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Novela - I - Silverio Lanza Prólogo Silverio Lanza, ni en la vida ni en la muerte Pocas veces la posteridad, habitualmente proclive a adjudicar famas o desprestigios póstumos según mecanismos arbitrarios que nunca coinciden con la voluntad del Prohíbo que a costa de mi muerte se busque notoriedad, con entierros fastuosos, coronitas, veladas pseudo-literarias, necrologías mentirosas, declaraciones de paternidad predilecta o adoptiva hechas por ayuntamientos de brutos y de caciques; y menos que se dé mi nombre a calle nueva o que se sustituya con el mío otro que, por ignorancia de lo pasado, pueda ser ridículo al presente. Prohíbo solemnemente la impresión de mis manuscritos y la reproducción de mis obras impresas. Silverio Lanza - La rendición de Santiago

Medicina Rustica

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  • Novela - I -

    Silverio Lanza

    Prlogo Silverio Lanza, ni en la vida ni en la muerte

    Pocas veces la posteridad, habitualmente proclive a adjudicar famas o desprestigios pstumos segn mecanismos arbitrarios que nunca coinciden con la voluntad del

    Prohbo que a costa de mi muerte se busque notoriedad, con entierros fastuosos, coronitas, veladas pseudo-literarias, necrologas mentirosas, declaraciones de paternidad predilecta o adoptiva hechas por ayuntamientos de brutos y de caciques; y menos que se d mi nombre a calle nueva o que se sustituya con el mo otro que, por ignorancia de lo pasado, pueda ser ridculo al presente.

    Prohbo solemnemente la impresin de mis manuscritos y la reproduccin de mis obras impresas.

    Silverio Lanza - La rendicin de Santiago

  • testador, ha acatado con tan implacable respeto los designios de un literato. Ni la desobediencia testaruda de Ramn Gmez de la Serna, erigido en albacea ms o menos tcito de Juan Bautista Amors, que incumpli su voluntad con el mismo entusiasmo ejemplar que antes haban exhibido Lucio Vario o Max Brod con Virgilio y Kafka; ni las reivindicaciones municipales y acadmicas, emitidas en sordina y como a contrapelo de una indiferencia unnime; ni siquiera la peridica reproduccin de sus obras en ediciones caritativas o subalternas, han conseguido exhumar el nombre de Silverio Lanza de ese sepulcro indistinto y comunal donde yacen -8- los escritores menos favorecidos en la tmbola de la celebridad. Pero lo que hace ms chocante ese purgatorio (porque a Silverio Lanza no le ha correspondido la condena ntida y sin remisin del olvido, sino el mortificante cautiverio de quienes an aguardan sentencia en el tribunal de las apelaciones pstumas), lo que convierte aquella prohibicin solemne que Silverio Lanza estamp hacia el final de La rendicin de Santiago en un sarcasmo aflictivo, es que se ha conseguido a costa de su infraccin: quiz el cadver de Silverio Lanza no fue vituperado con entierros fastuosos, pero su memoria, en cambio, ha sido concienzudamente zarandeada con veladas pseudo-literarias, necrologas mentirosas y declaraciones de paternidad predilecta o adoptiva, hasta el punto de que su nombre se ha colado de rondn entre la prolija lista de epitafios que abarrota la historia colateral de nuestra literatura, siempre bajo el marbete o sambenito de precursor del 98. Pero, ni en la vida ni en la muerte, se le han reconocido otros mritos.

    Y en eso se ha quedado Silverio Lanza: un par de fechas, referidas a su natalicio y defuncin (y sometidas al cautiverio de un parntesis) entre las que apenas media el laconismo de un guin y esa muletilla infame y tpica de su carcter pionero (pero nada arraiga tan tozudamente en las conciencias como los tpicos y las infamias). De nada han servido las tentativas sinceras o espurias que desde hace casi un siglo se suceden por suministrar una entidad propia al heternimo de Juan Bautista Amors: parece como si aquel socarrn mximo y perpetuo que fue el autor de Noticias biogrficas acerca del Excmo. Sr. Marqus del Mantillo hubiese querido envolver con nebulosas mistificaciones su vida y su obra, para obtener, como recompensa prrica, esa mencin simplificadora de precursor del 98. La tentacin de imaginarnos a Silverio Lanza urdiendo su propio destino mediante calculadas estrategias de ocultamiento es demasiado verosmil como para que la descartemos: muy probablemente, en su determinacin eremtica, en su afn por pertrechar de episodios apcrifos su autobiografa, en su cultivo de ceremonias y costumbres y disciplinas estrafalarias, en el cobijo de los heternimos y las ediciones casi esotricas que jalonan su bibliografa, anide el propsito comn, no ya slo de elaborarse un personaje que lo suplante, sino el de difuminarse bajo indescifrables misterios.

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    El estudioso de Silverio Lanza tiene, pues, que actuar como el depredador del calamar, sabiendo que la obtencin de la presa slo se culmina despus de sobreponerse a la ceguera que le infligen las sucesivas emisiones de tinta que entorpecen la persecucin. Y sabiendo, adems, que Silverio Lanza no es un calamar corriente: cuando, hacia el final de la bsqueda, crea tenerlo a su merced, el estudioso an habr de resignarse a un asedio suplementario, porque a la defensa natural del calamar une Lanza la defensa retrctil de los caracoles que numantinamente se encierran en su concha. As, atrincherado en su refugio getafeo y camuflado por las tergiversaciones sobre s mismo que, a modo de pistas falsas, disemin en su obra, logr Silverio Lanza

  • escamotearse de sus contemporneos, y as, con el socorro aadido del tiempo, ese cmplice de la amnesia, se nos escurre de las manos a quienes nos empeamos en aprehender su fantasma. Ni siquiera a Ramn Gmez de la Serna, que merode su intimidad en vsperas de su muerte (cuando se supone que ya la proximidad del desenlace nos dispensa de perseverar en el fingimiento), quiso Silverio Lanza abrir las compuertas de su verdad ms recndita, de tal modo que algunas de las imposturas que Ramn asimil, con esa uncin del discpulo que comulga las patraas de su maestro como si fuesen artculos de fe, han pasado a engrosar la lista de embustes pintorescos que Lanza endos a la posteridad.

    Pero no todo fueron embelecos entre aquel hospitalario misntropo que fue Silverio Lanza (y aqu el oxmoron es admisible, pues la figura de nuestro escritor slo se entiende y perfila desde la contradiccin y la paradoja) y el jovencito grafmano que, haciendo un esfuerzo de contencin, le brinda las pginas de Prometeo, en lugar de abarrotarlas l mismo con sus prosas de chamarilero insomne. Entre 1909 y 1912, Ramn visita asiduamente a Silverio Lanza en su casona de Getafe y departe con l, en largas conversaciones vespertinas que, a poco que sepamos sobre la idiosincrasia de estos dos personajes, imaginaremos como una superposicin de monlogos, pues a ambos les gustaba pontificar y compendiar el mundo con palabras, tarea mproba de la que nunca se desengaaron, al menos hasta que el silencio repentino de la muerte los dej sin saliva. Precisamente para contrarrestar el gasto de saliva, Ramn nos cuenta que su anfitrin sola disponer, -10- junto al caf, el coac y el puro, unos frasquitos color miel y con la forma litrgica de las vinajeras para el culto que contenan un agua como de oasis, un agua como un perfecto vino blanco de una bodega antediluviana, como un vino depurado y esclarecido por los tiempos. As, borrachos de aquel agua quiz originaria de alguna fuente de Cann que iban consumiendo buchito a buchito y amorrados a sendos puros cuya lenta combustin converta los ceniceros en pateras cinerarias rebosantes de las cenizas de su paulatina muerte, extinguan las tardes, hasta que el tren-tranva de vuelta para Madrid, al anochecer, haca sonar su sirena. Ramn, al evocar la chchara de Silverio Lanza, observa que deca las ideas como si fuesen aventuras y las aventuras como si fuesen ideas, lo cual nos afirma en la conviccin de que Lanza hablaba como escriba, con esa mezcla de sentenciosidad y embarullamiento que caracteriza a quienes piensan sobre la marcha, introduciendo una porcin de paradojas, salidas de tono y digresiones estrambticas (as describi Azorn su escritura) en su discurso, con esa silvestre naturalidad de quienes alternan ganga y meollo sin distincin. Esta cualidad de su conversacin, extensible a su literatura, debi hacrsele muy simptica a Ramn, que as encontr un precedente (y nada precisa tanto un alevn de escritor como el asidero de los precedentes, para hacerse la ilusin de que no viaja solo) a su inverecunda prolijidad.

    Un precedente que, sin embargo, postulaba unas premisas estticas casi antpodas, pues si la literatura ramoniana se instala desde el principio en un mbito de irrealidad y subversin potica que la convierte en puro chisporroteo, la obra de Silverio Lanza se sostiene precisamente sobre la crtica corrosiva de la realidad. Premisas opuestas que no desmienten unos procedimientos similares, pues tanto Ramn como Silverio Lanza son escritores en acto, sin premeditacin ni plan organizativo (lo cual no quiere decir que sean escritores sin pensamiento, sino que ese pensamiento se produce al hilo de la escritura, como una segregacin inopinada), escritores en bruto que en lugar de mostrarnos las joyas de su taller, vedndonos las virutas y abortos que las precedieron, nos lo ofrecen todo sin desbastar ni deslindar, y as sus obras tienen ese mismo azaroso

  • y dispar aspecto que tienen los bazares, y tambin esa misma imprevisibilidad de la vida, esa verstil capacidad -11- para cuajarse y descuajaringarse de forma casi simultnea. Toda su obra est llena de la incongruencia de la vida, de sus tropezones y de esos tiros que muchas veces sucede en la vida que salen por la culata, escribe Ramn a propsito de Silverio Lanza, con esa penetracin infalible de quienes encubren su autorretrato pintando a los dems. Este rudo primitivismo de Silverio Lanza, quiz involuntario pero desde luego novedossimo para su poca, no poda dejar de impresionar al joven Ramn, que se haba propuesto cumplir a rajatabla aquel anhelo rubeniano que aconsejaba ser muy antiguo y muy moderno a la vez.

    Con las impresiones duraderas y a menudo patidifusas que Silverio Lanza sembr en el espritu sugestionable de Ramn escribira ste, algunos aos ms tarde, una fervorosa semblanza titulada In memoriam que servir de prlogo a las Pginas escogidas e inditas de Lanza, publicadas en Biblioteca Nueva, y que, al mismo tiempo, se erigir en biblia fundacional y porttil del culto lancista, cuyos adeptos nunca han debido de exceder el nmero de diez o doce. Se trata de un texto que constituye un homenaje doble al maestro extinguido, pues junto al panegrico convive la etopeya de tono humorstico, y junto al anlisis atinadsimo de su obra algunos estrambotes intempestivos. No me resisto a reproducir aqu la demorada descripcin que hace de Silverio Lanza, pues en ella encontramos, junto al rigor del fisonomista, el psicologismo rudimentario y a la vez clarividente de Ramn, aquel taxidermista de almas:

    Su frente... Pero oigmosle a l: Mi frente es una frente estrecha, plana, rectangular que parece una tablilla anunciadora sin ningn anuncio. Su frente era as, pero por ejemplo tena tambin la condicin de entrar en lo que l deca y de imponer con tozudez las ideas. En el empuje de su frente se vea que sus ideas eran firmsimas, fanticas, imponentes. Se vea un pensamiento que no retroceda ante nada, un impulso de pensamiento que iba ms lejos que sus pies pesados y lentos. Estaba de frente a todas las cosas su traslucida frente de valiente.

