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Byron Preiss y Michael Reaves
El ltimo Dragn
Ilustraciones: Joseph Zucker
CRCULO DE LECTORES
Titulo de la edicin original: Dragonworld Traduccin del ingls: Hernn Sabat,
cedida por Editorial Timun Mas, S.A.
Diseo: Winfried Bhrle
Ilustracin de la sobrecubierta: Jos Verdejo
Ilustraciones de] interior: Joseph Zucker
Crculo de Lectores, S.A.
Valencia 344, 08009 Barcelona 1357939128642
Licencia editorial para Crculo de Lectores
por cortesa de Timun Mas, S.A.
Est prohibida la venta de este libro a personas que no
pertenezcan a Crculo de Lectores.
1979 by Byron Preiss Visual Publicantions, Inc. Ilustraciones: 1979 by Byron Preiss Visual Publications, Inc.
Editorial Timun Mas, S.A., 1989
Depsito legal: B.33324-1993
Impresin y Encuadernacin: Printer industria grfica, s.a.
N. II, Cuatro caminos s/n, 08620 Sant Vicen dels Horts
Barcelona, 1993. Printed in Spain
ISBN 84-226-4759-1 N 29231
El ltimo Dragn
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A la memoria de mi to,
David Gold, a quien le encantaba
hacer rer a los nios.
B. P.
A mi abuela,
Lela Donaldson.
J.M.R.
A mis padres, Pearl
y Jack Zucker, con amor.
J. Z.
Byron Preiss Michael Reaves
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RECONOCIMIENTOS
La presente obra ha significado un gran esfuerzo para sus tres autores y espero que en el relato
quede reflejado el cario y el inters que pusimos en su produccin.
Son muchas las personas que nos ayudaron con su amistad y apoyo, pero dos de ellas tuvieron una
participacin muy especial en su publicacin. La primera es nuestro director literario, Roger Cooper,
quien no slo apoy la obra desde la primera vez que la vio, sino que particip con nosotros en todos los
cambios y retoques que siguieron. Su entusiasmo, dedicacin, comprensin, cortesa y amistad personal
nos han sido tan especiales e importantes que merecen ser considerados como un hermoso regalo.
Nuestra directora de originales, Betty Ballantine, no slo es una persona clida y encantadora, sino
tambin la primera dama en el negocio del libro de bolsillo de Estados Unidos. Disfrutar de su
experiencia en la preparacin de este libro ha sido un placer extraordinario y desde entonces cuenta con
todo nuestro respeto y afecto.
Tambin deseamos dar las gracias a Kenneth Leish, director de las ediciones de bolsillo de Bantam,
y a Beverly Susswein, directora administrativa, por su excelente colaboracin.
Michaelyn Bush, directora literaria adjunta de Bantam Books, ha sido una buena amiga y un
magnfico enlace con la red de oficinas administrativas de nuestro editor. Shirley Feldman, nuestra
fabulosa mecangrafa, trabaj denodadamente para cumplir con plazos de entrega mnimos y descifrar
nuestras correcciones. Ambas han tenido una paciencia de santo.
Durante la preparacin de este texto nos han prestado tambin su apoyo las siguientes personas:
Edmund Preiss, Pearl Preiss, Ian Ballantine, Joan Brandt, Sydny Weinberg, Alex Jay, Len Leone,
Lurelle Cheverie, Michael Deas, un dibujante delicado y con talento, Mary Inouye, Neal Adams, Ralph
Reese, Joe D'Esposito, Maurice Sendak, Bunny Kerth, David M. Dismore, Dena Ramras, Bea Decker,
Robert W. Shea, Lisa Goldstein, Chris Lane, Theodore Sturgeon, Norman Goldfind, Richard Lebenson,
Seth McEvoy, Tappan King, Mark Passy, Sheryl Sager y Phylis Asman, Gary Reinhardt, Ira Turek, Buni
Stensing, Richard Egielski, Don Goodman y Katherine Rice. A estas personas, y a otras que por
accidente no se han citado, nuestro agradecimiento.
Quisiera dar gracias a Dios por concedernos la capacidad para hacer esta obra.
Byron Preiss
El ltimo Dragn
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ra ya bastante ms de media maana cuando Johan, hijo de Jondalrun, se asom al borde de los
acantilados y contempl a sus pies el estrecho de Balomar. Apart de su frente unos rizos de
cabello rubio y mojado y entrecerr los ojos ante el resplandor del sol. Johan estaba cansado.
Haba iniciado la ascensin antes del amanecer y transportaba el Ala con delicadeza, mientras se abra
camino por las colinas cubiertas de tupidos matorrales hasta llegar a los acantilados del norte. Pese a
todas las precauciones, la superficie de cuero tensado y el armazn de madera del Ala mostraban los
araazos causados por los arbustos espinosos y alguna que otra piedra de cantos afilados. El ltimo
tramo de la escalada haba sido el ms difcil; la brisa marina haba hecho que el Ala saltara y se
encabritara como un semental. Sin embargo, Johan continu adelante con tenacidad. Tena intencin de
volar aquel mismo da y no iba a renunciar a ello por nada del mundo.
El muchacho estaba sentado ahora sobre una roca enorme, tras haber asegurado el Ala
cuidadosamente detrs de la pea. Comi un melocotn del huerto de su padre y alz la mirada hacia las
nubes de algodn mientras la brisa secaba el zumo de la fruta en su barbilla.
Era el hijo de un agricultor, joven pero fuerte y gil. Un viento agradable jugaba con su cabello,
cuyos mechones le acariciaban el rostro con un cosquilleo. Johan se encogi para resguardarse del ligero
fro de la primavera de Fandora y se felicit a s mismo por su osada. Su padre, Jondalrun, se enfadara.
Poner en peligro la seguridad por el placer era una tontera, algo propio de simbaleses, pero Johan haba
visto a Amsel planeando sobre aquellas mismas nubes una maravillosa maana, volando con la libertad
de un Dragn de leyenda; por eso saba que volar era mucho ms que un placer y que el riesgo mereca
realmente la pena.
Llevarse el Ala haba resultado fcil. El rbol gigante que formaba parte de la casa de Amsel se
alzaba al lado de la planicie de Prados Verdes y sus enormes ramas superiores quedaban al nivel del
borde del acantilado. Johan slo haba tenido que llegar hasta el rbol, descender hasta la rama donde
estaba guardada el Ala y volver con ella sobre sus pasos. Se previno a s mismo de no caer en el fcil
vicio del hurto. Slo esta vez y nunca ms. Con Amsel ya se disculpara ms tarde, cuando la devolviera.
Ahora, Johan estaba descansado; ya haba dado buena cuenta de todos los melocotones y el
momento no poda ser mejor para volar. Llev el Ala hasta el borde del acantilado. Un halcn pas
volando muy por debajo de l, pegado a la pared rocosa, con las alas inmviles. Esprame, pens Johan.
Yo te ensear a volar, halcn.
Colocado al borde del precipicio dirigi con cuidado el Ala hacia el viento. Cuando el cuero
empez a vibrar y a hincharse con la corriente ascendente, agarr con fuerza la barra de direccin bajo el
armazn de madera y desliz los pies dentro de las correas, como Amsel le haba enseado cierta vez. A
continuacin, se coloc de cara al ocano. Por primera vez, not un miedo fro extendindose bajo su
corazn. Y si volar no resultaba tan fcil como pareca? Pero ahora ya era demasiado tarde. El peso del
armazn lo impuls hacia delante, Johan slo pudo dar un empujn con los pies y convertir el sbito
descenso en un torpe salto. El aire del mar golpe sus mejillas y Johan lanz un grito de terror. Estaba
cayendo! El invento de Amsel haba fallado y Johan empez a rezar por su vida. Con los ojos casi
totalmente cerrados, movi su cuerpo desesperadamente a un lado y a otro y, tras una eternidad, not que
el aire empezaba a sustentar la vela de cuero. De pronto, ya no estaba cayendo sino elevndose. Abri los
ojos: una nube de gaviotas indignadas estall en chillidos a su alrededor, protestando por la invasin.
Estaba volando!
Sostenido por el viento risueo, Johan prob a desplazar el peso de su cuerpo, aprendiendo los
secretos del vuelo. Mientras sobrevolaba las aguas, fue adquiriendo el dominio sobre el Ala con rapidez.
Qu bellsimo resultaba! Durante sus ocho aos de vida, Johan apenas haba conocido otra cosa que el
surco y el arado, la grada y la cosecha. Esto era totalmente nuevo, esto era maravilloso! El aire le arda
dulcemente en los pulmones y luego estallaba en sus labios en un grito de placer, mientras trazaba
crculos y ensayaba picados.
E
Byron Preiss Michael Reaves
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Cuando pas la euforia inicial, Johan empez a estudiar el paisaje que tena a sus pies. Estaba
planeando en una corriente ascendente constante, justo encima de los acantilados cortados a pico. El
estrecho de Balomar separaba su tierra, Fandora, de la difusa costa prpura que se adivinaba al este. Tras
las nieblas que cubran aquella orilla estaba Simbala, hogar de los misteriosos jinetes del Viento, de
quienes tanto desconfiaban.
En sus escasos das de asueto, Johan sola acudir a los acantilados con sus amigos Doley y Marl y
all se sentaban durante horas, mirando hacia el este, con la esperanza de ver las esplndidas Naves del
Viento de Simbala en su avance majestuoso y lento. Era bien sabido que los simbaleses eran magos y
hechiceros, y que incluso el menor de ellos poda agostar un maizal con slo mirarlo. Aunque Johan y
sus amigos saban que no deban interesarse por las Naves de los brujos, seguan acudiendo all con la
esperanza de vislumbrar entre las nubes las velas de las lejanas Naves del Viento.
Ningn fandorano haba visto jams de cerca una de aquellas Naves. Hasta la semana anterior,
ninguna haba atravesado nunca el estrecho de Balomar. Johan record los relatos de los mensajeros que,
con los ojos abiertos de espanto, haban trado la noticia de una Nave que haba surgido del cielo sin
previo aviso, batiendo las velas como si fueran la capa de la Bruja del Invierno, hasta que se estrell
contra la buhardilla de un alto edificio de viviendas de Gordain. De la pequea Nave situada bajo la vela
haba cado una lluvia de pavesas que provoc un incendio en el que haban sufrido daos media docena
de casas. En la Nave no se encontr a ningn jinete, y su cada se haba atribuido a la magia de Simbala.
Johan surc el aire vertiginosamente, trazando un gran arco sobre el agua. Los sim, como tambin
se llamaba a los simbaleses, en opinin de los mensajeros, tenan que ser magos. Cmo, si no, podan
hacer volar sus barcos? Sin embargo, pens Johan, aqu estoy yo, volando tan deprisa como cualquier
sim y no tengo nada de mago. El muchacho haba visto a Amsel construir el Ala con sus manos, sin
hechicera. Y si los sim haban construido sus Naves igual que Amsel haba fabricado su Ala?
