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Stultifera navis Stultifera navis -Reexiones sobre pedagogía y política- -Reexiones sobre pedagogía y política- Stultifera navis -Reexiones sobre pedagogía y política- Julio César Carrión Castro Julio César Carrión Castro J ULIO CÉSAR CARRIÓN CASTRO Licenciado en Ciencias Sociales de la Universidad del Tolima. Magíster en Ciencias Políticas de la Universidad Javeriana. Ca- tedrático universitario. Director del Centro Cultural de la Uni- versidad del Tolima. Autor de los libros: Itinerario de nuestra escuela (Cooperativa Editorial Magiste- rio 1999), Pedagogía y regulación social -Vigencia de Auschwitz- (El Poira Editores 2005), Pedagogía, política y otros delirios -Sombras de humo- (Universidad del Tolima 2006), La animalización integral del hombre -Paradojas de los de- rechos humanos- (León Gráficas Ltda. 2006). Editor de revistas académicas y culturales, como Aquelarre de la Universidad del Tolima y autor de múltiples ar- tículos y ensayos sobre temas de educación y política. P. Brughel

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Stultifera navisStultifera navis-Refl exiones sobre pedagogía y política--Refl exiones sobre pedagogía y política-

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Julio César Carrión Castro

JULIO CÉSAR CARRIÓN CASTRO

Licenciado en Ciencias Sociales de la Universidad del Tolima. Magíster en Ciencias Políticas de la Universidad Javeriana. Ca-tedrático universitario. Director del Centro Cultural de la Uni-versidad del Tolima. Autor de los libros: Itinerario de nuestra escuela (Cooperativa Editorial Magiste-rio 1999), Pedagogía y regulación social -Vigencia de Auschwitz- (El Poira Editores 2005), Pedagogía, política y otros delirios -Sombras de humo- (Universidad del Tolima 2006), La animalización integral del hombre -Paradojas de los de-rechos humanos- (León Gráfi cas Ltda. 2006). Editor de revistas académicas y culturales, como Aquelarre de la Universidad del Tolima y autor de múltiples ar-tículos y ensayos sobre temas de educación y política.

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-Refl exiones sobre pedagogía y política-

Julio César Carrión Castro

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Stultifera Navis“La Nave de los Locos”

Primera edición, 2009: 1.000 ejemplares

ISBN: 978-958-44-6129-2

Diseño: Leonidas Rodriguez FierroEdición e Impresión: León Gráfi cas Ltda.Ibagué - Colombia

© Julio César Carrión CastroLicencia libre Creative CommonsEsta licencia permite copiar, distribuir, exhibir e interpretar este texto siempre y cuando se cumplan estas condiciones:Autoría-atribución: Respetar la autoría del texto y el nombre del autorNo comercial: No se puede utilizar este trabajo con fi nes co-mercialesNo derivados: No se puede alterar, modifi car o reconstruir este texto.

Carátula: La nave de los locos de Jerónimo Bosco

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Ìndice

Proemio....................................................................... 7Stultifera navis ........................................................... 15Geopolítica educativa ................................................ 19La pedagogía militar .................................................. 21“Honra a tus superiores” ............................................ 23La jaula de hierro ....................................................... 26Educación y regulación social .................................... 28Flexibilización laboral, exigencia credencialista y fraude académico ...................................................... 31“Juventud, divino tesoro...” ....................................... 38La universidad encantada .......................................... 40Una modernización tradicional.................................. 42Esplendor y miseria de una propuesta de reforma ...... 44Universidad, ciudadanía y patriotismo ....................... 54Universidad y simulacro ............................................ 57¿Quo usque tandem abutere, Ramón, patientia nostra? ........................................................ 61U. T. -La Universidad del Tamal- ............................... 65Transparencia ........................................................... 69Ascensos y acomodamientos ...................................... 73Falsos positivos académicos y administrativos ............ 77Meritocracia .............................................................. 80Silencio administrativo .............................................. 83Creatividad y talento ................................................. 88Fouché ...................................................................... 92El velo mediático ....................................................... 96El triste tránsito ......................................................... 98Bufones de Palacio ................................................... 101Internet y democracia .............................................. 105

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Publicidad y “principios” ........................................ 109Patriotismo y terrorismo .......................................... 113Democracia S. A...................................................... 116“El futuro nos pertenece” ........................................ 119Democracia, derechos humanos y decadencia de Occidente ........................................ 122La mitología del progreso ........................................ 127La muerte administrada ........................................... 129El genocidio ............................................................ 132Tortura made in U.S.A. ........................................... 137Terrorismo e inquisición .......................................... 140Acerca del terrorismo ............................................... 143Genealogía del terror moderno ................................ 145¿Vale la pena insistir en el pacifi smo? ....................... 153Contra el olvido ...................................................... 155Guernica: memoria del sufrimiento ......................... 158Mantener viva la memoria ....................................... 160La continua muerte de Galán .................................. 163La mitología patriótica ............................................ 167Efemérides, conmemoraciones y festejos .................. 169“La aborrecida escuela” ............................................ 173De estándares e indexaciones ................................... 176Olvidos y despojos................................................... 178Memoria de la escuela ............................................. 180El pensamiento político latinoamericano ................. 184

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Proemio

Stultifera Navis“La Nave de los Locos”

En la ciudad de la Suiza alemana Basilea, considerada en su época como la ciudad del libro, se publicó en 1494, entre otras, una de las obras más famosas de su tiempo: la sátira popular contra los vicios humanos de Sebas-tian Brant (o Brandt), Narrenschiff = Stultifera Navis= “La nave de los locos”. Se compone de 2079 octosílabos pareados, y relata el viaje al país de la locura (Locagonia) de 111 personajes de diferente extracción social, cada uno de los cuales encarna un vicio humano.

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Traducida al latín por J. Locher en 1497 fue leída en toda Europa durante el Renacimiento. La obra fue adaptada (1509) al mundo inglés con el mismo título por Alexander Barclay (1475-1552) y en ella Erasmo de Roterdam en-contró inspiración para componer sus célebres Adagios y el Elogio de la locura.

En La nave de los locos no es el autor quien habla, sino la Locura misma, que se decide a hacer su propio panegírico y que de un modo brillante e ingenioso satiriza las costumbres contemporáneas.

Ninguno de los elementos fundamentales de la obra de Brant es nuevo: ni la fi gura del necio, ni el carro o la nave cargados de ellos, ni la sátira social, ni la división de los versos. En la obra se ve el sistema de virtudes y vicios. Es un sistema que mira al más allá, pero que pone a la literatura como intermediaria: la literatu-ra didáctica, la intención de Brant: infl uir en todo tipo de lectores.

“La nave de los locos” es una composición li-teraria inspirada en el viejo ciclo de los Argo-nautas, que ha vuelto a cobrar vida entre los grandes temas de la mitología en los albores del Renacimiento, cuando Sebastián Brant es-

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cribe el poema Narrenschiff (1492), concebido como un espejo donde cada uno pueda ver su contrahechura, y Jerónimo Bosco, en los úl-timos años del siglo, compone un cuadro del mismo título. El Bosco conoció seguramente el poema de Brant, pero no tuvo necesidad de inspirarse en él, puesto que la metáfora de la nave era usada comúnmente en la Edad Media. Una imagen popular era la barca de la Iglesia, tripulada por prelados y clérigos, transportan-do a salvo su carga de almas hasta el puerto de la Gloria. En un poema alegórico del siglo XIV, “el Peregrinaje de la vida del hombre”, de Guillermo de Deguilleville, la nave de la reli-gión lleva un mástil que simboliza el crucifi jo, con castillos que representan las órdenes reli-giosas. La de la nave es una imagen familiar, pues, entre los pintores y poetas de los siglos XIV y XV [Citado por Walter S. Gibson en El Bosco. Destino, Barcelona 1993, p. 37].

La “Stultífera Navis”, la Nave de los Locos, es un objeto nuevo que aparece en el mundo del Renacimiento: un barco que navega por los ríos de Renania y los canales fl amencos. Los locos vagan en él a la deriva, expulsados de las ciudades. Son distribuidos en el espacio azaro-so del agua (símbolo de purifi cación).

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La fi gura del loco es importante en el siglo XV: es amenazador y ridículo, muestra la sinrazón del mundo y la pequeñez humana, recuerda el tema de la muerte, muestra a los humanos una alegoría de su fi nal seguro. La demencia es una señal de que el fi nal del mundo está cerca. El loco, en esta época, está vinculado a un saber oscuro.

Esta concepción va cambiando con el tiempo. En el mundo literario, la locura sirve de sátira moral: la presunción (el loco se da atributos que no posee), el castigo (la sinrazón le sobrevie-ne por los excesos de la pasión), la verdad por la doble mentira... Se la empieza a considerar irónicamente, como un mundo de ilusiones, como una fi gura conocida y menos temible.

Poco a poco cambia el antiguo panorama ame-nazador del loco, su fl uir en la barca incontro-lada. El espacio del Hospital es crucial en este cambio; el loco es ya retenido entre las cosas y el mundo, y encerrado, a comienzos del si-glo XVII. La experiencia clásica de la locura se está forjando. La locura está entre nosotros, dócil y visible.

Tomado de sites.google.com/site/escritoresmalditos/stultiferana-vis

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Dice Michel Foucault que de todos los navíos fantásticos que inventó la Edad Media y el Re-nacimiento, el único que tuvo una existencia real fue la nave de los locos, “ya que sí existieron estos barcos que transportaban de una ciudad a otra sus cargamentos insensatos”. Los locos eran ex-pulsados de las ciudades de Europa como una medida profi láctica ya que se buscaba evitar una peligrosa contaminación. Además se asumía que el agua poseía una especie de propiedad de puri-fi cación, milagrosa y ritual.

En los avatares de una navegación que descono-ce su destino se encuentra hoy la escuela. Su pro-yecto que la Ilustración fi jó como emancipador y libertario, está en manos de ineptos e insensa-tos maestros y administradores, convertidos en simples trafi cantes y simuladores que no saben lo que hacen. “Sin duda la locura tiene algo que ver con los extraños caminos del saber. El primer canto del poema de Brant está consagrado a los libros y a los sabios; y en el grabado que ilustra este pasaje en la edición latina de 1497, vemos al Maestro, como en un trono en su cátedra ates-tada de libros; detrás del birrete de doctor, lleva el capuchón de los locos, adornado con cascabe-les”.

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También Erasmo de Rotterdam consagró como seguidores de la “Diosa Estulticia” a Teólogos, Gramáticos, Poetas y Rectores. No en vano, he-mos querido emplear esta metáfora medieval-re-nacentista de La nave de los locos, para fi gurar, mediante una serie de artículos de opinión publi-cados en distintos momentos y en diversos me-dios impresos, no la supuesta marcha triunfal de la Iglesia con sus fi eles hacia la gloria, guiada por sus prelados y jerarcas, como lo pretendía el símil original, sino signifi car el irreversible tránsito del mundo escolar, académico y universitario hacia la decadencia total, bajo la torpe dirección de admi-nistradores anónimos, incompetentes y corruptos.

Se trata de una serie de artículos publicados du-rante los últimos años. Artículos no confrontados conceptualmente, pero sí censurados y vetados, tanto por los burócratas de la educación, como por los gerentes, directores y editores de una prensa subrogada a los intereses mercantilistas y comprometida exclusivamente con la defensa de los contratos establecidos con esas mismas insti-tuciones educativas que orientan los insensatos.

Julio César Carrión CastroDiciembre 2009

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De inutilibus libris

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Stultifera navis(La nave de los locos)

Michel Foucault publicó a comienzos de los años sesenta del pasado siglo la obra Historia de la lo-cura en la época clásica. Este estudio se adentra en las diferente teorías y conceptos que histórica-mente se han utilizado para interpretar -y recha-zar- la locura. Nos muestra de qué manera se ha venido imponiendo la noción de “normalidad” y con ella las políticas de rechazo, de marginalidad y de reclusión a todos aquellos que no quepan en dicha noción.

Las versiones sobre la locura -sus causas o etio-logía, su propagación, desarrollo y sus posibles tratamientos y terapias- han podido modifi carse algo entre la edad media y nuestros días, pero los anhelos de encierro, la ideología de la exclu-sión, siempre acompañan a quienes se consideran “normales”. La confrontación a la locura, enton-ces, está inscrita en el bagaje intelectual de los preceptores del buen comportamiento y los for-madores de opinión -léase sacerdotes, maestros, médicos, carceleros, o editorialistas de la prensa-. El viejo sentimiento judeo-cristiano de la culpa-

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bilidad, junto a la moral y la razón, se confabu-lan para exigir la exclusión de los dementes y de todos los “anormales”. El cumplimiento de este dictamen, además, se hace en nombre del “pro-greso” y de la “democracia”.

El miedo hacia el loco, es fundamental en el tra-tamiento a la diferencia. Ha sido el miedo el que ha llevado primero a la exclusión y luego al ex-terminio de los “anormales” -llámese loco, mu-jer, judío o comunista- Desde la instauración de esas naves errantes que a fi nales de la edad media vagaban sin destino por los ríos y canales de la civilizada Europa, cargadas de desesperados ora-tes que ninguna nación quería asilar, hasta los manicomios, la psiquiatría represiva y los cam-pos de concentración y de exterminio de hoy, todas estas acciones confl uyen en la pretensión de excluirlos, les temen porque saben que a la lo-cura se puede llegar por la razón y por la libertad, como lo enseñara Don Quijote, ese “loco” genial que inaugurara nuestra modernidad y como lo defendió Erasmo de Rotterdam en su incompa-rable Elogio.

Ante el repudio que hemos manifestado por la farsa montada para la arbitraria selección del rec-

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tor de la Universidad del Tolima, de la cual salió “triunfante”, como era de esperarse, el por tres veces ungido Jesús Ramón Rivera Bulla, hemos recibido, además del señalamiento de “locos”, o “anormales”, algunas pullas y diatribas, prove-nientes todas de la madriguera de los ofendidos, es decir, de la coalición armada por los integrantes del “orden” establecido por Chucho Ramón en sus diez años de poder y de contratos: Por sus agentes internos, mandaderos que libran la desesperada batalla por sus próximas órdenes de prestación de servicios; por algunos negligentes, “indiferentes”, y hasta descompuestos profesores a quienes nada les importa el porvenir de esta institución, inmer-sos exclusivamente en sus intereses personales; por un jerarca de la asociación sindical de profesores tan obsoleto como corrupto; por funcionarios ve-nales que creen deberle “el puestico” al capataz de turno; por unos pocos estudiantes contemporiza-dos -muy pocos es cierto, pero que apoyados por la administración suelen hacer toda la bulla que reclama el continuismo- y por supuesto, por el cártel de los contratistas quienes despliegan una severa intervención, utilizando mañosamente los medios de comunicación supuestamente a favor “de las decisiones de las mayorías, como clara ex-presión de la democracia”.

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Estos severos, defensores de la “normalidad” y de la falsa democracia que nos gobierna, desde la trinchera anónima de sus artículos de prensa y sus fi cticias direcciones de correo, despliegan el velo mediático y se vienen lanza en ristre contra quie-nes sospechan que están locos o se encuentran “matriculados en la recalcitrante izquierda” y no dudan en repetirnos graciosamente la ya gastada frasecita del rey Boborbón: “por qué no te callas”, como reiterando su condición de dependientes y colonizados guardianes de manicomio.

Camufl ados y crípticos personajes que muestran una imagen pública “normal”, ceñuda, infl exi-ble, indoblegable y hasta “ética” la cual utilizan para simular que confrontan “la corrupción” y los “dogmas de la izquierda”, mientras en reali-dad, en su más íntima relación con el poder que los amamanta y sostiene, son tiernos, blandos, fl exibles y torcidos en la conveniente defensa de sus no pocas ventajas, prebendas y contratos.

Con lúdica lucidez tenemos que aceptar que en la locura habita tanto la razón, como la sinrazón. Hacemos nuestras las palabras con que Cicerón señalara la “locura” de Catilina por las ansias de poder:

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¿Quam din etiam furor iste tuus nos eludet?¿Hasta cuando esta locura tuya, seguirá burlándo-

se de nosotros?

Geopolítica educativa

La llamada “nueva época” que estamos vivien-do, tan promocionada y publicitada por los

medios de comunicación, en última instancia no representa más que un reacomodamiento glo-bal del capitalismo tardío. Esquema de recom-posición de la explotación económica que se ha centrado, principalmente, en la fundamentación y puesta en marcha de la ideología y las estra-tegias del neoliberalismo, es decir, en una serie de procesos de desregulación estatal, aplicados a los países periféricos, imponiéndoles el desman-telamiento y la mercantilización de las funcio-nes públicas, la privatización de las empresas de servicios, la sistemática negación de los derechos sociales, económicos y laborales de las mayorías, y hasta la banalización de sus propias culturas y soberanías. Este fenómeno, por supuesto, tam-bién afecta al sector académico y educativo.

Desde los centros mundiales de poder se busca alcanzar cada vez mayores benefi cios para el capi-

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tal transnacional y, simultáneamente, garantizar su hegemonía cultural, mediante la imposición de una geopolítica educativa, que se expresa en una mayor regulación e instrumentalización de los individuos, adaptándolos a los requerimien-tos de la productividad y el rendimiento, acorde con las exigencias del capital y del mercado.

A la terrible carga del desempleo, de la exclusión social y la marginalidad, se suma ahora en los países dependientes, bajo el disfraz del inmedia-tismo y la “fl exibilidad”, no solo la precariedad de los nuevos contratos laborales, el estancamiento de los salarios, la desaparición de los regímenes prestacionales y de seguridad social, sino, todo un sistema educativo que pretende formar esa nueva fuerza de trabajo temporal, desechable, efímera y fragmentada, que no busque la estabi-lidad, el largo plazo ni la seguridad.

A ello se reducen las reformas o reestructuracio-nes que se vienen aplicando en las instituciones educativas -en particular en las universidades-. Se trata, en resumen, de subordinar la pedagogía y la autonomía universitaria, a los intereses del merca-do y en esta tarea están comprometidas las actua-les “efi cientes” administraciones universitarias.

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La pedagogía militar

Los autoritarismos y totalitarismos se carac-terizan por pretender la militarización de la

vida cotidiana. Estas formaciones económico-sociales que se sustentan en el llamado rigor militar, tienen como fundamentos axiológicos e ideales pedagógicos la obediencia acrítica, la ser-vidumbre voluntaria, el silencioso acatamiento a todas las órdenes, la competitividad, la ciega identidad con las autoridades y la ausencia de toda refl exión autónoma. Es sobre la base de es-tas “virtudes” que se forman los caracteres pro-clives hacia la brutalidad y la agresión. Este tipo de sujetos son los que han hecho posible el ascen-so del fascismo.

Los bárbaros ritos que se imponen en las aca-demias y cuarteles militares, con sus convoca-torias a soportar el dolor y a expresar “dureza”, “fuerza” y “honor”, constituyen factores claves en el proceso de elaboración de los imaginarios represivos, de las conciencias autoritarias y de la idiosincrasia de los torturadores, tan comunes en estas “democracias vigiladas”.

Colombia bajo el gobierno de Uribe Vélez sopor-

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ta una amplia proliferación de estas conciencias mutiladas, al amparo de una generalizada y as-fi xiante militarización de los espacios sociales. No se trata sólo del desaforado incremento del número de los efectivos en las fuerzas militares y de policía, que nos agobian en campos y ciuda-des, es también esa intención de convertirnos a todos en “colaboradores”, mediante la promoción de las redes de informantes, delatores y soplones. Se argumenta que así se garantiza la “seguridad democrática” pero, como lo señala la investigado-ra María Victoria Uribe, al “modelar la sociedad bajo los parámetros de la milicia, se convierte al ciudadano común en un combatiente con com-promisos y obligaciones en los escenarios béli-cos”. A esta situación hay que sumar el incremen-to y la legitimación del paramilitarismo, como lo vienen denunciando organismos internacionales como Amnistía Internacional, Americas Watch y Naciones Unidas, entre otros.

Lo que acontece tan reiteradamente con soldados que mueren en “extrañas” circunstancias o que se “suicidan”, no es más que otra expresión de esa cotidiana barbarie militar. Lo que molesta a los politiqueros, siempre en campaña electoral, es que los medios de comunicación divulguen es-

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tas aberrantes situaciones que se viven en la “de-mocracia”. También corresponde a esta “opción” pedagógica, el tránsito de muchos intelectuales hacia un servil colaboracionismo con los “supe-riores” es decir, con los detentadores del poder.

“Honra a tus superiores”1

“El aparato debería funcionar ininterrumpida-mente durante doce horas. Pero cuando hay en-torpecimientos son sin embargo desdeñables y se los soluciona rápidamente”, le informa el ofi cial al explorador que desea conocer el funcionamiento de la máquina de torturas que opera en La Co-lonia Penitenciaria de Franz Kafka. Orgullosa-mente le explican al extranjero que el manejo de la Colonia es un todo organizado en donde nada queda al azar, nada es fortuito, así se presenten ocasionales inconvenientes, pequeñas fallas en el aparato, no se encuentren de inmediato algunos repuestos para éste, o falte momentáneamente dinero para su adquisición, al fi nal todo funcio-na perfectamente, de manera sincronizada.

1 Inscripción hecha sobre el cuerpo del condenado en el cuento En la colonia penitenciaria de Franz Kafka

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Las sentencias y las penas que se aplican en la Colonia Penitenciaria, se basan en un principio fundamental: “la culpa es siempre indudable” y la desobediencia frente a las normas de la seguri-dad y de la disciplina, son castigadas severamen-te. Poco importa que no se conozca muy bien el funcionamiento del aparato, pues, lo principal es que las sentencias se cumplan y que los “procedi-mientos judiciales”, las estructuras y el orden se mantengan, para que la intrincada máquina no se entorpezca y continúe su labor.

El modelo burocrático es imperante hoy en el mundo entero. La burocracia funciona como esa compleja máquina kafkiana, en donde todo tiene que ser escrito, como sobre la piel de los condenados. El “correcto funcionamiento” de la estructura burocrática reclama no sólo la obe-diencia acrítica y la “servidumbre voluntaria”, sino el cabal cumplimiento de la normatividad fi jada por el poder disciplinario: normas y regla-mentaciones que el engranaje de la maquinaria exige; gestiones, trámites, papeleos, procesos, ex-pedientes… porque nada puede quedar por fuera de la escrutadora mirada del poder y de sus fun-cionarios.

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Una pormenorizada división del trabajo his-tóricamente fue fi jando no sólo la distribución detallada de las actividades y tareas de los seres humanos, con los empleos “superiores” e “infe-riores” en el proceso productivo, sino en toda la vida social, hasta alcanzar esa forma organizada de la irracionalidad capitalista que hoy nos go-bierna y que se caracteriza por la total desapa-rición de la individualidad, de la capacidad de juicio autónomo y del uso público de la propia razón, a favor de las “funciones”, los “cargos” y las “instituciones”. Permanentemente se nos re-calca que “las instituciones permanecen mientras que las personas son prescindibles”. En esta afi r-mación descansa la realización de la metáfora de la maquinaria burocrática denunciada por Kafka y por Max Weber.

La Universidad que parecía ser una institución establecida al margen de esa estructura burocrá-tica alienante, además de promotora del mejo-ramiento de los seres humanos y refugio de la cultura, de la ética, de la imaginación utópica y, en general, del humanismo, como fue consagra-da desde la Edad Media, ahora, bajo el infl ujo de las mentalidades administrativas y los intereses productivistas, consumistas y faranduleros, se ha

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convertido en otro nicho del ajetreo politique-ro, que difunde el menosprecio por la educación, la ciencia y la cultura, consagrando en sus altas dignidades a “funcionarios”, carentes de la per-sonalidad y el carácter que antaño defi nía a los académicos. Hoy los directivos universitarios son simples “gerentes de recursos humanos” y admi-nistradores de clientelas, operando como repar-tidores de prebendas, favoritismos y ventajas. No son más que engranajes de una maquinaria establecida, para la promoción del pensamiento único y la defensa del statu quo.

La jaula de hierro

Es innegable la regulación y normalización generalizada que se vive en las sociedades

contemporáneas. El triunfo de una irracional ra-cionalidad, que muestra su mayor efi cacia en los campos de concentración y de exterminio y en las guerras totales del presente, nos ha conduci-do a la más absurda burocratización, tanto de la vida personal como colectiva. Estamos atrapados en la jaula de hierro de la metáfora weberiana. Este “mundo administrado” signifi ca, por igual, la pérdida de las individualidades y la implanta-ción de la sociedad panóptica que soportamos.

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Como En la colonia penitenciaria de Franz Ka-fka, el hombre contemporáneo deambula, como condenado, ante la poderosa maquinaria de un anónimo poder que le exige “honrar a los su-periores”, y la cual siempre estará segura de que “nuestra culpa es indudable”.

Se ha desvanecido el ideal kantiano del uso pú-blico del propio entendimiento, bajo el peso de una serie de complejas obediencias y subalterni-dades y por el impacto de las nuevas tecnologías sobre las conductas. En este proceso de sistemá-tica destrucción del individuo y de las soberanías nacionales, la mediocridad del hombre-masa ha sustituido toda mayoría de edad y toda autono-mía, y el Imperio se ha impuesto por sobre los estados nacionales.

