídmelo —les gritó a los dos—. Es mi vida. ¡Creo que tengo derecho a saberlo!

—Escucha, lo siento —dijo Joe—. No lo habría hecho de no saber lo mucho que todos deseaban tu vuelta. Son tu familia, Kathie. Siempre habéis estado unidos y sé que los quieres. Aquí es donde deberías estar.

Dio media vuelta y se marchó.

Kathie lo observó y unas lágrimas ardientes invadieron sus ojos.

Él no tenía ni idea.

Ella no podía estar ahí. No con él cerca, sin amarla, sin siquiera pensar en ella. ¡No podía!

Miró a su hermano, a quien se había sentido feliz de ver unos momentos atrás, y deseó poder abofetearlo.

—¿Qué hiciste? —preguntó con voz débil—. Adelante. Terminaré por sonsacártelo. Lo sabes. ¿Qué hiciste para lograr que fuera a buscarme?

—Amenacé con romperle la mandíbula en dieciséis partes —respondió, como si no tuviera importancia, como si amenazara a la gente todos los días.

Quizá por eso su hermano amara tanto el trabajo que desempeñaba. Podía darle órdenes a la gente, tal como había hecho cuando eran niños. Al ser el mayor y el único chico, y luego perder a su padre de un tiro siendo todos pequeños, había dado eso como resultado.

Un hermano que se consideraba al mando de todo.

—¡No puedo creer que hicieras algo así! —chilló, y luego se sintió tan vacía, que casi no podía respirar.

—Kathie, yo…

Alargó la mano hacia ella, pero le apartó el brazo y se dirigió hacia la casa, dejándolo allí de pie, gritándole en respuesta:

—Oh, vamos, Kathie. ¿Ha sido tan malo enviar a la rata a buscarte? Sólo te queríamos de vuelta, eso es todo. ¡Y tú no querías hablar con ninguno de nosotros! ¡Kathie! Corrió al interior de la casa, escaleras arriba, y metió la llave en la cerradura, sin hacer caso a su hermano cuando éste llamó a la puerta, cuando la aporreó, incluso cuando se puso a gritar.

Todos querían que regresara.

Pues ya había vuelto.

Eso no significaba que tuviera que hablar con ellos o verlos, y bajo ningún concepto significaba que tuviera que quedarse.

—¿Qué habéis hecho? —Kate miró fijamente a su marido, quien ya debería conocerla lo suficiente como para sentirse inquieto con su actual estado de ánimo; luego a su hermano, quien, decididamente, la conocía mejor, aunque seguía haciendo tonterías.

—¿A qué te refieres? —Jax sacó una botella de zumo de naranja de la nevera y se acabó lo que quedaba casi de un trago—. La hemos traído a casa. Creía que te alegraría. Pensaba que saltarías de gozo y que nos considerarías héroes.

—Eso depende. ¿Qué habéis hecho? —repitió, cruzando los brazos y tratando de mirarlos con sus ojos más severos.

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Sabía que Ben iba a hacerse el inocente y luego querría hacer que se riera. Es lo que siempre hacía cuando la irritaba, y por lo general funcionaba, porque lo adoraba, pero su hermano era muy distinto.

Jax y ella tendían a creer que sabían lo que era mejor para sus hermanas menores, lo que había conducido a muchos enfrentamientos a lo largo de los años. Kate intentaba desprenderse de esa tendencia de controlarlo todo, pero Jax había empeorado desde que su hermana se fuera hacía seis meses y, hasta la fecha, se hubiera empeñado en no volver, sin importar las súplicas que hubiera recibido de todos.

—¿No puedes, simplemente, estar contenta? —quiso saber Jax, quizá percibiendo los problemas en los que se había metido—. Ya sabes. Exclamar alborozada y dar saltos de alegría. Besar a tu marido. Abrazar a tu hermano. ¿Ir a ver a tu hermana? Esa clase de alegría.

—No hasta que no sepa cómo la habéis traído —recogió el cuchillo que había estado usando para cortar zanahorias y, adrede, lo alzó delante de ella—. ¿Qué le dijisteis? ¿Qué fue lo que, finalmente, funcionó?

—No dijimos nada —intervino Ben con su actitud de inocente.

—Oh, de acuerdo, ninguno de los dos dijo una palabra, pero, de algún modo, lograsteis traerla de vuelta —agitó el cuchillo un poco más—. Lo que me lleva a mi pregunta anterior. ¿Qué hicisteis?

—No hicimos nada —afirmó Jax—. Lo hizo Joe.

—Sí, lo hizo Joe.

—¿Joe, con quien Kathie no quiere hablar más que con ninguno de nosotros? ¿El consiguió que volviera a casa? De acuerdo, ¿qué hizo Joe?

—No lo ha explicado —Jax miró a Ben—. ¿O sí?

—A mí no.

—Exacto. No lo ha dicho.

—Muy bien, ahora sí que estoy preocupada —afirmó Kate—. Los dos habéis hecho algo, y empiezo a pensar que no ha dado los resultados que esperabais y ahora queréis que yo lo arregle —miró fijamente a su hermano, quien, estaba segura, era el culpable.

—No. Te equivocas —aseguró él—. Sólo queríamos decirte que Kathie había vuelto… para que puedas ir a verla. ¿No quieres verla?

—Sí.

—Y deberíais ir ahora. Podrías dejar el cuchillo e ir ahora —insistió Jax—. Quiero decir… ¿por qué no ir ahora? Hace meses que no la ves. ¿Por qué esperar?

—Para empezar, porque estoy en pleno proceso de preparar la cena.

—Yo la haré —se ofreció Ben, quitándole el cuchillo antes de que pudiera ofrecer objeción alguna.

—Yo también —añadió Jax, recogiendo un bote con arroz y agitándolo—. Puedo ayudar. En serio. ¿Qué quieres hacer con esto?

—¡Voy a empezar a tirar cosas en cinco segundos si no me contáis lo que está pasando!

—De acuerdo, de acuerdo —aplacó su hermano, dejando el arroz—. Kathie podría estar… un poco enfadada.

—Porque… —Kate enarcó una ceja—. ¿Qué habéis hecho, secuestrarla?

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—No —aseveraron al unísono.

—Porque sé que Joe no la secuestraría —jamás forzaría a nadie a hacer algo en contra de su voluntad.

—No, estoy seguro de que no es nada de eso —dijo Ben—. Simplemente… bueno…

—De acuerdo, es posible que vuelva a marcharse —indicó Jax con toda la inocencia que pudo mostrar.

—¿Y por qué iba a marcharse cuando acaba de llegar? —quiso saber Kate.

—No estamos seguros —informó Ben—. ¿Quizá… porque enviamos a Joe a buscarla? ¿Fue tan malo? Quiero decir, enviar a Joe.

—Eso depende —Kate pudo imaginar escenarios en que algo así sería muy malo, dependiendo de lo que su hermana sintiera en ese momento por Joe. Luego pensó en otra cosa—. Exactamente, ¿cómo enviasteis a Joe a buscarla?

—Podríamos haberlo… amenazado un poco —Ben se quitó el alzacuellos al decirlo. Siempre se desprendía de él cuando había hecho algo en absoluto acorde con su condición de ministro—. De acuerdo, yo no lo amenacé. Lo juro. Yo no hago esas cosas. Simplemente… me quedé ahí aconsejándole que cooperara mientras tu hermano lo amenazaba.

—¿Lo amenazaste? —le gritó a su hermano, y luego se volvió hacia su marido—. ¿Y tú participaste?

—Solamente intentaba encajar en la familia —afirmó Ben—. Ser parte de las cosas. Hacerte feliz ayudando a que tu hermana volviera a casa. Esas cosas. Nada más.

Kate quiso chillar, pero, a duras penas, logró contenerse.

Pobre Kathie.

Había pasado por tantas cosas en los últimos quince meses, empezando por la pérdida de su querida madre.

—Dejad que lo adivine —miró otra vez a su hermano—. Amenazaste a Joe con que si no iba a verla y la convencía de volver…

—Le rompería la mandíbula —apostilló Ben, ansioso por ayudarla a comprender.

—¿Quién va a romperle la mandíbula a quién?

Shannon, de dieciséis años y que pronto sería oficialmente la hija adoptada de Ben y Kate, apareció en la cocina justo en ese momento.

—Nadie le ha roto la mandíbula a nadie —explicó Ben.

—Tu tío ha amenazado con hacerlo —dijo Kate.

—Oh —Shannon asintió mientras abría la nevera—. Y pensasteis que yo sería problemática.

—Sí, ¿quién habría imaginado que serían los adultos los que causarían problemas? —comentó Kate—. A ver, otra conjetura… Kathie averiguó que amenazaste con romperle la mandíbula a Joe, y que por ello éste fue a verla y la convenció de regresar, ¿correcto?

—Sí —reconoció su hermano—. ¿Por qué eso es tan malo?

—¡Ahhhhhh! —gritó Kate en ese momento—. La gente cree que sabes mucho de mujeres y que se te da bien llevarlas, pero no son más que sandeces, Jax. Absolutas sandeces.

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Kate llamó tres veces, sabiendo que su hermana tenía que estar dentro, ya que el coche se hallaba en la calle. ¿Quién más conduciría un Escarabajo amarillo brillante con un arco iris en la parte de atrás y pegatinas en el parachoques que ponían: Visualiza Puré De Guisantes y ¿Qué Bombardearía Jesucristo? La había echado mucho de menos.

—Kathie, por favor —llamó a través de la puerta—. Tengo la cena al fuego. Iré a casa y los envenenaré con ella si eso hace que te sientas mejor, te lo prometo. Pero primero déjame pasar.

Eso lo consiguió. La puerta se abrió.

Su pobre hermana apareció ante ella, con grandes ojos rojos y una expresión vencida en el rostro.

—Oh, cariño —dijo Kate, tomándola en sus brazos.

—¿Te contaron lo que hicieron? —preguntó Kathie.

—No fue fácil, pero se lo sonsaqué.

—¿Y estás dispuesta a hacerles daño por mí?

—Por supuesto. Son peligrosos juntos. Creo que Jax ha estado esperando durante años tener a otro hombre en la familia, para que ya no sean tres contra uno. Y se está volviendo loco mientras espera que la madre de Gwen se recupere para poder celebrar la boda aquí. Desde que se rompió la cadera y Jax y Gwen tuvieron que postergar la boda, ha estado un poco… tenso.

Kathie asintió, con la cabeza aún en el hombro de su hermana.

Kate la abrazó.

—¿Qué te parece si hago que los dos vomiten sus cenas? Creo que puedo lograrlo sin ningún problema. Pero no se lo digas a nadie, ¿eh? Temo que las señoras que van a la iglesia vigilan todo el tiempo y están convencidas de que nadie estará jamás a la altura de Ben —agregó Kate.

Finalmente, Kathie levantó la cabeza y retrocedió. Se secó las lágrimas con el dorso de la mano y sonrió un poco.

—Te… he echado de menos.

—¡Oh, cariño, y yo tanto a ti! No pensé que regresaras alguna vez.

Hubo más abrazos, más lágrimas y cuando al fin todo se serenó, Kate tuvo un millón de cosas que quiso decir y ni idea de cómo empezar. Todas las posibilidades parecían llenas de banderas rojas de peligro.

—¿Tú… estás bien? —se atrevió a preguntarle al final a Kate.

—Estoy muy bien.

—¿Y eres… feliz?

—Sí. Kim se acaba de instalar para su primer año de enseñanza. A Shannon le va de maravilla y acabamos de ver al bebé que ha dado en adopción. La han llamado Elissa. Los padres tienen una hija de dos años llamada Emily y dos semanas atrás nos invitaron a todos a la fiesta de cumpleaños de la pequeña. Ben es absolutamente maravilloso, hasta que aparece Jax y lo convence de hacer algo como esto. Pobre, anhela tanto encajar, que aceptará cualquier cosa que diga Jax, cualquier trama que se le pueda ocurrir.

—Está… bien —dijo Kathie, como si no pudiera creérselo—. Está bien. Me alegro por ti y quiero que sepas que he venido para solucionarlo todo.

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—De acuerdo —Kate no sabía muy bien a qué se refería, pero estaba dispuesta a aceptar casi todo lo que dijera su hermana.

—Al menos, todo lo que yo pueda solucionar. Quiero decir, sé que fue terrible…

—Kathie, no…

—Lo fue, y lo sé, y me siento fatal por ello…

—No estoy furiosa, te lo prometo —protestó Kate.

—Pero voy a solucionar todo lo que pueda. Joe me dijo que la gente cree que me he mantenido fuera de la ciudad porque tú no puedes perdonarme por lo que él y yo hicimos, que corre el rumor de que me echaste de la ciudad.

—Pues eso es una idiotez —afirmó Kate.

—No, es terrible. No puedo dejar que la gente piense eso de ti.

—Kathie, ya no me importa lo que piensen los demás. Sé que antes sí, pero lo he superado. Me importan Ben y mi familia, y quizá las señoras de la iglesia, un poco, sólo porque quiero caerles bien y que piensen que soy adecuada para Ben, porque sé lo mucho que lo adoran. Pero ahí se acaba todo, te lo juro.

—Sigo sin querer que nadie piense que me echaste de la ciudad —dijo Kathie—. Así que creí que si volvía durante un tiempo, y la gente nos veía juntas y contentas, sabrían que no era verdad.

—De acuerdo —era válido para Kate. Le valía cualquier cosa con tal de recuperar a su hermana y pasar tiempo juntas.

—Y Joe no quería contármelo, pero… ¡Supongo que ahora todo el mundo lo odia!

—Bueno, yo no iría tan lejos…

—Todo el mundo lo culpa de lo sucedido. No a mí. A él. Dijo que todos creían que me había dejado después… ya sabes, de causar problemas entre él y tú, y tú y yo. Que me dejó cuando todo el mundo se enteró y que me quedé tan desolada que me fui de la ciudad.

—Supongo que es posible. No lo sé. De verdad, he oído todos los rumores imaginables acerca del asunto, y ya trato de no prestarles más atención.

Habría repetido que no le importaba, pero, como su hermano, quería que su hermana se quedara en la ciudad. No iba a ser tan mala como Jax, ¿verdad?

Aunque no amenazara con romper ninguna mandíbula, podía ser igual de mala a su manera. ¿Como dejar que Kathie creyera cualquiera cosa con tal de quedarse?

—No fue culpa de Joe —insistió Kathie—. De verdad, no lo fue. Fue mía. Todo fue por culpa mía.

Kate no lo creyó ni por un segundo. Después de pensarlo durante mucho, mucho tiempo, elegía creer que dos de las personas que mejor conocía en el mundo habían desarrollado, de forma completa e inesperada, sentimientos hacia el otro, lo cual podría haber representado un problema para ella si, en pleno desarrollo de todo, no hubiera conocido al amor de su vida.

Así que fuera lo que fuere lo que hubiera pasado entre su hermana y su ex novio, en ese momento le parecía perfecto. Pero no parecía capaz de convencer a Kathie de ello, sin importar lo mucho que se esforzara. Quería a su hermana en la ciudad, y quería verla feliz, y una cosa que había comprobado era que Kathie y Joe parecían desdichados el uno sin el otro.

Lo cual también le parecía perfecto.

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¿Así que Kathie estaba preocupada de que la gente culpara y odiara a Joe por lo que había pasado entre ellos dos?

—Bueno… no sé qué puedes hacer al respecto —comenzó con cautela, por si había algo que ayudara a que su hermana no volviera a marcharse.

—Por eso he vuelto —afirmó—. Para demostrarle a todo el mundo que no estás enfadada conmigo y que no me echaste de la ciudad.

—De acuerdo —le parecía estupendo.

—Y para demostrarle a todo el mundo que Joe no me dejó —añadió Kate—. Que yo lo dejé a él.

—¿Que tú lo dejaste? —inquirió Kate. ¿Por qué iba a dejarlo si Joe era lo único que quería su hermana?

—De acuerdo, realmente no lo dejé. Quiero decir, nunca fue mío para poder dejarlo. Él y yo simplemente fuimos… —Kathie se puso colorada—. No sé qué fuimos. Estúpidos, imagino. Fui estúpida y egoísta y estaba confusa, y cuando todo el mundo se enteró el otoño pasado, no pude soportar quedarme aquí, con todos sabiéndolo y hablando de nosotros. Así que tengo un plan.

Kate asintió.

—¿Qué plan?

—Si a ti te parece bien, claro, voy a fingir que veo a Joe durante unas semanas…

Vio que su hermana esperaba… ¿que pusiera alguna objeción?

—De acuerdo —aceptó.

—Y luego voy a dejarlo, para que la gente ya no lo culpe de todo el asunto. Así no será el malo.

—¿Joe te pidió que volvieras a la ciudad para fingir que sales con él, y luego dejarlo con el fin de que la gente no lo culpe más? —preguntó Kate.

—¡No! Él jamás haría eso. Creo que ni siquiera era su intención decírmelo. Se le escapó, pero en cuanto lo supe, tenía que tratar de arreglar las cosas, porque no es justo que la gente os culpe a vosotros dos cuando todo fue culpa mía —explicó.

De acuerdo.

Tenía cierto sentido, pero sólo porque Kate conocía muy bien a su hermana.

A Joe casi lo habían amenazado con quitarle la vida y lo habían obligado a ver a Kathie. Luego, cuando trató de convencerla de que volviera, según le habían ordenado, algo había salido mal y había terminado dándole la impresión de que todo el mundo culpaba a Joe y a Kate por la decisión de Kathie de marcharse, y ahora Kathie estaba allí para cerciorarse de que todo el mundo la culpara a ella. No era lo que Joe había intentado, estaba segura, pero había logrado que su hermana regresara. En cuanto Kathie veía un problema que creía haber ocasionado, no pararía hasta solucionarlo.

—Bueno… me parece un buen plan —expuso. Al menos su hermana se quedaría un par de semanas… para siempre si dependía de ella.

—¿Sigues enfadada? —preguntó Ben, acercándose por detrás para rodearla con los brazos en la cocina.

—Tal vez.

Le dio un beso en la mejilla.

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—Vamos. No fue algo tan malo, ¿verdad?

—Sólo si está enamorada de él —repuso Kate.

—¿Enamorada de él? —le hizo dar la vuelta en sus brazos.

—Sí —Kate apoyó la cabeza en su pecho—. Piénsalo. Está enamorada de él y Joe la deja marchar después de nuestra boda. Probablemente porque aún le daba vueltas a la cabeza por todo lo que había pasado y porque todavía trataba de darle algún sentido a las cosas, sin éxito. Joe no cambia de parecer con facilidad. Tampoco cambia sus planes. Necesitaría algún tiempo para entender todo, y ella se fue muy deprisa, pensando que a él no le importaba, que había sido algo fortuito.

—De acuerdo, pero…

—No creo que fuera algo fortuito para Kathie. Creo que está enamorada de él, y mira lo que ha pasado ahora. Su hermano y su nuevo cuñado se presentan ante el hombre que ama, que ella piensa que no la ama, y lo amenazan con partirle la boca si no va a buscarla y consigue que regrese.

—Pero… si está enamorada de él, ¿por qué no quiere verlo de nuevo?

—No si ella cree que es algo sin esperanza y que el único motivo por el que Joe ha ido a verla fue para que no le partieran la mandíbula. Entonces, es humillante estar aquí con él, pensando que le da igual.

—Oh, ya lo entiendo.

Sí, ya lo entendía.

Pobre Kathie.

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Capítulo 3

La hermana menor, Kim, abrió la puerta y gritó al llegar después de un día ajetreado en la escuela y ver a Kathie allí. Lo siguiente que supo ésta, fue que se encontraron una en brazos de la otra.

Kathie quedó tan aliviada, que a punto estuvo de ponerse a llorar.

—¡No me lo puedo creer! —repetía una y otra vez Kim—. Pensaba que ya no volverías más. En serio, y no soportaba la idea. ¡No podía soportarla!

—Lo sé —dijo Kathie; el labio inferior le temblaba.

Lo peor había sido pensar que todos debían de odiarla por lo que le había hecho a su querida hermana mayor. Pensar que ya nunca volverían a ser una familia, que quedaría completamente aislada de ellos y que era algo que merecía… Había sido horrible.

Temía merecérselo todavía, pero estar en casa le resultaba maravilloso.

—Se ha acabado, ¿verdad? —preguntó Kim—. Has vuelto. Para quedarte, ¿verdad?

—No lo sé —observó la expresión de incredulidad de su hermana.

—¿Qué quieres decir con que no lo sabes? Aquí está tu hogar. ¡Éste es tu sitio!

—Lo sé. Es que… Nunca he vivido en otra parte, salvo cuando fui a la universidad —nunca había sido aventurera. Era la tranquila. Jax era el seductor. Kate la inteligente y Kim la hermosa. Ella era el ratón. Lo único que había querido siempre era sentirse a salvo, allí mismo en Magnolia Falls, en medio del amor de su familia—. Quiero decir, hay un mundo ahí afuera. Tú lo sabes. A ti te encanta viajar. Podría haber un montón de sitios en los que me gustara vivir —Kim no pareció convencida—. He de intentarlo, ¿sabes?

—No, no lo sé —se quejó—. ¿Es que ya no nos quieres? ¿No nos echas de menos?

—Claro que sí.

—Se supone que tienes que superarlo todo —arguyó Kim—. Para que todo pueda volver a la normalidad.

—Eso quiero —insistió Kathie. Desde luego que lo quería.

Sin embargo, no lo creía posible.

—Fue terrible cuando te marchaste —dijo su hermana, sentándose en el sofá—. Terrible. Fue lo peor. Mamá estaba muerta, tú te habías ido y yo no dejaba de preguntarme quién sería el siguiente en desaparecer.

—¡Kimmie, lo siento tanto…! Abrazó con fuerza a su hermana.

Kimmie había sido un bebé cuando murió su padre. No tenía recuerdos de él, sólo fotos y las historias que todos contaban. Y aún estaba en la universidad cuando murió su madre. Por ser tan joven, Kathie y sus hermanos mayores se habían esforzado en que Kim se sintiera segura y a salvo, parte de una familia fuerte y cariñosa.

Pero Kim veía su marcha como la pérdida de otra persona en un círculo familiar cada vez más estrecho. Había causado más daño que el que creía.

Kim se acostó temprano, se levantó temprano y se marchó. El año escolar aún no había terminado en Magnolia Falls y su hermana enseñaba arte en la escuela primaria.

Kathie se escondió en el apartamento durante tres horas, y luego se vio obligada a llamarse todas las palabras que se le ocurrieron para describir la cobardía antes de prepararse mentalmente para salir y arriesgarse a ver a alguien que conociera.

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Iba a ir al centro de la ciudad, al banco donde trabajaba Joe y saldría a comer con él, a plena vista de todos, en la calle y en el Corner Café, un semillero de cotilleos.

Lo que significaba que tenía que parecer contenta de verlo, y lo mismo él. Temió que eso pudiera representar un problema, de modo que sacó el móvil y llamó al banco para hablar con Joe.

—¿De parte de quién? —preguntó educadamente la recepcionista.

Kathie estaba segura de que era Stacy Morganstern, que solía formar parte del mismo grupo de animadoras que Kim.

—¿Stacy? Soy Kathie.

La otra sonó boquiabierta.

—¿Kathie Cassidy?

—Sí.

—¿Has vuelto a la ciudad? ¡No lo sabía!

—Anoche. ¿Cómo estás?

—Bien… bien. ¿Y tú?

—Estupendamente.

—¿Dónde has estado? Todo el mundo estaba preocupado, y luego nadie sabía…

—Enseñando. Un puesto temporal en Carolina del Norte, pero se ha terminado. Joe me trajo a casa ayer.

—¿Joe? —volvió a sonar boquiabierta.

—Sí. Fue a buscarme y me ayudó a mudarme —no era del todo mentira. Después de todo, le había llevado las maletas al coche.

—¿Has estado viendo a Joe? ¿Todo este tiempo? Era imposible contestar sin mentir, algo que en realidad no le gustaba hacer.

—Stacy, lo siento. Tengo un poco de prisa. Quiero hablar con Joe antes de que haga planes para la comida. ¿Podrías pasarme con él?

—Oh, claro. Iré a buscarlo.

Respiró aliviada después de haber podido escapar de esa pregunta comprometida. Seguía sintiéndose aliviada cuando Joe se puso al teléfono.

—¿Kathie?

Sonó como un hombre acercándose a un perro rabioso.

Que Dios me ayude, por favor. Jamás volveré a ir tras el novio de mi hermana. Lo juro. No me enamoraré de ningún hombre que me esté prohibido.

—Necesitamos comer juntos —dijo de una tirada, sin darse tiempo a pensar en ello.

Simplemente, hazlo. Sigue el plan.

—De acuerdo —convino él, sonando aún temeroso.

—Quiero decir, si vamos a seguir adelante con esto, tenemos que hacerlo. Lo que significa que la gente ha de vernos juntos.

—De acuerdo. ¿Te recojo en media hora?

—No, iré yo al banco. Siempre está lleno al mediodía. Podemos empezar dejando que la gente nos vea, y luego ir al Comer Café.

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Joe gimió.

—¿Estás segura?

—Sí. Tenemos que hacerlo —afirmó Kathie—. Y trata de parecer contento cuando me veas. Se supone que estás loco por mí, ¿no? De lo contrario, no podrás estar destrozado cuando dentro de un mes, aproximadamente, te parta el corazón.

Joe luchó contra el deseo de tamborilear con los dedos sobre el escritorio, un hábito que había dejado hacía dos años como una decisión de Nochevieja, porque no era bueno que un hombre mostrara signos externos de debilidad. O de estrés.

Y eso era algo que hacía cuando se hallaba tenso. Kathie iba a ir a buscarlo.

Y se suponía que él debía mostrarse feliz.

—¿Señor Reed? —dijo su secretaria, Marta, desde el umbral de la puerta de su despacho; mostraba preocupación en el rostro—. ¿Va todo bien?

No la había visto allí de pie, y no era una mujer que se moviera con sigilo. Era más bien grande, y aparte de eso, llevaba tres brazaletes con unos cincuenta dijes que sonaban cada vez que respiraba. Hacía años que eso lo volvía loco, pero significaba que siempre sabía dónde estaba su secretaria.

Hasta ese día.

—Estoy bien —mintió—. ¿Por qué?

—Me llamó con el timbre —repuso ella.

Abrió la boca para negar categóricamente semejante cosa, pero luego bajó la vista y vio uno de sus dedos peligrosamente quieto sobre el botón del interfono que usaba para convocarla.

Quizá la había llamado con un leve movimiento de los dedos antes de olvidar que había abandonado ese hábito.

—¿Necesita algo? —preguntó ella.

—No. Yo… mmm… me voy a comer. En unos minutos —le sería imposible tragar bocado, pero intentaría parecer feliz y no un hombre al que estaban a punto de arrancarle la cabeza o algo parecido.

Se preguntó si Kathie había puesto al corriente a su hermano el policía acerca del plan de salir con él durante el verano y cuál podría ser la reacción de Jax. Si fuera inteligente, y siempre se había enorgullecido de serlo, aparcaría el coche y durante el siguiente mes iría al trabajo a pie, para evitarse excusas en cualquier infracción que pudieran achacarle.

Porque un hombre inteligente sabía elegir sus batallas y evitar las que no podía ganar. Y él nunca ganaría con Jax en algo que tuviera que ver con Kathie Cassidy.

—¿Olvidé escribir alguna cita, señor Reed? —preguntó Marta.

—No. Acabo de hacerla yo mismo.

—Oh. ¿Con quién?

La miró ceñudo, sin querer decirlo, queriendo alargar unos minutos más esa atmósfera agradable, cuerda y de absoluta normalidad que había tratado de cultivar desde… el acontecimiento desafortunado, como había llegado a considerarlo para sus adentros.

Aunque debería decir la serie de acontecimientos desafortunados.

Después de todo, Kathie había terminado en sus brazos en más de una ocasión.

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Había estado el día del fallecimiento de la madre de Kathie. El dolor podría haber justificado que aquel día la abrazara. No que la besara, pero, al menos, sí el abrazo.

Pero la segunda vez, cuando pasó todo… después no había sido capaz de evitar la confusión y la sensación de culpabilidad y, si quería ser sincero consigo mismo, el abrumador… deseo.

Por la hermana menor de su novia.

Púdrete en el infierno, Joe. Te lo mereces.

—Mmmmrnmmm.

Delante de él, Marta carraspeó y luego frunció el ceño.

—Lo siento —dijo él—. ¿Por dónde íbamos?

—¿Su cita para el almuerzo? Iba a decirme con quién era, para que lo haga pasar en cuanto llegue.

Joe se llevó la mano al nudo de la corbata, que con cada segundo que pasaba sentía más prieto.

Empezaba a sudar cuando se dio cuenta de que algo sucedía en el banco. O, más bien y extrañamente, nada sucedía en el banco.

Había caído un silencio en todo el lugar. A través de las paredes de cristal de su despacho, pudo ver que la gente se había quedado quieta y miraba boquiabierta.

Se ladeó hacia la izquierda, luego a la derecha, incapaz de ver gran cosa a los lados de Marta. Los brazaletes de ella sonaron cuando también se dio la vuelta para tratar de averiguar qué estaba pasando.

En la parte de atrás del local, cerca de las puertas de entrada, Joe vio que las cabezas se volvían. Cada vez en mayor número.

Vio que alguien sacaba un teléfono móvil mientras otro trataba de sacar una foto con otro móvil.

Lo que le faltaba. Que capturaran el momento para la posteridad y lo compartieran con toda la ciudad.

Cuando Joe volvió a ver a Kathie, allí mismo en el banco…

Marta jadeó y se tapó la boca con la mano.

—¡Es ella!

Su secretaria era ferozmente leal a él. Era una de las pocas personas en la ciudad que no lo culpaban por lo sucedido. Con asombro, notó que se había situado entre él y la puerta del despacho, como si quisiera protegerlo con el cuerpo del desastre andante que había en el banco, lo que hizo que contuviera el deseo de reír.

Se preguntó cuál era su papel en la charada de ese día. ¿Mostrarse impresionado?

Contuvo otra carcajada.

¿Impresionado?

Todo lo que había sentido alguna vez por la hermana de Kathie había sido completamente razonable y sensato. Había estado tan contento de encontrar a alguien que encajara tan bien con él, que creía en las mismas cosas que él… El suyo había sido un noviazgo completamente racional.

Y Kathie… jamás habría creído que fuera capaz de causar estragos en la vida de alguien.

