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Salutifera Navis NAVEGANDO ENTRE LA PSIQUIATRÍA Y LA CULTURA Año 4 / Número 18 / Mayo 2014 CUANDO LA ACUMULACIÓN DE OBJETOS SE TRANSFORMA EN ENFERMEDAD

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SalutiferaNavis

N AV EG A N D O E N T R E L A P S I Q U I AT R Í A Y L A C U LT U R A

Año 4 / Número 18 / Mayo 2014

C UA N D O L A AC U M U L AC I Ó N D E O B J E TO SS E T R A N S F O R M A E N E N F E R M E DA D

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EL EXCÉNTRICO MÉDICO DE HARLEMEn la intersección de la Quinta Avenida con la calle 128, en pleno

corazón de Harlem, existe una plazoleta de dimensiones reducidas

protegida por una reja a lo largo de su perímetro. El Departamento de

Parques de Nueva York la mantiene prolija y limpia, y colocó un cartel

que la identifica con el nombre de Collyer Brothers Park. Los pocos

transeúntes que se detienen a mirar la placa ignoran su significado y

para ello habría que recurrir a vecinos memoriosos de edad avanzada

que, siendo adolescentes en 1947, presenciaron un espectáculo insó-

lito que ocupó la tapa de los diarios durante varios días. Fue cuando

la policía y un par de dotaciones de bomberos allanaron la casa de los

hermanos Collyer que vivían en la esquina de la Quinta Avenida y la

calle 128. Para llegar a este final, conviene relatar la historia desde

el principio.

La familia Collyer mostró siempre facetas extravagantes. Herman

Livingston Collyer era un ginecólogo que atendía a sus pacientes en

el City Hospital, situado en la vecina isla de Roosevelt Island, una es-

trecha franja de tierra situada en el East River que separa a la isla

de Manhattan de la zona de Queens. Por entonces, existía un cable-

carril (el subterráneo vino mucho después), que unía Manhattan con

Roosevelt Island, pero el Dr. Collyer no usaba ese transporte. Los veci-

nos lo veían salir de su casa enfundado en impecable traje, arrastran-

do una canoa a lo largo de tres cuadras, llegar a la orilla, depositarla en

el agua y, después, remar hasta alcanzar la costa de Roosevelt Island.

El Dr. Collyer estaba casado con su prima hermana, Susie Frost, una

exsoprano y ambos sostenían, sin argumentos sólidos, que sus an-

tepasados llegaron a América del Norte una semana después de que

lo hiciera el Mayflower, o sea en 1620. Los dos hijos del matrimonio,

Homer y Langley, que son los protagonistas de esta historia, nacieron

en 1881 y 1885, respectivamente.

En forma súbita, en 1919, el Dr. Collyer, sin explicación alguna, aban-

donó a su familia y, poco tiempo después, su esposa Susie hizo lo

mismo, quedando los dos hermanos como únicos habitantes de una

mansión que poseía varias habitaciones. A partir de ese momento,

se aislaron totalmente del mundo y abandonaron los hábitos y cos-

tumbres que caracterizan a los habitantes normales de una ciudad.

LOS ESTRAFALARIOS HERMANOS

COLLYEREn el vecindario empezaron a correr rumores de que los Collyer lle-

vaban una vida extravagante rodeados de lujos y riquezas importa-

das de Oriente. La realidad era totalmente opuesta, los hermanos se

estaban deslizando hacia la locura y vivían en un estado de pobreza

extrema. En 1917, por morosos, les cortaron la línea telefónica y, diez

años después, la municipalidad también les cortó el gas. A partir de

entonces, se quedaron sin agua caliente y sin calefacción.

Langley salía todas las noches y rebuscaba restos de comida en los

tachos de basura. Al mismo tiempo, empezó a compilar cualquier

tipo de objeto que pudiera despertar su interés y, en este aspecto,

su fascinación por adornos, aparatos eléctricos, juguetes, muebles,

revistas y diarios era ilimitada. Todo lo que encontraba lo arrastraba

al departamento y, temiendo que le robaran, había distribuido varios

tipos de trampas cazabobos en la vivienda.

