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CARLOS MACEDA REDUNDANCIA Y OTROS CUENTOS La Paz -Bolivia 2010

Redundancia y otros cuentos

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Título: Redundancia y otros cuentos Autor: Carlos Maceda País: Bolivia Tipo: Narrativa Año: 2010

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CARLOS MACEDA

REDUNDANCIA

Y

OTROS

CUENTOS

La Paz -Bolivia

2010

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Editorial Yerba Mala Cartonera, 2010.

Carlos Maceda, 2010.

Proyecto cultural y comunitario sin fines de lucro.

[email protected]

http://yerbamalacartonera.blogspot.com

Proyectos análogos: Eloísa Cartonera (Argentina), Sarita Cartonera (Perú),

Ediciones la Cartonera (México), Animita Cartonera (Chile), Dulcinéia Catadora

(Brasil) y muchos más en casi 20 países.

______________________________________________________

Impreso en: Imprenta “Magda I” Av. Oquendo 371 dpto. 2A. Cochabamba

Impreso en Bolivia

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REDUNDANCIA

El día que Luciano se suicidó no tenía ni la más pálida idea de

que su ex – novia iría a anunciarle que estaba embarazada. La

chica arribó al lugar y no pudo reprimir un terrible aullido y el

consiguiente vomito producto del horror que le provoco tal

desgracia. El cuarto en el que se encontraba el cadáver estaba

teñido de sangre, una sangre ya coagulada y bien pegada al

suelo y las paredes que le daba al ambiente un aspecto

tristemente colorido. El olor a carne podrida lo gobernaba todo y

las moscas ya se habían instalado contentas en aquella

habitación. Y es que extrañamente la muchacha encontró que al

lado de su ex – novio yacía otro cuerpo más antiguo. Por alguna

razón Luciano había decidido acabar con su vida justo en el

mismo sitio que sólo hace una semana había sido el escenario de

lamuerte de su padre.

Luciano no había podido recuperarse de aquella muerte, no la

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admitió, no la asimiló ni comprendió. Aquel hombre le había

dado la vida, le había proporcionado amor y cobijo todos los

malditos días de su vida y le resultaba muy doloroso aceptar que

él ya no estaría más, que ya no lo sentiría cerca suyo. La

depresión y las tinieblas le habían oscurecido la vida y no

deseaba ser parte de ella y fue así que toda esa última semana se

había recluido en dicho cuarto meditando, hilvanando sus ideas,

buscando respuestas a múltiples preguntas mas nunca concluía

en nada. Ya cuando el cansancio le impedía seguir pensando el

chico cerraba los ojos, se apretujaba al tieso cuerpo de su padre

y le decía cosas que sólo él entendía a sus inertes oídos. Todos

los días era lo mismo: las mismas palabras, el mismo cansancio

y el mismo cuerpo. La redundancia le incrementaba su

depresión y simplemente lloraba en silencio, como respetando el

descanso de su extinto progenitor.

La ex – novia abandonó rápidamente aquel escenario y notificó

casi de inmediato a las autoridades. Con el apuro había olvidado

por un momento que estaba embarazada, sí: embarazada de un

muerto. Su hijo no tendría padre, un padre que murió al perder

el suyo. La redundancia la hizo odiar la muerte, pero la muerte

había engendrado a su hijo, un hijo ya sin padre, un padre

llevado por la muerte. La redundancia le hizo doler la cabeza y

decidió no meditar más la situación. Lo único cierto era que

Luciano había muerto porque su padre lo había hecho primero,

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él había perpetrado ese primer terrible golpe, devastador y tenía

ganas de verlo y expresarle su dolor.

Las autoridades llegaron al cuartito en que los dos cuerpos se

mostraban recostados en el suelo, enlazados en un abrazo y

ambos con una bala incrustada en sus frentes. Tremendo el

horror que sintieron todos: padre e hijo abrazados, acompañados

uno del otro en su travesía a la muerte.

-Una redundancia en el crimen - pensaron todos. Lo cierto es

que Luciano se encontraría con su padre, lo volvería a ver,

quizás hasta lo tocaría otra vez. Ya no lamentaría más su

muerte, ya no tendría que penar nunca más por eso. Ya tendría

la oportunidad de encontrárselo de nuevo, ya podría verlo otra

vez a los ojos y así pedirle perdón por haberlo matado. Sí,

Luciano había matado a su padre, le había quitado la vida al ser

que le había dado a él la suya, una vida que después se la

devolvió con desagradecimiento.

Pero, ¿Qué pasaría ahora? ¿Qué pasaría en caso de que Luciano,

ya muerto, volviera a desear la muerte de su padre estando ya él

muerto para luego desear también la muerte? La redundancia lo

haría concluir en que ya no podría volver a morir nunca más

pues ya lo había hecho, y es que en eso ya no hay redundancia.

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¿Y DÓNDE ESTÁ LENNOX?

Cásate, cásate, cásate conmigo

No quiero que me dejes, acéptame por favor

Corazonco – Cásate conmigo

Sudoroso, ojeroso y turbado, así se encontraba Marvin un

lunes por la tarde mientras, recostado en su cama, descansaba de

una brava borrachera. La resaca en si lo tenía muy deprimido y

arrepentido de estar vivo; pero lo que realmente le asfixiaba y

desesperaba era que en ese momento se encontraba solo. Solo

como un pedazo de pan que nadie quiere y que se endurece en el

suelo. Cerraba los ojos con fuerza, los hacía lagrimear, se halaba

los cabellos con nerviosismo y gemía suavemente para que su

mamá, que tejía una larga chalina negra en la sala, no pudiera

escucharlo. Y es que ella conocía ese tipo de encierros en su

hijo, lo que no sabía era que aquella soledad enfermiza

empezaba a perjudicar su desarrollo social y, por ende,

comunicativo. Un día lo pescó “tocándose a si mismo”, sentado

en la tina del baño, mojando descaradamente el piso,

manchando el lavamanos, todo alterado y pálido, y simplemente

le dio veinte pesos para que fuera a comprarse unas alitas

picantes. Ésa fue la astuta solución que la señora encontró para

ignorar y desentenderse de algún posible problemita que pudiera

estar atormentando a su hijo, al pequeño y retraído Marvin.

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-Si tan sólo no pudiera quedarme tan solo así, de golpe, de

seguro no sería tan infeliz como soy ahora -pensaba Marvin -Un

momento el sol brilla, veo a mi hermosa Lennox sonreír y

mostrarse simpática conmigo, veo a mis amigos que contentos

me invitan infructuosamente a sus apáticas y nimias

conversaciones que luego me arrepiento en ignorar. El mundo

está ahí, la vida está ahí… y yo estoy aquí, aparte… y es que

todo pasa tan rápido. Luego sólo me queda contemplar el vacío

que hasta creo yo mismo perpetro, ese vacío que me lastima y al

que tan acostumbrado estoy ¡Masoquista malcriado! Es una

soledad que me da la oportunidad de recordar el hermoso rostro

de mi Lennox, la pequeñita, la tranquilita, la maternal, la sonsa

de mierda que está enamorada de Boy o mejor dicho de Ben, un

otro amigo que me quiere y a quién yo también quiero, aunque

a veces siento que nunca quiero a nadie. Sólo queda mi Lenita y

su imposible idea de andar con Ben, con el hablador y simpático

Ben, el de la hermosa sonrisa y los ricitos irresistibles. También

al final quedó yo, con la garganta cerrada y la cara húmeda, con

mi rostro aterrador y mis maneritas también aterradoras e

inspiradoras de lástima y amor, un amor que a veces roza con la

lástima y la hipócrita confraternidad.

- ¿Por qué no vas con tu papá a la licorería, hijito? -le dijo de

repente la mamá a Marvin haciendo que éste soltara un gruñido

de fatiga más que de susto. -Ya es media tarde y ya sabes que la

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tienda se vacía un poquito a esta hora ¡Acompáñalo!

-Sí, ya voy -respondió de muy mala gana el muchachito

rascándose su entrepierna con torpeza y soltando una ruidosa

flatulencia, cosa que acostumbraba hacer siempre que le tocaba

participar en alguna actividad que preferiría evitar.

-A ver cómo resulta esto: él me hará compañía a mí o yo a él.

Esto parece un concurso para saber cuál vida apesta más -dijo

para sus muy hondos adentros el hermoso Marvincito cogiendo

unas cuantas monedas de su velador, por si se le antojaba

chantarse alguna cosita rica en albúmina y grasa en el camino a

la licorería de su papá, ya que entre sus múltiples aficiones se

anotaba también la de atascarse de comida chatarra cuando

sentía ese famoso escalofriante vacío en su interior.

-Ya me tienes aquí, ¿estás feliz ahora? Porque yo no- le dijo

Marvin al papá como saludo. Éste simplemente sonrió y enredó

una de sus manos en el cuello del chico.

- ¡Ay, hijo! No sé qué es peor, tu humor por la mañana o tu

boquita por la tarde.