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Podía ser tan tranquila como un ratón la mayoría de las veces. Kate era la que estaba al mando, la persona fuerte, inteligente, decidida. Kim era la pequeña de la familia, llena de energía y exuberancia. Jax era… bueno, Jax. Tan deslumbrante y sociable como Joe sereno y serio.

Kathie podía desaparecer con facilidad entre ellos, sin decir una palabra. A veces, cuando toda la familia Cassidy estaba junta, olvidaba que ella se hallaba presente.

Había estado al corriente de su enamoramiento. Imposible no haberlo sabido. Pero había creído que eso se había terminado hacía años. Ella siempre había sido amable con él, pero jamás había hecho nada en los últimos años para que creyera que los sentimientos hacia él eran algo más que una historia que probablemente la abochornaría.

En muchos sentidos, aún la consideraba una adolescente. Era como si no hubiera envejecido ni un día desde que la conociera, cuando Kate lo había llevado a su casa para presentarle a su familia.

La pequeña Kathie Cassidy.

Su perdición.

—¿Qué quiere que haga? —le susurró Marta con urgencia—. ¿Me deshago de ella?

—No, no quiero que se deshaga de ella —aunque no pudo decir: Es mi cita.

—Lo haré si así lo desea. Puedo hacerlo. Todo el tiempo me estoy deshaciendo de personas que usted no quiere ver. Soy buena en eso.

Hacía que pareciera como si hubiera estado tomando lecciones de Jax, retorciendo brazos y amenazando con romperle la rodilla a la gente. Era un banco, por el amor del cielo.

—Nadie se va a deshacer de nadie —dijo Joe—. Ha venido a verme.

—No si usted no quiere. Nadie pasa a verlo si usted no lo quiere.

—Marta…

—Soy su cita para almorzar —anunció Kathie a lo que parecía todo el edificio.

Marta se quedó boquiabierta.

Quizá lo hicieran todos los clientes. Joe no estuvo seguro.

Se hallaba demasiado ocupado mirándola a ella.

Ese día no llevaba un traje de doncella traviesa.

Sólo unos vaqueros un poco ceñidos y una camiseta. Nada que hubiera podido hacerla parecer tan estupenda, tan joven y en forma y…

Decidió que algo le había pasado en su ausencia.

O quizá nunca la había considerado algo más que la hermana pequeña de su novia. Hasta que lo besó aquel día, momento en que, simplemente, trató de no pensar en ella de ninguna manera. La culpa lo había dejado casi ciego. Ni siquiera la miraba. Pero en ese momento…

Se la veía diferente.

Se la veía… realmente estupenda.

Volvía a encaminarse hacia el desastre.

Era Kate, sólo que con tres años menos y un caudal de conocimientos sobre cómo funcionaba el mundo. Kate sin determinación, empuje y seriedad. Kathie era una versión

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más fresca, amable, gentil y feliz de su hermana. Joe odiaba la idea de compararlas; Le recordó la vileza que había hecho al estar prometida con una y besar a la otra.

Pero al verla allí aquel día, no pudo evitar pensar que era diferente de formas que no quería examinar.

Y que volvía a estar al borde de la ruina por todas las cosas extrañas que sentía por ella.

Kathie se acercó hasta pegarse casi a él.

Joe se preguntó cuan amigos iban a fingir que eran.

Ella apoyó una mano en su pecho, la otra en su hombro, se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla. Mientras estaba tan cerca, le susurró al oído:

—Das la impresión de tener miedo de que saque un arma y asalte el banco, Joe.

Probablemente, era verdad.

Se obligó a relajarse, a apoyar con ligereza las manos en los hombros de ella y a sonreírle mientras le daba un beso fugaz en la mejilla.

Nada más que una bienvenida amigable.

Se dijo que podía hacerlo.

Salvo que trataban de ser más que amigos, y que ella se demoró casi pegada a él, y que recordó perfectamente su fragancia delicada. Un hombre tenía que estar así de cerca para olería.

Quizá fue el olor de ella, que le subió al cerebro y… no pudo aguantarlo, ya que carecía de defensas para ese perfume dulce y embriagador.

Quizá era una reacción química pura y extraña. Algún desequilibrio en su cerebro. Pero lo único que sabía era que algo en ella le hacía algo a él… y fue como si todas sus ondas cerebrales se detuvieran. Quedó paralizado y sólo fue capaz de sentir y oler y, como se acercara un poco más a Kathie, probarla.

Apoyó la mano en su mejilla y bajó la cabeza, encontrando la comisura de su boca, que se abrió sorprendida. Se dijo que sólo iba a probarla un poco.

Sólo una vez, después de tanto tiempo.

No era un momento para vacilar. Después de todo, si esa locura entre ellos aún estaba presente, tenía que descubrirlo. Mejor en ese momento que tarde, para descubrir a qué se enfrentaba y poder formular un plan para protegerse y evitar herir a Kathie y encolerizar otra vez a su familia y a la ciudad.

Exacto. Tenía que besarla.

Encontró su boca y deslizó la mano a su nuca para ladearle levemente la cabeza. Sus manos le aferraban las solapas de la chaqueta y se apoyaban en él, rozándolo con todo el cuerpo.

Apenas le tocó los labios.

Apenas.

Aspiró su fragancia y la probó, la sintió contener el aliento y que el cuerpo le empezaba a temblar; notó el instante en que trató de apartarse, de protegerse de eso y de él y, temió, de cualquier cosa que pudiera sentir por él.

Kathie, no sientas eso por mí. Por favor. Ya no.

Pero lo sentía.

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Y aún le provocaba un cortocircuito a su cerebro.

¿Qué se suponía que debía hacer al respecto?

Rompió el beso y dio un paso atrás, las manos aún en sus hombros para estabilizarla. No supo si la mirada sobresaltada de ella era de furia o de pesar.

Pero luego ella le sonrió, como si no hubiera sucedido nada más que un saludo amistoso entre dos personas que eran más que amigas, el comienzo de la charada.

¿En qué se había metido?

—¿Lista para irnos? —le preguntó. Ella asintió, la sonrisa falsa otra vez radiante—. Marta, volveremos aproximadamente en una hora —dijo.

—Marta —dijo Kathie—. Lo siento… bueno, estaba tan contenta de ver a Joe, que por un momento olvidé mis modales. ¿Cómo está?

—Bien —respondió ésta, sin parecerlo en absoluto. De hecho, sonó como si hubiera caído en un universo paralelo en el que su jefe había vuelto a perder la cabeza.

Y quizá así era.

—¿Podemos traerle algo de la cafetería? —quiso saber Kathie.

—No. No, gracias. He traído un sandwich de casa.

—Bueno, supongo que ya nos veremos —dijo Kathie.

Tomó a Joe de la mano y él dejó que lo guiara fuera del banco.

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Capítulo 4

Kathie lo sacó de allí a toda la velocidad que le permitieron sus piernas sin llegar a correr. Mantuvo una sonrisa fija en la cara y la boca cerrada, cuando lo único que quería era gritar.

Se preguntó por qué tenía que quererlo tanto. ¿Es que los años de desdicha por quererlo y no poder tenerlo no le habían enseñado nada?

Bastaba un beso para que el anhelo por Joe se reavivara con renovada fuerza. Y ahí estaba, arrastrándolo por las calles, a punto de embarcarse en un noviazgo falso para evitar que todos lo odiaran.

Podría haberlo llevado así todo el trayecto hasta la cafetería si él no le hubiera rodeado la cintura con el brazo, para alzarla del suelo y meterla en un callejón detrás del banco.

—¿Qué haces? —gritó, atrayendo aún más miradas curiosas de gente que pasaba por la calle.

La apoyó contra la pared del banco.

—¿Qué estoy haciendo? ¿Qué estás haciendo tú?

—¡Intentar no gritarte!

—Kathie, en este momento no cabe ninguna duda de que me estás gritando —gritó él en respuesta.

Era verdad.

Respiró hondo varias veces y luego se hundió contra la pared, agradecida de disponer de un apoyo.

—¿Por qué hiciste eso allí? —preguntó, incapaz ya de protegerse de ese hombre.

—¿Qué?

—Ya sabes qué. Me besaste.

—Tú me besaste primero.

—No como tú, y lo sabes. ¿Intentas herirme todavía más de lo que he dejado que me hieras?

—Dios, no. Jamás haría eso —afirmó.

—Entonces, ¿por qué?

—No lo sé.

Ella no iba a aceptar eso. Iba a gritarle más y obligarlo a contar la verdad, porque ningún motivo que pudiera pensar tenía sentido para ella.

Pero entonces lo miró profundamente, y vio que algo había cambiado en él. Ya no parecía un hombre lógico o razonable. Parecía… desconcertado y frustrado y furioso consigo mismo.

Recordó haber tenido la mano apoyada sobre su corazón en el banco y lo rápidamente que había latido.

Recordó la dulzura de su contacto, la ternura.

Ese hombre era muchas cosas, pero entre ellas no figuraba ser un actor.

No jugaba. No había subterfugios en él.

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Entonces, ¿qué había estado haciendo al besarla?

No dejó de oír en su mente la única respuesta plausible. Lo había hecho porque había querido.

—No sé qué pasó en el banco, y lo siento —dijo él—. Tú me… me sorprendiste con la guardia baja, eso es todo. No me gusta mentir, incluso de niño se me daba muy mal hacerlo.

—Eso lo creo —convino ella. De hecho, le costaba imaginarlo siendo niño. A veces creía que debía de haber nacido enfundado en un traje.

Y estaba realmente asustada.

Porque ese beso había salido de un hombre que también podría desearla. ¿Era posible eso?

El corazón comenzó a martillearle en el pecho. Fue como si se quedara sin aliento y la cabeza le dio vueltas por la posibilidad.

Las piernas se le convirtieron en gelatina y debió de empezar a desmoronarse, porque él la abrazó con fuerza para mantenerla erguida y la presionó con su propio cuerpo contra la pared, con una expresión inescrutable en la cara.

—¿Qué pasa? —preguntó, realmente preocupado.

—Nada —fue a empujarlo, cuando en realidad era lo último que deseaba hacer, ya que jamás había estado tan cerca de él—. Me… mareé. Ya ha pasado.

—¿Estás segura?

Ella asintió.

Él aún no la había soltado.

Estaba rodeada por él… pecho, hombros, brazos, mentón, boca. Y sentía el calor. Siempre había parecido un chico perfectamente razonable, agradable, corriente, salvo que mejor. Para ella, siempre había sido especial.

Pero en ese momento sintió los músculos, el calor.

Olía a lana fina y a colonia, limpio y fuerte, y era como si todo en ella tuviera un modo de responder a todo en él.

Se preguntó qué habría hecho Joe si le hubiera tomado la cara entre las manos y le hubiera acercado una vez más la boca a la suya. Si la hubiera besado de verdad.

Siempre podía achacárselo al mareo y, quizá, librarse.

Pero su propia cobardía ganó y dejó que su cabeza se apoyara en el hombro de Joe, y se aferró un momento a él, como una mujer exhausta y a punto de caer sin ese sustento.

—¿Necesitas un médico? —preguntó él.

—Probablemente —musitó para sí misma, pensando en las posibilidades irreales que había comenzado a albergar.

Pero él la oyó y sonó preocupado.

—¿Una ambulancia?

—No, Joe —rió de puro terror—. Sólo necesito un minuto para… sólo dame un minuto.

La rodeó con los brazos en un gesto sincero y tierno. Estaba preocupado por ella. Lo veía. Seguro que también lo había asustado. Aunque no tanto como a ella le asustaba la idea de poder llegar a gustarle de verdad.

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Con cuidado, se apartó, se sostuvo sobre sus propios pies y trató de no mirarlo a los ojos, ya que no quería revelarle más que lo que ya había hecho.

—Lo siento. Estoy bien. En serio —alzó la vista y notó que él no la creía—. Anoche no comí nada, y tampoco esta mañana, así…

—¿Kathie?

—Fue… las cosas se descontrolaron un poco. Ya lo sabes. Ha sido un día de locos —temía que el primero de muchos—. Vayamos a comer.

—¿Necesitas que te lleve? —ofreció.

—No.

Pero le pasó un brazo por la cintura y la mantuvo cerca de él. Luchó contra el impulso de arrebujarse contra su costado mientras caminaban por la calle, con miradas que los seguían a todas partes.

Su entrada en la cafetería hizo que las cabezas se volvieran con celeridad. Las bocas se abrieron con incredulidad. Igual que en el banco, toda conversación cesó durante un momento largo, y luego se reanudó en un furioso torrente de susurros.

La propietaria, Darlene Hodges, salió a saludarlos en persona, sin duda contenta de potenciar la fama del local como el lugar para estar para cualquiera que deseara saber todo sobre todo el mundo en la ciudad.

—Bueno, ¿qué tenemos aquí? —Darlene sonrió, con unos menús en la mano—. Kathie, cariño, ya era hora de que volvieras a casa.

Kathie sintió que se encogía ante toda la escena, pero eso sólo sirvió para ponerla en contacto más próximo con Joe, quien la mantenía con firmeza a su costado, sin duda pensando que podía caerse en cualquier instante.

Lo cual era perfecto para su pequeña farsa.

—¿Queréis una mesa o un reservado?

—Cualquiera será perfecto —indicó Joe.

—De acuerdo. Por aquí —los condujo al centro del local, con la intención de ofrecerle a todo el mundo una buena vista.

Era un pequeño reservado para dos. Cuando se sentaron, sus rodillas chocaron. Pasaron un momento incómodo tratando de situarse de modo que ninguno de los dos se tocara. La única opción fue que las rodillas de Joe quedaran a cada lado de las de Kathie.

—Aquí tenéis —les entregó los menús—. El plato del día es ensalada de pollo sobre una tostada. Ahora os mando a alguien que os tome el pedido.

Kathie desenrolló la servilleta que contenía los cubiertos y se le escapó la cuchara, que terminó haciendo ruido sobre la mesa.

Más cabezas giraron.

Cuando fue a recogerlo, Joe la imitó y le cubrió la mano con la suya; no la soltó, y sus ojos reflejaron mil disculpas. Pero también había firmeza en ellos, algo que decía que podía contar con él. Kathie no entendía cómo podía ser tan generoso con ella, cuando todo lo que había pasado había sido culpa suya. Si tan sólo lo hubiera dejado en paz la primera vez, quizá nada de eso hubiera sucedido y nadie lo habría sabido jamás. Todo habría sido normal.

No se sentiría como una hermana horrible, una persona horrible, avergonzada y llena de una enferma sensación de añoranza de él. Su secreto más culpable era que lo había

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deseado todo el tiempo que había sido de su hermana. Pero siempre había sabido que el corazón que se rompería sería el suyo, no el de Kate y Joe.

Porque sabía que él amaba a Kate. Los había visto juntos durante años y los conocía muy bien; habían estado hechos el uno para el otro.

Lo que significaba que había estropeado completamente las cosas para el pobre Joe.

Razón por la que estaba allí. Para arreglarlo.

Su camarera, Bree Hanover, que había ido al parvulario con Kim, apareció ante su mesa con una sonrisa radiante y mirando furtivamente sus manos aún unidas.

—Mira quién ha vuelto —dijo con bolígrafo y bloc de pedidos en las manos.

Kathie quiso retirar la mano, pero Joe no se lo permitió.

Pidieron con rapidez, té y el especial de ensalada de pollo, y permanecieron con las manos juntas y sonriendo en silencio hasta que Bree decidió que era mejor marcharse.

A partir de ese momento, una persona tras otra se detuvo en su mesa para saludarlos. La señora Brooks, la bibliotecaria, incluso llegó a ofrecerle un trabajo.

Se felicitó para sus adentros. Había conseguido lo que se había propuesto.

Al anochecer, no habría nadie en la ciudad que no supiera que había vuelto y que había estado de la mano con Joe en la cafetería. Joe pagó la cuenta. Se pusieron de pie y estaban casi saliendo cuando Charlotte Simms, la directora del programa local de Hermanos & Hermanas Mayores, los vio.

—Kathie Cassidy —exclamó—. Había oído que habías vuelto. ¡Kate tiene que estar encantada!

Las cabezas se volvieron al oír eso. Al parecer, todos querían saber si Kate estaba realmente encantada de haber recuperado a su hermana.

Kathie volvió a plantar la sonrisa en la cara.

—Hola, Charlotte —luego se volvió con expresión incómoda en la cara—. Conoces a Joe Reed, del banco, ¿verdad?

Charlotte se quedó boquiabierta, con una expresión casi cómica de asombro.

—Oh… por supuesto… Joe. He oído hablar mucho de ti —al comprender lo que acababa de decir, se ruborizó intensamente.

Kathie deseó que la tragara la tierra.

—Encantado de que al fin nos conozcamos —saludó Joe, todo él corrección.

Charlotte se centró otra vez en Kathie.

—¿Has vuelto para quedarte definitivamente?

—Bueno… quizá…

—Todos intentamos convencerla de que sea algo permanente —comentó Joe, rescatándola otra vez.

—¿Kate no me mencionó que eras maestra? —preguntó Charlotte, hurgando en su bolso hasta sacar una tarjeta—. Nos vendría bien alguien como tú.

—Oh, en realidad, no busco trabajo. Todavía no —dijo Kathie.

—Eso es bueno, porque no tengo dinero para pagarle a nadie —le sonrió—. Muchos de nuestros chicos van retrasados en la escuela, pero sólo necesitan un empujoncito para recuperarse. Esperábamos iniciar un programa de clases particulares para ellos durante el

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verano, y necesito a alguien que lo organice. Necesito una maestra. Lo que hace que este encuentro sea perfecto.

—Bueno, como acabo de decir, aún no estoy segura de que vaya a quedarme…

—Sólo piénsalo —insistió Charlotte—. Ven a verme y hablaremos, ¿de acuerdo? Te encantará. Los chicos son estupendos. Sé que a tu hermana le encantó el tiempo que estuvo de voluntaria con nosotros, y de paso consiguió un marido. Quiero decir, ¿es o no un sitio magnífico? —seguía sonriendo cuando volvió a darse cuenta de que, tal vez, había dicho algo que no debía—. Ya es agua pasada, ¿no? —ellos asintieron—. Estupendo. Joe, ahora que lo pienso, también nos vendría bien algo de ayuda con dinero —sacó otra tarjeta y se la entregó—. ¿Tal vez podrías venir a verme? O yo iré al banco. Lo que mejor te vaya.

—Claro —dijo él.

—Sin rencores, ¿verdad?

¿Acerca de que Joe perdiera a una novia ante un chico que ésta había conocido en la organización de Charlotte? Kathie se llevó una mano a la boca para contener una carcajada. De pronto le resultó ridículo estar ahí de pie en el centro de la cafetería, con todo el mundo mirándolos, hablando de algunos de los peores días de su vida. Y que encima alguien dijera: Sin rencores.

Una risita peligrosamente histérica escapó de sus labios.

—Por supuesto —afirmó Joe, apretándole la mano con más fuerza—. Encantado de haberte conocido.

—Lo mismo digo, al fin —convino Charlotte mientras Joe se llevaba a Kathie a la calle.

Una vez allí, ya no fue capaz de contenerse y se puso a reír como una loca.

—De acuerdo, ya me estás asustando —dijo él, metiéndola en otro callejón.

—¿Puedes creértelo? —preguntó Kathie, sin dejar de reír—. Ooops, has perdido al amor de tu vida en mi organización. Lo siento. ¡Pero no nos vendría mal tu ayuda en el aspecto económico! Santo cielo. Kate me dijo que esa mujer sabía cómo conseguir lo que necesitaba… ¡pero esto es ridículo!

—Kathie, vamos —pidió Joe, sosteniéndola hasta que ella, lentamente, recobró el control.

Desaparecida la risa, sólo quedó una sensación profunda de cansancio y tristeza.

—Empiezo a ver lo que has tenido que enfrentar tú solo estos meses por mi culpa —algo más que se añadía a la montaña de culpabilidad.

Él se encogió de hombros, como si no hubiera sido nada.

—Lo único que necesitamos es un buen escándalo en la ciudad y pasaremos a ser noticia antigua.

Ella asintió.

—Eso espero.

Le pasó la mano por el hueco del brazo y la llevó a casa.

Al llegar al porche de entrada, se miraron. Kathie no creyó tener valor para volver a darle un beso amistoso en la mejilla y se sintió aliviada y consternada cuando Joe lo hizo por ella.

Unos labios cálidos y suaves se posaron en su piel. La recorrió una sensación de calor, pero de inmediato él susurró una despedida y se marchó.

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Pudo volver a respirar.

Ese falso romance iba a matarla.

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Capítulo 5

Joe regresó a pie al banco y fue como regresar al otoño anterior. Las cabezas se volvían. Los murmullos se iniciaban y tardarían por lo menos una semana entera en finalizar.

Odiaba eso. Lo odiaba con toda su alma.

Incluso peor era el modo en que ella lo hacía sentir.

Lo volvía loco.

Loco.

Era un hombre que siempre había sabido lo que quería de la vida, y entre ello no figura la locura. No era ella. Sí su hermana. Su hermana había sido todo lo que siempre había creído que quería, y aún no sabía qué había salido mal.

Cruzó el vestíbulo y llegó hasta el escritorio de Marta, justo delante de su despacho. Su secretaria parecía a punto de estallar de todas las preguntas que quería formularle acerca de ese acontecimiento perturbador en su vida.

Alzó la mano para silenciarla antes de que pudiera comenzar.

—Lo sé. Tengo una conferencia telefónica en diez minutos. ¿La carpeta está en mi escritorio?

Ella asintió y alzó un conjunto de papeles rosa.

—Tiene dieciséis mensajes telefónicos.

Los aceptó sin mirar ninguno, entró en su despacho y dijo:

—Luego —después cerró la puerta.

Se sentó a la mesa, y habría apoyado la cabeza sobre ella de no haber tenido paredes de cristal, lo que significaba que podía ver casi todo lo que pasaba en el banco y que todo el mundo podía verlo a él.

Un vistazo le indicó que todo el mundo lo miraba.

Alzó una carpeta al azar, la abrió y fingió ponerse a hacer lo que necesitaba hacer.

Tres minutos más tarde, Marta lo llamó a través del intercomunicador.

—No me ha dicho si debería retenerle las llamadas y… bueno. En la línea dos está Kate Cassidy. O Kate… ¿Cuál es su apellido ahora?

—Taylor.

—Kate Taylor. ¿Quiere que me deshaga de ella?

—No. Hablaré con ella —deshacerse de ellos no servía para nada. Todo el clan Cassidy, que una vez había estado seguro de que iba a convertirse en su grande, vocinglera y feliz familia política, no parecía estar dispuesta a dejarlo en paz y a que continuara con su vida.

Alzó el auricular, apretó el botón de la línea dos, respiró hondo y se obligó a sonar sereno.

—Kate. Hola. ¿Qué puedo hacer por ti?

—Hola, Joe. Sólo quería darte las gracias por habernos devuelto a Kathie.

Muy bien. Eso sonaba sincero, en absoluto una amenaza para que se mantuviera alejado de su hermana.

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—Éste es su sitio —dijo—. Jamás quise que se marchara.

—Yo tampoco. Y sé que no tengo derecho a pedirte esto, pero…

Cielos. ¿Y ahora qué?.

Tratando de sonar como el caballero que siempre había esperado ser, comentó:

—¿Qué necesitas, Kate?

—Me temo que va a volver a marcharse.

En ese momento, Joe enterró la cabeza en las manos, sin importarle las paredes de cristal.

—¿Ya?

—Es posible.

Esta vez yo no he hecho nada, quiso gritar. No lo hice. Lo juro.

—¿Qué quieres que haga, Kate?

—Ayúdanos a convencerla de que se quede —pidió.

—¿Cómo? —ya había hecho un desastre de la tarea de convencerla de que regresara. Por lo menos en lo que a él se refería.

—No lo sé. No soporto la idea de volver a perderla.

—Kate, haré todo lo que pueda, de verdad. Le debo eso. Os lo debo a todos vosotros. Pero me temo que sólo empeoraré las cosas. No parece que sea capaz de hacer nada cerca de ella que esté bien. De algún modo, siempre sale mal.

Y nunca en la vida se había enfrentado a una situación que fuera tan frustrante.

—A mí también me cuesta decir y hacer lo correcto cerca de ella —corroboró Kate—. Sólo quería pedirte que lo intentaras. Quizá podamos quitarle de la cabeza ese plan de verano que tiene…

—¿Te lo contó?

—Sí. Anoche.

—Escucha, no fue mi idea. Salió en una conversación y fue lo único de que hablé en el internado a lo que ella prestó atención. Pensé que era mi última oportunidad de traerla. Es el único motivo por el que le seguí la corriente.

—Imaginé que debería haber sido algo por el estilo.

—Entonces… ¿te parece bien? Me refiero a que Kathie y yo nos veamos durante el verano.

—Sí, pero… Ten cuidado, Joe. No le hagas daño.

—Nunca quise hacerle daño. Te lo juro.

—Jamás pensé que lo quisieras. Y no guardo ningún rencor por nada de eso. Te lo prometo. Al pedirte que no le hicieras daño, me refería… bueno, me temo que sería tan fácil para ti volver a herirla.

Demonios.

—¿Porque aún crees que… siente algo por mí?

Kate guardó silencio largo rato.

—Es posible.

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Era lo mismo que él había temido al besarla y abrazarla, y sentido que le habría sido imposible sumar dos más dos aunque en ello le hubiera ido la vida.

—Eso no tiene sentido —protestó. Kate rió. Había reído más en los últimos seis meses que en todo el tiempo que habían estado prometidos. Quizá era ahí donde la había perdido. Nunca la había hecho reír—. No lo tiene —repitió—. Tú lo sabes. Kathie y yo, incluso cuando no pasó nada… quiero decir, Dios, Kate, prácticamente no pasó nada, te lo juro, pero le hizo pedazos su mundo y eso era lo último que yo había querido, heriros a alguna de vosotras.

—Joe, si esto tuviera algo que ver con la lógica, tú y yo aún seguiríamos juntos —comentó ella—. Pero no hablamos de lógica. Hablamos de sentimientos.

—A mí se me da mucho mejor la lógica —se quejó él.

Y Kate volvió a reír, con más ganas en esa ocasión.

—Lo sé, pero te arreglarás. Tengo una fe completa en ti y en tu capacidad para solucionar las cosas.

—Escucha —le dijo—, sólo para que lo sepas, por si te ayuda con ella. Kathie no parece creer que la hayas perdonado. O que te sientas realmente feliz con tu marido.

La verdad era que él sentía lo mismo. ¿Era realmente feliz con su nuevo marido?

No creía que la pregunta estuviera formulada por su ego. Lo que pasaba era que no podía imaginar a Kate cambiando de idea de forma tan completa y rápida. Un minuto habían estado prometidos; al siguiente, se había casado con Ben, tan sólo tres meses después de conocerlo. No era propio de ella.

—Temía que Kathie pensara algo así —dijo Kate—. No paro de insistirle en que soy feliz, pero no parece servir para nada. Quizá al final del verano, lo verá por sí misma. Cuando lograste que aceptara regresar, fue sólo por el verano, ¿verdad?

—Es lo que ella dijo. Sé que no es lo que queréis vosotros, pero fue lo único que pude hacer para convencerla de que volviera.

—Lo entiendo. Hará falta el esfuerzo de todos para retenerla aquí.

Así era, y si Joe había entendido correctamente la parte que él desempeñaba en todo eso, se suponía que debía ser visto con ella, comportarse como si realmente le gustara, aunque no demasiado, porque Kathie aún podía sentir algo por él. Se suponía que no debía herirla, ¿pero sí ayudarla a quedarse? Eso era imposible.

Anheló que alguien le dijera lo que tenía que hacer.

Alzó la vista y vio que Marta se estaba volviendo loca por tratar de captar su atención, señalándose el reloj y luego el teléfono. La conferencia.

—Kate, lo siento. He de dejarte. Haré todo lo que pueda. No sé si servirá para algo, pero lo intentaré —volvió a mirar a Marta para indicarle que iba a cortar.

Pero Marta ya no le prestaba atención. Miraba en dirección al banco, igual horas atrás, cuando había entrado.

Notó que todo el mundo hacía lo mismo. Se dijo que no podía ser Kathie tan pronto.

Se puso de pie para tratar de ver algo, oyó un grito, en esa ocasión la voz de un hombre.

Kate seguía hablando, dándole otra vez las gracias, algo que sabía que no se merecía. Y entonces, media docena de clientes del banco se movieron en la dirección adecuada y Joe pudo ver lo que todos veían.

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Jax, cargando hacia él, con una expresión de absoluto disgusto en la cara.

Maldita sea. Otra vez no.

—¿Kate? —la interrumpió—. ¿Sabes si tu hermano también se ha enterado del plan de Kathie de fingir vernos durante el verano?

—No lo creo.

—Quizá uno de vosotros podría contárselo —dijo, mientras Marta, treinta centímetros más baja que Jax, con valentía empleaba su cuerpo redondeado y pequeño para tratar de bloquear el paso al despacho de Joe.

—A Jax no le gustará —dijo Kate.

—Lo sé.

De hecho, odiaría ese plan.

—De acuerdo, yo se lo contaré —dijo Kate—. O haré que Kathie se lo cuente. No sé qué sería mejor.

—¿Es que te has vuelto loco o algo así? —gritó Jax por encima de la cabeza de Marta.

Quien resistía con determinación en el umbral.

—Cualquiera de esas dos posibilidades sería mejor que tener que contárselo yo —le dijo a Kate—. Lo que voy a tener que hacer de todos modos. Ahora mismo.

—¿Quieres decir…?

—Sí, está aquí y no está contento.

Joe colgó el auricular y contuvo el impulso de enderezarse la corbata, algo que siempre trataba de hacer cuando surgía algún problema en el banco.

—Quiero decir, tienes que ser un idiota rematado. Es lo único que lo explicaría —gritó Jax. Marta miró por encima del hombro y dijo:

—¿Quiere que llame a seguridad?

—Es un policía, Marta. Nuestro empleado de seguridad es un policía jubilado. Si tuviera que elegir entre Jax y yo, creo que ganaría Jax y odiaría tener que obligar a Harry a elegir —expuso Joe—. Déjelo pasar y cierre la puerta.

Lo hizo a regañadientes y muy, muy despacio, mirando a Jax con ojos centelleantes. Justo antes de cerrar la puerta, añadió:

—Voy a la iglesia con su jefe. Será mejor que recuerde bien eso antes de venir aquí a causar problemas.

Joe estuvo a punto de reír. Marta iba a la iglesia prácticamente con todo el mundo.