Collyer Brothers Park

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Homer, por su parte, no salía del hogar, estaba prácticamente ciego

y la artrosis lo había convertido en un inválido. Para la ceguera de su

hermano, Langley había diseñado un tratamiento que consistía en el

jugo de cien naranjas semanales, pan negro y manteca de maní. En

1942, el comportamiento de los hermanos Collyer atrajo la atención

de un periodista del New York Herald Tribune. Cuando le preguntó a

Langley cuál era la razón de las interminables pilas de diarios y re-

Una multitud se reúne a lo largo de la Quinta Avenida.

Policías y bomberos disponen las escaleras para entrar en

la residencia Collyer.

Luego de retirados los cuerpos, la policía continúa

el arduo trabajo de remover las toneladas de basura

acumulada durante más de tres décadas.

Foto: Charles Hoff/New York Daily News.

Foto: Tom Watson/New York Daily News.

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vistas diseminadas en todas las habitaciones, este le contestó que

estaba juntando ese material para que, cuando Homer recuperase la

vista, se pusiera al día con las noticias. Con el tiempo, otros diarios,

incluyendo el New York Times, hablarían de ellos como el fantasma

Langley que sale a la medianoche y tiene un hermano escondido que

no abandona la vivienda desde hace décadas.

El 21 de marzo de 1947, el Departamento de Policía de Nueva York

recibió una llamada anónima denunciando la presencia de olor a

cadáver en putrefacción que emanaba de la mansión de los Collyer.

Policías lanzan una caja de basura de la ventana del

tercer piso del apartamento de los Collyer.

Un esqueleto aparece entre los escombros en el interior

de la casa.

Foto: Ed Jackson/New York Daily News.

Foto: Ed Jackson/New York Daily News.

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Con la fama que ya habían adquirido en el barrio, exacerbada por los

medios, fue lógico que, tan pronto llegaran la policía y los bomberos,

cientos de personas se convocaran en el barrio, bloqueando la circula-

ción de las calles adyacentes. Cuando los bomberos lograron derribar

la puerta, encontraron la entrada sellada por pilas de cajas. El mismo

obstáculo tampoco permitió el ingreso por la puerta del subsuelo.

Finalmente, después de forzar la ventana del primer piso, pudieron

penetrar en el departamento. Caminar era prácticamente imposible

Todas las habitaciones de los hermanos Collyer tenían

el mismo aspecto. Los objetos acumulados llegaban hasta

el techo.

El estudio de la familia Collyer, con un órgano de tubos

y una araña con lámparas de combustible.

Foto: Ed Jackson/New York Daily News.

Foto: Ed Jackson/New York Daily News.

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por la cantidad de objetos de todo tipo que se elevaban a más de un

metro del suelo, sin contar las ratas que pululaban en la habitación.

Horas después, violentando otra ventana, ingresaron a otra parte de

la casa donde encontraron sentado en una silla, en estado de desnu-

trición extrema y semidesnudo, el cuerpo muerto desde hacía días

de Homer.

Diez días después de vaciar toneladas de objetos, entre los que había

libros, diarios, cuadros, juguetes, candelabros, tapices, alfombras, re-

lojes, pianos, violines, artefactos eléctricos, pelotas de bowling y ocho

gatos vivos, los bomberos encontraron el cadáver de Langley en total

descomposición. Ambos fueron enterrados junto con sus padres en el

cementerio de Brooklyn. Asistieron muchos vecinos, más los infalta-

bles periodistas que cerraron el último capítulo de los extravagantes

Collyer. Sus vidas inspiraron la creación de tres obras teatrales The

Dazzle, Stuff y Clutter, y novelas, como Mi hermano, el acumulador,

de Marcia Davenport. También, afectaron a una generación de neo-

yorquinos, o mejor dicho a los niños y adolescentes, cuyas madres, al

ver el desorden de sus habitaciones, los amenazaban con que, si no

ordenaban sus dormitorios, terminarían como los hermanos Collyer.

