Mayt - Silencios I

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    Silencios

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    Descargo: Xena, la Princesa Guerrera, Gabrielle, Argo y todos los demás personajes que han aparecido enla serie de televisión Xena, la Princesa Guerrera, así como los nombres, los títulos y el trasfondo sonpropiedad exclusiva de MCA/Universal y Renaissance Pictures. No se ha pretendido infringir susderechos de autor con esta obra de fanfic. Todos los demás personajes, la idea para el relato y el relatomismo son propiedad exclusiva de la autora. Este relato no se puede vender ni usar para obtener beneficio

    económico alguno. Sólo se pueden hacer copias de este relato para uso particular y deben incluir todas lasrenuncias y avisos de derechos de [email protected]ítulo original: Silences. Copyright de la traducción: Atalía (c) 2004

    Parte 1

    La batalla estaba en pleno apogeo. Las catapultas lanzaban sus misiles a la zona decombate. No distinguían entre amigo o enemigo. Xena se movía con precisión. Sus eficacesestocadas abatían a un hombre tras otro. En medio del ruido del choque de espadas se manteníaalerta para oír los ruidos de la vara de Gabrielle al entrar en contacto con el enemigo. Cada unode los golpes de la bardo iba acompañado del ruido de su esfuerzo. En el combate, Xenautilizaba todos sus sentidos. Cuando no podía apartar los ojos sin peligro empleaba el oído. Aveces olía a un soldado que se acercaba. También había aprendido a confiar en su sexto sentido.Percibía el peligro. En este momento tuvo esa sensación. Era un fuerte presentimiento y, sin

    embargo, sabía que estaban ganando. Los hombres de Tianus se estaban retirando,dispersándose hacia el norte y el este.

    La rodeó una serie de explosiones de fuego amigo. Su fuerza tiró a Xena al suelo. Esperó a queterminara la ofensiva. Una quietud ominosa se apoderó del campo de batalla. Quedóinterrumpida por el silbido del viento creciente y el eco de un capitán gritando órdenes. Selevantó y miró a su alrededor. La batalla había terminado con este último asalto. La tormenta defuego, muestra de fuerza y defensa agresiva, era una declaración de que a Tianus le conveníadarse por enterado de que esta tierra no se iba a someter a la voluntad de ningún señor de laguerra.

    Los ojos de Xena recorrieron el panorama. Vio que los hombres, uno tras otro, seguían suejemplo y se ponían en pie, mirando al cielo para asegurarse de que no había más misiles a laespera para llevárselos al Tártaro. La mirada de Xena se posó en el cuerpo inmóvil de la bardo

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    que yacía a veinte pasos de donde estaba la guerrera. Xena se quedó extrañada por la distancia.Gabrielle estaba cerca, a pocos pasos de ella, antes del último ataque de misiles. Xena avanzóun paso y luego otro hacia la figura. Llamó a Gabrielle al tiempo que echaba a correr a todavelocidad y cayó de rodillas al llegar junto a la bardo. Gabrielle yacía boca abajo. A primeravista no había señal de heridas. Xena movió las manos con cuidado al tocar a Gabrielle,examinándola en busca de síntomas de huesos rotos o hemorragia interna. Xena se tranquilizó alsentir el fuerte pulso de Gabrielle. Apartó el pelo de Gabrielle a un lado. Fue entonces cuandovio los daños. Gabrielle había aterrizado sobre una piedra puntiaguda. Tenía la gargantadesgarrada y ensangrentada. Xena volvió a susurrar el nombre de Gabrielle, pero la bardo seguíainmóvil.

    —Gabrielle, te voy a dar la vuelta. Necesito verte la herida.

    Y con una mezcla de fuerza y delicadeza, Xena colocó a Gabrielle boca arriba. Se encogió alver el alcance de la herida. El lado izquierdo de la cara de Gabrielle estaba seriamentemagullado. Las manos de Xena tocaron delicadamente a la bardo detrás de la oreja, examinandoel cráneo por si había una fractura. El hueso estaba intacto. Xena sintió cierto alivio.

    Xena intentó de nuevo reanimar a la bardo con la voz y el tacto. El golpe había sido demasiadofuerte. No consiguió sacar a la bardo de su inconsciencia. Cogiendo el cuchillo, Xena fue a unode los soldados caídos y cortó tiras de su ropa para hacer vendas. Con mucho cuidado, vendó lagarganta de Gabrielle. La limpieza completa de la herida tendría que esperar a que hubieransalido del campo de batalla. Xena levantó a Gabrielle en brazos y la llevó a la cueva dondehabían guardado sus cosas.

    Ya era de noche. La calma nocturna se veía agitada por la respiración fatigosa de Gabrielle. Elaire parecía luchar por entrar y salir de sus pulmones. Xena contemplaba el fuego. No podíahacer nada más. Había limpiado y vendado las heridas de Gabrielle. Tenía dos preocupaciones.La herida de la cabeza era grave y no había forma de saber cuándo recuperaría Gabrielle el

    conocimiento. Luego estaba la herida que tenía Gabrielle en la garganta. A Xena le preocupabaque Gabrielle no pudiera comer. Y sin embargo, en medio de la preocupación había motivospara sentir algo de esperanza. La fiebre de Gabrielle no era alta. Esto era un buen augurio.

    Durante dos días, Xena cuidó de Gabrielle, dejándola sólo para hacer acopio de agua yalimentos. Su único solaz era atender a Argo. La sensación de impotencia de Xena iba enaumento. Su soledad empezaba a ser tremenda e intolerable.

    De pie en la boca de la cueva, contemplando la salida del sol, Xena pensaba en Gabrielle.Estaba maravillada por lo que había conseguido la joven. El crecimiento que había observado enlos últimos años era pasmoso. Para Xena, el valor de Gabrielle superaba al suyo. A pesar detodo lo que había soportado la bardo, había conseguido mantenerse fiel a sí misma. La

    capacidad de Gabrielle para el amor y la generosidad siempre hacía que Xena se sintiera muyhumilde, sobre todo cuando iba dirigida a la angustiada guerrera. Xena controló su miedo a basede fuerza de voluntad. No podía ceder al pesimismo. Gabrielle se recuperaría. No podía ser deotro modo. Xena no estaba dispuesta a tolerar ninguna otra cosa.

    Xena oyó un movimiento dentro de la cueva. Se volvió y corrió al lado de Gabrielle. Ésta sentíael dolor. Sus distintos orígenes se juntaban en su consciencia. Primero la presión palpitantedentro de su cráneo, que notaba con cada latido de su corazón. Luego su garganta. La tenía tensay en carne viva. Tragó saliva y sintió el dolor de los músculos que se rebelaban contra estemovimiento natural. Se quedó echada haciendo inventario. Dobló las piernas y los brazos conapenas esfuerzo y eso la tranquilizó, al ver que todavía podía moverse. Con los ojos cerrados,dejó que sus demás sentidos ejercitaran sus percepciones. Notó las mantas de lana debajo yencima de ella y el suelo duro, liso y seco que sostenía su cuerpo. No tenía almohada debajo dela cabeza. Esto podía ser conveniente, dadas las heridas que Gabrielle había conseguido

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    diagnosticar. Olió el fuego y el aromático aire primaveral. Tal vez había llovido, ¿o era el rocíode la mañana? Se pasó la lengua por los dientes. El sabor era rancio. Debía de llevar un tiempoenferma. No quedaban restos de su última comida. No se oía nada. Estaba envuelta en silencio.No se oían grillos, el fuego que olía no crepitaba, no oía el viento. De no haber sido por el sueloque tocaba con los dedos, habría creído que estaba en alguna casa cerca de una chimenea, perono demasiado cerca. Esto era todo lo que podía hacer sin abrir los ojos. Dudó. El dolorpalpitante que sentía en las sienes era señal de que la luz atacaría la poca paz de la que ahoradisfrutaba. Empezó a formar pensamientos más coherentes. Con eso su mundo se expandió másallá de su yo corporal para llegar a Xena. ¿Dónde estaba Xena? Era el momento de liberarse delabrazo de Morfeo. Gabrielle abrió los ojos. La luz era difusa. Poco a poco enfocó la vista sobresu compañera, que la observaba. Gabrielle recibió la sonrisa temerosa de la guerrera. La bardointentó llamar a Xena, pero le aumentó el dolor de garganta. Hizo una mueca de dolor.

    Xena había estado esperando pacientemente al lado de Gabrielle. Advirtió el movimiento ligeroy vacilante de cada pierna y cada brazo. Xena no paraba de llamar a Gabrielle, con la esperanzade que la bardo volviera en sí poco a poco. Por fin vio el aleteo de los párpados de la bardo.

    —Eso es. Así se hace.Xena sonrió como respuesta a la propia sonrisa de Gabrielle. El alivio se unió a este momentode reconocimiento mutuo. Gabrielle intentó hablar, pero el dolor se lo impidió. Xena sabía quela herida era profunda. Tardaría un tiempo y así se lo dijo, intentando reconfortar a la bardo.

    Gabrielle vio que los labios de Xena se movían, pero no oía nada. La guerrera le había cogido lamano. Gabrielle apretó la mano de su compañera. Necesitaba confirmar que estaba viva y queXena estaba a su lado... que no era un sueño. Los labios de Xena seguían moviéndose. Elsilencio continuaba. Gabrielle llevó la mano a los labios de Xena. De nuevo, un gesto paraconfirmar con el tacto lo que estaba más allá de su sentido del oído.

    Cuando Gabrielle le puso la mano en los labios, Xena se detuvo. Miró a Gabrielle a los ojos yvio la transición. El brillo neblinoso se convirtió en preocupación. Los ojos de Gabriellemiraron a todas partes, a la izquierda, a la derecha, arriba y abajo, absorbiendo todo lo queveían, pero eso no pareció tranquilizarla. Había miedo en los ojos de Gabrielle y Xena no sabíapor qué. La mano de Gabrielle se trasladó a la mejilla de Xena, cogiendo la cara de la guerrera.El movimiento fue unido a una lágrima que cayó del ojo de Gabrielle. Xena cubrió la mano deGabrielle con la suya. Con la otra mano, recibió la lágrima de Gabrielle. Ésta cerró los ojos yaflojó el brazo. Xena lo sintió y bajó el brazo de Gabrielle con delicadeza. La bardo colocó lacabeza de lado y se obligó a quedarse dormida de nuevo. No estaba preparada para enfrentarse ala verdad. Tal vez con el sueño la sordera desaparecería. Tal vez la próxima vez se despertaríacon los ruidos de la vida.

    Pasaron otras seis marcas antes de que Gabrielle volviera a despertarse. Lo primero que notó fueel dolor, ya conocido. Lo segundo fue el silencio. Lo tercero fue la mano de Xena en la suya.Gabrielle abrió los ojos. Una vez más, la guerrera la esperaba con una sonrisa preocupada. Loslabios de la guerrera se movieron. Gabrielle no oyó nada. Hizo un leve movimiento negativocon la cabeza. Los labios de Xena se movieron de nuevo. Sus ojos azules estaban firmementeclavados en los de la bardo. Gabrielle apartó la mano de la de Xena y se la llevó a la oreja. Almismo tiempo, negó con la cabeza. La guerrera siguió el movimiento atentamente.

    Xena lo comprendió, o al menos creyó comprenderlo. Tocó a Gabrielle en la mejilla y luego sellevó la mano a la oreja, repitiendo el gesto de Gabrielle. Xena dijo:

    —¿No oyes?