—¿Esto te parece gracioso? —bramó Jax, y las paredes se sacudieron con el sonido.

—No —repuso Joe, disgustado.

El teléfono que Jax llevaba a la cintura sonó. Lo sacó de la funda, miró el número y luego frunció el ceño.

Vamos, pensó Joe. Contesta. Kate era la que mejor sabía manejarlo, con la posible excepción de su novia, Gwen.

Pero no hubo suerte. Jax guardó otra vez el teléfono y dejó que sonara.

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—¿Quieres contarme tu día, Joe? —preguntó, mirándolo con furia mientras se inclinaba sobre la mesa.

—No especialmente —repuso Joe, controlándose para no echarse atrás en el sillón.

—¿Qué me dices del almuerzo? ¿Quieres hablarme del almuerzo?

—Ya lo sabes. Kathie y yo comimos juntos.

Jax sacó otra vez el teléfono, tocó unas teclas y lo plantó en la cara de Joe.

—Mira. A mí eso no me parece un simple almuerzo. ¡Me parece que has arrastrado a mi hermana a un callejón detrás del banco para besarla! Eso era lo que parecía. Alguien les había sacado una foto con un teléfono móvil.

—Tres personas diferentes me mandaron cinco de estas condenadas fotos. Ella y tú aquí en el banco, besándoos. Ella y tú en la cafetería, tomados de la mano; y, lo mejor de todo, ella y tú en el callejón.

Joe movió la cabeza, tratando de no gemir. Se dijo que debería irse a vivir a Atlanta, nadie lo conocería allí.

—Sabes que podría matarte, luego inventarme un motivo y librarme de los cargos, ¿verdad?

Joe asintió. Lo creía.

—Pero a Kathie no le gustaría. Y tampoco a Kate.

Lo que enfureció más a Jax.

—¿Qué quieres que haga? —gritó Joe en respuesta—. ¿Echarme y morir aquí? Créeme, lo he pensado. He hecho todo lo que se me ha ocurrido para mejorar la situación, y nada ha funcionado. Me dijiste que la trajera de vuelta. Yo no quería. Diablos, era lo último que quería hacer. Pero tú la querías de vuelta, así que la traje de vuelta, y ahora que lo he…

Detrás de Jax, alguien jadeó.

Joe comprendió que era Marta, que protegía la puerta con su cuerpo de metro cincuenta de altura, y detrás de ella…

Demonios.

Detrás de ella y justo a la izquierda, se hallaba Kathie, pálida y con el aspecto de alguien que quiere que se abra la tierra bajo sus pies y morirse.

Jax dio media vuelta y soltó un juramento.

Era evidente que Kathie había oído cada palabra y que Joe había empeorado infinitamente todo.

Todos permanecieron paralizados durante un momento eterno. Marta, probablemente la primera vez desde que fuera a trabajar con Joe, lo miró con absoluto desagrado en la cara. Fue la primera en moverse. Tomó a la pobre Kathie por ambos brazos y fue a llevársela de la zona de desastre.

—Cariño, vayamos allí —dijo.

—No. Gracias, pero creo que yo he terminado aquí —dijo Kathie, aún pálida, mirando de uno a otro.

En su rostro se reflejaba el asombro y el bochorno, como si la dominara la agonía pero aún pudiera tenerse de pie.

—Kathie, espera —dijo, rodeando la mesa.

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—No —dijo Jax, plantando una mano en el pecho de Joe para frenarlo—. Tú ya has hecho más que suficiente.

Pero Joe se lo quitó de encima de un empellón. No iba a dejar que Kathie se marchara de esa manera.

—Kathie, te lo juro, no quería que sonara de esa manera. Tienes que dejar que te lo explique…

—¿Explicar qué? —movió la cabeza, dio media vuelta y huyó.

—Deja que yo me ocupe de esto —rugió Jax.

—No —gritó Joe—. ¡Estoy harto de escucharte!

Se convirtió en una contienda de empujones, y gritos por llegar hasta la puerta, y los dos tropezaron con el sillón de Joe y una planta hasta que, aferrados el uno al otro, aterrizaron con fuerza contra una de las paredes de cristal.

Sonó de forma ominosa, pero aguantó.

Se miraron furiosos un rato más.

—Estás muerto —dijo Jax, aflojando las manos el tiempo suficiente para echar el brazo atrás, cerrar la mano y plantar el puño en la cara de Joe.

Joe sintió el golpe. Dolió. Sintió que lanzaba todo su cuerpo, ya desequilibrado, una vez más contra la pared de cristal, mientras el impulso también empujaba a Jax. Entonces, se oyó un crujido.

Y los dos atravesaron el cristal y cayeron en el suelo del despacho de Marta.

La gente gritó.

Los trozos de vidrio cayeron como lluvia, bañándolos mientras permanecían aturdidos en el suelo uno al lado del otro.

Joe sintió un pinchazo en el rabillo de un ojo. Tenía la mandíbula entumecida. Le parecía que el brazo sobre el que estaba apoyado era atravesado por pequeños clavos, y quiso quitárselos, pero no supo si moverse era una buena idea, ya que había cristales por doquier.

—¡Oh, Dios mío! —jadeó Marta.

Alguien gritó pidiendo que llamaran una ambulancia.

Otro gritó que llamaran a la policía.

Jax gimió al oír eso.

Joe se llevó una mano al costado de la cara y la bajó ensangrentada. En ese momento pudo sentir la sangre que caía por el costado de su mejilla. Fue a rodar para quitarse el cristal de debajo del brazo, pero terminó aterrizando sobre más cristal y luego también le dolió la espalda.

—¡No se mueva! —gritó Marta—. Sólo lo empeorará. No es que los dos no se lo merezcan. ¡Esa pobre niña!

—¿Se ha ido? —preguntó Jax.

—Tiene que llamar a Kate —dijo Joe. Kate era su única oportunidad—. Dígale a Kate lo que ha pasado…

—Estoy segura de que en este momento media ciudad está llamando a Kate para hacer exactamente eso. Me avergüenzo de los dos. ¡Peleándose en el banco como adolescentes!

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—Escuche —dijo Jax—. Tiene que llamar a Kate pare decirle que encuentre a Kathie y que le impida irse. Al menos hasta que pueda hablar con ella…

—Yo tengo que hablar con ella —gritó Joe.

—Sólo llame a Kate —gritó Jax—. Probablemente, es la única que podría mantener a Kathie aquí —trató de moverse, pero jadeó y se quedó quieto.

Los dos permanecieron en el suelo, mirándose furiosos, llenos de fragmentos de cristal.

Joe nunca en la vida había participado en una pelea.

Que eligiera hacerlo en ese momento, con treinta y un años y en su lugar de trabajo, delante de un montón de gente… por una mujer… le parecía increíble.

—Te voy a arrancar la maldita cabeza —dijo Jax.

—¡Oh, cállese! —exclamó Marta. Estaba furiosa.

Después de aquello, permanecieron en silencio, primero oyendo las sirenas, luego una conmoción detrás de ellos. Los bomberos aparecieron primero, mirándolos a los dos de forma extraña. Parecían conocer a Jax.

—¿Tratamos de sacarlos primero o esperamos a los enfermeros? —preguntó uno de los bomberos.

Otro se encogió de hombros.

—¿Alguno tiene problemas para respirar?

—No —dijo Jax.

—No.

—No parecen estar sangrando mucho —indicó otro bombero—. ¿Creen que se han podido romper algo?

—No, sólo tengo cristal debajo —respondió Joe.

—Siento la muñeca rara, pero eso es todo —expuso Jax.

Joe se preguntó cómo harían para sacar las manchas de sangre de la alfombra y cómo diablos les iba a explicar todo a sus supervisores. Creerían que se había vuelto literalmente loco y, quizá, eso fuera lo único que evitara que lo despidieran en el acto.

—Di que con una ambulancia será suficiente —comentó uno de los bomberos—, siempre y cuando se pueda confiar en que ustedes dos la compartan en paz.

Joe cerró los ojos y gimió. Jax emitió un sonido más parecido a un gruñido.

Marta seguía dándoles sermones y un vistazo le confirmó a Joe que la muchedumbre del banco crecía por momentos.

Entonces, soltó una carcajada. Había estado seguro de que era imposible que las cosas empeoraran.

Y una vez más se había equivocado por completo.

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Capítulo 6

Los sacaron del banco en camilla, los subieron a la ambulancia y realizaron el trayecto de cinco calles hasta el hospital. Parecía que la mitad de la población de la ciudad se había agrupado allí para ver qué sucedía. Joe se sentía atribulado, abochornado y preocupado por Kathie. El equipo de Urgencias le había cortado la chaqueta y la camisa. Había logrado conservar los pantalones puestos a pesar de las protestas de los enfermeros. Apoyaron una gasa en el costado de su cara, cerca del ojo derecho, y le vendaron un corte en la pierna, donde había una herida especialmente profunda.

Jax había caído sobre el brazo o la muñeca y quizá se hubiera roto uno de los dos. Joe esperó que le doliera como mil demonios. Le habría gustado que se rompiera la boca y que se la hubieran tenido que coser, para no tener que volver a escuchar nada que pudiera decir, al menos durante seis semanas.

Por supuesto, como ni siquiera lo había golpeado, era muy remoto que algo así pudiera suceder. Quizá Jax le hubiera roto la mandíbula a él y tuvieran que mantenérsela cerrada, de ese modo no tendría que hablar con nadie en semanas.

Eso no sonaba tan mal.

Cinco minutos más tarde entraban en Urgencias, donde más personas que las necesarias parecían dar vueltas por allí mientras eran ingresados.

—Esto no es necesario —argüía Jax.

—Deje que nosotros juzguemos eso —dijo una enfermera bonita al lado de Jax.

Joe pensó que Jax había salido con ella en el instituto. Jax había salido con todas en el instituto.

Los aparcaron en cubículos próximos, y cada uno fue atendido por al menos cinco personas, todas con un nivel de curiosidad elevado, mientras volvían a examinarlos.

Al rato, Joe se encontró boca abajo mientras un médico le extraía fragmentos de cristal de la espalda y el brazo. Alguien más le dio quince puntos en la pierna izquierda, justo debajo de la rodilla. Se llamó a un oftalmólogo para que le examinara el ojo; el dictamen fue que se hallaba libre de cortes o perforaciones, la zona de alrededor amoratada por el golpe recibido y manchada por un corte que requirió otros ocho puntos.

—Le va a quedar una bonita cicatriz —le dijo el médico.

Alguien se llevó a Jax a rayos X para radiografiarle el brazo, pero resultó que sólo se había torcido la muñeca. Tenía unos cortes menores que le estaban cosiendo al mismo tiempo que los cortes de Joe cuando su novia, Gwen, entró y corrió a su lado.

Ella pareció horrorizada. Era evidente que había estado llorando y que apenas podía hablar.

—Gwen, estoy bien, de verdad —dijo, mientras el médico le metía una aguja en la cabeza.

—¿Alguien ha tratado de robar el banco? —jadeó al final.

Jax se volvió hacia Joe con ojos centelleantes.

—No exactamente.

Gwen miró a Joe y volvió a gemir.

—Oí que alguien había tratado de robar el banco. Que os visteis metidos en pleno atraco.

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—Él estuvo en medio de todo, de eso no hay duda —expuso Joe.

La enfermera más próxima rió.

Gwen tomó la mano de Jax, preocupada y confundida.

—¿No hubo atracadores?

—No, cariño. Ningún atraco.

—Entonces, ¿qué ha pasado?

—Sólo un pequeño malentendido —dijo Joe.

—Un accidente —afirmó Jax.

En ese momento, la pobre Gwen pareció más confundida.

—Pero… la gente decía que estabas bañado en sangre, que te sacaron en ambulancia y que había oído un disparo.

—No fue un disparo. Sólo una pared de cristal que se rompió y nos cortó un poco, e hizo esto —alzó la muñeca que le acababan de escayolar—. No es más que un esguince. Caí mal. Eso es todo. Lo prometo.

Ella lo miró más relajada.

—Estaba tan asustada.

—Lo sé, cariño. Lo siento. Esperaba poder llamarte antes de que te enteraras por otros, pero… bueno, lo siento. Las cosas han estado frenéticas y… Gwen, puede que sea mejor si te veo luego en tu casa.

—¿Porqué?

—Joe y yo tenemos algunas cosas de qué ocuparnos —explicó.

—Como hacer que sus historias encajen.

—¿Historias?

—Gwen…

—¿Qué sucedió? —preguntó ella, mirando a uno y luego a otro—. Un momento. ¿Alguien te envió por teléfono una foto determinada tomada hoy en el banco en una cafetería determinada a la hora de la comida? —adivinó.

—Cinco —repuso Jax, olvidada cualquier esperanza de poder escapar… al menos con su novia.

—¿Os habéis peleado? ¿En el banco?

—Tuvimos una discusión —aportó Joe.

—Y luego… un pequeño accidente, ¿correcto? Fue un accidente —afirmó Jax.

—Sí. Un accidente —acordó Joe.

—Él tropezó y se cayó, y me arrastró consigo. A través de una de esas grandes paredes de cristal de su despacho en el banco —añadió.

Lo hizo con un aplomo que Joe no pudo evitar admirar. Él nunca había sido un buen mentiroso.

Gwen se acercó a Joe para inspeccionar la mejilla amoratada.

—¿Y la pared le hizo eso al costado de su cara?

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Joe se encogió de hombros. Era posible. De hecho, ni siquiera sabía cómo tenía el costado de la cara.

Gwen regresó junto a Jax y le tomó la mano derecha, no con mucha gentileza a pesar de la escayola.

—Y supongo que la pared también te amorató los nudillos, ¿no? Porque la atravesaste con los puños por delante.

Los habían descubierto.

Gwen dio media vuelta y se marchó.

—Gwen, vamos —gritó Jax—. Lo siento. De verdad.

—No te conozco —repuso ella sin siquiera darse la vuelta.

—Espera. ¿Puedes encontrar a Kathie? ¿Alguien ha visto a Kathie esta tarde?

Eso consiguió que ella se diera la vuelta.

—¿Ella os vio pelear?

—No. Sólo… lo oyó a él decir cosas que no debería haber dicho —explicó Jax, mirando a Joe otra vez con ojos furiosos.

—¿Mientras tú esperabas como un chico del coro? —sugirió Gwen—. ¿Mientras esperabas tu oportunidad para arrojarlo contra la pared?

—Yo no lo arrojé contra nada. Tropezó.

Giró y volvió a alejarse, sin detenerse en esa ocasión.

—Eso ha ido bien —comentó Joe.

El siguiente en aparecer fue el jefe de Jax, un hombre descontento en busca de una explicación. Joe se dijo que ya aparecería su propio jefe en busca de las mismas explicaciones.

Se ciñeron a la historia de la caída, del accidente, en medio de lo que sólo había sido una discusión. Fue evidente que el jefe de Jax no creyó una palabra, pero se marchó sin arrestar a nadie, algo que tomaron como una buena señal. Aunque le había ordenado a Jax que se presentara en su despacho a primera hora de la mañana.

Pero todavía no habían visto lo peor.

De eso se ocuparía Kate, no le cabía la menor duda. Pero Kathie se sentiría herida y humillada, y seguramente encontraría una manera de culparse por todo.

Joe se sintió como un completo idiota.

—Necesito un teléfono —le dijo a la enfermera, porque no tenía ni idea de dónde se encontraba el suyo—. He de llamar a alguien.

—Es mi hermana. Yo hablaré con ella —dijo Jax.

—¿Ahora os vais a pelear para decidir quién la llama? —Kate apareció por el extremo de la cortina—. Estupendo. Es estupendo. ¡Porque aún no habéis hecho lo suficiente para empeorar la situación! —se detuvo un momento para consultar con la enfermera—. ¿Están bien?

—Éste tiene un esguince en la muñeca, quizá entre los dos se hayan llevado unos cincuenta puntos. Son afortunados de que se tratara de cristal de seguridad. Está diseñado para no cortar una arteria cuando la gente lo rompe.

—¿Cree que podríamos cerrarle la boca a éste con algunos puntos? —señaló a Jax.

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—Si ofreciéramos ese servicio, ganaríamos una fortuna.

Asintió y se acercó a Joe.

—¿Y tú? A él puedo verlo haciendo algo así, pero no a ti. Joe, ¿qué diablos te ha pasado?

Toda tu familia, pensó. Toda tu familia.

Había sido un hombre perfectamente cuerdo y razonable hasta conocerlos. Aunque había podido aguantar los primeros cuatro años y medio. Había sido el último año el que lo había convertido en un hombre que ni él mismo reconocía.

—Kate, lo siento —dijo.

—¿Después de que te pidiera que tuvieras cuidado con ella?

—¿Cuidado con ella? —gritó Jax—. ¿Qué quieres decir con cuidado con ella? No queremos que tenga cuidado. ¡No queremos que esté cerca de ella!

—No, lo que no queremos —contradijo Kate—es que tú te acerques a Joe, Jax. No ayudas en nada.

En ese momento pareció completamente abrumada. Pobre Kate, prácticamente nunca en la vida había estado así.

—¿Has encontrado a Kathie? —le preguntó.

—Kim y ella probablemente me estén pisando los talones, aunque lo único que quieren saber es si viviréis. Aparte de eso, todos estamos preparamos para repudiaros, y por todos también incluyo a Gwen.

Kim y Kathie llegaron tres minutos más tarde.

Era evidente que ambas habían estado llorando, pero al menos Kathie aún no había abandonado la ciudad.

Los miró a los dos y luego se volvió hacia Kate.

—¿Están bien los dos? —Kate asintió—. ¿No ha habido atracadores? ¿Disparos?

—No —confirmó Kate.

—¿Era lo que pensábamos?

Kate volvió a asentir.

—De acuerdo —Kathie se volvió hacia Kim—. Te lo dije.

Volvió a mirarlos a los dos, su expresión una mezcla de irritación y de terrible dolor; luego giró y comenzó a marcharse.

—¡No! —gritó Kim, agarrándola y negándose a soltarla. Se puso a llorar y volvió a parecer que tenía dieciséis años, a pesar de que acababa de cumplir los veintiuno. Tomó la mano de Kate y la llevó al pie de la cama de Jax—. Esto es todo lo que queda de nuestra familia, la única que tenemos. No podemos destrozarla. No dejaré que eso suceda. Os necesito a todos demasiado. No a uno o a dos. A los tres, de modo que vamos a tener que encontrar una manera de llevarnos bien. Todos.

—Kimmie —comenzó Jax—. Lo siento.

—No me importa si lo sientes. Eso ya no basta. Es hora de solucionarlo —afirmó antes de mirar a Kathie—. Y tú. Sé que los dos son unos idiotas, pero tú eres mi hermana y dijiste que te quedarías hasta el final del verano. Lo prometiste. Sin excusas.

Kathie aún daba la impresión de que podría marcharse en cualquier momento.

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—Kathie, no hablaba en serio —dijo Joe—. No de esa manera —lo silenció con una única mirada—. Dinos lo que tenemos que hacer —probó—. Haremos lo que digas, si te quedas.

—Tú no me quieres aquí. ¿Lo has olvidado? Esa parte sonó precisa y clara.

—Te lo he dicho, no hablaba…

—Sí, Joe. Lo hiciste.

—Me iré yo —dijo él—. Es tu ciudad, no la mía.

—No quiero que nadie se vaya —cortó Kathie—. No quiero que nadie se pelee, y realmente me gustaría que nadie volviera a hablar de mí o de mi vida, jamás, incluida toda mi familia. Estoy harta de fingir. Estoy harta de tratar de cambiar los pensamientos de todos acerca de todo. Lo único que quiero es que todos me dejen en paz.

—De acuerdo —aceptó Joe.

Sería estupendo dejarla en paz. Entonces, ya no volvería a herirla y no tendría que tratar de hacer las cosas mejor para ella.

Por lo general, podía arreglarlo todo, pero no eso.

Podía rendirse.

Marcharse.

El alivio debería ser abrumador. Sin embargo, no supo por qué de repente se sintió de pena.

—¿Y qué pasa conmigo? —dijo Jax.

—Puede que a ti no vuelva a hablarte —proclamó Kathie, dando media vuelta y yéndose.

Kim los miró furiosa a los dos.

—Y yo también —dijo, dirigiéndose a Jax antes de seguir a su hermana.

Kate esperó hasta que las dos se alejaron, luego se acercó a ellos y los inspeccionó.

—Los dos estáis ridículos, y mañana pareceréis aún más ridículos con la hinchazón y magulladuras que se acentuarán —les dijo—. Ahora que sé que no hubo ningún derramamiento de sangre, tengo ganas de pegaros a los dos, pero eso le daría a la ciudad más tema de conversación.

—Kate… —lo intentó Jax.

—No. No quiero oírlo. Si a alguno de vosotros le importa Kathie o esta familia, haréis un voto de absoluto silencio entre vosotros acerca de cualquier cosa concerniente a Kathie. Sabemos exactamente qué pasó, y por si no ha quedado claro, os culpamos a vosotros dos.

Y entonces, otra mujer les dio la espalda y se marchó.

Kathie ya no lloró más de camino a casa.

Había agotado el llanto.

Se juró que nunca más le preocuparía lo que pensaran Joe o su hermano, lo que nadie dijera sobre ella y, quizá, nada de los sentimientos de otros. Salvo lo que había dicho su hermana pequeña acerca de mantener unida a su familia. Eso estaba bien y ella los necesitaba a todos, incluido Jax cuando no estaba en el papel de hermano sobreprotector.

Pensó en su juramento y le gustó.

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Si de verdad no le importaba lo que pensara nadie, no había motivo para irse. Todo el mundo iba a tener que acostumbrarse a lo que había hecho y superarlo.

Se había terminado esconderse, disculparse y sentirse mal por todo ese lío.

Aquella noche, Joe estaba tumbado en su sofá, con una bolsa de hielo sobre su cara hinchada, sintiéndose ridículo y abochornado y furioso cuando sonó el timbre.

—Largo —gritó.

Oyó una llave en la cerradura. Se preguntó si alguna vez se había molestado en que Kate le devolviera la llave de su casa. No lo creyó. Por lo tanto, sólo podían ser Kate o su madre, que creía que necesitaría algún cuidado que sólo ella podría proporcionar si disponía de una llave. Necesitaba recuperar también ésa. Con un esfuerzo, se incorporó lo suficiente sobre los almohadones como para mirar por encima del sofá y ver a su madre de pie en el umbral abierto, con una expresión de absoluta consternación en la cara.

—¿Largo? ¿Es así como recibes a la gente que aparece ante tu puerta?

—Lo siento, mamá. He tenido un mal día —volvió a tumbarse.

Su madre se plantó junto a él, ceñuda y desconcertada.

—¿Te educaron en un granero? ¿Con los modales de una cabra? Porque es lo que pensará la gente si contestas: Largo.

Joe suspiró y se cubrió la cara con la bolsa de hielo.

—¿Es esa chica otra vez? La salvaje.

Eso lo hizo reír, aunque le causara dolor en el costado y en la cara.

—No es salvaje. No tiene nada salvaje. De hecho, ninguna de las hermanas lo es. Su hermano, por otro lado, es un absoluto bárbaro.

—¿El que te hizo pelear en el banco? No podía creérmelo cuando me enteré. Quiero que sepas que todas las mujeres de mi club de bridge me llamaron para contármelo. ¿Mi hijo en una reyerta, en su lugar de trabajo? ¿Te han despedido ya?

—Aún no.

Ella elevó una plegaria pidiendo la intervención divina, y luego dijo:

—Es evidente que esa chica sólo representa problemas.

—No es así. Lo que pasa… su familia es un poco intensa.

—Cuando estabas con Kate, nunca tuviste problemas con la familia. Entonces, su familia estaba bien. Tiene que ser esta chica —se sentó frente a él—. Dime que has terminado con ella.

—Ella ha terminado conmigo —explicó. Probablemente, ya nunca volvería a hablarle.

—Bien. Quizá ahora las cosas puedan regresar a la normalidad. Hay una mujer joven maravillosa cuya madre acaba de unirse a nuestro club. Es pragmática y responsable como la que más, serena, cuidadosa y siempre, siempre puntual. Sé lo importante que eso es para ti. Es una mujer que jamás te causará problema alguno, estoy segura. ¿Por qué no me dejas que os presente?

—No quiero a otra mujer. No quiero a ninguna mujer —aseveró—. Estoy pensando en hacerme monje.

—Pero es perfecta para ti. Quiero decir, sé que no es Kate, pero…

Joe contuvo un gemido.

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Su madre adoraba a Kate. Creía que era la mujer perfecta. Desde luego, la esposa perfecta. Y posiblemente aún esperaba que recobrara la cordura, dejara a Ben y volviera con él.

Movió la mandíbula a la derecha, probándola, para ver si todo había sido un espejismo.

Todavía dolía.

Y mucho.

—Mamá, creo que ya es hora de abandonar la idea de Kate y yo juntos. No va a suceder.

—Tonterías. La gente cambia de parecer en todo momento y deja atrás matrimonios perfectamente apropiados. Lo sabemos.

En esa declaración había una mención velada a su propio marido, que la había dejado cuando Joe tenía ocho años.

—Kate no va a dejar a su marido. Yo no quiero que deje a su marido —manifestó, probando la idea para ver lo que sentía. No quería que regresara con él. No podía. La hermana aún lo estaba volviendo loco y necesitaba superar a todos y a cada uno de los Cassidy. La única que jamás le había causado problemas era Kim, la pequeña, y no quería correr el riesgo de que pudiera estar esperando su turno—. Mamá, sólo quiero…

—¿Qué, querido? ¿Qué quieres? ¿Qué te parece cenar con esa mujer agradable de la que te he hablado?

—No. Nada de cenas. Nada de mujeres agradables, jóvenes y puntuales.

—De acuerdo. No quieres una cena. ¿Y una copa? —tanteó.

—¡No!

—No hay necesidad de gritar. Sé que estás contrariado, ¡pero soy tu madre!

—Lo siento. Lo siento. De verdad.

—Es esa terrible chica. Debe de serlo. Nunca antes te has comportado de esta manera. Jamás me has hablado así.

—Madre, Kathie no tiene nada terrible. Es una joven muy agradable. Tú lo sabes. La has conocido y hasta el año pasado te caía muy bien.

—Eso fue antes de que te hiciera esas cosas y lo estropeara todo.

—No me atacó —dijo, porque su madre era incapaz de aceptar el hecho de que él pudiera hacer algo mal. Lo agradecía con once, quince y diecinueve años, pero con treinta y uno, empezaba a ser ridículo—. Y tampoco me forzó.

—Joseph Daniel Reed…

—Madre, te quiero, pero no hagas eso —insistió.

Nadie habría podido quedar más asombrada por el giro inesperado que había tomado su vida, y lamentaba eso. Pero había desarrollado una veta mandona que empezaba a volverse intolerable.

—Simplemente, acaba con esa mujer —dijo su madre.

—He acabado con esa mujer —acordó.

—Gracias a Dios. Ahora todo puede volver a la normalidad. Joe movió la cabeza. La cuestión era que temía que su vida hubiera dado un giro irrevocable en el que ya no había marcha atrás.

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—Todo se arreglará —continuó su madre—. Eres un buen chico.

Joe contuvo el impulso de golpearse la cabeza contra la pared y se recordó que era el hijo único de una madre que envejecía y que llevaba mucho tiempo sin marido, hacia la que tenía una responsabilidad especial. Y no era únicamente eso. La quería mucho, y durante mucho tiempo habían sido sólo ellos dos.

Lo que no podía permitir era que culpara a Kathie tal como quería hacer.

—Piensa en la hija de mi amiga —insistió—. Quizá haga que pase esta semana por el banco, sólo para saludarte.

—No. Nadie más irá al banco salvo para realizar transacciones bancarias.

De hecho, ni siquiera sabía si seguiría en el trabajo.

Finalmente pudo acompañar a su madre a la puerta, volvió a echarse en el sofá con la bolsa de hielo y sacó el valor para disculparse con Kathie por lo que había dicho.

Comenzó a llamarla a las ocho y media. Lo hizo cada media hora hasta las diez y media, y entonces comprendió que o no estaba allí o no iba a contestar.

Perfecto. Se lo diría al estúpido contestador automático.

De todos modos, quizá lo mejor era que no hablara directamente con ella.

Volvió a llamar y esperó que saltara el contestador:

—Kathie, no borres esto sin escucharlo, ¿de acuerdo? No tienes que contestarme. Nunca. Pero deja que te cuente mi punto de vista. Quiero que estés aquí. Quiero eso porque éste es tu sitio. Es tu ciudad. Es tu familia y sé lo importante que es para ti y tú para ella. Todos estaban tristes sin ti. No creo que puedan soportar estar sin ti, pero, principalmente, no quiero que tú estés sin ellos. Sé lo mucho que los quieres. Sé lo mucho que dependes de ellos.

Hizo una pausa, respiró hondo y continuó:

—Kathie, jamás me lo perdonaría si te mantuvieras alejada por mi causa. Por eso fui a buscarte y a traerte de vuelta. No porque tu hermano me amenazara. Me preocupaba cómo estarías lejos. Nos preocupaba a todos. Y debía cerciorarme de que regresaras porque… y sé que no crees esto, sin importar las muchas veces que he tratado de decirlo… yo tuve tanta culpa como tú de todo lo que sucedió. De hecho, más. Era yo quien estaba prometido. Era yo quien se suponía que estaba enamorado. Desde luego, soy lo bastante mayor como para saber controlar mi propia mente y mis propias acciones.

No puedo creer que te hiciera las cosas aún más difíciles. Siempre he tratado de llevar mi vida de un modo determinado, sin herir a otros, en particular a los que quiero, y el año pasado fallé completamente en ese apartado.

Eso era lo que más le crispaba. Cómo le había fallado a Kate, a Kathie, a toda la familia, a sí mismo, a su madre, a todas esas personas.

—Escucha, ¿podemos acabar con esto? ¿Toda la incomodidad, la confusión y los sentimientos heridos? Sería tan agradable tratar de volver a la normalidad… Estás aquí, donde se supone que debes estar. Tu familia te quiere. Jax, a pesar de lo loco que pueda estar, se comporta de esa manera sólo porque te quiere y se preocupa mucho por ti. Si yo tuviera una hermana menor y alguien le hubiera hecho esto, yo también habría golpeado al sujeto, y mucho antes que cuando lo hizo él.