    Su frente se comunicaba con su calva, una de esas calvas centrales que en los pensadores son calvas de crneos en ignicin cuyas ideas han quemado la vegetacin del pelo, consiguiendo as que la calva vea el cielo entre una aclaradora luz cenital. Era tambin una de esas calvas que se podra decir con plena libertad que era una calva peinada hacia detrs.

    Sus ojos, cmo eran sus ojos? Ya lo he olvidado, aunque me es inolvidable su mirada, su mirada de hombre que ve por entero al hombre, una mirada como si sus -12- ojos fuesen tan grandes como aquello a lo que mirasen. Su mirada era como un saln, su mirada era como un gran espejo que no engaaba. Reproduca lo que miraba, en su magnitud y en su calidad. Por eso en ese espejo que haba en ella se vean sus ideas y la observacin de lo prximo, ocultando eso el color y la forma de sus pupilas. Yo a lo ms veo un gran marco, la

  • profunda cuenca humana de mirada recta y como de rayos X que miraba dramticamente el fondo de la habitacin y lo que hay detrs de todo.

    Su nariz, Hermosa nariz!, como ha dicho l, era imperante y bondadosa, gran nariz de barro amazacotado.

    Su boca... Oigmosle otra vez a l: Boca de labios muy delgados cuyas comisuras apenas son perceptibles: el hbito de callar!. Era verdad, tanto, que ahora tampoco veo su boca, slo la oigo y la oigo como si me hubiese hablado siempre por las ideas ms que por las palabras.

    Sus barbas s las recuerdo, unas barbas prceres, puntiagudas aunque anchas; barbas pobladas de irona, de transigencias, de bondad; barbas llenas de experiencia, entrecanas, nobles, muy cuidadas, como recin peinadas constantemente por ese peinecito que las pone en lgico orden. Sus barbas, aunque blandas y francas, se vea que podan ser fieras en los momentos en que hubiese que arrostrar el peligro o la lucha.

    Sus orejas eran diminutas como lo son las del que oye lo sutil, las del que oye lo que habla en voz baja, las del que oye el silencio.

    Su cuello era ancho, apopltico como el de Costa, y usaba cuellos cortos y redondos, tirilla de cura, alrededor de las que tan bien se ajustan las corbatas, que en l eran chalinas pomposas y romnticas, las chalinas que no estn bien en esos quidam superfluos de chalina presuntuosa. Eran esas chalinas de Silverio Lanza como chalinas de crespn con que adornaba la digna melancola de su vida en el destierro de Getafe, en el que estaba como arrojado de un pas injusto. Tenan aquellas chalinas algo de corbata de bandera, de heroica y digna bandera.

    Sus hombros eran anchos como con grandes hombreras y charreteras de militar antiguo y por tanto eso quiere decir que su pecho era amplio, como atorado de dignidad, como lleno de abnegacin, acogedor de todo lo que se presenta en la vida con buen impulso o con inocente realidad. Tambin su observacin, su goce de la realidad, las cosas de los pueblos, los panoramas de las ciudades, las perspectivas de los campos entraban en su pecho. Por ese pecho tena como la nuda propiedad de todo lo que haba acogido en l de los vastos campos y de los vastos caseros.

    Por el bloque de su cabeza cuadrada y predominante, en la que todo estaba resuelto de un modo cuadrado y rotundo, y

  • por sus barbas, su pecho ancho y su estatura que aun siendo gallarda resultaba cuadrada por influencia de su cabeza y de su pecho, pareca un ruso, un ruso como Tolstoy, mejor dicho, un espaol como el ruso Tolstoy.

    Sus manos eran limpias, perfectamente limpias, manos de doctor que al cabo del da se ha lavado muchas veces en aguas templadas y con jabones de olor y se ha -13- secado en numerosas toallas limpias. An veo, an distingo aquellas manos de color singular como cuando la carne de las manos se coloca frente a una luz; y las veo no slo limpias de aseo sino limpias de no haber nunca escrito ni firmado nada alevoso, ni haber usado esos bastones de la autoridad cuyo puo ensucia la mano. El gran orgullo de sus manos sobre su limpieza y su calor cordial era el anillo de la alianza que esplenda en ellas, ms aurfero que ninguno de los que he visto. Todo el tiempo que se le vea, luca como un buen presagio su alianza, como de recin casado siempre en aquellas manos que sealaban la verdadera direccin, siendo el ndice elocuente de la derecha el dotado de esa autoridad que deba tener un solo ndice y un ndice as.

    He transcrito esta explayacin anatmica, mixta de hallazgos poticos y frragos, porque creo que constituye la mejor exequia que se le poda rendir a aquel hombre franco y arisco, irnico y desmesurado, iracundo y afable que fue Juan Bautista Amors, aquel exiliado de su poca y de sus contemporneos y hasta de su propia estirpe que, en un gesto de elegancia insuperable, se invent un fantasma de s mismo, Silverio Lanza, para firmar un puado de libros que componen un archipilago de rareza y extraamiento. Haba nacido el 5 de noviembre de 1856 en Madrid: su padre, don Narciso Amors y Folch de Cardona, hijo y nieto y biznieto de militares conspicuos, haba alcanzado el rango de brigadier en el Ejrcito, despus de ser distinguido con ms condecoraciones de las que le caban en la casaca durante la primera guerra carlista y de haber ejercido como gobernador en las plazas de Ceuta y Pescola; su madre, doa Mara del Rosario Vzquez de Figueroa y Prez de Grandallana aport al linaje familiar una ascendencia de marinos heroicos que cristalizaba en la venerable figura de su progenitor, Jos Vicente Vzquez de Figueroa, teniente general de la Real Armada y Ministro de Marina en tres ocasiones distintas. El nio Juan Bautista crece en una casona de la calle Hortaleza, a la sombra oleaginosa de los retratos familiares que flanquean los pasillos, retratos marineros que combaten el tenebrismo y el sueo manteniendo los ojos muy abiertos, como si escrutasen a travs del catalejo de los siglos. Podemos imaginarlo, desvelado en mitad de la noche, deambulando por esos pasillos, con un quinqu en la mano y la mirada entre atribulada y despavorida de quienes, ya desde la infancia, se imponen un destino acorde con el rango de sus muertos.

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  • Juan Bautista se inventa una vocacin marinera para la que le faltaban aptitudes. Cuando, apenas ingresado en la escuela naval, las enfermedades lo obliguen a licenciarse, sublimar su fracaso falsificando su biografa y disfrazndose con uniformes que (suponiendo que Ramn no exagere la pomposidad de su atuendo) incluan galones en las bocamangas y botones dorados con un ancla en relieve, e incluso, en las fechas solemnes, un frac galoneado y con las solapas cruzadas, su sombrero de tres picos y su sable curvo y dramtico. Toda esta superchera marinera alcanzar su apoteosis con la publicacin de Desde la quilla hasta el tope (1891), memorias apcrifas y algo chirriantes con el resto de su bibliografa en las que su trasunto o heternimo, Silverio Lanza, asciende con liviandad los peldaos del escalafn, de guarda marina a almirante, y desempea cargos ministeriales en la Corte. Los bigrafos de Juan Bautista Amors, aun sospechando la inverosimilitud geomtricamente progresiva de estas memorias, aceptaron como veraces los captulos referidos a las mocedades del protagonista, ms que nada porque iluminaban las tinieblas que Juan Bautista Amors haba arrojado sobre sus orgenes.

    Unas tinieblas que respondan con escrupulosa lealtad al mandato epicreo (Oculta tu vida) que Amors convertira en lema vital. Jos M. Domnguez Rodrguez, en su monografa Silverio Lanza y su hermano Narciso (Ayuntamiento de Getafe, 1983) rebate documentalmente las patraas veniales acuadas por el escritor y convertidas en moneda de curso corriente por sus bigrafos ms crdulos o remolones. Gracias a Domnguez Rodrguez sabemos que Juan Bautista fue el menor de tres hermanos: el primognito, Mariano, diecisis aos mayor que l, prolongara las glorias guerreras de su apellido, participando como alfrez de caballera y corrigiendo los ndices de natalidad en varias escaramuzas contra la carlistada, aunque finalmente morira lejos del campo de batalla, en Legans, de un ataque de apopleja ocasionado quiz por la inhalacin prematura de tanta plvora; Narciso, el hermano mediano, que aventajaba a Juan Bautista en tres aos, alent desde nio ciertos pujos literarios que desencadenaran el instinto imitativo del benjamn. Jos M. Domnguez Rodrguez, con psicologismo algo rupestre aunque no exento de virtudes dramticas, llega a -15- proponernos que la vocacin literaria de Juan Bautista germinar como una especie de antdoto que contrarreste o al menos mitigue los celos y la rivalidad (esa pelusilla tan habitual entre prncipes destronados) que infestaron, desde muy temprana edad, las relaciones entre los dos hermanos. Parece ser que Juan Bautista siempre envidi la brillante versatilidad de Narciso, capaz de conjugar los ascensos fulminantes en la jerarqua militar con una fecundidad literaria que abarcaba todos los gneros (en especial los gneros de brocha gorda), desde el panfleto poltico al dramn de pasiones toscas y vociferantes.

    Pero no nos extraviemos en la espeleologa de los complejos psicoanalticos. En 1861 don Narciso Amors y Folch de Cardona se incorpora a la pinacoteca familiar, quiero decir que ingresa en el cementerio; para Juan Bautista, que apenas cuenta cinco aos, esta prdida le acarrear, junto a los quebrantos propios de la orfandad, la responsabilidad sobreaadida de apechugar en su rbol genealgico con otro hroe difunto. Una cargazn que aumentar sus ensimismamientos e introspecciones, hasta desarrollar en l una especie de conviccin apriorstica sobre su flaqueza y fragilidad, as como sobre su insignificancia, incapaz de emular las hazaas de aquel mausoleo pictrico que, a veces, para apaciguar sus desvelos, sigue recorriendo, a la luz cancerosa del quinqu, que aade un estigma de zozobra o agona a las fisonomas impertrritas de aquellos prceres embalsamados de leo. Quiz porque la madre, doa Mara del

  • Rosario, intuye que Juan Bautista no podr perpetuar las escabechinas de secano que haba protagonizado la rama paterna de la familia, inculca a su hijo la devocin a la Marina, esa aristocracia del ejrcito, y a su patrona la Virgen del Carmen, mecindolo cada noche con historias de batallitas navales. Narciso, mientras tanto, desarrolla una mana grafmana que desagua en varias obras dramticas y vodeviles, suponemos que de prosa ms bien inepta, pues el nio apenas cuenta diez o doce aos. A los catorce, segn nos desvela Domnguez Rodrguez, llega a componer artesanalmente un periodiquito que l mismo redacta e ilustra, titulado, con pomposo ecumenismo, El Mundo; en esta empresa lo acompaa, en labores subalternas o gacetilleras, un Juan Bautista algo asfixiado por la exhibicin de talentos del hermano.

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    Ambos estudiarn el bachillerato en el Instituto de Noviciado, con hincapi en disciplinas tan exticas para la mentalidad contempornea como la filosofa escolstica, el latn, el griego o la religin. Juan Bautista solventar esta etapa de formacin con calificaciones bastantes apaaditas, aunque no tanto como Narciso, que incurre reiteradamente en las matrculas de honor. Luego, para alivio de Juan Bautista y de su pundonor, los destinos de los hermanos se bifurcarn: mientras Narciso se dedica a ensartar ascensos en la academia militar (inevitablemente, alcanzar el generalato), sin descuidar sus veleidades polticas un tanto voltarias y sus labores de publicista a troche y moche, Juan Bautista se apunta en la Escuela Naval, que por aquellas fechas acababa de inaugurar su sede flotante en la fragata Princesa de Asturias. Aprovechando el cese -o siquiera la relajacin- de sus obligaciones maternas, doa Mara del Rosario finiquita su viudez y se casa en segundas nupcias con el abogado Ignacio Rodrguez y Fernndez, a quien no llegar a proporcionar descendencia, tambin por cese -o siquiera relajacin- de los relojes biolgicos. En diciembre de 1875, Juan Bautista aprueba su examen de ingreso en la Marina, con una calificacin global de 98,75 puntos, la segunda de su promocin (aunque en Desde la quilla hasta el tope se adjudique un megalmano primer puesto, en una de tantas falsificaciones interesadas) y regresa a Madrid, para arrostrar la Navidad en compaa de su madre y su recin adquirido padrastro, antes de embarcar en la fragata Blanca, fondeada en Cartagena, que habra de ser el escenario de su bautismo marinero, y tambin, aunque l ni siquiera lo sospeche, el de su extremauncin.