-Hoy es lunes, papá, tengo toda la semana para hacer gala de mi

buen humor, es sólo que hoy es uno de esos días, ¿entiendes? -

manifestó Marvin acariciándose la entrepierna, no con lascivia

(eso sería muy raro y hasta enfermo) sino con desencanto y

desgano. En este punto es valedero poner en conocimiento que

nuestro muchacho tenía una extraña enfermedad conocida como

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"testículo no descendido", a veces mal llamado "infantilismo

genital" y a veces exageradamente catalogado de

"hipogonadismo". Para cualquier buen entendedor toda esa

palabrería resulta ser muy confusa, por lo que simplemente

arreglaremos todo diciendo que el Marvincito sólo tenía una de

las dos municiones, que todo hombre posee, acompañando su

fusil. Ahí el meollo de todos los traumas e inexplicables

actitudes estrafalarias en nuestro protagonista. Empero, lo único

que no puede ser explicado con certeza, es eso de las

depresiones. Se ignora si eso era un plus a todo ese raro

paquetito que Dios le había regalado o simplemente era un mal

que le contagió Boy, su amigo, a quien le encantaba estar

deprimido y abandonado "cagado y meado por los dioses,

vomitado y eructado por Victoria's Secret" dicho en sus propias

palabras.

-Eso de la depresión es un mal postmoderno -le decían en la

universidad.

-Es una mariconada, autocompasión en bruto -manifestaban sus

abuelos con dureza. Lo cierto es que Marvin simplemente

concluía en que no todo lo que le pasaba podía ser tan malo

como para ya no desear ser feliz, sino que los múltiples y

repentinos vacíos que se suscitaban en su vida le producían esa

enfermedad cuya curación estaba ciertamente en pastillitas de

Lexapro o en unos buenos traguitos de algún vino de cartón.

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- ¿Por qué será que siempre que tienes este estado de ánimo tu

mamá siempre te manda conmigo, como si yo tuviera la cura

para hacerte sentir mejor? -le dijo el papá a nuestro Marvin

alcanzándole un vasito de plástico en el que había vertido un

poco de ron barato con un chorrito de gaseosa. El señor siempre

acostumbraba chantarle sus buenos sorbitos de “quema

garganta” para hacer más llevaderas sus jornadas de atención en

la rutinaria y repetitiva licorería.

-Es porque piensa que con el alcohol voy a cambiar, que de

repente mañana me levantaré de la cama todo radiante, que le

construiré un aposento para posteriormente nombrarla mi

santa… ¡Es que no estoy loco! Enfermo sí, loco no.

-Nadie ha dicho que estés loco, mi muchacho, no pongas

palabras en la boca de la gente -le dijo el señor secando su

enésimo vasito con gesto de satisfacción.

-Y por más que me expliques todo ese zafarrancho que hay

contigo y lo de tus huevos y eso… pues yo no puedo hacer la

gran cosa.

-Sí, ya sé -respondió Marvin con dureza arrebatándole a su papá

el vasito de licor que acababa de servir para secarlo de un sorbo,

cerrando los ojos con fuerza, como si al hacerlo de repente todo

aquel dolor y perturbación se fueran a esfumar. Y es que

ciertamente el señor nunca entendía nada de lo que su hijo le

decía. Habían días en los que el chico, sumido en desolados y

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hondos llantos, le hacía muy serias e inéditas confidencias, mas

el doncito jamás proporcionaba ningún tipo de consuelo,

simplemente solucionaba todo el “zafarrancho” abriendo

botellitas de ron barato para así tener alguien con quien

acompañar esas miserables borracheras que a nadie le gustaban,

y compartir sus propios tormentos que a nadie le importaban.

- ¿Quieres comer algo? Puedo hacer traer sándwiches de pollo.

- ¿Pollo? ¿Me estás indirecteando con eso de pollo? -quiso saber

Marvin enojado, poniéndose de pie irritado. Y es que

francamente el muchacho tenía mal genio, renegón, arisco y,

para colmo de males, muy pollo. Se sintió ofendido con esa

invitación que si no me equivoco tomaba otra dirección, en

lugar de la que entendió el confundido y ebrio Marvin.

-Dile a mi mamá que tuve otras cosas que hacer -le dijo el chico

a su papá retirándose de la tienda dando traspiés, soltando

hediondas flatulencias de por medio.

****

Once de la noche. El clima está muy bello, la luna no se esconde

para nada y las estrellas parecen estar tan contentas como

siempre, cumpliendo el trabajo invaluable que su Dios les dio.

Marvin acecha la casa de Lennox. Ella ya llegó hace como dos

horas, simplemente vigila que no salga de su casa y que ninguna

persona extraña ingrese. Marvin conoce a todos los que habitan

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esa casa. A la gorda, morena y gritona madre, las insípidas y

horribles hermanitas mayores, los abuelos y un esquelético

perro pit bull, esos son todos los que son y son todos los que

deben estar. Nuestro chico aguarda cauteloso que se apaguen las

luces y que la madre proceda a correr el picaporte de la puerta

de calle para que nadie pueda entrar ni salir y ¡listo! Una noche

más, una noche más que no le pasa nada a Lenita, una noche

más que Ben, o algún otro pretendiente, no va a darle serenata,

una noche más que ningún patán perturba la paz y la inocencia

de la amada Lennox que todo lo puede. Marvin viene haciendo

eso desde el preciso día en que conoció a su musa, aquella diosa

inspiradora de la obra de arte más abstracta y depresiva que es

su propia vida (o que también puede ser confundida con un

disco de The Cure por algún distraído).

-Hola, buenas noches -de repente saludó una voz que surgió

entre las piedras, o quizás de los árboles o tal vez simplemente

del aire, Marvin inventó cualquier excusa para negar la

existencia del saludo que acabó de escuchar… pero no, en

verdad una voz se dirigió exclusivamente a él y le saludó. Era

una chica, una desconocida. No era Lennox.

- ¿Qué? -dio Marvin por respuesta mirando con desprecio la

apenas visible figura que se le presentaba ante sus ojos. La chica

era tan joven como su amada, tenía el pelo largo y negro, la cara

negra (era de noche) y la voz muy clara y amistosa, casi como la

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de su Lennox.

-Nada, es sólo que este boulevard es frecuentado por personas

mayores, querido, tú eres casi un niño así que es mejor que te

alejes un poquito, donde no puedas obstruir con nuestro trabajo.

-Sé que esta calle es frecuentada por… personas mayores -

manifestó el muchacho con desencanto, deteniendo su mirada en

el inmenso escote de la chica.

-No se parece mucho a mi Lennox después de todo -pensó

tragando saliva y palpando, por encima de su pantalón, las

muchas moneditas que agarró antes de salir de su casa.

- ¿Qué esperas? ¡Piérdete! –le gritó la mujer pegando su nariz a

la de Marvin dejando así a entrever con osadía una cara

exageradamente maquillada, llana y tersa, ¡sí! Exactamente

como la de Lennox (o como la de cualquier mujer, para todos

los que vimos una alguna vez).

-Es todo lo que tengo, ¿alcanza? -le preguntó nuestro Marvin a

la intrusa mostrándole todas las moneditas que extrajo de su

bolsillo y ésta sonrió diabólicamente mirando con quietud al

casi niño, con los ojos entrecerrados ¡Cómo le encantaba al

chico que lo miraran así!

- ¿Tienes auto? ¿Reservación en algún motel? ¿Departamento?

- ¡Ah, ya! ¡Lo que faltaba! Puta con airecitos esnobistas -pensó

Marvin divertido de la vida extrayendo de su bolsillo el

duplicado de la llave de la licorería de su padre. Daba casi la

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media noche y como era lunes (luego ya casi martes)

seguramente el señor habría cerrado temprano el negocio.

-Tengo un lugar, un lugar con traguitos y todo, ahí podemos

refocilar -dijo el chico y hasta yo le recrimino el uso de esa

palabra de difícil comprensión.

-Eres raro, pero me gustas -confesó la mujer sonriendo con

malicia nuevamente.

-Tú eres puta y no eres Lennox -manifestó a su vez nuestro

protagonista y su compañera hizo caso omiso de esa peculiar

confesión, pues es sabido que en su trabajo es costumbre

encontrar mucha gente rara, de costumbres indescriptibles y

reprochables que dice cosas inentendibles.

Después de dicho protocolo ambos abordaron un taxi que

los llevó a la licorería. En todo el trayecto la mujer simplemente

le dirigió a Marvin unas miradas de desconcierto y curiosidad

mezcladas con desconfianza, pero no de miedo.

- ¡Vaya! Aquí tienes mucho… aperitivo, ¿es todo tuyo? -

preguntó la servidora cuando ya hubieron llegado al negocio,

echando una maravillada mirada a la tienda abarrotada de los

más variados tragos.

-Te invito ésta -ofreció Marvin con rapidez una botella

especialmente cara, sumido en una tan imperturbable seriedad

que no movió una sola pestaña, ni siquiera cuando la extraña

saltó de la emoción y le ofreció hacerle todo lo que quisiera por

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el mismo precio.

