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Michelet - La Bruja.pdf

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    Maqueta y portada: RAG -

    1 .a edicin 1987 2.a edici-n, 2004

    Jules Michelet

    La Bruja Una biograf'a de mil ai-o fundamentada

    en las actas judiciales de la Inquisici

    Traducci Ros-n Lajo y M.a Victoria Fr-gol

    Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en j M el art'culo 270 del C-digo Penal, p d d n ser castigados con penas de multa y privaci de libertad quienes reproduzcan sin la preceptiva autoriici6n o plagien, en todo o en parte,

    una obra literaria, art'stica o cientffica, fijada en cualquier tipo de soporte.

    @ Ediciones Akal, S. A., 1987, 2004 Sector Foresta, 1

    - 28760 Tres Cantos Madrid - Espafia

    Tel.: 918 061 996 Fax: 918 044 028 www.akal.com

    1 1 i

    ISBN: 84460-22 13-3 l l

    Depsit legal: M. 8729-2004 1

    Impresin Fernnde Ciudad, S. L. (Madrid) 1

    Impreso en Espa I 1 1 ,

    .!

  • De cuantos libros he publicado, st es el que me pa- rece m inatacable, .porque nada tiene que ver con una crnic li era o apasionada. En general es sencillamente el resulta f o de las actas judiciales.

    No sl me refiero a los grandes procesos (de Gauf- fridi, de la Cadiire, etc.), sino tambi a mltiple he- chos que ilustres predecesores han extra-d de los archi- vos alemanes, ingleses, etc., y que yo he reproducido.

    Tambi han constituido una fuente apreciable los ma- nuales de los inquisidores. Cuando ellos mismos se acu-

    . san de tantas cosas, no queda m remedio que creerlos. En cuanto a la ipoca legendaria (los tiempos primeros)

    de la brujer-a los numerosos textos de Grimm, Soldan, Wright, Maury, etc., me han procurado una base ex- ce'lente.

    En cuanto a los tiempos posteriores (de 1400 a 1600 y de despus los fundamentos de mi libro son mucho m slido porque est extra-do de muchos procesos juzgados y publicados.

    J. Michelet 1 de diciembre de 1862

    (1) Ed. Lacroix.

  • 1 A ,

    181 7- Michelet se grada bachillerato, licenciatura, 1835 Del 18 de agosto al 25 de septiembre, Michelet doctorado en letras (tesis sobre Plutarco v Lnc- inspecciona las bibliotecas y archivos pfiblicos

    d

    ke). Se gana la vidi como profesor particular. delsudoeste. El 15 de septiembre salen a la ven- Obtiene el tercer nmer en el concurso de Acre- ta las Memorias de Lutero. gados en Letras que acaba de crearse. Es nom- 1836 (septiembre) Traslado de domicilio, ahora a la brado profesor en el Colegio Carlomagno. calle de las Postas (actual calle Lhomond), 12. Nombramiento para el Colegio Santa Brbara 1837 En junio Michelet publica el tomo 111 de la His- El 20 de mayo Michelet se casa con Pauline 1 toria de Francia (1270-1380) y 10s Or-gene del Rousseau. Tendr dos hijos: Ad& y Charles. derecho francs Despu se dirige a Blgic y Encuentro con Edgar Quimet, en casa de Victor Holanda, de donde regresa el 18 de julio. Cousin y comienzo de una larga amistad. 1838 Elegido miembro de la Academia de Ciencias N o A m d o profesor de Historia y de Filosof- en . Morales, ocupa una ctedr de Historia y de Mo- la Escuela Normal. Publica los Principios de la Fi- ral en el Colegio de Francia. El 23 de abril da SU losof'a de la Historia, traducidos de Vico. Desde primera clase. Viaje a Italia en julio y agosto. el primero de abril, vive en la calle de la Ballesta, 1839 (24 de marzo-7 de abril). Viaje a Lyon y Saint 27. Etienne, investigaci en el mundo obrero. 24 de Viaje a Alemania. Preceptor de la nieta de Car- julio: muerte de Pauline. los x. 1 1 1840 En febrero publica el tomo IV de la Historia, de Viaje a Italia en primavera. Despu de la revo- i Francia (1380-1422). El 5 de mayo, encuentro lucin Michelet es elegido profesor de la pfin- . ' con Madame Dumesnil con quien Michelet ini- cesa Clementina, hija de Luis Felipe. En octubre 1 tia una apasionada amistad. Viaje a Blgic del se le nombra jefe de la secci histric de 10s 25 de julio al 16 de agosto. Archivos. 1 8 4 1 Madame Dumesnil, enferma, se instala en casa de El primero de abril sale a la venta la Introduc- Michelet. El 23 de agosto aparece el torno V de don a la Historia Universal, y, el primero de }u- la Historia de Francia (Juana de Arco). lio, la Historia Romana. Viaje a Normand- y 1842 El 31 de mayo y despu de una larga agon-a Ma- Breta en el mes de agosto. Nuevo alojamien- i dame Dumesnil muere en la calle de las Postas: to: calle de 10s Fosos San V-ctor 39. { . ' Michelet viaja a Alemania del 19 de junio al 30 (septiembre) Viaje a Blgica de julio. El 22 de diciembre, primera lecci de (21 de noviembre) Suplencia de Guizot en la Sor- un curso sobre las leyendas medievales. bona, en la ctedr de Historia Moderna. El p i - 1843 (20 de julio) Los Jesuitas, libro de polkmica, con- mero de diciembre aparecen los tomos 1 y 11 de secuencia del curso que Michelet acaba de con- la Historia de Francia (hasta 1270): la primera i sagrar a la esterilidad de la Compa- Alfred

    Dumesnil, hijo de la difunta, , contrae matri- parte del segundo est dedicada a la aDescrip- ci de Francia~. rnonio con AdGle Michelet. Viaje a Suiza en (5 de agosto-5 de septiembre) Viaje a Inglaterra, . agosto. lo que revela a Michelet el mundo de la industria. 1844 (4 de enero) Sale a la.venta el tomo VI de la His- 1

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    l 9

  • toria de Francia (Luis XI). Del 18 de mayo al 22 de junio viaje por el Sudeste. (15 de enero) El Sacerdote. Violenta campaiia clerical contra la enseanz de Michelet y de Quinet. Aparece El Pueblo el 28 de enero. A fines de agosto, Michelet va a Blgic y a -las Ardenas. El 18 de noviembre muere su padre a los setenta y seis aos Michelet, que ha interrumpido la Historia de Francia en el tomo VI, publica, en enero, y no- viembre, los dos primeros tomos de la Historia de la Revolucin Viaje a Holanda entre el pri-. mero y el 15 de julio. (2 de enero) Se suspende el curso de Michelet. 6 de marzo, Michelet reemprende sus enseanza ante un pblic entusiasta. Se le considera uno de los maestros espirituales de la resucitada Re- pblica 8 de noviembre: primera visita de At- hena's Mialaret, joven institutriz; es el flechazo. El 10 de febrero sale a la venta el tomo 111 de la Historia de la Revoluci-n. Michelet contrae ma- trimonio con AthenaYs el 12 de marzo. Alaba, en el Colegio de Francia, la causa del amor. El 10 de febrero aparece el tomo IV de la Histo- ria de la Revolucin El 2 de julio Athenais da a luz a Yves-Jean-Lazare, que muere el 24 de agos- to. N o tendr otro hijo. Es el a del 2 de diciembre. Desde el 13 de mar- zo se suspende el curso de Michelet; los estu- diantes se manifiestan en contra de esta medida tomada por el administrador del Colegio de Francia. En primavera sale a la venta el tomo V de la Historia de la Revolucibn. El 24 de octubre Michelet rechaza el medio sueldo de profesor que se le propone. Michelet, que ha rechazado el juramento al Im-

    perio y que ha sido expulsado del Colegio de Francia y de los Archivos en el mes . de . junio, se retira, semiexiliado, a Nantes. Se pone a la venta el tomo VI de la Historia de la Revolucin Cansado por el trabajo excesivo, Michelet decide pasar el invierno en Nervi, cerca- de Gnova,dond se instala el 18 de noviembre. Lento restablecimiento. Las leyendas democrtica del Norte (21 de ene- ro). Redacci del Banquete, que no se publica- r en vida de Michelet. Vuelta a Par- en agosto, instalndos en la calle del Oeste (actual calle de Assas), 44. Se contin la publicaci de la Historia de Fran- da: la Historia del Renacimiento, ue correspon- I de al tomo VII, aparece el 1.0 de fe rero; el tomo VI11 (la Reforma) el 2 de julio. En verano viaje a Blgica Adde Dumesnil muere el 15 de julio. El 9 de marzo aparece el tomo IX de la Historia de Francia (guerras de religin) El 12, El Pdja- YO, Estancia en Suiza desde julio hasta septiem- bre. El 10 de noviembre sale a la venta el tomo X de la Historia de Francia (la Liga y Enrique IV) . El 27 de mayo Michelet publica el tomo XI de la Historia de Francia (Enrique IV y Richelieu) y, el 17 de octubre, El Insecto. Pasa el verano en Fontainebleau y va a Hykres, en diciembre, para pasar el invierno. En marzo aparece el tomo XII de la Historia de Francia (La Fronda). Regreso de Hyires a Par- en mayo. Estancias de verano en Granville y en Pornic. El 17 de noviembre, El Amor. El verano en Saint-Georges-de-Didonne, cerca de Royan, en la costa. El 21 de noviembre sale a la venta La Mujer. El tomo XIII de la Historia de Francia (Luis XIV

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  • y la revoluci del Edicto de Nantes). Estancias en Rouen, Vascoeuil -donde Alfred Dumesnil reside en la casa solariega de la familia- Forges- les-Eaux y Etretat. El Mar aparece el 15 d enero. Michelet inicia la redacci de una novela;-que titula Sylvina, Me- morias de una camarera, que no terminar Ree- dita El sacerdote. Despu de una estancia en Veytaux ('Suiza) se establece en Toulon con la in- tenci de pasar el invierno all- En febrero auarece el tomo XIV de la Historia - de Francia (Luis XIV y el duque de Borgoa) Muerte de Charles Michelt, el 16 de abril, en Es- trasburgo. Pasa el mes de agosto y septiembre en Saint-Valery en Caux. El 15 de noviembre Het- zel sustituye a Hacherte, que tiene miedo, y edi- ta La Bruja. En primavera y verano, estancia en Montauban, patria de la familia de Athenais y en San Juan de Luz. El primero de octubre aparece el tomo XV de la Historia de Francia (Regencia). Los Michelet pasan una buena arte del verano f en Saint-Valery-en-Caux. Sale a a venta la Biblia de la Humanidad, el 31 de octubre. A de descanso y de vacaciones: Veytaux, Saint-Gervais, Aix-les-Bains, Hyiires (10 de di- ciembre). (24 de abril-4 de mayo) Regreso a Par-s por eta- pas, a trav del Languedoc, el Sudoeste, y el Li- mousin. El 1.0 de mayo aparece el tomo XVI de la Historia de Francia (Luis XIV). Athenais pu- blica en noviembre Memorias de una nia El 16 de noviembre nueva instalaci en Hyiires. (mayo-julio) Estancias en Veytaux y en Bex. El tomo XVII de La Historia de Francia (Luis XIV) aparece el 10 de octubre. Se reeditan El Pjaro El Insecto y La Bruja.

    1868 Los Michelet pasan en ~ y i r e s los meses de fe- brero, marzo y abril. Sale a la venta el 1.0 de fe- brero, La Montafia. Pasan agosto y septiembre en Suiza, en Glion.

    1869 Nuevo viaje y estancia en Suiza en agosto. Pasan septiembre en Amphion. El 12 de noviembre pu- blica Nuestros hijos. Michelet reedita la Historia de la Revoluci y La historia de Francia para la cual escribe un gran Prefacio.