A mucha gente, su padre incluido, le preocupaba la posibilidad de otro ataque de los magos de
Simbala. Y si no eran tales magos, sino humanos como Amsel y el propio Johan? Tal vez el temor a los
simbaleses no tuviera fundamento alguno, despus de todo. Quiz su amigo Amsel tena razn cuando
deca que no se debe tener miedo a lo desconocido por el mero hecho de serlo.
Eufrico de poder volar, Johan tuvo la seguridad de que podra convencer a su padre, y a todos los
dems, de que Amsel era un hombre clarividente. Los sueos de Johan se remontaron ms arriba incluso
que el Ala que lo sostena y en ellos, su amigo Amsel, aquel hombre tmido y extrao, enseaba cosas
maravillosas a los fandoranos. Y l, Johan, se converta en su aprendiz y tena acceso a todos los secretos
e inventos maravillosos que llenaban la casa de Amsel en el bosque...
Johan surc el cielo de la radiante maana, feliz como nunca. Vol y so y, ocupado en sus
sueos, permaneci ciego ante la pesadilla que se le echaba encima, hasta que fue demasiado tarde.
La visin y el grito de terror surgieron simultneamente: mientras desde unos setenta metros de
altura Johan descenda en picado sobre una blanca playa en forma de hoz, vio cmo su pequea sombra
quedaba cubierta por una enorme mancha oscura, con alas como de murcilago. Escuch un chirrido
ensordecedor y, a continuacin, lo sacudi un huracn, producido por aquellas alas gigantescas. Al
instante, los sueos dieron paso a la oscuridad y el soador cay hacia la muerte. Johan apenas tuvo
tiempo de advertir lo que suceda; el cuero desgarrado y el armazn de madera hecho astillas empezaron
a caer y l tambin, gritando y agarrndose al viento burln. Mientras caa, pudo ver por un instante al
Dragn, con la boca abierta, borrando de la vista el resto del mundo. El dolor fue piadosamente breve.
El muchacho tardaba. El da empezaba a declinar y Johan no haba vuelto para guiar el caballo del
arado por el campo norte, ni para ayudar a escurrir la humedad de la fibra de yithe. La cena de tortas de
maz y pescado se haba enfriado en el plato. Tardaba, como ya haba hecho otras veces, y su padre,
Jondalrun, estaba enfadado.
Jondalrun era un hombre gris y cubierto de polvo, un campesino de Fandora. Posea dos pequeos
El ltimo Dragn
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campos, una casa de madera y un establo, y trabajaba desde el alba hasta el anochecer arando la tierra y
cuidando del ganado. En verano, llevaba diariamente sus productos al mercado de Tamberly, a un
kilmetro y medio de su casa. Era un Anciano del pueblo, uno de los tres que presidan las espordicas
sesiones dedicadas a resolver los problemas y las quejas propios de cualquier pequea comunidad.
Jondalrun apenas sonrea; rara vez tena motivos. La piel alrededor de sus ojos era tan oscura y
estaba tan llena de surcos como los campos que rodeaban su casa, y los cabellos y la barba le llegaban
casi hasta la cintura. Portaba un slido bastn de madera de roble y tena las manos tan nudosas que
resultaba difcil saber dnde terminaba la extremidad humana y dnde empezaba la madera. Era un
hombre que pensaba que no poda quejarse de su suerte en la vida. Con todo, haba veces en que hunda
el arado en la tierra pedregosa como si tuviera en las manos una espada, o que trillaba el grano como si
estuviera utilizando un ltigo. Llevaba treinta aos trabajando la tierra y haca veinte que era padre.
Jondalrun pens en su hijo mayor, Dayon, que haba dejado la casa cuatro aos atrs, y frunci el
entrecejo sacudiendo la cabeza. Estara resultando Johan otro vagabundo como su hermano? Por qu
no entenda el muchacho que siempre haba trabajo que atender? La vida era dura, y as deba ser. Las
personas no estaban hechas para vivir como los simbaleses... Como los ricos, decadentes y perfumados
simbaleses.
Jondalrun ascendi lentamente por el sendero serpenteante hacia los acantilados. Haba educado a
Johan lo mejor que haba sabido, como habra cuidado un campo de mijo o de cebada, con cuidado y
dedicacin metdicos. Rara vez demostraba su afecto, aunque siempre estaba presente. A l le haba
bastado cuando era nio y, por tanto, deba bastar para cualquiera. Evidentemente, no haba sido
suficiente para Dayon y, ahora, pareca no serlo tampoco para Johan...
Preocupado, sacudi la cabeza. La culpa no era suya. Johan no tena por qu andar jugando cuando
haba trabajo que hacer. Con gesto ceudo, se dio unos golpecitos en la mano con el bastn. No lo
llevaba slo para ayudarse en sus ascensiones a los acantilados junto al mar pues, aunque ya era viejo, las
dcadas de trabajo en el campo bajo el clido sol lo haban endurecido, adems de bronceado. Tambin
llevaba el bastn porque Johan tena que aprender una leccin. Igual que su hermano antes, el muchacho
era demasiado dado a los juegos. Era momento de que madurara.
Jondalrun estaba seguro de que la travesura de Johan deba tener alguna relacin con aquel
chiflado de Amsel el de las ideas raras, el loco que llenaba constantemente la cabeza de su hijo con
pensamientos peligrosos. Una vez ms, record a Johan diciendo que, segn Amsel todo tena vida: las
rocas, el aire, el cercado de mimbres y adobe del establo; todo. La nica diferencia era el grado de vida
de cada cosa, su conciencia, segn lo haba denominado Amsel. Desde entonces, Johan se resista a
romper los terrones de tierra en los surcos por miedo a matarlos. Jondalrun volvi a menear la cabeza
con gesto severo. Amsel era peligroso, sin duda. El ermitao tena que ser un simbals. Jondalrun estaba
seguro de que tena alguna relacin con el ataque sim en Gordain.
Super la ltima cuesta del sendero y fue a salir sobre un precipicio, con el ocano al fondo.
Parpade ante la intensidad del azul marino y la majestuosidad de los picos y torres naturales de los
acantilados. La tierra, rica en hierro, mostraba franjas en distintos tonos marrones y rojos que se
confundan con la blanca arena en el fondo del precipicio. Jondalrun contempl cmo las olas se libraban
de las algas con las rocas, como si stas fueran peines, y escuch el agudo chillido de las gaviotas.
Respir profundamente y, a regaadientes, se permiti paladear el aire salado. Cuando era un muchacho,
muchas veces haba disfrutado explorando las cuevas y grietas de aquellos acantilados. Le produjo una
extraa sensacin de alivio saber que continuaban all, inmutables desde su juventud. Permaneci un
largo y tranquilo minuto contemplando la belleza del lugar, sintindose culpable por permitirse disfrutar
de ella. Entonces, de pronto, record algo que su esposa le haba dicho haca aos acerca de Dayon:
Unas piernas jvenes no pueden recorrer constantemente el mismo camino trillado de la casa al
granero, haba dicho ella. Tienen que poder subir montaas y correr por las olas tambin. Jondalrun
contempl el mar. Su esposa estaba muerta y Dayon se haba marchado haca mucho tiempo. Johan, al
menos, cumpla sus tareas, aunque tarde en ocasiones. Record las veladas de su juventud, mirando
cmo los pescadores de los acantilados arrastraban las redes repletas por las paredes de roca pura y
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escuchando boquiabierto sus leyendas de Dragones y de serpientes marinas gigantescas. Jondalrun
permaneci all, murmurando en voz baja, perdido en los recuerdos de su niez. Entonces record el
motivo del viaje y frunci el entrecejo nuevamente, tratando de recuperar la clera que, sin saber cmo,
lo haba abandonado. Intent reavivarla pensando en Amsel pero ni siquiera eso le hizo sentirse
enfadado con Johan. Su hijo era un buen muchacho. Bueno, pens, tal vez en esta ocasin no le azotara
la espalda con tanta fuerza. Quiz no lo sacudira en absoluto. No deseaba perder a otro hijo...
Fue en ese momento cuando el viejo vio los restos del artefacto en la playa a sus pies, impulsados
suavemente por las olas, y el cuerpo inmvil cuyas ropas reconoci.
Sigui a esa visin un instante de tristeza y dolor. Jondalrun se descolg por salientes rocosos que
se desmenuzaban bajo su peso, se desliz por empinadas pendientes y taludes y sufri dos cadas que le
dejaron sin aliento durante un buen rato. Por fin, mientras estaba arrodillado en la playa sosteniendo
entre gemidos en sus brazos el cuerpo roto de Johan, alz la mirada por un instante hacia el acantilado y
se pregunt fugazmente cmo haba logrado culminar aquel descenso imposible. Sin embargo, no haba
sitio para pensar en aquello, no haba lugar para nada salvo para aquel dolor mudo, desconsolador.
Permaneci en la playa un largo rato, sin nocin del tiempo, hasta que la luna hubo salido y la marea
creciente le empap las piernas. Entonces, arrastr con suavidad el cuerpo de Johan hasta la arena seca.
Las piernas rotas del muchacho estaban enredadas en unas correas de cuero sin curtir y, por primera vez,
Jondalrun examin el artefacto destrozado.
Era de Amsel, el ermitao; Jondalrun lo habra asegurado aunque no hubiera visto la runa
inconfundible grabada en la vela de cuero. Jondalrun haba odo contar historias del Ala voladora del
inventor. As pues, Johan haba echado a volar como un pjaro joven e inexperto, seducido por las locas
ideas de Amsel. Jondalrun mir a su alrededor. Los restos estaban repartidos en una extensa superficie,
como si algo hubiera destrozado el Ala a gran altura sobre el mar. Adems, la resistente vela de cuero
estaba hecha trizas, igual que las ropas de Johan: desgarradas y hechas jirones. Alz los ojos hacia el
firmamento, buscando una razn. Contempl las costas lejanas de Simbala, iluminadas por la luna al
otro lado del estrecho y, recortada contra la luna casi llena, vio la silueta de una Nave del Viento que
avanzaba lentamente hacia el este.
Jondalrun la observ, temblando. Levant el bastn lentamente; la madera despidi un fuego
helado de rabia.
Mi hijo ha muerto dijo. Mi hijo ha muerto! grit. Quemar vuestros rboles por lo que habis hecho! Har correr tanta sangre por vuestros ros que el mar se teir de rojo! Magos o no,
temeris mi presencia! Mi hijo ha muerto y ser vengado!
El ltimo Dragn
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ra la hora de la cena en Tamberly y el aire del atardecer esparca el agradable olor de los guisos
y del pan en el horno. Los perros estaban tendidos bajo las contraventanas, abiertas de par en par,
lamindose las quijadas y mendigando las sobras con sus gaidos. Las paredes encaladas de las
casas casi se tocaban en las estrechas callejas, por las que caminaban todava algunos buhoneros y
afiladores voceando sus mercaderas. De la taberna El Bosque Gris llegaba el sonido de las jarras de
cerveza al chocar y las voces de los vigilantes que se jactaban de diversos regalos que haban recibido.