-Te podría meter el dedo, te podría dar por el ano, pero, ¿sabes

qué es lo que no me gusta de ti?

-No, dime.

-Eres puta y no eres Lennox.

-Sí, ya me dijiste eso, ya lo entendí -declaró la mujer tensa,

sintiendo un leve rubor que le coloreaba las mejillas y que nada

tenía que ver con lo “especial” y sexy del momento que estaba

teniendo con el casi niño.

- ¿Sabes qué puede ayudar? Que me digas Lennox mientras lo

hacemos, eso siempre me pasa con otras personas y te aseguro

que funciona”.

- ¿Hay otros que te dicen Lennox? ¡Pero no es así! ¡Eres puta y

no eres Lennox! -explotó Marvin y la extraña pasó de la

extrañeza al miedo.

- ¡Oye, ya! ¡Esto se está poniendo… raro -protestó la mujer

poniendo los ojos en blanco visiblemente alterada.

-Mira, aquí tienes tu plata y tu botella porque no pienso hacer

nada contigo. Eres muy chiquito para ser tan raro ¡Mejores

clientes no me faltan!

Acto seguido Marvin se desabrochó el cinturón, se bajo

raudamente los pantalones, luego sus calzoncillos y miró

fijamente a la aterrada extraña que impertérrita, o más bien

congelada, no sabía si gritar, poner cara de asombro o bien

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ponerse a reír.

- ¿Y qué se suponía que querías que haga con eso? -se animó a

preguntarle la servidora a su iracundo cliente sin mirarle a los

ojos, ya que estaba muy ocupada viendo otra cosa. -¿Será como

tú? Chiquito y picoso ¡Pero ni cosquillas me va a hacer!

El chico simplemente se puso a pestañear como decrepito. Se

conformó con remangarse su ropa interior, subirse los

pantalones y arrebatarle de la manos la botella que le había

prometido a su servidora.

- ¿Y sabes realmente qué es lo peor? -le dijo Marvin en voz

baja.

-No eres Lennox.

Acto seguido estrelló la botella en la oscura cabeza de la chica e

hizo que ésta cayera pesadamente al suelo. Después, cuando

estuvo completamente desmayada, le propinó sendos puntapiés

y escupitajos y no se detuvo hasta que hubo manchado toda la

licorería de sangre, acompañando los golpes con su nerviosa voz

diciendo: lo peor es que no eres mi Lennox. Ya cuando se hubo

convencido a sí mismo de que la extraña estaba por fin sin vida

se puso a limpiar el local con agua y jabón. Hasta bañó a su

víctima besando de rato en rato su cara, pidiéndole perdón por

no haberla amado como de seguro ella deseaba.

Abandonó a la desconocida en el lugar que la “recogió” (pues

como que le había agarrado un extraño cariño al inerte cuerpo) y

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luego se fue rapidito a su casa. De seguro sus padres estarían

muy preocupados y de seguro él estaría muy cansado.

****

-La hermosa Lennox es la que le da sentido a toda mi vida -

meditaba Marvin mientras afrontaba un nuevo periodo de

inseguridad y frustración. Ya era casi de noche y no cesaba de

recordar la chompita y la falda que la chica había lucido ese día.

-Se le veía tan lindo, y yo ni siquiera pude saludarla. Ni cuando

me dirigió la palabra y quiso saber cómo estaba, yo no pude

responderle y me quedé tan callado, silencioso ¡No merezco

quererla tanto! -se decía para sus múltiples y recónditos

adentros sin parar de gemir y tragar pan con carne.

-No está bien que comas tanto antes de dormir, hijito -le

aconsejó su madre y sólo Dios sabe cuánto se arrepintió de

haberlo hecho. A juzgar por la intensa y chueca mirada que su

hijo le dirigió, no le gustó para nada que le recomendara

infructuosamente algo que ciertamente, muy en el fondo,

disfrutaba. Era un dulce castigo, una dulce condena cuya

catarsis no tardaría mucho en llegar.

-Voy a salir un rato con mis amigos -le dijo Marvin a la mamá y

abandonó su casa para dirigirse a la licorería.

-Mi muchacho! ¿Qué te trae por acá? -le saludó su padre con los

ojos adormilados cuando lo vio entrar.

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-Los pies, y también quiero tomar.

-Todos los días son apropiados para tomar, hijito querido.

-No quiero que te molestes en hablarme, sólo sírveme buenos

tragos y haz de cuenta que no estoy.

Ya después de tener como unos ocho vasos de “quema

garganta” en la panza nuestro Marvin decidió que era hora de

retomar su tan forzada costumbre nocturna. Se agazapó detrás

de la acostumbrada pared en el boulevard para adultos y, de

manera imprevista y penosamente sorpresiva, vio a su hermosa

Lennox salir toda bellamente ataviada con un vestidito de gala y

el pelo recogido, pero aun así divino. Con el bichito de la ira

recorriéndole de las tripas a su garganta el chico siguió con la

mirada a su amada, la musa inspiradora del arte que era su vida

misma, hasta que abordó un taxi. Marvin llamó otro taxi y

decidió seguirla hasta el lugar que fuese su destino. Con

incomodidad, y cólera, pudo el muchachito visualizar a otra

persona que acompañaba a su chica en el móvil. Muerto de la

rabia notó que la dirección que tomaba era… ¿la licorería? ¡Sí!

¡Por Dios! Lennox se dirigía a la licorería de su papá… ¿y a esa

hora?

- ¿Por qué mi papá me hace esto? ¿Sabe que estoy mal? ¡Claro

que lo sabe! Sabe bien que no puede jugar con mis sentimientos,

sabe que es muy complicada mi sensibilidad y me hace esto ¡Se

mete con mi chica en la propia licorería! ¡En nuestra licorería! -

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pensaba en voz muy bajita, aún para sus adentros, como si

alguien fuera a escuchar algo.

-Es mi chica, es mi razón de ser, es la musa que inspira mi vida

¡No se va a quedar con mi papá! Si quiere a un viejo raro por

supuesto que ha de querer a un joven raro, ¿por qué no lo pensé

antes? A lo mejor estaba enamorada de mí y nunca me lo dijo. A

lo mejor quiere iniciar una relación con mi papá pues no puede

hacerlo conmigo, con su verdadero amor ¡No lo voy a permitir!

No permitiré que haga algo equivocado, algo erróneo, algo en

contra de mi voluntad ¡Lennox, eres el amor de mi vida!‟.

Ya cuando el taxi se estacionó en la licorería Lennox y su

acompañante, que resultó ser el taxista (¡más obvio no podía ser,

imbéciles!), salieron del mismo y se quedaron parados en la

acera. Charlaron durante una fracción de segundo hasta que

finalmente la chica de Marvin ingresó a la tienda abriendo su

cartera.

-Seguramente se está retocando el maquillaje ¡Mi Lennox

siempre tan fijadita! -sonrió el galán y luego recobró la

compostura y recordó que estaba de muy mal humor. Él también

decidió ingresar al lugar, ardiendo en celos y bronca.

- ¿Por qué me engañas con este viejo borracho? -fue lo primero

que le gritó nuestro Marvin a la muchacha agarrando una nueva

botella de la vitrina para luego abalanzarse hacía ella y

estrellarla en su nuca y dejarla inconsciente.

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- ¿Qué le hiciste a esta pobre chica? -cuestionó el señor que

atendía el local observando aterrado a un agitado Marvin.

- ¡Me engañaba! ¡Y contigo!

-Pero si yo ni la conocía -dijo el hombre que extrañamente se

encontraba sobrio y muy bien vestido.

-Es más, ¿quién eres tú?

-Marvin, el que ama a Lennox.

- ¿Y quién es ella? - preguntó ahora señalando a la chica que se

desangraba abundantemente en el suelo.

- ¡No, no, tú no eres mi Lennox! -le gritó todo enervado el

violento muchacho a su inerte víctima no sin antes soltar una

olorosa y estridente flatulencia

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LAS DOS GORDITAS LESBIANAS

Tengo mi funny pinga for your little chichachicha

te voy a romper bobo si tu tocas mi minita

ella viene del estero trayendo su perfume nuevo

Illya Kuryaki & Valderramas - Jennifer Del Estero

Las dos gorditas lesbianas eran adorables. Una tenía la

cara tan redondita y alegrona que parecía una vendedora de

choripan que te fía hasta la mayonesa, en tanto que la otra

parecía algo más sería, poseía en el rostro y en sus nada

aniñadas ni fijaditas maneras una oscura actitud de conferencista

de derechos humanos con doble personalidad. Pero estas

caballerescas damitas eran un amor de gente. Se les subían los

colores a la cara cuando se daban extrañamente, alguna vez un

besito en la boca delante de la gente, así que para no llamar la

atención de esa abigarrada manera pues decidían armar entre las

dos un concurso de eructos. Ciertamente preferían parecer ante

todos como unas marimachas excéntricas en lugar de románticas

lesbianas calenturientas.

