Perra y laika yo rece por ti

Siempre quise decirte que no era separación lo de nosotras, si no que distanciamiento.

Te alejabas al perder la gravedad, y yo veía como flotabas y morías al mismo tiempo.

Me gustaba tomar vino en las plazas contigo, rayar las bancas con nuestros nombres,

apropiarnos de los parques con tan solo mearlos, revolcarme contigo,

acariciar la hello kitty de tus calzones, pintarnos las uñas en tu cama, venerar a tus dioses: los san pistols, pedirles salvación y

protección.

Tú llevabas la omnipresencia en la piel, yo era solo un pajarito del señor que te cantaba en los días soleados y te convertía en mi nido los días de lluvia. Siempre me gusto hablar de ti como si fueses mujer, por esa sensibilidad al cogerme tan frágilmente que no encontré en

ningún otro hombre.

Como le pasa a todos los santos, recibías flores y velas de otras mujeres,

nos concebiste varios favores. Te encantaba hablar de “lo espiritual”,

pero en ese tiempo estabas tan demacrada, pálida, ojerosa y con los ojos a punto de salir; es entendible que hayas acudido a esos temas por si las moscas no te seguían hasta la basura, que eras lo único que tenias

para caer muerto.

En ese entonces yo te amaba tanto, y a pesar de que perdiste a todas tus fervientes, yo llegaba a tu roca a darte gracias, yo llegaba a tu boca para ver

si revivías. Pero no te salve, nunca lo hice.

Se muy bien que flotas en el cielo, como una virgen ascendida oculta

entre las nubes.

Nos convertimos en perras y laicas, perdidas en la carrera espacial explorando el universo,

el más allá de otros cuerpos.

No hay dios que nos detenga

cuando se pierde la fe, no hay fe que me alimente

cuando te haya perdido totalmente.