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    Gabrielle asintió como respuesta. Xena alargó entonces la otra mano y volvió a examinar laherida que tenía Gabrielle en la cabeza. La tenía en un lado. Si Gabrielle padecía sordera, ¿porqué le afectaba a los dos oídos, en lugar de sólo al del lado lesionado? La contusión superabacon creces el inicio del cuero cabelludo. La molestia quedó confirmada cuando Gabrielle hizoun gesto de dolor mientras la examinaba. Era posible que hubiera inflamación y eso podíaexplicar la pérdida. ¿Tal vez cuando bajara la hinchazón? Al disminuir la presión sobre elcerebro, Gabrielle podría recuperar el oído. Xena volvió a mirar a Gabrielle. No podíanintercambiar palabra. Gabrielle no oía a Xena y Xena no podría oír a Gabrielle hasta que éstarecuperara el habla. Xena alcanzó el odre de agua y lo sostuvo ante Gabrielle. Ésta asintió. Coneso, Xena dejó caer con cuidado un chorrito en la boca de Gabrielle.El agua fresca tenía un sabor limpio. Estaba sedienta desde que se había despertado. Tragó concuidado. Su cuerpo se rebeló y se atragantó. Al toser para despejarse la garganta, el dolorimplacable prometía no abandonarla. Gabrielle notó la mano de Xena en su frente. Una vez más,se miraron a los ojos. Era evidente que Xena quería que volviera a intentarlo. El chorro de aguafue más corto esta vez. Gabrielle intentó dejar que le bajara por la garganta sin hacer apenasesfuerzo. Tuvo un éxito moderado, pero prometedor. Xena sirvió a Gabrielle con pacienciahasta que ésta ya no pudo más. Gabrielle cerró los ojos y se quedó profundamente dormida.

    Xena fue a la hoguera y se puso a cocinar un caldo ligero. Por ahora, Gabrielle tendría querecuperar fuerzas sin alimentos sólidos.

    Xena se montó en Argo. Recordaba haber visto moras no muy lejos de la cueva. El zumo seríala única otra fuente de alimento para Gabrielle. Observó el cercano campo de batalla y confirmóla pérdida de vidas. Su participación había sido por el bien supremo. Gabrielle se negó aquedarse en la aldea con el sanador. Su habilidad en el combate era formidable. Se desenvolvíabien, controlando el miedo, concentrándose en su adversario inmediato. Xena ya no podíamantener a Gabrielle libre de peligro. El precio había sido muy alto. Gabrielle no había perdidola vida, pero Xena se temía que Gabrielle nunca volvería a oír y que la vida que había llevadodejaría de existir.

    Xena estaba empezando ahora a plantearse las consecuencias. Gabrielle no podría viajar conella. El camino era un lugar peligroso. Gabrielle sería demasiado vulnerable si no podía oírcómo se acercaba una amenaza. Gabrielle tendría que elegir un hogar donde otros pudierangarantizar su seguridad. Xena no veía feliz a Gabrielle en Potedaia. Por mucho que sus padres ysu hermana la quisieran, acabarían ahogando a la bardo. Gabrielle era una reina amazona,respetada y querida por su tribu. El vínculo que compartía con Ephiny era fuerte y seguro.Gabrielle necesitaría la compasión de Ephiny con este problema. Pasarían días antes de quepudieran viajar. Cuando Gabrielle recuperara las fuerzas, Xena sabía dónde llevarla.

    Aunque Gabrielle se curara por completo, Xena sabía que nunca más volvería a viajar con labardo. Se permitió sentir tan sólo un levísimo indicio de culpa. Un indicio lo bastante fuertecomo para decirle lo que debía hacer. No podía permitirse dejar que sus emociones interfirieran

    con su tarea inmediata. Ya llegaría el momento de permitirse mirar hacia dentro. Ya llegaría elmomento en que las Parcas no le dejaran más elección que soportar la carga de lo que habíadejado que ocurriera. Xena notó que empezaba a cerrarse. Una por una, fue cerrando las puertasde su alma... las puertas que sólo Gabrielle había conseguido abrir. Cambió las cerraduras deesas puertas. Cambió las cerraduras porque, de no hacerlo, Gabrielle lograría abrirlas de nuevo.Hasta este momento, Gabrielle había tenido las llaves. Xena tenía que renunciar a una parte desí misma para que esas llaves no pudieran franquear el paso a Gabrielle.

    Al cabo de medio ciclo lunar, Gabrielle ya tenía fuerzas suficientes para viajar. La contusión dela cara había empezado a desaparecer. La carne desgarrada de su garganta también se estabacurando. Ya no llevaba la herida vendada. Gabrielle había recuperado la capacidad de tragar sindolor y había empezado a comer pequeñas cantidades de alimentos sólidos. Aunque se estabacurando, no había recuperado la voz. Cada mañana se despertaba con la esperanza de poderemitir algún sonido, cualquier sonido. Cada mañana se llevaba una decepción.

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     Xena y ella empezaron a establecer un idioma con las manos. Si Xena hablaba despacio yGabrielle se concentraba en el movimiento de sus labios, Gabrielle conseguía reconocer unapalabra o dos. Xena y ella se sonreían cuando Gabrielle asentía para afirmar que comprendía loque Xena había intentado decirle. Usaban los pergaminos en blanco de Gabrielle cuandollegaban a un punto en el que o la una o la otra ya no soportaba la falta de entendimiento entrelas dos. Usaban muy poco los pergaminos. Gabrielle sabía que el pergamino ya no iba a ser unlujo en su vida. Ahora era una necesidad. Era la única forma que tenía de trascender el silencio.

    Acordaron emprender el camino hacia la aldea amazona por la mañana. Gabrielle se plantó en laboca de la cueva cuando empezó a salir el sol. Se acariciaba suavemente la garganta con lamano. El daño externo se había curado, pero el interno no. Xena seguía asegurándole que iba arecuperar el oído y la voz. Al principio, Gabrielle creía a Xena. La creía porque era lo que ellaquería. La creía porque la habilidad de Xena como sanadora era muy grande. Y la creía porqueXena no le mentiría. Habían compartido momentos difíciles y Xena nunca le había ocultado laverdad. Con todo, al amanecer, Gabrielle no pudo evitar plantearse si Xena estaría equivocada.¿Acaso deseaba tanto que Gabrielle se pusiera bien que se negaba a reconocer la gravedad de

    los daños, así como su limitación como sanadora?La atención de Xena nunca había parecido mayor. Parecía consciente en todo momento de losmovimientos de Gabrielle. Cada vez que Gabrielle levantaba la vista, los ojos tranquilizadoresde Xena le devolvían la mirada. Por las noches, Xena se echaba al lado de Gabrielle,abrazándola protectoramente. La sensación del brazo de Xena sobre su hombro o los labios deXena sobre su cabeza sustituían a las palabras siempre escasas que se habían intercambiadoantes de quedarse dormidas.

    De modo que irían a visitar a su tribu. Gabrielle se preguntó cómo sería recibida. ¿Qué valor ledarían las amazonas a una reina sordomuda? Mientras sus ojos seguían el camino del sol, sucorazón empezó a abrirse. La pérdida, su pérdida, se apoderó de ella y atacó todo lo que estaba

    convencida de que la definía. Era una bardo, una dirigente, una mujer de palabras. Su capacidadpara distinguir la verdad del engaño se basaba no sólo en lo que se decía, sino en cómo se decía.Aprendía por la cadencia de una voz. Sobre todo en el caso de Xena. Ésta era mujer de pocaspalabras. Gabrielle siempre había confiado en los matices para descifrar los misterios de laguerrera. Igual que Xena intentaba trascender el silencio, Gabrielle se esforzaba por comprendertodo lo que decía Xena. Entre ellas siempre había habido algo más que palabras. El contactofísico de vez en cuando, el rostro expresivo... todo esto también le decía cosas. Gabrielle nopodía negar que aunque en ciertos sentidos Xena había dado más de sí misma desde que ellahabía resultado herida, en otros había dado menos. La estoica guerrera no permitía que se lenotara ningún tipo de vulnerabilidad. Esto asustaba a Gabrielle. Sentía una opresión en elcorazón. Cada latido era más fatigoso que el anterior. Ya no podía negar su lesión. El silencioimpenetrable era implacable. Podía escribir sus pergaminos, pero ya no podía representar sus

    historias. Ya no podía ganar dinero para contribuir a sus viajes. La pena, atrapada en su gargantamuda, empezaba a exigir reconocimiento. Se echó a temblar cuando se le saltaron las lágrimas.Siguió con los ojos clavados en el horizonte. No se atrevía a mirar a ningún otro sitio. No queríaque Xena viera que estaba perdiendo la esperanza. La intensidad de su dolor de cabeza eramucho más fácil de soportar que el dolor que le inundaba el espíritu.

    Una brisa cálida le acarició las mejillas, secándole las lágrimas. Respiró hondo y levantó lamirada. Las estrellas empezaban a dejarse ver. Gabrielle sabía que después de esta noche susvidas ya no serían igual. Por ello, era una noche que no debía malgastarse en la oscuridad de lacueva. Se limpió la cara de todo rastro de lágrimas y volvió al interior de la cueva. Xena estabasentada afilando la espada con movimientos regulares. Una vez más, sus ojos se encontraron yse sostuvieron la mirada. En el curso de este último medio ciclo lunar, habían adquirido unnuevo entendimiento. Apartar los ojos en los momentos difíciles ya no era algo que pudieranhacer. Para comunicarse tenían que mirar de verdad, verse la una a la otra. El esfuerzo resultaba

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    desconcertante. Los ojos, que los poetas consideraban los espejos del alma, creaban una nuevaintimidad entre ellas. Sus miradas ahora siempre duraban unos segundos de más. Este momentono fue distinto.

    Gabrielle se agachó y recogió su petate. Hizo un gesto a Xena para que hiciera lo mismo y luegole ofreció la mano a la guerrera. Xena hizo lo que le pedía. Cogió la mano de Gabrielle y se dejóllevar fuera de la cueva hasta un claro cercano. Gabrielle levantó la mirada y señaló las estrellasy luego volvió los ojos hacia su compañera, sonriendo frágilmente. Xena comprendió, asintiómostrando su acuerdo y colocó su petate en el suelo. Gabrielle hizo lo mismo con el suyo. Seecharon boca arriba, la una al lado de la otra.

    Xena se preguntó cuántas noches habían pasado así, contemplando las estrellas, buscandoimágenes, contándose historias, abriéndose la una a la otra, a medida que su reserva inicial ibadisminuyendo poco a poco gracias al carácter compasivo de la bardo. Esta noche no habríahistorias. Xena se esforzó por encontrar una manera de compartir lo que veía con Gabrielle.Pensó en el pergamino. Se había quedado en la cueva. Si iba a buscarlo, la luna daba luzsuficiente para poder leer.