Contribuyen a esta gregarización del ser humano y a este despojo de las identidades personales y sociales, unos medios de comunicación que han convertido los aconteceres cotidianos en simples espectáculos; la farandulización del mundo de la vida; el proceso de sacralización de la cien-cia y la tecnología, que promueven los centros internacionales de poder -transmutados hoy en “centros de excelencia”- que buscan imponer su

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hegemonía; la pérdida de la multiculturalidad y el pluralismo, por la sumisión voluntaria de las élites criollas a las imposiciones imperiales y, por supuesto, por el languidecimiento de la escuela y la pedagogía, convertidas ahora en meros meca-nismos de apoyo a la producción y al mercado.

La jaula de hierro también opera en la escuela. Una concepción y una burocracia tecnofascista administra el sistema escolar. Sólo se piensa en las competencias básicas, fi jadas por las transna-cionales; en los estándares de calidad empresa-riales y en formar los trabajadores fl exibles y po-livalentes que reclama el sistema. Desaparecieron de la escuela y las universidades la refl exión críti-ca, los intereses emancipatorios, la preocupación por la democracia, por ética y por la dimensión estética, suplantados por la efi cacia, la efi ciencia y la rentabilidad capitalista.

Educación y regulación social

Theodor W. Adorno ha planteado que cual-quier discusión referida a los ideales de la

educación es vana e indiferente, frente a la exi-gencia de que Auschwitz no se repita. Pero bien sabemos que la barbarie persiste porque aún es-

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tán presentes las condiciones que la han hecho posible. El genocidio hunde sus raíces en la pro-pia conformación de lo que conocemos como “civilización”. Pese a la derrota del nazifascismo el horror perdura en el mundo contemporáneo. De la vigencia política de la barbarie da cuenta la reciente historia, con los eufemísticamente deno-minados Centros de control y de reeducación que administran las tropas norteamericanas a nom-bre de su gobierno -el IV Reich- en los territorios ocupados de Irak o en el más cercano enclave colonial de Guantánamo.

El general condicionamiento del ser humano, su total encadenamiento, no sólo al círculo dia-bólico de la producción y el consumismo, sino, la movilización total y la reducción de la vida a la mera sobrevivencia (como en los arrabales, favelas y villas de miseria de las grandes urbes, o como en los campos de concentración y de ex-terminio) se expresa en lo que tan propiamente llamara Michel Foucault como el biopoder. Un asunto de regulación generalizada que puede llevar, y efectivamente ha llevado, al exterminio colectivo y que tiene antecedentes ligados, por supuesto, a la racionalidad occidental y a la ideo-logía del “progreso”.

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Primero fue el inicial control del cuerpo y del gesto, la disciplina; luego el control poblacional, el fi chamiento, la higienización, la salubridad, el encierro; actualmente el control biológico de la especie y la amenaza de la manipulación genéti-ca. Esta planeación pormenorizada busca que se viva y se actúe como en los campos de concen-tración, bajo una administración total. Proyecto político en el que se realiza plenamente el capi-talismo tardío, bajo las formas autoritarias, tota-litarias e incluso bajo la apariencia de la “demo-cracia formal”, subordinando las personas a una detallada microfísica del poder y sometiéndolas al constante imperio de la psicología transaccio-nal y de una pedagogía centrada en el acoso a la vitalidad y la crueldad, logrando, precisamente, la desaparición del individuo, que es sustituido por las masas. Ya Nietzsche lo había sentenciado: “Sólo lo que no cesa de doler permanece en la memoria -este es un axioma de la psicología más antigua- y por desgracia la más prolongada que ha existido sobre la tierra”.

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Flexibilización laboral, exigencia credencialista y

fraude académico

El modelo laboral globalizado del neoliberalis-mo se caracteriza por la precariedad, es decir

por el establecimiento de empleos provisionales, inseguros, de baja calidad, y de poca duración y estabilidad. La educación juega cada vez un papel más importante dentro de los sistemas de producción; en función de ello, se han ido inte-grando de manera total los planes y mecanismos educativos en los procesos productivos.

Esta integración responde a las demandas del sis-tema productivo, tanto a las necesidades de un “saber hacer” en cuanto al manejo de los conoci-mientos científi co-técnicos que reclaman mano de obra califi cada para los actuales y futuros re-querimientos, como a las necesidades de repro-ducción ideológica que permitan que esa mano de obra sea fácilmente explotable, es decir que se tenga plenamente asumido el rol de la obediencia y la subalternidad que la burguesía espera de la clase trabajadora.

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Por ello la precariedad laboral contemporánea se complementa con la precariedad, el fraude y la banalidad en las ofertas educativas. Las univer-sidades se encuentran hoy entregadas, no sólo a los intereses económicos y políticos de los grupos hegemónicos, sino, además, insertas en una vi-sión superfi cial, carente de sentido y hasta faran-dulera de la educación, la cual es ampliamente difundida.

La educación siempre ha sido fundamental para cualquier sistema de producción que reclama cumplir con los ritmos, características y dinámi-cas de la economía imperante para poder ser efi -ciente y rentable. En la economía neoliberal eso signifi ca que se amplíe la inversión realizada, en el sentido de formar una mano de obra fl exible, polivalente, adaptable y readaptable a las cam-biantes necesidades del mercado de trabajo.

De ahí el afán de convertir la educación en una gran fábrica de trabajadores acomodaticios, que se acoplen al mundo de la fugacidad laboral y la temporalidad; de ahí la enorme oferta de pre-grados, maestrías, doctorados y post-doctorados, que muchas universidades, distintas institucio-nes y hasta gobiernos, presentan a través de los

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medios de comunicación y en especial en la In-ternet.

En el mundo gubernamental y empresarial se ha despertado un enorme interés por lo pedagógi-co y educativo: tecnólogos de las más variadas entidades internacionales, burócratas de organis-mos de gobierno, gerentes y administradores de diverso tipo de negocios, empresarios, militares y muchos otros personajes de la vida pública y privada, coinciden en señalar que estamos vi-viendo “la era de los conocimientos”, la mejor época para diseñar el desarrollo a partir de una efi ciente aplicación e internalización de la ciencia y la tecnología, de unos saberes que circulan li-bremente en las redes en una supuesta sociedad del conocimiento.

Ahora aprender es sinónimo de acceder a la in-formación que circula en el ciberespacio y aplicar las técnicas que se recomiendan para los casos particulares que se afronten, desde el mejora-miento de los procesos productivos, la venta de artículos y de servicios, hasta la “seguridad de-mocrática” de las distintas naciones.

Se trata, entonces, de sustituir la represión direc-

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ta que se ensayara mediante el autoritarismo y el totalitarismo, también esa uniformidad mecáni-ca que antaño impusiera el conductismo taylo-rista, por la polivalencia y la fl exibilidad. Ya la educación no consiste sólo en el instruccionismo, la “califi cación de mano de obra” ni la transmi-sión de unos saberes curricularizados, mediante el establecimiento de disciplinas corporales, cro-nosistemas y rutinas; sino en fi jar una nueva psi-cología de masas, una especie de crono-biología, basada en la utilización pedagógica de los cono-cimientos científi cos y tecnológicos, que estarían ahí, para ser simplemente utilizados y llenar el vacío y los anhelos credencialistas de quienes as-piran a un empleo.

Hoy la vida entera pretende ser escolarizada, so-metida a las rutinas de la escuela, hay un nuevo “orden” del tiempo, nuevas condiciones de exis-tencia, basadas en calendarios, horarios y rutinas. Todo esto ha llevado a que la escuela y el maestro carezcan de identidad propia; cualquier espacio puede sustituir la escuela y cualquier individuo, cualquier tegua, por inhábil que sea, puede im-provisarse como “docente”, como “profesor”, para ello existen, a nivel universitario, los cursos de “pedagogía para los no pedagogos”.

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Estas nuevas formas de control poblacional, como fehaciente expresión del biopoder, incluyen tam-bién la no limitación de la educación a los espacios y tiempos escolares, imponen la escolarización de otros espacios y lugares: la empresa, la ofi cina, la casa, la calle, el café-internet, los cuarteles y otras instituciones y establecimientos, hasta convertir todo el entorno humano en un universo pedagogi-zado -hasta la policía se siente “educadora”, como que ahora imponen comparendos pedagógicos-.

El mundo se ha convertido en escuela global. La pedagogización de otros ámbitos y lugares defi ne una nueva -y absurda- concepción de la “modernidad”. Se trata de un nuevo encuentro entre represión, educación y economía. Ahora se debe reelaborar la concepción de “capital huma-no”, proponiendo un mayor vínculo entre la es-cuela y la empresa. Ya no se busca la califi cación personal, sino formar trabajadores “fl exibles” y “polivalentes”; no sólo individuos “dóciles”, sino, además, “colaboradores”, “participativos” en el sentido en que le sirven al capital y al poder, es decir, no capacitados para una participación crí-tica o para la refl exión autónoma, sino dispuestos a la productividad, a la efi ciencia empresarial o a la “defensa de la patria”.

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Se trata de formar gente que se considere “inde-pendiente”, “competitiva”, capaces de correr sus propios riesgos, de habituarse, tanto al rutinario consumismo y la frivolidad que difunden los me-dios de comunicación, como a las incertidum-bres de los mercados, personas que hagan nego-cios “propios” y que a la vez estén dispuestos a la movilización total. La educación de esta manera se integra totalmente al mercado del trabajo, al conformismo social y a la “seguridad democrá-tica”. Se requieren unas nuevas “competencias”, conforme a estándares de calidad establecidos por las entidades transnacionales y adoptados por las empresas. El concepto de “calidad educativa” ha quedado subsumido en la noción de “calidad industrial”, de calidad en los procesos producti-vos y de conveniencia pragmática empresarial y gubernamental.

Se nos habla, de que el conocimiento es el eje de la transformación productiva y de la defensa de la democracia, que debemos conectarnos con las redes del conocimiento, incorporar a nuestra realidad pedagógica y social, la ciencia y la tec-nología que nos ofrece una Sociedad del cono-cimiento, pretendidamente neutral, pero que en realidad está sometida a los llamados “centros de

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excelencia” de las grandes universidades y grupos de investigación, comprometidos y manejados por las transnacionales.

Tenemos que decir sin embargo que esos objeti-vos de las clases dominantes no se cumplen en-teramente. La situación real y actual de la edu-cación, nos enseña que a pesar de los ingentes procesos de reforma del sistema educativo que ac-tualmente se desarrollan, con la intencionalidad de construir una supuesta civilización mundial uniformada alrededor de los paradigmas neo-liberales y mediante la promoción del llamado pensamiento único, no se ha realizado totalmen-te y aún se conservan ciertos rasgos de inconfor-midad propios de otros momentos históricos, de otra correlación de fuerzas y de lucha de clases. Contra esa concepción homogeneizante que se quiere establecer, hay una tenaz resistencia ética y política, que todavía se expresa en las institu-ciones educativas.

Que la educación se constituya, en un instrumen-to en manos de las transnacionales y la oligar-quía, dependerá de esa respuesta y esa resistencia que se articule desde la escuela y la universidad. Entre tanto la tarea de maestros y estudiantes se-

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guirá siendo convertir la educación y la escuela en “un campo de combate”, como lo propusiera Estanislao Zuleta.

“Juventud, divino tesoro...”

En el año de 1918 en Córdoba -Argentina- se realizó el primer movimiento estudiantil por

la reforma universitaria que les llevó a la declara-ción de una serie de principios contenidos en el Manifi esto denominado, La juventud argentina de Córdoba a los hombres libres de Sud América, en el cual protestan porque “las universidades han sido hasta aquí el refugio secular de los me-diocres” y además porque estaban -y aún siguen estando- sometidas a la anacrónica vigencia de un sistema educativo heredado de la colonia, que las convierte en fortines burocráticos y clientelis-tas, y que hace de la simulación fundamento pe-dagógico para que reine “la plácida ignorancia”.

Con criterios éticos, autenticidad y proyección histórica, esta juventud reclamaría el derecho a que las instituciones de educación superior se diesen su propio gobierno, para “arrancar de raíz en el organismo universitario el arcaico y bárbaro concepto de autoridad que en estas casas de estu-

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dio es un baluarte de absurda tiranía y sólo sirve para proteger criminalmente a la falsa dignidad y la falsa competencia”. Esa protesta se extendería hacia todas las latitudes de la América Latina, buscando liberar la educación del lastre del tra-dicionalismo a ultranza, garantizar la autonomía universitaria y hacer de la defensa de la escuela pública un estandarte de las luchas populares.

En Colombia las primeras jornadas estudianti-les por la reforma universitaria se presentan en la década de los años veinte del pasado siglo. En 1928, precisamente en la ciudad de Ibagué, se re-úne el III Congreso Nacional de Estudiantes que discutió temas como la autonomía, la libertad de cátedra, el acceso de las mujeres a la educación superior, la abolición de los textos confesionales y dogmáticos y estableció un programa pluralista para las futuras confrontaciones, “más allá de las aspiraciones de los partidos políticos”.

Aunque obviamente las demandas del Manifi esto de Córdoba y de las demás luchas estudiantiles latinoamericanas no se han realizado, el espíritu rebelde de la juventud no languidece y periódi-camente expresa la vitalidad de sus exigencias y reclamos. El espectro de esa rebeldía juvenil re-

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nace en cada nueva generación. Memorables fue-ron las jornadas realizadas durante todo el siglo XX por las juventudes universitarias, en favor de la democracia y por la libertad. La sangre de sus héroes, muchas veces anónimos, infi ltra toda la reciente historia. Tal vez porque, como lo expre-sara el Manifi esto de Córdoba: “La juventud vive siempre en trance de heroísmo. Es desinteresada y pura. No ha tenido aún tiempo de contaminar-se”. Pero...vendrán nuevos tiempos en los que los sueños, los intereses emancipatorios y las utopías juveniles, pueden verse atrapados por la aliena-ción, por la politiquería, por el oportunismo, por los intereses consumistas y en general, por esa angustiosa sensación de “no futuro” que todo lo corroe.

La universidad encantada

La crisis general que vive la educación pública en Colombia, es el resultado de las políticas

de desfi nanciación y mercantilización del sec-tor, conforme a los supuestos requerimientos del mercado y a las exigencias de las entidades pres-tamistas norteamericanas. Obsecuente con este mandato, el gobierno de Álvaro Uribe diseñó la antinómica propuesta de la “Revolución educa-

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tiva”, que pretende la reducción de los gastos de funcionamiento y la aplicación de una reforma académica sustentada en procesos de competi-tividad y estandarización mercantil, para liqui-dar el derecho a la educación de las mayorías y desvirtuar todo asomo de soberanía cultural o política.

Las universidades que se avienen con estas au-toritarias disposiciones, son condecoradas con la “Medalla a la fe pública” y distinguidas como entidades que impulsan la “modernización”, así esto signifi que la precarización de los contratos laborales (ahora casi todos los servidores de las universidades públicas son “personal supernume-rario”, “catedráticos” y “tutores”), el desconoci-miento de la autonomía universitaria, el deterio-ro de las condiciones salariales y prestacionales, la persecución a la protesta y la amenaza sobre las actividades culturales.

El rector impuesto en la Universidad Nacional, cumple estas tareas y su ejemplo se extiende. Je-sús Ramón Rivera, rector de la Universidad del Tolima, satisfecho con la “credibilidad y confi an-za” que le tiene el gobierno nacional, ha dicho: “Las personas buenas y bien intencionadas de

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nuestra sociedad y de nuestra universidad somos una inmensa mayoría... como para dejar que el manejo de la imagen y por lo tanto de la cre-dibilidad de nuestra institución esté centrada en los poquísimos hechos negativos y en la minoría absoluta de los que persisten en el descrédito, el derrumbe y la destrucción de las universidades públicas”

Se busca, mediante un acto de fe (y fe es creer lo que no vemos) una buena imagen. Encubrir como por encantamiento toda esa confusión que pesa sobre la educación, presentando como una maravilla el efi cientismo empresarial y el prag-matismo anti-humanista de los rectores gobier-nistas. Cioran lo dijo: “Toda fe ejerce una forma de terror, tanto más temible cuanto que son los ‘buenos’ sus agentes”.

Una modernización tradicional

Todos los procesos de “modernización” en-sayados en Colombia, han sido limitados e

incompletos, pues, como lo ha analizado el his-toriador Jorge Orlando Melo, simultáneamente con la búsqueda del crecimiento económico, del

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desarrollo científi co y tecnológico e incluso den-tro de la perspectiva de construir nuevas estruc-turas jurídicas y sociales, se ha mantenido por parte de las élites gobernantes, la preservación de prácticas políticas tradicionales, como el ga-monalismo, el compadrazgo y el clientelismo, en una especie de anacrónica vigencia del régimen señorial-hacendatario heredado de época hispa-no-colonial.

Por ello afi rma el autor, que la nuestra ha sido una ambigua “modernización tradicionalista”, instalada en todos los aspectos de la vida política, social y cultural y que tiene un especial arraigo en la pedagogía y la academia.

Precisamente, bajo la impronta de una reestruc-turación, supuestamente “modernizante” y falsa-mente “participativa”, se viene imponiendo en la Universidad del Tolima, por parte de las actuales directivas, una serie de mecanismos administra-tivos que pretenden regresar esta institución a la condición de esas viejas haciendas, con todo y sus arbitrarios capataces encargados de someter a una peonada subordinada y silenciosa, impidien-do todo asomo de refl exión crítica y de discusión argumentada.

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Esta reforma que ampulosamente denominan “Proyecto de construcción social de la universidad regional”, consiste únicamente en la pormeno-rizada aplicación de las directrices trazadas por el autoritario gobierno de Uribe Vélez, en la in-tención (¿modernizante?) de adecuar el sistema educativo a las exigencias de las entidades pres-tamistas internacionales, convirtiendo de nuevo nuestro país en dependencia colonial.

Esta absurda concepción de “modernidad” defi -ne el nivel de prosternación a que se ha llegado con la simulación de la autonomía universitaria.

Esplendor y miseria de una propuesta de reforma

Emprender una reforma universitaria, máxi-me si dicha reforma se publicita como un

“Proyecto de construcción social de la univer-sidad regional”, implica, necesariamente, con-vocar a un amplio debate sobre los contenidos, fundamentos y principios de la reestructuración propuesta.

No basta con establecer ceremoniosamente los lineamientos trazados por el gobierno o por una

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determinada administración por juiciosa, califi -cada y bienintencionada que esta sea. El asunto de la participación no se puede soslayar, menos cuando se trata de reformar el quehacer de un colectivo tan complejo como el universitario. Se debe convocar a una refl exión amplia y perma-nente sobre la cultura, la academia, los currículos, la administración y otros asuntos pertinentes.

La educación superior en la América Latina ha sufrido históricamente signifi cativos cambios, al vaivén de los modelos impulsados por los países desarrollados y que han sido aplicados, muchas veces de manera arbitraria y vertical, por nuestras élites gobernantes. La Universidad debe, en vir-tud de su autonomía, determinar ella misma sus objetivos y formas de ser, al margen de las presio-nes exteriores, teniendo en cuenta, eso sí, que la escuela es una institución consagrada a servir los más diversos intereses y que, por ello mismo, un grupo de individuos, por prestigioso que éste sea, no puede arrogarse el derecho de orientar una reforma, o de modifi car procesos, actividades y metodologías en detrimento de otros, sin discu-tir sus puntos de vista y pareceres.

La participación no sólo constituye soporte

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esencial en la consolidación del sistema políti-co democrático, sino que es también elemento fundamental para el mejoramiento de la calidad educativa, dada la pluralidad de las culturas, la dispersión y el relativismo de todos los saberes. Además, precisamente debería ser el cosmopoli-tismo, la multiculturalidad y la existencia de la diversidad, el sustrato real y referente central del concepto de “Región” que se pretende promover.

Entendemos, como lo expresa el profesor Gabriel Misas Arango, que “no hay nada menos demo-crático que la cultura académica, pues los que tienen un acervo cultural previo tienen más ca-pacidad para apropiarse los principios y mover-se dentro de ellos, avanzar más rápidamente y acrecentar las diferencias que quienes carecen de este acervo”. Pero, así mismo sabemos que mu-chas veces la exclusión y la marginalidad, son el resultado de artifi ciosos “consensos coactivos”, de la simulación de la participación y de concer-taciones y acuerdos tácticos establecidos por los grupos internos de presión, independientemente de razones y argumentaciones.

Se plantea, de manera tajante e indiscutible, por parte del amañado equipo reformista, que “la

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Universidad del Tolima permanece atrapada en un modelo premoderno, artesanal y provinciano que se expresa en la visión endógena y mesiánica de la academia” lo cual le impide establecer efec-tivos canales de comunicación e interacción con el entorno y por esta razón “es necesario consoli-dar un proyecto de universidad social y regional, en el marco de un sistema integral de educación superior que permita construir una estrategia in-tegral de apropiación del entorno y del contexto”. De esta noción se desprende la exigencia de que la universidad construya “su propio discurso sobre la región y su articulación con lo global”. Porque, en todo caso, asumen los autores, se debe buscar la “modernización” de la universidad, de tal ma-nera que responda a “las exigencias del mundo del trabajo, la consolidación de la sociedad del conocimiento y al impacto de las nuevas tecno-logías”.

Esta contradictoria adecuación, tanto a los afec-tivos referentes regionales, como a las exigencias de la globalización, debe lograrse, dicen, me-diante el rediseño de los currículos, porque, “el eje que articula la triple hélice universidad, cono-cimiento y sociedad es el currículo”.

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Todos estos enunciados y expresiones retóricas pueden tener un carácter esplendoroso y efectis-ta, pero distan mucho de ser el resultado de am-plias discusiones al interior de la comunidad uni-versitaria, tampoco obedecen a pormenorizados diagnósticos ni a exhaustivas refl exiones; al con-trario, parecieran solamente acatar de manera es-pontánea y acrítica los lineamientos establecidos por las nuevas teorías del “capital humano” que, mediante el artifi cio anglosajón de los currícu-los técnicos, con la introducción de los sistemas empresariales de costo-benefi cio y el cotidiano control del tiempo, los espacios y los quehaceres, establece una detallada regulación de los indi-viduos, de acuerdo a una nueva reorganización capitalista de la educación que fi ja una serie de conexiones entre los individuos y las redes globa-les, pero manteniendo la fragmentación, el ais-lamiento y la soledad de éstos, asumidos como simples átomos en los procesos de producción y de consumo.

Ahora el sistema escolar debe procurar formar los trabajadores fl exibles y polivalentes que recla-man las nuevas formas productivas, tal como lo ha establecido la actual reestructuración del ca-pitalismo; trabajadores con algunas capacidades

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llamadas competencias y habilidades, medibles y evaluables desde patrones fi jados como están-dares de calidad, y el mundillo universitario despliega todas sus posibilidades para satisfacer dicha exigencia, so pena de no ser “acreditados “ o “certifi cados” por la nueva concepción empre-sarial que se impone sobre la educación.

En resumen, se trata de una redefi nición de la pe-dagogía que, a pesar de la retórica supuestamente “dialógica” y “praxiológica”, que introducen los au-tores de la propuesta de reforma, ha sido reducida a una mera mecánica instrumental, prisionera del cientismo, de la “objetividad” y de la evaluación, entendida como control, regulación y medición del rendimiento, la efi ciencia y la rentabilidad.

Destruida la Paideia como refl exión teórica, como pensamiento crítico y como propuesta ética y política, sólo queda una práctica instruc-cional sustentada en veleidades didactistas, en la llamada “apropiación de las nuevas tecnologías” y en la mezquina idea de las “competencias bási-cas de aprendizaje”, que ha establecido la banca mundial, y que no son más que la continuación de esas tecnologías del poder, que la actual socie-dad de control establece.

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Es reiterada la idea que señala que la reforma busca la superación de un gastado paradigma “Tecno-económico-educativo” (que sobredi-mensionaría el carácter económico de la misión universitaria y su vinculación con el sector pro-ductivo), mediante la postura, supuestamente crítica, de adoptar un nuevo paradigma, esta vez “académico-social” pero que se mantendría en los procesos de producción y reproducción para “articularse con el discurso del desarrollo hu-mano sustentable”, -lo cual, aclaran los autores, se lograría alejándose de los simples “discursos ideológicos”-; esta sería en esencia la astucia de la reforma propuesta.

No obstante el resto del contenido insiste en unos procesos académicos, docentes y curriculares, que mantienen, de todas maneras, la vieja con-cepción profesionalizante y el credencialismo; el aprendizaje de roles, la política de aseguramien-to de los individuos, el disciplinamiento y la re-gulación ciudadana con que ha operado, desde el siglo XVIII, la racionalidad y las estrategias de dominación capitalista. Aunque es claro que asistimos, en esta etapa del capitalismo tardío, a la integración de los imperativos del mercado y del consumo, con la concepción instrumental

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de los conocimientos, que promueve la compe-titividad como fundamento del aprendizaje. La miseria de esta situación se expresa, como en la conocida tesis del príncipe Tomasi de Lampedu-sa, cambiando algo para que todo siga igual.