En la pequea plaza del pueblo, un correo acababa de dejar su sediento caballo junto al bebedero y
estaba fijando en la pared del edificio principal un aviso de una venta de grano y ganado en Cabo Bage.
Unas mujeres cansadas, con sus faldas largas manchadas de andar por la cocina, perseguan a sus
traviesos pequeos para hacerles entrar en casa a cenar. Unos faroles colgados de los canalones de los
tejados o en los extremos de unas prtigas iluminaban las calles. Era un momento de felicidad y descanso
en la jornada, pero el bullicio de las calles fue apagndose gradualmente. Las ruedas del carro de uno de
los buhoneros dejaron de chirriar y de retumbar sobre el empedrado; los msicos callejeros dejaron de
tocar a media nota; los gritos felices de los nios se perdieron en el silencio. Caminando lenta,
dolorosamente por la plaza principal de Tamberly avanzaba el Anciano Jondalrun, con la mirada fija y
abatida, las lgrimas brillando en las arrugas de sus mejillas y, en sus brazos, el cuerpo roto de su hijo
Johan.
Los transentes contemplaron la escena con mudo horror. Jondalrun penetr en el charco de luz
amarilla de un farol, se detuvo y grit:
Justicia para mi prdida! Mi hijo ha sido asesinado! El grito reson por todo el pueblo, llenndolo de dolientes ecos. Las persianas se alzaron y las
contraventanas se abrieron, y los vecinos asomaron la cabeza. Jondalrun continu calle abajo, repitiendo
el grito cada pocos pasos. Detrs de l, delante de l, por toda la calle, empezaron a crecer los murmullos,
primero inquisitivos y luego llenos de compasin. Un joven, enardecido por la escena, salt desde una
ventana hasta un tejado inclinado y de ste a la calle, y empez a caminar junto al viejo campesino al
grito de s, justicia!. Pronto se le unieron otros y lo que haba sido el grito de un solo hombre, se haba
convertido en un coro cuando Jondalrun y la comitiva llegaron ante la casa del Anciano Jefe.
Jondalrun no prest atencin a sus acompaantes. Continu su camino con paso rgido, como
sonmbulo, detenindose nicamente para pregonar su lamento. La gente del pueblo se apartaba,
abriendo paso al hombre y a quienes le seguan. Jondalrun se detuvo ante la casa de Pennel, el Anciano
Jefe. La multitud que le haba seguido se qued mirando y esperando. Si alguna vez un pueblo contuvo
su aliento colectivo, as sucedi en Tamberly en ese momento.
Pennel! grit Jondalrun. Justicia para mi prdida! Mi hijo ha sido asesinado! Durante unos instantes, no hubo respuesta. Luego, se abri con un crujido la contraventana de la
cocina y una mujer con un moo de cabello canoso se asom. Abri los ojos como platos y se retir de la
ventana, cerrndola sin hacer ruido. De nuevo, rein el silencio; luego, se escucharon unos pasos en el
interior. La puerta de bisagras de hierro se abri y Pennel sali al umbral.
El Anciano Jefe era un hombre delgado y menudo con unos ojos grandes y miopes. Haba echado
una siesta antes de la cena y todava llevaba las ropas arrugadas y el pelo despeinado. Cruz la puerta
bostezando, apartndose el cabello de los ojos, y se encontr ante el hombre con su hijo muerto; conoca
a ambos desde haca aos.
La multitud esper.
Jondalrun se limit a decir:
Trae a Agron. Hablaremos. Entonces, Jondalrun se volvi hacia un carro y un caballo que estaban cerca. Con gran ternura,
dej el cuerpo de Johan sobre la paja, subi al pescante y tom las riendas. El propietario del carro, que
se hallaba entre la multitud, hizo ademn de protestar pero Pennel le indic con un gesto que se callara.
Jondalrun chasque las riendas y el caballo empez a trotar, haciendo resonar sus pezuas sobre el
E
Byron Preiss Michael Reaves
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empedrado.
Nadie se movi hasta que hubo doblado una esquina de la serpenteante callejuela y se hubieron
desvanecido los ecos de su paso. La gente del pueblo, como liberada de un embrujo, se dividi entonces
en pequeos grupos que se enfrascaron en animadas conversaciones. Pennel apoy las manos en la
barandilla de madera que tena ante s y apret con fuerza. Dej escapar el aliento con un gran suspiro,
parpade y volvi la mirada hacia el hombre cuyo carro acababan de llevarse.
Busca a Agron le indic. Dile que se rena conmigo en casa de Jondalrun. Vio correr al hombre calle abajo, dndose importancia porque llevaba una orden del Anciano Jefe.
Pennel se mir las manos otra vez. Las tena temblorosas.
No saba qu poda haber trado la muerte violenta a Tamberly, y tena mucho miedo de
averiguarlo.
Agron tambin era un hombre delgado y menudo; de hecho, se pareca lo suficiente a Pennel para
ser su hermano. Sus temperamentos eran tambin muy similares; ambos eran taciturnos, hablaban en voz
baja e iban al grano, y eran conservadores en su indumentaria. Cada uno consideraba al otro
decididamente seco y reservado. En una cosa estaban de acuerdo, sin embargo, y era en su afecto por el
avinagrado individuo que completaba el tro de Ancianos del pueblo. Cuando Agron se enter de la
prdida de Jondalrun, ensill a toda prisa el caballo y sali del pueblo al galope por el camino
polvoriento que bordeaba las colinas de Toldenar hacia el sur, en direccin a la casa de Jondalrun.
En el establo, varias vacas todava por ordear lanzaban mugidos lastimeros. Pennel y Agron
subieron apresuradamente los peldaos de piedra que llevaban a la casa, donde encontraron a Jondalrun
desplomado sobre la manta de lana, junto a su silla favorita. En el dormitorio, el cuerpo de Johan
reposaba sobre el lecho, que tena la colcha manchada de sangre oscura.
Pennel se volvi hacia Agron.
Tenemos que actuar por l murmur. Agron asinti y entre los dos bajaron el catre de la buhardilla de Johan. Agron prepar un fuego en el hogar, pues el fro nocturno empezaba a notarse, y
acerc el calientacamas a las llamas para ponerlo despus en el lecho de Jondalrun. Mientras la casa se
calentaba, trasladaron el cuerpo de Johan al catre, alejado del fuego, y lo colocaron lo mejor que
pudieron en una posicin de reposo. Necesitaron valor y un estmago fuerte, pues el muchacho haba
quedado casi irreconocible.
Luego, cambiaron el cubrecama y consiguieron aupar hasta el lecho la mole enorme de Jondalrun.
Fatigados, terminaron rpidamente las tareas imprescindibles fuera de la casa y, por ltimo, se retiraron
junto al fuego, donde permanecieron sentados hombro con hombro viendo arder los troncos hasta que
slo fueron unos tizones rosados. Apenas cambiaron palabra durante esa noche, slo para hacer
comentarios sobre el fro o temas parecidos. No hablaron para nada de Jondalrun ni de Johan, ni del
futuro.
Al sudeste de Tamberly estaban las tierras bajas de Warkanen, una extensin desolada de arenas
oscuras, hierba rala y campos de cardos. Aqu y all se alzaban unos cerros redondeados, bajos pero con
la altura suficiente para poder ocultar a los diversos monstruos de la imaginacin. De vez en cuando, un
rbol torcido por el viento acentuaba todava ms la aridez del lugar. En las ramas de esos rboles se
posaban a veces alondras y avefras que cantaban a la soledad acompaadas del viento.
Ahora, sin embargo, no haba ningn pjaro posado en las ramas ni cantando, pues era de noche.
La luna, casi llena, rozaba el horizonte por el oeste y el viento soplaba en rfagas heladas que agitaban la
arena y las hojas. El camino de Warkanen cruzaba la planicie serpenteando entre las pequeas lomas y
las extensiones de zarzas. Se acercaba una viajera solitaria, una muchacha envuelta en una capa verde
oscura. Caminaba presurosa, dirigiendo nerviosas miradas por encima del hombro hacia la luna
poniente.
A gran altura, una forma silenciosa se movi sobre el fondo de estrellas.
La muchacha era muy joven; an no deba tener quince aos. Se llamaba Analinna. Era pastora e
El ltimo Dragn
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iba camino de una cita con un chico de Cabo Bage, un aprendiz de herrero llamado Toben al que haba
conocido mientras llevaba la lana de su padre al pueblo. Los ojos castaos y la encantadora manera de
hablar del muchacho la haban cautivado y la pareja iba a encontrarse en la encrucijada de caminos, para
ir desde all hasta una choza de conductores de ganado abandonada, prxima al lugar. La muchacha
volvi a dirigir una nerviosa mirada a su espalda; la luna casi se haba puesto y llegaba tarde a la cita.
Por encima de su cabeza la forma oscura aument de tamao hasta convertirse en una nube negra
que avanzaba con aterradora decisin.
La carretera borde un ltimo otero y Analinna vio el cruce de caminos ante ella. No haba rastro
de Toben. Se detuvo, confusa, y luego avanz lentamente hacia el poste indicador. Estaba inclinado
formando un ngulo, con la base sujeta entre unas rocas, los dos tablones grises cuarteados que
sealaban la direccin de los pueblos eran como dedos esquelticos. El de la izquierda indicaba el
camino a Cabo Bage, donde, sin que Analinna lo supiera, Toben dorma profundamente en su habitacin
de la parte trasera de la herrera, agotado tras un duro da de trabajo. El otro rtulo sealaba la ruta hacia
las Escaleras de Verano, el lugar del Alto Consejo de los Ancianos de todos los pueblos. Sin embargo, la
muchacha no pudo distinguir qu camino era cada cual, pues ya haba oscurecido demasiado para poder
leer los rtulos.
Mientras permaneca all, indecisa, una repentina rfaga de viento pareci abatirse directamente
sobre ella. Se levantaron unas nubes de polvo. Analinna reprimi un estornudo y alz la mirada. No vio
nada pero escuch dbilmente un sonido como el del fuelle que Toben utilizaba para avivar el horno de
la herrera, slo que mucho ms suave y prolongado.
Se volvi una, dos veces, observando cielo y tierra. La luna ya haba desaparecido y las nubes altas
ocultaban las estrellas. Se estaba poniendo muy oscuro, demasiado incluso para ver el camino. Un
repentino temor, tan intenso que le impeda incluso correr, se apoder de Analinna y la muchacha se
qued en mitad del cruce de caminos conteniendo el aliento, escuchando y esperando.
El sonido de fuelle surgi otra vez, ahora mucho ms potente. Un instante despus, una ventolera
propia del viento del otoo la derrib. El poste sealizador se meci a un lado y a otro. Los ojos de
Analinna se llenaron de polvo y arena. Se incorpor tambalendose y ech a correr.
Corri alocada, sin rumbo, presa de un terror ciego. Algo haba pasado por encima de ella en la
oscuridad, algo invisible y gigantesco. Su presencia llen la planicie de un horror palpitante. La
muchacha corri, desesperada, demasiado asustada para gritar, hasta que tropez con un tronco
putrefacto y cay otra vez.