Quizá no fuera una buena idea sacar el tema de la pelea. —Sea como fuere, siento lo de antes. De verdad. Estaba furioso con Jax y conmigo mismo. Él no había dicho nada sobre mí que yo ya no me hubiera dicho. Lo que pasa es que odio oírselo a él. Cuando dije

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que no te quena de vuelta aquí, lo que quería decir era que quería que las cosas volvieran a la normalidad y que temía que si regresabas, todo volviera a agitarse.

Realmente lo siento. Jax y yo le hemos jurado a Kate que a partir de ahora, no diríamos ni una palabra sobre ti. Va en serio. Kathie, sólo quiero que estés bien. Quiero que seas feliz, y quiero que lo seas aquí, donde tienes tu sitio. Por favor, no te vayas por mí o por las cosas estúpidas que dije.

Finalmente, colgó, sin estar muy seguro de lo que había expuesto, sólo que creía haberlo dicho todo.

Era hora de seguir adelante. Se mantendría alejado del hermano de ella, quizá aceptara conocer a la Señorita Puntualidad, que tanto había impresionado a su madre, y luego…

No tenía ni idea.

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Capítulo 7

Kathie escuchó el mensaje mientras él lo dejaba, en compañía de su hermana en el sofá, silenciosa y esperanzada.

—Suena sincero —dijo Kim cuando se terminó.

—Lo sé.

—Quiero decir… es Joe. Él jamás sería tan mezquino de decir que no te quería aquí, aunque lo pensara. Y no creo que lo piense —se apresuró a explicar—. Tuvo que ser Jax. Sabes que es capaz de volver loco a cualquiera.

—Lo sé —abrazaba un cojín amarillo contra el pecho, y con las piernas recogidas, se reclinó contra el respaldo.

—Tienes que quedarte. Tienes que hacerlo.

—Dije que lo haría —le recordó a Kim.

Al final, Kim dejó de mirarla como si fuera a escaparse en cuanto se quedara sola y se fue a la cama. Por último, también Kathie lo hizo, sin esperar conciliar el sueño. Pero lo consiguió, y lo siguiente que supo fue que había llegado la mañana. Kim había abierto la puerta de su cuarto y asomaba la cabeza con expresión preocupada.

—¿Qué pasa ahora? —preguntó Kathie.

—Me temo que Jax está aquí.

Kathie gimió.

—No parece furioso, y viene con Gwen. Ella sí parece furiosa. Con él. Y también está Kate. Quieren hablar contigo.

Frunció el ceño y miró el despertador.

—Ni siquiera son las ocho.

—Lo sé. Todos tienen que ir a trabajar y creo que temían dejar que esto se alargara hasta la noche. Lo único bueno de todo el asunto es que te han traído una sorpresa.

A Kathie le asustaba cualquier sorpresa que pudiera prepararle su hermano, pero Kim abrió más la puerta y un precioso pastor australiano de pelo color caramelo entró dando saltos en la habitación, ladrando entusiasmado. Apoyó las patas delanteras sobre su cama y le lamió la cara.

—Romeo. Hola. Te he echado de menos —dijo ella.

Él bufó, sonriendo como un poseso.

Una diminuta bola blanca, remilgada como la que más, lo siguió al trote y saltó sobre la cama de Kathie, igual de entusiasmada.

—Hola, Petunia. Estás tan bonita como siempre, y a ti también te he echado de menos.

Romeo había sido el perro de su madre, y abrazarlo era lo más cerca que podría estar de abrazarla a ella. En ese momento, vivía con Jax, y el amor de Romeo, Petunia, era de la novia de su hermano, Gwen.

—Podríamos esperar a que todo el mundo se marchara e irnos al parque. ¿Os gustaría?

Pero Kim, aún en la puerta, dijo:

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—Sabes que no se irán sin verte.

—De acuerdo —se levantó de la cama y se puso una vieja sudadera encima del pijama—. Nos desharemos de ellos y luego nos iremos al parque —les comentó a los perros.

Entró desafiante en el salón, seguida de los perros, y se detuvo justo delante de su hermano, con los brazos cruzados, y esperó, tratando de que no le importara que parecía haber estado en una pelea de bar.

El costado de la cara era una malla de cortes finos, arañazos y moratones, peor que el día anterior. Tenía la muñeca derecha en una especie de cabestrillo, se había golpeado la comisura de los labios y era lo más próximo a un padre que jamás había conocido. Apenas tenía recuerdos de su padre, que había muerto cuando ella contaba cinco años.

Cuando él guardó silencio, mirándola con expresión triste, Gwen y Kate le dieron un codazo cada una.

—De acuerdo —dijo—. Kathie… oh, cariño, yo…

No pudo evitarlo, porque a pesar de lo mucho que la enloquecía, lo quería con todo el corazón y la había cuidado toda su vida. Se arrojó a él y enterró la cara en el pecho enorme, sintiendo los brazos fuertes su alrededor.

Contuvo las lágrimas y demandó:

—Ni una palabra más sobre Joe y yo y todo el lío que se montó. Ni una sola palabra.

—Ni una —prometió él.

Kathie retrocedió y lo miró a los ojos.

—Y eso significa ni una palabra a Joe tampoco.

—Kate ya me hizo prometer que nunca más hablaría una palabra de ti con él.

—Y nada de peleas.

—De acuerdo, no le pondré la mano encima, jamás.

Kathie sintió que ahí tenía una oportunidad auténtica que tal vez nunca se repitiera, de modo que decidió aprovecharla.

—Y ni una palabra de mí con ningún hombre con el que decida relacionarme. Nunca. Eso lo hizo titubear.

Kathie dio un paso atrás y lo miró, respaldada por sus hermanas, Gwen y los perros.

—Oh, de acuerdo —alzó los brazos en gesto de rendición.

—Y no puedes tratar de convencer a mi marido para que te haga el trabajo sucio —anunció Kate—. Se acabó corromperlo.

—De acuerdo.

—Y basta de que tus amigos de la policía hostiguen a Joe —dijo Gwen, sosteniendo a Petunia en brazos.

—¿Qué? —inquirió Kate.

—¿Que has hecho qué? —Kathie lo miró con ojos centelleantes.

—Sólo unas infracciones de tráfico, nada más. —Se acabó —insistió Gwen.

—De acuerdo. Se acabó eso.

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—Y tampoco puedes centrar tu atención en mí y en cualquiera con quien yo elija salir —añadió Kim.

—Perfecto.

—Se te ve fatal —Kim se acercó para inspeccionarle el lado de la cara—. ¡Y ayer me asustaste, miserable!

—Lo siento —se volvió hacia Kathie—. Entonces… ¿te quedarás?

—Por ahora —afirmó. Ya no iba a prometer nada.

Y entonces todos volvieron a parecer desdichados y consternados. La habilidad de su familia para inducir culpabilidad no conocía límites.

—Cuéntale la buena noticia —le dijo Kate a Gwen.

—Tienes que quedarte, al menos hasta el mes próximo, porque Jax y yo hemos perdido la paciencia de esperar que la cadera de mi madre se cure para que pueda levantarse de la cama y venir a nuestra boda. Quiero decir… han pasado tres meses ya. No quiere ir a rehabilitación porque aún se queja de que Jax y yo vayamos a vivir aquí y no en Virginia, donde está, y supongo que creyó que si la postergábamos lo suficiente, cambiaríamos de parecer o algo por el estilo…

—O quizá que Jax hiciera algo que te impulsara a cambiar de idea acerca de casarte con él —sugirió Kathie.

—Eh —gritó Jax—. Nada de eso. Me ama. Está loca por mí.

—Tiene que estarlo —Kathie no pudo contener una sonrisa. Su hermano era único.

—Y va a casarse conmigo dentro de un mes —anunció éste.

—Ben tuvo una cancelación, de modo que nos ha podido dar esa fecha —explicó Gwen—, y damos por hecho que los hematomas de tu hermano habrán desaparecido por entonces, así que… vamos a hacerlo.

—Bien —dijo Kathie—. Ya es hora.

—Sí que lo es —corroboró su hermano.

—Un mes no nos deja mucho tiempo —indicó Gwen—. ¿Nos ayudarás, Kathie? ¿Kim y tú?

—Por supuesto que lo haremos —afirmó Kim, mirando ansiosa a Kathie, esperando que también ella aceptara.

—Claro. Sólo dinos lo que necesitas.

La ciudad bulló con los comentarios y rumores de la pelea en el banco.

Kathie los obvió lo mejor que pudo y se dedicó a lo suyo y a ayudar a Gwen con los planes de boda.

Logró no encontrarse con ninguno de los dos protagonistas hasta que casi tropezó con su hermano cuando éste salía de la cafetería una semana después.

Apenas evitó derramar los cuatro cafés que llevaba en una bandeja de cartón.

Como de costumbre, las cabezas se volvieron y ojos curiosos siguieron cada uno de sus movimientos mientras Jax la acompañaba al interior.

—¿Estás bien? —le preguntó.

Ella asintió.

—¿Tu jefe ha tomado una decisión ya? ¿Te ha suspendido?

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—Estoy bien. Nada de suspensión.

Un policía de uniforme golpeando al presidente del banco y lanzándolo a través de una pared de cristal en pleno día no era algo que les pasara desapercibido a sus superiores. Lo que había oído era que Joe y él se habían cubierto, jurando que había sido un accidente. El jefe de Jax no había interrogado a nadie más que pudiera contradecir la historia, algo que tenía derecho a hacer.

Probablemente, había sido por deferencia a su padre, que había pertenecido al cuerpo de policía y muerto cuando ella tenía cinco años al tratar de detener un robo en una ferretería, que no despidieran a Jax. Eso y el hecho de que casi todo el mundo lo quería.

—Me estoy portando bien —le dijo él.

—¿Tratando de ganar puntos con todos en la oficina sobornándolos con el mejor café de la ciudad?

—Sí —sonrió—. Y condenado a trabajo de oficina durante dos semanas. El jefe tenía que hacer algo. No pasa nada. Gracias por ayudar a Gwen —añadió.

—De nada.

—Nos vemos.

Se hizo a la derecha para rodear a su hermana, pero en ese momento la puerta se abrió y Joe entró cojeando levemente.

Jax retrocedió para dejarle espacio a Joe para entrar. Kathie se quedó boquiabierta. Aproximadamente media docena de personas más en el local experimentaron lo mismo.

Al parecer, la gente aún esperaba más derramamiento de sangre antes de que todo el asunto llegara a su fin. Pero mientras Kathie observaba sorprendida y agradecida, Jax simplemente asintió, con la boca bien cerrada, como si alguien le hubiera grapado los labios. Joe le devolvió el gesto.

—Muy bien —les susurró ella allí ante la puerta—. ¿Podríais tratar de no parecer tan sombríos?

Jax se puso rígido al oír eso, pero logró elevar un poco las comisuras de los labios. Joe hizo lo mismo.

—Excelente. Jax no ha perdido su trabajo —le dijo Kathie a Joe—. ¿Y tú?

—No, tampoco.

—¿Te han suspendido?

—El banco no suspende a los empleados.

—¿Estás a prueba?

—No exactamente.

—¿Qué es lo que te han hecho exactamente? —inquirió Kathie.

—Supongo que ha sido una mezcla entre amenaza y advertencia.

—Maravilloso.

—No más de lo que me merecía —dijo, mirando con cautela a su hermano.

Joe parecía disfrutar del hecho de que Jax no podía dirigirle la palabra. De hecho, también ella lo hacía.

—Jax ya se iba —alargó la mano y le abrió la puerta; luego prácticamente lo sacó de un empujón—. Adiós, Jax.

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El salió sin oponer resistencia, pero eso fue todo. Si quería quedarse del otro lado de la cafetería y mirarlos, que así fuera.

Joe interpuso su cuerpo entre ella y su hermano, bloqueando la visión de éste. Al parecer, la competencia aún no había terminado.

—¿Has escuchado mi mensaje?

Kathie asintió, acercándose más a él para evitar que los demás oyeran lo que tenían que decir, y luego se encontró, sencillamente, demasiado cerca.

—Lo siento de verdad —manifestó Joe.

—Lo sé —mantuvo la vista en un punto fijo de su corbata. Prácticamente tenía la nariz pegada a la suya. Era como si todo el local se hubiera cerrado sobre ellos, atento a lo que pudieran decir.

Joe se situó entre ella y el resto de los allí presentes y se inclinó para susurrarle:

—No lo decía en serio, te lo juro.

—Lo sé.

Intentó ignorar el leve escalofrío que la recorrió al sentir el aliento cálido en la oreja. O quizá sólo fuera por el sonido de su voz.

¡Todavía le producía eso!

¿Qué necesitaba para curarse de ese hombre?

—¿Entras o sales? —preguntó él, incómodo.

—Entro —reconoció ella.

—Ven. Te invito a una taza de té. Mostrémosle a todo el mundo que podemos ser cívicos.

—De acuerdo —no pensaba reconocerle que no podía sentarse a beber algo con él en público sin deshacerse.

Si iba a quedarse en la ciudad, deberían llegar a cierto entendimiento. Podía lograrse.

El pidió las bebidas y fueron a sentarse.

Por desgracia, les tocó otra mesa diminuta.

¿Es que alguien había encogido todas las mesas de la ciudad?

Se sentó lo más erguida posible, obviando el hecho de que la rodilla derecha chocaba con la izquierda de Joe y que estaba a unos quince centímetros de él.

Juntó las manos delante de ella y las retorció como una mujer incapaz de permanecer quieta. Con curiosidad, notó que Joe tamborileaba con los dedos en la superficie de la mesa hasta que notó que ella lo había notado, y paró.

—Yo… eh…. estoy contenta de que no te despidieran —dijo ella. Fue lo primero que se le había pasado por la cabeza.

—Yo también.

—Siento todo lo sucedido.

—Yo también. Tendrías que ver a Marta —añadió con una sonrisa—. Es como si la función de su trabajo hubiera cambiado. Constantemente está estudiando la puerta de entrada, como si hubiera seguido un curso con la CIA, alerta todo el tiempo a la posibilidad de problemas. Creo que el banco ahora está más seguro.

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Kathie rió. Y las cabezas giraron hacia ella. Estaba decidida a no hacerles caso y a no aparentar que quería que se la tragara la tierra.

—Creo que tu familia la asusta de verdad. Como si esperara que uno de vosotros irrumpiera en el banco en cualquier momento. Intenté explicarle que eres una persona extremadamente pacífica y que casi toda tu familia también lo es, pero no consigo que cambie de opinión acerca de vosotros.

—Quizá tenga que cambiar de banco. No quiero traumatizar a tu secretaria de forma innecesaria.

—Ésa es otra cosa —indicó Joe—. El nivel de actividad en el banco ha subido exponencialmente. La gente intenta encontrar un motivo para estar allí, a la espera de ver qué va a suceder a continuación. Como logremos que una parte de esas personas abra una cuenta o solicite un préstamo, lograría uno de nuestros mejores trimestres.

La camarera llevó el café de Joe y el té de Kathie. Esta cerró las manos en torno a la taza e inhaló el aroma dulce y especiado. Era tan raro estar bebiendo algo con Joe, riendo por lo sucedido mientras él intentaba decirle que el asunto lo había ayudado en vez de serle perjudicial.

Haría eso para tratar de que se sintiera mejor.

Joe era esa clase de persona.

—Bueno, ¿te siguen lloviendo ofertas de trabajo? —preguntó él. Ella asintió—. Pero ¿no has aceptado ninguna?

—Aún no, aunque… no te rías, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

—Voy a aceptar la oferta de Charlotte Simms de trabajar como voluntaria en Hermanos & Hermanas Mayores.

—¿Bromeas?

—No. Fue una oferta en serio y era sincera en su necesidad de ayuda. De modo que fui a hablar con Charlotte y me dijo que cuando las vidas de los chicos se desmoronan y terminan en los hogares de acogida, por lo general, la educación es una de las primeras bajas. Tienen que cambiar de colegio muchas veces. Sus padres no están. Sus amigos no están, y durante un tiempo no les importa nada. Muchos empiezan a retrasarse y necesitan ayuda adicional. Eso es algo que yo puedo hacer, algo con lo que realmente disfrutaré. Además, tampoco me estaré comprometiendo con un trabajo habitual por un período de tiempo extenso…

—Kathie…

—No digo que vaya a irme de la ciudad —o que quizá no sea capaz de soportar estar en la misma ciudad contigo, sonriendo, riendo y fingiendo que el corazón no se me parte cada vez que nos encontramos. No digo eso en absoluto—. Es que el trabajo de voluntaria con Charlotte mantiene abiertas mis opciones.

Él titubeó y dio la impresión de querer decir algo más, pero sólo añadió:

—De acuerdo. Si es lo que quieres hacer ahora, puedo entenderlo.

Pídeme que me quede, Joe, pensó ella. ¿Qué haría falta para que me pidieras que me quedara, que quisieras que me quedara, que me desearas?.

Por supuesto, no lo hizo.

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—Aunque —continuó, buscando algo que decir hasta que pudiera escapar—, una amiga de tu madre insistió en enseñar en el extranjero… inglés como segunda lengua en Tailandia, de entre todos los lugares.

Joe se quedó boquiabierto.

—¿Bromeas?

—No. Era alguien de su grupo de bridge. Dijo que sería una gran aventura para mí y que toda mujer joven debería experimentar al menos una gran aventura en su vida.

—Voy a estrangularla —prácticamente gritó.

Kathie se sobresaltó, ya que él jamás gritaba.

—¿De qué se trata? —preguntó Kathie.

—Mi madre. Empieza a ser tan persistente como tu hermano.

—¿Crees que tu madre le encargó a su amiga que me convenciera de irme casi a la otra esquina del mundo?

—Sí —afirmó, avergonzado.

La sonrisa de Kathie desapareció.

—¿De modo que tu madre ahora me odia?

—No. No es eso.

—Debe de ser algo así si me quiere en Tailandia.

—Simplemente, se preocupa.

—¿De que estés en el mismo continente que yo?

—Puede que esté tomando el mismo curso de la CIA que Marta —comentó, tratando de que sonriera.

Pero no iba a funcionar con algo así.

—Siempre pensé que a tu madre le caía bien, que le caíamos bien todos.

—Y así es. Lo que pasa… es un plan trazado por ella y una de sus compañeras de bridge. O quizá participe todo el grupo. Una de ellas tiene una hija. Se me ha informado que es fanáticamente puntual. Mi madre y la madre de ella quieren que salgamos.

—Oh —Kathie bebió un sorbo de té porque quiso ocultar la cara detrás de la taza.

¿Joe saliendo con otra?

No había pensado en eso, aunque no entendía por qué no lo había hecho. Claro que saldría con otras mujeres con el tiempo. Debería haberlo esperado y no debería haberle dolido tanto.

—Bueno… siempre consideraste la puntualidad como algo importante —dijo.

—No obstante, pienso que el hecho de que todo el mundo recalque primero la puntualidad no presagia nada bueno. Y que ese rasgo figure en el primer lugar de mi lista de características de personalidad para una cita… ¿qué dice sobre mí? ¿Soy tan aburrido?

—No. En absoluto —arguyó Kathie—. Eres… sólido. Y fiable.

Quizá no eran cualidades que saltaran a la primera en las mentes de las mujeres cuando se trataba de con quién querían salir, pero dada la vida que había llevado ella, le

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resultaban extremadamente atractivas. Anhelaba la fiabilidad como algunas personas las drogas. Odiaba los cambios.

—Tú crees que me merezco a la Señorita Puntualidad.

—No. No es eso.

—Me temo que podría ser. Pero hablaré con mi madre acerca de que sus amigas te animen a dejar la ciudad. Hoy mismo le pondré fin a eso.

—No. Está bien…

—No lo está —alargó la mano y cubrió la que Kathie tenía apoyada en la mesa.

Trató de no pensar en el contacto, en sentir nada. En especial acerca de la Señorita Puntualidad y él.

Pero bastaba con que Joe le sonriera para que lo sintiera. Resultaba incluso más evidente cuando hacía algo tan sencillo como sostenerle la mano.

Que Dios la ayudara, pero seguía ahí.

El le apretó la mano y ella volvió a mirarlo.

—No quiero que te vayas —le dijo lleno de culpabilidad.

—Pero una parte de ti tampoco quiere que me quede.

—Soy yo —afirmó—. No tú. No parezco capacitado para pensar las cosas como hacía antes. Es como si mi cabeza fuera un completo desorden y los circuitos ya no lograran conectar. Es desconcertante.

Kathie ladeó la cabeza y lo estudió.

¿No era capaz de pensar con claridad?

¿Joe?

Aunque sí parecía confuso. Y nada feliz al respecto.

Le soltó la mano y apartó la taza de café vacía, preparándose para marcharse, algo que ella no quería.

—Todo el mundo se siente confuso, Joe.

—Yo no. No hasta el año pasado. Mi madre piensa que necesito terapia. También mi jefe me lo sugirió. ¿Yo? ¿Terapia?

Kathie rió.

—Bueno… si no me voy ahora —continuó él—, llegaré tarde. Marta estará pasmada, probablemente llame a la policía para denunciar mi secuestro o algo por el estilo. Nunca en la vida he llegado tarde al banco, y ahora mismo, eso se convertiría en un rumor más circulando por la ciudad.

—No necesitas eso —convino Kathie.

—Ha sido agradable charlar de esta manera —dijo él—. Podemos hacerlo, Kathie. Podemos lograr que todo vuelva a la normalidad, ¿no crees?

—Podemos intentarlo.

—Bien. Nos vemos.

—Adiós, Joe.

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Capítulo 8

Con la boda de su hermano cada vez más próxima, la semana siguiente Kathie se unió a sus hermanas, a Gwen y a Shannon en la boutique local para culminar las compras. Los vestidos se habían encargado hacía meses, antes de que la madre de Gwen se rompiera la cadera, pero había que realizar la última prueba, encontrar zapatos a juego y un vestido bonito para Shannon.

Mientras esperaban que ésta les mostrara el último vestido que todas habían insistido en que se probara, Kate fue a esperar junto a Kathie, las dos aún con sus vestidos de damas de honor de satén amarillo pálido, ya que Kathie aún esperaba su turno para que la modista le marcara los últimos retoques necesarios.

—Shannon parece tan adulta, ¿verdad? —comentó Kate.

Kathie pasó el brazo alrededor de su hermana.

—Quieres decir mucho más feliz. Es como una persona nueva. Habéis hecho cosas muy positivas.

—Ya hemos empezado a recibir publicidad de diversas universidades —Kate contuvo unas lágrimas—. Y su adopción aún no es definitiva. No podemos empezar a pensar en entregarla ya a la universidad.

—Vamos —dijo Kathie—. Esta familia jamás entrega realmente a uno de sus miembros. Además, también sé que jamás la retendrías de ninguna manera, impidiéndole recibir una educación.

—Eso no significa que no pueda estar triste —dijo Kate.

Shannon salió del probador con el vestido celeste de falda amplia. Hacía una mueca que indicaba que lo encontraba horrible.

—De acuerdo. Tienes razón —confirmó Kate—. Desde luego, no es para ti. Pruébate el que ya está retocado.

Shannon gruñó, se recogió la falda, revelando unas zapatillas negras de baloncesto, y regresó a los vestidores.

—Habría pensado que después de ser una madre tanto para Kim como para mí, lo último que querrías sería a una adolescente —comentó Kathie.

—Yo también —Kate se encogió de hombros—. Nunca se puede saber qué te va a traer la vida.

La modista, a la que siempre habían llamado señorita Nancy, tenía un hijo que había sido uno de los mejores amigos de Jax desde la guardería. Con la mano llamó a Kathie para que se acercara a su rincón de la tienda, delante de un espejo de tres caras.

Kathie obedeció, y el vestido crujió al caminar. No estaba mal, comparándolo con los habituales vestidos de damas de honor, era más bien sencillo, algo que le gustaba, con un escote abierto que se abría en los hombros. Tenía mangas cortas abultadas, cintura ceñida y falda amplia.

Kate la siguió, pues a ella ya le habían tomado las medidas.

—Has perdido peso —dijo la señorita Nancy, mirándola ceñuda mientras sacaba alfileres para marcar el corpiño en las zonas donde había tomado el vestido.

—Quizá un kilo —reconoció Kathie.

—Ya era hora de que volvieras a casa. Tu madre no habría tolerado que te marcharas de esa manera.

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—Sí, señora —aceptó Kathie dócilmente.

—Voy a necesitar más alfileres. No te muevas —ordenó.

Kate rió cuando volvieron a quedarse a solas.

—Siempre me ha asustado.

—Y a mí —convino Kathie.

La señorita Nancy regresó con los alfileres y se concentró en el vestido.

Desde el otro extremo de la sala, Kim alzó un par de sandalias blancas con unos tacones de diez centímetros.

—Eh, ¿qué os parecen?

—No conseguiría recorrer todo el pasillo —dijo Kate.

Kim hizo una mueca. Le encantaban los tacones altos.

—De acuerdo. Seguiré buscando.

La señorita Nancy bufó.

—Voy a poner los alfileres. No te muevas.

—Sí, señora.

Kate rió.

—Me siento realmente feliz. Tengo un marido maravilloso, una hija nueva y un trabajo que me encanta. Jax y Gwen van a casarse. Tú estás en casa. Kim al fin ha terminado la universidad y también está en casa. Es como… Como si ahora pudiera tenerlo todo. Como si todo fuera posible.

—Eso es estupendo —alabó su hermana.

—Hablo en serio. Y es hora de que me prestes atención en esto —Kate apoyó una mano en su brazo—. No huyas… —No puedes huir ahora. No he terminado —expuso la señorita Nancy.

—Escúchame y cree lo que te digo —pidió Kate—. Ben es mi marido. Es el hombre al que amo. No quiero a nadie más salvo a él, y siempre será así. Ni siquiera puedo hablar de él sin ruborizarme. Es como si brillara por dentro al pensar en él. Estoy locamente enamorada de ese hombre, y muy feliz. Apenas puedo creerlo.

Permaneció ante Kathie, resplandeciente.

—Pero… ¿y si cambias de parecer? —inquirió Kathie.

Kate rió.

—No voy a cambiar de parecer.

—Cambiaste de parecer acerca de Joe —le recordó.

—No, cometí un error con Joe.

—Cariño —intervino la señorita Nancy—, si puedes esperar cinco años para casarte con un hombre, bien puedes esperar para siempre, porque es evidente que no quieres casarte con él.

—Tiene razón —corroboró Kate.

Sabía que su hermana parecía feliz. Habría sido imposible no notarlo en el tiempo que llevaba en casa, y no sólo parecía feliz, sino diferente. Más relajada. Amable. Aún podía perder los estribos y controlarlos a todos, pero había algo distinto en ella.

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Como si todo fuera más sencillo para ella en ese momento. Como si durante años hubiera estado conteniendo el aliento, manteniendo en su sitio el mundo que conocía, y en ese instante hubiera descubierto cómo exhalar. Que era seguro dejar todo ese control al que durante tanto tiempo se había aferrado y dejar que las cosas fluyeran.

¿Gracias al hombre que tan precipitadamente había elegido seis meses atrás?

—Mírame —dijo Kate—. Sabes que es verdad. Sabes que soy feliz.

—Quiero creerlo —indicó Kathie—. Lo deseo tanto, pero todavía me siento fatal por lo sucedido…

—No lo hagas. Porque yo no me siento mal. En absoluto. No debía casarme con Joe. Lo sé. Y lo que pasó entre él y tú nos ayudó a comprender que habíamos cometido un error. De no haber sido así, no habría encontrado a Ben. No estaría casada con él y no me sentiría tan absolutamente feliz. Así que no me importa lo que sucedió entre Joe y tú. No quiero que te sientas mal por eso ni un segundo más.

Kathie contuvo las lágrimas, anhelando abrazar a su hermana.

—No te muevas —ordenó la señorita Nancy.

—Pero…

—¡Oh, es perfecto! —la exclamación de Gwen sonó detrás de ellas—. ¡Shannon, es absolutamente perfecto!

La señorita Nancy finalmente la soltó y Kathie se volvió para ver a Shannon en un resplandeciente vestido azul hielo, todo él ceñido y que le llegaba hasta el suelo. La hacía parecer imposiblemente joven y adulta al mismo tiempo. Se la veía incómoda, necesitando oír que les encantaba el vestido tanto como a ella, pero temiendo que sus propios ojos le mintieran ante el espejo.

—Es perfecto —dijo Kate.

—Bueno, como no tienen nada de cuero negro en este sitio… —se encogió de hombros, aunque con poca convicción y voz trémula.

—De acuerdo, tienes razón. El vestido no es perfecto —convino Kate—. Pero servirá.

—Tonterías, es perfecto —contradijo Gwen.

Kate se volvió hacia Kathie.

—¿Lo ves? Tengo una vida perfecta. No dejes de pensar en ello. Algún día, lo aceptarás.

—¿Tú crees?

Kate asintió.

—En particular el hecho de que Joe está realmente disponible. Que es libre para hacer lo que le plazca, igual que tú. No hay nada que se interponga en vuestro camino, si él es la persona que realmente quieres.

—No. Joe jamás sería feliz sin ti.

—Oh, cariño —dijo su hermana—. Si alguna vez va a ser feliz, tendrá que serlo sin mí. Y creo que deberías ver qué puedes hacer al respecto. Después de todo, yo quiero que los dos seáis felices.

Kathie se rindió y dejó que las lágrimas cayeran por sus mejillas. Le había angustiado que jamás pasaran más allá de ese punto; y, sin embargo, había deseado tanto creer que podrían lograrlo… Que las cosas podrían volver a ser lo que siempre habían sido entre su hermana y ella…

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—Te quiero tanto… —musitó Kathie.

—Cariño —Kate la abrazó.

—Ya está bien de llanto —les gritó Shannon—. ¡Es sonrojante!

Kate la hizo callar y luego miró a la señorita Nancy.

—¿Cree que podría ocuparse ahora del vestido de Shannon? No permanecerá en él mucho tiempo, y es el que quiere.

—Justo cuando las cosas empezaban a ir bien aquí —pero recogió sus cosas y fue hacia la joven.

Kathie esperó hasta que la mujer se alejó para susurrarle con tristeza a su hermana.

—Aunque yo lo deseara, él no me desea a mí.

—Eso no lo sabes. No le has dado ninguna oportunidad real. Y Joe… bueno, necesita un tiempo para descubrir las cosas. Probablemente, aún no ha terminado de darle vueltas a todo lo sucedido el año pasado, y querrá analizarlo hasta la extenuación. Todo el ciclo de causa y efecto es como una religión para él. Sus ojos y sus oídos le dicen que pasó una cosa, pero él había predicho un resultado por completo diferente, y necesita comprender por qué se equivocó.

—De acuerdo, conozco esa faceta suya.