    1870 Despu de la declaraci de guerra de Francia a Prusia, Michelet firma el 5 de agosto el manifies- to para la paz, redactado por Marx, Engels y Louis Blanc en ~ o n d r e s . Se encuentran en Mon- treux en el momento de la derrota del Imperio. El 29 de octubre llega a Florencia y se establece all-

    1871 El 25 de enero publica Francia ante Europa. El 30 de abril y el 22 de mayo, ataques de apoplej-a afasia y parlisi parcial. Michelet se recupera, pero su mano derecha se mantiene pesada y su es- critura se hace vacilante. Del 26 de junio al 29 de septiembre: estancia en Glion. Del 30 de septiem- bre al 24 de octubre, en Vevey. Regreso a Hyi - res, el 27.

    1872 El tomo 1 de la Historia del siglo XIX aparece el 3 de abril. Michelet regresa a Par- en mayo. En octubre se le diagnostica una pleures-a

    1873 El 15 de marzo sale a la venta el segundo tomo de la Historia del siglo XIX. Despu de pasar el verano en Bex, Glion y Aix-les-Bains, los Miche- let instalan sus cuarteles de invierno en Hyires.

    1874 (9 de febrero) Muerte de Michelet a consecuen- cia de una crisis cardiaca. Deja entre sus pa eles el manuscrito del tomo 111 de la Historia del si- glo XIX, que se publicar en 1875, el del Ban- quete, incompleto, que la seiiora Michelet publi- car en 1879 y numerosos escritos -ntimo de los

  • que proceder Mi juventud, publicado en 1884, PREFACIO y Mi Diario, en 1889. Su diario ser publicado casi un siglo mis tarde, a partir de 1959, al mis-

    l 1 mo tiempo que sus Escritos de Juventud.

    f El 14 de diciembre de 1861, Michelet acaba el tomo I XIV de la Historia de Francia, consagrada al final del rei- nado de Luis XIV. El 27 de septiembre se instala en Tou- Ion para pasar all el oto y el invierno. Su retiro es una humild villan, alquilada a un cirujano de Lauvergue. !. Ante se extiende un deslumbrante paisaje marino; de-

    I tris, u rid anfiteatro en el que se instalar-a cmo damente los Estados Generales del mundo>>. El lugar se presta a las meditaciones exaltadas. Liberado moment neamente de sus deberes, el historiador de Francia se deja

    ' arrastrar por su inclinaci al ensueo cosa que ofusca a m de uno de sus admiradores.

    Sue con un demonio del sexo femenino, que embru- i ja su vejez. A Athenak, su compai-er y esposa, casada a

    sus veintitr aos el 19 de marzo de 1849, le debe todo. 1 I Ella lo salv de la desesperacin provocada por la ruina

    de la 11 Repblica y, des us de la enfermedad, durante r el invierno 1853-1 854. E la le ha ensead a observar y a amar los pjaros los insectos, las armon-a de la natu- raleza, los secretos del bosque y del mar. Michelet re-

    i cuerda con emoci la respuesta que el

  • la fpqnte de todo lo vivo (fons omnium viventium). Y re- nueva con alegr- la acci de gracias del Sacerdote -ree- ditado el 1.0 de mayo de 1861- v n e siento profundamen- te hijo de la mujers.

    / Q u excepcional fidelidad! N i El Amor (1858) ni La Mujer (1859) han podido liberar a la madre de los seres vivientes del descrdit que la arroja de la Ciudad occi- dental. Hay que cambiarlo todo. Po qu el historiador no se dar- cuenta del fracaso del predicador? Michelet es capaz de prestar su voz a los parias del pasado y tiene el don de reconstruir la histori de los que no la han te- nidon. No le deslumbra la luz de los grandes nombres; por el contrario, busca el genio de los pueblos en la som- bra del olvido. Sabe que detr de la apariencia del rei- nado masculino, est la soberan- desconocida del otro sexo que a le corresponde revelar. De hecho, no duda, en varias ocasiones, en escribir la historia de Francia des- de la ptic femenina. Su Memoria sobre la *educaci de las mujeres en la edad media^, le-d el 2 de mayo de 1838, en el curso de la sesi blic de las cinco Aca-

    'demias, denuncia la ambiged S del culto a la Virgen; tra- ta de demostrar que el elogio a la pureza femenina ha con- tribuido a consagrar el desprecio hacia la mujer real. Se- g la epopeya de Juana de Arco, incluida en el tomo V de la Historia de Francia (1841) e salvador de Francia debia de ser una mujer>, santificada por el amor del pue- blo, que se reconoc- en ella, excomulgada por la iglesia, que la quemar- por ubruja~. El fresco de las Mujeres de la Revoluci (1854) magnifica el sacerdocio que ejerci el sexo dbi y el esp-rit de sacrificio del que hizo gala en los tiempos heroicos de la Repblica

    (Por qu siempre a trav de los siglos se le ha atribui- do a la mujer despectivamente el mismo papel? Michelet se lo pregunta en este mes de diciembre e 1861, con re- doblada inquietud. A lo largo de todo aquel ao a pun- to de terminar, no sl ha escrito un nuevo tomo de la Historia de Francia, sino que ha vuelto a leer los seis

    primeros, reeditados con ayuda de su yerno Alfred Du- mesnil. As puede contemplar, con una sola mirada, toda la Edad Media, el Renacimiento y el Gran Siglo e intuye, por primera vez, inducido sin duda por su propia pasin la presencia constante en la historia de una tragedia, cuya hero-n era una mujer a la vez reverenciada y persegui- da: la Bruja.

    As surgi el proyecto de publicar La Bruja. La His- toria de Francia esperar Michelet nunca tuvo la pacien- cia metdic de un cronista. Decide interrumpir la cons- trucci. del monumento de su vida, sin remordimientos, y consagrarse a la Bruja, como lo hizo al Pueblo en 1846. Estos libros son m que un libron. Le asaltan y le sub- yugan mil recuerdos. Rememora toda la horribl litera- tura de la brujer-a> que *ha pasado entre sus manos al hacer su historia^. Ahora se trata de entrar en su tema, seg la expresi que utiliza, indistintamente, cuando evoca sus inspiraciones de escritor o el deleite del comer- cio conyugal. Seguramente empieza por recordar el mar- tirio de las posesas de Loudun, de Louviers y de Aix, to- dos los procesos de posesi y de brujer-a que acaba de relatar en su Historia de Francia, cuya continuaci ha- b- reemprendido en 1855. Pero su curiosidad natural de historiador le arrastr hasta los or-gene medievales de la tragedia. Tambi all vuelve a encontrar a Satn (1).

    (1) Esta nora de Paue Viallaneix, de la l.* edici de 1962, as como

  • Lria vez trazado el ~ l a n , Michelet se preocup en pri- mer lugar de los ltimo episodios de su libro, el de la Cadire condenada en 1731 por brujer-a Sabe que su in- formaci es insuficiente, pero cuenta con aumentarla f cilmente porque la v-ctim del P. Girard era de Toulon. Fueron suficientes unas pocas semanas de investigaci en los archivos. El 18 de enero de 1862 empez a redac- tar la narracin que abandona cas acabadas el 27, para consultar las notas tomadas or Dumesnil, durante las clases que el mismo hab- de ! icado al tema de las leyen- das y creencias de la Edad Media, a lo lareo del invierno de 1842-1843. Esta lectura le estructurar la pri- mera parte de La Bruja. El 2 de febrero escribe el cap- tulo 1: La Muerte de los Dioses; el 3, el cap-tul 11: Por qu la Edad Media-perdi la esperanza; el 9 y el 10, el cap-tul 111: ElpequeEo demonio del hogar; el 16, el ca- p-tul IV: Tentaciones y el cap-tul V: Posesi-n, empe- zado anteriormente; el 20, el cap-tul VI: El Pacto; el 2 de marzo, el ca -tul X: ~ncantamientos y ~iltros; que S aparece precedi o del IX: Satn mdico el 10, el cap- tulo XI: Aquelarres; el 26, el cap-tul VII: El Rey de los Muertos, ano sin lgrirnas~ el 28, el cap-tul XII: Aquelaves-Continuach.

    E n este mismo mes de marzo se estructur la segunda parte de La Bruja. El cap-tul 1: Brujas de la decadencia se termin el 19; el cap-tul 111: Cien aiios de tolerancia, el 20; el cap-tul 11: El Martillo de las Brujas, el 25. En cuanto a los cap-tulo IV, V, VI, VII, VIII, son casi trans- cripci literal de la Historia de Francia. Los cap-tulo X, XI y XII, que corresponden al episodio de la Cadi re, se completan el 30 y el 31.

    y a slofaltab escribir la Introduccin el cap-tul IX y el Ep-logo A primeros de marzo elabora una primera

    todas las que se citar O utilizar a lo largo del estudio de la gnesis del libro, est extra-d del Diario, todav- indito de Michelet (ao 1861-1874).

    versi de la Introduccin pero se interrumpe a causa de la noticia de la enfermedad de su hijo, empleado en los

    I ferrocarriles de Alsacia. Se dirige a la cabecera de Char- les, que morir el 16 de abril, Destrozado por la tristeza, renuncia al alegre sol de Toulon. Regresa a su domicilio de Par-s Abandona La Bruja, a pesar de haber'finaliza- do el cap-tul IX de la segunda parte y de que el libro

    1 est casi completo. Reanudando una antigua costumbre, intenta olvidar dedicndos a un nuevo trabajo: la pre- paraci del tomo XV de la Historia de Francia. No'vuel- ve a coger La Bruja hasta el 7 de agosto, cuando se en- cuentra en Saint-Valery-en-Caux y espera las pruebas del

    \ Cap-tul 1 de La Regencia, Redacta un

  • e,, ,,J &p-tul X de la segunda parte (desde:
  • presamente en el momento en que se instaura el reina- do del positivismo? Michelet se adelanta al porvenir de la sociolog- histrica de la etnolog- y de la psicolog- social. Practica el ensayo en diversos e isodios de la His- toria de Francia, en El sacerdote y E ! pueblo, e incluso en la Introducci de El amor. Despu cae en la cursi- ler- con La mujer. Pero en La bruja recobra y multipli- ca su eficacia.

    La noci de objetividad histric existente se encuen- tra trastocada. i Qu importa si la bruja medieval ha lan- zado o levantado sortilegios, si se ha casado o no con el diablo, si ha cometido una impostura o recibido un don! Lo importante y perdurable es que ella ha cre-d en su omnipotencia mgic y maldita, que todo un pueblo ha cre-d con ella ha tenido necesidad de creer en ella. Este es el hecho, el I echo histric de la brujer-a Michelet lo are su cita^ al revivirlo. Contin haciendo historia como una (. As concibe los cap-tulo m hechiceros de su libro. Al mismo tiempo se esfuerza por analizar la funci concedida a la bruja de la Edad Media. Le parece que viene condicionada por la adesesperaci-n contempornea La servidumbre, in- herente al feudalismo pervertido, el oro, convertido en i d gran dios^, la enfermedad (la lepra), ocasionada por el hambre, alinean la libertad del campesino. El hombre del pa- no es libre. Se siente prisionero en una comuni- dad en la que deber- alcanzar su plenitud. La Iglesia no le compadece. Profesa un espiritualismo tan anglic que traiciona la enseanz y el ejemplo de Cristo. Desprecia el cuerpo, la Naturaleza. N o ve en la vida m que una prueba. Predica la

  • atreve, incluso, a solicitar de Sat tres sacramentos al re- vs bautismo, orden y matrimonio. {Qui arrojar con- tra ella-la primera piedra? Michelet, su caballero, Con este veredic- to se concluye el proceso con que el historiador, indul- gente con la perversi desesperada de la Buen Dama juzga a los hombres de la Iglesia, quienes despu de ha- ber pose-d a las v-ctima las inculpan y las lanzan a las llamas.