Escuch de nuevo el sonido, aproximndose. Ahora le pareci reconocer el batir de unas alas
poderosas. Analinna no conoca ninguna criatura voladora que pudiera alcanzar semejante tamao.
Intent gritar, llamar a su padre con la irracional esperanza de que pudiera, de alguna manera, acudir a
rescatarla. Pero antes de que terminara de pronunciar su nombre, un estallido de viento apag su voz y la
muchacha fue levantada del suelo.
El sonido de las alas se apag lentamente, hasta que la planicie qued de nuevo en silencio. Como
un pjaro moribundo, un pedazo de capa verde plane hasta el suelo y se pos en el centro del cruce de
caminos.
Byron Preiss Michael Reaves
-12-
3 a maana despert fresca y clara sobre el bosque de Spindeline, al oeste de Tamberly. Los cantos
de los pjaros saludaron a los primeros rayos del sol. En el interior del bosque, donde los rboles
crecan agrupados contra la meseta de Prados Verdes, se alzaba un viejo casern de gran tamao.
Sus paredes eran de piedra y madera, y su techo de paja estaba deteriorado. La parte de atrs del gran
edificio estaba construida en el tronco hueco de uno de los mayores rboles del bosque. Un riachuelo
corra junto a la casa, haciendo girar una noria con un sonido regular y confortador.
Amsel sali del casern con un barreo de sobras de comida que se dispona a enterrar en el huerto
para que sirvieran de abono. Se sent en un banco de madera curtido por la intemperie y respir
profundamente, contemplando cmo su aliento se helaba en el aire de principios de primavera. Tena por
costumbre escuchar el fluir del agua y el canto de los pjaros durante unos minutos cada maana. Amsel
era un hombre menudo, enjuto y fuerte, con una gran mata de pelo blanco bajo un sombrero flexible y un
rostro que poda tener cualquier edad entre los treinta y los cincuenta aos. Iba vestido con ropas verdes
y pardas bastante holgadas, llenas de bolsillos. En ellos haba todo tipo de cosas: un cuaderno de
pergamino atado con correas, una pluma de ave para escribir que llevaba su propio suministro de tinta
(un invento del propio Amsel), una piedra imn, un martillo pequeo (para picar alguna muestra de roca
interesante), una pequea red de gasa (para capturar insectos curiosos) y un par de gafas (asimismo,
invento de Amsel). El hombre crea que deba estar preparado para cualquier imprevisto.
Viva solo en el viejo casern, lejos del pueblo y de cualquier vecino, pero no crea que por ello le
faltara nada en la vida. Le pareca la manera de vivir ms conveniente para una persona con una
insaciable curiosidad como la suya por la naturaleza y para poder realizar sus muchas investigaciones.
Estaba adaptado a aquella existencia, aunque algunas de sus costumbres eran extravagantes; ataba sus
ropas a la noria para lavarlas y sola hablar consigo mismo. Eso estaba haciendo ahora. Se frotaba una
sien con un nudillo y murmuraba:
Bien, qu tena pensado para hoy? Cerr los ojos para concentrarse; luego, con un suspiro, se rindi y sac el cuaderno de uno de sus
bolsillos. Tras consultar una pgina de apretada escritura, asinti con la cabeza y murmur un Aj!.
Despus, se volvi y avanz junto a la pared de la casa por un sendero hacia un claro del bosque donde le
esperaba su huerto experimental. All haba hileras de vegetales raros e inusuales. Amsel se detuvo
delante de uno y lo contempl. Era una mata cubierta de pequeas vainas negras con la piel llena de
bultos. Amsel arranc una, con aire pensativo, y la vaina estall emitiendo un aroma intenso, aunque
agradable. Le record los melocotones en flor; Amsel lo aspir con sorpresa y placer; despus, recogi
con cuidado varias vainas y regres a la casa.
Examin detenidamente una de las vainas en su taller. Despus, sac el cuaderno y efectu unas
anotaciones con la pluma. El taller era espacioso y estaba bien iluminado, con un techo de vigas bajo.
Varias estanteras contenan un sinnmero de objetos: almanaques, rollos de pergamino y de vitela para
escribir y dibujar, una enorme coleccin de huesos fosilizados y recipientes de alfarera llenos de hierbas
y lquidos. Tambin haba un enorme banco de trabajo con una gran variedad de herramientas encima.
Otros instrumentos, desde aperos de jardinera hasta un astrolabio, ocupaban los rincones o estaban
suspendidos de las vigas. Rollos de pergamino y el material para los experimentos que tena en curso
estaban esparcidos por toda la estancia. Amsel no era, desde luego, la persona ms ordenada del mundo.
Guard las vainas en el bolsillo para examinarlas ms tarde y se concentr en los alambiques
burbujeantes y se puso a medir las proporciones de diversas sustancias.
Por lo general, era perfectamente feliz cuando pasaba la mayor parte de la jornada enfrascado en
aquellas tareas; sin embargo, hoy se daba cuenta de que su inters por el trabajo de laboratorio iba
decreciendo gradualmente. Se senta muy inquieto; su casa, que siempre le pareca tan segura y
acogedora, le produca esta maana una sensacin opresiva. Se asom a la ventana de las ramas
superiores del rbol, que se mecan bajo una ligera brisa, y de pronto tom una decisin. Aqul era un da
para pasarlo al aire libre y lo dedicara al ocio, aunque dara una consideracin de trabajo a lo que se
dispona a hacer: llevara su ltimo invento, el Ala planeadora, hasta el paso de la Cumbre y pasara el
L
El ltimo Dragn
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da investigando los misterios del vuelo.
Tras tomar la decisin, Amsel sali de la casa y rode el enorme tronco del rbol, en cuya cara
posterior haba una serie de peldaos que conducan hasta la parte superior, que era muy frondosa.
Ascendi rpidamente hasta una rama grande de grueso dimetro que sobresala del follaje y se alzaba
hacia el cielo despejado.
Era all donde guardaba sus inventos de mayor tamao. La rama se extenda por encima de la
superficie plana de la meseta, de modo que Amsel poda saltar del rbol a tierra y colocar su catalejo en
posicin para contar los crteres de la luna, o montar en su vehculo de pedales y dar vueltas por algunas
de las losas yermas que cubran el centro de la meseta. Amsel contempl con orgullo aquellos inventos y
algunos ms, pero pronto hizo una mueca de preocupacin. All faltaba algo. Mentalmente hizo un
detallado inventario y se dio cuenta de que no encontraba el Ala por ninguna parte. Repas el cuaderno
para asegurarse de que no la haba dejado olvidada en otro sitio. No tena ninguna anotacin que as lo
indicara y Amsel frunci sus pobladas cejas.
Parece que me han robado murmur.
Dnde est mi hijo? La voz atronadora despert a Agron y Pennel, que dormitaban ante las cenizas ya apagadas. Por un
instante, los dos Ancianos se mostraron confusos y desorientados, y el estruendo de la puerta de la
alcoba no les ayud, precisamente, a recuperar la tranquilidad. Antes de que pudieran incorporarse,
Jondalrun ya haba cruzado la estancia hasta el catre y se qued contemplando el cuerpo de Johan.
A continuacin, dio media vuelta con una agilidad impropia de un hombre de su corpulencia y
contempl a los otros dos Ancianos, ya de pie junto al hogar.
Qu ha sucedido? pregunt, con una voz que era casi un gruido. Quera hablar con vosotros... Contaros que...
Te desmayaste, Jondalrun respondi Agron sin alzar la voz. No tienes nada de que avergonzarte.
Jondalrun mir a su alrededor, buscando algo para poder descargar su furia.
Por qu no nos lo cuentas ahora...? intervino Pennel, en tono apaciguador. S que lo har, por todas las estaciones del ao! grit Jondalrun. Lo har saber a todo el
pueblo... a todo el pas! Los simbaleses han matado a mi hijo!
Qu? -exclamaron Pennel y Agron al unsono. Jondalrun habl con tal apasionamiento que, en ocasiones, sus interlocutores tuvieron que
contenerlo para que no se pusiera a romper el mobiliario. Aquel brujo traicionero de Amsel, de quien l
sospechaba haca tiempo que estaba en tratos con los sim, haba tentado a su hijo Johan con sus poderes
mgicos y haba convencido al pequeo de que poda volar; lo haba hecho a sabiendas de que el
muchacho sera una presa fcil para cualquier Nave del Viento simbalesa. Jondalrun ignoraba si su
propsito haba sido matar a su hijo o slo capturarlo, pero la maquinacin haba provocado la muerte de
Johan.
Es un acto de guerra! Jondalrun, con el rostro rojo de ira como un ladrillo, descarg el puo sobre la mesa. Los simbaleses estn jugando con nosotros volvi a gritar, y os advierto que debemos demostrarles que no pueden matar impunemente a nuestros hijos. Debemos atacarles!
La intensidad de sus palabras sorprendi a Pennel y Agron, quienes ya haban visto excitado y
agresivo a Jondalrun en otras ocasiones, pero nunca hasta aquel extremo. La pena que senta por la
muerte de su hijo se haba transformado en clera, en una furia que lo sostena y le daba fuerzas, que le
serva de ancla para una vida sumida en la confusin.
Tenemos que convocar el Alto Consejo! concluy Jondalrun. Los sim y ese asesino de Amsel deben ser castigados!
Sus interlocutores intentaron tranquilizarlo, pero el desconsolado padre no se calm.
No me creis! exclam. Qu me decs del ataque de la semana pasada contra Gordain...? Lo que ests diciendo no es imposible, Jondalrun dijo Pennel, pero no tenemos ninguna
Byron Preiss Michael Reaves
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prueba tangible de que los sim nos quieran hacer dao. Tenemos que investigar esos...
Prueba, dices? Aqu est la prueba! le interrumpi el Anciano, sealando el cuerpo de su hijo Johan. Habr ms pruebas muy pronto, de eso puedes estar seguro. Se volvi hacia la puerta y aadi: Volvamos al pueblo. Debo colocar un aviso para anunciar el funeral por mi hijo.
El tro regres en silencio a Tamberly, con los dos jinetes avanzando al paso detrs del carro. La
maana era alegre y radiante, como si la primavera no tuviera la menor idea de la cruel desgracia
acaecida. Sumido en sus pensamientos, Jondalrun contempl la carretera que se abra ante l. Pese a sus
arrebatos violentos, jams haba sido un hombre especialmente vengativo. Sin embargo, guardaba sus
enfados dentro de s, corroyndolo. Si a alguien odiaba en especial, era a los simbaleses. Como la mayor
parte de los fandoranos, Jondalrun apenas saba nada cierto acerca del modo de vida y las costumbres de
los simbaleses. Igual que la mayora de sus convecinos, consideraba a la gente de Simbala una caterva de
brujas y hechiceros y tomaba a mal los rumores que haba escuchado sobre la vida de lujo que llevaban;
pero siempre haba tenido que reconocer, a regaadientes, que Simbala nunca haba perjudicado a
Fandora. El escaso comercio de los fandoranos con las naciones del sur se limitaba casi exclusivamente
a los cereales y a los tejidos, y as no entraban en conflicto con los simbaleses, quienes llevaban al
mercado las joyas de sus minas, sus objetos de artesana y diversas hierbas raras. Simbala no haba
adoptado nunca una accin hostil contra Fandora... hasta haca un par de semanas, cuando una Nave del
Viento haba cruzado el estrecho de Balomar y haba atacado Gordain. El incendio que se haba
producido haba destruido una parte del pueblo, incluido un almacn lleno de grano. Aquello haba
supuesto una catstrofe para muchas personas pero, para Jondalrun, el suceso era nimio en comparacin
con la prdida de su hijo.