El privilegio dado a los aspectos administrativos y organizacionales en detrimento de la refl exión crítica y del auténtico pluralismo conceptual, devela la estrechez burocrática de la propuesta, que sólo se esfuerza en consolidar unos criterios de calidad fi jados por el no menos grande para-digma tecnocrático de la llamada “sociedad del conocimiento”. Expresión eufemística de moda, que en última instancia hace referencia al mismo viejo dominio cultural imperial, pero presentado bajo el velo de unos conocimientos que tenemos que asumir “neutrales” y puestos generosamente al servicio de la humanidad, por las transnacio-nales de los conocimientos y por los llamados “centros de excelencia”, es decir, los institutos y universidades norteamericanas, que trafi can con dichos saberes, fomentando una nueva especie de colonialismo científi co e intelectual. Como lo anota el especialista argentino Juan Carlos Te-desco, “contrariamente a los pronósticos de las hipótesis optimistas, sobre las potencialidades

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democráticas de una economía y una sociedad basada en la producción de conocimientos, las economías productoras de ideas parecen más in-equitativas que las que fabrican objetos”.

Para confrontar estas políticas homogeneizantes y uniformadoras que pesan sobre el sistema edu-cativo colombiano, y particularmente sobre la educación superior, no basta con hacer malaba-res teoréticos, publicitando y vociferando acerca de una pretendida soberanía nacional y regional, mientras se afi rma un dependentismo a ultran-za.

Tampoco podemos, simplemente, depender de argumentos fi nancieros o de las disposiciones fi scales y presupuestales que se imponen a la educación como “razón de Estado”, para subor-dinarnos a la llamada “racionalidad del gasto” y emprender esos fi cticios ajustes que han llevado al establecimiento de esas nóminas fl exibles, a la precarización de los contratos laborales, a la des-aparición de los regímenes prestacionales y a la agitada búsqueda de nuevas fuentes de fi nancia-ción, que han convertido a la universidad pública en feudataria del mercado.

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Es preciso reiterar que sólo sobre la base de pre-supuestos conceptuales y reconociendo la plura-lidad de opiniones que se expresan en el seno del colectivo universitario, mediante el empleo de la palabra, de la escritura, de las publicaciones, del debate público, del discurso, se podrá empren-der una reforma que no descanse simplemente en las “buenas intenciones” de las directivas, o en la labor de un equipo de funcionarios contrata-dos para tal propósito, y menos aún, en la acción agradecida de un grupo de estudiantes coopta-dos mediante el cómodo expediente administra-tivo de las contemporizaciones.

Es, pues, indispensable una profunda discusión sobre estos temas, confrontar la visión mercantil y empresarial que se impone hoy sobre la educa-ción, tanto como el dogmatismo y el fundamen-talismo autoritario de algunos funcionarios, que pretenden ofrecer respuestas únicas y categóricas a la problemática de la educación superior. En-tender que la complejidad del tema exige abrir el debate, no sólo para alcanzar clarifi caciones con-ceptuales y políticas, sino, para poder establecer consensos no coercitivos y defi nir acuerdos para la acción, teniendo como referente principal, -lo proponemos- la defensa de la educación pública.

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Es esta la intención que nos anima al plantear un estilo diferente, promoviendo una auténtica discusión plural y participativa, ya que creemos, como lo planteara Pierre Bordieu, que “la ense-ñanza deberá reunir el universalismo de la razón, que es inherente a la intención científi ca, y el re-lativismo que enseñan las ciencias de la historia, atentas a la pluralidad de sabidurías y de sensibi-lidades culturales”.

Universidad, ciudadanía y patriotismo

Las épocas de actividad electoral son propicias para insistir en la necesidad de establecer

nuevos horizontes para el quehacer universita-rio. Es preciso que las instituciones de educación superior superen la triste condición de ser sim-ples garantes de la continuidad de unos sistemas económico-sociales, centrados exclusivamente en la racionalidad productivista. Es imprescin-dible que la universidad se comprometa con la reorientación de lo político, repudiando el viejo vademécum de formar profesionales, solamente adiestrados para reproducir nociones y saberes vagamente adecuados a nuestra realidad, por unos estrechos currículos que buscan endogeni-

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zar ciencias y tecnologías, que de todas maneras nos excluyen.

Romper el gueto universitario, y en general debi-litar las fronteras impuestas a un sistema escolar que ha sido colocado de espaldas a la realidad, es tarea prioritaria. La “misión” de la universi-dad no se puede agotar en la cierta -o supues-ta- formación de unos profesionales “integrales”; le corresponde también a la educación superior, contribuir a la transformación de las costumbres políticas, reforzar y difundir los valores de la éti-ca y la democracia y, por supuesto, trabajar por la construcción de un nuevo ethos político, social y cultural para nuestra nación.

Desde el privilegiado espacio de la universidad se debe confrontar, no sólo el abuso del poder por parte de los administradores de la cosa pú-blica, sino, formar para la participación política y ciudadana, para el respeto incuestionable por la dignidad y los Derechos Humanos y persistir, más allá de toda demagogia y politiquería, en el recurso de la imaginación como ventaja compa-rativa frente a la violencia y la estulticia.

La refl exión y la crítica se deben asentar en la

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universidad, no pueden las instituciones de edu-cación superior constituirse en cajas de resonan-cia de un poder que las niega y manipula. Causa perplejidad, por decir lo menos, cómo hoy desde las universidades se escuchan expresiones de ob-secuencia ante un gobierno que oculta su autori-tarismo tras un sutil lenguaje patriotero.

Los anónimos burócratas que en gran medida ocupan cargos de dirección en las universidades colombianas, pareciera que aún no se percatan de que esa pesada normatividad impuesta sobre la educación, no sólo niega toda autonomía, sino que constituye una clara estrategia de imposición de las transnacionales.

Corresponde al mundo académico y universita-rio, develar estas simulaciones e imposturas y en-tender con Rafael Gutiérrez Girardot que, “si el patriotismo ha de ser algo más que un folclor sa-cral y un abuso de los benefi ciarios del poder que se identifi can con la Patria, entonces será preciso esperar que estos demagogos sean empujados por el desarrollo internacional a comprender que el concepto y la realidad de la patria han dejado de ser fascistoides, es decir, nacionalistas, dogmáti-cos y sacrales, que patria es primeramente paz,

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libertad, dignidad humana, solidaridad social, y la tradición que las funda e impulsa. Alma Mater se llama a la universidad: ella puede ser la madre de la paz, de la democracia, de la justicia...”

Universidad y simulacro

Rafael Gutiérrez Girardot, refi riéndose a la incoherencia intelectual y política que se

vive en el mundillo universitario latinoamerica-no, tan sometido a los dogmas, al autoritarismo y a la farsa, afi rmó que: “la vida intelectual y litera-ria de las Españas está dominada por las artes de la simulación, esto es, por la carencia de crítica y por una consecuente degradación de la fi gura del intelectual, que lo convierte en una prolongación del cacique político. Y lo que importa es realmen-te tratar de encontrar el lugar en donde se trans-mite y reproduce el rastacuerismo, la simulación. Y no puede caber duda alguna: este lugar es la Universidad”.

La universidad se ha convertido en el territorio libre de la simulación, del fraude y de la farsa. No sólo se simula la investigación, la ciencia y los conocimientos, sino que se parodia la cultura y se falsifi can los valores de la “democracia”. Nada

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más ver esta opereta de la “elección de rectores” en que se encuentran comprometidas las univer-sidades colombianas, en donde de antemano se sabe que el “elegido” será aquel que logre -tras las bambalinas, en las tramoyas del poder poli-tiquero- seducir o tramar a los conspicuos repre-sentantes de los grupos hegemónicos, que toman asiento y deciden sobre la vida académica y ad-ministrativa, desde los Consejos Superiores, con-vertidos en una simple extensión de los gobiernos de turno, mientras, de manera consciente, se teje la sofi sticada urdimbre de las “negociaciones de-mocráticas”, bajo el velo de una supuesta autono-mía y con la careta de una falsa “transparencia intelectual”.

Pero eso no es todo, la “voluntad de conocimien-to” que antaño caracterizara una visión fáusti-ca de los quehaceres pedagógicos y educativos, por arte de birlibirloque, se ha sustituido por la “voluntad de aparentar”, de simular. La acumu-lación de títulos, grados y diplomas, se convirtió en algo imprescindible, porque esa es la manera de alcanzar un reconocimiento o una “certifi ca-ción”, personal o institucional.

Como lo señala la sabiduría popular, si ayer se

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decía que había “burros cargados de plata”, para signifi car la ostentosa diferenciación social basa-da en las propiedades y el dinero; hoy se puede afi rmar, sin temor a equivocarnos, que existen “burros cargados de diplomas”. Esa “voluntad de conocimiento” ha terminado fatalmente su-bordinada a la “voluntad del poder”, lo que lleva implícito la conversión de las universidades en simples “tituladeros”, como se lo reclama el in-terés tecnocrático, tecnofascista, que gobierna el mundo.

El cinismo pragmático que se evidencia en un gran número de ofertas, programas y currículos universitarios, funciona en consonancia con las actuales exigencias de la reorganización capita-lista que reclama trabajadores “fl exibles” y “poli-valentes”, es decir, integrados a las competencias y estándares fi jados por las diversas empresas y por las transnacionales, a quienes nada les im-porta la formación de seres humanos integrales, el humanismo, la solidaridad o la utopía, sino, únicamente el interés de lucro y las ventajas com-parativas que les dé el mercado.

Así las cosas lo que importa no es la promoción de una cultura siquiera positivista o “progresis-

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ta”, o de una auténtica democracia, sino, la apa-riencia de la cultura y, por supuesto, la simula-ción de la democracia. De esta manera se realiza cabalmente en las universidades, el consejo que diera Mefi stófeles a Fausto en la escena IV de la primera parte: “Desprecia solamente razón y ciencia, la suprema fuerza del hombre; deja tan sólo que con artilugios de relumbrón y magia te corrobore el espíritu del engaño, y así serás mío sin condiciones…”

“Artilugios de relumbrón y magia” son todos esos esfuerzos del profesorado universitario por alcanzar las acreditaciones y las indexaciones exi-gidas, en esa especie de pacto demoniaco en que se les convirtió la búsqueda de un mejor nivel en el escalafón salarial. Estratagemas y engañifas que se disfrazan tras la prepotencia “doctoral”, el falso orgullo intelectual, y un cúmulo de conoci-mientos científi cos alejado de la ética.

Es entre estos fanáticos del ascenso social, aferra-dos a las pautas democrateras de la “competitivi-dad”, donde se reclutan los valedores del statu quo. Todos estos bienintencionados, están dispuestos a defender la democracia en sus diversas formas y expresiones: ya sea el publicitado -y jamás reali-

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zado- Estado Social de Derecho, la “democracia vigilada” que impusiera Pinochet, o la “seguri-dad democrática” que convalida este gobierno. En todo caso -dicen kantianamente- se someten y acatan las normas y las leyes, de esta manera no se exponen a caminar el terrible desierto de la oposición. Como lo expresara ese gran escritor, supérstite del infi erno de Auschwitz, Imre Ker-tész: “La necesidad de sobrevivir nos acostumbra a falsifi car todo el tiempo posible la realidad ase-sina en que tenemos que movernos”.

¿Quo usque tandem abutere, Ramón, patientia nostra?

-¿Hasta cuándo, dí, Ramón, abusarás de nuestra paciencia?-

Ha sido “reelegido” Jesús Ramón Rivera Bulla como Rector de la Universidad del

Tolima. Siete de los nueve representantes del Consejo Superior tomaron esta pobre decisión, que se presenta mediáticamente como una clara expresión de “democracia”, pero que no es más que la legitimación del despojo de la dignidad y de la autonomía universitaria.

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En el cada vez más reducido gueto de las uni-versidades públicas colombianas, se refl ejan las prácticas políticas que históricamente im-ponen los grupos hegemónicos, es decir, esa oligarquía bipartidista que desde la colonia nos gobierna. Particularmente hoy asistimos al establecimiento de esa especie de autorita-rismo mafi oso y fascistoide, instaurado por el Gobierno de Álvaro Uribe Vélez y de manera manifi esta esta situación la vemos reproduci-da en nuestra Alma Mortem, merced a la más grosera intervención de los intereses particu-lares -politiqueros, empresariales, confesiona-les…- en los quehaceres académicos y uni ver-sitarios.

Simulando “participación”, “eticidad” y “transparencia”, grupos anónimos de buró-cratas, necesariamente descoloridos y medio-cres, han venido asumiendo el sistemático trabajo de “formar” la opinión de profesores y estudiantes -supuestamente apolíticos y hasta “abstencionistas”- mediante el mecanismo de las contemporizaciones, las repartijas, las pre-bendas y las canonjías.

Quienes hemos sido derrotados por esta farsa

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montada por la maquinaria burocrática, segui-remos entendiendo que el Ethos universitario es mucho más que los estándares, las competencias, las indexaciones, las certifi caciones ofi ciales o ese tecnofascismo ad mi nistrativo que por más de diez años pesa sobre esta Institución. La Univer-sidad debe ser el escenario de la argumentación con sentido, el espacio de las deliberaciones ra-cionales y de la crítica, no de la obediencia y de la sumisión.

A pesar de que el repudio y el veto contra Jesús Ramón Rivera fue elemento de unidad entre las bases y estamentos universitarios, en el Consejo Superior se hizo caso omiso a esta determinación y se asumieron, fi nalmente, los espurios acuerdos logrados en contra de la conveniencia institucio-nal.

Ojalá estas sucias maniobras y la descaracteriza-ción de algunos de los “representantes”, no lo-gren disminuir las valiosas expectativas que la sociedad tolimense tiene de su Universidad.

Ha sido la carencia de una ética colectiva, de un sentimiento de identidad espiritual universitaria, lo que ha propiciado el imperio de la simulación

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y el despropósito; lo que ha hecho que la pro-testa estudiantil y profesoral no sea más que la expresión de simples desahogos de frustraciones personales, y lo que ha permitido, en última ins-tancia, que el oportunismo de quienes se ocultan y enmascaran en representaciones corporativistas y en fatuas militancias, para alcanzar sus mez-quinos intereses, se impongan por sobre la idea de Universidad.

La Universidad podrá reclamar su derecho a la existencia -más allá de las maniobras y trapi-sondas distractivas de quienes han promovido el continuismo rectoral- si logra establecer un bloque de rechazo y resistencia a estas prácticas nefandas. Es imprescindible que los distintos sectores y estamentos universitarios, que asumen con respeto la autonomía y la decencia, logren, mediante la organización y la promoción del pensamiento crítico, establecer la validez del uso público y autónomo del propio entendimiento, como se expresa en la divisa kantiana del ¡Sapere Aude!

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U. T. -La Universidad del Tamal-

Se quejan algunos distinguidos profesores de la Universidad del Tolima por el énfasis con

que criticamos la irregular reelección del rector y por el señalamiento que hacemos a los malos manejos por parte de unas directivas que preten-den eternizarse. Nos piden que abandonemos las trincheras de los artículos de prensa y los “pas-quines”; que aportemos soluciones, que rodee-mos y apoyemos al actual rector en sus esfuerzos por construir una universidad auténticamente regional. En resumen, estos democráticos y par-ticipativos profesores, -muchos de ellos integran-tes de la “moderada izquierda” en todo momento ansiosos de negociar cuotas de poder- nos exigen que seamos “proactivos”, “propositivos”… que no persistamos más en esas posturas negativas que le hacen mucho daño a la institución.

Tomando en cuenta estas inquietudes, recono-ciendo los trabajos efectuados desde hace años por serios investigadores de la universidad, que buscan defi nir la esquiva identidad cultural to-limense e incluyendo, por supuesto, los deno-dados esfuerzos de Jesús Ramón Rivera Bulla

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durante su prolongada rectoría, planteando que su principal propósito es lograr una universidad con “identidad regional” y, ante el hecho de estar celebrando en todo el territorio departamental el afamado “día del tamal”, -sabiamente estatuido por una ilustrada e inolvidable administración- quiero someter a consideración del Consejo Su-perior, y particularmente del Señor Rector, la propuesta de convertir la U. T. en la Universidad del Tamal

Paso a sostener la propuesta:

En primer lugar, si la tan ponderada como imi-tada sociedad estadounidense tiene ya su Ham-burger University McDonald´s, debidamente cer-tifi cada por el Consejo Americano de Educación (American Council on Education), como una peculiar institución que desde 1961 capacita a los colaboradores de esta cadena de alimentos rápi-dos, y ha titulado a más de 80.000 personas para las diversas actividades y cargos de esta empresa, ¿por qué no imitar esta idea de servicio, promo-cionando a la vez nuestra culinaria identidad to-limensista?

Distintas regiones de nuestro departamento com-

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piten por presentar la mejor calidad del tamal tolimense. Ya contamos con una serie de ventajas comparativas: En la dirección de la Universidad tenemos representantes de algunas de estas re-giones; del oriente (Icononzo), del norte (Vena-dillo) y del centro (Rovira), lo que nos permitiría tener algunos adelantos en materia de variedad y representatividad regional.

Los gremios del Tolima, particularmente la ADT -Asociación para el Desarrollo del Tolima- están muy interesados en promover las pequeñas y medianas empresas, generando vínculos más es-trechos entre la universidad y las empresas. Qué mejor manera de lograrlo que promoviendo fá-bricas de tamales en todo el departamento, con personal formado por una institución de educa-ción superior. De paso la producción masifi cada de tamales de óptima calidad (certifi cada por la U. T.) puede ayudar a subsanar el défi cit de 9.000 millones que ahoga a la Institución.

Se establecería un sistema curricular adecuado, un plan de estudios que incluyera asignaturas y programas tanto de formación básica -como la logística del mercadeo, una ética de la competen-cia y el consumo, derechos humanos, etc.- y los

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de formación avanzada, referidos a conocimien-tos más especializados (por ejemplo la soasada de las hojas o la elaboración de los moños, etc.)

Las promociones universitarias y las graduacio-nes se realizarían en los coliseos y plazas públi-cas, mostrando el mayor respeto por las tradi-ciones, en el marco de festividades populares, con desfi les en trajes típicos, reinados de belleza, “concursos de talento y creatividad”, muestras gastronómicas, degustaciones, corrida de toros, cabalgatas, peleas de gallos, bandas papayeras, y contando con “Matraca” como maestro de ce-remonias, es decir, sin abandonar todo aquello que nos han defi nido como “nuestra identidad cultural”.

Si se acepta esta propuesta estaríamos diseñan-do no sólo una estrategia de futuro para nuestra juventud y ampliando las condiciones laborales en una región tan golpeada por el desempleo, fi jaríamos defi nitivamente la identidad tolimen-se, más allá de toda duda, y no tendríamos que insistir más en establecer ese mal llamado Ethos universitario desde una concepción eurocéntrica, ni esas otras carajadas que suelen proponer aque-llos que fomentan una torpe oposición a los va-

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lores vernáculos y a la representación campesina y popular de que hace gala la actual dirección universitaria.

Transparencia

La Corporación Transparencia por Colombia es una organización sin ánimo de lucro que

lucha desde la sociedad civil contra la corrupción en las instituciones públicas desde su creación en 1998. Esta entidad presentó el 29 de julio de 2009 los resultados de la evaluación del Índice de Transparencia Nacional -ITN- luego de haber realizado el análisis de riesgo de corrupción de 158 entidades de las ramas ejecutiva, legislativa y judicial, así como de algunos organismos de control, universidades y empresas industriales y comerciales del Estado, entre otros.

El Índice de Transparencia Nacional -ITN- es una herramienta que sirve para identifi car las condiciones institucionales y las prácticas de los actores gubernamentales y defi nir el riesgo de co-rrupción a que se enfrentan las entidades, en el desarrollo de su gestión. Busca ser un instrumen-to para evaluar las características institucionales, la visibilidad que los funcionarios dan a sus ac-

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tos, el nivel de autorregulación con que operan y el tipo de sanciones que se aplican en los casos irregulares. Todo con el propósito de contribuir a la prevención de hechos de corrupción.

En la presentación general de resultados para la vigencia 2007-2008 -consultar en la página www.transparenciacolombia.org.co- se encontraron grandes defi ciencias en el cumplimiento de los estándares éticos y altos índices de corrupción. Se estableció una tabla de riesgos, desde una baja posibilidad hasta una altísima ocurrencia de co-rrupción en la gestión administrativa. El estudio dio como resultado el hecho de que sólo el tres por ciento de las entidades públicas en Colombia tienen un riesgo bajo de corrupción, destacán-dose el Banco de la República con un puntaje de 91.9 en el I.T.N. El promedio más bajo lo tienen la rama legislativa y las entidades autónomas. Como ejemplo de referencia tenemos: Senado de la República con 43.8, Registraduría del Estado Civil 39.8, Cámara de Representantes 35.1, Cor-poración Autónoma Regional del Quindío 45.6, Corporación Autónoma Regional del Sur de Bolívar 39.5, Corporación para el Desarrollo de la Mojana y San Jorge 25.2. Las Universidades Públicas no salen mejor libradas en este análisis.

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Algunos resultados: Universidad Surcolombiana de Neiva 64.7, Nacional de Colombia 64.2, Co-legio Mayor de Cundinamarca 62.0, Pedagógica Nacional 60.4, del Chocó 57.1, del Cauca 53.4, de Caldas 51.7, Universidad del Pacífi co 27.7…

Aunque carecemos de la información referida al riesgo de corrupción en entidades representati-vas de nuestra región, debemos estar tranquilos, ya que la condición de transparencia y pulcritud que ellas ostentan es proverbial. La Universidad del Tolima, está blindada contra toda corrupción, como aseveran sus amañadas directivas, pues se-gún reza la publicidad institucional, la universi-dad no sólo es “conciencia crítica de la sociedad”, sino que -como se contempla en el Plan de Desa-rrollo- existen varios ejes estratégicos, políticas y planes de acción sustentados en los principios de eticidad, racionalidad, autonomía y democracia, subordinandos al interés público, que impiden cualquier conato de corrupción.

Las estrategias de modernización administrativa en que se encuentra comprometida, con sus me-canismos integrados de información y vigilancia, logran contrarrestar incluso la maledicencia y la perversidad de sus opositores, que sostienen, por

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ejemplo, que el señor Vicerrector Administrativo, Doctor Evelio Guzmán, desarrolla un manejo feudal en su división; que la planilla de personal constituye su principal preocupación “regional” ya que, dicen, cerca de 30 personas, amigos y ve-cinos de su fi nca en Carmen de Bulira y Rovira, han sido benefi ciados con cargos de la Universi-dad. Así mismo, no es verosímil que se diga que los decanos tienen parientes, hijos o compañeras sentimentales vinculadas a sus dependencias.

Un estudio similar al mencionado despejaría cualquier duda sobre el régimen contractual de la Universidad, su corporativismo, el respeto por la estructura orgánica establecida; mostraría que no existe -promovidas por las directivas-, nomi-nas paralelas, duplicación o sustitución arbitraria de funciones, nepotismo o favorecimientos, como de los que temerariamente acusan a la señora jefe de la División de Relaciones Laborales, Astrid López, de quien dicen tiene trabajando en su ofi -cina a dos hermanas, que su esposo regularmente ha sido promovido sin que medien concursos de mérito y que su hijo goza de un benefi cioso con-trato. Se aclararía ante la opinión pública que no es cierto que existan enormes brechas salariales, que las contrataciones se rigen por un riguroso

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código de ética y que, por ello mismo, fueron totalmente legales y “transparentes” las designa-ciones del cuñado del Rector como interventor en una obra de más de dos mil millones o de su suegra como administradora de los seguros de la Universidad, o que los amigos del “académico” Gentil Palacios, estén próximos a ocupar cargos de dirección en la Universidad, por acuerdos con el ex presidente del Senado Hernán Andrade, quien, “supuestamente”, apoyó al Rector en su exitosa aspiración reeleccionista.

Ascensos y acomodamientos

Quien mejor ejemplifi ca la carrera de un tre-pador es Adolf Hitler, pues sin tener títu-

los, grados ni merecimientos, habiendo sido du-rante la primera guerra mundial un simple cabo del ejército que cumplía funciones de enfermero y tras inventarse patéticas historias de heroísmo, llegó a escalar los más altos peldaños del poder hasta convertirse en el poderoso Führer del Ter-cer Reich Alemán, merced al irrestricto apoyo prestado por los grandes capitalistas y los Junkers o terratenientes, quienes veían en esta especie de bufón enormes posibilidades para continuar manteniendo el poder, contra la creciente insur-

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gencia de las masas trabajadoras, pero también gracias al entusiasta convencimiento de los secto-res medios de la población, que creían que Hitler era una especie de Mesías Redentor.

Las circunstancias históricas del ascenso del na-cionalsocialismo y de Hitler al poder en Alema-nia, son analizadas y caricaturizadas por Charles Chaplin en su película El gran dictador de 1940 y, desde otra perspectiva, por Bertolt Brech en su obra teatral El resistible ascenso de Arturo Ui de 1941. Esta obra muestra de qué manera un oscu-ro personaje (un gángster) puede llegar hasta las más altas “dignidades” si cuenta con los apoyos requeridos y si la población civil se niega a resis-tir. Brech equipara la situación real de Hitler con la de su personaje de fi cción (Arturo Ui) y realiza un paralelismo entre lo acontecido en Alemania y lo que ocurre con la intromisión del poder ma-fi oso en los trust y conglomerados agrícolas de un Chicago bajo la infl uencia gangsteril.