—Tendrás que ser paciente con él. Ten la certeza de que lo que estás viendo en este momento no tiene nada que ver contigo o con los sentimientos que pueda albergar hacia ti. Simplemente, es él que aún trata de sacarle algún sentido a las cosas.

—¿Es… como si me lo estuvieras entregando? —no podía creérselo.

—Si fuera mío para poder entregártelo, lo haría.

Vaya.

—No sé qué decir.

—No tienes que decir nada —indicó Kate—. Sólo quería que supieras que me parecerá perfecto cualquier cosa que pueda desarrollarse entre vosotros. Ya no tienes que preocuparte por Jax. Le aterra la idea de que puedas volver a marcharte. Kim te quiere aquí, sin importar las circunstancias, de modo que ella no es un problema; y en cuanto al resto de la ciudad… olvídalos. Kathie, no queda nada que se interponga en tu camino. Si quieres a Joe, ya es hora de que vayas a buscarlo.

Kathie la miró boquiabierta.

—¡No… no puedo hacer eso!

—Claro que puedes.

—Él no me quiere. El año pasado… tienes que saber que todo fue por mi culpa.

Kate movió la cabeza.

—Eso es imposible. Estamos hablando de Joe. El hombre más responsable y considerado del mundo. Si no sintiera algo por ti, jamás te habría besado.

—Yo lo besé. Fui yo.

—Kathie, si no sintiera algo por ti, y tú te hubieras tirado encima de él, Joe se habría mostrado asombrado y abochornado. Te habría dicho con la máxima amabilidad posible que lamentaba si te había dado la impresión de que podía haber algo entre vosotros dos, pero que estaba absoluta y completamente enamorado de mí y que nada podría cambiar eso. Pero no hizo nada de esas cosas, ¿verdad?

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—No, pero… se sintió sorprendido y culpable.

—Porque lo disfrutó. Porque te estaba devolviendo el beso. Cuando finalmente rompimos y finalmente le pregunté si había alguien más, ¿sabes qué me dijo?

Kathie movió la cabeza, sin querer saberlo.

—Que no podía estar prometido a mí mientras sintiera lo que sentía por otra mujer y que esa mujer eras tú. Sus sentimientos caóticos y confusos estaban provocados por ti.

Kathie se quedó en silencio un momento.

—Cuando me encontré con él la semana pasada, comentó que últimamente no era capaz de pensar con claridad.

—Ahí lo tienes. Pobrecillo. Probablemente, en toda su vida haya estado confundido acerca de lo que quería. No me extraña que se sienta así.

—Y parecía… realmente confundido el día que lo vi en el banco antes de que tuviera la pelea con Jax.

—¡Sí!

—Me besó y… bueno, ya sabes. Viste las fotos, ¿no? —Kate asintió—. ¡No puedo creer que haya foto!

—Cariño, olvídate de las fotos. Te besó, ¿y luego qué?

—Fue el modo en que lo hizo —explicó—. Yo le di un beso inocente en la mejilla cuando entré en el banco, porque íbamos a comenzar con toda la farsa de que salíamos juntos. Pero cuando él me devolvió el beso, no fue algo inocente.

—¡Sí! ¿Qué fue?

—Fue… lento. Como si se moviera a cámara lenta. Como si le asustara acercarse tanto a mí; pero cuando lo hizo, se quedó ahí, como si le fuera imposible apartarse…

—¡Sí! —exclamó Kate, casi poniéndose a bailar—. ¡Lo sabía!

—¿Qué? —preguntó Kim desde el otro extremo de la estancia—. ¿Qué sucede?

—Nada —afirmaron las dos al unísono.

—No os creo a ninguna —se quejó.

—Cuéntamelo todo, deprisa —dijo Kate—. Antes de que su afición por los zapatos quede cancelada por su amor a los cotilleos.

—En realidad, no hay nada que contar. Salvo que fue… No entendí por qué lo hizo entonces o después, en el callejón…

—¿Sí, en el callejón?

—Volvió a besarme, cuando no había nadie, como si tuviera que hacerlo.

—¡Ahhhh! —chilló Kate y agarró a Kathie por los brazos.

—¿Qué pasa? —preguntó Kim, llegando junto a ellas.

—Nada —repuso Kathie—. Kate se siente feliz, nada más.

—¡Estoy muy feliz!

—¿Por qué? —quiso saber Kim.

—Porque estamos todos juntos y nuestro hermano se va a casar. Ben y yo vamos a tener, oficialmente, una hija, y la vida es buena. Muy, muy buena.

—¿Qué más?

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—¿Eso no es suficiente? —inquirió Kathie.

—No. Sucede algo más —se volvió a Kathie—. Debes de haber hecho algo otra vez. Tienes expresión culpable.

—No ha pasado nada —insistió Kathie.

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Capítulo 9

La Señorita Puntualidad era un supremo aburrimiento. Trabajaba en el instituto local como jefa de administración.

Le confesó que no había faltado al colegio ni un solo día en toda su vida, ni siendo estudiante ni, desde luego, siendo administradora.

Se llevó un bocado de carne a la boca y frunció el ceño. Su madre le había insistido tanto que al final había cedido y salido con la Señorita Puntualidad. Ya se le había curado la cara y no cojeaba, y hacía ocho días que no veía a Kathie ni a otro miembro del clan Cassidy.

Y no le gustaba ese hecho ni estar con su cita.

En ese momento la Señorita Puntualidad miró su reloj y lo informó de que habían pasado exactamente cinco minutos y medio desde que vieran por última vez al camarero, lo cual, sencillamente, era inaceptable.

—¿Qué necesitas? —le preguntó—. Encontraré a alguien que se ocupe de ello.

—No necesito nada. Es sólo el principio del trabajo. Podría haber necesitado algo y, entonces, ¿dónde habría estado nuestro camarero? Probablemente, se saltaba las clases de forma habitual. Es lo que les pasa a esos chicos. Jamás aprenden lo que es la responsabilidad.

Joe asintió, esbozó una sonrisa leve y escuchó mientras ella le hablaba del programa informático que había adaptado para seguirles el rastro a los estudiantes individuales y las excusas que empleaban para ausentarse oficialmente del colegio.

—Los números son algo maravilloso —afirmó ella, sonriendo encantada—. ¿No te lo parece?

—Bueno… —siempre había obtenido un cierto placer en todas las reglas de las matemáticas. Los patrones, las ecuaciones, las probabilidades y las estadísticas.

Pero en ese momento le resultaban de un aburrido subido.

—Me alegra tanto que hayamos quedado… —dijo ella—. Tu madre lleva meses alardeando sobre ti con mi madre.

Joe sonrió. Nunca más pensaba hacerle caso a su madre.

Quizá ésa era la razón por la que Kate se había desenamorado de él. Porque era aburrido, hablaba de estadísticas a la primera oportunidad y su trabajo era aún más aburrido. No es que a Kate no le gustaran los números, pero…

¿Soy tan aburrido?, se preguntó.

Esperó que no.

—¿Me disculpas un momento? —preguntó, poniéndose de pie, porque creía que si seguía escuchándola un minuto más, iba a atragantarse o algo parecido—. Enseguida vuelvo.

Fue en la dirección de los aseos, y terminó en el bar, pudiendo respirar al fin más relajadamente, pero aún inquieto, atribulado e infeliz.

En un impulso, pidió una copa de whisky, solo, porque al llegar al bar eso era lo que había pedido el hombre que tenía a su lado, y parecía un sujeto que jamás hablaba de estadísticas con una cita o cualquier otra persona.

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Recogió la copa pequeña y se la bebió de un trago, haciendo una mueca cuando llegó a su garganta.

Se le estaba escapando todo.

Ya nada tenía sentido en su vida.

Nada funcionaba.

Los viejos patrones, los viejos hábitos, las viejas cosas que por lo general le causaban satisfacción… era como si el mundo hubiera cambiado a su alrededor y él se lo hubiera perdido. Como si en un abrir y cerrar de ojos, alguien se hubiera llevado su vieja vida. No paraba de tratar de encontrarla, de recuperarla, pero le era imposible.

Y no entendía nada de ese mundo extraño y nuevo en el que se hallaba.

—¿Quiere otra, amigo? —preguntó el camarero, mirando la copa vacía en su mano.

Frunció el ceño, reflexionó en ello y entonces… maldición, habría jurado que oía esa voz.

La voz de ella.

—¿Joe? ¿Estás bien?

Giró y ahí estaba, mirándolo.

Experimentó un torrente de emociones al verla, un batiburrillo abrumador de cosas. Pavor, porque a menudo las cosas se torcían cuando ella estaba cerca. Felicidad, porque había sentido que le faltaba el aire en compañía de la Señorita Puntualidad. Absoluta confusión, porque no tenía ni idea de lo que hacer con Kathie, pero temía haberla echado de menos terriblemente.

Que Dios lo ayudara.

—¿Qué sucede? —preguntó ella.

—Estoy en la primera cita con el infierno —susurró, luego se quiso golpear por la expresión de dolor que apareció en los ojos de ella—. Pensé que los rumores sobre nosotros dos podrían amainar un poco si cedía a los deseos de mi madre y salía con la hija de una de sus amigas —dijo, tratando de explicárselo.

—Oh —Kathie alzó el mentón y su expresión volvió a ser reservada.

Joe decidió que una sinceridad brutal acerca de su cita era la única manera de continuar.

—La llamo la Señorita Puntualidad. Probablemente haya activado el cronómetro para ver el tiempo que tardo en volver.

—¿En serio?

Kathie no parecía tan triste.

Joe asintió.

—Es la administradora del instituto. Juro que si pudiera convencer a alguien de que le comprara un polígrafo, llamaría a los estudiantes e interrogaría a cualquiera que afirmara que tenía hora con el dentista por la tarde.

En los ojos de Kathie apareció un destello de diversión.

—Bueno… el suyo no es un trabajo divertido.

—El mío tampoco lo es, pero espero no ser tan fanático.

—Creía que te encantaba tu trabajo.

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—Así es —afirmó, y luego tuvo que reconsiderarlo. Eso había creído. Se había sentido muy orgulloso de que lo ascendieran a presidente del banco. Y se había esforzado mucho. Pero ¿encantarle?

Era un desafío. Era duro. Era algo que podía hacer bien.

Sin duda, le había encantado. Después de todo, había pasado ocho años allí.

—Creo que todavía me gusta. No estoy del todo seguro —reconoció—. Quizá aún sigo en ese lugar raro.

—Oh.

—No me gusta.

—¿El restaurante? Siempre pensé que era muy bueno.

—No, ese lugar raro en mi cabeza. No me gusta —Kathie parpadeó como si no tuviera idea de qué decirle—. ¿Te miras alguna vez al espejo y te preguntas quién eres? —le preguntó.

—Joe, ¿cuántas copas has bebido? —con gentileza le quitó la que sostenía en la mano y la depositó en la barra.

—Sólo una —repuso.

—De acuerdo —lo tomó por el brazo y lo hizo girar—. Creo que ya hemos pasado suficiente tiempo en el bar.

—No. En serio. Sólo he tomado una. Yo no me emborracho. Tú lo sabes. Es que nada de lo que digo o hago tiene sentido para mí, así que no me sorprende que tampoco lo tenga para ti o para cualquier otro. No me extraña que la gente me mire de forma rara. Ya no soy coherente. Ya no puedo seguir ocultándolo. Hasta mi propia madre piensa que estoy loco.

Demasiado tarde, dejó de hablar.

—¿En serio? —preguntó Kathie con sonrisa amable, como si complaciera a un niño de tres años.

—Sí. Y cree que todo es por tu culpa.

—Oh. Fantástico.

—Cree que eres peligrosa.

Kathie rió.

—Para mí —añadió Joe—, Cree que hago cosas locas cuando estás cerca.

Se detuvo en mitad de un paso, giró para mirarlo y apoyó las palmas de las manos en su pecho para detenerlo… demasiado cerca de ella.

—¿Y qué piensas tú, Joe? ¿Soy mala para ti? ¿Soy peligrosa?

—No sé cómo podrías serlo —respondió—. Eres Kathie Cassidy. Eres la hermana menor de Kate. Aún te veo como a una adolescente. Es como si una parte de ti jamás hubiera crecido. Pero está esa otra parte… bueno, que no es la hermana menor de Kate. La parte que es una mujer que ni siquiera conozco.

La que lo había besado con tanta añoranza y tristeza, con tanta necesidad palpitante el día que había muerto su madre, que lo había vuelto loco.

Como en ese momento, tan cerca de ella.

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—No puedo uniros en mi mente… a la chica a la que siempre he conocido y a la otra… la mujer —explicó—. No logro analizarte. No dejo de esperar dejar de intentarlo, pero siempre vuelve y nunca sé qué hacer al respecto.

Por ese entonces tenía las manos en sus brazos, acariciándoselos levemente desde los hombros hasta los codos, luchando para no acercarla más. No en el bar donde estaba cenando con la Señorita Necesito-Un-Polígrafo.

—Haz que pare —prácticamente le suplicó.

—Lo haría si pudiera, Joe. Yo lo contuve el mayor tiempo posible, hasta que ya no pude más. Lo siento. No sé cómo —dijo, y lo besó en los labios.

Se hundió en él y Joe la ancló contra su cuerpo al tiempo que experimentaba un mareo absoluto del sabor dulce y ya familiar de Kathie.

Su perdición.

Su absoluta ruina.

Su camino hacia la locura.

Temía estar devorándola allí mismo, en el bar. Probablemente, sacarían fotos, pero ¿qué podía hacer un hombre?

Que sacaran todas las fotos que quisieran. Siguió besándola y experimentó una extraña sensación de idoneidad que le disparó los latidos.

En ese momento no se sentía confuso. La cabeza no le daba vueltas.

Simplemente, era feliz.

Incluso, jubiloso.

No había nada en qué pensar salvo en ella y en lo mucho que había anhelado eso, a pesar de toda la resistencia que había planteado.

La imagen de la joven que había conocido se desmoronaba, sustituida por todas las cosas que le había hecho sentir y el hecho de que ya no estaba comprometido. Todo el mundo conocía todo lo que ellos habían hecho, de modo que ya no quedaba nada que perder.

Sólo cosas que ganar.

Principalmente, esa sensación.

Ese júbilo.

Kathie y esos labios y ese aroma suave y dulce, los brazos alrededor de su cuello, las manos en su pelo, el cálido peso de ese cuerpo contra el suyo.

No le importaba si estaba loco.

Eso era lo que quería, lo que…

—¡Ahhhhhh!

Un sonido alto de indignación logró atravesar su cerebro embotado por la bruma del deseo y cortó el beso, alzó la cabeza y ahí, delante de la barra ante Kathie y él, estaba…

La Señorita Puntualidad mirándolos con ojos centelleantes.

Joe comprendió que estaba siendo terriblemente grosero e irrespetuoso, tanto con su cita como con Kathie.

Pero ahí estaba, sorprendido besando a una mujer mientras salía con otra, una novedad más que añadir a sus experiencias vitales.

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—Iba a ver si te habías perdido —dijo la Señorita Puntualidad—. Pero veo que no es así. Simplemente, te… distrajiste durante siete minutos y treinta y cuatro segundos. Tanto, que olvidaste el hecho de que estabas cenando conmigo.

—Lo siento —dijo Joe.

Ella alzó una mano para detenerlo, sin desear escucharlo.

—Hola, Winnie —dijo Kathie con expresión avergonzada.

—Kathie —gruñó la Señorita Puntualidad.

—¿Os conocéis? —inquirió Joe.

Kathie asintió.

—Hice un par de sustituciones en el instituto antes de conseguir mi trabajo en la escuela de ciclo medio años atrás.

—Y fuiste asombrosamente dejada en la entrega de las listas de asistencia a clase mientras estuviste en mi escuela —se quejó Winnie.

—Sí —confirmó Kathie—. También siento eso.

—Entonces —se volvió hacia Joe—, ¿todo lo que he oído acerca de vosotros y que achacaba a unos rumores ridículos es verdad? ¿No sois capaces de mantener las manos alejadas del otro?

—Lo intento. De verdad. Lo intento con ahínco —indicó Joe, y entonces miró a Kathie, con temor de haberla herido o insultado, pero vio que ella se había llevado una mano a la boca en un esfuerzo por no soltar una carcajada.

—¿Crees que esto es gracioso? —inquirió Winnie.

—No. Quiero decir… no debería —reconoció Kathie—. De verdad. Sé que no debería…

—Supongo que si eres capaz de robárselo a tu propia hermana, no veo por qué vas a titubear en robárselo a cualquier otra persona.

—Winnie, es tu primera cita con él. No es de tu propiedad. Quiero decir, lo siento. Ha sido una grosería por nuestra parte, pero no quieras convertirlo en una tragedia.

Winnie la miró furiosa un poco más y luego se dirigió a Joe.

—Tu madre oirá todo esto por boca de mi madre.

Joe permaneció allí. Jamás habría imaginado que dos mujeres se pelearían por él.

—Lo siento de verdad —comenzó otra vez.

—Oh, cállate, Joe.

Tomó una copa de una mesa próxima a ella y se lo arrojó a la cara.

Kathie intentó ser pragmática con toda la situación.

No era más que otra pequeña escena de la que se hablaría en toda la ciudad.

¿Qué podía hacer una más?

Además, Winnie se había marchado inmediatamente después de tirarle la copa a Joe.

Muy bien.

Respiró hondo para sacar fuerzas y tratar de tranquilizarse.

No había otra opción que seguir adelante con su plan.

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El plan de Ir-Tras-Joe, para el que no se sentía preparada de ejecutar.

Ahora o nunca, se dijo.

Desde luego, no iba a pasar otros cinco años de su vida potenciando un sentimiento de culpabilidad.

Tomó una servilleta enrollada de tela de una mesa vacía que había a su lado y empezó a secar el vino que goteaba del mentón y de la nariz de Joe, mientras trataba de no reír.

—Es tinto, ¿verdad? —preguntó él. Ella asintió—. Odio el vino tinto.

—Y ésta es una de tus camisas favoritas. Te la he visto puesta una docena de veces.

—No tengo favoritas —afirmó—. Tengo una rotación. Una rotación regular de camisas, para que se gasten de forma pareja. Al decirlo ahora sé que suena completamente ridículo, pero es lo que hago con mis camisas.

—De acuerdo —apoyó la servilleta en las peores manchas—. Tienes un plan de camisas.

—Tengo un plan para todo. O… solía tenerlo. Ya no.

—Bueno, a veces hay que hacer planes nuevos —intentó decirle. Dio la impresión de que la idea lo asustaba—. Vamos, Joe. ¿Qué harías si tuvieras que trazar un plan nuevo?

—No tengo ni idea. Salvo que no es bueno trazar planes cuando no eres capaz de pensar con coherencia, algo que me resulta imposible estos días. Así que estoy seguro de que no es el momento para un plan nuevo.

—¿Qué te parece comenzar con algo pequeño, como un plan de un solo día, y luego pasar a cosas más a largo plazo? Si no fueras a hacer otra cosa que planificar tu día de mañana, ¿qué querrías hacer?

—Estaba pensando en decir que estaba enfermo y tomarme el día libre. Tu amiga Winnie me impulsó a ello.

Kathie frunció el ceño.

—Ella jamás haría eso.

—Lo sé. No iba a pasarlo con ella. Ella sólo hizo que deseara salir. Se supone que será un día agradable. Pensaba en pasar parte del día en las cascadas.

—Está muy cerca del banco, Joe. No sé si es una buena idea. Alguien le mandaría a Marta por correo electrónico una docena de fotos de ti disfrutando de lo que se suponía que era una ausencia por indisposición.

—No me importa —expuso—. Me gustan las cascadas. ¿Y a ti?

—Sí —¿le estaba pidiendo una cita? ¿En el lugar público más conocido de la ciudad, después del banco o la cafetería al mediodía?

—¿Qué te parece a ti el vino tinto? —preguntó él.

—Me gusta.

Apenas terminó de contestar cuando Joe volvía a besarla, con los labios sabiendo a vino, la camisa mojada de vino, sin duda trasladándose a su propia blusa. Poco le importaba.

Ella le devolvió el beso, besándolo con abandono y necesidad completos.

Parecía que a él tampoco le importaba ya el hecho de que debía mantenerse lejos de ella. Sólo pensaba en quedarse a su lado.

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Capítulo 10

Kathie fue a casa una hora y quince minutos después, tarareando, y encontró a sus hermanas y a Gwen en el salón, rellenando invitaciones de boda alrededor de la mesilla, algo en lo que se suponía que debía ayudarlas.

—¿Has bebido un poco de vino con tu cena? —comentó Gwen.

Bajó la vista a la otrora blusa blanca.

—Sólo un poco —alzó una bolsa con comida para llevar—. He traído la cena. Lamento haber tardado tanto. Esta noche… estaban lentos.

—Está bien —dijo Kate—. ¿Has visto a alguien conocido en el restaurante?

—A algunas personas —reconoció, dejando la bolsa en una mesa de rincón mientras sacaba los contenedores con los diferentes platos.

—¿Sabes?, el otro día oí algo muy raro en el colegio. Decían que Joe iba a llevar esta noche a Winnie Fitzgerald a cenar —dijo Kim, acercándose a recoger su ensalada de pollo.

—¿Winnie Fitzgerald? —repitió Kate.

Kim asintió.

—Estaba en el instituto cuando yo estudiaba. Siempre me asustaba cuando tenía que faltar al colegio.

—A mí también me asusta —dijo Gwen, sacando su ensalada—. Viene a la floristería todo el tiempo. Se comporta como si temiera que fuéramos a estafarla con algún céntimo cuando compra flores. Eso después de quejarse de lo caro que es todo.

—Pobre Joe —comentó Kate—. Alguien debería salvarlo de Winnie.

Kathie miró de un rostro aparentemente inocente a otro.

—Dejad que lo adivine. ¿Hay fotos y las habéis visto?

Las tres estallaron en carcajadas.

—Hemos oído que Winnie le echó una copa de vino a Joe a la cara —expuso Gwen sin dejar de reír—. ¿Te tiró otra a ti?

—No.

—¿Tú misma te derramaste una copa encima? —probó Kim.

—No.

—Entonces, ¿cómo llegó a ti?

—Es de la misma que le tiró Winnie a Joe —admitió Kathie.

—¿De modo que cuando sucedió estabais muy juntos?

—No.

Parecieron desconcertadas un momento, y luego asintieron, comprendiéndolo.

—O sea que el beso tuvo lugar después de que Winnie le tirara el vino.

—No. Quiero decir… sí. Quiero decir… hubo uno antes y uno después. Besos, claro.

Kim movió la cabeza.

—Joe no se escondería en el bar besando a una mujer mientras estaba en una cita con otra.

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—No fue su culpa —dijo Kathie—. Fui yo. Lo agarré y lo besé antes de que pudiera detenerme. Además, está confundido.

—Oh, bien —dijo Kate, y las otras dos la miraron como si estuviera tan loca como Joe en ese momento.

—¿Me enviasteis a comprar la cena allí sabiendo que Joe estaría con Winnie? —preguntó Kathie.

—No —aseveró Kim.

—Puede que tú no —reconoció Gwen—. Pero Kate y yo sí.

—¡Ahhh! —gimió Kathie—. ¡Vosotras dos!

—No vamos a dejar que Winnie Fitzgerald le ponga las manos encima. Joe me cae demasiado bien como para permitir que le suceda algo así —afirmó Kate—. Además, pensé que podría… inspirarte a hacer algo, lo que, evidentemente, hizo. Estuvo bien, ¿verdad? Quiero decir, no te habrías manchado con tanto vino de no ser así.

—Bueno… supongo… —Kathie se ruborizó—. Sí.

Las tres rieron entre dientes.

—Bueno, ¿y ahora qué? Necesitas un plan —indicó Kate.

—No tengo un plan. Sólo tengo… supongo que podrías llamarlo una cita —de hecho, se sentía aterrada. Joe y ella iban a tener una cita de verdad. Entonces se le ocurrió algo—. Tenéis que mantener a Jax lejos de las cascadas mañana al mediodía, por si no es capaz de mantener la tregua. Joe me va a llevar de picnic.

Joe estaba en la cocina, desnudo de cintura para arriba, mojando su camisa en un débil intento de quitarle el vino, cuando sonó el timbre.

Tuvo el terrible temor de que iba a ser su madre. Dejó la camisa en el fregadero y fue a contestar y, tal como había supuesto, ahí estaba su madre.

Abrió mucho los ojos al ver su torso desnudo y luego susurró:

—¿Está esa chica aquí?

—No, madre.

—¡Bien! —respiró hondo—. No puedo creer que me avergonzaras de esta manera. Y con esa joven tan agradable, Winnie.

Joe dio media vuelta y regresó a la cocina, sabiendo que ella lo seguiría.

—Winnie no es una joven agradable. Es una mujer muy infeliz.

—Lo que no es excusa para tu comportamiento —dijo su madre a su espalda—. Esa chica terrible prácticamente te atacó en el restaurante…

—Kathie no me atacó. Me besó. Y yo le devolví el beso. Encantado.

—¿En el mismo restaurante al que llevaste a cenar a la pobre Winnie?

—Sí —recogió la camisa empapada y la estrujó para sacarle el agua—. Es lo que hice. Lo siento. No debería haber dejado que me convencieras de salir con Winnie Fitzgerald…

—Es exactamente la clase de chica a la que deberías ver. Una chica agradable…

—No, madre. Escucha. No voy a repetirlo. Es una mujer desgraciada, infeliz, mezquina y prejuiciosa, y no quiero tener nada que ver con ella.

Su madre se quedó boquiabierta, y luego se mostró consternada, derrotada.

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—¿Qué voy a hacer contigo? Todos estos años, jamás fuiste problemático. El hijo perfecto. El más maravilloso que podría desear cualquier mujer, y ahora… ¡Joe! Sabes cómo fueron las cosas después de que tu padre se marchara con aquella mujer horrible.

—Sí —convino—. Y lo siento. Pero yo no soy mi padre.

—La gente habla de ti y de esa chica horrible igual que hablaban cuando tu padre se fue con aquella mujer.

—Sé que te puede parecer eso, pero no es verdad. Yo no estoy casado. No tengo hijos. Y no me voy con la esposa de nadie. No hay comparación. Y si lo que quieres decir es que he de vivir mi vida siempre consciente de lo que piense la gente de esta ciudad y tratar de obtener su aprobación, hacerte la vida más agradable a ti, pues… lo siento, mamá. Ya no puedo hacer eso. He terminado.

—¿Terminado con qué? ¿Con ser respetable?

—Con ser infeliz. Con ser aburrido. Con estar demasiado preocupado por hacer lo absolutamente correcto todo el tiempo como para permitirme hacer algo por pura diversión.

Su madre pareció horrorizada.

—Esa chica va a ser tu ruina —afirmó.

—¿Eso crees? Yo empiezo a pensar que va a salvarme.

Kathie se sentía casi como una delincuente al entrar a hurtadillas en el parque al día siguiente para reunirse con Joe. Estaba tan nerviosa que temblaba, y sentía que todo el mundo que la veía sabía que debía de estar tramando algo ilícito.

Sólo esperaba que Gwen cumpliera su parte y mantuviera a Jax lejos.

Realmente, era un hermoso día de primavera. Lucía el sol. No se veía ni una nube en el cielo. Las flores estaban en todo su esplendor y la hierba exhibía un verde intenso. Hasta los pájaros cantaban.

Se sentía nerviosa, y lo más cerca que había estado alguna vez de la felicidad. De hecho, se sentía mareada.

Vio a Joe sentado en un banco próximo al río, de cara a las cascadas. Llevaba unos vaqueros y un polo. Era extraño verlo sin su habitual traje y corbata.

Él también la vio, se puso de pie y sonrió, alzando una cesta de picnic.

Las mariposas se rebelaron en el estómago de Kathie.

Sus fantasías sobre un romance entre Joe y ella jamás habían sido tan específicas como para plantear una cita real. Lo que se dirían y cómo actuaría ella. Tuvo que contener el ridículo impulso de dar media vuelta y salir corriendo.

La realidad del punto en el que se hallaban en ese momento… al borde de tener una relación real, casi resultó demasiado.

Tropezó al caminar a su encuentro y Joe se precipitó hacia ella para sostenerla y evitar que cayera. Lo que hizo que terminara más cerca de él desde el principio.

—Hola —susurró ella, incapaz de hacer otra cosa.

—Hola —dijo él, un poco incómodo también.

¿Iban a sentirse aterrados el uno del otro toda la vida?

—Se te ve… diferente —comentó él.

—¿Diferente bien? ¿O diferente mal?

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—Bien. Decididamente bien. Sólo… oh, diablos, no sé —frunció el ceño—. No he tenido una cita desde que salí con tu hermana y con Winnie.

Se mostró tan consternado al decirlo, que Kathie rió, y al rato él la imitó. Las cosas serían incómodas, pero podrían superarlo.

Ella se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla, sonriendo al retirarse y un poco sorprendida por lo directa que había podido ser, sin arrepentirse un ápice.

—Creo que debería advertírtelo… si alguien nos ve y llama a mi madre, y llega a tiempo de armar una escena, ponte detrás de mí y deja que yo me deshaga de ella, ¿de acuerdo? Es mi problema, no el tuyo.

—¿Te preocupa que pueda hacerme daño?

—No, me preocupa lo que podría decir. Si es necesario, la alzaré en vilo y la llevaré a su coche. Como alguna vez llegue a trabajar con tu hermano, estaremos metidos en problemas serios.

Le gustó la idea de que quisiera cuidarla, aunque ello significara ponerse a su madre al hombro y llevársela de allí.

—Supongo que la idea de que tengamos algo parecido a una cita normal es demasiado pedir, al menos en alguna parte de esta ciudad —comentó Kathie.

Eligieron un saliente rocoso de cara a las cascadas para el picnic. Joe extendió la manta que había llevado y se sentaron. Comenzó a abrir la comida y Kathie lo ayudó.

—¿Cómo se siente al hacer novillos en el trabajo?

—Creo que es una vergüenza que esperara treinta y un años para la primera vez —respondió—. Deberías haber oído a Marta cuando dije que no iba por sentirme mal. Quiso llamar una ambulancia para que me llevara al hospital.

Kathie sonrió.

Joe sacó una botella pequeña de vino tinto de la cesta y la depositó en la manta entre los dos.

—¿No me dijiste que no te gusta el vino tinto?

—Cambié de parecer —repuso.

Lo que hizo que ella recordara el beso en el restaurante la noche anterior.

Se preguntó si la besaría también en el parque.