Jondalrun estaba convencido de que los simbaleses se complacan en su supuesta superioridad,
haciendo caprichosas demostraciones de su poder. Sus Naves del Viento y su magia hacan que se
sintieran invulnerables, inmunes a cualquier represalia. Muy bien, se dijo con aire torvo, pronto sabrn lo
vulnerables que son.
En Tamberly, los nimos estaban alicados y melanclicos, como si aguardaran un veredicto que
fuera a afectar a todo el pueblo. Los Ancianos comprendieron que aquella tensin no se deba solamente
a la dolorosa conmocin de la noche anterior.
En el mismo lugar donde Jondalrun se haba detenido ante la casa de Pennel la noche pasada, se
hallaba ahora un pastor, viejo y canoso, con una expresin de gran dolor en las profundas arrugas de su
rostro. En una de sus manos llevaba un pedazo de tela verde.
El hombre no se movi, pero empez a hablar con voz montona cuando el carro se detuvo delante
de l. No lleg a alzar la vista hacia los Ancianos, sino que continu hablando como si lo hiciera para s.
Anoche, la chica sali a pasear. Sali cuando yo ya dorma y no regres, no volvi a casa. Tan pronto como amaneci empec a buscarla. No tuve que ir muy lejos. Esto el pastor contempl el fragmento de tela que apretaba en su puo lo encontr en el cruce de caminos de la planicie. Cerca de all, encontr a la muchacha. S, la encontr. Ella... El pastor hizo una pausa, con el rostro desfigurado por el dolor: La pobre haba cado... desde una gran altura...
El hombre cerr los ojos. Sus hombros temblaban violentamente.
Pennel se ape del carro e hizo pasar a su casa al desconsolado pastor. Jondalrun mir a Agron,
que suspir profundamente y muy despacio dej escapar el aire de sus pulmones.
Antes dijiste que encontraramos ms pruebas coment Agron. Al parecer, tenas razn. Jondalrun asinti.
Voy a colocar el anuncio de la muerte de mi hijo murmur. Despus, se propuso a s mismo: Voy a buscar a Amsel.
En todos los mundos y en todas las pocas, siempre se encuentra a gente curiosa. Amsel era uno de
sos. Haca preguntas sobre todas las cosas, husmeaba en secretos que los dems no consideraban tales y,
como todos los que tienen una mente dada a investigar, no encajaba bien con sus vecinos. La mayora de
los fandoranos, gente austera cuya vida se reduca a lo que podan sacar de la tierra y del mar,
El ltimo Dragn
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desconfiaba de Amsel y lo condenaba al ostracismo.
Amsel era muy consciente de que sus compatriotas no le estimaban, pero eso le dejaba indiferente.
En realidad, pese a su desconfianza, nunca lo haban tratado mal. A veces, Amsel haba recetado
cataplasmas y remedios para pequeas dolencias a alguno de los campesinos, hecho que le haba
granjeado una cierta tolerancia por parte de stos. En ocasiones, se haba atribuido una enfermedad o una
desgracia a las facultades mgicas del ermitao, pero el Anciano Jefe de Tamberly era un hombre
justo y sensato que se haba negado a actuar sin pruebas concluyentes.
Ahora, pareca que alguien se haba atrevido a desafiar al brujo en su propia madriguera. Amsel
estaba a la vez triste y enfadado. Haba dedicado muchos clculos y muchas horas de trabajo a disear y
construir el Ala, pero ahora se la haban robado y no tena idea de por dnde empezar a buscarla.
Llevaba un rato sentado en el rbol, dndole vueltas al problema, y por fin se puso en pie e inici
lentamente el descenso. Sin embargo, apenas haba dado unos pasos cuando escuch un crujido entre los
arbustos del suelo, un golpeteo como si alguien estuviera llamando a su puerta enrgicamente, y una voz
que gritaba su nombre.
Estoy aqu arriba! respondi con voz estentrea. Se detuvo y aguard. Muy rara vez reciba visitas y no tena idea de quin poda ser. Las hojas
crujieron y, en lo alto de la escalera tallada en el tronco, asom la figura de Jondalrun, el campesino, uno
de los Ancianos de Tamberly. Amsel lo contempl desconcertado. El viejo presentaba un rostro
demacrado, macilento, y una mirada colrica y casi febril. Sin mediar palabra, Jondalrun se lanz contra
Amsel extendiendo ambas manos para agarrarlo por el cuello. Amsel volvi la cabeza a un lado, ech
una rpida mirada y salt de la rama al vaco; con la facilidad que le daba la prctica, se pos en otra de
las gruesas ramas del rbol, a unos cuatro metros ms abajo, Jondalrun lo mir desde lo alto frustrado y
furioso.
Traidor! grit. Repugnante simbals! Qu ests diciendo? responda Amsel desconcertado. Jondalrun no replic. Descendi torpemente hasta el ermitao y se lanz de nuevo sobre l. Amsel
se apart de un salto, cayendo de pie sobre una rama delgada y flexible que lo lanz hacia arriba. El
impulso lo hizo pasar por delante de Jondalrun y logr asirse y encaramarse a otra rama situada justo
encima de la posicin del campesino. Desde all, contempl a Jondalrun.
Qu ha sucedido? Sabes muy bien qu ha sucedido! respondi a gritos el Anciano. Y pagars por lo que has
hecho!
Entre jadeos, Jondalrun alz su bastn con intencin de lanzarlo contra Amsel No haba modo de
razonar con el viejo campesino, de modo que Amsel salt de la rama para plantarse delante de l, y antes
de que Jondalrun pudiera utilizar el bastn, se lo arrebat de las manos. Con un fuerte empujn, envi al
Anciano contra la horquilla que formaban dos ramas y el tronco, y encaj el bastn entre el viejo y una
maraa de ramas ms pequeas. Jondalrun estaba atrapado.
Y ahora dijo Amsel, cuntame qu ha sucedido. Jondalrun se debati sin xito, tratando de desasirse, pero el bastn lo tena firmemente
inmovilizado. Lanz entonces un puntapi a Amsel que apart la pierna con agilidad. Por fin, se decidi
a hablar.
Sabes muy bien... lo que has hecho. El Anciano pronunci las palabras entre jadeos de amargura y abatimiento. T incitaste a Johan... a seguir tus perversos manejos. Y ahora mi hijo ha pagado por ello... con su vida.
Amsel palideci.
Johan... murmur. Ha sido Johan quien se ha llevado el Ala. Resultaba terriblemente lgico. Qu estpido haba sido al no comprenderlo antes! El chiquillo
siempre haba mostrado una especial fascinacin por el Ala y le haba suplicado muchas veces que le
permitiera volar con ella.
Vosotros, los simbaleses, sois los asesinos de nuestros jvenes. Tenis miedo de atacar
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abiertamente!
Jondalrun, qu ests...? No pretendas negar que eres un simbals, Amsel Te han enviado aqu para minarnos con tus
intrigas y hechiceras! Jondalrun trat de escupirle, pero Amsel apart la cabeza a tiempo. Una Nave del Viento simbalesa atac Gordain y caus un incendio que ha destruido medio pueblo. Otra nave ha
dado muerte a la joven Analinna. Y una tercera ha hecho caer a mi hijo desde las alturas donde t lo
enviaste!
Amsel movi la cabeza a un lado y a otro, confundido. Resultaba del todo imposible hablar con
Jondalrun razonablemente, pues el viejo desvariaba. Amsel lo observ con cautela mientras su recuerdo
se llenaba con la imagen de Johan, uno de los pocos amigos que haba tenido en su vida.
Jondalrun, no tena idea de que Johan... empez a decir. Claro que lo sabas! Fuiste t quien le meti en la cabeza esas ideas descabelladas! Te juro,
ermitao, que me vengar de ti y de todo Simbala por esto.
Con un enorme esfuerzo que lo hizo enrojecer como la prpura, Jondalrun logr romper
finalmente el bastn que le aprisionaba. Amsel salt rpidamente hacia atrs. Los dos hombres quedaron
frente a frente.
Aqu arriba no puedo vencerte murmur Jondalrun por fin Te conoces demasiado bien los vericuetos del rbol. Pero llegar el da en que ajustemos cuentas, Amsel, y ni toda tu magia podr
salvarte entonces.
El viejo campesino dio media vuelta y descendi los peldaos de madera. Amsel vio cmo se
alejaba avanzando ruidosamente por el bosque; luego se hizo de nuevo el silencio. Amsel permaneci
donde estaba, inmvil. El Anciano no se haba vuelto loco. Johan haba muerto. Johan, por quien haba
llegado a sentir un afecto paternal, haba desaparecido de este mundo y toda la responsabilidad era suya.
Lentamente, Amsel se sent en la rama, hundi el rostro entre las manos y rompi a llorar.
El ltimo Dragn
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ondalrun regres a Tamberly. A lomos de su caballo, recorri las callejuelas serpenteantes sin mirar
a los lados, sin prestar atencin a los cuchicheos y miradas de la gente del pueblo. La tensin
impregnaba el aire, tirante como la cuerda de un arco. Un aviso recin colocado anunciaba la
celebracin de un Alto Consejo de Ancianos, el primero en aos, en las Escaleras de Verano. Ya haban
salido mensajeros a todos los pueblos y aldeas de Fandora, hasta lugares tan lejanos como Delkeran, en
la frontera occidental. Jondalrun se detuvo un momento ante la pared del edificio principal de la plaza y
observ en silencio el papel crujiente, recin colocado, que se meca con la brisa al lado del anuncio del
funeral de Johan. Despus, continu su camino hasta la casa del cantero del pueblo para encargarle una
lpida.
Por la tarde, dio sepultura a Johan. El sol, ajeno a su dolor, luca en un cielo sin nubes. El da era
brillante y fro, uno de esos das pens Jondalrun con amargura que tanto gustaban a Johan, con un aire claro y tonificante que enrojeca las mejillas. En das as, Johan se apresuraba en terminar sus tareas
para salir a correr y jugar al escondite con sus amigos cerca de la casa, en las colinas de Toldenar.
Jondalrun decidi enterrar al pequeo en la cima ms alta de esas colinas.