    Se inicia para Juan Bautista un perodo de infaustos azares que estrangularn su carrera marinera y harn de aquel muchacho introvertido y valetudinario un escurridizo misntropo. En enero, cuando ya se extingue su permiso, enferma de viruelas confluentes, lo que le obligar a elevar una instancia al Ministro de Marina, suplicando una demora a su incorporacin. A las viruelas, por una conjuncin de circunstancias ms grotescas que fatdicas, les sucedern algunos achaques menores, desde la amigdalitis a las ignominiosas almorranas, que prorrogarn su convalecencia y empezarn a sembrar entre sus superiores la sospecha de que el guarda marina Amors posee una naturaleza demasiado estragada o melindrosa para las exigencias -17- ocanas. Cuando por fin Juan Bautista se reincorpora y empieza a condecorar la cubierta de la fragata Blanca con sus vomitonas (y an sigue fondeada en el puerto de Cartagena, pero basta el manso oleaje de los malecones para que Amors afloje la espita), la sospecha deviene certeza. Para mayor inri, el 21 de septiembre de 1876 fallece doa Mara del Rosario, sobresalto que exigir a Amors nuevas peticiones de licencia. Su estancia en Madrid se prolonga, por trifulcas de testamentara; tanta

  • dilacin acaba exasperando a sus superiores, que deciden castigar al guarda marina apenas estrenado (o quiz premiarlo caritativamente) con la licencia absoluta y definitiva. Juan Bautista Amors ni siquiera se haba iniciado en la navegacin de cabotaje.

    Este baldn lo maquillara despus inventndose una vida paralela, grandilocuente de honores y epopeyas, en Desde la quilla hasta el tope, o intoxicando a sus confidentes con vicisitudes que nunca acaecieron, como aquel desplante al Rey que Ramn resea en su In memoriam, y que luego los bigrafos ms perezosos han repetido hasta la machaconera: Siendo guarda marina, el rey Alfonso XII viaj en su barco, y como uno de los guardias marinas deba comer en la mesa con el Rey, y ninguno quera, l se prest a representar a todos los dems. El Rey se port afablemente con l. l estuvo a la altura de las circunstancias y por eso no se sinti humillado, pero cuando se encontr en su camarote ya solo y le ofrecieron un puro de parte del Rey, se sinti ofendido, y aunque era el que se lo ofreca un superior suyo le contest "que l no admita un puro del rey, el rey no poda enviarle a l un puro sino una caja de puros" y lo rechaz, recibiendo por fin la caja de puros de la que slo cogi uno, dndoles los otros a sus compaeros. Fuera de estos ajustes de cuentas con su pasado inexistente, Juan Bautista Amors sufre en estos aos la metamorfosis que lo devolver convertido en Silverio Lanza; encerrado en la crislida de su rencor, viviendo a costa de las rentas que por herencia le corresponden, el licenciado guarda marina se abisma en la lectura y empieza a destilar, en el alambique de la soledad, la esencia de la ferocidad crtica, que ya para siempre instigar sus escritos: una ferocidad indiscriminada y casi quirrgica de tan expeditiva e hiriente, que dirigir contra las lacras de una sociedad que, bajo la careta amable de la Restauracin, -18- esconda las llagas de su decadencia. El clero agropecuario e infractor del celibato, los funcionarios prevaricadores, los polizontes comisionistas, el ejrcito camastrn y un poco orangutn, los polticos embaucadores y sin escrpulos morales que no vacilan en traicionar sus ideales para perpetuarse en la poltrona, las mujeres gazmoas que acatan las beateras que les dictan desde el plpito (pero tambin las mujeres que se rebelan contra su misin procreadora), la burguesa cerril y pancesca, la plebe adocenada que comulga las injusticias de sus gobernantes y, en especial, los caciques que convierten Espaa en un mosaico de reinos de taifas organizados en torno a su santa voluntad se van a convertir en la diana de sus invectivas. Una diana tan profusa y multiforme que podramos considerarla una metonimia del mundo: lo que Amors se propone es la tarea sobrehumana de desacreditar la realidad.

    A partir de 1880, y en apenas una docena de ttulos, Juan Bautista Amors desarrollar una literatura inclasificable y demoledora, infiltrada de un humor custico, salpicada de pintorescas digresiones y gallardos apstrofes y concebida desde una atalaya de intransigencia o autonoma moral que no accede a la componenda. Una literatura que, en su rigor censorio, podra considerarse un antecedente aventajado de las obras de Miguel Espinosa o Agustn Garca Calvo (aunque ambos carezcan de la abrupta y desorganizada amenidad de Silverio Lanza), hija de un talante irreductible y adverso al gregarismo; as, no deben extraarnos las palabras que Amors pone al frente de La rendicin de Santiago: Hablan mal de m los viciosos, porque no alterno con ellos; los curas tontos porque admiro a Pi; los librepensadores mal educados, porque admiro a Monescillo; los cobardes, porque no les temo; los ricos, porque no les adulo; y los pobres sucios, porque no les socorro. Me odian y me injurian los que tienen algo de qu avergonzarse, si sospechan que yo lo s, y temen que yo lo diga. Definir la

  • ideologa que anima la escritura de Silverio Lanza equivaldra a incurrir en un reduccionismo, pues sus palabras, como las de cualquier hombre libre, pastorean de todas las ideologas y de ninguna; quiz la mejor adscripcin (pero se trata de una adscripcin utpica, quiero decir, que no figura en los mapas) la establezca el propio autor:

    -19- Yo soy anarquista porque deseo la falta de todo gobierno

    basado en el caciquismo, y como ste es indispensable mientras influyan en la poltica (voten) gentes sin instruccin, sin educacin, sin responsabilidad moral o material, sin civismo y sin conciencia de sus actos, soy anarquista circunstancial para todos los partidos demcratas, y en Espaa no hay polticos (incluso los carlistas) que no prediquen, con buena o mala fe, una democracia que no mejora nada, ni aun las condiciones morales y materiales de los electores infravertebrados, y que slo beneficia a los caciques y a sus protegidos.

    En esencia no soy anarquista, porque armonizo el individualismo con el colectivismo mediante la resobada frase: Todos para cada uno y cada uno para todos: conque niego la ciudadana de quien no se sacrifica por todos (Sociedad, Estado) y niego el Estado que no se sacrifica por cada individuo.

    Desde que admito la sociedad, admito su gobierno, su forma de gobierno y su personal Gobierno; pero quiero el gobierno dirigido por la aristocracia intelectual, formada por la aristocracia del saber, del trabajo y de la virtud.

    Con estos presupuestos programticos, no parece extrao que Amors suscitara unnimes rechazos, pues en Espaa el pensamiento no encauzado siempre ha provocado ronchas y sabaones. Pero no quisiera transmitir la idea de un Silverio Lanza artfice de una literatura doctrinaria o vicaria de entelequias polticas: como ya sealamos antes, en cita de Ramn, l deca las ideas como si fuesen aventuras, con esa gracia ruda e ingeniosa de quien, entre el deleitoso desorden de sus libros, urdidos sin plan aparente, nos introduce con virajes vertiginosos en la verdad sangrante que denuncia. Por supuesto, se trata de una literatura que reniega del realismo en boga hacia finales del XIX, un realismo que ni siquiera observaba el magisterio de Galds, sino que ya se haba despeado por las escotillas del costumbrismo amable y edulcorado, un poco al estilo de Palacio Valds; Amors (o Lanza, pues a estas alturas la criatura de ficcin ya empieza a devorar a su creador) nos propone una literatura punzante, ms proclive a las alegoras y a los smbolos que al retrato fidedigno de la realidad (pero la representacin de la realidad es siempre ms fidedigna), a la que, sobre todo, interesa la trastienda que esa realidad esconde. Cuando los jvenes noventayochistas se asomen a los libros de Silverio Lanza, comprendern que el propsito tico y esttico que gua a ese autor emboscado y apartadizo es el mismo que los anima a ellos, y lo convertirn en un santo

  • de hornacina en la capilla de sus predilecciones, junto a Larra o Ros -20- de Olano. Pero ya se sabe que las misas de capilla no estimulan la afluencia de feligreses.

    En 1880 Amors entrega a la imprenta (cualquier imprenta arrumbada en cualquier pasaje o travesa de Madrid, casi siempre la imprenta ms clandestina o desidiosa) su primer libro, un volumen de cuentos titulado El ao triste: cada una de las piezas breves que contiene se desarrolla en una festividad sealada del ao, y de su lectura se extrae esa tristeza extenuada del descredo que, pese a su escepticismo, se resigna a exponer descarnadamente la depauperacin de una Espaa prisionera de sus caciques. Los cuentos, concebidos casi como aplogos, ya muestran en su desalio esa maestra de Amors para el dilogo sin artificio, brusco y zangolotino, en que lo dicho se corrige, se contradice, casi no se explica, casi no se sabe quin lo ha dicho. Pero si El ao triste merece inscribirse en el prontuario de nuestra memoria es porque en l Juan Bautista Amors concibe o al menos otorga cartas credenciales a Silverio Lanza, quien desde el principio se configurar, no como un mero pseudnimo, sino como una criatura autnoma con existencia libresca, de la que Amors finge ser albacea y editor, y a la que har morir en numerosas ocasiones, para despus resucitar en la siguiente novela o volumen de cuentos. Este Silverio Lanza suele tratarse de un narrador entrometido que con frecuencia interfiere en la trama que narra, con comentarios o apostillas impertinentes, intrusiones que descabalan la perspectiva e incluso como personaje activo, en cuya boca pone Amors la dinamita dialctica que hace de sus libros revulsivos del espritu. Slo en Desde la quilla hasta el tope el heternimo sustituir su existencia marginal y atrabiliaria por otra ms regalada y plegada a las instituciones, en una concesin que Amors se permiti, como desquite de sus fracasos nuticos.

    El ao triste vendi seis o siete ejemplares, cifra que Silverio Lanza superara con algunos libros posteriores, llegando a diez o doce. Como la aversin del espaol a la letra impresa que no viene acompaada de alharacas promocionales reclama una explicacin patolgica que excede la intencin de estas pginas, no insistiremos ms en el cotidiano desinters que despert la obra de Lanza entre sus contemporneos: l lo acept como sntoma -21- natural de la poca, y se entretuvo embalando paquetes que remita a las amistades, con ejemplares dedicados que, poco a poco, iban agotando las exiguas y pobretonas ediciones que l mismo se sufragaba. Su primera novela, Mala cuna y mala fosa (1883) narra, con episodios yuxtapuestos que aspiran a resumir moralmente una vida marcada por el signo de la depravacin, la historia de Juana, una muchacha en cuya genealoga confluyen todos los vicios, criada en la inclusa y luego arrojada por su desnaturalizada madre a la prostitucin, carrera que estrenar en un lupanar aristocrtico (si la contradiccin es tolerable) y clausurar en un hospital de tuberculosos; su infortunio, por el contrario, la perseguir hasta las regiones de ultratumba, de donde la querr rescatar su amante, Bautista, un cochambroso Orfeo que profana su tumba y propicia una escena de una macabrera que hubiese repugnado a Valds Leal. La novela, muy esquemtica en su exposicin y con un punto de vista caleidoscpico, incorpora cuadros de un tremendismo zahiriente y sarcstico, y no escatima los detalles truculentos con tal de hacer vvida la crnica de una degradacin.