    La dialctic sutil de La Bruja a veces da vrtigo el vr tigo del sortilegio. Pero ella tambi lo conjura. Michelet anuncia a quien quiera o-rl (pero nadie quiere, en 1862, cinco ao despu de la condena de Las Flores del Mal) que la criatura m miserable es mejor que su miseria. Su hero-n encarna la trgic esperanza de Baudelaire apos- trotando a Satn un Sat nacido de la revuelta humana y de sus suei-o agresivos que mu bien podr-a ser),, seg la ltim frase de La Bruja: Un de los aspectos de Dios*.

  • i 1 l T que incluso a h leprosos, a los parias malditos ! BIBLIO GRAFIA Ensea por el amor el gusto del Para-s I

    i O h , Satn ten piedad de mi larga existencia! , I I 1

    I 1 1 1 i i Se encontrar una bibliograf- detallada en los estudios biogrfico y cr-ticos dedicados a Michelet, en la tesis de i I Paul Viallaneix: La Voie Royale, pgina 511 a la 518. 1 Sl las principales se mencionan aqu por orden crono- lgico Monod (Gabriel). La vida y el pensamiento de Jules Mi-

    chelet, Par-s Champi (Biblioteca de la Escuela de l Altos Estudios), 1923, 2 vols.

    . Refort (Lucien). El arte de Michelet en su obra histric

    I (Par-s Champion, 1923). l Carre (Jean Marie). Michelet y su tiempo (Par-s Perrin,

    1 1926). Guehenno (Jean). El Evangelio eterno (estudio sobre Michelet) (Par-s Grasset, 1927). I Haac (Oscar A.). Los principios inspiradores de Michelet. 1 l PUF, 1951. i I Barthes (Roland). Michelet visto por mismo (Par-s Editions du Seuil, 1954).

    Cornuz (Jean Louis). Jules Michelet. U n aspecto del pen- 1 samiento religioso en el siglo XIX. Geniise, Droz et

    Lille (Giard, 1955). I Viallaneix (Paul). La v- real. Ensayo sobre la idea del pueblo en la obra de Michelet (Par-s Delagrave, 1959). 1, I

    26 I 27

  • ! \

    I Sprenger ha dicho (antes de 1500): hay que hablar de la herej- de las brujas y no de los brujos, porque estos cuentan poco,,. Y otro escritor de la poc de Luis XIII I afiadir-a Po un brujo hay diez mil brujas,,.

    1 L Naturaleza las ha hecho hechiceras>. Es su propio genio, su temperamento femenino. La mujer nace ya 1 hada. En los per-odo de exaltacin que se suceden re- gularmente, se convierte en Sibila. Por amor, en Maga. l 1 Por su agudeza, su astucia (a menudo fantstic y bien- I hechora) es una Bruja hechicera que atrae la buena suer- 1 te, o, por lo menos, alivia las desgracias. 1 Todos los pueblos primitivos empiezan de la misma I manera/como lo vemos por los viajes. El hombre caza y I combate. La mujer piensa e imagina, engendra a los sue- I nos y a los dioses; ciertos d-a se vuelve vidente, roza el i infinito del deseo y del sueo Para contar mejor el tiem- po, observa el cielo, sin perder su inter por la tierra.

    Cuando joven y hermosa contempla las flores amorosas y las conoce muy bien. M tarde, ya mujer, las utiliza para curar a aquellos que ama.

    ;As de sencillo es el inicio de las religiones y de las ciencias! M tarde todo se complicar veremos apare- cer a los especialistas: juglar, astrlog o profeta, nigro- mante, sacerdote, mdico Pero, en el principio, la mujer lo era todo.

    l

  • Una religi fuerte y viva, como lo fue el paganismo griego, empieza con la Sibila y termina con la Bruja. La primera, virgen y bella lo arrull a la luz del d-a le dio el encanto y la aureola. M tarde, enfermo, deca-do en las tinieblas de la Edad Media, en las landas y en los bos- ques, la bruja lo mantiene oculto; su intrpid piedad le aliment y le ayud a sobrevivir. As- para las religiones, la mujer es madre, tierna guardiana y nodriza fiel. Los dioses son como los hombres; nacen y mueren en su seno.

    SU fidelidad le ha costado cara! ... Reina y magas de Persia, encantadora Circe, sublime Sibila!, {en qu os ha- bi convertido?, {qu brbar transformaci habi su- frido? ... Aquella que, desde el trono de Oriente, ense las virtudes de las plantas y los caminos de las estrellas, aquella que, desde el tr-pod de Delfos, iluminada por el Dios de la luz, conced- sus orculo a la gente arrodi- llada a sus pies, aquella mil ao despu ser perseguida y cazada como una bestia salvaje, deshonrada, lapidada, arrojada a la hoguera.

    Contra la infortunada, el clero no tiene bastantes ho- gueras, ni el pueblo bastantes ofensas, ni el ni bastan- tes piedras. El poeta, (tambi un nio le lanza otra pie- dra, m cruel a para una mujer: supone, gratuitamen- te, que siempre fue vieja y fea. La palabra bruja se asocia automticament con las espantosas viejas de Macbeth. Pero sus crueles procesos ensea lo contrario. Muchas

    . . perecieron precisamente por ue eran jvene y hermosas. 7- La Sibvla predec- el male icio Y la Bruia lo hac-a Esta ./ i

    es la grande, la verdadera diferencia. L; Bruja invoca, conjura y act sobre el destino. N o es la Casandra an- tigua, que ve- claramente el porvenir, lo lamentaba y lo esperaba. La Bruja crea el porvenir. M que Circe, m que Medea, tiene en la mano la varita mgic del milagro natural, y por ayuda y hermana, a la naturaleza. Ofrece

    ya los rasgos del Prometeo moderno. De ella parte la in- dustria, el conocimiento que cura y rehace al hombre. Al rev de la Sibyla,.que parec- contemplar la aurora, ella contempla el poniente; pero justamente este poniente sombr- da, mucho antes que la aurora (como sucede en los Alpes), un nacimiento anticipado del d-a

    El sacerdote se da cuenta del peligro; la sacerdotisa de la Naturaleza a la que aparenta despreciar es el verdade- ro enemigo, el rival terrible. Ella ha concebido nuevos dioses de los dioses antiguos, ella est a punto de dar a luz, del Sat del pasado al Sat del porvenir.

    Durante mil aos la Bruja fue el nic mdic del pue- blo. Los emperadores, los reyes, los papas, la gran no- bleza ten-a algunos mdico de Salerno, musulmanes, ju- d-os pero la masa del pueblo no consultaba m que a la Saga o a la mujer-sabia. Si no curaba, se la atacaba, se la llamaba bruja. Pero generalmente, por un respeto mez- clado de temor, se le llamaba igual que a las Hadas, Bue- na mujer o Bella, dama.

    A la bruja le ocurri lo mismo que a su planta favori- ta, la Belladona y a otras ~ociones medicinales, que em- pleaba y que fueron el ant-dot de las grandes epidemias medievales. El ni o el viandante ignorante maldice es- tas flores sombr-a antes de conocerlas. Sus ambiguos olores le asustan y huye de ellas. Sin embargo son las Consoladoras (Solanceas que, discretamente administra- das, han curado o aliviado frecuentemente tantos males.

    A las brujas se las encuentra, necesariamente, en luga- res siniestros, aislados, malditos, entre ruinas y escom- bros. (Dnd hab-a de vivir, si no en las landas salvajes las infortunadas, de tal forma perseguidas, malditas, pros- critas? La novia del Diablo, la envenenadora que curaba, hizo mucho bien seg Paracelso, el gran mdic del Re- nacimiento. Cuando este quem toda la medicina en Ba-

  • silea, en 1527, afirm no saber m que lo que le hab-a ensead las brujas.

    Esto merec- una recompensa y la tuvieron. Se les pag con torturas y hogueras. Inventaron, para ellas, suplicios y dolores especiales; fueron juzgadas en masa y conde- nadas por una palabra. Jam se hab-a prodigado tantas vidas humanas. Sin hablar de Espaa tierra clsic de ho- gueras, donde se ersigue al Moro y al Jud- y a la Bruja I -fueron quema as siete mil en Trvedis y no s cuan- tas en Toulouse; en Ginebra, quinientas, en tres meses (1513); ochocientas, en Wurtzbourg, casi de una horna- da mil quinientos en Bamberg (dos peque-sim obis- pado~). Fernando 11, el Beato, el cruel emperador de la guerra de los Treinta Aos se vio obligado a vigilar de cerca a sus santos obispos, capaces de llegar a quemar a todos sus sbditos En la lista de Wurtzbourg he encon- trado un brujo de once aos que iba a la escuela, y una bruja de quince y, en Bayona, a dos de diecisiete, conde- nadamente bonitas.

    En ciertas pocas el odio mataba a cualquiera, por el mero hecho de ser llamada bruja. Los celos de las muje- res, la codicia de los hombres, recurr-a fcilment a esta arma tan cmoda Aquell es rica? ... pues bien, es Bru- ia. La otra es guapa ... tambi Bruja. Veremos a la Mur-

    " -L

    gui, una peque mendiga, que, con esta piedra terrible, seal en la frente para la muerte a la castellana de Lan- cinena, una gran seor que era demasiado hermosa.

    Si pueden, las acusadas se matan para evitar la tortura. ~ e m i , e l excelente juez de ~o renaz que lleg a quemar ochocientas bruias, explica triunfalmente el terror desen-

    , -

    cadenado: *Mi justicia es tan buena, que diecisis que fueron detenidas el otro d-a no esperaron al juicio y se colgaron antes>>.

    Durante los treinta ao que he dedicado a la redac- ci de mi Historia, ha pasado y repasado, una y otra vez, entre mis manos esta horrible literatura de la bruje- r-a He agotado primero los manuales de la Inquisicin las brutalidades de los dominicos (Lhigos, Martillos, Tor- cecuellos, Fustigaciones, Horcas, etc., tales son los t-tulo de sus libros). Despu le a los parlamentarios, a los jue- ces laicos que sucedieron a estos frailes y que los despre- ciaron sin dejar de ser, por ello, menos estpidos He di- cho algo sobre esto en otra parte. Aqu una sola obser- vacin desde el a 1300 hasta el 1600 e incluso hasta m tarde, la justicia es la misma. Excepto durante un pe- que lapso de tiempo, en el Parlamento de Par-s siem- pre, se repite la misma ferocidad ~ r o p i a de ignorantes. Los inteligentes no hacen nada en este aspecto. El espi- ritual De Lancre, magistrado de Burdeos durante el rei- nado de Enrique IV, muy avanzado en pol-tica cuando se trata de brujer- cae al nivel de un Nider, de un Spren- ger, de cualquier estpid monje del siglo XV.

    Resulta verdaderamente asombroso comprobar que en tiempos tan diversos, hombres de cultura diferente, no sean capaces de avanzar ni un paso. M tarde se com- prende que unos y otros quedaran parados, irremedia- blemente cegados, embriagados y seducidos por el vene- no de sus principios. Tales principios constituyen un dog- ma de injusticia fundamental: *Todos perdidos, sl por uno y no sl castigados, sino dignos de serlo, viciados y pervertidos de antemano, muertos para Dios, incluso antes de nacer. El ni que mama ya est condenado^.

    Qui dice esto? Todos, incluso Bossuet. Una impor- tante jerarqu- eclesistic de Roma, Spina, Maestro de Palacio Sagrado, lo formula claramente: por qu per- mite Dios la muerte de los inocentes? Dios obra siempre justicieramente, porque no mueren a causa de los peca- dos que han cometido, sino porque son siem re culpa- bles a causa del pecado original9 (De Strigi I us, p. 9).

    De esta enormidad se derivan dos cosas, tanto desde el

    33

  • punto de vista de la justicia, como de la lgica El juez act con absoluta seguridad; aqu que tiene delante es culpable, y, si se defiende, todav- peor. La justicia no tie- ne que cavilar mucho, ni romperse la cabeza para distin- guir lo verdadero de lo falso, porque ya de entrada ha to- mado artido. El lgico el escolstico sl tiene que ana- lizar e r alma y darse cuenta de su complejidad, de sus lu- chas interiores. N o necesita explicarse, como nosotros, cm es esta alma, como puede llegar a ser POCO a poco, viciosa. De tales delicadezas y titubeos -si pudiera com-

    renderlos- se reir-an menear-a despectivamente la ca- Eeza. iC6mo se balancear-a entonces sus soberbias ore- jas, que adornan su vac- crneo .