Era costumbre en Fandora enterrar a los muertos pronto y en privado, para luego recibir las
condolencias de los amigos y conocidos. Con el azadn y la pala, Jondalrun desmenuz la tierra, cav
una fosa profunda y con gesto amoroso coloc en el fondo el pequeo cuerpo amortajado. Luego, se
qued mirndolo, con tanto dolor que no poda volver a llenar la fosa y privar para siempre a su pequeo
del sol y del cielo. Como la mayora de los fandoranos, Jondalrun era un hombre religioso y as rez para
que su hijo pudiera gozar de una primavera eterna. Terminada la plegaria, permaneci totalmente
inmvil, con la mirada fija en el suelo. Le cost mucho, muchsimo, arrojar la primera paletada de tierra.
Seor... Seor Jondalrun... El campesino se volvi y observ a dos chiquillos encaramados a una cresta rocosa cercana que
corra como un espinazo a lo largo de la colina ms prxima. Los reconoci: eran Marl y Doley, dos
amigos de Johan. Los pequeos parecan desconsolados bajo el sol radiante, con los chaquetones y los
calzones muy sucios y las mejillas llenas de lgrimas. Jondalrun los mir sin saber qu decir. Interrumpir
un entierro privado era una muestra de mala educacin pero, por mucho apego que tuviera a las
tradiciones, no tuvo la fuerza suficiente para obligarlos a marcharse. Se limit a permanecer donde
estaba y contemplar a los nios, sin saber qu decir.
El ms bajo de los dos (Jondalrun haba olvidado cul era Marl y cul Doley) sostena en sus
manos un pequeo juguete e hizo ademn de entregrselo.
Johan me... me lo prest dijo el chiquillo. Era su favorito, pero me lo prest. He pensado que ahora quiz quiera tenerlo.
Jondalrun abri lentamente su mano encallecida y el pequeo coloc el juguete en ella. Luego,
como si se hubieran liberado de una obligacin y respiraran de alivio por poder marcharse ya, los dos
chiquillos dieron media vuelta y se alejaron rpidamente, sin llegar a correr, colina abajo hacia el pueblo.
Jondalrun contempl el juguete. Era un carrito con su caballo, tallado en madera y formado de
piezas conectadas entre s, de modo que las ruedas giraban y el caballo poda separarse del carro. Pero
entonces apret la mano con un sbito espasmo que casi aplast el frgil objeto: de pronto haba
recordado su procedencia. Haba sido un regalo de Amsel. Jondalrun lo contempl, temblando
ligeramente. El contacto mismo del juguete con la palma de su mano le result repulsivo: era un objeto
impuro, una creacin simbalesa, un producto de las mismas manos que haban enviado a Johan a la
muerte. Por dos veces alz la mano por encima de la cabeza para arrojar el objeto al suelo y aplastarlo
bajo sus pies, y por dos veces se detuvo al recordar que aqul haba sido el juguete favorito de su hijo.
Por fin, con movimientos rgidos se dio la vuelta e, inclinndose sobre la fosa, coloc el carrito
sobre el cuerpo del nio. Apartando la mirada, empez a llenar la tumba. Ech paletadas de aquella tierra
margosa, con movimientos rpidos y la respiracin entrecortada hasta que el cuerpo qued cubierto.
Despus, termin la tarea ms lentamente. Cuando la fosa estuvo llena, fij una marca improvisada que
J
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servira hasta que estuviera terminada la lpida. Sin volver a mirar la tierra removida, recogi sus
herramientas y con aire apesadumbrado inici el descenso de la ladera.
Poco a poco, la noticia se fue extendiendo por las estepas y colinas de Fandora. Un mercader con
su carro lleno de frutos secos relat la tragedia a los habitantes de varias aldeas. Un correo lleg a Silvan
en estado febril; haba contrado una infeccin al no detenerse a cuidar la herida que se haba hecho al
pisar un arbusto espinoso. La noticia corri por todas partes: por primera vez en una dcada, se haba
convocado un Alto Consejo de Ancianos.
Los comentarios de vigilantes y conductores de ganado ya haban provocado rumores que se
propagaban en mercados y tabernas. Se haba producido una invasin de Naves del Viento simbalesas en
el norte de Fandora que continuaba avanzando hacia el sur y el oeste. Brujos de Simbala, bajo la forma
de lobos y osos, acechaban en los campos. En ocasiones, los Ancianos tenan que hacer un gran esfuerzo
para impedir que el pnico se desbordara mientras los rumores sin confirmacin se sucedan unos tras
otros, hacia el sur y el oeste.
En Borgen, las especulaciones haban alcanzado un grado febril. Ancianas y charlatanes se
asomaban cada da a las ventanas bajo los tejados puntiagudos y se ofrecan unos a otros cifras de
presuntas bajas. Algunos vecinos incluso empezaron a hacer acopio de carnes saladas, cecinas, panes y
quesos en sus despensas y almacenes.
Tenniel, el artesano que haca sandalias y arneses, acababa de cambiar las tiras de cuero que
remataban la empuadura del bastn de la vieja Mehow, cuando lleg un chiquillo a la puerta de su
tienda para informarle de que se haba convocado una reunin de los Ancianos. Tenniel haba tenido que
escuchar por cortesa la teora de la vieja Mehow de que todo aquel alboroto era slo un plan urdido por
los venales pescadores de los acantilados para aumentar el precio del pescado. Asinti con la cabeza
educadamente y acompa a la mujer hasta la puerta de la tienda; despus, la cerr y recorri la calle con
paso vivo mientras se frotaba las manos para limpiarse los aceites que haba estado utilizando para
ablandar el cuero. Tenniel era uno de los Ancianos ms jvenes de todo Fandora veintiocho en total y su nombramiento no haba estado exento de controversias. Haba tenido siempre muy en cuenta esta
circunstancia en las reuniones de los Ancianos a las que haba asistido. La responsabilidad del puesto le
atemorizaba, pero haba conseguido mantener a raya el miedo gracias a su determinacin de hacer
cuanto estuviera en su mano en favor del pueblo donde haba nacido. Amaba Borgen con devocin;
cuando el trabajo se lo permita, sola pasar horas paseando sin ms por sus calles, admirando sus
edificios y casas; el bullicio de los tenderetes del mercado, los huertos de frutales en las afueras de la
poblacin, los diversos escudos de armas sobre las puertas de muchas casas.
Si haba sido nombrado Anciano a sus escasos aos, era precisamente por su apasionado amor a su
pueblo. Pocos tenan un mayor conocimiento del lugar y de sus asuntos, y pocos estaban ms dispuestos
que l a servir a la comunidad.
Mientras apretaba el paso por un callejn detrs de la plaza de los Pozos, se pregunt qu clase de
problema habra surgido que exigiera convocar un consejo especial. No era difcil imaginar que deba
guardar relacin con los rumores sobre una guerra con Simbala. Cuando dobl la esquina y avist la casa
del Anciano Jefe, Tenniel vio entrar a Axel, el tercer Anciano, y cubri a la carrera el trecho que le
faltaba para no llegar con excesivo retraso.
Talend, el Anciano Jefe, era un hombre de setenta aos o ms, con un pie maltrecho e intil debido
a un accidente de caza ocurrido mucho antes de que Tenniel naciera. Axel frunci el entrecejo mientras
el joven tomaba asiento, jadeando ligeramente. Tena muchos ms aos que Tenniel, era un Anciano de
carcter agrio que posea varias tiendas en el pueblo y deseaba tambin la de Tenniel. Sin embargo, el
joven se haba negado siempre a vendrsela, pues haba sido de su padre y se ganaba bien la vida con ella.
Como consecuencia de este desacuerdo, los encuentros entre ambos solan ser tensos.
Talend finga no advertir este conflicto. Como Anciano Jefe los haba escogido a ambos, previa
aprobacin de la gente del pueblo, y consideraba que haba tomado una buena decisin. A su modo de
ver, el enfoque juvenil que Tenniel sola dar a los asuntos equilibraba convenientemente el suyo.
El ltimo Dragn
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Con una voz que a Tenniel siempre le pareca sorprendentemente poderosa para su edad, Talend
empez a leer la proclama que le haba llegado por un correo. Los Ancianos de Tamberly haban
solicitado una reunin del Alto Consejo de todos los pueblos de Fandora para discutir y decidir las
acciones a adoptar ante los recientes ataques de las Naves del Viento simbalesas.
Tenniel permaneci sentado, rgido de excitacin, Un Alto Consejo! El ltimo se haba celebrado
cuando l tena diecisiete aos y haba sido convocado para decidir el mejor modo de ayudar a las
vctimas de las inundaciones que haban asolado tres pueblos tras el desbordamiento del ro Wayyen. Si
ahora se consideraba necesaria otra reunin de este tipo, la posibilidad de una guerra deba ser realmente
seria.
Talend dirigi una mirada a sus dos compaeros y declar:
Uno de nosotros debe asistir. Crees posible que haya guerra? pregunt Tenniel, aliviado al comprobar que su voz era
firme. No haba habido guerras en Fandora, civiles o de otro tipo, desde que el territorio fuera colonizado
aos atrs. Ningn otro pas haba mostrado deseos de anexionarse aquella tierra de estepas elevadas y
ridas, de montaas rocosas y marismas bajas. Los fandoranos no haban optado tampoco por guerrear
entre ellos o con otras gentes: bastante duro era ya ganarse la vida. Al principio, la idea de una guerra no
le caba en la cabeza. De hecho, le resultaba difcil imaginar a Fandora como un pas lo bastante unido
para lanzarse a una contienda.
No seremos nosotros tres quienes decidamos tal cosa dijo Talend en respuesta a su pregunta. Nuestra tarea es decidir quin de nosotros representar a Borgen en el Alto Consejo. Yo estoy viejo y cojo; no podra hacer, el viaje en buenas condiciones. Por tanto, el asunto est entre
vosotros dos.
Debe ir Axel dijo Tenniel de inmediato. Era una cuestin tan obvia que ni siquiera mereca la pena hablar de ella. Axel era mayor y, por consiguiente, ms sabio y ms cualificado para acudir. Era lo
mejor para los intereses de Borgen y, por lo tanto, Axel los representara. Tenniel se dijo que estaba muy
contento de quedarse en el pueblo que tanto quera, aunque saba que, en el fondo, no era as. En realidad,
deseaba participar en la reunin y en la toma de una decisin que tal vez fuera una de las ms importantes
adoptadas en toda la historia de Fandora. Sin embargo, era cierto que tambin deseaba lo mejor para el
pueblo y, as, haba votado por Axel.
Estaba seguro de que Axel se votara a s mismo y de que Talend dara su aprobacin. Axel no era
dado a la falsa modestia. Por eso, Tenniel se qued mudo de asombro, incapaz de protestar, cuando Axel
declar lacnicamente, como siempre haca:
Que vaya Tenniel. Tenniel crey no haber odo bien y su nica reaccin fue mirar a Axel con gesto de sorpresa. Sin
embargo, su asombro todava fue mayor cuando Talend asinti con la cabeza y aadi:
Estoy de acuerdo. Tenniel, t representars a Borgen en el Alto Consejo. Yo? Pero...! Tenniel se haba quedado literalmente sin palabras; su mandbula se movi arriba y abajo y de un
lado a otro, como una marioneta con las cuerdas flojas. Talend solt una risita e incluso el avinagrado
Axel acab por torcer la boca con una leve sonrisa.