    Luis S. Granjel destaca de Mala cuna y mala fosa, por su rigurosa novedad, el modo casi cinematogrfico de presentar la compleja trama, rasgo que podra extenderse, junto a ese peculiar empleo del dilogo al que antes aludamos, a toda la narrativa lancista. Una narrativa que aqu, con un afn clasificatorio quiz demasiado simplista o maniqueo, hemos dividido en novelas y cuentos, a sabiendas de que

  • cualquier intento de compartimentar en gneros convencionales la obra de Silverio Lanza adolece de trivialidad, pues en ella interfieren, como afluentes adventicios, el aplogo y la biografa, el panfleto poltico y el folletn, en un machihembrado que le otorga su principal encanto. Esta promiscuidad genrica de Silverio Lanza quiz contribuyese a su encasillamiento como escritor inextricable, ya desde sus primeros escarceos con la pluma. Sabemos que en estos aos previos a su voluntario retiro getafeo concurri a esos cafs con chubesqui y estruendo de gargajos que frecuentaban los bohemios de aquella generacin perdida que acaudillaba Alejandro Sawa; quiz lo animase cierto espritu de confraternizacin literaria, quiz pensase que el triunfo exiga este peaje de gremialidad, pero el caso es que no tard en desengaarse de tan desgaitados cnclaves -22- y elegir la senda discreta del aislamiento. Hermann Bahr nos esboza el retrato de aquel Silverio Lanza todava veinteaero pero ya decantado hacia esa pose de irnico prcer que fomentara hasta su muerte: Silverio Lanza, de traza muy poco espaola con sus rebosantes mejillas, nariz de pepino y un obeso y puntiagudo abdomen, se me antojaba ms bien un honrado sabio: y era el nico ejemplo de irona con que tropec en la ciudad del Manzanares; todo un nido de amable malicia, afable bajeza y cndida perfidia contra todo el mundo y hasta preferentemente contra s mismo... Era bromista por desesperacin.

    Esta doble condicin de Lanza, plcida y mordaz, robustecida por una panoplia de extravagancias que abarcaban la gimnasia sedentaria y las prcticas higienistas, se agudizar en su etapa getafea, que se inicia hacia 1885. Recin casado con la gerundense Justa Brbara Sala, quince aos mayor que l (hasta en el matrimonio quiso Silverio Lanza contrariar las convenciones de su poca), se premia con una luna de miel vitalicia en aquel poblacho por entonces desvencijado y pedregoso, extico como la tundra siberiana, aunque se hallase a un tiro de piedra de Madrid. All adquiere una casona, lindante con la estacin de ferrocarril y situada enfrente de un colegio de escolapios, en la calle Olivares, 18, y all subsiste ms o menos holgadamente con la rentita que haba heredado de sus padres, como uno de aquellos hidalgos que sobrevivan a la ruina de su hacienda mediante los milagrosos malabarismos de la austeridad. Nada sabemos de su vida conyugal, aparte de que fue un marido inaccesible a las veleidades adlteras (el paisaje lo exima de tentaciones), carioso sin ostentacin, observante de esas benficas rutinas que fraguan la convivencia y observante asiduo de las liturgias que se celebran en el tlamo, aunque esa observancia nunca fuera recompensada con una prole que anhel hasta la muerte, como se comprueba en su literatura, inmisericorde con las mujeres que obstruyen o se rebelan contra su destino procreador: La mujer que no cumple esta misin, o realiza otros actos, es un rgano que por atrofia o hipertrofia contribuye al estado patolgico de nuestra sociedad. Una aseveracin que hoy lo habra convertido en reo de lapidaciones feministas, aunque l siempre se jact de haber amado incansablemente a las mujeres (Las he quitado muchas penas y -23- jams les he producido una lgrima ni una deshonra), lujo que slo se pueden permitir los muy misginos.

    Entre la prctica devota, pero estril, del matrimonio y la efervescencia intelectual extingue sus horas (Duermo seis, dedico tres al prjimo y al paladar, y las catorce restantes las paso adquiriendo ideas ajenas, elaborando las mas propias y consignando de stas las que juzgo interesantes, le declara por carta a su amigo el profesor Valentn Vivo). Hasta veinte cuartillas emborrona al da, de las cuales destruye la mayora y slo reserva a la publicidad (a la precaria publicidad de sus libros) lo que tuve por oo y anodino. Ramn Gmez de la Serna nos describe con trazos de humorada guiolesca

  • los rincones y retretes de su casona, all donde Silverio Lanza teja sus ficciones y ejercicios corporales:

    Despus, slo algunos das -muy pocos-, al final de la tarde, pasamos al despacho final, un despacho oscuro; de paredes, suelo y techo torcido, alabeado; lleno de sillas de pecho abultado y nalga mrbida; con muchos relojes; con muchas libreras, de sas como aparadores, con cristales en el cuerpo de arriba y puertas de madera en el de abajo. En aquel fondo de casa estaban los muebles reumticos y se perciba un olor hmedo y alquitranado.

    All era donde l escriba fumando los cigarrillos puestos lejos de l, al borde de su pupitre, a travs de una larga goma terminada por una boquilla. A veces, nos enseaba el esqueleto que tena guardado como en la caja erguida de un reloj de alta caja, y, a veces, nos enseaba el cuarto dedicado a sus experiencias de antropocultura, y en el que haban armados varios aparatos como guillotinas o instrumentos para dar garrote, aparatos como los que sirven para tallar a los quintos y una cama con colchn de flores, en la que acostaba al mensurado para apuntar las ltimas mensuraciones. Aquel cuarto que pareca el de las ejecuciones o el de la magia negra, nos preocupaba mucho y mirbamos a sus ventanas como de hospital cuando salamos de aquellos sombros departamentos de la casa que tenan tambin algo de gimnasio, no slo porque Silverio Lanza era el presidente de la Asociacin de Profesores oficiales de gimnasio, sino porque tena algo de esa tristeza de los gimnasios, a los que da cierto aspecto sepulcral su monotona, su aburrimiento y el cmo se deja en ellos enterrada estpidamente la vida, el esfuerzo y las horas.

    Pero toda esta parafernalia entre quirrgica y prestidigitadora, como de barraca de feria donde se verificasen trepanaciones y ejercicios abdominales, palidece ante el sistema estupefaciente de timbres y otros artificios elctricos que Silverio Lanza haba diseminado por la casona, comunicados -24- por hilos que cruzaban las habitaciones y subrayaban el itinerario de los pasillos, como cuerdas de tender la ropa. Esta maraa de cables se coordinaba desde un panel de mandos que Silverio Lanza gobernaba desde su alcoba y que le permita controlar las evoluciones de las visitas y sorprender los allanamientos de los intrusos con un clamoroso repicar de los timbres. Azorn y Ramn, que padecieron en sus tmpanos la eficacia de este ingenio, coinciden en su glosa o mencin, en un esfuerzo por aproximarnos la personalidad estrambtica y con salidas de pata de banco de aquel anacoreta ldico, embarcado por estos aos en un frenes creativo que, en apenas un lustro, redundar en siete libros. De 1888 es Cuentecitos sin importancia, una compilacin que, bajo el ttulo inocuo y falsamente modesto, incluye un vituperio de propiedades casi alcalinas del mundo rural, fustigado por la calamidad endmica de los caciques. Un ao despus aparece Noticias biogrficas acerca del

  • Excmo. Sr. Marqus del Mantillo, una parbola sobre la rapacera y la incuria moral de los polticos que Silverio Lanza disfraza bajo los ropajes del rigor documental, construyendo un collage que anticipa en varias dcadas la quest biogrfica de A. J. A. Symons, los muy verosmiles embustes de Max Aub en Josep Torres Campalans y las erudiciones apcrifas de Borges. Fragmentos de discursos, extractos de debates parlamentarios, un retrato del Marqus supuestamente perpetrado por el Excmo. Sr. D. A. P. Garrique, Ministro de Bellas Artes, y hasta una Carta al Papa llena de meandros y reconvenciones que figura como apndice componen, entre otros documentos, las teselas de un mosaico a partir del cual Silverio Lanza se propone radiografiar a Nicasio lvarez, socialista por instinto que en sucesivos alardes de oportunismo alcanza la representacin en la Cmara bajo el reinado de Salvio V, para despus comandar una Unin de las Izquierdas que, alcanzado el poder, se transforma en Partido Constitucional entregado a la represin ms ciega y arbitraria. Depuesto Salvio V, Nicasio lvarez, que ya ostenta el ttulo de Marqus del Mantillo, tiene que exiliarse; en el destierro bifurcar su actividad entre los coqueteos literarios (hasta entonces no haba mojado la pluma, por padecer una supuesta ceguera de la que cura milagrosamente) y la conspiracin, hasta que un golpe de Estado le adjudica el rango de Gran Mariscal, que le servir para convertir el pas en campamento y proseguir su ascenso -25- en las jerarquas polticas. La principal originalidad de Silverio Lanza, ms all de la tcnica empleada para reconstruir la biografa de este personaje ficticio o la creacin de una geografa imaginaria en la que ya siempre desarrollar sus fbulas, descansa sobre todo -como muy atinadamente ha sealado Ricardo Senabre- en dotar a su obra de un valor universal que supera la mera intencin satrica: aunque Nicasio lvarez admita similitudes y concomitancias con polticos de la Restauracin que practicaron el chaqueterismo o la involucin hacia posturas conservadoras, como Sagasta o Romero Robledo, lo que a Silverio Lanza le interesa es denunciar la estulticia de fondo que propicia la promocin de elementos como Nicasio lvarez, quien en su impostura lleg a encubrir su analfabetismo con una ceguera de la que san cuando aprendi los rudimentos de la cartilla. La indignacin de Lanza, maquillada por los ropajes de una imparcialidad ecunime que el propio autor se preocupa de infringir con comentarios y apuntes de impa aspereza, no obsta para que de vez en cuando se deslicen pasajes desternillantes, como aqul en que, ante los requerimientos insistentes del Marqus para que escriba su biografa, Lanza se compromete: Te lo juro por Cristo, compromiso que Nicasio lvarez no juzga suficiente:

    -Ese juramento no significa nada para nosotros... Ven aqu... Jura sobre esto -le contesta el interpelado.

    Y yo puse mi diestra sobre el desnudo descote de la baronesa de Troichamps y jur.