    Gabrielle se volvió hacia Xena. Tumbada de lado, esperó a que Xena la mirara. Xena volvió lacabeza para mirar a la bardo. Aunque la cicatriz que tenía Gabrielle en la garganta se habíacurado bien, todavía le costaba ver ese recordatorio de la herida. Gabrielle se llevó la mano a laboca e hizo un gesto hacia fuera. Xena no comprendió el gesto y meneó la cabeza, diciendo:

    —No comprendo.Gabrielle repitió el gesto. Pero Xena seguía sin comprender lo que le pedía. Gabrielle cerró losojos pensando. Al cabo de un momento, volvió a mirar a Xena, hizo un gesto para que Xena sequedara donde estaba, se levantó y fue corriendo a la cueva. Regresó rápidamente con unpedacito de pergamino en la mano. Xena lo cogió y lo sostuvo a la luz de la luna. Escrita en élhabía una sola palabra: "Canta". Xena se volvió hacia la bardo. No había forma de rechazar esta

    petición. Xena hizo un gesto a Gabrielle para que se apoyara en su hombro y colocódelicadamente una de las manos de Gabrielle sobre su garganta. La guerrera se puso a cantar.Gabrielle notaba el movimiento y la vibración dentro de la garganta de Xena con la punta de losdedos. La bardo cerró los ojos y poco a poco se fue quedando dormida. Xena cantó una cancióntras otra, mientras se le rompía el corazón. Ella también sabía que esta noche era un final.

    A la mañana siguiente recogieron sus cosas y se pusieron en camino. El viaje transcurrió sinincidentes. Xena eligió a propósito caminos poco frecuentados para reducir riesgos. Viajaron ensilencio, haciendo pocos intentos de comunicarse. Xena comprobaba cada marca que Gabrielleno estuviera cansada. Gabrielle agradecía el ejercicio. Mientras convalecía había ido sintiendouna inquietud cada vez mayor. Quería recuperar las fuerzas, estirar los músculos ociosos.También quería distraerse del dolor palpitante que le torturaba las sienes.

    Cada noche acampaban y cada una se dedicaba a sus tareas de siempre. Después de cenar sequedaban sentadas aparte, Gabrielle escribiendo sus pergaminos, Xena cuidando de Argo yhaciendo pequeñas reparaciones de sus pertrechos. Ésta iba a ser la última noche que pasaríanen el camino. Xena sabía que llegarían a la aldea amazona a mediodía del día siguiente. Cadapaso que daba la encerraba cada vez más dentro de sí misma. No se permitía darle vueltas a loinevitable.

    Xena temía esta noche a solas con Gabrielle. Todavía tenían que hablar del futuro. Si Xenapudiera marcharse aprovechando la oscuridad de la noche, sin despedirse, lo haría. Sus planesestaban trazados con la precisión de una campaña, establecidos con la misma falta impasible deconsideración hacia los participantes. Al llegar a la aldea se quedaría el tiempo suficiente paraasegurarse de que Gabrielle estaba en buenas manos, aunque a Xena no le cabía la menor dudade que el regreso de la reina sería objeto de celebración, con independencia de las

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    circunstancias. Xena se marcharía para pasar su vida sin la bardo. Era un plan sencillo, claro,práctico y necesario.

    Gabrielle dejó su pergamino a un lado. Mañana se reuniría con Ephiny. Deseaba ver a suregente, su amiga. Los días y noches solitarios habían sido difíciles. Xena seguía ocupándose detodas sus necesidades. Las atenciones de la guerrera eran continuas. También estaban teñidas deun distanciamiento extraño. Un distanciamiento que Gabrielle no lograba interpretar concerteza. Esperaba que Ephiny pudiera comunicarse con la guerrera, dado que ella no podía.

    Había preguntas que Gabrielle no estaba preparada aún para hacer. Quería esperar a estar con sutribu. Xena tenía que tener la libertad de responder sin sentirse atada a un sentido del deber yeso sólo sería posible si Gabrielle estaba a salvo protegida por su familia de sangre o sushermanas amazonas.

    Gabrielle tenía miedo de que Xena le tuviera rencor por haberse empeñado en participar en labatalla. Si se hubiera quedado donde el sanador no habría resultado herida. Gabrielle sabíatambién que Xena podía estar culpándose a sí misma por ceder y aceptar la petición de la bardo.

    Desde el principio Xena había jurado evitar que Gabrielle sufriera daño alguno. Era un juramento que Xena nunca había podido cumplir. Gabrielle había resultado herida en variasocasiones, tanto física como espiritualmente. Siempre había conseguido curarse y seguiradelante. La cuestión era si Xena todavía querría estar con ella ahora que estaba dañada. La ideaera demasiado dolorosa para planteársela más de un instante. Xena era una mujer honorable yleal. No abandonaría a Gabrielle. Pero por otro lado, Xena podría quedarse con ella no movidapor la amistad, sino por un sentido de la obligación. De ser cierto, eso sería insoportable.

    A veces habían hablado del amor que sentían la una por la otra. Su amistad había crecido hastael punto en que ambas habían reconocido que eran almas gemelas. Desde la herida no habíanintercambiado palabras de cariño. Gabrielle se negaba a agobiar a la guerrera.

    Era hora de acostarse. Xena dispuso su petate y se tumbó de lado, de espaldas a Gabrielle. Éstase acostó al lado de Xena. Un debate acabó con su decisión de esperar a que fuera de día. Habíaun gesto que necesitaba hacer si quería encontrar algo de paz. Alargó la mano y tocó el hombrode Xena. Ésta no pudo ignorar la señal y se volvió boca arriba. Gabrielle estaba incorporada,inclinada sobre la guerrera. Alzó la mano, haciendo un gesto para que Xena no se moviera. Suslabios pronunciaron en silencio una palabra:

    —Gracias. —Luego cogió la mano de Xena y se la puso sobre el corazón. Sus labios volvierona pronunciar en silencio—: Te quiero, Xena.

    No había forma de interpretar mal lo que quería decir la bardo. Los gestos estaban demasiadoclaros. Xena sintió cada uno como si fuera un ataque y como defensa selló todos los pasillos que

    llevaban a su corazón. Gabrielle no la iba a ganar. La bardo se inclinó y besó suavemente aXena en los labios y luego, inmediatamente, con timidez, apoyó la cabeza en el hombro de Xenay se acomodó para dormir.

    Los dioses no tenían piedad. Xena maldijo a todos y cada uno de ellos al tiempo que intentabacontrolar su rabia. Darle a Gabrielle para acabar separándolas era una crueldad. Xena merecíaser castigada por sus crímenes, pero jamás se había esperado que las Parcas fueran a dar sentidoa su vida para acabar aplastándola con tan alegre desconsideración.Parte 2

    Xena y Gabrielle caminaban la una al lado de la otra. Xena llevaba a Argo de las riendas.Habían llegado al borde del territorio de las amazonas. Xena le puso la mano a Gabrielle en elhombro. Cuando Gabrielle le dedicó su atención, hizo un gesto con la cabeza señalando hacia

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    arriba. Al momento, cuatro amazonas enmascaradas bajaron de los árboles. Xena y Gabriellehicieron la señal amazona de la paz. Solari se quitó la máscara. Sonreía ampliamente.

    —Mi reina. Bienvenida. Te echábamos de menos. —Volviéndose hacia Xena, Solari declarócon auténtico sentido de la amistad—: Os echábamos de menos a las dos.

    Gabrielle sonrió como respuesta y luego se volvió hacia Xena. Ésta miró a Gabrielle a los ojos,sabiendo que era tarea suya comunicar la dura noticia. Solari pasó la mirada de la una a la otra.Sus ojos observadores advirtieron la herida irritada que tenía la reina en la garganta. Xenarompió el silencio.

    —Solari, Gabrielle ha sido herida. No puede oír ni hablar. He hecho todo lo que he podido paraayudarla. Tenemos la esperanza de que vuestra sanadora, Simina, pueda examinarla.

    Solari se agitó y se volvió hacia su reina, su amiga Gabrielle. La orgullosa guerrera se permitióun momentáneo lapso en su serenidad. Bajando la vista, dijo:

    —Sí, por supuesto. —Hizo una señal a una mensajera para que anunciara la llegada de lareina—. Por aquí. —Hizo un gesto con la mano. Gabrielle se la cogió con firmeza, sujetando elantebrazo de Solari con su propia mano. Solari miró a su reina a los ojos y vio que no iba atolerar la compasión. Asintió y sonrió. La severidad de Gabrielle se desvaneció a su vez ysonrió a la amazona con sinceridad.

    A pocos pasos de Gabrielle, Xena observó el intercambio. Era Gabrielle quien debía establecercómo iba a ser tratada. La admiración de Xena aumentó en esos pocos segundos. Nunca dejabade asombrarle que Gabrielle pudiera cambiar y ser la reina que era con tan poco esfuerzoaparente. Su dignidad no iba a ser víctima de su incapacidad. Por el contrario, Gabrielle acababade dar a un miembro de su tribu una lección de nobleza.

    Ephiny y Simina aguardaban al grupo en el centro de la aldea. La mensajera había transmitidolas circunstancias completas del regreso de su reina. Simina era una anciana sabia. Miró a laregente. La preocupación de Ephiny era evidente.

    —No vas a ayudar a la reina en absoluto si no compartes su esperanza de ser curada.

    —Simina, ¿cómo puede soportar el silencio? Su esencia es la de una bardo. Tejer palabras es sufelicidad.

    —Nunca me ha parecido una mujer que tenga un único interés. Y aunque así sea, puede escribirsus palabras para que otros las lean en voz alta. Puede aprender a hablar con las manos como lohan hecho nuestras jóvenes y ancianas menos afortunadas. Y eso si las heridas no se curan.

    ¿Quién puede decir que Artemisa no alterará los daños sufridos y devolverá la salud a la reina?

    —Espero que tengas razón.

    —Prepárate si no la tengo. Te necesitará como regente. Más aún como amiga.

    Ephiny respondió con seriedad:

    —Simina, Gabrielle siempre será mi reina y mi amiga.

    Simina cambió de tema.

    —Ya llegan.

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    Ephiny se adelantó para recibir a las viajeras. Solari y Xena esperaron al tiempo que Gabrielleaceleraba el paso. Gabrielle abrazó a Ephiny. Ésta percibió la necesidad de su amiga. La regenteestrechó a la temblorosa reina con fuerza, sin querer aflojar el abrazo hasta que Gabriellerecuperara la serenidad. Gabrielle respiró hondo y luego se echó hacia atrás para mirar a Ephinya los ojos. De no ser por los ojos, los de Xena, los de Solari y ahora los de Ephiny, se habríasumido en la desesperación. Transmitían un poder que atravesaba su mundo silencioso yaislado. Ephiny sonrió, aunque como en el caso de Solari, no ocultó su preocupación inmediata.Ephiny hizo un gesto a Simina. La mujer, tan alta como su reina pero de tantos inviernos másque había dejado de contarlos, declarando que la blancura de su pelo era testimonio de lastribulaciones a las que había sobrevivido durante su vida, miró a la mujer herida que habíasoportado su propia dosis de infortunios. Se inclinó ligeramente e hizo un gesto a su reina paraque la acompañara a la cabaña de la sanadora.

    Gabrielle esperó en la intimidad de la consulta de Simina. Ésta se quedó fuera interrogando aXena, reuniendo todos los detalles posibles sobre la herida. La fuerza del misil de una catapultahabía lanzado por los aires a su reina, que voló unos quince pasos antes de aterrizar,golpeándose la garganta y la cabeza con una piedra. Simina guardó silencio, sin ahondar en su

    interrogatorio, aunque se preguntó qué hacía su reina en medio de una batalla tan peligrosa.Mejor permanecer en silencio. Ya se plantearía esa pregunta, pero eso no le correspondía a ella.Observando la expresión de la regente, supo que debía ser Ephiny quien preguntara.