S, t, artesano de sandalias confirm Talend. Todos sabemos que no puede ir otro. T tienes la energa y el inters que requiere el Alto Consejo. Es un viaje largo y una misin difcil. Su voz se hizo ms seria cuando continu: All habr suficiente representacin de las voces de los viejos ms sabios; ser bueno que se oiga tambin la opinin de los jvenes, ya que la juventud es siempre la
que ms padece la guerra.
S confirm Axel. Tu devocin por Borgen es conocida por todos y nadie la supera. Creo que no tomars una resolucin que nos perjudique.
Tenniel mir a Axel sorprendido y lleno de gratitud, y ste solt un gruido, como para compensar
sus anteriores palabras de alabanza.
Horas ms tarde, ese mismo da, Tenniel termin de preparar un pequeo zurrn, en su habitacin
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de la parte de atrs de la tienda, y abandon Borgen. Nedden, su caballo, llevaba la mejor silla de montar
que haba hecho en su vida. Tenniel se senta orgulloso. Ahora tena que ampliar las fronteras del mbito
de su lealtad, circunscrita hasta entonces al pequeo pueblo donde haba vivido, para incluir en ella todo
el pas de Fandora. Era una idea interesante. No saba prcticamente nada de los simbaleses pero, cmo
poda compararse la lealtad y la devocin de stos por sus propias ciudades con la que sentan los
fandoranos por las suyas? Sin embargo, pens a continuacin, la guerra era mucho ms que una mera
cuestin de lealtad y entusiasmo. Saba que la idea que la mayora de los fandoranos tena de una guerra
era bastante simple: numerosos grupos de hombres corran a encontrarse desde direcciones opuestas
blandiendo espadas y lanzando flechas y, en cuestin de minutos, se decida la victoria; los perdedores se
quedaban en un rincn con aire malhumorado y abatido mientras los vencedores se repartan el botn,
que habitualmente consista en sedas finas, joyas y, a veces, princesas.
Desde luego, no haba nada de malo en todo aquello, pero Tenniel se pregunt s las cosas seran
as de sencillas en realidad. En primer lugar, los sim tenan fama de poseer profundos conocimientos de
todas las formas de magia, lo cual poda constituir un arma formidable. Habra que hacer algo para
anular ese poder. Tenniel consider que, si se llegaba a una votacin en favor o en contra de la guerra, su
decisin no sera favorable a menos que tuviera la seguridad de que la magia sim podra ser
contrarrestada; el joven Anciano estaba seguro de que l y sus compatriotas podran derrotar a cualquier
ejrcito normal que se presentara. Desde luego, se dispona a correr una gran aventura. Mientras
cabalgaba hacia el este, record un fragmento de una vieja cancin de guerra que cierta vez haba odo
cantar a un viajero de las naciones del sur, y se puso a entonar lo que recordaba de ella, sustituyendo el
nombre del hroe por el suyo. As, la cancin sonaba estupendamente.
Lagow de Jelrich era carpintero y constructor de ruedas en su pueblo y, gracias a su trabajo, viva
sin problemas econmicos. l haba levantado muchas de las casas y tiendas del pueblo, incluida la suya,
un elegante edificio de dos pisos con desvanes y despensas y una bodega de vinos que era la envidia de
muchos. All viva con su esposa Deena, de veintisiete aos, una mujer que, segn l, lo igualaba en
sentido comn. En ocasiones el carpintero todava se felicitaba por haberla escogido. Le haba dado dos
hijos y una hija. Las fiebres se le haban llevado uno de los hijos haca aos, pero la tristeza haba pasado
ya, y ahora su otro hijo estaba aprendiendo con afn el oficio para continuar el negocio. Su hija estaba
solicitada por varios jvenes muy prometedores. As pues, la existencia de Lagow de Jelrich era cmoda
y ordenada. Estaba orgulloso de s mismo y de su familia, y lo estaba tambin de los quince aos que
llevaba al servicio del pueblo en calidad de Anciano. Consideraba que se haba ganado el derecho a una
vejez apacible y, por ello, no le haba gustado en absoluto que le nombraran representante en el Alto
Consejo.
Es absurdo gru, contemplando a Deena mientras sta le preparaba el equipaje. Perturbar la vida de un viejo por una tontera as. Ya se lo dir. Vers cmo lo hago.
Vamos, vamos replic Deena con energa. No eres tan viejo, Lagow. Cuarenta y ocho aos no son nada.
Desde luego, no es ser joven. Considera el nombramiento como un cumplido. Todos valoran tu opinin. Si tanto la aprecian, que vengan aqu a escucharla. Por qu tengo que arrastrar mi pobre y viejo
cuerpo hasta las Escaleras de Verano con el nico objeto de convencer a ese estpido Jondalrun de que
sea razonable y refrene su carcter irritable?
A qu viene eso? Como si ese Jondalrun fuera un viejo chocho a tu cargo! Lagow solt un bufido.
Lo conoc en el Alto Consejo cuando tratamos el asunto de las inundaciones. Ya entonces tena muy mal humor y, por lo que parece, no ha cambiado. Estoy seguro de que con la vejez se habr vuelto
an ms colrico.
Y t, no? pregunt ella, al tiempo que le cubra las orejas con un gorro y le acercaba los bultos del equipaje. S amable con l y vigila tu lengua, marido. La semana pasada me enter en el
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mercado de la prdida que ha sufrido.
Te escucho, Deena suspir Lagow. S que ese hombre est muy apenado, pero con su dolor todava est causando ms dao y eso slo puede ser perjudicial. Creo que es mi deber decrselo as.
Ahora, quien suspir fue Deena.
Entonces, vete comprando unos cuantos filetes de buey para ponrtelos sobre los golpes, si es cierto lo que he odo de Jondalrun.
Lagow baj la escalera y cruz la puerta; su hijo sujetaba los caballos uncidos a su mejor calesa.
Lagow coloc las bolsas en la parte de atrs, apret con fuerza la mano de su hijo, se volvi y dio un beso
a Deena que dur lo suficiente para sorprenderlos a ambos. Vio a su hijo sonrer abiertamente y rugi,
con fingida clera:
De qu te res? aadi: Ahora, escchame bien; quiero ver la rueca de la viuda Annese terminada y pulida a mi regreso. Y cuando acabes, no te quedes mano sobre mano. Ve adelantando
trabajo, si quieres una pared entre ti y la bruja el prximo invierno!
La mujer y el chico se echaron a rer y agitaron las manos, l sonri y les devolvi el saludo al
tiempo que sacuda las riendas y se pona en marcha. Sin embargo, la sonrisa no dur en su rostro.
Aquellos rumores de guerra... Era un asunto serio, muy serio. Estaba preocupado. No slo por s mismo,
aunque sera muy amargo verse privado de una vejez descansada despus de haber trabajado tanto para
conseguirla, sino que le preocupaba tambin su hijo. La guerra siempre era ms terrible para los jvenes.
l no haba participado en ninguna, pero su abuelo le haba hablado de las Batallas del Sur; cuando
terminaron, los fundadores de Fandora haban llegado del otro lado de las montaas para establecerse en
las estepas. Lagow se alegraba de no haber estado en aquella guerra y deseaba que su hijo no tuviera que
sufrir sta. Esperaba que as fuera.
Los escarpados acantilados de Fandora se alzaban a unos veinte o treinta metros sobre el mar y su
profundidad bajo las olas nunca haba sido medida. Aquella parte del ocano era traicionera; cuevas y
grutas submarinas producan sbitas corrientes y torbellinos que podan enviar las barcas de pesca contra
las rocas. A pesar de ello, all se recoga pesca con regularidad; de hecho, los habitantes de Cabo Bage se
ganaban la vida con esa actividad pues slo all, en aquellas aguas profundas, se encontraba el gran pez
telharna, cuya piel seca constitua un cuero resistente pero flexible y cuyo aceite iluminaba muchas casas
durante las largas noches de invierno. Tambin all se hallaban los bancos de puney, un pequeo pescado
de sabor suave que, sazonado con pimienta, era una de las delicias culinarias de Fandora.
La pesca se realizaba utilizando grandes postes y cabrestantes que permitan bajar las redes al agua
desde la cima del acantilado. La disposicin de las cuerdas y redes era complicada y, en conjunto,
constitua un tupido tamiz de fibra vegetal con la resistencia suficiente para soportar las corrientes, pero
lo bastante flexible como para atrapar los peces.
Tamark era pescador de los acantilados de Cabo Bage desde los veintids aos. Su padre tambin
haba sido pescador, y su abuelo haba sido el inventor de las redes. Tamark era un hombre enorme, con
un crneo calvo que brillaba como si estuviera untado de aceite de telharna, y una barba prominente.
Haca aos, se haba roto la nariz al escaprsele de las manos la barra del cabrestante mientras estaba
subiendo las redes. Sus manazas estaban llenas de cicatrices de las quemaduras con las cuerdas, y de
callos lisos y relucientes de tanto dar vueltas a la manivela del torno. Tambin era un hombre fuerte, pues
se necesitaba tener la fuerza de un gigante para recuperar las redes llenas de peces plateados, agitndose
an, y subirlas a lo alto del acantilado hasta cuarenta veces al da.
Tamark se encontraba en una de las cestas las plataformas de mimbre con barandilla que sobresalan de los acantilados, contemplando las cuerdas que caan hasta las aguas ocultas por la niebla. En la costa, el da estaba gris y encapotado. Detrs de l surgi un sonido hueco y extrao, como
el aullido de un lobo en las colinas. Tamark no se volvi. Un momento despus, una fina llovizna moj
su chaquetn de cuero de pescado; al pie del faralln rocoso, una ola de gran potencia haba avanzado
por la red de canales y pasadizos del acantilado, para surgir finalmente en forma de vapor de agua por
algn hueco del suelo, acompaada de un gemido lastimero. Tamark apenas not la llovizna ni el
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lamento; ambos formaban parte de su vida como el olor a pescado.
Haba sido un mal da de pesca. La niebla y las nubes parecan deprimir a los peces tanto como a
los pescadores. Haban bajado las redes veinte veces ya, y apenas haban llenado tres carretas. Tamark
contempl con semblante malhumorado los remolinos hmedos de la niebla, que pareca el fin del
mundo. Tres carretas de pescado apenas le dejaran, tras el reparto, lo suficiente para comprar una
comida decente. La vida de un pescador era dura en ocasiones. Los das sin suerte como aqul, Tamark
deseaba a veces no haber regresado a Fandora, al oficio de su padre, y haber seguido siendo un viajero.
Cuando era un muchacho, quera ver mundo y se puso a trabajar como aprendiz de un comerciante. La
caravana tena en realidad apenas cuatro caballos y algunos carros cargados de telas, pero para el joven
era toda una caravana impresionante; haba viajado a Bundura, una de las Tierras del Extremo Occidente.