EL MELÓMANO ACUMULADOR LJLJ tiene 71 años y vive en un modesto departamento de tres ambien-

tes en el barrio porteño del Abasto. Es una persona sociable y amena,

y su inquietud artística y cultural es muy amplia, razón por la cual

abarca muchos temas con solvencia. Su pasión por todos los géneros

musicales hace que gran parte de su vida transcurra en los distintos

teatros de Buenos Aires, incluyendo, además del Colón y el Avenida,

el teatro Roma de Avellaneda y el Argentino de la ciudad de La Plata.

En el caso de las óperas, no se conforma con asistir a una sola fun-

ción de la misma obra. Si la actuación resultó buena, suele asistir

al preestreno, la función de gala y una o dos funciones adicionales.

Como está jubilado, dispone de tiempo para estas actividades, y el

lector se preguntará cómo se las arregla, con el ajustado sueldo que

percibe, para cubrir la asistencia a tantos eventos que significan una

verdadera fortuna.

En cincuenta años de concurrencia a esta amplia gama de actividades

artísticas, LJ logró armar una red de complicidad con los acomoda-

dores, a quienes conoce por su nombre de pila y, con su simpática

sonrisa y una breve charla afectuosa, accede sin costo alguno a todas

las salas. Cuando termina la función, la rutina es ingresar al camarín

del cantante, del solista y del director de la orquesta para que le au-

tografíen el programa. Finalmente, regresa feliz a su casa: el día para

él fue provechoso.

Hasta aquí nos encontramos con un personaje pintoresco, cuya ma-

yor debilidad es una inclinación apasionada por el género musical.

Pero si uno tiene la posibilidad de ingresar a su departamento, per-

cibirá inmediatamente que algo anormal ocurre con el señor LJ. Tan-

to el dormitorio como el modesto living y el pasillo están atestados

del piso al techo de discos de vinilo, cajas con casetes y más de mil

programas de funciones teatrales. A esta colección hay que agregar

pilas de recortes de diarios con las críticas y los comentarios de to-

das estas actividades artísticas. Una importante cantidad de libros

Los detectives Joseph Whitmore y John Laughery

observan perplejos el cuerpo de Langley Collyer de 61 años

bajo una pila de escombros.

Trabajadores trasladan uno de los varios pianos de cola

que se encontraron dentro de la casa.

Foto: Mike Hogan/BBC

Foto: Ed Jackson/New York Daily News.

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y revistas completan este inventario que, por su magnitud, limita el

espacio físico libre a estrechísimos corredores, donde el único asiento

es la porción libre de un sofá que da cabida a un solo individuo, mien-

tras no sea obeso.

Es ocioso añadir que LJ vive en soledad, ya que no hay espacio para

compartir con otra persona, por más buena voluntad que esta tuviera.

EL TRASTORNO DE ACUMULACIÓNSegún el DSM-IV, el clásico manual de trastornos mentales, se en-

tiende por “trastorno de acumulación” (TA) a la colección descon-

trolada de objetos de valor dudoso, asociada con la incapacidad de

desecharlos. Los dos ejemplos aquí presentados de TA ilustran gra-

dos situados en ambos extremos del abanico de esta enfermedad.

El caso de los hermanos Collyer constituye una situación límite de

máxima gravedad que los ubica en el último escalón de esta afección,

donde el TA suele estar asociado con fuertes componentes esquizoi-

des. No era necesario ingresar a la mansión de los Collyer para darse

cuenta de que estaban totalmente trastornados. Bastaba con obser-

var el comportamiento cotidiano de ambos o intercambiar un diálogo

con ellos, como hizo el periodista del New Herald Tribune, para tomar

conciencia del grado de locura que los embargaba.