En términos generales la obra devela la perma-nente actualidad y vigencia, bajo el capitalismo, de un sistema basado en la total “integración” de los individuos a los intereses del poder, la su-misión del carácter y la personalidad de los inte-

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grantes de una comunidad a los dictámenes de los gobernantes y trata, del reconocimiento que dicho poder -en todos los niveles- ofrece a sus in-condicionales y de la incapacidad de los amplios sectores para oponerse o resistir a los embates de los representantes o funcionarios de las élites. Señala cómo muchos actores sociales -reputados incluso como de “izquierda”- se adaptan al statu quo y, atrapados entre el cinismo y la banalidad, se muestra “simpáticos”, “tolerantes” y despoliti-zados, clamando con aparente simplicidad, desde un misticismo irracional (olvidando convenien-temente la memoria de generaciones de humilla-dos, ofendidos y vencidos) por el “amor al próji-mo”, incapaces ya de odiar todo lo que merece ser odiado, pero ensayando poses y genufl exiones que les permita lograr el “reconocimiento” de los poderosos.

El ambiente teatral de El resistible ascenso de Ar-turo Ui de Bertolt Brech, nos permite visibilizar la existencia fantasmagórica de cientos, de miles, de Arturos Ui que medran a nuestro alrededor. Los mecanismo de su promoción y “reconoci-miento” son los mismos en el medio económico, político o universitario: el tráfi co de infl uencias, el compadrazgo, el amiguismo, el clientelismo, el

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favorecimiento ilícito, las contemporizaciones, el nepotismo, la manipulación de los procesos elec-torales, en fi n, los múltiples factores que consti-tuyen y conforman la actual democracia fascista que vivimos.

La verdadera corrupción de la democracia, inclu-so en el mundillo académico y universitario, no es la fi nanciera, ni la política, ni la administrati-va, sino la conceptual y teórica que ha permitido, mediante el comportamiento cómplice de gran parte de la “comunidad”, que se dé esa corrup-ción generalizada, que acepta silenciosamente la promoción, el ascenso y el encumbramiento de oscuros personajes a los diversos cargos de direc-ción y manejo, simplemente por la fascinación de las ventajas y prebendas que pragmática y utili-tariamente puedan obtener y por la incapacidad manifi esta de expresar cualquier tipo de rechazo o resistencia.

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Falsos positivos académicos y administrativos

“Es imposible, incongruente, o incluso absurdo una universidad pública sin controversia, sin ca-

pacidad de crítica, irrefl exiva, apolítica a espaldas de la realidad y muerta en su esencia”.

Jesús Ramón Rivera, periódico Informativo Universidad del Tolima, Nº

32, marzo de2008

Hace precisamente doscientos cincuenta años, en 1759, publicó Francisco María

Arouet, más conocido como Voltaire, su famoso cuento Cándido o el optimismo en el cual, me-diante los recursos de la ironía y el sarcasmo, da cuenta del optimismo metafísico, representado en su época no sólo por las confesiones religio-sas, sino por la fi losofía de Leibniz y de Wolf, quienes afi rmaban la perfección del mundo y la marcha de la humanidad hacia el progreso, bajo una armonía preestablecida por Dios y que, a pesar de los múltiples impedimentos y vicisi-tudes, nos dirigimos en última instancia hacia el bien. Pangloss representa en este cuento a un terco académico, preceptor y maestro del pobre Cándido -adolescente cargado de ilusiones que

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busca hallar su propia identidad intelectual- que termina convencido de la “perfección” de cuanto le rodea, gracias al sistemático adoctrinamiento ejercido por Pangloss, quien no se cansa de rei-terar que “nos encontramos en el mejor de los mundos posibles” y a pesar de las catástrofes, del desorden, del caos que lo circundan y del cúmulo de desdichas y desgracias personales que lo ago-bian, él continúa predicando permanentemente esa visión optimista de la vida.

Algunos miembros de la “comunidad académi-ca” de la Universidad del Tolima recibimos hace pocos días un panglossiano folleto titulado (Sic) “Evaluación al plan de desarrollo institucional”, publicado por el “Despacho del Rector”, y la Ofi -cina de Desarrollo Institucional, en el cual, luego de una amplia exposición de los marcos teóricos y referenciales, de “explicar” la metodología uti-lizada -por supuesto avalada y desarrollada por uno de los grandes “Centros de excelencia”; ni más ni menos que por la Universidad de Har-vard-, de enfatizar en que “lo más importante es la participación” y la “integración” de todas las instancias de la Universidad y de establecer los mecanismos de medición y análisis de la ges-tión académica y administrativa, se pasa después

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a justifi car cuanto se ha realizado y a una serie de expresiones de autoelogio, que pretende pre-sentarse como modelo de autocontrol, hasta lle-gar, con inocultable optimismo por parte de los autores -la Rectoría y su ofi cina de autoelogios- a la conclusión de que se han alcanzado los más altos logros en el cumplimiento de las metas y los objetivos propuestos, es decir que “nos encontra-mos en el mejor de los mundos posibles” y que, por esta misma razón, “ la administración en ca-beza del Doctor Jesús Ramón Rivera Bulla, ha sido reconocida por la Presidencia, entre las de mayor transparencia a nivel nacional”.

¡Tamaña hazaña ser “reconocido” por Álvaro Uri-be Vélez y su gobierno de la seguridad democrá-tica!, el mismo que apoya y prohíja los llamados “falsos positivos”, que sirven no sólo para “reco-nocer” y promover a los genocidas militares, sino para alcanzar un mentiroso prestigio internacio-nal por los supuestos logros en su lucha contra la subversión; el mismo que trafi ca con la Consti-tución y con las leyes y que para perpetuarse en el poder otorga todo tipo de ventajas y prebendas a los politiqueros, paramilitares, narcos y mafi o-sos, que pululan en el Congreso.

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Quizá sea este “reconocimiento” el que le ha permitido al Doctor Rivera Bulla su nueva “re-elección” como Rector, -y eso que no cuenta con Teodolindos ni con Yidis, ¿o sí?

Meritocracia

Luego de un pormenorizado estudio de las sociedades contemporáneas, Max Weber

defi nió a comienzos del siglo xx el concepto de “burocracia” y estableció que el modelo buro-crático moderno es la forma más racional y efi -ciente de organización administrativa, dadas las exigencias, las formas cambiantes y las diversas expresiones que revisten los aparatos estatales y las entidades gubernamentales y privadas.

Weber estableció que los cargos son el eje central del sistema, que los funcionarios deben estar or-ganizados por jerarquías de mando, que los nive-les de autoridad se determinan por las funciones desarrolladas y que, por ello mismo, los nombra-mientos, los ascensos, traslados y remuneracio-nes, deberán estar condicionados por la calidad del trabajo y por los méritos. Todo lo cual exige la puesta en marcha de estrictos controles y de una carrera administrativa que de manera limpia

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y transparente, registre y evalúe las actividades desarrolladas y la capacitación, procediendo de manera neutral al otorgamiento de las promo-ciones o sanciones a que hubiere lugar, según el rendimiento y la califi cación de los distintos fun-cionarios.

La falta de limpieza en estos procesos, es decir, el otorgamiento de ventajas, favorecimientos y pre-bendas a terceros, por parte de quienes toman las decisiones, constituye el principal problema del sistema. Debido a fenómenos como el amiguis-mo, el nepotismo, el compadrazgo, las contem-porizaciones y en general al clientelismo, es que ha surgido la necesidad de establecer órganos de fi scalización y control ciudadano, que ayuden a hacer más transparente las actividades de las en-tidades públicas o privadas

El Plan de Desarrollo de la Universidad del Toli-ma, en su capítulo quinto que se refi ere a la “pro-yección estratégica y los ejes de desarrollo”, habla de una modernización administrativa que incluya la expedición y comunicación de claras normas de contratación, presupuesto y contabilidad, de la publicación de “manuales unifi cados de proce-sos, procedimientos y funciones”; de sistemas de

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selección, vinculación y ascensos con criterios de calidad y efi ciencia; asimismo de control y segui-miento de procesos, de un sistema integrado de información y del estímulo a las veedurías ciuda-danas. Además mediante el acuerdo 001 de 1996, el Consejo Superior expidió el Estatuto para el Personal Administrativo de la Universidad, ads-cribiéndose al Sistema de Carrera Administrati-va y estableciendo que “el ingreso, permanencia y ascenso en los empleos se hará exclusivamente con base en el mérito, sin que en ellos la fi liación política de una persona o consideraciones de otra índole puedan tener infl uencia alguna”

A pesar de las claras reglamentaciones y disposi-ciones reseñadas, nos hemos encontrado con la queja que el Vicerrector Académico de la Uni-versidad del Tolima, Doctor Héctor Villarraga Sarmiento, presenta de la Señora Astrid López Silva, Jefa de la Ofi cina de Relaciones Laborales y Prestacionales, no sólo por la manera “desco-medida” y grosera “no fundamentada en el res-peto por el ser humano” -por tanto contraria a los principios de la Universidad-, como la fun-cionaria trata a los servidores de esta institución, sino por la forma de “escogencia” que emplea en la promoción y ascenso de otros dependientes,

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tomando como ejemplo el caso del señor Luis Guillermo Melo Rojas, quien fue promovido al cargo de Jefe de la Ofi cina de Registro y Control Académico, sin que mediase concurso de méritos y quizá sólo por ser su marido o compañero sen-timental. Dice el Doctor Villarraga: “el hecho de que su designación se hubiera dado en las condi-ciones en que se dio, genera suspicacias, por decir lo menos, dada la relación familiar existente… lo cual puede interpretarse…como un caso con el cual se contradice otro principio universitario: el de la meritocracia…”

Señores de la Procuraduría y de los demás entes de veeduría y de control ciudadano, ¿cuántos ca-sos más de acoso laboral, de maltrato, de grose-ría o de favorecimiento ilícito, de nepotismo, de clientelismo, son necesarios para que se investi-gue y se sanciones si es del caso?

Silencio administrativo

Presentar solicitudes ante las autoridades y contar con una pronta respuesta, constitu-

ye un elemento clave en el ejercicio de la demo-cracia. En Colombia la Constitución Política de 1991 estableció una serie de instrumentos como

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la acción de tutela, las acciones populares y el derecho de petición. Existen términos y exigen-cias para que los funcionarios den respuesta al Derecho de Petición -consagrado en los artículos 23 y 74 de la Constitución, y desarrollado en el Código Contencioso Administrativo- así: quince días para contestar reclamos, quejas y manifesta-ciones, diez para las peticiones de información y treinta para responder consultas.

El representante de los estudiantes ante el Con-sejo Superior de la Universidad del Tolima, señor Walter Duarte Arias, presentó desde el pasado 26 de agosto de 2009 un derecho de petición so-licitando información acerca de los siguientes 21 puntos:

“Doctor Jesús Ramón RiveraRectorUniversidad del Tolima

En atención al artículo 23 de la Constitución política de Colombia y en mi calidad de inte-grante del Consejo Superior de la Universidad del Tolima, me permito amablemente solicitar la siguiente información:

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Acto administrativo de la Universidad que 1. ordena la creación de la ofi cina de contrata-ción.Acto administrativo de la Universidad que 2. ordena la creación de la ofi cina de asuntos disciplinarios.Norma legal que sigue la Universidad para 3. decretar la pensión de sus empleados públi-cos y ofi ciales.Costos totales de las obras de construcción 4. que ha adelantado la Universidad durante su tiempo rectoral (2001-2009) especifi cando la obra y lugar de ubicación.Costos totales de las obras de remodelación, 5. adecuación y mantenimiento que ha adelan-tado la Universidad durante todo su tiempo rectoral, especifi cando la obra y lugar de ubi-cación.Nombre o razón social del personal que la 6. Universidad ha contratado para las obras de construcción, remodelación, reparación, ade-cuación y mantenimiento durante todo su tiempo rectoral, especifi cando la obra y lugar de ubicación.Nombre de los interventores responsables de 7. las obras de construcción, remodelación, re-

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paración, adecuación y mantenimiento que se han adelantado en la Universidad durante todo su tiempo rectoral, especifi cando la obra y lugar de ubicación.Informe específi co año a año, desde que usted 8. viene siendo rector de las empresas o perso-nas con que la Universidad ha contratado el manejo de todos los seguros institucionales.Informe los convenios que tiene la Universi-9. dad con la Red Alma Mater y benefi ciarios institucionales de los mismos.Informe los convenios que tiene la Universi-10. dad con la Fundación Premios Creatividad, Talento y Juventud.Normatividad existente para la designación de 11. benefi ciarios de los convenios que tiene la Uni-versidad con la Red Alma Mater. Especifi car actas de concursos y procesos de selección.Listado de trabajadores de la Universidad del 12. Tolima desde el año 2001 hasta el año 2009. Especifi cando claramente si se trata de per-sonal supernumerario, empleados públicos y empleados ofi ciales.Listado de órdenes de prestación de servicios 13. que la Universidad ha contratado desde el año 2001 hasta el 2009.

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Listado del personal de la Universidad que 14. se encuentra contratado en provisionalidad, especifi cando la normatividad, mecanismos de selección y pruebas de concurso.Mecanismos de selección y concurso para la 15. contratación de supernumerarios.Actos administrativos y normativos para no 16. renovar el contrato de supernumerarios.En el caso de los supernumerarios José Le-17. desman Díaz, Renso Alexander García, Juan Sebastían Perdomo y Adriana Trujillo, espe-cifi car las causas institucionales que existie-ron para no renovar sus contratos laborales.Nombres de los trabajadores de la Universi-18. dad que han sido ascendidos o promovidos a diferentes cargos institucionales, especifi can-do mecanismos, normas y procedimientos para tal fi n, desde el año 2002, hasta el día de hoy.Balance administrativo de las propuestas de 19. gestión que los decanos presentaron como propuestas de gobierno.Informe y política institucional que sustenta 20. la administración de algunos Centros Regio-nales de Educación a Distancia por parte de la Red Alma Mater.

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Listado de viajes que usted ha realizado den-21. tro y fuera del país, durante todo el tiempo que lleva siendo rector de la Universidad, es-pecifi cando: lugar, tiempo, justifi cación y lo-gros institucionales…”

A pesar de contar con un elevado número de abo-gados y asesores jurídicos, el rector ha guardado silencio. Ese silencio jurídicamente se denomina Silencio administrativo negativo, y es una de las principales razones de la congestión de los des-pachos judiciales debido a las tutelas interpues-tas por el desconocimiento burdo del derecho de petición, por parte de funcionarios ignorantes o supuestamente habilidosos para burlarse de este.

Creatividad y talento

“No tiene talento pero es muy buena moza…y es otra cosa muy poderosa…”

Willie Colon

El tres de octubre del año 2005, en el mar-co de la conmemoración de los 50 años de

actividades de la Universidad del Tolima, por iniciativa del rector Jesús Ramón Rivera Bulla, mediante la resolución No 1016 se crearon los

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llamados Premios Creatividad, Talento y Juven-tud, con el propósito de “brindar oportunidad a los niños y jóvenes de Ibagué de mostrar sus aptitudes y habilidades en las diferentes áreas del saber”. La segunda versión de los “premios” no se pudo realizar en el 2006, según sus organizado-res “por falta de presupuesto”.

Para nadie es un secreto que las universidades públicas tienen congelados sus presupuestos des-de el año 1992, lo que ha impedido el desarrollo de muchas actividades, en especial las atinentes a la proyección cultural; baste decir que el precario presupuesto asignado para actividades del Cen-tro Cultural -organismo encargado de la proyec-ción cultural de la Universidad del Tolima, según determinación del Consejo Superior- no llega en la actual vigencia a 70 millones de pesos para el año, por disposición del esotérico presupuesto que maneja la Vicerrectoría Administrativa.

Sin embargo la enorme “creatividad” del señor rector le llevó a superar este escollo y mediante la resolución No 0940 del 5 de septiembre de 2007 convocó a la Segunda Versión de los pre-mios, “para fomentar la identidad cultural de la región”, dado que (sic) “es deber de la universidad

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promover el acceso y el disfrute de las artes, la cultura y el deporte en sus diversas manifestacio-nes, teniendo en cuenta además que estos son el fundamento de la nacionalidad”. Se convocó esta segunda versión para premiar talentos en poesía, cuento, violín, guitarra, fl auta, “voces blancas”, solistas, artes visuales -género audiovisual-, dan-za folclórica, danza por parejas, actuación teatral y por supuesto en ¡matemáticas! según la infor-mación presentada por Francy Liliana Sánchez de la Ofi cina de prensa de la Universidad.

Los premios para los “talentos” en las distintas áreas y géneros, además de medallas y diplomas, eran en cada categoría (de los 6 hasta los 26 años; infantil, juvenil 1, juvenil 2 y universitarios) su-mas entre cuatrocientos y seiscientos mil pesos, la publicación total o parcial de las obras o la programación de presentaciones de difusión, “si la universidad lo considera oportuno y conve-niente”.

Para el año 2008 se obtuvo el respaldo de la Al-caldía de Ibagué, que aportó a esta iniciativa, mediante convenio, la suma de doce millones ochocientos mil pesos, mientras la Universidad aportaría más de ciento veintisiete millones, en

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esta especie de Reality Show, en este proyecto de entretenimiento que con el eslogan de “diviérte-te concursando” busca, como cualquier evento de farándula, -“Factor X” de RCN, por ejemplo- las “revelaciones”, los “talentos”, con una serie de audiciones, amplio apoyo mediático -prensa, ra-dio, página web, etc.- y cuyo principal objetivo es “obtener sonrisas, gritos de alegría y caras de satisfacción”.

El 3 de marzo de 2009 se fi rmó un convenio de cooperación interinstitucional entre la Uni-versidad y la recién creada Fundación Talento, Creatividad y Juventud, entidad sin ánimo de lucro que tiene como directora ejecutiva y repre-sentante legal a Francy Liliana Sánchez, perio-dista que hasta fi nales del 2008 laboró en la ofi -cina de prensa adscrita a la rectoría, pero quien desde enero del 2009 funge como Directora de esta Fundación, creada para “divulgar la imagen institucional de la Universidad del Tolima du-rante la cuarta versión de los Premios Creativi-dad, Talento y Juventud”. Para el cumplimiento de esta misión, gracias al convenio establecido, la Universidad aporta la suma de ciento cincuenta millones de pesos. Supervisa el cumplimiento de este convenio la funcionaria Luz Nahima Gutié-

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rrez Castro, Directora de la Ofi cina de Prensa de la Universidad y miembro del Comité Técnico de Alma Mater -red de universidades públicas del eje cafetero- con quien la Universidad tiene otra serie de “convenios de cooperación”.

Desconozco qué se opina al interior de la Uni-versidad con respecto a estos asuntos, particu-larmente cuando personas como Francia Helena Betancourth, Secretaria General y Ramiro Uribe Kafure, Decano de la Facultad de Ciencias, son miembros de la Junta Directiva de esta Funda-ción que tiene domicilio en el edifi cio llamado de “Proyección Social” de la Universidad. Sería positivo que el señor Gobernador del Departa-mento, como presidente del Consejo Superior se pronunciara.

Fouché

El 31 de mayo de 1759, hace doscientos cin-cuenta años, en la Francia pre-revolucio-

naria, nace José Fouché, personaje que pasaría a la historia como el más grande representante del oportunismo y el transfuguismo político. En palabras de Stefan Zweig -su biógrafo- “un genio tenebroso”; maestro del engaño y de la si-

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mulación que con su apariencia humilde y sub-alterna, con sus convenientes silencios, cálculos e intrigas, con su saber pasar desapercibido, casi que invisible, logró ganar posiciones en todos los partidos y defender simultáneamente tesis y opi-niones antagónicas.

Cuando se inicia el proceso revolucionario, Fouché se encuentra comprometido como clérigo oratoriano y comparte la vida monástica con las labores de profesor. En 1789 apoya con entusias-mo la toma de La Bastilla. Es elegido diputado de la Convención en 1792, milita inicialmente con los moderados Girondinos que constituyen la mayoría, pero cuando éstos pierden terreno frente al empuje radical de los Jacobinos, con Ro-bespierre a la cabeza, Fouché convenientemente cambia de bando y se convierte en uno de sus más fervientes seguidores, siendo promotor de la ejecución de Luis XVI. Fue miembro activo del Comité de Salud Pública, responsable de los pro-cesos de persecución a las doctrinas religiosas, de la instauración del llamado Régimen del Terror y de la condena a muerte de miles de burgueses acomodados. Luego conspiraría contra Robes-pierre y participaría en el golpe de Th ermidor en 1794 que envió a Robespierre a la guillotina. Tras

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una corta persecución hizo parte del Directorio y, nombrado ministro de la policía, colaboró en el golpe de Estado que llevó al poder a Napoleón, quien en gratitud lo nombra Duque de Otranto. Al apartarse de Napoleón, trabajó hasta lograr el retorno de los Borbones a Francia y restaurar el gobierno de la monarquía, del cual fue inicial-mente jefe de policía y después diplomático. Igle-sia, Consulado, Directorio, Imperio, Reino… a todos les fue fi el.

“Fouché -dice Zweig- no conoce más que un partido al que le es leal y al que permanecerá fi el hasta el fi nal: al más fuerte, al de la mayoría”. Este astuto camaleón representa, el comporta-miento cotidiano de los politiqueros colombia-nos, a izquierda y a derecha. No sólo a Noemí Sanín, a Roy Barreras y a los diversos integrantes de esas pequeñas empresas electorales que apo-yan el actual gobierno y que han aprobado el transfuguismo como expresión corriente de su “activismo” político, sino a todos esos parásitos del presupuesto ofi cial en las diversas entidades de gobierno, incluso en las universidades.

Práctica amañada que evidenciamos también hoy en personajes como Lucho Garzón, Salo-

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món Kalmanovitz, Antanas Mockus, Sergio Fajardo y muchos otros, y que en nuestro país tiene una larga historia, que podemos rastrear en “próceres”, “caudillos” y “prohombres” del pasa-do, como José Eusebio Caro, Tomás Cipriano de Mosquera, José María Samper o Rafael Núñez, quienes fl uyeron constantemente de uno a otro partido político, sin que resultase afectado para nada su prestigio. Este fenómeno, coloquialmen-te llamado “lentejismo” (en alusión a la bíblica venta de la primogenitura por un plato de len-tejas por parte de Esaú a Jacob), quizá corres-ponda a una especie de inconsciente colectivo de nuestros politiqueros, originado por la impronta histórica establecida por el general Francisco de Paula Santander.

El transfuguismo en todo caso es tradicional en nuestro país, nadie lo discute, no solo en cuanto a las militancias políticas, también en los que-haceres académicos. Hasta intelectuales, ayer comprometidos con causas revolucionarias y de izquierda, hoy marchitos e impotentes ensayan, desde el desencanto y la renunciación, opciones pragmáticas que les garanticen allanar el camino del “reconocimiento” por parte de los usufruc-tuarios del poder -de cualquier poder- y así al-

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canzar contratos, cargos, o asesorías, ocultos tras el supuesto velo de la “neutralidad investigativa”, de la cátedra, o del “servicio a la patria”.

Al conmemorar los doscientos cincuenta años del nacimiento de Fouché -“el tipo maquiavéli-co más perfecto de la época moderna”-, quisie-ra solicitar a las autoridades competentes que se tramite ante quien corresponda, la beatifi cación de José Fouché y se le declare el santo patrón de los políticos colombianos y de todos aquellos que tienen alma de secretario y medran en su nombre en los más diversos organismos y entidades.

El velo mediático

La política moderna, por lo menos desde Ma-quiavelo, se ha considerado como una “dis-

ciplina autónoma”. Esto es, como esos procesos teóricos y prácticos referidos a la vida en socie-dad, al complejo tema de la convivencia huma-na, independientes de la moral, de la religión y de las fi losofías.

Esa política que, al menos en Occidente, ha sido asunto de académicos e intelectuales (estudiosos de las ciencias sociales, la historia, la sociología,

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la antropología, la politología…) o de los direc-tamente involucrados en su quehacer; políticos, gobernantes, jefes de Estado, administradores de la cosa pública, quienes con sus discursos y opiniones probablemente han contribuido más a su confusión que a su esclarecimiento, esa polí-tica que, quizás más para mal que para bien, ha marcado el devenir histórico de la modernidad, hoy adolece de una grave alteración de sus princi-pios y propósitos, al inscribirse en los artifi cios de la llamada “cultura mediática”, que rechaza los planteamientos teóricos y los debates ideológi-cos, instalándose en un pretendido efi cientismo que relativiza de manera absurda toda diferencia, dando validez a la impostura y a la simulación del pensamiento y fomentando el cinismo prag-mático y la acomodación oportunista, tan carac-terísticos de las nuevas huestes de politiqueros en el mundo entero.

Esa degradación de la política que tras la búsque-da de supuestos consensos sólo sirve para reafi r-mar las hegemonías establecidas, ha llevado a la banalización de las ideologías y a la mercantiliza-ción de las conciencias, merced al uso y al abuso de los medios de comunicación con fi nes arteros y mezquinos.