    Simina volvió con su reina y examinó con cuidado la garganta lesionada y la cabeza. Gabriellehacía muecas de dolor cuando Simina aplicaba presión durante el examen. Esto era buena señal.Los daños internos no habían terminado de curarse. Tanto en el caso de la garganta como en elde la cabeza, la hinchazón podía estar creando un presión dañina. De ser cierto, una vezterminara de curarse, una vez se aliviara la presión, podría recuperar el habla y el oído.

    Simina sonrió a su paciente. Cogió un trozo de pergamino y escribió una serie de preguntas.Gabrielle respondió moviendo la cabeza.

    —¿Dificultades al tragar?

    —No.

    —¿Dolores de cabeza?

    —Sí.

    —¿Muy dolorosos?

    —Sí.

    —¿Mareo?

    —Sí.

    Simina se preguntó por qué Xena no le había dado esa información.

    —¿Lo sabe Xena?

    —No —confirmó Gabrielle. Ésta cogió la pluma. Escribió—: Esto es entre tú y yo.

    Simina asintió. La gravedad del estado de su reina no debía ser comunicada a nadie.

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    Simina escribió un diagnóstico prudente para que Gabrielle lo estudiara. No predecía mássíntomas graves con la garganta. Expresaba su preocupación por el dolor de cabeza y el mareo.Decía que no había terminado de curarse. Sólo el tiempo diría si el sufrimiento físico del dolor yel mareo era temporal o permanente. No prometía nada sobre la posibilidad de que Gabriellerecuperara el oído o el habla. Gabrielle asimiló pensativa las cautas noticias. Había pocasesperanzas de que pudiera recuperarse por completo.

    Simina llevó a Gabrielle con Ephiny y Xena. Habló de las partes de su diagnóstico queGabrielle le había permitido compartir con las dos. Gabrielle las miraba atentamente. Ephinyparecía haberse relajado. La expresión de Xena seguía siendo impasible. Xena, que todavíasujetaba las riendas de Argo, hizo un gesto indicando su intención de ir a los establos. Gabrielleasintió. Ephiny, por su parte, llevó a Gabrielle a la cabaña de la reina. Simina, insatisfecha,siguió a la guerrera al establo.

    Xena estaba concentrada en acomodar a Argo, quitándole los arreos y cepillándola. Siminaobservó a Xena. Tenía que haber una brecha en su conducta. El control de la guerrera, porbueno que fuera, no era de fiar. Xena estaba demasiado tranquila, si de verdad quería a la reina

    como toda la tribu creía. Simina decidió no esperar más.—Guerrera, hay algo que no se ha dicho.

    Xena se volvió hacia la respetada anciana.—Simina, ¿qué puedo decir? Gabrielle ha resultado herida porque yo le permití participar enuna batalla en la que no debía luchar.

    —¿Te culpas a ti misma?

    —Sí. He visto cómo me miraban Ephiny y Solari. Ellas saben la verdad.

    —¿Y qué dice mi reina?

    —Se considera responsable. Dijo que era decisión suya.

    —¿Y no era decisión suya?

    —He hecho que corra peligro una y otra vez. Tarde o temprano iba a resultar gravemente heridao muerta. La responsabilidad es mía. Ella es mi responsabilidad.

    —Estaría de acuerdo contigo si estuviéramos hablando de esa joven que conociste hace años.Ya no es la misma. Tienes que haber visto cómo ha crecido. Tiene una sabiduría que nocorresponde a sus años y un corazón con una capacidad extraordinaria para el amor y la

    compasión. Es aquello en lo que se ha convertido lo que la ha hecho ser una reina digna de lasamazonas.

    —Y por eso debería quedarse con su tribu.

    —¿Te vas a quedar con ella, guerrera?

    —Yo noy soy amazona.

    —Busca otra excusa.—Mi destino es viajar. No puedo quedarme en un solo sitio durante mucho tiempo. Gabrielle losabe.—¿Así que la vas a dejar?

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    —Sí. Cuanto antes, mejor, creo yo.

    —Me he equivocado. Creía que la querías. Está claro que no es así.

    —Ya es suficiente, sanadora.

    Simina observó la postura de Xena. A medida que conversaban, Xena había dejado de trabajarpara concentrarse en la sanadora. Con cada frase intercambiada, el cuerpo de Xena se había idoponiendo más rígido. Le faltaba un pelo para alzar la espada, aunque aún no había alzado la voz.

    —Efectivamente —terminó Simina.

    Xena entró en la cabaña de la reina. Gabrielle estaba profundamente dormida. Los viajes habíanfatigado a la bardo más de lo que había estado dispuesta a reconocer. Le había vuelto el dolor decabeza y casi no tenía fuerzas para resistir su embate.

    Antes de quedarse dormida, Gabrielle se había quedado tumbada en la cama, luchando con el

    dolor mientras intentaba organizar sus ideas. Esperaba que las palabras tranquilizadoras deSimina aliviaran la culpabilidad de Xena. Por mucho que Gabrielle deseara tener a Xena a sulado, no haría nada para impedir que Xena se marchara. La profundidad de su amor por laguerrera no le permitiría convertirse en una carga para su compañera. El miedo de Gabrielle eraaún mayor. La batalla de Xena con su lado oscuro era frágil. No quisieran los dioses que Xenadecidiera buscar venganza por la herida que había sufrido. Si volvía a empezar, ¿cesarían algunavez sus actos de venganza?

    Xena se sentó en una silla. Sus ojos se posaron en la bardo. Gabrielle tenía un hogar con lasamazonas. Simina era una buena sanadora. Gabrielle estaría bien cuidada. No había razón paraque Xena se quedara. Cuando más esperara, más difícil sería. Cogió un pergamino y se puso aescribir.

    Al contrario que la mayoría de las mañanas, Gabrielle no estaba sola cuando se despertó. Xenadescansaba a su lado. La suave camisa de la guerrera resultaba agradable en contacto con lamejilla de Gabrielle. Xena saludó a la bardo dándole un beso en la frente. El gesto era una de laspocas familiaridades que compartían. Gabrielle levantó la vista para mirar a su compañera.Había una ternura en Xena reservada únicamente para Gabrielle. Éste era uno de esosmomentos. Gabrielle lo reconoció como el regalo que Xena pretendía que fuera.

    Al moverse, Gabrielle notó la falta de dolor. Un segundo regalo para un día que acababa deempezar. Tras dar a Gabrielle un poco de tiempo para que se despertara de verdad, Xena selevantó. Gabrielle se dispuso a seguirla y echó los pies por el lado de la cama. Xena se arrodillóante la bardo y le cogió las manos. Sabía que lo que estaba a punto de hacer podía no serle

    perdonado jamás. Sólo le quedaba la esperanza de que llegara un día en que Gabriellecomprendiera lo limitadas que habían sido las opciones de Xena. Ésta alzó la mano hasta la carade Gabrielle y sonrió. La bardo respondió de igual manera. Al instante, Xena se levantó yempezó a prepararse para el día.

    Una vez vestidas, Xena indicó que iba al establo a ver cómo estaba Argo y que se reuniría conGabrielle en el comedor principal. Gabrielle se marchó primero. Simina, que había decididoobservar tanto a su paciente como a la compañera de su paciente, advirtió dónde se dirigía Xena.Simina siguió a Gabrielle al comedor. Al ver a Ephiny sentada con Solari, Eponin y algunosmiembros del consejo, Simina se acercó a la regente y le susurró unas palabras al oído. Ephinymiró a Simina, que se limitó a asentir. Ephiny se levantó justo en el momento en que Gabrielleocupaba un asiento al otro lado de la mesa. Ephiny anunció a toda prisa:

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    —Tengo que hacer una cosa. —Y se marchó. Gabrielle observó a su regente mientras ésta salíadel comedor. No era la única de las comensales que se había quedado confusa. Simina se alejósin decir palabra.

    Las voces que salían de los establos eran altas y claras. El comedor se quedó en silencio amedida que cada amazona, al percatarse, decidió seguir con oídos atentos el enfrentamientoentre su regente y Xena. Ahora se oía la voz de Ephiny:

    —Por los dioses, Xena, no hagas esto.

    Xena sacó a Argo del establo. Su irritación se dejó sentir en su voz:

    —Ephiny, tú no lo comprendes. No tengo elección.

    —Es cierto, Xena, su amor por ti era puro e inocente. Eso era antes de ver cómo eras de verdad.¿Y qué hizo al descubrir la verdad? Te quiso aún más. Y ahora tú honras su amor apartándote deella. Que los dioses se apiaden de tu alma, Xena. Es decir, si es que tienes alma.

    Gabrielle levantó los ojos de su comida. No había podido evitar notar la quietud física de la sala.Miró a Solari para saber qué ocurría. Solari apartó la mirada. Lo mismo hizo Eponin. Gabrielleadvirtió que Xena todavía no se había reunido con ella. Se levantó. Solari hizo lo mismo,alargando la mano para agarrar a Gabrielle del brazo. Gabrielle le clavó una mirada firme aSolari, igual que había hecho el día anterior. Solari cedió ante su reina.

    Gabrielle salió del comedor. Vio la acalorada discusión entre Ephiny y Xena. Ésta sujetaba aArgo por las riendas. Argo llevaba las alforjas de Xena. Ésta se iba a marchar sin decir nada.Xena la iba a dejar. Gabrielle se acercó a las dos. Todas las amazonas del comedor se habíanlevantado y observaban el inquietante espectáculo. Xena dejó de discutir cuando Gabrielle entróen su visión periférica. Xena le rogó a Ephiny:

    —¿Es que toda la nación amazona tiene que enjuiciarme? —Ephiny no dijo nada—. Sujétala. —Xena le lanzó a Ephiny las riendas de Argo y volvió a entrar en el establo. Plantándose en elcentro, Xena esperó a Gabrielle.

    Gabrielle se detuvo en la entrada. Sus ojos buscaron los de Xena. Pero Xena sólo pudo echarleuna mirada tímida, para acabar posando la vista en sus propios pies. Gabrielle se aproximó aXena, ganando velocidad con cada paso. Notó que iba apretando los puños. Al alcanzar a Xena,Gabrielle se puso a golpear con los puños la armadura de la guerrera. Xena había alzado lasmanos para defenderse de su fuerza, pero tras el segundo golpe de Gabrielle, Xena bajó lasmanos y aceptó voluntariamente cada golpe que le daba Gabrielle. Oyó que Gabrielle soltaba unsonido gutural cuando la bardo se desplomó en sus brazos. Xena sujetó a Gabrielle y la depositó

    en el suelo cubierto de heno.

    Abrazando a Gabrielle, Xena susurró:

    —No puedo llevarte conmigo. Morirías sin la menor duda. Y no puedo quedarme contigosabiendo que es culpa mía. Gabrielle, bardo mía, tú eres mi luz. Tú eres mi amor. Te lo debotodo. Es preferible que me odies a que me quieras. Mira lo que te ha pasado por quererme.

    La bardo, que no había oído ni una palabra de la confesión de Xena, pero que sentía el calor y laseguridad del abrazo de la guerrera, volvió a golpear el peto de Xena. Era más un gesto derendición que de agresión. Xena levantó la mirada y descubrió a Ephiny en la puerta del establo.

    —Ephiny, por favor, cuida de ella. No le falles como yo.