El caso de LJ es completamente diferente. Se trata de una persona

sociable, que cuida su aspecto personal y se preocupa por su salud y

no muestra signo alguno de trastorno mental. Estos son los casos

más difíciles de diagnosticar, a menos que uno ingrese a la vivienda

del sujeto, o reciba la inquietud de un familiar o amigo que conoce su

forma de vida.

Sin embargo, los dos casos presentados poseen tres características

en común: la acumulación descontrolada de materiales de dudoso

valor, la absoluta falta de conciencia de que tal comportamiento es

patológico y la incapacidad de desprenderse de uno solo de estos ob-

jetos, aunque les complique la calidad de vida dentro de la vivienda.

El TA puede ser un rasgo aislado o secundario a enfermedades aso-

ciadas, como la demencia frontotemporal, el traumatismo de cráneo,

el accidente cerebrovascular y la esquizofrenia.

El alcoholismo y el abuso de sustancias que producen adicción son un

componente frecuente en estos casos.

Los pacientes con TA suelen presentar síntomas que son constantes

en el trastorno obsesivo-compulsivo (TOC), como fobias y ansiedad

generalizada. Aún se discute, como se verá más adelante, si esta es

una entidad independiente o forma parte del TOC.

El caso de los hermanos Collyer es un grado extremo de TA, conocido

como “síndrome de Diógenes”, el filósofo griego que decidió vivir en

extrema pobreza y su hogar era un barril. Se cuenta la anécdota de que

un día Alejandro Magno se paró frente a él y le preguntó: “¿Qué quie-

res que haga por ti?”. “Que no me quites el sol”, le respondió el filósofo.

Los casos extremos de TA se caracterizan por un total abandono de la

higiene personal y de la vivienda, aislamiento social y descuido de la

salud. Generalmente, fallecen por diabetes descontrolada, complica-

ciones cardiovasculares o infecciones. Tal fue el caso de los hermanos

Collyer.

Con respecto a las bases biológicas, los estudios por imágenes sugie-

ren que el área del cerebro prefrontal tiene participación importante

en el TA.

Diferencia entre el paciente con TA y el coleccionista

La afección no se debe confundir con el coleccionista que, por lo ha-

bitual, se dedica a uno o dos ítems, como la filatelia, libros antiguos,

numismática, etcétera. Estas personas tienen bien clasificada su co-

lección, intercambian información y elementos con otros coleccionis-

tas del mismo rubro, desarrollan actividad social y laboral normal, y

cuidan su aspecto personal y su salud. Podría decirse que LJ encuadra

en esta categoría, sin embargo, en el coleccionista no está afectada

su calidad de vida al no generar problemas de espacio dentro del ho-

gar y, por lo tanto, no perturba a quienes con él conviven.

Otra diferencia importante es que, para el paciente con TA, todos los

objetos son igualmente valiosos, incluso aquellos que el resto de las

personas considera inservibles. Por lo tanto, al tener todo ese mate-

rial un valor uniforme, es acumulado en forma totalmente anárquica.

En cambio, el coleccionista se preocupa en clasificar el material según

su valor, su antigüedad y otros criterios.

El diagnóstico de este trastorno se dificulta porque el paciente no es

consciente del problema y, a menos que tenga otros componentes

psíquicos, solo es detectable por el relato de familiares o visitando su

vivienda. El médico debe sospechar TA en un paciente con edemas,

desnutrición, descuido en su aspecto personal y picaduras de insec-

tos, pero estos son los casos avanzados.

Cuando la afección se centraliza en la acumulación de animales, la

vivienda del paciente puede contener docenas y hasta centenares

de mascotas y, en estos casos, es el veterinario quien detectará al

paciente con TA, porque le trae con frecuencia animales enfermos o

lesionados.

El TA en la literatura

Curiosamente, entre 1842 y 1862, tres renombrados autores de dis-

tintos países escribieron, en ese breve intervalo de tiempo, sendas

novelas donde uno de los personajes padece de TA. En 1862, Char-

les Dickens publicó una de sus mejores obras: Casa desolada (Bleak

House). En ella, Dickens, basado en su propia experiencia como em-

pleado de leyes, satiriza en forma despiadada al sistema judicial

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Krook, el personaje de Charles Dickens de su novela

Casa desolada, en una versión de la BBC para la televisión.