    Cuando se trata del Pacto diabblico, del contubernio espantoso, en virtud del cual, el alma se vende a los tor- mentos eternos por la ganancia de un d-a nosotros sen- tir-amo la necesidad de indagar las desgracias y cr-me nes ue la hab-a inducido a seguir por la senda maldita. (Ha \ echo algo semejante nuestro hombre? Obviamente para l el alma y el diablo hab-a nacido el uno para el otro, por ello, a la primera tentacin por un simple ca- pricho, un deseo, una idea pasajera, el alma se arroja a tan horribles extremos.

    Tampoco veo que nuestros modernos se hayan formu- lado demasiadas preguntas acerca de la cronolog- moral de la brujer-a Se aferran demasiaddo a las relaciones exis- tentes entre la edad media y la antigedad Relaciones rea- les, pero dbiles de escasa importancia. N i la antigua Maga, ni la Vidente cltic y germnic son todav- la ver- dadera Bruja. Las inocentes fiestas bquicas pequeo aquellares rurales, que perduraron durante la Edad Me- dia, no son de ninguna manera las Misas negras del siglo XIV, que representan un desaf- solemne a Jesucristo. Es- tos terribles conceptos no llegaron por la larga cadena de

    la tradicin sern simplemente, hijos del horror del tiempo.

    D dnd procede la Bruja? Sin ninguna duda: (>

    (Qu hizo la Iglesia ante esta desesperaci profunda? Sin ninguna duda: (>.

    N o me voy a entretener en sus melifluas explicaciones, con ue pretenden atenuarlo:

  • f-sic y espiritual. De vuelta de tornillo en vuelta de tor- nillo, crujiendo ya, sin poder respirar, L a Bruja salt de la mquin y cay en un mundo desconocido.

    s-n naci la Bruja, sin padre ni madre, ni hijo, ni es- poso, ni familia. Es un monstruo, un aerolito, venido de no se sabe dnde Dio m-o quien se atrever a acercar- se a ella!

    (Dnd vive? En lugares de dif-ci acceso, en los bos- ues de zarzas, en las landas, donde los espinos y los car-

    o s enmaraiiados impiden el paso. Por la noche, se res- guarda bajo cualquier dolmen. Si se la encuentra, sigue aislada por el com horror. Tiene alrededor de s mis- ma como un c-rcul de fuego.

    (Qui la creer A pesar de todo, es todav- una mu- jer. Su destino terrible tensa sus resortes de mujer, su electricidad femenina. Se agudizan especialmente e n ella dos dones:

    El iluminismo de la locura lcid que, seg sus gra- dos puede ser poes-a percepcin penetracin la palabra ingenua y astuta, y, sobre todo, la facultad de creerse to- das sus propias mentiras. Don desconocido en el brujo. Con l nada hubiera empezado.

    De este don deriva el otro, el sublime poder de la con- cepci solitaria, la partenognesis que nuestros fisilo gos reconocen hoy en las hembras de numerosas especies, por la fecundidad de su cuerpo, y que se da tambi en

    . -

    las concepciones del esp-ritu Sola, concibe y da a luz. quin A una rplic de

    s misma. Paradjicament tiene un hijo del odio, conce- bido por amor, ya que sin amor no se crea nada. Aunque asustada por el nacimiento de este nii-o se reconoce en l se complace de tal manera en este -dolo que lo coloca al instante sobre el altar, le honra, se inmola ante l ofre- cindos como v-ctim y hostia viviente. A menudo ella misma le dir a su juez: N temo m que una cosa: su- frir demasiado poco por l> (Lancre).

    Sab cm son los primeros pasos del nio Una

    tremenda explosi de risas. Tiene motivos para estar ale- gre; vive libre en las praderas, lejos de los calabozos de Espa y de los emparadamientos de Toulouse. Su in pace es nada menos que el mundo. Va, viene, se pasea. Suyo son el bosque sin l-mites las landas de lejanos horizon- tes, la tierra entera! La bruja le llama tiernamente M Robin~, por aquel valiente proscrito, el alegre Robin Hood, que vivi- tambi en el bosque. Le gusta llamarle otra ve- ces Verdelet (tierno, inmaduro), JoZi-bois, Vert-bois, que son los lugares preferidos del travieso. En cuanto ve un matorral, hace novillos.

    Lo que asombra m es que la Bruja haya creado un autntic ser humano, dotado de las caracter-stica de los seres humanos reales. Se le ha visto y o-do Se le puede describir.

    Por el contrario, la Iglesia ha resultado impotente a la hora de engendrar. i Qu plidos difanos transparentes, incoloros resultan sus ngeles

    Incluso sus demonios, que la Iglesia copi de los rabi- nos, la sucia legi rugiente, etc., no logran el pretendi- do realismo terror-fico Son figuras m grotescas que terribles, fluctuantes, bufonescas.

    Muy diferente es el Sat que surge del seno ardiente de la Bruja, vino, armado, blandiendo las armas ame- nazador.

    Por grande que haya sido el miedo que ha inspirado, hay que confesar que sin l nos habr-amo muerto de pura monoton-a De todas las plagas que azotan a esta poca el aburrimiento es quiz la m pesada. Cuando se intenta hacer hablar a las Tres Personas entre ellas, como tuvo la mala idea de hacerlo Milton, el aburrimien- to se e a a lo sublime. Entre una y otra hay un s eter- no. Entre los ngele y los santos, el mismo s- Todos apa- recen en sus leyendas, bastante paganas al principio, con el mismo invariable aire de parentesco soso, que les une

    .

    entre s y con Jess Todos primos. Dios nos libre de vi- vir en un pa- donde todo rostro humano, de desolador '

  • parecido, tenga esta semejanza dulzona de convento o de sacrist-a

    Por el contrario, Satn hijo de la bruja, atrevido, es ca- paz de ser la rplic de Jess Estoy casi seguro de que a Jesucristo deb- divertirle, cansado como estaba de la in- sipidez de sus Santos (1). Y

    Los Santos, los bien-amados, los hijos de la casa, se mueven poco, contemplan, suean esperan inmviles se- guros de que obtendr su lugar entre los Elegidos. La poca actividad que tienen se concentra en el c-rcul cerra- do de la Imitaci (esta palabra est constantemente pre- sente en toda la Edad Media). El, el bastardo maldito, cuya herencia no es otra cosa que el ltigo no tiene sen- tido que espere. Va buscando y nunca descansa. Se mue- ve desde la tierra al cielo. Es muy curioso, excava, pene- tra, sondea y mete la nariz en todas partes. Se burla y se r- del Consummatum est. Dice siempre: aiM all! y ~i Adelante!>.

    Lo dem es fci de deducir. Aprovecha todos los des- perdicios. Lo ue el cielo desecha, lo recoge. Por ejem- plo, la Iglesiaha rechazado la Naturaleza por impura y sospechosa. Sat se apodera de ella; se adorna con ella. M an la explota, se sirve de ella, y hace brotar de su seno las artes. Hace suyo el gran nombre con el que se le quiere condenar, el de Pr-ncip del mundo.

    Se hab- dicho imprudentemente : a Desgraciado aquellos que r-en!>> As se entregaba de antemano a Sa- t el monopolio de la risa y se le proclamaba divertido. M an necesario. Porque la risa es una funci esen- cial de nuestra naturaleza. C soportar la vida si no podemos re-r al menos en los intervalos entre nuestros dolores?

    La Iglesia, que no ve en la vida m que una prueba, evita el prolongarla. Su medicina es la resignacin la es-

    (1) El fragmento que acabamos de leer desde ved por el contra- rio ... no figura m que en la edici original. (Ver el Prefacio.)

    pera y la esperanza de la muerte. Vasto campo para Sa- tn que se convierte en mdico en bienhechor de los vi- vientes, en consolador, que se complace en mostrarnos a nuestros muertos, en evocar las sombras amadas.

    Otro punto rechazado por la Iglesia: la Lgica el Li- bre Pensamiento. Esta ser la gran golosina de la que el otro se apoderar vidamente

    La Iglesia hab- construido a cal y canto un peque inpace, estrecho, de bved baja, apenas esclarecido a tra- v de una peque hendidura: la Escuela. A los tonsu- r a d o ~ que all viv-a se les dec-a sed libres>>, pero todos acababan convirtindos en lisiados de las piernas. Tres- cientos, cuatrocientos ao confirman esta parlisis Ta es la afirmaci de Occam!

    Resulta divertido descubrir, en esta afirmacin el ori- gen del Renacimiento. (Cm naci el Renacimiento? Por el satnic empe de las gentes en perforar la b veda, por el esfuerzo de los condenados que quer-a ver el cielo. Y tuvo lugar tambi m all lejos de la Escue- la y de los letrados, en la Escuela del monte, haciendo no- villos, donde Sat persigui a la Bruja y al pastor.

    Enseanz arriesgada entre todas, pero en la que los mismos peligros exaltaban la curiosidad, el deseo desen- frenado de ver y de saber. All empezaron las ciencias malditas, la farmacia prohibida de los venenos y la exe- crable anatom-a El pastor, esp- de las estrellas, obser- vando el cielo, suministraba culpables recetas, ensayos so- bre los animales, mientras la bruja suministraba un cad ver robado del cementerio vecino. Por primera vez (con riesgo de morir en la hoguera) se pod- contemplar este milagro de Dios

  • daz, que sab- usar diestramente el hierro, que romp- los huesos y sab- recomponerlos, que mataba y a veces salvaba a los condenados a la horca.

    La universidad criminal de la bruja, del pastor y del verdugo, con sus ensayos sacrilegos, empuj a la otra, la oblig a competir con ella y a estudiar, porque todo el mundo quer- vivir. Todos los conocimientos mdico depend-a de la Bruja, ya que se hab- dado la espalda al mdico La Iglesia tuvo que aceptarlo y permitir estos cr- menes. Se vi6 obligada a autorizar la disecci y a admi- tir que hab- buenos venenos (Grillandus). En 1306, el ita- liano Mondino abre y disecciona a una mujer; a otra, en 1315. i Revelaci sagrada! Descubrimient de un mun- do m grande que el de Cristba Coln Los tomos gi- mieron y aullaron. Los sabios cayeron de rodillas.

    Con tales victorias, Sat estaba seguro de vivir. La Iglesia sola nunca le habr- podido destruir. Las hogue- ras no le afectaron. Para destruirlo hab- que recurrir a determinada pol-tica

    Se dividi hbilment el reino de Satn Contra su hija, su esposa, la Bruja, se arm a su hijo, el Mdico

    La Iglesia, que le odiaba profundamente, contribuy a fundar su monopolio para conseguir la extinci de la Bruja. En el siglo xv declar que si la mujer se atrev- a curar, sin haber estudiado, ser- considerada bruja y de- ber- morir.

    Pero la Bruja no pod- estudiar pblicamente Imagi- nad la escena risible, horrible, que habr- tenido lugar, si la pobre salvaje se hubiera arriesgado a entrar en las es- cuelas. Qu fiesta y qu alegr-a En las hogueras de San Juan se quemaban gato's encadenados. La bruja, arrojada a aquel infierno maullante, quemada viva al mismo tiem- po que los gatos encadenados, hubiera sido motivo de ale- gre fiesta para los jvene frailucos y para los Capetos.

    Veremos a lo largo de esta poc la decadencia de Sa- tn Lamentable relato. Lo veremos pacificado, converti- do en un buen viejo. Se le roba y saquea, hasta el punto

    de que de las dos mscara que usaba en el Aquelarre, la m sucia, la toma Tartufo.

    Su esp-rit est en todas partes. Pero el Diablo, en per- sona, desaparece completamente al desaparecer la Bruja. Los brujos fueron impertinentes.