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Perniciosa concepción de la política que hace presencia en Colombia de la mano de los sos-pechosos guardianes uribistas de la democracia quienes, después de promover la legitimación del paramilitarismo, amplifi can denuncias en los medios contra supuestos enemigos del “orden es-tablecido”. Luego de manera sigilosa y solapada se retractan cuando ya han alcanzado sus oscuros propósitos y el desprestigio a los opositores está dado, quedando sólo en el ambiente la algarabía inicial que oculta la verdad o la “disculpa” tras el velo mediático que los cobija.

El triste tránsito

-La ética del acomodamiento-

¿Dónde dejaste tu inteligencia? ¿Cómo quieres salir adelante sin astucia y simulación? ¡Sigue mi

ejemplo! …si quieres ascender tienes que hacer algunos sacrifi cios.

Mefi sto -La carrera de un oportunista-Klaus Mann

Si el estalinismo no hubiese demostrado tan contundentemente su fracaso histórico en la

pretensión de construir la nueva sociedad y al

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“hombre nuevo”; si no estuviese ahí, tan de bul-to, su artera falsifi cación ¿cuál sería la postura, el talante y la retórica de todos esos conspicuos defensores de la “democracia”? ¿De todos esos predicadores del desencanto revolucionario? ¿A qué se dedicarían los porfi ados críticos de la vie-ja izquierda, hoy sacerdotes de las terceras vías y de otras novedosas alternativas, si no tuviesen a mano los califi cativos de “estalinistas”, “terroris-tas” o “bandoleros de las FARC” para endilgar-les a todos aquellos que no han renunciado a los ideales revolucionarios?

Cualquier militante de la izquierda light, cual-quier picapleitos o cualquier escribidor, preva-lido de haber garrapateado algunos artículos o libros -que tal vez nadie lea- se cree con sufi cien-te vigor teórico para aplastar, fantasiosamente, a esos “promotores del estalinismo” y, desde las trincheras de sus ventajas personales, despachan olímpicamente a quienes no se amoldan a sus particulares intereses.

Trepadores, oportunistas y logreros que han con-vertido la crítica al autoritarismo estalinista, en un lugar común, en elemento cotidiano de su len-guaje, no sólo para descalifi car a los adversarios

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ideológicos del actual fascismo democrático que gobierna al mundo, bajo la impronta del tardío modo de producción capitalista, sino, como méto-do justifi catorio de sus fugas y sus oportunismos.

Les acompaña siempre una pedante palabrería pseudo-inteligente que sólo sirve para explicar su transfuguismo. Ética del acomodamiento de aquellos que ayer, en el período de ascenso de los movimientos y procesos revolucionarios, fueron de izquierda porque les convenía, y que hoy, ante un supuesto retroceso de las luchas populares se conforman con llamarse liberales, “de centro”, librepensadores o demócratas a secas. En todo caso les conviene hacer mucha bulla para que se les tome en cuenta, porque en una sociedad de consumidores ellos mismos se han convertido en bienes de consumo, y tienen que hacer gran-des esfuerzos para promocionarse y ponerse en venta. Atrapados por la fascinación del poder, reivindican cualquier comportamiento y actitud que les facilite sus indeclinables ambiciones. Su actual activismo político se reduce a la impúdica propaganda de sus “virtudes” y excelencias, para ser reconocidos y seguir trepando, poco importa que en el camino hacia el éxito tengan que re-nunciar a sus anteriores convicciones.

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Comprometidos sindicalistas de hace un tiem-po, preclaros revolucionarios y hasta insurgentes, que al calor del establo que ahora les rodea, tras probar el licor de los fugaces triunfos electoreros y mediáticos con que les ha premiado el estable-cimiento, se comportan como ebrios de fama y de poder y, ansiosos y ambiciosos, de la plata y de los puestos -como lo señalara Orlando Fals Bor-da- desprecian la utopía que antaño decían per-seguir y, cautivos de un fi ngido realismo político que no es más que pragmatismo cínico, posan como conciencia moral de nuestra época, como “maestros éticos” dignos de imitación y encomio, cuando lo suyo no es más que el triste tránsito de los planteamientos revolucionarios hacia la total identidad con las posturas de derecha.

Bufones de Palacio

La decadencia defi nitiva de la llamada civili-zación occidental y cristiana se expresa, entre

otros fenómenos, en el establecimiento de una serie de paradojas funcionales que se afi ncan en la creencia de que vivimos una época postideoló-gica, caracterizada por la superación del confl ic-to derecha-izquierda. Abundan hoy los activistas de una izquierda light que, renunciando a las

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posiciones auténticamente revolucionarias y a la lucha de clases, terminaron adscritos a la tesis y programas de sus antagonistas del pasado.

Para esta nueva militancia de “izquierda”, el que-hacer político se reduce a la realización de sus intereses personales -disfrazados de interés gene-ral-, al oportunismo, el trepadorismo, la promo-ción mediática de sus imágenes y al despliegue farandulero de cuanto hacen o dejan de hacer. Ensayan todas las formas de genufl exión y en-trega, bajo la publicitada teoría de que sus actua-ciones están acompañadas de la “sensatez” y la “decencia” y que buscan alcanzar la más amplia convergencia e integración entre las diversas ex-presiones del espectro político.

En Colombia estos personajes están represen-tados ahora por el ex-alcalde de Bogotá, Luis Eduardo Garzón y por otros de menor fi guración pero de similares planteamientos, quienes no tie-nen empacho alguno en afi rmar -aún a nombre de la “izquierda”- que “lo que hoy se impone no es una propuesta socialista, sino la decencia en la política…” y la decencia para ellos es proponer un movimiento político “en el que quepamos to-dos” -hasta los reaccionarios uribistas-, porque,

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al fi n de cuentas, según ellos, “Colombia es de centro”.

Estos individuos -“haciendo alarde de coloquia-lismo”, que no de tesis ni de ideas- exponen una encendida retórica de oposición a muchas cosas, pero sus “propuestas socialistas” son limitadas y fi ngidas, pueden atreverse hasta el ecologismo, el feminismo, el sexismo, a las luchas étnicas y cul-turales, pero no atacan las políticas económicas del sistema. Para ellos, hemos llegado ya al fi nal de la historia, representada en el orden global-democrático-liberal-capitalista y lo que queda pendiente solo son pequeños ajustes de maqui-llaje y pasarela.

Al tiempo que desde una especie de humanita-rismo bobalicón y abstracto rechazan “toda for-ma de violencia”, están dispuestos a alentar el expansionismo militar y el fortalecimiento del “monopolio armado del Estado”. Su cinismo pragmático no excluye el “apoyo patriótico” a sus enemigos de clase, supuestamente a favor de los intereses nacionales que para ellos son de índole suprapartidisita.

En realidad estos “opositores”, no son más que

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patéticos bufones de palacio a quienes los secto-res hegemónicos toleran y soportan, precisamen-te porque los divierten y sirven a sus intereses, en la vida política, social o académica.

El mediocre socialismo y la vaga noción de de-mocracia que dicen defender, los llevan a aceptar como fundamental el “desempeño aceptable” de los gobernantes -o de los rectores de las universi-dades que la maquinaria impone- porque lo que cuenta, fi nalmente es que todo se maneje con prudencia, que roben pero dejen y que actúen con “transparencia”, argumento banal que nada explica, pero que sirve para justifi car el espectá-culo de la democracia simulada.

No obstante la democracia siempre será un pro-yecto; mas como lo expresa Slavoj Zizek: “la lu-cha democrática no debe ser fetichizada; es una de las formas de la lucha, y su elección deberá estar determinada por una evaluación estratégi-ca global de las circunstancias, no por su valor intrínseco ostensiblemente superior… Por otra parte, un auténtico acto de voluntad popular también puede ocurrir bajo la forma de una re-volución violenta, de una dictadura militar pro-gresista, etcétera”.

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Internet y democracia

El aparente disfrute democrático de una serie de logros técnicos y tecnológicos alcanzados

durante los dos últimos siglos, nos presenta la idea más reconocida del progreso y la civilización. Sin embargo tras esta publicitada visión positiva se oculta una criminal paradoja: Ese orgulloso ra-cionalismo técnico-científi co que nos asombra, coexiste con la más profunda irracionalidad que opera en las relaciones sociales y en la adminis-tración política. Esta contradicción, esta “extra-ña mezcla de barbarie y humanitarismo”, es una de las principales características de las contem-poráneas sociedades del capitalismo liberal que, por una parte, promueve la retórica del confort y el consumismo ilimitado, la búsqueda de la “paz perpetua” bajo la tutela de organismos su-pranacionales y la supuesta plena realización de los derechos humanos en un polo de la estructu-ra social, mientras, simultáneamente, extiende y diversifi ca, en el otro polo, la miseria, el dolor, el hambre, la explotación y la marginalidad.

La moderna idea de individualidad con las expre-siones, sentimientos y sensibilidades de carácter singular, ha desaparecido, eclipsada por la impo-

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sición de un uniformismo gregario que cubre to-dos los gustos y opiniones, en gran medida como resultado de dichos desarrollos científi cos y tec-nológicos, en particular de los llamados “medios masivos de comunicación”, que paulatinamente fueron conduciendo a los ciudadanos hasta la ad-ministración total y el pensamiento único.

Ya Ernst Jünger en su ensayo Sobre el dolor pre-veía a comienzos de los años treinta del pasado si-glo -antes del ascenso del nacional-socialismo en Alemania, del fascismo en Italia y, por supuesto, antes del irrefrenable triunfo de la “democracia” en el unipolar mundo de hoy- que “detrás del carácter de diversión de los medios totales, como la radio y el cine, se esconden formas especiales de disciplina”.

Vivimos el disciplinamiento generalizado de las masas. La marcha triunfal del “progreso” consu-mista ha generado el total acomodamiento de los seres humanos a los intereses del poder. El imperio tecnocrático que nos apabulla ha logrado suplantar los viejos ideales ilustrados de la democracia, por su virtualidad. El apartamiento ciudadano de los quehaceres políticos y del activismo participativo, ha sido sustituido por la navegación ciberespacial.

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El apoliticismo, la apatía, el desencanto de las masas frente a los asuntos públicos y ciudadanos ahora se compensa, resignadamente, por par-te de algunos académicos e intelectuales de iz-quierda, mediante el placebo de la “participación virtual”. No es gratuito, en estas condiciones de precariedad democrática, de despolitización, de abstencionismo, del enorme desprestigio de los lideres y de la fatuidad de esas llamadas “socie-dad civil” y “comunidad internacional”, que se proponga como una nueva opción de rescate de los lazos solidarios y de reencuentro de la comu-nidad perdida en medio de esta fragmentación universal, el apoyo “revolucionario” a la Internet y a la World Wide Web, con la esperanza de que sus plurales perspectivas logren superar las ya marchitas movilizaciones populares.

Se trata de una especie de terapias personales, de encuentros anónimos de descarga emocional, no de esfuerzos tendientes a la construcción de un movimiento de repudio a la razón instrumental que pesa sobre los humanos. Navegar en la red le permite a este nuevo tipo de “demócratas” y “re-volucionarios”, mantener viva la ilusión de una socialización fantasmagórica -del tipo facebook-, creen estar contribuyendo desde el cómodo es-

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pacio de sus hogares, ofi cinas o café-Internet, a generar procesos organizativos de oposición o de aceptación a determinadas políticas.

Zizek ha dicho que que las principales actitudes que perviven en la actual izquierda son:

Aquella que solamente quiere una tibia con-1. frontación al poder (ecologistas, feministas, sexistas, multiculturalistas...) como política exclusiva y central, abandonando la esfera de la economía, reformistas superfi ciales que buscan una especie de consenso social.Una segunda tendencia es la de los que sim-2. plemente desean restablecer el llamado “Es-tado de Bienestar”, sin tener en cuenta que variaron las circunstancias históricas y socia-les que hicieron “factible” ese fenómeno.Luego están aquellos que venimos analizan-3. do, quienes creen que las nuevas tecnologías -como la internet- abrirán caminos expeditos hacia una especie de socialismo virtual ya preanunciado.Otros asumen que manteniendo ortodoxias, 4. válidas quizá en los años treinta del pasado siglo -como el trotskismo- se puede confron-tar el capitalismo y aplican mecánicamente

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análisis ya anacrónicos a las circunstancias, fenómenos y condiciones actuales. Hablan entonces de “la vanguardia de la clase obre-ra”, y por ahí mismo de “traiciones”, y de “tergiversaciones”, etc. Como creyendo que siguen poseyendo la “línea correcta”La otra representación de la “izquierda” con-5. temporánea es la de los seguidores de “las ter-ceras vías”, que en última instancia no es más que la claudicación de las opciones revolucio-narias, en favor del liberalismo.

Todos ellos, según Zizek, son revolucionarios que no desean la revolución, sino el conformismo y el acomodamiento.

Publicidad y “principios”

Sólo hay una forma de saber si un hombre es honesto: preguntárselo.

Y si responde “sí”, entonces sabes que es un corrupto.

Groucho Marx

Las sociedades democráticas contemporáneas se caracterizan porque han convertido la

mentalidad fascista en algo corriente y cotidia-

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no. Uno de los elementos fundamentales de la comunicación política fascista descansa en la rei-teración, en la repetición. Joseph Goebbels, mi-nistro de propaganda y esclarecimiento popular del III Reich Alemán, lo simplifi có en sus once tesis o “principios de la propaganda”, en especial al enfatizar que “la propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incan-sablemente…”. Además sostenía que hay que dar la impresión de unanimidad, llevando a la gen-te al convencimiento de que los planteamientos ideológicos propuestos son simples y representan el parecer de las inmensas mayorías.

Unos pocos “principios” repetidos hasta la sacie-dad, parece ser el único mecanismo de marke-ting político empleado por muchos gobernantes o candidatos en Colombia, como estrategia de venta de sus propias imágenes. Se trata de em-plear algunas palabras “mágicas” que ejercen una especie de hechizo sobre las masas -fenóme-no que fue ampliamente estudiado por Sigmund Freud en su obra Psicología de las masas y análisis del yo- y que pueden ser convenientemente ma-nipuladas por los líderes, para obtener el ansiado respaldo popular.

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Las connotaciones psicológicas del “discurso” de-magógico y publicitario no están determinadas por la “genialidad”, la erudición o la capacidad intelectual de quienes lo exponen o utilizan, sino por las mismas inclinaciones inconscientes de las masas, pues, como lo expresa Teodoro Adorno, “al fascismo le resultaría imposible ganarse las masas mediante argumentos racionales”. Su pro-paganda se aparta de los planteamientos ilus-trados, argumentados; se dirige exclusivamente a movilizar “procesos regresivos irracionales e in-conscientes”. Las modernas estructuras sociales de estas “democracias”, basadas en la biopolítica, en la administración total de la vida, facilitan la tarea ya que forman sujetos sometidos por com-pleto a los intereses del poder; “hijos de la actual cultura de masas desposeídos de autonomía y de espontaneidad… la propaganda fascista sólo ne-cesita reproducir la mentalidad existente…”.

Esa continua reproducción y manipulación de la mentalidad existente -sumisa y subalterna- se expresa en la “maquinaria de propaganda” de los líderes, de los caudillos -Hitler, Mussolini o Uri-be- quienes reiteran y reiteran sus “principios” de “decencia”, “pureza”, “transparencia”, “ho-nestidad”… y llaman a la defensa de la patria,

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de de la sangre, de la raza, de la tierra; propo-nen la “seguridad democrática”, la lucha contra el crimen, contra la corrupción o contra cual-quier otro “enemigo de los intereses generales”, sin mayores esfuerzos intelectuales, sin sueños y sin utopías; por ello sus consignas se reducen a la “innovación”, el “emprendimiento”, la “inclu-sión”, los “consejos comunitarios” o la “cultura ciudadana”, nada que plantee el fortalecimiento de las organizaciones populares, que confronte realmente el poder de las oligarquías o que hable de la validez de una auténtica revolución; sólo persiguen la vigencia del statu quo, sólo nos ofre-cen más de lo mismo.

Estos personajes, con el propósito de ganar adep-tos en todos los sectores del espectro político y social afi rman -como Sergio Fajardo- que son fi rmes en sus convicciones -en sus “principios”-, que no están con los representantes del poder ni con la oposición, que son “independientes”, es decir, que no están ni a favor ni en contra, sino todo lo contrario.

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Patriotismo y terrorismo

En Colombia nos hemos quedado sin opcio-nes, estamos acorralados, compelidos a es-

coger: o nos defi nimos decididamente uribistas y patriotas, o seremos señalados abiertamente como apátridas y terroristas.

Los politiqueros en campaña, los funcionarios de gobierno -también en campaña-, los siempre gananciosos empresarios, los inefables miembros del clero, acomodados defensores del statu quo, y los plumíferos a sueldo de la gran prensa -de la mediana y hasta de la minúscula-, se empeñan desde las fatuas trincheras de la llamada “socie-dad civil”, en exigirle a la izquierda democrática -representada en el Polo Democrático Alternati-vo- que defi na claramente su postura anti-guerri-llera, su posición frente a las FARC, so pena de que les acontezca algo similar a lo ocurrido con la Unión Patriótica, cuyos miembros fueron sis-temáticamente diezmados por “fuerzas oscuras”, supuestamente por su indefi nición o por asumir, según explican, manifi esta proclividad a la teoría política de la “combinación de todas las formas de lucha”.

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Ese genocidio consentido y hasta estimulado por el gobierno y por la benemérita “sociedad civil”, pervive no sólo por la manifi esta impunidad que nos avergüenza ante los ojos del mundo, sino, por su actual utilización como mecanismo de chan-taje e intimidación; algo así como la razón justi-fi catoria del actual y del próximo exterminio.

Estos aventajados predicadores de la “no violen-cia”, a la vez que se empecinan contra miltantes de izquierda por no expresar a viva voz su repudio a la insurrección armada, por no marcar fronte-ras, proclaman, sin tapujos, su ferviente deseo de “fortalecer y modernizar” las fuerzas armadas, piden la intervención militar norteamericana en nuestro territorio y, paralelamente, señalan como subversivos a quienes exigimos disminuir los gas-tos militares en favor de la inversión social.

Se trata de un nuevo tipo de “demócratas”, aque-llos que claman por la imposición de los “estados de excepción”, por el incremento de las penas y castigos, más allá de lo que establece el orde-namiento jurídico y legal; que apoyan una “se-guridad democrática” que persiga y golpee -sin importar cómo- a los “terroristas” y “bandidos”, hasta eliminarlos. Funcionarios, tecnócratas,

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politiqueros, comunicólogos y hasta “ingenuas” amas de casa, para quienes nada importa la vio-lación de los derechos humanos, la tortura, el maltrato ni las desapariciones forzadas, si al fi -nal se alcanza el bien supremo de la justicia y de la democracia. En fi n, personajes muy comu-nes y corrientes, que entienden, como lo expre-sara Walter Benjamin, que “ningún sacrifi cio es demasiado grande para nuestra democracia, y menos que nunca el sacrifi cio temporal de la de-mocracia misma”, es decir, individuos que -sin entender la paradoja- están de acuerdo con la su-presión de la democracia, porque les enseñaron que ello benefi cia a la democracia.

Vemos cómo estos mismos funcionarios del Es-tado, “ciudadanos de bien” y “mayorías silencio-sas”, torpe y desvergonzadamente esgrimen cifras y estadísticas que, hábilmente manipuladas, les permite mostrar falsos resultados de disminu-ción de la pobreza y la miseria, mientras persiste la silenciosa violencia institucional; el cotidiano genocidio social, del que poco hablan y poco les importa, inmersos como están en contrarrestar patrióticamente el terrorismo y “todas las demás formas de violencia”.

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Democracia S. A.

La miseria política de la democracia nos ha llevado hasta la más sucia cloaca de la histo-

ria. Hoy todos son demócratas. En santa cruzada por los “valores de la democracia” y el respeto por el “Estado de Derecho” se declaran abierta-mente no sólo Barack Obama, Zapatero, el Rey Boborbón, el Papa, la C.I.A., el Pentágono, la C.N.N., la Sociedad Interamericana de Prensa, la O.N.U., la O.E.A., RCN, Caracol y el Tiempo, sino todos los ineptos y prepotentes gobernantes que -a izquierda y a derecha- manejan las fun-ciones, los funcionarios y los dineros del Estado, de las más diversas “democracias”; tanto los que manipulan referendos reeleccionistas para perpe-tuarse “democráticamente” en el poder, como los que propician “golpes de Estado democráticos” -conocidos en Colombia como “golpes de opi-nión”-. Todos ellos han solicitado y obtenido a su manera, patente de “demócratas” reconocida por la inefable y ubicua “comunidad internacional”.

Pero lo más grave de este sumidero es que, ade-más, ha absorbido a los teóricos e intelectuales comprometidos en alcanzar una sociedad armó-nica y sin fricciones, una democracia plena y ga-

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rantista bajo un capitalismo de rostro humano. Revolucionarios blandos o comunistas liberales -como les llamó Zizek- inscritos también en la “defensa de la democracia”. Así, el pensamiento político contestatario y anticapitalista de antaño, ha derivado hacia posturas estrechamente refor-mistas, o peor aún, conformistas y conservado-ras. Desde supuesta concepciones de “izquierda”, reputados como “republicanos, democráticos, universalistas y racionalistas”, estos intelectuales se reconocen como herederos de los valores de la cultura occidental y valedores de la Ilustración, a pesar de sus fracasos y tergiversaciones, contra esa otra “izquierda académica y antiilustrada” que sueña todavía con la utopía socialista y que se opone obstinadamente a ver en la “democra-cia” la realización plena de la historia.

Los desencantados revolucionarios de ayer, que con su criticismo amortiguado y “decente” de hoy pretenden universalizar el liberalismo y su noción de democracia, con sus gestos residuales de izquierda, conforman lo que Antonio García Nossa llamó con lucidez las “disidencias tácti-cas”, esos movimientos distractivos encargados, en última instancia, de fortalecer el poder de las oligarquías que los alientan y toleran, para que

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logren cooptar la inconformidad de los sectores populares, volviéndola adaptación sumisa y re-signación.

Todo cuanto la democracia prometía ( el gobier-no del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, la participación ciudadana, la soberanía, la trans-parencia de la gestión pública, las libertades po-líticas, la defensa y promoción de los derechos humanos, etc.) se ha venido abajo y, sin embar-go, esta fórmula continúa gozando del consenti-miento apático de unas multitudes inmersas en el unanimismo gregario, auspiciado por los usur-padores del poder y mediante el continuo ofi cio de los intelectuales serviles que la defi enden y avalan. Se trata de una democracia almibarada y anodina, hecha al gusto de sus decadentes apolo-gistas, pero que busca despolitizar la sociedad y ahuyentar a los ciudadanos de la política, dejan-do esa actividad en manos de reducidos círculos de mediocres, ambiciosos y corruptos, compro-metidos exclusivamente con el pragmatismo cí-nico de sus intereses personales, cuando no con los intereses imperiales.

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“El futuro nos pertenece”

El 30 de enero de 1933 Adolf Hitler asume el poder en Alemania. Nombrado Canci-

ller del Reich por el viejo presidente, el maris-cal Hindenburg jura que: “emplearé todas mis fuerzas en conseguir el bienestar del pueblo, res-petaré la Constitución y las leyes, cumpliré con los deberes que me corresponden y realizaré mis tareas imparcialmente y con justicia”. Su lema sería: “trabajar, trabajar y trabajar por el bien de la patria”.

Una vez dotado de plenos poderes, convertiría a Alemania en un Estado totalitario; se promulga-rían leyes para combatir las “indebidas preten-siones de los sindicatos”, establecería una serie de disposiciones de carácter electoral -con sus cifras repartidoras, votos preferentes y umbrales-, para impedir el acceso de la oposición al parlamento y la formación de nuevos partidos y movimientos políticos.

Mediante el mecanismo pseudo-democrático de las permanentes consultas populares (consejos comunales de gobierno, plebiscitos y referen-dos amañados), el Führer o jefe supremo, logra-

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ría una creciente aceptación entre la población, como líder carismático de la nación. Imagen que los medios de comunicación, se encargarían de sostener.

Hitler diría que “el Estado de Opinión es la fase superior del Estado de Derecho”, que no son las leyes las que defi nen el rumbo de un gobierno, sino el permanente escrutinio de la opinión pú-blica, expresada mediante un constante diálogo con el pueblo en los Consejos Comunales.

El gobierno nazi desplegaría una lucha despiada-da contra todos los que considerara enemigos de la patria, a quienes denunciaban públicamente como “seres inferiores”, “bandoleros”, “subversi-vos” y “terroristas”. Como supuestos enemigos del interés común, serían señalados algunos or-ganismos no gubernamentales, acusados de ser “trafi cantes de derechos humanos y defensores de terroristas”.

Los grupos paramilitares (como las S.S. o seccio-nes de protección y las S.A. o secciones de asalto) organizados, mantenidos y dirigidos por el par-tido de gobierno, algunos empresarios, manda-tarios locales, la iglesia y por la propia jerarquía

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militar, serían legitimados merced a una ley es-pecial de alternatividad penal que les garantizó la impunidad, para luego convertirlos en una especie de policía auxiliar del Estado. Simultá-neamente las fuerzas militares y de policía -en especial la temida Gestapo, o policía secreta del régimen-, serían investidas de poderes judiciales.