    Parecidas irreverencias, y aun otras lindantes con la chocarrera, intercalar en Ni en la vida ni en la muerte (1890), la novela ms incendiaria entre las suyas (aunque elegir la hoguera ms severa entre los fuegos inclementes de Silverio Lanza resulte una tarea propia de bomberos), que le costara una acusacin de escarnio pblico del dogma y religin cristiana, as como injurias al clero y magistraturas. Ni en la vida ni en la muerte transcurre en Villar ruin, aldea de Atarjea cuyo gobierno se disputan los funcionarios de justicia venales, los sacerdotes concupiscentes y los caciques vidos de

  • la sangre ajena. La descripcin de los actores del drama (el juez Licurgo, el prroco Po de la Cruz, la inocente nia Loreto Prada, que sufrir la inmolacin fsica y espiritual) permite a Silverio Lanza desplegar las excelencias -26- de su estilo intemperante y venenoso, pero la resolucin de la intriga, con su acumulacin de barbarie, se nos antoja un poco mazorral. Las acusaciones que recayeron sobre Lanza no prosperaron, y fue absuelto en el juicio que dirima su culpabilidad; no tuvo, pues, que acogerse al indulto concedido por la reina regente Mara Cristina para delitos de imprenta, ni acatar encierros preventivos en prisin, por ms que luego rodease este episodio de heroicas resistencias, denuncias annimas y acusaciones villanas de una fantasmagrica odiadora que, debido a la indignacin que le haba producido verse retratada en uno de sus personajes, quiso atraer el infortunio hasta su casa: Ni en la vida ni en la muerte -afirma Silverio Lanza- caus tantas penas a mi esposa que guardo la evidencia de que origin mi viudez. Todos estos delirios o hiprboles paranoicas envolvern con una aureola de indmita grandeza a Silverio Lanza, sobre todo ante las nuevas generaciones de escritores, para quienes la circunstancia de que hubiese sido procesado por escribir un libro -como Baudelaire, como Flaubert, seala admirativamente Azorn- constitua un motivo de arrobo. Protegido por esa aureola, Lanza aflige las imprentas con otros dos libros de relatos, Cuentos polticos (1890) y Para mis amigos (1892) y con esa rareza bibliogrfica, mezcla de memorias pardicas, novelita bizantina con incursiones en la picaresca y hagiografa sin rubor, que es Desde la quilla hasta el tope (1891), donde exorciza las frustraciones que lo persiguen desde la adolescencia, a la vez que corona su proyecto literario y vital de adulteracin de la realidad.

    En 1893 aparece la que (pese a la tendencia bastante cerril y extendida de ponderar sobre todo la narrativa breve de Silverio Lanza), a mi modesto parecer, se erige en cspide de una bibliografa marcada por la desmesura genial. Me refiero a Artua, especie de vademcum que alberga la suma de las obsesiones lancistas, su cosmogona de pasiones obturadas y bblicos enojos y retrancas misginas, vertebrada en torno a una historia de amor folletinesca. En Artua se nos exponen los dilemas y tribulaciones de Luis Noisse, un joven militar encadenado en matrimonio a Marcela Brether, mojigata y aburrida, y requerido por la tentacin adltera de gueda, una muchacha plebeya que resucita sus apetitos y tambin le hace concebir la quimera de un amor que fusione las almas. El segundo volumen de la novela -27- glosar el descenso de Luis Noisse hacia los abismos de la infamia, los celos y hasta la demencia, ocasionada por la prdida de su hijo (de nuevo la sombra filial, como un anhelo que se escurre entre los dedos, pesadilla recurrente en la obra de Silverio Lanza), antes de perecer sin consuelo en presencia de una abyecta gueda, convertida en algo as como un demonio portador de tragedias. Artua baraja, entre la trama sinuosa de peripecias y conflictos, teoras sobre la convivencia matrimonial, la pulsin ertica y la depravacin de la mujer, a quien, en una moraleja final que completa o parafrasea o altera cierto episodio del Gnesis, le dedica estos piropos: Comprendi la mujer que haba sido vencida por la culebra, y la odi, pero procur imitarla para conseguir sin riesgo su victoria, y avanza silenciosamente, se enrosca para ocultarse, se pone erguida cuando se la molesta y se quita la camisa en cuanto encuentra ocasin.

    Aquel aborrecedor del sexo femenino se zambullira, paradjicamente, en las tenebrosas cuevas de la depresin cuando, en mayo de 1896, fallece su esposa Justa, con el pecho inflamado por una endocarditis. De este ensimismamiento sombro lo rescata, primero, Luis Ruiz Contreras, aquel Anatole France en alpargatas, brindndole las pginas de Revista Nueva; en seguida se sumarn al rescate del ermitao de Getafe

  • Azorn y Baroja, que estimulan la vanidad de Lanza con visitas en su casona de la calle Olivares. Azorn, a raz de aquellas visitas (sobresaltadas por el estridor de los timbres), empapelar ABC con artculos admirativos, en los que, fiel a su talante desprendido, encarece al hombre fuera del ambiente convencional, enemigo de lo sancionado -injustamente sancionado-, y, sobre todo, artista que escriba sin pensar en el pblico, sin halagarle, para s, segn su gusto. Tambin ser Azorn quien invite a Silverio Lanza a pronunciar en el Ateneo una conferencia de tema libre que el autor de Artua rellenar despotricando contra los caciques, hacindolos responsables de todos los males que infectaban Espaa, incluida la escasez de buenos escritores. Ramn figur entre el pblico ralo y perplejo: Una lluvia torrencial caa sobre la techumbre y resonaba en todo el saln. No fue casi nadie por eso. Azorn, cubrindose con su paraguas rojo que lleg desteido, no falt. La lluvia no dej or lo que dijo, y de aquel diluvio nos ha quedado el pnico de un segundo diluvio -28- y de las salvas de aplausos, que imita la lluvia, y que no dejaban apreciar lo que Silverio deca del caciquismo. l debi sentir que cuando ms cerca de la exaltacin haba estado, naufragaba. Valientemente estuvo sobre cubierta hasta el ltimo momento y despus, como a nado, se volvi a Getafe, renunciando para siempre al triunfo en Madrid.

    Mucho ms intrincada y espinosa fue la relacin que Silverio Lanza mantuvo con Po Baroja. No poda ser de otro modo, tratndose ambos de escritores de acusada y algo cazurra personalidad, monarcas de sus manas y recalcitrantes mantenedores de sus tiquismiquis. Cuando, en 1900, Baroja, con la compaa mediadora y balsmica de Azorn, viaja hasta Getafe para conocer a aquel hombre de independencia huraa y salvaje, su impresin no puede resultar ms positiva; en un artculo publicado en Alma Espaola llegar a escribir: Su conversacin es una serie de saltos, de cabriolas, de ideas que aparecen y desaparecen, tan pronto cmicas como profundas. [...] He hablado con hombres de talento; he conversado con Eliseo Recls, con Pi y Margall, con Salmern, con don Juan Valera, con Galds, con Benavente; ninguno me ha producido el asombro, la admiracin que me ha producido Lanza. Su cerebro es un hervidero de ideas y de paradojas, un bullir continuo de proyectos, razonados unos, ilgicos otros, de planes polticos, sociales, mercantiles de toda clase. Las fricciones no tardarn, sin embargo, en interferir tan jabonosos ditirambos: despus de haberse confesado su ms rendido admirador (recuerdo cmo, al decirle que me gustaban sus libros, le brillaban los ojos de la emocin, observa Baroja, con caritativa crueldad), le enviar un ejemplar de Vidas sombras, su opera prima, que Silverio Lanza acoger con reticencias pontificales, llegando incluso a enviarle a Baroja una carta largusima para convencerme de que debajo de cada cuento deba poner la consecuencia o moraleja. No contento con formular estas reconvenciones, Lanza amenaza a Baroja con redactar l mismo esas moralejas, en caso de que el nefito no se avenga a hacerlo. Baroja, que no era nada bien sufrido ni contemporizador, empieza a alimentar su animadversin hacia aquel hombre con un fondo enorme de ambicin fracasada que pretende entrometerse en su literatura y rectificarla con aplogos zumbones.

    -29-

    El enconamiento entre Baroja y Lanza se fue consolidando con los aos, siempre mitigado de pullas sibilinas y elogios de doble filo. En un banquete que Azorn organiza el 25 de marzo de 1902, en honor de Baroja, que acaba de obtener una repercusin crtica nada balad con Camino de perfeccin, Silverio Lanza pronuncia, a la hora de los discursos, una perorata de apariencia laudatoria, aunque subterrneamente envenenada

  • de reproches y eutrapelias. Hacia el final, cuando en la mesa ya se haba hecho ese silencio funerario y lvido que rodea este tipo de apreturas, Lanza escupe su censura ms aviesa e hiriente, o al menos la que ms hiri en su orgullo a Baroja, clibe vergonzante y reconcomido: El defecto de la obra de Baroja es que carece de mujeres, que no hay en ella una sola mujer verdadera. Desde entonces, Baroja se dedicar a propalar la misoginia agresiva de Lanza, en justa correspondencia al alevoso ataque (alevoso sobre todo porque la especie cuaj, y Baroja siempre arrastr fama de desconocedor del alma femenina) que haba enturbiado la paz de aquel banquete, llegando a atribuir a Lanza algunos comentarios y epigramas estremecedores, como ste: A las mujeres y a las leyes hay que violarlas para hacerlas fecundas. Podrida aquella amistad naciente que haba propiciado Azorn, el navajeo entre Lanza y Baroja ya nunca remiti, aunque siempre fue un navajeo muy protocolario y a primera sangre que mantena la compostura: slo Ramn, en su calidad de albacea moral, se atrevera, cuando ya los huesos de Silverio Lanza alimentaban de fsforo el suelo de Getafe, a afear la roosera espiritual de Baroja, quien -segn el juicio un tanto calenturiento de Ramn- haba saqueado las invenciones del autor de Artua. Despectivamente, y como al desgaire, Baroja calificar las acusaciones ramonianas de puras tonteras, maniobras estratgicas.

    Que Lanza influy en Baroja, sobre todo en el Baroja primerizo, no parece asunto que requiera mayor elucidacin; pero de ah a afirmar, como hace Ramn, que Baroja sea un Silverio Lanza industrioso e industrial media el trecho de la ojeriza ofuscada. En cuanto a las trifulcas sordas entre Baroja y Lanza, y a sus intercambios de acusaciones y desdenes, no debemos olvidar, por un lado, el concepto cainita de la literatura que profesaba Baroja (en sus memorias, soslaya o ningunea o zahiere a los escritores ms estimables -30- , y acoge a los ms birriosos), y por otro el carcter picajoso y demencial de Lanza, que por aquellos aos ya empezaba a tejer, en el telar de sus quimeras, esa entelequia de la Antropocultura, slo explicable en un talento atacado de meningitis, una disciplina de su creacin que aspiraba al mejoramiento de la raza humana mediante prcticas gimnsticas y eugensicas que incluan consejos sobre las posturas idneas para el coito. Silverio Lanza, cclope en la soledad encallada de su casern getafeo, convaleciente de viudez y caciquitis, dimite lentamente de la literatura y se entrega a otras aficiones que tambin exigen morosidad y sedentarismo, como la botnica, llegando a recopilar en el jardn de su casa (un jardn pompeyano, con pozo y empedrado) una variedad de plantas de latitudes exticas o marcianas que provocaban el desconcierto de las visitas.

    En 1903, Silverio Lanza reincide en el matrimonio y se casa con Vicenta Anastasia Tallaeche, que tampoco ser capaz de bendecir la unin con ese hijo que Lanza desea imperiosamente. Quiz por estimular la fecundidad de su esposa (la supersticin popular y la Antropocultura lancista convenan en resaltar el influjo que la contemplacin de amenos paisajes puede ejercer en la potencia genesiaca), proyecta viajes peridicos a Alicante, Barcelona o Crdoba (donde se susurraba que posea algunos viedos y olivares que mejoraban sus exiguas rentas), nunca ms all, pues Silverio Lanza se conformaba, desde sus postulaciones fallidas a la Marina, con la contemplacin del ocano, y saba que su reino era de secano. En 1907, cuando ya la atencin que le haban dispensado los noventayochistas remita, publica La rendicin de Santiago, su mejor novela despus de Artua, encabezada con un prlogo ininteligible de un supuesto Pedro Martnez en el que hace mofa de la jerga jeroglfica empleada por los crticos. En La rendicin de Santiago, Lanza vuelve a arremeter, con renovada y

  • febril virulencia, contra los estamentos sociales ms beneficiados. La polica, los polticos, los socialistas (a quienes tilda de artesanos majaderos y holgazanes con pretensiones cursis), la prensa, el ejrcito y -con nfasis jeremiaco- los caciques reciben el varapalo habitual de sus invectivas, as como el clero, sobre cuya obligacin de celibato se permite bromear, dudando de la efectividad de su cumplimiento (estas irreverencias fueron amputadas de la reedicin que Luis S. -31- Granjel hizo en 1966). La novela, como su ttulo indica, narra la claudicacin de Santiago Albo, que termina aceptando el cargo de cacique de Valdezotes, por imposicin de su esposa, doa Mara, una maquiavlica pechugona que supo aprovechar las flaquezas del protagonista y encalabrinarlo, con estudiados achuchones; antes, Silverio Lanza nos habr paseado por su personal carrusel de execraciones y teoras variopintas, condimentadas de burlas y recochineos y otras causticidades.