    A partir del momento en que se le ha precipitado ha- cia su decadencia, qu se ha hecho de l N era un ac- tor necesario, una pieza indispensable de la gran mqui naria religiosa, bastante estropeada hoy d- por cierto? Todo organismo que funcione bien es doble, tiene dos ca- ras. La vida tambin Su equilibrio depende de dos fuer- zas simtricas opuestas, desiguales: la inferior hace de contrapeso, respondiendo a la otra, cuando la superior se impacienta y suprimirla, se equivoca.

    .L

    Cuando Colbert (1762) destron a Sat al urohibir a los jueces que aceptaran procesos de brujer-a el tenaz parlamento normando, con su t-pic lgic normanda, se- al el peligroso alcance de tal decisin El Diablo es nada menos que un dogma que sostiene a todos los dems (Tocar al eterno vencido, no es tocar al vencedor? Du- dar de los actos del primero conduce inexorablemente a dudar de los actos del segundo, de los milagros que hizo precisamente para combatir al Diablo. Las columnas del Cielo tienen su base en el abismo. El atolondrado que re- mueva esta base infernal, puede cuartear el Para-so . Colbert no hizo caso. Ten- demasiados asuntos entre sus manos. Pero el Diablo seguramente s que lo oy y le debi consolar mucho. A partir de entonces se gana la vida con juegos sin importancia (espiritismo y mesas gi- ratorias), resignadamente, convencido de que al menos no muere solo.

  • LIBRO PRIMERO .

    LA MUERTE DE LOS DIOSES

    Algunos autores nos aseguran que, poco antes de la victoria del Cristianismo, corr- una voz misteriosa por las orillas del Egeo que dec-a aEl gran Pan ha muerto~.

    El antiguo Dios universal de la Naturaleza hab- deja- do de existir, lo cual produjo gran alegr-a porque se cre- que, habiendo muerto la Naturaleza, hab- muerto la ten- tacin Finalmente el alma humana, azotada tanto tiem- po por la tempestad, iba a descansar.

    (Se trataba del fin del antiguo culto, de su derrota, del ecli se de las viejas frmula religiosas? No, en absoluto. PO S emos constatar en los primeros monumentos cristia- nos, en cada i-nea la esperanza de la desaparici de la Na- turaleza, de la extinci de la vida, de la proximidad del fin del mundo. Esto se hizo con los dioses que, durante tanto tiempo, hab-a mantenido la ilusi de la vida. Todo cae, todo se desmorona, todo se arruina. El Todo se convierte en la nada: E gran Pan ha muerto~.

    Que los dioses deban morir no era una novedad. Mu- chos cultos antiguos se basaban precisamente en la idea de la muerte de los dioses. Osiris muere, Adonis muere, aunque, ciertamente, para resucitar. Esquilo, en los dra- mas que sl se representaban en las fiestas de los dio- ses, les anuncia expresamente, en la voz de Prometeo, que un d- deben morir, pero, {cm morirn Venci-

  • dos, sometidos a los Titanes, a las potencias antiguas de la Naturaleza.

    Ahora se trata de otra cosa. Los primeros cristianos, conjuntamente y uno por uno, en el pasado y en el fu- turo, maldicen a la Naturaleza. La condenan por entero, hasta el punto de llegar a ver en una flor la encarnaci del mal o del demonio (1). Que lleguen pues, cuanto an- tes, los ngele que arruinaron las ciudades del mar Muer- to y que plieguen con una vela la vana faz de la tierra,' a fin de que perezcan para los santos todas las tentaciones del mundo.

    Si el Evangelio dice: d e acerca el d-a)) los Padres di- cen: >. Por tanto, viven. No pudiendo acabar con ellos, dejan que el pueblo inocente los vista y los disfrace, los convierta en leyenda. As incluso los bau- tiza y los impone a la Iglesia, sin que se hayan converti- do siquiera. Disimuladamente siguen subsistiendo con su propia naturaleza pagana.

    Dn estn (En el desierto, en la landa, en el bos- que? S- pero especialmente en el hogar. Se mantienen en lo m -ntim de las costumbres domsticas La mujer los cuida y los esconde en el armario e incluso en la cama, y aqu tienen lo mejor del mundo: (mejor que el templo): el hogar.

    No hubo nunca una revoluci tan violenta como la de Teodosio. En la Antigeda no hubo jam una pros- cripci semejante de ning culto. Persia, adoradora del fuego ultraj a los dioses visibles, pero les permiti sub- sistir; se mostr favorable para con los jud-os les prote-

    (2) V Mansi,, Baiuze; Conc. de Arles, 442; de Tours, 567; de Lep- tines, 743; los Capitulares, etc., incluso el mismo Gerson, hacia 1400.

  • gi y les di6 trabajo. Grecia; hija de la luz, se burl de los dioses tenebrosos y los ventrudos Cabiros, pero los toler y los adopt como obreros, de tal modo que los convirti en su Vulcano. Roma, en su majestad, acogi a los dioses etruscos y a los dioses rstico del viejo agri- cultor italiano. Sl persigui a los druidas, porque constitu-a una peligrosa resistencia nacional.

    .

    El Cristianismo vencedor quiso matar al enemigo y crey poder hacerlo. Arras la Escuela mediante la pros- cri ci de la lgic y el exterminio material de los fil so ! os, que fueron aniquilados bajo Valente. Arras o va- ci el Templo, destroz los s-mbolos La leyenda nueva hubiera podido ser favorable a la familia, si la figura del padre no hubiera quedado anulada en San Jos y si la ma- dre hubiera sido realzada como educadora y como mo- ralmente responsable del alumbramiento d Jess Esta

    1 ue hubiera podido ser fecunda, .fue muy pronto aban onada por el anhelo de una gran pureza estril El Cristianismo entr as en el camino de la soledad

    que conducia al celibato que fue combatido, en vano, por las leyes de los Emperadores. Se precipit por esta pen- diente a causa del monaauismo.

    A

    Sin embargo, el hombre no estaba solo en el desierto. Siempre le acompaab el demonio y todas sus tentacio- nes. Fue idea del demonio la creaci de ciudades de so- litarios. Algo sabemos de aquellas negras ciudades de monjes de la Tebaida. Conocemos el esp-rit turbulento y salvaje que las anim sus sangrientas irru ciones en Alejandr-a Cuando se dec-a turbados por e demonio, no ment-an

    r Se hab- hecho un vac- enorme en el mundo. Los mis-

    mos cristianos dicen qui estaba llamado a llenarlo: el demonio, por todas partes el demonio: Ubique dae- mon (3) .

    (3) V. Las Vidas de los Padres del desierto y los autores citados por A. Mauri, Magia, 317. En el siglo IV los Mealios se sonaban y escup-a

    Grecia, como todos los pueblos, hab- tenido sus ener- uhnenos, sus alienados, pose-do por los esp-ritus Aun- que exista una semejanza exterior, un cierto parecido aparente, en realidad no se parecen en nada. Aqu no son esp-ritu cualesquiera. Aqu los demonios son los negros hijos del abismo, la encarnaci de la perversidad. Desde entonces, se ve por todas partes vagar a e s t o ~ ~ ' ~ b r e i ~ ~ ~ e s melanclicos que se odian y se tienen horro? de s mis- mos. Considerad lo que es sentirse doble, otro, huspe cruel que va, viene, se os hace vagar por donf'e-quiere, por precipicios. Y cuanto m miserable agita el demonio. Sobre todo la mujer est habitada',-, hin- chada por estos tiranos, que la llenan de un a; ra fe

    'P nal, hacindol jugar a su capricho, haci bla pecar y desesperndola J

    Desgraciadamente, toda la naturaleza, no solamente los humanos, se convierte en demon-aca Si el diablo est; en una flor,,icunt m en el bosque sombr-o La luz, que considerabamos tan pura, est llena de hijos de la noche. E l cielo lleno de infierno! Qu blasfemia! La estrella di- vina de la maana cuyo sublime destello m de una vez ilumin a Scrates a Arquimedes o a Platn se ha con- vertido en un diablo, el gran diablo Lucifer. Por la no- che, el diablo es Venus, que induce a la tentaci con su suave y dulce claridad.

    A nadie puede asombrar que esta sociedad se convier- ta en terrible y furiosa. Indignada por sentirse tan dbi frente a los demonios, los persigue por todas partes, ri- mero en los templos y los altares del antiguo culto, des- pu en los mrtire paganos. Nada de festines que pue- den ser reuniones idoltricas Incluso la misma familia es sospechosa, porque podr- reunirse, por la fuerza de la costumbre, alrededor de los lares antiguos. Adems /por

    continuamente porque se consideraban llenos de demonios y preten- d-a especcorarlos.

  • qu? (para qu la familia? El Imperio es un imperio de monjes.

    Pero el individuo, el hombre aislado y mudo, mira to- dav- al cielo y reencuentra en los astros a los antiguos dioses y los venera, (

  • los gritos y lamentos voluptuosos. -"iSilencio! E el canto del gallo! jHasta maan por la noche!" Despuis, iadios!, i besos y m besos! ...

    La madre entra indignada y sorprende a su hija. la escond-a cubrindola Pero ella se separa y se crece, des- de la cama a la bveda

    -rciOh, madre, madre!, me envidiais esta hermosa no- che y me expulsais de este lugar tibio. {No era suficiente con haberme envuelto en un sudario y haberme llevado a la tumba? Una fuerza irresistible ha levantado la lpi da. Por m que vuestros sacerdotes canturreasen sobre la fosa (qu puede hacer la sal y el agua donde arde la juventud? L tierra no hiela el amor! Vos me prometis- teis en matrimonio : vengo a reclamar mi bien."

    -"Ay, amigo, tu debes morir. Aqu languidecer-as te secar-as Yo tengo tus cabellos, maan ser blan- cos ..." (4)

    ( 4 ) A q u he suprimido una palabra chocante. Goethe, tan noble en la orma, no lo es tanto en el es -ritu Estropea la maravillosa historia, ensucia lo griego con una horri E le idea eslava. En el momento en que lloran, hace de la joven un vampiro. Ella viene porque necesita sangre, la sangre de su corazn Y les hace decir fr-ament una cosa imp- e in- munda: cuando acabe con l tendr a otros; la juventud sucumbir a mi furor*.

    La edad media grotescamente esta a arici para que temamos al Diablo Venus. Su estatua recibe un ani if o de un joven, que impruden- temente se lo pone en el dedo. Ella lo aprieta, lo guarda como rome- tida, y por la noche va a su cama a reclamar sus derechos. Para f iberar- se, hace un exorcismo (S. Hibb. part 111, c 111, 174). La misma his- toria en las fbulas pero aplicada absurdamente a la Virgen. Lutero re- cupera la historia antigua, si mi memoria no me falla, en sus Propsito de mesa, pero bastante groseramente, porque hace que el cadve hue- la. El espao del R- traslada la historia de Grecia a Brabante. La pro- metida muere poco antes de las bodas. Suenan las campanadas de di- funtos. El prometido desesperado vaga por el campo. Oye un lamento. Es ella, que vaga entre la niebla ... N ves, dice ella, a aquel que me conduce? -NO*. Pero la coge y se la lleva a su casa. All la historia pod- haberse convertido en demasiado tierna y emocionante. El duro inquisidor que es del R-o rompe el hielo. *Cuando levant el velo, dice, encontr un tronco vestido con la piel de un cadver^ El juez Loyer,

    -"jMadre, una ltim peticin Abri mi negra pri- sin encended una hoguera y T e la amante tenga el re- poso de las llamas. Que salten as chispas y enrojezca la ceniza! Nosotros iremos a nuestros antiguos dios es."^

    aunque era muy poco sensible, nos restituye la historia primitiva. Despu de se acaban todos estos tristes narradores, porque la his-

    toria pierde su utilidad, ya que nuestro tiempo empieza y la Novia ha vencido. La Naturaleza enterrada reaparece, no ya furtivamente, sino como due de la casa.