Krook, alcoholizado, sucio y con la mirada perdida, aparece

rodeado de múltiples objetos.

inglés, burocrático y anquilosado. Uno de los personajes, llamado

Krook, es un analfabeto con deseo insaciable por la acumulación de

documentos y todo tipo de objetos.

En 1847, Honoré de Balzac escribió El primo Pons (Le Cousin Pons), en

el que el protagonista principal es, por sus características, un caso

típico de TA.

En 1842, el novelista ruso Nikolai Gogol produjo Almas muertas, una

obra maestra del siglo xix. En ella, Plyushkin, un rico terrateniente,

mostraba todas las características del TA. Los campesinos lo apo-

daron “el pescador” porque “pescaba” todo lo que encontraba en el

vecindario y terminaba amontonándose en las habitaciones de su

mansión. En la novela hay una descripción extrema de este trastorno

y ocurre cuando Plyushkin, para sellar un convenio comercial con otra

persona, le ordena a su sirviente que encuentre una torta que un vi-

sitante había traído varios años atrás, le quite el polvo y los hongos,

y se la traiga para celebrar el arreglo.

Cuando la novela se popularizó en Rusia, la palabra “Plyushkin” se

transformó en un término común que se aplicaba a toda persona

que juntaba objetos inservibles en forma compulsiva. El “síndrome

de Plyushkin” es aún utilizado en la psiquiatría rusa para designar a

quien sufre de TA.

Factores de riesgo de TA

El TA puede afectar a cualquier individuo independientemente de la

edad, sexo o condición económica. En general, comienza en la ado-

lescencia y empeora con el transcurso de los años. El TA no es infre-

cuente; se calcula que entre el 2% y el 5% de la población lo padece

en distintos grados. Sin embargo, es muy probable que el margen de

subdiagnóstico sea grande, ya que muchos casos no son diagnosti-

cados y porque la mayoría de estos pacientes no acuden al médico a

menos que tengan otras enfermedades asociadas. Los factores de

riesgo de TA son:

es frecuente que uno de los padres sufra también de TA. Estudios

realizados en los grupos familiares señalaron que entre el 50% y el

80% de las personas con TA tienen un familiar de primer grado con-

siderado como un acumulador descontrolado. Un estudio genético y

epidemiológico llevado a cabo por la prestigiosa Universidad Johns

Hopkins, de Baltimore, Maryland, redujo este porcentaje a un 12%

que, de todas maneras, es significativo.

de una experiencia violenta que les resulta difícil superar, como la

muerte de un ser amado, una separación o una pérdida de bienes por

robo o incendio.

-

nas alcohólicas.

-

ledad, en gran parte porque el estado de la vivienda no da espacio

para el desenvolvimiento normal de más de una persona. Pero, en

otros casos, el aislamiento tiende a que el individuo comience a acu-

mular objetos para compensar su soledad.

¿Pertenece el TA al grupo de afecciones que integran el TOC?

Desde el momento en que fue identificado, se incorporó al TA en el

grupo del TOC. Ciertas evidencias recientes han cuestionado si en el

DSM-V se debe continuar con este criterio, ya que varios estudios

mostraron que la acumulación no está estrechamente asociada al

TOC. Teniendo en cuenta estas apreciaciones, el comité encargado

de configurar el DSM-V recomendó separar al TA del tipo de la per-

sonalidad obsesivo-compulsiva, e incluirlo dentro de este grupo solo

cuando el TA es de grado extremo.

El TA era una afección que no estaba categorizada en forma adecua-

da hasta 1996, en que Frost y Hartl publicaron la primera descripción

basada sobre la evidencia empírica limitada que existía. Estos inves-

tigadores señalaron que el TA era el resultado de la combinación de

un déficit de información de procesos, creencias disfuncionales res-

pecto de un estado emocional exagerado por acumular posesiones en

forma desorganizada.