    La ltima novela publicada en vida por Lanza ser tambin la nica que no deba sufragar arandose los bolsillos. Titulada originariamente La vermicracia (gobierno de los gusanos, segn indagacin etimolgica), Eduardo Zamacois, aquel tenorio de pluma nada pedestre, exigi como requisito previo a su inclusin dentro del elenco de Los contemporneos, revista que haba fundado y a la sazn diriga, que abreviase o simplificase esa designacin, proponiendo como ttulo alternativo Los gusanos. Vuelve Silverio Lanza en esta novelita, aparecida en agosto de 1909, a abundar en el tema del inocente decantado hacia la bellaquera por culpa de un entorno donde la profesin de virtudes y rectitud se ha quedado reducida a reliquia que estimula ms la irrisin que la nostalgia. La moraleja que Lanza no se recata de hacer explcita coincide con sus tesis de anarquismo aristocratizante: tan culpable de esta degeneracin moral es el cacique, ese gusano voraz, como la sociedad putrefacta sin cuyo abono su presencia parasitaria no sera posible.

    An escribira Silverio Lanza otra novela de tono casi hilarante, a la vez que desengaado, que Ramn colocara pstumamente en La Novela Corta, acompaada de una semblanza de Cristbal de Castro donde se asevera que, para Silverio Lanza, la humanidad es un conjunto de farsantes egostas, dominando a un rebao de serviles concupiscentes. Medicina rstica nos cuenta en primera persona la experiencia entre vodevilesca y kafkiana de un Silverio Lanza que suplanta a su amigo Mariano, mdico rural de Navadebolos, en el ejercicio de su cargo, sin conocimiento alguno del oficio, para que ste pueda casarse de extranjis con Remedios, hija del alcalde. La usurpacin propicia situaciones desopilantes, como aqulla en que el protagonista debe pronunciar ante las fuerzas vivas del villorrio un discurso que rellena con un -32- galimatas de palabrejas sin sentido, aplaudidas sin embargo por su auditorio hasta el florecimiento de callos en las manos.

    Cuando ya Juan Bautista Amors pareca haber jubilado a Silverio Lanza, resignndose a emplear sus desvelos en la teorizacin algo mentecata de esa disciplina de propia creacin denominada Antropocultura, aparece un da a su puerta un muchacho rechoncho y jocundo, con aspecto de botijo ambulante y voz de trompeta desquiciada. Se trata de Ramn Gmez de la Serna, el talento ms prvido y mareante de esa novsima generacin que ya se dispone a enterrar a los padres inmediatos (clebre fue la aversin mutua e insobornable que se procuraron Ramn y Baroja) y a reivindicar a los abuelos, repitiendo las estratagemas blicas que rigen la batalla literaria desde el origen de los tiempos. Ramn entroniz a Silverio Lanza en las pginas de Prometeo como maestro mximo de esa corriente copiosa y vanguardista que era l

  • mismo, o su escritura, y Silverio Lanza, a cambio, le franque las bodegas de su alma, y lo honr con el regalo tacao de su amistad, en aquellas tardes de suspenso sopor en que las horas parecan interrumpir su faena, para escuchar amodorradas los reveladores y brillantsimos dislates de aquella pareja de conversadores monologantes.

    El 30 de abril de 1912, a las diez de la maana, Silverio Lanza, en la vida civil Juan Bautista Amors, deja que su corazn muera de hipertrofia, reventado de tanto bombear sangre a su cuerpo de toro buenote o cannigo reborondo, no sin antes tumbarse sobre la cama matrimonial, aquella cama amplsima, superpuesta de colchones, que, segn Ramn, era una de las ms altas camas sobre el nivel del mar. Al entierro, presidido por su hermano Narciso y su viuda, slo acudieron los gatos famlicos, para tumbarse al sol del cementerio, que es el sol que ms calienta, porque los muertos requieren, para su combustin en almas, una luz ms acendrada que penetre entre las ranuras de sus sepulturas. Tambin estuvo all Ramn, que escribi para La Tribuna la crnica de aquel sepelio desangelado, tan congruente con lo que haba sido la existencia de Lanza, siempre refugiada en los stanos de la misantropa. Algunas semanas ms tarde, los amigos de Lanza recibieron un ejemplar de la segunda edicin de sus Cuentos escogidos, recin salidos de la prensa y olorosos a ese perfume como de panificadora tibia -33- que poseen los libros recin bautizados de tinta; los ejemplares, embalados en paquetes que ostentaban la letra de su autor, sembraron la inquietud entre los destinatarios, que llegaron a pensar -quiz asediados por la mala conciencia de no haber asistido a su entierro- que Silverio Lanza no haba muerto, o que al menos se haba levantado de la tumba, para darse un garbeo hasta la estafeta de correos.

    No andaban desencaminados. Si hubiesen abierto su atad, habran comprobado que Silverio Lanza, o su esqueleto, se haba movido: el antebrazo derecho habra aparecido flexionado hacia su brazo, y entre ellos estaran los huesos de la mano izquierda. En aquel corte de mangas pstumo se resuma la despedida de Juan Bautista Amors al mundo demasiado mostrenco y abotargado que quiso alterar o abolir con sus fantasas.

    -34-

    Nota a esta edicin

    Hemos querido reunir aqu las novelas completas de Silverio Lanza, tan denostadas por quienes nunca las leyeron, tan desprestigiadas por quienes prefirieron moderar su talento a la distancia escueta del cuento, donde sin duda tambin brill nuestro autor, aunque fuese este un brillo enjaulado, apenas un chispazo fulgurante, frente al brillo intermitente y como a trompicones, pero deslumbrador sin pausa, que nos ofrecen sus novelas. En ellas encontramos al Silverio Lanza en estado puro, digresivo y divagatorio, inconformista con los moldes de los gneros y paseante errabundo por los enlaberintados pasajes de su escritura.

    Otra razn podemos invocar para la exclusin de sus cuentos de una edicin que, con su aadido, habra alcanzado dimensiones de enciclopedia. Aunque en ediciones municipales o minoritarias, los cuentos de Silverio Lanza siguen disponibles para el lector avezado, ventaja que no se hace extensible a sus novelas. Slo Noticias biogrficas acerca del Excmo. Sr. Marqus del Mantillo puede hoy ser rescatada, entre los anaqueles arrumbados de alguna librera; el resto (salvo Ni en la vida ni en la muerte y La rendicin de Santiago, esta ltima con zarrapastrosas amputaciones de la censura)

  • ni siquiera han obtenido la recompensa de la reedicin, en un pas tan partidario del dispendio de papel. Debo la utilizacin de las ediciones originales a Luis Alberto de Cuenca, ese atleta de la generosidad que administra con discreta eficiencia los fondos de la Biblioteca Nacional. Alberto Snchez lvarez-Insa, mi bibligrafo favorito, coleccionista exhaustivo de publicaciones de quiosco, me suministr una copia de Los gusanos: sin el apoyo de ambos, esta resurreccin de Silverio Lanza se habra quedado en agua de borrajas.

    Por facilitar la lectura hemos adecuado la ortografa de Lanza a los usos actuales, y acomodado el exceso de tildes de la poca a la austeridad tipogrfica de los tiempos que corren. Por lo dems, la prosa de Silverio Lanza, tan peculiar y perspicua, se ha mantenido intacta; ojal su lectura no nos deje intactos a nosotros: sera un sntoma halageo de que an es posible subvertir la realidad.

    -35-

    Bibliografa

    Obras de Silverio Lanza

    El ao triste. Relatos; Madrid, 1880.

    Mala cuna y mala fosa. Novela; Madrid, 1883.

    Cuentecitos sin importancia. Relatos; Madrid, 1888.

    Noticias biogrficas acerca del Excmo. Sr. Marqus del Mantillo. Novela; Madrid, 1889.

    Ni en la vida ni en la muerte. Novela; Madrid, 1890.

    Cuentos polticos. Relatos; Madrid, 1890.

    Desde la quilla hasta el tope. Novela autobiogrfica; Madrid, 1891.

    Para mis amigos. Relatos; Madrid, 1892.

    Artua. Novela; Madrid, 1893.

    La rendicin de Santiago. Novela; Madrid, 1907.

    Cuentos escogidos. Relatos; Madrid, 1908.

  • Los gusanos. Novela; Los Contemporneos, ao 1, nmero 32; Madrid, 6 agosto 1909.

    Medicina rstica. Novela, La Novela Corta, ao III, nmero 119; Madrid, 13 abril 1918.

    Pginas escogidas e inditas. Edicin de Ramn Gmez de la Serna; Biblioteca Nueva, Madrid, 1918.

    Reediciones

    Obra selecta. Seleccin y estudio preliminar de Luis S. Granjel. Alfaguara, Madrid, 1966.

    Cuentos polticos. Acredisa, Madrid, 1981.

    Ni en la vida ni en la muerte. Prefacio de Avelino Hernndez Lucas. Emiliano Escolar, Madrid, 1981.

    -36-

    Cuentecitos sin importancia. (Reproduccin facsmil de la edicin original) Ediciones de la Torre, Madrid, 1981.

    Silverio Lanza... en memoria. Asociacin de Amigos de Getafe, Getafe (Madrid), 1982.

    Noticias biogrficas del Excmo. Sr. Marqus del Mantillo. Libertarias, Madrid, 1992.

    Antologa. Seleccin, prlogo y notas de Julin Moreiro. Confederacin Espaola de Gremios y Asociaciones de Libreros, Madrid, 1998

    Crtica

    AZORN, Silverio Lanza: Clsicos y modernos (1913); Obras Completas, t. II. pp. 778-82; Madrid, 1947.

    Silverio Lanza: Madrid, cap. XXXII; Obras Completas, t. VI, pp. 260-263; Madrid, 1948.

    Silverio Lanza: ABC, Madrid, 7-VII-1905; Escritores, pp. 15-6; Madrid, 1956.

    Silverio Lanza: ABC, Madrid, 1-VIII-1943; Escritores, pp. 257-60; Madrid, 1956.

  • BAROJA, PO, Silverio Lanza: El tablado de Arlequn; Obras Completas, t. V, pp. 54-5; Madrid, 1948.

    Desde la ltima vuelta del camino. Final del siglo XIX y principios del XX; Obras Completas, t. VII, pp. 738-39; Madrid, 1949.

    BAROJA, RICARDO, Silverio Lanza: Gente del 98, pginas 129-33; Barcelona, 1952.

    CASTRO, CRISTBAL DE, Silverio Lanza. Semblanza literaria, prlogo a Medicina rstica de Silverio Lanza; La Novela Corta, ao III, n. 119, Madrid, 13 de abril 1918.

    -37-

    CORPUS BARGA, Del hombre raro de Getafe. Dos cartas y una invitacin: Papeles de Son Armadans, t. XXXIV, n. 100, pp. 9-39; Palma de Mallorca 1964.