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    Xena acarició el pelo de Gabrielle por última vez y se soltó de la bardo. Sin más dilaciones,Xena pasó al lado de Ephiny y salió del establo. Cogió las riendas de Argo que tenía Solari, semontó en la yegua y se alejó, sin mirar ni una sola vez atrás.

    Parte 3

    Mi queridísima Gabrielle:

    Perdóname por no tener el valor de despedirme en persona. Hace ya mucho tiempo que tú y yohemos sido nuestro mutuo hogar. Ya no puede ser así. Tú ya no puedes viajar conmigo. Elcamino sólo te haría más daño.

    Yo no puedo estar contigo sabiendo que te he fallado. Recuerda, bardo mía, tú me has dado unarazón para vivir. No traicionaré tu confianza en mí. Tienes mi palabra de que jamás tedeshonraré.

    Tú eres lo único que conozco sobre el amor y la bondad. Te llevaré siempre en el corazón.Encuentra a una persona digna de ti y permite que la alegría viva en tu reino.

    Xena

    A solas en la cabaña de la reina, Gabrielle leyó el pergamino una vez más. La había estadoesperando encima de la cama. Ya era de noche. Aunque fuera sordomuda, una reina amazonatodavía podía dar órdenes. Después de una buena discusión, la preocupada Ephiny acató eldeseo de Gabrielle de estar a solas.

    Por los dioses, ¿qué había hecho Xena al dejarla? Aunque a la bardo no le sorprendía la terca

    insistencia de la guerrera en echarse a sí misma la culpa hasta cierto punto de las heridassufridas por Gabrielle, ésta nunca se había esperado que la culpabilidad fuera tan absoluta y elpeso tan insoportable.

    Habían dejado que se formaran demasiados silencios entre ellas antes de la batalla. No era deextrañar que después los silencios crecieran en alcance y profundidad.

    Una vida sin Xena no le era extraña. Gabrielle había perdido a Xena ante Hades. Se habíaenfrentado a la pérdida y se había resignado a ser reina. La vida sin Xena era posible si no cabíaotra posibilidad. En este caso, su frustración se debía a que Xena había tomado la decisión sinhablarlo con ella. Gabrielle creía que ya habían superado la naturaleza unilateral de su amistad.

    Gabrielle no iba a discutir que la vida en el camino supondría un mayor riesgo, ¿pero no era ésauna decisión que tenía derecho a tomar por sí misma? Cierto, Gabrielle ya no tenía la capacidadde ganar dinero para las dos como bardo, pero Xena no le había dado la oportunidad de buscarotro tipo de medio. Pero estos argumentos carecían de importancia. No eran la auténticacuestión. La verdad estaba en sus corazones. Ni Xena ni ella estaban dispuestas a entregarse almayor peligro de todos, que era el amor que había surgido entre las dos.

    A la vista del pergamino, a Gabrielle ya no le cabía duda sobre si Xena sentía las mismasemociones que ella. Alguien podría argumentar que las palabras eran platónicas. Ese alguiensería una persona que no hubiera compartido la vida cotidiana que habían llevado juntas. Losmatices superaban la habilidad del narrador para abarcar la habilidad de la vida. Su vida sehabía hecho completa con la riqueza del amor que sentían la una por la otra. Era una fortuna quecada una de ellas sujetaba en sus manos con tanta precaución que se negaban a invertirla paraobtener mayores beneficios, por temor a perder su abundancia. Qué necias eran. Tal vez si

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    hubieran consumado su amor, la relación íntima entre las dos habría ayudado a romper elsilencio.

    Gabrielle no quería que sus guerreras amazonas fueran en busca de Xena como le había ofrecidoEphiny. A Gabrielle le tentaba la idea, pero sabía que no debía hacerlo. Xena se había cerrado aGabrielle. Correspondía a Xena la decisión de volver y formar un hogar con la bardo omantenerse apartada.

    Ya había pasado un ciclo lunar. Gabrielle no tenía motivos para creer que Xena fuera a volvercon ella. Simina había puesto a Gabrielle un tratamiento a base de sueño, infusiones y masajes.Simina no tenía ningún tratamiento para el espíritu herido de Gabrielle. El dolor de cabeza iba yvenía sin causa aparente. Sin embargo, ya no tenía el mareo consiguiente. La garganta deGabrielle parecía estar bien. Simina aplicaba presión donde las heridas más visibles habíanmarcado a su reina. Simina ya no encontraba zonas delicadas. La sanadora había intentado queGabrielle emitiera sonidos sin conseguirlo. A la bardo le resultaba extraño hablar a sus propiosoídos silenciosos. Gabrielle empezó a comunicarse con las manos, recibiendo lecciones de unaserie de maestras. No sólo las enfermas aprendían a comunicarse de este modo. También lo

    hacían las guerreras que tenían que moverse entre el enemigo sin que las detectaran.Ephiny, Solari y Eponin observaban atentamente a su reina. Gabrielle observaba a su vez a lasniñas o trabajaba en el huerto. Simina había permitido que Gabrielle trabajara físicamente tras lapromesa de la reina de que no haría esfuerzos innecesarios. Gabrielle no podía quedarsetumbada sin hacer nada. Necesitaba ser capaz de contribuir. No tardó en averiguar que habíamuchas cosas que hacer que requerían escasas instrucciones y ningún tipo de conversación.

    Sin embargo, Gabrielle echaba de menos la palabra hablada. Echaba de menos comprender lasbromas que corrían por el comedor. Mientras que antes sólo conocía el jaleo, las olas de sonidoque subían y bajaban, ahora se concentraba en las caras y los gestos. A veces su mundo leresultaba surrealista.

    Toda su tribu mostraba su aceptación y un espíritu positivo. Que ella supiera, nadie habíahablado de pedirle que renunciara a su posición como reina. Fue ella quien decidió abordar eltema, escribiendo la pregunta para Ephiny. Ésta se inclinó sobre el hombro de Gabrielle,leyendo. Con un movimiento brusco y rápido de la mano, Ephiny le quitó la pluma a Gabrielle yescribió "No" encima de las palabras de Gabrielle, tirando la pluma con gesto enfático. Ephinymoderó la tensión poniéndole las manos a Gabrielle en los hombros y apretándoselos comofirme confirmación.

    Era durante la noche, cuando Gabrielle se encontraba a solas en la cabaña de la reina, cuando susoledad le asaltaba el alma. Durante estas horas Gabrielle repasaba todo lo que había perdido.Había perdido el oído y la voz. Había perdido la amistad y la camaradería de Xena. Acudía a su

    fe en la vida, que había sido una fuente constante de fuerza. Miraba a su alrededor aceptandotodo lo que quedaba. Había recuperado la salud en su mayor parte, aunque preferiría no tener losdolores de cabeza. Tenía un hogar entre las amazonas. Era dueña de sí misma. Sobre todo, teníasus amistades.

    Al otro lado de la habitación, en el rincón, estaba su vara. A Gabrielle no le hacía falta. Siminano le permitía entrenar por temor a empeorar sus lesiones. Mañana, pensó Gabrielle. Mañana lepediría a Ephiny que se reuniera con ella en el campo de entrenamiento.

    Gabrielle se sentía viva, vivísima. Tras obtener el permiso de la sanadora, Ephiny y ella habíanpasado más de una marca entrenando. Gabrielle había disfrutado con la demostración de poder.Mañana sus músculos le dirían otra cosa. Hoy, se regodeaba en el esfuerzo. Ephiny empezó concuidado. Intercambiaron golpes, estableciendo un ritmo. A Ephiny le gustaba ver a su reinaconcentrada. Al cabo de media marca, la seguridad de Gabrielle fue en aumento y desafió a

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    Ephiny. La agresividad de la reina nunca dejaba de sorprender a Ephiny. Ésta no conocía a unapersona más delicada, a nadie con mayor capacidad para la bondad, y sin embargo, esta mismamujer la estaba atacando, haciendo saber a Solari y a las demás guerreras que observaban que asu reina siempre había que tomársela en serio.

    Las dos siguieron intercambiando golpes, sin que ninguna de ellas se hiciera con la ventaja.Gabrielle tenía los ojos clavados en Ephiny. La sonrisa de Gabrielle era enorme y feliz.Entonces ocurrió algo. Ephiny no desvió el golpe. Gabrielle blandió la vara por lo bajo y derribóa Ephiny. La reina avanzó un paso, colocándose por encima de su regente.

    Se dio cuenta de que algo iba mal. Ephiny parecía conmocionada por algo que no era la vara deGabrielle. Ésta levantó la mirada y vio que Solari se acercaba. La bardo no conseguía interpretarla expresión de la guerrera. ¿Qué ocurría? Gabrielle volvió a mirar a Ephiny. Ésta se levantó deun salto y se acercó a su reina. Alargó la mano y la colocó delicadamente sobre la garganta deGabrielle. Solari llegó y se puso al lado de Ephiny.

    Ephiny se volvió a Solari y preguntó:

    —¿Tú también lo has oído?

    Solari asintió.

    Ephiny volvió a mirar a Gabrielle. Habló despacio para que Gabrielle pudiera leerle los labios.

    —Has gritado. —Y con una gran sonrisa, Ephiny repitió la frase—: Has gritado.

    Gabrielle comprendió. Miró también a Solari en busca de una confirmación independiente.Solari asintió de nuevo y sonrió ampliamente. Gabrielle abrazó a su regente. No sabía qué habíadicho, pero era sonido. Sonido que, con la práctica, podría convertirse en palabras.

    Aunque Gabrielle nunca habría deseado sufrir estas lesiones, descubrió que la tarea de volver aaprender a hablar le resultaba embriagadora. Agotaba a sus maestras, luchando con su sordera.Al principio su forma de hablar sonaba artificial, pues se esforzaba por enunciar cada palabracon cuidado. El triunfo más reciente de Gabrielle tuvo lugar durante la cena, cuando le lanzó uncomentario de pasada a Eponin. En la mesa se hizo un silencio, al no saber si habían sido laspalabras de su reina. Cuando Gabrielle levantó la mirada con timidez, todas se echaron a reír acarcajadas. A Ephiny le encantó ver la sonrisa de Gabrielle. La bardo no sólo había seguido laconversación con una mezcla de signos y lectura de labios, sino que había logrado soltar sucomentario en el momento preciso cuando todas estaban tomando aliento.

    Gabrielle se encaminó sola a la cabaña de la reina. La estrellas relucían. Se detuvo y levantó la

    mirada. Hacía mucho tiempo que no dormía bajo ellas. Echada en la cama, se fue quedandodormida. En sueños, en la libertad de los sueños, sus labios formaron la única palabra queninguna maestra quería enseñarle. La única palabra que llevaba consigo cada día, pero que ellamisma no pronunciaba, la única palabra que había quedado ímplicitamente desterrada delvocabulario de las amazonas. Xena.

    Parte 4

    Argo empezó a rebelarse contra el galope despiadado que había establecido Xena para alejarsede la aldea. La yegua exigió la atención de Xena. Ésta bajó la mirada por primera vez desdehacía varias marcas. El cansancio de Argo era evidente. Xena aflojó las riendas y permitió que

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    Argo fuera frenando hasta ponerse al paso. Alargó la mano. Acarició a la yegua, susurrando susdisculpas por ser tan desconsiderada.