Con el apoyo de las redes de informantes y de una fi scalía postrada, se emprendería una te-rrorífi ca campaña de intimidación, “chuzadas” telefónicas y persecución contra la oposición y, en general, contra la sociedad civil. Las minorías políticas, étnicas y culturales, serían víctimas de arbitrarios arrestos masivos, de redadas, allana-mientos y otras tropelías “legales”, debido a las falsas delaciones, y a la manipulación de “testi-gos”, por parte de los organismos estatales.

Los nazis establecieron, también, el empadrona-miento de amplios sectores sociales -en particu-lar de los judíos, obligados a portar el distintivo de una estrella amarilla sobre el pecho y a vivir en guetos- con el propósito de ejercer una mayor vigilancia y control sobre los enemigos de la patria y garantizar así una mayor “seguridad democrá-tica”.

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En un encendido discurso Hitler dijo: “las órde-nes y actos de las fuerzas militares y de policía no están sujetos a la jurisdicción de los tribunales”. Esta elite de criminales se tenía una enorme con-fi anza, y en su delirio, creían cumplir una misión providencial. Decían: “El futuro nos pertenece”.

Democracia, derechos humanos y decadencia de

Occidente

Hemos llegado al reino pleno de la biopolíti-ca moderna, a ese capitalismo hirsuto de la

decadencia de Occidente, que aun persiste en cu-brirse con la palabra “democracia”, así esta se haya convertido en un cascarón vacío, con ciudadanos que ostentan un extravagante individualismo de solapa, que oculta su apoliticismo, conformismo y acomodamiento; su falta de interés y el prag-matismo cínico de todas sus acciones. Completa expresión del fracaso de los tradicionales postula-dos democrático-liberales que decían sustentarse en la vigencia de una sociedad civil, ilustrada y participativa, con teorías y discursos incluyentes y hasta emancipatorios, como el de los derechos humanos universales e inalienables. En conclu-sión, hemos llegado, como lo expone Pedro Gar-

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cía Olivo en su libro El enigma de la docilidad, al fascismo democrático, al demofascismo que constituye la apoteosis contemplativa y criminal a la vez, del desencanto y el cinismo. Fascismo de nuevo tipo que ya no reclama el entusiasmo ni la movilización total, que caracterizara a los fascismos anteriores. Ahora, masas de sujetos no-minalmente “demócratas”, conviven extasiados dentro del pensamiento único, bajo convicciones de rebaño, movidos uniformemente por los me-dios de comunicación, con ausencia total de la crítica, de la oposición y de las diferencias.

Mas a pesar de todas las evidencias del fracaso, o quizás gracias a ellas, persisten los defensores a ultranza del sistema democrático. Aquellos que no cesan en la cantinela de que “la democracia es la menos mala de las formas de gobierno conoci-das”, que insisten en darle validez y proyección. Pedro García Olivo los denuncia: “los valedores de Occidente (de su democracia, de su sistema económico, de su cultura…) Bell entre ellos, y Rorty, y Taylor, y Walter, y Raws, y Habermas, y Giddens, y Gray, etc. (…) guardaespaldas, to-dos, del pensamiento único… se aplican sin ex-cepción a la universalización del liberalismo, a la globalización del “democratismo”; o, lo que es lo

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mismo, a la mundialización de una cultura y de un sistema que han fracasado…”.

Todos esos esfuerzos por salvar la civilización forjada por el capitalismo, incluida la lucha por imponer los derechos humanos en todo el mun-do, constituye, por decir lo menos, un trabajo in-útil frente al hundimiento e irreversible Ocaso de Occidente, a la inminente catástrofe que ya vivi-mos y que ha sido elaborada durante la moderni-dad por la, al parecer, insustituible ideología del progreso, por esa “dirección única” que llamara Walter Benjamin, impuesta a toda la humanidad mediante la fuerza de las armas, de los convenci-mientos ilustrados y del mercado.

La fatalidad del uniformismo y la homogeneidad decretada por Occidente para todos los seres hu-manos; esa perversa pérdida de toda pluralidad y el sometimiento a un destino manifi esto de progreso y armonía que caracterizaría el devenir histórico de la humanidad -tanto en la versión del capitalismo tardío, hoy mundializado, como en la del fracasado “socialismo real”- ha condu-cido, luego de la muerte de Dios, a la muerte del hombre, reducido, tras el falso optimismo de un “fi nal feliz” -como fi n de las ideologías, fi n de la

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historia e imposición del “pensamiento único”- a una escatología redentorista representada en el imperativo global de unos derechos humanos insertos en una falsa concepción humanista; “no hay nada más repulsivo éticamente que la idea de que, detrás de una superfi cie de diferencias, todos compartimos el mismo núcleo de huma-nidad”. No vivimos en un mundo abstracto. Los derechos humanos, planteados como panacea universal, en un mundo cargado de miserias e inequidades, no dejan de ser una burla teórica por parte de los grupos hegemónicos.

Es evidente, de manera absoluta, que la realidad está en abierta contradicción con las promesas y expectativas establecidas por los derechos hu-manos. No nos encontramos al fi nal de la uto-pía, ni el capitalismo global es el colofón de la historia, ni la democracia es el sueño a realizar. Tenemos que salir del simulacro del “orden” exis-tente, de la “impostura liberal” y la falacia de-mocrática que es capaz de aceptar la supresión de los “valores” que dice defender, desde una falsa concepción humanista. Romper el hechizo de la ideología del progreso como único sentido y, fi nalmente, entender la irrelevancia de todo lo “divino” -Dios, el Estado, la patria, la nación, la

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raza-. Tener conciencia de nuestras limitaciones y, sin perder la condición utópica, abrir nuevos horizontes de emancipación.

Tanto los derechos humanos como la democracia solo pueden ofrecer paradojas. A pesar de todo lo que hemos observado y analizado con respecto a su utilitarismo y manipulación, aun podemos ver en ellos armas de resistencia ante el poder de los estados y mecanismos válidos de defensa de los individuos contra el uniformismo gregario. Esta paradoja, establecida en el centro de los derechos humanos y de la noción de democracia, también nos moviliza y hace que su imposible concreción continúe dándole sentido a nuevos horizontes de utopía. Sin embargo, como lo ha dicho Slavoj Zi-zek: “La lucha democrática no debe ser fetichiza-da; es una de las formas de lucha, y su elección debería estar determinada por una evaluación estratégica global de las circunstancias, no por su valor intrínseco ostensiblemente superior… (por-que) por otra parte, un auténtico acto de volun-tad popular también puede ocurrir bajo la forma de una revolución violenta…”.

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La mitología del progreso

Comprender la historia como una continui-dad evolutiva que va de lo inferior a lo su-

perior, ha sido una mítica convicción que siem-pre ha acompañado a la civilización occidental, tercamente propensa a la búsqueda del paraíso perdido, como fue fi jado desde los primitivos planteamientos judeo-cristianos. El cristianismo asumiría la idea del progreso como resultado de un plan divino, de una escatología, presente des-de los orígenes mismos de la humanidad.

Esta visión futurista del progreso -auténtica reli-gión de la civilización occidental-, sería hereda-da por el modo burgués de producción y por la Ilustración: Primero estuvo cargada de esperan-zas utópicas y se consideraba que el triunfo de la razón sobre los elementos haría posible una so-ciedad alejada del miedo y la miseria; en los tér-minos del cartesianismo, seríamos dueños de los secretos de la naturaleza hasta alcanzar el bien-estar general y, desde la perspectiva kantiana, el progreso indefi nido nos permitiría lograr “una paz perpetua”. Puesta en evidencia la falsedad del sueño, bajo la carga de las muchas frustraciones y catástrofes vividas, y desde los escombros de

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una imaginación defraudada nos acorralan otras perspectivas; todas esas anti-utopías inauguradas con la novela 1984 de George Orwell y con Un mundo feliz de Aldous Huxley que nos anuncian la decadencia y la catástrofe que ya hemos co-menzado a vivir.

Rousseau desde 1750, en el Discurso sobre las ciencias y las artes, nos advertía acerca del signifi -cado de un progreso que simultáneamente impli-caba la destrucción del hombre y la naturaleza. Es decir, ese anhelo de ser dueños y señores de la naturaleza, convirtiéndola en objeto del uso y del abuso por parte del hombre, ya anunciaba este horizonte de fatalidad y de barbarie ecológi-ca que soportamos.

Para los pensadores revolucionarios del siglo XVIII el motor del progreso serían las luces. Se trataba de iluminar las tinieblas medievales de la ignorancia, promoviendo el movimiento de la industria, la búsqueda de combustibles, en fi n, el mejoramiento de las fuerzas productivas, la re-volución industrial y después todo ese cúmulo de nuevas invenciones científi cas y tecnológicas que, en resumen, han llevado hasta el paroxismo el legado de Prometeo.

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Además de ese ímpetu en la transformación de los medios y las fuerzas productivas, la teoría del progreso lleva implícita la idea de la “evolución del espíritu humano”, lo cual convoca todos esos procesos formativos y domesticadores que se re-suelven en la promoción de la alfabetización y de la escuela, como principales mecanismos para “el triunfo de la razón y la civilización”. Las tec-nologías del poder se centraron, en la regulación y la normalización, primero de los cuerpos indi-viduales, y luego, en el control poblacional y de la especie, llegando a lo que tan acertadamente llamó Michel Foucault, la bio-política, que no consiste ya exclusivamente en el despojo y el ge-nocidio colonialista que, a nombre de los proce-sos culturizadores y civilizatorios se desplegaron por el mundo entero durante los siglos anteriores, sino en esa decantada lógica de aceptación de lo dado, en esa generalizada convicción de que no existe alternativa al desarrollo y al progreso, tal como lo difunden las escuelas.

La muerte administrada

El mundo parece vivir la cruel repetición de la barbarie. La obstinación por la muerte ad-

ministrada, los genocidios, las masacres, los ase-

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sinatos selectivos extrajudiciales y en general los crímenes de Estado, hoy hacen parte de nuestra pavorosa cotidianidad. Una incesante ordalía de sangre, de muerte y de terror infecta a toda la humanidad.

Esta espiral interminable de violencia, sirve para ratifi car la veracidad y el poder de los Estados, de las confesiones religiosas, de las opiniones po-líticas y hasta de las tesis y las teorías; no hay otro argumento. Hemos asimilado la vesania y el horror como expresiones fehacientes de la validez de nuestras convicciones. Freud señaló con clari-dad que en el principio mismo de la civilización ya se encuentra instalada la barbarie.

El 14 de mayo de 1948, se instauraría el Estado de Israel, ocupando territorios de la Palestina y provocando el subsiguiente desplazamiento de los pobladores históricos de esa región, lo cual aún no ha cesado, por los intereses expansionis-tas del gobierno judío. Años antes, bajo el III Reich alemán, el pueblo judío y otras minorías étnicas, políticas y sociales tuvieron que soportar el régimen de terror impuesto por los nazis.

Las interminables torturas, los desplazamientos

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forzados, los campos de concentración y el pla-nifi cado exterminio que signifi có el Holocausto agenciado por los nazis, hoy se repiten y el go-bierno sionista de Israel hace palidecer al propio Hitler, por los constantes actos terroristas contra el pueblo palestino.

Es interesante observar cómo la efi cacia de la muerte, y en general de las hazañas sanguinarias, hermanan las doctrinas y constituyen punto cla-ve de encuentro y coincidencia de las más disími-les creencias. No en vano expresó Emil Ciorán: “El fanático es incorruptible: si mata por una idea puede igualmente hacerse matar por ella; en los dos casos, tirano o mártir, es un monstruo. No hay seres más peligrosos que los que han su-frido por una creencia: los grandes perseguidores se reclutan entre los mártires a los que no se ha cortado la cabeza”.

Pero hay algo más, los modernos asesinos masi-vos, no sólo están asistidos por el convencimien-to fanático de sus doctrinas, sino que son obe-dientes funcionarios de un Estado y dicen estar luchando contra el terrorismo.

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El genocidio

El animal que hunde sus garras y colmillos en la presa no está ejerciendo un acto de vio-

lencia. Ello obedece simplemente a su comporta-miento biológico e instintivo. Pero cuando es el hombre quien mata y tortura, no estando com-pelido por la necesidad de alimento o de defensa vital, si se incurre en actos de agresión con inten-cionalidad, es decir agresiones fundamentadas en creencias, en ansias de dominio, en ambición o en otras motivaciones “humanas, demasiado humanas”, hablamos, entonces sí, de violencia, de esa agresividad que desborda la razón y la jus-ticia.

Carlos Marx estableció con precisión que “la vio-lencia es la partera de la historia”, lo que no sig-nifi ca que ésta constituya parte esencial de la na-turaleza humana. Si bien es cierto que la barbarie tiene raíces milenarias y que las masacres, razias y persecuciones infestan todo nuestro devenir histórico, no se puede afi rmar que la violencia y la destructividad sean expresiones intrínsecas al comportamiento social de los humanos.

La llamada “marcha triunfal de la civilización”

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no ha signifi cado la renuncia a la violencia, sino por el contrario, su intensifi cación y sofi stica-ción. Todo el proceso histórico cumplido por la cultura occidental y cristiana, se ha sustentado en actos de opresión, de humillación y de terror sobre pueblos y culturas. Así, la imposición de la religión “verdadera”, llevó a la persecución y al extrañamiento de otros credos y doctrinas, con despiadadas expediciones punitivas y matanzas, no sólo en la antigüedad y la edad media, sino en los propios tiempos de la modernidad.

Podríamos enumerar campañas de masacre y ex-terminio como la desplegada por las Cruzadas entre los siglos XI y XIII, el asesinato de los Cáta-ros o Albigenses en el mismo período, la alevosa expulsión a sangre y fuego de moros y judíos de los territorios cristianizados de Europa, la terrible judicialización y las condenas a la hoguera, por parte del Santo Tribunal de la Inquisición, de un enorme número de brujas y de rebeldes heréticos y heterodoxos, que sólo defendían su derecho a la diferencia. Y han sido tantas las carnicerías, emprendidas en el nombre de Dios.

Las exaltadas hazañas de la conquista y coloni-zación de los pueblos de América, del África o

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del Asia, constituyen en realidad una apoteosis del crimen organizado en favor de “civilización”. Con base en la masacre de pueblos, en el escla-vismo y en la guerra, se edifi có ese “orden social” eurocéntrico que aún soportamos. También la moderna e ilustrada idea del “progreso”, forjada por el imperio de la racionalidad cartesiana, se sustenta en la violencia, sea ésta física o simbó-lica.

Pero el genocidio, entendido como el exterminio de grupos humanos, efectuado de manera siste-mática y organizada, sólo cobra existencia real durante el siglo XX. Muchos actos de barbarie ha ejecutado el hombre en el transcurso de la historia, pero sólo ahora, cuando los recursos ra-cionales de la ciencia y la tecnología se aplican de manera regular a los asesinatos colectivos, po-demos hablar de una especie de “industria de la muerte”; aquella que se inaugura en los albores del siglo XX, con la puesta en marcha de la acei-tada maquinaria bélica que instauró la época del reparto de botín del mundo, de las guerras tota-les y de las matanzas de pueblos enteros some-tidos a la más despiadada explotación colonial, así como el incremento en bajas de civiles, no comprometidos en las acciones bélicas, víctimas

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de los indiscriminados bombardeos y de otras formas de muerte administrada.

Mecanismos y dispositivos de muerte que se han venido perfeccionando desde la primera guerra mundial, hasta crear ese complejo industrial-militarista que hoy gobierna al mundo; con sus guerras biológicas y químicas, el bombardeo y el arrasamiento de pueblos y ciudades, las inva-siones y ocupaciones militares, el terrorismo de estado, los confl ictos de alta o de baja intensi-dad, con todo ese poderoso arsenal nuclear con que los países “desarrollados” podrían destruir el planeta, o con los campos de concentración y de exterminio en donde, desde Auschwitz y Tre-blinka hasta Abu Graib, se han ensayado múlti-ples formas de tortura, de degradación y muerte colectiva de los seres humanos.

La muerte administrada no ha sido extraña en la historia de Colombia. La estrategia de exter-minio a los grupos políticos inconformes con el monopolio bipartidista del poder, ha sido per-manente en un extraño país que, como lo ha di-cho Gabriel García Márquez : “Sucumbió tem-prano en un régimen de desigualdades, en una educación confesional, un feudalismo rupestre

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y un centralismo arraigado en una capital entre nubes, remota y ensimismada, con dos partidos eternos, a la vez enemigos y cómplices, y eleccio-nes sangrientas y manipuladas y toda una zaga de gobiernos sin pueblo”.

En este “caldo de cultivo”, la simulación de la de-mocracia, la exclusión, la guerra y el genocidio, han sido las invariables históricas que garantizan la perpetuación de una sanguinaria oligarquía y de su absolutismo político. Absolutismo que va del asesinato selectivo de los líderes populares, como Rafael Uribe Uribe, Jorge Eliécer Gaitán, Jaime Pardo Leal, Carlos Pizarro o Bernardo Ja-ramillo, a la ilegalización de las luchas sociales, a la violencia disuasiva, al aniquilamiento total de organizaciones políticas, como ha acontecido con la Unión Patriótica, y de ahí pasa a la legiti-mación de los grupos paramilitares, responsables del desplazamiento de poblaciones enteras y de los más atroces genocidios.

El genocidio sigue siendo una amenaza perma-nente para los pueblos y culturas que hoy resis-ten la mundialización del capitalismo tardío y su maquinaria de guerra. Pueblos y culturas que tienen que soportar, además de sus propios opre-

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sores, un proyecto de ordenamiento, regulación y control generalizado que se les impone como biopolítica y que incluye el fi chamiento de los individuos, la pedagogización del mundo de la vida, la xenofobia, el control de la natalidad, la ingeniería genética y hasta las manipulaciones del genoma humano.

Hegemonía imperial y oligarquías criollas, que no se detienen en sus proyectos genocidas, admi-nistrados hoy por efi cientes burócratas de la eco-nomía, y que por el contrario se extienden hacia lo que Ignacio Ramonet ha denominado un “ge-nocidio social”, es decir, ese silencioso exterminio de la gente de los países pobres y de los sectores marginales, que mueren por causas que podrían ser fácilmente evitables, como el hambre, la falta de agua potable y las enfermedades endémicas, al carecer de los recursos y medicamentos que producen y controlan las transnacionales, inte-resadas solamente en mantener los altos precios del mercado.

Tortura made in u.s.a.

Pareciera que la tortura es fundamento de la cultura occidental y cristiana. La ubicuidad

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y la continuidad de la práctica de la tortura, de-muestra su vitalidad desde el medioevo hasta nuestros días. Pero si anteriormente, bajo una visión teocéntrica del mundo, se torturó en el nombre de Dios y para preservar la unidad de la fe, bajo la era del capitalismo la tortura se realiza en nombre de la civilización y del progreso. Toda la “hazaña” civilizatoria del descubrimiento y la conquista, así como el largo período de coloni-zación que padecieron los pueblos de lo que aún llamamos el tercer mundo, se logró en gran medi-da merced a la tortura.

España, Inglaterra, Holanda, Portugal..., todos los gobiernos europeos torturaron y asesinaron a los pueblos de Asia, África y América, desde el siglo XV hasta el presente -y esta deuda aún no se cobra-. Han practicado la tortura incluso los hoy publicitados defensores de los derechos humanos; Bélgica ejerció un sanguinario mandato sobre el Congo -hoy Zaire-, que dejó ver que la civilización es la barbarie: Millones de seres humanos fueron inmolados en el altar de la impostura explorato-ria y comercial, supuestamente en favor de la cul-turización de los pueblos salvajes. No en vano el gran escritor Joseph Conrad diría en El corazón de las tinieblas que “esa avanzadilla del cambio,

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de la conquista, del comercio, de las matanzas de la prosperidad...”, no era más que el despiadado poder del horror que provoca la civilización.

Francia torturó en Marruecos y en Argelia, y en defi nitiva la Italia fascista y la Alemania nazi no marcaron la conclusión, sino el renacimiento y la reiteración de la tortura. La Rusia zarista tortu-raba y el régimen soviético instauró la psiquiatría represiva. Podemos afi rmar, sin temor a equivo-carnos que, como si fuese un triunfo póstumo de Hitler, nos hemos ido habituando al horror y a la tortura.

La moderna tortura militar y policiva, de alguna manera, es heredera de las viejas formas y estilos establecidos por la Inquisición. Todas esas fór-mulas “legítimas” de autoritarismo y de censura, todos esos subterfugios legales que se emplean para justifi car la represión y la dominación espi-ritual, al igual que los múltiples procedimientos punitivos y penales que incluyen la tortura y las humillaciones, y que aún prevalecen, son deudo-res de la seria cultura inquisitorial.

La Inquisición no fue una fi losofía, ni sólo la defensa de una concepción del mundo; fue una

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burocracia, una rigurosa forma administrativa de regulación social. Sin embargo la moderna tortura desconoce esa especie de complicidad teológica que existía entre el torturado y el tortu-rador, ya que “la fe posibilitaba una comunidad incluso en el placer de torturar y el sufrimiento de ser torturado”. Hoy, bajo el triunfo de la razón tecnocrática, asistimos a una mayor degradación; la tortura ha perdido la seriedad. Los verdugos la asumen como diversión. Las fotografías del “maltrato” y las humillaciones perpetradas a los prisioneros iraquíes en Abu Ghraib por el ejérci-to norteamericano, parecieran un show, sólo un reality: Los muchachos no estaban torturando, solamente se divertían.

Terrorismo e inquisición

El capitalismo internacional ha lanzado su grito de guerra santa contra el terrorismo. A

nombre de la “civilización mundial”, el funda-mentalista Bush ha dicho: “cualquier nación, en cualquier lugar, tiene ahora que tomar una deci-sión: o están con nosotros o están con el terro-rismo”. Por supuesto Colombia, bajo el gobierno “democrático” de Uribe Vélez, formó en la hilera de las naciones buenas.

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Pero ¿qué es el terrorismo? Noam Chomsky se aventura a decirnos que “el problema de encon-trar una defi nición de terrorismo que excluya los casos más notables es realmente complejo y des-concertante. Pero afortunadamente existe una solución sencilla: defi nir terrorismo como los ac-tos terroristas que los demás realizan contra no-sotros”. Fórmula en verdad sencilla pero exitosa. Siempre ha funcionado, como cuando el ladrón grita: ¡cojan al ladrón!

El supuesto fi n de la violencia terrorista mediante el empleo de una mayor violencia disuasiva por parte de las estructuras de los poderes estableci-dos, ha terminado por generar, precisamente, el terror de Estado. La Inquisición, que funcionó por muchos siglos a favor de la estabilidad y de la cohesión social impuesta por la Iglesia, requería herejes, apóstatas, renegados y brujas, y no dudó en crearlos. Los procedimientos del Santo Ofi cio se basaban en las recompensas por las delaciones, en las falsas denuncias, en la manipulación de testigos y en la expedita utilización de la tortura para obtener fi cticias confesiones, que le permi-tieran a la maquinaria del terror ofi cial continuar ejerciendo el control espiritual y la regulación so-cial.

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La huella de la Inquisición aún se percibe, “el monstruo respira todavía” como lo advirtió Vol-taire; está presente en la cotidiana persecución –sutil o descarada- que se ejerce sobre las dife-rencias; en la represión cultural, ideológica, ética y política que pesa sobre las personas, por obra y gracia de los poderes administrativos, judiciales, religiosos y morales.

Como en una nueva Inquisición nuestras elites (subordinadas al mandato imperial) buscan, des-de lo local y provinciano, consensos ecuménicos contra el terrorismo y a favor de un presidente que los medios no dudan en maquillar y disfrazar de “carismático”, mientras se promueve un mayor control interno con base en la llamada “red de informantes”, se manipulan testigos por parte de la fuerza pública y los fi scales, se dan facultades judiciales a los militares y Uribe pide apoyo in-ternacional para “su” lucha contra el terrorismo

Todo esto acontece en medio de una especie de demencia colectiva que aplaude la pérdida de las libertades y la persecución ofi cial a los defensores de los Derechos Humanos, mientras una fran-ja lunática de histriónicos politiqueros, alaban y bendicen “nuestra democracia occidental”.

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Acerca del terrorismo

(A propósito del 11 de septiembre de 2001)

El fenómeno del terrorismo de Estado no es sólo una contrapartida histórica del terrorismo activa-do por un grupo político-social, sino es la forma más extrema y despiadada del terrorismo, ya que

se ejecuta a través de cuerpos, órganos encarga-dos de la preservación, corrección y superviven-

cia de una sociedad.Antonio García Nossa

Defi nir el concepto de terrorismo se ha con-vertido en un asunto complicado para las

ciencias políticas contemporáneas, dado no sólo el carácter polisémico del término, sino la com-pleja maraña ideológica que éste comporta, prin-cipalmente después de los hechos del 11 de sep-tiembre de 2001. La amplitud interpretativa de la palabra terrorismo, la ha ido transformando de vocablo marginal, en expresión primordial y de uso obligado y cotidiano en el lenguaje de los po-deres políticos y de los medios de comunicación.