El simple hecho de pensar en ello, le provocó una oleada de calor.

Joe había sido el único hombre al que siempre había deseado y aún le resultaba casi imposible creer que había terminado con Kate, que Kate hubiera terminado con él, y que prácticamente se lo hubiera entregado en bandeja.

Las posibilidades le hacían dar vueltas la cabeza.

Joe abrió el vino, sirvió una copa para cada uno, luego bebió un sorbo y frunció el ceño.

—¿Qué sucede?

—No es tal como lo recuerdo —comentó con una sonrisa leve y ojos intensos.

Coqueteaba con ella.

Lo miró boquiabierta.

¡Nunca había coqueteado con ella! Nunca, nunca, nunca.

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Ni siquiera creía haberlo visto coquetear con Kate. No era algo que Joe Reed hiciera.

Al seguir mirándolo, él comenzó a mostrarse inseguro y preocupado, luego…

—No. Aguarda —dijo.

Quería que coqueteara con ella, aunque la hubiera desconcertado durante un momento. Lo quería contento y con vino en los labios y con la boca pegada a la suya. Quería todas esas cosas y no iba a perder ni un momento de esa maravillosa oportunidad que se les había concedido.

Bebió un trago de vino, dejó su copa y prácticamente se lanzó a sus brazos.

Él sonrió y la acercó.

—No tengo ni idea de lo que hago aquí —confesó.

—Yo tampoco —convino Kathie—. Pero podrías besarme y podríamos ver qué funciona para nosotros. Quiero decir… ya ha funcionado antes. Creo que lo hará otra vez y estará bien.

—Busquemos algo mejor que bien —se reclinó en la manta y la arrastró consigo, hasta que quedaron tumbados lado a lado.

Finalmente, posó los labios en los de Kathie y ella pudo probar el vino entre ambos. Jamás bebería una gota de vino sin pensar en ese día con Joe. Cuando empezó a besarla fue como si todo su cuerpo vibrara. Se sintió burbujeante, hambrienta y como si flotara… todo al mismo tiempo.

Pensó que en alguna parte podía oír cantar a los pájaros y el sonido del agua de las cascadas, y a lo lejos, las risas de otras personas en el parque.

Sin duda, estaban ofreciendo un espectáculo, pero no le importó.

No había nada que ya pudiera interponerse en su camino. Había escondido y negado sus sentimientos durante mucho tiempo en lo que a Joe se refería.

Sólo ámame un poco, pensó. Sólo un poco. Eso bastará. Lo que ella sentía equilibraría las cosas.

—Me temo que hemos derramado el vino —sonrió él.

Kathie miró el hombro derecho de Joe y rió. Estaba manchado de un rosa rojizo, igual que la camisa y su blusa la noche anterior.

—Veo que ésta va a ser una de esas relaciones desaliñadas —dijo ella.

Sintiéndose especialmente atrevida, alargó la mano hacia el recipiente con el postre, lo abrió y encontró una especie de pastel con nata batida encima.

Joe estaba tendido boca arriba, esperando y mirando qué iba a hacer.

—¿Te gusta la nata? —preguntó Kathie.

—Me gusta. ¿Y a ti?

Ella asintió, metió el dedo índice en la nata, lo llevó a los labios de él y se los manchó, pensando en limpiarle con un beso. Pero la sorprendió cuando le rozó el dedo con la lengua, gentil como un susurro, y le lamió la nata que había allí.

Ella no pudo moverse. El suyo era el cuerpo de una mujer que no había hecho otra cosa que fantasear con él durante años, y nada en su imaginación se había aproximado a la realidad de ese día con Joe. Con emociones desbocadas, comenzó a temblar.

Él le bajó la cara y se puso a besarla otra vez.

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Kathie empezó a sentirse asustada.

A pesar de lo mucho que lo deseaba, sabía que si él quisiera desnudarla y poseerla allí mismo junto al río, no se creía capaz de llegar a impedírselo.

Aunque Joe Reed jamás haría algo así.

No obstante… carecía de defensas.

De modo que experimentó júbilo y añoranza y un temor nuevo y terrible.

Todo el mundo vivía momentos que les cambiaban la vida, y daba la impresión de que ella estaba viviendo uno con Joe.

Funcionaría o no.

En las siguientes semanas, en los siguientes meses, lo sabría.

Tendría todo lo que siempre había querido, o no lo tendría.

Casi era insoportable.

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Capítulo 11

Se besaron hasta asustarse mutuamente… de lo bien que se sentían. Comieron, luego volvieron a besarse.

Al terminar, la blusa antes blanca tenía manchas de hierba en la espalda y de vino en la parte frontal.

Lucía el cabello revuelto. No le quedaba brillo de labios y sólo esperaba poder llegar a casa y cambiarse antes de que alguien que la conociera la viera en ese estado.

Al llegar, la casera, que tenía unos ochenta años, estaba regando las plantas.

—Hola, señora O'Connor —saludó al pasar, obligándose a sonreír.

—Oh, querida. ¿Has estado en un accidente de algún tipo?

—No —agitada, no se le ocurrió otra cosa que decir, de modo que mantuvo la sonrisa y trató de restarle importancia—. Sólo una cita para almorzar. Hasta luego.

Llegó a su puerta, fue a introducir la llave pero descubrió que no era necesario. El pomo giró por cuenta propia y se encontró en el interior del apartamento, lleno con toda su familia.

Sus dos hermanas, Ben, Jax y Gwen, todos reunidos en el salón. Gwen en el sillón, con Jax al lado. Kate y Ben en el sofá, junto con Kim.

Tuvo ganas de salir corriendo en la dirección opuesta, pero no serviría para nada. Ya la habían visto.

Se preguntó si habrían visto alguna fotografía.

—Hola —dijo, entrando despacio en el salón.

Al principio, todos la miraron.

Luchó y perdió contra el deseo de alisarse el pelo, que de pronto sentía como si fuera en todas direcciones, y cuando lo hizo, su mano encontró algo. Tiró de ello.

Una ramita o algo parecido.

Frunció el ceño, y luego la dejó en la mesa del vestíbulo, a su lado.

Kate alargó la mano y quitó otra.

Kathie la aceptó y también la dejó a un lado; le ardían las mejillas.

Jax, a su izquierda, sentado en el reposabrazos del sillón de Gwen, olisqueó y preguntó:

—¿Vino otra vez? —Kathie asintió—. ¿Joe en otra cita con Winnie?

—No. Conmigo —mantuvo la cabeza erguida—, Y prometiste no decir nada, ¿lo recuerdas?

—Sólo intentaba asegurarme de que se trataba de una cita y no de una agresión, porque si fuera una agresión me competería.

—No me han agredido —aclaró Kathie.

—Muuuuuy biiien —aceptó, alargando las palabras.

—¡Jax! —exclamaron Kate y Gwen al mismo tiempo.

—De acuerdo. Ya está. No saldrá nada más de mí. Por supuesto, si alguno de vosotros quiere decir algo más…

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—Nunca he conocido un caso en que Joe fuera torpe o descuidado —dijo Kate, sonriendo—. Pero Kathie no tiene que contarnos nada que ella no quiera.

—Gracias. No tengo nada que decir —afirmó, luego, mirando alrededor de la sala, cambió de parecer—. Bueno, de hecho… por favor, decidme que esta reunión familiar no tiene nada que ver con Joe y conmigo.

—¿Podríamos hacer eso? —preguntó Jax—. ¿Tener una reunión familiar por ellos? Estaré callado. Los demás podéis hablar.

—No —repusieron Kate y Gwen al mismo tiempo.

—¿Tú no tienes nada que decir, Ben? —intentó Jax—. No puedes querer tener cerca a ese sujeto después de lo que le hizo a Kate el año pasado…

—No me hizo nada —insistió Kate—. Fui yo quien rompió con él.

—Me miró, y eso fue todo —aseveró Ben, sonriendo al situarse detrás de ella, rodeándola con el brazo.

Kate puso los ojos en blanco, pero luego estropeó todo el efecto al darle un beso y devolverle la sonrisa.

—De acuerdo, fue así como sucedió —admitió Kate, luego se volvió hacia su hermano—. ¿Y tú? Ni siquiera te sorprendiste cuando te comenté que Joe y yo habíamos roto. Te comportaste como si en todo momento hubieras sabido que sucedería, así que el que te muestres indignado ahora…

—Aguarda —Kathie miró a su hermano—. ¿Qué quiere decir con que tú lo sabías?

—Lo sospechaba —reconoció Jax.

—¿Sí? —Kim estaba desconcertada.

—Sí. ¿Y qué?

—¿Por qué lo sabías? —Kathie apenas podía articular las palabras—. ¿Ya sabías lo que había sucedido entre Joe y yo?

—No —aseveró su hermano—. De haberlo sabido, le habría dado una paliza.

—Prometiste que dejarías en paz a Joe —dijo Kathie.

—Lo hará. Y para demostrar que no hay rencores, y que todos podemos llevarnos bien, lo he invitado a la boda —dijo Gwen.

Jax giró la cabeza con celeridad.

—¿Has hecho qué?

—Lo invité a mi boda —repitió—. Si quieres estar allí y casarte conmigo, también puedes venir. Si no…

—¿A nuestra boda? —se quejó Jax.

—No te preocupes —dijo Ben—. Estarás demasiado nervioso para notar su presencia.

—No estoy nervioso.

—Lo estarás —afirmó Ben—. Pero lo superarás. Hablando de lo cual, ya han pasado seis meses desde que nos casamos.

—Y la gente decía que no iba a durar —Kate rió—. Al fin hemos conseguido una fecha en el tribunal para finalizar la adopción de Shannon. La semana que viene. El viernes por la tarde en la sala del juez Wilson.

—¿El viernes que viene? —repitió Jax.

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Ben asintió.

—Hemos estado esperando meses. Es la primera fecha de la que disponían, y no sabemos lo que tendríamos que esperar si no la aceptamos, pero…

—El ensayo de la boda y de la recepción —dijo Gwen.

Kate asintió.

—Lo siento. Es vuestro día, y los dos habéis esperado mucho…

—Y no vamos a esperar más —anunció Jax.

—En realidad, no hay problema, ¿no? —dijo Gwen—. En el ensayo de la cena sólo iba a haber familia, y, de todos modos, ya tenemos planeada una fiesta. El ensayo en sí mismo no es gran cosa, ¿verdad, Ben? Podríamos llevarlo a cabo el jueves o incluso el viernes al mediodía. Esa tarde vamos a la adopción de Shannon y luego tenemos la fiesta. Simplemente, celebraremos ambas cosas al mismo tiempo.

—¿No os importaría? —preguntó Kate.

—No. En absoluto. Todos vamos a ser familia. Con los años celebraremos un montón de cosas juntos, y empezaremos ahora.

—Sí —corroboró Jax, besándola.

—Será una sorpresa para Shannon. Se lo diremos esa misma tarde —indicó Kate.

—Buen plan —acordó Ben.

—Gran plan —afirmó Jax.

—De acuerdo —concluyó Kate—. Todo arreglado.

De vez en cuando, un hombre tenía que hacer determinadas cosas que no le gustaba hacer, sólo para mantener la paz. Para Joe, eso significó aceptar ver a su madre. La llevó a comer dos días después del incidente de la camisa empapada, tal como había llegado a catalogarlo para sus adentros.

Rememorando esos momentos, sonreía al entrar aquel día en el Corner Diner. Aún giraban algunas cabezas cada vez que él aparecía, pero ya dominaba bastante bien obviar las miradas raras que recibía.

Vio a su madre sentada a una mesa en el rincón con… ¿Quién era esa mujer?

Desde atrás, no podía estar seguro.

Los murmullos se incrementaron a su alrededor y tuvo una sensación desagradable. Muy desagradable.

—Joe, has llegado —dijo su madre—. Justo a tiempo.

Eso le aclaró todo.

Tiempo.

Puntualidad.

¡Winnie! Su madre compartía una mesa con Winnie Fitzgerald, una Winnie que exhibía una expresión de absoluta desaprobación.

—Joe —dijo en forma de saludo y con reprobación.

—Sé que habéis entrado con mal pie, pero no puedo dejar que las cosas acaben de esa manera para vosotros dos —expuso su madre—. Joe, siéntate, y hablemos del asunto.

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Echando chispas, Joe se sentó, sólo porque consideró que atraería aún más atención si permanecía de pie. Pero no iba a quedarse.

—Quiero que sepas que yo no le hablé a tu madre de esto —aseveró Winnie—. Lo sugirió por su propia cuenta.

Su madre pareció un poco aturdida al oír esas palabras. Joe tuvo la impresión de que Winnie mentía de forma descarada. Pero tenía otros problemas de los que ocuparse.

—Y ni siquiera estoy segura de que pueda aceptar volver a salir contigo —continuó Winnie—. Sin importar lo que puedas querer decirme hoy.

Joe agradeció que el tema surgiera con tanta rapidez. Podría decir lo que necesitaba soltar y largarse de allí a toda velocidad.

—Winnie, debería haberte contado, antes de que llegáramos a salir, que estaba viendo a alguien…

—No es así —interrumpió su madre.

Joe respiró hondo.

—De acuerdo, quizá no en ese momento. Pero, decididamente, sí la veo ahora…

—¡No es así! —exclamó su madre.

—Sí lo es —insistió él. Pensaba verla todo lo que pudiera y al cuerno si era algo inteligente o no.

—¡Vaya! —exclamó Winnie con expresión dolida.

—¡Vaya! —repitió su madre.

—Ninguna de las dos debería estar sorprendida —indicó Joe—. Estoy seguro de que hay fotos de nuestro picnic y de que ambas las habéis visto.

Winnie bufó y miró a su madre, como diciéndole: ¿Qué va a hacer con esto?.

—De acuerdo, ya he terminado aquí —dijo Joe, poniéndose de pie.

—No te atrevas a marcharte —soltó su madre—. Sinceramente, no sé de dónde sale esta increíble falta de modales por tu parte. Siempre ha sido un chico agradable —le reveló a Winnie.

—Y tú siempre has sido una madre maravillosa, pero he de decir que nunca habías interferido tanto en mi vida —se inclinó para susurrarle—. Es hora de que pares. Ya mismo.

Winnie debió de oírlo, porque soltó otro bufido.

—¿Estás seguro de que quieres tratarme de esta manera? ¿Tan mal? Quiero decir… aún hay personas a las que les importan los buenos modales y la conducta apropiada. La honestidad en general.

Joe la miró ceñudo.

—Soy completamente honesto contigo. Veo a otra persona, y tengo la intención de salir con una sola mujer por vez…

—Y si hubieras hecho eso el año pasado, piensa cómo sería tu vida ahora —dijo su madre, añadiendo un suspiro de sufrimiento.

Joe la miró furioso.

—De acuerdo. Soy basura. Ninguna de las dos debería querer tener algo que ver conmigo. Creo que me marcharé.

Se dio la vuelta.

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—Ooooh —musitó Winnie, y luego le dijo—: Lo lamentarás.

Joe siguió andando.

Todo el mundo lo miró.

Salió del restaurante, caminó hasta el banco y entró. Allí lo siguieron incluso más miradas hasta que llegó al escritorio de Marta, donde se detuvo al darse cuenta de que había alguien en su despacho.

Un hombre, de espaldas a él.

Marta, agitada, fue a su encuentro.

—Por favor, dígame que no es Jax —le susurró Joe.

—No —Marta parecía aterrada—. Me temo que es el marido de Kate. Y acabamos de instalar unos cristales nuevos.

Joe la miró.

—El marido de Kate no me va a lanzar a través de una pared.

Al menos era lo que creía.

Aunque no imaginaba qué podía estar haciendo Ben en el banco.

—Intenté deshacerme de él —explicó Marta—. Pero lleva el alzacuellos y no me pareció correcto echar a un hombre religioso del banco.

—Por última vez, no quiero que eche a nadie del banco.

—De acuerdo —asintió, y luego alzó una mano en la que sostenía el teléfono inalámbrico—. Pero estoy preparada. Después de la última vez, he introducido el número de Emergencias en la memoria.

—Estupendo.

Entró en el despacho. Ben Taylor se puso de pie y extendió la mano.

—Joe, ¿cómo estás? Lamento haber pasado sin cita previa. ¿Dispones de un minuto?

—Claro —le estrechó la mano y le indicó que volviera a sentarse—. ¿Qué puedo hacer por ti?

—Kate y yo necesitamos un favor —dijo.

En apariencia, parecía absolutamente relajado solicitando la ayuda del ex novio de su mujer.

Muy bien.

Joe también podía jugar ese juego.

—Claro —concedió—. ¿Qué necesitáis?

—¿Piensas asistir a la boda este fin de semana?

Luchó contra el impulso de hacer una mueca. La última boda a la que había asistido había sido a la de Ben con Kate. Ésta le había pedido personalmente que fuera. Había sido justo después de que Kate y toda su familia, casi todo el pueblo, se enteraran de que se había visto a escondidas con Kathie mientras estaba prometido a Kate. En un esfuerzo por demostrar que no había rencores entre ninguno de ellos, Kate había querido que tanto su hermana como Joe se hallaran presentes.

De modo que no le hacía muy feliz la idea de ir a otra boda.

En particular a una en la que el novio lo odiaba.

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—Kathie quiere que vaya con ella —comenzó con cautela—. Y al parecer Gwen también quiere que esté presente. Llamó para cerciorarse de que hubiera recibido la invitación. Jax, por otro lado…

—Voto de silencio —indicó Ben—. Ha estado funcionando, ¿no?

—Hasta ahora —admitió Joe—. Pero se trata de su día. Suyo y de Gwen…

—Fue idea de Gwen invitarte. Es una celebración familiar. Todos los Cassidy son profundamente familiares. Tú ya lo sabes, y tratamos de suavizar las cosas.

Joe asintió.

—Kate quiere que su familia esté al completo y feliz, y yo quiero eso para ella. Nos gustaría que te unieras a nosotros el viernes y el sábado. El viernes a las tres de la tarde vamos a concluir el proceso de adopción de Shannon. Luego iremos a la iglesia para un ensayo de la boda y el bautismo de Shannon.

—Oh. Bueno… felicidades.

—Gracias. ¿Vendrás?

—Bueno… a ti te parece bien, ¿verdad?

Ben asintió.

—Soy un hombre feliz. Quiero que todos los que me rodean sean felices. En particular mi mujer. Dejemos todo esto atrás, de una vez por todas.

—Bueno… de acuerdo —aceptó, sintiéndose atrapado y temiéndolo—. Allí estaré.

—Estupendo —Ben se puso de pie y volvió a estrechar la mano de Joe. Luego susurró—: ¿Tu secretaria? No era mi intención inmiscuirme, pero si necesita alguna clase de ayuda, parte de mi trabajo consiste en aconsejar a las personas. Si hay algo que pueda hacer…

—Su intención es buena, pero es… diferente. No es por ti. En realidad, no.

—Bien —convino Ben—. Nos veremos en el juzgado a las tres.

Se marchó y Marta entró a toda velocidad, jadeante y casi gritando.

—¿Juzgado? ¿Tiene que ir al juzgado? ¿Lo van a demandar?

—No, no me van a demandar.

—Porque yo podría ser testigo suyo. Sería muy buena. Lo recuerdo todo y a menudo tomo notas —Marta frunció el ceño—. ¿Por qué enviarían a un reverendo para decirle que lo van a demandar?

—No me van a demandar —gritó.

A través de las paredes nuevas de cristal, vio que más cabezas se volvían.

Al anochecer, toda la ciudad pensaría que el clan Cassidy lo iba a demandar.

Perfecto.

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Capítulo 12

El viernes por la tarde fue caótico. Los vestidos de damas de honor de Kathie y Kate, de algún modo, se habían cambiado en la tienda. Kathie había ido a casa con el vestido de su hermana y ésta con el de Kathie. Además, todos trataban de que el último paso de la adopción fuera una sorpresa para Shannon, algo difícil con toda la planificación de lo que la joven sólo creía que era el ensayo de la cena.

Kathie recogió todo lo que necesitaba para estar lista y fue a la casa de Kate para cambiar los vestidos, con el fin de que no tuvieran que preocuparse por ellos al día siguiente. De camino, llamó a Joe para decirle que la recogiera en casa de su hermana. Como se trataba de una cita oficial, quería entrar en la reunión familiar con él. Además, no deseaba que él entrara solo.

—¿Seguro que estás bien con toda esta situación? —le preguntó por el teléfono móvil mientras entraba en la casa de Kate.

—Puedo hacerlo —afirmó con sombría determinación.

—Lo siento. Sé que son unos pesados a veces, pero casi siempre son encantadores.

—Lo sé —convino Joe.

Claro que lo sabía. Durante cinco años él había sido parte de la familia.

Pero ese día no iba a pensar en eso. Iba a ser feliz. Salía con Joe Reed con el pleno consentimiento, incluso la bendición, de su hermana, y la cooperación prometida de toda su familia. Algo que había creído que jamás sucedería.

—Soy tan feliz… —dijo, entrando con el coche hasta el garaje de Kate—. Nos lo vamos a pasar muy bien. Dime que te lo vas a pasar muy bien, Joe.

—Bueno, sé que el objetivo es pasárselo bien…

—Nos lo vamos a pasar bien. Y ahora he de irme, porque ya he llegado a la casa de Kate. Te veré en una hora. Intenta no preocuparte —cortó, guardó el teléfono en el bolso con el maquillaje y los zapatos y bajó.

En la casa de Kate no reinaba la tranquilidad. Ben estaba listo y estaba sereno, confirmando los detalles de último minuto con el restaurante, mientras Shannon y Kate iban de un lado a otro, prestándose pendientes y buscando los zapatos adecuados.

—Eh, estoy aquí —anunció Kathie, alzando el vestido de Kate.

—Gracias al cielo —se lo arrebató—. El tuyo está en mi dormitorio.

Las tres se reunieron en el dormitorio de Kate y Ben. Shannon buscando pendientes, Kate centrándose en su pelo y Kathie metiéndose en el cuarto de baño para enfundarse el vestido para esa noche. Se arrugaba con facilidad y no había querido ponérselo hasta que fuera necesario, por eso lo había llevado a la casa de Kate.

Era un vestido ceñido de un azul intenso con un patrón floral. Kate le subió la cremallera del vestido y se alisó el cabello una última vez antes de apartarse del espejo.

—¿Cómo estás? —le preguntó a su hermana.

—Nerviosa —reconoció—. ¿Estamos seguras de que es una buena idea?

Kate se encogió de hombros.

—Nos hallaremos en la iglesia. Seguro que sabremos comportarnos en una iglesia, y la protección añadida que eso ofrece me pareció un entorno propicio para nuestra primera reunión familiar oficial que os incluyera a Joe y a ti. Sí, creo que todo irá bien.

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—¿No estás nerviosa? —inquirió Kathie.

—Un poco, pero también entusiasmada y feliz.

—Yo también —sonrió. Se sentía tan feliz, que apenas lograba contenerse de ponerse a bailar en la habitación—. No puedo creer que esté sucediendo. Tengo una cita con Joe. Salgo con Joe Reed y a ti te parece bien. A Kim le parece bien. A Gwen le parece bien ¡y Jax no puede decir nada! ¡Jamás pensé que esto pasaría! No pensé que tuviéramos una posibilidad en un millón de que pasara.

—Bueno, pues está pasando —le arregló el pelo y le alisó el vestido—. Y estás fantástica. Simplemente, fantástica.

—Va a pasar, ¿verdad? Quiero decir, Joe y yo. Todo se va a tranquilizar. Con el tiempo, la gente dejará de mirarnos y de cotillear. Se acostumbrará a vernos juntos. Es una verdadera oportunidad para nosotros. Para tener una relación serena, normal, perfectamente corriente. ¡Para nosotros!

—Sí —corroboró Kate, abrazándola—. Y soy muy feliz por los dos.

Todo fue perfecto en el juzgado. Entraron juntos en la sala y sólo estuvo la familia. Joe y Jax se retiraron a rincones neutrales, sin hacer otra cosa que reconocerse con un gesto de asentimiento.

Shannon se sintió aturdida, próxima a las lágrimas, cuando primero Ben, y luego Kate, se sentaron en el banco de los testigos y hablaron de su compromiso mutuo y con Shannon y de lo que los había llevado a querer que ella formara parte de sus vidas para siempre. Kate lloró. Shannon lloró. Incluso Kathie lloró, próxima a Joe, secándose las lágrimas con el pañuelo que él le dejó.

La rodeó con un brazo y la consoló, y ella se apoyó en él mientras escuchaban a Kate y a Ben jurar la fuerza de su amor y realizar promesas del amor y el cuidado que pretendían darle a Shannon.

Al final, el juez proclamó que a partir de ese momento, Shannon sería conocida legalmente como Shannon Cassidy Taylor y luego cerró la sesión. Aplaudieron. Se abrazaron. Hubo más risas y lágrimas.

La escena en la iglesia de Ben fue igual de jubilosa y emotiva. Realizaron el ensayo de la ceremonia con rapidez, pasaron al bautismo, llevado a cabo por el mismo ministro que había casado a Kate y a Ben, con Jax y Kathie haciendo de padrinos. Luego sólo quedó el ensayo de la cena de recepción. Sólo para la familia, con la madre de Gwen ayudada por muletas, sin expresión feliz, aunque sin decir gran cosa que apagara la felicidad de nadie, más algunos compañeros de Jax del cuerpo.

Kathie no era una bebedora, pero comenzaron los brindis oficiales, y tuvieron mucho por lo que brindar… una boda, una adopción, la familia junta, el comienzo de nuevas vidas juntos.

Antes de darse cuenta, se encontró algo achispada.

Había estado demasiado distraída y nerviosa para comer mucho. Y cuando comenzó el baile y se puso de pie para bailar con Joe, pensó que podría tener algún problema. Él rió.

—De acuerdo, agárrate a mí.

Y entonces estuvo en sus brazos, al son de una música lenta y de ensueño, las luces sobre la pequeña pista del restaurante atenuadas.

Ése era otro momento con el que había soñado toda la vida.

Era un bailarín maravilloso, sólido y de movimientos seguros. Comenzaron con un abrazo perfectamente respetable. Kathie cerró los ojos y dejó que la guiara por la pista. Pero

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la música era lenta, sexy, pensada para atmósferas brumosas y acogedoras… y era como si el cuerpo de él no parara de llamarla.

Más cerca.

Más cerca.

Todavía más cerca.

Se acercó cada vez más. Fue como aquellos primeros besos al regresar a la ciudad, los del callejón, cuando el tiempo pareció detenerse. Cuando no había tenido otra opción que besarla. De vez en cuando los muslos de ella le rozaban los suyos. Kathie frotó la nariz contra su cuello y su mandíbula.

El aliento de Joe le produjo calor en la oreja cuando le susurró:

—Creo que te has pasado con el champán.

—Creo que no he tenido suficiente… ni de champán ni de ti.

Más cerca aún.

Ella quiso encender un fuego entre ambos.

Él gimió y la pegó con fuerza a su cuerpo. En la oscuridad, en un rincón de la pista, le tomó la boca, que ella le entregó gustosa, hambrienta, hasta que la cabeza le dio vueltas de la mejor manera posible.

Llegó a la conclusión de que era la mejor noche de su vida.

Estaba en el cielo. No había otra palabra. Cielo.

Joe no estaba muy seguro de lo que había pasado después de que empezaran a besarse en la pista de baile. Sabía que la fiesta empezaba a disolverse.

Al salir del restaurante, uno de los amigos de Jax les abrió la puerta de un taxi.

—Creo que esta noche es una buena idea —dijo.

Tuvo que darle la razón, ya que también él había bebido de más.

Además, el taxi era perfecto. Los dos podrían sentarse en el habitáculo a oscuras y ninguno debería prestar atención a conducir. Lo que significaba que podría tenerla otra vez en brazos, igual que en la pista de baile.

Recordó al taxista pidiéndole la dirección y dársela automáticamente, sin pensar en nada más que no fuera en besar a Kathie. Se había quedado un poco desconcertado cuando llegaron a su casa y no al apartamento de ella, pero no lo había lamentado.

Tampoco ella.

Apenas lograron entrar antes de volver a besarse.

Lo único que había deseado era besarla sin ningún testigo. Quizá besarla tumbada en el sofá, recorriéndola con las manos, donde nadie pudiera verlos. Donde nadie estuviera armado con un teléfono móvil con cámara.

Esa noche a Kathie se la había visto tan bonita y feliz…

Hermosa, incluso.

No recordaba haberla visto jamás tan feliz, tan sonriente y libre. La Kathie que él conocía era callada y un poco reservada. Tímida y dulce, y así como esas cosas seguían vigentes, irradiaba una sensualidad que lo estaba matando, El pequeño vestido azul que llevaba puesto era decididamente corto, resaltando sus piernas a la perfección, junto con la

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curva de sus caderas y pechos. La tela era tan brillante y sedosa, que hizo que anhelara recorrer cada curva de ese cuerpo, lo que llevó a cabo en cuanto se quedaron solos.

La pegó contra la puerta cerrada, atrapándola e inmovilizándola con el cuerpo, al tiempo que le subía el vestido hasta encontrar la piel desnuda de los muslos, metía las manos en el interior de las braguitas de encaje, le aferraba las caderas y la acercaba a él.

Esto está mal. Muy mal.

Ella alzó una pierna y la enganchó en su cintura, desterrando todos los pensamientos de su cabeza.

La levantó en brazos y la depositó en el sofá, quitándose la chaqueta y la corbata. Ella se ocupó de los botones de su camisa y se subió el vestido por encima de la cintura, dándole una vista de unas piernas realmente magníficas y de unas braguitas escuetas de color celeste que eran casi todas de encaje.

No es justo. No es justo en absoluto.

La cabeza le daba vueltas, pero le habían enseñado que había ciertas formas en que un hombre debía de tratar a una dama, y devorarla en el sofá mientras los dos se hallaban medio borrachos, no era una de ellas.

Y menos a alguien como ella.

Una buena chica.

Kathie se sentó, mirándolo con expresión curiosa, como si viera tres Joe o algo parecido, o tratara de descifrar qué iba mal.

Él se puso de rodillas delante de ella, lo que lo acercó demasiado a esos bonitos muslos desnudos.

Ella le sonrió.

—Kathie, cariño, tenemos que reflexionar.

—He reflexionado demasiado tiempo —repuso ella—. Durante años he estado pensando en esto. Razón por la que debía mostrarse cauteloso.

Sus manos cayeron sobre esos muslos, en realidad, de forma accidental, y luego los recorrieron desde las rodillas hasta las caderas.