    Había un arroyo no muy lejos del camino. Xena desmontó y llevó a Argo hasta allí para quebebiera. El sol soltaba destellos en el agua. Xena decidió echarse a la sombra de un gran árbol.Contempló el claro. ¿De cuántas cosas había sido testigo a lo largo de su vida? ¿Cómo la

     juzgaría si supiera quién era y lo que acababa de hacer? Cerrando los ojos, Xena descansó. Nohabía dormido la noche antes. Había pasado toda la noche pendiente de la bardo que dormía a sulado. La bondad, la belleza, la inteligencia y, sí, el humor... todo el conjunto que formaba aaquella a quien consideraba su amiga, que mostraba un amor y una compasión por Xena comonadie en el mundo.

    Durante la noche, Xena tuvo libertad para expresar cada pensamiento, cada emoción que sentíapor su compañera, sabiendo que no la oiría. ¿Qué habría pensado Gabrielle si hubiera captadolas palabras de Xena? Ésta había hecho todo lo que había podido al escribir el pergamino. No loconfesaba todo. No podía ser tan sincera consigo misma y mucho menos con la bardo. Laspalabras de Ephiny penetraron en el mundo onírico de Xena. La regente había sido dura con

    ella. Xena no le guardaba rencor. Ephiny no habría sido tan osada de no haber estado totalmenteentregada a la felicidad de Gabrielle. Xena no sabía cuánto había visto y oído Ephiny en elestablo. Xena sospechaba que Ephiny había visto y oído lo suficiente para averiguar la verdad.Cómo la había golpeado Gabrielle, pensó Xena. No hay mayor dolor que el que acompaña a lapérdida del amor o de un ser querido. Cada golpe fue bien recibido. Cada uno bien merecido.Xena sentía cómo le palpitaba el pecho. Ojalá su corazón dejara de latir y acabara con su dolor.

    La mente de Xena flotó hasta la última noche que habían pasado en la cueva, hasta la peticiónde Gabrielle para que cantara. ¿Cómo podía la joven acabar con la resolución de la guerrera conun simple gesto? Si Xena no hubiera estado enamorada de Gabrielle antes de esa noche, de loque no cabía duda era de su amor después. Haber perdido la voz y el oído y sin embargo pedirlea Xena que celebrara la vida con una canción era algo que superaba la imaginación de Xena.

    Y por fin, su mente volvió a su última noche en el camino. A cómo había mirado a losrelucientes ojos verdes de Gabrielle, mientras ésta pronunciaba en silencio palabras de gratitud yamor, sellándolas con un beso delicadísimo.

    En el fondo de su alma, Xena estaba convencida de que la bardo se estaba despidiendo. Aunquelas dos lo negarían, Xena estaba segura de que las dos sabían que su vida, tal y como había sidohasta entonces, se había terminado. Una vez más, Xena sintió el impacto del golpe de Gabrielleen su pecho. ¿Acaso la bardo había esperado un nuevo comienzo para las dos con las amazonas?Sin decirlo, ¿Gabrielle había dado por supuesto que su destino iba a cambiar sin más? ¿Habíaesperado Gabrielle que Xena cambiara sólo por ella? ¿Creía Gabrielle que tanto le importaba,que lo era todo para la guerrera?

    Xena se echó a llorar. Su pena no era menos potente que la fuerza de Poseidón contra losacantilados. La brutalidad de las emociones no le permitía respirar. Se ahogó en su llanto comosi se estuviera ahogando en las profundidades del mar. Xena se despertó. Siguió llorando. Aquí,sola, Xena no iba a controlarse. Soltó todas las ataduras que se había impuesto a sí misma. Porprimera vez desde que levantó la mirada en medio de la batalla y vio el cuerpo herido de labardo, Xena se permitió sentir el terror de perder a Gabrielle. La culpa, el remordimiento, elamor y el anhelo. Todo. Xena se permitió sentirlo todo. Es en un momento como éste cuando elalma debe elegir entre vivir o morir.

    Xena averiguó por la gente del lugar que Tianus había logrado escapar. Su ejército habíamarchado sin parar hacia el norte. Incluso con la velocidad de Argo tardó medio ciclo lunar enalcanzar el campamento del señor de la guerra. Tianus había establecido una fuerte defensa en elperímetro. Lo atraparía, pero tardaría un tiempo en dar con sus puntos débiles.

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     En la oscuridad de la noche, la guerrera entró en el campamento sin ser detectada. Un cuchillocontra la tienda abrió el camino que necesitaba para llegar a su presa. Tianus estaba durmiendo.Xena le dio dos golpes en la cabeza. La guerrera tuvo que obligarse a no matar a aquel cerdo ahímismo. Cargó a hombros con el hombre inconsciente hasta el corral de los caballos. Puso aTianus encima de una yegua y la guió en silencio hasta salir del campamento. Sonrió por lo fácilque había sido todo. No había descargado más golpes que los dirigidos al propio señor de laguerra. Le habían hecho falta cuatro noches de cuidadoso estudio para sincronizar losmovimientos de la guardia con su propio plan de ataque. Para cuando se descubriera ladesaparición de Tianus, ella ya llevaría suficiente ventaja para permitir que sus tenientesllevaran a cabo una búsqueda poco entusiasta e infructuosa. Xena sabía que los tenientesagradecerían cualquier motivo para dividirse el botín que quedara tras su reciente derrota,incluida la parte correspondiente a su líder. Entre ellos habría por lo menos uno o dos quedesearían hacerse con el mando. La intriga de decidir quién sería el heredero militar sería ladistracción que ella necesitaba.

    El viaje de vuelta al magistrado local transcurrió sin incidentes. Fue por caminos menos

    transitados por si Tianus realmente tenía la lealtad de sus hombres. Tianus iba amordazado yatado a la yegua. El señor de la guerra no le había causado mucha impresión. Colgado de layegua como un fardo, parecía intrascendente. Así y todo, sabía que si obtenía la libertad,encontraría una manera de saquear y asesinar. Cuanto antes lo depositara en prisión, mejor.

    Guiar a la yegua mientras iba montada en Argo daba tiempo a Xena para pensar. Era lo únicoque prefería no hacer. Gabrielle dominaba sus pensamientos. Después del llanto junto al arroyo,se había concentrado exclusivamente en el objetivo de capturar a Tianus. No podía evitarapreciar la ironía de que Gabrielle hubiera resultado herida por fuego amigo. No fueron lascatapultas de Tianus las que habían causado el mal. Pero la culpa estaba clara. De no haber sidopor la amenaza de Tianus contra la aldea, la batalla nunca habría tenido lugar. Sería juzgado porasesinato y robo y moriría a manos de un verdugo. Esto sería justicia. Gabrielle lo aprobaría.

    Xena echaba de menos a la bardo. Echaba de menos la compañía. Echaba de menos saber quealguien se preocupaba por su bienestar. Echaba de menos las historias de la bardo. Xena apartóeste pensamiento como lo hacía cada día desde que había dejado a las amazonas. Lospensamientos rozaban rápidamente los recuerdos dolorosos, las pérdidas sufridas. No habíaforma de evitarlos.

    Xena fue en busca del magistrado en cuanto llegó a la aldea. Se llamaba Bennett. Era un hombrede mediana edad que a la guerrera le recordaba a Salmoneus por su aspecto y su talante. Eraconocido por aplicar la ley de una forma justa. Bennett se sorprendió al ver al señor de la guerracon vida. Aunque le alegraba tener la oportunidad de juzgar a Tianus en un foro público, aBennett le preocupaba que los aldeanos no permitieran vivir a Tianus durante el proceso. Dada

    la alta probabilidad de una revuelta, le pidió a Xena que se quedara para ayudar a mantener elorden. Ella accedió.

    Xena sabía que estos últimos días eran un reflejo de su futuro. Sus únicos medios desubsistencia serían el botín de una caza recompensas o la generosidad de un aldeano. En losúltimos años, eran las historias de Gabrielle las que obtenían los fondos para pagar por lasprovisiones. Siempre habían rechazado las recompensas formales por ayudar, por intentargarantizar el bien supremo. Ahora no sería tan fácil. ¿Alguna vez había sido fácil? Sí, de algúnmodo en sus vidas había habido momentos de calma. Normalmente eran los momentos en queestaban solas entre los desafíos que les presentaba la vida. Los momentos de disfrutar de sucampamento, nadar, pescar, caminar simplemente de un lugar de destino a otro sin interrupción.Esos momentos eran posibles porque eran compartidos. Y lo que era más importante, por lapersona con quien se compartían.

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    El juicio duró tres días. Un aldeano tras otro reclamó su derecho a declarar contra Tianus. Ésteaguantó todo el proceso con aire risueño. Estaba seguro de que sus hombres lo liberarían.Cuanto más durara el juicio, más posibilidades tenía de marchar libre. Xena observaba lasmuestras externas de la arrogancia del señor de la guerra. Se preguntaba cómo aguantaría con elhacha del verdugo a un simple golpe de distancia de su cuello.

    Tras una breve deliberación, Tianus fue declarado culpable y condenado a muerte. La ejecuciónse llevaría a cabo a la mañana siguiente. Fue entonces cuando Xena vio las gotas de sudor que lecubrían la frente. La presunción de un cobarde se desmorona tan deprisa como una galletarancia.

    La ejecución se realizó sin incidentes. Xena recibió palabras de gratitud de los aldeanos. Bennettse acercó a ella cuando la muchedumbre se dispersó. Le puso una bolsa generosa en la mano.Xena se la quedó mirando, la sopesó sin decir nada, poniendo incómodo a Bennett.

    —Xena, ¿no es suficiente? Si esperabas más, por favor, dímelo y veré qué puedo hacer.

    Xena miró al caballero.—No, no. No es eso. Es que no estoy acostumbrada a aceptar recompensas.

    Bennett sonrió.

    —Bueno, tienes que comer. Y también te mereces una cama caliente. Todo tiene un precio.

    Xena miró a los ojos castaños y despejados del magistrado.—Sí, en eso tienes razón.

    Xena se tomó muy en serio la idea de una cama caliente que le había dado Bennett. Dejó a Argo

    en el establo y tomó una habitación en una posada del lugar. Tumbada en la cama, su menteempezó a divagar. ¿Y ahora qué? Durante dos largas lunas se había concentrado en Tianus.Ahora que el señor de la guerra estaba muerto, no tenía dirección. Podía volver a Anfípolis.Pero entonces tendría que enfrentarse a las preguntas de su madre. Xena no estaba preparadapara dar cuenta de sus actos, sobre todo ante Cirene, quien, como sabía, no se mostraríaindulgente.

    Xena notaba las suaves mantas sobre la piel desnuda. ¿Cuántas noches había compartido unanoche en una posada con la bardo? ¿Cuándo tener físicamente cerca a Gabrielle había dejado deser una invasión de su intimidad y se había convertido en algo reconfortante? ¿Cuándo se habíaconvertido el incordio en contribuyente indispensable? ¿Cuándo se había convertido la chiquillaen mujer? ¿Cuándo se había transformado la risa en deseo?

    La mañana llegó demasiado pronto. Xena había dormido poco. Cargó a Argo y se alejó a pie porel camino guiando a la yegua de las riendas. Xena no tenía ningún lugar de destino en mente.Dejaría que su corazón trazara el mapa.

    Parte 5

    —Eponin, he venido para ver a Gabrielle.

    Eponin miró a Xena con emociones encontradas. Ephiny había comentado únicamente conEponin y Solari lo que había observado en el establo entre Xena y Gabrielle.

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    —Xena, mis órdenes son no permitir que entres en el territorio de las amazonas.