-Quisiera tener un hijo -le dijo la alegrona a la seria una noche

mientras miraban su DVD de Jackass, la película, en su televisor

LCD de alta fidelidad.

Y yo un póster en primer plano de las joyas de la familia

(entiéndase vagina) de Britney Spears, vida, y no por eso te

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ando hinchando las que no tienes cada vez -le recriminó la seria

soltando una fina flatulencia.

-Es que a veces me siento vacía, aquí en la casa, abandonada,

escuchando una y otra vez mis discos de Chavela Vargas.

-Pero si Paquita la del Barrio es mucho mejor, vida, ¡no jodas

pues!

Y así charlaban las gorditas lesbianas… no era nada del otro

mundo. Quizás el tipo de 69s que tenían no eran como los

convencionales: no había un ñam! ñam! para un muak! muak!,

sino que todo era ñam! ñam!: ñam! ñam! mamita, ñam! ñam! mi

reina… así nomás, ¿cuál el show? ¡Es cierto! Tal vez jamás

disfrutarían de la exquisitez de una tibia sev(m)en up

lechosita… pero ellas juzgaban que el caldito también era rico, y

les encantaba bañarse desde la nariz hasta la frente en rico

caldito sin grasa.

-Pero quiero ir a bailar el nuevo éxito de Sinead O‟ Connor… vi

su nuevo video en la tele… ese que dice: Pose pose pose -le dijo

en otra ocasión la cándida alegrona a su seria novia mientras leía

un periódico de crónica roja.

-Pero si hace años que Sinead O‟ Connor no saca un tema

nuevo, vida.

-No… yo la vi en la tele: con el pelo cortado al ras y bailando

con movimientos exitosamente masculinos… aunque a ratos no

puede disimular que es una mujer.

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- Ese es Daddy Yankee, hija, ¡no jodas pues!.

Y así también hablaban de música las ecuménicas gorditas.

Un día las fue a visitar el primo de una de ellas, de la alegrona

concretamente. Un chico sin miramientos, simpático y

espontáneo. Se sentó en frente de ellas mientras degustaban de

unas alitas picantes y las estudiaba serenamente con la mirada.

Ciertamente el muchachín llevaba en esa ocasión un muy bien

humor y a decir verdad, como todo buen varoncito hechura de

Diosito mismo, sentía emoción al estar cerca de dos mujeres que

tarde o temprano podían empezar a estar una encima de la

otra… ¡total! Las alitas picantes, la cerveza y la pornografía en

vivo y directo, a todo color con sonido stereo, más la posibilidad

de ser salpicado por algún liquido valían el lejano viajecito que

el chico había hecho desde su amor… a su amor propio.

-Queremos tener un hijo -le dijo de repente la alegrona a su

primo.

- ¡Oh… pero si me parece una excelente idea! Pero, ¿hay niñitos

a la venta en el mercado de lesbianas? -preguntó el muchacho

estallando posteriormente en una estridente carcajada.

-No, por eso nos alegra tu presencia”, manifestó con gélida

seriedad la seria gordita lesbiana sorbiendo armónicamente

moco. - Queremos que dones tu semen y firmes un papelito en

el que te comprometas a alejarte tanto de nosotras como del hijo

que tendremos tú y yo.

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- ¿Tú y yo? ¿O sea yo con la gordita seria? -cuestionó el primo

poniendo carita de dolor.

- ¿Qué? ¿Acaso pensabas tirarte a tu propia prima? ¡No jodas

pues! Somos lesbianas, no depravadas.

Entonces al cabo de media hora las escenitas que tuvimos más

arriba de “¡ñam! ¡ñam! mamita y ¡ñam! ¡ñam! mi reina” ahora

se convirtieron en “¡ñam! ¡ñam! no me pegues y muak! muak!

parece que debí pedirte que te bañaras primero”. Y así, después

de haber quedado embarazada la seria, ya no necesitaban más al

simpático y espontáneo primo de la alegrona.

-Gracias por tu ayuda, amigo, creo que eso fue todo -se despidió

la seria estrechándole la mano al muchacho con un gesto

glacialmente gutural en el umbral de la puerta de su casa.

-Pero yo te amo -le declaró el escuálido y pálido donador de

esperma con una nerviosa sonrisita que aparecía y desaparecía

en su rostro.

-Vete antes que te rompa la cara, pendejo -terminó por decirle

imponente la gordita lesbiana que era seria, alistando una

flemita en su garganta para lanzarla en el rostro del chico, en

tanto que la alegrona tímidamente asomaba su carita por la

puerta espectando con alborozo la manera en la que su primo

huía lloroso a raudo paso.

-Ahora sí podremos tener un hijo, ahora sí podremos ser una

familia completa -le dijo a su marida la alegrona gordita

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tomando cómodamente asiento en un sillón, predisponiéndose a

ver un episodio de “Dos hombres y medio” que se pasaría en la

tele.

-Y yo podré tener mi póster del undertaker pegado en el baño.

Y así también se ponían de acuerdo y planeaban su felicidad, y

es que eran tan adorables las dos gorditas lesbianas.

Page 28: Redundancia y otros cuentos

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JESÚS ES AMOR

Tomorrow I can start again

With back to earth and carry on

The same as I did yesterday

Yeah! I'll pick it up once more

The Cure – Taking Off

Barni estaba tendido en su cama, con una mano en la

mojada foto de su prima y la otra enredada en su entrepierna,

cuando de pronto alguien llamó a la puerta. Frustrado e irritado,

tras un orgasmo a medias, se dispuso, de muy mal humor, a

abrir la puerta. Cuando la abrió, descubrió a un sujeto de unos

treinta años con los ojos delineados, los labios untados de

carmín, la cara pálida toda maquillada y los pelos desaliñados y

lacios, como si el viento se los hubiera desordenado con bronca

debido a la estrambótica excentricidad que exhibía.

- Hola, soy yo -fue lo que salió de los labios del despeinado

muchacho. Su voz era tan aguda y timorata que Barni pensó por

un momento que era él mismo a quien estaba viendo.

- ¿Sí? -le respondió Barni sacudiéndose las manos pues todavía

tenía vellos púbicos incrustados en sus dedos. - ¿Quién eres?

- ¿Qué? ¿No me reconoces, Barni Warner? Ayer estuvimos

tomando unos tragos en “El Cielo”, el bar, ¿no te acuerdas?

En ese momento Barni sintió una fuerte punzada en la cabeza,

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ya casi lo había olvidado. Tenía resaca, resaca que ni la media

paja pudo quitarle, pues la anterior noche había tenido una farra

de dimensiones apoteósicas. Y es que así era Barni: un puto

joven energúmeno afiliado a las lides alcohólicas, drogadictas,

fantásticas y todo lo demás que es saludable y catártico para el

alma. Ya hacía un buen tiempo que su familia había decidido

desentenderse de él echándolo a la calle por su antisocial,

enfermiza y oscura forma de vida. Ya la panza le había crecido,

y sus mejillas eran ásperas como sus manos y su pecho, por lo

mismo el experimentar con sustancias estimulantes se había

constituido en su único entretenimiento desde el preciso

momento que se dio cuenta de que su vida era una mierda. No

tenía futuro, no tenía ambiciones, ni siquiera tenía ropa limpia

en su baúl (a decir verdad ni tenía baúl, simplemente guardaba

sus cachivaches en una caja de cartón). Vivía en un cuartucho

de tres por tres de piso de cemento (en el cual siempre existían

inmensos y afilados clavos que de seguro caían del techo de

calamina) y paredes de adobe en una zona tan miserable,

patética y amargada de la hoyada que cuando Barni se fue a

vivir ahí sintió que no se merecía tan hermoso paraíso.

-Sí, sí me acuerdo que estaba farreando en “El Cielo” pero de

ti… de ti no me acuerdo, hermanito.

- ¿Hermanito? -repitió para sí el maquillado muchacho, un

irremediable desencanto se dibujó en su pálida cara al oír que le

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habían llamado así, de esa manera tan hospitalariamente

despectiva. El chico buscaba a Barni para decirle algo muy

importante, algo que había nacido en él la noche anterior

mientras le sobaba la entrepierna y le acariciaba las amígdalas

con la lengua a la luz de unos inofensivos traguitos.

-Me dijiste que sentías lástima por mí, que podía venir a

visitarte cuando quisiera pues te identificabas conmigo porque

sentías en tu corazón que éramos el uno para el otro.

- ¿Yo? ¿Me identificaba contigo? ¿Te sentía en mí cor…? ¡Jode

bien! -le gritó Barni con la barbilla temblorosa y los ojos

desorbitados producto de la confusión, sentía tanta vergüenza

admitir que cuando estaba borracho se ponía cursi y decía cada

cojudez de la que después se arrepentía patéticamente.

-Yo no hablo así, y además, ¿por qué habría de invitarte a mi

casa para que me visites y charlemos de la vida? ¡Yo no te

conozco siquiera!