    51

  • 11

    >.

    Verdaderamente esta paz regeneradora entraab esta otra realidad: el fin de todas las escuelas, el abandono de

    , la v- lgica Un mtod infinitamente simple, como una cuesta abajo, dispensaba a todos de razonar, sl se ten- que descender por la pendiente. Aunque el credo era os- curo, la vida estaba por completo trazada en el sendero de la leyenda, cuya primera y ltim palabra eran la mis- ma: Imitacin

    &mitad, todo ir bien. Repetid y copiad>. Est en la imitaci el camino de la verdadera infancia, que vivifica el coraz del hombre, que le hace reencontrar los or- genes frescos y profundos? De entrada, yo no veo en este mundo infantilizado m que atributos de vejez, sutili- dad, servidumbre e impotencia. {Qu vale esta literatura comparada con los monumentos sublimes de los griegos y de los jud-os o, incluso, con el genio romano? Esta mis- ma ca-d literaria se produjo tambi en la India, con el

    53

  • $0 del brahmanismo al budismo; a la alta inspiraci su- cedi una palabrer- indiscreta. Los libros copian los li- bros, las iglesias copian a las iglesias, y no pueden hacer nada m que copiar. Se roban unas a otras. La capilla de Aquisgr se adorna con mrmole arrancados de Rve na. As es esta sociedad. El obispo-rey de una ciudad, el brbar rey de una tribu copian a los magistrados roma- nos. Nuestros monjes, que nos parecen originales, no ha- cen m que renovar la villa en su monasterio (como bien dice Chateaubriand). N o son capaces ni de crear una so- ciedad nueva, ni de fecundar la antigua. Imitadores de los monjes de Oriente, hubieran deseado que sus servidores fueran monjes agricultores, un pueblo estril A pesar de ellos, la familia se rehace, el mundo se rehace.

    Cuando vemos cu rpidament envejecieron, cuan- do, en un sl siglo, asamos del sabio monje San Beni- to al pedante Benito e Aniano, nos damos cuenta de que aquellas entes -los santos- vivieron completamente al margen f e la gran creaci popular, que crec- sobre las ruinas. Los monjes escribieron las vidas de los santos, pero el pueblo las creaba, La joven generaci fue capaz de hacer rebrotar hojas y flores, no sin dificultades, en las grietas del viejo caser romano, convertido en mo- nasterio. Profundamente enraizado en el suelo, el pueblo lo siembra, la familia lo cultiva y todos participan, hom- bres, mujeres y nios La vida precaria, insegura, propia de tiempos de violencia, avivaba la imaginaci de aque- llas pobres tribus, crdula de sus propios sueos que les daban seguridad. Sueo extraos llenos de milagros, de locuras absurdas y encantadoras.

    Estas familias, aisladas en el bosque, en la monta (como todav- se vive en el Tiro1 o en las cumbres de los Alpes) que descienden un d- a la semana, sufren las alu- cinaciones propias del desierto. Un ni hab- visto tal cosa, y una mujer tal otra. Enseguida surg- un santo nue- vo. La historia corr- por el campo, como una endecha burdamente rimada. La cantaban y bailaban, por la no-

    che, ante el roble de la fuente. El sacerdote, que iba los domingos a oficiar a la ermita del bosque, se encontraba con este canto, ya-legendario, en todas las bocas, y co- mentaba: despu de todo, la historia es bella y edifi- cante... Honra a la Iglesia. flox populi, Vox Dei!

  • ganado (1). Incluso tienen sus fiestas. S- en la inmensa bondad de Dios, hay sitio para los m pequeos si Dios siente especial preferencia por ellos, po qu se pregun- ta el campesino, por u mi asno no ha de poder entrar en la iglesia? Tiene de 1 ectos, sin duda, pero se me parece un poco: es un gran trabajador, testarudo, ind-cil, obs- tinado, en fin, es como yo.

    Entre las fiestas m admirables y hermosas de la Edad Media figuran la de los Inocentes, la de los Locos y la del Asno. Es el mismo pueblo el que se encarna en el asno y se presenta ante el altar, feo, risible, humillado, ofrecien- do un espectcul conmovedor. Conducido por Balaam, entra solemnemente entre la Sibila y Virgilio (2) para dar testimonio. Poco importa que anta se combatiera a Ba- laam, en la poc del Antiguo Testamento. La Antigua Ley ha terminado y el mundo de la Gracia parece abrirse de par en par para acoger a los pequeo y a los simples. El pueblo lo cree inocentemente as- En la canci del asno, el pueblo se dec- a s mismo:

    ,-De rodillas, y d i Amn iBasta de comer hierba y heno! iDeja las cosas viejas y ven! . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

    L nuevo se lleva a lo viejo! i L a verdad hace huir a la sombra! ;La luz ahuyenta a la noche! (3)

    (1) V. S. Grimm, Rechets Alterhiimer, y Michelet: Or-gene del Derecho.

    (2) Es el ritual de Rouen. Se coronaba a la Sibila, seguida por los ju- dios, gentiles, Moises, profetas, Nabucodonosor. Muy pronto y de si- glo en siglo, del VII al XVI, la Iglesia intenta prohibir las grandes fiestas

    o ulares del Asno, de los Inocentes, de los Nio y de los Locos. No o f&r hasta la aparici del esp-rit moderno. V. Ducange, verbo Fes- tum; Carpentier, verbo Calendae, y Marthe, 111, 110.

    . (3) Vetustatem novitas Umbrarn fugar claritas Noctem lux eliminar

    Q u i audaces! N o era precisamente esto lo que se os ped-a nio impetuosos y rebeldes, cuando se os dec- que fuerais como nios Se os ofrec- leche y bebisteis vino. Se os conduc- suavemente, con la brida en la mano, por el sendero recto, dulces y t-midos temerosos de Dios, y, de golpe, rompeis la rienda ... y franqueais la carrera de un sl salto.

    Qu imprudencia fue dejaros hacer a vuestros santos, vestir el altar, adornarlo, cargarlo de flores hasta ocultar- lo! Casi ya no se le distingue, lo que aflora es la antigua herej-a condenada por la Iglesia: la inocencia de la natu- raleza, o, mejor dicho, una herej- nueva que no termi- nar nunca: la independencia del hombre.

    i Escuchad y obedeced!

    Prohibido inventar, prohibido crear. Basta de leyendas y de nuevos santos. Ya hay bastantes. Prohibido innovar el culto con nuevos cantos; queda prohibida la inspira- cin Los mrtires que en adelante se descubran, deben mantenerse en la tumba, modestamente, y esperar a que sean reconocidos or la Iglesia. Prohibido dar la tonsura a los colonos y a os siervos, que los hac- libres. Este es r el talante, el esp-rit estrecho y tembloroso de la Iglesia carolingia (41, que, en realidad, se contradice al pedir a . los nios aSed como viejos~.

    Q u e ca-da! qu poca seriedad! Se nos hab- dicho ue furamo jvene ... El sacerdote ya no forma parte Ll pueblo. Empieza un divorcio infinito, un abismo de

    se aracin El sacerdote, seo y pr-ncipe cantar reves- ti S o con una capa de oro, en la lengua soberana de un gran im erio que ya no existe, mientras que nosotros, triste re E ao perdemos la lengua del hombre, la nic que quiere o- Dios. Qu nos queda sino mugir y balar con el inocente compaer que no nos desdea que en

    (4) Ver passim de las capitulares.

  • el invierno nos calienta en el establo y nos cubre con su velln Viviremos entre los n~udos y nosotros mismos acabaremos mudos.

    En realidad, empiezan a perderse las ganas de ir a la iglesia, y se convierte en obligacin Senos exige que se vuelva a escuchar, una y otra vez, lo que ya no se entien- de, ni se comprende.

    Desde entonces una inmensa niebla, una pesada niebla gris plomo ha inundado este mundo. Durante mil aos diez siglos enteros, una laxitud, desconocida en cualquier poc anterior, oprimi a la Edad Media, incluso en sus ltimo tiempos, dejndol reducida a un estado desola- dor, terrible, a mitad de camino entre la vigilia y el sue- o entre el bostezo y el aburrimiento.

    Que la infatigable campana suena a las horas acostum- bradas, se bosteza; que contin un canto nasal en el vie- jo lat-n se bosteza. Todo est previsto. N o se espera nada nuevo en este mundo. D- tras d- se suceder las cosas, exactamente, de la misma manera. El aburrimiento segu- ro de maan hace bostezar ya desde hoy y la perspec- tiva de los d-a y de los ao de aburrimiento, que inexo- rablemente seguirn pesa por anticipado, quita las anas de vivir. Del cerebro al estmago del estmag a la % oca, la automtic y fatal convulsi del aburrimiento va dis- tendiendo las mand-bula sin remedio ni fin. Llega a ser una verdadera enfermedad que la devota Bretafia recono- ce, imputndola claro, a la malicia del diablo. El diablo se oculta agazapado en los bosques, dicen los campesi- nos bretones; a aqu que pasa para guardar las bestias, que canta v-spera y todos los oficios, el diablo le hace bostezar hasta la muerte ( 5 ) .

    (5) Un muy ilustre Bretn ltim hombre del medioevo, que fue, sin embargo, mi amigo, con ocasi-n de un viaje que hizo, en balde, para tratar de cambiar a Roma, recibi espectaculares ofrecimientos es- tando en la Ciudad Eterna. q Q u queris -le dijo el Papa. -Sl una cosa: ser dispensado del Breviario ... Me muero de aburrimiento*.

    Ser viejo es ser dbil {Cund llegue la amenaza de los Sarracenos y de los Normandos, qu ser de noso- tros, si el pueblo es viejo? Carlomagno y la Iglesia llo- ran. La Iglesia reconoce que las reliquias ya no protegen

    no tra- el altar (6) {No habr- que recurrir al brazo del ni- vieso, que estaban a unto de atar, al brazo del joven gi- I- gante que se preten la paralizar? El siglo IX vive cons- tantemente este movimiento contradictorio. Unas veces se retiene al pueblo, otras se le impulsa hacia adelante. Se le teme y se le solicita su ayuda. Con y por l preci-

    itadamente, se construyen barreras, que detendr a los {irbaros, refugios que proteger a los sacerdotes y a los santos, escapados de sus iglesias.

    A pesar de la prohibici del emperador Carlos el Cal- vo, se construye una torre en lo alto de la Montaa El fugitivo llega hasta all- recibidm me, en nombre de Dios,

    " "

    por lo menos a mi mujer y a mis hijos. Yo acampar con mis bestias en el recinto exterior^. La torre le devuelve -- la confianza, vuelve a sentirse hombre. La torre le cobija. Estar dispuesto a defenderla, a combatir por su pro- tector.

    Antes, a causa del hambre, los pobres se entregaban como siervos. Ahora es muy diferente. Se entrega como vasallo, que quiere decir bravo y valiente (7).

    El se entrega y se protege, reservndos el derecho de renunciar. ir m lejos. La tierra es grande. Tam- bi yo, como cualquier otro, puedo levantar mi torre all a lo lejos. Si he defendido la parte exterior, tambi sabr protegerme desde el interior.>

    En este pacto se halla el noble origen del mundo feu- dal. El hombre de la torre recib- vasallos, pero dicin doles: T ir cuando uieras y, si es necesario,yo te 1 ayudar> a cambio de el o, el vasallo promet-a as1 est

    ( 6 ) Es la clebr confesi de Hincmar. (7) Diferencia escasamente apreciada, escasamente marcada por

    aquellos que han hablado de la recomendaci personal.

  • en peligro, yo desmontar: de mi caballo*. Es exactamen- te, la frmul antigua (8).

    Pero una maana todo cambia y definitivamente. El seo hace su cabalgada alrededor del valle, establece barreras infranqueables e, incluso, l-mite invisibles, lo que significa que el seor ha quedado cerrado: . A partir de ahora, e virtud de qu derecho el vasallo (es decir valiente) es retenido? -Muy fcil afir- mando que vasallo tambi puede significar esclavo.