All haban permanecido varias semanas y las maravillas de Dagemon-Ken, la capital, lo haban
deslumbrado. En la plaza de la ciudad haba unos caos de piedra por los que permanentemente brollaba
el agua. Las calles estaban pavimentadas con losas encajadas y no con speros adoquines, y algunos
edificios eran enormes, de hasta tres pisos, con diez estancias o ms cada uno. Haba unas columnatas
llenas de tiendas y tabernas, y por las calles corran los pavos reales. Una muralla impresionante rodeaba
la ciudad y en las puertas los lanceros con corazas de metal batido montaban guardia. Y las mujeres!
Tamark se haba enamorado locamente de la hija de un tratante de ganado, una muchacha de ojos de
gacela. Sin embargo, pronto supo que su amor no era correspondido: ella le haba tolerado como una
mera curiosidad, como alguien cuyos modales de patn y cuyas confusiones eran una fuente segura de
diversin para ella y sus amigos. Cuando Tamark lo descubri haba vuelto a casa, jurando que jams
volvera a dejar su pueblo natal.
Suspir. De aquello haca muchos aos y, aunque a veces todava le pedan que hablara de las
maravillas que haba visto en sus viajes, rara vez senta ya la misma excitacin y el mismo afn de
aventuras al recordarlas. Ahora era un pescador de Fandora, slo eso, y as seguira hasta que muriera.
Desde luego, era tambin un Anciano de Cabo Bage pero, aunque desempeaba sus funciones a
conciencia, en ocasiones le resultaba difcil tomarlas en serio. Resolver disputas como qu gallinas
pertenecan a un corral y otro, o decidir de quin eran las manzanas que caan al otro lado de la valla, no
eran precisamente asuntos que exigieran el conocimiento de climas y lugares lejanos.
Tamark suspir de nuevo. Deseaba tener la oportunidad de hacer algo importante para s mismo y
para el pueblo, como haba hecho su abuelo al inventar las redes.
Era el momento de subir las redes; dej la cesta y ocup su posicin en uno de los cabrestantes.
Una veintena de pescadores estaban haciendo lo mismo; Tamark los observ y esper hasta que todos
estuvieron en sus puestos, con las manos firmemente agarradas a las gastadas barras de madera.
Rezad para que esta vez haya una buena captura! grit, Pero recibi como respuesta algunas miradas de desaliento. Por lo menos, no era l el nico fandorano insatisfecho. A recoger, pues! volvi a gritar, y todos al unsono empujaron las manivelas.
El esfuerzo debera haber sido recompensado por una resistencia bastante considerable, un peso
que debera vencer lenta pero firmemente. Ni siquiera una gran captura poda suponer un esfuerzo
insuperable para veinte hombres. Por eso, Tamark se sorprendi cuando la cuerda dio apenas un cuarto
de vuelta en el cabrestante y se detuvo, como si sus manos hubiesen tropezado con un muro invisible,
impalpable. Mir a sus compaeros, que parecan tan asombrados como l. A juzgar por el peso, tena
que ser una captura sin precedentes.
Otra vez... ! A recoger! grit Tamark, y empujaron todos de nuevo. Las cuerdas subieron dos palmos y los slidos postes, acanalados para permitir el paso de las cuerdas, crujieron
alarmantemente. Lo que haban capturado, fuera lo que fuese, pesaba lo suficiente para amenazar la
instalacin entera; si no tenan cuidado, poda caer al mar todo el aparejo.
Tirad! exclam Tamark. Tirad con fuerza! Haced girar esas manivelas y sacad eso! Empujaron con todas sus fuerzas, apretando los msculos de los hombros y los costados. El cielo
gris pareca comprimirlos y la niebla estaba subiendo; algunos hilos de bruma ascendan pegados al
acantilado. Tamark escuch el rumor apagado de las olas que rompan al fondo, como si el sonido
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pudiera revelarle el secreto de la misteriosa carga. Los crujidos de la madera llenaron el aire,
acompaados de los jadeos de los hombres.
Ahora, la niebla era un fantasma gris que los envolva. Tamark tuvo de pronto el convencimiento
de que la carga de la red era algo jams visto por el hombre. Aquel peso invencible tena algo de siniestro
en su resistencia a abandonar las tenebrosas profundidades de las que intentaban arrancarlo. El pescador
hubo de respirar profundamente para impedir que un repentino temor se apoderase de l. Sin embargo,
no orden que cortasen las cuerdas, pues las redes eran demasiado importantes para perderlas por un
miedo infantil. Apret los dientes, sacudi la cabeza y continu tirando de la manivela.
Todos apreciaron el instante en que las redes alcanzaron la superficie, ya que el esfuerzo se hizo un
poco ms ligero. Ninguno de los hombres pudo, sin embargo, asomarse al borde del acantilado para
comprobar qu haba en ellas, pues eran necesarias todas las manos para hacer girar las barras. Poco a
poco, las cuerdas crujieron en sus surcos, apretndose en los enormes tornos con adormecedora lentitud.
Casi! jade de pronto Tamark. Su breve exclamacin de nimo fue imitada por los dems: Casi! Casi! Por la longitud de cuerda enrollada se poda calcular que las redes estaban a punto de aparecer.
Tamark arda de impaciencia por verlas y retirarlas, para as poder dar algn descanso a sus msculos,
Sin embargo, en lo ms profundo de su ser, senta miedo por lo que pudiera encontrar.
Las redes llegaron a lo alto del acantilado.
Por un instante, la niebla las cubri. Luego, una rfaga de brisa marina dispers la bruma. Los
pescadores dejaron de mover las barras y contemplaron lo que colgaba ante ellos, enredado en las
cuerdas y envuelto en la niebla.
Era el esqueleto blanco, totalmente limpio de carne, de una criatura marina que Tamark jams
haba visto antes. Era gigantesco, de casi veinte metros de longitud, y tena la cabeza del tamao de un
caballo. Unas vrtebras largas y ondulantes hablaban de un cuello sinuoso colocado sobre un cuerpo que,
a juzgar por la longitud de las costillas, deba haber tenido un dimetro de tres metros. No le quedaba el
menor rastro de carne adherida a los huesos, pues los carroeros marinos se haban encargado de
limpiarlos. Sin embargo, el esqueleto segua entero en su mayor parte gracias a los tendones y
ligamentos, endurecidos como cables. Al crneo le faltaba la mandbula inferior, pero los enormes
dientes curvos del maxilar superior demostraban que, sin duda, se trataba de un depredador. Dos de los
dientes eran ms largos y ms gruesos que el brazo de Tamark. Por las negras cuencas de sus ojos se
escurra el agua, ofreciendo la perturbadora impresin de estar llorando.
Nadie se movi. Nadie dijo nada. No se escuchaba otro sonido que el crujir de las cuerdas.
Entonces, detrs del grupo, surgi el gemido fantasmagrico del aire que se comprima en las grietas del
acantilado. Al otro extremo de la fila, uno de los hombres dej escapar un grito.
Como cortada por el sonido, una de las cuerdas que sostenan la enorme cola se rompi con la
tensin. El repentino desplazamiento del peso bast para que, una a una, las dems cuerdas se rompieran
con un ruido como el de unos huesos al quebrarse. Los pescadores apenas tuvieron tiempo de evitar caer
ante la sbita liberacin del peso. Los gruesos postes vibraron arriba y abajo como fustas de montar y,
cuando cedi la ltima cuerda, el esqueleto reluciente pareci saludar con la cabeza a Tamark, con una
extraa y amenazadora inteligencia. Entonces, junto con las redes destrozadas, el esqueleto se precipit
al abismo. Varios de los hombres corrieron hasta el borde del acantilado para verlo desvanecerse entre la
niebla y escuchar el chapoteo, sordo y amortiguado. Tamark no se movi. Continu silencioso con la
mirada fija y la mente llena con la mirada sin ojos del monstruo, que pareca haberse fijado en l en
especial.
Los hombres permanecieron perplejos, tanto por la prdida de las redes como por la criatura que la
haba causado. Poco a poco, alguna voz aislada penetr en la mente de Tamark, que pareca estar en
trance.
Qu era eso? No he visto nunca algo que se le parezca. La voz aguda y temblorosa del viejo Kenan, el zurcidor de redes, intervino en el dilogo.
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Yo os dir qu hemos capturado dijo. Eso eran los restos de una serpiente marina, de un Viejo Aplastabarcos, como nosotros las llambamos. Podan rodear con un anillo cualquier barco de
pesca y hacerlo astillas. Una vez vi una desde lejos, con su largo cuerpo formando ondas que asomaban
sobre las aguas como un hilo de zurcir en una tela. Eso sucedi hace cuarenta aos, pero nunca lo he
olvidado.
La conversacin se anim entonces, y el relato del viejo fue aumentando de proporciones al pasar
de boca en boca. Tamark dio media vuelta y se alej del grupo con aire abatido. Ya no haba ms pesca
aquel da, ni en muchos ms, hasta que tuvieran un juego nuevo de redes y cuerdas. Los pescadores
iniciaron el regreso a sus pequeas viviendas o a las tabernas de Cabo Bage. El Anciano suspir
profundamente como para disipar la oscuridad que notaba a su alrededor. Nunca se haba sentido
satisfecho con su suerte, aunque era mayor que la de muchos en Fandora. Muy bien, pens
apesadumbrado, tal vez ahora le cambiara. El futuro le guardaba algo especial, de eso estaba convencido.
Pero no tena ningn deseo de saber qu sera.
Cuando entr en sus aposentos, detrs de la panadera del pueblo, encontr un breve mensaje que
le convocaba a una reunin de Ancianos en Tamberly. Tamark lo ley detenidamente. Siempre haba
anhelado una oportunidad para hacer algo importante por su pueblo, para ayudar a la comunidad igual
que haba hecho su abuelo muchos aos atrs. Tal vez le haba llegado al fin la ocasin, se dijo. Tamark
era un hombre con un cierto sentido escnico: la llegada del mensaje y la terrible experiencia de los
acantilados eran una coincidencia que no poda pasar por alto.
Se sent en su catre y coloc un pergamino sobre un taburete delante de l. Con los valiosos
conocimientos de escritura que haba adquirido en sus viajes, Tamark redact laboriosamente las
instrucciones que los pescadores deban seguir en su ausencia.
A continuacin se puso de pie, tom de la alacena un par de piezas de la moneda local e hizo sonar
una campanilla colocada en el alero de la ventana; enseguida acudira un mensajero.
No obstante, cuando el muchacho se hubo marchado con el mensaje, Tamark continuaba sin poder
acallar la sensacin de inquietud que le atenazaba. A pesar de sus deseos, la expectativa de la reunin no
le gustaba.
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amberly estaba animado por las voces de los nios, de los padres enfadados y de los vigilantes
malhumorados, de vendedores nerviosos y campesinos murmuradores. En la plaza del pueblo
haba un bullicio como ningn fandorano haba visto en aos. Tambin haba cierta tensin, los
vecinos del pueblo que paseaban por las calles, de da o de noche, solan detenerse de pronto para
levantar la vista al cielo como si esperaran ver en cualquier momento una Nave del Viento simbalesa
pasando a baja altura sobre las casas.
Se