-Pero soy yo, Jesús, el de Sicilia, a quien de cariño llaman

Manucho, ¿ahora sí te acuerdas?

- ¡Son huevadas! -sentenció Barni irritadísimo, con los puños

bien apretados. Sin embargo, y extrañamente, invitó a pasar a

su cuarto a Jesús, o mejor a Manucho o como mierda se llamara.

Algo había en ese sujeto que le hacía temerle pero a la vez le

inspiraba calma, confianza, afecto o alguna de esas sobrias

sensaciones que es bueno sentir de vez en cuando. Le abrió paso

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y no le quedó otra alternativa más que la de dirigirle una

hipócrita sonrisita y ofrecerle un banquito para que tomara

asiento, pues él lo haría en la cama (no le ofreció a su visitante

la cama por temor a que la invitación sonará a sutil insinuación).

- ¿Qué clase de apodo es Manucho? ¿Qué carajo tiene que ver

con tu nombre, Jesús de Sicilia?

-Anoche te conté muchas cosas de mi vida mientras…

bailábamos.

- ¡No jodas! ¿En serio? -volvió a expresar, con sorpresa, el

malhumorado Barni. - ¿Yo bailaba contigo? ¿Y por qué?

-Porque te agradaba, porque decías que encontraste un alma

gemela en mí.

- ¡Carajo! ¡Nunca más vuelvo a chupar así! -terminó por

exclamar Barni por trigésima tercera vez en toda su vida. Antes

ya había tenido encontronazos jodidos bebiendo con extraños,

pues estos o bien le robaban o bien le dejaban solo para que

pagara la cuenta de las farras o bien le golpeaban dejándolo muy

mal herido ¡Pasaba de todo cuando departía con gente extraña!

Mas él nunca aprendía. Ahora ese Jesús que llamaba a su puerta

y deseaba abrirle su corazón. Este sujeto se presentaba como

una persona enigmática y especial, y por lo mismo, muy

diferente a los demás pendejos que había conocido con

anterioridad. De seguro con todo el labial y el rimel pensó que

se trataba de una mujer y por eso hasta había bailado con él. De

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seguro no se mostró hostil y malcriado y por eso le proporcionó

la dirección de su casa.

-Me echaron de mi casa, o más bien me escapé porque no

aceptaba la voluntad de mi padre.

-Entonces ya somos dos.

-Es que tú no entiendes: mi padre es diferente, no es como los

demás padres.

-Sí, eso es seguro -respondió Barni arqueando sarcásticamente

las cejas. Dibujaba en su mente la imagen de un padre casi tan

afeminado como su hijo, tal vez por eso aquel pobre cojudo

decía que no era normal. Después de todo quién no rechazaría la

idea de un papá maricón.

-Es mafioso -afirmó Jesús arreglándose innecesariamente el

pelo.

- ¿Mafioso? Éste es un pueblo de mierda y todavía nos damos el

lujo de tener mafiosos.

-La paz sea por todas partes.

- ¿La paz? -repitió Barni de manera inconciente sintiendo un

ruidito extraño en su estómago. -Yo me estoy muriendo de

hambre, me pasó la mitad del día entre guato y k‟olo y el tener

a una personita como vos hablando de esta forma tan… tan…

especial me emputa, no me agrada. Yo no soy lo que se dice una

persona muy fijadita, respetuosa o especial… así que me

disculparás si en medio de toda tu charla hago una pausa para ir

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a vomitar, o de prepo, me duerma.

Sí, así era Barni, una persona poco ceremoniosa, con muchas

complicaciones, traumas y fijaciones con personas interesantes

de personalidad estrafalaria (y eso que Jesús no había hablado

mucho). Era el típico jovencito prejuicioso sin miramientos ni

delicadezas a quien Jesús había empezado a amar locamente. Se

había enamorado de él en cuestión de unas escasas cinco horas,

doce San Mateos negros y tres porros truchos.

- ¿Me dejarías habitar tu morada? -preguntó de repente Jesús

con la mirada clavada en el cementado y sucio suelo después de

un prolongado y denso silencio en el que Barni había soltado un

par de suspiros de incomodidad más que de melancolía.

- ¿Habitar mi morada? ¿Quieres tirar? ¿Me la quieres mamar?

¿Quieres que ahora te dé por el ano o qué? -quiso saber un

iracundo, escéptico y fatigado Barni poniendo cara de asco.

-Quiero vivir contigo -aclaró su nuevo amigo imperturbable,

sereno y con amor en sus palabras.

- ¿¡Qué cosa!? ¿Estás ciego o qué mierda pasa contigo? -

inquirió el anfitrión con los ojos bien abiertos echándole una

miradita rápida a su diminuto cuarto que ciertamente la cueva de

una rata no tenía nada que envidiar, excepto tal vez la luz. -Aquí

puedo entrar apenas yo. Dime, ¿dónde se supone que dormirías?

-En la cama -dijo Jesús sosegado con los ojos clavados en el

suelo y su espalda reposando en la puerta.

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- ¿En serio? -manifestó Barni con una amplia y diabólica sonrisa

que se le desvaneció instantáneamente al notar que realmente su

nuevo amigo se veía muy dolido, como muy abandonado y

serio.

-Mi padre tiene muchos enemigos, pero ninguno como Szandor.

- ¿Y ahora qué? ¡Szandor! ¿Qué es eso?

-Un rival de mi Familia. Hace como un mes y diez días me

manifestó su deseo de tenerme, de unirme a él y así traicionar a

mi padre… y lo hice… ¡Traicione a mi padre! ¡Le fallé! -gritó

un extasiado y lloroso Jesús mientras Barni no sabía si hablar,

suspirar o abrazar al desvalido muchachito que se rehusaba a

mirarle a los ojos.

-Y este Szandor… ¿no podrías irte con él? Digo, no tienes una

bronca con él sino con tu padre. Él podría aceptarte y así no

estarías tan cagado como ahora, de todas maneras no es a él a

quien le has fallado, sino a tu padre.

-No quiero que mi débil condición me sea restregada en la cara

cada día. Porque soy débil, mi padre confió en mí, puso todas

sus esperanzas en mí, su único hijo y ahora le he fallado ¡No

merezco vivir!.

- ¿Qué cosas dices? ¡Agárratelas bien, Jesús! Tienes vida, eres

joven, no muy joven, claro, pero todavía no es tarde para

corregir tu vida y vivirla a tu manera, sin presión.

-Parece fácil, pero hay de por medio mucha gente, gente a la que

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yo tenía que hacerle un bien pues ellos también tuvieron fe,

creyeron en la promesa y a quienes también he fallado.

El desmedido dramatismo de Jesús empezaba a exasperar y

deprimir al pobre Barni que no veía la hora de sacar un cartón

de vino barato del fondo de su cajón para chantárselo y evitar el

sentirse vacío e invadido a la vez.

-Tengo dos preguntitas -se animó a decir Barni cuando su nuevo

amigo se hubo callado y simplemente se limpiaba la nariz y

secaba sus lágrimas con la manga de su chompa. -¿Por qué te

pintas así y por qué te dicen Manucho de cariño?

-Soy transformista. En mi casa jamás me permitirían travestirme

completamente. Lo arreglo todo diciendo que soy gótico, por

eso me maquillo de ésta manera. No niego que eso cause

revuelo y polémica en mi familia, pero como soy el elegido, el

escogido para cumplir la voluntad mi padre pues no le hacen

mucho caso a mis excentricidades.

-¿Excentricidades? Yo diría más bien que eres raro -comentó

Barni con el entrecejo divinamente fruncido. -Pero dime una

cosa, ¿eres el elegido de qué o qué?

-Eso explica mi sobrenombre, Manucho, pues se supone que yo

seré, o mejor dicho, iba a ser el próximo jefe de mi Familia.

- ¿El jefe?

-El nuevo jefe de la mafia local. He estado siendo preparado

toda mi vida para eso, y a eso fue a lo que renuncié, ¿ahora

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entiendes la dimensión de esta frustración que estoy

produciendo? Por eso siento que decepcione a mucha gente al

traicionar los predichos deseos de mi padre, por eso me tienes

aquí contigo, pidiéndote ayuda.

-Bien -dijo un agotado Barni tragando saliva y haciendo una

pausa para meditar muy bien lo que le iba a decir a Jesús, a ese

Jesús que le hacía un llamado, a ese Jesús que no conocía pero

que le provocaba ciertas sensaciones desconocidas (por lo

mismo buenas). En medio de toda esa atormentada existencia

insensible y poco contemplativa, Barni pudo darse cuenta que

algo poco común estaba apunto de tener lugar en su vida, de que

iba a tomar una decisión que nunca creyó posible debido a su

vacía rutina de bares, botellas y mediocres preparaciones de San

Pedro.

-Te prometo que no será por mucho tiempo.