    DURN, MANUEL, Silverio Lanza y Silvestre Paradox: Papeles de Son Armadans, t. XXXIV, n. 100, pginas 57-72; Palma de Mallorca, 1964.

    FARRERAS, PEDRO, Juan Bautista Amors. Silverio Lanza: Las noticias, Barcelona, 9 de mayo 1912.

    GARCA REYES, JOS, Silverio Lanza: entre el realismo y la generacin del 98. Ediciones Universidad de Salamanca, 1979.

    GMEZ DE LA SERNA, RAMN, In Memorian y Eplogo: Pginas escogidas e inditas de Silverio Lanza, pp. 1-48 y 277-96; Madrid, Biblioteca Nueva, s. a. [1918].

    Silverio Lanza. Azorn: Biografas Completas, pp. 1229-54; Madrid, 1959.

    GRANJEL, LUIS S.: Retrato de Silverio Lanza, en Obra selecta, pp. 6-90; Madrid, 1966

    Un nmero de la revista juventud: Baroja y otras figuras del 98, pp. 219-26; Madrid, 1960.

    Biografa de Revista Nueva, Salamanca, 1962.

    Biografa de Prometeo, nsula n. 195; Madrid, 1963.

    Silverio Lanza en el recuerdo de sus coetneos: Papeles de Son Armadans, t. XXXIV, n. 100, pginas 43-53; Palma de Mallorca, 1964.

    JIMNEZ, JUAN RAMN, Silverio Lanza (1915): Espaoles de tres mundos, pp. 283-284; Madrid, 1960.

  • MENNDEZ ARRANZ, JUAN, Silverio Lanza: ndice de artes y letras, n. 84; Madrid, 1955.

    PARS, LUIS, Juan Bautista Amors: Gente Nieva. Crtica inductiva, pp. 157-65; Madrid, s. a.

    -38-

    RUIZ CONTRERAS, LUIS, Silverio Lanza: De guante blanco (Estudios Crticos), pp. 205-15; Madrid, s. a.

    SAINZ DE ROBLES, FEDERICO CARLOS: Ensayo de un Diccionario de la Literatura, t. II, pp. 574-75, Madrid, 1953.

    SAAVEDRA ESTEBAN, JUAN JOS, La narrativa de Silverio Lanza. Editorial de la Universidad Complutense, Madrid, 1988.

    El humor de Silverio Lanza y Ramn Gmez de la Serna: dos madrileos atpicos. Prlogo de Julio Caro Baroja. Libertarias/Prodhufi, Madrid, 1993.

    Silverio Lanza, autor irnico. Orgenes, Madrid, 1984.

    SENABRE, RICARDO, Silverio Lanza y el Marqus del Mantillo: Papeles de Son Armadans, tomo XXXIV n. 100, pp. 97-108; Palma de Mallorca, 1964.

    SERRANO PONCELA, SEGUNDO, Un raro: Silverio Lanza. El secreto de Melibea, pp. 55-86; Madrid, 1959.

    VEGAS GONZLEZ, SERAFN, Literatura y disidencia en la obra de Silverio Lanza. Orgenes, Madrid, 1984.

    ZORITA, NGEL, El anticlericalismo de Silverio Lanza: Papeles de Son Armadans, t. XXXIV, n. 100, pp. 76-94; Palma de Mallorca, 1964.

    Artua (1893)

    -40-

    Advertencia

    Segn doctos pareceres,

    ms dao que una mujer lo hacen slo dos mujeres.

  • Ce livre n'est point fait pour circuler dans le monde, et convient tres-peu de lecteurs. Le style rebutera les gens de gout: la matire alarmera les gens sveres: tous les sentiments seront hors de la sature pour ceux qui ne croient pas la vertu. Il doit dplaire aux dvots, aux libertins, aux philosophes; il doit choquer les femmes galantes, et scandaliser les honnetes femmes. A qui plaira-t-il donc? Peut-etre moi seul: mais coup sur il ne plaira mdiocrement personne.

    Cuando vine al mundo encontr hechos mis libros y sus prlogos; y mi nico mrito consiste en repetir a fines del siglo diecinueve lo que otros hombres dijeron en pocas de mayores libertades. Doy gracias a la reaccin.

    -41-

    Otra advertencia

    Una mujer ignorante o mal dirigida se crey retratada en uno de mis escritos, y un annimo de ella me produjo un proceso y una prisin.

    Una mujer bendita iba pisando fango para llevarme a la crcel los dulces consuelos de su cario.

    Cuando termin aquel proceso me pidi la santa mujer que no ofendiese a la calumniadora, porque sta era madre. Y la mujer imbcil acaso est pensando en ultrajar a mi esposa.

    Y es que no hay mayor dolor para el perverso que la contemplacin de las virtudes ajenas.

    Por eso yo, que no soy cruel, nunca ensalzo a los buenos porque entiendo que esto es demasiado castigo para los malos.

    Y me limito a describir infamias para que los justos perseveren en la virtud, y los canallas se ejerciten en la escritura.

    J. J. Rousseau

    Silverio Lanza

    S. L.

  • -42-

    Sntesis

    -[43]- -44-

    I

    La esposa del actor Barroedo...

    (Ya s que no estaba casada; pero no me interrumpis.)

    La esposa del actor Barroedo, que era muy devota, pregunt a su marido:

    -Qu pides a Dios durante la novena? -Yo?... que acabe pronto.

    Muri Barroedo y las novenas continuaron.

    Est visto que las instituciones viven ms que los ciudadanos, y por eso propongo que se convierta al hombre en institucin.

    II

    Pero...

    (Ahora voy a contradecirme.)

    Lineno y Cuvier hicieron sus clasificaciones zoolgicas atendiendo el primero a la organizacin del sistema circulatorio, y el segundo a la organizacin del sistema nervioso.

    Me parece muy bien.

    A medida que pasan los aos va siendo el progreso ms rpido y necesario. El progreso tiende a aumentar la utilidad de todo lo que existe, entendiendo por til aquello que produce una emocin agradable. Por tanto, no creo inoportuna una nueva clasificacin zoolgica, informada por las diferencias de utilidad que presentan los animales.

    Desde luego propongo una separacin entre los que viven para amar, y los que odian para vivir.

    Dios hizo la luz, las aguas, la tierra, los astros, las plantas, los animales, el hombre y la mujer; y no sigui creando porque comprendi, en su infinita sabidura, que lo iba haciendo muy mal.

  • Meditemos.

    -45-

    Primera parte

    Por qu

    -46- I

    Y no te digo ms, porque el criado no cesa de entrar y salir; pero cuando hayamos concluido de comer, ya te pondr las peras a cuatro.

    -Calla, Marcela, que si no tienes razn ya te dar para peras.

    -Seras capaz de incomodarte conmigo?

    -Contigo? Vidita ma y por qu?

    -Que viene el muchacho.

    -Este Bautista es tan inoportuno...

    -Pero si trae el asado.

    Mulier, ubi sunt qui te acusabant?

    Nemo te condemnavit? Quae dixit: Nemo, Domine. Dixit autem Jesus: Nec ego te condemnabo.

    San Juan.

    Busca novia cariosa,

    educada, rica y buena, y date por satisfecho si no te casas con ella.

  • -Gracias a Dios que acabamos.

    -No tomas dulce?

    -Si me lo das con tu boquita... -Zalamero!

    -Lo que deseo es que nos sirvan el caf.

    -Repara que el dulce lo hice yo.

    -Con qu?

    -Pues, con leche, huevos y azcar...

    -Y lo has probado?

    -S.

    -Pues por eso est dulce.

    -No hables, porque eres un traidor.

    -Traidor! Y soy un justo.

    -Eso me lo probars despus.

    -Te probar todo lo que quieras.

    -Ests insufrible: todo lo tomas por donde quema.

    -Y t te agarras a un clavo ardiendo.

    -47-

    -Luis! -Marcela! -Que estamos en la mesa.

    -El asado no me infunde respeto.

    -Bien te callas cuando est pap.

    -Porque tu padre se lo charla todo; pero me aburro por completo.

    -Por eso ahora te desquitas

    -Ya lo creo! Y lo vas a ver. Ordeno y mando. Tomar el dulce ms tarde, y ahora, enseguidita, el caf. Bautista!

    -Seorito.

    -Quita el mantel, sirve el caf, y come.

  • - Est bien.

    -Y ahora?, chiquitina ma, qu dices ahora, que estamos solos? Y esas cuentas que me ibas a ajustar?

    -Por Dios, Luis, no seas atropellado, y hagamos la digestin en paz. Sobre todo, quieres que ajustemos cuentas? Pues las ajustaremos.

    -Es decir que insistes?

    -S, insisto, s. T crees que me engaas y ests equivocado. Escucha, y no me interrumpas. Dijiste que enviaras a la generala Lafoi una esquela participndole nuestro enlace.

    -Y lo he hecho.

    -Ves como quieres engaarme! -Yo?

    - S, t. En el bolsillo del capote he encontrado la esquela dentro de un sobre dirigido a don Romn Mara Antn.

    -De veras?

    -Aqu lo tienes.

    -Trae, chiquilla, trae.

    -S, busca una disculpa.

    -Qu disculpa ni qu atacador? Si esto tiene mucha gracia. He enviado a la generala un besa la mano para el director del Museo.

    -Y para qu lo necesita esa seora?

    -48-

    -Para nada; Si quien lo necesitaba Y me lo haba pedido era Romn Mara Antn.

    -Pero ese Romn, es hombre o mujer?

    -Hija, no puedo asegurarlo; pero es Jefe de artillera.

    -Vaya una salida.

    -Como dudabas de que fuera hombre...

    -Si no le conozco.

    -Yo s; pero tampoco poda asegurarte si sera hombre o...

  • -Ya volvemos a las andadas.

    -No, porque la digestin es funcin muy importante para ti.

    -Ingrato!, y slo pienso en tu bien!

    -No me llames ingrato, porque me pego un tiro.

    -Eso ni en broma se dice.

    -No me reprendas, que ser bueno.

    -Pillo, as me engaas.

    -Y dale con que te engao. Te refieres otra vez a la generala?

    -Ya no; estoy convencida.

    -A propsito, con qu derecho te permites registrar los bolsillos de mi capote?

    -Derecho... derecho; ya s que no tengo derecho, pero yo no los registro, los limpio, y nada ms.

    -Y tambin limpias los sobres por dentro?

    -Perdname, Luisito; pero es una costumbre que no me puedo quitar.

    -Hola!, conque ya es antigua?

    -Desde que ramos novios. Siempre registraba la prenda que dejabas en la antesala, lo mismo cuando vestas de uniforme, que cuando vestas de paisano.

    -Y nunca encontraste nada de particular?

    -Mucho polvo de tabaco, y... una vez me encontr una tarjeta...

    -Una tarjeta!

    -S, con rayas negras y encarnadas...

    -Ah!, eso es para hacer juego.

    -Y con eso, a qu se juega?

    -49-

    -Ya lo sabrs cuando seas capitn de artillera.

    -No lo ser nunca.

  • -Al paso que vas. Ya sabes el oficio de asistente: registrar los bolsillos.

    -Te incomodas?

    -No, cielo mo.

    -Perdname; pero siempre he tenido muchos celos.

    -Y ahora?

    -No tengo tantos.

    -Nunca has tenido motivos para tenerlos.

    -Es verdad. Ahora los tengo por costumbre.

    -De modo que sigues con tus costumbres de soltera.

    -Todas, no.

    -Ya s que alguna te falta.

    -Luis, no empecemos.

    -Perdona. Siga la digestin tranquilamente.

    -Ya no s qu deca.

    -Que tenas celos.

    -Ahora no: reconozco que eres un buen esposo.