    Se repite lo mismo que con la palabra siervo, que ori- ginariamente se utilizaba como servidor (a menudo un alto servidor, un conde o pr-ncip del Imperio) y que, aplicada al dbil significar siervo miserable, cuya vida apenas vale un denario.

    La mayor- quedan cogidos en esta execrable red. Ex- cepcionalmente, all lejos, queda un hombre que sostie- ne que su tierra es libre, un alodio, un feudo del sol. Se sienta en un mojn se cala su sombrero, mira cm pa- san el seo y el Emperador (9).

  • La incertidumbre de la condici del hombre, la irre- sistible ca-d que hace de un hombre libre un vasa- llo; del vasallo, un servidor, y del servidor, un siervo, es el terror de la Edad Media y el fondo de su desespe- racin N o hab- ninguna posibilidad de escapar, ya que quien daba un paso estaba perdido. Se convert- en un ex- tranjero, una ruina, una pieza de caza salvaje. O siervo o muerto. La tierra viscosa retiene el pie, encadena al viandante. El aire contagioso lo mata, es decir, le impone la mano muerta, lo convierte en un muerto, en la nada, una bestia, un alma de cinco chavos, las cinco monedas que servir para reparar su asesinato.

    Estos son, en resumen, los grandes rasgos generales, exteriores de la miseria de la Edad Media, que hicieron posible la aparici del Demonio. Sondeemos ahora el in- terior, el fondo de las costumbres.

    naut. Hay que leer la terrible historia del gran canciller de Flandes, pri- mer magistrado de Brujas, y que, a pesar de ello, fue reclamado como siervo. Gualterio, Scriptores rerum Francicarum.

    III

    EL PEQUENO DEMONIO DEL HOGAR

    Los primeros siglos de la Edad Media, en los que se crearon las leyendas, parecen un sueo Fcilment po- dr-amo suponer un alto grado de inocencia en las po- blaciones rurales, sometidas a la Iglesia, poseedoras de un dulce esp-rit (como estas leyendas lo prueban). Al fin y al cabo eran los tiempos del buen Dios. Sin embargo, los Penitenciarios, en los que se indicaban los pecados m comunes, revelan raras, extraas deshonras, que tienen la marca de Satn

    Esto se debe a dos motivos: la ignorancia y la vida en comn que mezclaba a los parientes prximos Parece que casi desconoc-a nuestra moral. La suya, a pesar de las prohibiciones, se parec- a la de los patriarcas de la an- tigedad que consideraban como un libertinaje el matri- monio con una extranjera y sl permit-a las bodas en- tre parientes. Las familias unidas por matrimonio se in- tegraban en una sola. N o se atrev-a siquiera a dispersar sus casas por los desiertos que los rodeaban, no cultivan- do m que los alrededores de un palacio merovingio o de un monasterio, en los que se refugiaban cada noche con sus animales, bajo el techo de una amplia villa. De aqu los inconvenientes, anlogo a los que se derivan del e~gastulum antiguo, donde se amontonaban los esclavos. Muchas de estas comunidades subsistieron durante toda

  • la Edad Media y hasta m tarde. Al seo no le preocu- paban demasiado las consecuencias. Consideraba a esta tribu, a esta masa de gentes, como una sola familia que
  • Quin fueron las hadas? Se ha dicho que antigua- mente fueron las reinas de las Galias, orgullosas y fants ticas, que, a la llegada de Cristo y sus apstoles se mos- traron impertinentes y volvieron la espalda. En Bretaa danzaban en aquel momento y no cesaron de danzar, lo que provoc su cruel sentencia. Est condenadas a vivir hasta el d- del Juicio (2). Muchas quedaron reducidas al tama de un conejo o de un ratn Ejem lo, los kow- ' riggwans (las hadas enanas) que, por la noc e os enlazan con sus danzas alrededor de las viejas piedras dru-dicas Ejemplo, la bella reina Mab, que se hizo una carroza con una cscar de nuez. Son un poco caprichosas y a veces tienen mal humor, pero no es extra con tan horrible destino. Tan pequea y extraas tienen coraz6n y ne- cesitan ser amadas. Son buenas y malas y est llenas de fantas-as Cuando nace un nio bajan por la chimenea, le otorgan sus dones y marcan su destino. Les gustan las buenas hilanderas, ellas mismas hilan divinamente. Se dice: hilar como un hada.

    Los cuentos de hadas, despojados de los adornos rid- culos, que los ltimo redactores les aadieron perma- necen en el coraz del pueblo. Expresan una poc po tica entre la grosera vulgaridad de la villa primitiva y el libertinaje de la poca en la que una naciente burgues- compuso nuestras c-nica fbulas Estos cuentos tienen una parte histrica recuerdan las gandes epidemias de hambre (con los ogros, etc.). Pero, en general, vuelan m alto que cualquier historia comn con las alas de la fan- tas-a a trav de los reinos de la poes- eterna, expresan- do los inmutables deseos de los hombres.

    El deseo del pobre siervo de respirar, de descansar, de encontrar un tesoro que acabe con sus miserias reaparece a menudo en los cuentos. A veces, por una noble aspira-

    (2) Los textos de toda poc han sido recogidos en las dos inteligen- tes obras de M. Alfred Maury (Las Hadas, 1843, La magia, 1860). Ver tambi para el Norte, La mitolog-a de Grimm.

    cin este tesoro es un alma, un tesoro de amor que dor- mita (en la Bella durmiente del bosque); otras veces, la en- cantadora protagonista se encuentra oculta por un fatal sortilegio. Por ejemplo, la conmovedora trilog-a el cres- cendo admirable de Riqnete, el del Copete, de Piel de asno y de la Bella y la bestia. El amor no se equivoca. Bajo estas fealdades espera la belleza escondida. El ltim de estos cuentos llega a lo sublime; creo que nadie lo ha po- dido leer sin llorar. En cada historia subyace una pasi muy real, muy sincera; el amor desgraciado, sin esperan- za, que a menudo la naturaleza cruel pone entre pobres almas de condici demasiado diferente; el dolor de la campesina por no poder hacerse bella para ser amada por el caballero; los ahogados suspiros del siervo cuando ve. pasar sobre un caballo blanco a la bella y adorada caste- llana. Es como la fbul oriental, el idilio melanclic de los imposibles amores de Rosa y el Ruiseor Sin em- bargo, hay una gran diferencia: el pjar y la flor son her- mosos, iguales en hermosura. Pero aqu- el ser inferior, situado tan bajo, se dice a s mismo: soy feo, soy un I monstruo de fealdad^. Al mismo tiempo hay en estos I i cuentos, m frecuentemente que en las fbula orienta- " / les, una voluntad heroica, un irrefrenable deseo, capaz de I despojarse de las vanas apariencias. Este monstruo ama I l

    l tanto que llega a ser amado y se vuelve hermoso. i Hay una ternura infinita en todo esto. El alma encanta- 1

    da no piensa sl en ella. Se preocupa de salvar a toda la na- 1 turaleza y a toda la sociedad. Todas las v-ctimas tanto el ni apaleado por su madrastra como la hermana peqpe- despreciada, maltratada por sus hermanas mayores, son sus favoritas. Se compadece de la dama del castillo, que est en las manos del feroz bar (Barba Azul). Se apiada de las bestias y las consuela por estar todav- bajo aspecto de animales. Vendr tiempos mejores, que ten- gan paciencia. Sus almas, cautivas un d-a recuperar las alas, ser libres, amables, amadas. Es la otra cara de Piel de asno y de otros cuentos parecidos. En todos ellos, es-

  • toy se uro, palpita un coraz de mujer. El rudo traba- jador ! e los campos es bastante duro con sus bestias. Pero la mujer ya no ve bestias. Ella razona como un nio Todo lo ennoblece, lo humaniza. Tan humilde y creyn dose fea, la mujer ha dado su belleza, su encanto, a toda la naturaleza.

    (Es tan fea la esposa del siervo, cuya soador imagi- naci se nutre de todo esto? Tal como he dicho, cuida de la casa, hila mientras guarda el rebao va al bosque y recoge un poco de madera. N o tiene todav- trabajos ru- dos, no es, ni mucho menos, la fea cam esina que culti- var m tarde el trigo. NO es la gruesa burguesa, pesada y ociosa de las ciudades, acerca de la cual se han monta- do tantos cuentos subios de tono. Esta no tiene ninguna seguridad, es t-mida dulce, se siente protegida ba)0 la mano de Dios. Ve en lo alto de la monta el negro y amenazador castillo, de donde pueden descender muchos males. Teme y honra a su marido, que es un siervo fuera, pero, para ella, un rey. Le reserva la mejor parte, vive de nada. Es esbelta y delgada, como las santas de las igle- sias. La obre alimentaci de esta oca da lugar a cria- turas defgadas, pero de escasa vitalidad -corno lo prue- ba la inmensa mortalidad infantil-. Estas plida rosas no tienen m que nervios. Lo cual conducir m tarde a la danza epilptic del siglo XIV. Ahora, hacia el siglo XII, dos debilidades est relacionadas con este semi-a- yuno: por la noche el sonambulismo, durante el d-a la ilusin el ensue y el don de las lgrimas.

    Esta mujer, toda inocencia, tiene, tal como hemos di- cho, un secreto, que nunca dice en la iglesia. Ella guarda en su coraz el recuerdo, la compasi por los pobres dioses antiguos (3), reducidos a la condici de Esp-ri

    (3) Nada m conmovedor que esta fidelidad. A pesar de la perse-

    tus. A pesar de ser Esp-ritu no est exentos de sufri- mientos. Habitando en las piedras, en el coraz de los bos ues, son muy desgraciados en invierno. Les gusta muc o el calor. Rondan las casas. Se les ha visto a algu- \ nos en los establos, calentndos cerca de las bestias. No tienen ni incienso, ni v-ctima y a veces toman leche. El ama de casa, ahorradora, no priva a su marido de nada, pero disminuye su raci y por la noche le deja un poco de crema.

    Estos esp-ritus que no aparecen m que de noche, exi- liados del d-a sienten avidez por la luz. Por la noche, ella se arriesga y t-midament lleva un peque fanal al gran bosque donde habitan y lo deja cerca de una misteriosa fuente, cuyo espejo, al doblar la llama, alegrar a los tris- tes proscritos.

    Dios m-o si se supiera! Su marido es hombre pruden- te y temeroso de la Iglesia. Desde luego que la apalear-a El sacerdote les ha declarado la guerra y los expulsa de todas partes. Por lo menos se les podr- dejar que vivie- ran en los bosques.

  • posa, que, sin embargo, la Iglesia le reprochar-a Ellos son sus confidentes, confesores de los conmovedores se- cretos femeninos. Piensa en ellos cuando echa al fuego el tronco sagrado. Es la Navidad, pero al mismo tiempo la antigua fiesta de los esp-ritu del Norte, la fiesta de la no- che m larga. Lo mismo la vigilia de la noche de Mayo, elpervigilium de Maya, en la que se planta el rbol Lo mismo la noche de las hogueras de San Juan, la verdade- ra fiesta de la vida, de las flores y de los sueo de amor. Sobre todo, la que no tiene nio debe amar estas fiestas y tener devocin U n voto a la Virgen quiz no ser- efi- caz. N o es asunto de Mar-a En voz baja, ella invoca a un viejo genio, adorado antiguamente como un dios cam- pesino, al que cierta iglesia local ha convertido en san- to (4). As- la cama, la cuna, los m dulces misterios que guarda un alma casta y amorosa, todo esto es para los an- tiguos dioses.