    Xena estaba decidida.

    —¿Por mandato de Gabrielle?

    —De nuestra regente.

    —¿Y qué es lo que desea vuestra reina?

    —No lo sé. Tu nombre no se pronuncia.

    —Eponin, no me voy a marchar sin ver a Gabrielle.

    —Xena, nadie sabe mejor que yo el daño que puedes hacernos a mí y a nuestras guerreras. Nolo hagas. No obtendrás el favor de la reina si haces daño a sus súbditas.

    —Pues envía a una mensajera y dile que estoy esperando aquí para ser escuchada.—Interesante elección de términos, Xena. Está bien, se lo diremos, pero tú debes prometeracatar sus deseos.

    —De acuerdo.

    Eponin envió a una mensajera. Xena miró inquieta a la guerrera amazona.

    —Ep, dime, ¿está bien?

    —Xena, es cosa de Gabrielle decidir si responde a tus preguntas.

    —Por favor —suplicó Xena suavemente.

    —Mi reina está bien. Mi amiga no estoy tan segura.

    Xena comprendió. La reina Gabrielle y la Gabrielle privada eran a menudo muy distintas.Mientras la reina hacía gala de una tranquila seguridad, la mujer se debatía con la carga delmando y las dudas inherentes a la toma de decisiones vitales para su pueblo, así como para símisma. Sería más fácil si no le importara tanto.

    Tanto Eponin como Xena se quedaron sorprendidas al ver llegar a Gabrielle. Simina caminaba asu lado. Gabrielle clavó la mirada en Xena. Con su aire reservado era el vivo retrato de una

    reina amazona. Habló con signos para que las dejaran a solas. Eponin dudó. Simina cogió aEponin del brazo y le hizo un gesto para que se alejara. Eponin obedeció.

    Gabrielle miró a Xena directamente a los ojos. Habló con signos. Simina lo interpretó.

    —La reina ha dicho que se alegra de verte, Xena. Espera que estés bien.

    Xena no apartó la mirada de Gabrielle.

    —Quería verte. Tenía la esperanza de poder pasar un tiempo en la aldea.

    —Por desgracia, no eres bien recibida.

    Xena se enfadó.

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     —¿Eso es lo que deseas?

    Gabrielle no pudo evitar notar que Xena estaba tan cortante como su espada.

    —No, Xena, es el deseo de mis súbditas. Por eso he venido a verte yo. Respeto sussentimientos.

    —¿Qué les he hecho yo?

    —Se trata de lo que creen que le has hecho a su reina.

    —Así que me echan la culpa de tus lesiones.

    —No, Xena, ponen en tela de juicio tu decisión de dejarme cuando lo hiciste.

    —¿Quiénes son ellas para juzgarme?

    —Xena, no digo que yo esté de acuerdo con ellas. Digo que como hermanas mías, les cuestacomprender tus actos.

    —¿Los comprendes tú? Eso es lo único que importa.

    —Creo que sí.

    —Como reina, puedes enseñarles a perdonar mediante el ejemplo.

    —Si comprendo por qué te marchaste, entonces no hay nada que perdonar y por tanto nada queenseñar.

    —Por favor, Gabrielle. Quiero hablar contigo en privado. Sin intérpretes.

    —Tendrás que aprender a hablar por signos.

    —Enséñame.

    —Requiere tiempo.

    —No voy a ir ninguna parte.

    —Ya veremos. Está bien, Xena. Puedes quedarte en la aldea. Te asignaré instructoras.

    Hablaremos cuando hayas aprendido.

    Dicho esto, Gabrielle miró a Simina. Ésta asintió y llamó a Eponin. Simina dio instrucciones aEponin para que acompañara a Xena a la aldea. Se envió a una mensajera para informar a lasresidentes de que la reina daba la bienvenida a Xena, la Princesa Guerrera, como a una invitadade honor.

    Gabrielle se quedó mirando mientras Eponin y Xena marchaban por delante. No sabía qué otracosa podía haber hecho. Conocía a la guerrera demasiado bien. A Xena no le podría haber dichoque no. Con todo, Gabrielle también sabía que ella tenía el poder de establecer los términos. Aldejar a Xena en manos de unas instructoras, Gabrielle conseguía tiempo. Necesitaba ese tiempopara calmar su corazón. En las lunas que habían transcurrido había empezado a definir una vidapara sí misma aparte de la guerrera. Y sin embargo, al oír que la guerrera aguardaba para hablar

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    con ella, la paz de la que empezaba a disfrutar se había visto en peligro. Su alma hacía gala deuna fragilidad única ante Xena.

    —¿Puede hablar? —respondió Xena sin dar crédito.

    —Sí —afirmó Simina.

    —¿Cuándo? ¿Cómo?

    —Ha tardado. No siempre usa la voz. Es más fácil hablar con signos. Así no creo que pienseque no la oyen ni la entienden. Usar una voz que ella no oye es muy distinto. Se ha esforzadomucho y cada vez lo hace mejor y es más valiente. Ahora, volviendo a ti. ¿Qué tal van laslecciones de lenguaje de signos?

    —Pan comido —se jactó Xena.

    Controlando su rabia, Simina fulminó a Xena con la mirada.

    —Es lo único que tiene nuestra reina.

    Desconcertada, Xena se dio cuenta de la soberbia de su comentario.

    —Simina, no quería faltarle al respeto.

    —Ten cuidado, guerrera. Aquí hay muchas personas que no comprenden por qué se te hapermitido volver. Honran a su reina tolerando tu presencia. No les pongas más difícil de lo queya es la idea de aceptar la orden de Gabrielle.

    Xena asintió.

    —Será mejor que vuelva con mi instructora.

    Xena vio a Ephiny cuando se dirigía al centro de la aldea. Aún no había hablado con la regente.Xena la llamó. Ephiny esperó a que Xena la alcanzara. La regente no estaba de humor parahablar con la guerrera.

    —Ephiny, quiero saber por qué prohibiste que me dejaran entrar en la aldea.

    Desde el punto de vista de Ephiny, Xena no había empezado bien la reunión.

    —Xena, ¿qué derecho tienes a cuestionar mis órdenes?

    —Si me afectan, tengo todo el derecho.

    —Esto no es un desvío por el que puedas ir y venir como te plazca. Si te consideras amiga delas amazonas, debes aceptar las obligaciones que acompañan a esa amistad.

    —Tales como...

    —No abandonar a tus amigas cuando más te necesitan.

    Xena no estaba dispuesta a aguantar el desprecio de Ephiy. Intentó defenderse.

    —Tú no sabes lo que sentía. Sus lesiones...

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    Ephiny perdió la paciencia.

    —No, Xena. Sí que lo sé. Oí lo que dijiste, aunque nunca se lo he contado a Gabrielle. Dime,cuando la miras, ¿qué es lo que ves? Si lo único que ves son sus lesiones, es que eres estúpida.Es una de las mujeres más capaces que he conocido en mi vida. Por el arco de Artemisa, cómoenvidio su fuerza y su sabiduría. No hay una sola amazona en esta aldea que no la respete yadmire por lo que es y lo que ha sido capaz de hacer. Ninguna de nosotras le ha mostradolástima porque ella no nos lo ha permitido. Si sentimos lástima de alguien es de ti. Tú eres laque ha salido perdiendo. No, tú eres la que ha renunciado al mayor de los regalos. Hasrenunciado al privilegio de estar con Gabrielle. No sé qué buscas ahora que has vuelto. Perodéjame que te diga: por fuerte que parezca Gabrielle, lleva unas heridas mucho más profundasque las que recibió en combate. No me voy a quedar a un lado sin hacer nada viendo cómo levuelves a hacer daño. Esta vez buscaré una forma de detenerte.

    El autocontrol de Xena era endeble. Habló en un tono moderado y severo.

    —¿Has terminado?

    —Por ahora. —Ephiny se marchó.

    Xena la llamó.

    —Ephiny.

    Ephiny se volvió hacia Xena. Ésta continuó con absoluta sinceridad.

    —Gracias.

    —¿Por qué?

    —Por ser amiga de Gabrielle.

    Ephiny meneó la cabeza.

    —Eso es lo último de este mundo por lo que se me deberían dar las gracias. —La regente siguiósu camino, esperando no sufrir más interrupciones por parte de la guerrera.

    En el curso del siguiente medio ciclo lunar, Gabrielle y Xena se veían de vez en cuando y sehablaban con signos. Xena nunca oía la voz de Gabrielle dirigida a ella. Su trato era amable,pero reservado. El conocimiento de Xena del lenguaje de signos no había progresado losuficiente para que las dos pudieran prescindir de una intérprete.

    La meta de Xena era poder hablar con Gabrielle a solas y eso la motivaba para aprenderrápidamente. Sus estudios mejoraron notablemente. Se presentó una mensajera en la cabaña deXena. La reina solicitaba su presencia para cenar en privado. Xena aceptó. Dos guardiasprotegían la cabaña de la reina. Xena se preguntó cómo la iban a anunciar. En tono defensivo,declaró:

    —Me esperan.

    La guardia de más edad respondió:

    —Puedes pasar.

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    Xena entró en la cabaña. Sobre una mesa estaba su cena de carnes, queso, fruta y pan. Gabrielleestaba sentada en la cama leyendo un pergamino. Aún no había visto a Xena, pero no tardó enpercibir que no estaba sola. Gabrielle levantó la mirada y vio a la guerrera allí de pie, algoincómoda. Era la primera vez desde hacía más de tres lunas que estaban juntas a solas.

    Aunque Gabrielle intentó controlar sus emociones cuidadosamente, en su interior estalló unatormenta. Gabrielle dejó el pergamino a su lado y se levantó. Se acercó despacio a su invitada.Xena esperó, sin saber cuál sería el gesto adecuado. Gabrielle siguió avanzando. A dos pasos dela guerrera, alzó los brazos e inició un abrazo, estrechando a Xena con fuerza. Xena no seesperaba ese recibimiento. Confusa, dejó los brazos colgando. Sólo cuando Gabrielle no diomuestras de querer soltarla, Xena se sintió segura para corresponder. Los brazos de Xenarodearon a la bardo por completo. Hundió la cara en el pliegue del cuello de Gabrielle.

    Xena oyó a Gabrielle susurrar:

    —Te he echado de menos. —La voz de la bardo sonaba apagada, pero no había perdidoemoción en absoluto. Xena respondió abrazándola más estrechamente. Lo que Gabrielle no

    podía oír, lo podría sentir. La guerrera estaba temblando. Su cuerpo le decía muchísimo a labardo. Gabrielle se preguntó si Xena consentiría alguna vez en soltarla. Volvió a hablar—:Xena, espero que tengas hambre.

    Ante esto, Xena sonrió. Aflojó el abrazo y retrocedió un paso.

    —Hay cosas que nunca cambian.

    Gabrielle no había podido leer los labios de Xena. Hizo un gesto negativo con la cabeza. Xenalo repitió con signos. Gabrielle sonrió. Señaló la comida y avanzó un paso hacia la mesa. Xenaalargó la mano y capturó una de las de Gabrielle. La bardo se volvió para mirarla. Xena vacilóantes de hablar.

    —Perdóname. —Xena repitió la frase con signos. Gabrielle comprendió las dos cosas.Respondió con signos:

    —Tenemos mucho de que hablar.