-Que así sea entonces -volvió a decir Barni imaginando

ingenuamente que Jesús se refería a algún cambio que vendría

producto de la adquisición de algún trabajo o bien a alguna

decisión en torno a ese tal Szandor, a quien adoró en lugar de su

padre y por quien se desató la hégira aquella que estaba teniendo

lugar. -Pero te advierto que ronco por las noches y tiendo a

fatigarme tanto que hay días en los que amanezco en el piso.

-Todos tenemos nuestros propios demonios -dijo el escuálido

Jesús levantando por primera vez la vista para dirigirle una

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miradita rápida pero tierna a los ojos de su nuevo amigo.

Ya de noche, Barni Warner aguardó un poco para meterse al

sobre. No deseaba quitarse los pantalones o las medias delante

de aquel Jesús ensimismado y apagado, quizás por temor a ser

mórbidamente observado o quizás porque toda esa complejidad

le era imposible de entender.

-Yo te amo -le dijo de repente Jesús a su anfitrión. Él,

parándose en seco, solamente atinó a poner los ojos en blanco y

entrarse por fin a la cama.

- ¡Lo que me faltaba! Ahora qué, ¿Jesús es amor? -le preguntó

arrugando la comisura de sus labios con gesto gutural y gélido.

-Ayer velé contigo toda la noche, estabas tan borracho que temí

por tu vida. Nunca cerré los ojos, nunca apagué mi cigarrillo ni

descuide mi vino y aguardé a que despertarás, con la romántica

idea de que eras mi novio y yo la novia.

-Eres una loca, Jesús, de seguro con toda la mierda que llevas en

la cara te confundí con una mina, eso fue todo pues no

acostumbro ser un mierda con las mujeres, como tampoco

acostumbro ser “así” con un hombre. Yo no soy como vos,

hermanito -terminó por alegar Barni haciendo que Jesús cerrará

los ojos frustrado y colérico ¡Cómo odiaba que lo llamara

“hermanito”! Le resultaba algo tan displicente y poco

romántico.

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Ya pasado ese mal momento, Manucho se lavó la cara en

la pila del patio, regresó al cuarto y se sacó los zapatos, el buzo

y las medias y se acomodó al ladito de Barni, o mejor dicho, al

ladito de la espalda de Barni, pues éste no tenía el menor deseo

de sentir en su cara la respiración de su insólito compañero.

-Barni, yo te amo -terminó por decir depositando un beso en la

mejilla derecha de Barni, produciéndole un leve pero placentero

escalofrío que le recorrió toda la espalda, desde la nuca hasta el

coxis.

-Me das miedo -fue lo único que la hombría de Barni le permitió

decir ante esa tan desconocida y hermosa sensación que lo

invadió.

Contrariamente a lo que cualquier mentalidad cuerda y

sobria podría imaginar, a la mañana siguiente Jesús despertó a

Barni con una humeante taza de chocolate acompañada de una

deliciosa y dorada llaucha.

- ¿A quién le robaste todo esto, ah? ¡Además de raro, eres

ladrón! -le gritó a un timorato Jesús que tenía los ojos vidriosos,

esos ojos que cuidadosamente había vuelto a delinear y hasta

sombrear de un color púrpura.

-Es que olvide mencionarte que tengo dinero, no mucho pero sí

lo suficiente para no tener que robar-

-En verdad me das miedo, mucho miedo, amigo.

-Antes de abandonar mi casa agarré todos mis ahorros y me los

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traje conmigo -declaró Jesús con un humor visiblemente

mejorado: había ascendido de “hermanito” a “amigo‟. “Te

mencione de este tesoro en “El Cielo”, ¿tampoco te acuerdas?

-No -respondió Barni en un tono glacial. -Y si tienes tu puto

dinero, que como dices no es poca cosa, ¿por qué me acosas así?

¿Por qué carajo vienes a pedirme “mi morada” si bien puedes

costearte un lugar mejor que esta pocilga?

-Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es El Cielo -

manifestó Jesús con una hermosa sonrisa.

-Eso sí no te lo discuto -aceptó Barni pensativo - ¡Pero, no te

estoy preguntando eso!

-Es mejor que no lo discutamos, y tómate tu chocolate que se

enfría.

-¿Por qué un maricón de mierda va a tener que decirme qué

tengo hacer en mi propia casa? -pensó en decir un ofendido y

contrariado Barni, mas una sutil codicia le hizo detenerse por un

momento a reflexionar en lo que podría hacer ahora que tenía a

una gallinita poseedora de “huevos” de oro durmiendo en su

cama y que además le lamía el trasero dizque porque lo amaba.

Lo imperioso era mantener una buena relación, lejana pero

buena con el amaneradito y empalagoso “chico gótico” para ver

qué es lo que se podía conseguir.

- ¿Tú papá es un mafioso peligroso? -atinó a preguntarle Barni

al paliducho y abstraído Jesús que miraba con intensidad su taza

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de chocolate caliente, como si de esa manera pudiera enfriarla.

-Nunca ha matado a nadie… al menos no en persona. Pero es

muy bueno, es muy justo, tardo para la ira y grande en

misericordia. No te manda “un pase” sin antes proporcionarte

muchas alternativas para merecer el perdón.

-¿Qué crees que piensa ahora de ti?

-Debe haber entrado en una crisis, seguramente desea

encontrarme para decirme que me ama, que me perdona y que

todavía puedo cumplir la promesa que hizo sobre mí, a pesar de

la traición y todas las secuelas que lleva consigo una ofensa tan

mortal.

-Y, ¿sabe que eres así? -quiso saber Barni mirando con asco, de

pies a cabeza, a su nuevo amigo. Éste supo de inmediato a qué

se refería, lo cual lo asustó mucho.

-No, o tal vez sí. Ya te dije que debido a la promesa que hay en

mí, mis extravagancias me son perdonadas: el pelo, la cara, la

ropa. Debo admitir que todo eso me ayudó mucho a camuflar

bien mis tendencias y verdaderos deseos en la vida, y sobre

todo, mi gran amor por los hombres, porque habrás de saber que

yo los amo tanto que puedo dar mi vida por ellos.

-Eso es más de lo que deseaba saber -adujó nuestro querido

Barni dibujando un gesto nauseabundo en su cara mientras

dejaba su llaucha a medias pues el relleno blanco le había

arrebatado el apetito.

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-No soy feliz, Barni, no lo soy -dijo de repente Jesús

desarmándose por enésima vez en llanto. - ¿No quieres tomarte

un trago conmigo? Yo invito.

-¿No es muy temprano para eso? -preguntó Barni y se

sorprendió de sus propias palabras, pues ciertamente para él no

era nunca muy temprano o tarde, no había calor o frío que le

hiciera rehusarse a la idea de echarse un traguito y mandarse a la

mierda pues no tenía propósito alguno en la vida, como parece

que también acaecía con su nuevo amigo Jesús, el sensible,

próspero y amoroso Jesús de Sicilia.

-Estoy deprimido, no veo la hora de dejar ya de una vez este

calvario que sé que no me merezco y no me corresponde porque

no lo quiero, porque yo no lo busqué, no deseé lo que ahora

tengo y lo que soy. Mi mamá aceptó tener un hijo de mi padre y

permitió que éste decidiera todo en mi vida, nunca fui

consultado, nunca me preguntaron qué es lo que quería en la

vida ¡Qué clase de vida tengo que ni yo mismo pueda controlar!

Terminó por exclamar Jesús ya muy desolado y triste.

Producto de una repentina ansiedad se chantó su llaucha

introduciéndola entera en su boca y así, sin masticarla muy bien,

y con los ojos cerrados, se proporcionó a si mismo una especie

de flagelo incomprensible, tan incomprensible como los traumas

no resueltos que preocupaban y confundían a un Barni que no

cesaba de sobarse el estómago y la frente, por lo visto los

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desayunos cargados de lágrimas y flujos densos de conciencia le

caían mal tan temprano.

-¿Sabes qué? Mejor te acepto el trago de una buena vez.

Ya sentados en “El Cielo”, ambos tomaron presurosos un lugar

“a la diestra del padre”, que es cómo cariñosamente llamaban a

la barra cercana al barman que servía tragos muy bien „yapados‟

a los que farreaban cerca suyo, pues era en ese preciso lugar en

el que fluían ríos de leche y miel (cerveza y singani, para los

entendidos).

-¿Cómo sabes cuando estás deprimido?”, le preguntó Barni

secando su primer vaso de chuflay cargado a quemarropa, o

mejor dicho: a quema garganta. -Yo ando todo el rato de mal

humor y decepcionado de todos, hasta de mí mismo, ¿es eso la

depresión? -se aventuró a decirle el chico a un sombrío Jesús

que con desgano esbozó una tenue sonrisita, y es que su

compañero se las daba de payaso y bocón cuando tenía la

emoción de una farra tan prometedora como esa que estaba por

tener lugar en “El Cielo”.

-Yo tampoco estoy muy seguro de qué es la depresión, quiero

decir que es muy difícil poder definirla cabalmente.

-Habla claro, Einstein.