El terrorismo que antaño se defi nía vagamente como la realización de actos violentos para infun-

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dir terror con fi nes políticos entre la población ci-vil, que se asimilaba a la ejecución de actos ilícitos de guerra o “crímenes de guerra”, hoy, sometidos a la impronta de una visión unipolar del mundo, con el establecimiento de “estados de excepción” permanentes, cuando el criterio de la “seguridad” se impone arbitrariamente por sobre el Derecho y la noción de ciudadanía, cuando se nos establece una falsa alternativa entre seguridad y democra-cia plena; se dice que la lucha contra el terrorismo está en el orden del día y nos compete a todos.

Todas las acciones políticas de oposición, las mo-vilizaciones populares y los quehaceres sindicales, han caído indefectiblemente bajo la sindicación de “terroristas”, si no se amoldan a los intereses de las élites en el poder que claman por la “se-guridad democrática” en el plano local y a nivel mundial.

Los sectores políticos dominantes y los manipu-ladores de la opinión, machaconamente insisten en hacernos ver que “terrorismo” es sólo aquel que aplican los individuos o los pequeños grupos de oposición armada, pero el sistemático empleo de la fuerza, de las armas de destrucción masiva y la escalada de acciones genocidas que practi-

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can los grandes estados de Occidente contra los pueblos del mundo, son eufemísticamente deno-minadas “intervenciones armadas”, casi siempre de índole humanitaria y preventiva y que las con-siderables muertes de civiles son simples “daños colaterales”.

El terrorismo hoy, como lo expresa Peter Sloter-dijk, es una forma de la cultura del entreteni-miento, en la que los terroristas cuentan con la complicidad garantizada del sistema mediático. La rutinaria utilización del término “terrorismo”, con todas sus implicaciones y fi nalidades ideo-lógicas, hace parte de la guerra preventiva que ejecutan los detentadores del poder contra la in-conformidad y la insurgencia popular y constitu-ye el preludio de la instauración de un fascismo democrático, en el que el poder de los estados contará con una general aceptación ciudadana.

Genealogía del terror moderno

Como lo ha afi rmado Eric Hobsbawm, vivi-mos desde comienzos del siglo XX la época

más mortífera de la historia, una era de catás-trofes que se inauguró con el establecimiento,

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primero de la “movilización total” y luego con la guerra total, que no distingue ya combatien-tes de personal civil. La primera guerra mundial de 1914 a 1918, inicia este imparable período de matanzas generalizadas al incorporar la gue-rra aérea, -las “tempestades de acero” que llamó Ernst Jünger-, a los mecanismos utilizados para aterrorizar a la población. Era de catástrofes que tendrá continuidad con la segunda guerra mun-dial y la creciente escalada de barbarie como re-sultado del más amplio desarrollo de la ciencia y la tecnología, por cuenta de los estados imperia-listas, ocupados, además, en el reparto del botín del mundo. Tecnologías bélicas que harán invisi-bles a las víctimas, convirtiéndolas en meros da-tos estadísticos, con la imposición de la crueldad impersonal, de las empresas de la muerte, bajo la dirección del complejo industrial-militarista que gobierna al mundo y de las matanzas vistas como simples experiencias cotidianas; como re-sultado de “necesidades operativas” a favor de los más altos ideales, lo que habría de llevar hasta la actual noción que denomina “daños colaterales” a la constante muerte del personal civil.

Peter Sloterdijk indaga y encuentra que el uso del gas clórico que hizo el ejército alemán frente

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a la infantería franco-canadiense el 22 de abril de 1915 en la célebre batalla de Yprés, como el principio de lo que llamó el modelo atmoterro-rista, el terrorismo atmosférico, el terrorismo del aire. “Temblores del aire” denominó ese saber de muerte que ha sabido combinar el diseño pro-ductivo a gran escala, con el conocimiento me-dio-ambiental y los propósitos y la práctica del terrorismo exterminista.

Esta es también la época de los “inocentemente culpables”: La nueva situación moral en que los desarrollos tecnológicos nos han colocado, con el enfrentamiento a “enemigos” que involucran al personal civil, se corresponde con la promoción de criterios como el del acatamiento acrítico a las líneas de mando o la “debida obediencia” a las normas y a los jefes. Lo cual conducido a la ob-solescencia de los controles éticos y en general de los antiguos valores humanísticos. Hoy se da por parte de los agentes involucrados en los procesos bélicos y exterministas, un total desinterés y des-conocimiento de los efectos de sus acciones. Se trata de aquello que Hanah Arendt nombró tan apropiadamente, como la “banalidad del mal”; la ceguera voluntaria o la indiferencia frente a la administración de la muerte, que promueven.

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A Adolf Eichmann, el criminal de guerra nazi, juzgado en los años sesenta del pasado siglo, se-gún los planteamientos de Günther Anders y los estudios de “La banalidad del mal” de Hannah Arendt, le era “indiferente” a quien mataba o ha-cía matar, (judío, gitano, comunista, homosexual, mujeres, niños o ancianos) ya que lo que buscaba era alcanzar el “grandioso” objetivo político del triunfo de la fuerza que representaba: El Tercer Reich. Él solamente cumplía el deber burocráti-co que se le imponía, bajo el lema de que “si no lo hago yo, otro lo hará”. Por eso se consideraba -y quizá lo era- “inocentemente culpable”.

Hoy vivimos el triunfo póstumo de Hitler ya que se ha cumplido plenamente la subordinación de los individuos a las normas, a la disciplina y a la máquina total, en todos los regímenes: en los estados teocráticos de oriente u occidente, en los Estados del “socialismo real”, o bajo la impronta de la llamada “democracia”. Somos prisioneros de los trabajos “especializados” que desempeña-mos. Funcionamos como piezas de un engranaje, de una gran maquinaria y estamos subordinados a la “ética de la autoridad”, así esta tenga caudi-llos, líderes carismáticos directos, u opere como un poder críptico y anónimo.

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En todo caso, las víctimas de esas nuevas condi-ciones “científi cas” y “técnicas” que ha impuesto el progreso ya no poseen una conciencia indivi-dualizada. A Claude Eatherly, el piloto que diri-gió la misión de la bomba arrojada en Hiroshi-ma, hace 64 años, y quien tuvo por el resto de su vida dolorosos remordimientos de conciencia, se le impidió por parte del gobierno estadouniden-se manifestar públicamente su remordimiento y se le dio tratamiento de “loco”, siendo víctima de terapias y medicalizaciones para alcanzar una supuesta “salud mental” determinada y defi nida por los organismos de poder -similar situación se vivió con la psiquiatría represiva que ayudó a sostener el régimen estalinista en la Unión So-viética-.

Esta época de catástrofes totales y de banalidad del mal nos lleva, entonces, a reconocer al ver-dugo también como otra víctima -de la obedien-cia, de la subalternidad, víctimas de lo que Pedro García Olivo ha llamado “El enigma de la doci-lidad”- de la terrible sumisión que desde Étienne de La Boité -en el siglo XVI- reconocemos como “La servidumbre voluntaria” y que hoy se ha exa-cerbado.

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Ha habido muertes administradas, aniquilación industrial de los seres humanos, políticas extermi-nistas, no sólo con el nacionalsocialismo alemán o con el estalinismo en los países del socialismo real, la muerte industrializada continúa ahora ad-ministrada por el gobierno norteamericano y por otras “democracias” de occidente. Los anónimos funcionarios de la muerte y del exterminio, están en Guantánamo, en Abu Grahib, en Afganistán y en los muros de vergüenza que garantizan la contención de los migrantes, de los malvivien-tes del sur que sueñan realizarse en el norte. Los monstruos burocráticos que desde sus despachos dictan sus órdenes de horror y de muerte, están distribuidos por todo el mundo. Aquí en Colom-bia hacen parte de los organismos de vigilancia y control, del llamado Departamento Administra-tivo de Seguridad, mejor conocido como el cártel de las tres letras. Los hombres oscuros, no ilumi-nados, no ilustrados, incapaces de entender los propósitos -y los despropósitos- de sus órdenes, y de sus acciones de muerte, asumen como un “juego” las masacres y siguen creyendo que así sirven a la “democracia”.

Esos monstruos de obediencia bajo el imperio de la técnica y sin orientación moral, son los suje-

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tos de una ciencia sin conciencia, que les lleva al absurdo del relativismo moral, a considerar que “los actos no son ni buenos ni malos en sí mis-mos”, sino que “lo que difi eren son los puntos de vista”. Que dicen no saber lo que hacen en su ciega obediencia. Esos monstruos, están ahí, ahora, diciéndonos que su tarea es la defensa de la democracia liberal-global-capitalista y que su propósito es garantizar la “seguridad democráti-ca” local y planetaria.

Slavoj Zizek ha dicho: “El colapso del comunis-mo en 1990 es percibido generalmente como el colapso de las utopías políticas. Hoy vivimos una época postutópica de administración pragmáti-ca, dado que aprendimos la ardua lección de que las nobles utopías políticas terminan en terror totalitario…sin embargo, lo primero que hay que señalar es que este supuesto colapso de las utopías fue seguido por diez años de predominio de la última gran utopía, la utopía de la demo-cracia capitalista liberal global como “el fi n de la historia”. El 11 de septiembre designa el fi nal de esa utopía, un retorno de la historia real de nue-vos muros de confl ictos, que siguen a la caída del muro de Berlín. Es crucial percibir que “el fi n de la utopía” se repitió en un gesto autorrefl exivo: la

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utopía última era la idea misma de que después del fi n de las utopías, estamos en el “fi n de la historia”.

El 11 de septiembre, con el desplome de las torres gemelas, se inició el desplome de esa falacia del capitalismo-liberal-global. La idea del mundo administrado se impone ahora sin caretas. Los habitantes de la supuesta Arcadia neoyorquina ya veían venir el humo de este fuego. Ya percibían el fi n de su “tranquilidad”. Lo real-imaginario cedió el paso y el hechizo del capitalismo-global y el legado liberal-democrático se vino abajo. El peso de las armas, la opción exterminista, como “lucha contra el terrorismo” eleva de nuevo la racionalidad del delirio nuclear que antes se tra-bajara como un equilibrio del terror, frente al te-mor del ascenso del viejo comunismo.

Ahora, de nuevo, “El cataclismo de Damocles”, que señalara y previera García Márquez, está al orden del día, como propósito fi nal de todos es-tos ensayos y formas de terror institucionalizado, con el emplazamiento de las ojivas nucleares, que podrán destruir varias veces el planeta, en defen-sa de la democracia.

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¿Vale la pena insistir en el pacifismo?

En la Colombia de hoy, donde por una muy “extraña” coincidencia entre las ideologías

y métodos políticos de la derecha, del centro y de la izquierda, las “marchas” parecieran haber sustituido toda confrontación, cuando los ha-ppenings, las instalaciones y las poses pacifi stas han triunfado por sobre la lucha armada y la “violencia”; cuando un sinnúmero de actividades lúdicas copan el quehacer de los partidos y mo-vimientos de “izquierda”, -como al así llamado Polo Democrático Alternativo-; es bueno inten-tar recordar que más allá de la terrible obediencia y la uniformidad que se han generalizado gracias a los medios de comunicación y a la constante actividad de las instituciones (tanto las represi-vas como las educativas), siempre las clases do-minantes han manipulado el discurso de la “no violencia”, como argumento justifi catorio del “monopolio estatal de la violencia”.

Ahora, cuando el llamado “Estado de excepción”, no es la excepción sino la regla, cuando la catás-trofe anunciada de los autoritarismos y los totali-tarismos no son simples amenazas, sino, fatídicas

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realidades cotidianas para los pueblos periféricos y dependientes, cuando vivimos a nivel global los estragos de un “fascismo democrático”, no podemos seguir recitando la vieja cantinela del respeto por la democracia, ni hacerle el juego a esa retórica.

Como lo expresara Günther Anders, no pode-mos seguir aceptando como fundamental “mé-todo de lucha” esa serie de inactividades, como las huelgas de hambre, los ayunos, los desvelos, los plantones, las religiosas vigilias o las inter-minables marchas ya que no hacen daño sino a quienes las practican y a los explotadores sólo les provocan risa.

¿Flores y guitarras contra balas y fusiles? Si re-cordamos bien, tampoco funcionó en los años 60. “Frente a los que no tienen escrúpulos no hay nada más indigno que la humildad…a favor de la contra-violencia, cuyo nombre es legítima de-fensa, sólo los exaltados sobreestiman el poder de la razón…La primera tarea del racionalismo consiste en no hacerse ilusiones sobre el poder de la razón y su fuerza de convicción. Y esto me lle-va una y otra vez a la misma conclusión: contra la violencia la no violencia no sirve”.

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La búsqueda de la paz no debe llevarnos a ser tontos. Los “vencedores” nos quieren pacífi cos y nos seguirán obligando a renunciar a toda forma de violencia, para poder ellos seguir aplicándo-la institucionalmente. La tarea de todos los que odiamos la violencia, es impedir que ésta conti-núe perpetuada en manos de los opresores, me-diante la promoción de su “democracia”, como única posibilidad política.

Así lo han entendido muchos que se han visto precisados a impulsar los movimientos emanci-patorios e insurreccionales, incluso sacrifi cando su propia tranquilidad y hasta sus vidas.

Contra el olvido

Lo cotidiano de la violencia que pesa sobre los colombianos nos ha ido conduciendo a la

asunción de una peculiar psicología: fugazmente nos llenamos de ira y de resentimiento ante la muerte administrada por los diversos agentes del exterminio, para luego encubrir todo el dolor y la amargura en el cómodo refugio del olvido.

Las muertes de hoy nos ocultan la tristeza y la pavura que nos dejaron los crímenes de ayer,

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pero a su vez mañana, estaremos llorando nuevas muertes, sin darnos tiempo para elaborar el due-lo, convirtiendo las periódicas penas en asuntos pasajeros, e instalando en el alma colectiva una sórdida convivencia con el horror y una ambigua simbiosis entre la apatía y la esperanza.

Por otra parte, los acontecimientos históricos, que de por sí constituyen materia de polémicas entre las diversas ideologías, son sometidos a las más variadas tergiversaciones y distorsiones in-terpretativas, por parte del aparataje informati-vo que manejan periodistas y comunicólogos, expertos en la homogeneización de la opinión ciudadana y quienes, operando como amanuen-ses de los integrantes del bloque de poder, van forjando una nueva y conveniente historiografía que se sustenta en las manipulaciones del recuer-do y el olvido.

Cualquier tentativa por rescatar la memoria, la verdadera historia, es sometida a distintos me-canismos de coerción por parte de una especie de policía del pensamiento que se encuentra di-seminada por todo el cuerpo social: no solo en el gobierno que intenta impedir la protesta y si-lenciar la oposición, también en la prensa que,

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publicista del poder, se autocensura; en los inte-lectuales tartufos que no desean abrir espacios de opinión, enclaustrándose en un mundillo acadé-mico, pretencioso y ajeno a la realidad nacional; y en el común de las gentes que, asustadas por el creciente autoritarismo y el militarismo, no se atreven siquiera a reclamar por la diaria violación de sus derechos.

En este país de olvido y muerte se viene impo-niendo una generalizada banalización del mal, porque los individuos se han adaptado a lo esta-blecido, convirtiéndose en obligados y silenciosos colaboradores del poder, desapareciendo como seres autónomos y encerrándose cobardemente en el estrecho espacio de sus “asuntos persona-les”, o en ilusorias dimensiones religiosas, que los apartan de todo compromiso político y los sumergen en el Leteo de esperanzas trasmunda-nas, para liberarse de su responsabilidad social. Sujetos que, cuando más, expresan una especie de momentáneo sentimentalismo teatral, que les permite simular pena y congoja por las cotidia-nas muertes, para luego continuar sumidos en la indiferencia.

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Guernica: memoria del sufrimiento

Recaer constantemente en la barbarie parece el sino trágico de la humanidad, la propia

dialéctica del “progreso”, en especial bajo el ca-pitalismo tardío, ha conducido también al sufri-miento. El desencanto de los ideales de la Ilus-tración hoy toca fondo. La barbarie nazifascista de la muerte burocráticamente administrada, el desplazamiento de la fi losofía por la técnica y el pragmatismo, la permanente ausencia de los jui-cios éticos, la corrosión del carácter y la banalidad del mal, han desvirtuado el sentido de la historia y establecido el olvido como proyecto humano.

En su rica exposición de simbolismos, la mitolo-gía griega ideó la titánica diosa Mnemosine -hija de Urano, dios del cielo y padre de todos los in-mortales- y la consagró como excelsa deidad de la memoria y el recuerdo, y como madre de las nueve Musas inspiradoras de la creatividad del arte y de la historia. La preservación de la memo-ria ha sido del interés de todas las culturas, y los pueblos del mundo han asumido que la memoria es imagen. Entonces, la evocación y el recuerdo se han plasmado en expresiones plásticas: en pin-

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tura, en escultura o en arquitectura; en monu-mentos de piedra, de lienzo o de metal. Bueno, en general todo arte es memoria.

El Guernica de Pablo Picasso, -monumental obra pintada durante el mes de mayo del año 1937, luego del criminal bombardeo de la Legión Cón-dor de la fuerza aérea alemana a la pequeña aldea vasca, y que se constituiría en la abrupta inicia-ción del horror que algún tiempo después sería complementado con el genocidio de judíos, gita-nos, comunistas, homosexuales y todos aquellos a quienes consideraban de condición inferior- se inscribe en esa maravillosa idea: ser memoria y ser lucha en contra del olvido. Y es que los campos de exterminio y en general el holocausto nazi, pretendía ser un proyecto de olvido. De esta obra se ha dicho que es “memoria del sufrimiento”, ade-más que es plegaria, dolor e indignación, frente a los desastres de la guerra. Picasso diría: “Mi vida entera ha sido una lucha continuada contra la reacción y la muerte del arte...En el mural en que estoy trabajando y que llamaré Guernica, y en todas mis obras recientes, expreso mi execra-ción de la casta que ha hundido a España en un océano de dolor y muerte”.

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El Guernica de Pablo Picasso, después de 70 años, nos señala la espantosa incursión de la maldad fascista en la tranquila cotidianidad de un pueblo y con su gran intensidad y aliento, confronta el aturdimiento del olvido y fortalece la utilidad de los recuerdos. Este ejercicio de mantener viva la memoria, es algo que se está necesitando peren-toriamente hoy, ante la indiferencia generalizada por la reedición mundial del fascismo y, particu-larmente, por la constante arremetida de los tota-litarismos, que amenazan con destruir cualquier opción civilizada de convivencia pacífi ca.

Mantener viva la memoria

Los Estados autoritarios se caracterizan por-que logran hacer desaparecer la individua-

lidad, bajo el peso de una masifi cación genera-lizada. En Estados como los del fascismo y el nazismo, el individuo era sustituido por vagas nociones como las de “pueblo”, “raza” o “patria”. Lo personal y privado es absorbido totalmente por el Leviatán estatal.

Los gobernantes totalitarios asumen actitudes mesiánicas, se creen irremplazables y todopode-rosos, por ello buscan perpetuarse en el poder, ya

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sea mediante amañados procesos reeleccionistas, por la aplicación de regímenes de excepción o por golpes de Estado.

El mundo actual contempla, junto a la crisis del capitalismo tardío, la decadencia de la democra-cia, el agotamiento de sus formas jurídicas y el resurgimiento de un totalitarismo, ahora “demo-crático”.

No olvidar y resistir es la consigna. No olvidar a pesar de la manipulación de los recuerdos, a pe-sar de esa amnesia colectiva que se impone a las masas y de la impunidad disfrazada de “perdón y olvido” o de “alternatividad penal”, porque, si bien es cierto el nazifascismo fue derrotado en Europa en 1945, su espectro continúa rondando, en todos los países del capitalismo tardío, pero especialmente en los países periféricos.

Colombia no es ajena a este proceso, porque, como lo denunciara Jorge Zalamea en su poema El sueño de las escalinatas: “La cruz gamada vol-teó en el espacio y siendo ya signo de infamia en los países momentáneamente liberados, se trocó en ídolo devorador en la tierra colombiana, mi dulce y tremenda tierra. Para enrodar a los hu-

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mildes y corroborar a los poderosos”. Proclives a este criminal compromiso han sido muchos dirigentes del bipartidismo tradicional, quie-nes, desde mediados del pasado siglo, queriendo aclimatar el fascismo en nuestro medio, y en el propósito de efectuar una supuesta “contrarrevo-lución preventiva”, desataron la despiadada orgía de violencia que aún persiste, bajo la democracia de papel que nos cobija.

Pero la historia tiene sentido si puede servir como lección para el presente. Por ello el pro-fesor Rubén Jaramillo Vélez reclama: “mantener en la memoria de los pueblos aquellos momentos de indignidad en los cuales las instituciones más arraigadas y viscerales del orden social se entre-gan irrestrictamente a los imperativos de la fuer-za que mantiene el privilegio, recordar nuestro pasado anterior, el naufragio de que provenimos, puede alertar contra una posible repetición de la iniquidad. Porque ninguna refl exión sobre lo que nos está ocurriendo, puede dejar de considerar ese pasado anterior: de qué manera este país sufre aún las consecuencias de lo que aconteció, tras el asesinato de Gaitán, cuando se desencadenó la violencia contrarrevolucionaria, sistematizada y agenciada desde el gobierno”.

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La continua muerte de Galán

Ya nadie habla de Galán ni de su muerte. Distraídos por los asuntos de actualidad,

por la politiquería y la farándula, no nos quere-mos ocupar de nuestra historia. Los poderes es-tablecidos ordenaron la muerte de Galán y luego hicieron de su cuerpo, de su cadáver, de su ges-ta, de su recuerdo, un espectáculo, un objeto de escarmiento y de utilización publicitaria a favor de esos mismos poderes. Galán fue traicionado, vilmente asesinado y después convertido en un ícono inofensivo.

La insurrección de los comuneros de 1781 fue un proceso que afectó a toda la Nueva Granada y que, simultáneamente, movilizó a los sectores populares y al patriciado criollo, como lo anali-za el maestro Antonio García Nossa, “constituyó la primera afi rmación práctica de la soberanía popular, la forma primaria de representación y la primera manifestación de derecho democráti-co: el de la participación directa en el gobierno”. Pero la mentalidad burguesa no es consecuente y aquellos notables que inicialmente estuvieron de acuerdo y promovieron esta alianza de clases y los levantamientos sociales, pronto se defi nieron a

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favor de unas retóricas “capitulaciones”, mientras José Antonio Galán, liderando el protagonismo de las clases, razas y estamentos populares (cam-pesinos, indios, esclavos, mestizos y mulatos), en una segunda fase del proceso revolucionario, se descolgó desde la provincia del Socorro, por las riberas del río Magdalena, hasta los territorios de Honda, Ambalema, Aipe, Villavieja, Neiva… organizando los resguardos indígenas, los peo-nes, el naciente proletariado artesanal, liberando esclavos y destruyendo la maquinaria de repre-sión, de imposición moral y de tortura instalada por la Corona y por la Iglesia.

Los comuneros fueron derrotados por la acción contrarrevolucionaria de sus propios dirigentes; por las altas clases criollas que buscaban sólo una “independencia” relativa, aquella que les permi-tiera pactar una mayor participación en el poder político y económico, sin llegar a desencadenar la revolución social. El problema fue “resuelto” astutamente en el acuerdo político de las Capi-tulaciones; jugada maestra del Arzobispo-virrey Caballero y Góngora, que inaugura en Colombia la tramposa ideología liberal-conservadora que desde entonces nos agobia con la suplantación del pueblo por los partidos de la oligarquía y con

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las “disidencias tácticas”, es decir, con esos me-canismos de integración de la inconformidad a los intereses de los grupos hegemónicos, quienes, desde el régimen colonial-hacendatario, hasta nuestros días, se las han ingeniado para cooptar a los contradictores, o para suprimirlos.