    Xena se quedó parada. Gabrielle no le iba a conceder la absolución incondicional que ellaesperaba. Xena recordó lo que había dicho Bennett acerca de que todo tenía un precio.Efectivamente, tendría que pagar, aunque no tenía ni idea de lo que se le iba a exigir. Gabrielletiró de la mano de Xena, llevándola hacia la mesa. Había llegado el momento de comer y hablar.

    La cena fue bien. Al principio su conversación, realizada toda mediante signos, confiando de

    vez en cuando en un pergamino, fue vacilante. En otro tiempo habían compartido tantas cosascon confianza. Esa confianza tenía que ser reconstruida. Concretamente, Xena sentía el peso quele suponía dar de sí misma para que Gabrielle hiciera lo mismo.

    Xena empezó con cautela. Mencionó a Tianus. La reacción de Gabrielle ante el nombre delseñor de la guerra fue difícil de interpretar para Xena. Ésta siguió contándole todo lo que habíasucedido después de que se marchara de la aldea. Gabrielle prestaba atención, pero hacía pocaspreguntas. Al enterarse de la muerte del hombre al final del relato de Xena, Gabrielle bajó lamirada. Al cabo de unos segundos, alzó los ojos hacia Xena y dijo con signos:

    —Gracias por buscar y hallar justicia.

    Xena asimiló las palabras. No sabía cómo se las estaba arreglando, de dónde sacaba las fuerzaspara mantener la serenidad. Esta Gabrielle sentada ante ella parecía haber envejecido una

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    década. Se comportaba con una dignidad que Xena nunca había pensado que fuera amanifestarse tan pronto en la vida de la joven. No dudaba de que la semilla de una mujer tanmagnífica existiera dentro de Gabrielle, sino de lo deprisa que había germinado.

    Al mismo tiempo, Xena cayó en la cuenta de qué era lo que había echado en falta durante todala velada: la alegría de Gabrielle. El torbellino travieso se había apagado.

    Gabrielle se levantó. Había llegado el momento de dar por terminada la velada. Xena habíaechado de menos la presencia física de la bardo. En el fondo de su alma tenía la esperanza deobtener la intimidad mutua de dormir la una al lado de la otra. Quería que fuera esta noche, peroahora estaba segura de que se iba a ver decepcionada.

    Gabrielle dijo con signos:

    —Buenas noches.

    Xena respondió del mismo modo. Por mucho que Xena quisiera abrazar a la bardo, sabía que no

    le correspondía hacerlo sin ser invitada. Xena se llenó de dolor al saber que tal vez Gabrielle yano era y nunca más volvería a ser su bardo. La guerrera se apartó de Gabrielle. Al llegar a lapuerta, oyó que Gabrielle decía su nombre. Xena se volvió. Gabrielle estaba en medio de laestancia. Tenía una expresión dulce y franca.

    —No tengo nada que perdonar.

    Las palabras de Gabrielle fueron un abrazo. Había hecho un regalo a Xena, quitándole el pesode la culpa. Cuánto quería Xena a la bardo. Quiso tomar a Gabrielle, pero se controló. Éste noera el momento. Era posible que tal momento nunca llegara a producirse entre ellas. La guerreraasintió, aceptando las palabras de Gabrielle. Salió estremecida. Xena se quedó inmóvil cuandola puerta se cerró tras ella. Las dos guardias siguieron en silencio, aunque observaban a Xena

    con gran interés. Al notar que era objeto del escrutinio de las guardias, Xena se obligó a avanzarun paso y luego otro, recuperando la concentración necesaria para regresar a su cabaña.

    Gabrielle vio cómo se cerraba la puerta. Todo estaba en silencio, como antes, pero ahora elsilencio reflejaba su soledad. Había hecho todo lo posible. La historia de Xena no la sorprendía.Que la guerrera exigiera justicia era de esperar. La bardo se sentía orgullosa de saber que Xenahabía llevado a Tianus ante el magistrado para ser juzgado y que se había quedado para ayudardurante el juicio y ser testigo de su ejecución. El temor de Gabrielle de que Xena volviera a suoscuridad se había visto calmado y con él también la propia carga de Gabrielle. Ahora estabasegura de que las consecuencias de sus lesiones eran algo que debía soportar sólo ella.

    Quedaba una pregunta importante en el corazón de Gabrielle. Una pregunta a la que sabía que

    iba a tener que enfrentarse pronto. La permanencia de Xena en la aldea parecía segura hasta quetuviera lugar esta entrevista. Xena buscaba el perdón. Ahora que lo tenía, ¿qué había aquí quepudiera retener a la guerrera?

    Habían pasado unos días desde que Xena pasó esa velada con Gabrielle. La guerrera se sentíainquieta. Fue al campo de entrenamiento con la esperanza de encontrar a una guerreracapacitada para entrenar con ella. Xena oyó el ruido de unas varas. Había un grupo de guerrerasen círculo tapando la vista a Xena. Reconoció a Solari y decidió colocarse a su lado. Dentro delcírculo Ephiny y Gabrielle estaban luchando. Las dos se esforzaban mucho. Gabrielle tenía losojos brillantes e intensos. Sonreía alegremente al tiempo que mantenía a su regente a ladefensiva. Al cabo de un intercambio aparentemente interminable, las dos retrocedieron paravalorarse mutuamente. Gabrielle recorrió el círculo con la mirada, compartiendo su disfrute contodas y cada una de las guerreras. Sus ojos se posaron en Xena. La reina alzó la mano haciaEphiny y luego hizo un gesto a Xena. Ephiny y los miembros del círculo se volvieron para ver a

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    quién había desafiado su reina. Ephiny sonrió y pensó: Esto va a ser interesante. Le lanzó suvara a Xena.

    —Te la he calentado, Xena.

    Xena atrapó la vara con la mano por puro reflejo.

    —Ephiny, no me parece buena idea.

    El tono de Ephiny pasó de desenfadado a severo.

    —No te corresponde a ti rechazar a nuestra reina.

    Xena advirtió la vigilancia del círculo. Ahora era cuestión de honor. No el suyo, sino el deGabrielle. Se sintió agradecida de que la bardo no hubiera visto nada de esta conversación.

    Xena se colocó ante Gabrielle. Ésta alzó su vara e hizo un gesto anunciando que estaba lista.

    Intercambiaron golpes siguiendo lo que había sido su costumbre, estableciendo poco a poco unritmo hasta emplearse con todas sus fuerzas. Fue entonces cuando empezó el combate deverdad. Gabrielle desafió a Xena y puso a la guerrera a la defensiva en más de una ocasión. Unacosa no había cambiado entre ellas. Xena seguía teniendo más fuerza y resistencia. A medidaque avanzaba el combate, Xena dejó atrás el conocimiento de la sordera de Gabrielle. Lanzó contoda su fuerza una combinación de golpes altos, cada uno acompañado de un gritoestremecedor. El asalto hizo hincar la rodilla a Gabrielle. Xena había ganado.

    El círculo, que había estado jaleando durante el combate, se quedó en silencio durante laofensiva final de Xena. De pie ante Gabrielle, Xena esperó. Gabrielle dejó caer su vara,rindiéndose.

    Xena tenía el corazón desbocado. De repente, un miedo se apoderó de ella. ¿Qué había hecho?¿De dónde había salido esa rabia? Alargó el brazo hacia Gabrielle llena de temor. Gabriellecogió el brazo extendido con el suyo y se levantó de un salto, con una sonrisa y una carcajada.Ésta era la alegría que Xena había echado en falta. Seguía siendo parte de la bardo. El círculo serelajó y se acercó a las dos, felicitándolas por un combate bien librado. Gabrielle estabaencantada de que Xena no la hubiera tratado como a una inválida.

    La mañana entró por la ventana derramando cálidos rayos sobre su cara. Gabrielle se dio lavuelta, intentando dormir un poco más. La cama crujió con el movimiento. Los leves trinos delos pájaros mañaneros flotaron hasta su consciencia. También los demás ruidos de una aldea enel momento de despertarse. Oía. Al darse cuenta, Gabrielle se quedó inmóvil. ¿Estaba soñando?Abrió los ojos. Estaba despierta. Por los dioses, pensó. Esto no es un sueño. Se levantó y miró

    por la ventana. Los ruidos y las imágenes se complementaban. Gabrielle se vistió y saliócorriendo de su cabaña. Sus dos guardias se sobresaltaron y empezaron a seguirla. Al oír que laseguían, Gabrielle se volvió y las despidió con signos. Llamó a la puerta de Simina. El ruido delgolpe fue música. Se detuvo, cerró los ojos y escuchó. Cuántos sonidos. Simina abrió la puerta.Sorprendida al ver a su reina, la saludó con signos.

    Gabrielle entró en la cabaña, respondiendo con voz.

    —Háblame, Simina. Con tu voz. —El sonido de su propia voz estuvo a punto de hacer llorar aGabrielle.

    Simina se quedó confusa.

    —¿Mi reina?

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     Gabrielle sonrió.

    —Sí, soy tu reina y te oigo.

    Dando una palmada, Simina exclamó:

    —Alabada sea Artemisa.

    Gabrielle intentó equilibrar sus esperanzas y sus temores.

    —Dime, Simina, ¿seguirá así? ¿Conservaré el oído o se trata de un truco de los dioses?

    El entusiasmo de Simina se vio moderado por la sabia prudencia de su reina.

    —No lo sé, mi reina. Sólo el tiempo nos lo dirá. ¿Aún sientes el dolor?

    Gabrielle se quedó pensando.—No. No lo siento. Desde hace ya un tiempo. Simina, no lo debe saber nadie. No hasta que mepuedas asegurar que voy a conservar mis capacidades. No quiero falsas esperanzas. Basta dedecepciones.

    —Sí, lo comprendo. Ahora, por favor, siéntate y deja que te examine.

    Durante media luna Gabrielle mantuvo su verdad en secreto. No hubo más episodios de dolor.Su oído se fue haciendo más agudo. Se regodeaba en todos los sonidos. No necesitabaesforzarse tanto para comprender su entorno. Al mismo tiempo tenía que cuidarse de noreaccionar visiblemente ante lo que oía.

    Con placer y alivio, advirtió que todas las personas que la rodeaban hablaban de ella conrespeto. A veces se había preguntado si se cruzaban palabras ásperas o críticas fuera de sucapacidad para leer los labios o hablar con signos.

    Xena seguía en la aldea, sin dar muestras de querer marcharse pronto. Gabrielle y Xena habíanempezado a pasar más tiempo juntas. Se encontraban en el centro de la aldea y decidían dar unpaseo, enfrentarse en el campo de entrenamiento o comer juntas. Estaban recuperando unarelación cómoda entre las dos.

    Gabrielle apreciaba estos momentos. Simina y ella habían acordado que cuando llevara un ciclolunar completo con el oído recuperado, la declararían curada. La idea de anunciar esto

    preocupaba a Gabrielle. Estaba desesperada por saber si Xena podía quererla a pesar de suincapacidad. Gabrielle se decía que Xena no era el tipo de mujer que sintiera menos por ella acausa de su sordera. Con todo, Gabrielle llevaba esa inseguridad en su interior.

    La cena fue muy alegre. Gabrielle estaba sentada con Ephiny a su derecha y Solari a suizquierda. Frente a ella estaban sentadas Xena y Eponin. Con el paso del tiempo, el rencor quemuchas de las amazonas sentían hacia Xena había disminuido. Gabrielle se había asegurado deque todas conocieran la historia de Tianus. Las amazonas celebrab