Jesús simplemente se animó a sonreír y sonrojarse ante tan

extraño adjetivo pues le pareció estar descubriendo el lado

antipático de aquel sujeto a quien tanto amaba y eso le pareció

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adorable. Le encantaba descubrir esos recovecos recónditos y

peligrosos en el alma del hombre que le gustaba y/o amaba.

-Sólo tengo dos palabras para poder decirte qué es lo que puede

ser la depresión: soledad enfermiza.

Ya después de oír eso, Barni empezó a creer que aquel hombre

que se decía a sí mismo Jesús de Sicilia, el elegido de una

desconocida familia mafiosa, era ciertamente diferente a las

demás abusivas e hipócritas personas con las que tan

acostumbrado estaba a beber. En ese personaje había algo

descomunal, algo entre subversivo y romántico, había mucho en

esa despeinada y oscura cabecita que penosamente escapaba a

su entendimiento. Ciertamente Barni empezaba a convencerse

de que su amigo sí estaba destinado a ser un buen líder, si no, un

inmejorable modelo a seguir. Claro, no sin antes quitarle su lado

más bien endeble, por no decir exagerado y nauseabundamente

afeminado.

-Estoy solo en la vida, amigo Jesús, ¿eso quiere decir que estoy

deprimido?

-No necesariamente, pero por cómo vives y por cómo eres

pues… creo que sí.

-Amén.

-Pero con mi amor todo puede cambiar, nos podemos hacer

compañía mutuamente, así la soledad enfermiza dejará de

atormentarnos y podremos ser por fin felices.

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-Yo soy feliz -declaró Barni que ya tenía cuatro chuflays en la

panza. El divino brillo en sus oscuros ojos se había acentuado de

manera tan maravillosa que Jesús quedó hechizado y paralizado

y fue feliz por muchos instantes, mágicos instantes, que

derivaron en un accidente que pudo evitarse, más no se quiso.

Debido a la seria intoxicación de Barni, éste se desvaneció, cayó

de su asiento y su pecho fue a chocar de lleno en la “diestra del

padre” produciéndole un breve desmayo.

-¡Eh, carajo! ¡Dile a tu novia que te cuide mejor! -le gritó uno

de los meseros que, también borracho, le lanzaba miradas

lascivas a un Jesús que, complacido, sonrío halagado, y es que

en ese tipo de almas atormentadas y oscuras la concepción y

entendimiento de las muestras de afecto pueden ser muy

complejas, tanto así que rayan entre lo vulgar y lo etéreo con

una barrera invisible entre ellas.

Pasaron casi tres semanas de aquel infausto accidente. No pasó a

mayores. Barni no creyó prudente agobiar a su nuevo amigo con

acusaciones y duras reprimendas que él sabía podían ser muy

crueles y que causarían una tremenda conmoción en el corazón

de ese ser que todo lo podía y todo lo sabía.

Barni siempre disfrutaba preguntarle cosas de la vida, de

cultura, de libros y hasta de ritos extraños. El buen Jesús

siempre le proporcionaba de buena gana toda la información que

le fuera posible concluyendo siempre todas sus enseñanzas con

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la reflexión “el pueblo perece por falta de conocimiento”.

Tan feliz llegó a ser la vida que desarrollaba este par, que el

tiempo no les alcanzaba para disfrutar el uno del otro. La noche

siempre llegaba con prontitud y el silencio lo hacía consigo, el

meticuloso y abusivo silencio que todo lo perturba y esconde.

Jesús se sentía más enamorado que nunca de Barni y éste, por su

parte, simplemente se dejaba adular, querer, adorar, pues tenía

muy presente que no sabía concretamente cuánto le iba a durar

toda esa gloria, o tal vez soberbia vanagloria. Empero, y

penosamente, como todo lo que bien comienza tiene que acabar,

toda aquella mágica estabilidad fue truncada cuando un día

llamaron ruidosamente a la puerta:

- ¿Jesús? ¿Hijo? ¿Estás aquí?

- ¿Padre? - preguntó un Jesús timorato a aquella atronadora voz.

- ¿Hijo, en verdad eres tú? -dio por respuesta la voz que se tornó

aún más amorfa, enérgica y hasta autoritaria.

-¿Qué hace usted aquí? ¡Váyase antes que…! -pretendía

contraatacar un vulnerable Barni cuando de repente la puerta se

abrió abruptamente y el cañón de una pistola que una mano

sostenía le impidió seguir haciendo escándalo. Era la mano del

padre de Jesús.

-Éste es mi hijo amado, en quien tengo complacencia -retumbó

la voz de aquel prepotente hombre que llenó de pánico tanto a

Barni como al propio Jesús. -No voy a permitir que eche a

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perder su vida con un pobre diablo como tú, hipócrita.

-Pero señor yo… -intentó decir el abochornado Barni tratando

de levantar la mirada hacía el padre de su nuevo amigo pero no

le fue posible.

- ¡No te atrevas a mirarme a los ojos! ¡Tú no eres mi hijo! -le

gritó el hombre que, por respeto (o tal vez un bien oculto

miedo), no nos vamos a tomar la molestia de describir,

propinándole una brutal patada en el estómago al inofensivo

chico. -No mereces siquiera estar en mi presencia ni dirigirme la

palabra.

-¿Qué quieres de mí, padre? ¿A qué has venido? -quiso saber

Jesús con la mirada caída y las manos atrás.

-Eres mi hijo, mi único hijo y no quiero perderte”.

-Ya lo hiciste, padre mío, ya no soy digno de pertenecerte ni de

estar bajo tu mando.

- ¡Eso es lo que tú quisieras! Pero no sabes que yo tengo el

poder, que soy omnipotente y que nada se me ha ido de las

manos en mucho tiempo. Y a ti te prometí ese poder sobre

serpientes, escorpiones y ratas, ¿no te acuerdas? ¿Cómo pudiste

cambiarlo todo por chuparle las bolas a ese estúpido y engañoso

Szandor? ¿Cómo pudiste desobedecerme?

-Yo lo quise así, padre, y no hay nada que puedas hacer para

cambiarlo.

- ¿Ah, no? ¡Cómo se ve que no me conoces, bastardo ingrato! -

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le dijo aquel señor escupiendo la cara de su hijo. -Ahora te

vienes conmigo porque yo así lo quiero y no hay nada que

puedas hacer para cambiarlo -terminó por decir el hombre

parodiando cruelmente la delgada y suavecita voz de su hijo.

Acto seguido tanto Jesús como su padre abandonaron la morada

de Barni que confundido no sabía con certeza qué hacer o qué

pensar, así que simplemente, y como de costumbre, soluciono

todo el quilombo pegándose una brutal y frenética borrachera,

sintiéndose completamente triste, vacío y solo, solo de una

manera enfermiza.

En todo el transcurso de sus posteriores farras en “El Cielo” no

paraba de gritar a los cuatro vientos, a conocidos y

desconocidos: - ¡Estoy deprimido! ¿Qué me ven? ¡Es normal! –

mientras recordaba sus últimos momentos con Jesús.

Rememoraba con ternura la manera en la que se le corría el

rimel de sus ojos cuando lagrimeaba y cómo se le pegaba en sus

labios el irresistible carmín de los labios de su nuevo amigo

después de besarse, y es que también Barni empezaba a sentir

que amaba a Jesús, sentía que estaba enamorado de él, aunque a

decir verdad ni siquiera sabía con exactitud qué era estar

enamorado pues nunca lo había estado, ni mucho menos de un

hombre.

Barni pasó como dos días enteros revolcándose en su cama,

dándose a la tarea de masturbarse furiosamente hasta producirse

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irritaciones y heridas en la piel que cubría su orgullo.

Al cabo de tres días se vio en la penosa necesidad de lavar su

sábana pues las manchas de ansiedad y abandono la tenían tan

tiesa y blanca que hasta las pulgas sentían asco al tener que

posarse ahí. Tendió la cobija en el patio de la casa y empezó a

baldearla. De pronto, una sombra apareció en medio de aquella

humedad blanquecina, desganada e insatisfecha. Cuando Barni

levantó la mirada se encontró con los mismos pelos alborotados

y el delineador discretamente acomodado en los ojos del hombre

(vestido completamente de blanco) que más había extrañado y

en el que más había estado pensando obsesivamente. ¡Era él!

¡Jesús! ¡Jesús de Sicilia! ¡Ese Jesús que amaba tanto a los

hombres! Ese Jesús de las grandes visiones y conceptos de la

vida, el Jesús del amor, el nuevo amor de su vida estaba de

regreso.

- ¡Volviste! ¡Estás de nuevo conmigo, Jesús! -exclamó Barni

llenó de felicidad, una felicidad que le extrañó mucho

experimentar, pues por lo visto tampoco sabía con seguridad si

alguna vez había sido así de feliz en su vida.

Dicho esto envolvió a Jesús en un sincero y desenfadado abrazo

para luego llevarlo a su morada para hacerle el amor, para

violentarlo, para besarlo hasta que le sangren los labios y darle

todo el placer y todo el amor que le fuera posible a aquel ente

que lo hacía todo por amor. Y es que para él, Jesús era amor por

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sobre todas las cosas.