Lo miró como una sirena y le tomó la boca con sus labios.

Besarla era como una droga que nunca había probado de verdad, altamente poderosa y decididamente ilegal.

—No puedo pensar con claridad cuando haces eso —le dijo.

—¿Por qué piensas en un momento como éste, Joe?

Sí, ¿por qué lo hago?.

Porque era así, el tipo de hombre que intentaría repeler la sensación de una piel cálida y suave bajo las manos, de unos muslos bonitos abiertos a sus lados, los brazos rodeándolo, acercándolo.

Es Kathie, se dijo.

Es Kathie Cassidy, y debería ser tratada como cristal tallado.

Le palpitaba todo el cuerpo. Enterró la boca en un lado de su cuello delicioso, evidentemente muy sensible, por el modo en que comenzó a retorcerse debajo de él, tratando de alejarse y de acercarse al mismo tiempo. Le coronó los pechos a través del vestido y luego con la boca dejó círculos mojados sobre la tela al tratar de llegar hasta ellos

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a través del vestido. Debería habérselo quitado, pero era más fácil y rápido subírselo, con sujetador y todo.

Con los senos desnudos en las manos y la boca encima de ellos, Kathie continuó retorciéndose.

El tiempo, finalmente, aminoró el frenesí.

Ella emitió unos sonidos deliciosos mientras él le acariciaba esas bonitas curvas.

—Perfecta —le dijo—. Eres perfecta.

Con la boca le recorrió la caja torácica por un lado y le hizo cosquillas. Ella se apartó con celeridad y Joe terminó con la boca sobre su cadera derecha, lo que le dio todo tipo de ideas.

Como el hecho de que esas braguitas celestes tenían que desaparecer.

Deslizó las manos por debajo de ellas y tiró. Descendieron por esos muslos perfectos y él volvió a abrirse paso a besos por esas piernas maravillosas. Ella se quedó quieta largo rato, sin hacer nada, y luego se puso a temblar. Lo que potenció aún más el deseo de Joe.

—Déjame —movió la boca hacia la parte baja de su vientre.

—Joe…

—Confía en mí.

Y entonces ella no hizo otra cosa que gemir.

El volvió a tomarle las caderas, la acercó al borde del cojín y enterró la cabeza en su cintura, devorándola de una forma completamente nueva.

Literalmente, tardó segundos en tener el orgasmo, y él no paró, queriendo más, hasta que Kathie le suplicó que se detuviera porque se hallaba exhausta y no podía aguantar más.

A partir de ahí, las cosas avanzaron de forma vertiginosa. Joe se arrancó la ropa y se quitó los zapatos. Se sentó en el sofá junto a ella, tomó el cuerpo laxo en brazos y la sentó en su regazo, de cara a él, el vestido arrugado en torno al cuello, los brazos alrededor de su cuello, la cara pegada a su hombros, los muslos bonitos a cada lado de los suyos.

Un momento para adaptar sus posiciones, y luego sus fuegos se juntaron. Sostuvo cada cadera de ella en cada una de las manos y la bajó con suma lentitud sobre él.

—Así —le murmuró, besándola en la mejilla—. Simplemente, así.

Los muslos, las caderas, se tensaron contra él. La guió con gentileza, mostrándole el camino, susurrándole, sin anhelar otra cosa que estar enterrado en ella.

—No sé si esto va a funcionar —dijo ella.

—Está funcionando —le indicó Joe—. Y muy bien, en este mismo instante.

Lo bastante lento como para volverlo loco, pero funcionaba. Apoyó las manos en sus caderas, moviéndola en sentido oscilante, y contuvo el impulso de embestirla y estar donde tenía que estar.

Ella gimió, todo el cuerpo pegado al de Joe, aferrándose con tanta fuerza como si pudiera fragmentarse.

—Kathie, me estás matando. Déjame entrar.

Entonces, el cuerpo de ella cedió y con un movimiento fluido, Joe estuvo en lo más hondo, rodeado por Kathie.

Sí, eso era lo que quería. Lo que ansiaba.

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A ella.

Kathie volvió a quedarse laxa, entregándose por completo a sus brazos.

Gimió y tembló contra él.

Joe se movió despacio, pensando que así podría hacer que durara. Continuó y continuó de esa manera, hasta que ella le clavó los dientes en el hombro para evitar gritar.

Jamás entendería cómo sobrevivió a eso, pero lo hizo, lo logró, y luego sintió el placer exquisito de tumbarla en el sofá.

Aún no había terminado con ella.

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Capítulo 13

Kate se preparaba para la boda a la mañana siguiente cuando sonó el timbre. Era Kim, que buscaba a Kathie.

—No está aquí —repuso.

—¿Qué quieres decir? Su coche está aquí.

—Porque ayer vino con mi vestido de madrina y decidió vestirse en casa para el ensayo de la cena, ya que andábamos mal de tiempo. Desde aquí la recogió Joe.

—Oh —Kim parecía preocupada.

—¿No fue a casa anoche?

—No lo creo. Quiero decir, no estoy segura. No ha estado allí esta mañana, al menos no desde que me levanté. Y no es típico de ella desaparecer sin decirme nada.

—¿No estaba en casa cuando te fuiste a acostar? —probó Kate.

—No, pero no me preocupé. Se marchó con Joe. ¿Qué va a pasarle con Joe? Quiero decir… —guardó silencio—. ¿No creerás…? Quiero decir, aunque fueran… ya sabes… no pasaría la noche en casa de él, ¿verdad? Fingirían que no es así. Kathie no querría que le sacaran fotos abandonando su casa, llevando el vestido de anoche.

No, no lo querría.

Ben entró en el salón y de inmediato dijo:

—¿Qué sucede?

—Kathie no fue a casa anoche.

—Oh.

—Uno de nosotros debe encontrarla —dijo Kim.

—¿Sí? —preguntó Ben, con la esperanza de que la respuesta fuera una negativa.

—¿Has probado con su móvil? —quiso saber Kate.

—Por supuesto. No contestaba.

—Deja que pruebe —Kate alzó el teléfono, marcó, y le pareció oír un leve sonido telefónico en la casa que no pertenecía a nadie de la familia—. ¿Oís eso?

—Sí. Creo que es el dormitorio de atrás —Ben fue por el pasillo hasta el tercer dormitorio, regresando con un teléfono que sonaba—. Kathie no está, pero ayer se dejó un montón de cosas, cuando se vistió aquí. El teléfono es una de ellas.

—De acuerdo —gimió Kate—, No lleva el teléfono encima. ¿Alguien los vio marcharse?

—Yo los vi ir juntos hacia la puerta —indicó Ben—. Kate, anoche bebimos mucho champán. No crees que les ha podido pasar algo, ¿verdad?

—Joe es el hombre más responsable del mundo. No conduciría si hubiera bebido demasiado.

—Desde luego, los dos bebieron mucho, pero no condujeron —anunció Shannon, que caminaba en pijama en dirección a la cocina al tiempo que controlaba un bostezo.

—¿Lo sabes con seguridad? —preguntó Ben. Abrió la nevera y metió la cabeza dentro.

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—Sí. Los vi subir juntos a un taxi a la salida del restaurante. ¿Por qué? ¿Se han perdido?

—Algo así —convino Kate.

Shannon rió y sacó la cabeza de la nevera.

—¿Quieres decir que alguien no vino anoche?

—Algo así.

—Si tomaron un taxi juntos a alguna parte, estarán bien, ¿no? —comentó Kim.

—Pero la boda es en menos de dos horas. Se supone que debemos estar en la iglesia en cuarenta minutos —dijo Kate—. ¿Has probado a llamar a la casa de Joe?

Kim asintió.

—Da ocupado, una y otra vez.

—Prueba con el móvil de Joe.

—No.

—De acuerdo —aceptó Kate—. Lo haré yo. Puedo hacerlo.

Tomó un teléfono y marcó, sin idea de lo que podría decir si él respondía. Pero no contestó.

—Saltó el buzón de voz. Lo tiene desconectado.

—Anoche, antes de empezar el ensayo, le dije a todo el mundo que en la iglesia desconectaran los teléfonos —explicó Ben—. Siempre hago eso. Apuesto que no volvió a encenderlo.

Kate cerró los ojos y gimió.

—Uno de nosotros debe ir a buscarla.

Todos se miraron.

—Yo no pienso ir —dijo Kim.

—Yo tampoco —coincidió Ben.

—Bueno, yo no quiero ir —indicó Kate—. ¿Y si…? ¡Ya sabéis!

—Estamos en territorio extraño —dijo Shannon—. Yo me voy a meter en la ducha. De todos modos, tampoco puedo ir. No tengo carné de conducir ni coche.

Desapareció por el pasillo.

Kate tuvo ganas de llorar.

—Muy bien, repasemos la situación. Si no la encontramos, y si no aparece en la iglesia a tiempo para la boda, Jax detendrá la ceremonia y él mismo organizará un equipo de rastreo. Creedme, Jax es la última persona que Kathie o nosotros queremos que la encuentre con Joe de esa manera. Si es que están… de esa manera.

—Cierto —corroboró Kim—. Tú eres la hermana mayor. Tienes que ir a buscarla.

—Se sentirá tan abochornada… Me sentiré tan abochornada —se quejó.

—Pero no tirarás a Joe por la ventana —expuso Ben.

—Oh, perfecto.

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—Iré si de verdad quieres que vaya —comentó su marido—. Sólo pienso que si están en… una situación potencialmente… bochornosa, seguro que preferirá que la encuentres tú antes que yo.

—Tienes razón —admitió Kate.

Kathie estaba acurrucada en lo que tenía que ser la manta más cálida de la Tierra, medio dormida y sin querer despertar cuando la manta se movió debajo de ella.

Le pareció raro.

Quiso hundirse más en ella con la esperanza de seguir durmiendo, con una sensación vagamente incómoda que le decía que no quería despertarse, cuando la manta emitió un gemido suave.

Era realmente raro.

Un momento más tarde, habría jurado que la manta sonaba exactamente como Joe y que pronunciaba el nombre de su hermana.

Se irguió, parpadeando confusa, y despertó por completo en el salón de Joe, con éste en el sofá, desnudo y echado a su lado.

—¡Ahhh! —se levantó de un salto y se llevó la manta consigo.

—¡Ahhh! —repitió él, mirándola, al parecer igual de confuso.

Estaba en la casa de Joe, desnuda.

Y él también estaba desnudo. Habían… habían…

—¡Oh, Dios mío!

—¡Dios! —gimió él.

Entonces recordó que habría jurado que lo había oído decir el nombre de su hermana.

—¡Me has llamado Kate! —estaba furiosa—. De todas las cosas que alguna vez imaginé que me dirías en un momento así, el nombre de mi hermana es la última…

—No te llamé Kate. Le estaba respondiendo a Kate —desconcertado, recogió sus pantalones del suelo y se los puso—. Juraría que oí la voz de tu hermana.

—¿De modo que sueno como ella?

—No.

—Dime que no soy una sustituía de ella, Joe. Dímelo.

—Kathie, no. Escúchame. Te digo que de verdad oí su voz. Como si estuviera aquí.

Y entonces, ahí estuvo. Era la voz de su hermana pronunciando el nombre de Joe. Alguien llamaba a la puerta.

—¿La cerramos? —preguntó Joe—. Porque no estoy seguro de haberlo hecho.

—No lo sé. ¿No la cerraste tú?

Giraron hacia la puerta con expresión de horror.

Comenzó a abrirse.

Kathie gimió, recogió la manta y corrió hacia el cuarto de baño, rezando para que todo fuera sólo una pesadilla.

Se encerró. Se echó agua en la cara tres veces. Luego se secó y se miró en el espejo.

Estaba en la casa de Joe. Se sintió un poco mareada debido a lo que sin duda había sido demasiado champán.

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Y había pasado la noche con Joe.

No podía ser real. Debía de ser un sueño inducido por la culpabilidad.

Tenía que ser eso.

Se apoyó contra la puerta con las piernas flojas. Luego fue a sentarse en el borde de la bañera.

Cerró los ojos y enterró la cara en las manos temblorosas.

Joe y ella… en ese loco y delicioso frenesí de deseo y necesidad… no se había parecido en nada a lo que había imaginado que sería su primera vez. Sonrió a pesar de la situación en la que se hallaba.

Había sido mucho más.

Perversa y maravillosamente más.

—¿Kathie? —la voz de Joe llegó insegura desde el otro lado—. Kate está aquí.

—¿Porqué?

—Bueno… son las diez menos veinte de la mañana. Se supone que debes estar en la iglesia dentro de veinte minutos para la boda, y nadie pudo encontrarte. Después de mirar en todas partes, Kate vino aquí.

—Oh. Está bien.

Pensó que podría haber sido incluso peor, como que la encontrara su hermano.

—Va a esperar fuera en el coche, por si quieres que te lleve a la iglesia, a su casa o a la tuya.

—Oh. De acuerdo.

Podía elegir. Ir con Joe o con su hermana.

—Tengo tu ropa, si la necesitas —ofreció él.

Kathie entreabrió la puerta y con cobardía sólo sacó una mano, tomó la ropa sin siquiera rozarlo y volvió a cerrar.

No soportaba la idea de vestirse con la ropa de la noche anterior y abrir la puerta en ese momento. Y tenía que pensar en una boda familiar. Pero necesitaba una ducha. Si se daba prisa, podría hacerlo en tres minutos.

—Dile a Kate que saldré en cinco minutos.

No pienses. Dúchate, se dijo.

Ducha. Vestido. Boda. Actúa como si no hubiera pasado nada. Ocúpate de esto luego.

Ése era su plan.

Era un buen plan.

Salvo que la ducha, el jabón, el champú, todo lo que había en la casa, olía a Joe. En cuanto saliera, olería a Joe.

Pero no había modo de evitar eso.

Se pasó las manos jabonosas por el cuerpo desnudo, lo que revivió el recuerdo de las manos y la boca de él, el sonido de su voz, el modo en que se había movido dentro de ella, lo que había sentido al tenerlo allí.

Gimió, se lavó el pelo y se lo enjuagó en tiempo récord, luego salió de la ducha y miró el vestido arrugado con desagrado.

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—¿Joe? —llamó indecisa—. Mi vestido para la boda está en tu coche. ¿Podrías traerlo?

—Me temo que mi coche está en el restaurante —repuso él—. ¿Lo recuerdas?

—Oh. Sí.

—¿Quieres el pantalón de un chándal y una sudadera? Te los traeré, junto con una bolsa para guardar tu ropa de anoche.

—De acuerdo.

Pensó que era muy considerado.

Era un hombre considerado y bien organizado.

Abrió la puerta, aceptó la ropa que él le ofrecía y se la puso; se cubrió el pelo con una toalla, metió la ropa del día anterior en la bolsa de deporte y estuvo lista. No quedaba otra cosa que enfrentarse a su hermana y a Joe.

—Kathie, ¿estás bien? —preguntó él.

Abrió la puerta y se plantó en el umbral.

—Ahora no tenemos tiempo para analizar esto —dijo—. Además, realmente no sé cómo me siento al respecto. ¿Tú sabes cómo te sientes al respecto?

—No.

—Bien. Yo tampoco. Lo que significa que no hay razón para hablar, porque no tenemos idea de lo que diríamos. Así que creo que deberíamos postergarlo hasta después de la boda, ¿de acuerdo?

—¿De acuerdo?

Pareció preguntarle si ésa era la respuesta adecuada.

Fue dulce, bobo y tan absolutamente Joe, que se puso de puntillas y le dio un beso fuerte.

—Pero… fue bueno —sonrió como una posesa—. Realmente, realmente bueno. Y en absoluto como había imaginado que sería.

—¿Bueno? —él asintió—. De acuerdo.

Recogió los zapatos y corrió hacia la puerta, con la esperanza de que no la viera ningún vecino. Ciertamente, Kate la esperaba en el coche, con una expresión que trataba de parecer como si no hubiera sucedido nada fuera de lo normal.

Típico de Kate.

Kathie tiró el bolso en el asiento de atrás y se sentó delante, y ahí estaba la bolsa que había dejado el día anterior en la casa de su hermana, con casi todo lo que iba a necesitar para prepararse para la boda.

—Oh, gracias —dijo al verla—. Gracias, gracias, gracias.

—De nada —repuso Kate.

—Hemos de ir a recoger mi vestido. Está en el coche de Joe, que se encuentra en el restaurante.

—De acuerdo. Podemos hacerlo.

Kate daba marcha atrás cuando Joe salió a la carrera.

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—Llaves —las extendió hacia Kathie cuando ella bajó la ventanilla—. Las necesitarás para entrar en el coche.

—Oh. Cierto. Gracias.

—¿Quieres que te lleve hasta tu coche, Joe? —preguntó Kate con la vista clavada al frente.

—No. No, gracias —caminó de regreso hacia la casa.

—Te veré en la iglesia —dijo Kathie.

Llevaban un minuto de trayecto cuando añadió—: De acuerdo, lo siento de verdad. Ha sido… quiero decir, ya era bastante malo antes cuando… —Joe y ella no habían hecho nada, pero una vez consumado…—. Jamás pensé en esta parte.

Que se acostaría con Joe, y que en el transcurso de un compromiso de cinco años, apostaría que también su hermana lo había hecho. En ese momento, las dos se habían acostado con él.

—No pensemos en ello —dijo Kate.

—De acuerdo.

Pero era imposible no pensar en ello.

—Pero ¿tú estás bien? —preguntó su hermana.

—Por supuesto. Lo amo —toda la incomodidad del mundo no podía superar ese simple hecho. Quería ver cómo se lo tomaría su hermana.

—Bien —dijo Kate—. Me refiero a que lo ames, y a que seas feliz. Eso es lo que importa. Me siento feliz por ti.

—Gracias. Bueno, ¿hasta dónde es malo que hayas tenido que venir a buscarme?

—Kim sabe que anoche no fuiste a dormir a casa, y cuando no pudo contactar contigo por teléfono, que se hallaba en la bolsa que dejaste en mi casa, vino a ver si estabas allí. Fue cuando habló con Ben, con Shannon y conmigo… siento lo de Shannon, pero entró en mitad de la conversación. Aunque era ella quien sabía que Joe y tú os fuisteis del restaurante en un taxi, de modo que no tuvimos que preocuparnos de que hubierais tenido un accidente o algo así.

—Perfecto.

—Kim fue a la casa de Gwen y logró averiguar que no estabas allí sin revelar demasiado y yo envié a Ben a quedarse con Jax para que tratara de impedir que se enterara de algo sobre… todo.

—Bien. Eso está muy bien —convino Kathie.

De modo que si lograban pasar la boda y la recepción sin que Jax lo descubriera y quisiera liarse a puñetazos, estarían bien.

—Gracias —repitió.

—Así que recogeremos tu vestido del coche de Joe y entonces… ¿iremos directamente a la iglesia? Puede que nos adelantemos a todos y, así, nadie se preguntará por qué llevas puesta la ropa de Joe esta mañana.

—De acuerdo. Podemos hacerlo —confirmó Kathie.

—¿Hay algo… de lo que quieras hablar? —preguntó Kate—. ¿Algo que necesites?

—Oh… ropa interior —expuso con expresión compungida—. No quiero ir a la boda de mi hermano con la ropa interior de ayer. No puedo. Y realmente no quiero llamar a Kim para

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pedirle que me lleve una muda. Y no quiero ir a una tienda a comprar ropa interior cuando aún llevo la ropa de Joe o un vestido de madrina sin braguitas ni sujetador —la ropa interior iba a ser su perdición.

—La lavaremos en el lavabo de la iglesia y la secaremos con tu secador mientras te maquillamos —indicó Kate.

—No puedo hacer eso —en silencio, le suplicó a su hermana: No preguntes por qué. Por favor, no preguntes por qué.

—¿Por qué? —fue lo que preguntó Kate. Kathie gimió y enterró la cara en las manos.

—¿No pudiste encontrarla? —Kate soltó una carcajada.

—No. La encontré. Y no íbamos a hablar de esto, ¿te acuerdas?

—Lo sé, pero… Quieres decir… ¿tu ropa interior?

—¡No! No me preguntes. No hagas que te lo diga.

—¿Me estás diciendo que Joe Reed… —soltó unas risitas incontenibles —uno de los hombres más correctos y cuidadosos del mundo, anoche te rompió la ropa interior?

—Sí. ¿De acuerdo? Eso es lo que pasó.

—Me alegro por ti. Y por él.

Y aunque se había jurado que jamás haría eso, se moría por saberlo.

—¿El fue realmente… correcto contigo? Kate rió y asintió.

—Yo también lo era, aunque ya no, y… no deberíamos hablar de esto.

—Tienes razón. No lo haremos. Llamaré a Kim. Le pediré que me lleve ropa interior.

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Capítulo 14

Se vistió con rapidez, cortándose mientras se afeitaba, y parecía haberse dejado una marca rojiza en la frente de golpeársela contra la pared de la ducha.

Se dijo que lo único que tenía que hacer era entrar en la iglesia, llevarse un momento a Kathie a un lado, hablar con ella y luego largarse.

Eso era todo.

No iba a quedarse. No iba a dejar que la situación se convirtiera en un acto público y desmedido, como todo lo demás.

Recogió las llaves, la cartera y el móvil, que estaba apagado, probablemente desde que estuviera en la iglesia la noche anterior. Lo encendió al dirigirse al coche.

Que no estaba en el garaje.

Se encontraba en el restaurante.

Por suerte para él, una de sus vecinas, Andrea Ross, que trabajaba con Gwen en la floristería local y se marchaba a la boda justo cuando él pasaba por allí, se ofreció a llevarlo, dedicándole unas miradas peculiares por su apariencia, aunque no le hizo ninguna pregunta.

—Olvidé encender mi móvil anoche —dijo después de que arrancaran—. Tengo que comprobar los mensajes.

—Claro, Joe. Adelante —dijo Andrea.

Tenía mensajes.

—Necesito hablar contigo de inmediato. Llámame al móvil —dijo la voz de su jefe.

Frunció el ceño.

No tuvo un buen pálpito.

Quizá la vida iba a ponerse peor de lo que había pensado.

Bob Welsh respondió de inmediato con un seco y brusco:

—Aquí Welsh.

—Bob, soy Joe Reed. Lamento no haber llamado anoche. Tenía el teléfono desconectado.

—Joe —un suspiro pesado—. ¿Qué te ha pasado?

—No estoy del todo seguro.

—Yo tampoco, hijo. Yo tampoco. Pensé que cuando hablamos después del incidente en el banco, lo habías entendido. Estuviste tan cerca como se puede estar de que te despidiera.

—Sí, señor.

—Y luego me llega la noticia de que te peleas en los restaurantes por mujeres. Que te echan vino en público. ¿Sales de restaurantes empapado en alcohol?

¿Winnie? ¿Conocía lo de Winnie y él?

No pudo golpearse la cabeza contra el coche porque iba en el vehículo de su vecina, y Andrea ya lo miraba de forma rara.

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—¿Y luego corre el rumor de que no te presentas al trabajo aduciendo que te sientes mal para participar en un picnic de alcohol en un parque público? —añadió su jefe.

—No estaba borracho y no he faltado ni un día en años —repuso.

Más miradas furtivas de Andrea mientras conducía un poco más deprisa.

—Sé que no has faltado ni un día —convino su jefe—. Y realmente no me importa que lo hagas de vez en cuando. Pero lo que no puede ser es que pases un día laborable emborrachándote en pleno día, en un sitio público, donde todos los empleados pueden verte o enterarse del incidente, Joe. ¿En qué estás pensando?

—Supongo… que no pensaba.

—Pues tienes que hacerlo. Tienes que pensar en la clase de ejemplo que eso les da a la gente que trabaja para ti. ¿Tienes algún problema con la bebida, hijo?

Esa mañana, desde luego que sí.

—Señor, yo…

—Porque suenas como si hubieras tenido una noche agitada.

Joe se puso a reír, no pudo evitarlo. Había sido una noche desastrosa. Y aún no estaba seguro de su alcance.

Y supo que en ese momento Andrea parecía asustada.

—Te diré lo que vamos a hacer —continuó su jefe—. Te suspendo por sesenta días y te encontraremos una bonita clínica en alguna parte que pueda ayudarte con tu problema de abuso del…

—No tengo ningún problema de abuso de alcohol —insistió.

—Vi las fotos, Joe…

—¿Hay fotos?

—Un montón de fotos —susurró Andrea.

—De ti en el parque, con vino tinto y una mujer encima —expuso su jefe—. Lo siento. Suspensión y tratamiento o voy a tener que despedirte.

—¿Bromea?

—No. ¿Qué vas a elegir? ¿La clínica o has terminado con nosotros?

Contuvo varios juramentos. Sentía que la cabeza le iba a estallar.

Ve con cuidado, se advirtió a sí mismo. Se trata de tu carrera. Años de tu vida. Del modo en que te vas a ganar el sustento, a pagar las facturas, a iniciar tu plan de jubilación.

¿Jubilación?

No creyó que fuera a vivir tanto.

Ya no le quedaba más paciencia y era incapaz de pensar con claridad. La noche anterior así lo había demostrado.

—Bien —dijo—. He terminado.

Su jefe seguía hablando cuando le colgó.

—¿Un mal día? —preguntó Andrea con cierta vacilación.

—Sí. Muy malo.

—Bueno… seguro que mejorará. Ya hemos llegado.

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Miró por la ventanilla y ahí, en el aparcamiento, estaban prácticamente todos los coches de policía de la ciudad. Los amigos de Jax.

Estupendo.

Le dio las gracias a Andrea por llevarlo y se preguntó si habría oído la parte en que lo despedían, si sería de conocimiento público durante la boda.

Cuando entró en la iglesia, casi todos ya se hallaban presentes. La novia y las damas de honor estaban encerradas en alguna parte. Debía de tener un aspecto algo perturbado, porque la gente parecía incómoda a su lado.

Se sentó en la parte de atrás de la iglesia.

Martilleó con los dedos sobre el banco de madera y cada pocos momentos miraba furtivamente hacia atrás en busca de Kathie. Parecía que cada vez que lo hacía, un policía amigo de Jax lo miraba furioso desde alguna parte de la iglesia.

Estaban por todas partes.

Si supieran en qué clase de problemas se había metido la noche anterior…

Kathie.

Todo volvía a ella.

Conociéndola, sabía que no era costumbre de ella irse a la cama con hombres, y en esos casos rara vez se tomaban precauciones anticonceptivas, y si eso era cierto, entonces…

Comenzó a sudar.

¿Había estado tan loco por ella que no había tomado la más básica de las precauciones? ¿Es que había olvidado todo vestigio de responsabilidad?

Contuvo el impulso de golpearse la frente con la parte de atrás del banco que tenía delante.

Mientras esperaba que el círculo íntimo de los novios terminara con los fotógrafos, pudo pensar.

Intentaba descifrar si Kathie o él habían llegado a mencionar algo sobre algún tipo de precaución. Pensar con tanto detalle en ella no lo ayudó a despejar la mente. No paraba de desviarse a detalles de naturaleza erótica y explícita.

Incluso en el desastre, Kathie le hacía eso.

Ella y ese sedoso vestido tan fácil de subirle por los muslos y las braguitas azules casi todas de encaje.

Recordó luchar para quitárselas. Quizá al final las hubiera roto.

Braguitas de encaje rotas…

¿Debería un hombre disculparse por algo así?

Se apoyó contra la pared en un rincón de la sala, esperando a Kathie.

Había policías por doquier, ceñudos. Intentó parecer lo más inofensivo posible. Unos pocos habían mirado su frente, ¿tal vez pensando que ya había estado en una pelea aquella mañana?

Intentó sonreír y olvidar los pensamientos de las braguitas rotas.

Y el cuerpo que había estado dentro de ellas.

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Sintió la corbata demasiado prieta y bebió un sorbo de su copa. Más champán… temió que fuera un mal presagio.

¿Había estado borracha Kathie?

¿Se había aprovechado de una mujer ebria? ¿Tan bajo había caído? ¿Se podía considerar que se aprovechaba si ella iba por voluntad propia?

Él había estado achispado y había pensado lo mismo de Kathie. O un poquito más que achispada.

En lo que había hecho había descortesía. Mala conducta. Irresponsabilidad. Embarazos no planeados.

—Tienes pinta de que estás esperando que te fusilen —dijo Shannon, acercándose por detrás.

Se la veía completamente diferente de la joven que Kate había llevado a su casa el otoño anterior; parecía una adolescente normal y feliz. Había estado en la recepción y en ese momento estaba ahí, lo que significaba que Kathie no tardaría.

—¿Hay algún plan que tú conozcas y yo no? —preguntó Joe.

—No, pero si Jax se entera de que Kathie no fue a casa anoche, y que estaba contigo…

—No queremos que se entere de eso hoy, ¿verdad?

—Creo que ya ha habido suficiente derramamiento de sangre entre vosotros dos. Y estamos en una boda —sonrió, como si no tuviera nada mejor que hacer que atormentarlo.

—Gracias. Eres muy considerada.

—Oh, espera. Olvidaba… ¿Kim recordó hablarte de la señorita Fitzgerald?

—¿Winnie? —preguntó Joe.

—Sí. Kim oyó algo de una maestra en el colegio, que se peleó con la señorita Fitzgerald por no delatar a los chicos que llegaban tarde a clase, que la señorita Fitzgerald ha estado diciendo que la gente va a aprender a no jugar con ella.

—Créeme, no pienso jugar con ella —afirmó Joe.

—La amiga de Kim dijo que la señorita Fitzgerald dijo que su padrino es un pez gordo de un banco en Atlanta y que es tu jefe.

—¿Bob Welsh es el padrino de Winnie?

—No sé cómo se llama —comentó Shannon—. Pero supongo que eso sería malo, ¿no?

—Sí. Malo.

—Deberías haberme preguntado antes de salir con ella. Podría haberte dicho lo aterradora que es.

—Ojalá lo hubiera hecho.

—Entonces, fuiste mezquino con la señorita Fitzgerald porque ella fue mezquina contigo, ¿verdad? ¿Vas a ser bueno con Kathie? Más te vale —concluyó, sonando como un miembro oficial del clan Cassidy.

—Créeme, ya me lo han advertido.

Un año y medio atrás, nadie habría creído que debería advertirle algo así. Nadie habría esperado que no fuera bueno, atento y responsable con una mujer.

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Y en ese momento lo que le atormentaba era la posibilidad de haber dejado embarazada a la hermana de su antigua novia.

Quien finalmente llegó. Y entonces fue en línea recta hacia ella, igual que todo el mundo. Conocía a todos en la sala y todos sentían curiosidad por ellos dos. Casi eran tan populares como los novios.