    -Muchas gracias.

    -Pero antes... -Oh! antes!

    -No te burles. Si pareca que lo hacas a propsito.

    -Jess, Mara y Jos!

    -Te acuerdas del da que pas delante del caf Central?

    -S, s; que estaba yo con doa Engracia.

    -Una jamona sin gracia ninguna.

    -Pues es una buena seora.

    -Sigues tratndola?

  • -Ni la veo.

    -Cmo dices que es!

    -Porque supongo que no se habr muerto.

    -Y aquel da que venamos mam y yo del cementerio y te vimos que estabas en mangas de camisa a la puerta de un ventorro?

    -50-

    -Aquello fue una distraccin.

    -Ya; ya comprend que te distraas con una mocita rechoncha. -Fernanda!

    -Y era esa quien te acompaaba aquella maana que salas del baile cuando yo iba a confesar?

    -Eres implacable.

    -S, sera la misma.

    -Eso, no. gueda tiene sus defectos, pero no es como Fernanda. gueda iba al baile yendo conmigo.

    -Pero, vamos a cuentas. Si gueda es buena, y si es cierto que la conoces desde que era nia, por qu no me la presentas?

    -Porque son unas cursis ella y su madre.

    -Y qu importa?

    -Te parece poco? No habra paz en esta casa si viniesen aqu. Armaran cada lo...

    -Me escamo.

    -No te escames. Es que son insufribles. La madre ha hecho algn dinero a fuerza de trabajar y economizar, y todo se lo gasta con la muchacha. Se ha propuesto que su hija sea una princesa, y quiere que aprenda a tocar el piano y a hablar francs.

    -Pero gueda tiene disposicin?

    -No s; cuando yo dej de tratar a esa familia era la muchacha una bestia hermosa.

    -Conque, hermosa?

    -Yo no falto a la verdad. Pero una bestia. Adems, cree la madre que a su nia le ser fcil formar parte de la alta sociedad, y para lograrlo viste a la muchacha con tal extravagancia que... Otra majadera; dicen a todo el mundo que su difunto padre de gueda era jefe de brigada.

  • -Y qu era?

    -Caporal de la Guardia urbana.

    -Es chistoso.

    -Y tanto.

    -De modo que son de humilde origen.

    -51-

    -Figrate. l haba sido ordenanza de mi padre, que en paz descanse. Despus mi madre le coloc en la Guardia urbana, y esa familia vivi en mi casa porque mi madre, ya viuda, la ceda una habitacin en el piso quinto. Muri mi madre, vend la casa y las buenas gentes se marcharon con la msica a otra parte. Poco despus muri el padre de gueda, y si he seguido tratndome con ellas es porque las conozco desde nio.

    -Pero ahora no las ves?

    -Te juro que no he vuelto a ver a esas mujeres desde que volv de la Aurelia y di a tu madre palabra sagrada de casarme contigo.

    -Pobre mamita ma!

    -Esa s que me quera de todas veras.

    -Y yo?

    -Pero no tanto como ella.

    -Ests loco!

    -Tambin vas a tener celos de aquella santa seora?

    -Dios me libre!

    -Tu mam s que me perdonaba.

    -Porque sabas engaarla.

    -La enga?

    -No seas suspicaz. Bien sabes que no tengo queja de ti.

    -Te acuerdas de la noche de su muerte?

    -Bien me acuerdo.

  • -Cuando hizo que t y yo nos acercsemos a su cama, me mand cerrar la puerta de la alcoba, y vindonos sin testigos, me dijo:

    El que agoniza no engaa a nadie, y nadie le debe engaar. Luis, hijo mo, quieres a Marcela?

    Bien sabes que contest: Con toda mi alma, y lo dije bien fuerte. Despus promet que me casara contigo en seguida, y me cas a los tres meses de quedarte hurfana. Y promet tener a tu padre en nuestra compaa, y bien ves que vive con nosotros. Pero, vida ma, ests llorando? Ests llorando t, cielo mo?

    -Es que has sido muy bueno.

    -Y lo ser siempre, siempre!, lo oyes?

    -52-

    Siempre ser bueno contigo, chacha ma, siempre, siempre; pero no llores, cariito mo, porque vas a conseguir que yo llore tambin, y ya ves, que si se supiera en el Liceo que Luis Noisse haba llorado, me pondran una chichonera encima del casco. Ya te res? Te vuelves a poner seria? Eh! esa manita no se la lleve usted, porque esa manita es ma; y la compaera tambin; y los bracitos que son los paps de las manitas; y los hombros, que son los abuelitos; y lo que tienes entre los brazos y encima y debajo, y... todo. Y si no, a que te beso en este dedito, y crees que te han besado en el corazn? a que te beso en esos dientecitos menudos y... Escondes la boca? Y crees que te vale esconderla? Conque he sabido yo apoderarme de tu alma, y no he de ser siempre dueo de tus labios! Te das a partido? Vamos, ya te rindes, vida ma; eres lo ms hermoso que hay en el mundo.

    -Tambin yo soy bestia hermosa?

    -Cielo!, me has dado en el cerebro o en el corazn: no s dnde; pero me has hecho mucho dao.

    -No, no; perdname.

    -Ya veo que no olvidas. Pues bien; no olvides. Recuerda siempre que hay bestias hermosas; pero recuerda tambin que lo ms hermoso es no ser bestia. Medita siempre que nunca tu rostro podr serme repulsivo, porque tu cuerpo es para m hermoso como el ramo lleno de flores, y cuando se logra ser dueo de flores tan hermosas como las de tu alma encerradas, como en jarrn de aromtico bcaro, dentro de tu cuerpo hermossimo, no se va, ni aun estando loco, a buscar alfalfa dentro de un puchero, aunque el cacharro est bien construido.

    -Luis!

    -Y, sobre todo, vida ma, no sabes ya que te amo con todas las energas de mi cuerpo como son todas las energas de mi alma?

    -S, si lo s, Luis mo.

  • -Pues entonces, cariito, por qu dudas de m?

    -No, si no dudo. Perdname; pero, te quiero tanto!

    -T s que eres zalamera.

    -Se te ha pasado el enfado? No es verdad que s?

    -Si no me he enfadado.

    -53-

    -Prubamelo.

    -Cmo?

    -Como t quieras.

    -Gloria ma! As? Quieres que sea as? Te ahogo, no es verdad? No te dejo que respires; pero no s apartar mi boca de la tuya. Y eres t quien tiene celos, siendo duea de este cuerpo tan bonito.

    -Luis, qu hora es?

    -No lo s, ni me importa; pero te aseguro que ya hemos hecho la digestin.

    II

    Era en la poca de decadencia, y don Cristbal Brether, hermano menor del famoso general del mismo apellido, segua al imperio con tanta sumisin que lleg a estar en decadencia al mismo tiempo que la monarqua.

    Haba sido don Cristbal jefe de brigada a las rdenes del marqus del Mantillo, y cuando este organiz militarmente todos los servicios del Estado, envi a don Cristbal a cobrar en una circunscripcin el impuesto sobre la tierra, nico impuesto establecido por el socialista marqus.

    Haba credo Nicasio lvarez que esta organizacin militar mantendra en las antiguas oficinas civiles el severo rgimen de los cuarteles, y se equivoc: buena prueba de ello fue don Cristbal, que debi a su hermano el verse libre y no pagar con una larga prisin las cantidades que desvi del camino del Tesoro, guardndoselas desvergonzadamente.

    Ello es que don Cristbal deba algunos picos cuando se cas, y, a no haberse casado, hubiera seguramente dado una escandalosa quiebra. Y aunque esto se saba en Granburgo, no fue obstculo para que la viuda de Arranz decidiera a su hija Julia a casarse con el calavera don Cristbal. Y ocurri lo que era fcil de presumir. Cuando

  • muri Julia ya haba consumido don Cristbal la dote de su esposa, y el viudo y Marcela la hurfana, hubieran vivido con mucha escasez a no haberse casado Marcela con Luis Noisse.

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    Ya, por consiguiente, viva Brether a expensas de su yerno, pero no por eso gastaba menos, en qu? Gastaba en todo, en perfumes y en vino; jugando y pretendiendo mocitas. Crea, como crea el emperador, que renovando los alardes de los pasados tiempos como que reverdeceran los laureles de las glorias pasadas.

    Y ya estaba viejo don Cristbal: cincuenta aos de crpula producen iguales estragos que una larga vida; y ni sus piernas tenan fuerzas para sostener el busto y desplazarlo, ni su cabeza poda permanecer erguida largo rato, ni brillaban sus ojos, ni abultaban sus labios, ni haba, en suma, en aquel cuerpo decrpito un solo detalle que recordase al audaz cortesano del marqus del Mantillo y de Su Majestad el emperador.

    Asustbale la idea de ser anciano, que es el nico consuelo que logra quien ha llegado a perder el amor a la vida; rodebase de tahres, jvenes alegres y mujeres fciles, pagaba esplndidamente tan ruin compaa. Haca la vida de la gente moza; reparta el da entre la cama y el tocador, y empleaba la noche en el casino o en la tertulia ntima de alguna mujer de mundo. Cuntas veces en el Hotel de Clica, la bella cantora, pas las primeras horas de la maana durmiendo febril y borracho en un divn, mientras las hermosas compaeras de Clica beban con sus rufianes queridos el champagne pagado con el bolsillo de don Cristbal! Cuntas y cuntas veces le engaaron sus amigos proporcionndole, hbilmente fingidos, xitos amorosos o de valor personal que justificaban una oppara cena cuyo gasto pagaba el hroe! Y cuantas perdi su tiempo, su salud y su dinero en la casa de Rita, la vendedora de primicias, y all, a oscuras, porque la inexperta nia no quera ser conocida, se agitaba Brether vacilante y tembloroso recordando frases galantes, tartamudeando promesas, imaginando disculpas que no se le pedan; asqueroso, como lo es todo lo impotente cuando pretende luchar arrastrado por su necedad o por su soberbia!

    Y cuando tan desesperados esfuerzos le dejaban inerte, sin energas en el cerebro y sin conciencia de su estado, empezaba su sangre a circular pausadamente y se dorma el viejo sobre sus laureles y sobre el campo del honor. Dos horas despus le despertaba Rita, le hablaba de la protagonista, del amor que sbitamente le haba inspirado el don Cristbal, y entregaba a ste -55- un retrato de la hermosa lograda, y pagaba el necio e base al casino o a la tertulia de Clica a referir sus aventuras, que todos escuchaban comiendo sandwichs y bebiendo champagne.

    Este era el padre de Marcela, aquella mujer bajita, cuyas caricias recoga su esposo encorvndose.

    Pobre Marcela! Qu hubiera sido de ella sin su maridito?

    Era Marcela una azucena: la ms artstica combinacin de blanco y oro: mezcla de fuego con nieve. Era delgadita, no tanto que recordase el esqueleto, pero s lo bastante para no producir los groseros apetitos de la carne. Su piel era tan fina, que para ver un poro en la satinada epidermis, era necesario acercarla a los ojos; conque hallndola tan

  • prxima a la boca, se besaba con sta y se cerraban aquellos. Negbanse sus cabellos rubios a envolver los menudos piececitos quiz por no cubrir la ntida espalda, y llegados a la mitad de sta, encorvaban sus puntas buscando la lindsima cabeza que los haba producido. Era su cuerpo un alarde de refinada delicadeza hasta en los minuciosos detalles, y los deditos de aquellos pies de arqueado tarso, hubieran sido tarea dificilsima para el escultor ms hbil. Desnuda, inmvil y con el cabello esparcido sobre sus pechos de doncella, pareca la estatua de la virginidad, formada de mrmol y de oro, para dar los caracteres de lo inmortal a tan