-Gracias -fue lo único que dijo Jesús con los pelos aún más

enredados que nunca y el maquillaje totalmente estropeado.

-Gracias a ti, Jesús de mi vida -suspiró Barni apretujándose en el

cuerpo de un Jesús que tiritaba de la emoción.

- ¿Por qué ya no me dices más “hermanito”? -quiso saber el

amigo de Barni con los ojos bien abiertos.

- Porque ya te conozco bien, porque ya formas parte de mí.

- De cierto te digo que todo aquel que ame a los hombres puede

llamarse mi hermano.

-Seamos hermanos, entonces -resolvió Barni cerrando los ojos

satisfecho y realizado al saberse nuevamente completo, rehecho.

-No, tú sólo me amas a mí y no así a los hombres -aclaró un

sombrío Jesús pestañeando lentamente con un poco de

decepción.

-Las cosas no van a ser las mismas, Barni, ya nada va a ser

como antes.

- ¿En serio? Yo también creo que van a ser mejores.

-Yo no digo que vayan a ser mejores, más bien van a empeorar.

- ¿Qué pasa? ¿Te amenazó tu padre?

-No, pero sé que cuando esta enojado es muy cruel. Él era muy

malo antes, pero me decía que mi nacimiento lo había

suavizado, que le había transformado en otro tipo de persona y

que aún con el cumplimiento de la promesa que recaía sobre mí

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él se sentiría realizado, completo y que nunca más sentiría ira

contra nadie porque para eso estaba yo, para justificar el mal,

para abogar por los demás.

-Eso es mucha responsabilidad para ti. Creo que tu padre está un

poco desequilibrado, debe estar mal de la cabeza.

-¡No hables así de él! Te exijo que lo honres en mi nombre -le

recriminó Jesús a un sorprendido Barni que ya hacía mucho

tiempo que no usaba malas palabras y que, curiosamente, nunca

antes había injuriado en contra de su padre. Está demás explicar

que el desconcierto que eso produjo le hizo pensar a ambos

sujetos en la coherencia de sus actos. En uno todo estaba ya

predeterminado mientras que en el otro insensato nada estaba

escrito y todo podía pasar. -Mi Familia es muy estricta con este

tipo de cosas y te prometo que no se puede esperar un buen final

de todo esto.

-El pueblo perece por falta de conocimiento -se aventuró a decir

Barni expectante y por segunda vez Jesús no se mostró

estimulado ni siquiera mínimamente, más bien todo en él era

desconcierto, incertidumbre y ausencia de vida. Sí, parecía que

Jesús estaba muerto, muerto en vida.

El venturoso Jesús había cambiado drásticamente, ya no era el

mismo. Claro ejemplo de esa situación es que por primera vez

nuestro pasivo y juicioso Jesús dudó de su amor por los

hombres. Dudó de su condición de amante férreo de los bellos y

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enigmáticos hombres pues eso no le había traído nada valioso,

nada bueno para su vida. Tal vez ese desinterés por la

explicación, por la búsqueda de una respuesta a ese amor le

obstruía el camino a la comprensión de la verdad, de la realidad

bajo la que se desarrollaba la existencia de esos hombres a los

que él tanto amaba incondicionalmente, los mismos que no

daban un carajo por Jesús, excepto tal vez Barni.

Todas esas reflexiones llevaron a Jesús a formularle una

pregunta a su nuevo amigo:

-¿Estás enamorado de mí? -le preguntó sin mirarle a los ojos,

apretando sus puños con fuerza, una incomprensible fuerza que

posiblemente provenía de una cólera e inseguridad subyacente a

la que se negaba rotundamente a hacer caso.

-Sí, Jesús de mi vida, claro que sí.

-Pues de cierto te digo que todo aquel que me dice que me ama

no necesariamente lo hace, de labios me honra, mas en su

corazón me aborrece. Por eso querido Barni, creo que no estás

enamorado de mí.

- ¿Qué dices? ¿Cómo puedes estar seguro de eso? ¿Cómo

puedes decirme eso?

-He sufrido mucho en la vida, he sido vapuleado, ultrajado,

perseguido, sentí dolor que tú jamás imaginarias posible en un

ser humano.

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- ¿Pero quién ha sido capaz de hacerte algo así? ¡Carajo! ¡Dime

que yo le saco la mierda!.

-No te pongas celoso, hombre de poca fe. Han sido muchos que

lo hicieron por ti.

-Habla claro de una vez porque estoy empezando a perder la

paciencia -se animó a decir Barni sin querer. Empero, es

valedero reconocer que la reacción del chico es justificada, no se

sentía contento con el cambio que se había producido en Jesús.

- ¡Ay, Barni! No me sorprende que empieces a soltar tu ira y

rencor reprimido contra mí, ya sé que sólo quieres que haga

cosas que te gusten y te hable bonito y de cosas irreales para que

puedas sentirte bien contigo mismo, ¿no es así? ¿No es eso lo

que buscas en mí?

- ¡Cabrón de mierda! ¿Después de todo lo que hemos pasado me

hueveas con estas macanas? ¡Eres peor que mi anterior ñata!

¿Por qué no disfrutamos de nuestro amor, de nuestra compañía,

como me decías antes?.

-No, ya no quiero. Para que lo entiendas bien: he llegado a un

punto en el que ya no sé bien qué siento, como tampoco tengo

claro qué es lo que hago aquí, contigo. Toda mi vida dudé del

destino que estaba predeterminado, y ahora que me he rebelado

no estoy dispuesto a otorgar más licencias ni renunciar a nada

más ¡Deseo ser feliz!

- ¡Pues ándate, loca de mierda! ¡Ándate a buscar tu felicidad

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donde te dé la puta gana! Yo no te pedí que volvieras.

-Pero igual lo hice, porque todo aquel que en mi cree no se

pierde, mas…

- ¡Ya, callate! Me emputas cuando te haces al filosófico y te

quieres hacer al pendejo conmigo.

-Pero así me quieres, por eso me necesitas y dices que estás

enamorado de mí. ¿Ves que no te estoy mintiendo, Barni? No

digo algo que te gustaría escuchar y te enojas conmigo, ha de ser

por algo.

- ¿Por qué no te mueres?

- ¿Oh, sí? ¿Morir por los hombres? No creas que no lo he

pensado… y que no estoy dispuesto a hacerlo.

Dicho esto Jesús, sorbiendo moco y secando las negras y

diminutas lagrimas que se le escabullían por sus mejillas se paró

cerca de la puerta y con los ojos bien cerrados se puso a tararear

una canción de The Cure, esa de “Friday, I‟m in love”

(casualmente era viernes), con los brazos extendidos, las manos

bien abiertas y una sonrisa demencial. Barni sintió pena por

aquel individuo que se decía a si mismo el elegido para manejar

un rebaño de mafiosos cuya sensibilidad y complejidad

superaban con mucho a la de cualquier persona que hubiese

conocido en su vida. Lo único coherente (y no cruel) que se le

ocurrió hacerle al estrafalario y afeminado Mesías de la mafia

fue obsequiarle un beso en la mejilla. -Es italiano, estoy seguro

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que no me lo tomará a mal -pensó Barni erróneamente.

- ¿Con un beso me despides? -preguntó un Jesús entumecido y

airado. -No me subestimes, en verdad quiero morir por los

hombres. Porque de tal manera los amo que ofrezco mi vida

para no tener que pensar más en ellos, para no tener que seguir

sufriendo por su rechazo y su hipocresía.

Terminó por alegar Jesús y tomando uno de los inmensos y

afilados clavos que yacían en el piso, que de seguro caían del

techo de calamina, se lo clavó en el pecho, justo en el corazón.

Hundió el acero, enérgica y raudamente, en su cuerpo

cortándose la piel hasta llegar al hueso, traspasó toda la carne y

no paró hasta estar todo untado de sangre y un líquido

transparente que de inmediato se supo que eran lágrimas. Barni,

todo extrañado, sintió una tenue excitación al ver palidecer a su

nuevo amigo: los ojos perdidos, la boca trémula, las manos

pálidas pero rojas como sus labios, todo le producía cierto tipo

de lascivia. Poco a poco Jesús fue desvaneciéndose, arrastrando

su espalda por la puerta hasta por fin desaparecer mientras

trataba de esbozar en sus locos labios una franca sonrisa: al

parecer por primera vez se sentía pleno, realizado, dichoso ¡Era

feliz! Y desaparecía…

-¡Ay, Manucho! Ya te consumaste -terminó por decir nuestro

querido Barni persignándose con una mano y sobándose la

entrepierna con la otra. Y así, sin esperar el último suspiro de su

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otrora nuevo amigo, a quién ya había perdido completamente de

vista, cerró su puerta con llave, tomó la foto de su prima, se

tendió de espaldas en su cama y se masturbó frenéticamente

hasta producirse una irritación en la piel que cubría su pena.

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