Joe estrechó manos, besó mejillas y permaneció al lado de Kathie, quien resplandecía con el brazo enlazado al suyo y una mano delicada y perfecta apoyada en su antebrazo. Después de la comida, después de los brindis por los novios, de algún modo logró estar a solas con ella en un rincón de la sala.

—Hola —ella le sonrió radiante, un poco tímida, un poco insegura, pero muy, muy feliz—. ¿Cómo estás?

—Bien —mintió.

—Te has cortado afeitándote —le tocó la mandíbula.

Joe asintió.

Realmente, le gustaban esas manos en él.

Empezó a sudar.

—¿Y te golpeaste la cabeza? —también le tocó la frente.

—Esta mañana me estaba golpeando la frente contra una pared —repuso, y de inmediato deseó no haberlo hecho.

Kathie rió.

—¿Por qué? Quiero decir… sé que no fue la mejor mañana que habríamos podido tener, y reconozco que no tengo mucha experiencia con cosas de ese estilo, pero… anoche… Joe, fue maravilloso.

Él asintió.

Ella pareció preocupada.

—¿Quieres decir que… no lo fue?

—No. No quería dar a entender que…

—¿Quedaste defraudado?

—No —insistió.

—¿Hice algo mal?

—No…

—Porque yo nunca… ya sabes.

Se quedó paralizado.

—Tú nunca…

—Ya sabes… —repitió Kathie.

—No, no estoy seguro de saberlo, y se trata de un punto en el que deberíamos tener todo absolutamente claro.

—¿No te diste cuenta de que… yo nunca… lo había hecho?

Ella había sido dulce y ansiosa, pero también tímida, y titubeante, insegura. Y temió que inocente.

¿Como en… completa, virginalmente inocente?

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—¿Nunca antes habías estado con un hombre? —logró manifestar.

Ella negó con la cabeza, un poco abochornada, pero también satisfecha consigo misma.

—Yo siempre quise que fueras tú.

Mátame ahora, pensó Joe. Simplemente, mátame ahora.

—¿Te hice daño? —susurró con urgencia, porque ésa era su principal preocupación.

—No. Fue un poco… incómodo, pero sólo durante un momento, y luego fue maravilloso. De verdad. Y pensé que a ti también te había gustado.

—Y así fue. Demasiado.

Ella rió y jugueteó con el borde de su solapa.

—Se supone que tiene que gustarte mucho, mucho. Él gimió, la tomó por los brazos y la metió más en el rincón.

—Kathie, yo estaba un poco… no, los dos estábamos un poco bebidos anoche.

—Sí.

—Y no digo que no quisiera que sucediera, porque sí lo quería. Mucho. Pero no quiero que pienses que me aproveché de ti de ninguna manera.

—No seas bobo. Yo también te deseaba. Te deseo de nuevo. En cuanto Jax y Gwen se marchen…

—No. Espera. Sólo… espera —no iban a repetirlo hasta no haberlo aclarado todo, aunque costaba sacar el tema—. Escucha, no he estado con nadie en bastante tiempo —aparte de con su hermana, tema que ni siquiera iban a rozar—. Quiero decir… no he tenido que preocuparme de ningún tipo de precaución, y reconozco que es una pobre excusa. De hecho, no es ninguna excusa. No hay ninguna. Yo sólo… no usé preservativo anoche. Lo siento. No lo hice, y a menos que tú estuvieras empleando algo… —calló, expectante.

Los ojos de Kathie se pusieron realmente grandes y redondos, asustados, y eso le reveló todo lo que necesitaba saber.

—Lo siento. Como acabo de decir, no hay excusa. No sé en qué estaba pensando. No… pensaba.

—Supongo que yo tampoco —dijo ella finalmente—. Imagino que no esperaba que pasara tan deprisa.

—Lo sé.

—Estaba tan feliz, que supongo que esperé que tú te ocuparas de todo.

El asintió con gesto grave. Así debería haber sido.

—Y sé que eso no es justo —continuó Kathie—. No es nada justo. Es que… nunca antes había tenido que preocuparme de algo así. Oh, Joe. Me siento tan estúpida.

—Yo también.

—Y estaba tan feliz —una única lágrima cayó por su mejilla.

Se sintió como un absoluto imbécil.

—Kathie, por favor, no.

—Lo siento —repitió Kathie una y otra vez.

Joe se sintió peor que nunca.

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—No quiero que lo sientas. No quiero…

—¿Qué? ¿A mí? ¿No me quieres a mí? —exclamó ella.

—No es lo que he dicho…

—Porque, desde luego, anoche parecía todo lo contrario.

—La cuestión es que cada vez que te toco, acontece un desastre. ¿No puedes verlo?

—No —protestó ella.

—Sí. Cada vez que me acerco a menos de tres metros de ti últimamente, es un completo y absoluto desastre. Mi vida se desmorona a mi alrededor. Tu hermano me tiró contra una pared de cristal en mi banco.

—Siento eso.

—Mi jefe estaba listo para despedirme por eso, y cualquiera pensaría que había aprendido de ello, pero no, caminar con un ojo negro y puntos durante una semana no fue suficiente. Durante meses todo el mundo en la ciudad sabía que te veía a espaldas de tu hermana, pero me era imposible mantenerme alejado. No podía hacerlo.

—Yo tampoco podía. No podía mantenerme lejos de ti…

—La gente me echa copas encima en lugares públicos. Winnie estaba tan furiosa, que nos sacó una foto en el picnic y se la mandó a mi jefe, quien da la casualidad de que es su padrino. Cree que tengo problemas con sustancias adictivas y quería suspenderme y meterme en rehabilitación durante sesenta días…

—Joe, estás gritando…

—Y cuando esta mañana me negué a aceptarlo, me despidió. Ya ni siquiera tengo trabajo. Mi propia madre piensa que me he vuelto loco, que voy a convertirme en una copia de mi irresponsable padre…

—No, no eres en absoluto como él.

—Soy incapaz de pensar con coherencia a tu lado. No soy capaz de pensar. Es como si hicieras entrar en cortocircuito mi cerebro. Te llevo a la cama conmigo… oh, diablos, ni siquiera hemos llegado a la cama. Ni siquiera me molesto en averiguar que nunca antes habías estado con un hombre y ahora te he dejado embarazada.

Al fin dejó de hablar y sólo entonces se dio cuenta de que reinó un silencio profundo cuando calló.

Con una creciente sensación de espanto, miró a Kathie, desafiante ante él, con lágrimas cayendo por sus mejillas y la cabeza erguida, asumiéndolo como el castigo que él jamás había querido que fuera.

Luego se atrevió a mirar a su alrededor y vio policías reunidos en un semicírculo, interponiéndose entre Kathie y él y lo que parecía ser una multitud creciente. Las hermanas de Kathie eran las únicas personas a las que habían permitido entrar en el círculo interior, y estaban horrorizadas.

No cabía duda de que la situación era mala.

Se volvió hacia ella, inmóvil, con una expresión de asombro y furia en la cara.

—Lo siento —dijo—. No eres tú. Soy yo. Algo no funciona conmigo cuando estoy contigo, y… lo siento, Kathie. De verdad que lo siento.

Momento en el que los polis se cerraron en torno a él.

—¿Qué quieres que hagamos con él, Kate? —preguntó uno de ellos.

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—Retenedlo un momento hasta que Jax se marche —repuso ella—. Luego ya se nos ocurrirá algo.

Joe pensó que se merecía todo lo que estaba a punto de recibir.

Kathie los observó llevárselo.

Sabía que Kate y Kim estaban a su lado y agradeció el apoyo que le brindaban.

—Escúchame —dijo Kate, limpiándole las lágrimas con un pañuelo de papel—. Gwen y Jax se marchan. Vas a quedarte detrás de Kim y de mí, para que Jax no pueda verte bien, mientras los despedimos con una sonrisa hacia su luna de miel, ¿de acuerdo? Y luego, ya pensaremos qué hacer, las tres.

—De acuerdo —dijo, lo último que quería era estropearle el día a su hermano.

Siguió a sus hermanas hasta el vestíbulo de la iglesia, se ocultó detrás de ellas y saludó cuando le dijeron que saludara.

Gwen se volvió en el último minuto y tiró el ramo directamente a su nariz. Lo único que la impulsó a capturarlo fue que no quiso que la golpeara de lleno en la cara.

En cuanto el coche desapareció de su vista, regresó al interior de la iglesia, fue hasta Joe, a quien un poli sujetaba de cada brazo, y le tiró el ramo a la cara.

Luego salió por una puerta lateral y corrió hasta situarse detrás de un árbol. Un momento más tarde, se encontró en el abrazo cariñoso de sus hermanas.

—Era tan feliz… —dijo—. He estado esperándolo toda la vida. Desde la primera vez que lo vi. He comparado a cada hombre que he conocido con él y nadie jamás ha estado a su altura.

—Lo sé, cariño —musitó Kate.

—Creí que al fin ahora era mío, que me amaba tal como yo lo amaba a él —lloró—. Era tan feliz…

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Capítulo 15

No fue hasta tres semanas más tarde cuando Joe descubrió lo que tenía que hacer y necesitó una semana más para encontrar el valor de llevarlo a cabo.

Se detuvo en un cruce de la Interestatal a unos veinte kilómetros de la ciudad en un pequeño centro comercial que tenía una farmacia. Recorrió los pasillos hasta encontrar la sección que buscaba.

Pruebas de embarazo.

Ella debería de saberlo ya, pero por si no era así, lo último que querría hacer en Magnolia Falls sería ir a comprar una prueba de embarazo. La noticia se propagaría como un incendio.

Eso si no estaban cotilleando ya sobre la charla que Kathie y él habían mantenido antes de que él se largara de la ciudad justo después de la boda. Costaba creerlo. Pero, por si acaso, suponía que lo menos que podía hacer era comprarle la prueba de embarazo donde nadie los conociera.

Después de pagar, recogió la bolsa y se marchó. Notó que el pequeño restaurante de la esquina tenía un bar.

Sintió que lo llamaba. Se dijo que sólo bebería una copa. Sólo una.

Comprar las pruebas de embarazo, más los preservativos para ocultar parte de su vergüenza, había supuesto un gran esfuerzo para él.

Entró en el local, oscuro y tranquilo, justo lo que quería. Pidió una copa y la bebió despacio, tratando de postergar lo inevitable: verla, decirle lo que tenía que decir y esperar la respuesta.

—Eh —dijo un hombre con una gorra de béisbol y unos vaqueros viejos a tres taburetes de distancia—. ¿No lo conozco?

Joe lo miró.

—No lo creo.

—Sí. ¿Es de Magnolia Falls?

—Quizá —porque si Kathie no lo aceptaba, probablemente se marcharía para siempre.

—Sí, sé quién es. Mi sobrina trabaja en el instituto de Magnolia Falls. Es administradora del colegio. Estuvo saliendo con un banquero hasta que el tipo la dejó.

—Tiene que ser una broma —dijo Joe, porque había esperado que su vida empezara a mejorar. A partir de ese mismo día.

—Sí. Winnie Fitzgerald. Una chica dulce —el sujeto se levantó del taburete y dio un paso amenazador hacia Joe—. Creo que la conoce.

—Escuche, Winnie y yo…

—Hijo, he de decirle que me cuesta creer que sea un hombre que lograra acostarse con dos hermanas al mismo tiempo —comentó el otro, riendo como si fuera lo más gracioso que hubiera oído jamás.

Ésa fue la gota que colmó el vaso. Joe se puso de pie y lo mandó al suelo de un puñetazo. Sí, la vida empezaba a mejorar.

Jax recibió la llamada de radio justo cuando iba a terminar su turno. Lo informaron de que se trataba de una pelea en Kelly 's, junto a la interestatal, y que era mejor que fuera él.

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Llamó a Gwen por el móvil para decirle que iba a llegar tarde. Era Cuatro de Julio y su familia iba a reunirse en el parque para una barbacoa y ver los fuegos artificiales. Luego fue al bar.

La presión comenzó a subirle al ver un determinado sedán último modelo de color gris en el aparcamiento, en particular cuando pudo ver la matrícula.

De modo que la rata había vuelto a la ciudad.

Tuvo ganas de ponerle las manos encima.

Entró en el local y allí no se encontró con una pelea, sino a un bocazas en un rincón con un labio partido. En el otro estaba Joe Reed, con un pómulo amoratado y sangrando de un corte en el labio. El barman, un hombre al que Jax conocía del equipo de fútbol del instituto, se hallaba entre ellos, tratando de mantener la paz.

—¡Al fin! —gritó el bocazas—. Ya era hora. Quiero presentar cargos. Ese idiota entró aquí y me atacó.

Señaló a Joe, quien miró a Jax y murmuró:

—¿Quién iba a imaginarlo? Estás de guardia, ¿eh?

Jax le indicó al barman, con un gesto de la cabeza, Adam Green, que se ocuparía de todo a partir de ese momento. Luego comenzó a flexionar los dedos de la mano derecha. No le importaba si lo suspendían. No le importaba si lo despedían. Estaban hablando de su hermana pequeña y un hombre no le hacía eso sin pagarlo.

—Debería haberte dado una paliza el año pasado cuando tuve la oportunidad. Y una docena de veces entre medias —dijo Jax.

—Aprovecha tu turno —invitó Joe—. No pasa nada.

—Un momento —intervino el bocazas—. ¿No lo va a arrestar?

—¿Qué le parece si le doy una paliza y luego lo arresto? Diremos que lo hizo usted, pero que él empezó. ¿Qué le parece?

—El empezó —confirmó el sujeto.

—Bien. Sabía que me respaldaría —iba a disfrutarlo.

—Aguarda —el barman se situó entre Joe y Jax—. No sé si quieres hacerlo. No has oído toda la historia.

—Créeme, quiero golpearlo —afirmó Jax.

—No lo creo —insistió Adam—. A Joe lo provocaron.

—No me importa —rió Jax.

—Te importará. Apuesto a que no vas a arrestar a nadie…

—¿Qué quiere decir con que no va a arrestar a nadie? —dijo el bocazas—. Este tipo se volvió loco y comenzó a golpearme. Eso es agresión. Y lo único que dije fue que no parecía la clase de hombre que se acuesta con dos hermanas al mismo tiempo.

Jax se quedó quieto. Vio una bruma rojiza antes de girar en redondo para encararse con el bocazas.

—¿Qué ha dicho?

—Le dije que no volviera a repetir eso —indicó Joe.

—¿Por qué? Es verdad, ¿no?

Jax aferró al sujeto por la pechera de la camisa y prácticamente lo alzó del suelo.

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—Lo primero que tiene que saber es que no es asunto suyo.

—Eh, quíteme las manos de encima…

—Segundo, no es educado hablar así de una dama. O de dos damas, en este caso.

—Yo sólo…

—¡Y tercero, las damas en cuestión son mis hermanas!

—Oh, diablos —el tipo se acobardó y trató de protegerse la cara.

Jax lo tiró al suelo y necesitó todo su autocontrol para no hacer algo peor.

—¿De esto iba todo? —le preguntó al barman.

—Sí.

—¿Te han roto algo? ¿Quieres presentar cargos?

—No, no ha pasado nada en el local. Sólo llévatelos de aquí.

Jax se plantó delante del tipo al que acababa de tirar.

—Joe, ¿quieres que arreste a este sujeto por empezar una pelea contigo?

—No.

—¿Arrestarme? —se quejó el bocazas.

—Sí, es lo que haría. Y tiene que saber que hoy no debería estar a solas conmigo en la parte de atrás de un patrullero. No creo que fuera seguro. No se sabe lo que podría hacer con usted de aquí a la comisaría, en especial con lo bocazas que es.

El sujeto comenzó a farfullar algo acerca de que no era necesario ir a ninguna parte y que su boca tendía a meterlo en problemas.

—Bien. Eso está bien. Aquí hemos terminado —dijo Jax, agarrando a Joe por el brazo—. Y tú te vienes conmigo.

—Eh, aguardad. ¿Joe? Creo que esto es tuyo —dijo el barman.

Jax se volvió y observó a su amigo meter tres pruebas de embarazo y una caja enorme de preservativos en una bolsa de papel, que alargó hacia Joe.

Joe la aceptó y Jax dijo:

—Es un condenado milagro que no te mate aquí mismo. Lo sabes, ¿verdad? —Joe asintió—. Pero primero vamos a ir a ver a mi hermana…

—Iba hacia allí —afirmó Joe mientras Jax lo empujaba al exterior.

—Desde luego. Y para cerciorarme, te llevaré yo mismo.

—Tengo el coche ahí. Regresaba a la ciudad…

—Conduzco yo —cortó Jax y entonces, porque podía hacerlo, le plantó unas esposas en las muñecas y lo metió en la parte de atrás del coche patrulla.

Un mes después de que Joe Reed se volviera loco en la boda de su hermano y desapareciera, no se había producido ningún escándalo lo bastante grande como para quitarle la medalla de oro de los rumores predilectos de la ciudad.

Lo que significaba que al cruzar el parque el Cuatro de Julio, todos los ojos la seguían.

Siguió andando y finalmente llegó al punto sombreado junto a la orilla del río cerca de las cascadas, donde toda su familia, menos Jax pero con los perros, Romeo y Petunia, se había reunido. Ben asaba unas hamburguesas en la barbacoa. Shannon bailaba al son de lo

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que sin duda era una música odiosa que reverberaba directamente en los oídos, y sus hermanas y Gwen estaban juntas con expresión preocupada.

Kathie forzó una sonrisa falsa. No era la primera mujer en verse decepcionada por el amor y no sería la última.

Al acercarse, vio que Gwen estaba al teléfono, rodeada de sus hermanas, pendientes de cada palabra que decía. Fue a saludar a los perros, tendidos en la hierba.

En cuanto Gwen cortó, Kathie dijo:

—¿Y ahora qué pasa?

—Oh, cariño —repuso Kate—. Prepárate, ¿de acuerdo?

—¿Qué? —Jax encontró a Joe —anunció Gwen.

Kathie retrocedió un paso y terminó con la espalda contra un árbol.

—¿Lo encontró? ¿Qué significa que lo encontró?

—No estoy del todo segura —Gwen pareció un poco incómoda—. Pero… es bueno que lo encontrara, ¿no?

—No lo sé —repuso Kathie.

Después de un mes entero pensando que aparecería, que iría a verla y le diría que lo sentía, o al menos le revelaría lo que pensaba hacer, no estaba segura de hallarse preparada para saberlo.

Se dejó caer al suelo, incapaz de que las piernas continuaran sosteniéndola.

Sus hermanas entraron en acción. Kate la sostuvo como si pudiera llegar a desplomarse y Kim corrió a buscar algo de agua, que le llevó. Gwen la abanicó con un cartón.

—No voy a desmayarme —musitó consternada.

Luego alzó la vista y vio a su hermano por el paseo principal del parque yendo hacia ellos al tiempo que tiraba de Joe.

Joe, con el rostro sin afeitar, amoratado y un labio ensangrentado, una camiseta arrugada, unos vaqueros viejos…

—¿Qué… qué piensas? —le preguntó una de sus hermanas a Gwen.

—Que jamás pensé que vería a Joe Reed con ese aspecto. ¿Qué pensáis vosotras?

—Que me sorprende que Jax no lo haya matado —respondió Kim.

—Un momento, ¿qué es eso que lleva en las muñecas? —inquirió Kate.

—No lo sé —dijo Gwen.

Oh, Dios.

—¿Está esposado?

—Sí, creo que tienes razón —confirmó Gwen—. Está esposado.

Kathie enterró la cara en las manos. No podía mirar.

—Hola, señoras —dijo su hermano—. Mirad a quién encontré en una pelea de bar a las afueras de la ciudad.

—¿En una pelea de bar? —repitió Kate.

—Sí —dijo Jax—. Haced espacio.

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Kathie alzó la vista mientras sus hermanas retrocedían y su hermano empujaba a Joe no muy amablemente hacia ella.

Romeo le lanzó a Joe una expresión amenazadora, y luego comenzó a olisquearlo.

—Atrás, Romeo —ordenó Jax, y el perro obedeció, pero sin irse muy lejos. Era un buen perro.

—Jax, no haces que las cosas sean más fáciles arrestándolo —manifestó Kate.

—No lo he arrestado. Tuve la oportunidad, pero no lo hice. Y no quieras saber por qué. Sólo os alteraría. Lo único que he hecho ha sido traerlo aquí. Pienso asegurarme de que se disculpe con mi hermana pequeña.

—Fuera —gritó Kathie.

—¿Quieres que me deshaga de él? —inquirió Jax—. Porque si es eso lo que quieres, lo haré. No tendrás que volver a verlo jamás…

—No, quiero que tú y todo el mundo se largue —dijo Kathie—. Para variar, me gustaría mantener esta conversación en privado. Aunque tendrá que bastar este sitio, ya que no iré a ninguna parte con él.

—De acuerdo, si es lo que quieres. Todo el mundo atrás —se llevó a todos, incluidos los perros, y entonces, justo antes de dejarla a solas con Joe, tiró la bolsa a los pies de éste—. Imagino que compró esto para ti, Kathie.

Ella la abrió, porque pensó que en ese momento sería mejor que tener que mirar a Joe o a los demás.

—¡Ahhhhh! —exclamó al ver lo que contenía—. ¿Vas a averiguar si estoy embarazada y, luego, cerciorarte de no fecundar jamás a nadie más?

—No. Sólo quería que tú no tuvieras que comprarla en la ciudad —explicó él—. Me refiero a la prueba. Si es que aún no has comprado una.

—Si vas a preguntarme si estoy embarazada, Joe, al menos ten las agallas de hacerlo directamente a la cara.

—No te lo estoy preguntando. No quiero saberlo. Alzó la vista y lo miró.

—¿Ni siquiera quieres saberlo?

—No. No quería decir eso. Quiero saberlo. Pero todavía no. No me lo digas aún. Deja que primero te diga lo que necesito exponer, ¿de acuerdo? Porque no quiero que jamás pienses que lo digo porque estés embarazada. No es ésa la causa, Kathie. Por favor, créeme en eso, ¿de acuerdo?

Lo deseaba.

—Oh, Dios —gimió, y volvió a enterrar la cara en las manos.

—¿Qué? Todavía no he dicho nada.

—De acuerdo, dilo y acaba de una vez —no era necesario que lo mirara. No si no quería hacerlo.

—Lo siento —dijo Joe.

—Yo también. Bueno, los dos lo sentimos. ¿Algo más, Joe?

—Te he echado de menos.

—Oh, ¿sí? —gritó, mirándolo con ojos centelleantes.

—Sí. Todo fue increíblemente… tranquilo sin ti cerca.

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—Quieres decir, aburrido. Es lo que quieres, ¿no? ¿Una vida agradable, segura y cuerda?

—No. Quiero una vida contigo.

Ella volvió a gemir.

—De acuerdo, eso no ha salido como yo quería. Volveré atrás. Jamás debería haberte dicho lo que te dije en la boda. Fue terrible. Fue grosero y mezquino y todas las cosas que nunca quise que fuera, en particular para ti. Tú eres… maravillosa y dulce y tan… —paró para respirar—. No sé, Kathie. Todo. Mi vida, cuando estoy contigo, es completamente diferente de lo que alguna vez pensé que sería, y al principio eso me asustó. Muy bien, peor, me aterró. Pero pasado un tiempo… me gustó…

—¡No es verdad!

—No, tienes razón, me encantó, Kathie. No terminé de verlo hasta que lo perdí y me marché. Pasé semanas tratando de descifrar cómo volver a recomponer mi antigua vida, y entonces comprendí que no quería recuperar esa vida. No quería nada de lo que antes pensaba que quería. Sólo te quiero a ti.

—No puedes hablar en serio.

—Sí. Hablo en serio. Lo juro.

—Piensas que estoy embarazada, eso es todo. Y si lo estoy, esto es lo que tienes que hacer, porque es lo correcto, y tú siempre intentas hacer lo correcto.

—De acuerdo, al principio pensé que estabas embarazada y pensé en hacer lo correcto, pero luego… y esto es lo más divertido, cuanto más pensaba en volver para casarme contigo, más feliz me sentía. Porque no había que tomar una decisión, sino que era lo que tenía que hacer. Y resultó que coincidía con lo que yo quería hacer. Sólo me costó reconocerlo ante mí mismo, nada más.

—No te creo nada —aseveró ella.

—Es verdad. Si estabas embarazada, podría volver y casarme contigo. Era imposible recuperar mi vida agradable, cuerda, predecible e increíblemente aburrida. Se había ido para siempre. Conseguiría estar contigo. Es como decir que iba a saltar de un risco…

—¿Crees que casarte conmigo suena tan atractivo como saltar de un risco?

—Tan estimulante como eso. Y sorprendente. Y liberador. No quiero ser el hombre que siempre he sido. El tipo que rota las camisas, que trabaja en el banco y que es tan aburrido.

—No eres aburrido. En absoluto…

—Quiero estas cosas locas que me haces. Quiero sentir lo que siento cuando estoy contigo. No quiero preocuparme por lo que piense la gente, y quiero faltar al trabajo sin motivo… en cuanto encuentre otro trabajo, claro está. Y beber el vino de ti en los picnics en el parque a pleno día. Quiero reír y ser feliz y desnudarme en el sofá y en cualquier otra parte que se me ocurra. Por favor, dime que es eso lo que también tú quieres.

Por ese entonces, Kathie lloraba.

—Joe… no estoy embarazada, ¿de acuerdo?

La expresión de él no cambió ni un ápice.

—De acuerdo. ¿Te gustaría estarlo?

—No hablas en serio.

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—Bueno —se encogió de hombros como pudo, teniendo en cuenta que seguía esposado—. Puede que no de inmediato. Sería agradable disponer de algo de tiempo para nosotros solos al principio, pero, con el tiempo, ¿no quieres tener hijos? Porque yo sí.

—Lo que digo es que no tienes que continuar si…

—Sí tengo. He sido desdichado sin ti. Te he echado mucho de menos.

—Ni siquiera estoy segura de gustarte…

—Kathie, cariño, es mucho más que eso. Cualquier cosa tan fuerte, tan descontrolada, tan loca… creo que tiene que ser amor.

—No creo que jamás puedas amarme.

—¿Qué puedo decirte? Tardo un tiempo, más de lo que debería, en comprender las cosas. En particular contigo, y lamento eso. Pero una cosa sobre mí… por lo general, al final siempre capto las cosas. Estoy enamorado de ti. Ella lo miró parpadeando y no supo qué decir.

—A menos que tú no me quieras de esta manera —continuó Joe, sinceramente preocupado—. Quiero decir, quizá me quieras aburrido y predecible. Ahhh, ni siquiera he pensado en eso. ¿Es lo que quieres, Kathie?

—Ese Joe es el que siempre creí querer —reconoció ella—. Siempre pensé que estaría segura con él, porque parecía fuerte y como si tuviera todo bajo control. Pensaba que ese Joe era capaz de manejarlo todo.

—¿Jamás pensaste que lo tendrías delante de ti esposado, sin trabajo, afortunado de que no lo hubieran arrestado y trayéndote pruebas de embarazo?

—No, jamás pensé eso de él.

—¿Es eso lo que quieres, Kathie? ¿Lo quieres a él?

—Oh, Joe. ¿Has sido sincero en lo que has dicho? ¿De verdad me has echado de menos? ¿Eras feliz pensando que tenías que volver y casarte conmigo?

—Feliz no describe lo que sentía. Estaba encantado. Quebranté varias leyes para llegar hasta aquí. Cantaba a voz en cuello junto con la radio. Hablo de esa clase de felicidad. Kathie, sé que no soy un gran partido con mi vida del revés, pero… si ya no me quieres, dímelo.

—No. Yo… es una locura —movió la cabeza—. Este nuevo tú. Impulsivo, fuera de control, que se pelea en un bar… —sonrió a través de las lágrimas—. Me gusta aún más.

—¿De verdad?

—Bueno, preferiría que no te pelearas en un bar…

—Cuenta con ello. Y encontraré otro trabajo. Tengo algo de dinero en el banco. No vamos a ser pobres.

—No me hace feliz que tu madre me considere afín a la plaga…

—O que tu hermano quiera matarme, pero podremos solucionar estas cosas, ¿no? Finalmente, se movió hacia ella y se inclinó para besarle con suavidad la boca, con mucha dulzura.

—Primero tengo que decirte una cosa —comentó ella, deseando que su hermano le hubiera quitado esas estúpidas esposas. Le habría gustado tener sus brazos alrededor en ese momento—. En realidad, no sé si estoy o no embarazada. No me he hecho la prueba. No quería saberlo. Temía que volvieras y me preguntaras si lo estaba, y no quería poder decírtelo. Quería que tomaras una decisión por mí. Sólo por mí.

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—Entonces… ¿crees que lo estás?

—No lo sé. Mi vida ha estado hecha un lío y mi cuerpo está… No sé. No está normal, pero podría tener mareos por la preocupación de pensar que no volverías…

—Kathie, cariño. Tenías que saber que volvería —volvió a besarla.

—Pensé que lo harías, pero un mes es mucho tiempo, y se puede decir que yo desbaraté toda tu vida. Lamento mucho lo de tu trabajo en el banco…

—Yo no. Estoy harto del banco… Supongo que es una buena idea que comprara la prueba del embarazo, aunque no pienso dártela hasta que digas que te casas conmigo.

—Joe, ¿estás seguro?

—Estoy seguro. Y quería hacer esto bien —movió el peso del cuerpo, se apoyó en las manos esposadas y logró posarse sobre una rodilla—. Kathie Cassidy, ¿quieres casarte conmigo?

Ella se incorporó sobre las rodillas y se pegó a él con la intención de darle un buen beso, pero primero:

—De acuerdo, supongo que debería contártelo… probablemente, no necesitamos las pruebas. De hecho, estoy bastante segura. Me refiero a estar embarazada.

Lo vio asimilar esa información, impasible, con una leve sonrisa en la comisura de los labios. No parecía molesto.

—Bien —convino—. Contesta mi pregunta. ¿Te vas a casar conmigo? Y más te vale que no sea por haberte dejado embarazada.

—No te preocupes —y se inclinó para darle el beso.

Pero estaban un poco desequilibrados y terminaron de costado sobre la hierba, riendo y besándose.

—He comprado un anillo —indicó él—. Está en el bolsillo y no puedo sacarlo ahora. Pero tengo un anillo para darte. Quiero darte todo.

—Yo también quiero dártelo todo y quiero ver mi anillo. ¡Jax! —gritó desde la hierba—. Quítale estas esposas. Voy a casarme con él.