    Los esp-ritu no son ingratos. Una maana cuando se despierta, sin haber hecho nada, lo encuentra todo he- cho. Queda desconcertada y se santigua, pero no dice nada. Cuando el hombre se va, ella se pregunta, inquieta, pero en vano. Tiene que haber sido un esp-ritu

  • -Este duende es tan travieso, tan loco ... -No tiene importancia, les tan pequeo -as la tran-

    quiliza su propio marido. (Debemos tranquilizarnos nosotros que lo sabemos

    mejor? Ella todav- es muy inocente. Le horrorizar- imi- tar a la gran dama que habita en lo alto y que, delante de su marido, tiene su corte de amantes y su paje. Reconoz- camos, sin embargo, que el diablillo ya ha avanzado mu- cho. Es imposible tener un paje menos comprometedor que aquel que se esconde en una rosa. Cumple como amante, un amante m absorbente que cualquier otro, porque, tan pequeo se desliza por todas partes.

    Incluso llega al coraz del propio marido, le corteja, gana su simpat-a Le cuida sus tiles le trabaja el jard- y, por la noche, en recompensa, se esconde en la chime- nea, detr del ni y del gato. Se oye su vocecita, como la del rillo, pero no se le ve, a menos que el resplandor de las f lamas ilumine la grieta donde le gusta esconderse. Entonces ven o creen ver una sutil se y le dicen: ~ i P e - queo te hemos visto !

    Se les dice en la . iglesia - que hay que desconfiar de los esp-ritus porque incluso aquel que parece m inocente, que se desliza ligero como el aire, podr- en el fondo ser un demonio. ~ o o u e d e n creerlo. siendo tan oeaue ne-

    1. X

    cesariamente ha de ser inocente. Adems desde que est en casa se prospera. La mujer y, quiz todav- m el ma- rido, lo creen as- El duendecillo travieso hace la felici- dad de la casa.

    TENTACIONES

    He omitido de este cuadro las sombras m terribles y crueles de aquel tiempo. Me refiero sobre todo a la in- certidumbre acerca de su suerte en la que viv- la familia rural, la espera, el temor habitual a la afrenta que pod- caer, en cualquier momento, del castillo.

    El rgime feudal ten- exactamente las'dos condicio- nes necesarias para convertir la vida en un infierno: por una parte la total vinculacin el hombre estaba ligado a la tierra y la emigraci era imposible; por otra parte, la enorme incertidumbre de su condicin

    Los historiadores optimistas, que tanto hablan de cen- sos fijos, de franquicias, de cartas otorgadas, olvidan las escasas garant-a que hab- en todo esto. Hay que pagar por todo al seor pero adem el puede tomar todo lo que queda. Es lo que se llama derecho de aprehensin Trabaja, trabaja, buen hombre. Mientras que t est en el campo, la temible banda de all arriba puede caer so- bre tu casa y arrebatarte lo que le plazca par el servicio del seor^

    N es extra que el campesino se muestre sombr- en el surco y con la cabeza baja! ... Siempre est as- con

  • la frente nublada y el coraz encogido como el que es- pera malas noticias.

    No sue con la venganza, pero le obsesionan dos pen- samientos que van barrenando su cerebro. Uno: *c encontrar la casa esta noche?)> El otro: Oh, si descu- briera un tesoro bajo la tierra! S el buen demonio me diera con qu comprar nuestra libertad!>>.

    Aseguran que a esta llamada (igual que el genio etrus- co, que apareci bajo la reja en forma de nio sol- acu- dir un enano, un gnomo, que, empinndos sobre el sur- co, le dec-a ,. Estoy convencido de que s- Pero tambi creo que una barrera de horror insu erable deten- a aquel hombre. No creo, como querr-a hacernos creer los monjes que nos han contado relatos de brujer-a que el Pacto con Sat fuese un mero capricho de un enamorado o de un avaro. Por el contrario, si consultamos al sentido comn a la na- turaleza, nos damos cuenta que sl se llegaba a tal ex- tremo, como ltim recurso, bajo la terrible presi de los ultrajes y de las miserias.

    pero, nos dicen, estas grandes miserias debieron sua- vizarse bastante en tiempos de San Luis, que prohibi las guerras privadas entre los seores> Creo exactamente lo contrario. En los ochenta o cien ao que mediaron en- tre esta prohibici y las guerras de los Ingleses (1240-1340) los seores que ya no ten-a la diversi ha- bitual de incendiar y robar la tierra del seo vecino, fue- ron terribles para sus vasallos. La paz de San Luis fue su guerra.

    Los seore eclesisticos los seore monjes, etc., del Journal d'Eudes Ri ault (publicado recientemente) pro- ducen horror. El li i ro muestra un repulsivo cuadro de desenfreno brbaro Los seore monjes entraban a saco,

    sobre todo, en los conventos de mujeres. El austero Ri- au l t , confesor del rey santo, arzobispo de Rouen, rea- liza personalmente una investigaci acerca de la situa- ci en Normand-a Cada noche va a un monasterio. En todas partes encuentra a estos monjes entregados a la gran vida feudal, armados, borrachos, pendencieros, cazado- res furiosos a trav de todos los campos, viviendo en in- discriminado concubinato con religiosas a las que dejan preadas

    Si as estaba la Iglesia, (cm deb-a ser los seore lai- cos? (Cm el interior de aquellas negras fortalezas, que tanto pnic inspiraban vistas desde abajo? Dos cuentos, Barba Azul y Griselda, que sin duda est inspirados en ' historias ver-dicas nos dicen algo al respecto. ;Qu de- b- ser para sus vasallos, para sus siervos, el verdugo que trataba as a su familia? Lo sabemos por el nic a quien se someti a juicio, aunque ya muy tarde, en el siglo XV: Guilles de Retz, el secuestrador de nios

    El Front de Boeuf de Walter Scott, los seore de los melodramas y de las novelas son pobres criaturas com- paradas con estas terribles realidades. El templario de Ivanhoe tambi resulta una creaci dbi y muy artifi- cial. El autor no se atrevi a abordar la realidad inmunda del celibato del Temple, ni la que reinaba en el interior del castillo, apenas habitado por mujeres porque eran bo- cas intiles Los libros de caballer-a dicen exactamente lo contrario de la verdad. Evidentemente muchas veces la literatura traiciona las costumbres de sus contempo- rneo (como por ejemplo el ins-pid teatro de gloga al estilo Florian de los ao del Terror).

    Los alojamientos de estos castillos, algunos de los cua- les todav- se pueden ver hoy, nos dicen m que todos los libros. Hombres de armas, pajes, criados, todos amontonados por la noche bajo bveda de poca altura, retenidos durante el d- en las almenas o en los estrechos pasadizos, sufriendo el m atroz aburrimiento, no viv-a m que para sus escapadas hacia abajo; escapadas ya no

  • de guerra por las tierras vecinas, sino de caza y de caza del hombre, quiero decir para practicar innumerables ul- trajes a las familias de los siervos. El seo sab- perfec- tamente que una masa de hombres, sin mujeres, sl po- d- ser controlada a condici de permitirles de vez en cuando alguna licencia.

    La chocante idea de un infierno en el que Dios emplea a las almas perversas, las m culpables de todas, para tor- turar a las menos culpables, que les son entregadas como un juguete, este dogma medieval se llevaba a la prctic al pie de la letra. El hombre sent- la ausencia de Dios. Cada razzia probaba el reino de Sat e invitaba a creer que era a l a quien hab- que dirigirse entonces.

    All arriba, se r-e se bromea. las mujeres de los sier- vos eran demasiado fe as^. Pero no era cuesti de belle- za. El placer estaba en el ultraje, en la paliza, en hacer llo- rar. Todav- en el siglo XVII las grandes damas casi se mor-a de risa oyendo al duque de Lorena contar como sus gentes ejecutaban y atormentaban en los pueblos tran- quilos a todas las mujeres, incluso las viejas.

    Los ultrajes ca-a sobre todo, como se puede suponer, sobre las familias acomodadas, relativamente distingui- das, que se contaban entre los siervos, familias de las que proced-a los alcaldes de la comunidad, generaci tras generacin ya desde el siglo XII. La nobleza las odiaba, se burlaba de ellas. N o les perdonaba su naciente digni- dad moral. N o admit- que sus mujeres y sus hijas fue- ran castas y virtuosas. N o reconoc- el derecho que te- n-a a ser respetables. Su honor no les pertenec- porque eran Siervos de cuerpo, seg la frase cruel, que les lan- zaban siempre a la cara.

    Ser dif-ci de creer en el futuro que, entre el pueblo cristiano, la Ley haya hecho lo que nunca hizo en la es- clavitud antigua: sancionar expresamente, como un dere- cho, el m sangrante ultraje que se pueda infligir a un coraz humano.

    Tanto el seo eclesistico como el laico, tienen este

    derecho inmundo. En una parroquia de los alrededores de Bourges, el Piirroco, como seor reclamaba expresa- mente, las primicias de la reci casada, aunque, en la prctica estuviera dispuesto a vender por dinero la vir- gnidad de la esposa a! propio marido.

    La teor- ha aceptado fcilment que este ultraje era formal, nunca real. Pero el precio establecido en ciertos pa-se para obtener la dispensa superaba con mucho los medios de casi todos los campesinos. En Escocia, por ejemplo, se exig-a . Un precio desmesura- do e imposible de pagar. Por tanto, la joven esposa que- daba a merced de su seor Adems los Fueros del Bearn dicen muy exactamente cm se cobraba este derecho: E hijo mayor del campesino como hijo del seor ya que puede ser considerado fruto de sus actos> (1). Apar- te del mal uso mencionado, las costumbres feudales obli- gaban a la reci casada a llevar al castillo la tart de la boda>>. Prctic odiosa, el obligar a la pobre criatura a que se expusiera para que hicieran cualquier cosa con ella aquella jaur- de solteros impdico y desenfrenados.

    Podemos imaginarnos la vergonzosa escena. El joven es oso llevando al castillo a la desposada. Las risas de los ca S alleros y de los criados, las diabluras de los pajes al- rededor de los infortunados.

  • - posa. Empiezan por regatear con 61, se r-e de sus tortu- ras de campesin avaro)>; le chupan la sangre y la mi- dula. Po qu este encarnizamiento? Es por que va bien vestido, porque es honrado, ordenado, distinguido en el pueblo. (Por qu? porque ella es risuea casta y pura, porque ama, porque tiene miedo y porque llora. Sus be- llos ojos piden piedad.

    -

    El desgraciado ofrece todo cuanto tiene, incluso -la dote ... Es demasiado poco. Entonces muestra su discon- formidad por tan injusto rigor. > insolente!, irespondn Le rodea toda la jaur-a le gritan; caen sobre los golpes. Le empujan, lo tiran. Le dicen: despreciable celoso, fea cara de Cuaresma, no te robamos a tu mujer, se te devolver esta noche y, para colmo de honor, encinta! Danos las gracias. Tu hijo mayor ser barn!>> Todos se van a las ventanas para ver la grotesca figura del desgraciado vestido de bodas ... Las carcajadas le siguen y toda la ruidosa canalla, hasta el l timo pinche, se burla del acornudo~ (2).

    Este hombre habr- muerto si no confiara en el demo- nio. Vuelve solo. (Est vac- su casa desolada? No, en- cuentra compa- En el hogar est Satn

    La pobre desposada regresa pronto, plid y deshecha. Se arrodilla y le pide perdn Entonces el coraz del hombre estalla ... La abraza, llora, solloza,~ruge hasta ha- cer temblar la casa...

    Con ella regresa Dios. Sea lo que sea lo que haya po- dido sufrir, ella es ura, inocente y santa. Sat no logra- r nada todav-a E f Pacto no est maduro.

    (2) Nada m alegre que nuestros viejos cuentos, sl que son poco variados. Sl tienen tres bromas: la desesparaci del cornudo, los gri- tos del apaleado, las muecas del colgado. Se divierten con el primero, se r-e hasta llorar del segundo, y con el tercero, la diversi llega al mximo se desternillan de risa; sei-alemo que los tres no son m que uno. Siempre, se trata de ultrajar con toda seguridad al inferior, al d bil, a aqu que no puede defenderse.

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    Nuestras fbula rid-culas nuestros cuentos absurdos, dan por supuesto que ante esta mortal injuria y todas las que seguirn la mujer est a favor de los que la ultrajan y contra su marido; pretenden