Este estudio marcó un punto de inflexión en la investigación del TA,

ya que, antes de 1996, se habían publicado menos de 10 artículos

sobre el tema y, para 2009, ya existían más de 40 presentaciones

científicas.

EL TA parece ser una entidad propia ajena al TOC por diversas ra-

zones. Pocos de estos pacientes sufren pensamientos negativos o

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Número 18 / Mayo 2014

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indeseados acerca de la acumulación de objetos, mientras que, en

el TOC, la presencia continua de estos pensamientos es una caracte-

rística esencial. En el paciente con TA, las situaciones de estrés solo

ocurren cuando debe desprenderse en forma forzada de sus perte-

nencias acumuladas y es más un sentimiento de tristeza que la an-

siedad típica del TOC.

Además, el TA suele producir sensación placentera, algo que nunca

ocurre en el TOC, y la mayoría de los pacientes con TA carecen de los

demás síntomas del TOC. Otro elemento que contribuye a la separa-

ción de estos dos trastornos fue aportado por los estudios de neuroi-

mágenes. Si bien estas observaciones son preliminares, sugieren que

son diferentes las áreas del cerebro involucradas en ambos trastor-

nos. Finalmente, la farmacoterapia y las terapias de comportamiento

para el TOC dan resultados escasos en el TA.

Complicaciones

Las complicaciones más comunes son: diabetes, enfermedad cardio-

vascular, desnutrición e infecciones secundarias a la escasa higiene,

la falta de control médico y una alimentación inadecuada. Las fractu-

ras por caídas son frecuentes al tropezar con infinidad de obstáculos

dispersos en el suelo. El incendio es un riesgo permanente y, cuando

ocurre, la destrucción suele ser total, ya que la mayoría de estos pa-

cientes acumula material altamente combustible, como pilas de dia-

rios, revistas y libros. Un relevamiento hecho por el Massachusetts

Health Department mostró que el TA contribuyó en forma directa a la

muerte por incendio de la vivienda en el 6% de los casos.

Tratamiento

Actualmente, se acepta que el enfoque terapéutico es tratar de me-

jorar la condición del paciente sin sacarlo de su hábitat, excepto en

casos de riesgo extremo o de discapacidad. La institucionalización de

los ancianos con TA o síndrome de Diógenes puede aumentar la mor-

talidad. Asimismo, la eliminación compulsiva de los objetos acumu-

lados produce un estrés y sufrimiento considerable en el paciente sin

que esto evite que recaiga en el hábito de acumulación en el mismo

lugar o en la vivienda donde se lo traslada.

La mayoría de las instituciones que tratan el TA utilizan un proce-

dimiento escalonado de limpieza del lugar y la eliminación de per-

tenencias, cuando el paciente está dispuesto a colaborar y no tiene

cuadros demenciales. Es importante la interrupción de adicciones,

especialmente alcoholismo. El proceso terapéutico suele llevar me-

ses e, incluso, años.

Dentro de los fármacos, la venlafaxina resultó ser eficaz, pero en me-

nor grado que las terapias cognitivas conductuales que logran mejo-

rías de hasta el 50%.

La memantina y los inhibidores de la colinesterasa están indicados

cuando el TA está asociado a demencia frontotemporal.

Direcciones futuras

Pese al aumento de la investigación en los últimos años sobre el

TA, existen varias líneas que merecen ser exploradas. Es necesario

profundizar más en la fisiopatología y la etiología de la enfermedad,

indagando los aspectos cognitivo, emocional, neural y de comporta-

miento. Las futuras investigaciones permitirán establecer si el TA

forma o no parte del TOC. Nuevos medicamentos y una técnica ade-

cuada de la terapia cognitiva conductual permitirán controlar mejor

este trastorno que ha crecido favorecido por la sociedad de consumo

asociada con una creciente industria del descartable.

Referencias

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Nov 26.

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