Al no lograr la readaptación de los rebeldes a las fuerzas históricas del bipartidismo, mediante co-rrientes que dicen representar todas las clases y sectores (como se quiso con la “Regeneración” de Rafael Núñez y Miguel Antonio Caro, la “Concentración Nacional” de Olaya Herrera, o el “Frente Nacional” de Laureano Gómez y Al-berto Lleras) y con las supuestas “alternativas” que proponen las “disidencias tácticas” (como el MRL de López Michelsen o el llamado Nuevo Liberalismo); si la contradicción persiste, se recu-rre entonces al ejemplar expediente de la muerte administrada. Así ha ocurrido desde José Anto-nio Galán, a quien se le aplicó la dura fuerza de la ley, como consta en la sentencia del 30 de ene-ro de 1782:

“Condenamos a José Antonio Galán a que sea sacado de la cárcel, arrastrado y llevado al lu-gar del suplicio donde sea puesto en la horca,

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hasta que naturalmente muera; que bajado, se le corte la cabeza, se divida su cuerpo en cuatro partes, y pasado el resto por las llamas (para lo que se encenderá una hoguera delante del pa-tíbulo), su cabeza será conducida a Guaduas, teatro de sus escandalosos insultos; la mano derecha puesta en la plaza del Socorro; la iz-quierda, en la villa de San Gil; el píe derecho, en Charalá, lugar de su nacimiento, y el píe izquierdo, en el lugar de Mogotes: declarada por infame su descendencia, ocupados todos sus bienes y aplicados al Real Fisco; asolada su casa y sembrada de sal, para que de esta mane-ra se dé al olvido su infame nombre, y acabe con tan vil persona, tan detestable memoria, sin que quede otra que del odio y espanto que inspira la fealdad del delito…”

De esta manera, con este tipo de rituales de muerte -que desde entonces persisten en nuestras mentalidades y en nuestra cotidianidad social- se defi enden los fundamentos políticos, éticos y morales de la “institucionalidad”, por parte del Estado, de su ejército, de su policía, de los polí-ticos, o de su otro brazo armado de bandoleros, sicarios y paramilitares, prestos a aplicar en todo momento el ritual del asesinato a los contradic-tores, el lenguaje no verbal del genocidio, de las masacres, de los “falsos positivos” y el valor me-

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tafórico y simbólico de las “desapariciones” y del ensañamiento vesánico sobre los cuerpos de los “enemigos” con las mutilaciones y los desmem-bramientos, que harto ha conocido nuestra his-toriografía, con la incesante labor de los mache-tes y de las motosierras, siempre al servicio del poder y sus agentes.

La mitología patriótica

P atria, te adoro en mi silencio mudo y temo pro-fanar tu nombre santo. Paradójico grito con

que Miguel Antonio Caro hace profesión de fe en una nacionalidad e invoca sentimientos de amor patrio. En realidad ser “patriota” no tiene nada que ver con el silencio, por el contrario, los patriotas hacen permanente algarabía en torno a unas supuestas -o reales- identidades colectivas, no quieren pasar inadvertidos.

La constante exaltación y glorifi cación de la pa-tria, convoca no sólo a la expresión de lacrimosas emociones, sino, lo que es peor, a la movilización bélica contra los “enemigos de la patria”, contra las “ideas foráneas” y en favor de la “seguridad nacional” o de la “seguridad democrática”, como se dice ahora.

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Las elites dominantes, a fi n de mantener su he-gemonía cultural y legitimar su control sobre las clases subalternas, han estatuido una serie de rituales, símbolos e instituciones que les garan-tizan, precisamente, la dominación. Por ello atri-buyen gran signifi cado a los próceres -patriotas congelados en el tiempo-, a las efemérides, a las insignias, a los uniformes, a las charreteras, a las condecoraciones y a todos los demás “símbolos de la nacionalidad”, que parecieran estar vivos solamente en los cuarteles y brigadas militares.

En códigos, cartillas, manuales y catecismos de confesiones religiosas, de civismo, de urbanidad, de buen comportamiento y de buenas maneras, se establecen nuestras obligaciones y deberes para con la patria y el debido acatamiento y respeto, tanto a los símbolos sociales, como a sus repre-sentantes.

No en vano el ya centenario -y añorado- texto de urbanidad de Miguel Antonio Carreño seña-la: “Los encargados del poder público que son nuestros mismos conciudadanos, nos protegen y amparan contra los ataques dirigidos a la liber-tad e independencia de nuestra patria, contra las injusticias de los hombres, contra las asechanzas

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de los perversos; ellos guardan nuestro sueño, y velan constantemente por la preservación de nuestra vida, de nuestra propiedad, y de todos nuestros derechos”. Así las cosas, la defensa de la patria es, ni más ni menos, que la defensa de esa oligarquía bipartidista, que desde los comienzos del régimen republicano detenta el poder, afi r-mando que representa el “interés general”, y que constituye la “autoridad moral de la nación”.

Tanto la escuela como los medios de comunica-ción, en cumplimiento de sus funciones de re-producción y de regulación social, confi eren gran importancia a los imaginarios patrióticos, debido a que dan sentido y signifi cado a los discursos del poder. Todas esas alegorías, emblemas, íconos e imágenes que claman por la lealtad grupal y el unanimismo de rebaño, constituyen el susten-to ideológico de esas mitologías patrióticas, que bajo los regímenes autoritarios y totalitarios, son astutamente difundidas y manipuladas.

Efemérides, conmemoraciones y festejos

La historia que suele escribirse -como tan-to se ha dicho- por los vencedores y no por

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los vencidos, toma en cuenta fechas y nombres especiales como expresiones legitimadoras de la hegemonía cultural y de la permanencia de unas relaciones sociales arbitrarias, sostenidas de ma-nera anacrónica. Los imaginarios “patrióticos” y “democráticos”, son revestidos de gran impor-tancia debido a que crean sentido y dan signifi -cado a los discursos del poder. Todas esas fechas emblemáticas, alegorías, íconos e imágenes que claman por la lealtad grupal y el unanimismo de rebaño, constituyen el sustento ideológico de la mitología patriótica, con que los “mandata-rios” sostienen la cohesión social. La constante exaltación y glorifi cación de la patria, de Dios o de sus representantes, que convoca lacrimosas emociones entre personas de diversa condición o clase social, funciona como símbolo de unidad y como elemento clave para alcanzar el respeto hacia los usufructuarios del poder, en sociedades que viven ya la total decadencia de esas benemé-ritas instituciones.

Como en una especie de santoral o de liturgia de los días, encontramos en el calendario laico gran profusión de fechas asignadas internacionalmen-te como de fi esta colectiva de la democracia, en las cuales se conmemoran viejas epopeyas, ani-

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versarios de “grandes hombres”, de revoluciones y batallas, o de “independencias nacionales” de pueblos que históricamente se sacudieron del co-lonialismo, del absolutismo o de alguna dictadu-ra. Así, Francia celebra como fi esta patria el 14 de julio, día de la toma de la cárcel La Bastilla, símbolo del antiguo régimen y de la opresión monárquica; los Estados Unidos de Norteamé-rica -país considerado no sólo como la cuna de la democracia, sino como el principal bastión, defensor y gendarme de esta forma de organi-zación política y social, que promueve y exporta como un legado al mundo entero- celebra el 4 de julio su “fi esta nacional de independencia”, pues en esta fecha en el año de 1776, las trece colonias originarias proclamaron su independencia con respecto de Inglaterra. Los países latinoamerica-nos, por estas calendas, están próximos a celebrar el bicentenario de sus “gritos de independencia”.

A contracorriente, queremos advertir que es-tas fechas no son más que expresiones rituales de acomodaticias historiografías ofi ciales, car-gadas de efemérides, de falsos héroes, mártires, próceres y caudillos que tergiversan la auténtica historia de nuestros pueblos, al presentar como realización del “ideal de la democracia”, el en-

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cumbramiento a sangre y fuego de unas oligar-quías que han sostenido durante doscientos años el régimen señorial-hacendatario heredado de la colonia española, impidiendo la auténtica eman-cipación de los sectores populares y manteniendo una democracia simulada.

El estado actual de la democracia en el mundo es deplorable, vivimos su fracaso, el descrédito de sus supuestos “valores”, que se expresa, tanto en la corrupción y vileza de los “dirigentes” como en el apoliticismo de las masas, en el desencanto y la resignación de ciudadanos cada vez más alejados de los intereses públicos. Apoliticismo, resigna-ción y una desengañada aceptación del statu quo, son las principales características de los habitan-tes de las sociedades demo-liberales, sometidos a la más terrible docilidad y domesticación, bajo unos regimenes que abiertamente se proclaman como la expresión fi nal de la historia.

Enfrentamos una especie de distribución impe-rial de la democracia, una vocación impositiva por parte de Estados todopoderosos que preten-den “democratizar” al mundo mediante la fuerza de las armas y el poder de los mercados. Esa pre-potencia imperial, presente en el colonialismo, en

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la injerencia militar y política, en el uniformis-mo cultural y en la imposición del “pensamiento único”, es la total negación de las originales tesis y del sentido emancipatorio de la democracia y marca la decadencia total de este proyecto nacido bajo el ideario de la Ilustración.

Alcanzar una expresión más amplia y más pro-funda de la democracia, implica señalar la obso-lescencia y podredumbre de esa mascarada que nos han presentado y trabajar arduamente en la construcción una nueva concepción nutrida en la validez del humanismo. Mientras tanto, nos negaremos a promover esta celebrada “democra-cia” que tenemos y que tememos, fortalecidos en el principio esperanza y con una inmensa fe en la validez de la utopía socialista.

“La aborrecida escuela”

El paradigma de la libertad asignado por la modernidad a la educación, establecía la pe-

rentoria búsqueda de la autonomía y el uso pú-blico del propio entendimiento, como principal proyecto humano. Liberarse de tutores, fórmulas y reglamentaciones que impiden a los individuos acceder a la mayoría de edad, sería la principal

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divisa de la Ilustración. No obstante las socieda-des contemporáneas, ya sea bajo el imperio del capitalismo tardío, que se niega a desaparecer, o bajo la falsa alternativa de un acartonado y pre-cario “socialismo”, han hecho de la coerción, el aislamiento y el encierro, las principales tesis de la pedagogía.

La propuesta de uniformidad conductual, hoy se impone como sustrato de todas estas socieda-des de administración total, que exclusivamente buscan el control y la regulación generalizada de todas las personas.

De esta manera, la escuela se ha convertido en un aparato disciplinario completo que opera como mecanismo de regulación y normalización social, sustentándose en el principio básico del encierro, la vigilancia y la inspección; que impo-ne una pormenorizada microfísica del poder que incluye el control del cuerpo y del gesto, la distri-bución de los espacios y el tiempo, así como una detallada programación curricular y otras técni-cas de carácter penitenciario y punitivo que, en última instancia, buscan el amaestramiento, la docilidad y la homogeneidad conductual. Como lo señalara Alberto Merani: “La ideología estipu-

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la qué clase de hombres la sociedad necesita y la escuela los produce en serie”.

Se ha confundido educación con escolaridad, se tiene la falsa creencia de que la escuela es mono-polizadora del saber y la cultura y se mantiene el encierro como vocación pedagógica. Ya en 1887 ese gran pedagogo español, Don Francisco Giner de los Ríos exigía a los comisarios, inspectores, directores, vigilantes, maestros y coordinadores escolares: “dejar jugar a los niños en alguna par-te, en vez de irlos persiguiendo de paseo en pa-seo, de plaza en plaza, hasta encerrarlos en sus casa y escuelas”, clamaba contra el encierro en “la aborrecida escuela” y por la posibilidad de cons-truir una auténtica ciudad educadora.

Una ciudad educadora no es un espacio escola-rizado, ni un campo de concentración y encierro más amplio, sino un “tejido urbano participativo y acogedor, es una ciudad más bella, amable y con-fortable... una ciudad limpia, segura, pacífi ca, de transeúntes cordiales, tranquila y dinámica, es de-cir una ciudad efectivamente preparada para edu-car”, esta es, quizá, la propuesta central para poder alcanzar una educación desescolarizada y libre, como lo pretendía el proyecto de la Ilustración.

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De estándares e indexaciones

La nueva época que hoy vivimos, marcada por la subsunción real del trabajo al capi-

tal, ha provocado no solo la total supeditación de la educación y la cultura a los intereses de la economía y del mercado, sino, la mayor ruptu-ra y fragmentación de los seres humanos; la más absoluta reifi cación de los trabajadores, quienes, despojados ahora del conocimiento que antaño les daba la práctica de sus ofi cios, asumen sus actividades laborales sin la menor comprensión de lo que están haciendo.

La terrible paradoja de un desarrollo científi co-tecnológico que niega a los seres humanos; de una ciencia sin conciencia; de una razón instru-mental que se sostiene aún en el viejo paradigma eurocéntrico del “progreso” y en los valores del colonialismo y la aculturación, tiene su más clara expresión en el mundo educativo: Las nuevas de-terminaciones curriculares (y el currículo es qui-zá uno de los principales dispositivos del control social generalizado que tanto nos agobia) con-llevan la pérdida de la autonomía, tanto indivi-dual como institucional, mediante la regulación pormenorizada de las actividades de maestros y

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estudiantes y el cotidiano control de los espacios, del tiempo y los quehaceres, lo que conduce a una total gregarización, a la desaparición del in-dividuo, bajo el peso de la llamada “cultura de masas” y de una educación que busca solamente la adaptación, la homogeneización y la estanda-rización de las personas.

La regulación estatal de la educación y la cul-tura, con todos esos mecanismos de vigilancia, de control y de presión, que han sido traslada-dos desde la producción y el mercadeo a la vida escolar, son instrumentos al servicio del poder; tanto como la desinformación planifi cada que manejan los poderosos grupos que controlan las comunicaciones.

La desaparición del individuo implica, además, la pérdida de la conciencia y el acatamiento acrí-tico a las directrices del poder. En esa corriente se inscribe la política de certifi cación del país, según las disposiciones del Imperio; la acreditación de los programas curriculares, acorde con los linea-mientos fi jados para el Ministerio de Educación por las transnacionales, al igual que la llamada evaluación de competencias, los estándares de cali-dad y la indexación de las publicaciones, según las

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condiciones uniformadoras y dogmáticas fi jadas por Colciencias. Por supuesto, en esta corriente de desprecio por la individualidad y de acatamiento a un anónimo poder estatal, también se inscribe la “debida obediencia”, que es protección y escudo de los militares golpistas y los torturadores.

Olvidos y despojos

Por disposición ofi cial hoy a las escuelas y colegios se les debe denominar “Centros”

o “Instituciones educativas”, como si con esta modifi cación en el vocabulario se alcanzara un auténtico mejoramiento en la prestación del ser-vicio educativo. Este tipo de cambios en la nomi-nación de las cosas, de los objetos, de los hechos o de los asuntos de nuestra cotidianidad, no son fortuitos o incidentales; obedecen a unas inequí-vocas políticas de control y de regulación social.

Estas modifi caciones, exageradamente precisas y puntuales, expresan el interés de los grupos hege-mónicos por desvirtuar la realidad y por tergiver-sar la historia; se trata del escamoteo de nuestra propia memoria; de limitar o restringir nuestros referentes individuales del recuerdo, e ir institu-yendo una especie de “historia ofi cial”.

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Los gobiernos autoritarios y totalitarios son en-tusiastamente abundantes en este tipo de opera-ciones, creyendo con ello dar visos de legitimi-dad a la farsa democrática que representan. Así, el Nacionalsocialismo, que se presentó ante los electores alemanes como la más clara realización del ideario democrático, y el Fascismo de Benito Mussolini, que decía encarnar el proyecto socia-lista, fueron copiosos en este tipo de maniobras y políticas del detalle y la minucia, las que siempre formularon en normas y resoluciones que, irres-trictamente fueron acatadas y puestas en funcio-namiento, por un rebaño de descaracterizados burócratas, afanados por complacer el poder que los negaba.

A este mismo ejercicio de olvido planifi cado y de despojo, corresponde el trueque de los nom-bres de estas “instituciones educativas”, que antes llevaban orgullosamente la designación de algún pensador o educador, destacado por sus labores intelectuales y sociales, y que ahora, por arte de birlibirloque, ostentan el nombre de algún politi-quero, de sus parientes o secuaces, como recom-pensa por los “favores prestados” a la patria, a la nación o a la región.

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Destrucción sistemática de la memoria viva de los educadores, que corresponde corregir a los propios docentes, mediante el fortalecimiento de un Movimiento Pedagógico que rescate su pro-pia identidad, los aparte de la triste condición de simples “administradores de currículos”, y alien-te la construcción de un proyecto alternativo de educación y cultura para nuestro país, que reco-nozca el ofi cio de maestros, en toda su dimen-sión política e intelectual.

Memoria de la escuela

-Una propuesta para conmemorar el bicentena-rio de la supuesta independencia en Colombia-

La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido

Milan Kundera

En el marco del sinnúmero de actividades programadas para conmemorar los doscien-

tos años de la independencia de los pueblos de Nuestra América, con respecto al régimen colo-nial impuesto por la Corona española y por la Iglesia católica, y de conformidad incluso con el interés mostrado por el Ministerio de Educación

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Nacional, en el sentido de “aprender con el bi-centenario de la independencia”, queremos pro-poner con entusiasmo un ejercicio de ética de la memoria que nos permita divulgar a través de las páginas de periódicos no venales, una visión crítica de los procesos culturales y educativos que se dieron en nuestro país a partir de la intromi-sión, triunfalista y excluyente de la cultura y las tradiciones españolas, por sobre las costumbres, prácticas y cosmovisiones de los pueblos aboríge-nes, hasta el momento que nuestra historiogra-fía reconoce como de instauración del régimen republicano; esto es, un testimonio crítico de la educación y la pedagogía en Colombia desde la conquista y la colonia, hasta el período de con-solidación de la hegemonía política y cultural de las oligarquías.

De manera equivocada se sostiene que somos una expresión del pluralismo y la multicultura-lidad, cuando en realidad soportamos desde el período colonial la negación del otro y de lo otro, ocultamiento promovido desde las aulas escola-res y los medios de comunicación. El indio, el negro, el campesino, el desplazado, el refugia-do… representan aún a las víctimas históricas de un régimen señorial y hacendatario anacrónico

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que no quiere desaparecer y que, por el contrario, está presente en las cotidianas relaciones sociales y por supuesto en la estructura jerarquizada y eli-tista de nuestro sistema educativo.

Emprenderíamos este viaje exploratorio, este desvelamiento, el reconocimiento del itinerario de la escuela, como un recuento de los múltiples ensayos y fracasos que en materia de “reforma educativa” han tenido lugar en nuestra geografía -incluyendo, por supuesto, los reiterados descala-bros en materia de “reforma universitaria”, tanto nacionales como “regionales”-. Trataríamos de auscultar el signifi cado que para Colombia ha tenido no sólo la bicentenaria falsifi cación de la democracia, la permanente postergación de la modernidad y las muchas revoluciones inconclu-sas que cruzan nuestra historia, sino las conse-cuencias de la amnesia inducida, la pérdida de la memoria colectiva que se promueve desde las escuelas, convertidas en meros dispositivos de domesticación laboral y de regulación social.

Entendemos que toda actividad pedagógica com-porta, precisamente, esos procesos de regulación y normalización de las personas, conforme a los patrones políticos y los paradigmas socio-edu-

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cativos epocales y que los grupos hegemónicos readecúan los ideales educativos según sus con-veniencias, pero queremos, sin embargo, asumir la validez de los intereses emancipatorios como sustrato de los quehaceres escolares, más allá de la total pedagogización de la sociedad y de la fl e-xibilización laboral que impone la precariedad existencial de unos seres humanos dedicados hoy simplemente a la producción y al consumismo.

Como lo expresa Jean Carles Melich, “todo lo que somos lo somos en un tiempo y en un es-pacio, en una historia. Por esta razón, porque la tarea de la educación es una tarea constitutiva-mente humana, que no es propia de dioses ni de máquinas, no es posible pensar la educación al margen del tiempo y del espacio, al margen de la historia”, por ello nuestro propósito es com-prender la historia de la educación en Colombia, para lograr una recuperación crítica de la memo-ria que nos permita no sólo la reinvención del sentido y las tareas de la escuela, sino entender que es imposible un nuevo proyecto de nación, sin la confrontación abierta a la actual situación de una educación subordinada a la corrupción y el clientelismo y sin el establecimiento claro de alternativas pedagógicas sustentadas en nuestro

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propio pensamiento político latinoamericano, esclarecedor de un nuevo devenir histórico.

El pensamiento político latinoamericano

En el decadente ambiente intelectual y políti-co que soportamos hoy, debemos insistir en

la validez de esa conciencia utópica e indepen-dentista que siempre caracterizó a nuestra Amé-rica Mestiza, reestablecer entre las juventudes estudiantiles, y particularmente universitarias, el proceso de construcción de una refl exión crítica y plural que, fundamentándose en los estatutos del pensamiento emancipatorio acumulado por varios siglos de refl exión y de acción política y social, pueda ayudarnos a contrarrestar las ma-niobras transculturizadoras que se pretenden im-poner sobre la identidad latinoamericana.

Hoy, cuando en la América Latina, (condenada a una especie de negación de los valores de la vida, al olvido y a la marginalidad ética y teórica) los sectores populares, con los rostros de todos esos “seres de condición contradicha”, históricamente maltratados y envilecidos, se asoman a la vida política empinándose sobre la pura animalidad a

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la que han estado sometidos por las oligarquías, afl oran de nuevo esos viejos planteamientos li-bertarios y revolucionarios, de los héroes creado-res de nuestra identidad.

Postulados contestatarios y hasta subversivos, que se inauguraron con la rechazo expresado por Fray Bartolomé de las Casas, en su Brevísima re-lación de la destrucción de las Indias de 1552, a los “derramadores de sangre humana” que tratan a nuestros pueblos “como menos que el estiércol”: Igual los viejos imperios coloniales, que las mo-dernas empresas nacionales o transnacionales y las oligarquías vende patrias que siempre actúan en el nombre de Dios o del “derecho y sus insti-tuciones”.

Los levantamientos de las “gentes de color”, -como Tupac Amaru, José Antonio Galán y los negros esclavos de Haití, que erigieron el primer país libre de América, en lucha contra la orgullo-sa Francia, cuna de las supuestas “libertades” y madre de los publicitados “derechos humanos”-, iniciaron el proceso de nuestras revoluciones pos-tergadas. Luego vendría toda esa historia negra de represión y de persecución a los movimientos populares, de criminalización y judicialización

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de la protesta. Historia que no cesa y se mantie-ne, al amparo de vacuas ideologías y mentirosos conceptos, que siempre han estado al servicio del poder.

Pero la América Latina insurgente y revoluciona-ria, también ha persistido. Aquella América crea-da por la imaginación de Simón Bolívar, precla-ro precursor del antiimperialismo, se yergue con sus guerreros, con sus intelectuales, sus masas populares y sus inmortales héroes -como Emi-liano Zapata, Augusto César Sandino, Ernesto “Che” Guevara o Salvador Allende-, a pesar de la fragmentación territorial, económica y adminis-trativa, superando vagas nociones y viejas teorías eurocéntricas -la ideología de la Ilustración entre otras- y las acechanzas, ultrajes y pretensiones imperiales del peligroso vecino, que en sus ansias de hegemonía, empleando inversiones e invasio-nes, y esgrimiendo engañosas tesis como las de la doctrina Monroe, el llamado “destino manifi es-to”, la farsa sangrienta de la “ayuda” que repre-sentó la “Alianza para el progreso” o fungiendo como distribuidor imperial de los derechos hu-manos, tras sus reales intenciones de constituirse en policía del planeta.

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Héroes latinoamericanos que han muerto pero nos acompañan desde siempre, en una perma-nente epifanía, que no obedece al trágico heroís-mo de sus muertes -muchas veces con las armas en la mano y con la consigna subversiva en sus labios- sino a la validez histórica de sus propues-tas libertarias. Muchos otros han muerto vícti-mas de asesinatos fraguados por el imperio, o por ignominiosas maniobras de las oligarquías. Lo cierto es que en la América Latina no hemos dejado de morir desesperadamente. Seguimos muriendo por la guerra, en manos de sicarios o por el genocidio social. Ahora se muere en ma-yores proporciones y de muertes aparentemente menos respetables, menos historiables. Se muere por cualquier cosa, de hambre, de miseria y de enfermedades ya erradicadas en otras latitudes. Muertes sucias, brutales, bárbaras. Como es la de las inmensas mayorías, que llevan unas vidas que ya es muerte, soportando el avatar agónico de una existencia administrada.

Las difíciles condiciones del mundo actual han sepultado las muertes heroicas. De todas ma-neras es triste que haya muertos. Si bien es tris-te que se muera como Emiliano Zapata, como Camilo Torres o como el Che Guevara; es más

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triste aun que la muerte se presente como un es-pectáculo mediático, y que abunden las muertes no historiables de aquellos que ya están fuera de la historia y de las formas humanas de la vida, de los que son considerados seres “desechables”, residuos de la sociedad.

Como dijese Alejo Carpentier, tenemos el deber ineludible de conocer estos clásicos latinoameri-canos, releerlos, meditarlos, para hallar nuestras raíces, nuestros árboles genealógicos. Y, com-prendiendo los profundos imaginarios colectivos y el realismo mágico de lo latinoamericano poda-mos, desengañados ya de pretendidos universales ideológicos como el “progreso”, la “soberanía”, o la “democracia”, enfrentar con renovado vigor e idealismo la construcción de la utopía america-na, que inventaron y soñaron los colosos de nues-tra identidad, más allá de la muerte -ominosa o heroica-.

Hoy, cuando languidece en los estertores del fracaso la farsa democrática establecida por las oligarquías y los imperialismos, que honra a los victimarios -sicarios, paramilitares, genocidas o grandes capitalistas-, mientras se degrada y hu-milla, aun más, a las clases populares, incluso

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desde el mundillo académico y universitario, de-bemos entender como lo dijera José Martí, que “Bolívar tiene que hacer en América todavía”.

Julio César Carrión CastroIbagué, diciembre de 2009

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Esta edición deStultifera navis

de Julio César Carrión Castro,se terminó de imprimir en los talleres de

León Gráfi cas Ltda.Ibagué, diciembre de 2009

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